GA176 Berlín 3 de julio de 1917 -Luchadores del presente

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RUDOLF STEINER

Luchadores del presente



Berlín 3 de julio de 1917

Como se habrán dado cuenta, una característica básica de las diversas consideraciones en las que hemos estado ocupados en las últimas semanas es el esfuerzo por reunir material que nos ayude a comprender los difíciles tiempos que vivimos. Esta comprensión sólo puede lograrse mediante una forma completamente nueva de ver las cosas. Nunca se insistirá lo suficiente en que un desarrollo saludable del futuro de la humanidad depende de que se arraigue una nueva comprensión en un número suficientemente grande de seres humanos.

Me gustaría que estos debates fueran lo más concretos posible, en el sentido en que la palabra, "concreto", el concepto, se ha utilizado en las conferencias de las semanas pasadas. Los grandes impulsos que actúan en la evolución de la humanidad en un momento dado se manifiestan a través de una u otra personalidad. Así se hace evidente en ciertos seres humanos cuán fuertes son tales impulsos en un momento determinado. O también podría decirse que se hace evidente hasta qué punto existe la oportunidad de que ciertos impulsos sean efectivos.

Para describir ciertos aspectos característicos de nuestro tiempo, he llamado la atención, aquí y en otros lugares, sobre un hombre recientemente fallecido. Hoy quiero hablar una vez más del filósofo Franz Brentano, fallecido hace poco en Zurich. Ciertamente, no era un filósofo en sentido estricto de la palabra. Quienes le conocieron, aunque sólo fuera a través de su obra, le vieron como representante del hombre moderno, que lucha con el enigma del universo. Brentano tampoco era un filósofo unilateral; lo que le preocupaba eran los aspectos más amplios de las cuestiones humanas esenciales. Podría decirse que apenas hay un problema, por enigmático que sea, para el que no intentara encontrar una solución. Lo que le interesaba era toda la gama de visiones del mundo del hombre. Era reticente a publicar su obra y se ha publicado muy poco. Sus restos literarios serán seguramente considerables y revelarán a su debido tiempo los resultados de sus luchas interiores, aunque quizá para alguien que comprenda no sólo lo que Franz Brentano expresaba con palabras, sino también las cuestiones que le provocaron tales batallas interiores, no surja nada realmente nuevo.

Quisiera presentarles lo que en nuestros tiempos problemáticos le resultaba especialmente problemático a una gran personalidad como Franz Brentano. No era el tipo de filósofo que se suele encontrar hoy en día; a diferencia de los filósofos modernos, era ante todo un pensador, un pensador que no permitía que su pensamiento vagara al azar. Trataba de asentarlo sobre los firmes cimientos de la propia evolución del pensar. Esto le llevó a su primera publicación, un libro que trataba de la psicología de Aristóteles, el llamado "nus poetikos". Este libro de Brentano, agotado desde hace tiempo, es un magnífico logro en la investigación detallada. Lo revela como un hombre capaz de pensar de verdad; es decir, que tiene la capacidad de formular y elaborar conceptos que tienen contenido. Encontramos a Franz Brentano, especialmente en la segunda mitad de su libro sobre la psicología de Aristóteles, inmerso en un proceso de pensamiento de una sutileza que no se encuentra hoy en día, y de hecho rara vez en la época en que se escribió el libro. Lo que es especialmente significativo es el hecho de que las ideas de Franz Brentano todavía tenían la fuerza de captar y dejar su huella en las almas humanas. Hoy en día, cuando la gente habla de cosas relacionadas con la vida interior, suele expresarse con palabras vacías, desprovistas de contenido real. Las palabras se utilizan porque históricamente han pasado a formar parte del lenguaje, y esto da la ilusión de que contienen pensamiento, pero en realidad no se trata de pensamiento.
Considerando que por todas partes en Aristóteles se encuentra una clara exaltación del antiguo conocimiento que tan a menudo describimos como procedente de la clarividencia atávica, es bastante extraño que las personas que hoy profesan leer a Aristóteles ignoren tan completamente la ciencia espiritual. Cuando hablamos hoy de cuerpo etérico, cuerpo sensible, alma sensible, alma intelectual, alma consciente, estos términos se acuñan para expresar la vida del alma y del espíritu en su realidad, de la que el hombre debe volver a ser consciente.

Muchas de las expresiones utilizadas por Aristóteles ya no se entienden. Sin embargo, son recordatorios de que hubo un tiempo en que se conocían los miembros individuales del ser anímico del hombre; hasta Aristóteles no se convirtieron en abstracciones. Franz Brentano hizo grandes esfuerzos por comprender estos miembros del alma del hombre precisamente a través de ese pensador de la antigüedad, Aristóteles. Hay que decir, sin embargo, que fue justo a través de Aristóteles cuando su significado comenzó a desvanecerse de la evolución histórica de la humanidad. Aristóteles distingue en el hombre el alma vegetativa, refiriéndose aproximadamente a lo que llamamos cuerpo etérico, luego el aesthetikon o alma sensible, que nosotros llamamos cuerpo sensible o astral. A continuación habla del orektikon, que corresponde al alma sensitiva, luego viene el kinetikon, que corresponde al alma intelectual, y utiliza el término dianoetikon para el alma consciente. Aristóteles era plenamente consciente del significado de estos conceptos, pero carecía de percepción directa de la realidad. Esto provocaba una cierta falta de claridad y abstracción en sus obras, y eso se aplica también al libro que he mencionado de Franz Brentano. Sin embargo, en el libro de Brentano prevalece el pensamiento real. Y cuando alguien se dedica al poder de pensar como él lo hizo, ya no es posible albergar la tonta noción de que el alma y el espíritu del hombre son meros subproductos que surgen de la naturaleza físico-corporal. Los conceptos formulados por Brentano sobre la base de la obra de Aristóteles eran demasiado sustanciales, por así decirlo, para permitirle sucumbir a la picaresca del materialismo moderno.

El objetivo principal de Franz Brentano era llegar a comprender el funcionamiento general del alma humana; quería llevar a cabo investigaciones psicológicas. Pero también le preocupaba una visión global del mundo basada en la psicología. Ya he llamado su atención sobre el hecho de que el propio Franz Brentano calculó que su obra sobre psicología ocuparía cinco volúmenes, pero sólo se publicó el primero. Para alguien que le conociera bien, es totalmente comprensible por qué no aparecieron volúmenes posteriores. La razón más profunda radica en el hecho de que Brentano no quería -de hecho, según toda su disposición, no podía- recurrir a la ciencia espiritual. Sin embargo, para encontrar respuestas a las preguntas que se le plantearon tras la finalización del primer volumen de su Psicología, necesitaba conocimientos espirituales. Pero no podía aceptar la ciencia espiritual y, como era ante todo un hombre honesto, abandonó la redacción de los volúmenes siguientes. La empresa se detuvo por completo y así quedó como un fragmento.

Quisiera llamar la atención sobre dos aspectos del problema en la mentalidad de Brentano. Es un problema que hoy en día toda persona pensante debe esforzarse conscientemente por resolver. De hecho, toda la humanidad, en la medida en que las personas no viven en una obtusidad animal, se esfuerza, aunque inconscientemente, por resolver este problema. La gente en general se esfuerza en una u otra dirección por encontrar una solución plausible, o bien sufre psicológicamente por su incapacidad de acercarse a la raíz del problema. Franz Brentano investigó y reflexionó profundamente sobre el alma humana. Sin embargo, cuando esto se hace siguiendo las líneas de la ciencia moderna se llega al punto que conduce del alma humana al espíritu. Y ahí uno puede quedarse en lo obvio, y reconocer que la actividad del alma humana es triple, ya que piensa; es decir, forma imágenes mentales, siente y quiere. Pensar, sentir y querer son, en efecto, los tres miembros del alma humana. Sin embargo, no es posible comprenderlos satisfactoriamente a menos que, a través del conocimiento espiritual, se encuentre un camino hacia la realidad espiritual con la que el alma humana está conectada. Si uno no encuentra ese camino - y Franz Brentano no pudo encontrarlo - entonces uno se siente a sí mismo con su pensar, sentir y querer completamente aislados dentro del alma. El pensamiento, en el mejor de los casos, proporciona imágenes de la realidad externa, espacial, puramente material. El sentimiento, en el mejor de los casos, se complace o disgusta con lo que ocurre en la realidad física espacial. A través de la voluntad, la naturaleza física del hombre puede apaciguar sus apetencias o aversiones. Sin visión espiritual, el hombre no experimenta a través de su pensar, sentir y querer ninguna relación con una realidad en la que se sienta seguro, a la que sienta que pertenece. Por eso decía Brentano Diferenciar el pensar, el sentir y el querer en el alma humana no ayuda a comprenderla, ya que al hacerlo uno permanece dentro de la propia alma. Por eso dividió el alma de otra manera, y la forma en que lo hizo es característica. Sigue considerando que el alma es triple, pero no según la formación de imágenes mentales de pensar, sentir y querer. En su lugar, distingue entre la formación de imágenes mentales, juzgar o evaluar, y el mundo interior de estados de ánimo y sentimientos fluctuantes. Así, según Brentano, la vida del alma se divide en formación de imágenes mentales, juicios y fluctuación de estados de ánimo y sentimientos.

Para empezar, las imágenes mentales no nos llevan más allá del alma. Cuando formamos imágenes mentales de algo, éstas permanecen dentro del alma. Creemos que se refieren a algo real, pero eso no está en absoluto establecido. Mientras no vayamos más allá de la imagen mental, tenemos que admitir que algo meramente imaginado también es una imagen mental. Así pues, una imagen mental como tal puede referirse a algo real o a algo meramente imaginado. Incluso cuando relacionamos las imágenes mentales entre sí, seguimos sin tener ninguna garantía de realidad. Un árbol es una imagen mental; el verde es una imagen mental. Decir: "El árbol es verde" es combinar dos imágenes mentales, pero eso en sí mismo no es garantía de que se trate de la realidad, ya que mi imagen mental "árbol verde" podría ser producto de mi fantasía.

No obstante, dice Brentano Cuando juzgo o hago valoraciones me sitúo dentro de la realidad, y ya estoy haciendo un juicio, aunque sea velado, cuando combino imágenes mentales como cuando digo: El árbol es verde. Al hacerlo, indico no sólo que combino los dos conceptos "árbol" y "verde", sino que existe un árbol verde. De este modo no me quedo en las imágenes mentales, sino que paso a la existencia. Hay una diferencia, dice Brentano, entre ser consciente de un árbol verde y ser consciente de que "este árbol es verde". La primera es una mera formulación de imágenes mentales, la segunda tiene una base dentro del alma que consiste en la aceptación o el rechazo. En la actividad de mera formación de imágenes mentales uno permanece dentro del alma, mientras que emitir un juicio es una actividad del alma que nos relaciona con el entorno en el sentido de que uno lo acepta o lo rechaza. Al decir que existe un árbol verde, reconozco no sólo que estoy formando imágenes mentales, sino que el árbol existe independientemente de mi imagen mental. Al decir que los centauros no existen, también emito un juicio al rechazar como irreal la imagen mental de mitad caballo, mitad hombre. Así pues, según Brentano, juzgar es la segunda actividad del alma humana.
Para Brentano, el tercer elemento del alma humana es la alternancia de estados de ánimo y los sentimientos. Del mismo modo que él considera que el juicio sobre la realidad consiste en reconocimientos o rechazos, también considera que los estados de ánimo y los sentimientos oscilan entre el amor y el odio, lo que gusta y lo que no gusta. El hombre se siente atraído o repelido por las cosas. Brentano no considera el elemento de la voluntad como una función separada del alma. La considera parte del reino de los estados de ánimo y los sentimientos. El hecho de que considere la voluntad de este modo es muy característico de Brentano y apunta a un aspecto profundamente arraigado de su constitución. Lo único que nos interesa ahora es que Brentano no diferenciaba los impulsos de la voluntad de los meros sentimientos de agrado o desagrado. Para él, todos estos elementos se entrelazan entre sí. Al examinar un impulso de la voluntad a la acción, Brentano sólo se preocuparía por el amor que uno siente por él. Y si el impulso de la voluntad era contrario a una acción, examinaba la aversión a la misma. Así pues, para él la vida del alma consiste en amor y odio, reconocimiento y rechazo, y formación de imágenes mentales.

Partiendo de estas premisas, Brentano hizo todo lo posible por encontrar soluciones a los dos mayores enigmas del alma humana, el enigma de la verdad y el enigma del bien. ¿Qué es verdadero (o real)? ¿Qué es el bien? Si se trata de justificar el juicio del pensamiento sobre la realidad o la irrealidad, surge la pregunta: ¿Por qué reconocemos ciertas cosas y rechazamos otras? Las que reconocemos las consideramos verdad; las que rechazamos, falsas. Y eso nos lleva directamente al meollo del problema: ¿qué es la verdad? El núcleo del otro problema relativo al bien y al mal, a lo bueno y a lo malo, lo encontramos cuando nos dirigimos al ámbito de los estados de ánimo y los sentimientos fluctuantes. Según Brentano, el amor es lo que nos impulsa a reconocer una acción como buena, mientras que el odio es el rechazo de una acción como mala. Así pues, la ética, la moral y lo que entendemos por derechos pertenecen al ámbito de los estados de ánimo y los sentimientos. La cuestión del bien y del mal estaba muy presente en la mente de Brentano cuando reflexionaba sobre la naturaleza de la vida del hombre de sentimientos que fluctúan entre el amor y el odio.

En efecto, es sumamente interesante seguir la lucha de un hombre como Brentano, una lucha que duró décadas, por encontrar respuestas a preguntas como ¿Qué derecho tiene el hombre a valorar las cosas, juzgarlas verdaderas o falsas, reconocerlas o rechazarlas? Incluso si se examinan todos los escritos publicados de Brentano -y estoy convencido de que su obra aún no publicada dará el mismo resultado-, en ninguna parte se encontrará que dé otra respuesta a la pregunta ¿Qué es verdad? Dicho de otro modo: ¿Qué justifica al hombre para juzgar las cosas excepto lo que él llama la "evidencia", la "prueba visible"? Naturalmente, se refiere a una prueba visible interior. Así, la respuesta de Brentano equivale a esto: Alcanzo la verdad si no estoy interiormente ciego, sino que soy capaz de poner mis experiencias ante mi ojo interior de tal manera que pueda examinarlas claramente y aceptarlas, o tal vez rechazarlas mediante un escrutinio más minucioso. Franz Brentano no superó este punto de vista. Es significativo que un hombre que fue un eminente pensador -lo que no puede decirse de muchos- se esforzara durante décadas por responder a la pregunta ¿Qué me da derecho a reconocer o rechazar algo, a considerarlo verdadero o falso? A lo único que llegó fue a lo que denominó la evidencia, la prueba visible interior.
Brentano dio conferencias durante muchos años en Viena sobre lo que era conocido en las universidades austriacas como filosofía práctica, que en realidad significa ética o filosofía moral. Al igual que Brentano estaba obligado a dar estas conferencias, los estudiantes de Derecho estaban obligados a asistir a ellas, ya que eran cursos prescritos y obligatorios. Sin embargo, durante sus cursos Brentano no disertaba tanto sobre "filosofía práctica" como sobre la pregunta ¿Cómo se llega a aceptar algo como bueno o a desestimar algo como malo? Debido a sus puntos de vista originales, Franz Brentano no tenía en absoluto una tarea fácil. Como es sabido, el problema del bien es siempre objeto de debate en filosofía. Se intenta responder a la pregunta: ¿Tenemos derecho a considerar una cosa como buena y otra como mala? O la pregunta puede formularse de otro modo: ¿Dónde se origina el bien, cuál es su fuente, y cuál es la fuente del mal? Esta cuestión se aborda de muchas maneras. Pero en torno a Brentano, en la época en que intentaba descubrir el criterio del bien, estaba ganando terreno una peculiar filosofía moral, la de Herbart, uno de los sucesores de la de Kant. El punto de vista de Herbart sobre la ética, que otros también han defendido pero ninguno con más énfasis que él mismo, era la opinión de que el comportamiento moral, en última instancia, depende del hecho de que ciertas relaciones en la vida nos agradan, mientras que otras nos desagradan. Las que nos agradan son buenas, las que nos desagradan son malas. Se supone que el hombre tiene una capacidad natural innata para sentir placer por lo bueno y desagrado por lo malo. Herbart dice, por ejemplo: La libertad interior es algo que siempre, en todos los casos, nos agrada. ¿Y qué es la libertad interior? Bien, dice, el hombre es interiormente libre cuando su pensamiento y sus acciones están en armonía. Esto significaría, dicho crudamente, que si A piensa que B es un tipo horrible, pero en lugar de decirlo le adula, eso no es una expresión de libertad interior. El pensamiento y la acción no están en la armonía en la que se basa la visión ética de la libertad interior. Otra visión de la ética se basa en la perfección. Nos disgustamos cuando hacemos algo que podríamos haber hecho mejor, mientras que nos alegramos cuando hemos hecho algo tan bien que el resultado es mejor, más perfecto de lo que habría sido con cualquier otra acción. Herbart diferencia cinco conceptos éticos de este tipo. Sin embargo, lo único que nos interesa por el momento es que basó la moralidad en el placer o displacer inmediato del alma.

Otro principio de la ética es el llamado imperativo categórico de Kant, según el cual una acción es buena si se basa en principios que podrían ser la base de una ley aplicable a todos. ¡Nada más contrario a la moral! Incluso el ejemplo que el propio Kant pone muestra claramente que su imperativo categórico carece de valor moral. Dice: Supongamos que te dan algo para que lo guardes, pero en lugar de eso te lo apropias. Tal acción, dice Kant, no puede ser un principio básico a seguir por todos, ya que si todo el mundo simplemente tomara posesión de las cosas que se le confían, una sociedad humana ordenada sería imposible. No es difícil ver que, en tal caso, no se puede juzgar si la acción es buena o mala en función de si se devuelven o no las cosas confiadas a uno. Se plantean cuestiones muy distintas.
Todas las visiones modernas de la ética son contrarias a la de Franz Brentano. Él buscaba razones más profundas. El placer y el disgusto, decía, no hacen sino confirmar que se ha emitido un juicio ético. En lo que respecta a lo bello, está justificado afirmar que la belleza es fuente de placer y la fealdad de desagrado. Sin embargo, debemos ser conscientes de que lo que nos determina cuando se trata de ética, de moral, es un impulso mucho más profundo que el que nos influye a la hora de valorar lo bello. Ésa era la visión que Brentano tenía de la ética, y cada año trataba de reafirmarla ante los estudiantes de Derecho. También habló de su principio de ética en su hermosa conferencia pública titulada "Sanción natural del derecho y la moral". Las circunstancias que llevaron a Franz Brentano a pronunciar esta conferencia son interesantes. El famoso legislador Ihering había hablado en una reunión sobre la fluidez de los conceptos jurídicos, con lo que quería decir que los conceptos de ley y derecho no pueden entenderse en un sentido absoluto porque su significado cambia continuamente con el paso del tiempo. Sólo pueden entenderse si se consideran históricamente. En otras palabras, si nos remontamos a la época en que el canibalismo era habitual, no tenemos derecho a decir que no se debe comer gente. No tenemos derecho a decir que nuestros conceptos de moral deberían haber prevalecido, porque nuestros conceptos habrían sido erróneos en aquella época. El canibalismo era correcto entonces; sólo con el paso del tiempo ha cambiado nuestra opinión sobre él. Por lo tanto, ¡nuestra simpatía debe estar con los caníbales, no con los que se abstuvieron de practicarlo! Se trata, por supuesto, de un ejemplo extremo, pero ilustra la esencia del punto de vista de Ihering. Para él, lo importante es que los conceptos de derecho y moral han cambiado a lo largo de la evolución humana, lo que demuestra que están en constante evolución.

Brentano no podía aceptar este punto de vista. Él quería descubrir una fuente de moralidad definida y absoluta. En cuanto a la verdad, había producido "la evidencia" de que lo que se enciende en el alma como reconocimiento inmediato es verdadero, es decir, lo que se juzga correctamente es verdadero. A la otra pregunta, qué es el bien, Brentano, de nuevo tras décadas de lucha, encontró una respuesta igualmente abstracta. Dijo El bien y el mal tienen su fuente en los sentimientos humanos que fluctúan entre el amor y el odio. Lo que el hombre ama de verdad es bueno; es decir, lo que es digno de amor es bueno. Intentó mostrar ejemplos de cómo los seres humanos pueden amar correctamente. Del mismo modo que el hombre debe juzgar rectamente la verdad, debe amar rectamente el bien.

No entraré en detalles; sobre todo quiero subrayar que Brentano, tras décadas de lucha, había llegado a una abstracción, la simple fórmula de que el bien es aquello que es digno de amor. En cambio, hay que decir que la grandeza de Brentano no reside en los resultados que alcanzó. Sin duda estarán de acuerdo en que es una conclusión un tanto exigua decir: Verdad es lo que se sigue de la evidencia de un juicio correcto; el bien es lo que se ama rectamente. Se trata, en efecto, de resultados magros, pero lo sobresaliente, lo característico de Brentano, es la energía, la seriedad de su esfuerzo. En ningún otro filósofo se encuentra una sagacidad tan aristotélica y, al mismo tiempo, una implicación interior tan profunda en el argumento. Los magros resultados adquieren su valor cuando se sigue la lucha que costó alcanzarlos. Son precisamente sus luchas interiores las que hacen de Franz Brentano un ejemplo tan sobresaliente de esfuerzo espiritual. Se podría mencionar a muchas personas, incluidos filósofos, que en nuestro tiempo han intentado encontrar respuestas a las preguntas: ¿Qué es la verdad? ¿Qué es el bien? Pero sus respuestas, sobre todo las de los filósofos más populares, son mucho más superficiales que las de Brentano. Eso no quita que las respuestas de Brentano deban parecer naturalmente magras a quienes se han ocupado durante años de la ciencia espiritual. Sin embargo, Brentano también tuvo que sufrir el destino del hombre esforzado moderno, la incomprensión; sus luchas fueron poco comprendidas.
Una mirada más atenta a la intensa búsqueda de Brentano de respuestas a las preguntas ¿Qué es verdadero? ¿Qué es bueno? revela una claridad y amplitud de miras que rara vez se encuentran en quienes rechazan la ciencia espiritual. Lo que le hace excepcional es que sin la ciencia espiritual nadie ha llegado tan lejos como él. En ninguna parte del esfuerzo filosófico moderno se encuentran verdaderas respuestas sobre qué es la verdad o qué es el bien. Lo que se encuentra es confusión en abundancia, aunque a veces confusión interesante, por ejemplo en Windelband. El profesor Windelband, que enseñó durante años en Heidelberg y Friburgo, no pudo descubrir nada en el alma humana que hiciera que el hombre aceptara ciertas cosas como verdaderas y rechazara otras como falsas. Así que basó la verdad en el asentimiento, es decir, hasta cierto punto en el amor. Si según nuestro juicio sobre algo podemos amarlo, entonces es verdadero; por el contrario, si debemos odiarlo, entonces es falso. La verdad y la falsedad contienen amor y odio ocultos. También los herbartianos juzgan las cosas moralmente buenas o moralmente malas según agraden o desagraden, juicio que Brentano consideraba aplicable sólo a lo bello o lo feo.

Así pues, hay mucha confusión, y ni la más mínima posibilidad de llegar a comprender la naturaleza esencial del alma. Sólo queda la desesperación, que tan a menudo es lo único que queda después de haber estudiado las obras de los filósofos modernos. Naturalmente, se plantean preguntas y a menudo creen haber encontrado respuestas. Por desgracia, es justo entonces cuando las cosas se tuercen; pronto se ve que las respuestas, ya sean positivas o negativas, no son respuestas en absoluto.

Lo interesante de Brentano es que, si tan sólo hubiera continuado un poco más allá del punto al que había llegado, habría entrado en una región en la que se encuentran las soluciones. Quien no pueda ir más allá de la visión ordinaria que se tiene del hombre, no podrá responder a las preguntas ¿Qué es verdadero? ¿Qué es falso? Sencillamente, no es posible, por una parte, considerar el ser del hombre tal como se lo considera hoy y, por otra, responder a preguntas tales como ¿Cuál es el sentido de la verdad en relación con el hombre? Tampoco es posible responder a la pregunta ¿Qué es el bien? Pronto veréis por qué. Pero primero debo llamar su atención sobre algo respecto a lo cual se sostienen opiniones erróneas en ambos sentidos, a saber, la cuestión relativa a lo bello.
Según Herbart y sus seguidores, el bien no es más que una subdivisión de la belleza, más concretamente de la belleza atribuida a la acción humana. Cualquier pregunta sobre lo que es bello revela inmediatamente que se trata de una cuestión muy subjetiva. No hay nada más discutido que la belleza; lo que a una persona le parece bello, a otra no. De hecho, las opiniones más curiosas se expresan en disputas sobre lo bello y lo feo, sobre lo que está artísticamente justificado y lo que no lo está. En última instancia, toda la discusión sobre si algo es bello o feo, artístico o no, se basa en la naturaleza individual del hombre. Nunca se descubrirá, ni debería descubrirse, una ley general sobre la belleza; nada carecería más de sentido. Puede que a uno no le guste una determinada obra de arte, pero siempre existe la posibilidad de entrar en lo que el artista tenía en mente y llegar así a ver aspectos antes no reconocidos. De este modo, uno puede llegar a darse cuenta de que fue la falta de comprensión lo que le impidió reconocer su belleza. Ese juicio estético, esa aceptación o rechazo estético, es realmente algo que, aunque subjetivo, está justificado.

Confirmar en detalle lo que acabo de decir llevaría demasiado tiempo. Sin embargo, todos ustedes saben que el dicho "el gusto no se discute" tiene cierta justificación. El gusto por ciertas cosas se tiene o no se tiene; o ya se ha adquirido el gusto o todavía no. Podemos preguntarnos, ¿por qué? La respuesta es que cada vez que aplicamos una evaluación estética a algo tenemos una percepción doble. Ese es un hecho importante que se descubre a través de la investigación espiritual. Cada vez que nos inclinamos a aplicar el criterio de la belleza a algo, nuestra percepción del objeto es doble. Tal objeto es percibido en primer lugar por su influencia sobre los cuerpos físico y etérico. Se trata de una corriente que fluye, por así decirlo, desde el objeto bello hasta el espectador, afectando a sus cuerpos físico y etérico independientemente de que se observe un cuadro, una escultura o cualquier otra cosa. Lo que existe ahí fuera, en el mundo exterior, se experimenta en los cuerpos físico y etérico, pero aparte de eso se experimenta también en el yo y en el cuerpo astral. Sin embargo, esta última experiencia no coincide con la primera; de hecho, se tienen dos percepciones. Por una parte, se produce una impresión en los cuerpos físico y etérico y, por otra, también se produce una impresión en el yo y en el cuerpo astral. Por lo tanto, se tiene una doble percepción.
Que una persona considere bello o feo un objeto dependerá de su capacidad para poner en concordancia o discordancia las dos impresiones. Si las dos experiencias no pueden armonizarse, significa que la obra de arte en cuestión no se comprende; en consecuencia, se considera que no es bella. Para que se experimente la belleza, el yo y el cuerpo astral, por un lado, y el cuerpo físico y etérico, por otro, deben poder vibrar al unísono, deben estar de acuerdo. Debe producirse un proceso interior para que se experimente la belleza; si no es así, no existe la posibilidad de que se experimente la belleza. Piensen en todas las posibilidades que existen, en la experiencia de la belleza, de acuerdo o desacuerdo. Como pueden ver, experimentar la belleza es un proceso muy interno y subjetivo.

Por otra parte, ¿Qué es la verdad? La verdad también es algo que se encuentra cara a cara. La verdad, para empezar, produce una impresión en los cuerpos físico y etérico y uno, por su parte, debe percibir ese efecto en esos cuerpos. Observen la diferencia: Frente a un objeto de belleza nuestra percepción es doble. La belleza afecta a nuestros cuerpos físico y etérico, y también a nuestro yo y cuerpo astral; debemos armonizar interiormente ambas impresiones. Con respecto a la verdad, todo el efecto se produce en los cuerpos físico y etérico, y ese efecto debe percibirse interiormente. En el caso de la belleza, el efecto que tiene sobre los cuerpos físico y etérico permanece inconsciente; no se percibe. En cambio, en el caso de la verdad, el efecto que tiene sobre el yo y el cuerpo astral no se lleva a la conciencia, sino que vibra inconscientemente. Lo que debe ocurrir en este caso es que uno se dedique a la impresión causada en los cuerpos físico y etérico, y encuentre su reflejo en el yo y en el cuerpo astral. Así, en el caso de la verdad o la realidad, se tiene el mismo contenido en el yo y el cuerpo astral que en los cuerpos físico y etérico, mientras que en el caso de la belleza se tienen dos contenidos diferentes.

Así pues, la cuestión de la verdad está relacionada con el ser del hombre en la medida en que éste consta de los miembros más inferiores, los cuerpos físico y etérico. A través del cuerpo físico participamos únicamente en el mundo material externo, el mundo de la mera apariencia. A través del cuerpo etérico participamos únicamente de lo que resulta de su armonía con todo el cosmos. La verdad, la realidad, está anclada en el cuerpo etérico, y alguien que no reconozca la existencia del cuerpo etérico no puede responder a la pregunta ¿Dónde está establecida la verdad? Todo lo que puede responder es la pregunta ¿Dónde está establecido lo que los sentidos reflejan del mundo externo; dónde está el mundo de la apariencia? Lo que los sentidos reflejan en el cuerpo físico sólo se convierte en realidad plena, sólo se convierte en verdad, cuando es asimilado por el cuerpo etérico. Así pues, la pregunta relativa a la verdad sólo puede responderla quien reconozca el efecto total de los objetos externos sobre los cuerpos físico y etérico del hombre.
Si Franz Brentano hubiera querido responder a la pregunta ¿Qué es la verdad? se habría visto obligado a investigar el modo en que el ser humano se relaciona con el mundo entero a través de su cuerpo etérico. Eso no pudo hacerlo, ya que no reconocía su existencia. Todo lo que pudo encontrar fue la exigua respuesta que denominó "la evidencia". Explicar la verdad es explicar la relación del cuerpo etérico humano con el cosmos. Estamos conectados con el cosmos cuando expresamos la verdad. Por eso debemos seguir experimentando el cuerpo etérico durante varios días después de la muerte. Si no lo hiciéramos, perderíamos el sentido de la verdad, de la realidad del tiempo entre la muerte y el nuevo nacimiento. Vivimos en la tierra para fomentar nuestra unión con la verdad, con la realidad. Llevamos nuestra experiencia de la verdad con nosotros, por así decirlo, ya que vivimos durante varios días después de la muerte con el gran retablo del cuerpo etérico. A la pregunta "¿Qué es la verdad?" sólo se puede llegar investigando el cuerpo etérico humano.

La otra pregunta que Franz Brentano quería responder era ¿Qué es el bien? Del mismo modo que el objeto físico externo sólo puede convertirse en verdad o realidad para el hombre si actúa sobre sus cuerpos físico y etérico, lo que se convierte en impulso hacia el bien o el mal debe influir sobre el yo y el cuerpo astral del hombre. En el yo y en el cuerpo astral aún no se formula en concepto, en imagen mental; para que eso suceda debe reflejarse en los cuerpos físico y etérico. Sólo tenemos imágenes mentales del bien y del mal cuando lo que no tiene forma en el yo y en el cuerpo astral se refleja en los cuerpos físico y etérico. Sin embargo, lo que se expresa externamente como bueno o malo proviene de lo que ocurre en el yo y en el cuerpo astral. Alguien que no reconozca el yo y el cuerpo astral no puede saber nada acerca de dónde se activa en el hombre el impulso al bien o al mal. Todo lo que puede decir es que el bien es lo que se ama rectamente; pero el amor ocurre en el cuerpo astral. Sólo investigando lo que realmente ocurre en el cuerpo astral y en el yo es posible alcanzar una comprensión concreta del bien y del mal. En la etapa actual de la evolución, el yo sólo lleva a la expresión lo que vive en el cuerpo astral como instintos y emociones. Como ustedes saben, el yo humano todavía no está muy desarrollado. El cuerpo astral está más adelantado, pero el hombre es más consciente de lo que ocurre en su yo que de lo que es en su cuerpo astral. En consecuencia, el hombre no es muy consciente de los impulsos morales o, dicho de otro modo, no se beneficia de ellos a menos que los impulsos astrales entren en su conciencia. En lo que concierne al hombre de hoy, el impulso moral original y primordial está situado en su cuerpo astral, así como las fuerzas de la verdad están situadas en su cuerpo etérico. A través de su cuerpo astral el hombre está conectado con el mundo espiritual, y en ese mundo están los impulsos del bien. En el mundo espiritual también impera lo que para el hombre es el bien y el mal; pero sólo conocemos su reflejo en los cuerpos etérico y físico.

Así pues, sólo es posible alcanzar conceptos de verdad, bondad y belleza cuando se tienen en cuenta todos los miembros del ser humano. Para alcanzar un concepto de la verdad es necesario comprender el cuerpo etérico. A menos que uno sepa que en la experiencia de la belleza los cuerpos etérico y astral vibran distintivamente al unísono - el yo y el cuerpo físico también lo hacen, pero en menor grado - no puede ser comprendida. No se puede alcanzar un concepto adecuado del bien sin el conocimiento de que representa básicamente fuerzas activas en el cuerpo astral.
Así, Franz Brentano llegó realmente hasta el portal que conduce al conocimiento que buscaba. Sus respuestas parecen tan escasas porque sólo pueden entenderse correctamente si se relacionan con una visión de orden superior. Cuando dice de la verdad que debe iluminarse y hacerse directamente visible al ojo del alma, debería haber sido capaz de decir algo más; a saber, que para percibir correctamente la verdad hay que lograr apoderarse de ella independientemente del cuerpo físico. El cuerpo etérico debe desprenderse del cuerpo físico. Esto se debe a que la primera experiencia clarividente es la del pensar puro. Ustedes saben que siempre he sostenido la opinión, que todo verdadero científico del espíritu debe sostener, de que quien capta un pensamiento puro ya es clarividente. Sin embargo, el pensamiento ordinario del hombre no es un pensamiento puro, está lleno de imágenes mentales o de fantasía. Sólo en el cuerpo etérico puede captarse un pensamiento puro, en consecuencia quien lo hace es clarividente. Y para comprender la bondad hay que ser consciente de que es parte integrante de lo que vive en el cuerpo astral humano y en el yo.

Especialmente cuando hablaba del origen del bien, Franz Brentano tenía una manera ingeniosa de señalar cosas significativas; por ejemplo, que Aristóteles había dicho básicamente que sólo se puede dar lecciones de bondad a quienes ya son habitualmente buenos. Si esto fuera cierto, sería terrible, porque quien ya tiene el hábito de ser bueno no necesita lecciones sobre ello. No hay necesidad de instruirle en lo que ya posee. Además, si esas palabras de Aristóteles fueran ciertas, se deduce que lo contrario también es cierto, que a los que no tienen el hábito de ser buenos no les ayudaría oír hablar de ello. Todo discurso sobre la bondad carecería de sentido; los intentos de establecer una ética serían inútiles. Este es también un problema para el que no se puede encontrar una solución satisfactoria a menos que se busque a la luz de la ciencia espiritual.

En general, no puede decirse que nuestras acciones surjan de conceptos e ideas puros. Pero, como comprenderán quienes hayan estudiado La Filosofía de la Libertad, sólo puede decirse que una acción que brota de un concepto puro, de una idea pura, es una acción libre, una acción verdaderamente independiente. Nuestras acciones suelen basarse en instintos, pasiones o emociones, y rara vez, por no decir nunca, en conceptos puros. En el folleto La Educación del Niño a la Luz de la Ciencia Espiritual se dice más sobre estas cuestiones. También lo he desarrollado en otras conferencias.
En los dos primeros septenios de la vida -el primero dura hasta el cambio de dientes, aproximadamente hasta el séptimo año, y el segundo hasta la pubertad-, las acciones del ser humano están influidas principalmente por los instintos, las emociones y cosas similares. Hasta la pubertad no es capaz de asimilar pensamientos sobre el bien y el mal. Así que tenemos que admitir que Aristóteles tenía razón hasta cierto punto. Tenía razón en el sentido de que los instintos hacia el bien y el mal que ya están en nosotros durante los dos primeros periodos de la vida, hasta los 14 años, tienden a dominarnos durante toda la vida. Podemos modificarlos, suprimirlos, pero siguen ahí durante toda nuestra vida. La pregunta es: ¿ayuda el hecho de que con la pubertad empecemos a comprender los principios morales y seamos capaces de racionalizar nuestros instintos? Ayuda de una manera doble, y si ustedes tienen sensibilidad y sentido para estas cosas, pronto verán cuán esencial es que toda esta cuestión sea comprendida en nuestro tiempo.

Consideremos el siguiente ejemplo: Digamos que un ser humano ha heredado buenas tendencias, y hasta la edad de la pubertad las desarrolla hasta convertirlas en inclinaciones excelentes y nobles. Se convierte en lo que se llama una buena persona. De momento no quiero entrar en por qué se convierte en una buena persona, sino examinar aspectos más externos. Debemos visualizar a sus padres como personas buenas y bondadosas, y también a sus abuelos. Todo esto hace que desarrolle tendencias nobles y bondadosas, y que instintivamente haga lo que es correcto y bueno. Pero supongamos ahora que, una vez alcanzada la pubertad, no muestra ningún signo de querer racionalizar sus buenos instintos naturales; no tiene ninguna inclinación a pensar en ellos. La razón de esto la dejaremos de lado por el momento. Así, hasta los 14 años desarrolla buenos instintos, pero después no muestra ninguna inclinación a racionalizarlos. Tiene propensión a hacer el bien y casi ninguna a hacer el mal. Si se le llama la atención sobre el hecho de que ciertas acciones pueden ser buenas o malas, dirá: "Eso no me concierne". No le interesan las discusiones al respecto; no quiere elevar la cuestión a la esfera del intelecto. Cuando sea adulto, tendrá hijos -no importa que sean hombres o mujeres- y los hijos no heredarán sus buenos instintos si él no ha pensado en ellos. Los hijos no tardarán en mostrar inseguridad respecto a su vida instintiva. Esto es lo significativo.
Por tanto, una persona así puede llevarse bastante bien con sus propios instintos, pero si nunca se ha preocupado conscientemente por el bien y el mal, no transmitirá instintos eficaces a sus hijos. Es más, ya en su siguiente vida no traerá consigo ningún instinto decisivo sobre el bien y el mal. Es realmente como una planta que puede ser una hierba atractiva y excelente, pero si se impide que florezca no pueden surgir de ella más plantas. Como planta aislada puede ser útil, pero para que el futuro se beneficie de otras plantas, debe alcanzar las fases de flor y fruto. Del mismo modo, los instintos de un ser humano pueden, inalterados, servirle bastante bien en su propia vida, pero si los deja en el nivel de meros instintos, peca contra la posteridad tanto en el sentido físico como en el espiritual. Te darás cuenta de que se trata de asuntos de extrema importancia. Y, como ocurre con las demás cuestiones, sólo la ciencia espiritual puede iluminarnos al respecto.

En ciertos círculos puede muy bien sostenerse que la bondad se debe únicamente a los instintos; de hecho, eso puede incluso demostrarse. Pero quien quiera prescindir de la necesidad de una comprensión reflexiva de las cuestiones morales partiendo de esta base, es comparable a un agricultor que dice: cultivaré mis campos, pero no veo ningún sentido en retener granos para la siembra del próximo año; ¿por qué no dejar que toda la cosecha se utilice como alimento? Ningún agricultor habla así porque en este ámbito el vínculo entre pasado y futuro es demasiado evidente. Desgraciadamente, en lo que respecta a las cuestiones espirituales, a la propia evolución del hombre, la gente sí habla así. En este campo surgen continuamente grandes ideas erróneas porque la gente no está dispuesta a considerar una cuestión desde muchos aspectos. Llegan a un punto de vista unilateral e ignoran todos los demás. Naturalmente, se puede demostrar que los buenos impulsos se basan en el instinto. Eso no se discute, pero hay otros aspectos de la cuestión. Los impulsos para el bien son instintos activos en el yo y en el cuerpo astral; como tales, son fuerzas que actúan a través de la vida anterior. Por consiguiente, no se puede, sin conocimiento espiritual, llegar a ninguna comprensión sobre la manera en que las vidas humanas están ligadas entre sí, ni ahora ni en el curso de la evolución del hombre.

Si pasamos ahora de estos aspectos más elementales a algunos de un nivel superior, podemos considerar lo siguiente: En promedio, las personas que viven hoy se encuentran en su segunda encarnación desde que comenzó la cronología cristiana. En su primera vida fue suficiente que recibieran el impulso Crístico de su entorno inmediato, de cualquier forma posible. En su encarnación actual, o segunda, eso ya no es suficiente; por eso las personas están perdiendo gradualmente el impulso Crístico. Si las personas que viven ahora regresaran en su próxima encarnación sin haber recibido de nuevo el impulso Crístico, lo habrían perdido por completo. Por eso es esencial que el impulso de Cristo encuentre entrada en las almas humanas en la forma presentada por la ciencia espiritual. La ciencia espiritual no tiene que recurrir a pruebas históricas, sino que es capaz de relacionar el impulso Crístico directamente con el tipo de cuestiones que debatimos continuamente en nuestros círculos. Esto le permite conectarse con el alma humana de forma que garantice su continuidad en épocas futuras, cuando las almas vuelvan a encarnar. Ahora estamos demasiado lejos del acontecimiento histórico para absorber el impulso Crístico como lo hicimos en nuestra primera encarnación después del acontecimiento Crístico. Por eso estamos atravesando no sólo una crisis externa, sino también una crisis interna con respecto al impulso Crístico. Las tradiciones ya no bastan. Son honestos los que dicen que no hay pruebas del Cristo histórico. Pero el conocimiento espiritual permite al hombre descubrir de nuevo el impulso Crístico como una realidad viva en la evolución humana. El curso de los acontecimientos externos muestra la necesidad de que el impulso Crístico surja de nuevo sobre la base de la ciencia espiritual.
Hemos sido testigos de cómo muchos ideales sobre los que la gente ha construido su vida durante siglos han naufragado en los últimos tres años. * Todos sufrimos, sobre todo cuanto más conscientes somos de todo lo que se ha padecido estos tres últimos años. Si nos preguntamos: ¿Qué es lo que ha sufrido el mayor naufragio? sólo hay una respuesta: El cristianismo. Por extraño que pueda parecer a muchos, la mayor pérdida la ha sufrido el cristianismo. Dondequiera que se mire se ve una negación del cristianismo. La mayoría de las cosas que se hacen son una burla directa del cristianismo, aunque falta el valor para admitir este hecho. Por ejemplo, una opinión muy extendida hoy en día es que cada nación debe gestionar sus propios asuntos. Esto es defendido por la mayoría de la gente, de hecho por la mayor y más valiosa parte de la humanidad. ¿Puede decirse que es una opinión cristiana? No diré nada sobre su justificación o no, sino simplemente si la idea es cristiana o no. ¿Y es cristiana? Rotundamente no. Un punto de vista basado en el cristianismo sería que las naciones deberían llegar a un acuerdo a través de la comprensión mutua de los seres humanos. Nada podría ser más anticristiano que lo que se dice sobre la supuesta libertad, la supuesta independencia -que en cualquier caso es irrealizable- de las naciones individuales. El cristianismo significa comprender a los hombres de toda la tierra. Significa comprender incluso a los seres humanos que se encuentran en reinos distintos de la tierra. Sin embargo, desde el Misterio del Gólgota, ni siquiera las personas que se llaman cristianas han sido capaces de ponerse de acuerdo entre sí, ni siquiera superficialmente. Y eso es un golpe terrible, sobre todo en lo que se refiere al sentimiento y a la comprensión del cristianismo. Esta carencia ha conducido a incidentes grotescos como el que he mencionado, de alguien hablando de religión alemana, de piedad alemana, que tiene tanto sentido como hablar de un sol alemán o de una luna alemana.

En realidad, estas cosas están relacionadas con ideas erróneas de gran alcance sobre asuntos sociales. He hablado del hecho de que hoy en día no existe un concepto adecuado de Estado. Cuando personas que deberían saber discuten sobre lo que es o debería ser un Estado, hablan de él como si fuera un organismo en el que los seres humanos son las células. Que se puedan hacer tales comparaciones demuestra lo poco que se entiende realmente. Como he señalado a menudo, lo que falta, lo que necesitamos más que ninguna otra cosa, son conceptos y puntos de vista reales y concretos, conceptos que penetren en la realidad de las cosas. El caos que nos rodea se debe a que vivimos en abstracciones, en conceptos y puntos de vista ajenos a la realidad. ¿Cómo puede ser de otro modo si estamos tan alejados del aspecto espiritual de la realidad que lo negamos por completo? Sólo se alcanzarán verdaderos conceptos de la realidad cuando se reconozca el espíritu entretejido en toda su vida.

Hubo algo trágico en el destino de Franz Brentano hasta su muerte - trágico, porque tenía un sentimiento de la dirección que debía tomar el esfuerzo espiritual del hombre moderno. Sin embargo, si se le hubiera presentado la ciencia espiritual, la habría rechazado, del mismo modo que rechazó las obras de Plotino como una completa locura, como algo totalmente acientífico. Hay, por supuesto, muchos en la misma situación; el vuelo de su espíritu se ve inhibido por el hecho de que viven en cuerpos físicos pertenecientes a finales del siglo XIX y principios del XX. Esto provoca la crisis que debemos superar. Estas cosas tienen, por supuesto, su lado positivo; superar algo es hacerse más fuerte.
Hasta que no se comprendan y apliquen los conceptos concretos de la ciencia espiritual, no podrán hacerse las cosas necesarias para una revisión completa de nuestra comprensión del derecho y de la moral, de las cuestiones sociales y políticas. Son precisamente espíritus como el de Brentano los que ponen de manifiesto que toda la cuestión de la jurisprudencia pende de un hilo. Sin conocer el aspecto suprasensible del ser humano, como por ejemplo la naturaleza del cuerpo astral, es imposible decir qué es el derecho o qué es la moral. Eso se aplica también a la religión y a la política. Si se aplican ideas erróneas y poco realistas a la realidad externa y material, pronto se ponen de manifiesto sus defectos. Nadie toleraría puentes que se derrumban porque el ingeniero basó sus construcciones en conceptos erróneos. En la esfera de la moral, en cuestiones sociales o políticas, los conceptos erróneos no se detectan tan fácilmente, y cuando se descubren, la gente no reconoce la conexión. En este momento estamos sufriendo las secuelas de ideas erróneas, pero ¿la gente ve la conexión? Están muy lejos de hacerlo. Y ese es el aspecto más doloroso de presenciar estos tiempos difíciles. Cada momento parece desperdiciado a menos que se dedique a las dificultades; al mismo tiempo, uno llega a darse cuenta de lo poco inclinada que está la gente hoy en día a entrar en la realidad de la situación. Sin embargo, a menos que uno se preocupe por las cosas que realmente importan, no se encontrará ningún remedio. Es esencial reconocer que existe una conexión entre los acontecimientos que tienen lugar ahora y los conceptos y puntos de vista irreales que la humanidad ha cultivado durante tanto tiempo. Vivimos tiempos tan caóticos porque durante siglos los conceptos de vida espiritual que actuaban en los asuntos sociales han sido tan irreales como los de un ingeniero que construye puentes que se derrumban. Ojalá la gente desarrollara un sentimiento de lo esencial que es, cuando se trata de asuntos sociales o políticos, de hecho de todos los aspectos de la vida cultural, encontrar conceptos verdaderos, ¡conceptos impregnados de realidad! Si simplemente continuamos con la misma jurisprudencia, las mismas ciencias sociales, la misma política, y llenamos las almas humanas con los mismos puntos de vista religiosos habituales antes del año 1914, entonces no se logrará nada significativo ni valioso. A menos que se cambie completamente el enfoque de todas estas cosas, pronto será evidente que no se está haciendo ningún progreso. Lo que es tan necesario, lo que debe surgir es la voluntad de aprender de nuevo, de ajustar las propias ideas, pero eso es lo que hay tan poca inclinación a hacer.
Deben considerar todo lo que he dicho sobre Franz Brentano como una expresión de mi genuina admiración por esta personalidad excepcional. Este tipo de personas demuestran lo mucho que hay que luchar, sobre todo cuando se trata de un impulso que ha de trasladarse al futuro de la humanidad. Franz Brentano es una personalidad extremadamente interesante, pero no logró el tipo de conceptos, ideas, sentimientos o impulsos que funcionan a través de las edades futuras. Sin embargo, es interesante que pocas semanas antes de su muerte asegurara que lograría demostrar que Dios existe. Ese era el objetivo de su esfuerzo científico de toda la vida. Brentano no lo habría conseguido, pues para probar la existencia de Dios habría necesitado la ciencia espiritual.

Antes del Misterio del Gólgota, antes de que la edad de la humanidad hubiera retrocedido hasta los 33 años, todavía era posible demostrar que Dios existe. Desde entonces, la edad de la humanidad ha bajado a 32, luego a 31, más tarde a 30 y ahora a 27 años. El hombre ya no puede demostrar la existencia de Dios con sus facultades mentales ordinarias, sino sólo con el conocimiento espiritual. Decir que la ciencia espiritual es una necesidad absoluta no puede compararse con un movimiento que defiende sus políticas. La necesidad de la ciencia espiritual es un hecho objetivo de la evolución humana.

Hoy quería llamar su atención una vez más sobre la necesidad absoluta de la ciencia espiritual y las cuestiones filosóficas relacionadas. Sin embargo, sólo será provechoso si ustedes están dispuestos a entrar en tales cuestiones. Lo que la humanidad necesita urgentemente en la actualidad es la capacidad de entrar en conceptos e ideas exactas y claras. Si quieren perseguir la ciencia del espíritu, la antroposofía, la teosofía -llámenla como quieran- sólo con los conceptos confusos y poco claros con los que tanto se persigue hoy en día, entonces podrán recorrer un largo camino para satisfacer anhelos egoístas, gratificar deseos personales. Sin embargo, no se esforzará en la forma que exigen los difíciles tiempos actuales. Lo que uno debe esforzarse, especialmente en lo que se refiere a la ciencia espiritual, es colaborar, particularmente en el sentido espiritual, para lograr lo que la humanidad más necesita. Siempre que sea posible, dirijan sus pensamientos, con toda la fuerza de que sean capaces, a la pregunta: ¿Qué es lo que más necesitan los seres humanos, cuáles son los pensamientos que deberían prevalecer entre los hombres para lograr la mejora y poner fin al caos? No digan que otros, mejor cualificados, lo harán. Los más capacitados son los que se apoyan en los firmes cimientos de la ciencia del espíritu. Lo que debe ocuparnos más que nada es cómo se pueden crear las condiciones para que los seres humanos puedan vivir juntos de manera civilizada.

Hablaremos de ello más adelante.

Traducido por J.Luelmo ene.2023











*   NdT En alusión a la I guerra mundial (1914-1918)


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919