GA061 Berlín 23 de noviembre de 1911 la historia de la humanidad las profundidades ocultas de la vida del alma.

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HISTORIA DE LA HUMANIDAD

 A LA LUZ DE LA INVESTIGACIÓN ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Berlín 23 de noviembre de 1911


5ª conferencia: Las profundidades ocultas de la vida del alma .

Cuando se produce un terremoto en alguna parte del mundo y la gente siente que la tierra se agita bajo sus pies, por regla general experimenta un sentimiento de terror, un escalofrío le recorre.

Si tratamos de encontrar las causas de este sentimiento de terror, debemos dirigir nuestra atención no sólo a aquellas ocasiones en las que la persona se enfrenta a lo desconocido, inesperado e inexplicable, sino también a aquellas en las que el terror surge porque mientras dura el temblor se pregunta hasta dónde llegará y qué puede surgir todavía de profundidades desconocidas.

Este sentimiento, aunque no siempre se perciba así en la vida ordinaria, a menudo se puede sentir incluso en relación con lo que descansa en las profundidades de la vida del alma frente a toda la existencia consciente, toda la imaginación y el sentimiento conscientes, y lo que a veces se produce como un terremoto desde las profundidades ocultas de nuestra alma. Lo que se juega en pulsiones, deseos, pero también en inexplicables estados de ánimo e inhibiciones del ser, lo que a menudo interviene en nuestra vida consciente de forma tan destructiva como un terremoto, el ser humano se enfrentará casi siempre a una expectativa indefinida, por mucho que crea conocerse a sí mismo:  ¿Qué otra cosa podrá sonar desde los subterráneos de mi alma? - Pues el ser humano que penetra un poco más en su ser, pronto se da cuenta de que, en realidad, toda la vida imaginativa que tiene lugar en la conciencia, especialmente la que controla desde el momento de la vigilia hasta el momento de quedarse dormido, - es algo así como las olas que ondean en la superficie del mar, pero que al principio deben retroceder la fuerza de su esfuerzo ascendente, incluso la forma en que juegan su juego, a profundidades desconocidas para la percepción ordinaria* Tal es el caso de la vida imaginativa humana.

Sólo esto debería ser motivo de preocupación para aquellos que una y otra vez, desde lo que llaman ciencia empírica externa, plantean objeciones a las representaciones que se dan aquí en estas conferencias desde la ciencia espiritual. Si la espiritualidad Si la ciencia espiritual se ve obligada a no ver en el hombre un ser tan simple como el que tantas veces se quiere ver, entonces esta complejidad de la naturaleza humana podría ser dada como prueba externa por la vida misma. Esta complejidad de la naturaleza humana, de la que el hombre puede ser consciente cada día, podría servir de evidencia externa.

La ciencia espiritual no sólo debe pensar en el ser humano como si estuviera compuesto por lo que primero ve el ojo exterior, o por lo que la ciencia anatómica y fisiológica exterior puede percibir y diseccionar en el ser humano, y que puede ser controlado por los métodos científicos, sino que la ciencia espiritual debe contrastar todo lo que puede determinarse y controlarse de ese modo por la percepción y la ciencia exterior, es decir, el cuerpo físico del ser humano, con sus miembros superiores, suprasensibles. A este respecto, hay que decir que sólo pueden percibirse a través de los conocimientos que ya se han esbozado aquí en la conferencia sobre "La muerte y la inmortalidad" y en otras, y de los que se hará mención en las conferencias siguientes. La Ciencia Espiritual, a partir de sus observaciones directas de los resultados de las investigaciones que no pueden obtenerse en el mundo de los sentidos, sino que sólo son accesibles a la conciencia clarividente, que puede llamarse por derecho, debe oponer el cuerpo físico visible exterior -no hay que ofenderse por una palabra que, como las demás, sólo sirve para designarlo- a lo que puede llamarse cuerpo etérico o cuerpo vital como el miembro suprasensible más próximo del ser humano.

Y si la ciencia espiritual se basa estrictamente en la ciencia externa de que en el cuerpo físico del ser humano se encuentran tales fuerzas y sustancias que también están presentes en su entorno físico y son tan eficaces en este cuerpo físico como en el entorno físico, la ciencia espiritual también debe subrayar que la propia eficacia de estas fuerzas y sustancias físicas sólo aparece realmente en este cuerpo humano físico, Durante todo el tiempo de vida que el hombre pasa en el mundo físico, estas fuerzas y sustancias están delimitadas por las fuerzas superiores del cuerpo etérico o vital, que es, por así decirlo, el luchador contra la desintegración de las fuerzas y sustancias físicas, desintegración que se produce inmediatamente cuando, en el momento de la muerte, el cuerpo etérico se desprende del cuerpo físico del hombre. Como pronto podremos convencernos en la consideración de hoy, no es en absoluto una paradoja en relación con la experiencia verdadera y completa de la vida hablar de tal cuerpo superior del hombre en relación con el cuerpo físico, pues en la vida las divisiones son aparentes en todas partes, la doblez del hombre es aparente en todas partes, en la medida en que tiene este cuerpo físico, que contiene todo lo que tiene el otro entorno físico, y en la medida en que este cuerpo físico está entrelazado con el cuerpo etérico o cuerpo vital.

Pero la ciencia espiritual debe señalar que todo lo que desempeña su papel en nuestra vida consciente debe distinguirse claramente de todas las actividades y fuerzas presentes incluso cuando la conciencia se extingue, como ocurre normalmente en el sueño. Pues sería lógicamente absurdo pretender que todos nuestros instintos, deseos e ideas diurnos, en su vida anímica pulsante, surjan cuando nos despertamos, pero se desvanezcan, sin dejar rastro, cuando nos dormimos. Cuando un hombre está dormido lo que vemos pertenece al cuerpo físico y a la actividad del mundo físico. Esto significa que cuando el hombre se acuesta en su cama tenemos los cuerpos físico y etérico para nosotros, pero fuertemente divididos de lo que ahora llamaremos el cuerpo astral - el vehículo real de nuestra conciencia.

En lo que respecta a este vehículo de nuestra conciencia, si realmente queremos comprender nuestra vida anímica, debemos volver a distinguir claramente entre lo que siempre vive en nosotros y está sujeto a nuestro pensamiento interior y a las decisiones tomadas por nuestra voluntad, y por otro lado lo que puede decirse que surge de niveles anímicos más profundos, y es responsable de nuestro temperamento, el colorido y el carácter de nuestra vida anímica, aunque esté fuera de nuestro control. De nuestra conciencia normal debemos distinguir todo lo que llena nuestra alma en un sentido más amplio, como aquellas cosas que poseemos desde la más tierna infancia hasta el final de nuestros días, lo que nos hace talentosos o no, buenos o malos, lo que nos hace sensibles a la estética y a la belleza, pero que no tiene relación con lo que pensamos, sentimos o queremos conscientemente. Al hablar el lenguaje de la ciencia espiritual distinguimos primero dos partes de nuestra vida anímica: una que forma una vida anímica extendida, o subconsciente (como se la llama ahora, ya no es posible negar su existencia), y la otra, nuestra vida consciente que desempeña su papel en todos nuestros pensamientos, impulsos de voluntad, gustos y opiniones.

Sea cual sea la opinión que se tenga sobre la necesidad de hacer esta división, si consideramos la vida a la luz de la experiencia, estamos obligados a admitir que demuestra que debemos empezar por distinguir estas cuatro partes del hombre. Examinando sin prejuicios lo que en todos los lados de la vida se presenta, se encuentra en todas partes la prueba de lo que la ciencia espiritual declara. Esto es especialmente evidente cuando uno examina la evidencia más detallada que la ciencia espiritual ofrece. Se encuentra, en primer lugar, que este conocimiento no sólo nos habla de las fuerzas etéricas que actúan en el organismo, dando forma a este cuerpo que lleva nuestra alma en una estructura puramente física, sino que nos dice además que todo lo que consideramos como memoria está anclado en el cuerpo etérico. Pues no es el cuerpo astral sino el etérico el que lleva nuestra memoria, y este etérico, aunque no esté estrechamente unido a la vida del alma, está estrechamente unido al cuerpo físico que, por regla general, permanece unido a él cuando, como normalmente ocurre sólo en el sueño, el hombre se hunde en la subconsciencia. Así pues, según la ciencia espiritual, la memoria y todo lo que hay en nuestras profundidades de lo que no somos plenamente conscientes, debe buscarse en el cuerpo físico subyacente etérico. Para justificar la consideración de lo etérico como vehículo de la memoria, aparte de lo físico, debemos admitir que la vida cotidiana tiene que ofrecernos pruebas de la independencia de la memoria respecto al cuerpo físico.

Si estas suposiciones de la ciencia espiritual son correctas, ¿Cómo explicamos nuestra relación con el mundo exterior, y cómo registra nuestro yo las impresiones conscientes que este mundo exterior produce en nuestra alma?

Con respecto a todo esto, nosotros, como hombres pertenecientes al mundo físico, debemos depender en primer lugar de nuestros órganos de los sentidos y de nuestra inteligencia ligada al instrumento del cerebro. Por tanto, podemos decir que todo lo que pertenece a la cosmovisión del hombre, la suma de todo lo que vive en su conciencia diaria, depende del cuerpo físico y de su estado de salud, pero sobre todo de unos órganos de los sentidos normales y bien formados y de un cerebro bien desarrollado. ¿Estamos justificados al decir que lo que yace en las profundidades del alma y sólo puede reflejarse en la memoria, no está ligado al organismo exterior en el mismo grado que la conciencia diaria, sino que vive bajo el umbral de todo lo que se relaciona con los sentidos y el cerebro? ¿Tenemos razones para hablar de una memoria independiente? Si esto es así, tendríamos algún derecho a decir que lo etérico dentro del cuerpo físico también tiene una existencia independiente, y que no se ve afectada por las lesiones externas que sufre el organismo corporal. Una pregunta interesante que podemos plantear es si el curso normal de la conciencia, dependiente de un cerebro bien desarrollado, corre paralelo al de la memoria, o ésta funciona por separado, de modo que cuando el cuerpo físico deja de actuar como vehículo de percepción, la memoria se muestra independiente. Pidamos a la vida que responda a nuestra pregunta. Descubriremos entonces un hecho notable, que cualquiera puede comprobar, pues se encuentra en la literatura. Pues todas nuestras preguntas sobre los hechos dependientes de la conciencia clarividente pueden ser respondidas viendo si son verificadas por la vida misma.

Una personalidad cuyo trágico destino es conocido por todos puede servir de ejemplo: Frederick Nietzsche. Cuando ya se acercaba el desastre final, y Nietzsche ya había experimentado repentinos ataques de locura, su amigo Overbeck (antiguo profesor en Basilea, fallecido hace unos años) lo trajo de Turín y lo llevó a Basilea en circunstancias muy difíciles. El interesante libro de Bernoulli relata lo siguiente. Me saltaré los episodios aislados del viaje de Turín a Basilea y me limitaré a ver lo que le llamó la atención a Overbeck tras regresar con Nietzsche a Basilea. Nietzsche no tenía ningún interés especial en lo que ocurría a su alrededor, ni en nada relacionado con la esfera de la conciencia normal. Apenas se daba cuenta, ni aplicaba ningún esfuerzo de voluntad hacia nada de lo que ocurría. No le costaba nada dejarse llevar a una residencia de ancianos donde se encontró con un viejo conocido que resultó ser el director. Cuando Nietzsche, que había perdido todo interés por el mundo exterior, escuchó el nombre de este hombre, algo surgió y, para gran sorpresa de su amigo Overbeck, ¡continuó inmediatamente con la conversación que había mantenido con este médico muchos años antes! Retomó el asunto exactamente donde lo había dejado siete años antes - tan exactamente funcionaba la memoria; mientras que los instrumentos para la percepción exterior - el cerebro, la razón y la conciencia normal - habían sido destruidos, haciéndole así indiferente y desatento a lo que hubiera percibido si su conciencia fuera normal. Esto muestra palpablemente cómo aquello a lo que ahora debemos conceder cierta independencia, continúa su función a pesar de un organismo dañado. Pero iremos más allá. Un experimento tan claramente mostrado por la propia naturaleza nos permite ver cómo se encuentran las cosas cuando hacemos un uso exhaustivo de nuestros poderes de observación. Cuando Nietzsche fue llevado más tarde a Jena, y visitado allí por Overbeck y otros, se hizo evidente también allí que sólo podían hablar cosas que él había experimentado en el pasado, y nada que desempeñara algún papel en su entorno inmediato que sólo pudiera haber sido observado por la parte de él dependiente del cuerpo físico. Por otra parte, la actividad independiente del cuerpo etérico, el vehículo de la memoria, era muy evidente. Y se podrían citar innumerables ejemplos de este tipo. Es cierto que un pensador completamente materialista puede decir que ciertas partes del cerebro han permanecido intactas y que son las que llevan la memoria; pero quien sea de esta opinión se dará cuenta de que no es válida cuando se enfrenta al hecho real y adopta una visión desprejuiciada de la vida cotidiana. Así pues, frente al cuerpo físico se encuentra el cuerpo etérico o vital, que la ciencia espiritual nos muestra que es también el vehículo de la memoria.

Al considerar al hombre desde otro aspecto, el de su vida interior, vemos cómo es consciente a diario de las oleadas que surgen de profundidades desconocidas, de las que no es tan consciente como de su pensar, sentir y querer. Entre las cosas que señalan el modo en que estas regiones inferiores afectan a nuestra alma y a nuestra vida consciente -pues esta alma se extiende más allá de la conciencia ordinaria- se encuentra algo a lo que ya he aludido, algo muy importante que la gente debe comprender: la vida de los sueños. Los sueños que suben y bajan en formas caóticas carecen aparentemente de toda ley y orden, pero siguen un sutil patrón interno propio y, aunque están fuera del control del hombre, desempeñan su papel en las regiones subconscientes del alma y entran en contacto con las regiones superiores. En estas conferencias no pretendo hacer nuestras afirmaciones arbitrarias, sino sólo aquellas que tomé prestadas, como en la ciencia natural, de la vida, de la experiencia, o basadas en los hallazgos de la ciencia espiritual. En círculos más amplios apenas se sabe que existe una ciencia de los sueños del mismo modo que una de la física y la química, pero ésta ha revelado mucho sobre lo que se oculta en las profundidades de la vida anímica. Comenzaremos relatando un sueño bastante simple, que probablemente al principio parecerá absurdo, pero que caracteriza lo que intenta llegar a las profundidades ocultas del alma.

Una campesina soñó una vez que se dirigía a la iglesia del pueblo. Soñó claramente que llegaba al pueblo, entraba en la iglesia y que el párroco estaba de pie en el púlpito predicando. Oyó su sermón con toda claridad. Le pareció maravillosa la forma ferviente y sincera en que predicaba. Le impresionó especialmente la forma en que el predicador extendía las manos. Este gesto indefinido, que afecta a muchas personas más que uno definido, impresionó profundamente a esta mujer. Entonces ocurrió algo extraordinario. Tanto la figura como la voz del predicador se transformaron, y, después de pasar por varias frases intermedias, no quedó nada en el sueño de las bellas palabras del párroco. Su voz se había convertido en el canto de un gallo y él en un gallo con alas. La mujer se despertó y un gallo cantaba frente a su ventana.

Si examinamos todo esto, encontraremos que este sueño tiene mucho que mostrarnos. En primer lugar, nos indica que al dilucidar un sueño no podemos contar con la idea ordinaria del tiempo. La misma idea del tiempo que se expresa al mirar hacia atrás en nuestra vida de vigilia ya no es válida en lo que respecta a los sueños. Sin duda, el tiempo le parecía largo a la soñadora cuando soñaba que iba a la ciudad paso a paso, entraba en la iglesia, veía al predicador subir al púlpito, escuchaba el sermón, etc. En el mundo físico todo esto habría llevado algún tiempo. Por supuesto, el gallo no cantó durante tanto tiempo, pero la despertó. Ahora bien, lo que el canto del gallo despertó en el alma de la mujer se corresponde con el transcurso hacia atrás de las imágenes del sueño. Ella mira hacia atrás a un mundo que cree haber vivido y que está lleno de imágenes tomadas de la vida cotidiana. Pero la ocasión fue provocada exteriormente por el canto del gallo que duró muy poco tiempo. Por lo tanto, si adoptamos una visión externa del asunto, el tiempo necesario para la experiencia interior de la mujer sería bastante breve en relación con lo que parecía en el sueño. Ahora bien, cuando la ciencia espiritual nos informa de que, desde que se duerme hasta que se despierta, el hombre está ausente de sus cuerpos físico y etérico, y se encuentra en su cuerpo astral y en su yo, en un mundo suprasensible invisible para el ojo exterior, debemos comprender que el canto del gallo ha sacado a la mujer de esta vida suprasensible. Sería un error que el hombre pensara que experimenta menos en el mundo que habita entre el sueño y la vigilia que en el mundo físico, sólo que estas experiencias son de naturaleza puramente anímica. Cuando la mujer es despertada, el canto del gallo interviene en su despertar, y mira hacia atrás en su experiencia. Ahora no debemos considerar las imágenes y todas las ilusiones del sueño como lo que realmente experimentó en el sueño. Debemos darnos cuenta -de lo contrario, no captaremos el verdadero fenómeno del sueño- de que la mujer no puede ver realmente las experiencias que ha tenido antes de despertar. Pero cuando se acerca el momento de la vigilia, el impacto del sueño en la vida de la vigilia indica que no ha experimentado lo que realmente era: algo que la induce a insertar en la vida del sueño imágenes simbólicas tomadas de la vida cotidiana. Es como si la mujer fusionara lo que ve cada día cuando está despierta en imágenes que ocultan su experiencia real en el sueño. Por esta razón, la secuencia temporal no aparece como realmente transcurre; pero estas imágenes dibujadas sobre su vida de sueño como una cortina parecían tardar tanto en desplegarse como si hubieran sido percepciones físicas. Así pues, debemos decir que las imágenes oníricas son, en muchos aspectos, una cobertura o velo más que una revelación de lo que una persona experimenta en el sueño. Es importante señalar que el sueño -a través de las imágenes que el hombre coloca sobre su vida en el sueño- es en sí mismo una realidad, pero no un verdadero reflejo, y simplemente señala el hecho de que algo ha sido experimentado en el sueño. - Prueba de ello es que estos sueños son diferentes según lo que habita en el alma del hombre. Quien está atormentado por una mala conciencia o preocupado por algún suceso durante el día, tendrá sueños muy diferentes de quien al llegar al mundo espiritual en su sueño puede entregarse a la paz y a la beatitud a través de las cuales la vida adquiere sentido. La calidad de la experiencia, y no la experiencia en sí, revela que se trata de algo que ocurre en las profundidades ocultas del alma. El sueño se convierte en un revelador particularmente bueno cuando aparece de la siguiente manera. Ahora consideraremos los sueños de este tipo; ya me he referido a ellos en otras ocasiones. En el caso de cierto hombre, este sueño, evocado por un acontecimiento de su juventud, se repetía periódicamente.

Ya de niño había demostrado cierto talento para el dibujo, por lo que, cuando estaba a punto de dejar la escuela, su profesor le encomendó la tarea de dibujar algo especialmente difícil. Mientras que normalmente el niño podía copiar varios dibujos en poco tiempo, debido a la minuciosidad y exactitud que exigía éste, no pudo completarlo durante el año. Así, cuando se acercaba el momento de dejar la escuela, quedaba mucho por hacer y sólo había terminado una parte relativamente pequeña del trabajo. Hay que comprender que el estudiante, al saber que no iba a terminar, sufrió una buena dosis de ansiedad y miedo. Pero la ansiedad que sintió en ese momento no era nada comparada con la que se repetía a intervalos regulares después de varios años. Después de haberse librado del sueño durante varios años, el hombre volvía a soñar que era un escolar, que no podía terminar su dibujo, y volvía a experimentar la misma ansiedad. Esta sensación se elevaba a un tono muy alto, y una vez que se había vuelto a producir se repetía a lo largo de la semana. Luego desaparecía durante años, pero volvía de nuevo, se repetía durante una semana, luego volvía a desaparecer, y así sucesivamente.

Sólo se comprende ese sueño si se tiene en cuenta el resto de la vida del hombre. De niño, pues, tenía su don para el dibujo y éste se desarrollaba por etapas. La observación cuidadosa reveló que su habilidad siempre aumentaba después del sueño que anunciaba la mejora de su dibujo. Era capaz de lograr más. Por lo tanto, podemos decir que después del sueño el hombre se sentía lleno de una mayor capacidad para expresarse en su dibujo. Esto es algo extraordinariamente interesante que puede desempeñar un papel en el mundo de la realidad del hombre. Ahora bien, ¿qué luz puede arrojar la ciencia espiritual sobre tal experiencia? Si recordamos lo que se ha dicho en las últimas conferencias, a saber, que en el hombre vive el núcleo suprasensible de su ser, que no sólo organiza continuamente sus fuerzas interiores, sino que también da forma a su fisonomía, y observamos que este núcleo es una entidad suprasensible que es la base del hombre, debemos decir: Este núcleo central trabaja toda su vida en el organismo del hombre permitiéndole seguir desarrollando nuevas facultades relacionadas con sus realizaciones exteriores. Este núcleo central trabaja en el organismo físico de tal manera que va aumentando la captación de la forma por parte del hombre, dándole las facultades necesarias para mirar las cosas como un dibujante y expresar lo que ve en las formas. El núcleo central del ser del hombre trabaja en su cuerpo. Ahora bien, mientras su actividad fluya hacia el cuerpo, no podrá elevarse a la conciencia. Todas las fuerzas desembocan en la transformación del cuerpo y luego aparecen como facultades, en este caso la facultad de dibujar. Sólo cuando se ha alcanzado una determinada etapa y el hombre está maduro para llevar esta transformación a su conciencia, permitiéndole ejercitar sus facultades recién ganadas, en el momento en que este núcleo central se eleva a la conciencia, es capaz de conocer lo que sucede y actúa en las profundidades ocultas de su alma. Pero en este caso tenemos una transición. Mientras el hombre permanece inconsciente de que el núcleo central está trabajando en su facultad de dibujar, no siendo visible ningún progreso, todo permanece oculto en las profundidades de su alma. Pero cuando llega el momento de que este núcleo central se eleve a la conciencia, esto se afirma a través de un sueño particular. Se reviste de esta forma para anunciar que el núcleo central ha llegado a una determinada conclusión con las facultades en cuestión. El sueño demuestra cada vez que se ha logrado algo. Hasta que aparece el sueño, las fuerzas del alma han estado trabajando en las profundidades ocultas del cuerpo para producir gradualmente las facultades en forma cristalizada. Pero una vez alcanzada esta etapa, y estando el cuerpo preparado para la facultad, se produce una transición. Al principio no entra en la conciencia, sino que pasa a la semiconsciencia del sueño. Por medio del sueño, la parte oculta de la vida anímica se abre paso hasta el nivel de la conciencia. Por lo tanto, esta facultad siempre se ve reforzada después de ser expresada simbólicamente en el sueño.

Vemos pues, cómo este núcleo central del ser del hombre trabaja tanto en las organizaciones físicas como en las suprasensibles. Después, cuando el hombre lo ha elevado a un cierto nivel de conciencia, su tarea se completa, y tras expresarse en un sueño su actividad se transforma en fuerzas evidentes en la vida consciente. Lo que está por debajo, se corresponde así con lo que desempeña su papel por encima en la conciencia, por lo que vemos por qué mucho no puede encontrar su camino allí, siendo todavía necesario primero para formar los órganos que producirán las facultades destinadas al uso consciente. Así vemos cómo toda la vida está abierta a la observación y cómo el núcleo central del ser del hombre actúa sobre su organismo. Cuando en la infancia el hombre se desarrolla gradualmente desde el interior hacia el exterior, este mismo núcleo interno que más tarde sigue trabajando en él funciona antes del advenimiento de la conciencia del yo hasta el momento en que puede rastrearse el primer recuerdo. Todo el ser humano está involucrado en una continua auto-transformación. A veces, el hombre ignora lo que experimenta su alma y, sin embargo, ésta actúa de forma creativa en él; otras veces, esta actividad creativa se interrumpe y entonces se eleva a la conciencia. De este modo, nuestras esferas superiores de conciencia se relacionan con lo que hay en la subconsciencia, en las profundidades ocultas del alma. Estas profundidades ocultas a menudo hablan un lenguaje muy diferente y contienen una sabiduría mucho mayor de la que el hombre plenamente consciente es consciente. Que la conciencia humana no puede ser considerada como el equivalente de lo que llamamos la inteligencia de las cosas, que parece reflejar la conciencia humana, puede deducirse del hecho de que la actividad racional, el gobierno de la razón, se encuentra también allí donde no podemos admitir que la luz de la razón actúe de la misma manera que en el hombre. A este respecto, si comparamos al hombre con los animales, encontramos que la superioridad del hombre no consiste en sus acciones racionales, sino en la luz que su subconsciencia arroja sobre ellas. En el caso de los castores y sus construcciones, y también de las avispas, vemos que la inteligencia gobierna las actuaciones de los animales. De este modo, podemos examinar toda la gama de actividades de los animales. Vemos que aquí rige fundamentalmente la misma inteligencia que el hombre emplea cuando su conciencia ilumina alguna parte de la actividad racional del mundo. El hombre nunca puede iluminar conscientemente más que una parte de esta actividad del mundo, pero una inteligencia activa mucho más amplia fluye a través de nuestra vida anímica subconsciente. Allí, no sólo la inteligencia produce conclusiones y conceptos inconscientes -como señala un naturalista como Helmholtz- sino que, sin la participación del hombre, la inteligencia produce muchas cosas artísticas y sabias.

Quisiera referirme ahora a un tema ya mencionado que me gustaría llamar "El filósofo y el alma humana". Pienso especialmente en los filósofos del siglo XIX proclives al pesimismo. El filósofo se ocupa especialmente de la razón, de la actividad consciente de la inteligencia, y sólo admite lo que esta actividad puede investigar. Si tomamos a filósofos como Schopenhauer, Mainländer y Eduard von Hartmann, nos encontramos con que parten de la idea de que cuando el hombre contempla el mundo con una mente abierta, en la medida en que puede juzgarlo todo apunta a la conclusión de que el mal y el sufrimiento superan con creces la alegría y la felicidad. Eduard von Hartmann realizó un interesante experimento de cálculo en el que mostró de una manera realmente ingeniosa cómo el dolor y el sufrimiento predominan en el mundo. En primer lugar, reunió todo lo que el hombre está destinado a experimentar en esta forma de sufrimiento y pena y lo restó de la suma de la alegría y la felicidad. El filósofo deduce esto mediante un proceso de razonamiento y, por supuesto, tiene alguna justificación, ya que si el dolor y el sufrimiento predominan, la vida debe ser vista con pesimismo. La razón es responsable del ejemplo del filósofo basado en el cálculo, y llega a la conclusión de que, desde el punto de vista de la vida consciente, el mundo parece ser cualquier cosa menos bueno.

En mi "Filosofía de la Actividad Espiritual" he señalado que este cálculo basado en el razonamiento, esta sustracción, no es realmente aplicable. Porque ¿quién realiza la operación, incluso cuando la realiza un hombre ordinario que no es filósofo? La lleva a cabo la vida anímica consciente. Pero, sorprendentemente, la conciencia no hace ninguna distinción entre los valores de la vida. Pues la vida nos muestra a su vez que aunque el hombre produzca un ejemplo de este tipo, basado en el cálculo, no le lleva a concluir que la vida no tiene valor. De esto debemos darnos cuenta (ya he dicho que el cálculo de Eduard von Hartmann es inteligente y correcto) que si el hombre hace este cálculo no puede sacar ninguna conclusión de él en su vida consciente. Robert Hamerling ha declarado en su "Atomistik des Willens" que debe haber un error en este cálculo, ya que todo ser vivo, incluido el hombre, incluso cuando prevalecen las penas, sigue deseando la vida y no quiere que llegue a su fin. Por lo tanto, a pesar de esta sustracción, el hombre no concluye que la vida sea inútil. Ahora bien, en mi "Filosofía de la Actividad Espiritual" he indicado que este ejemplo es inaplicable, porque en el fondo de su alma el hombre calcula de manera muy diferente. Sólo la conciencia resta, la parte subconsciente del alma divide. Divide la cantidad de felicidad por la de tristeza. Todos sabéis que en la resta si la cantidad de pena es igual a 8 y la de alegría también 8, el resultado es cero. Si se divide en lugar de restar, la suma sería: ocho dividido por ocho es igual a uno; así que siempre se obtiene uno como resultado en lugar de cero. Por muy alto que sea el denominador, siempre que no sea infinito, sigue dando como resultado el deseo de existir. Esta división se realiza en las profundidades ocultas del alma del hombre con el resultado de que éste siente conscientemente el valor y la alegría de la vida. En el mismo contexto indiqué que este fenómeno peculiar en la vida anímica del hombre, a saber, que, siempre que su naturaleza sea sana, sigue teniendo placer y alegría en la existencia y apetito por el mundo, incluso cuando se enfrenta a una pena abrumadora - que este fenómeno es comprensible sólo porque en las profundidades de su alma el hombre lleva a cabo lo que en aritmética podemos llamar una suma divisoria.

Por tanto, vemos que en sus profundidades la vida anímica revela cómo el subconsciente del hombre está regido por la razón. Al igual que el castor que construye su cabaña, o la avispa, muestra una inteligencia que de ninguna manera alcanza la conciencia del animal y de la que no puede dar cuenta conscientemente, del mismo modo la inteligencia gobierna las profundidades del alma del hombre. A semejanza de la fuerza en el mar que impulsa las olas hacia arriba, esta inteligencia asciende a la conciencia que abarca una parte mucho más pequeña de la vida que está incluida en el amplio horizonte de la vida anímica. Ahora empezamos a comprender cómo el hombre tiene que verse a sí mismo nadando en el océano de la vida del alma y de la conciencia, y cómo la conciencia ilumina realmente su vida anímica sólo en parte - la parte que con su conciencia superior está nadando en el subconsciente. También en la vida cotidiana vemos cómo la atención del hombre es continuamente atraída por lo que gobierna estas regiones inferiores, y cómo la vida trata de manera diferente los acontecimientos exteriores en el caso de diferentes personas. Cosas de las que no sabemos nada pueden tener influencia en las profundidades de nuestra alma. Es posible que las hayamos experimentado en un pasado lejano, y quizás ya no seamos conscientes de ellas exteriormente, pero siguen actuando. Para el investigador espiritual aparecen implantados y funcionando en el centro del ser humano, aunque su actividad no siga un patrón consciente. Así puede ocurrir lo siguiente. Una experiencia que ha causado una profunda impresión en la infancia puede permanecer presente en años posteriores en las profundidades del alma de alguien. Sabemos que los niños son especialmente susceptibles a la injusticia. Un niño suele estar muy abierto a percibir algo así. Digamos que, en su séptimo u octavo año, un niño que ha hecho una u otra cosa ha experimentado la injusticia a manos de sus padres o de cualquier otra persona de su entorno. En años posteriores, la vida anímica consciente lo cubrió. Puede haber sido olvidado en lo que respecta a la conciencia, pero no está inactivo en las regiones inconscientes más profundas. Digamos que tal niño crece y en su decimosexto o decimoséptimo año en la escuela vuelve a sufrir una injusticia. Otro niño que no haya tenido esta experiencia anterior puede crecer y estar expuesto al mismo tipo de cosas. Vuelve a casa, llora, protesta y quizás se queja del profesor, pero no hay más consecuencias. El asunto se olvida como si nunca hubiera ocurrido y se hunde en las regiones subconscientes. Pero lo mismo puede ocurrirle al otro niño que crece habiendo experimentado la injusticia en su séptimo u octavo año, sin recordarlo conscientemente, pero esta vez el asunto no pasa desapercibido - y puede resultar en un suicidio. La explicación es que, mientras que la misma cosa puede haber afectado a la conciencia de ambos niños, en uno de ellos salió a la luz algo que afloró desde profundidades ocultas.

En innumerables casos podemos ver cómo nuestra vida anímica subconsciente interviene en nuestra conciencia. Tomemos algo con lo que nos encontramos una y otra vez, pero que desgraciadamente no se observa debidamente. Hay personas que durante toda su vida posterior muestran una característica que se podría describir como un anhelo. Surge, y si nadie les pregunta qué anhelan, responden que lo peor es que no lo saben. Todo lo que se les ofrece como consuelo no lo pueden aceptar; el anhelo permanece. Adoptando los métodos de la ciencia espiritual, si uno mira hacia atrás en la vida mas temprana de tal hombre, uno observará que este anhelo se debe a experiencias anteriores bastante especiales. Se encontrará entonces - cualquiera que observe de esta manera puede convencerse de ello - que en la primera juventud la atención y el interés de estas personas se dirigían constantemente hacia alguna cosa definida que no pertenecía realmente a la parte esencial de su ser. Fueron conducidos a una esfera de actividad que su alma no anhelaba. Por lo tanto, se le negaba al alma lo que realmente deseaba. La atención se enfocaba en otra dirección. Así que más tarde se ve lo siguiente. Como el impulso anterior del hombre había quedado insatisfecho, sus diversas experiencias sucesivas han crecido hasta convertirse en algo que actúa como una pasión o un instinto, que se manifiesta como el anhelo o el ansia indefinida de lo que antes podría haber sido satisfecho. Esto ya no es posible porque en el curso de la vida la atención se centró primero en asuntos a los que el alma no se sentía atraída. Por esta razón, estos conceptos se han fijado de tal manera que el hombre en cuestión ya no comprende lo que antes le hubiera convenido. Antes no se le mostraba ninguna comprensión en lo que se refiere a lo que rige y se teje en las profundidades del alma. Ahora se ha desacostumbrado a ello, ya no puede captarlo, y lo que queda no es lo que estaba destinado a él.

De esta manera vemos cómo paralelamente a la corriente de conciencia del hombre corre una corriente inconsciente, y que aparece cada día en miles de casos. Pero otros fenómenos nos muestran cómo la vida anímica consciente se sumerge en las regiones subconscientes, y cómo el hombre puede entrar en contacto con estas profundidades subconscientes. Aquí llegamos al punto en que la ciencia espiritual indica cómo derrama el alma su luz en el cuerpo etérico cuando el hombre desciende a sus propias profundidades interiores. ¿Pero qué encuentra allí? Encuentra lo que lo lleva más allá de los confines restringidos de la humanidad, y lo une con todo el cosmos. Porque estamos relacionados con el cosmos tanto en nuestro cuerpo físico como en el etérico. Cuando la vida de nuestra alma entra en nuestro cuerpo etérico, podemos vivir nosotros mismos en los amplios espacios del mundo, y el hombre recibe entonces el primer indicio de algo que ya no le pertenece a él, sino al cosmos. Llegamos entonces a la vida de la imaginación humana. Cuando el hombre desciende aún más y se expande interiormente sobre lo que cubre las condiciones normales de tiempo y espacio, percibe cómo sus cuerpos físico y etérico dependen del cosmos y pertenecen a él. Así pues, lo que está fuera del hombre ilumina su conciencia cuando se adentra en las profundidades ocultas de su alma. Habiendo visto cómo la vida oculta del alma puede destellar en la conciencia humana, debemos por otra parte darnos cuenta de que hacemos nuestro descenso en plena conciencia. Obtenemos el mismo resultado cuando iniciamos nuestro descenso a través de la Imaginación, es decir, no de la fantasía, sino de la verdadera Imaginación tal y como la entendía Goethe. Al sumergirnos aún más profundamente llegamos a lo que llamamos fuerzas clarividentes. Estas no se limitan a las preocupaciones del hombre en el tiempo y el espacio, sino que nos permiten alcanzar los amplios espacios del cosmos, normalmente invisibles.

En la medida en que penetramos más allá de la Imaginación, llegamos a la esfera de las cosas ocultas de la existencia. La puerta se encuentra en lo más profundo de nuestra propia alma y sólo después de atravesarla encontramos las profundidades espirituales y suprasensibles de la existencia que, imperceptibles para la conciencia normal, forman la base de las cosas perceptibles. A través de la imaginación -siempre que no se deje llevar por la fantasía, sino que el hombre conviva con las cosas de modo que una imagen global sustituya a su percepción- se da cuenta de cómo forma parte de las cosas. Sabe que la imaginación no revelará el ser esencial, sino que la imaginación es el camino que conduce a lo que es más profundo que todo lo que la razón y la ciencia ordinaria pueden captar. Por ello, un filósofo, Frohschammer, llama de forma unilateral a la base del mundo su elemento creador, "la imaginación creadora en las cosas". Así, según esta afirmación filosófica, cuando el hombre, desde su conciencia normal, se sumerge en las regiones subconscientes -y quién va a negar que la imaginación pertenece a ellas-, se relaciona más estrechamente con la esencia de las cosas, donde la imaginación es más creativa en las cosas de lo que la razón puede hacer posible. A pesar de que este punto de vista es extremadamente unilateral, está sin embargo más de acuerdo con lo que el mundo oculta, que un punto de vista puramente intelectual - cuando el hombre pasa de su actividad intelectual al mundo de la imaginación - mundo de mil posibilidades comparado con las cien que ofrece su intelecto - se siente salir de su mundo cotidiano y entrar en las múltiples posibilidades que proporciona el subconsciente. En comparación, toda la experiencia superficial parece simplemente un pequeño extracto. ¿O no será que la vida misma ofrece millones de posibilidades, mientras que en la superficie de la existencia apenas se realizan mil, y éstas las percibimos? Basta con mirar las huevas que producen los peces en el mar, las innumerables semillas que surgen en la vida, y compararlas con lo que luego aparece en la vida, con lo que se convierte en realidad. Esto muestra cómo en sus profundidades la vida encierra riquezas mucho mayores que las que aparecen en la superficie. Lo mismo ocurre cuando el hombre desciende de lo que su razón puede captar al reino de la Imaginación. Al igual que cuando descendemos del reino de las realidades exteriores al de las múltiples posibilidades, nos sumergimos desde el mundo de la razón en la tierra mágica de la Imaginación.

Pero es unilateral pensar que las fuerzas creadoras del mundo corren paralelas a la Imaginación, porque aunque ésta permite al hombre hacer su descenso, no llega a elevarse desde estas profundidades a la realidad del mundo suprasensible. Esto sólo es posible después de desarrollar los poderes clarividentes que se encuentran cuando desciende -conscientemente, por supuesto- desde la superficie de la vida anímica a sus profundidades ocultas. Aquí alcanzamos aquellas fuerzas que afloran meramente de forma inconsciente. Si un hombre tiene este objetivo, debe convertir su alma en un instrumento de percepción espiritual, de la misma manera que el químico y el físico preparan sus instrumentos para observar los objetos exteriores. El alma debe convertirse en un instrumento que no es en la vida cotidiana. Aquí sí que suenan las palabras de Goethe:

" Misteriosa aún a plena luz del día

La naturaleza no se deja robar el velo;

Y lo que no puede revelarse a tu mente,

No lo forzarás con palancas y tornillos"

Los instrumentos y los experimentos, esas "herramientas", nunca permitirán llegar al espíritu, pues se basan en lo externo. Pero cuando la conciencia ilumina lo que vive en las profundidades veladas por la oscuridad, uno puede entonces entrar en esas esferas donde el alma vive como un ser eterno e infinito entre seres creadores que son infinitos como el alma. Sólo por medio de su propia experiencia íntima puede el alma forjarse en tal instrumento. En "El Conocimiento de los Mundos Superiores" se ha señalado plenamente cómo mediante la meditación y la concentración se puede adquirir lo necesario para llevar el alma consciente a las profundidades ocultas. Cuando nos proponemos firmemente excluir todas las impresiones sensoriales, reprimir todo recuerdo de ansiedades, penas, excitaciones, etc., incluyendo todos los demás sentimientos, nos quedamos con el alma vacía y todos los recuerdos externos se extinguen como en el sueño. Pero en el sueño las fuerzas que prevalecen en las profundidades ocultas son demasiado débiles para alcanzar la conciencia o, más bien, el alma carece de la fuerza para sumergirse conscientemente en estas regiones. El hombre sólo lo consigue concentrando su voluntad en su vida subconsciente, por ejemplo, dedicándose a un pensamiento definido o a una cadena de pensamientos, realizando así el trabajo que normalmente se hace subconscientemente. La voluntad debe gobernar todo el procedimiento. La voluntad debe decidir el pensamiento, y sólo cuenta lo que la voluntad del hombre pone en marcha. En la meditación, el hombre pone ante sí un contenido de pensamiento que su voluntad ha seleccionado. Da un primer paso cuando, durante un tiempo determinado, se permite pensar, contemplar y recordar sólo lo que ha puesto en su conciencia, manteniendo su ojo espiritual enfocado y concentrando sus fuerzas anímicas normalmente dispersas. Debe hacer de su voluntad un punto focal y no permitir que el pensamiento trabaje sugestivamente. En otras palabras, él no debe verse controlado por el pensamiento, sino que siempre debe ser capaz de extinguirlo a voluntad. Debe entrenar su alma hasta el punto de traer los pensamientos a su conciencia sólo a través de la voluntad manteniéndolos todo el tiempo que quiera, fortaleciendo así interiormente su voluntad. Los pensamientos que pertenecen al mundo exterior son menos eficaces que los que definimos como simbólicos, o alegóricos. Por ejemplo, si un hombre trae a su conciencia el pensamiento "luz" o "sabiduría", ciertamente alcanzará un punto elevado, pero todavía no llegará muy lejos. Será diferente si se dice a sí mismo que la sabiduría se presenta en el símbolo de la luz, o el amor en el del calor. En otras palabras, debe elegir símbolos que tengan su vida en el alma misma. En resumen, debe prescindir de los pensamientos tomados del mundo exterior, teniendo en cuenta, y dedicándose a ellos, los que admiten muchas interpretaciones y están conformados por él mismo. Por supuesto, un materialista puede decir que tal persona es de hecho un visionario, ya que estos pensamientos no significan nada. Pero no es necesario que tengan ningún significado. Sólo sirven como entrenamiento para el alma, permitiéndole sumergirse en estas profundidades. Cuando el hombre domina tan estrictamente su alma que ya no prevalecen las influencias externas, o las que surgen de las profundidades, cuando su voluntad controla cada pensamiento consciente, permitiendo que se fortalezca en las fuerzas para desempeñar su papel, entonces vive en verdadera meditación, verdadera concentración. Por medio de tales ejercicios el alma experimenta un cambio. El que llega a este punto observará que su alma desciende a otras regiones. Si describimos la experiencia que se abre a quien así medita, vemos enseguida en qué consiste el núcleo suprasensible. Es posible la siguiente experiencia.

El hombre puede llegar a un punto en el que percibe que los pensamientos que desarrolla le afectan y transforman algo en su interior. Ya no conoce el alma sólo en el pensamiento, sino que percibe esa parte de ella que impulsa a expandirse en el espacio cósmico. Ésta actúa sobre él desde el espacio cósmico de manera formativa; se siente crecer en uno con el espacio, pero siempre bajo un control plenamente consciente. Ahora hay que añadir algo de gran importancia que nunca debe descuidarse al investigar la realidad del mundo exterior suprasensible. El hombre se da cuenta de que experimenta algo, pero es incapaz de pensar en ello de la forma en que piensa habitualmente. No puede captar estas experiencias con pensamientos claros. Son múltiples y permiten numerosas interpretaciones, pero es incapaz de llevarlas a su conciencia. Es como si se encontrara con un obstáculo cuando intenta llevar todo esto a su conciencia habitual. Debe darse cuenta de que una conciencia más amplia está detrás de él, pero siente resistencia y se siente impotente para utilizar el instrumento ordinario de su cuerpo. Uno reconoce entonces la diferencia entre lo que vive dentro de nosotros y aquello de lo que somos conscientes. Aprendemos que nuestras fuerzas trabajan en el cuerpo etérico, pero que nuestro cuerpo físico yace como un tronco en el exterior. Esta es la primera experiencia. Y la segunda experiencia, después de los ejercicios repetidos una y otra vez, es que el cuerpo físico comienza a ceder, de modo que las cosas que al principio no podíamos interpretar y que sólo experimentábamos en las regiones más profundas del alma, pueden ahora traducirse en ideas ordinarias.

Todo lo que la ciencia espiritual nos dice sobre los mundos espirituales está revestido de conceptos pertenecientes a la vida cotidiana. Pero en este caso el conocimiento no ha sido adquirido por procesos lógicos ni por juicios externos, sino a través de la experiencia suprasensible y por la luz arrojada por la conciencia sobre las profundidades ocultas del alma. Estas cosas son traídas a la conciencia sólo después de haber sido experimentadas suprasensiblemente, y aquel que ha convertido su alma en un instrumento de percepción suprasensible ha despertado lo que llega a sus fuerzas físicas y etéricas, transformando su organismo, permitiendo así que estos hechos sean impartidos al mundo exterior y explicados en términos ordinarios. La ciencia espiritual se imparte lógicamente. Cuando captamos claramente lo que hay en el subconsciente, podemos decir: el investigador espiritual contempla aquello a lo que se refería cuando decía que un sueño repetido mostraba cómo el núcleo esencial trabaja primero interiormente, y cómo más tarde, cuando apareció el talento para el dibujo, el hombre experimentó conscientemente el resultado. Así que primero vemos este trabajo en el subconsciente, seguido de una transformación; después, aquello que ha obrado en las profundidades sube a la conciencia. En este descenso consciente al subconsciente el hombre comienza por vivir conscientemente en la meditación y la concentración, tras lo cual las fuerzas de la voluntad que ha aplicado a esto transforman los cuerpos etérico y físico. Entonces nosotros mismos llevamos nuestra experiencia suprasensible a nuestra conciencia cotidiana. Por tanto, mediante el entrenamiento espiritual es posible, obtener una percepción directa de lo que observamos en la vida, siempre que descendamos a las profundidades ocultas del alma.

Lo que he mencionado aquí como resultado de este método de entrenamiento, el único adecuado para el hombre actual si desea entrenarse para la visión clarividente, hace su aparición de manera natural en el hombre que tiene una tendencia a trabajar desde el centro de su alma. A través de esta tendencia natural, el hombre puede llevar ciertas fuerzas a las profundidades ocultas de su alma; entonces surge en él un tipo natural de clarividencia. Este tipo de clarividencia puede conducir a lo que se ha indicado tan bien como la clarividencia plenamente consciente descrita. Cuando el hombre penetra así en las profundidades de su alma y percibe cómo actúa en su organización corporal lo que ha realizado en su cuerpo etérico por medio de la meditación y la concentración, ya no permanece en las mismas condiciones espaciales y temporales que cuando está dentro de su percepción puramente externa; él presiona, más bien, a través del espacio, del tiempo y de lo que suele ser el mundo de los sentidos, y llega a las cosas espirituales que están en la base de las cosas de los sentidos. Cuando vemos que un hombre con una conciencia clarividente entrenada penetra en la naturaleza de las cosas, es posible que esto ocurra en ciertas condiciones por una tendencia natural. En la conferencia sobre "El sentido de la profecía", (véase el 9 de noviembre de 1911 - Berlín) se demostró que Nostradamus es un caso en el que la tendencia natural dio lugar a poderes clarividentes. Cómo interviene esto en la vida, cómo funciona en general, qué es la conciencia extendida y qué significa el trabajo de las fuerzas del alma que se encuentran más allá de los límites habituales de la vida consciente del alma - todo esto se puede encontrar en un libro que me gustaría mencionar aquí. En él se describe maravillosamente cómo el funcionamiento de las fuerzas ocultas del alma y del espíritu aparecen a la ciencia ordinaria, y también la conexión de las fuerzas espirituales adquiridas sin entrenamiento particular con lo que se da en mi libro sobre la relación del hombre con los mundos superiores. El libro al que me refiero está escrito por Ludwig Deinhard y se titula "Das Mysterium des Menschen im Licht der Psychischen Forschung". En él se describen los dos métodos de investigación suprasensible: el que se ciñe a los métodos de la ciencia ordinaria, así como el que se ajusta a la entrada en los mundos suprasensibles a través de la escuela real, es decir, mediante la meditación, la concentración, etc. Pero quien desee penetrar con mayor precisión en la experiencia del alma, debe dirigirse a la descripción de mi libro "El conocimiento de los mundos superiores".

Por consiguiente, el alma manifiesta la misma notable turbulencia de fuerza subyacente que experimentamos en los terremotos. Por otra parte, la ciencia espiritual está llamada a señalar que el hombre puede descender a estas profundidades ocultas de la existencia: un experimento que, por supuesto, sólo puede hacer su propia alma. Pero sólo viajando a través de estas regiones y captando primero nuestro propio ser, penetraremos en las profundidades donde encontramos los fundamentos espirituales externos de lo que pertenece al mundo exterior. La ciencia espiritual nos conduce a través de las profundidades interiores del alma hasta las profundidades ocultas del cosmos. Esta es la parte esencial de los métodos de la ciencia espiritual. Cuando vemos las cosas de esta manera, se confirman las palabras de Goethe en un sentido muy especial, palabras que pronunció después de que Haller escribiera de forma tan equivocada sobre la naturaleza. Cuando Haller dijo:

" Ningún alma viviente puede sondear el núcleo oculto de la naturaleza;

Dichoso aquel a quien ella no le muestra su caparazón",

Goethe, como alguien que se acerca al umbral de la clarividencia, era consciente de la relación entre la conciencia humana y las profundidades ocultas del cosmos. Lo sabía por su propia experiencia, por su vida en el mundo exterior, por su contacto con la naturaleza; así que a las palabras de Haller, que sólo tenían en cuenta el conocimiento del mundo exterior, respondió

"Al núcleo oculto de la naturaleza" -

¡Oh, filisteo! -

"Ningún alma viviente puede sondear".

Al expresar tal pensamiento

Seguramente debes olvidar

A mí y a mis parientes.

Pensamos que en todas partes

Estamos dentro.

"¡Feliz aquel a quien

No hace más que mostrar su caparazón!"

He escuchado esto durante sesenta años

Maldiciendo en secreto tales ideas;

Una y otra vez yo mismo lo digo:

Ella da ricamente su rica reserva,

La naturaleza no tiene núcleo

Ni tiene cáscara,

Porque ella es todo en todo y todo;

Y a lo sumo puedes encontrar

Si tú mismo eres núcleo o cáscara.

Podemos decir realmente que el mundo contiene mucho que es enigmático y lo que entra en la conciencia del hombre es apenas más que la cáscara exterior de su vida del alma. Pero si adoptamos los métodos correctos, vemos que el hombre puede romper la cáscara y llegar al núcleo de su ser, y desde estas profundidades obtener una visión de la vida cósmica. Así podemos unirnos verdaderamente a Goethe al decir:

"Si quieres contemplar la naturaleza

Debes notar todos sus caminos;

Dentro de ella no hay nada fuera,

Lo que es exterior, es interior".

El hombre debe simplemente comenzar a descubrir lo que está oculto en su interior. Como la ciencia espiritual tiene su propia manera de explicar estas profundidades ocultas, debe admitir que cuando contemplamos el mundo exterior nos enfrentamos a un enigma tras otro. Estos enigmas pueden provocar a menudo un escalofrío cuando encontramos enigmas en nuestro propio ser interior y percibimos cómo actúan estas fuerzas internas en nuestra experiencia inmediata, o cuando nos enfrentamos con ansiedad a lo que nos puede deparar lo desconocido. El mundo exterior presenta al hombre una serie de enigmas. Cuando comparamos correctamente nuestra vida exterior con nuestra vida interior, sentimos algo de la actividad de estas fuerzas anímicas interiores que están excluidas del alcance restringido de nuestra conciencia ordinaria. Pero estas fuerzas surgen en la conciencia clara como las del terremoto que atraviesan la corteza de la tierra. Sin embargo, cuando vemos, por un lado, que podemos abrigar cierta esperanza de que el hombre hecho descienda a las profundidades de su ser, resolviendo allí estos múltiples enigmas, por otro lado, podemos abrigar la esperanza de que la promesa ulterior de la ciencia espiritual pueda cumplirse. Esta promesa nos dice que no sólo se pueden resolver los enigmas del alma, sino que al pasar por la puerta del mundo espiritual, se despliegan para el alma del hombre otras visiones del gran mundo exterior, y sus enigmas también encuentran solución. El hombre penetra a través de los enigmas y las barreras del alma si tiene el valor de comprenderse a sí mismo como un enigma y si se anima a elevar su alma, como instrumento de percepción, a la esperanza y la seguridad de que para su espíritu los grandes enigmas del cosmos pueden ser resueltos, trayéndole así satisfacción y sensación de seguridad en la vida.

Traducido por J.Luelmo oct.2021

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