GA061 Berlín 9 de noviembre de 1911 la historia de la humanidad La profecía

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HISTORIA DE LA HUMANIDAD

 A LA LUZ DE LA INVESTIGACIÓN ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Berlín 9 de noviembre de 1911


3ª conferencia: La profecía..

Las palabras pronunciadas por el personaje más famoso de Shakespeare: "Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que se sueñan en tu filosofía" son, por supuesto, perfectamente ciertas; pero no menos cierto es el dicho compuesto por Lichtenberg, un gran humorista alemán, como una especie de réplica: "En la filosofía hay mucho que no se encuentra ni en el cielo ni en la tierra". Ambos dichos ilustran la actitud adoptada hoy en día ante muchas cosas en el dominio de la Ciencia Espiritual. Parece inevitable que círculos muy extendidos, especialmente en el mundo de la ciencia seria, repudien asuntos como la profecía con más énfasis que otras ramas de la Ciencia Espiritual. Si en estas otras ramas de la Ciencia Espiritual - en muchas de ellas por lo menos - es difícil trazar una línea clara entre la investigación genuina y la charlatanería, o tal vez algo aún peor, se admitirá ciertamente que dondequiera que la investigación suprasensible toque el elemento del egoísmo humano, allí comienzan sus peligros. Y en qué ámbito del conocimiento superior podría ser esto más evidente que en todo lo que comprende el tema de la profecía, tal como ha aparecido a través de los tiempos. Todo lo que abarca el término "profecía" está estrechamente relacionado con un rasgo muy extendido, y comprensible, en la mente humana, a saber, el deseo de penetrar en la oscuridad del futuro, de saber algo de lo que la vida terrenal en el futuro nos depara.

El interés por las profecías está relacionado no sólo con la curiosidad en el sentido ordinario, sino con la curiosidad por regiones muy íntimas del alma humana. La búsqueda de conocimientos relativos a los intereses más profundos del alma humana se ha encontrado con tantas decepciones que la ciencia seria y rigurosa de hoy en día no está dispuesta a prestar atención a tales asuntos, y esto no es de extrañar. Sin embargo, parece que nuestra época se verá obligada, al menos, a prestarles atención, así como a los temas de los que hemos hablado en conferencias anteriores y de los que hablaremos en el futuro. Como muchos de ustedes saben, el historiador Kemmerich ha escrito un libro sobre las profecías, con el objetivo de recopilar hechos que pueden ser confirmados por la historia y que demuestran que los acontecimientos importantes fueron reconocidos de antemano o predichos de alguna manera. Este historiador se ve impulsado a afirmar -de momento no vamos a cuestionar la autenticidad de su investigación- que hay muy pocos acontecimientos importantes en la historia que no hayan sido predichos, conjeturados y anunciados de antemano en algún momento. Tales afirmaciones no son bien recibidas en nuestro tiempo; pero a la larga, en el ámbito en el que la historia puede hablar con autoridad, no será posible ignorarlas porque las pruebas se obtendrán, tanto respecto al pasado como al presente, de los propios documentos externos.

El ámbito que hoy nos ocupa nunca ha estado tan desprestigiado como en la actualidad, ni se ha considerado una vía tan dudosa del quehacer humano. Hace sólo unos siglos, por ejemplo en el siglo XVI, eruditos muy distinguidos e influyentes se dedicaban a hacer pronósticos y profecías. Pensemos en uno de los más grandes científicos naturales de todos los tiempos y en su relación con un personaje cuya tendencia a dejarse influir por las profecías es bien conocida: pensemos en Kepler, el gran científico, y en sus relaciones con Wallenstein. El profundo interés de Schiller por esta última personalidad se debió en gran medida al papel que desempeñó en su vida la profecía. El tipo de profecía en boga en los días de Kepler -y hace sólo un par de siglos las mentes científicas más destacadas de toda Europa seguían ocupándose de ella- se basaba en la opinión entonces prevaleciente de que existe una conexión real entre el mundo de las estrellas, los movimientos y las posiciones de los astros, y la vida del hombre. Toda profecía en aquellos tiempos era realmente una forma de astrología. La mera mención de esta palabra nos recuerda que, también en nuestros días, muchas personas siguen convencidas de que existe alguna conexión entre los astros y los acontecimientos venideros en la vida de los individuos, incluso, también, de las razas. Pero el conocimiento profético, el arte profético como se le llama, nunca estuvo tan directamente conectado con la observación de los movimientos y constelaciones de las estrellas como era el caso en la época de Kepler.

En la antigua Grecia se practicaba, como sabéis, un arte de profecía por parte de las profetisas o videntes. Se trataba de un arte de predicción del futuro inducido por experiencias derivadas, tal vez, del ascetismo, o de otras experiencias que llevaban a la supresión de la plena conciencia de sí mismo y de la sensatez de la vida ordinaria. El ser humano se entregaba así a otros Poderes, se encontraba en estado de éxtasis y entonces emitía expresiones que, o bien eran predicciones directas del futuro, o bien eran interpretadas por los sacerdotes y adivinos que escuchaban como referidas al futuro. Basta pensar en la Pitia de Delfos, que bajo la influencia de los vapores que surgían de una sima en la tierra, era transportada a un estado de conciencia muy diferente al de la vida ordinaria; era controlada por otros poderes y en esta condición hacía declaraciones proféticas. Este tipo de profecía no tiene nada que ver con los cálculos de los movimientos de las estrellas, las constelaciones y similares. De nuevo, todo el mundo está familiarizado con el don de la profecía entre los pueblos del Antiguo Testamento, cuya autenticidad será ciertamente cuestionada por los estudiosos modernos. De la boca de estos profetas no sólo salían expresiones de profunda sabiduría, que influían en la vida de este pueblo del Antiguo Testamento, sino que presagiaban el futuro. Estas predicciones, sin embargo, no se basaban siempre en las constelaciones celestes, como en la astrología de los siglos XV y XVI. Ya sea como resultado de dones innatos, prácticas ascéticas y similares, estos profetas desplegaban un tipo de conciencia diferente a la de la gente que los rodeaba; estaban apartados de los asuntos de la vida ordinaria. En tal condición, estaban totalmente desvinculados de las circunstancias y pensamientos de su vida personal, de su propio entorno material. Su atención se centraba por completo en su pueblo, en los males de su gente. Como experimentaban algo sobrehumano, algo que iba más allá de las preocupaciones individuales de los hombres, traspasaban los límites de su conciencia personal y era como si Jahvé mismo hablara por sus bocas, tan sabias eran sus declaraciones sobre las tareas y el destino de su pueblo.

Pensando en todo esto, parece evidente que el tipo de adivinación que se practicaba a finales de la Edad Media, antes de los albores de la ciencia moderna, era sólo una forma específica y que la profecía en su conjunto es una esfera mucho más amplia, conectada de alguna manera con estados definidos de conciencia a los que un hombre sólo puede llegar cuando se deshace de los grilletes de su personalidad. La profecía astrológica, por supuesto, no puede decirse que sea un arte en el que un hombre se eleva por encima de su propia personalidad. El astrólogo recibe la fecha y la hora de su nacimiento y, a partir de ahí, descubre la constelación que aparece en el horizonte y las posiciones relativas de otras estrellas y constelaciones. A partir de ahí calcula cómo cambiarán las posiciones de las constelaciones en el curso de la vida del hombre y, según ciertas observaciones tradicionales sobre las influencias favorables o desfavorables de los cuerpos celestes en la vida humana, predice a partir de estos cálculos lo que ocurrirá en la vida de un individuo o de un pueblo. No parece haber ningún tipo de similitud entre este tipo de astrólogo y los antiguos profetas hebreos, las videntes griegas u otros que, habiendo pasado de su conciencia ordinaria a un estado de éxtasis, predecían el futuro enteramente a partir del conocimiento adquirido en el reino de lo suprasensible. Para aquellos que se consideran hombres de cultura ilustrados hoy en día, el mayor obstáculo en estas predicciones astrológicas es la dificultad de darse cuenta de cómo los cursos de las estrellas y las constelaciones pueden tener alguna conexión con los acontecimientos en la vida de un individuo o un pueblo, o en la sucesión de eventos en la Tierra. Y como la atención de los estudiosos modernos nunca se centra en tales conexiones, no se presta especial interés a lo que se aceptaba como auténtico conocimiento en tiempos en los que la profecía astrológica y la ciencia ilustrada iban a menudo de la mano.

Kepler, el muy distinguido y erudito científico, no sólo fue el descubridor de las Leyes que llevan su nombre; no sólo fue uno de los más grandes astrónomos de todos los tiempos, sino que se dedicó a la profecía astrológica. En su época -también durante los períodos inmediatamente anteriores y posteriores- numerosos hombres verdaderamente ilustrados eran adeptos a este arte. En efecto, si pensamos objetivamente en la vida de aquella época, nos damos cuenta de que, desde su punto de vista, era tan natural para ellos tomar este arte profético, este conocimiento profético, tan seriamente como nuestros contemporáneos toman cualquier rama genuina de la ciencia. Cuando alguna predicción basada en las constelaciones -y realizada, tal vez, en el nacimiento de un individuo- se hace realidad más tarde, es fácil, por supuesto, decir que la conexión de esta constelación con la vida del hombre fue sólo una cuestión de azar. Ciertamente, hay que admitir en innumerables casos que el asombro por el cumplimiento de una predicción astrológica se debe simplemente a que se cumplió y a que la gente ha olvidado lo que no se cumplió. La afirmación de cierto ateo griego es, en cierto sentido, correcta. Una vez llegó en su barco a una ciudad costera donde, en un santuario, se habían colgado fichas de hombres que habían jurado en el mar que si se salvaban del naufragio harían tales ofrendas. Allí colgaban muchísimas fichas, todas ellas ofrendas de hombres que se habían salvado del naufragio. Pero el ateo sostenía que la verdad sólo podía salir a la luz si se exhibían también las fichas de todos los que, a pesar de los votos, habían perecido realmente en el naufragio. Entonces sería evidente a qué categoría pertenecía el mayor número de fichas. Esto implica que sólo se podría llegar a un juicio realmente objetivo si se guardaran registros no sólo de las predicciones astrológicas que se han cumplido, sino también de las que no se han cumplido. Esta actitud está perfectamente justificada, pero por otro lado hay ciertamente muchas cosas que son muy sorprendentes. Como en estas conferencias públicas no puedo dar por sentado un conocimiento fundamental de todas las enseñanzas de la Ciencia Espiritual, debo hablar de una manera que transmita una idea de la importancia de los temas que estamos estudiando.

Incluso un escéptico convencido debe sentirse sorprendido al escuchar lo siguiente. Siguiendo con los personajes conocidos, tomemos el caso de Wallenstein. Wallenstein deseaba que Kepler -un nombre honrado por todos los científicos- le hiciera un horóscopo. Kepler le envió el horóscopo. Pero el asunto se había arreglado con precaución. Wallenstein no le escribió a Kepler indicándole el año de su nacimiento y diciéndole que quería que le elaborara el horóscopo, sino que se eligió a un intermediario. Por tanto, Kepler no sabía a quién iba dirigido el horóscopo. La única indicación que se le dio fue la fecha de nacimiento. En la vida de Wallenstein ya se habían producido muchos acontecimientos importantes y él pidió que también se registraran, así como que se hicieran predicciones de los que aún estaban por venir. Kepler completó el horóscopo tal y como había solicitado. Como ocurre con muchos horóscopos, Wallenstein encontró muchas cosas que coincidían con sus experiencias. Comenzó (así era a menudo en aquellos días) a tener gran confianza en Kepler y en muchas ocasiones pudo ajustar su vida de acuerdo con los pronósticos. Pero también hay que decir que, aunque muchas cosas cuadraban, muchas no lo hacían, en lo que se refiere al pasado y, como se vio posteriormente, lo mismo ocurría con las predicciones hechas sobre el futuro. Lo mismo ocurría con los números de los horóscopos y en aquellos días la gente acostumbraba a decir que debía haber alguna inexactitud en la supuesta hora de nacimiento y que el astrólogo podría corregirla. Wallenstein hizo lo mismo. Le rogó a Kepler que corrigiera la hora de nacimiento; la corrección fue muy leve, pero después de hacerla, los pronósticos fueron más exactos. Hay que añadir aquí que Kepler era un hombre totalmente honesto y que corregir la hora de nacimiento iba muy en contra de la norma. De una carta que Kepler escribió en su momento sobre el tema se desprende que no era partidario de ese procedimiento por las múltiples consecuencias que podía tener. No obstante, se comprometió a hacer lo que Wallenstein le pedía -era el año 1625- y dio más detalles sobre el futuro de Wallenstein; sobre todo dijo que, según la nueva lectura de las posiciones de las estrellas, la constelación que se presentaría en el año 1634 sería extremadamente desfavorable para Wallenstein. Kepler añadió -como no podía ser de otra manera, ya que la fecha estaba muy lejana- que aunque esto fuera motivo de alarma, la alarma habría pasado para cuando se dieran estas condiciones desfavorables. Por tanto, no las consideraba peligrosas para los planes de Wallenstein. La predicción era para marzo de 1634. Y ahora piense en ello: a las pocas semanas del período indicado, se produjeron las causas que llevaron al asesinato de Wallenstein. Estas cosas son, por lo menos, llamativas.

Pero tomemos otros ejemplos, no de astrólogos de segunda categoría, sino de hombres realmente ilustrados. Enseguida se nos ocurrirá el nombre de un hombre extraordinariamente culto en este ámbito: Nostradamus. Nostradamus era un médico de gran reputación que, entre otras actividades, había prestado un maravilloso servicio durante una epidemia de peste; era un hombre de profundas dotes y es bien conocida la abnegación con la que se dedicó a su profesión de médico. También se sabe que, cuando a causa de su abnegación había sido muy denostado por sus colegas, se retiró de su trabajo médico al aislamiento de Salon, donde, en 1566, murió. En Salon comenzó a observar las estrellas, pero no como Kepler u otros como Kepler las habían observado. Nostradamus tenía una habitación especial en su casa a la que se retiraba a menudo y, como se puede deducir de lo que él mismo dice, desde esta habitación observaba las estrellas, tal y como se presentaban a su mirada. En otras palabras, no hacía cálculos matemáticos especiales, sino que se sumergía en lo que el alma, el corazón y la imaginación pueden descubrir al contemplar con asombro el cielo estrellado. Nostradamus pasó muchas horas de reverente y ferviente contemplación en esta curiosa cámara con sus vistas abiertas por todos lados a los cielos. Y de él salieron no sólo predicciones concretas, sino largas series de profecías diversas y notablemente ciertas sobre el futuro. Tanto es así, que Kemmerich, el historiador del que acabo de hablar, no puede sino asombrarse y dar un cierto valor a los pronunciamientos proféticos de Nostradamus. El propio Nostradamus dio a conocer al público algunas de sus profecías y, naturalmente, fue objeto de burla en su época, ya que no podía citar ningún cálculo astrológico. Mientras miraba las estrellas, sus predicciones parecían surgir en él en forma de extrañas imágenes e imaginaciones, por ejemplo, el resultado de la batalla de Gravelingen en el año 1558, donde los franceses fueron derrotados con grandes pérdidas. Otra predicción, hecha con mucha antelación, para el año 1559, fue que el rey Enrique II de Francia sucumbiría "en un duelo", como dijo Nostradamus. La gente sólo se rió, incluida la propia Reina, que dijo que esto demostraba claramente la confianza que se podía tener en la predicción, ya que un Rey estaba por encima de participar en un duelo. ¿Pero qué ocurrió? En el año predicho, el Rey fue asesinado en un torneo. Y sería posible citar muchas, muchas predicciones que posteriormente se hicieron realidad.

También está Tycho de Brahe, una de las mentes brillantes del siglo XVI y de gran importancia como astrónomo. El mundo moderno sabe poco de Tycho de Brahe más allá de que se dice que fue uno de los que aceptó a medias la visión copernicana del mundo. Pero los que conocen más de cerca su vida saben lo que Tycho de Brahe consiguió en la elaboración de cartas celestes, lo mucho que mejoró las cartas existentes en aquel momento, que descubrió nuevas estrellas y que fue, en definitiva, un astrónomo de gran eminencia en su época. Tycho de Brahe también estaba profundamente convencido de que no sólo las condiciones físicas de la Tierra están conectadas con todo el Universo, sino que las experiencias espirituales de los hombres están conectadas con los acontecimientos del gran Cosmos. Tycho de Brahe no se limitó a observar las estrellas como astrónomo, sino que relacionó los acontecimientos de la vida humana con los del cielo. Y cuando llegó a Rostock a la edad de 20 años, causó un gran revuelo al predecir la muerte del sultán Solimán, que aunque no ocurrió exactamente en el día indicado, sí ocurrió. La indicación no era del todo exacta, pero probablemente esto no provocará la protesta de los historiadores, ya que podrían argumentar que si alguien tuviera la intención de mentir, no diría una mentira a medias introduciendo la diferencia de un día más o menos en la predicción.

Al enterarse de esto, el rey de Dinamarca pidió a Tycho de Brahe que hiciera los horóscopos de sus tres hijos. Con respecto a su hijo Christian, las indicaciones fueron precisas, pero no tanto en el caso de Ulrich. Pero sobre Hans, el tercer hijo, Tycho de Brahe hizo una predicción notable, derivada de los movimientos de las estrellas. Dijo: Toda la constelación y todo lo que se puede ver muestra que es y seguirá siendo frágil y que es poco probable que viva hasta una gran edad. Como la hora de nacimiento no era del todo exacta, Tycho de Brahe dio las indicaciones con mucha cautela... podría morir en su decimoctavo o tal vez en su decimonoveno año, pues las constelaciones serían entonces extremadamente desfavorables. Dejaré abierta la cuestión de si fue por piedad hacia los padres o por otras razones, que Tycho de Brahe escribió sobre la posibilidad de que esta terrible constelación en el año dieciocho o diecinueve fuera superada en la vida del duque Hans ... de ser así, dijo, Dios habría sido su protector; pero hay que tener en cuenta que estas condiciones estarían ahí, que una constelación extremadamente desfavorable relacionada con Marte fue revelada por el horóscopo y que Hans se vería enredado en las complicaciones de la guerra; Como en esta constelación, Venus tenía ascendencia sobre Marte, sólo había una esperanza de que Hans pasara este periodo sin problemas, pero luego, en sus años dieciocho y diecinueve, se produciría la constelación muy desfavorable debida a la influencia inimical de Saturno; esto indicaba el riesgo de una enfermedad "húmeda y melancólica" causada por el extraño entorno en el que se encontraría Hans. Y ahora, ¿cuál era la historia de la vida del duque Hans? De joven se vio envuelto en las complicaciones políticas de la época, fue enviado a la guerra, participó en la batalla de Ostende y, en relación con ello, como había predicho Tycho de Brahe, tuvo que soportar la prueba de terribles tormentas en el mar. Estuvo a punto de morir, pero como resultado de las negociaciones amistosas que se llevaron a cabo para su matrimonio con la hija del zar, fue devuelto a Dinamarca. Según la interpretación de Tycho de Brahe, las complicaciones debidas a las influencias desfavorables de Marte habían sido frenadas por las influencias de Venus, la protectora de las relaciones amorosas: Venus había protegido al Duque en esta época. Pero luego, en los años 18 y 19, la influencia negativa de Saturno comenzó a surtir efecto. Se puede imaginar cómo los ojos de la corte danesa estaban puestos en el joven duque: se hicieron todos los preparativos para el matrimonio y se esperaba cada hora la noticia de que se había celebrado. Pero en su lugar llegó el anuncio de que el matrimonio se retrasaba, luego la noticia de la enfermedad del duque y, finalmente, de su muerte. Estas cosas causaron una gran impresión en la gente de la época y seguramente sorprenderán a la posteridad.

La historia del mundo tiene a veces su lado humorístico. Hubo una vez, en un ámbito totalmente diferente, un profesor que afirmaba que el cerebro de la mujer siempre pesa menos que el del hombre. Sin embargo, después de su muerte, se pesó su propio cerebro y se demostró que era extremadamente ligero. Fue la víctima del humor en la historia del mundo.

El horóscopo de Pico de Mirandola (descendiente del famoso filósofo) profetizó que Marte le traería grandes desgracias. Él se oponía a todas esas predicciones. Tycho de Brahe le demostró que todos sus argumentos en contra de los pronósticos de los astros eran falsos, y murió en el año que se había indicado como el período de la influencia desfavorable de Marte.

Se podrían citar numerosos ejemplos y probablemente nos daremos cuenta de que en cierto sentido no es difícil hacer objeciones. Por ejemplo, un astrónomo moderno muy distinguido -un hombre muy respetado también por sus actividades humanitarias- ha argumentado que no se puede decir que la muerte de Wallenstein haya sido predicha correctamente en el horóscopo elaborado por Kepler. En cierto sentido, estos argumentos deben tomarse en serio. No podemos ignorar del todo el argumento de Wilhelm Foerster de que Wallenstein sabía lo que se había predicho; que en el año correspondiente se acordó de su horóscopo, dudó, no adoptó la postura firme que habría tomado en otro caso y así fue él mismo la causa de la desgracia. Tales objeciones son siempre posibles.

Pero, por otro lado, hay que recordar que, aunque en las ilustraciones producidas por la ciencia, los datos externos tienen valor, la época moderna acepta estos datos como una base absolutamente adecuada para las verdades científicas. Muchas cosas pueden ser problemáticas. Pero no debemos cerrar los ojos ante el hecho de que la comparación cuidadosa de los acontecimientos realmente ocurridos en la vida con las indicaciones obtenidas de los astros, condujo efectivamente, en épocas anteriores, a la confianza en los pronósticos del futuro. La gente era ciertamente consciente de los errores, pero no ocultaba las cosas que eran realmente sorprendentes, ni las aceptaba totalmente sin crítica. También en aquellos tiempos eran muy capaces de criticar y, con toda probabilidad, lo hicieron en muchas ocasiones.

He querido citar ejemplos muy llamativos para mostrar que también según los criterios de la ciencia moderna es posible tomar en serio estas cuestiones. E incluso cuando tomemos lo que hay que decir en contra de ellas, tendremos que admitir que las razones que en tiempos del pasado relativamente cercano hicieron que las mentes brillantes confiaran firmemente en ellas, no eran malas sino razones sólidas y bien fundadas. Incluso aunque se rechacen estas razones, hay que admitir que la impresión que causaron en las mentes brillantes e ilustradas fue tal que estos hombres creyeron -al margen de los detalles- que existe una conexión entre los acontecimientos de la vida de los individuos y de los pueblos, y los sucesos del Cosmos. Estos hombres creían que existe una conexión real entre el macrocosmos, el gran mundo, y el microcosmos, el pequeño mundo.

Creían que la vida humana en la Tierra no es un flujo caótico de acontecimientos, sino que la ley se manifiesta en estos acontecimientos, que al igual que los acontecimientos celestes se rigen por una ley cíclica, también una cierta ley cíclica, un cierto ritmo se manifiesta en las condiciones humanas y terrestres. Para explicar lo que aquí se quiere decir, hablaré de ciertos hechos que pueden ser cotejados por la observación, tan verdaderamente como los hechos más exactos de la química o de la física actuales. Pero las observaciones deben hacerse en las esferas apropiadas. Supongamos que observamos algo que ocurre en la vida de un hombre durante su infancia. Si estudiamos el largo recorrido de la vida humana, saldrán a la luz notables conexiones, por ejemplo, entre la vida de la primera infancia y la de la vejez; es perceptible una conexión entre lo que un hombre experimenta en el ocaso de su vida y lo que experimentó en la primera juventud. Podremos decir: Si durante la juventud fuimos sacudidos por emociones debidas a la alarma o al espanto, posiblemente habremos estado exentos de sus efectos durante toda nuestra vida, pero en la vejez pueden aparecer cosas de las que sabemos que sus causas hay que buscarlas en la más temprana infancia. También hay conexiones entre los años de la adolescencia y el período inmediatamente anterior a la vejez. La vida sigue un curso circular.

Podemos ir aún más lejos, tomando como ejemplo el caso de alguien que, digamos a la edad de 18 años, fue arrancado de inmediato del curso que su vida había tomado hasta entonces. Hasta entonces podía dedicarse a los estudios, pero de repente se vio obligado a abandonarlos y a convertirse en comerciante, tal vez porque su padre perdió el dinero, o por alguna otra razón. Al principio se desenvuelve bastante bien, pero al cabo de unos años aparecen grandes dificultades internas. Al tratar de ayudar a esa persona a superar esas dificultades, no podemos aplicar ningún principio general y abstracto. Tendremos que decirnos a nosotros mismos: A los 18 años hubo un cambio repentino en su vida y a los 24 años -es decir, seis años después- surgieron dificultades en su vida anímica. Seis años antes, en su duodécimo año o por ahí, ocurrieron ciertas cosas en su alma que explican realmente las dificultades que aparecen en su vigésimo cuarto año: seis años antes, seis años después - el cambio de profesión se encuentra en medio. Al igual que por encima de un péndulo que oscila a derecha e izquierda hay un punto de equilibrio, así, en el caso citado, el decimoctavo año es un punto de giro. Una causa generada antes de este punto de equilibrio tiene su efecto el mismo número de años después. Lo mismo ocurre en el conjunto de la vida del hombre. La vida humana no sigue su curso con irregularidad, sino con regularidad y según la ley. Aunque el individuo no se dé cuenta necesariamente, hay en toda vida humana un punto central; lo que hay antes -la juventud y la infancia- permite que las causas descansen en las profundidades de los sucesos posteriores, y entonces lo que tuvo lugar un número de años antes de este punto central de la vida se revela en sus efectos un número igual de años después. En el sentido de que el nacimiento es el punto polar de la muerte, los sucesos de la infancia son las causas de los sucesos durante los años que preceden a la muerte. De este modo, la vida se vuelve comprensible.

En el caso, por ejemplo, de la enfermedad que se produce, digamos, a los 54 años, el único enfoque realmente inteligente es buscar un punto de inflexión en el que un hombre pasó por una crisis definida, contando a partir de ahí con algún acontecimiento relacionado con los cincuenta y cuatro años en el mismo sentido que la muerte está relacionada con el nacimiento, o al revés. El hecho de que los acontecimientos de la vida humana revelen la conformidad con la ley y los principios no pone en duda nuestra libertad. Muchas personas suelen decir que esta conformidad con la ley en el curso de los acontecimientos contradice el libre albedrío del hombre. Pero esto no es así y sólo puede parecerlo al pensamiento superficial. Un ser humano que a la edad, digamos, de 15 años, pone en el seno del tiempo alguna causa, cuyos efectos experimentó, digamos, a los cincuenta y cuatro años, no se priva más de su libertad que el que construye una casa y luego se muda a ella cuando finalmente está lista. El pensamiento lógico nunca dirá que el hombre se priva de su libertad cuando se muda a la casa. Nadie se priva de la libertad por anticipar que las causas tendrán sus efectos más adelante. Este principio no tiene nada que ver directamente con la libertad en la vida.

Así como hay conexiones cíclicas en la vida del individuo, también las hay en la vida de los pueblos y en la vida de la Tierra en sentido general. La evolución de la humanidad en la Tierra se divide en sucesivas épocas culturales. Dos de las épocas más estrechamente relacionadas con la nuestra, son el período de la civilización asirio-egipcia-caldea y el de la cultura posterior de Grecia y Roma; luego, contando desde la decadencia de la cultura griega y romana y sus secuelas, viene nuestra época actual. Según todos los signos de los tiempos, ésta durará todavía mucho tiempo. Tenemos, pues, tres períodos consecutivos de cultura.

La observación atenta de la vida de los pueblos durante estas tres épocas revelará, durante el período grecolatino, algo así como un punto de inflexión en la evolución de la humanidad. De ahí también la curiosa fascinación de la cultura de Grecia y Roma. El arte griego, la vida política griega y romana, la equidad romana, la concepción de la ciudadanía romana... todo parece situarse como una especie de punto de inflexión en la corriente del proceso evolutivo: Después de ella - nuestra propia época; antes de ella - la época egipcio-caldea. De manera notable, aquellos que observan con suficiente profundidad percibirán que ciertas condiciones de la vida durante el período egipcio-caldeo operan de nuevo hoy en día, en una forma bastante diferente pero sin embargo relacionada. En aquellos tiempos, por tanto, se depositaron en el seno de las edades causas que ahora, en sus efectos, vuelven a salir a la luz. Ciertos métodos de higiene, ciertas abluciones habituales en el antiguo Egipto, también ciertas visiones de la vida están ahora, extrañamente, en primer plano de nuevo - naturalmente en formas absolutamente diferentes; en resumen, los efectos de las causas establecidas en el antiguo Egipto se están haciendo perceptibles hoy. En medio, como un punto de apoyo, se encuentra la cultura de Grecia y Roma.

La época egipcio-caldea fue precedida por la de la cultura persa más antigua. De acuerdo con la ley de la evolución cíclica, se puede presagiar que, al igual que en nuestra civilización hay un resurgimiento cíclico de la cultura egipcio-caldea, la antigua cultura persa resurgirá en la época siguiente a la nuestra. La ley se revela en todas partes en el flujo de la evolución. No la irregularidad, no el caos, pero tampoco el tipo de ley que conjeturan los historiadores: que las causas de todo lo que ocurre hoy hay que buscarlas en el período inmediatamente anterior, las causas de los acontecimientos del pasado reciente a su vez en el período inmediatamente anterior, y así sucesivamente. Así es como los historiadores construyen una cadena de acontecimientos: uno sigue directamente al otro. Sin embargo, una observación más atenta revela la existencia de ciclos, rupturas... lo que antes estaba presente vuelve a aparecer en un momento muy posterior.

La propia observación externa puede reconocerlo. Pero para quienes estudian la evolución de la humanidad a la luz de la Ciencia Espiritual será muy evidente que hay evidencia de la ley espiritual en el flujo de los acontecimientos, en la corriente del "Devenir" y que una cierta profundización de la vida del alma permitirá a los hombres percibir realmente los hilos de estas conexiones internas. Y aunque no es fácil captar todo lo que pertenece a esta esfera, aunque a veces puede tender a la charlatanería o a la patraña y dirigir su apelación a los impulsos e instintos inferiores, sin embargo se cumple lo siguiente: Cuando alguien es capaz de eliminar los intereses personales y de avivar las fuerzas ocultas de la vida espiritual, de modo que su conocimiento no procede únicamente de su entorno o de los recuerdos de su propia vida y de la de sus conocidos más cercanos, cuando no se deja influir por consideraciones materiales y personales... entonces crece más allá de su propia personalidad y se hace consciente de la presencia de fuerzas superiores con él, que sólo es cuestión de desarrollar mediante ejercicios apropiados. Cuando estas fuerzas más profundas son llevadas a la superficie, los acontecimientos en la vida de un ser humano también revelarán sus causas ocultas y tal alma entonces vislumbrará la verdad de que todo lo que ha transpirado a través de las edades arroja sus efectos hacia el futuro. La ley que nos presenta la Ciencia Espiritual es que ningún acontecimiento -y esto también se aplica al dominio de lo Espiritual- discurre sin sentido a lo largo de la corriente de la existencia; todos tienen sus efectos y debemos descubrir la ley que subyace a la manifestación de estos efectos en tiempos posteriores. De este modo, se comprenderá que esta ley también abarca el regreso de la individualidad a la vida terrenal actual, donde se manifiestan los efectos de las vidas anteriores.

Del mismo modo que el conocimiento del funcionamiento del Karma, la Ley del Destino, surge de la percepción de cómo las causas yacen en el seno del tiempo y aparecen de nuevo en la transformación, también esta percepción estaba presente en todos aquellos que han tomado en serio la profecía o se han dedicado a ella; se han convencido de que las leyes prevalecen en el curso que toma la vida humana y que el alma puede despertar las fuerzas por las que estas leyes pueden ser comprendidas. Pero el alma necesita puntos de enfoque. En sus hechos, el mundo es un todo interconectado. Al igual que en su vida física el ser humano se ve afectado por el viento y el clima, no es difícil suponer que hay conexiones en todo lo que nos rodea, aunque los detalles sean oscuros. Sin buscar realmente las leyes de la Naturaleza, algo en los cursos de las estrellas y las constelaciones evoca el pensamiento: Las armonías que allí se perciben pueden suscitar en nosotros armonías y ritmos similares según los cuales la vida humana sigue su curso. Otras observaciones nos llevarán a los detalles.

Como puede leerse en el pequeño libro La educación del niño a la luz de la ciencia espiritual, pueden distinguirse épocas en la vida del individuo: desde el nacimiento hasta el cambio de dientes, de ahí a la pubertad, luego los años hasta los veintiuno y de nuevo de los veintiuno a los veintiocho... períodos de siete años claramente diferentes en su carácter y tras los cuales se presentan nuevos tipos de facultades. Si sabemos investigar estas cosas, encontraremos una clara evidencia de una corriente rítmica en la vida humana, que puede, por así decirlo, encontrarse de nuevo en los cielos estrellados. Si se observa la vida desde este punto de vista (pero esta observación debe ser tranquila y equilibrada, sin el fanatismo acostumbrado de los opositores), se encontrará que alrededor del vigésimo octavo año algo en la vida del alma indica, en muchos casos, una culminación de lo que ha surgido después de cuatro períodos de siete años cada uno. Cuatro veces siete años - veintiocho años... aunque la cifra no es absolutamente exacta, éste es el tiempo aproximado de una revolución de Saturno. Saturno gira en un círculo que consta de cuatro partes, pasa por tanto por todo el círculo zodiacal, y su curso tiene una correspondencia real con el curso de la vida del hombre desde su nacimiento hasta el vigésimo octavo año. Así como el círculo se divide en cuatro partes, también estos veintiocho años se dividen en cuatro períodos de siete años cada uno. Ahí, en la revolución de una estrella en el espacio cósmico, vemos indicios de similitud con el curso de la vida humana.

Otros movimientos en los cielos también corresponden a ritmos en la vida humana. Hoy en día se presta poca atención a las brillantes investigaciones realizadas por Fliess, un médico de Berlín; todavía están en la fase inicial, pero si alguna vez se estudian adecuadamente, se percibirá claramente el flujo rítmico de nacimientos y muertes en la vida de la humanidad. Todas estas investigaciones están sólo al principio; pero con el tiempo se comprenderá que sólo hay que considerar a las estrellas y sus movimientos como un gran reloj celeste y a la vida humana como un ritmo que sigue su propio curso, pero que en cierto modo está determinado por las estrellas. Sin buscar las causas reales en las estrellas, es muy posible concebir que, debido a esta relación interna, la vida humana sigue su curso con un ritmo similar. Supongamos, por ejemplo, que a menudo salimos a la puerta de nuestra casa o miramos por la ventana a una hora determinada de la mañana y siempre vemos a un determinado hombre que se dirige a su oficina... miramos el reloj, sabiendo que cada día pasará a una hora determinada. ¿Son las agujas del reloj la causa de ello? Por supuesto que no. ... pero debido al ritmo invariable podemos suponer que el hombre pasará por la casa a una hora determinada. En este sentido podemos ver en las estrellas un reloj celestial según el cual la vida del hombre y de los pueblos sigue su curso.

Tales cosas bien pueden ser puntos de avanzada para la observación y el estudio de la vida, y la Ciencia Espiritual es capaz de indicar estas conexiones más profundas. Ahora entenderemos por qué Tycho de Brahe, Kepler y otros, trabajaron sobre la base de cálculos - Kepler especialmente, Tycho de Brahe menos. Porque la visión del alma de Tycho de Brahe revela una cierta similitud con la de Nostradamus. Nostradamus, sin embargo, no necesita hacer cálculos, sino que se sienta en su buhardilla y se entrega a las impresiones de las estrellas. Atribuye este don a ciertas cualidades heredadas de su organismo, que por ello no le suponen ningún obstáculo. Pero también necesita esa tranquilidad interior del alma que surge después de haber dejado de lado todos los pensamientos, emociones, preocupaciones y excitaciones de la vida cotidiana. El alma debe enfrentarse a las estrellas con pureza y libertad. Y entonces lo que Nostradamus profetiza surge en él en forma de imágenes; lo ve todo ante él en imágenes. Si hablara en términos astronómicos de que Saturno o Marte son perjudiciales, no habría pensado, al predecir el destino, en el Saturno físico o en el Marte físico, sino que habría reflexionado de esta manera: Tal o cual hombre tiene una naturaleza guerrera, un temperamento que ama la lucha, pero también tiene una especie de melancolía que le hace estar sujeto a estados de ánimo de depresión que pueden incluso afectarle físicamente. Nostradamus deja que esto se entremezcle en su contemplación y surge ante él una imagen de los futuros acontecimientos en la vida del hombre: la tendencia a la melancolía y el espíritu de lucha se entremezclan - "Saturno" y "Marte". Esto es sólo una imagen sensorial. Cuando habla de "Saturno" y "Marte", su significado es: Hay algo en este hombre que se me presenta como una imagen, pero que puede compararse con la oposición o conjunción entre Saturno y Marte en los cielos. Esto no era más que una forma de expresarlo; la contemplación de las estrellas evocaba en Nostradamus la videncia que le permitía ver más profundamente en las almas de lo que es posible de otro modo.

Nostradamus, por lo tanto, era un hombre que, actuando de una manera determinada, era capaz de despertar a la vida los poderes internos del alma que, de otro modo, dormitaban dentro del ser humano. En un estado de ánimo de devoción, de reverencia, dejaba completamente de lado todas las preocupaciones y ansiedades, todas las preocupaciones del mundo exterior. En total olvido de sí mismo, sin ningún sentimiento de su propia personalidad, su alma conoció la verdad del axioma que siempre citaba: "Es Dios quien pronuncia por mi boca todo lo que puedo decirte sobre tus preocupaciones. Tómalo como si te hablara por la gracia de tu Dios yo...". Sin esa reverencia no hay auténtica videncia. Pero esta misma actitud garantiza que quien la tiene no abusará ni hará un uso ilícito de su don.

Tycho de Brahe representa una etapa de transición entre Nostradamus y Kepler. Cuando contemplamos el alma de Tycho de Brahe, parece ser alguien que invoca recuerdos de una vida anterior, algo que recuerda a los apaciguadores griegos. Tiene algo parecido al alma de un griego antiguo que busca por todas partes las manifestaciones de la armonía cósmica. Tal es la sintonía de su alma -y su perspicacia astrológica es realmente una actitud del alma- que es como si el cálculo astronómico fuera un mero accesorio que le ayuda a invocar esos poderes que permiten que las imágenes de los acontecimientos del pasado o del futuro tomen forma ante él. La mente de Kepler es más abstracta, en el sentido en que el pensamiento moderno es abstracto, en un grado aún mayor. Kepler tiene que confiar más o menos en el cálculo puro, en el que, por supuesto, hay precisión, ya que según el conocimiento derivado de la clarividencia hay una relación real entre las constelaciones y las acciones de los hombres. Con el paso del tiempo, la astrología se fue convirtiendo cada vez más en una cuestión de cálculos y estimaciones. El don de la videncia dio paso al pensamiento puramente intelectual, y puede decirse que las previsiones astrológicas no son ahora más que deducciones intelectuales.

Cuanto más nos remontamos en el pasado, más descubrimos que las palabras de los antiguos profetas sobre la vida de sus pueblos surgían de lo más profundo de sus almas. Así fue entre los profetas hebreos; en comunión con su Dios y libres de sus intereses y asuntos personales, estaban totalmente entregados a las grandes preocupaciones de su pueblo y podían percibir lo que les esperaba. Al igual que un maestro prevé que ciertas cualidades de un niño se expresarán más tarde, y las tiene en cuenta, el profeta hebreo contemplaba el alma de su pueblo como una unidad; el Pasado se suavizaba en su alma y actuaba de tal manera que las consecuencias se le revelaban como una gran visión del Futuro.

Pero ahora, ¿qué significa la profecía en la vida humana, qué significa realmente? Encontraremos la respuesta pensando en lo siguiente: Hay ciertas grandes figuras hacia las que siempre confluyen los acontecimientos de la historia. Aunque hoy en día se prefiere que todo el mundo esté a un mismo nivel, porque va a contracorriente que una sola personalidad se imponga a todas las demás (en su deseo de que todas las facultades sean iguales, la gente se resiste a admitir que ciertos hombres sean más contundentes que los demás), a pesar de ello, grandes y avanzados líderes están actuando en el proceso de la evolución histórica. Las cosas han llegado a tal punto hoy en día que los acontecimientos más poderosos se conciben como el resultado simplemente de las ideas y no conducen a ninguna personalidad. Hay una escuela de teología que sigue afirmando que es cristiana, aunque sostiene que no es necesario que haya habido un Cristo Jesús como individuo. En respuesta a la réplica de que la historia del mundo está hecha por los hombres, uno de estos teólogos dijo: Eso es tan obvio como el hecho de que un bosque está compuesto por árboles; los seres humanos hacen la historia en el mismo sentido que los árboles hacen un bosque... Pero pensad que todo el bosque podría haber surgido de unos pocos granos de semilla. Ciertamente, el bosque está compuesto por árboles, pero el paso primordial es averiguar si no se originó a partir de granos de semillas depositados una vez en el suelo. De la misma manera, se trata de averiguar si, después de todo, los acontecimientos de la evolución humana no se remontan a tal o cual individuo que inspiró al resto.

Esta concepción de la historia del mundo sugiere la idea de que hay fuerzas "excedentes" en los hombres que desempeñan papeles de liderazgo en la evolución de la humanidad. Que apliquen estas fuerzas para bien o para mal es otra cuestión. Estos hombres actúan sobre su entorno a partir de las fuerzas excedentes que llevan dentro. Estas fuerzas excedentes, que no necesitan ser utilizadas para los asuntos de la vida personal, pueden expresarse en actos o pueden no encontrar salida en actos; sin embargo, con otros, algún tipo de obstáculo siempre parece impedirlo. Nostradamus es un ejemplo interesante: era médico y como tal trajo bendiciones a muchos seres humanos. Pero la idea de que alguien está haciendo el bien, ¡a menudo va en contra de la corriente! Nostradamus se convirtió en objeto de envidia y celos y fue acusado de ser calvinista. Ser judío o calvinista se miraba con recelo, por lo que las circunstancias le obligaron a retirarse de su labor de curación y a abandonar su profesión. Pero, ¿las fuerzas utilizadas en esta obra inspiradora ya no estaban dentro de él cuando se había retirado? Por supuesto que sí. La física cree en la conservación de la energía o la fuerza. Lo que ocurrió en el caso de Nostradamus fue que cuando abandonó su trabajo, las fuerzas que había en él tomaron una dirección diferente. Si sus actividades médicas hubieran continuado, estas fuerzas habrían producido otros efectos en el futuro. Porque, ¿Dónde puede decirse que terminan realmente nuestros actos? Si, como Nostradamus, nos retiramos de alguna actividad, el flujo de nuestros actos se detiene repentinamente, pero las propias fuerzas siguen ahí. Las fuerzas en el alma de Nostradamus permanecieron y se transformaron, de modo que lo que podría haberse expresado en hechos en algún momento futuro, surgió ante él en imágenes. En su caso, los hechos se transformaron en el don de la videncia. Lo mismo puede ocurrir hoy en día con los seres humanos dotados de la facultad de profecía; y fue así en el caso de los antiguos profetas hebreos. Como indica la historia bíblica, estos hombres tenían una conexión real con fuerzas pertenecientes al pasado y al futuro de su pueblo; su propia alma, su vida personal, no era nada para ellos. No eran belicosos por naturaleza, pero tenían en su interior fuerzas excedentes que desde el principio tomaron la misma forma que las de Nostradamus después de su transformación. Las fuerzas, que en otros se volcaban en los hechos, se revelaban a los profetas hebreos en forma de poderosas imágenes y visiones. El don de la videncia está directamente relacionado con el impulso a la acción en los hombres, con la transformación de las fuerzas excedentes en el alma.

Por lo tanto, la videncia no es en absoluto una facultad incomprensible; puede conciliarse con el tipo de mentalidad que persigue la propia ciencia natural. Pero también es obvio que el don de la videncia lleva más allá del presente inmediato. ¿Cuál es la manera, la única manera, de ir más allá del presente? Es tener ideales. Los ideales, sin embargo, suelen ser abstractos: el hombre se los plantea y cree que se ajustan a las realidades del Presente. Pero en lugar de establecer ideales abstractos, el hombre que desea trabajar en consonancia con los objetivos del mundo suprasensible trata de descubrir las causas que yacen en el seno de las épocas, preguntándose: ¿Cómo se expresan estas causas en el flujo del tiempo? No aborda este problema con su intelecto, sino con su facultad más profunda de videncia. El verdadero conocimiento del pasado -cuando se adquiere por las operaciones de las fuerzas más profundas y no por medio del intelecto- hace surgir ante el alma imágenes del futuro, que se ajustan más o menos a los hechos. Y quien ejerce correctamente el don de la videncia hoy, después de haber reflexionado sobre la corriente de la evolución en los tiempos antiguos, encontrará una imagen que se levanta ante él como un ideal concreto. Esta imagen parece decirle: La humanidad se encuentra en el umbral de la transición; ciertas fuerzas hasta ahora ocultas en la oscuridad se hacen cada vez más evidentes. Y así como hoy en día los hombres están familiarizados con el intelecto y la imaginación, en un Futuro no muy lejano, una nueva facultad del alma estará allí para satisfacer el impulso de conocimiento del mundo suprasensible.

Ya se puede percibir la aurora de esta nueva fuerza del alma. Cuando tales vislumbres del Futuro nos asombren, nuestra actitud no será la del fanático, ni la del puro realista, sino que sabremos por qué hacemos esto o aquello en aras de la evolución espiritual. Este es, fundamentalmente, el propósito de toda profecía verdadera. Nos damos cuenta de que este propósito se logra incluso cuando las imágenes del Futuro esbozadas por el vidente pueden no ser absolutamente exactas. Cualquiera que sea capaz de percibir las fuerzas ocultas del alma humana sabe mejor que otros que pueden surgir imágenes falsas de lo que el Futuro tiene reservado; también comprende por qué las imágenes son capaces de muchas interpretaciones. Decir que, aunque se hayan dado ciertas indicaciones, éstas son vagas y ambiguas, no significa mucho. Esas imágenes pueden ser ambiguas. Lo que importa es que los impulsos relacionados con la evolución, a medida que ésta avanza hacia el Futuro, deben trabajar y despertar los poderes adormecidos del hombre. Estas profecías pueden o no ser exactas en cada detalle: ¡lo que importa es que los poderes se despertarán en el ser humano!

La profecía, por lo tanto, debe concebirse no tanto como un medio de satisfacer la curiosidad mediante la predicción del futuro, sino como la realización estimulante de que el don de la videncia está al alcance del hombre. Puede que haya lados sombríos, pero también hay lados buenos. El lado bueno se revelará sobre todo cuando los hombres no vayan a ciegas durante el día ni avancen ciegamente hacia un futuro remoto, sino que puedan establecer sus propias metas y dirigir sus impulsos a la luz del conocimiento. Goethe, que ha dicho tantas cosas maravillosas sobre los asuntos del mundo, tenía razón cuando escribió las palabras "Si un hombre conociera el Pasado, sabría lo que le depara el Futuro; ambos están ligados al Presente como un Todo completo en sí mismo". ["Wer das Vergangene kennte, der wusste das Kunftige; beides schliesst an heute sich rein, als ein Vollendetes, an"]. Este es un hermoso dicho de las "Profecías de Bakis".

Así pues, la razón de ser de la profecía no reside en el apaciguamiento de la curiosidad o la sed de conocimiento, sino en los impulsos que puede dar para trabajar por el Futuro. La falta de voluntad de ser realmente objetivo con respecto a la profecía hoy en día se debe al hecho de que nuestra época valora demasiado el conocimiento puramente intelectual, que no enciende los impulsos de la voluntad. Pero la Ciencia Espiritual traerá el reconocimiento de que, aunque ha habido muchos lados sombríos en el reino de la profecía antigua y moderna, sin embargo en este esfuerzo por la conciencia del Futuro se ha formado una semilla, no para el apaciguamiento de las ansias de conocimiento o de curiosidad, sino como fuego para nuestra voluntad. E incluso aquellos que insisten en juzgar todo lo que hay en el ser humano con criterios fríos e intelectuales, deben aprender de esta visión del mundo que el propósito de la profecía es estimular los impulsos de la voluntad.

Habiendo considerado cómo se puede hacer frente a los ataques contra la profecía y habiendo reconocido su núcleo y propósito, tenemos cierto derecho a decir: En este ámbito se encuentran muchas de las cosas con las que la filosofía académica no tendrá nada que ver... eso es ciertamente cierto. Pero la luz de este mismo conocimiento revelará, en relación con los hechos que ilustran el otro dicho, que los datos del conocimiento intelectual -por muy correctos que sean- carecen a veces de todo valor porque son incapaces de engendrar impulsos de voluntad. Así como es cierto que hay muchas cosas no soñadas por la filosofía, también es cierto que muchas cosas en el ámbito de la investigación científica de las cosas del cielo y de la tierra se quedan en nada porque no avivan la semilla del esfuerzo correcto. Pero el progreso en la vida debe hacerse a la luz de un tipo de conocimiento que revela que al principio, al medio y al final, todo gira en torno a la actividad humana, a los hechos humanos.

Traducido por J.Luelmo oct.2021






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