GA135 Berlín 30 de enero de 1912 La necesidad de adiestrar una memoria sensible especial mediante ejercicios del alma para llegar a la experiencia real de la reencarnación.

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RUDOLF STEINER

REENCARNACIÓN Y KARMA


Berlín 30 de enero de 1912

Segunda conferencia: 

Las ideas contenidas en la última conferencia habrán parecido incomprensibles a muchos, quizá incluso dudosas; pero si profundizamos hoy en el tema, se harán más claras.

¿Qué es lo que se nos ha presentado en la última conferencia? Para el conjunto del ser humano, se trataba de algo similar a lo que un hombre realiza cuando se encuentra en una situación de la vida en la que tiene que reflexionar sobre acontecimientos y experiencias anteriores y traerlos a su memoria. La memoria y el recuerdo son experiencias del alma humana que, en la conciencia ordinaria, están realmente conectadas sólo con el curso de la vida del alma entre el nacimiento y la muerte - o más exactamente, con el período de tiempo que comienza en los últimos años de la infancia y dura hasta la muerte.

Sabemos que, en la conciencia ordinaria, nuestra memoria sólo se remonta a un momento determinado de nuestra infancia, y nuestros padres, parientes mayores o amigos tienen que contarnos acontecimientos anteriores. Cuando consideramos este tramo de tiempo, hablamos de él en relación con la vida anímica como "recordado". No es posible, naturalmente, profundizar aquí en el significado de las palabras "poder de recordar" o "memoria", ni es necesario para nuestro propósito. Sólo necesitamos traer claramente ante nuestras almas que todo lo designado por estas palabras está ligado a reflexionar sobre acontecimientos o experiencias pasadas. Lo que hemos dicho en la última conferencia es semejante a esta reflexión, pero no debe equipararse a la memoria ordinaria; debe considerarse más bien como un poder más elevado y más amplio de la memoria, que nos lleva más allá de esta encarnación presente, a un sentido de certeza de que hemos experimentado vidas terrestres anteriores.

Si imaginamos a un hombre que necesita recordar algo que aprendió en un período temprano de su vida, y sintoniza su alma para sacar de las profundidades lo que entonces aprendió a fin de seguirlo en el presente, - si nos formamos un concepto vivo de este proceso de recuerdo, vemos en él una función que pertenece a nuestra facultad ordinaria de recordar. En la última conferencia hablamos de funciones del alma, pero esas funciones deben conducir a algo que surge en nuestro ser interior en relación con nuestra vida terrena anterior, similar a lo que surge en nuestras almas en esta vida cuando sentimos que una experiencia pasada brota en la memoria. Por lo tanto, no deben considerar lo dicho en la última conferencia como si fuera todo lo que se necesita para llevarnos a una vida terrenal anterior, ni como si fuera capaz de evocar inmediatamente un concepto correcto de la clase de personas que fuimos en una encarnación anterior. Es sólo una ayuda, como lo es el autorecuerdo, que nos ayuda a sacar a la luz lo que ha desaparecido en el fondo de la vida del alma. Resumamos brevemente lo que hemos comprendido sobre el recuerdo de una vida terrena anterior. La mejor manera de hacerlo es la siguiente:
Un poco de autoconocimiento nos hará comprensibles muchos de los sucesos de la vida. Si sucede algo desagradable y no vemos del todo la razón de ello, podemos decirnos a nosotros mismos:. "Realmente soy una persona descuidada, y no me extraña que me haya pasado esto". Esto demuestra al menos cierta comprensión de lo que ha sucedido. Sin embargo, hay innumerables experiencias en la vida de las que simplemente no podemos concebir que estén relacionadas con las fuerzas y facultades de nuestra alma. En la vida ordinaria solemos hablar de ellas como accidentes. Hablamos de accidentes cuando no percibimos cómo aquello que nos acontece como un golpe del destino está relacionado con las inclinaciones interiores de nuestra alma, etcétera. En la última conferencia también se llamó la atención sobre acontecimientos de otro tipo, experiencias a través de las cuales, en cierto sentido, nos libramos, por medio de lo que generalmente llamamos nuestro yo, de alguna situación en la que nos encontramos. Por ejemplo: un hombre puede estar destinado por sus padres o parientes cercanos a una determinada vocación o posición en la vida, y siente que debe abandonarla a toda costa y hacer otra cosa. Cuando más tarde en la vida recordamos algo así, nos decimos a nosotros mismos: "Nos colocaron en una determinada posición en la vida, pero por nuestro propio impulso de voluntad, por nuestra simpatía o antipatía personal, nos hemos librado de ella".

No se trata de prestar atención a todo tipo de cosas, sino de limitarnos en nuestra memoria retrospectiva a algo que haya afectado vitalmente a nuestra vida. Si, por ejemplo, un hombre nunca ha sentido ningún deseo, ni ha tenido ningún motivo para hacerse marinero, un impulso de voluntad como el mencionado en la última conferencia no entra en consideración en absoluto, sino sólo aquel por el que realmente provocó un cambio de destino, una inversión de alguna situación en la vida. Pero cuando más tarde recordemos algo de este tipo y nos demos cuenta de que nos hemos librado, no debemos lamentarnos por ello, como si debiéramos habernos quedado donde estábamos. Lo esencial no es el resultado práctico de la decisión, sino el recuerdo de cuándo se produjeron esos puntos de inflexión. Entonces, con respecto a los acontecimientos de los que decimos: "Esto sucedió por casualidad", o "Estábamos en tal o cual posición, pero nos hemos librado de ella", debemos evocar con la máxima energía la siguiente experiencia interior.

Nos decimos a nosotros mismos: "Imaginaré que la posición de la que me he librado fue aquella en la que me coloqué deliberadamente con el más fuerte impulso de la voluntad". Traemos ante nuestra propia alma aquello mismo que nos repugnaba y de lo que nos libramos. Hacemos esto de tal manera que decimos: "Como experimento me entregaré a la idea de que he querido esto con todas mis fuerzas; traeré ante mi alma la imagen de un hombre que ha querido algo así con todas sus fuerzas".

E imaginemos que nosotros mismos provocamos los sucesos llamados "accidentes". Supongamos que ha venido a nuestra memoria que en algún lugar una piedra cayó de un edificio sobre nuestros hombros y nos hirió gravemente. Imaginemos entonces que nos hemos subido al tejado y hemos colocado la piedra de modo que estuviera destinada a caer, y que luego hemos corrido rápidamente bajo ella para que tuviera que caer sobre nosotros. No importa que tales ideas sean grotescas; lo importante es lo que queremos adquirir a través de ellas.
Pongámonos ahora en el alma de un hombre del que nos hemos hecho semejante imagen, un hombre que realmente ha querido todo lo que nos ha sucedido "por accidente", que ha deseado todo aquello de lo que nos hemos librado. No habrá ningún resultado en el alma si practicamos tal ejercicio dos o tres o cuatro veces solamente, pero resultará mucho si lo practicamos en conexión con las innumerables experiencias que encontraremos si las buscamos. Si hacemos esto una y otra vez, formándonos una concepción viva de un hombre que ha querido todo lo que nosotros no hemos querido, encontraremos que la imagen no nos abandona nunca más, que nos causa una impresión muy notable, como si realmente tuviera algo que ver con nosotros. Si entonces adquirimos una cierta percepción delicada en esta clase de autoprobación, pronto descubriremos cómo tal estado de ánimo y tal imagen, construidos por nosotros mismos, se parecen a una imagen que hemos llamado de memoria. La diferencia estriba únicamente en que cuando llamamos a tal imagen de la memoria en la forma ordinaria, generalmente permanece simplemente como una imagen, pero cuando practicamos los ejercicios de los que hemos estado hablando, lo que cobra vida en el alma tiene en ella un elemento de sentimiento, un elemento conectado más con los estados de ánimo del alma, y menos con las imágenes. Sentimos una relación particular con esta imagen. La imagen en sí no tiene mucha importancia, pero los sentimientos que tenemos producen una impresión similar a la que producen las imágenes de la memoria. Si repetimos este proceso una y otra vez, llegamos a través de una clarificación interior al "conocimiento", se podría decir, que la imagen que hemos construido se está volviendo cada vez más clara, al igual que una imagen de la memoria cuando uno comienza a recordarla desde las oscuras profundidades del alma.
Así pues, no se trata de lo que imaginamos, pues esto cambia y se convierte en algo diferente. Pasa por un proceso similar al que ocurre cuando queremos recordar un nombre concreto y casi aparece y luego desaparece; lo recordamos parcialmente y decimos, por ejemplo, Nuszbaumer, pero tenemos la sensación de que no es del todo correcto, y entonces, sin que podamos decir por qué, nos viene el nombre correcto: Nuszdorfer, tal vez. Igual que aquí los nombres Nüszbaumer, Nüszdorfer, se construyen mutuamente, así la imagen se endereza y cambia. Esto es lo que hace surgir el sentimiento: "¡Aquí he alcanzado algo que existe dentro de mí, y por la forma en que existe dentro de mí y se relaciona con el resto de mi vida anímica, me muestra claramente que no puede haber existido dentro de mí en esta forma en mi encarnación actual!". Así percibimos con la mayor claridad interior que lo que existe dentro de nosotros en esta forma, se encuentra más atrás. Sólo debemos darnos cuenta de que aquí se trata de una especie de facultad del recuerdo que puede desarrollarse en el alma humana, facultad que, a diferencia de la facultad ordinaria del recuerdo, debe designarse con un nombre diferente. Debemos designar la facultad ordinaria del recuerdo como "imagen-memoria", pero la facultad del recuerdo ahora en cuestión debe describirse realmente como una especie de "memoria de sentimiento y experiencia". Que esto tiene cierto fundamento puede demostrarse mediante las siguientes reflexiones.

Debemos tener en cuenta que nuestra facultad ordinaria de recordar es en realidad una especie de memoria-imagen. Piensen cómo reaparece en su memoria un suceso especialmente doloroso que tal vez les ocurrió hace veinte años. El suceso puede aparecer ante ustedes con todos sus detalles, pero el dolor que sufrieron ya no se siente en la misma medida; en cierto sentido, está borrado de la imagen de la memoria. Hay, por supuesto, diferentes grados, y puede suceder que algo haya golpeado a un hombre de tal manera que una y otra vez sienta un dolor nuevo y más intenso cuando recuerda la experiencia. El principio general, sin embargo, es válido: en lo que concierne a nuestra encarnación actual, nuestra facultad de recordar es una imagen-memoria, mientras que los sentimientos que se experimentaron, o los impulsos de voluntad mismos, no surgen de nuevo en el alma con nada parecido a la misma intensidad.

Basta tomar un ejemplo característico para ver cuán grande es la diferencia entre la imagen que surge en el recuerdo y lo que ha quedado de los sentimientos y de los impulsos de la voluntad. Pensemos en un hombre que escribe sus Memorias. Supongamos, por ejemplo, que Bismarck, al escribir sus Memorias, ha llegado al momento en que se preparaba para la guerra germano-austríaca de 1866, e imaginemos lo que puede haber ocurrido en su alma en ese punto tan crítico, cuando dirigía y guiaba los acontecimientos contra un cúmulo de condenas e impulsos de voluntad. No imaginen cómo vivía todo esto en su alma en aquel momento, sino imaginen que todo lo que experimentó entonces bajo la impresión inmediata de los acontecimientos, se hundió en las profundidades de su alma; entonces imaginen cuán desvanecidos debían estar los sentimientos y los impulsos de voluntad en el momento en que escribió sus Memorias, en comparación con lo que eran cuando estaba llevando a cabo realmente el proyecto. Nadie puede ignorar la diferencia que existe entre la imagen del recuerdo y los sentimientos e impulsos de voluntad originales.
Quienes se hayan adentrado un poco en la Antroposofía comprenderán lo que se ha dicho a menudo, a saber: que nuestra actividad conceptual, -incluida la actividad conceptual relacionada con la memoria,- es algo que, cuando es suscitado por el mundo exterior en el que vivimos en nuestros cuerpos físicos, sólo tiene sentido para esta única encarnación. Los principios fundamentales de la Antroposofía nos han enseñado siempre la gran verdad de que todos los conceptos e ideas que hacemos nuestros cuando percibimos algo a través de los sentidos, cuando tememos o esperamos algo en la vida, (esto no se refiere a impulsos del alma, sino a conceptos), todo lo que compone nuestra vida conceptual desaparece muy poco después de haber atravesado la Puerta de la Muerte. Pues los conceptos pertenecen a las cosas que pasan con la vida física, a las cosas menos duraderas. Sin embargo, cualquiera que haya estudiado las leyes de la reencarnación y del karma puede comprender fácilmente que nuestros conceptos, a medida que los adquirimos en la vida que fluye en relación con el mundo exterior o con las cosas del plano físico, se expresan en el habla, y que, por lo tanto, en cierto sentido podemos relacionar la vida conceptual con el habla. Ahora bien, todo el mundo sabe que tiene que aprender a hablar una lengua determinada en una encarnación dada; pues si bien es evidente que muchos escolares modernos encarnaron en la antigua Grecia, ¡a ninguno de ellos le resulta más fácil aprender griego si es capaz de recordar cómo hablaba griego en una encarnación anterior! El habla es enteramente una expresión de nuestra vida conceptual, y sus destinos son similares; de modo que los conceptos extraídos del mundo físico, e incluso los conceptos que debemos adquirir sobre los mundos superiores, están en cierto sentido siempre coloreados por imágenes subjetivas del mundo exterior. Sólo cuando tenemos perspicacia nos damos cuenta de lo que los conceptos son capaces de decir sobre los mundos superiores. Lo que aprendemos directamente de los conceptos también está, en cierto sentido, ligado a la vida entre el nacimiento y la muerte. Después de la muerte no formamos conceptos como los formamos aquí; después de la muerte los vemos, son objetos de percepción; existen igual que existen los colores y los tonos en el mundo físico. En el mundo físico lo que nos imaginamos por medio de conceptos lleva una impresión de materia física, pero en el estado incorpóreo tenemos conceptos ante nosotros de la misma manera que aquí tenemos colores y tonos. Un hombre no puede, por supuesto, ver el rojo o el azul como los ve aquí con sus ojos físicos, pero lo que no ve aquí, y sobre lo cual forma conceptos, es lo mismo para él después de la muerte que el rojo, el verde o cualquier otro color o sonido es aquí. Lo que aprendemos a conocer en el mundo físico puramente a través de conceptos, o más bien ideas, (en el sentido de la Filosofía de la Actividad Espiritual), sólo puede ser visto a través del velo de la vida conceptual, pero en el estado incorpóreo está ahí de la misma manera que el mundo físico está ante nuestra conciencia. En el mundo físico hay personas que realmente piensan que las impresiones sensoriales lo revelan todo. Aquello que el hombre puede aclararse a sí mismo por medio de un concepto, -como por ejemplo el concepto "cordero" o lobo,- abarca todo lo que nos dan los sentidos; pero aquello que trasciende la materia puede ser negado realmente por aquellos que admiten la existencia de la impresión sensorial solamente. Un hombre puede hacerse una imagen mental de todo lo que ve como cordero o lobo. Ahora bien, el punto de vista ordinario trata de sugerir que lo que aquí puede construirse en un sentido conceptual, no es más que una "mera idea". Pero si encerráramos a un lobo y durante mucho tiempo no le diéramos de comer más que cordero, de modo que no estuviera lleno más que de sustancia de cordero, nadie podría persuadirse de que el "lobo" se ha convertido así en "cordero". Por consiguiente, debemos decir: evidentemente, aquí lo que trasciende una impresión sensorial es un concepto. Ciertamente, no se puede negar que lo que engendra el concepto, muere; pero lo que vive en el "lobo", lo que vive en el "cordero" - lo que está dentro de ellos y no puede ser visto por los ojos físicos, - esto si es "visto", percibido, en la vida entre la muerte y el renacimiento.

Así, cuando se dice que los conceptos están ligados al cuerpo físico, no debemos inferir que en la vida entre la muerte y el renacimiento el hombre estará sin conceptos o, mejor dicho, sin el contenido de los conceptos. Sólo desaparece lo que ha elaborado los conceptos. Nuestra vida conceptual, tal como la experimentamos aquí en el mundo físico, sólo tiene importancia para la vida de esta encarnación. A este respecto ya he mencionado el caso de Friedrich Hebbel, que una vez esbozó en su diario un ingenioso plan para un drama. Tuvo la idea de que el reencarnado Platón, en una clase de escuela, causara la peor impresión posible al profesor y fuera severamente reprendido porque ¡no podía entender a Platón! También aquí se sugiere que la estructura de pensamiento de Platón, -todo lo que vivía en él como pensamiento,- no sobrevive en la misma forma en su siguiente encarnación.
Para obtener una visión razonable de estas cosas, debemos considerar la vida anímica del hombre desde cierto punto de vista. Debemos preguntarnos: ¿Cuál es el contenido de nuestra vida anímica? En primer lugar, tenemos nuestros conceptos. El hecho de que estos conceptos, impregnados de sentimiento, puedan dar lugar a impulsos de voluntad, no impide que hablemos de una vida específica de conceptos en el alma. Pues aunque hay personas que apenas pueden limitarse a un concepto puro, sino que en cuanto conciben algo se encienden en simpatía o antipatía, pasando así a otros impulsos, esto no significa que la vida de los conceptos no pueda separarse de otros contenidos del alma.

En segundo lugar, tenemos en nuestra vida anímica experiencias de sentimiento. Éstas aparecen en una gran diversidad de formas. En la vida del sentimiento existen las conocidas antítesis, de las que se puede hablar como simpatía y antipatía que sentimos por las cosas, o, si queremos describirlas más enfáticamente, como amor y odio. Podemos decir que estos sentimientos producen una especie de estímulo, y también hay sentimientos que provocan una cierta tensión y liberación. No se pueden clasificar como simpatía y antipatía. Porque un impulso del alma que puede describirse como una tensión, un estímulo o una liberación, es diferente de lo que se expresa en mera simpatía o antipatía. Tendríamos que hablar largo y tendido si se tratara de describir todas las clases de sentimientos. A éstos pertenece también lo que puede describirse como el sentido de la belleza y de la fealdad, que es un contenido específico del alma y no se parece a los sentimientos de simpatía y antipatía. En cualquier caso, no se puede clasificar con ellos. También podríamos describir los sentimientos específicos que tenemos por el bien o el mal. No es éste el momento de extendernos sobre la diferencia entre nuestras experiencias internas respecto a una acción buena o mala, y los sentimientos de simpatía o antipatía por tales acciones, nuestro amor por una acción buena y nuestro odio por una mala. Así nos encontramos con sentimientos en las formas más diversas y podemos distinguirlos de nuestros conceptos.

Una tercera clase de experiencias del alma son los impulsos de la voluntad, la vida de la voluntad. Esto tampoco debe clasificarse con lo que puede llamarse experiencias de sentimiento, que pueden o deben permanecer encerradas en nuestra vida anímica, según el modo en que las experimentemos. Un impulso de la voluntad dice: "Harás esto, harás aquello". Pues debemos distinguir entre el mero sentimiento que tenemos de lo que nos parece bueno o malo a nosotros mismos o a los demás, y lo que surge en el alma como algo más que un sentimiento, cuando somos impulsados a hacer el bien y a abstenernos del mal. El juicio puede permanecer arraigado en el sentimiento, pero los impulsos de la voluntad son otra cosa. Aunque hay transiciones entre la vida del sentimiento y los impulsos de la voluntad, no deberíamos, basándonos en la observación ordinaria, clasificarlos juntos sin más consideración. En la vida humana hay transiciones en todas partes. Así como hay personas que nunca llegan a concepciones puras, sino que siempre expresan simultáneamente su amor o su odio, que son arrastradas de un lado a otro porque no pueden separar sus sentimientos de sus concepciones, hay otras que, cuando ven algo, no pueden abstenerse de pasar, por un impulso de la voluntad, a una acción, aunque ésta sea injustificable. Esto no conduce a nada bueno. Adopta la forma de cleptomanía, etc. Aquí no existe una relación ordenada entre los sentimientos y los impulsos de la voluntad, aunque en realidad debería establecerse una distinción tajante entre ellos.
Así pues, en nuestra vida de alma vivimos en las ideas, en los sentimientos y en los impulsos de la voluntad. Hemos visto que la vida de las ideas está ligada a una sola encarnación entre el nacimiento y la muerte; hemos visto cómo entramos en la vida y construimos nuestra propia vida de ideas. No ocurre lo mismo con la vida del sentimiento, ni con la vida de la voluntad. De los que insisten en que es así, sólo cabe pensar que nunca pueden haber observado inteligentemente el desarrollo de un niño. Consideremos a un niño en relación con la vida de las ideas antes de que pueda hablar; se relaciona con el mundo circundante a través de sus concepciones o ideas. Pero tiene simpatías y antipatías muy decididas, e impulsos activos de voluntad a favor o en contra de algo. La firmeza de estos primeros impulsos de la voluntad ha llevado a un filósofo, Schopenhauer, a creer erróneamente que el carácter de un hombre no puede modificarse en absoluto a lo largo de la vida. Esto no es correcto; el carácter puede ser alterado. Debemos comprender que cuando entramos en la vida física, la situación de los sentimientos y de los impulsos de la voluntad no es en modo alguno la misma que en la vida de los conceptos, porque entramos en una encarnación con un equipo muy definido de experiencias de sentimientos y de impulsos de la voluntad. Una observación correcta podría hacernos suponer que en los sentimientos y en los impulsos de la voluntad tenemos algo que hemos traído de encarnaciones anteriores. Y todo esto debe reunirse como "memoria de sentimientos", a diferencia de la "memoria de conceptos", que pertenece a una sola vida. No podemos llegar a ningún resultado práctico si sólo tenemos en cuenta la memoria conceptual. Todo lo que desarrollamos en la vida de los conceptos no puede suscitar una impresión que, bien entendida, nos diga: Tienes dentro de ti algo que entró en esta encarnación contigo al nacer. Para ello debemos ir más allá de la vida de los conceptos; el recuerdo debe convertirse en algo diferente, y hemos mostrado en qué puede convertirse el recuerdo. ¿Cómo practicamos el recogimiento? No nos limitamos a imaginarnos a nosotros mismos: "Esto fue accidental en nuestra vida, tal o cual cosa nos sucedió, allí estábamos en una posición de la vida que abandonamos", etcétera. No debemos detenernos en los conceptos; debemos hacerlos vivos, activos, como si tuviéramos ante nosotros la imagen de una personalidad que ha deseado y querido todo esto. Debemos experimentarnos a nosotros mismos en este querer. Se trata de una experiencia muy diferente a la de limitarse a recordar conceptos; es una experiencia de vivir uno mismo en otras fuerzas del alma, si se me permite decirlo así.

Esta práctica de recurrir a la voluntad y al deseo para llenar el alma de un determinado contenido, -práctica que siempre ha sido conocida y cultivada en todas las escuelas ocultas,- está confirmada por lo que sabemos de los conocimientos antroposóficos o similares sobre la vida del pensar, sentir y querer, y puede ser comprendida y explicada de este modo. Dejemos bien claro que, para dar un contenido específico a la vida del sentimiento y de la voluntad, debemos desarrollar algo que se asemeje a los conceptos-memoria, pero que no se detenga ahí. Es algo que nos permite desarrollar otro tipo de memoria, que nos lleva gradualmente más allá de la vida encerrada en una encarnación entre el nacimiento y la muerte.
Hay que subrayar con fuerza que el camino aquí indicado es absolutamente bueno y seguro, pero lleno de renuncias. Es más fácil imaginar por toda clase de motivos externos que uno ha sido María Antonieta o María Magdalena, o alguien así en una encarnación anterior. Es más difícil, por los métodos descritos, construir a partir de lo que existe realmente en el alma una imagen de lo que uno fue en realidad. Por eso tenemos que renunciar a muchas cosas, porque podemos ser engañados fácilmente. Si alguien dice: "Pero puede que nos lo estemos imaginando todo", debemos responder: "Sí, y también es muy posible imaginar algo en relación con nuestros recuerdos que nunca existió". Todas estas cosas no son objeciones reales. La vida misma puede proporcionar un criterio para distinguir la imaginación real de la fantasía.

Alguien me dijo una vez en un pueblo del sur de Alemania que todo lo que decía en mi libro Ciencia oculta podía estar basado en la simple sugestión. Dijo que la sugestión podía ser tan vívida que uno podía incluso imaginarse limonada con tanta fuerza que el sabor de ésta se quedaría en la boca; y si tal cosa es posible, ¿por qué no habría de ser posible que lo que está presente en la Ciencia Oculta se basara en sugestiones? - Teóricamente puede plantearse tal objeción, pero la vida trae la reflexión de que si alguien desea mostrar con el ejemplo de la limonada la fuerza con que puede obrar la sugestión, debemos añadir que no ha comprendido cómo llevar la idea a su conclusión lógica. Debería intentar no sólo imaginar limonada, sino saciar su sed con limonada puramente imaginaria. Entonces vería que no es posible. Siempre es necesario llevar nuestras experiencias a su conclusión, y esto no puede hacerse teóricamente, sino sólo por experiencia directa. Con la misma certeza por la cual sabemos que lo que surge de nuestros recuerdos-conceptos es algo que hemos experimentado, así también los impulsos de la voluntad que hemos evocado con respecto a los accidentes y sucesos indeseados surgen de las profundidades del alma como una imagen de experiencias anteriores. No podemos refutar la afirmación de quien dice: "Eso puede ser imaginación", como tampoco podemos refutar teóricamente lo que numerosas personas imaginan que han experimentado y con toda seguridad no lo han hecho, ni probarles qué es lo que realmente han experimentado. En ninguno de los dos casos es posible una prueba teórica.

Hemos mostrado de este modo cómo las experiencias anteriores se reflejan en las experiencias actuales, y cómo mediante un cuidadoso desarrollo del alma podemos realmente crearnos la convicción, -no sólo una convicción teórica, sino una convicción práctica,- de que nuestra alma se reencarna; llegamos a saber que ha existido antes. Sin embargo, en nuestra vida hay experiencias de un tipo muy diferente, experiencias de las que, cuando las recordamos, tenemos que decir:. "En la forma en que aparecen, no nos explican una vida anterior". Hoy daré un ejemplo de un solo tipo de tales experiencias, aunque la misma cosa puede suceder de cien, de mil, maneras diferentes.
Un hombre puede estar caminando por un bosque y, ensimismado en sus pensamientos, olvidar que el sendero del bosque termina a los pocos pasos en un precipicio. Absorto en su problema, camina a tal velocidad que en dos o tres pasos más le será imposible detenerse, y caerá hacia la muerte. Pero justo cuando está al borde del precipicio, oye una voz que le dice: "¡Alto!". La voz le impresiona de tal manera que se detiene como clavado al suelo. Piensa que debe de haber alguien que le ha salvado. Se da cuenta de que su vida habría llegado a su fin si no le hubieran sacado de esta manera. Mira a su alrededor y no ve a nadie.

El pensador materialista dirá que, debido a una u otra circunstancia, una alucinación auditiva había surgido de las profundidades del alma del hombre, y que fue una feliz casualidad que se salvara de esta manera. Pero puede haber otras maneras de ver el suceso; eso al menos debe admitirse. Sólo menciono esto hoy, porque estas "otras maneras" sólo pueden ser contadas, no probadas. Podemos decir: "Los procesos en el mundo espiritual han hecho que en el momento en que llegaste a tu crisis kármica, tu vida te fuera concedida como un don. Si las cosas hubieran ido más lejos sin este suceso, tu vida habría llegado a su fin; ahora es como un regalo para ti, y debes esta nueva vida a los Poderes que están detrás de la voz."

Muchas personas de la actualidad podrían tener tales experiencias si tan sólo practicaran un verdadero autoconocimiento. Tales sucesos ocurren en las vidas de muchas, muchas personas en la época actual. No es que no ocurran, sino que la gente no les presta atención, porque tales cosas no siempre ocurren tan decisivamente como en el ejemplo dado; con su habitual falta de atención, la gente las pasa por alto. El siguiente es un ejemplo característico de lo poco observadora que es la gente de lo que ocurre a su alrededor.

Conocí a un inspector escolar, en un país en el que se había promulgado una ley en virtud de la cual los maestros más antiguos, que no habían obtenido ciertos certificados, debían ser examinados. Este inspector escolar era una persona extremadamente humana, y se decía a sí mismo: "A los profesores jóvenes recién salidos de la universidad se les puede hacer cualquier pregunta, pero sería cruel hacer las mismas preguntas a los mayores que llevan veinte o treinta años en el cargo. Y he aquí que la mayoría de los maestros no sabían nada de lo que ellos mismos habían enseñado a sus alumnos. Sin embargo, este hombre era un examinador que sabía cómo extraer de la gente lo que sabía.
Este es sólo un ejemplo de lo poco observadoras que son las personas de lo que ocurre a su alrededor, incluso cuando se trata de sus propios asuntos. No es de extrañar, pues, que este tipo de cosas les ocurran a muchas personas en la vida, ya que sólo salen a la luz mediante una verdadera y deliberada autopercepción. Si adoptamos la actitud devota adecuada ante un acontecimiento así, podemos experimentar un sentimiento muy definido: el sentimiento de que, desde el día en que nuestra vida nos fue regalada, su curso a partir de entonces debe asumir una dirección especial. Es un buen sentimiento, y funciona como un proceso de memoria cuando nos decimos a nosotros mismos: "Llegué a una crisis kármica; ahí terminó mi vida". Si un hombre se impregna de este sentimiento devoto, puede experimentar algo que le haga darse cuenta: "Esto no es un recuerdo-concepto como los que he experimentado a menudo en la vida - es algo de una naturaleza muy especial."
En la próxima conferencia podré hablar más ampliamente de lo que hoy sólo puede indicarse; pues así es como un gran Iniciado de los tiempos modernos prueba a quienes considera aptos para ser sus seguidores. Porque los acontecimientos que deben llevarnos al mundo espiritual proceden de hechos espirituales que suceden a nuestro alrededor, o de una correcta comprensión de los mismos. Y tal voz, llamando como lo hace a muchas personas, no debe ser considerada como una alucinación; porque a través de tal voz el líder a quien conocemos con el nombre de Christian Rosenkreuz habla a aquellos a quienes elige de entre la multitud para ser sus seguidores. La llamada procede de aquella Individualidad que vivió en una encarnación especial en el siglo XIII. De modo que el hombre que tiene una experiencia de este tipo tiene un signo, una señal de reconocimiento, a través de la cual puede entrar en el mundo espiritual.

Puede que todavía no haya muchos capaces de reconocer esta llamada, pero la Antroposofía obrará de tal manera que, si no en esta encarnación, más adelante los hombres le prestarán atención. La mayoría de las personas que hoy tienen tal experiencia, no la han completado en el sentido de que se pueda decir de ellas en esta encarnación: "Han encontrado al Iniciado que los ha hecho suyos". Se podría decir más bien de su vida entre su última muerte y su nacimiento actual. Esto es una indicación de que algo sucede en la vida entre la muerte y el renacimiento; que allí experimentamos acontecimientos importantes, -quizás más importantes que en nuestra vida aquí entre el nacimiento y la muerte. Puede ocurrir, y en casos individuales ocurre, que ciertas personas que ahora pertenecen a Christian Rosenkreuz vinieran a él en una encarnación anterior, pero para la mayoría de las personas el destino que se refleja en tal acontecimiento ocurrió en su última vida entre la muerte y el renacimiento.

No digo esto para contar algo sensacional, ni siquiera para relatar este suceso en particular, sino por una razón especial; y me gustaría añadir algo más a este respecto, a partir de una experiencia que he tenido a menudo en nuestro Movimiento. A menudo me he dado cuenta de que las cosas que he dicho se olvidan fácilmente, o se retienen en una forma diferente de aquella en la que fueron dichas. Por esta razón, a veces subrayo varias veces cosas importantes y esenciales, no para repetirme. Por lo tanto, hoy repito que en la actualidad hay muchas personas que han pasado por una experiencia como la descrita. No se trata de que la experiencia no exista, sino de que no se recuerda, porque no se le ha prestado la debida atención. Por lo tanto, esto debería ser un consuelo para aquellos que se dicen a sí mismos: "No encuentro nada parecido, de modo que no pertenezco a aquellos que han sido elegidos de esta manera". Pueden tener la seguridad de que hay innumerables personas en la actualidad que han experimentado algo por el estilo, -reafirmo esto sólo para que se entienda la verdadera razón de decir estas cosas.

Tales cosas se dicen para llamar nuestra atención una y otra vez sobre el hecho de que en un sentido concreto, y no a través de teorías abstractas, debemos encontrar la relación de nuestra vida anímica con los mundos espirituales. La Ciencia Espiritual Antroposófica debe ser para nosotros no sólo una concepción teórica del mundo, sino una fuerza vital interior; no sólo debemos saber: "Hay un mundo espiritual al que el hombre pertenece", sino que a medida que avanzamos por la vida no sólo debemos tener en cuenta las cosas que estimulan nuestro pensamiento a través de los sentidos, sino que debemos captar con comprensión las conexiones que nos muestran: "Tengo mi lugar en el mundo espiritual, un lugar definido". El lugar real y concreto del individuo en el mundo espiritual, ése es el punto esencial sobre el que estamos llamando la atención.

En un sentido teórico, los hombres tratan de establecer que el mundo puede tener un elemento espiritual, y que el hombre no debe ser considerado en un sentido materialista, sino que puede tener un elemento espiritual dentro de él. Nuestra concepción particular del mundo difiere de esto, porque le dice al individuo: "Esta es tu conexión especial con el mundo espiritual". Cada vez más podremos ascender a aquellas cosas que pueden mostrarnos cómo debemos ver el mundo para percibir nuestra conexión con el Espíritu del Gran Mundo, el Macrocosmos.
Traducido por J.Luelmo ene2023








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