GA054-13 Berlín 22 de febrero de 1906 -Lucifer

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Los enigmas del mundo y la Antroposofía

RUDOLF STEINER

Lucifer

Berlín 22 de febrero de 1906

XIII conferencia.

La leyenda persa habla de dos divinidades contrarias, de Ormuzd, el dios bueno, y de Ahriman, el dios maligno. Ambas divinidades luchan por adueñarse del ser humano, en general por todo lo que se desarrolla aquí en la tierra como vida. Con la perspectiva de que un día la divinidad buena obtenga la victoria sobre la divinidad maligna.

Independientemente de lo que se piense de esta leyenda, todo el mundo ve una representación de esta idea en la naturaleza, en el mundo circundante. Para obtener un ejemplo, fijémonos en el fuego por un lado. A él le debemos nuestra cultura, nuestra comodidad y nuestro avance en nuestra vida, y por otro lado, mirad el poder destructor de las fuerzas relacionadas con el fuego en cualquier aspecto, como por ejemplo los terremotos y las erupciones de los volcanes. Así que, por un lado, prevalecen los poderes benéficos, preservadores, mantenedores de la vida y dadores de vida, y, por otro lado, los poderes destructivos de la vida y hostiles. El escenario en el que tienen lugar las luchas de estos dos poderes no es sólo el ser humano externo, sino también el interno. El alma humana se debate entre potencias hostiles: entre el dolor, el mal, la pena, y las potencias benéficas de la existencia, que nos colman de alegría, nos elevan el corazón y nos señalan las esferas espirituales del cielo.

Las naturalezas más profundas siempre han visto la unidad, básicamente, la armonía entre estos dos poderes antagónicos. Sólo necesito recordar algo pleamente sabido e imaginaos cómo un espíritu selecto de nuestra propia cultura alemana expresó la unidad y la uniformidad de estos poderes antagónicos. La Canción de la Campana de Schiller contiene las bonitas palabras precisamente en este sentido:

Benévolo es el poder del fuego,

si el hombre lo domina y vigila,

Gracias al cual construye lo que él crea,

se lo debe a este poder celestial;

Pero terrible es este poder celestial,

Si, soltándose los grilletes,

camina abriéndose paso,

Este hijo de la naturaleza libre.

¡Lo mismo bajo dos puntos de vista diferentes!

Si miramos al ser humano externo e interno de esa manera, vemos en él poderes reacios por todas partes. Uno de estos poderes del que desde la antigüedad han hablado personas prudentes y no prudentes será objeto de nuestra consideración de hoy: ese poder que siempre se ha llamado Lucifer. - Queremos abordar este tema no sólo desde el punto de vista científico, histórico, sino también desde el punto de vista interno, el llamado esotérico.

La palabra Lucifer significa portador de luz (en latín: lux - la luz, fer, ferre - portador). Si tenemos en cuenta esta palabra, ya debemos decirnos a nosotros mismos, que quienes pusieron nombre a este poder, es imposible que sólo se refieran a lo que diversas convicciones religiosas positivas resumen como el poder destructor, doloroso y que trae la perdición, que ven en el símbolo de la serpiente y el dragón maligno. - Sin embargo, el sistema religioso más conocido en Europa, el del cristianismo, se confunde con lo que en la lengua vernácula se llama diablo o Satanás, al que se considera como el poder destructor de la vida y como ese poder que nos arrastra hacia abajo. Todos conocen a la serpiente como el seductor de la humanidad. Pueden leerlo al principio del Génesis, la Biblia, y vive así en la conciencia de muchas personas.

No siempre y no en todas las confesiones la serpiente fue considerada como el símbolo del mal, como el poder que arruina, como el poder que nos arrastra hacia abajo. Si observamos el mito judío-cristiano, no puede parecernos del todo así. Porque ¿quién consideraría hoy ese poder que trajo el conocimiento del bien y del mal a los seres humanos, del que se dice que abrió los ojos de los hombres, absolutamente como poderes hostiles? Un gran cambio ha tenido lugar sólo en el último siglo.

Basta con recordar el nombre del gran genio Goethe para decir los cambios que se han producido en el curso de los últimos siglos. Todos ustedes saben que Goethe transformó la leyenda medieval de Fausto, no sólo la versionó de nuevo. Si se sigue esta leyenda medieval de Fausto, Fausto está ahí como representante y tipo del esfuerzo humano, del esfuerzo que se construye sobre la libertad y la independencia y sobre la ciencia, no del que debe construirse sobre la revelación, sobre la fe.

Incluso en el siglo XVI, el espíritu del pueblo representaba a este Fausto, a este genio de la lucha por la libertad del conocimiento humano, de modo que debe convertirse absolutamente en un esclavo de los poderes malignos y hostiles a la vida. Fausto debe ir a la ruina porque se apartó de la fe, de la tradición milenaria, de la revelación. Se dice de él que ya no quiso ser teólogo; se dice de él que dejó la Biblia detrás de un banco y se convirtió en una persona mundana. Una persona mundana era una persona que quería basar su existencia en su propio conocimiento y en su propia percepción de las fuerzas. Tal persona tenía que convertirse necesariamente en un esclavo de las fuerzas del mal, según el punto de vista de aquel tiempo. Goethe nos muestra esta lucha de una manera nueva. ¿Cómo concluye el destino de Fausto? Deja que el coro de ángeles cante: "Para aquel cuyo esfuerzo no cesa, podemos proporcionarle la redención". Además, aquí, Fausto hace el pacto con los poderes que están relacionados con Mefistófeles, pero se redime, aunque se basa en la libertad y la autodeterminación. Fausto llega a la pacificación de su existencia. Allí se produce este cambio de alma. Lucifer ya no se reconoce como a la antigua usanza como meramente destructivo.

Si miramos a nuestro alrededor en las antiguas religiones, a Lucifer no siempre se le consideraba malvado. En las antiguas religiones indias. Se denominaba "serpientes" a los sabios, a los líderes, a aquellos que iluminaban a los seres humanos con el espíritu. En muchas religiones es similar. ¿Por qué? ¿Qué representa Lucifer en estas antiguas religiones? ¿Qué representa, finalmente? Esto y cosas parecidas nos ocuparán hoy. ¿Qué representa para los ocultistas, los exploradores de las fuerzas dormidas en la naturaleza, de las fuerzas más profundas de la naturaleza que hablan de Lucifer en el sentido de este conocimiento como aquel que traerá la luz a un ser humano auto suficiente que no se basa sobre la revelación y la fe, sino sobre el conocimiento y la ciencia?

Si queremos adentrarnos en este tema, debemos hacer mención a algo que nos lleve a tiempos pasados de la existencia humana, por así decirlo, al punto de partida de la evolución humana. Este tema, que sólo puede mencionarse aquí de pasada, nos ocupa por completo cuando hablamos de la evolución de los planetas. Sin embargo, tenemos que partir ya hoy de esta época de la evolución humana. La evolución es aquello que se nos presenta hoy como una palabra mágica y que quiere hacer comprensible la existencia humana, que se nos presenta en cierta perfección y acabado y a partir de la cual esperamos que avance a niveles cada vez más altos de perfección. Atribuimos todo lo que vive a nuestro alrededor a un desarrollo de lo imperfecto hacia lo perfecto. Eso se aplica también al ser humano, al ser humano que entra en la existencia según una enseñanza más profunda del desarrollo antes de los tiempos antiguos en los que nuestra tierra todavía no se parecía a la actual y en la que sus fuerzas naturales operaban de forma muy diferente. En el sentido de la cosmovisión teosófica o científico-espiritual, también hablamos de este punto de partida de la evolución humana, pero hablamos de una evolución que nos lleva a tiempos aún más lejanos y a un punto de partida anterior a nuestra evolución terrestre. Sólo puedo indicar esto.

Cuando el ser humano entró en la existencia, estaba solo, por así decirlo, con y entre los reinos físicos del mundo. Si miramos al ser humano de esa manera, se nos presenta como el miembro más elevado, como el último eslabón de una cadena de desarrollo en comparación con los restantes reinos físicos, en comparación con los reinos mineral, vegetal y animal. Sin embargo, del mismo modo que sería insensato que una planta, una piedra o un animal dijeran: conmigo termina el desarrollo -, también sería insensato y sin sentido que el ser humano dijera de sí mismo: conmigo termina el desarrollo, soy el más elevado de los seres, que son posibles aquí en la tierra. - Tenemos que mirar a otros seres, a los que no podemos llegar con los ojos sensoriales, a los que, sin embargo, llegamos cuando se despiertan las fuerzas espirituales más profundas latentes abriendo los ojos espirituales.

La cosmovisión teosófica o científico-espiritual tiene que volver a concienciarnos de que estos seres avanzados están relacionados con los seres humanos al igual que el ser humano lo está con los reinos inferiores de la naturaleza. Cuando el ser humano entró en la existencia, no se creó a partir de la nada, sino que se originó a partir de eslabones de desarrollo anteriores. Además, también otros seres pasaroban por ese tipo de desarrollos. Ellos superaban al ser humano. La religión, también la Biblia habla de estos seres. Habla de seres que podían sentirse tan perfectos en aquel tiempo como el ser humano se ha de sentir una vez que haya terminado su desarrollo actual en la tierra. Decimos que en la cosmovisión científico-espiritual, en el ser humano, en su interior más profundo se está originando un dios. Con los misterios cristianos de la Edad Media hablamos de que el ser humano puede elevarse a reinos que están por encima de aquellos en los que vive hoy. El místico cristiano Angelus Silesius dice esto "Si os eleváis por encima de vosotros mismos y dejáis que Dios prevalezca, vuestro espíritu experimenta la Ascensión". En cuyo caso, él no se limita a recibir de las potencias creadoras como hoy, sino que entonces es un ser creador, espiritualizado y divinizado.

En el punto de partida en el cuál las fuerzas, que hoy han alcanzado ciertos niveles de perfección, estaban todavía en su infancia, había seres a su lado que ya habían pasado por tales etapas que él hoy aún tiene que culminar. Eran aquellas -si entendemos la Biblia más bien internamente- de las que descienden los dioses. Los dioses también se han desarrollado, incluso en el sentido de la Biblia. Los Elohim no son algo que simplemente está ahí, sino que son algo que se ha convertido y se ha desarrollado hasta ese nivel. Ellos ya estaban en ese nivel en el pasado, nivel hacia el que el ser humano se dirige a su vez. Estos dioses han alcanzado una cierta culminación. Sin embargo, así como en los estadios de nuestra existencia actual al lado de los individuos humanos más desarrollados también están aquellos que sólo han alcanzado un grado inferior de perfección, en aquel tiempo también se encontraban seres que podían situarse entre los seres humanos y los dioses que eran más elevados que los seres humanos, pero no en el grado de los dioses creadores. Sé lo ambiguas que son estas cosas, incluso si uno las toma en serio. Sé que la visión materialista del mundo casi prohíbe, porque lo considera una superstición, hablar de etapas de desarrollo de tales seres.

Una vez que hemos dejado esto claro para nosotros mismos, estamos en disposición de hablar de dioses y poderes luciféricos, de lo divino y de los principios luciféricos en nosotros así como el físico habla de electricidad y magnetismo. Los dioses estaban allí como seres sublimes. Ahora bien, debemos hacernos conscientes de que ambos - dioses y poderes luciferes - son como el gran principio que vive y obra en cualquier desarrollo. Echad un vistazo a la naturaleza que os rodea. Como se abre ante vosotros, secuencialmente desde el más bajo, el mundo sin vida del mineral, luego las plantas, luego el animal y finalmente los reinos humanos; y luego aún más arriba los reinos de los seres superiores. Si la planta pudiera abrir los ojos y mirar con conocimiento brillante y claro a su alrededor, entonces se diría a sí misma: debo mi existencia a este reino mineral, que vive a mi alrededor; si no fuera así, nunca podría ser. De él obtengo mi vitalidad. Este reino forma el suelo, del que crecen mis raíces. Sin este reino, nunca podría ser. -a su vez, si el animal pudiera mirar los reinos físicos inferiores de la misma manera, diría lo mismo. Tendría que mirar el reino vegetal inferior y decir: He salido de él, le debo mi alimento; si el reino vegetal no existiera, yo no existiría-.

 Lo mismo ocurre con el ser humano. Él también tiene que decirse a sí mismo: He salido de estos reinos inferiores de la naturaleza, les debo mi existencia; si no fuera así, yo no existiría. Ahí el reino superior se enfrenta de nuevo al inferior y ayuda, por así decirlo, a fomentar su existencia. Imaginaos por un instante que el reino mineral sólo se hubiera desarrollado en la tierra. ¿En qué se habría convertido la tierra? Un cuerpo rígido y sin vida que se desplazara por el espacio. La vida habría permanecido en el reino mineral como adormecida en una tumba. En cambio esta vida ha proseguido, por así decirlo, a un reino superior, al reino vegetal, y el reino mineral de la tierra se convierte a su vez, en un reino vivo gracias al reino vegetal. El mineral sostiene y lleva el reino vegetal; el reino vegetal transforma el mineral perpetuamente en la circulación viva. Considerad lo que la planta hace con las fuerzas minerales de la tierra. Si no hubiera plantas en la tierra, las sustancias del reino mineral permanecerían en la roca muerta. Sin embargo, debido a que hay un reino vegetal, éste absorbe las sustancias, se reaviva con ellas y las devuelve. El reino inferior ofrece la base y las fuerzas al superior, y el reino superior ayuda de nuevo a preservar la existencia del inferior. Así sucede con cualquier reino superior siguiente. El reino animal convive pacíficamente con el reino vegetal, inhala oxígeno y exhala ácido carbónico; la planta construye su cuerpo con el carbono y le entrega oxígeno.

¿Qué pasa con el ser humano? Él también vive gracias a los reinos inferiores de la naturaleza. De ahí llegamos gradualmente al ser humano que se acerca al espíritu, subsiste en el espíritu. Si nos acercamos a los poderes espirituales, existe exactamente la misma relación entre los dioses y los seres humanos que entre los reinos inferiores del universo, una relación, similar a la que existe entre las plantas y los minerales o entre los otros reinos superiores del universo. Sabemos lo que la planta contribuye a la formación y estimulación del reino mineral, ¿Cómo contribuyen los reinos espirituales, lo que hacen los dioses con el ser humano en el punto de partida del desarrollo y en su progreso? ¿Qué hicieron con el reino humano?

Los dioses han completado su desarrollo. No tienen ningún interés inmediato en el reino humano - si queremos hablar aquí de modo plausible, aunque no sea del todo apropiado. Sin embargo, tienen un interés indirecto; le dan las fuerzas, que devuelven a la existencia la vida dormida y solidificada en el ser humano, así como la planta da vida a la piedra muerta. Observa los reinos mineral, vegetal y animal. ¿Cómo se relacionan entre sí? El esotérico que investiga las fuerzas más profundas de la naturaleza dice que los reinos mineral, vegetal y animal se relacionan entre sí como la sabiduría, la vida y el amor. - Procurad entenderlo¡.

Si observáis el reino mineral tal y como se nos presenta en la naturaleza: en todas partes intentáis comprenderlo con vuestro intelecto y sabiduría. Investigáis los astros y sus órbitas, los principios físicos del mundo mineral. La planta extrae del mundo mineral la sabiduría y la regularidad del mundo. Decimos sin pensar, que la sabiduría, la regularidad reside en el mundo mineral; es la sabiduría encarnada. Sin embargo, pobre, sobrio y muerto estaría este reino mineral con su sabiduría, a menos que el mundo vegetal hubiera llegado y su principio estimulante hubiera despertado la vida que brota en esta sabiduría adormecida. El amor y la sabiduría intercambian las fuerzas entre sí, mientras que las plantas y los minerales interactúan entre sí. De forma parecida ocurre también entre los dioses y los seres humanos. Al principio, cuando el ser humano comenzó su desarrollo en la tierra, la vida descansaba en él; los dioses la avivaron para un nuevo desarrollo terrenal. ¿A qué está asociado este desarrollo terrenal? De nuevo, el reino humano y el reino divino están relacionados entre sí como la sabiduría y el amor.

De ahí que el esoterismo, todas las confesiones más profundas -también el cristianismo- hablen de que Dios o los dioses son el amor, el principio estimulante. Este principio provoca el amor sensible en un principio. Por eso Jehová se muestra en la religión judía del Antiguo Testamento como el portador del deseo sensual, como la fuerza del crecimiento y la reproducción. En el deseo sensual se encuentra el principio del desarrollo ulterior que conduce de lo imperfecto a lo perfecto que es el desarrollo desde el reino animal hasta donde el amor establece su estado. En este amor, que apela, por así decirlo, a los seres humanos por las comunidades, que penetra en lo que se solidifica en el ser humano con la vida que brota, como la planta apela a la piedra por la vida, en el tenemos inicialmente la divinidad reveladora y original. Así ocurre en todas las religiones y también en la ciencia esotérica. Ahora debemos hacer un balance del hecho de que estamos viendo aquí las fuerzas motrices divinas en la evolución humana. El ser humano ha tenido siempre que considerar lo que le impulsa, lo que le empuja hacia adelante, como un don, como la revelación de un principio divino.

El principio luciférico entra entre él y los dioses. De este modo se le permite hacerse cargo de lo que vive inconscientemente como un principio divino en él, en su deseo inconsciente de reproducción y desarrollo. Así asciende a la independencia y la libertad en su desarrollo. ¿Por qué? Porque lo que vive en Lucifer está más cerca de él, por así decirlo, es un hermano menor del principio divino. Cuando el desarrollo estaba todavía en una fase más antigua, los dioses estaban en el nivel de la humanidad; allí buscaban su propio desarrollo de forma independiente dentro del nivel humano. Sin embargo, después de haberse desarrollado, el ser humano es una criatura entre ellos; controlan al ser humano y trabajan en él. Ahora aparece el principio luciférico. Éste todavía tiene una relación más familiar y más íntima con el ser humano; todavía no ha superado completamente el nivel de la humanidad. Es algo que se eleva por encima del punto de vista actual de la humanidad, pero se asocia íntimamente con ella, de modo que se funde más con el ser humano y trabaja como un deseo propio en el ser humano para promoverse a sí mismo. Se trata de tres niveles que actúan en el ser humano como sus fuerzas de desarrollo: su humanidad, el principio luciférico y la divinidad. Si queremos comprender al ser humano, tal como se nos presenta en el nivel actual de desarrollo, debemos ver en el sentido de la cosmovisión científico-espiritual que ha desarrollado los llamados cuatro principios inferiores. Al mismo tiempo, estoy asumiendo algo que la cosmovisión teosófica enseña. Sólo quiero dar una breve explicación de ello.

Primero tenemos el cuerpo físico del ser humano, luego el principio del cuerpo etérico, el estimulante, el formativo, luego sus deseos y pasiones, el animal en él; éste ha despertado a la independencia gracias al cuarto principio, al yo real del ser humano con el que ha superado al animal. Este yo humano es el que se desarrolla, en realidad. Este yo vive en los tres principios inferiores. Siendo él el cuarto. Dentro de este cuarto principio trabajan los poderes divinos que ya han superado su cuarto principio en su desarrollo y lo controlan desde arriba. Nosotros tenemos los poderes luciféricos todavía asociados al cuarto principio. Los dioses han ascendido del nivel de la yoidad al altruismo, a la devoción y a la superación de cualquier existencia especial. Lo luciférico en el ser humano está encerrado con la mayor parte de su ser todavía dentro del yo; está todavía dentro de los intereses humanos. Con ello, vemos que todo lo que vive como altruismo y voluntad de sacrificio en el ser humano es el principio divino en el ser humano, y que junto a este principio divino hay otra fuerza motriz en él. Quien practica la verdadera introspección aprende a reconocer el otro principio. Este principio es el luciférico.

Es aquello que aspira a la divinidad, no sólo en una devoción completa sacrificando su yo, sino que se esfuerza por los altos estadios de perfección, con entusiasmo, ciertamente, pero sólo desde el más profundo interés del yo: no sólo porque lo amo, sino porque la perfección superior coincide con lo que debo amar. Quiero esforzarme por ella como ser humano en libertad divina. Las potencias divinas no se esfuerzan por esta perfección. Sin embargo, mediante el esfuerzo luciférico, hago de la perfección divina mi propia naturaleza.

Por eso podemos decir, si este principio luciférico no estuviera en el ser humano, los dioses lo dejarían en una cierta pasividad, en una cierta ociosidad, llevado por los dioses a la perfección. Estaría en el estado de ser un hijo de los dioses. En efecto, su ser se esforzaría hacia la perfección, pero no sería él quien se esforzara de tal manera sino el Dios en él. - Junto a esa fuerza, se añade la otra, la fuerza luciférica. Hace de este esfuerzo su propia cuestión. Se fija la meta de la perfección. El mito bíblico también muestra esto maravillosamente. Los dioses crearon a Adán y Eva, destinados a ser conducidos por los poderes divinos a la perfección divina sin ninguna actividad propia. Sin embargo, como viene la serpiente que da el conocimiento y la libertad y con ello la posibilidad de la perfección, trae también la posibilidad de lo malo.

Porque la decisión entre el bien y el mal está ahora en la propia mano del hombre y el conocimiento, el deseo, el amor se convierten en portadores de un esfuerzo inconsciente, pero divino, por la perfección. Todo lo que debe vivir en este afán de perfección debe resplandecer con este amor, con lo que se revela al ser humano en este amor. Por otro lado, ese poder se opone a conducir al ser humano, mientras se apodera de este cuarto principio, del yo, lo despierta para la propia elección, le da luz al propio conocimiento, para que camine hacia la perfección en la luz. Así, tenemos al portador del amor y al portador de la luz como dos fuerzas reales que prevalecen en el ser humano.

He expresado en forma moderna lo que se puede encontrar en todas las confesiones, en todas las cosmovisiones ocultas como el principio divino y el principio luciférico. Sólo aquellas confesiones que han pasado a fundarse cada vez más sólo en la revelación, sólo en la fe, han sentido lo que actúa en el ser humano y vive como principio propio de perfección como portador del mal. Por lo tanto, Lucifer, el portador de la luz, se convirtió en el seductor de lo que invoca el ser humano para la libertad, para la independencia, para el conocimiento brillante y claro.

Este es un lado. Todas las religiones que han abandonado su punto de partida -pues todas tienen en su punto de partida la visión correcta de Dios y de Lucifer- que sólo buscan al Dios que conduce a los seres humanos en la inconsciencia a la bienaventuranza, al mismo tiempo todas sienten aquello en lo que el propio Dios trabaja, también como algo que causa la ruina. Sienten la naturaleza como el pecado; sienten la mente, el conocimiento brillante y claro como el Lucifer perverso. Goethe pronunció esto: "La naturaleza es el pecado y el intelecto el demonio, la duda hermafrodita su hijo, que juntos fomentan" (Fausto). Sí, es cierto, muy cierto que la duda está entre la revelación divina y el esfuerzo por la libertad. Pero también es cierto que esta duda es necesaria para el ser humano si realmente quiere luchar por la piedad desde su propio ego por su propio mérito. Tenemos que pasar por la duda, y no seremos capaces de tomar posesión de la verdad realmente, sin antes haber dudado de toda la verdad. Quien nunca ha dudado no sabe cómo está conectado el ser humano con la verdad. Sin embargo, quien supera la duda adquiere un conocimiento más elevado que si se ha obtenido por revelación ciega. Este es el valor pedagógico de la duda. Por lo tanto, se sitúa justamente entre lo divino que no se puede separar de la naturaleza y se considera como pecado, entre lo diabólico, lo luciférico y el nivel de perfección.

Considerado así, el desarrollo humano parece situarse en una cierta perspectiva. Todo el desarrollo del Antiguo Testamento se nos presenta de tal manera que en el progreso de la raza humana predomina el Dios como amor, en el amor sensual y en todo lo que este se basa: relación de sangre, familia, clan, etc. Con el pueblo judío tenemos lo perfecto en Jehová. No es otra cosa que el poder personificado de la naturaleza, si se observa cómo se impone en el reino mineral, en el reino vegetal que brota, en el reino animal que siente la alegría y el dolor, y en el propio ser humano. El Dios humano, el impacto crístico permite que el mineral forme el cristal, hace que la planta brote y los animales pasen por la vida instintiva, y conduce al ser humano de lo imperfecto a lo perfecto. Ascendido el ser humano a los reinos superiores, seguiría siendo un mero ser de la naturaleza a menos que prevaleciera en él el otro espíritu, pero el espíritu benéfico para el ser humano, Lucifer, que evoca el egoísmo, ciertamente, pero también la independencia y la libertad. Hace del ser humano un ser propio, un ser especial y lo eleva así por encima del mero poder de la naturaleza.  Tan cierto, como lo es para el sentimiento de los servidores de Jehová que el propio Jehová es la base del mundo humano, que es la divinidad, es igualmente cierto que Lucifer se rebela contra este poder de la naturaleza y conduce al ser humano al conocimiento, lo exhorta a tener una conciencia clara.

De este modo, el ser humano se eleva a la independencia. Se libera de los lazos de la relación sanguínea, del clan y del pueblo. Se convierte paulatinamente en una personalidad, más aún, en una personalidad egoísta. Allí Jehová se acerca a él desde el mismo espíritu, el gobernador de la vida superior, que regula el desarrollo por medio de leyes, de mandamientos. Si en la naturaleza tenemos al dios obrando necesariamente por el amor sensual, ahora lo tenemos como legislador, como el dios de los Diez Mandamientos. Lo tenemos como Jehová, que da a los seres humanos la ley, que tienen que obedecer, que ordenará la personalidad despierta, que la armonizará y equilibrará. Lo que es amor sensual abajo es un mandamiento de moralidad arriba. También debe elevarse lo que funciona no sólo como poder físico, como mandamiento que se esfuerza no sólo desde la divinidad hacia la perfección, sino que también debe elevarse al ego humano. Así, la legitimidad física general permite que el mero poder del amor se transforme en el principio del amor espiritual que Cristo origina a partir del Jehová sensual. Este amor espiritualizado ya no actúa sólo en el instinto físico, sino que espiritualiza la vida, que antes la ley sólo podía controlar.

Así, Cristo se convierte en el fundador de la ley que no se acerca al ser humano desde fuera como la ley habitual, sino que se convierte en una fuerza del alma como el deseo más íntimo de la moral. Si Jehová da el mandamiento, Cristo da el poder de obrar. Si el dios Jehová determina lo que es bueno, Cristo prevaleciendo en el ser humano da nacimiento al bien a partir de la fuerza en el propio ser humano. Las fuerzas de la naturaleza se elevan al alma; lo que era amor sensual se convierte en amor espiritual debido a Cristo. La propia ley es calentada por lo divino, actúa en el mundo como gracia divina - utilizando un término cristiano.

Así pues, con el gran progreso en el cambio de las épocas, vemos que el amor sensual, el principio de la fuerza natural únicamente imaginada como divina, se refina y espiritualiza hasta el amor espiritual, hasta el poder que ya no actúa en el plano físico sino en el plano moral.

Ante todo, la caridad cristiana, el amor cristiano, es el poder refinado que produce una coherencia moral entre los seres humanos. Esta coherencia considera a los seres humanos estrictamente como seres humanos y los hace a todos iguales en comparación con la más alta perfección. Sumerge la moral en el amor, al igual que antes los instintos estaban inmersos en el amor. Este es el primer momento del cristianismo. De ahí que la virtud cristiana se convierta en las virtudes de la comunidad, en las virtudes de la armonía de las almas humanas. El dios que congrega a los seres humanos quiso trabajar en el amor espiritual, y éste es el principio de la religión cristiana. Así como antes el cuerpo se encontraba con el cuerpo en el principio natural, ahora en el cristianismo el alma se encuentra con el alma en el amor superior debido al principio de Cristo. Así como el principio de Jehová creó comunidades humanas basadas en la sangre, basadas en la familia, el clan y el pueblo, Cristo fue llamado a hacer que las almas encuentren a las almas sin la mediación de la sangre. El amor sensual se refina a la devoción abnegada; el poder físico se refina a la acción moral del dios. Así como en el curso del Antiguo Testamento funcionaba el otro principio, el principio luciférico, como fuerza natural divina que penetraba en los seres humanos aportándoles independencia y libertad, en los tiempos más recientes este principio penetra en el desarrollo humano como portador de luz, como portador de libertad. No es el oponente; es el complemento necesario del principio crístico. Está conectado con este principio de Cristo en una unidad, así como todas las fuerzas reticentes de la naturaleza son imaginadas como conectadas por aquellos que han entendido la naturaleza y el universo. Tal como Schiller habla de ello:

Benévolo es el poder del fuego,

si el hombre lo domina y vigila,

...

Pero terrible es este poder celestial,

si él, despojándose de los grilletes,

se abre paso por sus propios medios,

...


Lo mismo ocurre aquí. Por un lado, la cáritas cristiana, el amor cristiano, lo divino que conduce alma a alma y, por otro lado, la portadora de luz, la portadora de independencia y libertad.

Por medio del amor del alma, la humanidad también viviría únicamente en una perfección inconsciente. Sin embargo, debido a que el alma está impregnada de calor, está iluminada con el conocimiento claro y luminoso, calentada por la luz del espíritu, porque en el ser humano vive y trabaja el portador de la luz, el amor cristiano trabaja por lo tanto, en el libre desarrollo del ser humano también en el futuro. Así pues, ambos poderes -la sabiduría revelada y la ciencia adquirida por el ser humano- se enfrentan entre sí. El alma y la conciencia se enfrentan de tal manera: el alma resplandece en el amor espiritual, y la conciencia penetra e ilumina este amor espiritual con el principio de claridad y libertad. De ese modo, el ser humano vive entre estos polos de su ser; trabaja y vive entre estos poderes. Para alguien, que mira más profundamente las cosas, Lucifer, el portador de la luz, no es un poder hostil. Lucifer -aunque él mismo se desprenda de sus grilletes y camine por su propio camino, como libre albedrío del poder universal-, siempre crea el bien -para decirlo con las palabras de Goethe- aunque quiera el mal. Lucifer se nos opone inevitablemente como aquello que debe complementar otro principio en el ser humano. Resulta ser el amigo íntimo del ser humano que se enfrenta a él como a un hermano, mientras que en el otro lado el ser humano mira a los sublimes Dioses a los que obedece con serena devoción, que son quienes lo sostienen en su amor.

Es decir, la vida aparece realmente como una lucha entre la luz y el amor. Esto es así en la etapa actual de desarrollo. Así como los físicos ponen la electricidad positiva y negativa, el magnetismo positivo y negativo como dos polos, que se corresponden inevitablemente, la luz y el amor en el área superior de la vida humana se corresponden como dos polos de la existencia humana. Nunca se origina un solo tipo de electricidad; si se frota una varilla de vidrio con un paño, se vuelve positivamente eléctrica; sin embargo, el paño se vuelve negativamente eléctrico. Esto se aplica en todas partes. Nunca puede actuar sólo una fuerza en el desarrollo de la vida, siempre hay que añadir la otra fuerza como complemento necesario. En la vida humana, los dos polos son el amor y la luz. El uno no es posible sin el otro.

Así como la antigua ley, los mandamientos de Jehová, que dio simbólicamente en el Sinaí, cambiaron gracias a la aparición de Cristo Jesús en la tierra, el amor también cambia. El amor es algo espiritual que apareció como una etapa superior del poder físico en el amor sensual. Por eso también es posible que en el estadio superior aparezca algo más claro, a saber, el conocimiento.

¿Qué era el conocimiento? Era, si se mira hacia atrás, algo parecido a la ley de Jehová, los diez mandamientos, y hay que refundirlo. Así como por la muerte de Cristo el amor de la etapa sensual fue refundido a la etapa espiritual, el principio del mero conocimiento, el conocimiento luciférico, tiene que ser transformado en otro más elevado.

Hoy estamos en medio de esta transformación. Y en cierto modo estamos viviendo una renovación de lo que ha sucedido en el cristianismo. Así como la ley se ha convertido en gracia, la ciencia tendrá que convertirse en sabiduría. Así como la gracia debe nacer de la propia alma, la sabiduría tendrá que nacer de la propia alma del hombre. Así como Cristo es el Dios que también puede gobernar en el hombre y que hace posible que el hombre se convierta en su propio legislador en la gracia, la sabiduría nace de la ciencia humana. Y así como nuestra ciencia como ciencia se basa en la experiencia externa que se da desde fuera como el mandamiento a los judíos en el Sinaí, esta ciencia nacerá en la sabiduría, así como la ley nació de nuevo a través y en Cristo. Ese es el esfuerzo científico-espiritual. Hasta ahora tenemos la ciencia dada desde fuera, dada por los sentidos, y ésta ha alcanzado el nivel más alto en nuestra vida cultural en ciertos aspectos. El futuro debe traer que el ser humano extraiga esa ciencia desde su interior como su propia posesión, que lucifer se transforme en aquel que vive y trabaja desde el ser humano. La ciencia espiritual no quiere otra cosa que esa profundización del conocimiento. Al igual que la ley o el mandamiento se hicieron internos en la virtud cristiana y como en la virtud crística el desarrollo humano avanza en el amor en la vida del alma, nuestra ciencia material progresará emocionalmente si renace del alma. La ciencia espiritual debe aspirar a este renacimiento.

Hay un hecho bastante análogo del desarrollo humano: El cristianismo ha establecido la virtud moral en lugar de la mera fuerza físico-sensorial en el amor. La virtud, al evocar fuerzas internas y ocultas en el ser humano, traerá el desarrollo futuro. Así como miramos retrospectivamente a un desarrollo que trajo la interiorización, la ley, vemos también en la vida académica externa a un esfuerzo científico, que trae la interiorización. Así como la ley se profundizó en la gracia, la ciencia se profundizará en la sabiduría. Eso significa, sin embargo, buscar el desarrollo interior. La ley se transformó en el alma por la gracia cristiana. Nuestra ciencia se transforma, a partir de la propia fuerza del alma, en destreza y logro humano. La ciencia espiritual quiere despertar las capacidades interiores, adormecidas.

Si el cristiano trabaja por el amor de su alma en comparación con el siervo de Jehová, entonces en el futuro quien reconozca la sabiduría trabajará desde su corazón y alcanzará con ello una profundización aún mayor del desarrollo humano. El cristianismo también promete el desarrollo de la vida espiritual externa. Un ciudadano del espíritu, pues conecta externamente hombre con hombre sin distinción de raza o género, eso es lo que promete el cristianismo. La lucha por el futuro convertirá al hombre en un ciudadano de los mundos espirituales superiores a través del desarrollo oculto interno.

Esta es la relación entre la ciencia espiritual y el cristianismo externo: el cristianismo externo busca la virtud externa para conseguir con ella lo espiritual; el ocultista despierta las virtudes internas que dormitan en el ser humano para conseguir el sentido aún más profundo de los mundos espirituales superiores. Se trata pues únicamente de una profundización del propio cristianismo. El principio cristiano ha profundizado la ley; el principio científico-espiritual profundizará la ciencia. Tenemos el principio luciférico en todo el desarrollo humano no como un enemigo, sino como un polo que complementa inevitablemente al otro polo. Lo hemos puesto al lado del cristianismo, tal como estaba hasta ahora. Sin embargo, justo ahí hemos reconocido que el principio del portador de luz se asocia con el principio del amor dando lugar a una unidad superior. Si, a través del desarrollo de las virtudes cristianas meramente externas, emergen las facultades espirituales internas, entonces tendremos un cristianismo aún más profundo, un cristianismo que no puede ser prescrito por la iglesia, pero que todos desarrollarán a través de las habilidades que todavía duermen en él hoy. Cada uno desarrolla al dios por su propia fuerza, y todas las almas cooperan en el esfuerzo libre. Al amor y a la bondad, Lucifer añade la libertad, la ciencia y la independencia. Sólo aquel que quiere detenerse en una época del desarrollo humano puede atreverse a apartar la mirada de esa auspiciosa perspectiva futura.

Todo pasado sería infecundo si no contuviera en sí mismo un nuevo futuro superior. La ciencia espiritual comprendida hace saltar de alegría a los corazones y los colma de otro entusiasmo. Lo que hasta ahora podían lograr las instituciones externas, lo que se podía imponer al ser humano en forma noble, pero externa. El ser humano lo producirá posteriormente con la fuerza de su propia alma. Habrá una iglesia interior, un templo interior que transfigura y espiritualiza lo exterior. Todo el mundo será cristiano porque Cristo despertará en él, porque el Cristo interior viva en él y se acerque al Cristo que liberó a la humanidad en su conjunto. Cristo redimió a esta humanidad en su conjunto; el ser humano lo comprenderá si es interiormente libre y redimido, si no sólo cree en la redención, sino que tambien viva esta redención.

Aquellos que quieren dirigirnos al cristianismo siempre nos recuerdan: ustedes pretenden la redención individual, pero malinterpretan lo que hizo Cristo. No es correcto eso que se dice de la ciencia espiritual. La ciencia espiritual no es adversaria, sino amiga y colaboradora del cristianismo; no del cristianismo de estos últimos tiempos, sino de aquel cristianismo que entendía lo que decía Jesús: "Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos" (Mateo 28:20), de aquel cristianismo que se desarrolla hacia una perfección cada vez más elevada. La ciencia espiritual no es hostil al principio de redención de Cristo, porque no defiende el punto de vista unilateral de que cada ser humano debe hacer algo exclusivamente para sí mismo. Esto sería el egoísmo más destructivo, incluso aunque el ser humano quisiera esforzarse sólo en sí mismo por las fuerzas más nobles. La humanidad es un todo, y cuando El Cristo da cumplimiento a la muerte redentora, esta muerte redentora es para toda la humanidad. Sin embargo, hay que penetrar en ella con conciencia; cualquier ser humano individual tiene que revivirla. La propia redención debe renacer en libertad. El principio del Evangelio de San Juan del nuevo nacimiento del ser humano también se aplica a ello. No hay ningún ser humano real que no haya renacido en espíritu y en verdad. Esto lo dijo Cristo Jesús. Todavía hoy vive de acuerdo con su sentencia, él dice de manera inequívoca sobre su propia muerte redentora, en efecto, morí una vez por toda la humanidad para traer a la humanidad la certeza de que la muerte puede ser derrotada por la vida, pero esta muerte debe renacer en el alma del ser humano individual. El ser humano redimido solo está realmente redimido si también ha renacido la redención en sí mismo.

Este es el principio crístico vivo, profundizado por la ciencia espiritual. Así, en cada ser humano hay un alma que desarrolla el amor con los ideales más nobles de la humanidad. Este amor se suma a la mera sensualidad como amor espiritual y encamina al ser humano hacia la perfección divina. Por otro lado, el principio de Lucifer es iluminado por la ciencia, la libertad y la independencia. El amor en su claridad brillante, la conciencia se añade al alma. El alma trae la fuerza del amor, y la conciencia penetra e ilumina esta fuerza del amor con brillante claridad. El ser humano camina a través del alma y la conciencia hacia la perfección.


Progresaría hacia la divinidad por medio de un procedimiento que no le resultaría claro si sólo fuera un alma de sentimientos; se elevaría hacia una perfección fría y sólo razonable si no fuera mas que una conciencia. Sin embargo, el alma y la conciencia tienen que penetrar siempre la una en la otra. Por lo tanto, quien se esfuerza por la ciencia espiritual mira hacia atrás y hacia adelante. Mira al alma con su sensibilidad y su sensación, y mira a la conciencia con su luz y su sabiduría, y se dice a sí mismo: "No quiero ser el ser humano que vive en la torpeza, sino el ser humano que prospera en la claridad luminosa". - Esas virtudes tienen que añadirse a todas las demás virtudes que se basan en la ciencia, la libertad y la independencia. Sin embargo, la libertad tiene que ser profundizada por el amor; de lo contrario, se vuelve arbitraria y sólo acerca al ser humano a sus instintos.

Por otro lado, el amor debe profundizar en la ciencia: entonces se convierte en sabiduría, en verdadera espiritualidad llevada a la acción. De lo contrario, se vuelve fría, desolada y abstracta. La independencia también debe combinarse con el amor, de lo contrario, se convierte en egoísmo ciego, y por consiguiente, se vuelve rígida. Esta es la verdad más profunda de la vida de la cosmovisión científica espiritual y del estilo de vida que, de nuevo, tres virtudes deben desarrollarse completamente como los principios necesarios del alma humana: la ciencia, la libertad y la independencia, que deben ser profundizadas, sin embargo, por la fuerza del amor. Entonces el amor transforma la ciencia en sabiduría, la libertad en voluntad de sacrificio, en devoción y admiración de lo divino, y la independencia en altruismo, en ese principio en el ser humano que supera el ser especial y se funde en el universo y gana así la divinidad en libertad.



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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919