GA060-1 Berlín, 20 de octubre de 1910 -La naturaleza de la Ciencia espiritual y su significado para el presente

 

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LA NATURALEZA DE LA CIENCIA ESPIRITUAL Y SU SIGNIFICADO PARA EL PESENTE

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 20 de octubre de 1910


Desde hace varios años, he intentado dar conferencias aquí en este lugar durante los meses de invierno sobre un área que me he permitido llamar ciencia espiritual. También este invierno, en la serie de conferencias que os he anunciado, se dará una imagen de los hechos del mundo espiritual desde este punto de vista. Consideraremos lo que pertenece a las grandes cuestiones de la existencia: la relación entre la vida y la muerte, entre el sueño y la vigilia, entre el alma humana y el alma animal, el espíritu humano y el espíritu animal, y el espíritu en el reino vegetal. Posteriormente se considerará la esencia del desarrollo humano a través de las diferentes épocas, a través de la infancia, la juventud y los últimos años de la vida, la parte de la educación en el carácter principal del ser humano.  La vida espiritual se iluminará volviendo la mirada a las grandes individualidades del desarrollo humano, a Zaratustra, Moisés, Galileo, Goethe. Se intentará mostrar, mediante ejemplos individuales, la relación de lo que se llama ciencia espiritual con la ciencia natural: mediante los ejemplos de la astronomía y la geología. Y luego intentaremos decir lo que se puede decir sobre los enigmas de la vida a partir de las fuentes de la propia ciencia espiritual. Estas reflexiones iban precedidas cada año de una especie de reflexión orientativa, general. También este año seguiremos esta costumbre hablando hoy del significado de la ciencia espiritual, de su esencia y de su relación o -podríamos decir también- de su tarea dentro de las diversas necesidades espirituales del presente.
En el sentido en que aquí se habla de ciencia espiritual, bien puede decirse que la ciencia espiritual sigue siendo algo bastante impopular en amplios sectores de nuestra humanidad. Es cierto que también se habla de "ciencia espiritual" fuera de los puntos de vista que se van a tener en cuenta aquí. Por historia, por ejemplo, se entiende algo que se llama ciencia espiritual, y probablemente también otros campos contemporáneos del saber. Esto debe hacerse aquí en un sentido diferente de aquel en el que solemos hablar de ciencia espiritual. Si hoy se habla de "ciencia espiritual" y se aplica el nombre a la historia, por ejemplo, se admitirá en el caso extremo que, además de lo que está a disposición de la observación humana, de la experiencia sensorial e intelectual, entran en consideración para la historia ciertas grandes tendencias, que se muestran eficaces como fuerzas en la corriente de los acontecimientos mundiales y, por así decirlo, provocan los destinos de los pueblos individuales y de los Estados individuales. También se habla de ideas generales en la historia y en la vida humana. Quien reflexione sobre lo que se quiere decir en tal caso, llegará pronto a la conclusión de que se trata de ideas abstractas, a las que se apela cuando se habla de las fuerzas, de lo esencial, de lo que guía los destinos humanos. Son, en cierto sentido, ideas generales con las que la facultad humana de comprender puede establecer una relación de cognición.
Aquí se habla de ciencia espiritual en otro sentido, en el sentido de que se presupone un mundo como mundo espiritual que es esencial, del mismo modo que el mundo humano es esencial dentro de la existencia física. Se demostrará que cuando la facultad humana de conocimiento va más allá de lo que se presenta a la observación sensorial exterior, a la experiencia del intelecto, y se dirige a las fuerzas rectoras de la existencia del hombre y del mundo en general, no se llega a abstracciones, a conceptos desprovistos de sustancia y poder, sino a algo esencial, a algo que está vivo, lleno de contenido, espiritualmente saturado de existencia, como la esencia del hombre mismo. Hablamos, pues, de un mundo espiritual con existencia real. Y es precisamente por esta razón que la ciencia espiritual no es un tema popular en los círculos más amplios de nuestro empeño espiritual actual. Llamar parlanchines, soñadores o fantasiosos a los que emprenden tales caminos de investigación científico-espiritual es lo de menos. Y todavía hoy es algo común decir que todo lo que se presenta como un método estricto, que se presenta como verdadera cientificidad en este terreno, o quiere pretender serlo, es algo bastante dudoso. 
Los grandes y tremendos progresos han tenido siempre, en todos los tiempos, un gran efecto sugestivo sobre la humanidad, también en lo que se refiere a todo pensamiento, sentimiento y sensación. Y cuando observamos los grandes avances de la vida humana en general en los últimos tiempos, -casi podemos decir en los últimos siglos-, no son en el campo espiritual-científico del que hablaremos aquí, sino más bien en ese campo del que la humanidad actual, -y con razón, como se subrayará dentro de un momento-, está tan orgullosa y en el que aún deposita grandes esperanzas para el ulterior desarrollo de la humanidad en el futuro. Estos avances de los últimos siglos, hasta nuestros días, se han producido en el campo de las ciencias naturales. Cuando se considera lo enorme que es hoy todo lo que se ha ganado no sólo teóricamente en el campo de las ciencias naturales para el conocimiento humano y lo que promete ganarse en el terreno de las ciencias naturales, y cuando se sopesa también el gran significado de estos logros científicos para la vida exterior, entonces hay que decir:  La ventaja, el significado de este progreso científico podía y debía ejercer un poder sugestivo en la mente humana de nuestro tiempo. Pero este poder sugestivo se ha expresado también de otra manera. Si sólo se hubiera manifestado de tal manera que la mente humana sintiera ante todo algo así como una especie de culto mundano hacia estos tremendos avances, ¿Quién podría decir una palabra en contra? Pero este poder sugestivo se ha expresado también en el sentido no sólo de reconocer la importancia de la investigación científica y los progresos que ha traído para nuestra época, sino también en el sentido de fomentar en los círculos más amplios la creencia de que todo el conocimiento de la humanidad sólo puede obtenerse sobre la base de lo que ahora se reconoce como el conocimiento científico. Y como, sobre la base de esta creencia, uno se cree con derecho a llegar a la conclusión de que los métodos científicos espirituales están en contradicción con estos métodos científicos naturales, que es imposible que alguien que se encuentra en terreno científico natural pueda hablar en absoluto de la exploración de un mundo espiritual, en los círculos más amplios está muy extendido el prejuicio de que la ciencia espiritual debe ser rechazada frente a las exigencias argumentadas por la ciencia natural. En este rechazo se nota sobre todo que se está afirmando algo extraordinariamente pesado en el fiel de la balanza.
El método de la ciencia natural, se dice, es aquel cuyos resultados de investigación, cuyos hallazgos pueden ser verificados por cualquier ser humano en cualquier momento, y que en la adquisición de estos hallazgos, de estos resultados de investigación, nada de lo que prevalece en el ser humano subjetivo como sentimiento, simpatía o antipatía, anhelo o deseo puede interferir. Que nada interfiera en la presuposición: a uno le gustaría tener este resultado de una u otra manera; el elemento humano debe ser excluido de la investigación y debe dejarse hablar puramente a la objetividad de las cosas cuando se trata de los resultados de la investigación científica. La ciencia espiritual no puede hacer esta demanda tan fácilmente. Para quienes se formen rápidamente un juicio sobre la validez general de esta exigencia, la razón para rechazar la ciencia espiritual será simplemente que no puede satisfacerla. ¿Por qué? La ciencia natural dispone los objetos de su investigación, de los que habla, en torno al ser humano. Ella parte de lo que se puede poner delante de cada ser humano, de lo que cada ser humano puede pensar con los métodos de la ciencia natural cuando se le pone delante de la cosa. Y aparentemente es bastante indiferente con qué presupuestos el hombre se acerca a lo que se presenta al campo de visión en su entorno. Precisamente esto es lo que se expresa en la exigencia general: El conocimiento científico natural debe ser verificable para todo ser humano en cualquier momento.
En la forma en que la ciencia natural obtiene sus resultados, en la forma en que procede, la verdadera ciencia espiritual no puede proceder en absoluto. En primer lugar, no puede decir: Es necesario que sus resultados puedan ser verificados por todo ser humano en cualquier momento. Pues debe presuponer que estos resultados, estas conclusiones de la investigación, se obtienen por el hecho de que el ser humano no considera su ser interior como algo sólido, como algo cerrado, que no considera su ser subjetivo como algo acabado, sino que se dice a sí mismo: Mi ser subjetivo, toda esta suma de la existencia de mi alma, tal como puedo contraponerla al mundo, no es nada cerrado, nada acabado, puede desarrollarse, la vida anímica puede profundizarse. La vida anímica puede desarrollarse de tal modo que lo que uno encuentra cuando dirige los sentidos al mundo exterior y aplica el intelecto a lo que dicen los sentidos es sólo, por así decirlo, una base para ulteriores experiencias anímicas. Las experiencias ulteriores del alma surgen cuando el alma profundiza en sí misma, trabaja sobre sí misma, cuando considera la aprehensión inmediata de la vida sólo como un punto de partida y luego, a través de fuerzas que al principio yacen latentes en ella pero que pueden ser sacadas a la luz, lucha a lo largo de etapas de la existencia que no pueden ser contempladas de tal manera que pudieran ser verificadas por un ojo externo.
Lo que el investigador espiritual tiene que experimentar en la preparación de sus estudios es una lucha interior del alma, que es completamente independiente de lo que el propio ser humano tiene dentro de sí. Si, por tanto, se exigiera de la ciencia en general que el ser humano no añadiera nada a los resultados que se le presentan externamente, entonces no podría hablarse en absoluto de ciencia espiritual. Pero quien reflexione un poco y se pregunte: ¿Cuál es la parte más importante de las exigencias que se plantean a la ciencia espiritual, - podría decirse a sí mismo que sus resultados son válidos para todo ser humano, que no están sujetos a la arbitrariedad personal de tal o cual individualidad humana, y no sólo tienen un significado para la vida interior de tal o cual ser humano, sino que tienen un significado para todos los seres humanos. 
Eso es lo importante de todo lo científico, que no sólo es válido para aquellos ante quienes se presentan los objetos de la ciencia, sino que, cuando los objetos han sido investigados, ello puede conducir a un conocimiento que pueden ser válidas para todos los seres humanos. 
Si fuera cierto que lo que se ha considerado como el desarrollo del ser humano sólo es subjetivo, que sólo es válido para una u otra persona y que sólo es una creencia personal, entonces no podríamos hablar de ciencia espiritual. Pero este invierno también se nos hará evidente que esta vida interior del ser humano, la lucha del alma a partir de fuerzas que al principio permanecen latentes pero que pueden despertar, puede desplegarse y desarrollarse y conducir al ser humano de experiencia en experiencia, y que esta vida del alma aún puede ascender hasta un estadio en el que sus experiencias tengan una peculiaridad totalmente determinada.
Cuando contemplamos la vida humana tal como se desarrolla en el alma humana, es ante todo una vida muy personal, para uno es de una manera, para otro de otra. Quien tiene una sana autocontemplación podrá tener, por así decirlo, sobre esto o aquello que surge en su alma en simpatía o antipatía, sólo una nota personal. Pero la experiencia interior conduce a un cierto punto en el que el autoconocimiento metódicamente conducido, el autoconocimiento puro no influido por lo personal, debe decirse a sí mismo: lo personal acaba de ser despojado, forma un ámbito especial, pero entonces se llega a un cierto punto en el que para la experiencia interior, para la experiencia suprasensible, cesa la arbitrariedad del mismo modo que cesa cuando uno se enfrenta a estos o aquellos fenómenos sensibles, y en el que tampoco se puede pensar como se quiera, sino que hay que pensar de acuerdo con el objeto. De ese modo, el ser humano entra en una cierta esfera, en un cierto ámbito, en el que toma clara conciencia de que ya no es su subjetividad personal la que habla, sino que ahora hablan seres y fuerzas suprasensibles, para los cuales su individualidad es tan insignificante como lo es para lo que dicen los objetos exteriores de los sentidos. Sin embargo, si queremos afirmar que lo que se dice sobre el mundo espiritual tiene derecho a llevar el nombre de ciencia, debemos adquirir este conocimiento. También este invierno, estas conferencias han de ser la prueba de que las reflexiones sobre el prueba de que el estudio del mundo espiritual puede llamarse ciencia.
Así pues, debemos decir que la ciencia espiritual se basa esencialmente en lo que el alma humana puede investigar cuando ha llegado a un punto en su lucha interior y en su experiencia en el que lo personal ya no tiene voz en las contemplaciones del mundo espiritual, sino que deja que el propio mundo espiritual le diga sus peculiaridades. Cuando se compara la ciencia espiritual con la ciencia natural, algunos dirán quizás: Pero entonces la ciencia espiritual carece de la importante característica de que puede causar una impresión convincente en todas las personas, que por contra sí está presente en la ciencia natural por la razón de que se tiene conciencia en todas partes donde se producen resultados científicos naturales: Aunque no lo hayan investigado ni visto ustedes mismos, si fueran al observatorio o al laboratorio y utilizaran el telescopio y el microscopio, podrían reconocerlo de la misma manera que el que les proporcionó la información. Y podría decirse aún más:  Si, en el camino de la ciencia espiritual, la prueba es puramente interior, y el alma lucha consigo misma hasta decir: ahora no añadas nada de tu personalidad a lo que te dicen los objetos,-sigue siendo una sola lucha. Y a aquel que ha llegado a ciertos resultados de esta manera, o a quien el investigador científico-espiritual comunica estos resultados, habría que decirle: para mí, estos resultados siguen siendo un terreno desconocido. ¡hasta que yo mismo ascienda al mismo punto!
También ésta -como veremos- es una objeción incorrecta. Ciertamente, esta lucha solitaria del alma humana, este descubrimiento de fuerzas adormecidas en el alma humana, es necesario para penetrar en el mundo espiritual, donde éste nos habla objetivamente. Pero el mundo espiritual es así: Cuando se comunican los resultados de la ciencia espiritual, éstos no quedan sin efecto. Lo que sale de un alma humana comprobado por la investigación científico-espiritual como comunicación a otras almas puede ser comprobado de nuevo por cada alma, en cierto sentido, sin embargo, no de tal manera que se pueda ver en el laboratorio lo que el otro ha encontrado>, sino de tal manera que uno pueda verlo. Porque en cada alma vive un sentido imparcial de la verdad, una sana lógica, una sana razonabilidad. Y cuando los resultados de la investigación espiritual se revisten de sana lógica, de aquello que habla a nuestro sano sentido de la verdad, entonces en cada alma, o al menos en cada alma humana imparcial, puede resonar una sintonía con el alma comunicadora. Se puede decir que toda alma está predispuesta en sí misma, aunque todavía no se haya entregado a la marcada lucha solitaria, a absorber mediante una lógica imparcial y mediante un sano sentido de la verdad lo que comunica la ciencia espiritual. Aunque haya que admitir que actualmente, en amplios círculos en los que se hace esto o aquello por la ciencia espiritual, este sano sentido de la verdad y esta sana lógica no prevalecen en todas partes en la recepción de los mensajes de la investigación espiritual, esto es una deficiencia de todo movimiento espiritual. En principio, sin embargo, lo que se ha dicho es bastante correcto. Sí, en principio incluso debe señalarse que debe conducir a error sobre error si se acepta a la ligera y con fe ciega lo que tan a menudo se presenta hoy a la humanidad como ciencia espiritual. Quien realmente se sitúa en el terreno de la ciencia espiritual se siente estrictamente obligado a comunicar lógica y racionalmente lo que tiene que decir, para que pueda ser realmente examinado por un sano sentido de la verdad y por toda lógica. -Así, de un lado, hemos descrito la esencia de la ciencia espiritual mostrando cómo deben encontrarse sus resultados.
Que tal hecho objetivo del espíritu existe, sólo puede ser demostrado por esta ciencia misma. Pero ya hay que llamar la atención sobre el hecho de que esta ciencia conduce a lo que llamamos el contenido real, actual, del mundo espiritual, un contenido que está lleno de esencia viva, igual que el ser humano está él mismo lleno de esencia. Desde este punto de vista, la ciencia espiritual tiene claro que toda la existencia exterior, físico-sensorial, toda la existencia de la que nos hablan los sentidos y la experiencia racional, se basa en última instancia en un mundo espiritual, que el hombre, al igual que todas las demás cosas, ha nacido de este mundo espiritual, se ha desarrollado a partir de él, de modo que detrás del mundo sensorial, detrás de lo que suele llamarse la existencia exterior física, se extiende la región del mundo espiritual. Cuando la ciencia espiritual comienza gradualmente a mostrar a partir de sus observaciones cómo son las cosas en este mundo espiritual, cómo el mundo espiritual subyace a nuestro mundo sensible, entonces en muchos círculos de nuestro tiempo actual comienza la aversión, la antipatía, que se describió al comienzo de la consideración de hoy: En amplios círculos de la actualidad, la ciencia espiritual es algo bastante impopular. Y no es en absoluto difícil comprender que esta ciencia espiritual se encuentre todavía hoy con una tremenda resistencia. Es muy natural y no sólo natural por esa razón, 
Es bastante evidente, y no sólo evidente porque aquello que en cierto sentido, como la ciencia espiritual, está recién incorporado a la vida cultural humana, siempre ha sido tratado con cierta represión, como todos los pequeños y grandes logros de la humanidad; sino porque, en efecto, hay muchas cosas en el círculo de las ideas que el hombre adquiere hoy, por ejemplo, de la observación científica, que precisamente dan lugar a la necesidad de que quien cree situarse enteramente en el terreno de la ciencia natural se encuentre enredado en toda clase de contradicciones cuando oye lo que dice la ciencia espiritual. El que se encuentra sobre el terreno de la ciencia espiritual no duda de que se puedan plantear, con cierto derecho, cientos y cientos de supuestas refutaciones de esta ciencia espiritual. Sólo como un paréntesis, quisiera agregar que en un futuro próximo yo mismo daré dos conferencias en diversos lugares y también aquí, para que se aclare la cuestión planteada, la primera de las cuales será: "¿Cómo se refuta la Teosofía?" y la otra: "¿Cómo se afianza la Teosofía?". Esto se hará sobre una base de prueba, para que pueda demostrarse cómo alguien que se encuentra en el terreno de la ciencia espiritual puede realmente reunir todo lo que puede plantearse en refutación de la ciencia espiritual. Sí, me gustaría decir, incluso más de lo que ya se ha mencionado, que este es el caso, que las refutaciones de la ciencia espiritual, como se suele hablar de refutaciones hoy en día, no son tan difíciles con respecto a sus diversos resultados. Es fácil refutar las investigaciones de la ciencia espiritual.
No quiero comparar directamente estas refutaciones, pero para aclarar lo que quiero decir, quiero enlazar con algo que a menudo llama la atención cuando uno lee obras de ciertos filósofos sobre la filosofía de Hegel. - No quiero hablar aquí de lo que hay de significativo en la filosofía hegeliana, de lo que es verdad y de lo que es error; eso lo dejaremos a un lado. - Habrá pocos entre los que conocen a Hegel que no reconozcan que en Hegel están tratando con un espíritu importante. Ahora bien, hay una frase extraña en los escritos de Hegel que puede, por así decirlo, causar una profunda impresión en aquellos que quieren refutar a Hegel con un corazón ligero. Y esta frase dice: "¡Todo lo que es real es razonable!". Ahora pensemos, uno quisiera decir, ¡qué risa interior debe evocar tal frase en quien gusta de refutar! Que sea grande el filósofo que diga semejante disparate: "¡Todo lo real es razonable!". ¡Basta dirigir una sola mirada al mundo y se verá cuán irrazonable es esta frase! Hay un método sencillo de refutar la corrección de esta proposición, y consiste en que es hacer uno mismo algo estúpidamente estúpido. Pues se puede afirmar que ciertamente no es razonable. El hecho de que una refutación resulte fácil, ¿debe llevar también a tomarla a la ligera y fácilmente como significativa? Esa es otra cuestión, que quizá pueda responderse considerando lo siguiente: ¿Realmente Hegel era tan estúpido -se puede tener la opinión que se quiera de Hegel- que no fue capaz de ver lo que hay en contra de esta proposición como refutación? ¿Debería haber creído realmente que ningún ser humano puede hacer otra cosa que no sea la estupidez? ¿No deberíamos nosotros mismos ser inducidos a considerar en qué sentido Hegel podría haber querido decir esta proposición, y que con tal refutación no acertamos en absoluto a lo que quería decir?
Lo mismo podría ocurrir con muchas cosas en la ciencia espiritual. Para retomar algo concreto: la ciencia espiritual debe presuponer, -esto sólo se puede afirmar hoy-, que lo que reconocemos en el hombre como instrumento del pensar, imaginar, sentir y querer, a saber, el sistema nervioso con el cerebro, está construido a partir de algo espiritual, que cerebro y sistema nervioso son instrumentos de una esencia que no se puede mostrar en el mundo sensorial, sino que debe ser investigada por los métodos caracterizados de la ciencia espiritual. Por tanto, la ciencia espiritual debe retroceder desde lo que la ciencia externa, basada en los fenómenos sensoriales, sabe decir sobre el cerebro y el sistema nervioso, hasta algo que actúa en el ser humano como alma-espiritual en sí, que ya no puede investigarse con los sentidos, que sólo puede investigarse en los caminos interiores del alma. Ahora es realmente un juego de niños refutar lo que la investigación espiritual nos dice sobre algo suprasensible que subyace en el cerebro humano. Ustedes pueden decir: Todo lo que usted está diciendo es en sí mismo sólo un producto del cerebro. Si no lo ve así, observe cómo aumentan las facultades mentales en la secuencia evolutiva. En los animales inferiores las facultades espirituales son todavía bastante imperfectas, en los animales superiores y especialmente en los mamíferos superiores son ya más importantes y más perfectas, y en el hombre parecen más perfectas porque su cerebro ha alcanzado la mayor perfección. Esto demuestra que lo que aparece como vida espiritual nace del cerebro. Y si aún no creen eso, acudan a quien pueda mostrarles cómo, en ciertos casos de enfermedad, ciertas partes del cerebro se vuelven ineficaces y ciertas facultades ya no pueden ser ejercitadas por el hombre, de modo que, por así decirlo, ciertas partes del cerebro se desgastan y la vida espiritual se apaga. ¡Así se ve cómo poco a poco la vida espiritual puede ser erosionada por lo que es un órgano sensorial! ¿Por qué, entonces, seguís hablando de seres espirituales que se supone que están detrás de las cosas sensoriales?
Esta objeción es realmente un juego de niños. Pero que no se hace a partir de resultados científicos, sino de la sugestión, -que para muchos se forma a partir de ciertas teorías científicas-, debe parecernos evidente en la actualidad. Todo esto está relacionado con el hecho de que nuestro tiempo está bajo el poder sugestivo de la idea de que la verdad y el conocimiento sólo pueden obtenerse volviendo los sentidos hacia fuera y encendiendo la mente con lo que se ha obtenido. Aunque, -y esto debe decirse con respecto a la ciencia espiritual-, estos resultados deben hacer que las refutaciones de los resultados de la ciencia espiritual broten desde todos los puntos, puede decirse, sin embargo, que por otra parte hay una profunda necesidad, un profundo anhelo en nuestro tiempo actual de oír algo de aquellas tierras de las que la ciencia espiritual sabe informar. Al mismo tiempo, un profundo anhelo por esto se ha desarrollado y está vivo y consciente en un grupo de personas. En la mayoría de las personas permanece latente, por así decirlo, bajo la superficie de la conciencia, pero aparecerá cada vez más. 
La necesidad de resultados en las ciencias espirituales será cada vez mayor. Este anhelo, esta necesidad de resultados científico-espirituales se produce -podemos decir- como efecto secundario junto a la admiración, la devoción hacia los logros de las ciencias naturales. Precisamente porque los logros de las ciencias naturales deben necesariamente dirigir la mirada del hombre hacia el exterior, se despierta como un contrapunto el anhelo de los resultados de las ciencias espirituales. En este sentido, dentro del desarrollo que ha tenido lugar en el siglo XIX y en nuestro propio siglo XX, hemos llegado a un punto de vista completamente distinto del que tenía la humanidad hace tan sólo un siglo. 
Si se quiere hablar del valor de la investigación científico-espiritual para el presente, es significativo recordar que mentes aún más grandes hace un siglo no sentían la necesidad de hablar de resultados científico-espirituales en la forma en que se debe hacer hoy en el sentido de esta serie de conferencias. Y puesto que las grandes individualidades sólo marcan la pauta de la humanidad, y en cierto sentido sólo expresan lo que es la necesidad de todo el tiempo, es decir, también de las pequeñas individualidades, tal cosa puede presentársenos vívidamente si nos fijamos en las individualidades mayores.
Se puede decir con razón que hace un siglo, una persona como Goethe no sentía la necesidad de hablar de los resultados de la ciencia espiritual, como se hace hoy en día sobre la base de la ciencia espiritual. Cuando se planteaba la cuestión de hablar de algo que está por encima de lo exteriormente sensorial, Goethe, como tantas otras personas, solía alegar que se trataba de una cuestión de fe, pero no de una ciencia estricta. Y que básicamente la comunicación de resultados generalmente válidos difícilmente puede ser muy provechosa si se hace de una persona a otra, también lo ha expresado Goethe a menudo. En el transcurso de un siglo, no sólo hemos progresado tanto en el desarrollo general de la humanidad que Goethe vivió en una época en la que no había telégrafos, teléfonos, ferrocarriles ni perspectivas como las que se ofrecían a los viajes en dirigible; también nos enfrentamos a resultados en términos de desarrollo espiritual que son diferentes a los de la época de Goethe. Esto se puede ver en un caso concreto. Existe una hermosa conversación que Goethe mantuvo con un tal Falk con motivo de la muerte de Wieland. En ella hablaba de los ámbitos de los que debía extraerse un cierto conocimiento de lo que sobrevive más allá del nacimiento y la muerte en el hombre, de lo que no caduca con la envoltura sensorial, de lo que es inmortal en relación con la parte mortal del hombre. La ocasión inmediata de la muerte de Wieland, a quien tenía en tan alta estima, había impulsado a Goethe a expresarse de un modo popular ante alguien como Falk, que le comprendía. Y lo que dijo allí es de lo más significativo cuando llegamos a la cuestión de de la importancia de la ciencia espiritual para el presente. 
" . . . Usted sabe desde hace mucho tiempo que las ideas que carecen de un fundamento firme en el mundo sensorial, por todo su otro valor, no llevan consigo ninguna convicción para mí, porque yo quiero saber, no simplemente suponer y creer, en relación con la naturaleza. En cuanto a la permanencia personal de nuestra alma después de la muerte, he llegado a la conclusión de que no se contradice en absoluto con las observaciones que he hecho durante muchos años sobre la naturaleza nuestra y de todos los seres de la naturaleza; al contrario, incluso surge de ellas con una nueva fuerza concluyente. Cuánto, sin embargo, o cuán poco de esta personalidad, por cierto, merece perdurar, es otra cuestión y un punto que debemos dejar a Dios. Por el momento, sólo señalaré esto primero: Asumo diferentes clases y órdenes de rango de los últimos constituyentes originarios de todos los seres, por así decir de los puntos iniciales de todas las apariencias de la naturaleza, a los que quisiera llamar almas, porque de ellas procede el ensamblaje del todo, o mejor aún mónadas -¡retengamos siempre esta expresión leibniziana! Para expresar la simplicidad del ser más simple, difícilmente podría haber otra mejor.
Ahora bien, algunas de estas mónadas o puntos de partida, como nos demuestra la experiencia, son tan pequeñas, tan insignificantes, que a lo sumo sólo sirven para un servicio y una existencia subordinados; otras, en cambio, son bastante fuertes y poderosas. Estos últimos, por lo tanto, suelen atraer a su círculo todo lo que se les acerca y transformarlo en algo que les pertenece, es decir, en un cuerpo, una planta, un animal, o incluso más arriba, en una estrella. Continúan así hasta que el pequeño o gran mundo, cuya intención reside espiritualmente en ellos, aparece también exteriormente en la carne. Sólo a los últimos los llamaría realmente almas. De esto se deduce que hay mónadas del mundo, almas del mundo, así como hay mónadas hormiga, almas hormiga, y que ambas están relacionadas en su origen, si no completamente una, sin embargo en el ser primordial. Cada sol, cada planeta lleva en sí una intención superior, una misión superior, en virtud de la cual sus desarrollos deben producirse con la misma regularidad y según la misma ley que los desarrollos de un rosal a través de la hoja, el tallo y la copa. Pueden ustedes llamar a esto idea o mónada, como quieran, no tengo nada en contra de ello; basta con que esta intención sea invisible y exista antes que el desarrollo visible a partir de ella en la naturaleza.... existía... "
En cierto sentido, pues, Goethe habla entonces de lo que hablaremos a menudo aquí en estas conferencias: de la reencarnación del alma humana. Y hace la observación: después de todo lo que él se había formado como visión del mundo humano, del mundo animal, etc., tal visión no contradiría lo que él había construido como ciencia. 
Es fácil pensar en lo que significa tal afirmación en boca de Goethe cuando se recuerda que en 1784 Goethe había hecho un descubrimiento que por sí solo habría bastado para preservar su nombre hasta los confines del tiempo, aunque no hubiera hecho nada más: el descubrimiento del llamado hueso intermaxilar en el maxilar superior del hombre. Existe un hueso intermaxilar en el maxilar superior de los humanos, al igual que en los animales. Esto se negaba en la época en que Goethe entró en el campo de las ciencias naturales. Cuando se trataba de distinguir entre el ser humano y los animales, sólo se buscaban rasgos distintivos externos y se pensaba que los animales tenían un hueso intermedio en el maxilar superior, y que éste no estaba presente en el ser humano. Esto es lo que distingue al ser humano de la organización animal. Goethe no quería admitirlo, no podía creer que la diferencia entre el hombre y el animal se encontrara en esta cualidad subordinada, y se esforzó mucho por demostrar que lo que se llama hueso intermaxilar crece en el hombre poco después del nacimiento, pero que, sin embargo, está presente en la disposición y no está ausente en el hombre. Realmente había conseguido demostrar que la diferencia entre el hombre y el animal no residía en algo tan externo.
Desde este punto de partida, Goethe se adentró en todos los ámbitos de las ciencias naturales y, por tanto, conocía bien el pensamiento científico de su época. De hecho, se adelantó tanto a su tiempo que los darwinistas que han querido reinterpretar a Goethe en el sentido de Darwin pueden afirmar hoy en día: Goethe fue un precursor de Darwin. Aunque Goethe estuviera tan arraigado en la ciencia de su época y fuera más allá de ella, podía sin embargo decir que lo que se había formado como visión de la parte inmortal del hombre, lo que aludía a la reencarnación, era totalmente compatible con sus ideas científicas. Y lo que Goethe podía decir en aquel tiempo, básicamente podía decirlo cualquier ser humano. En la misma situación se encontraban otros investigadores que pretendían conocer la vida de forma científica. Es característico que en el terreno de Haeckel se haga referencia a una gran hazaña de Kant, a la fundamentación de la concepción mecánica del mundo por Kant, y se señale la obra de Kant "Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des Himmels oder Versuch von der Verfassung und dem mechanischen Ursprünge des ganzen Weltgebäudes", escrita en 1775. Basta con coger el librito de Reclam, echar un vistazo a la conclusión y preguntarse: ¿Cómo se relacionan con Kant los que se apoyan en el mero haeckelismo cuando habla de la inmortalidad del alma humana, cuando él habla de los grandes misterios del alma humana, de la perspectiva que ofrece la habitabilidad de otros cuerpos celestes y la supervivencia del alma humana en otros planetas? ¿Qué piensan tales seguidores de Haeckel de la posibilidad de una reincorporación del hombre, tal como aparece en este escrito de Kant publicado en 1775? ¡Hoy se refieren a las cosas de tal manera que uno tendría que asombrarse si los que citan a Kant hubieran leído realmente estas cosas!
Las cosas ya son diferentes en el presente de lo que eran hace un siglo o siglo y medio. En aquella época, la gente hablaba de las cosas de la vida espiritual de una manera que no tenía nada que ver con la ciencia, porque sentían que hablaban de algo que no estaba en contradicción con lo que la ciencia podía afirmar. Cualquiera que esté expuesto a la ciencia del cambio de los siglos XVIII y XIX siente, si sólo absorbe la ciencia a través de descripciones populares, que podría hablar como Goethe: Las convicciones que me he formado sobre una vida espiritual, aunque sólo sean una creencia personal, no contradicen en absoluto lo que hoy se ofrece como ciencia.
Las cosas han cambiado y ahora son muy difíciles para la ciencia. Hay que recordar que después de la muerte de Goethe se produjeron los grandes descubrimientos de
Schieiden y Schwann sobre la célula humana y animal, y que por primera vez se presentó a los sentidos un organismo elemental. ¡Qué necesidad hay de hablar de "vida en otros cuerpos celestes" y demás, cuando se puede ver cómo se construyen los cuerpos de un animal o de una planta mediante la interacción de células puramente materiales, sensuales! Luego vinieron los otros tremendos logros. Basta pensar en la impresión que causó en el pensamiento humano el que Kirchhoff y Bunsen aportaran el análisis espectral, que amplió la visión del hombre sobre mundos distantes, y donde se pudo llegar a la conclusión de que la existencia material que encontramos en la tierra es la misma también en los cuerpos del mundo más distantes, de modo que era lícito hablar de una unidad de sustancia en toda la existencia del mundo. Y cada día aumenta lo que podemos encontrar en este campo. Podría señalar cientos y cientos de cosas de este tipo que han tenido un efecto revolucionario, no en el mundo de los hechos, sino en la manera en que la gente se imagina las cosas, de modo que tuvo que surgir la convicción de que no se tiene derecho a hablar de otra manera que no sea así frente a lo que ofrece el método científico: Esperen y vean lo que la investigación científica tiene que decirles sobre las causas de la vida, sobre el origen de la vida espiritual a partir de la actividad cerebral, ¡y no hablen de manera fantástica de un mundo espiritual que supuestamente subyace a todo esto! ¡Subyacente a todo esto! - Todo esto es demasiado fácil de comprender. 
Por tanto, para la persuasión humana, la visión de lo científico natural ha cambiado. En este sentido, Goethe es verdaderamente un predecesor de Darwin. Pero sin embargo, de acuerdo con el espíritu de su época, pasó de sus investigaciones científicas, del desarrollo de los seres vivos de lo imperfecto a lo perfecto, a una visión del mundo puramente espiritual, que busca en definitiva lo suprasensible, lo espiritual detrás de todo lo sensorial. Quienes proceden del mismo modo en nuestra época creen que los resultados de la ciencia natural les impulsan a detenerse en lo que se supone que son estos resultados de la ciencia natural, y que todo lo espiritual surge como del fondo sensorio. Hoy el hombre no podría decir del mismo modo que hace un siglo que lo que sabe o cree saber o ha adquirido por su convicción personal de fe sobre el mundo suprasensible no contradice los resultados de la ciencia natural, sino que parece que debe contradecirlos mucho. Y no sólo le parece así a tal o cual serio y digno investigador de la verdad y aspirante a ser humano.
Si es así, debemos decir que, para nuestro tiempo actual, el poder de convicción, las razones de convicción que podían esgrimirse hace un siglo o incluso más tarde sin contradecir los resultados científicos externos, ya no son directamente decisivas. Hoy se necesitan impulsos de más peso para sostener lo que se dice sobre el mundo suprasensible frente a los estrictos resultados científicos de la ciencia. Lo que consideramos que estamos autorizados a creer sobre el mundo espiritual, debemos poder revestirlo de la misma manera, ganarlo de la misma forma objetiva, como se pueden ganar los resultados de la ciencia natural, -sólo que sobre un terreno diferente. Sólo una ciencia espiritual que trabaje con la misma lógica, con el mismo sano sentido de la verdad que la ciencia natural, puede sentirse capaz de estar codo con codo con la enormemente avanzada ciencia natural. Cuando se tiene esto en cuenta, se comprende en qué sentido la ciencia espiritual se ha convertido en una necesidad para nuestro presente. También se comprende que esta ciencia espiritual sólo puede satisfacer los anhelos de los que se ha hablado. Y estos anhelos están presentes porque muchas almas humanas se ven afectadas inconscientemente por lo que se acaba de describir - especialmente entre los mejores buscadores de la verdad y en un campo en el que ni siquiera se piensa en ello - cuando se afirma cómo el impulso humano por el conocimiento se esfuerza por salir de lo que siempre había que decir en el campo científico en el pasado.
Ciertamente, el campo matemático, el campo de la geometría, parece ser uno en el que lo que se adquiere parece seguro en su aplicación al mundo sensorial. ¿Quién podría, por así decirlo, creer a pies juntillas que alguien podría afirmar que lo que el mundo tiene que decir sobre las matemáticas, sobre la geometría, podría de alguna manera ser cuestionado? Y, sin embargo, es característico que en el transcurso del siglo XIX haya habido espíritus que, puramente matemáticos, a través de investigaciones estrictamente matemáticas, se hayan elevado a pensar geometrías, matemáticas, que no tienen validez dentro de nuestro mundo sensible, pero que tienen validez para mundos muy distintos. Entonces pensamos: ¡ha habido espíritus estrictamente matemáticos que han sentido que podían ir más allá de lo que hasta ahora existía como matemáticas y geometría en el campo del mundo sensorial, podían inventar una geometría que se aplica a un mundo sensorial completamente diferente! Y no hay una, sino varias geometrías de este tipo. Las personas con formación matemática saben algo de nombres como Riemann, Lobachevsky o Bolyai. No queremos entrar aquí en detalles, porque lo que nos importa es que la cognición humana podría llegar a ser algo así. - Por ejemplo, hay geometrías que no reconocen la proposición: Los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados, sino para las cuales los triángulos tienen una propiedad muy distinta, de modo que, por ejemplo, los tres ángulos de un triángulo son siempre menores que 180 grados.  U otro caso: para nuestra geometría euclidiana, sólo se puede trazar una paralela por un punto a una recta dada. Se han ideado geometrías en las que se puede trazar un número infinito de paralelas entre un punto y otra recta. Esto significa que ha habido espíritus que se han visto impulsados no sólo a delirar sobre otros mundos, ¡sino incluso a idear geometrías para ellos! Esto habla con fuerza del hecho de que incluso en las cabezas de los matemáticos existía el anhelo de ir más allá de lo que hay en el mundo que nos rodea inmediatamente.
Sólo hay que decir una cosa sobre el hecho de que nuestro tiempo necesita algo que se puede obtener de la ciencia espiritual. Se nos hará evidente que, de hecho, el propio hombre, en lo que se refiere a su esencia anímica espiritual, aparece una y otra vez en vidas renovadas en nuestra Tierra. Que lo que se llama reencarnación es un hecho similar en la esfera de lo anímico-espiritual a lo que es para el reino animal, la teoría del desarrollo o de la evolución en un nivel subordinado. Que el alma humana evoluciona a través de encarnaciones que ha experimentado durante pasados distantes, y vivirá a través de las que experimentará en encarnaciones futuras distantes. Ciertamente, es precisamente contra tales cosas contra las que el arte de la refutación girará todavía mucho en el presente. Pero puede decirse que el presente tiene una profunda necesidad de tales resultados, que están relacionados con aquello a través de lo cual el hombre puede orientarse acerca de su destino, de toda su situación en relación con el mundo exterior.
Hace poco que el hombre ha empezado a situarse correctamente como ser histórico en el desarrollo del mundo. Esto se ha conseguido a través de los medios externos de la educación. Pensemos en el limitado campo de visión de la humanidad en los siglos XIV y XV, antes de que el arte de la imprenta difundiera los medios de educación. Esto significaba que el corazón humano aún no se había enfrentado a cuestiones como: ¿Cómo puede nuestra alma afrontar con satisfacción lo que reconocemos como progreso histórico? He aquí el origen de una pregunta que ya se ha convertido en una cuestión del corazón para muchas personas hoy en día. El progreso histórico nos muestra que logros siempre nuevos, que son también de valor para el desarrollo interior de la propia alma, que hechos nuevos y siempre nuevos entran en la corriente del avance de la humanidad. El hombre debe preguntarse: ¿Cuál es el estado del hombre en lo más íntimo de su ser? ¿Estaban los seres humanos del pasado condenados a vivir sus vidas en una existencia aburrida y a no participar en los productos de desarrollo del progreso posterior? ¿Cuál es entonces la parte del ser humano en los sucesivos desarrollos de la raza humana?
Esta puede ser una pregunta a la que se podrían plantear muchas objeciones, pero aquí sólo hablaremos del hecho de que la pregunta, el enigma, surge de un sentimiento profundo del alma humana: ¿Es posible que viva hoy un alma humana que, por estar encerrada su vida entre el nacimiento y la muerte, no puede asimilar logros que sólo se imprimirán en la corriente del desarrollo humano en el futuro? 
Esta cuestión asume una importancia fundamental para quienes profesan el cristianismo. Quien se sitúa en el terreno de un cristianismo purificado distingue en el desarrollo de la humanidad la época precristiana de la post-cristiana y habla de que a partir del acontecimiento de Cristo emanó una corriente de vida espiritual nueva, que antes no existía para la humanidad terrena. Para tal hombre debe surgir la pregunta: ¿Qué hay de las almas que vivieron antes del acontecimiento de Cristo, antes de la proclamación de lo que emanó del acontecimiento de Cristo?
El hombre puede hacerse esa pregunta. La ciencia espiritual la responde no sólo teóricamente, sino de tal manera que también le resulta satisfactoria, al mostrar que las mismas personas que asimilaron los logros de la era precristiana en el tiempo anterior al acontecimiento Crístico se reencarnarán después de que haya comenzado la corriente del desarrollo cristiano, de modo que nadie puede ser privado de lo que entra en la cultura. Así pues, para la ciencia espiritual, de la historia surge algo que no son meras ideas generales abstractas que se supone que atraviesan fría y abstractamente como fuerzas rígidas la corriente de la humanidad, sino que la ciencia espiritual habla de la historia como algo en lo que el hombre con su ser más íntimo está implicado en todas partes. Y puesto que el horizonte humano se ha ampliado a través de los medios modernos de educación, esta cuestión se plantea ahora en un sentido muy diferente del que tenía, digamos, hace un siglo, cuando el círculo de visión de la gente era más limitado. Existe un deseo de respuesta que sólo puede satisfacerse a través de la ciencia espiritual.
Si tomamos todo esto en consideración, -y podríamos seguir así durante horas y citar muchas cosas que hablan a favor del hecho de que la ciencia espiritual es importante para el presente porque el presente debe estar muy necesitado de sus resultados-, entonces nos haremos una idea de la importancia de la ciencia espiritual para el presente. Y todas las conferencias que se darán aquí en el transcurso de este invierno sólo pretenden reunir material de los más diversos ámbitos para mostrar los resultados de la ciencia espiritual y su importancia para la vida humana, así como para la satisfacción de las necesidades más elevadas del ser humano en general.
Sólo hay que decir esto para concluir: una de las objeciones más comunes contra la ciencia espiritual hoy en día, aunque sólo sea a partir de un eslogan, es que se dice que la ciencia natural ha conseguido felizmente explicar el mundo monísticamente a partir de un principio unificado dado por los métodos de la ciencia natural. Y casi se ha convertido en una palabra que despierta antipatía en mucha gente, ¡que la ciencia espiritual vuelva ahora y establezca un dualismo en oposición a este monismo epistemológicamente tan beneficioso! Hay mucho pecado en tales consignas. ¿Se rompe ya el principio de explicar el universo de forma unificada por el hecho de que en el universo interactúan dos corrientes, una de las cuales procede del exterior y la otra del interior y se reúne en el alma?  ¿No es de suponer que lo que se acerca al alma desde dos lados -a saber, desde la experiencia sensorial por un lado y desde la investigación científico-espiritual por otro- se funda, sin embargo, en una existencia unificada y sólo se muestra para la concepción humana al principio en dos corrientes? ¿Debe tomarse el monismo muy superficialmente? Si éste fuera el caso, que el principio monista quedaría así roto, entonces alguien sólo podría afirmar inmediatamente que el principio monista también está roto cuando admite que el agua está formada por hidrógeno y oxígeno. No obstante, el hidrógeno y el oxígeno pueden tener un origen unitario, aunque se unan en lo que llamamos agua. Del mismo modo, los mundos sensorial y suprasensorial pueden tener un origen único, aunque los hechos de la ciencia natural y de la ciencia espiritual nos obliguen a decir: En el alma del hombre se unen dos corrientes, una de las cuales procede del lado sensorial y la otra del lado espiritual. Entonces es verdad que uno no puede mostrar inmediatamente la unidad, el monon, pero esto no contradice la visión de un mundo monista. De esta manera, lo que se muestra desde dos lados sólo alcanza el poder de la plena realidad cuando lo reconocemos como compuesto de las dos corrientes.  Si dirigimos nuestra mirada al mundo exterior, vemos, a través de la disposición de nuestros sentidos y de nuestro intelecto, una imagen del mundo que no nos muestra aquello de lo que nace: el espíritu. Si seguimos los caminos de la investigación científico-espiritual y experimentamos el ascenso en el alma, encontramos el espíritu. Y es en el alma donde el espíritu y la sustancia se encuentran. Es en la unión del espíritu y la sustancia dentro de nuestra alma donde ¡yace la verdadera realidad espiritual, llena de espíritu y sustancia! 
Así, tal vez, lo que se ha dicho ahora pueda resumirse en palabras que, en forma poética, digan lo mismo que han sentido en todo momento todos los que se han esforzado desprejuiciadamente por llegar a comprender el espíritu y la sustancia. La ciencia espiritual en relación con con la ciencia natural nos enseña a reconocer que es verdad:
Los sentidos humanos son presionados
Desde las profundidades del mundo
Con la rica abundancia de lo material.
Fluyendo hacia las profundidades del alma
Desde las alturas del mundo
La palabra clarificadora del espíritu.
Ambos se unen dentro del ser humano
A la realidad llena de sabiduría.
Tarducido por J.Luelmo feb.2023

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