RUDOLF STEINER
DISPOSICIONES DEL ALMA QUE NOS PERMITEN TENDER
UN PUENTE HACIA LOS MUERTOS
Berlín, 26 de marzo de 1918
Queremos retomar, con unas pocas palabras lo que se expuso aquí hace ocho días, para mantener la coherencia,. Les decía que cuando se trata de contemplar la relación entre las almas humanas encarnadas en el cuerpo y las almas humanas desencarnadas que viven entre la muerte y el nuevo nacimiento, es importante dirigir la mirada espiritual, por así decirlo, hacia el «aire espiritual» que debe conectar a los vivos con los llamados muertos, para que pueda existir una relación entre ambos. Y descubrimos en primer lugar, que ciertas disposiciones del alma, que deben estar presentes en los vivos, tienden en cierto modo un puente hacia los reinos en los que se encuentran los llamados muertos. Las disposiciones anímicas siempre significan también la presencia de un cierto elemento anímico, y se podría decir que, precisamente cuando este elemento anímico está presente, cuando muestra su presencia a través de los sentimientos correspondientes de los vivos, entonces se da la posibilidad de tal relación.
Tuvimos que señalar entonces que esa posibilidad, es decir, en cierto modo la conexión espiritual con el aire, o atmosfera, se crea mediante dos corrientes emocionales en los seres vivos. Una de esas corrientes emocionales es lo que podríamos llamar el sentimiento universal de gratitud hacia todas las experiencias de la vida. Les decía que la forma general en que el alma del ser humano se relaciona con su entorno se divide en una parte subconsciente y otra consciente. Todos conocemos la parte consciente; consiste en que el ser humano persigue con simpatías y antipatías y con sus percepciones habituales lo que le afecta en la vida. La parte subconsciente, sin embargo, consiste en que, justo por debajo del umbral de la conciencia, desarrollamos un sentimiento que es mejor, más elevado que los sentimientos que podemos desarrollar en la conciencia habitual, un sentimiento que no puede describirse de otra manera que diciendo que en nuestra subconsciencia siempre sabemos que tenemos que estar agradecidos por cada experiencia de la vida, incluso por la más pequeña que se nos presenta. Que nos enfrentemos a experiencias vitales difíciles puede hacernos sentir dolor por el momento; pero, desde una perspectiva más amplia de la existencia, incluso las experiencias dolorosas pueden verse de tal manera que, aunque no en el alma superior, sí en el alma inferior, podemos estar agradecidos por ellas, agradecidos porque el universo nos proporciona continuamente dones en nuestra vida. Esto es algo que existe en el alma humana como un sentimiento realmente subconsciente. Lo otro es que conectamos nuestro propio yo con cada ser con el cual hemos tenido algo que ver de alguna manera en la vida. Nuestras acciones se extienden a tal o cual ser de la vida, incluso pueden ser seres inanimados. Pero donde hemos hecho algo, donde nuestra esencia se ha conectado con otra esencia, queda algo atrás, y lo que queda atrás establece una relación duradera de nuestra esencia con todo aquello con lo que nos hemos conectado alguna vez. Les decía que este sentimiento de afinidad es la base de un sentimiento más profundo, que suele permanecer desconocido para el alma superior, de comunión con el mundo que nos rodea, un sentimiento de comunión.
El ser humano puede experimentar cada vez más conscientemente estos dos sentimientos, el sentimiento de gratitud y el sentimiento de comunión con el entorno con el que estaba conectado de alguna manera kármicamente. En cierto modo, lo que vive en estos sentimientos y sensaciones puede elevarlo al alma; y en la medida en que eleva precisamente estas dos sensaciones al alma, se hace apto para tender un puente hacia aquellas almas que pasan su vida entre la muerte y el nuevo nacimiento. Porque los pensamientos de estas almas solo pueden llegar hasta nosotros si realmente pueden atravesar el ámbito del sentimiento de gratitud que hemos desarrollado; y solo podemos encontrar el camino hacia ellas si nuestra alma se ha acostumbrado, al menos en cierta medida, a cultivar una verdadera comunión. El hecho de que seamos capaces de sentir gratitud hacia el universo hace que, a veces, cuando queremos entrar en contacto con los muertos, un sentimiento de gratitud se apodere de nuestra alma, y el hecho de que hayamos practicado ese sentimiento de gratitud, de que seamos capaces de sentirlo, allana el camino para que los pensamientos de los muertos lleguen hasta nosotros. Y que podamos sentir que nuestro ser vive en una comunidad orgánica de la que forma parte, al igual que nuestros dedos forman parte de nuestro cuerpo, nos hace maduros para sentir también hacia los muertos, cuando ya no están presentes en el cuerpo físico, una gratitud tal que nos lleva a acercarnos a ellos con nuestros pensamientos. Cuando uno ha adquirido en un ámbito algo como un sentimiento de gratitud, la sensación de comunidad, solo entonces tiene la posibilidad de aplicarlo en el caso concreto.
Ahora bien, estos sentimientos no son los únicos, sino que existen muchos otros sentimientos subconscientes y estados de ánimo subconscientes. Todo lo que desarrollamos en nuestras almas allana el camino hacia el mundo en el que se encuentran los muertos entre la muerte y el nuevo nacimiento. De este modo, una sensación muy concreta, que siempre está presente en el subconsciente, pero que puede ser traída gradualmente a la conciencia, se une a la gratitud, una sensación que el ser humano pierde cuanto más se inclina hacia el materialismo. Pero en el subconsciente siempre está presente hasta cierto punto y, en realidad, ni siquiera el materialismo más fuerte puede erradicarla. Sin embargo, el enriquecimiento, la elevación y el ennoblecimiento de la vida dependen de que se saquen esas cosas del subconsciente y se traigan a la conciencia. La sensación a la que me refiero es lo que se podría describir como la confianza general en la vida que fluye a través de nosotros y nos rodea, ¡la confianza en la vida! Dentro de una concepción materialista de la vida, es extremadamente difícil encontrar un sentimiento de confianza en la vida. Es similar a la gratitud hacia la vida, pero es una sensación diferente que se suma a esta gratitud. Porque la confianza en la vida consiste en que haya un estado de ánimo inquebrantable en el alma, en que sea cual sea la forma en que se nos presente, la vida tenga algo que ofrecernos en todas las circunstancias, en que nunca podamos caer en la idea de que la vida no tiene nada que ofrecernos a través de esto o aquello que nos depara. Ciertamente, pasamos por experiencias vitales difíciles, experiencias vitales dolorosas, pero en un contexto vital más amplio, son precisamente las experiencias vitales dolorosas y difíciles las que más nos enriquecen y nos fortalecen para la vida. Se trata de elevar un poco hacia el alma superior ese estado de ánimo persistente que vuelve a estar presente en el alma inferior, ese estado de ánimo: «Tú, vida, tú me elevas y me sostienes, tú te encargas de que avance».
Si se hiciera algo en el sistema educativo para fomentar este tipo de actitud, se ganaría mucho. Orientar la educación y la enseñanza hacia mostrar, con ejemplos concretos, cómo la vida, precisamente por ser a menudo difícil de comprender, merece confianza, significaría mucho si esta actitud se trasladara al sistema educativo y de enseñanza. Porque al considerar la vida desde este punto de vista: «¿Mereces confianza, oh vida?», se descubre que hay muchas cosas que de otro modo no se encontrarían en la vida. No hay que considerar este estado de ánimo de forma superficial. No debe llevarnos a pensar que todo en la vida es maravilloso y bueno. Al contrario, en casos concretos, precisamente esta confianza en la vida puede llevar a una crítica aguda de cosas malas y absurdas. Y precisamente cuando no se tiene confianza en la vida, a menudo se evita criticar lo malo y lo absurdo, porque se quiere pasar por alto aquello en lo que no se confía. No se trata de tener confianza en cada cosa individualmente, eso pertenece a otro ámbito. Se tiene confianza en una cosa y en otra no, dependiendo de cómo se presenten las cosas y los seres. Sino que lo que importa es confiar en la vida en su conjunto, en la cohesión global de la vida. Porque si se puede sacar algo de la confianza en la vida que siempre está presente en el subconsciente, se abre el camino para observar realmente lo espiritual, la sabia providencia y guía en la vida. Quien se dice a sí mismo, no de forma teórica, sino sintiéndolo, una y otra vez: Tal y como se suceden los acontecimientos de la vida, significan algo para mí, ya que me acogen y tienen que ver conmigo, en lo que puedo confiar, se está preparando precisamente para percibir poco a poco lo que vive y se mueve espiritualmente en las cosas. Quien no tiene esta confianza, se cierra a lo que vive y se mueve espiritualmente en las cosas.
Ahora apliquemos esto a la relación entre los vivos y los muertos. Al desarrollar este sentimiento de confianza, hacemos posible que los muertos encuentren el camino hacia nosotros con sus pensamientos; porque, en este clima de confianza, los pensamientos pueden, por así decirlo, navegar desde ellos hacia nosotros. Si tenemos confianza en la vida en general, fe en la vida, podremos poner el alma en un estado tal que en ella puedan aparecer esas inspiraciones que son los pensamientos enviados por los muertos. La gratitud hacia la vida y la confianza en la vida en la forma descrita están relacionadas de alguna manera. Si no tenemos esta confianza general en el mundo, no podemos llegar a tener una confianza tan fuerte en una persona que trascienda la muerte; de lo contrario, es un recuerdo de la confianza. Hemos de imaginarnos que los sentimientos, cuando se dirigen a los muertos que ya no están encarnados en un cuerpo físico, deben ser diferentes de los sentimientos que se dirigen a las personas que están presentes en un cuerpo físico. Sin duda, podemos tener confianza en una persona que está presente en un cuerpo físico, y esta confianza también será útil para el estado después de la muerte. Pero es necesario que esta confianza se vea reforzada por la confianza universal, por la confianza general, porque el difunto vive después de la muerte en otras circunstancias, porque no solo necesitamos recordar la confianza que ya teníamos en él en vida, sino porque también necesitamos suscitar una confianza siempre renovada en un ser que ya no inspira confianza por su presencia física. Para ello es necesario que, en cierto modo, irradiemos al mundo algo que no tiene nada que ver con las cosas físicas. Y la confianza universal en la vida que se ha descrito no tiene nada que ver con las cosas físicas.
Al igual que la confianza se sitúa junto a la gratitud, junto al sentimiento de comunidad se sitúa algo que siempre está presente en el alma inferior, pero que también puede ser elevado al alma superior. Esto es algo que también debería tenerse más en cuenta de lo que se hace. Y esto se puede hacer si el elemento del que voy a hablar ahora se tuviera en cuenta en nuestro sistema educativo y de enseñanza en esta época materialista. De ello depende muchísimo. Para que el ser humano se sitúe de la manera correcta en el mundo en el ciclo temporal actual, es necesario que desarrolle algo, o podría decir también, que saque a la superficie algo del alma inferior, algo que en épocas anteriores, en las que existía la clarividencia atávica, surgía por sí solo, que no necesitaba cultivarse y del que aún quedan escasos restos, pero que poco a poco va desapareciendo, como desaparece todo lo que proviene de los tiempos antiguos, pero que hoy debe cultivarse, y debe cultivarse a partir del conocimiento del mundo espiritual, no a partir de instintos indeterminados. Lo que el ser humano necesita en este sentido es la posibilidad de rejuvenecer y renovar una y otra vez sus sentimientos hacia lo que le afecta en la vida, a través de la propia vida. Podemos pasar la vida sintiéndonos más o menos cansados a partir de cierta edad, porque perdemos la participación viva en la vida, porque ya no podemos aportar lo suficiente a la vida para que sus manifestaciones nos den alegría. Basta con comparar los extremos opuestos: la forma de vivir y aceptar las experiencias en la juventud temprana y la forma cansada de aceptar las manifestaciones de la vida en la vejez. Piense en cuántas decepciones están relacionadas con este tipo de cosas. Hay una diferencia entre que el ser humano sea capaz de hacer que la fuerza de su alma participe, por así decirlo, de una resurrección continua, de modo que cada mañana sea nueva para la experiencia espiritual, y que, por así decirlo, se canse de las manifestaciones a lo largo de la vida.
Tener esto en cuenta es extremadamente importante en nuestra época, porque es significativo que también influya en el sistema educativo. Precisamente en relación con estas cuestiones, nos encaminamos hacia un giro significativo en el desarrollo de la humanidad. La valoración de las épocas anteriores de la humanidad se realiza, bajo la influencia de nuestra historia, que es una fábula convenida, de una manera realmente muy sesgada. No se sabe cómo los últimos siglos han llevado a los seres humanos a organizar cada vez más la educación y, en particular, la enseñanza, de tal manera que el ser humano no obtiene en su vida posterior lo que realmente debería obtener de la educación y la enseñanza. Lo máximo que podemos aportar en la vejez, bajo la influencia de las circunstancias actuales, de lo que hemos invertido en nuestra educación durante la juventud es un recuerdo. Recordamos lo que hemos aprendido, lo que nos han dicho, y por lo general nos sentimos satisfechos al recordarlo. Sin embargo, no tenemos en cuenta en absoluto que la vida humana, aunque está llena de misterios, está sujeta a un misterio significativo en relación con estas cosas. En una reflexión anterior, ya hice alusión a este misterio desde otro punto de vista.
El ser humano es un ser multifacético. En primer lugar, lo consideramos en la medida en que es un ser dual. La dualidad, —como decía en una reflexión anterior—, se expresa ya en la forma exterior del cuerpo. Esta nos muestra al ser humano como cabeza y como resto del ser humano. Separemos primero al ser humano en la cabeza y el resto del ser humano. Si solo se tuviera en cuenta esta diferencia en toda la estructura del ser humano, se podrían hacer descubrimientos muy importantes desde el punto de vista científico. Si se considera la estructura de la cabeza desde un punto de vista puramente fisiológico y anatómico, resulta que es precisamente la cabeza lo que se puede aplicar a la teoría de la evolución más materialista, lo que hoy se conoce como la teoría darwiniana. En lo que respecta a su cabeza, el ser humano se encuentra, en cierto modo, inmerso en esta corriente evolutiva, pero solo en lo que respecta a su cabeza, no al resto de su organismo. Para comprender este origen del ser humano, deben imaginarse, sin tener en cuenta las proporciones, la cabeza humana y la otra parte crecida a partir de ella. Imaginen que la evolución se desarrollara de tal manera que el ser humano evolucionara hacia el futuro y adquiriera algún tipo de órganos adicionales especiales. La evolución, la transformación, podría continuar. Pero así fue en el pasado: en otros tiempos, el ser humano existía únicamente como un ser con cabeza, y esta cabeza siguió desarrollándose cada vez más hasta convertirse en lo que es hoy. Y lo que está unido a la cabeza, aunque sea físicamente más grande, se ha añadido más tarde. Es una formación más reciente. En lo que respecta a la cabeza, el ser humano desciende de los organismos más antiguos, y lo demás, aparte de la cabeza, se ha añadido más tarde. Por eso la cabeza es siempre tan importante para el ser humano actual, porque recuerda la encarnación anterior. El resto del organismo, —como ya he señalado—, es por el contrario, la condición previa para la encarnación posterior. En este sentido, el ser humano es un ser muy contradictorio. La cabeza tiene una constitución muy diferente al resto del organismo. La cabeza es un órgano osificado. Si el ser humano no tuviera el resto del organismo, sería muy espiritualizado, pero sería un animal espiritualizado. La cabeza nunca puede sentirse como un ser humano si no se le inspira a ello. Se remonta a la antigua era de Saturno, el Sol y la Luna. El resto del organismo se remonta solo hasta la época lunar, concretamente a la última etapa de la misma; ha crecido unido a la cabeza y, en este sentido, es realmente algo así como un parásito de la cabeza. Se lo pueden imaginar bien: la cabeza fue en su día el ser humano completo, tenía órganos de excreción y secreción hacia abajo, a través de los cuales se alimentaba. Era un ser muy peculiar. Pero a medida que se desarrollaba, las aberturas inferiores evolucionaron de tal manera que ya no se abrían al entorno y, por lo tanto, ya no podían servir para la alimentación ni conectar la cabeza con las influencias que irradiaban del entorno, y así la cabeza se osificó hacia arriba, por lo que el resto del organismo se volvió necesario. Este organismo restante solo se hizo necesario entonces. Esta parte del organismo físico solo surgió en un momento en el que ya no era posible que surgiera el resto de la animalidad. Dirán: algo como lo que acabo de describir es difícil de imaginar. Pero yo solo puedo responder una y otra vez: hay que esforzarse por pensar algo así, porque el mundo no es tan simple como a la gente le gustaría, para no tener que pensar mucho sobre él para comprenderlo. En este sentido, se experimenta la mayor variedad de exigencias que la gente plantea para que el mundo sea lo más fácil de comprender posible. En este sentido, la gente tiene opiniones muy curiosas. Existe una rica literatura sobre Kant escrita por todas aquellas personas que lo consideran un filósofo extraordinario en todos los sentidos. Pero esto se debe únicamente a que la gente no entiende a otros filósofos y ya tiene que emplear tanta capacidad intelectual para comprender a Kant. Y como él sigue siendo un gran filósofo, —a menudo uno se considera a sí mismo el más genial—, no comprenden a los demás. Y solo porque les cuesta tanto comprender a Kant, para ellos es un gran filósofo. Esto también tiene que ver con el hecho de que uno se resiste a aceptar que el mundo es complicado y que hay que esforzarse para comprenderlo. Ya hemos hablado de estas cosas desde los puntos de vista más diversos. Y cuando se publiquen mis conferencias sobre «Fisiología oculta», se podrá leer también en detalle cómo se puede demostrar embriológicamente que es una tontería decir que el cerebro se desarrolla a partir de la médula espinal. Es al revés: el cerebro es una médula espinal transformada de antaño, y la médula espinal actual se ha unido al cerebro actual como un apéndice. Solo hay que comprender que lo que en el ser humano es más simple se desarrolló más tarde que lo que parece más complejo; lo que es más primitivo se encuentra en un nivel inferior y se desarrolló más tarde. He hecho esta digresión sobre la ambivalencia del ser humano únicamente para que comprendan la otra consecuencia que se deriva de dicha ambivalencia. Y la consecuencia es que, con nuestra vida anímica, que se desarrolla en las condiciones de la corporeidad, también nos encontramos inmersos en esta ambivalencia. No solo tenemos el desarrollo orgánico de la cabeza y el resto del organismo, sino que también tenemos dos ritmos diferentes, dos velocidades diferentes en nuestro desarrollo anímico. Nuestro desarrollo cefálico es relativamente rápido, y el desarrollo que forma el resto del organismo, —lo llamaré desarrollo del corazón—, es relativamente más lento, unas tres o cuatro veces más lento. Lo que depende de la cabeza suele completarse con su desarrollo a los veinte años; en lo que respecta a la cabeza, a los veinte años ya somos todos ancianos. Y solo gracias al continuo rejuvenecimiento del resto del organismo, que se desarrolla tres o cuatro veces más lentamente, seguimos viviendo de forma aceptable. Nuestro desarrollo cefálico es rápido; el desarrollo de nuestro corazón, que es el desarrollo del resto del organismo, es tres o cuatro veces más lento. Y en esta contradicción nos encontramos con nuestra experiencia interior. El desarrollo de nuestra cabeza puede absorber mucho, especialmente durante nuestra infancia y juventud. Por eso aprendemos durante la infancia y la juventud. Pero lo que se absorbe allí debe renovarse y refrescarse continuamente, debe estar continuamente enmarcado por el ritmo más lento del desarrollo del resto del organismo, por el desarrollo del corazón.
Ahora piensen que si la educación es como la de nuestra época, en la que la educación y la enseñanza solo tienen en cuenta el desarrollo intelectual, es así porque en la enseñanza y la educación solo dejamos que la cabeza se desarrolle adecuadamente, la consecuencia es que la cabeza, como un organismo muerto, se integra en el ritmo más lento del resto del desarrollo, lo retrasa y hace que las personas envejezcan prematuramente a nivel espiritual. Este fenómeno, que las personas de la época actual envejecen prematuramente a nivel espiritual, está relacionado esencialmente con el sistema educativo y de enseñanza. Por supuesto, no deben pensar que ahora se puede plantear la pregunta: ¿cómo se debe organizar la enseñanza para que no sea así? Se trata de una cuestión muy importante a la que no se puede responder con dos palabras. Porque casi todo en la enseñanza debe organizarse de otra manera, para que no sea solo algo para la memoria, algo que se recuerda, sino algo a través de lo cual uno se refresca, se renueva. Uno se pregunta cuántas personas hoy en día, cuando recuerdan una actividad de su infancia, son capaces de pensar en todo lo que vivieron, en lo que les dijeron los maestros y las tías, de tal manera que no solo recuerden: «Debes hacer esto y aquello», sino que se sumerjan una y otra vez en lo que vivieron en su juventud, mirando con cariño cada gesto, cada comentario, el tono de voz, la intensidad emocional de lo que se les ofreció en la infancia, y sintiéndolo como una fuente de rejuvenecimiento que nos renueva constantemente. Esto está relacionado con los ritmos que experimentamos en nuestro interior: que el ser humano debe seguir el desarrollo más rápido de su cabeza, que se completa a los veinte años, y el ritmo más lento del desarrollo del corazón, el desarrollo del resto del ser humano, que debe alimentarse durante toda la vida. No debemos dar a la cabeza solo aquello que está destinado a ella, sino que también debemos darle aquello de lo que el resto del organismo pueda extraer fuerzas renovadoras una y otra vez a lo largo de toda la vida. Para ello es necesario, por ejemplo, que todas las ramas de la enseñanza estén impregnadas de un cierto elemento artístico. Hoy en día, cuando se huye del elemento artístico porque se cree que, al cultivar la vida imaginativa, —y la imaginación es algo que trasciende la mera realidad cotidiana—, se podría introducir lo fantástico en la enseñanza, no existe ninguna inclinación a tener en cuenta ese misterio de la vida. Basta con ver en algunos ámbitos lo que quiero decir, —por supuesto, todavía existe aquí y allá—, para darse cuenta de que algo así ya se puede lograr, pero se puede lograr especialmente si los seres humanos vuelven a ser seres humanos. Para ello se necesitan muchas cosas. Me gustaría llamar la atención sobre una de ellas.
Hoy en día se examina a quienes quieren ser profesores para ver si saben esto y aquello. Pero, ¿qué se descubre con ello? Por lo general, solo que que el interesado ha acumulado en su cabeza, en el tiempo que tiene para realizar el examen, algo que, si es medianamente hábil, podría leer en tal o cual libro para cada una de las clases, algo que se podría aprender día a día para la enseñanza, algo que no es necesario aprender de la forma en que se hace actualmente. Pero lo que sería necesario ante todo en un examen de este tipo es saber si el interesado tiene corazón y sentido, si tiene la sangre necesaria para establecer gradualmente una relación con los niños. No se debería examinar el conocimiento, sino reconocer la fuerza y la capacidad del interesado. Sé que plantear tales exigencias en los tiempos actuales solo puede significar dos cosas para el presente. O bien se dice: «Quien exige algo así está completamente loco, ¡esa persona no vive en el mundo real!». O bien, si no se quiere dar esa respuesta, se dice: «Eso ocurre constantemente, es lo que todos queremos». La gente cree que, con lo que ocurre, las cosas ya se cumplen, porque solo entienden de las cosas lo que ellos mismos aportan.
He expuesto esto, por supuesto, en primer lugar para arrojar luz sobre la vida desde un determinado punto de vista, pero también para poner de relieve precisamente aquello que el alma inferior del ser humano siempre siente y que es tan difícil de elevar al alma superior, especialmente en los tiempos actuales, pero que el alma del ser humano anhela y seguirá anhelando cada vez más en el futuro, para ponerlo en perspectiva, para que comprendamos que necesitamos algo en el alma del poder que renueve constantemente las fuerzas de este alma, para que no nos cansemos con el paso de la vida, sino que siempre estemos esperanzados y digamos: cada nuevo día será para nosotros como el primero que vivimos conscientemente. Para ello, sin embargo, no debemos envejecer de cierta manera; es urgente y necesario que no envejezcamos. Cuando hoy vemos cómo personas relativamente jóvenes, hombres y mujeres, son en realidad tan terriblemente viejos espiritualmente, tan poco dispuestos a sentir cada día la vida como algo que se les da como a un niño recién nacido, entonces sabemos lo que hay que lograr, lo que hay que dar en este ámbito mediante una cultura espiritual de la época. Y, en última instancia, es precisamente el sentimiento al que me refiero aquí, este sentimiento de esperanza vital que nunca, nunca, nunca se debilita, el que nos permite sentir la relación correcta entre los vivos y los llamados muertos. De lo contrario, lo que debe fundamentar la relación con un difunto permanece demasiado presente en la memoria. Uno puede recordar lo que vivió durante su vida con el difunto. Pero si, una vez que el difunto se ha ido físicamente, no se tiene la posibilidad de experimentar una y otra vez lo que se vivió con él durante su vida, no se puede sentir con la intensidad necesaria en esta nueva relación: el difunto solo está presente como ser espiritual y debe actuar como tal. Si uno se ha vuelto tan insensible que ya nada puede refrescar sus esperanzas de vida, entonces ya no puede sentir que se ha producido una transformación completa. Antes, uno podía ayudarse a sí mismo con el encuentro con el ser humano en la vida; pero ahora solo el espíritu puede ayudarle. Sin embargo, cuando uno desarrolla este sentimiento de renovación perpetua de las fuerzas vitales, con el fin de mantener frescas las esperanzas de la vida, entonces uno se encuentra con él.
Me gustaría hacer aquí una observación que quizá les resulte extraña. Una vida sana, especialmente según las pautas que se han desarrollado aquí, nunca lleva, si no se produce un enturbiamiento de la conciencia, a considerar la vida como algo de lo que uno se cansa; sino que una vida totalmente sana lleva, cuando se ha envejecido, a querer empezar cada día de nuevo, con frescura. Lo saludable no es que, al llegar a la vejez, uno piense: «¡Gracias a Dios que ya he dejado atrás la vida!», sino que pueda decirse: «Ahora que tengo cuarenta o cincuenta años, me gustaría volver atrás y volver a vivirlo todo otra vez». Y lo saludable es aprender a consolarse con la sabiduría de que no se puede llevar a cabo en esta vida, sino de una manera corregida en otra vida. Lo saludable es no querer perder nada de todo lo que se ha vivido y, si para ello se necesita sabiduría, no querer tenerlo en esta vida, sino poder esperar a la siguiente. Esa es la confianza que se basa en una confianza verdadera en la vida y en las esperanzas de vida que se mantienen vivas.
Con ello tenemos los sentimientos que animan la vida de la manera correcta y que, al mismo tiempo, crean un puente entre los vivos aquí y los vivos allá: gratitud hacia la vida que se nos presenta, confianza en las experiencias de esta vida, íntimo sentimiento de comunidad, la capacidad de avivar las esperanzas de la vida mediante fuerzas vitales siempre renovadas. Estos son impulsos internos y éticos que, si se sienten de la manera correcta, también pueden proporcionar la mejor ética social externa, porque lo ético, al igual que lo histórico, solo puede comprenderse si se capta en el subconsciente, como yo mismo he demostrado en una conferencia pública.
Otro aspecto que me gustaría destacar en relación con la relación entre los vivos y los muertos es una pregunta que puede surgir una y otra vez: ¿en qué consiste realmente la diferencia entre la relación entre seres humanos, en la medida en que ambos están encarnados en un cuerpo físico, y la relación entre seres humanos, en la medida en que uno está encarnado en un cuerpo físico y el otro no, o ninguno de los dos está encarnado en un cuerpo físico? - En relación con un punto de vista, me gustaría señalar algo especial.
Si consideramos al ser humano desde el punto de vista de las ciencias espirituales en relación con su yo y con su vida anímica propiamente dicha, que también se puede llamar cuerpo astral, en relación con el yo he dicho a menudo que es el más joven, el bebé entre los miembros de la organización humana, mientras que el cuerpo astral es algo mayor, pero solo desde la antigua evolución lunar, hay que decir, en relación con estos dos miembros superiores del ser humano, que aún no están tan desarrollados como para que el ser humano, si se apoyara solo en ellos, tuviera el poder de mantenerse independiente frente a los demás seres humanos. Si estuviéramos aquí juntos, cada uno solo como yo y cuerpo astral, sin vivir también en nuestros cuerpos etérico y físico, estaríamos todos juntos como en una especie de masa primigenia. Nuestros seres se confundirían; no estaríamos separados unos de otros, ni sabríamos distinguirnos unos de otros. No se podría hablar en absoluto de que alguien supiera, —las cosas serían entonces muy diferentes y no se podrían comparar fácilmente las circunstancias entre sí—, qué es su mano o su pierna, o qué es la mano y la pierna del otro. Pero ni siquiera se podrían reconocer correctamente sus sentimientos como propios. El hecho de que nosotros, como seres humanos, nos sintamos separados se debe a que cada uno de nosotros ha sido arrancado en forma de gota de la masa líquida total que debemos imaginar para un determinado período anterior. Pero para que las almas individuales no vuelvan a fusionarse, debemos pensar que cada gota de alma ha entrado en una especie de esponja, para así mantenerse separadas. Esto es lo que realmente ha sucedido. Solo por el hecho de estar encerrados en cuerpos físicos y etéricos estamos separados unos de otros, realmente separados. Cuando dormimos, solo estamos separados unos de otros por el fuerte deseo que sentimos por nuestro cuerpo físico. Este deseo, que se dirige con fervor hacia nuestro cuerpo físico, nos separa mientras dormimos, ya que de lo contrario nos veríamos envueltos en una gran confusión durante la noche, y probablemente a las mentes sensibles les resultaría muy desagradable saber hasta qué punto están conectadas con la esencia de los seres que les rodean. Pero eso no es especialmente grave en comparación con lo que ocurriría si esta relación de deseo ardiente con el cuerpo físico no existiera mientras el ser humano está encarnado.
Ahora planteémonos la pregunta: ¿qué separa nuestras almas entre la muerte y el nuevo nacimiento? Así como entre el nacimiento y la muerte pertenecemos con nuestro yo y nuestro cuerpo astral a un cuerpo físico y a un cuerpo etérico, después de la muerte, es decir, entre la muerte y el nuevo nacimiento, pertenecemos con nuestro yo y nuestro cuerpo astral a una región estelar muy concreta, no todos a la misma, sino cada uno a una región estelar muy concreta. Por este instinto se habla de la «estrella del ser humano». Comprenderán que el área estelar, si tomamos primero su proyección física, es periféricamente esférica, y esto se puede distribuir de las formas más diversas. Las áreas se superponen, pero cada una pertenece a otra. También se puede decir, si se quiere expresar espiritualmente: cada uno pertenece a una serie diferente de arcángeles y ángeles. Así como las personas aquí se unen a través de sus almas, allá entre la muerte y el nuevo nacimiento cada uno pertenece a una constelación especial, a una serie especial de ángeles y arcángeles, y luego se reúnen aquí con sus almas. Solo que es así, pero solo aparentemente, —no quiero entrar ahora en este misterio—, que en la Tierra cada uno tiene su propio cuerpo físico. Digo «aparentemente», y se sorprenderán, pero está completamente investigado cómo cada uno tiene su propia constelación, pero cómo estas se superponen. Imaginen un determinado grupo de Ángeles y Arcángeles. A una alma pertenecen miles de Arcángeles y Ángeles en la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento. Imaginen que de esos miles solo falta uno, entonces ese uno puede ser sustituido en cierto modo: entonces ese es el ámbito de la siguiente alma. En este dibujo, dos almas tienen lo mismo, con la excepción de una estrella que tienen de otra región, pero ninguna de las dos almas tiene exactamente la misma región estelar. De este modo, los seres humanos se individualizan entre la muerte y el nuevo nacimiento, ya que cada uno tiene su propia región estelar. A partir de esto se puede ver en qué se basa la separación entre las almas entre la muerte y el nuevo nacimiento. Aquí, en el mundo físico, la separación actúa tal y como la conocemos a través del cuerpo físico: el ser humano tiene, en cierto modo, su cuerpo físico como envoltura, desde él contempla el mundo, y todo debe acercarse a este cuerpo físico. Todo lo que entra en el alma del ser humano entre la muerte y el nuevo nacimiento está relacionado con una zona estelar de manera similar a la relación entre su cuerpo astral y su yo, tal y como aquí el alma y el yo están relacionados con el cuerpo físico. La pregunta, pues: ¿por qué se produce la separación? — se responde de la manera que acabo de indicar.
Ahora, a partir de estas consideraciones, han podido ver hoy cómo podemos influir en nuestra alma en la formación de ciertos sentimientos y sensaciones, para que se establezca el puente de conexión entre los llamados muertos y los vivos. Lo último que he dicho también es adecuado para atraer hacia nosotros pensamientos, puedo decir, pensamientos sensibles o sensaciones mentales, que a su vez pueden participar en la creación de este puente. Esto ocurre cuando intentamos desarrollar cada vez más, en relación con un difunto concreto, ese tipo de sentimiento que, cuando se experimenta algo, hace que surja en el alma el impulso de preguntarse: ¿cómo viviría el difunto lo que tú estás viviendo en este momento? Para ello, hay que crear la imaginación como si el difunto estuviera a nuestro lado participando en la experiencia; y hacerlo de forma muy viva, entonces se imita en cierta relación la forma en que el difunto se relaciona con los vivos o con los difuntos, relacionando lo que le dan las diferentes regiones estelares con la relación de su alma o entre sí. Aquí ya se imita lo que ocurre de alma a alma a través de la asignación a las regiones estelares. Si, en cierto modo, nos concentramos en un interés inmediato a través de la presencia del difunto, si de esta manera sentimos al difunto inmediatamente vivo a nuestro lado, entonces, a partir de las cosas que he discutido hoy, crecerá cada vez más la conciencia de que el difunto realmente se acerca a nosotros. El alma también desarrollará conciencia de ello. En este sentido, hay que tener confianza en la existencia, en que las cosas sucederán. Porque si en lugar de confianza, lo que se tiene es impaciencia por la vida, entonces se aplica la otra verdad: lo que aporta la confianza, la impaciencia lo ahuyenta; lo que se reconocería a través de la confianza, la impaciencia lo oscurece. No hay nada peor que crear una niebla ante el alma por culpa de la impaciencia.
Traducido por J.Luelmo nov,2025