GA181 Berlín, 26 de marzo de 1918 - Disposiciones del alma que nos permiten tender un puente hacia los difuntos:

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RUDOLF STEINER

DISPOSICIONES DEL ALMA QUE NOS PERMITEN TENDER

UN PUENTE HACIA LOS MUERTOS


Berlín, 26 de marzo de 1918

Queremos retomar, con unas pocas palabras lo que se expuso aquí hace ocho días, para mantener la coherencia,. Les decía que cuando se trata de contemplar la relación entre las almas humanas encarnadas en el cuerpo y las almas humanas desencarnadas que viven entre la muerte y el nuevo nacimiento, es importante dirigir la mirada espiritual, por así decirlo, hacia el «aire espiritual» que debe conectar a los vivos con los llamados muertos, para que pueda existir una relación entre ambos. Y descubrimos en primer lugar, que ciertas disposiciones del alma, que deben estar presentes en los vivos, tienden en cierto modo un puente hacia los reinos en los que se encuentran los llamados muertos. Las disposiciones anímicas siempre significan también la presencia de un cierto elemento anímico, y se podría decir que, precisamente cuando este elemento anímico está presente, cuando muestra su presencia a través de los sentimientos correspondientes de los vivos, entonces se da la posibilidad de tal relación.

Tuvimos que señalar entonces que esa posibilidad, es decir, en cierto modo la conexión espiritual con el aire, o atmosfera, se crea mediante dos corrientes emocionales en los seres vivos. Una de esas corrientes emocionales es lo que podríamos llamar el sentimiento universal de gratitud hacia todas las experiencias de la vida. Les decía que la forma general en que el alma del ser humano se relaciona con su entorno se divide en una parte subconsciente y otra consciente. Todos conocemos la parte consciente; consiste en que el ser humano persigue con simpatías y antipatías y con sus percepciones habituales lo que le afecta en la vida. La parte subconsciente, sin embargo, consiste en que, justo por debajo del umbral de la conciencia, desarrollamos un sentimiento que es mejor, más elevado que los sentimientos que podemos desarrollar en la conciencia habitual, un sentimiento que no puede describirse de otra manera que diciendo que en nuestra subconsciencia siempre sabemos que tenemos que estar agradecidos por cada experiencia de la vida, incluso por la más pequeña que se nos presenta. Que nos enfrentemos a experiencias vitales difíciles puede hacernos sentir dolor por el momento; pero, desde una perspectiva más amplia de la existencia, incluso las experiencias dolorosas pueden verse de tal manera que, aunque no en el alma superior, sí en el alma inferior, podemos estar agradecidos por ellas, agradecidos porque el universo nos proporciona continuamente dones en nuestra vida. Esto es algo que existe en el alma humana como un sentimiento realmente subconsciente. Lo otro es que conectamos nuestro propio yo con cada ser con el cual hemos tenido algo que ver de alguna manera en la vida. Nuestras acciones se extienden a tal o cual ser de la vida, incluso pueden ser seres inanimados. Pero donde hemos hecho algo, donde nuestra esencia se ha conectado con otra esencia, queda algo atrás, y lo que queda atrás establece una relación duradera de nuestra esencia con todo aquello con lo que nos hemos conectado alguna vez. Les decía que este sentimiento de afinidad es la base de un sentimiento más profundo, que suele permanecer desconocido para el alma superior, de comunión con el mundo que nos rodea, un sentimiento de comunión.

El ser humano puede experimentar cada vez más conscientemente estos dos sentimientos, el sentimiento de gratitud y el sentimiento de comunión con el entorno con el que estaba conectado de alguna manera kármicamente. En cierto modo, lo que vive en estos sentimientos y sensaciones puede elevarlo al alma; y en la medida en que eleva precisamente estas dos sensaciones al alma, se hace apto para tender un puente hacia aquellas almas que pasan su vida entre la muerte y el nuevo nacimiento. Porque los pensamientos de estas almas solo pueden llegar hasta nosotros si realmente pueden atravesar el ámbito del sentimiento de gratitud que hemos desarrollado; y solo podemos encontrar el camino hacia ellas si nuestra alma se ha acostumbrado, al menos en cierta medida, a cultivar una verdadera comunión. El hecho de que seamos capaces de sentir gratitud hacia el universo hace que, a veces, cuando queremos entrar en contacto con los muertos, un sentimiento de gratitud se apodere de nuestra alma, y el hecho de que hayamos practicado ese sentimiento de gratitud, de que seamos capaces de sentirlo, allana el camino para que los pensamientos de los muertos lleguen hasta nosotros.  Y que podamos sentir que nuestro ser vive en una comunidad orgánica de la que forma parte, al igual que nuestros dedos forman parte de nuestro cuerpo, nos hace maduros para sentir también hacia los muertos, cuando ya no están presentes en el cuerpo físico, una gratitud tal que nos lleva a acercarnos a ellos con nuestros pensamientos. Cuando uno ha adquirido en un ámbito algo como un sentimiento de gratitud, la sensación de comunidad, solo entonces tiene la posibilidad de aplicarlo en el caso concreto.

Ahora bien, estos sentimientos no son los únicos, sino que existen muchos otros sentimientos subconscientes y estados de ánimo subconscientes. Todo lo que desarrollamos en nuestras almas allana el camino hacia el mundo en el que se encuentran los muertos entre la muerte y el nuevo nacimiento. De este modo, una sensación muy concreta, que siempre está presente en el subconsciente, pero que puede ser traída gradualmente a la conciencia, se une a la gratitud, una sensación que el ser humano pierde cuanto más se inclina hacia el materialismo. Pero en el subconsciente siempre está presente hasta cierto punto y, en realidad, ni siquiera el materialismo más fuerte puede erradicarla. Sin embargo, el enriquecimiento, la elevación y el ennoblecimiento de la vida dependen de que se saquen esas cosas del subconsciente y se traigan a la conciencia. La sensación a la que me refiero es lo que se podría describir como la confianza general en la vida que fluye a través de nosotros y nos rodea, ¡la confianza en la vida! Dentro de una concepción materialista de la vida, es extremadamente difícil encontrar un sentimiento de confianza en la vida. Es similar a la gratitud hacia la vida, pero es una sensación diferente que se suma a esta gratitud. Porque la confianza en la vida consiste en que haya un estado de ánimo inquebrantable en el alma, en que sea cual sea la forma en que se nos presente, la vida tenga algo que ofrecernos en todas las circunstancias, en que nunca podamos caer en la idea de que la vida no tiene nada que ofrecernos a través de esto o aquello que nos depara. Ciertamente, pasamos por experiencias vitales difíciles, experiencias vitales dolorosas, pero en un contexto vital más amplio, son precisamente las experiencias vitales dolorosas y difíciles las que más nos enriquecen y nos fortalecen para la vida. Se trata de elevar un poco hacia el alma superior ese estado de ánimo persistente que vuelve a estar presente en el alma inferior, ese estado de ánimo: «Tú, vida, tú me elevas y me sostienes, tú te encargas de que avance». 

Si se hiciera algo en el sistema educativo para fomentar este tipo de actitud, se ganaría mucho. Orientar la educación y la enseñanza hacia mostrar, con ejemplos concretos, cómo la vida, precisamente por ser a menudo difícil de comprender, merece confianza, significaría mucho si esta actitud se trasladara al sistema educativo y de enseñanza. Porque al considerar la vida desde este punto de vista: «¿Mereces confianza, oh vida?», se descubre que hay muchas cosas que de otro modo no se encontrarían en la vida. No hay que considerar este estado de ánimo de forma superficial. No debe llevarnos a pensar que todo en la vida es maravilloso y bueno. Al contrario, en casos concretos, precisamente esta confianza en la vida puede llevar a una crítica aguda de cosas malas y absurdas. Y precisamente cuando no se tiene confianza en la vida, a menudo se evita criticar lo malo y lo absurdo, porque se quiere pasar por alto aquello en lo que no se confía. No se trata de tener confianza en cada cosa individualmente, eso pertenece a otro ámbito. Se tiene confianza en una cosa y en otra no, dependiendo de cómo se presenten las cosas y los seres. Sino que lo que importa es confiar en la vida en su conjunto, en la cohesión global de la vida. Porque si se puede sacar algo de la confianza en la vida que siempre está presente en el subconsciente, se abre el camino para observar realmente lo espiritual, la sabia providencia y guía en la vida. Quien se dice a sí mismo, no de forma teórica, sino sintiéndolo, una y otra vez: Tal y como se suceden los acontecimientos de la vida, significan algo para mí, ya que me acogen y tienen que ver conmigo, en lo que puedo confiar, se está preparando precisamente para percibir poco a poco lo que vive y se mueve espiritualmente en las cosas. Quien no tiene esta confianza, se cierra a lo que vive y se mueve espiritualmente en las cosas.

 Ahora apliquemos esto a la relación entre los vivos y los muertos. Al desarrollar este sentimiento de confianza, hacemos posible que los muertos encuentren el camino hacia nosotros con sus pensamientos; porque, en este clima de confianza, los pensamientos pueden, por así decirlo, navegar desde ellos hacia nosotros. Si tenemos confianza en la vida en general, fe en la vida, podremos poner el alma en un estado tal que en ella puedan aparecer esas inspiraciones que son los pensamientos enviados por los muertos. La gratitud hacia la vida y la confianza en la vida en la forma descrita están relacionadas de alguna manera. Si no tenemos esta confianza general en el mundo, no podemos llegar a tener una confianza tan fuerte en una persona que trascienda la muerte; de lo contrario, es un recuerdo de la confianza. Hemos de imaginarnos que los sentimientos, cuando se dirigen a los muertos que ya no están encarnados en un cuerpo físico, deben ser diferentes de los sentimientos que se dirigen a las personas que están presentes en un cuerpo físico. Sin duda, podemos tener confianza en una persona que está presente en un cuerpo físico, y esta confianza también será útil para el estado después de la muerte. Pero es necesario que esta confianza se vea reforzada por la confianza universal, por la confianza general, porque el difunto vive después de la muerte en otras circunstancias, porque no solo necesitamos recordar la confianza que ya teníamos en él en vida, sino porque también necesitamos suscitar una confianza siempre renovada en un ser que ya no inspira confianza por su presencia física. Para ello es necesario que, en cierto modo, irradiemos al mundo algo que no tiene nada que ver con las cosas físicas. Y la confianza universal en la vida que se ha descrito no tiene nada que ver con las cosas físicas.

Al igual que la confianza se sitúa junto a la gratitud, junto al sentimiento de comunidad se sitúa algo que siempre está presente en el alma inferior, pero que también puede ser elevado al alma superior. Esto es algo que también debería tenerse más en cuenta de lo que se hace. Y esto se puede hacer si el elemento del que voy a hablar ahora se tuviera en cuenta en nuestro sistema educativo y de enseñanza en esta época materialista. De ello depende muchísimo. Para que el ser humano se sitúe de la manera correcta en el mundo en el ciclo temporal actual, es necesario que desarrolle algo, o podría decir también, que saque a la superficie algo del alma inferior, algo que en épocas anteriores, en las que existía la clarividencia atávica, surgía por sí solo, que no necesitaba cultivarse y del que aún quedan escasos restos, pero que poco a poco va desapareciendo, como desaparece todo lo que proviene de los tiempos antiguos, pero que hoy debe cultivarse, y debe cultivarse a partir del conocimiento del mundo espiritual, no a partir de instintos indeterminados.  Lo que el ser humano necesita en este sentido es la posibilidad de rejuvenecer y renovar una y otra vez sus sentimientos hacia lo que le afecta en la vida, a través de la propia vida. Podemos pasar la vida sintiéndonos más o menos cansados a partir de cierta edad, porque perdemos la participación viva en la vida, porque ya no podemos aportar lo suficiente a la vida para que sus manifestaciones nos den alegría. Basta con comparar los extremos opuestos: la forma de vivir y aceptar las experiencias en la juventud temprana y la forma cansada de aceptar las manifestaciones de la vida en la vejez. Piense en cuántas decepciones están relacionadas con este tipo de cosas. Hay una diferencia entre que el ser humano sea capaz de hacer que la fuerza de su alma participe, por así decirlo, de una resurrección continua, de modo que cada mañana sea nueva para la experiencia espiritual, y que, por así decirlo, se canse de las manifestaciones a lo largo de la vida.

Tener esto en cuenta es extremadamente importante en nuestra época, porque es significativo que también influya en el sistema educativo. Precisamente en relación con estas cuestiones, nos encaminamos hacia un giro significativo en el desarrollo de la humanidad. La valoración de las épocas anteriores de la humanidad se realiza, bajo la influencia de nuestra historia, que es una fábula convenida, de una manera realmente muy sesgada. No se sabe cómo los últimos siglos han llevado a los seres humanos a organizar cada vez más la educación y, en particular, la enseñanza, de tal manera que el ser humano no obtiene en su vida posterior lo que realmente debería obtener de la educación y la enseñanza. Lo máximo que podemos aportar en la vejez, bajo la influencia de las circunstancias actuales, de lo que hemos invertido en nuestra educación durante la juventud es un recuerdo. Recordamos lo que hemos aprendido, lo que nos han dicho, y por lo general nos sentimos satisfechos al recordarlo. Sin embargo, no tenemos en cuenta en absoluto que la vida humana, aunque está llena de misterios, está sujeta a un misterio significativo en relación con estas cosas. En una reflexión anterior, ya hice alusión a este misterio desde otro punto de vista.

El ser humano es un ser multifacético. En primer lugar, lo consideramos en la medida en que es un ser dual. La dualidad, —como decía en una reflexión anterior—, se expresa ya en la forma exterior del cuerpo. Esta nos muestra al ser humano como cabeza y como resto del ser humano. Separemos primero al ser humano en la cabeza y el resto del ser humano. Si solo se tuviera en cuenta esta diferencia en toda la estructura del ser humano, se podrían hacer descubrimientos muy importantes desde el punto de vista científico. Si se considera la estructura de la cabeza desde un punto de vista puramente fisiológico y anatómico, resulta que es precisamente la cabeza lo que se puede aplicar a la teoría de la evolución más materialista, lo que hoy se conoce como la teoría darwiniana. En lo que respecta a su cabeza, el ser humano se encuentra, en cierto modo, inmerso en esta corriente evolutiva, pero solo en lo que respecta a su cabeza, no al resto de su organismo.  Para comprender este origen del ser humano, deben imaginarse, sin tener en cuenta las proporciones, la cabeza humana y la otra parte crecida a partir de ella. Imaginen que la evolución se desarrollara de tal manera que el ser humano evolucionara hacia el futuro y adquiriera algún tipo de órganos adicionales especiales. La evolución, la transformación, podría continuar. Pero así fue en el pasado: en otros tiempos, el ser humano existía únicamente como un ser con cabeza, y esta cabeza siguió desarrollándose cada vez más hasta convertirse en lo que es hoy. Y lo que está unido a la cabeza, aunque sea físicamente más grande, se ha añadido más tarde. Es una formación más reciente. En lo que respecta a la cabeza, el ser humano desciende de los organismos más antiguos, y lo demás, aparte de la cabeza, se ha añadido más tarde. Por eso la cabeza es siempre tan importante para el ser humano actual, porque recuerda la encarnación anterior. El resto del organismo, —como ya he señalado—, es por el contrario, la condición previa para la encarnación posterior. En este sentido, el ser humano es un ser muy contradictorio. La cabeza tiene una constitución muy diferente al resto del organismo. La cabeza es un órgano osificado. Si el ser humano no tuviera el resto del organismo, sería muy espiritualizado, pero sería un animal espiritualizado. La cabeza nunca puede sentirse como un ser humano si no se le inspira a ello. Se remonta a la antigua era de Saturno, el Sol y la Luna. El resto del organismo se remonta solo hasta la época lunar, concretamente a la última etapa de la misma; ha crecido unido a la cabeza y, en este sentido, es realmente algo así como un parásito de la cabeza. Se lo pueden imaginar bien: la cabeza fue en su día el ser humano completo, tenía órganos de excreción y secreción hacia abajo, a través de los cuales se alimentaba. Era un ser muy peculiar. Pero a medida que se desarrollaba, las aberturas inferiores evolucionaron de tal manera que ya no se abrían al entorno y, por lo tanto, ya no podían servir para la alimentación ni conectar la cabeza con las influencias que irradiaban del entorno, y así la cabeza se osificó hacia arriba, por lo que el resto del organismo se volvió necesario. Este organismo restante solo se hizo necesario entonces. Esta parte del organismo físico solo surgió en un momento en el que ya no era posible que surgiera el resto de la animalidad. Dirán: algo como lo que acabo de describir es difícil de imaginar. Pero yo solo puedo responder una y otra vez: hay que esforzarse por pensar algo así, porque el mundo no es tan simple como a la gente le gustaría, para no tener que pensar mucho sobre él para comprenderlo. En este sentido, se experimenta la mayor variedad de exigencias que la gente plantea para que el mundo sea lo más fácil de comprender posible. En este sentido, la gente tiene opiniones muy curiosas. Existe una rica literatura sobre Kant escrita por todas aquellas personas que lo consideran un filósofo extraordinario en todos los sentidos. Pero esto se debe únicamente a que la gente no entiende a otros filósofos y ya tiene que emplear tanta capacidad intelectual para comprender a Kant. Y como él sigue siendo un gran filósofo, —a menudo uno se considera a sí mismo el más genial—, no comprenden a los demás. Y solo porque les cuesta tanto comprender a Kant, para ellos es un gran filósofo. Esto también tiene que ver con el hecho de que uno se resiste a aceptar que el mundo es complicado y que hay que esforzarse para comprenderlo. Ya hemos hablado de estas cosas desde los puntos de vista más diversos. Y cuando se publiquen mis conferencias sobre «Fisiología oculta», se podrá leer también en detalle cómo se puede demostrar embriológicamente que es una tontería decir que el cerebro se desarrolla a partir de la médula espinal. Es al revés: el cerebro es una médula espinal transformada de antaño, y la médula espinal actual se ha unido al cerebro actual como un apéndice. Solo hay que comprender que lo que en el ser humano es más simple se desarrolló más tarde que lo que parece más complejo; lo que es más primitivo se encuentra en un nivel inferior y se desarrolló más tarde. He hecho esta digresión sobre la ambivalencia del ser humano únicamente para que comprendan la otra consecuencia que se deriva de dicha ambivalencia. Y la consecuencia es que, con nuestra vida anímica, que se desarrolla en las condiciones de la corporeidad, también nos encontramos inmersos en esta ambivalencia. No solo tenemos el desarrollo orgánico de la cabeza y el resto del organismo, sino que también tenemos dos ritmos diferentes, dos velocidades diferentes en nuestro desarrollo anímico. Nuestro desarrollo cefálico es relativamente rápido, y el desarrollo que forma el resto del organismo, —lo llamaré desarrollo del corazón—, es relativamente más lento, unas tres o cuatro veces más lento. Lo que depende de la cabeza suele completarse con su desarrollo a los veinte años; en lo que respecta a la cabeza, a los veinte años ya somos todos ancianos. Y solo gracias al continuo rejuvenecimiento del resto del organismo, que se desarrolla tres o cuatro veces más lentamente, seguimos viviendo de forma aceptable. Nuestro desarrollo cefálico es rápido; el desarrollo de nuestro corazón, que es el desarrollo del resto del organismo, es tres o cuatro veces más lento. Y en esta contradicción nos encontramos con nuestra experiencia interior. El desarrollo de nuestra cabeza puede absorber mucho, especialmente durante nuestra infancia y juventud. Por eso aprendemos durante la infancia y la juventud. Pero lo que se absorbe allí debe renovarse y refrescarse continuamente, debe estar continuamente enmarcado por el ritmo más lento del desarrollo del resto del organismo, por el desarrollo del corazón.

Ahora piensen que si la educación es como la de nuestra época, en la que la educación y la enseñanza solo tienen en cuenta el desarrollo intelectual, es así porque en la enseñanza y la educación solo dejamos que la cabeza se desarrolle adecuadamente, la consecuencia es que la cabeza, como un organismo muerto, se integra en el ritmo más lento del resto del desarrollo, lo retrasa y hace que las personas envejezcan prematuramente a nivel espiritual. Este fenómeno, que las personas de la época actual envejecen prematuramente a nivel espiritual, está relacionado esencialmente con el sistema educativo y de enseñanza. Por supuesto, no deben pensar que ahora se puede plantear la pregunta: ¿cómo se debe organizar la enseñanza para que no sea así? Se trata de una cuestión muy importante a la que no se puede responder con dos palabras. Porque casi todo en la enseñanza debe organizarse de otra manera, para que no sea solo algo para la memoria, algo que se recuerda, sino algo a través de lo cual uno se refresca, se renueva. Uno se pregunta cuántas personas hoy en día, cuando recuerdan una actividad de su infancia, son capaces de pensar en todo lo que vivieron, en lo que les dijeron los maestros y las tías, de tal manera que no solo recuerden: «Debes hacer esto y aquello», sino que se sumerjan una y otra vez en lo que vivieron en su juventud, mirando con cariño cada gesto, cada comentario, el tono de voz, la intensidad emocional de lo que se les ofreció en la infancia, y sintiéndolo como una fuente de rejuvenecimiento que nos renueva constantemente. Esto está relacionado con los ritmos que experimentamos en nuestro interior: que el ser humano debe seguir el desarrollo más rápido de su cabeza, que se completa a los veinte años, y el ritmo más lento del desarrollo del corazón, el desarrollo del resto del ser humano, que debe alimentarse durante toda la vida. No debemos dar a la cabeza solo aquello que está destinado a ella, sino que también debemos darle aquello de lo que el resto del organismo pueda extraer fuerzas renovadoras una y otra vez a lo largo de toda la vida. Para ello es necesario, por ejemplo, que todas las ramas de la enseñanza estén impregnadas de un cierto elemento artístico. Hoy en día, cuando se huye del elemento artístico porque se cree que, al cultivar la vida imaginativa, —y la imaginación es algo que trasciende la mera realidad cotidiana—, se podría introducir lo fantástico en la enseñanza, no existe ninguna inclinación a tener en cuenta ese misterio de la vida. Basta con ver en algunos ámbitos lo que quiero decir, —por supuesto, todavía existe aquí y allá—, para darse cuenta de que algo así ya se puede lograr, pero se puede lograr especialmente si los seres humanos vuelven a ser seres humanos. Para ello se necesitan muchas cosas. Me gustaría llamar la atención sobre una de ellas.

Hoy en día se examina a quienes quieren ser profesores para ver si saben esto y aquello. Pero, ¿qué se descubre con ello? Por lo general, solo que que el interesado ha acumulado en su cabeza, en el tiempo que tiene para realizar el examen, algo que, si es medianamente hábil, podría leer en tal o cual libro para cada una de las clases, algo que se podría aprender día a día para la enseñanza, algo que no es necesario aprender de la forma en que se hace actualmente. Pero lo que sería necesario ante todo en un examen de este tipo es saber si el interesado tiene corazón y sentido, si tiene la sangre necesaria para establecer gradualmente una relación con los niños. No se debería examinar el conocimiento, sino reconocer la fuerza y la capacidad del interesado. Sé que plantear tales exigencias en los tiempos actuales solo puede significar dos cosas para el presente. O bien se dice: «Quien exige algo así está completamente loco, ¡esa persona no vive en el mundo real!». O bien, si no se quiere dar esa respuesta, se dice: «Eso ocurre constantemente, es lo que todos queremos». La gente cree que, con lo que ocurre, las cosas ya se cumplen, porque solo entienden de las cosas lo que ellos mismos aportan.

 He expuesto esto, por supuesto, en primer lugar para arrojar luz sobre la vida desde un determinado punto de vista, pero también para poner de relieve precisamente aquello que el alma inferior del ser humano siempre siente y que es tan difícil de elevar al alma superior, especialmente en los tiempos actuales, pero que el alma del ser humano anhela y seguirá anhelando cada vez más en el futuro, para ponerlo en perspectiva, para que comprendamos que necesitamos algo en el alma del poder que renueve constantemente las fuerzas de este alma, para que no nos cansemos con el paso de la vida, sino que siempre estemos esperanzados y digamos: cada nuevo día será para nosotros como el primero que vivimos conscientemente. Para ello, sin embargo, no debemos envejecer de cierta manera; es urgente y necesario que no envejezcamos. Cuando hoy vemos cómo personas relativamente jóvenes, hombres y mujeres, son en realidad tan terriblemente viejos espiritualmente, tan poco dispuestos a sentir cada día la vida como algo que se les da como a un niño recién nacido, entonces sabemos lo que hay que lograr, lo que hay que dar en este ámbito mediante una cultura espiritual de la época. Y, en última instancia, es precisamente el sentimiento al que me refiero aquí, este sentimiento de esperanza vital que nunca, nunca, nunca se debilita, el que nos permite sentir la relación correcta entre los vivos y los llamados muertos. De lo contrario, lo que debe fundamentar la relación con un difunto permanece demasiado presente en la memoria. Uno puede recordar lo que vivió durante su vida con el difunto. Pero si, una vez que el difunto se ha ido físicamente, no se tiene la posibilidad de experimentar una y otra vez lo que se vivió con él durante su vida, no se puede sentir con la intensidad necesaria en esta nueva relación: el difunto solo está presente como ser espiritual y debe actuar como tal. Si uno se ha vuelto tan insensible que ya nada puede refrescar sus esperanzas de vida, entonces ya no puede sentir que se ha producido una transformación completa. Antes, uno podía ayudarse a sí mismo con el encuentro con el ser humano en la vida; pero ahora solo el espíritu puede ayudarle. Sin embargo, cuando uno desarrolla este sentimiento de renovación perpetua de las fuerzas vitales, con el fin de mantener frescas las esperanzas de la vida, entonces uno se encuentra con él.

Me gustaría hacer aquí una observación que quizá les resulte extraña. Una vida sana, especialmente según las pautas que se han desarrollado aquí, nunca lleva, si no se produce un enturbiamiento de la conciencia, a considerar la vida como algo de lo que uno se cansa; sino que una vida totalmente sana lleva, cuando se ha envejecido, a querer empezar cada día de nuevo, con frescura. Lo saludable no es que, al llegar a la vejez, uno piense: «¡Gracias a Dios que ya he dejado atrás la vida!», sino que pueda decirse: «Ahora que tengo cuarenta o cincuenta años, me gustaría volver atrás y volver a vivirlo todo otra vez». Y lo saludable es aprender a consolarse con la sabiduría de que no se puede llevar a cabo en esta vida, sino de una manera corregida en otra vida. Lo saludable es no querer perder nada de todo lo que se ha vivido y, si para ello se necesita sabiduría, no querer tenerlo en esta vida, sino poder esperar a la siguiente. Esa es la confianza que se basa en una confianza verdadera en la vida y en las esperanzas de vida que se mantienen vivas.

Con ello tenemos los sentimientos que animan la vida de la manera correcta y que, al mismo tiempo, crean un puente entre los vivos aquí y los vivos allá: gratitud hacia la vida que se nos presenta, confianza en las experiencias de esta vida, íntimo sentimiento de comunidad, la capacidad de avivar las esperanzas de la vida mediante fuerzas vitales siempre renovadas. Estos son impulsos internos y éticos que, si se sienten de la manera correcta, también pueden proporcionar la mejor ética social externa, porque lo ético, al igual que lo histórico, solo puede comprenderse si se capta en el subconsciente, como yo mismo he demostrado en una conferencia pública.

Otro aspecto que me gustaría destacar en relación con la relación entre los vivos y los muertos es una pregunta que puede surgir una y otra vez: ¿en qué consiste realmente la diferencia entre la relación entre seres humanos, en la medida en que ambos están encarnados en un cuerpo físico, y la relación entre seres humanos, en la medida en que uno está encarnado en un cuerpo físico y el otro no, o ninguno de los dos está encarnado en un cuerpo físico? - En relación con un punto de vista, me gustaría señalar algo especial.

Si consideramos al ser humano desde el punto de vista de las ciencias espirituales en relación con su yo y con su vida anímica propiamente dicha, que también se puede llamar cuerpo astral, en relación con el yo he dicho a menudo que es el más joven, el bebé entre los miembros de la organización humana, mientras que el cuerpo astral es algo mayor, pero solo desde la antigua evolución lunar, hay que decir, en relación con estos dos miembros superiores del ser humano, que aún no están tan desarrollados como para que el ser humano, si se apoyara solo en ellos, tuviera el poder de mantenerse independiente frente a los demás seres humanos. Si estuviéramos aquí juntos, cada uno solo como yo y cuerpo astral, sin vivir también en nuestros cuerpos etérico y físico, estaríamos todos juntos como en una especie de masa primigenia. Nuestros seres se confundirían; no estaríamos separados unos de otros, ni sabríamos distinguirnos unos de otros.  No se podría hablar en absoluto de que alguien supiera, —las cosas serían entonces muy diferentes y no se podrían comparar fácilmente las circunstancias entre sí—, qué es su mano o su pierna, o qué es la mano y la pierna del otro. Pero ni siquiera se podrían reconocer correctamente sus sentimientos como propios. El hecho de que nosotros, como seres humanos, nos sintamos separados se debe a que cada uno de nosotros ha sido arrancado en forma de gota de la masa líquida total que debemos imaginar para un determinado período anterior. Pero para que las almas individuales no vuelvan a fusionarse, debemos pensar que cada gota de alma ha entrado en una especie de esponja, para así mantenerse separadas. Esto es lo que realmente ha sucedido. Solo por el hecho de estar encerrados en cuerpos físicos y etéricos estamos separados unos de otros, realmente separados. Cuando dormimos, solo estamos separados unos de otros por el fuerte deseo que sentimos por nuestro cuerpo físico. Este deseo, que se dirige con fervor hacia nuestro cuerpo físico, nos separa mientras dormimos, ya que de lo contrario nos veríamos envueltos en una gran confusión durante la noche, y probablemente a las mentes sensibles les resultaría muy desagradable saber hasta qué punto están conectadas con la esencia de los seres que les rodean. Pero eso no es especialmente grave en comparación con lo que ocurriría si esta relación de deseo ardiente con el cuerpo físico no existiera mientras el ser humano está encarnado.

Ahora planteémonos la pregunta: ¿qué separa nuestras almas entre la muerte y el nuevo nacimiento? Así como entre el nacimiento y la muerte pertenecemos con nuestro yo y nuestro cuerpo astral a un cuerpo físico y a un cuerpo etérico, después de la muerte, es decir, entre la muerte y el nuevo nacimiento, pertenecemos con nuestro yo y nuestro cuerpo astral a una región estelar muy concreta, no todos a la misma, sino cada uno a una región estelar muy concreta. Por este instinto se habla de la «estrella del ser humano». Comprenderán que el área estelar, si tomamos primero su proyección física, es periféricamente esférica, y esto se puede distribuir de las formas más diversas. Las áreas se superponen, pero cada una pertenece a otra. También se puede decir, si se quiere expresar espiritualmente: cada uno pertenece a una serie diferente de arcángeles y ángeles. Así como las personas aquí se unen a través de sus almas, allá entre la muerte y el nuevo nacimiento cada uno pertenece a una constelación especial, a una serie especial de ángeles y arcángeles, y luego se reúnen aquí con sus almas. Solo que es así, pero solo aparentemente, —no quiero entrar ahora en este misterio—, que en la Tierra cada uno tiene su propio cuerpo físico. Digo «aparentemente», y se sorprenderán, pero está completamente investigado cómo cada uno tiene su propia constelación, pero cómo estas se superponen. Imaginen un determinado grupo de Ángeles y Arcángeles. A una alma pertenecen miles de Arcángeles y Ángeles en la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento. Imaginen que de esos miles solo falta uno, entonces ese uno puede ser sustituido en cierto modo: entonces ese es el ámbito de la siguiente alma. En este dibujo, dos almas tienen lo mismo, con la excepción de una estrella que tienen de otra región, pero ninguna de las dos almas tiene exactamente la misma región estelar. De este modo, los seres humanos se individualizan entre la muerte y el nuevo nacimiento, ya que cada uno tiene su propia región estelar. A partir de esto se puede ver en qué se basa la separación entre las almas entre la muerte y el nuevo nacimiento. Aquí, en el mundo físico, la separación actúa tal y como la conocemos a través del cuerpo físico: el ser humano tiene, en cierto modo, su cuerpo físico como envoltura, desde él contempla el mundo, y todo debe acercarse a este cuerpo físico. Todo lo que entra en el alma del ser humano entre la muerte y el nuevo nacimiento está relacionado con una zona estelar de manera similar a la relación entre su cuerpo astral y su yo, tal y como aquí el alma y el yo están relacionados con el cuerpo físico. La pregunta, pues: ¿por qué se produce la separación? — se responde de la manera que acabo de indicar.

Ahora, a partir de estas consideraciones, han podido ver hoy cómo podemos influir en nuestra alma en la formación de ciertos sentimientos y sensaciones, para que se establezca el puente de conexión entre los llamados muertos y los vivos. Lo último que he dicho también es adecuado para atraer hacia nosotros pensamientos, puedo decir, pensamientos sensibles o sensaciones mentales, que a su vez pueden participar en la creación de este puente. Esto ocurre cuando intentamos desarrollar cada vez más, en relación con un difunto concreto, ese tipo de sentimiento que, cuando se experimenta algo, hace que surja en el alma el impulso de preguntarse: ¿cómo viviría el difunto lo que tú estás viviendo en este momento? Para ello, hay que crear la imaginación como si el difunto estuviera a nuestro lado participando en la experiencia; y hacerlo de forma muy viva, entonces se imita en cierta relación la forma en que el difunto se relaciona con los vivos o con los difuntos, relacionando lo que le dan las diferentes regiones estelares con la relación de su alma o entre sí. Aquí ya se imita lo que ocurre de alma a alma a través de la asignación a las regiones estelares. Si, en cierto modo, nos concentramos en un interés inmediato a través de la presencia del difunto, si de esta manera sentimos al difunto inmediatamente vivo a nuestro lado, entonces, a partir de las cosas que he discutido hoy, crecerá cada vez más la conciencia de que el difunto realmente se acerca a nosotros.  El alma también desarrollará conciencia de ello. En este sentido, hay que tener confianza en la existencia, en que las cosas sucederán. Porque si en lugar de confianza, lo que se tiene es impaciencia por la vida, entonces se aplica la otra verdad: lo que aporta la confianza, la impaciencia lo ahuyenta; lo que se reconocería a través de la confianza, la impaciencia lo oscurece. No hay nada peor que crear una niebla ante el alma por culpa de la impaciencia.

Traducido por J.Luelmo nov,2025

GA181 Berlín, 18 de marzo de 1918 - Una sensación de comunidad y un sentido de gratitud, un puente hacia los muertos

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RUDOLF STEINER

UNA SENSACIÓN DE COMUNIDAD Y UN SENTIDO DE GRATITUD

UN PUENTE HACIA LOS MUERTOS


Berlín, 18 de marzo de 1918

Hace una semana hablamos sobre cuestiones más íntimas de la vida espiritual humana, sobre cuestiones que preparan la mente para comprender la relación entre los llamados vivos, es decir, los seres humanos que viven en un cuerpo físico, y las almas desencarnadas, aquellos seres humanos que viven entre la muerte y un nuevo nacimiento. Ahora se trata de que, precisamente cuando discutimos un tema así, nos familiaricemos con ciertas ideas fundamentales que pueden introducirnos de manera adecuada en la forma en que el ser humano debe y puede pensar en una relación de este tipo. Porque la realidad de esta relación no depende en absoluto de que el ser humano que vive aquí en la Tierra sea consciente de que tiene alguna relación con un difunto o, en general, con tal o cual entidad del mundo espiritual. En realidad, lo que ahora digo es evidente para quien reflexiona sobre estas cosas; pero precisamente en el ámbito de la ciencia espiritual a veces es necesario aclarar lo que es evidente.

El ser humano siempre está en relación con el mundo espiritual, siempre está en cierta relación con aquellos difuntos que están vinculados kármicamente con él. Por lo tanto, es muy diferente hablar de la realidad de esta relación o de la conciencia más fuerte o más débil que podemos tener de ella. Sin embargo, es importante para todos, —incluso para aquellos que solo pueden creer que tal conciencia les es completamente ajena—, experimentar lo que dice esa conciencia, porque en realidad le dice a cada uno realidades en las que siempre está inmerso. Precisamente en relación con la relación de los llamados seres humanos vivos con los llamados muertos, hay que tener claro lo siguiente: en cierto sentido, esta relación es más difícil de tomar conciencia que la relación con otras entidades del mundo espiritual. Ver, contemplar y alcanzar una conciencia de los seres de las jerarquías superiores, e incluso recibir ciertas revelaciones de las jerarquías superiores, es relativamente más fácil que tomar conciencia de una relación muy concreta con los muertos, es decir, tomar conciencia de ello de una manera verdaderamente correcta. Y esto se debe a la siguiente razón.

Conforme pasa el tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, el ser humano vive en condiciones de existencia muy diferentes a las del mundo físico. Basta con echar un vistazo a lo que se dice en el ciclo de conferencias «La esencia interior del ser humano y la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento» para ver qué ideas y conceptos, diferentes de la concepción física del mundo, hay que aplicar para hablar de la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento. ¿Por qué son tan diferentes estas ideas que hay que aplicar de lo que estamos acostumbrados en la conciencia ordinaria? Esto se debe a que, debido a ciertas condiciones, —lo discutiremos a lo largo de este invierno—, el ser humano, entre la muerte y el nuevo nacimiento, ya anticipa de cierta manera lo que serán las condiciones de vida de la próxima encarnación terrenal, la naturaleza de júpiter. Sin embargo, el ser humano vive, por así decirlo, en un refinamiento espiritual, vive de tal manera que lo que ahora experimenta entre la muerte y el nuevo nacimiento ya le recuerda lo que serán las primeras condiciones de vida del desarrollo de Júpiter. Debido a que el ser humano, en cierto modo, ha conservado aquí, en su vida durante la encarnación terrenal, algo de las encarnaciones anteriores de la Tierra, —de la existencia lunar, solar y de Saturno-—, por eso vuelve a absorber algo del futuro en la vida que atraviesa entre la muerte y un nuevo nacimiento. Por el contrario, las entidades de las jerarquías superiores, en la medida en que pueden ser percibidas con la visión humana, están todas vinculadas, —vinculadas de manera actual—, por supuesto, con todo el mundo espiritual, pero en la medida en que este se manifiesta actualmente de alguna forma. En el futuro revelarán lo que está por venir. Por paradójico que pueda parecer lo que digo ahora, así es. Suena paradójico porque puede surgir la pregunta de cómo los seres de las jerarquías superiores desarrollan su actividad [en relación] con los muertos, ya que los muertos ya llevan en sí mismos el futuro. Por supuesto, los seres de las jerarquías superiores también llevan en sí mismos el futuro y tienen la posibilidad de formarlo. Pero no lo hacen sin formar algo que es inmediatamente característico del presente. Y eso es lo que ocurre con los muertos. Por esta razón, para tomar conciencia del contacto con los muertos, como preparación, es necesario ver lo que realizan las jerarquías superiores. Y solo cuando se ha logrado una sensación anímica más o menos consciente hacia los seres de las jerarquías superiores, esta alma, gracias a su capacidad de percepción y sensación hacia las jerarquías superiores, puede gradualmente tomar conciencia de algo sobre la comunicación con los muertos. No quiero decir con esto que haya que captar de forma clarividente las jerarquías superiores, sino que hay que comprender, en la medida en que la ciencia espiritual lo permite, —y lo permite—, lo que fluye de las jerarquías superiores hacia la existencia. En todas estas cosas lo importante es comprender. Entonces, sin embargo, cuando uno se esfuerza por comprender estas cosas desde el punto de vista de la ciencia espiritual, pueden darse también aquellas condiciones de existencia que ya evocan en la conciencia algo de una conexión entre los llamados vivos y los llamados muertos. Para comprender esto es necesario tener en cuenta lo siguiente.

El mundo espiritual, en el que se encuentra el ser humano entre la muerte y el nuevo nacimiento, tiene sus condiciones de existencia muy particulares, condiciones de existencia que en nuestra vida terrenal habitual apenas tenemos en cuenta y que, cuando se nos presentan dentro de una concepción de la vida, nos parecen bastante paradójicas y curiosas. Hay que tener en cuenta, sobre todo, que si el ser humano quiere percibir conscientemente estas cosas, debe adquirir ante todo un sentimiento que yo llamaría un verdadero sentimiento de comunión con las cosas de la existencia. En realidad, es un requisito para la continuación del desarrollo espiritual de la humanidad a partir de nuestro presente, de este presente catastrófico, que el ser humano desarrolle gradualmente este sentimiento de comunidad con las cosas de la existencia. En el subconsciente existe este sentimiento de comunidad, aunque sea de forma rudimentaria. Pero no debemos hablar en términos generales, como hacen los panteístas, de un espíritu universal, no debemos hablar en términos generales de este sentimiento de comunidad; sino que debemos aclararnos en cada caso concreto cómo se puede hablar de tal sentimiento de comunidad, cómo se va construyendo poco a poco en el alma. Porque este sentimiento de comunidad es el resultado de la vida. Hay que tener en cuenta lo siguiente.

Habrán oído a menudo que cuando los delincuentes, en los que el instinto subconsciente tiene una gran influencia, han hecho algo, han cometido algún delito, tienen un instinto peculiar: se sienten impulsados a volver al lugar del delito, buscan el lugar del delito, un sentimiento indefinido los lleva allí. Pero en casos como estos, solo en situaciones especiales se expresa lo que es comúnmente humano en relación con muchas cosas. Porque cuando hemos hecho algo, hemos realizado algo, aunque sea la acción aparentemente más insignificante, queda en nosotros, —no se puede expresar de otra manera, aunque, por supuesto, se exprese de nuevo en una especie de imaginación—, algo de lo que hemos hecho, de la cosa que hemos tocado al hacerlo; una cierta fuerza de la cosa que hemos tocado, con la que hemos hecho algo, permanece conectada con nuestro yo. El ser humano no puede evitar establecer ciertas conexiones con todos los seres que encuentra y con las cosas que toca, —y no me refiero solo al contacto físico—, con las que hace algo en la vida.  Dejamos nuestras huellas por todas partes, y en nuestro subconsciente permanece la sensación de estar conectados con las cosas con las que hemos entrado en contacto a través de nuestras acciones. Esto se manifiesta de forma anómala en las personas a las que me he referido anteriormente, porque el subconsciente aflora de forma muy instintiva en la conciencia habitual; pero subconscientemente, todos tenemos la sensación de que debemos volver a aquello con lo que hemos entrado en contacto a través de nuestras acciones.

Eso es también lo que fundamenta nuestro karma; de ahí proviene nuestro karma. Y de este sentimiento subconsciente, que al principio solo se impone de forma nebulosa en la existencia, tenemos el sentimiento general de comunión con el mundo. Puesto que en realidad dejamos nuestra huella en todas partes, tenemos ese sentimiento de comunión con el mundo. Se puede, por así decirlo, captar este sentimiento de comunión, se puede percibir en sí mismo. Pero para ello hay que tener en cuenta ciertas intimidades de la vida. Hay que intentar realmente ponerse en situación: imaginen que están caminando por una calle, y luego crucen la calle, y después de haberla cruzado, sigan imaginándose que siguen caminando. Al evocar constantemente algo así, se expulsa del alma ese sentimiento general de comunión con el mundo. En aquellos que son conscientes de este sentimiento de comunidad en un sentido más concreto, se forma de tal manera que al final se dicen a sí mismos: existe una conexión, aunque sea invisible, con todas las cosas, como entre los miembros de un solo organismo. Así como cada dedo, cada lóbulo de la oreja, todo lo que forma parte de nuestro organismo, está conectado con el resto, también existe una conexión entre todas las cosas y todo lo que sucede, en la medida en que ese suceder interviene en nuestro mundo.

Los seres humanos actuales aún no tienen plena conciencia de este carácter comunitario, de esta penetración orgánica en las cosas. Todavía no lo tienen en su conciencia, permanece en el inconsciente. Durante la evolución de Júpiter, este sentimiento será fundamental, y al avanzar gradualmente desde el quinto período cultural post-atlante hacia el sexto, trabajamos en la formación de tal sentimiento, de modo que su formación, que será necesaria desde nuestro período hasta el futuro próximo, debe proporcionar una base especialmente ética, una base especialmente moral para la humanidad, que debe ser mucho más viva de lo que lo es hoy en día de alguna manera. Esto se entiende de la siguiente manera.

Hoy en día, algunas personas no ven nada malo en enriquecerse a costa de otras personas, en vivir a costa de otras. No solo no incluyen esta forma de vida a costa de otros en su autocrítica moral, sino que ni siquiera piensan en ello. Si lo hicieran, se darían cuenta de que uno vive mucho más a costa del otro de lo que se imagina. Porque todos viven a costa de los demás. Ahora se desarrollará la conciencia de que vivir a costa de los demás, también en la comunidad, significa lo mismo que si algún órgano de un organismo se desarrollara de manera ilegítima a costa de otro órgano, y que la felicidad de un individuo no es realmente posible sin la felicidad del conjunto. Por supuesto, hoy en día la gente aún no lo intuye, pero poco a poco debe convertirse en un principio básico de la verdadera moral humana. Hoy en día, cada uno busca primero su propia felicidad, sin pensar que la propia felicidad solo es posible si todos los demás son felices.

Por lo tanto, existe una relación entre el sentimiento de comunidad del que he hablado y la sensación de que, en realidad, toda la vida en comunidad es un organismo. Esto puede intensificarse mucho, puede intensificarse extraordinariamente para el ser humano. Puede desarrollar un sentimiento íntimo de comunión con las cosas que le rodean. Si se intensifica este sentimiento íntimo, se abre la posibilidad de percibir gradualmente lo que en la última conferencia describí como ese resplandor que se proyecta más allá de la muerte en nuestro desarrollo entre la muerte y el nuevo nacimiento, que percibimos y a partir del cual formamos nuestro karma. Solo quiero señalar esto. Pero cuando se desarrolla ese sentimiento de comunidad, se obtiene algo más, a saber, la posibilidad de vivir realmente con las peculiaridades, las situaciones, los pensamientos y las acciones de otra persona como si fueran propios.  Esto conlleva cierta dificultad para la vida espiritual: ponerse en el lugar de una persona de tal manera que lo que hace, piensa y siente lo percibamos como propio. Pero si se quiere recordar de manera fructífera lo que se compartió con los difuntos que estaban vinculados kármicamente con uno en vida, solo se puede lograr alcanzarlos realmente como personas desencarnadas si somos capaces de recordar lo que vivimos juntos, por pequeño que sea, tal y como lo pensamos cuando tenemos ese sentimiento de comunidad. Imaginemos, pues, que pensamos en algo que ocurrió entre nosotros y un difunto cuando nos sentamos a la mesa con él o dimos un paseo, o cualquier otra cosa, y que, como se ha dicho, sea lo más insignificante. Pero el alma solo tiene la posibilidad de identificarse con ello de tal manera que alcance la realidad si realmente tiene en sí misma el sentimiento de comunidad; de lo contrario, no tiene suficiente fuerza para identificarse con el asunto. Porque compréndalo bien: solo desde un lugar así, —si ahora hablo de forma comparativa, pero ustedes me entenderán—, en el que proyectamos este sentimiento de comunidad, el difunto puede hacerse consciente de nosotros. Pueden imaginárselo de forma muy espacial. Por supuesto, tendrán que tener presente que solo se están imaginando una imagen, pero imaginen una imagen de una realidad auténtica.

Vuelvo a lo que decía antes: Imagínense una situación concreta, por ejemplo, que están sentados a la mesa con un difunto o que dan un paseo con él; entonces toda su vida anímica se orienta hacia ese pensamiento. Si con el difunto desarrollan en este pensamiento solo una unión espiritual que corresponda a este sentimiento de comunidad, entonces su mirada desde el mundo espiritual puede encontrar este pensamiento, al igual que su pensamiento, la dirección de su pensamiento, encuentra la realidad a la que se dirigen estos pensamientos. Al dejar que este pensamiento sobre el difunto esté presente en su alma con amor, en la medida en que lo he indicado, su mirada espiritual se encuentra con la mirada espiritual del difunto. De este modo, el difunto puede hablarle. Solo puede hablarle desde el lugar al que apunta la dirección de su sentimiento de comunidad con él. Así es como se relacionan las cosas. Aprendamos, en cierto modo, a sentir nuestro karma, adquiriendo una idea de cómo dejamos huellas mentales por todas partes. Si aprendemos a identificarnos con las cosas, desarrollaremos el sentimiento que nos lleva a una conexión cada vez más consciente con los difuntos. Solo así es posible que el difunto nos hable.

Lo otro que es necesario es que podamos oírlo, que con el tiempo podamos percibirlo realmente. Para ello, debemos tener en cuenta, sobre todo, lo que, por así decirlo, debe quedar como «aire» entre nosotros y el difunto, para que él pueda hablarnos. Si lo comparo con algo físico: si hubiera un espacio sin aire entre nosotros, ustedes no podrían oír lo que digo; el aire debe transmitirlo. Así debe haber algo entre los vivos y los muertos, si el difunto quiere acercarse a nosotros. En cierto modo, debe haber un aire espiritual, y ahora podemos hablar de en qué consiste este aire espiritual en el que vivimos junto con los muertos. ¿En qué consiste este aire espiritual?

Si queremos comprenderlo, debemos recordar lo que ya he explicado en otro contexto, a saber, cómo se forma la memoria humana, porque todas las cosas están interrelacionadas. La psicología convencional dice sobre la memoria humana: ahora tengo una impresión del mundo exterior que evoca una idea en mí; esta idea deambula de alguna manera por mi subconsciente, se olvida y, cuando hay un motivo especial para ello, vuelve a salir del subconsciente y entonces la recuerdo. Porque, en realidad, casi todas las psicologías, en lo que respecta a la memoria, tienen la sensación de que ahora, debido a una impresión, se tiene una idea, pero después de un tiempo ya no se tiene, se olvida y queda en el subconsciente, y luego, por alguna razón, vuelve a la conciencia. Uno recuerda y cree tener la misma idea que se formó al principio, Pero eso es una completa tontería, una tontería que, aunque se enseña casi sin excepción en todas las psicologías, no deja de ser una tontería. Porque lo que se dice allí no ocurre en absoluto. Cuando nos formamos una impresión a través de una experiencia externa y más tarde la recordamos, no es la idea que se formó inicialmente la que vuelve a nosotros. Sino que, mientras imaginamos, se produce un proceso subconsciente, un segundo proceso; que no llega a la conciencia durante la experiencia externa, pero que sin embargo tiene lugar. Y a través de procesos que no voy a discutir ahora, mañana se repetirá en nuestro organismo lo que ha sucedido hoy, pero que ha permanecido inconsciente. Y así como hoy la impresión externa provoca la idea, mañana lo que se ha producido en el fondo provocará la nueva idea. Una idea que tengo hoy desaparece, ya no está ahí; no deambula por el subconsciente, sino que, si mañana tengo la misma idea en la memoria, es porque hay algo en mí que provoca esa misma idea. Pero eso se ha generado de forma subconsciente. Quien crea que las ideas son absorbidas por nuestro subconsciente, deambulan por él y finalmente vuelven a salir del alma, debería, si quiere recordar dentro de unos tres días que algo le ha llamado la atención, algo que no quiere olvidar y que, por ejemplo, anota, debería imaginarse inmediatamente lo siguiente: la persona que quiere recordar también está ahí dentro, en lo que ha anotado, y al cabo de tres días esa persona vuelve a salir del cuaderno. — Al igual que en el cuaderno solo hay signos, en el recuerdo también solo hay un signo, y este evoca, aunque en menor medida, lo que hemos vivido. Se pueden citar muchas cosas relacionadas con esto desde el punto de vista de las ciencias espirituales, —lo haremos más adelante, y eso aclarará lo que voy a explicar ahora—, pero hoy solo quiero recordar una cosa.

Quien quiera memorizar o aprender de alguna manera algo que desea retener, lo que a menudo se denomina «empollar» en la juventud, sabe muy bien que no basta con lo que se lleva a cabo como operación cuando solo se percibe algo, sino que a veces se recurre a ayudas muy externas para incorporar algo a la memoria. Observen a alguien que quiere memorizar algo y verán los esfuerzos que hace para ayudar a esta actividad inconsciente que se lleva a cabo. Se trata de ayudar de alguna manera al subconsciente. Son dos cosas muy diferentes: incorporar algo a la memoria y representar algo en el presente. Si uno puede estudiar a las personas, observar sus caracteres, pronto descubrirá, como también demuestra el estudio del ser humano, que se trata de dos cosas diferentes: descubrirán que hay personas que captan rápidamente las cosas, pero que tienen una memoria terriblemente mala; y, a la inversa, hay personas que son muy torpes a la hora de captar rápidamente una cosa, pero que tienen buena memoria, es decir, una buena capacidad de representación y de juicio. Estas dos cosas van de la mano, y la ciencia espiritual tendrá que llamar la atención sobre los hechos reales en muchos aspectos.

Cuando percibimos esto o aquello en la vida, y desde primera hora de la mañana, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, percibimos algo del mundo, hacemos nuestras simpatías o antipatías más o menos conscientes a través de lo que percibimos, y la mayoría de las veces nos sentimos satisfechos cuando hemos percibido algo. Pero esta actividad, que luego conduce al recuerdo, es mucho más amplia que la necesaria para captar las impresiones. En realidad, hay mucho que ocurre de forma subconsciente en nuestra alma, y lo que ocurre de forma subconsciente a veces contradice de manera extraña lo que ocurre de forma consciente en nosotros. A veces puede ocurrir que sintamos antipatía por una impresión que algo nos causa. El subconsciente no siente esta antipatía en absoluto; de hecho, percibe las impresiones de forma muy diferente a la conciencia habitual. El subconsciente desarrolla una extraña sensación ante todas las impresiones, una sensación que no puedo describir de otra manera, —aunque siempre es comparativamente cuando se aplican expresiones tomadas del mundo físico al mundo espiritual; pero la expresión encaja muy bien aquí—, como si quisiera decir: El subconsciente desarrolla siempre, independientemente de lo que ocurra en la conciencia, un cierto sentimiento de gratitud hacia cada impresión. No es del todo incorrecto decir que una persona puede estar delante de usted y que la impresión consciente que tiene de ella puede ser terriblemente desagradable. Esa persona puede lanzarle las mayores groserías a la cara, pero la impresión subconsciente tiene hacia ella un cierto sentimiento de gratitud. Este sentimiento de gratitud existe por la sencilla razón de que todo lo que en la vida se acerca a los elementos más profundos de nuestro ser enriquece nuestra vida, la enriquece de verdad. Todas las impresiones desagradables también enriquecen nuestra vida. Esto no tiene nada que ver con cómo debemos comportarnos conscientemente ante las impresiones externas. Que tengamos que reaccionar de una manera u otra de forma consciente no tiene nada que ver con lo que ocurre en el subconsciente. En el subconsciente, todo conduce a un cierto sentimiento de gratitud. El subconsciente acepta cada impresión como un regalo por el que debe estar agradecido. Eso es lo que hacemos en nuestro subconsciente.

Es sumamente importante que nos demos cuenta de este hecho que transcurre bajo el umbral de la conciencia. Lo que actúa allí y se descarga en un sentimiento de gratitud, actúa en nosotros de manera similar a lo que nos impresiona del mundo exterior y que luego se convierte en recuerdo, va de la mano con la imaginación, y solo el ser humano puede tomar conciencia de estas cosas, cuando además tiene la clara sensación de que sueña continuamente desde que se despierta hasta que se duerme. Ya he dicho en una conferencia pública que, en lo que respecta a nuestros sentimientos y nuestra voluntad, dormimos y soñamos continuamente, incluso en la vida despierta. Cuando dejamos que el mundo actúe sobre nosotros de esta manera, nuestras impresiones e ideas se suceden continuamente; pero debajo de ellas soñamos con todas las cosas, y esta vida onírica es mucho más rica de lo que creemos. Solo se ve eclipsada por la imaginación consciente, igual que una luz débil se ve eclipsada por una luz fuerte. Se puede obtener información sobre estas circunstancias de forma experimental, por así decirlo, si uno presta atención a las diferentes intimidades de la vida. Por ejemplo, traten de hacer el siguiente experimento consigo mismo: imaginen que están tumbados en una cama y se despiertan. Por supuesto, en ese momento la persona no se fija en sí misma, porque inmediatamente después el mundo le causa todo tipo de impresiones. Pero puede ocurrir que cuando se despierta permanezca un poco tranquilo. Entonces puede darse cuenta de que, en realidad, ya había percibido algo antes de despertarse. Esto se puede observar especialmente cuando alguien ha llamado a la puerta y no ha vuelto a llamar. Puede constatarlo, pero al despertarse sabe que ha ocurrido algo. Se deduce claramente de la situación general.

 Cuando el ser humano observa algo así, no está lejos de reconocer lo que la ciencia espiritual afirma: que percibimos nuestro entorno en un ámbito mucho más amplio que el de la percepción consciente. Es cierto que cuando van por la calle y se encuentran con una persona que acaba de doblar la esquina y que, por lo tanto, no han podido ver, tienen la sensación de que ya la habían visto antes; en innumerables ocasiones pueden tener la sensación de que ya han visto algo antes de que realmente haya sucedido. Es cierto: ya estamos conectados mental y espiritualmente con lo que percibiremos después. Es así, solo que nos abruma la percepción sensorial posterior y realmente no prestamos atención a lo que ocurre en lo más íntimo de nuestra vida espiritual.

Esto es otra cosa que ocurre de manera subconsciente, de forma similar a la formación de la memoria o a lo que he descrito como el sentimiento de gratitud hacia todos los fenómenos que nos rodean. Los difuntos solo pueden hablarnos a través del elemento que atraviesa los sueños que entretejen nuestra vida. Los muertos hablan en esta percepción íntima y subconsciente. Y pueden hacerlo si somos capaces de compartir con ellos el mismo aire espiritual y anímico. Porque para ellos es necesario, si quieren hablarnos, que tengamos conciencia de lo que acabo de desarrollar como el sentimiento de gratitud, un sentimiento de gratitud hacia todo lo que se nos revela. Si no hay nada de este sentimiento de gratitud en nosotros, si no somos capaces de agradecer al mundo que nos permita vivir, que enriquezca continuamente nuestra vida con nuevas impresiones, si no somos capaces de profundizar en nuestra alma recordando una y otra vez que, en realidad, toda la vida es un regalo, los muertos no encontrarán el aire común con nosotros. Porque solo pueden hablar con nosotros a través del sentimiento de gratitud, de lo contrario hay un muro entre nosotros y ellos.

Ahora veremos cuántos obstáculos hay cuando se trata precisamente de la comunicación con los muertos; porque, como hemos visto en otros contextos, siempre se trata de la comunicación con aquellos muertos con los que estamos conectados kármicamente. Si los hemos perdido, deseamos que vuelvan a la vida, no podemos animarnos a pensar: «Estamos agradecidos por haberlos tenido, sin perjuicio de que ahora ya no los tengamos», entonces, precisamente frente al ser al que queremos acercarnos, nuestro sentimiento de gratitud no está presente; entonces no nos encuentra, o al menos no puede hablarnos. Precisamente los sentimientos que se tienen muy a menudo hacia los muertos cercanos son un obstáculo para que los muertos puedan hablarnos. Otros difuntos que no están vinculados kármicamente con nosotros suelen hablarnos con más dificultad; pero en relación con nuestros seres queridos, no sentimos lo suficiente que les estamos agradecidos por lo que han significado para nosotros en vida, y que no debemos aferrarnos a la idea de que ya no los tenemos, porque este es un sentimiento ingrato en el sentido más amplio de la vida.  Solo hay que darse cuenta de cuánto prevalece el sentimiento de pérdida sobre el otro, y entonces se podrá comprender todo el alcance de lo que digo. Pensamos que hemos perdido a un ser querido. Entonces debemos ser capaces de elevarnos al sentimiento de gratitud por haberlo tenido. Debemos ser capaces de pensar desinteresadamente en lo que él significó para nosotros hasta su muerte, y no en lo que sentimos ahora por no tenerlo más. Porque cuanto mejor podamos sentir lo que él significó para nosotros durante su vida, más fácil le resultará comunicarse con nosotros, más fácil le resultará llegar a nosotros con sus palabras a través del aire común de la gratitud.

Sin embargo, para entrar cada vez más consciente en el mundo del que surge algo así, se necesitan otras muchas cosas. Supongamos que uno ha perdido a un hijo. El sentimiento de comunidad que es necesario se puede activar, por ejemplo, imaginando que uno está sentado con el niño, jugando con él, de modo que el juego le interesa tanto como al propio niño. Y si puede pensar en un niño de tal manera que el juego le interese tanto como al niño mismo, tendrá el correspondiente sentimiento de comunidad, ya que solo tiene sentido jugar con un niño si uno es tan juguetón como el niño mismo. Esto crea una atmósfera necesaria para el sentimiento de comunidad. Así que, si uno se imagina que está jugando con el niño y se pone en su lugar de forma muy viva, entonces se crea el lugar en el que pueden recaer nuestras miradas y las suyas. Si entonces soy capaz de comprender lo que dice el difunto, entonces estoy en conexión consciente con él. Esto también puede fomentarse de diversas maneras.

A algunas personas, por ejemplo, les resulta extraordinariamente fácil pensar. Dirán: «¡Eso no es cierto!». Sin embargo, hay personas a las que les resulta extraordinariamente fácil pensar. Si a las personas les resulta difícil, en realidad se trata de otra sensación. Precisamente las personas a las que les resulta más fácil pensar son las que lo encuentran más difícil. Esto se debe a que, en realidad, son perezosas a la hora de pensar. Pero lo que quiero decir es que, en realidad, a la mayoría de las personas les resulta fácil pensar. Ni siquiera se puede decir lo fácil que es, porque es tan terriblemente fácil como piensan las personas; solo se puede decir que piensan, que no se dan cuenta de que también podría ser difícil. Simplemente piensan; captan sus ideas, las tienen y viven en ellas. Pero entonces se les presentan otras cosas, y voy a poner nuestro ejemplo: la ciencia espiritual.  La ciencia espiritual no es rechazada por tanta gente porque sea difícil de comprender, sino porque requiere un cierto esfuerzo asimilar sus conceptos. Las personas rehúyen ese esfuerzo. Y quien profundiza cada vez más en las ciencias espirituales, se da cuenta poco a poco de que comprender los conceptos realmente requiere un esfuerzo de voluntad, que no solo se requiere un esfuerzo de voluntad para levantar pesos enormes, sino también para comprender conceptos. Pero eso es precisamente lo que la gente no quiere; prefieren pensar con facilidad. Precisamente quien avanza en el pensamiento se da cuenta de que piensa cada vez con más dificultad, cada vez con más pesadez, si se me permite decirlo así, porque siente cada vez más que, para que un pensamiento pueda fijarse en él, debe realizar un esfuerzo. En realidad, no hay nada más propicio para penetrar en el mundo espiritual que cuando cada vez resulta más y más difícil captar los pensamientos, y en realidad, el más afortunado en el progreso de la ciencia espiritual sería aquel que ya no pudiera aplicar el criterio del pensamiento fácil, al que uno está acostumbrado en la vida, sino que se dijera a sí mismo: pero en realidad, este pensamiento es un trabajo de trillador; ¡hay que esforzarse como si se estuviera golpeando con un mayal!

Solo puedo insinuar tal sentimiento, pero puede formarse. Es bueno, es favorable que sea así. Hay muchas otras cosas relacionadas con ello, por ejemplo, que poco a poco desaparezca lo que muchas personas tienen. Muchos son tan rápidos en su pensamiento que basta con que alguien mencione un complejo de ideas para que ya hayan captado el contexto del todo, lo sepan y sepan dar una respuesta de inmediato. Pero, ¿qué sentido tendría la conversación en los salones si pensar fuera difícil? Sin embargo, se puede observar que, a medida que el ser humano se familiariza con las circunstancias internas de las cosas, le resulta más difícil charlar y estar siempre preparado para responder a todo, ya que eso es fruto del pensamiento fácil. A medida que avanza el conocimiento, uno se vuelve cada vez más socrático, sabe cada vez más que hay que esforzarse mucho y que solo con esfuerzo se gana el derecho a expresar una opinión sobre esto o aquello.

Esta sensación de que el esfuerzo de la voluntad forma parte de la comprensión de los pensamientos está relacionada con otra sensación que a veces tenemos cuando memorizamos, cuando tenemos que estudiar y no conseguimos asimilar lo que debemos asimilar. Se puede sentir perfectamente la relación entre estas dos cosas: la dificultad de retener algo en la memoria y la dificultad de hacer un esfuerzo de voluntad en el propio pensamiento para comprender algo. Pero también se puede practicar; se puede aplicar lo que yo llamaría: Conciencia, sentido de la responsabilidad hacia el pensamiento. A algunas personas, por ejemplo, cuando alguien dice algo basado en una determinada experiencia vital: «Él o ella es una buena persona», rápidamente responden: «¡Una persona terriblemente buena!». Piensen solo en cuántas veces en la vida las respuestas consisten únicamente en responder con el comparativo en lugar del positivo. Por supuesto, no hay nada que indique que el asunto corresponda al comparativo, es solo la falta más absoluta de lo que se debe pensar; uno tiene la sensación de que debería haber experimentado algo de lo que se quiere expresar, de lo que se quiere hablar. Por supuesto, no se debe exagerar demasiado esta exigencia de la vida, porque de lo contrario se produciría un gran silencio en muchos salones.

Pero la cuestión es la siguiente: este sentimiento, que surge del sentido de la responsabilidad hacia el pensamiento, de la sensación de que pensar es difícil, este sentimiento fundamenta la posibilidad y la capacidad de recibir iluminaciones. Porque una iluminación no llega de la misma manera que los pensamientos llegan a la mayoría de las personas; una iluminación siempre llega siendo tan difícil como algo que precisamente consideramos difícil. Primero debemos aprender a percibir el pensamiento como algo difícil, primero debemos aprender a percibir que la retención similar a la memoria es algo más que el mero pensamiento. Entonces podremos sentir esa débil y onírica aparición de pensamientos en el alma, que en realidad no quieren quedarse, que en realidad ya quieren desaparecer cuando llegan, que son difíciles de captar. Nos ayudamos a nosotros mismos cuando desarrollamos una sensación de vivir realmente con los pensamientos. — Piensen por un momento en lo que ocurre en su alma cuando, por ejemplo, ha tenido la intención de ir a algún sitio y luego llegan a su destino. Es cierto que el ser humano no suele pensar en ello, pero también se puede reflexionar sobre lo que ocurre en el alma cuando se ha tenido una intención, se ha llevado a cabo y luego se ha alcanzado lo que se pretendía.  De hecho, se ha producido un cambio en el alma. A veces puede resultar bastante llamativo cuando un alpinista tiene que esforzarse mucho para llegar a la cima de una montaña, jadeando y jadeando, y finalmente, cuando llega arriba, exclama: «¡Gracias a Dios que hemos llegado!». Entonces se siente que se ha producido un cierto cambio en sus sentimientos. Pero también se puede adquirir una sensibilidad más sutil en este sentido, y esta sensibilidad más sutil puede extenderse a la vida íntima del alma. Entonces es similar al siguiente sentimiento: quien comienza a imaginar una situación con un difunto, quien comienza a intentar tener intereses comunes con el difunto, a conectarse con sus pensamientos y sentimientos, se sentirá como si estuviera en un camino. Y entonces llega el momento en el que uno se siente en paz con este pensamiento. Quien es capaz de esto: primero moverse en un pensamiento y luego encontrar el equilibrio con este pensamiento, siente como si se hubiera detenido, mientras que antes caminaba. Con ello se ha hecho mucho para proporcionar de manera adecuada las iluminaciones que un pensamiento puede dar. También se puede procurar la iluminación a través de los pensamientos utilizando a todo el ser humano en lugar de lo que normalmente se utiliza en la vida. Por supuesto, esto conduce a una mayor intimidad en esta experiencia.

Quien recupere un poco en su conciencia ese sentimiento de gratitud del que hablaba antes, notará inmediatamente que este sentimiento de gratitud, que de otro modo permanecería inconsciente, cuando surge en la conciencia no actúa como el sentimiento habitual de gratitud; sino que hace que uno quiera conectar con toda la persona, al menos con sus brazos y manos. Debo llamar la atención sobre lo que he dicho acerca de esta parte de la sensibilidad humana, donde se captan las ideas comunes, pero las ideas más íntimas pasan por el cerebro como por un tamiz, y en realidad los brazos y las manos son los órganos receptores de las mismas. Pero también se puede experimentar realmente. Por supuesto, uno puede permanecer tranquilo, pero puede sentir como si tuviera que expresar con los brazos ese sentimiento de gratitud y otros sentimientos similares —por ejemplo, el asombro, el respeto— ante ciertas impresiones de la vida.  Las expresiones fragmentarias de esta experiencia, que se manifiesta en forma de espasmos en los brazos y las manos para experimentar los impulsos subconscientes de las impresiones, se expresan, por ejemplo, cuando la persona se siente impulsada a juntar las manos ante la belleza de la naturaleza o a cruzarlas ante algo que le ha sucedido. Todas las cosas que nos han sucedido inconscientemente se expresan de forma fragmentaria en la vida. Frente a lo que se podría llamar «la voluntad de las manos y los brazos con las impresiones externas», el ser humano puede permanecer tranquilo; entonces solo se mueve su cuerpo etérico, las manos etéricas y los brazos etéricos. Cuanto más consciente se es de ello, cuanto más se es capaz de sentir con el organismo del brazo lo que son las impresiones externas, más se desarrolla una sensación que se expresa así: Cuando se ve el rojo, se desea hacer ese movimiento con la mano, porque forma parte de ello; cuando se ve el azul, se desea hacer ese otro movimiento con la mano, porque también forma parte de ello. Cuanto más consciente se es de ello, más se desarrolla el sentido de la iluminación, de lo que debe llegar al alma, de lo que debemos recibir como impresiones. Cuando nos hemos entregado como he descrito en el caso del niño que juega, nos perdemos en la impresión, pero nos encontramos a nosotros mismos. Pero entonces llega la iluminación, cuando nos hemos capacitado para tener a toda la persona preparada para una impresión, cuando, incluso al sumergirnos en nuestros propios pensamientos, podemos conectar con el difunto esa misma inmersión con el sentimiento de comunión y, al despertar después, podemos conectarlo en la experiencia real con todo el ser humano, como acabo de describir, cuando podemos sentir la gratitud que nos invade las manos y los brazos. Porque la esencia espiritual en la que se encuentra el difunto entre la muerte y el nuevo nacimiento se comunica con los vivos de tal manera que se puede decir: lo encontramos cuando podemos reunirnos en un lugar espiritual común con un pensamiento que él también ve, cuando podemos reunirnos en este pensamiento común con un sentimiento de completa comunión. Y tenemos los materiales para ello a través del medio del sentimiento de gratitud. Porque desde el espacio tejido por el sentimiento de comunidad, a través del aire formado por el sentimiento de gratitud general hacia el mundo, los muertos hablan a los vivos.

Traducido por J.Luelmo nov,2025