GA227 Penmaenmawr, 20 de agosto de 1923 - Inspiración e intuición

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    RUDOLF STEINER 

Conocimientos de Iniciación

INSPIRACIÓN E INTUICIÓN

 Penmaenmawr, 20 de agosto de 1923

segunda conferencia

Evoquemos una vez más ante nuestras almas hacia dónde lleva la Iniciación moderna, después de haber dado con éxito los primeros pasos hacia el conocimiento Imaginativo. El hombre llega entonces al punto en que su anterior mundo de pensamientos, abstracto y puramente ideal, se impregna de vida interior. Los pensamientos que vienen a él ya no son inertes, adquiridos pasivamente; son un mundo interior de fuerza viva que siente de la misma manera que siente el latido de su sangre o la corriente que entra y sale del aire que respira. Se trata, pues, de sustituir el elemento ideal del pensamiento por una experiencia interior de la realidad. Entonces, las imágenes que antes constituían los pensamientos de un hombre ya no son meras proyecciones abstractas y sombrías del mundo exterior, sino que están llenas de una existencia interior y vívida. Son verdaderas Imaginaciones experimentadas en dos dimensiones, como se indicó ayer, pero no es como cuando se esta delante de un cuadro en el mundo físico, pues entonces puede experimentar visiones, no Imaginaciones. Más bien es como si, habiendo perdido la tercera dimensión, él mismo se moviera dentro del cuadro. Por lo tanto, no es como ver algo en el mundo físico; cualquier cosa que tenga el aspecto del mundo físico será una visión. La Imaginación Genuina sólo nos llega cuando, por ejemplo, ya no vemos los colores como en el mundo físico, sino cuando los experimentamos. ¿Qué significa esto?

Cuando ustedes ven los colores en el mundo físico, les producen experiencias diferentes. Perciben el rojo como algo que les ataca, que quiere saltar sobre ustedes. Un toro reaccionará violentamente ante este rojo agresivo; lo experimenta de forma mucho más vívida que el hombre, en quien toda la experiencia está atenuada.

Cuando ustedes perciben el verde, les da una sensación de equilibrio, una experiencia ni dolorosa ni particularmente agradable; mientras que el azul induce un estado de ánimo de devoción y humildad. Si permitimos que estas diversas experiencias de color penetren en nosotros, podemos darnos cuenta de cómo cuando algo del mundo espiritual se nos presenta de la forma agresiva en que lo hace el rojo en la vida física, es algo que corresponde al color rojo. Cuando nos encontramos con algo que nos suscita un estado de ánimo de humildad, esto tiene el mismo efecto que la experiencia del azul o del azul-violeta en el mundo físico. Podemos simplificarlo diciendo: hemos experimentado el rojo o el azul en el mundo espiritual. De lo contrario, en aras de la precisión, tendríamos que decir siempre: hemos experimentado algo allí del modo en que se experimenta el rojo, o el azul, en el mundo físico. Para evitar tantas palabras, se dice simplemente que se han visto colores áuricos que pueden distinguirse como rojo, azul, verde, etcétera.

Pero debemos darnos cuenta cabal de que este abrirnos paso hacia lo suprasensible, este dejar de lado todo lo que nos llega a través de los sentidos, está siempre presente como una experiencia concreta. Y en el curso de esta experiencia siempre tenemos la sensación que describí ayer, como si el pensar se hubiera convertido en un órgano del tacto que se extiende por todo el organismo humano, de modo que espiritualmente sentimos que se abre un mundo nuevo y que lo estamos tocando. Este no es todavía el mundo espiritual real, sino lo que podría llamar el mundo etérico o de fuerzas formativas. Quien quiera aprender a conocer lo etérico debe captarlo de esta manera. Porque ninguna especulación, ninguna reflexión abstracta, sobre lo etérico puede conducir al verdadero conocimiento de ello. En este pensar que se ha vuelto real vivimos con nuestras propias fuerzas formativas o cuerpo etérico, pero es un tipo de vida diferente de la vida en el cuerpo físico. Quisiera describir esta otra forma mediante una comparación.

Cuando ustedes miran uno de sus dedos, lo reconocen como un miembro vivo de su organismo. Si se lo cortan, ya no es lo que era; muere. Si este dedo suyo tuviera conciencia, diría: No soy más que una parte de tu organismo, no tengo existencia independiente. Eso es lo que un hombre tiene que decir directamente cuando entra en el mundo etérico con la cognición imaginativa. Ya no se siente a sí mismo como un ser separado, sino como un miembro de todo el mundo etérico, de todo el cosmos etérico. Después se da cuenta de que sólo por tener un cuerpo físico se convierte en una personalidad, en una individualidad. Es el cuerpo físico el que individualiza y hace de uno un ser separado.

En efecto, veremos cómo incluso en el mundo espiritual podemos individualizarnos, pero hablaré de ello más adelante. Si entramos en el mundo espiritual de la manera descrita, al principio nos sentiremos sólo como un miembro de todo el Cosmos etérico; y si nuestro cuerpo etérico se separase del éter cósmico, significaría para nosotros la muerte etérica. Es muy importante comprender esto, para poder entender bien lo que se dirá más adelante sobre el paso del hombre por la puerta de la muerte.

Como señalé ayer, esta experiencia imaginativa en lo etérico, que se convierte en un cuadro de toda nuestra vida desde el nacimiento hasta el momento presente de nuestra existencia en la Tierra, va acompañada de un sentimiento extraordinariamente intenso de felicidad. Y la inundación de todo el mundo de imágenes por este sentimiento interior, maravillosamente placentero, es la primera experiencia superior del hombre.

Entonces debemos ser capaces, -como también mencioné ayer-, de tomar todo aquello por lo que nos hemos esforzado a través de la Imaginación, mediante la panorámica de nuestra vida, y hacer que todo desaparezca a voluntad. Sólo cuando hayamos vaciado así nuestra conciencia, comprenderemos cómo son realmente las cosas en el mundo espiritual. Porque entonces sabemos que lo que hemos visto hasta ahora no era el mundo espiritual, sino sólo una representación imaginativa de él. Sólo en esta etapa de conciencia vacía, -así como el mundo físico llega a nosotros a través de nuestros sentidos-, el mundo espiritual llega a nosotros a través de nuestro pensar. Aquí comienza nuestra primera experiencia real, nuestro primer conocimiento real del mundo espiritual objetivo. La panorámica de la vida era sólo de nuestro propio mundo interior. La cognición imaginativa sólo revela este mundo interior, que aparece al conocimiento superior como un mundo de imágenes, un mundo de imágenes cósmicas. El propio Cosmos, junto con nuestro verdadero ser, tal como era antes del nacimiento, antes de nuestra existencia terrenal, aparecen primero en la etapa de la Inspiración, cuando el mundo espiritual fluye hacia nosotros desde el exterior. Pero cuando hemos llegado a ser capaces de vaciar nuestra conciencia, toda nuestra alma se despierta; y en esta etapa de pura vigilia debemos ser capaces de adquirir una cierta quietud y paz interiores. Esta paz sólo puedo describirla de la siguiente manera.

Imaginemos que estamos en una ciudad muy ruidosa y oímos el estruendo a nuestro alrededor. Esto es terrible -decimos- cuando, de todas partes, el tumulto asalta nuestros oídos. Supongamos que se trata de una gran ciudad moderna, como Londres. Pero ahora supongamos que salimos de esta ciudad, y gradualmente, con cada paso que damos al alejarnos, se vuelve más y más silenciosa. Imaginemos vívidamente este desvanecimiento del ruido. Cada vez más tranquilo. Por fin llegamos a un bosque en el que todo está en silencio; hemos alcanzado el punto cero en el que no se oye nada.

Pero podemos ir aún más allá. Para ilustrar cómo puede suceder esto, utilizaré una comparación bastante trivial. Supongamos que tenemos en nuestro monedero una cierta suma de dinero. A medida que lo gastamos día a día, va disminuyendo, igual que disminuye el ruido a medida que nos alejamos de la ciudad. Al final llega un día en que no queda nada: la bolsa está vacía. Podemos comparar esta nada con el silencio. Pero, ¿Qué hacemos ahora para no pasar hambre? Nos endeudamos. No es una recomendación, sino una comparación. ¿Cuánto tenemos entonces en nuestro monedero? Menos que nada; y cuanto mayor es la deuda, tanto mas aumenta ese menos que nada.

Y ahora imaginemos que ocurre lo mismo con este silencio. No sólo habría la paz absoluta del punto cero del silencio, sino que iría más allá y llegaría al negativo del oír, más silencioso que la quietud, más silencioso que el silencio. Y esto debe suceder de hecho cuando, de la manera descrita ayer, somos capaces a través de poderes aumentados de alcanzar esta paz interior y este silencio. Sin embargo, cuando llegamos a este negativo interior de audibilidad, a esta paz mayor que el punto cero de la paz, entonces estamos tan profundamente en el mundo espiritual que no sólo lo vemos sino que lo oímos resonar. El mundo de las imágenes se convierte en un mundo de vida resonante; y entonces estamos en medio del verdadero mundo espiritual. Durante los momentos que pasamos allí estamos, por así decirlo, en la orilla de la existencia; el mundo ordinario de los sentidos se desvanece, y sabemos que estamos en el mundo espiritual. Ciertamente, -diré más sobre esto más adelante-, debemos estar debidamente preparados para poder regresar en todo momento. Pero hay algo más, una experiencia desconocida hasta ahora. En cuanto se alcanza esta paz en la conciencia vacía, lo que he descrito como un sentimiento cósmico de felicidad que se experimenta interiormente y que lo abarca todo, da paso a un dolor que también lo abarca todo. Llegamos a sentir que el mundo está construido sobre una base de sufrimiento cósmico, de un elemento cósmico que el ser humano sólo puede experimentar como dolor. Aprendemos la penetrante verdad, tan voluntariamente ignorada por aquellos que buscan la felicidad fuera de sí mismos, de que todo en la existencia tiene finalmente que nacer en el dolor. Y cuando, a través del conocimiento iniciático, esta experiencia cósmica del dolor ha dejado su impronta en nosotros, entonces, a partir de un verdadero conocimiento interior, podemos decir lo siguiente:

Si estudiamos el ojo humano, -el ojo que nos revela la belleza del mundo físico, y que es tan importante para nosotros que a través de él recibimos nueve décimas partes de las impresiones que componen nuestra vida entre el nacimiento y la muerte-, encontramos que el ojo está incrustado en una cavidad corporal que tiene su origen en una herida. Lo que se hizo originalmente para crear las cavidades oculares, sólo podría hacerse hoy en día cortando realmente un hueco en el cuerpo físico. El relato ordinario de la evolución da una impresión demasiado descolorida de ello. Estas cuencas en las que se insertaron los globos oculares desde el exterior, -como muestra el registro físico de la evolución-, se ahuecaron en un momento en el que el hombre era todavía un ser inconsciente. Si hubiera sido consciente de ello, habría supuesto una dolorosa herida para el organismo.

De hecho, todo el organismo humano ha surgido de un elemento que para la conciencia actual sería una experiencia de dolor. En esta etapa del conocimiento tenemos la profunda sensación de que, al igual que la aparición de las plantas significa dolor para la Tierra, así toda la felicidad, todo lo que en el mundo nos produce placer y bendición, tiene sus raíces en un elemento de sufrimiento. Si como seres conscientes pudiéramos transformarnos de repente en la sustancia del suelo bajo nuestros pies, el resultado sería un aumento sin fin de nuestro sentimiento de dolor.

Cuando estos hechos revelados del mundo espiritual se exponen ante personas de mentalidad superficial, dicen: "Mi idea de Dios es muy diferente. Siempre he pensado que Dios en Su poder fundamenta todo en la felicidad, tal como nosotros desearíamos." Tales personas son como aquel Rey de España a quien alguien estaba mostrando un modelo del universo y el curso de las estrellas. El Rey tuvo la mayor dificultad en comprender cómo ocurrían todos estos movimientos, y finalmente exclamó: "Si Dios me lo hubiera dejado a mí, habría hecho un mundo mucho más simple".

En rigor, ése es el sentimiento de muchas personas en lo que se refiere al conocimiento y a la religión. Si Dios les hubiera dejado la creación, habrían hecho un mundo más sencillo. ¡No tienen ni idea de lo ingenuo que es esto!

El verdadero conocimiento iniciático no puede limitarse a satisfacer el deseo de felicidad de los hombres; tiene que guiarlos hacia una verdadera comprensión de su propio ser y de su destino, tal como salen del mundo en el pasado, en el presente y en el futuro. Para ello son necesarios hechos espirituales, en lugar de algo que proporcione un placer inmediato. Pero hay otra cosa que estas conferencias deben poner de manifiesto. Precisamente experimentando tales hechos, aunque sólo sea conociéndolos conceptualmente, la gente ganará mucho que satisfará una necesidad interior para su vida aquí en la Tierra. Sí, ganarán algo que necesitan para ser seres humanos en el sentido más pleno, del mismo modo que para ser completos necesitan sus miembros físicos.

El mundo que encontramos de este modo cuando vamos más allá de la Imaginación hacia la quietud de la existencia, a partir de la cual el mundo espiritual se revela en color y en sonido, -este mundo difiere esencialmente del mundo percibido por los sentidos. Cuando vivimos con él, -y tenemos que vivir con el mundo espiritual cuando está presente para nosotros-, vemos cómo todas las cosas y procesos físicos perceptibles por los sentidos, proceden realmente del mundo espiritual. Por lo tanto, como hombres terrenales sólo vemos una mitad del mundo; la otra mitad está oculta, oculta para nosotros. Y a través de cada abertura, de cada acontecimiento, en el mundo físico-material, se podría decir, esta mitad oculta revela su naturaleza espiritual primero en las imágenes de la Imaginación, y luego a través de su propia actividad creadora en la Inspiración. En el mundo de la Inspiración podemos sentirnos como en casa, pues aquí encontramos los orígenes de todas las cosas terrenales, de todas las creaciones terrenales. Y aquí, como he indicado, descubrimos nuestra propia existencia preterrenal.

Siguiendo una antigua imagen, he llamado a este mundo, que se encuentra más allá del de la Imaginación, el mundo astral, -el nombre no es importante-, y lo que traemos con nosotros desde ese mundo, y hemos llevado a nuestros cuerpos etérico y físico, podemos hablar de nuestro cuerpo astral. En cierto sentido, encierra la organización del Yo. Por consiguiente, para el conocimiento superior, el ser humano consta de cuatro miembros: cuerpo físico, cuerpo etérico o de fuerzas formativas, cuerpo astral y organización del Yo. El conocimiento del Yo, sin embargo, implica un paso suprasensible adicional, que en mi libro Conocimiento de los Mundos Superiores he denominado "Intuición". El término Intuición puede malinterpretarse fácilmente porque, por ejemplo, cualquier persona con dotes imaginativas y poéticas dará a menudo el nombre de intuición a su sentimiento sensible del mundo. Este tipo de intuición es sólo un sentimiento tenue; sin embargo, tiene alguna relación con la Intuición de la que estoy hablando. Pues así como el hombre terrenal tiene sus percepciones sensoriales, así también en su sentir y en su voluntad tiene un reflejo de la clase más elevada de cognición, de la Intuición. De otro modo no podría ser un ser moral. Los débiles impulsos de la conciencia son un reflejo, una especie de imagen en la sombra, de la verdadera Intuición, la forma más elevada de conocimiento posible para el hombre en la Tierra.

El hombre terrestre tiene en sí algo de lo que es más inferior, y también esta imagen en la sombra de lo que es más superior, accesible sólo a través de la Intuición. Los que le faltan son los grados intermedios; por eso tiene que adquirir la Imaginación y la Inspiración. También tiene que adquirir la Intuición en su pureza, en su cualidad interior llena de luz. Actualmente, donde posee una imagen terrenal de lo que surge como Intuición, es en su sentimiento moral, en su conciencia moral. De ahí que podamos decir que cuando un hombre con conocimiento Iniciático se eleva al conocimiento Intuitivo real del mundo, del cual previamente sólo ha conocido las leyes naturales, el mundo se vuelve tan íntimamente conectado con él en la tierra como sólo lo está ahora el mundo moral. Y ésta es, en efecto, una característica significativa de la vida humana en la Tierra: que a partir de un tenue presentimiento interior nos conectamos con el reino más elevado de todo lo que, en su verdadera forma, sólo es accesible a una cognición mejorada.

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El tercer paso en el conocimiento superior, necesario para llegar a la Intuición, sólo puede alcanzarse desarrollando al máximo una facultad que, en nuestra era materialista, no se reconoce como una fuerza cognitiva. Lo que se revela a través de la Intuición sólo puede alcanzarse desarrollando y espiritualizando al máximo la capacidad de amar. El hombre debe ser capaz de convertir esta capacidad de amar en una fuerza cognitiva. Una buena preparación para ello es liberarnos en cierto sentido de la dependencia de las cosas externas; por ejemplo, haciendo que nuestra práctica habitual sea imaginar nuestras experiencias pasadas no en su secuencia habitual, sino en orden inverso.

En el pensar pasivo ordinario puede decirse que aceptamos los acontecimientos del mundo de una manera totalmente servil. Como dije ayer: En nuestras propias representaciones mantenemos lo anterior como lo anterior, lo posterior como lo posterior; y cuando estamos viendo el curso de una obra en el escenario, el primer acto viene primero, luego el segundo, y así sucesivamente hasta un posible quinto. Pero si nos acostumbramos a imaginarlo todo empezando por el final y volviendo desde el quinto acto al primero, pasando por el cuarto, el tercero y el segundo, romperemos con la secuencia ordinaria: iremos hacia atrás en lugar de hacia delante. Pero no es así como suceden las cosas en el mundo: tenemos que esforzarnos al máximo para sacar de nuestro interior la fuerza necesaria para imaginar los acontecimientos al revés. Al hacerlo, liberamos la actividad interior de nuestra alma de sus habituales hilos conductores, y gradualmente permitimos que las experiencias internas de nuestra alma y espíritu alcancen un punto en el que el alma y el espíritu se desprendan del elemento corporal y también del etérico. Un hombre puede prepararse bien para esta ruptura si cada noche hace un examen retrospectivo de sus experiencias durante el día, comenzando por la última y retrocediendo. Cuando sea posible, incluso los detalles deben ser concebidos en una dirección hacia atrás: si usted ha subido las escaleras, imagínese primero en el escalón superior, luego en el escalón de abajo, y así sucesivamente hacia atrás por todas las escaleras.

Probablemente dirán: "Pero hay tantas horas durante el día, llenas de experiencias". Entonces, primero traten de tomar episodios -imaginando, por ejemplo, esto de subir y bajar escaleras a la inversa. Así se adquiere movilidad interior, de modo que en tres o cuatro minutos se llega gradualmente a ser capaz de volver atrás en la imaginación a lo largo de un día entero.

 Pero eso, después de todo, no es mas que la mitad negativa de lo que se necesita para mejorar y entrenar espiritualmente nuestra capacidad de amar. Esto debe llevarse al punto en el que, por ejemplo, seguimos con amor cada etapa del crecimiento de una planta. En la vida ordinaria, este crecimiento sólo se ve desde fuera, no participamos en él. Debemos aprender a entrar en cada detalle del crecimiento de la planta, a sumergirnos en ella, hasta que en nuestra propia alma nos convirtamos en la planta, creciendo, floreciendo, dando fruto con ella, y la planta llegue a ser tan querida para nosotros como nosotros mismos. Del mismo modo, podemos ir más allá de las plantas para imaginar la vida de los animales y descender hasta los minerales. Podemos sentir en el cristal, cómo el mineral se forma a sí mismo y sentir placer interior en la formación de sus planos, esquinas, ángulos, y tener una sensación como de dolor en nuestro propio ser cuando los minerales se separan. Entonces, en nuestras almas, entramos no sólo con simpatía sino con nuestra voluntad en cada uno de los acontecimientos de la naturaleza.

Todo esto debe ir precedido de una capacidad de amor que se extienda a la humanidad en su conjunto. No podremos amar a la naturaleza como es debido hasta que no hayamos conseguido amar a todos nuestros semejantes. Cuando hayamos alcanzado de este modo un amor integral por toda la naturaleza, lo que primero se hizo perceptible en los colores del aura y en el resonar de las esferas, se redondea y adopta los contornos de los Seres espirituales reales.

Sin embargo, la experiencia de estos Seres espirituales es diferente de la experiencia de las cosas físicas. Cuando tengo delante un objeto físico, por ejemplo este reloj, yo estoy aquí con el reloj allí, y sólo puedo experimentarlo mirándolo desde fuera. Mi relación con él está determinada por el espacio. De esta manera nunca se podría tener una experiencia real de un Ser espiritual. Sólo podemos tenerla entrando directamente en el Ser espiritual, con la ayuda de la facultad de amar que hemos cultivado primero hacia la naturaleza. La intuición espiritual sólo es posible aplicando, -en la quietud y el vacío de conciencia-, la capacidad de amar que podemos aprender primero en el reino de la naturaleza. Imagínense que ustedes han desarrollado esta capacidad de amar a los minerales, las plantas, los animales y también al hombre; ahora se encuentran en medio de una conciencia completamente vacía. Todo a su alrededor es la paz que se encuentra más allá de su punto cero. Sienten ustedes el sufrimiento en el que se basa toda la existencia del mundo, y este sufrimiento es al mismo tiempo una soledad. Todavía no hay nada. Pero la capacidad de amar, que fluye desde el propio interior en múltiples formas, les lleva a entrar con su propio ser en todo lo que ahora aparece visiblemente, audiblemente, como Inspiración. A través de esta capacidad de amor entran primero en un Ser espiritual, luego en otro.

Estos Seres descritos en mi libro La Ciencia Oculta, estos Seres de las Jerarquías superiores, -ahora aprendemos a vivir en nuestra experiencia de ellos-, se convierten para nosotros en la realidad esencial del mundo. Así experimentamos un mundo espiritual concreto, del mismo modo que a través del ojo y el oído, a través del sentimiento y el calor, experimentamos un mundo físico concreto.

Si alguien desea adquirir conocimientos particularmente importantes para sí mismo, debe haber avanzado hasta esta etapa. Ya he mencionado que a través de la Inspiración surge en nuestra alma la existencia espiritual preterrenal, aprendiendo de este modo lo que éramos antes de descender a un cuerpo terrenal. Cuando a través de la capacidad de amar somos capaces de entrar clarividentemente en Seres espirituales, de la manera que he descrito, también se revela lo primero que hace de un hombre, en su experiencia interior, un ser completo. Se nos revela lo que precede a nuestra vida en el mundo espiritual; se nos muestra lo que éramos antes de ascender a la última vida espiritual entre la muerte y el renacimiento. Se revela la vida terrena precedente y, una tras otra, las vidas terrenas anteriores. Porque el verdadero Yo, presente en todas esas vidas repetidas en la Tierra, sólo puede manifestarse cuando la facultad de amar se ha acrecentado tanto que cualquier otro ser, ya sea fuera en la naturaleza o en el mundo espiritual, se ha vuelto tan querido para un hombre como en su amor propio se quiere a sí mismo. Pero el verdadero yo, -el yo que pasa por todos esos nacimientos y muertes repetidos-, sólo se manifiesta al hombre cuando ya no vive egoístamente para el conocimiento momentáneo, sino en un amor que puede olvidar el amor propio y puede vivir en un Ser objetivo de la manera que en la existencia física vive en el amor propio. Pues este Yo de vidas anteriores en la Tierra se ha vuelto entonces tan objetivo para su vida presente como una piedra o una planta lo es para nosotros cuando estamos fuera de ella. Debemos haber aprendido para entonces a comprender en el amor objetivo algo que, para nuestra personalidad subjetiva actual, se ha vuelto bastante objetivo, bastante extraño. Para poder comprender la existencia terrenal precedente, tenemos que habernos dominado a nosotros mismos durante nuestra existencia actual.

Cuando hemos alcanzado este conocimiento, vemos la vida completa de un hombre que pasa rítmicamente por las etapas de la existencia terrenal, desde el nacimiento o concepción hasta la muerte, y luego por las etapas espirituales entre la muerte y el renacimiento, para luego regresar de nuevo a la Tierra, y así sucesivamente. Una vida terrenal completa se revela como un paso repetido por el nacimiento y la muerte, con períodos intermedios de vida en mundos puramente espirituales. Sólo a través de la Intuición puede adquirirse este conocimiento como conocimiento real, derivado directamente de la experiencia.

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Para empezar, he tenido que describirles a grandes rasgos, el camino de conocimiento iniciático que debe seguirse en nuestra época, en esta etapa actual de la evolución humana, a fin de llegar al verdadero conocimiento espiritual del mundo y del hombre. Pero desde que existe el ser humano, existe el conocimiento iniciático, aunque haya tenido que tomar diversas formas según los diferentes períodos evolutivos. Como el hombre es un ser que atraviesa cada vida terrena sucesiva de manera diferente, las condiciones de su desarrollo interior en las diversas épocas de la evolución del mundo tienen que variar considerablemente. En el transcurso de los próximos días aprenderemos más sobre estas variaciones; hoy sólo quiero decir que los conocimientos iniciáticos que debían impartirse en los primeros tiempos eran muy diferentes de los que deben impartirse hoy en día. Podemos remontarnos miles de años atrás, a una época muy anterior al Misterio del Gólgota, y comprobar cómo la actitud de los hombres, tanto hacia el mundo natural como hacia el espiritual, difería enormemente de la actual, y por consiguiente, sus conocimientos iniciáticos eran muy diferentes de los que son apropiados hoy en día. 

Tenemos ahora una ciencia natural muy desarrollada; no voy a hablar de su faceta más avanzada, sino sólo de lo que se imparte a los niños de seis o siete años, como conocimiento general. A esta edad relativamente temprana, un niño tiene que aceptar las leyes relativas, digamos, al sistema copernicano del mundo, y sobre este sistema se construyen hipótesis sobre el origen del universo. Se propone entonces la teoría de Kant-Laplace, que, aunque ha sido revisada, sigue siendo válida en lo esencial. La teoría se basa en una nebulosa primitiva, demostrada en física mediante un experimento destinado a mostrar las primeras condiciones del sistema del universo. Esta nebulosa primitiva puede simularse experimentalmente, y de ella, mediante la rotación de ciertas fuerzas, se supone que surgieron los planetas, y el sol quedó atrás. Uno de los anillos desprendidos de la nebulosa se habría condensado en la forma de la Tierra, y sobre esta base, todo lo demás, -minerales, plantas, animales y, finalmente, el hombre mismo-, habría evolucionado. Y todo esto se describe de una manera completamente científica.

El proceso se hace comprensible para los niños mediante una demostración práctica que parece mostrarlo muy claramente. Se toma una gota de aceite, suficientemente fluida para flotar en un poco de agua; se coloca sobre un trozo de cartulina donde se supone que pasa la línea del ecuador; se atraviesa  la cartulina con un alfiler y se la hace girar. Entonces se puede mostrar cómo, una tras otra, las gotas de aceite se desprenden y giran, y se puede obtener un sistema planetario en miniatura del aceite, con un sol en el centro. Cuando eso se nos ha mostrado en la infancia, ¿por qué habríamos de pensar que es imposible que nuestro sistema planetario haya surgido de la nebulosa primitiva? Con nuestros propios ojos hemos visto reproducirse el proceso.

Ahora bien, en la vida moral puede ser admirable que seamos capaces de olvidarnos de nosotros mismos, pero en una demostración de fenómenos naturales no es tan recomendable. Todo este asunto de la gota de aceite nunca habría funcionado si no hubiera habido alguien allí que hiciera girar el alfiler. Eso hay que tenerlo en cuenta. Para que esta hipótesis sea válida, habría tenido que haber un maestro gigante en el Cosmos, para hacer girar la nebulosa primitiva y mantenerla girando. De lo contrario, la idea carece de realidad.

Es característico de esta era materialista, sin embargo, concebir sólo una fracción de la verdad, un cuarto, un octavo, o incluso menos, y esta fracción vive entonces con un poder terriblemente sugestivo en las almas de los hombres. Así persistimos hoy en día en ver un solo lado de la naturaleza y de las leyes de la naturaleza.

Podría darles muchos ejemplos, de diferentes esferas de la vida, que muestran claramente esta actitud hacia la naturaleza: cómo, -porque un hombre absorbe esto con la cultura del día-, considera que la naturaleza se rige por lo que se llama la ley de causa y efecto. Esto tiñe toda la existencia humana actual. En el mejor de los casos, un hombre todavía puede mantener cierta conexión con el mundo espiritual a través de la tradición religiosa, pero si desea elevarse al mundo espiritual real, debe emprender un entrenamiento interior a través de la Imaginación, la Inspiración, la Intuición - tal como las he descrito. Debe ser conducido por el Conocimiento Iniciático lejos de esta creencia en la naturaleza como impregnada en su totalidad por la ley, y hacia una verdadera comprensión de lo espiritual. Hoy en día, el conocimiento iniciático debe tener como objetivo conducir a los hombres desde la interpretación naturalista del Cosmos, que ahora se da por sentada, hacia la comprensión de su espiritualidad.

En el antiguo conocimiento iniciático, hace miles de años, prevalecía justamente lo contrario. Los sabios de los Misterios, los guías de aquellos centros que eran escuela, iglesia y escuela de arte al mismo tiempo, tenían a su alrededor personas que no sabían nada de la naturaleza en el sentido copernicano, pero que en su alma y espíritu tenían una experiencia instintiva e íntima del Cosmos, expresada en sus mitos y leyendas, que en la civilización ordinaria de hoy en día ya no se entienden. Sobre esto también tendremos más que decir. La experiencia que los hombres tenían en aquellos primeros tiempos era instintiva; una experiencia anímica y espiritual. Llenaba sus horas de vigilia con las imágenes oníricas de la imaginación; y de estas imágenes procedían las leyendas, los mitos, los dichos de los dioses, que constituían su vida. El hombre se asomaba al mundo, experimentando sus imaginaciones oníricas; y otras veces vivía en el ser de la naturaleza. Veía el arco iris, las nubes, las estrellas y el sol surcando velozmente los cielos; veía los ríos, las colinas surgir; veía los minerales, las plantas, los animales.

Para el hombre primitivo, todo lo que veía mediante sus sentidos era un gran enigma. Pues en la época de la que estoy hablando, unos miles de años antes del Misterio del Gólgota, -hubo épocas anteriores y posteriores en las que la civilización era diferente-, el hombre tenía un sentimiento interior de ser bendecido cuando le venían imaginaciones oníricas. El mundo externo de los sentidos, donde todo lo que percibía del arco iris, las nubes, el sol en movimiento, y los minerales, plantas, animales, era lo que el ojo podía ver, mientras que en el mundo estrellado sólo veía lo que el sistema precopernicano, ptolemaico, registraba. Este mundo externo se presentaba a la gente generalmente de una manera que les llevaba a decir: "Con mi alma estoy viviendo en un mundo divino-espiritual, pero ahí fuera hay una naturaleza abandonada por los dioses. Cuando con mis sentidos miro un manantial de agua, no veo nada espiritual allí; no veo nada espiritual en el arco iris, en los minerales, plantas, animales o en los cuerpos físicos de los hombres." La naturaleza aparecía a estas personas como un mundo entero que se había alejado de la espiritualidad divina.

Así era como se sentían los hombres en aquella época en la que todo el Cosmos visible tenía para ellos la apariencia de haberse alejado de lo divino. Para conectar estas dos experiencias, la experiencia interior de Dios y la exterior de un mundo de los sentidos caído, no necesitaban simplemente un conocimiento abstracto, sino un conocimiento que pudiera consolarles por pertenecer a este mundo de los sentidos caído con sus cuerpos físicos y etéricos. Necesitaban un consuelo que les asegurase que este mundo de los sentidos caído estaba relacionado con todo lo que experimentaban a través de sus imaginaciones instintivas, a través de una experiencia de lo espiritual que, aunque tenue y onírica, era adecuada para las condiciones de aquellos tiempos. El conocimiento tenía que ser consolador.

Era consuelo, también, lo que buscaban aquellos que se dirigían ávidamente a los Misterios, bien para recibir sólo lo que se podía dar externamente, bien para convertirse en alumnos de los hombres de sabiduría que podían iniciarlos en los secretos de la existencia y en los enigmas a los que se enfrentaban.

Estos sabios de los antiguos Misterios, que eran al mismo tiempo sacerdotes, maestros y artistas, aclaraban a sus alumnos a través de todo lo que contenían sus Misterios, -aún por describir-, que incluso en este mundo caído, en sus manantiales nacientes, en los árboles y flores florecientes, en los minerales que forman cristales, en el arco iris y las nubes a la deriva y el sol viajero viven esos poderes divino-espirituales que se experimentaban instintivamente en la imaginación onírica de los hombres. Mostraban a estas gentes cómo reconciliar el mundo olvidado de Dios con el mundo divino percibido en sus imaginaciones. A través de los Misterios les dieron un conocimiento consolador que les permitió volver a ver la naturaleza como llena de lo divino.

De ahí que aprendamos de lo que se cuenta de esas épocas pasadas, -contado incluso de la época griega-, que el conocimiento que ahora se enseña a los niños más pequeños en nuestras escuelas, que el sol se detiene y la tierra gira a su alrededor, por ejemplo, es el tipo de conocimiento que en los antiguos Misterios se conservaba como oculto. Lo que para nosotros es conocimiento para todos, en aquella época era conocimiento oculto; y las explicaciones de la naturaleza eran una ciencia oculta. Como puede ver cualquiera que siga el curso del desarrollo humano durante nuestra civilización, la naturaleza y las leyes de la naturaleza son la principal preocupación de los hombres de hoy; y esto ha hecho que el mundo espiritual se retraiga. Las antiguas imaginaciones oníricas han cesado. El hombre siente la naturaleza como algo neutro, no totalmente satisfactorio, que no pertenece a un Universo caído y pecador, sino a un Cosmos que, por necesidad interior, tiene que ser como es. Entonces se siente más agudamente consciente de sí mismo; aprende a encontrar la espiritualidad en ese único punto, y descubre un impulso interior a unir este yo interior con Dios. Todo lo que necesita ahora, -además de su conocimiento de la naturaleza y en conformidad con ella-, es que un nuevo conocimiento iniciático le conduzca al mundo espiritual. El antiguo conocimiento iniciático podía partir del espíritu, que entonces el hombre experimentaba instintivamente, y, encarnado en los mitos, podía conducirle a la naturaleza. El nuevo conocimiento iniciático debe comenzar con la experiencia inmediata del hombre de hoy, con su percepción de las leyes de la naturaleza en las que cree, y desde ahí debe señalar el camino de regreso al mundo espiritual a través de la imaginación, la inspiración y la intuición.

Así, en la evolución humana, algunos miles de años antes del Misterio del Gólgota, vemos el momento significativo del tiempo en que los hombres, partiendo de una experiencia instintiva del espíritu, encontraron su camino hacia conceptos e ideas que, como la forma más externa de la ciencia oculta, incluían las leyes de la naturaleza. Hoy en día estas leyes de la naturaleza nos son conocidas desde la infancia. Frente a esta actitud indiferente y prosaica ante la vida, a este naturalismo, el mundo espiritual se ha retirado de la vida interior del hombre. Hoy, el conocimiento iniciático debe remontar de la naturaleza al espíritu. Para los hombres de antaño, la naturaleza estaba en tinieblas, pero el espíritu era luminoso y claro. El antiguo Conocimiento Iniciático debía llevar la luz de este resplandor del espíritu a las tinieblas de la naturaleza, para que la naturaleza también se iluminase. El conocimiento iniciático actual tiene que partir de la luz arrojada sobre la naturaleza, de forma externa y naturalista, por Copérnico, Giordano Bruno, Galileo, Kepler, Newton y otros. Esta luz debe entonces ser rescatada, vivificada, para abrirle el camino al espíritu, que debe buscarse en su propia luz por el camino opuesto al de la antigua Iniciación.

Traducido por J.Luelmo ago,2023


GA227 Penmaenmawr, 19 de agosto de 1923 - Primeros pasos hacia el conocimiento imaginativo

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    RUDOLF STEINER 

Conocimientos de Iniciación

PRIMEROS PASOS HACIA EL CONOCIMIENTO IMAGINATIVO

 Penmaenmawr, 19 de agosto de 1923

primera conferencia

A través de los tiempos, la comprensión del mundo ha estado estrechamente asociada a la comprensión del hombre mismo. Generalmente se reconoce que en los días en que no sólo se tomaba en consideración la existencia material, sino también la vida espiritual, el hombre era considerado como un microcosmos, como un mundo en miniatura. Esto significa que el hombre en su ser y hacer, en toda la parte que desempeña en el mundo, era visto como una concentración de todas las leyes y actividades del Cosmos. En aquella época se insistía en que la comprensión del universo sólo podía basarse en la comprensión del hombre.

Pero para cualquiera que no tenga prejuicios, aquí surge de inmediato una dificultad. Quién quiera llegar directamente al llamado auto-conocimiento, -el único conocimiento verdadero del hombre-, se encuentra confrontado con un enigma abrumador; y después de observarse a sí mismo durante un tiempo, se ve obligado a admitir que este ser suyo, tal como aparece en el mundo de los sentidos, no se revela plenamente ni siquiera a su propia alma. Tiene que admitir que una parte de su ser permanece oculta y desconocida para la percepción ordinaria de los sentidos. Así pues, se enfrenta a la tarea de ampliar su autoconocimiento, de investigar a fondo su verdadero ser, antes de poder llegar al conocimiento del mundo.

Una simple reflexión mostrará que el verdadero ser del hombre, su actividad interior como individuo, no puede encontrarse en el mismo mundo que es válido para sus sentidos. En efecto, en cuanto atraviesa la puerta de la muerte, queda entregado como un cadáver a las leyes y condiciones de este mundo perceptible por los sentidos. Las leyes de la naturaleza, -aquellas leyes que prevalecen allá afuera en el mundo visible-, se apoderan del hombre físicamente muerto. Entonces ese sistema de relaciones, que llamamos organismo humano, llega a su fin; posteriormente el hombre físico se desintegra, después de un tiempo que depende de la manera que se produzca dicha desintegración,.

A partir de esta simple reflexión, por lo tanto, vemos que el conjunto de las leyes de la naturaleza, en la medida en que llegamos a conocerlas a través de la observación de los sentidos, es apta únicamente para la desintegración del organismo humano y no hace nada para construirlo. Así pues hemos de buscar esas leyes, esa otra actividad, que, durante la vida terrenal, desde el nacimiento o la concepción hasta la muerte, luchan contra las fuerzas, contra las leyes de la disolución. En cada momento de nuestra vida, estamos comprometidos con nuestro verdadero ser interior en una batalla contra la muerte.

Si nos fijamos en la única parte del mundo de los sentidos que la gente comprende hoy en día, el mundo mineral, sin vida, ciertamente está regido por las mismas fuerzas que para el ser humano significan la muerte. Es una pura ilusión que los científicos naturales piensen que, basándose en las leyes del mundo sensorial externo, puedan llegar a comprender incluso las plantas. Nunca será así. Avanzarán un poco hacia esta comprensión y podrán considerarla como un ideal, pero nunca será realmente posible comprender la planta, -y mucho menos el animal y el hombre físico-, con la ayuda de las leyes que pertenecen al mundo externo percibido por el hombre.

Como seres terrenales, entre la concepción y la muerte, en nuestro verdadero ser interior somos adversarios contra las leyes de la naturaleza. Y si realmente queremos elevarnos al autoconocimiento, tenemos que examinar esa actividad en el ser humano que trabaja contra la muerte. En efecto, si queremos investigar a fondo el ser del hombre, -cosa que es nuestra intención hacer en estas conferencias-, tendremos que mostrar cómo, a través del desarrollo terrenal del hombre, se da el hecho de que sus actividades internas sucumben finalmente a la muerte, obteniendo así la muerte la victoria sobre las fuerzas ocultas que se le oponen.

Toda esta exposición tiene por objeto mostrar el curso que deben seguir nuestros estudios. Porque la verdad de lo que estoy diciendo sólo se revelará gradualmente a lo largo de las diversas conferencias. Para empezar, pues, podemos limitarnos a indicar, observando al hombre sin prejuicios, dónde tenemos que buscar su ser más íntimo, su personalidad, su individualidad. Esto no se encuentra en el reino de las fuerzas naturales, sino fuera de dicho reino.

Hay, sin embargo, otra indicación, -y tales indicaciones son todo lo que quiero dar hoy-, de que como hombres terrenales vivimos siempre en el momento presente. Aquí también, sólo necesitamos ser lo suficientemente desprejuiciados para captar todo lo que esta afirmación implica. Cuando vemos, oímos o percibimos a través de nuestros sentidos, está sucediendo algo que tiene que ver con el momento presente. Cualquier cosa que tenga que ver con el pasado o el futuro no puede afectar ni a nuestros oídos, ni a nuestros ojos ni a ningún otro sentido. Estamos entregados al momento y, por tanto, al espacio.

Pero pensándolo bien, ¿En qué se convertiría un hombre si se entregara por completo al momento presente y al espacio? Observando la vida ordinaria que nos rodea tenemos sobradas pruebas de que, si un hombre está así completamente absorto, ya no es hombre en sentido pleno. Los registros de enfermedades dan prueba de ello. Se pueden citar casos bien autentificados de personas que, en cierto momento de su vida, se vuelven incapaces de recordar ninguna de sus experiencias anteriores, y sólo son conscientes del presente inmediato. Entonces hacen las cosas más locas. Contrariamente a sus hábitos ordinarios, compran un billete de tren y viajan a uno u otro lugar, haciendo todo lo necesario en ese momento con bastante sensatez, con más inteligencia, y tal vez con más astucia, de lo habitual. Comen y hacen todas las demás pequeñas cosas de la vida a la hora normal. Al llegar a la estación a la que han reservado, cogen otro billete, posiblemente en dirección contraria. Deambulan de esta manera, puede que durante años, hasta que se detienen en algún lugar, dándose cuenta de repente de que no saben dónde están. Todo lo que han hecho, desde el momento en que cogieron el primer billete, o dejaron su casa, se borra de su conciencia, y sólo recuerdan lo que ocurrió antes de eso. Su vida anímica, toda su vida como seres humanos en la Tierra, se vuelve caótica. Ya no se sienten como una persona unificada. Siempre habían vivido en el momento presente y habían podido orientarse en el espacio, pero ahora han perdido su sentimiento interior del tiempo; han perdido la memoria.

Cuando un hombre pierde su sentimiento interior del tiempo, su conexión realmente íntima con el pasado, su vida se convierte en un caos. La experiencia del espacio por sí sola no puede ayudar en nada a la salud de todo su ser.

Dicho de otro modo: El hombre, en su vida sensorial, siempre está entregado al momento, y en algunos casos de enfermedad puede separar su existencia inmediata en el espacio de su existencia como un todo, pero entonces ya no es un hombre en el sentido pleno.

He aquí un indicio de algo en el hombre que no pertenece al espacio, sino sólo al tiempo; y debemos decir que si una experiencia humana es la del espacio, hay también otra que debe estar siempre presente en el hombre: la experiencia del tiempo. Para que siga siendo hombre en sentido pleno, la memoria debe hacer presente en él el pasado. Estar presente en el tiempo es algo indispensable para el hombre. El tiempo pasado, sin embargo, nunca está presente en el momento presente; para experimentarlo siempre debemos trasladarlo al presente. Por tanto, en el ser humano deben existir fuerzas para conservar el pasado, fuerzas que no surgen del espacio y que, por tanto, no deben entenderse como leyes de la naturaleza que actúan espacialmente, pues están fuera del espacio.

Estas indicaciones apuntan al hecho de que si el hombre ha de ser el punto central del conocimiento del mundo y ha de comenzar por conocerse a sí mismo, debe buscar ante todo en su propio ser aquello que pueda elevarle por encima de la existencia espacial, -la única existencia de la que dan cuenta los sentidos-, y pueda hacer de él un ser del tiempo en medio de su existencia espacial. Por lo tanto, para percibir su propio ser, debe invocar desde su interior poderes cognoscitivos que no estén ligados a sus sentidos o a su percepción del espacio. Esta es una etapa particular de la evolución humana, cuando la ciencia natural está haciendo un esfuerzo tan trascendental para centrar la atención en las leyes del espacio, donde, por razones que se mostrarán en estas conferencias, el verdadero ser del hombre en general se ha perdido totalmente de vista. De ahí que sea particularmente necesario señalar ahora las experiencias interiores que, como han visto, conducen al hombre fuera del espacio hacia el tiempo y sus experiencias. Veremos cómo, partiendo de ahí, entra realmente en el mundo espiritual.

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El conocimiento que conduce del mundo de los sentidos al suprasensible ha sido llamado, a través de los tiempos, conocimiento iniciático, es decir, conocimiento de lo que constituye el verdadero impulso, el elemento activo de la personalidad humana. De este conocimiento iniciático es de lo que tengo que hablar en estas conferencias, en la medida de lo posible hoy en día. Porque nuestra intención es estudiar la evolución del mundo y del hombre, en el pasado, en el presente y en el futuro, a la luz del conocimiento-iniciático.

Por lo tanto, tendré que comenzar hablando de cómo puede adquirirse ese conocimiento iniciático. La propia forma en que se habla hoy de estas cuestiones, distingue claramente el conocimiento iniciático del pasado respecto del actual. En el pasado, los maestros se esforzaban por llegar a la percepción de lo suprasensible en el mundo y en el hombre. En los sentimientos de los alumnos que acudían a ellos, causaban una fuerte impresión gracias a sus cualidades puramente humanas, y los alumnos aceptaban los conocimientos que ofrecían, no bajo ninguna coacción, sino en respuesta a la autoridad personal del maestro.

De ahí que, durante toda la evolución del hombre hasta nuestros días, se describa siempre la existencia de grupos separados de alumnos, cada uno bajo la dirección de un maestro, un "gurú", a cuya autoridad se sometían. Incluso en este punto, -como en muchos otros que abordaremos en estas conferencias-, el conocimiento iniciático de hoy en día no puede seguir el antiguo camino. El "gurú" nunca hablaba del camino mediante el cual él había alcanzado su propio conocimiento, y en aquellos tiempos pasados ni siquiera se consideraba la instrucción pública sobre el camino hacia el conocimiento superior. Tales estudios se llevaban a cabo únicamente en los Centros de Misterios, que en aquellos días servían como universidades para aquellos que seguían un camino suprasensible.

En vista del nivel general de conciencia humana que se ha alcanzado en el momento actual de la historia, tal camino ya no sería posible. Por lo tanto, se espera que cualquiera que hable hoy en día de conocimiento suprasensible, lo haga diciendo inmediatamente cómo se adquiere este conocimiento. Al mismo tiempo, debe dejarse a cada uno la libertad de decidir, -de acuerdo con su propio modo de vida-, su actitud ante esos ejercicios para el cuerpo, el alma y el espíritu, a través de los cuales se desarrollan ciertas fuerzas dentro del hombre. Estas fuerzas miran más allá de las leyes de la naturaleza, más allá del momento presente, hacia el verdadero ser del mundo y, con ello, hacia el verdadero ser del hombre mismo. De ahí que el curso obvio de nuestros estudios sea comenzar por lo menos con algunas observaciones preliminares sobre el modo en que el hombre de hoy puede adquirir el conocimiento de lo suprasensible.

Así pues, debemos partir del hombre tal como es realmente en la existencia terrena, en relación con el espacio y el tiempo presente. Como ser terrenal, el hombre abarca en su naturaleza anímico-corporal, -digo deliberadamente naturaleza anímico-corporal-, una triplicidad: un ser pensante, un ser sintiente y un ser de voluntad. Y cuando observamos todo lo que hay en el ámbito del pensar, en el ámbito del sentir y en el de la voluntad, visibilizamos la totalidad del ser humano que participa en la existencia terrena.

Veamos primero el factor más importante en el hombre, a través del cual toma su lugar en la existencia terrenal. Este es ciertamente su pensar. Esa lucidez que necesita para examinar el mundo, se la debe como hombre terrenal, a su naturaleza pensante. En comparación con este pensar lúcido, su sentir es oscuro, y en cuanto a su voluntad, -esas profundidades de su ser de las que surge la voluntad-, todo eso está completamente fuera de su alcance, para la observación ordinaria.

Piensen en el pequeño papel que desempeña su voluntad en el mundo y las experiencias ordinarias. Digamos que se proponen mover una silla. Primero piensan en llevarla de un sitio a otro. Se forman ustedes un concepto de ello. Ese concepto pasa, de una manera que desconocemos, directamente a la sangre y a los músculos. Y lo que ocurre en la sangre y los músculos -y también en los nervios- mientras levantan la silla y la llevan a otro lugar, para ustedes sólo existe como una idea. La verdadera actividad interna que tiene lugar dentro de su piel es totalmente inconsciente. Sólo el resultado entra en su pensar.

De manera que de todas sus actividades cuando están despiertos, la voluntad es la más inconsciente. Más adelante hablaremos de la actividad durante el dormir. Durante la actividad de la vigilia, la voluntad permanece en la más absoluta oscuridad; una persona sabe tan poco acerca del paso de su pensar a la voluntad, como en la vida ordinaria en la Tierra sabe de lo que sucede entre dormirse y despertarse. Incluso cuando alguien está despierto, en lo concerniente  a la naturaleza interna de la voluntad está dormido. Sólo la facultad de formar conceptos, la facultad de pensar, entra claramente en la vida del hombre en la Tierra. El sentir se encuentra a medio camino entre el pensar y la voluntad. Y así como el sueño se sitúa entre el dormir y el despertar, como una concepción indefinida y caótica, medio dormida, medio despierta, así también, el sentir es realmente un sueño despierto del alma, situándose a medio camino entre la voluntad y el pensar. Debemos tomar como punto de partida la claridad del pensar; pero ¿Cómo transcurre el pensar en la vida ordinaria de la Tierra?

En toda la vida de un ser humano en la Tierra, el pensar desempeña un papel bastante pasivo. Seamos sinceros al observarnos a nosotros mismos. Desde el momento en que se despierta hasta que se va a dormir, el hombre está enfrascado por los asuntos del mundo exterior. Deja que las impresiones sensoriales fluyan dentro de él, uniéndose con ellas los conceptos. Cuando las impresiones sensoriales desaparecen, sólo quedan en el alma representaciones de ellas, que gradualmente se convierten en recuerdos. Pero, como he dicho, si como seres terrenales nos observamos honestamente, debemos admitir que en los conceptos adquiridos de la vida ordinaria no hay nada que no haya llegado al alma desde el mundo externo a través de los sentidos. Si examinamos sin prejuicios lo que llevamos en el fondo de nuestra alma, encontraremos siempre que fue ocasionado por alguna impresión del exterior.

Esto se aplica particularmente a las ilusiones de aquellos místicos que, -lo digo expresamente-, no profundizan lo suficiente. Creen que por medio de un entrenamiento espiritual más o menos nebuloso pueden llegar a una experiencia interior de una divinidad superior subyacente al mundo. Y a estos místicos a medias, se les oye decir a menudo cómo surgió en ellos una luz anímica interna, cómo tuvieron una especie de visión espiritual.

Cualquiera que se observe a sí mismo de cerca y con honestidad llegará a ver que muchas visiones místicas pueden atribuirse a meras experiencias sensoriales externas que se han transformado con el paso del tiempo. Por extraño que pueda parecer, es posible que algún místico, a la edad quizás de cuarenta años, crea que ha tenido una impresión directa, imaginativa, una visión, de, -tomemos algo concreto-, el Misterio del Gólgota, que visualiza el Misterio del Gólgota interiormente, espiritualmente. Esto le produce un sentimiento de gran exaltación. Ahora bien, un psicólogo realmente bueno, que pueda hacer un seguimiento a lo largo de la vida terrenal de este místico, puede encontrar que cuando era un niño de diez años fue llevado por su padre a una visita, donde vio un pequeño cuadro. Era un cuadro del Misterio del Gólgota, y en aquel momento apenas causó impresión en su alma. Pero la impresión permaneció, y en una forma cambiada se hundió profundamente en su alma, para resurgir a los cuarenta años como una gran experiencia mística.

 Esto es algo que hay que subrayar especialmente cuando alguien se aventura, más o menos públicamente, a decir algo sobre las vías del conocimiento suprasensible. Aquellos que no se toman el asunto muy en serio suelen hablar de forma superficial. Son justamente los que pretenden tener el derecho de hablar sobre las vías místicas y suprasensibles los que deberían conocer los errores en esta cuestión, que pueden hacer que las personas se extravíen. Deberían comprender plenamente que el auto conocimiento ordinario se compone principalmente de impresiones externas transformadas, y que el genuino auto conocimiento debe buscarse hoy en día a través del desarrollo interior, invocando fuerzas del alma que antes no existían. Esto requiere que nos demos cuenta de la naturaleza pasiva de nuestro pensar habitual. El pensar crea todas las impresiones tal como los sentidos lo desean. Lo que está arriba en el pensar, permanece arriba; lo que está abajo, permanece abajo, lo anterior también es anterior en el pensar, lo posterior también es posterior en el pensar. Por lo tanto, por regla general, no sólo en la vida ordinaria, sino también en la ciencia, los conceptos del hombre se limitan a seguir los procesos del mundo exterior. Nuestra ciencia ha llegado al extremo de hacer un ideal de descubrir cómo las cosas siguen su curso en el mundo externo sin dejar que el pensar tenga la menor influencia sobre ellas. En su propia esfera, los científicos tienen mucha razón; siguiendo este método han hecho enormes avances. Pero cada vez pierden más de vista el verdadero ser del hombre. Porque el primer paso en esos métodos para desarrollar las fuerzas internas del alma que conducen a la cognición suprasensible, que nosotros llamamos meditación y concentración, es encontrar el camino para pasar del pensar puramente pasivo al pensar que es interiormente activo.

Voy a empezar describiendo este primer paso de una manera bastante elemental. En lugar de suscitar un concepto mediante algo externo, podemos extraerlo totalmente de nuestro interior y dejarle que ocupe el centro de nuestra conciencia. Lo importante no es que el concepto corresponda a una realidad, sino que surja de las profundidades del alma como algo activo. De ahí que no nos sirva tomar cualquier cosa que recordemos, pues en la memoria se aferran a nuestros conceptos todo tipo de impresiones vagas. Por lo tanto, si recurrimos a la memoria, no estaremos seguros de que no se nos cuelen cosas extrañas, ni de que realmente meditemos con la debida actividad interior. Hay tres maneras posibles de proceder, y no es necesario perder la independencia en ninguna de ellas. Es preferible un concepto simple, fácil de aprehender, una creación del momento, que no tenga nada que ver con lo que se recuerda. Para nuestro propósito puede ser incluso algo bastante paradójico, deliberadamente alejado de cualquier idea recibida pasivamente. Sólo tenemos que asegurarnos de que la meditación se produzca mediante nuestra propia actividad interior.

La segunda forma es acudir a alguien con experiencia en este campo y pedirle que sugiera un tema para la meditación. En ese caso, puede haber el temor de volverse dependiente de él. Sin embargo, si desde el momento en que se recibe la meditación, uno es consciente de que cada paso se ha dado de forma independiente, mediante una actividad interior propia, y que lo único que no está determinado por uno mismo es el tema, que, puesto que viene de otra persona, tiene que ser tomado activamente, cuando uno es consciente de todo esto, ya no hay ninguna cuestión de dependencia. Entonces es particularmente necesario seguir actuando con plena conciencia.

Y por último, la tercera vía. Se puede buscar la instrucción de un maestro que, -podría decirse-, permanezca invisible. El alumno toma un libro que no haya visto nunca, lo abre al azar y lee una frase cualquiera. Así puede estar seguro de llegar a algo totalmente nuevo para él, y entonces debe trabajarlo con actividad interior. La frase, o tal vez alguna ilustración o diagrama del libro, puede servir de tema de meditación, siempre que esté seguro de no haberla visto antes. Este es el tercer método, y de este modo se puede crear un maestro de la nada. Hay que encontrar el libro y mirarlo, y elegir de él una frase, un dibujo o cualquier otra cosa: todo esto constituye el maestro.

De ahí que hoy en día sea perfectamente posible emprender el camino hacia el conocimiento superior de tal manera que el pensar activo requerido no se vea injustificadamente invadido por ningún otro poder. Esto es esencial para la humanidad actual. En el curso de estas conferencias veremos cuán necesario es para las personas de hoy, especialmente cuando desean progresar en el camino hacia mundos superiores, respetar y atesorar su propio libre albedrío. De lo contrario, ¿Cómo puede desarrollarse la actividad interior? En cuanto alguien se vuelve dependiente de otro, su propia voluntad se frustra. Y es importante que la meditación de hoy en día se lleve a cabo con actividad interior, desde la voluntad en el pensar, que apenas se valora hoy en día, con la ciencia moderna poniendo todo el énfasis en la observación pasiva del mundo exterior.

De esta manera podemos llegar al pensar activo, cuyo ritmo de progreso depende totalmente del individuo. Alguno lo conseguirá en tres semanas, si persevera en los mismos ejercicios. Otro tardará cinco años, otro siete, otro diecinueve, y así sucesivamente. Lo esencial es que nunca ceje en su empeño. Llegará un momento en que reconocerá que su pensar ha cambiado realmente: ya no discurre en las viejas imágenes pasivas, sino que está interiormente lleno de energía, una fuerza que, aunque la experimenta con toda claridad, sabe que es una fuerza tan grande como la necesaria para levantar un brazo o señalar con el dedo. Llegamos a conocer un pensar que parece sostener todo nuestro ser, un pensar que puede golpear contra un obstáculo. No es una forma de hablar, sino una verdad concreta que podemos experimentar. Sabemos que el pensar ordinario no hace tal cosa. Cuando yo choco contra una pared y me hago daño, mi cuerpo físico ha recibido un golpe por la fuerza del contacto. Esta fuerza de contacto depende de que yo sea capaz de golpear mi cuerpo contra los objetos. Soy yo quien golpea. El pensar pasivo ordinario no golpea nada, sino que simplemente se ofrece para ser golpeado, pues no tiene realidad; no es mas que una imagen. Pero el pensar al que llegamos de la manera descrita es una realidad, algo en lo que vivimos. Puede golpear contra algo como un dedo puede golpear la pared. Y del mismo modo que sabemos que nuestro dedo no puede atravesar la pared, también sabemos que con este pensar real no podemos comprenderlo todo. Es un primer paso. Tenemos que dar este paso, esta conversión del propio pensar activo en un órgano del tacto anímico, para que nos sintamos pensar de la misma manera que caminamos, agarramos o tocamos; para que sepamos que vivimos en un ser real, no sólo en el pensar ordinario que sólo crea imágenes, sino en una realidad, en el órgano del tacto anímico en el que nosotros mismos nos hemos convertido.

Ese es el primer paso: cambiar nuestra forma de pensar para poder sentir: Ahora ustedes mismos se han convertido en el pensador. Eso lo redondea todo. Con este pensar no ocurre lo mismo que con el tacto físico. Un brazo, por ejemplo, crece a medida que crecemos, de modo que cuando somos adultos nuestras proporciones siguen siendo correctas. Pero el pensar que se ha vuelto activo es como un caracol, capaz de extender los sentidos o de retraerlos. En este pensar vivimos en un ser ciertamente lleno de fuerza pero interiormente móvil, moviéndose hacia delante y hacia atrás, interiormente activo. Con este órgano del tacto de gran alcance podemos, -como veremos-, palpar en el mundo espiritual; o, si esto es espiritualmente doloroso, retroceder.

Todo esto debe ser tomado en serio por aquellos que desean acercarse al verdadero ser del hombre, a la transformación de toda su naturaleza. Porque no descubrimos lo que es realmente un hombre a menos que empecemos por ver en él algo más allá de lo que perciben nuestros sentidos terrenales. Todo lo que se desarrolla mediante la actividad del pensar es el primer miembro suprasensible del hombre; más adelante lo describiré con más detalle. Primero tenemos el cuerpo físico del hombre que puede ser percibido por nuestros órganos sensoriales ordinarios, y que ofrece resistencia al encontrarse con los órganos ordinarios del tacto. Luego tenemos nuestro primer miembro suprasensible, -podemos llamarlo cuerpo etérico o cuerpo de fuerzas formativas. Hay que llamarlo de alguna manera, pero el nombre es inmaterial. En el futuro lo llamaré cuerpo etérico o cuerpo de fuerzas formativas. Aquí tenemos nuestro primer miembro suprasensible, tan perceptible para un poder superior del tacto, en el que se ha transformado el pensar, como las cosas físicas son perceptibles para el sentido físico del tacto. El pensar se convierte en un tacto suprasensible, y por medio de este tacto suprasensible el cuerpo etérico o de fuerzas formativas puede ser, en el sentido superior, tanto captado como visto. Este es el primer paso real, por así decirlo, hacia el mundo suprasensible.

Por la forma misma en que he tratado de describir el paso del pensar a la experiencia de una fuerza real dentro de uno, se darán cuenta del poco sentido que tiene, en lo que concierne al genuino desarrollo espiritual, decir, por ejemplo, que cualquiera que desee entrar en el mundo espiritual por este camino se está entregando meramente a la fantasía o cediendo a la autosugestión. Pues la primera reacción de muchas personas es decir: "Cualquiera que hable de los mundos superiores en relación con un entrenamiento de este tipo está simplemente imaginando algo que se ha autosugestionado". Luego otros retoman el estribillo, diciendo tal vez: "Incluso es posible que alguien a quien le guste la limonada sólo tenga que pensar en ella e inmediatamente se le haga la boca agua, como si estuviera bebiendo limonada". La autosugestión tiene tal poder".

Todo esto puede ser ciertamente así, y cualquiera que esté tomando el camino correcto que hemos indicado hacia el mundo espiritual debe estar bien informado de las cosas que los fisiólogos y psicólogos pueden llegar a conocer intelectualmente, y debe tener un conocimiento completamente práctico de las precauciones que deben observarse. Pero a cualquiera que crea que puede persuadirse a sí mismo por autosugestión de que está bebiendo limonada, aunque no tenga ninguna, yo le respondería: "Sí, eso es posible - ¡pero muéstrenme al hombre que ha saciado una sed real con limonada imaginaria autosugestionada!". Ahí es donde empieza la diferencia entre lo que simplemente se imagina pasivamente y lo que realmente se experimenta. Manteniéndonos en contacto con el mundo real y haciendo que nuestro pensar sea activo, alcanzamos la etapa de vivir espiritualmente en el mundo de tal manera que el pensar se convierte en un tocar. Naturalmente es un tocar que no tiene nada que ver con sillas o mesas; pero aprendemos a tocar en el mundo espiritual, a entrar en contacto con él, a entrar en una relación viva con él. Precisamente por medio de este pensar activo aprendemos a distinguir entre las fantasías místicas de la autosugestión y la experiencia de la realidad espiritual.

Todas estas objeciones se deben a que la gente aún no ha examinado la forma en que el saber iniciático moderno describe el camino para hoy. Se contentan con juzgar desde fuera un asunto del que pueden haber oído simplemente el nombre, o del que han adquirido un pequeño conocimiento superficial. Aquellos que entran en el mundo espiritual de la manera aquí descrita, haciéndoles posible entrar en contacto con él y tocarlo, saben distinguir entre la mera formación de un concepto posterior de lo que han experimentado mediante el pensar activo y la propia experiencia perceptiva. En la vida ordinaria podemos distinguir muy bien entre la experiencia de quemarnos el dedo sin querer y la imagen posterior del incidente. Hay una diferencia muy convincente, ya que en un caso el dedo duele realmente, mientras que en el otro sólo duele en la imaginación. La misma diferencia se encuentra en un nivel superior entre las ideas que tenemos del mundo espiritual y lo que allí experimentamos realmente.

Ahora bien, lo primero que se alcanza de este modo es el verdadero auto conocimiento. Pues, así como para nuestra percepción inmediata tenemos en la vida, aquí una mesa, sillas allá, y todo este espléndido salón -¡con el reloj que no funciona!-, y así sucesivamente; así como todo esto está ante nosotros en el espacio, y es perceptible en cualquier momento, así se da a conocer, para el pensar que se ha vuelto activo y real, el mundo del tiempo, inicialmente en la forma del mundo del tiempo que está ligado al propio ser humano. Las experiencias pasadas, que normalmente sólo pueden recuperarse como imágenes de la memoria, se presentan ante él como un cuadro inmediatamente presente de acontecimientos del pasado. Las personas que experimentan un shock por la amenaza de una muerte inminente, tal vez por ahogamiento, describen lo mismo; y eso que describen también lo confirman, -siempre añado esto-, aquellas personas que piensan de un modo totalmente materialista. A alguien que se encuentra en peligro de muerte puede aparecerle un cuadro interior de su vida pasada. Y esto es, en efecto, lo que les sucede también a las personas que han hecho activo su pensar; de pronto surge ante sus almas un cuadro de su vida desde el momento en que aprendieron a pensar hasta el presente. El tiempo se convierte en espacio; el pasado se hace presente; un cuadro se presenta ante sus almas. Lo más característico de esta experiencia, -mañana tendré que profundizar en ello-, es que, al ser todo como un cuadro, se sigue teniendo cierta sensación de espacio, pero sólo una sensación. Pues el espacio que ahora se experimenta carece de la tercera dimensión; es sólo bidimensional, como en una imagen. Por esta razón llamo a esta cognición Imaginativa, -una cognición pictórica que trabaja, como en una pintura, con dos dimensiones.

Puede que se pregunten: Cuando tengo esta experiencia de sólo dos dimensiones, ¿Qué ocurre si, aún experimentando dos dimensiones, voy más allá? No hay ninguna diferencia. Perdemos toda experiencia de una tercera dimensión. En una ocasión posterior hablaré de cómo, en nuestros días, debido a que ya no hay conciencia de tales cosas, la gente que busca lo espiritual busca una cuarta dimensión como camino hacia ello. La verdad es que cuando pasamos de lo físico a lo espiritual, no aparece ninguna cuarta dimensión, sino que la tercera desaparece. Debemos acostumbrarnos a los hechos reales en esta esfera, como hemos tenido que hacer en otras. Antes se pensaba que la Tierra era plana y que se extendía en una región indefinida donde acababa bruscamente; y así como fue un avance cuando la gente supo que si navegamos alrededor de la Tierra volvemos a nuestro punto de partida, así también será un avance en nuestra comprensión interior del mundo cuando sepamos que, en el mundo espiritual, no pasamos de la primera, segunda y tercera dimensiones a una cuarta, sino que volvemos a dos dimensiones solamente. Y veremos cómo, finalmente, volvemos a una sola. Ese es el verdadero estado de cosas.

Podemos ver cómo, al observar el mundo exterior, la gente hoy en día se aferra de una manera superficial a los números: primera dimensión, segunda, tercera - y por tanto debe haber una cuarta. No, no solo no la hay, sino que volvemos a las dos dimensiones; la tercera se disuelve y llegamos a un conocimiento verdaderamente imaginativo. Cuando examinamos en imágenes poderosas las experiencias de nuestra vida terrenal pasada, nos llega primero como un cuadro de nuestra vida, y cómo las hemos atravesado interiormente. Y esto difiere considerablemente de los simples recuerdos.

 Las imágenes de la memoria ordinaria nos hacen sentir que proceden esencialmente de conceptos del mundo exterior, experiencias de placer, dolor, de lo que otras personas nos han hecho, de su actitud hacia nosotros. Eso es lo que experimentamos principalmente en nuestros recuerdos puramente conceptuales.

En el cuadro del que estoy hablando, es diferente. Allí experimentamos... bueno, pongamos un ejemplo. Tal vez hace diez años conocimos a alguien. En la memoria ordinaria veríamos cómo vino a nuestro encuentro, qué nos hizo de bueno o de malo, etcétera. Pero en el cuadro de la vida revivimos la primera vez que vimos a ese hombre, lo que hicimos y experimentamos para ganarnos su amistad, cuáles fueron nuestras impresiones. De manera que en dicho cuadro, sentimos lo que se desarrolla exteriormente desde nuestro interior, mientras que la memoria ordinaria muestra lo que se desarrolla interiormente desde fuera.

Así pues, del cuadro podemos decir que nos trae algo parecido a una experiencia presente en la que una cosa no sigue a otra, como en el recuerdo, sino que una cosa está al lado de otra en un espacio bidimensional. De ahí que el cuadro de la vida pueda diferenciarse fácilmente de las imágenes del recuerdo.

Ahora bien, con ello lo que se consigue es un aumento de nuestra actividad interior, la experiencia activa de la propia personalidad. Esta es su característica esencial. Uno vive y desarrolla más intensamente las fuerzas que irradian de la personalidad. Una vez superada esta experiencia, hay que ascender un peldaño más, y esto es algo que nadie hace de buen grado. Ello implica la más rigurosa disciplina interior. Porque lo que se experimenta a través de esta panorámica de vida, a través de las imágenes que presentan al alma las propias experiencias, nos proporciona un sentimiento de felicidad personal, incluso en el caso de experiencias pasadas que fueron realmente dolorosas. A este conocimiento imaginativo se une un sentimiento de felicidad tremendamente fuerte.

Es este sentimiento subjetivo de felicidad el cual ha inspirado todos esos ideales y descripciones religiosas, -en el Mahometanismo, por ejemplo-, donde la vida más allá de la Tierra es representada en términos tan brillantes. Son el resultado imaginativo de esta experiencia de felicidad.

Para dar el siguiente paso, es preciso olvidar este sentimiento de felicidad. Porque cuando, en perfecta libertad, hemos ejercido primero nuestra voluntad para hacer activo nuestro pensar por medio de la meditación y la concentración, como he descrito, y por medio de este pensar activo hemos avanzado hasta la experiencia del cuadro de la vida, tenemos entonces que emplear todas nuestras fuerzas en borrarlo de nuestra conciencia. En la vida ordinaria, esta eliminación es a menudo demasiado fácil. Los estudiantes que se examinan tienen buenas razones para quejarse de ello. El sueño ordinario tampoco es más que un borrado pasivo de todo lo que hay en nuestra conciencia diurna. El candidato a un examen difícilmente borrará sus conocimientos conscientemente; es un proceso pasivo, un signo de debilidad en el ámbito de los acontecimientos presentes. Sin embargo, cuando se ha adquirido la fuerza necesaria, este borrado es necesario para el siguiente paso hacia el conocimiento suprasensible.

Ahora bien, sucede fácilmente que, al concentrar todas las fuerzas de su alma en un tema que él mismo ha elegido, un hombre desarrolla el deseo de aferrarse a él, y como un sentimiento de felicidad está conectado con este proyecto de vida, se aferra a él con mayor facilidad y firmeza. Pero uno debe ser capaz de extinguir de la conciencia aquello por lo que se ha esforzado mediante el aumento de sus poderes. Como he señalado, esto es mucho más difícil que borrar cualquier cosa en la vida ordinaria.

Sin duda sabrán que cuando las impresiones de los sentidos de una persona han sido gradualmente apagadas; cuando todo está oscuro a su alrededor y no puede ver nada; cuando todo el ruido está apagado de modo que no oye nada e incluso las impresiones del día están suprimidas, se duerme. Esta conciencia vacía, que le sobreviene a cualquiera al borde del sueño, tiene ahora que producirse a voluntad. Pero mientras todas las impresiones conscientes, incluso las autoinducidas, tienen que ser borradas, lo más importante para el estudiante es permanecer despierto. Debe tener la fuerza, la actividad interior, para mantenerse despierto mientras ya no recibe impresiones del exterior, ni experiencia alguna. Se produce así una conciencia vacía, pero una conciencia vacía de la que uno es plenamente consciente.

Cuando todo lo que ha sido traído a la conciencia a través de fuerzas potenciadas es borrado y la conciencia se vacía, no permanece así, porque entonces se entra en la segunda etapa del conocimiento. Podemos llamarlo conocimiento Inspirativo, en contraste con el conocimiento Imaginativo. Si nos hemos esforzado por vaciar la conciencia mediante una preparación de este tipo, -entonces, al igual que el mundo visible está normalmente ahí para que lo vean nuestros ojos y el mundo sonoro para que lo oigan nuestros oídos-, se hace posible que el mundo espiritual se presente a nuestra alma. Ya no son nuestras propias experiencias, sino un mundo espiritual que nos empuja. Y si somos tan fuertes que hemos sido capaces de suprimir toda la vida de una vez, -dejándola aparecer y luego borrándola, de modo que después de experimentarla vaciamos nuestra conciencia de ella-, entonces la primera percepción que surge en este vacío es la de nuestra vida preterrenal, la vida anterior a la concepción y al descenso a un cuerpo físico. Esta es la primera experiencia suprasensible real que le llega al hombre después de haber vaciado su conciencia: él contempla su propia vida preterrenal. A partir de ese momento llega a conocer el lado de la inmortalidad que nunca se saca a la luz hoy en día. La gente habla de la inmortalidad sólo como la negación de la muerte. Ciertamente, este lado de la inmortalidad es tan importante como el otro, -tendremos mucho más que decir al respecto-, pero la inmortalidad que llegamos a conocer por primera vez de la manera que he indicado brevemente no es la negación de la muerte, sino el "no nacimiento", la negación del nacimiento; y ambos lados son igualmente reales. Sólo cuando los hombres vuelvan a comprender que la eternidad tiene estas dos caras, -inmortalidad y "no-nacimiento"- podrán reconocer de nuevo en el hombre lo que es perdurable, verdaderamente eterno.

Todas las lenguas modernas tienen una palabra para inmortalidad, pero han perdido la palabra "nonato", aunque las lenguas antiguas la tenían. Este lado de la eternidad, el "no nacer", se perdió primero, y ahora, en esta era materialista, amenaza el trágico momento en que puede perderse todo conocimiento de la inmortalidad, porque en el reino del puro materialismo la gente ya no está dispuesta a saber nada de la parte espiritual del hombre.

Hoy sólo he podido indicar, y muy brevemente, los primeros pasos en el camino hacia los mundos suprasensibles. En los próximos días se describirá algo más, y luego volveremos sobre lo que puede saberse en ese camino sobre el hombre y el mundo, en el presente y en el pasado, y también sobre lo que debe saberse para el futuro.

Traducido por J.Luelmo ago,2023