GA114 Basilea 16 de sept. de 1909 - evangelio de S. Lucas 2ª conferencia

RUDOLF STEINER
LA CRÓNICA DEL AKASHA
Y LA MISIÓN DE LOS BODISATVAS Y DEL BUDA

Basilea 16 de sept. de 1909

segunda conferencia

A través de los tiempos de la evolución del cristianismo, el Evangelio de Juan siempre ha sido el documento que ha producido la más profunda impresión en todos aquellos que quisieron ahondarse íntimamente en las corrientes crísticas del mundo, por lo cual fue también el libro de todos los místicos crísticos con el afán de imitar en su propia vida lo que el Evangelio de Juan expone como la personalidad y la esencia del Cristo Jesús. Algo distinta ha sido la actitud de la humanidad cristiana frente al Evangelio de Lucas, en el curso de los siglos, lo que concuerda, desde otro punto de vista, con lo indicado en la conferencia anterior sobre la diferencia entre los Evangelios de Juan y de Lucas. Así como el Evangelio de Juan, en cierto sentido fue el libro de los místicos, el de Lucas siempre fue una fuente de edificación para todos aquellos que desde la sencillez del corazón supieron elevarse a las esferas del sentir cristiano. El Evangelio de Lucas acompaña el correr de los tiempos como libro devocional. Siempre ha sido fuente de consuelo interior para todos los hombres oprimidos por el dolor. Pues este Evangelio habla mucho del gran consolador y benefactor de la humanidad, del Salvador de los afligidos y oprimidos. Siempre ha sido un libro al que particularmente acudieron los que quisieron compenetrarse del amor cristiano, porque en este Evangelio, más que en otros documentos crísticos, se describe el poder y la profundidad del amor. Todos aquellos que de algún modo son conscientes - y en el fondo se puede decir esto de todos los hombres - de haber agraviado el propio corazón, por cualquier falta, siempre han encontrado, en este Evangelio, edificación y consuelo para el alma oprimida, al decirse que el Cristo no vino sólo para los justos, sino también para los pecadores, pues ha comido en la misma mesa con pecadores y publicanos. Si para experimentar lo profundo del Evangelio de Juan se requiere una elevada preparación, se puede decir, en cambio, que no hubo alma tan baja, humilde e inmadura, que no sintiese plenamente todo el calor que emana del Evangelio de Lucas, y por ello fue siempre un libro edificante, aun para el ánimo más simple. Todo lo que en el alma humana conserva su carácter infantil, desde la niñez hasta la ancianidad, se sintió siempre atraído por este Evangelio. Sobre todo lo que en el arte ha servido para la representación gráfica de las verdades del cristianismo, y lo que en el arte y en la pintura siempre ha hablado más profundamente al corazón humano, lo encontramos principalmente en el Evangelio de Lucas, y de él fluye en el arte, aunque también se ha tomado mucho de los demás Evangelios. Todos los profundos vínculos entre el Cristo Jesús y Juan Bautista, que encontraron su expresión en tantas obras de arte, tienen su origen en este libro de eterno valor. Quien desde este punto de vista se compenetre de su contenido, verificará que desde el comienzo al fin es la expresión del principio del amor, de la piedad y de la ingenuidad y, hasta cierto grado, de la inocencia infantil. Esta inocencia encuentra, por cierto, su más cálida expresión, justamente en la narración del nacimiento de Jesús de Nazareth que nos da el autor del Evangelio de Lucas. A medida que vayamos penetrando en este singular documento, lo comprenderemos cada vez mejor.
No es posible dar la verdad, en todo su alcance, con una sola exposición; y hoy será necesario señalar un aspecto de las verdades del cristianismo que podría parecer contradictorio a lo expuesto en otras conferencias. Al exponer las distintas corrientes de la verdad, se podrá mostrar que todas guardan entre sí la más perfecta armonía y concordancia, incluso lo expuesto sobre el Evangelio de Juan. Hoy me incumbe contemplar una parte más bien desconocida de las verdades del cristianismo.
Un maravilloso pasaje del Evangelio de Lucas nos indica que, a los pastores en el campo, se les hace visible el Ángel del Señor que les anuncia que ha nacido el “Salvador del Mundo”. Luego se dice que después de la anunciación acompañó al ángel una “multitud de los ejércitos celestiales”. De modo que debemos representarnos toda esta imagen: que los pastores alzan la vista y aparece ante ellos “el cielo abierto”, y las entidades del mundo espiritual se asoman ante ellos en una grandiosa imagen.
¿Qué es lo que se anuncia a los pastores?.
Se les anuncia con monumentales palabras, que siempre fueron repetidas en el curso de toda la evolución de la humanidad, y que se convirtieron en las palabras navideñas de la evolución cristiana. En el oído de los pastores resonaron las palabras que en su correcta versión dicen aproximadamente así: “Se manifiestan las entidades divinas de las Alturas para que la paz reine sobre la Tierra entre los hombres compenetrados de buena voluntad”. La palabra “gloria” usada generalmente se debe a una traducción errónea. La traducción correcta es la que acabo de dar. Debiera destacarse expresamente el contraste de que los pastores perciben la manifestación de las entidades espirituales de las Alturas y que esto ocurre en aquel preciso momento, para que la paz penetre en los corazones humanos que estén compenetrados de buena voluntad. Veremos que en estas palabras correctamente comprendidas reside, bien mirado, muchísimo de los misterios del cristianismo. Pero hemos de recurrir a ciertas consideraciones con el fin de arrojar luz sobre estas palabras paradigmáticas. Ante todo debemos tratar de considerar lo que el sentido clarividente del hombre percibe en la Crónica del Akasha. Se trata ante todo de dirigir la mirada del ojo espiritual hacia la época en que el Cristo Jesús apareció para la humanidad y preguntarnos: ¿Cómo se presenta lo que entonces entró espiritualmente en la evolución terrestre, si lo estudiamos en todo el devenir histórico y si preguntamos: De dónde ha venido?.
En aquel momento entró algo en la evolución de la humanidad que fue como una confluencia de corrientes espirituales desde las más diversas direcciones. Todo lo que había surgido en el curso de los tiempos, como las más diversas concepciones del mundo, en las distintas regiones de la Tierra, confluyó entonces en el territorio de Palestina y de algún modo encontró su expresión en aquellos acontecimientos palestinenses. Nos podemos preguntar: ¿Cuál es el origen de estas corrientes que confluyen, como en su centro, en los acontecimientos palestinos?.
En la conferencia anterior ya se ha dicho que en el Evangelio de Lucas se da lo que llamamos el “conocimiento imaginativo” que se adquiere en forma de panoramas o imágenes. Es también una imagen cuando se nos dice que para los pastores aparece en lo alto la manifestación de las entidades espirituales de la Altura; primero la imagen de un solo ser espiritual, un ángel, después la imagen de una multitud de ángeles. Debemos preguntar: El hombre clarividente y al mismo tiempo iniciado en los misterios de la existencia, ¿Como considera esta imagen, que él puede reproducir en todo momento en que dirige la mirada retrospectiva a la Crónica del Akasha?. ¿Qué es lo que se presentó a los pastores y qué hubo en esa multitud de ángeles y de dónde había venido?.
En esta imagen se manifestó una de las grandes corrientes espirituales de la evolución de la humanidad que paso a paso había progresado, cada vez más, de modo que en los tiempos de los acontecimientos palestinos resplandeció sobre la Tierra desde las Alturas espirituales. Si desciframos lo que nos dice la Crónica del Akasha, y si partimos de la visión de los pastores de esta “multitud de ángeles”, hemos de remontarnos a una de las más grandes corrientes espirituales de la evolución de la humanidad, la que, por última vez, varios siglos antes del advenimiento del Cristo Jesús en la Tierra, se había manifestado como “budismo”. El que, partiendo de la revelación dada a los pastores, se remonta a los tiempos pasados de la humanidad, guiado por la Crónica del Akasha, es conducido - si bien podría parecer extraño - a lo que fue la “iluminación” del gran Buda. En la revelación dada a los pastores reapareció lo que allá en la India había resplandecido como la religión de la piedad y del amor, una concepción del mundo que entonces había conmovido el espíritu y el corazón de los hombres y que aún en nuestros tiempos es alimento espiritual para gran parte de la humanidad. Fue una de las corrientes que debieron volcarse en la revelación palestina. Para comprenderlo bien, desde el punto de vista de la investigación de la ciencia espiritual, debemos echar una mirada a lo que el Buda fue para la humanidad y los efectos de la revelación del Buda en el curso de la evolución. Se trata de lo siguiente:
Cuando el Buda compareció en el lejano Oriente, cinco a seis siglos antes de nuestra era, reapareció en él una individualidad que anteriormente se había reencarnado muchísimas veces y que a través de sus múltiples vidas terrenales se había elevado a un alto grado de evolución humana. El Buda pudo llegar a ser lo que fue, solo porque en sus encarnaciones anteriores ya había alcanzado un altísimo grado de evolución, en toda la extensión de la palabra. Con un término oriental se llama “Bodisatva” el grado de evolución de una entidad cósmica que el Buda había alcanzado. (En varios ciclos de conferencias anteriores he hablado sobre la naturaleza de los Bodisatva: “Jerarquías Espirituales y su reflejo en el mundo físico”, Düsseldorf, 1909; “El Oriente a la luz del Occidente”, Munich, 1909.) Ahora hablaré sobre la naturaleza de los Bodisatvas bajo otro aspecto, y paso a paso se podrá verificar la concordancia de las distintas verdades.
Para llegar a ser “Buda”, primero se debe haber sido “Bodisatva”, que es el grado anterior al del Buda en el desarrollo individual. Examinemos ahora la naturaleza del Bodisatva desde el punto de vista de la evolución de la humanidad, lo que sólo es posible por medio de la ciencia espiritual.
Las capacidades y las facultades que los hombres poseen en una determinada época, no las tuvieron siempre. Sólo un pensar de miras estrechas que no es capaz de juzgar el curso de la evolución, puede creer que ya en tiempos remotos existieron las mismas facultades que los hombres poseen ahora. Las facultades humanas, lo que los hombres pueden realizar y saber, cambian de época en época. En nuestros tiempos, estas facultades alcanzan tal grado de desarrollo que el hombre - digamos - mediante su propio intelecto puede conocer esto o aquello, y decir con razón: “Comprendo que esto o aquello es verdad, la comprendo por medio de mi intelecto y de mi razón, puedo discernir entre lo moral y lo inmoral, entre lo que, en cierto sentido, es lógico o ilógico”. Pero seria un error creer que estas facultades del discernimiento fueron siempre inherentes a la naturaleza humana. Por el contrario, se han formado y desarrollado en el curso de los tiempos. Como el niño aprende de sus padres o de sus maestros, así el hombre ha tenido que aprender lo que hoy es capaz de hacer, mediante sus propias facultades, de entidades, las cuales, si bien vivieron encarnadas entre los hombres, pudieron comunicarse en los Misterios con entidades divino-espirituales superiores a ellas mismas, debido a sus propias facultades espirituales superiores. En el curso de la evolución, siempre hubo tales individualidades superiores, incorporadas en cuerpos físicos, con la capacidad de comunicarse con entidades espirituales más excelsas. Por ejemplo, antes que los hombres hubieran adquirido el don del pensamiento lógico, que hoy les permite usar su propia lógica, dependían de maestros mediadores que tampoco poseían la facultad de pensar lógico que se desarrolla en el cuerpo físico, pero que, no obstante, supieron pensar lógicamente debido al contacto que ellos tuvieron en los Misterios con entidades divino-espirituales que moran en regiones superiores.
Antes de que el hombre sobre la Tierra, por su propia naturaleza, fuese capaz de pensar lógicamente o de encontrar lo que exige la ética, hubo tales maestros que le enseñaron la lógica y la ética por la revelación que ellos recibieron de los mundos superiores. Fue precisamente una categoría de semejantes seres mediadores que llevan el nombre de “Bodisatva”. Ellos son, por lo tanto, entidades incorporadas en un cuerpo físico humano que con sus facultades se elevan hasta el comunicarse con las entidades divinoespirituales.
Antes de elevarse al grado de “Buda”, él fue, precisamente, un “Bodisatva”, vale decir una individualidad que en los Misterios pudo mantener comunicación con las entidades divino-espirituales. Una entidad como lo es el Bodisatva ha recibido en el mundo superior, en tiempos antiguos de la evolución, una determinada misión, y después permanece unida a ella.
Hablando entonces del Buda, hemos de decir que como Bodisatva había tenido una determinada misión que él había recibido en etapas de evolución anteriores a las épocas de Atlántida y de Lemuria y a que siempre se mantuvo unido. En el curso de los tiempos debió obrar de época en época y en cada una agregar a la evolución terrestre lo que ésta pudiera asimilar en virtud de su respectiva naturaleza. Para cada una de estas entidades que son los Bodisatvas llega, por lo tanto, un momento en que con respecto a su misión alcanza un determinado punto en que todo aquello que él “desde lo alto” ha podido verter en la humanidad, ha llegado a transformarse en su propia facultad humana. Pues lo que hoy es facultad humana, había sido antes facultad de entidades divino- espirituales, y desde las alturas espirituales, los Bodisatvas lo bajaron y lo dieron a los hombres. De modo que tal misionero espiritual llega a un punto en que puede decirse: “He cumplido mi misión; a la humanidad fue dado todo aquello para lo cual ha sido preparada a través de muchísimas etapas”. Es el punto en que el Bodisatva puede ser “Buda”. Y esto significa que ya no tendrá necesidad de volver a encarnarse en un cuerpo físico humano como tal entidad y con tal misión como acabo de caracterizarlo. Ha venido a encarnarse por última vez en el cuerpo físico-humano, y de ese momento en adelante ya no precisa encarnarse como semejante misionero. Para cumplir esa misión fue conducido a la Tierra de época en época, pero con su iluminación a Buda había llegado a su última encarnación. Se incorporó entonces en un cuerpo humano que había desarrollado al máximo las facultades que antes debieron enseñarse desde lo alto para transformarse paso a paso en propias facultades del hombre. Cuando el Bodisatva se ha desarrollado a tal grado que pueda dar a un cuerpo humano la perfección para que en éste puedan formarse las facultades que corresponden a las cualidades que se relacionan con la misión del Bodisatva, entonces cesa para él la necesidad de reencarnarse. Permanecerá en las regiones espirituales obrando desde ellas para promover y guiar el quehacer terrestre de los hombres. Los hombres tienen entonces la misión de seguir desarrollando lo que antes habían recibido desde las alturas celestes y deben decirse: “Ahora debemos desarrollarnos de manera tal que llegaremos a desenvolver las facultades que por primera vez fueron alcanzadas plenamente en aquella encarnación en que el Bodisatva las transformara en lo que fue el Buda”. Ser Buda significa representar en un hombre individual lo que el Bodisatva es capaz de representar; es decir, mostrar como tal entidad, después de haber obrado como Bodisatva de época en época, se presenta como ser humano individual en que se ha centralizado todo lo que antes fluía de las alturas celestes. Si el Bodisatva se hubiera retirado antes de su misión, los hombres no hubieran sido beneficiados de recibir estas facultades desde las alturas. Pero el hecho de haberlas reunido en un ser humano individual sobre la Tierra, se convirtió a la vez en germen para que en el porvenir los hombres pudiesen desarrollarlas en si mismos. La individualidad que en el curso de su evolución de Bodisatva jamás se incorporó totalmente en un cuerpo humano, sino que emergía hasta las alturas celestes, se aúna una vez íntegramente con un ser humano, de modo que es aprehendida enteramente por esta encarnación. Pero después de ello vuelve a retirarse. Porque con esta encarnación como Buda se ha dado a la humanidad cierta cantidad de revelaciones que debieron obrar en la ulterior evolución de la humanidad, y la entidad que fue Bodisatva y se convirtió en Buda, ha podido retirarse de la Tierra y elevarse a las alturas espirituales, a fin permanecer allí y dirigir el quehacer de la humanidad, desde regiones en que sólo es posible verla mediante ciertas facultades clarividentes.
¿Cuál fue la misión de aquella maravillosa, grande y poderosa individualidad a que comúnmente se le llama el “Buda”?.
Para comprenderlo, en el sentido del genuino esoterismo, hemos de considerar lo siguiente: la facultad cognoscitiva de la humanidad se ha desarrollado gradualmente. Frecuentemente hemos llamado la atención sobre el hecho de que en la época atlante, gran parte de la humanidad fue capaz de percibir el mundo espiritual de una manera clarividente, y que remanentes de la antigua clarividencia aún subsistían en la época postatlante. Si descendiéramos de la época atlante a la antigua época india, a la antigua persa, la egipcio-caldea y hasta la greco-romana,1 encontraríamos muchos hombres - bastante más de lo que se podría suponer - que poseían capacidades hereditarias de la antigua clarividencia, permitiéndoseles percibir el plano astral y las profundidades ocultas de la existencia. Aún en la época grecoromana era natural, para gran parte de los hombres, percibir el cuerpo etéreo humano, principalmente la parte cefálica, dentro de la nube etérea, la que se internó poco a poco en el interior de la parte física cerebral. Pero la humanidad debió ascender a la capacidad del conocer que paulatinamente llegó al perfectamente desarrollado conocimiento sensorial, el que se adquiere por medio de los sentidos exteriores y mediante las facultades espirituales que se basan en dichos sentidos. El hombre debió, por decirlo así, retirarse del mundo espiritual y entrar en la simple percepción sensorial, como asimismo en el pensar racional y lógico; debió decidirse a adquirir tal conocimiento no clarividente, porque es necesario atravesarlo para volver a adquirir en el porvenir el conocimiento clarividente, pero entonces unido con cuanto le es posible conquistar como conocimiento sensorial e intelectual. Actualmente, vivimos en una transición de los tiempos, entre el pasado en que la humanidad fue clarividente y un futuro en que el hombre será nuevamente clarividente. En este tiempo intermedio, la mayor parte de los hombres debe limitarse a lo que se percibe con los sentidos y lo que se comprende con el intelecto y el razonamiento, si bien es cierto que por doquier existen ciertos grados más elevados de la percepción sensorial y del conocimiento intelectual y racional. Hay quienes en una encarnación tienen poca noción de lo que constituye la “moralidad”, y que sienten poca compasión del destino de sus semejantes; los llamamos hombres de bajo nivel moral. Otros tienen las fuerzas intelectuales poco desarrolladas; los llamamos hombres de bajo nivel intelectual. Pero sabemos que estas fuerzas intelectuales del conocimiento son susceptibles de un alto grado de desarrollo, de modo que existen múltiples grados intermedios entre los hombres de poca moralidad o de bajo nivel intelectual hasta aquel grado que, según Fichte, puede llamarse “genio en moralidad” y que en su desarrollo llega a la más alta “fantasía moral”.2 También sabemos que en nuestra época es posible llegar a este grado de la perfección humana sin que el hombre posea fuerzas clarividentes, sino sólo por el desarrollo de las aptitudes de que dispone por la conciencia común. Pero a esta altura sólo ha podido llegar en el curso de la evolución. El hombre de los tiempos antiguos no hubiera podido alcanzar, por sí mismo, lo que el hombre actual llega a conocer hasta cierto grado por su propia inteligencia, y lo que es capaz de realizar en virtud de su propia fuerza moral, o sea, que debe sentir compasión de los dolores y penas de los demás. Se puede decir que el sano sentido moral del hombre de nuestros tiempos se eleva a esta comprensión sin tener clarividencia, y que comprenderá cada vez mejor que la piedad y la compasión representan la virtud suprema, y que sin amor la humanidad no podría progresar.
Esto, seguramente, lo puede reconocer el sentido moral que se intensificará más y más, mientras que en tiempos pasados este sentido moral no había sido capaz de reconocerlo por si mismo, ni tampoco podía el hombre comprender, por sí mismo, que la piedad y el amor pudiesen pertenecer al superior desarrollo del alma humana. Es por esta razón que entidades espirituales tuvieron que incorporarse en cuerpos humanos, y entre ellas figuran los Bodisatvas que desde los mundos superiores recibieron la revelación de las fuerzas que obran en la piedad y en el amor, para decir a los hombres cómo debían obrar a través de la piedad y del amor, puesto que los hombres aún no habían madurado para saberlo por sus propias fuerzas. En el curso de muchas épocas había sido necesario enseñar desde las alturas celestes lo que hoy los hombres llegan a conocer por su propia fuerza como la suprema virtud de la piedad y del amor a que se eleva el sentido moral. El maestro de la piedad y del amor fue en aquellos tiempos el Bodisatva que, como Gautama Buda, se encarnó por última vez. De modo que el Buda anteriormente había sido el Bodisatva, el maestro del amor y de la piedad y de todo lo que a ello concierne, a través de las épocas caracterizadas en que los hombres eran, en cierto modo, clarividentes por naturaleza; y él, como Bodisatva, encarnó en tales cuerpos humanos clarividentes. Y cuando había encarnado como “Buda” y dirigió la mirada retrospectiva al curso de sus encarnaciones anteriores, pudo saber lo que el alma había sentido interiormente cuando había visto las profundidades de la existencia que se ocultan detrás de la apariencia sensorial. En sus encarnaciones anteriores había poseído esta facultad, y con ella nació dentro de la estirpe de Sakia a la cual pertenecía Sudodana, el padre del Gautama. Cuando nació, era todavía Bodisatva, quiere decir que reapareció con el grado de evolución que había alcanzado en sus encarnaciones precedentes. Hijo de Sudodana, el padre, y Mayadevi, la madre, nació como Bodisatva. Pero, precisamente, por haber nacido como “Bodisatva” poseía desde niño la facultad clarividente en alto grado, capaz de penetrar en las profundidades de la existencia.
Tengamos presente que el “penetrar en las profundidades de la existencia” ha tomado diversas formas especificas en el curso de la evolución de la humanidad. Fue la finalidad de la evolución de la humanidad sobre la Tierra, hacer disminuir paulatinamente el don de la antigua clarividencia opaca; y lo que como remanente de ella había quedado, no era la parte mejor, pues ésta se había perdido primero. Lo que había quedado, era justamente una visión de las potencias demoníacas que hacen descender al hombre a la esfera inferior de sus instintos y pasiones. Mediante la iniciación, podemos percibir las fuerzas y entidades del mundo espiritual que se vinculan con los mejores pensamientos y sentimientos de la humanidad, pero también percibimos las potencias espirituales que están detrás de la desenfrenada pasión, de la impetuosa sensualidad y del egoísmo devorador. Esta visión de las potencias demoníacas subsistía en la gran mayoría de los hombres, no así en los “iniciados”. Naturalmente, quien posee en verdad la visión del mundo espiritual, puede percibir todo esto, según el desarrollo de las facultades del hombre. No es posible alcanzar una visión sin la otra.
El Buda, al nacer como Bodisatva, tuvo que encarnarse naturalmente en un cuerpo humano que poseía la organización típica de aquel tiempo, un cuerpo que le proporcionaba la facultad de mirar profundamente en los fundamentos astrales de la existencia. Ya de niño era capaz de percibir las potencias astrales de las cuales dependen las pasiones impetuosas y la sensualidad devoradora y ávida. Se le había preservado de ver el mundo externo con su perversidad física, sus dolores y sufrimientos. Aislado en el palacio, guarecido de toda influencia exterior, mimado y mal acostumbrado, porque esto se consideraba adecuado a su posición social, según los prejuicios de la época. Pero debido a este aislamiento, su fuerza de visión interior llegó a manifestarse tanto más. Mientras así quedaba guarecido de todo lo que tiene que ver con enfermedades y sufrimientos, tenia, en medio de su aislamiento, el ojo espiritual abierto a las imágenes astrales. Se cernían en torno suyo las imágenes astrales de todas las pasiones impetuosas que pueden tirar al hombre hacia abajo. Esto lo podrá entrever, después de enterarse de lo expuesto ahora, quien sepa leer con el ojo espiritual y con verdadero esoterismo, la biografía del Buda. Pues hay que hacer notar que de las descripciones exotéricas, mucho no es comprensible, sin que se penetre en los fundamentos esotéricos, y justamente la vida del Buda es lo que menos se comprende a través de los relatos exotéricos.
En realidad, debería parecer extraño que los orientalistas y otros que se ocupan de la vida del Buda, digan que según su biografía, estaba rodeado en su palacio de “cuarenta mil bailarinas y ochenta y cuatro mil mujeres”. Esto se encuentra descrito hasta en las ediciones populares, pero sus autores, al parecer, no se extrañan mucho de un harén de “cuarenta mil bailarinas y ochenta y cuatro mil mujeres”. Pero ¿Qué significa esto?. La gente no sabe que esto se refiere a lo que el Buda, por medio de la visión astral, ha vivenciado en el máximo grado posible y en lo más profundo del corazón. Se refiere a lo que él, desde la infancia, vio como fuerzas activas en el mundo espiritual, sin experimentar directamente todo el sufrimiento y las penas del mundo físico humano. Lo vio porque en aquel tiempo pudo nacer en un cuerpo adecuado, y porque desde el principio estuvo protegido, fortalecido y elevado sobre todas las terribles imágenes que él percibía en torno suyo, debido a que en sus encarnaciones anteriores se había elevado a la altura del Bodisatva. Pero como en esta encarnación vivió como la individualidad del Bodisatva, se sintió impulsado a dejar el palacio para ver lo que le indicaba cada una de las imágenes de ese mundo astral que en el palacio le circundaba. Se sintió impulsado a abandonar su “prisión” para conocer el mundo. Esta fue la fuerza impulsiva de su alma, pues, como Bodisatva, vivió en él una suprema fuerza espiritual. Fue la fuerza espiritual vinculada a la misión de enseñar a la humanidad todo el poder de la piedad y del amor y todo lo que a esto concierne. Para ello debía salir al mundo para conocer la humanidad, debía verla en aquel mundo en que ella puede compenetrarse de la doctrina de la piedad y del amor, en virtud del sentido moral. ¡En el mundo físico debía conocerla!. Debió elevarse del Bodisatva al Buda como hombre entre hombres. Esto sólo le fue posible si renunciaba a todas las facultades que le habían quedado de sus encarnaciones anteriores, y si entraba en el plano físico para vivir con los hombres de manera que en el seno de la humanidad representaba un prototipo, un ideal y un ejemplo para el desarrollo de las referidas cualidades singulares.
Naturalmente, para elevarse así del Bodisatva al Buda, hay que cumplir diversos grados intermedios de desarrollo, pues esto no se realiza de por si. Se sintió impulsado a dejar el palacio real, y la reseña nos dice que un día, al haberse “evadido” del palacio-prisión encontró a un anciano. Hasta entonces sólo había quedado rodeado de aspectos de juventud; se le había hecho creer que únicamente existe la pujante fuerza de la juventud; pero ahora, al ver al anciano, había llegado a conocer la “vejez” en el plano físico. Después vio a un hombre enfermo y más tarde a un cadáver, quiere decir que llegó a conocer la “muerte” en el plano físico. Todo esto se presentó ante su alma, al conocer el plano físico. Más que la ciencia exterior, nos dice la verdad una leyenda sobre lo que realmente es el Buda: Al dejar el palacio real, sucedió que el caballo que tiraba la carroza, sufrió tanto porque el Buda estaba por dejar todo lo que le rodeaba desde su nacimiento, que lleno de tristeza murió, y que luego fue transferido al mundo espiritual como entidad espiritual. En esta imagen se expresa una profunda verdad. Nos apartaría del tema, si quisiera explicar extensamente por qué se elige justamente el caballo para significar una fuerza espiritual humana. Sólo recordaré que Platón habla de un caballo que él lleva de la rienda, como imagen de ciertas facultades humanas, dadas aún desde lo alto, y no desarrolladas en la propia interioridad del hombre. Cuando el Buda sale del palacio real, deja atrás las facultades no desarrolladas en el interior del alma propia; las deja en los mundos espirituales, desde donde siempre le habían guiado. A esto alude la imagen del caballo que muere al abandonarlo, y que luego es transferido al mundo espiritual. Pero sólo paso a paso puede el Buda alcanzar lo que debió ser en su última encarnación sobre la Tierra, pues debió llegar a conocer en el plano físico lo que como Bodisatva sólo había conocido por la visión espiritual.
Primero va a conocer a dos maestros. Uno es representante de aquella concepción de la antigua India que se denomina filosofía del Sankya; el otro es representante de la filosofía del Yoga. El Buda estudia lo que ambas pueden ofrecerle, y vive en ello; pues por más alto que sea el grado de desarrollo de un ser, debe cada vez familiarizarse con lo externo que la humanidad ha adquirido. Si bien el Bodisatva es capaz de aprenderlo más pronto, es preciso que lo aprenda. Si hoy renaciese el Bodisatva que vivió seis o siete siglos antes de nuestra era, debería aprender como los niños en la escuela, para apropiarse de lo que ha sucedido en la Tierra, mientras él vivía en las alturas celestes. Así también, el Buda debió aprender lo que había sucedido desde su encarnación precedente.
De uno de los maestros aprendió la filosofía del Sankya, del otro la del Yoga. Así pudo orientarse acerca de las concepciones del mundo que para muchos solucionaban entonces los enigmas de la vida; también pudo saber lo que experimentaba un alma bajo la influencia de aquellas filosofías. En la filosofía del Sankya conoció una concepción del mundo de un sutil pensamiento lógico, pero cuanto más profundamente penetraba en ella, tanto menos satisfacción le daba, hasta que se convertía en una telaraña, carente de vida. Él sintió que debía buscar la fuente de su misión, no en la tradicional filosofía del Sankya, sino en otra dirección. La filosofía del Yoga de Patanjali era la que por medio de ciertos procesos anímicos interiores buscaba la unión con lo divino. La estudió igualmente, la hizo suya como si fuera una parte de su ser; pero ella tampoco le daba satisfacción, pues se dio cuenta que era algo que había venido transmitiéndose desde tiempos antiguos, pero que los hombres necesitaban otras facultades y debían realizar en sí mismos un desarrollo moral. Después de haber examinado la filosofía del Yoga en su propia alma, el Buda vio que no pudo ser la fuente de su misión de entonces. Luego tuvo contacto con cinco ermitaños que mediante una severa autodisciplina con mortificaciones y privaciones habían tratado de penetrar en los misterios de la existencia. El Buda probó también este camino, mas tampoco pudo considerarlo como fuente de su misión en aquella época. Durante algún tiempo se sometió a las privaciones y mortificaciones de los monjes, sufrió hambre como ellos a fin de extinguir la avidez y de suscitar fuerzas más profundas, que surgen precisamente cuando el cuerpo está debilitado por el ayunar, y que desde lo hondo de la corporalidad humana pueden elevar al hombre rápidamente al mundo espiritual. Pero justamente por haber alcanzado su alto grado evolutivo, el Buda se dio cuenta de lo inútil de la mortificación, del ayunar y sufrir hambre, pues, por ser el Bodisatva, y debido a su evolución en las encarnaciones anteriores le había sido posible desarrollar el cuerpo humano hasta el más alto grado de perfección en aquel tiempo. El que se eleve a cierto grado de la filosofía del Sankya o del Yoga, sin haber desarrollado lo que el Buda ya había cumplido, y el que quiera elevarse a las alturas del espíritu divino por medio del pensar lógico, sin haber adquirido el sentido moral como lo enseña el Buda, se encontrará ante la tentación que el Buda experimentó en forma de prueba y a que se alude cuando se habla de la tentación por el demonio Mara. En esta tentación, todos los demonios de la arrogancia, de la vanidad y de la ambición atacan al hombre. El Buda llegó a conocerla al enfrentar a Mara, el demonio de la vanidad y de la ambición, pero por encontrarse en el alto grado del Bodisatva, lo reconoció y estuvo protegido contra él. Pudo entonces decirse: Si los hombres en su evolución siguen el viejo camino, sin dejarse guiar por el sentido moral y la enseñanza del amor y de la piedad, deberán caer, puesto que no todos son Bodisatvas, bajo la influencia del demonio Mara, que hace penetrar en el alma todas las fuerzas de la arrogancia y de la vanidad. Esto es lo que el Buda experimentó en sí mismo, al compenetrarse de las filosofías del Sankya y del Yoga, hasta sus últimas consecuencias. En cambio, al encontrarse con los monjes, experimentó algo distinto. En este caso, el demonio tomó otro aspecto que se caracteriza por el hecho de que él presenta al hombre todos los bienes físicos exteriores, algo así como “los reinos del mundo y sus tesoros”, para distraer su atención de lo que es el mundo espiritual. Justamente se sucumbe a esa tentación cuando se practica la mortificación; esto lo vio Buda frente al demonio Mara que le decía: “¡No te dejes inducir a abandonar todo lo que posees como el hijo del rey, sino que vuelve otra vez al palacio!”. Cualquier otro se hubiera dejado vencer por tal halago, pero el Buda fue capaz de desenmascarar al seductor; él pudo ver lo que habría tocado a la humanidad, si hubiera seguido el camino de buscar lo espiritual por la senda del ayunar y del hambre. Como él mismo estuvo protegido contra ello, pudo señalar a los hombres el gran peligro que sobrevendría, si se propusieran penetrar en el mundo espiritual sólo mediante el ayunar y otros medios externos, sin el amplio fundamento del activo sentido moral.
De este modo, el Buda, como Bodisatva, había alcanzado los dos extremos límites del desarrollo humano, que el hombre en general, como no es Bodisatva, debiera eludir totalmente. Traduciéndolo en lenguaje común, podríamos decir: “El supremo saber es soberbio y hermoso, pero búscalo con el corazón puro, con sentimiento noble y con ánimo purificado; de lo contrario serás presa del diablo de la arrogancia, de la vanidad y de la ambición” y la otra enseñanza es la siguiente: “No trates de penetrar en el mundo espiritual por cualquier sendero externo, por medio de mortificaciones y el ayuno, antes de haber purificado debidamente tu sentido moral; de lo contrarío, el seductor te acosará desde el otro lado”. Estas son las dos enseñanzas del Buda cuya luz llega a nuestros tiempos. Así nos enseñó el Buda, cuando aún era Bodisatva, lo que es la esencia de su misión. Pues su misión en aquel tiempo fue traer a la humanidad este sentido moral, cuando los hombres aún no eran capaces de desarrollarlo con la fuerza de su corazón. Habiendo reconocido el peligro del ascetismo para la humanidad, abandonó a los cinco ermitaños y se dirigió al lugar donde, concentrándose interiormente, de una manera adecuada a nuestra época actual, en las facultades de la naturaleza humana que pueden desarrollarse sin la antigua clarividencia y sin lo heredado de tiempos pasados, él pudo realizar en el máximo grado todo lo que la humanidad, mediante estas facultades, a su debido tiempo, podrá lograr.
Bajo el “Árbol Bodi”, a los veintinueve años de edad, después de haber abandonado el sendero del ascetismo exclusivo, en siete días de contemplación, se le revelaron las siete grandes verdades que al hombre se revelan, cuando en la quietud de la concentración interior, trata de encontrar lo que las facultades humanas de nuestros tiempos actuales le pueden dar.
Se le revelaron entonces las grandes enseñanzas que él formuló en las así llamadas cuatro verdades y aquella gran doctrina de la piedad y del amor como la enseñó en el sendero de ocho etapas. De estas enseñanzas del Buda volveremos a ocuparnos. Hoy nos limitamos a señalar que estas enseñanzas son una expresión del sentido moral, de la purísima doctrina de la piedad y del amor. Surgieron por primera vez en la humanidad en aquel momento en que bajo el Árbol Bodi, el Bodisatva de la India se convirtió en el “Buda”, surgieron como facultad humana propia, y desde aquel tiempo los hombres poseen la capacidad de desarrollar por si mismos la doctrina de la piedad y del amor. En esto reside lo esencial, por lo que el Buda poco antes de morir dijo a sus íntimos discípulos: “No sufráis porque el maestro os abandona, yo os dejo algo; os dejo la ley de la sabiduría y la ley de la disciplina, que en el porvenir sustituirán al maestro”. Esto significa: “El Bodisatva que hasta ahora os ha enseñado lo que se expresa en esa enseñanza, puede retirarse ahora, al haber cumplido su encarnación sobre la Tierra. Pues los hombres habrán infundido en su propio corazón lo que antes fuera enseñado por un Bodisatva, y de la fuerza del propio corazón podrán desarrollado como la religión de la piedad y del amor”. Esto es lo que sucedió en la antigua India cuando en siete días de contemplación interior el Bodisatva se hizo Buda, y esto fue lo que él, en diversas formas, enseñó a sus discípulos. Más adelante hablaremos de la característica de esas formas.
Tuvimos que remontarnos a lo que sucedió seis siglos antes de nuestra era, porque sin la mirada retrospectiva por medio de la Crónica del Akasha, desde los acontecimientos de Palestina hasta el Sermón de Benarés, no seria posible comprender el camino del cristianismo; ante todo, no seria posible comprender al autor del Evangelio de Lucas que tan altamente describe este camino. El Buda, después de haber alcanzado este grado de su evolución, no tuvo ya necesidad de volver a encarnarse sobre la Tierra; se había convertido en entidad espiritual que se halla en los mundos espirituales, desde donde tuvo que obrar en todo cuanto sucediera en la Tierra. Y al prepararse el más importante acontecimiento sobre la Tierra, y encontrándose los pastores en la campiña, les apareció una individualidad que desde las alturas espirituales les anunció lo que se relata en el Evangelio de Lucas: “Y fue con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales”. Aquí hemos de preguntar: ¿Qué fue lo que se les apareció?.
La imagen que se presentó a los pastores fue el Buda glorificado, el Bodisatva de los tiempos antiguos, la entidad que a través de milenios y milenios había dado a los hombres el mensaje del amor y de la piedad. Ahora, después de su última encarnación sobre la Tierra, permaneció en las alturas celestiales, y en el cielo apareció a los pastores, junto con el ángel que les anunció el gran acontecimiento palestino.
Esto es el resultado de la investigación espiritual que nos evidencia que en lo alto, sobre los pastores, apareció el Bodisatva glorificado de los tiempos antiguos. La Crónica del Akasha nos enseña, por cierto, que en Palestina en la “Ciudad de David” nació un niño proveniente de la línea sacerdotal de la estirpe de David. Este niño (lo digo expresamente) que nació como hijo de padres que - al menos de la parte paterna descendían de la línea sacerdotal de la casa de David, estaba predestinado a recibir en su ser desde el nacimiento, la luz y la fuerza que del Buda pudo irradiar, después de haber sido elevado a las alturas espirituales. Con los pastores miramos pues hacia el pesebre donde nació “Jesús de Nazareth” (como se acostumbra llamarlo) y al mirar, percibimos la aureola y sabemos que en esta imagen se expresa la fuerza del Bodisatva convertido en Buda; es la misma fuerza que antes fluía a los hombres y que ahora actuó sobre la humanidad desde las alturas espirituales y cumplió su acción más importante al irradiar su luz sobre el niño de Belén para que éste pudiera entrar adecuadamente en la corriente evolutiva de la humanidad.
Cuando esta individualidad que en aquel momento irradió su fuerza sobre el niño de la estirpe de David, había nacido en la antigua India, quiere decir cuando el Buda había nacido como Bodisatva, hubo un sabio que tuvo la visión de toda la grandiosidad de lo que acabo de relatar. Lo percibido en los mundos espirituales le indujo al sabio, llamado Asita, a entrar en el palacio del rey para ver ese Niño-Bodisatva y al verlo, profetizó su grandiosa misión como Buda, prediciendo, para la consternación del rey, que ese niño no seguiría a su padre en el reinado, sino que seria Buda. Luego rompió a llorar, y al preguntársele, si alguna desventura sobrevendría al niño, Asita respondió: “No, pero lloro porque soy tan viejo que no podré ver el día en que este Salvador, el Bodisatva, caminará sobre la Tierra como Buda”. Asita murió antes de que el Bodisatva se convirtiera en Buda, de modo que tenía motivo para llorar. Mas aquel Asita que en el palacio de Sudodana sólo había visto al Bodisatva como recién nacido, renació más tarde en la personalidad de Simeón que, según el Evangelio de Lucas, presenció la “presentación en el templo”. Y el Evangelio relata que “el Espíritu Santo era sobre él”, cuando a Simeón le trajeron el niño. Asita se había puesto a llorar porque en aquella encarnación era demasiado viejo como para ver al Bodisatva convertirse en Buda. Ahora le fue dado ver el ulterior desarrollo de esta individualidad. Y porque el “Espíritu era sobre él” cuando el niño fue presentado en el templo, le fue posible percibir la aureola del Bodisatva glorificado sobre el Niño Jesús de la estirpe de David. Decía entonces a si mismo: “Ya no tengo por qué llorar, pues ahora veo lo que entonces no pude ver; veo sobre este niño a mi Salvador glorificado. Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz”.
Traduccion Julio Luelmo sept.2018

NOTAS

Nota del traductor: Son las épocas de la evolución de la humanidad, como Rudolf
Steiner las describe en su “Ciencia Oculta”.
Nota del traductor: “Fantasía moral” es un término que Rudolf Steiner usa en su
Filosofía de la Libertad”.

GA114 Basilea 15 de sept. de 1909 Los distintos aspectos de la iniciación- evangelio de San Lucas

Rudolf Steiner



EL EVANGELIO SEGÚN
SAN LUCAS

Diez Conferencias Pronunciadas en Basilea (Suiza)
del 15 al 24 de Septiembre de 1909


NOTA DEL TRADUCTOR

Entre los años 1906 y 1912, Rudolf Steiner pronunció cerca de 150 conferencias sobre los cuatro Evangelios (Lucas, Mateo, Marcos y Juan) en diversas ciudades de Alemania, Suiza y Noruega.
Según el autor, el contenido de estas conferencias es el resultado de su propia investigación espiritual, de modo que no se trata de comentarios, ni interpretaciones o exégesis de estos documento bíblicos. No obstante, el lector encontrará aquí revelaciones que eventualmente le permitirán comprender mejor diversos pasajes de las Escrituras; entre ellos los que tradicionalmente se consideran de difícil acceso o en que incluso pareciesen contradecirse los testimonios de los distintos Evangelistas.
Hacemos notar que los textos de estas conferencias se basan en apuntes taquigráficos que luego fueron dados a la publicación sin revisión previa de parte del autor.
Además, para formarse un juicio adecuado de su contenido, es preciso estar familiarizado con los conocimientos básicos de la Antroposofía. No obstante, se puede afirmar que aun sin tal requisito, el lector exento de prejuicios se verá beneficiado con nuevos y profundos conocimientos relativos al tema en particular.


LOS DISTINTOS ASPECTOS DE LA INICIACIÓN

Basilea 15 de sept. de 1909

primera conferencia

En conferencias pronunciadas en esta ciudad (Basilea) en el año 1907 hemos podido estudiar las profundas corrientes del cristianismo desde el punto de vista del Evangelio de Juan, y hemos visto cuán profundas se revelan en el estudio de este documento. Ahora se podría preguntar: ¿Es posible ampliar lo expuesto en aquellas conferencias, mediante el estudio de los demás documentos bíblicos, por ejemplo de los otros tres Evangelios, de Lucas, de Mateo y de Marcos?. Podría pensarse que después de haber tratado el Evangelio de Juan, en que se presentan las más profundas verdades del cristianismo, no fuese necesario ampliar su estudio desde el punto de vista de los otros tres Evangelios, sobre todo con relación al aparentemente menos profundo, es decir, al de Lucas.
Quien sostuviera tal punto de vista, estaría en un error. Pues no sólo es verdad que el cristianismo es, en su esencia, de inmensa profundidad, y que se lo puede contemplar desde los más diversos puntos de vista, sino que también es cierto - y lo demostrará este ciclo de conferencias - que si bien el Evangelio de Juan es un documento infinitamente profundo, hay muchas otras cosas que se pueden aprender con el estudio del Evangelio de Lucas. Aparte de lo que, en las conferencias sobre el Evangelio de Juan, hemos llamado las profundas ideas del cristianismo, existe la posibilidad de penetrar en él desde otro punto de partida, y éste consiste en contemplar el contenido del Evangelio de Lucas bajo la luz de la ciencia espiritual antroposófica.
Para ellos hemos de partir del hecho, ya comprobado por el estudio del Evangelio de Juan, de que los Evangelios son documentos concebidos por hombres con la más profunda visión de la naturaleza de la vida y de la existencia; pues ellos contemplaron las profundidades del mundo como clarividentes, como iniciados. Hablando en forma general, podemos emplear los términos “iniciado” y “clarividente” como equivalentes. Pero si en el curso de nuestras contemplaciones antroposóficas queremos penetrar más profundamente en la vida espiritual, debemos distinguirlos como dos categorías de hombres que han encontrado el camino a los dominios suprasensibles de la existencia. En cierto sentido existe una diferencia entre un iniciado y un clarividente, aunque también se puede decir que el iniciado es a la vez un clarividente, y que éste es un iniciado de cierto grado. Para discernir exactamente entre una y otra categoría de hombres - el iniciado y el clarividente - debe recordarse lo expuesto en mi libro “¿Como se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?”. Debe tenerse presente que hay esencialmente tres grados por los cuales se llega más allá de la percepción común del mundo. El conocimiento que es accesible al hombre en primer lugar, puede caracterizarse diciendo que el hombre percibe el mundo con los sentidos y que por medio del intelecto y las demás fuerzas del alma se apropia de lo que ha percibido. Más allá existen tres grados superiores del conocimiento del mundo: el primero es el llamado conocimiento imaginativo, el segundo es el del conocimiento inspirativo, y el tercer grado es el del conocimiento intuitivo, si concebimos la palabra “intuitivo” en su verdadero significado, según la ciencia espiritual.
¿Quién posee el “conocimiento imaginativo”?. Lo posee aquel para cuyo ojo espiritual se extiende en imágenes lo que está detrás del mundo de los sentidos, como en un grandioso cuadro, el cual, sin embargo, no se asemeja a lo que se llama “cuadro” en la vida común. Para el conocimiento imaginativo no existen las leyes del espacio tridimensional; además, hay otras peculiaridades de las imágenes de este primer grado, que no pueden compararse con propiedad alguna del mundo común de los sentidos.
Podemos formarnos una idea del mundo imaginativo, suponiendo que ante nosotros haya una planta, y que seamos capaces de extraer de ella todo lo que el ojo percibe como “color”, de manera que éste flote libremente en el aire. Si no hiciéramos otra cosa que extraer así el color de la planta, haciéndolo flotar libremente, tendríamos ante nosotros una forma muerta de color. Pero para el clarividente, esta forma no permanece muerta como imagen de color; sino que al extraer lo que en un objeto es color, esta imagen, gracias a la preparación y los ejercicios que él ha practicado, empieza a ser vivificada por el espíritu, de la misma manera como era vivificada en el mundo de los sentidos por lo material de la planta. El hombre tiene entonces, ante sí, no una forma de color sin vida, sino luz en colores, flotando libremente, irisante y resplandeciente de la manera más variada, pero con vida interior. De modo que cada color es la expresión de la peculiaridad de una entidad espiritual-anímica no perceptible en el mundo de los sentidos; vale decir que para el clarividente el color de la planta física empieza a ser la expresión de una entidad anímico-espiritual. Imagínense un mundo lleno de semejantes formas de colores irisantes, cambiando y transformándose incesantemente, pero no limiten la mirada a los colores como en el caso de un cuadro de relucientes reflejos en colores, sino imagínenlo como expresión de entidades espiritual-anímicas. Así podría decirse: “Si aquí destella una imagen de color verde, será para mí la expresión de un ser inteligente; o si destella una imagen de color rojizo claro, será para mí la expresión de una entidad pasional”. Represéntense ahora todo este mar de colores que se confunden - (también podría decir: un mar de sensaciones de sonidos que se confunden, o también de sensaciones de olores, de sabores, porque todas ellas son expresiones de entidades espirituales-anímicas que se hallan detrás de lo físico) -, entonces tienen ustedes lo que se llama el mundo imaginativo. No es lo que se entiende comúnmente por “imaginación”, o sea, lo que uno se imagina, sino que es un mundo real. Es una percepción de índole diferente de la sensorial.
En este mundo imaginativo se presenta al hombre todo lo que hay detrás del mundo de los sentidos y que él no percibe con sus “sentidos sensorios”, si queremos emplear este término: por ejemplo, el cuerpo etéreo y el cuerpo astral del hombre. Quien como clarividente llegue a conocer el mundo por medio de este conocimiento imaginativo, conocerá entidades superiores, en cierto modo en su aspecto exterior; así como se observa el aspecto sensorio exterior de las gentes al verlas pasar. Se llega a conocerlas mejor, si se presenta la oportunidad de conversar con ellas, porque a través de sus palabras los hombres nos revelan algo más de lo que se percibe al verlos pasar simplemente. En este caso, no es posible ver, por ejemplo, si la persona que pasa experimenta en su alma dolor o alegría, si la agobia la tristeza o la inspira el encanto. Pero todo esto puede saberse cuando se habla con ella. En el primer caso, esa persona ostenta pasivamente su aspecto exterior; en el otro caso, ella misma nos revela algo de su ser. Lo mismo ocurre con las entidades del mundo suprasensible. Quien como clarividente llegue a conocerlas por medio del conocimiento suprasensible, en cierto modo va a conocerlas solamente en su aspecto espiritual-anímico exterior. En cambio, si se eleva del conocimiento imaginativo al de la inspiración, llegará a oír lo que ellas mismas le comunican. Habrá entonces realmente un contacto directo con estas entidades. Ellas le comunican desde su propia interioridad lo que son y quienes son. Debido a ello, la inspiración es un grado de conocimiento superior a la simple imaginación; y cuando se asciende a la inspiración, se llega a saber mucho más de lo concerniente a los seres del mundo espiritual anímico, que lo alcanzable por medio del conocimiento imaginativo. Un grado de conocimiento aún superior es la intuición, no en el sentido habitual de la palabra con que suele llamarse “intuición” a todo lo confuso que se le ocurra a una persona, sino en su verdadero significado según la ciencia espiritual. Para esta ciencia, la intuición es un grado de conocimiento para el cual no es suficiente escuchar lo que las entidades comunican al hombre por sí mismas, sino en que él llega a la unificación con estas entidades, sumergiéndose en la propia naturaleza de ellas. Es un grado muy elevado del conocimiento espiritual, pues requiere ante todo que el hombre haya desarrollado en si mismo el amor hacia todos los seres; y que no haga distinción entre él y las demás entidades del ambiente espiritual, sino que haya derramado, por así decirlo, su propio ser en todo el ambiente espiritual. De modo que verdaderamente no se halle más fuera, sino dentro de las entidades mismas con las que se relaciona espiritualmente. Y como esto sólo puede ser en el caso de un mundo divino espiritual, se justifica plenamente el término “intuición”, esto es, “estar en Dios”. Así se nos presentan por ahora los tres grados de conocimiento del mundo suprasensible: la imaginación, la inspiración y la intuición.
Naturalmente, el hombre tiene la posibilidad de adquirir estos tres grados del conocimiento suprasensible. Pero también puede ser, por ejemplo, que en una determinada encarnación se alcance solamente el grado de la imaginación, en cuyo caso permanecen ocultas las regiones del mundo espiritual que sólo son accesibles a la inspiración y la intuición. En estas condiciones, el hombre es un “clarividente”. En nuestros tiempos no es usual que los hombres adquieran los grados superiores del conocimiento suprasensible, sin antes haber pasado por el grado de la imaginación; de modo que en las condiciones actuales difícilmente puede suceder que alguien “omita”, en cierto modo, el grado de la imaginación, para ser conducido directamente a la inspiración o a la intuición. Más lo que actualmente no sería lo correcto, pudo suceder en otras épocas de la evolución de la humanidad, y efectivamente solía suceder.
Hubo épocas en que los distintos grados de conocimiento estaban repartidos, en cierto modo, entre varios individuos; o sea, la imaginación por un lado, la inspiración e intuición por el otro. Así existían Misterios donde había personalidades con el ojo espiritual abierto; de tal manera, eran clarividentes para el ámbito de la imaginación, es decir, tenían acceso al mundo simbólico de las imágenes. Debido a que esos hombres, dotados de la clarividencia señalada, se decían: “Para esta encarnación renuncio a los grados superiores de la inspiración e intuición”, eran capaces de percibir exacta y claramente dentro del mundo de la imaginación. Se habían ejercitado particularmente para la percepción en ese mundo. Pero para ello les hacia falta algo más. Quien se limita a la percepción en el mundo de lo imaginativo y renuncia a penetrar en el mundo de la inspiración y la intuición, vive, en cierto modo, en la incertidumbre. Este mundo de lo imaginativo fluye y es, por decirlo así, “sin orillas”, y si el hombre queda abandonado a sí mismo, flota en él con su alma sin tener exacto conocimiento de una dirección y de una finalidad. Por esta razón, en aquellos tiempos y en los pueblos donde determinados hombres habían renunciado a los grados superiores del conocimiento, fue necesario que esos hombres clarividentes para la imaginación se vinculasen con absoluta devoción a sus guías, a aquellos que habían desarrollado la facultad de la visión espiritual de la inspiración y de la intuición. Sólo la inspiración y la intuición dan la certidumbre en el mundo espiritual, para saber exactamente: “Este es el camino que conduce a la meta”. En cambio, si no se posee el conocimiento inspirativo, no se puede saber: “Este es el camino que me conduce a la meta”. Y si ello no puede saberse, uno debe confiarse al conocedor que indica la dirección. Con toda razón, se ha insistido en muchos lugares que quien ascienda al conocimiento imaginativo debe vincularse íntimamente al “gurú”, quien lo guía y le indica la dirección y la meta para sus experiencias. Por otra parte, ha sido útil en cierta época (no más, en la actualidad), hacer “saltear” el grado del conocimiento imaginativo a determinados hombres, para conducirlos directamente al conocimiento inspirativo o bien, si era posible, al conocimiento intuitivo. Ellos renunciaban a percibir los aspectos imaginativos del mundo espiritual circundante, sólo se entregaban a las impresiones del mundo espiritual que emanan de la interioridad de las entidades espirituales. Con los oídos del espíritu percibían lo que dicen las entidades del mundo espiritual. Es como si se sintiera hablar a una persona detrás de una pared; no se la ve, pero se oye lo que dice. Realmente existe la posibilidad de que alguien renuncie, en cierto modo, a la visión en el mundo espiritual, con el fin de ser conducido más rápidamente a escuchar espiritualmente la palabra de las entidades superiores. No importa si un hombre ve o no las imágenes del mundo imaginativo: si él es capaz de percibir con el oído espiritual lo que dicen de si las entidades del mundo suprasensible, puede decirse que ese hombre está dotado del “Verbo interior”, en contraste con la palabra exterior empleada entre los hombres en el mundo físico.
Así se comprende que puede haber hombres que sin percibir el mundo imaginativo poseen el verbo interior y pueden oír y transmitir lo que dicen las entidades espirituales. Hubo tiempos en la evolución de la humanidad en que ambos caminos de las experiencias suprasensibles se practicaban en los Misterios. Debido a que cada uno de aquellos hombres renunciaba a la facultad especifica del otro, era capaz de desarrollar sus propias facultades más exactas y marcadamente, y así hubo en determinada época una maravillosa cooperación dentro de los Misterios. Se puede decir que existían entonces clarividentes imaginativos que se habían preparado especialmente para percibir el mundo de las imágenes, y había otros que habían omitido el mundo de lo imaginativo y se habían preparado para acoger en el alma el verbo interior que se recibe por la inspiración. Así cada uno podía comunicar al otro lo que había experimentado gracias a su preparación especial. Esto era posible en los tiempos en que existió entre los hombres un alto grado de confianza - que hoy no puede haber - simplemente debido al cambio operado en el curso de la evolución. El hombre de hoy no le “cree” al prójimo en forma tan absoluta como para escuchar sin reservas lo que éste le describe en términos de imágenes del mundo espiritual, para luego agregar sobre esa base lo que él mismo sabe por inspiración. Hoy en día cada uno quiere ver por si mismo. Esta forma se justifica para nuestros tiempos. Muy pocos se contentarían actualmente con un desarrollo exclusivo de la imaginación como se acostumbraba en otros tiempos. Por la misma razón es ahora necesario que el hombre sea conducido a través de los tres grados del conocimiento superior, sin omitir ninguno.
En todos los grados del conocimiento suprasensible se nos presentan los profundos misterios relacionados con el acontecimiento al que llamamos el advenimiento de Cristo. Los tres grados del conocimiento superior, el imaginativo, el inspirado y el intuitivo, nos pueden revelar una infinidad de hechos relacionados con este acontecimiento.
Volviendo entonces la mirada hacia los cuatro Evangelios, podemos decir que el Evangelio de Juan fue escrito desde el punto de vista de un iniciado en los misterios del mundo hasta el grado de la intuición, por lo que describe el advenimiento de Cristo como se presenta precisamente a la visión suprasensible que se eleva hasta la intuición. Pero quien observe exactamente las peculiaridades del Evangelio de Juan, debe reconocer (como lo veremos en este ciclo de conferencias) que todo aquello que en este Evangelio se presenta con particular precisión, está dicho desde el punto de vista de la inspiración y la intuición, mientras que todo lo resultante de la visión imaginativa, es pálido e indefinido. De modo que al autor del Evangelio de Juan (prescindiendo de lo que él ha tomado de la imaginación), lo podemos llamar el mensajero de todo aquello que con relación al advenimiento de Cristo se presenta al iniciado que posee el verbo interior en el grado de la intuición; él caracteriza los misterios del Reino de Cristo, hondamente compenetrado del Verbo interior o Logos. El Evangelio de Juan se basa en un conocimiento inspirado-intuitivo.
Para los otros tres Evangelios el caso es distinto. Nadie lo ha explicado tan claramente como el autor del Evangelio de Lucas. Precede a este Evangelio una breve y singular introducción, que dice aproximadamente lo siguiente: “en el pasado, muchos habían tentado a poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido certísimas” sobre los acontecimientos de Palestina, y que, con el fin de hacerla en forma más exacta y más ordenada, el autor del Evangelio de Lucas se propone exponer - y aquí vienen palabras significativas - lo que pueden comunicar aquellos que “desde el principio lo vieron por sus ojos y que fueron ministros del Verbo”. Vale decir que el autor de este Evangelio quiere transmitir lo que pueden decir los que fueron testigos oculares - mejor sería emplear la palabra “videntes” - y ministros del Verbo. En el sentido del Evangelio de Lucas, los “videntes” son hombres que poseen el conocimiento imaginativo, por lo que pueden penetrar en el mundo de las imágenes para percibir el advenimiento de Cristo; son videntes que perciben exacta y claramente y, al mismo tiempo, “ministros (o servidores) del Verbo”. ¡Una palabra significativa!. No dice “poseedores” del Verbo, pues en tal caso se trataría de personas en poder del pleno conocimiento inspirado, sino “servidores” del Verbo. Esto significa que no tienen inspiraciones en la misma medida en que disponen de las imaginaciones en virtud de su propia visión, sino que tienen a su disposición lo que se les hace saber del mundo de lo inspirado. A ellos, que son los servidores, se les comunica lo que percibe el inspirado, de manera que lo pueden transmitir porque sus maestros inspirados se lo han dicho. Ellos son servidores, no poseedores del Verbo.
Así se comprende que el Evangelio de Lucas se basa en las comunicaciones de los que ven y experimentan por sí mismos los mundos imaginativos, quienes han aprendido a expresar con los medios que posee el inspirado lo que ellos mismos perciben en el mundo imaginativo, constituyéndose así en servidores del Verbo.
Esto es otro ejemplo que demuestra cuán exactos son los Evangelios; es preciso tomar cada palabra literalmente. Todo es exacto y preciso en estos documentos cuyo fundamento es la ciencia espiritual, y frecuentemente el hombre moderno no tiene idea de la precisión y exactitud con que en ellos se eligen las palabras.
Pero una vez más, como siempre cuando hacemos semejantes contemplaciones desde el punto de vista antroposófico, debemos recordar que para la ciencia espiritual los Evangelios no son realmente la fuente del conocimiento. El hecho de que algo figure en los Evangelios, no ha de significar que se trate de una verdad absoluta para aquel que se halla firmemente sobre el terreno de la ciencia espiritual. El investigador espiritual no se inspira en documentos escritos, sino que se basa en lo que a su tiempo le concede la propia investigación en el campo de la ciencia espiritual. Lo que en nuestros tiempos las entidades del mundo espiritual tienen que decir al iniciado y al clarividente, es para ellos la fuente de la verdadera ciencia espiritual. En cierto modo, esta fuente es actualmente la misma que en los tiempos de los cuales acabo de hablar. Por esta razón, aún hoy se puede llamar clarividentes a los hombres que tienen la visión del mundo imaginativo, mientras que se reserva el término de “iniciados” a los que pueden elevarse a los grados de la inspiración y la intuición. De modo que, para nuestros tiempos, el término “clarividente” no es necesariamente idéntico a “iniciado”.
Lo que encontramos en el Evangelio de Juan, sólo pudo fundarse en la investigación del iniciado que fue capaz de elevarse al conocimiento inspirado e intuitivo. El contenido de los demás Evangelios pudo fundarse en lo que nos comunican hombres clarividentes poseedores del conocimiento imaginativo que todavía no pudieron elevarse al mundo inspirativo e intuitivo. Si nos atenemos estrictamente a la diferencia antes indicada, resulta que el Evangelio de Juan se basa en la iniciación; los otros tres, principalmente el de Lucas - incluso según el propio testimonio de su autor - en la clarividencia. Debido a que se basa principalmente en la clarividencia, sirviéndose de todo lo que el más experto clarividente puede percibir, el Evangelio de Lucas nos ofrece una imagen exacta de lo que en el Evangelio de Juan sólo puede expresarse en pálidas imágenes. Para destacar la diferencia más claramente, quisiera agregar lo siguiente.
Supóngase - lo que difícilmente podría ocurrir en nuestra época - que un hombre fuese iniciado de manera que para él estuviera abierto el mundo de la inspiración y la intuición, pero sin que fuera clarividente, o sea conocedor del mundo imaginativo. Podría suceder entonces que semejante hombre encontrase a otro que acaso no estuviese iniciado, pero para quien, debido a ciertas circunstancias, estuviese abierto el mundo imaginativo. Este último podría comunicar al primero, mucho de lo que éste no ve, pero que él podría quizás explicar por medio de la inspiración, sin poder percibirlo, porque le falta la clarividencia. Hoy son numerosos los hombres clarividentes, sin ser iniciados; en cambio, difícilmente puede haber el caso contrario. A pesar de todo podría darse el caso que un iniciado tuviera el don de la clarividencia, pero que por cualquier razón en cierta circunstancia no pudiera alcanzar la visión imaginativa; entonces un hombre clarividente podría comunicarle ciertos hechos que el iniciado no ha podido conocer.
Una vez más debemos destacar expresamente que la antroposofía o ciencia espiritual se basa únicamente en la investigación de los iniciados, por lo que ni el Evangelio de Juan, ni los demás son la fuente de su conocimiento. Su única fuente consiste en lo que se puede investigar sin apoyarse en ningún documento histórico. Pero después empleamos los documentos y tratamos de comparar con ellos lo que hoy puede encontrar la investigación espiritual. Lo que la investigación espiritual puede encontrar hoy y en cualquier momento acerca de los hechos en torno del Cristo, sin apoyarse en documento alguno, lo reencontramos en el Evangelio de Juan de la manera más grandiosa. Lo consideramos muy valioso porque nos muestra que ha sido creado por alguien que escribió como hoy sabe escribir el que está iniciado en el mundo espiritual. En cierto modo, la voz que hoy se puede escuchar es la misma que nos llega desde las profundidades de los siglos.
Algo similar se puede decir respecto a los otros Evangelios, incluso para el Evangelio de Lucas. Las imágenes que describe su autor no son para nosotros la fuente del conocimiento de los mundos superiores, sino aquello que nos da el elevarse a los mundos suprasensibles mismos. Y cuando hablamos de los hechos en torno del Cristo, nuestra fuente es aquel grandioso cuadro de imaginaciones que se nos presenta al dirigir la mirada espiritual sobre lo que sucedió al principio de la era cristiana. Lo que se nos presenta de esta manera, lo comparamos con los cuadros e imaginaciones que se describen en el Evangelio de Lucas. Este ciclo de conferencias ha de mostrarnos cómo se relacionan los cuadros imaginativos que obtiene el hombre actual, frente a las descripciones del Evangelio de Lucas.
Es cierto que para la investigación espiritual de lo sucedido en el pasado, existe una sola fuente, la cual no reside en los documentos exteriores. Ni las piedras que sacamos del suelo, ni los documentos que se guardan en los archivos, ni las crónicas de los historiadores - inspirados o no - constituyen la fuente de la ciencia espiritual.
La fuente de nuestra investigación espiritual consiste en lo que somos capaces de leer en la crónica eterna e imperecedera que es la Crónica del Akasha. Existe pues la posibilidad de conocer lo que ha sucedido, sin recurrir a ningún documento exterior. El hombre actual puede optar por dos caminos con el fin de obtener noticias del pasado. Por un lado, puede tomar los documentos históricos (si quiere conocer algo de los acontecimientos exteriores), o bien, los documentos religiosos (si quiere saber algo de las condiciones espirituales). Por el otro lado puede preguntar: ¿Qué saben decirnos los hombres a cuyo ojo espiritual es asequible esa crónica eterna que llamamos la crónica del Akasha: el grandioso panorama en que está registrado con una escritura indeleble todo lo que ha sucedido en el curso de la evolución del universo, de la Tierra y de la humanidad?.
Quien se eleva a los mundos suprasensibles, aprende a leer esta crónica paso a paso. No se trata de una escritura común. Imagínense tener ante el ojo espiritual el curso de los acontecimientos del pasado, en forma de una imagen nebulosa, por ejemplo, hazañas y personalidad de César Augusto. Así se presenta ante el investigador espiritual y en cualquier momento puede volver a percibirlo. No necesita testimonios exteriores; basta que él dirija su mirada espiritual hacia un punto determinado del devenir cósmico o de la humanidad, y se le presentarán los acontecimientos respectivos en una imagen espiritual. La mirada espiritual puede recorrer el pasado, y lo que así percibe, se registra como resultado de la investigación espiritual.
¿Qué sucedió en los tiempos en que se inició la era cristiana?.
Lo que sucedió en esa época se percibe mediante la vista espiritual y puede compararse con lo que se relata, por ejemplo, en el Evangelio de Lucas. El investigador espiritual verifica que hubo entonces hombres que también veían lo sucedido en el pasado, a través de la visión espiritual; y podemos confrontar lo que ellos describen como su mundo contemporáneo, con lo que la mirada retrospectiva puede revelarnos acerca de aquellos tiempos a través de la Crónica del Akasha. Siempre hay que tener presente que no nos atenemos a los documentos, sino que nos inspiramos en la investigación espiritual, para después buscar en los documentos lo que nos dice la propia investigación espiritual. Debido a ello, las Escrituras adquieren mayor valor, porque podemos verificar su contenido a través de nuestra propia investigación. Crece su valor como expresión de la verdad, porque nosotros mismos podemos escudriñarla. Al referirnos a estos hechos, debemos señalar al mismo tiempo, que “leer en la Crónica del Akasha” no es tan fácil como la observación de los hechos del mundo físico. Tomemos un ejemplo para explicar en qué consisten ciertas dificultades de la lectura en la Crónica del Akasha. Lo voy a poner en evidencia refiriéndome al hombre mismo.
Sabemos que una de las verdades elementales de la antroposofía es que el ser humano está constituido por el cuerpo físico, el cuerpo etéreo, el cuerpo astral y el Yo. Las dificultades se presentan desde el momento en que se observe al hombre no solamente en el plano físico, sino en la elevación al mundo espiritual. Al observar al hombre en su estado de vigilia, tenemos ante nosotros la unidad de cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y Yo. Las dificultades comienzan cuando es necesario elevarse a los mundos superiores para observar al ser humano. Si por ejemplo nos elevamos en la noche al mundo de la imaginación para ver el cuerpo astral que se halla fuera del cuerpo físico, tenemos el ser humano dividido en dos organizaciones separadas entre si.
Imagínense lo siguiente. Alguien entra en un ambiente donde duermen varias personas. Verá acostados los cuerpos físicos con sus cuerpos etéreos; estos últimos los verá si posee la clarividencia; después, si intensifica su facultad clarividente, verá los cuerpos astrales. Pero el mundo astral es un mundo donde todo se penetra, de modo que los cuerpos astrales se interpenetran entre sí. Y podría acontecer (aunque difícilmente sucederá al clarividente de experiencia) que observando a un grupo de personas durmientes, él no sepa distinguir qué cuerpo astral pertenece a un determinado cuerpo físico. Es algo que no sucede fácilmente, porque esta visión pertenece más bien a los grados inferiores y el hombre que la posee estará bien preparado para saber distinguir en un caso de esa índole. Pero las dificultades crecen enormemente cuando en los mundos superiores se observan, en vez del ser humano, a otras entidades espirituales. Las dificultades son ya muy grandes con respecto al ser humano, cuando no se lo contempla como hombre actual, sino como entidad que pasa por encarnaciones sucesivas. Si para un hombre que vive ahora, se pregunta: “¿Dónde estuvo su Yo en la encarnación precedente?”, hay que pasar por la región espiritual superior para dar con su encarnación anterior, y es preciso poder verificar cuál Yo había pertenecido a ese hombre en cada encarnación. De un modo bastante complicado es necesario entonces, poder abarcar con la visión espiritual la continuidad del Yo junto con sus diversas etapas terrestres. Cuando se busca la morada de un Yo en cuerpos del pasado, es muy fácil equivocarse. Al elevarse a los mundos superiores, no es tan fácil establecer la relación de todo aquello que pertenece a una personalidad con lo que está registrado en la Crónica del Akasha como sus encarnaciones anteriores.
Supóngase que un clarividente o iniciado se propusiera averiguar cuáles fueron los antepasados físicos de un tal José Pérez. Puede darse el caso que todos los documentos exteriores se hayan perdido, de modo que sólo se pudiera recurrir a la Crónica del Akasha para identificar sus antepasados físicos: padre, madre, abuelo, etc. Así se tendría una idea de cómo se había formado el cuerpo físico en la línea de la descendencia física. Luego podría preguntarse: ¿Cuáles fueron las encarnaciones anteriores de este José Pérez?. Para responder a esta pregunta hay que tomar otro camino que para establecer los antepasados físicos. Quizás uno deba remontarse a un pasado muy lejano, si se quiere llegar a las encarnaciones precedentes del Yo de este hombre. Resulta pues que tenemos dos corrientes, porque el cuerpo físico tal como es ahora, no es una creación nueva; ha descendido de los antepasados por la línea hereditaria. Pero el Yo tampoco es una creación nueva, puesto que se retrotrae a las encarnaciones anteriores. Y lo que vale para el cuerpo físico y para el Yo, vale también para el cuerpo etéreo y para el cuerpo astral, pues el cuerpo etéreo tampoco es una creación totalmente nueva, sino que de algún modo puede haber evolucionado a través de las formas más diversas. En otra oportunidad les he dicho que el cuerpo etéreo de Zaratustra (o Zoroastro) reapareció en el cuerpo etéreo de Moisés. En los antepasados físicos de Moisés tenemos entonces una de las dos corrientes, mientras que los antepasados de su cuerpo etéreo nos dan la otra. Esta nos conduciría al cuerpo etéreo de Zoroastro y a otros cuerpos etéreos. Así como distintas corrientes corresponden a los cuerpos físico y etéreo, así sucede con el cuerpo astral. Cada uno de los vehículos de la naturaleza humana puede seguir el curso de las más diversas corrientes. Se puede decir: el cuerpo etéreo es la reencarnación etérea de un cuerpo etéreo que estaba en otra individualidad, no en la misma en que se encontraba el Yo. Lo mismo se puede decir para el cuerpo astral.
Cuando nos elevemos a los mundos superiores para averiguar lo concerniente a los vehículos anteriores de un hombre, veremos que las distintas corrientes toman distintas direcciones. Una conduce a ésta, la otra a aquella dirección, de modo que se nos presentan procesos muy complicados en el mundo espiritual. Por lo tanto, para comprender a un hombre desde el punto de vista de la investigación espiritual, no basta con describirlo como descendiente de sus antepasados, ni el hecho de que su cuerpo etéreo o su cuerpo astral provienen de esta o aquella personalidad, sino que se debe dar una descripción completa del camino de cada uno de los cuatro vehículos hasta su unión en el ser humano actual. No se puede hacer todo de una vez. Uno puede, por ejemplo, estudiar el camino recorrido por el cuerpo etéreo y quizá llegar a datos instructivos. Otro puede estudiar el camino del cuerpo astral, de modo que ambos darán a conocer los resultados correspondientes. Para el que no sea capaz de observar lo que los clarividentes pueden decir de una individualidad, será totalmente indistinto lo que diga este o aquel; le parecerá que se describe siempre lo mismo. La descripción de la personalidad física le dará la misma impresión que la del cuerpo etéreo, siempre pensará que se trata simplemente de la descripción de José Pérez.
Todo esto les permitirá comprender lo complicado de las condiciones que se nos presentan, si desde el punto de vista de la investigación espiritual queremos referirnos a la naturaleza de cualquier hecho del mundo - sea del hombre o de otras entidades - y también comprenderán que solo la investigación más amplia y extensa en la Crónica del Akasha hará ver claramente la naturaleza de un ser mediante el ojo espiritual.
La entidad del Cristo Jesús, incluso si la consideramos en el sentido como la describe el Evangelio de Juan, ya sea antes o después del bautismo en el Jordán, quiere decir si la consideramos como Jesús de Nazareth antes del bautismo, o como Cristo después del bautismo, se nos presenta con su Yo, su cuerpo astral, su cuerpo etéreo y su cuerpo físico. Para describirla íntegramente desde el punto de vista de la Crónica del Akasha, debemos investigar los caminos que habían recorrido estos cuatro vehículos de la entidad de Cristo Jesús, tal como fue en aquel entonces. Solo así la podemos comprender correctamente. Se trata de comprender lo que se nos comunica sobre los hechos en torno del Cristo, desde el punto de vista de la investigación espiritual; ésta puede proyectar una luz sobre aparentes contradicciones en los cuatro Evangelios.
Frecuentemente he señalado por qué la investigación actual, puramente materialista, no puede comprender el gran valor de las verdades del Evangelio de Juan. Esta ciencia no puede comprender que un iniciado de grados más elevados tiene una penetración más profunda que los demás. Los que objetan el contenido del Evangelio de Juan, tratan de establecer una especie de armonía en los otros tres, los Evangelios sinópticos; esto es, sin embargo, muy difícil, si tal armonía se busca solamente en base a los sucesos exteriores. Pues sobre la vida de Jesús de Nazareth antes del bautismo en el Jordán (a que nos referiremos en la próxima conferencia) nos hablan dos evangelistas, el del Evangelio de Mateo y el del Evangelio de Lucas. Para la consideración materialista hay entre las dos descripciones diferencias tan grandes que en nada son inferiores a la discrepancia que supuestamente existe entre los tres Evangelios sinópticos y el de Juan.
Tomemos por ahora los siguientes hechos: El autor del Evangelio de Mateo relata que se preanuncia el nacimiento del fundador del cristianismo, que este nacimiento tiene lugar, y que del Oriente llegan los Magos que habían visto la estrella y que ésta los ha guiado al lugar donde nace el Redentor. Esto llama la atención de Herodes que ordena la muerte de los niños de Belén. Para salvarse, los padres del Redentor huyen con el niño a Egipto. Después de la muerte de Herodes, se hace saber a José, padre de Jesús, que ya puede volver, pero por temor al sucesor de Herodes, José no vuelve a Belén, sino que se va a Nazareth.
Por ahora prescindo de la anunciación del Bautista, pero quiero llamar la atención sobre el hecho siguiente: si comparamos el Evangelio de Lucas con el de Mateo, notamos que en ellos el preanuncio del nacimiento de Jesús se hace de distintas maneras; en un caso a José, en el otro a Maria. El Evangelio de Lucas nos relata que los padres de Jesús son oriundos de Nazareth y que para cumplir con el censo se trasladan a Belén, donde nace Jesús. A los ocho días se practica la circuncisión - nada se dice de una fuga a Egipto -. Al cabo de poco tiempo, el niño es presentado en el Templo y se cumple el sacrificio habitual del rito, después de lo cual los padres vuelven con el niño a Nazareth, y siguen viviendo allí. Luego se relata un rasgo muy notable: el hecho de que, a la edad de doce años, en oportunidad de la visita de sus padres a Jerusalén, Jesús se queda en el Templo. Los padres lo buscan y lo encuentran en el Templo en medio de los que explican la Escritura. Aparece ante ellos como versado y sabio entre los doctores. Después se agrega que los padres vuelven con el niño a Nazareth y que éste va creciendo, sin que se llegue a saber nada en particular hasta el bautismo en el Jordán.
Tenemos pues dos relatos distintos con relación a Jesús de Nazareth antes de la incorporación del Cristo. Quien trate de unificarlos, partiendo de los conceptos materialistas corrientes, tendrá que preguntarse ante todo como se puede conciliar el relato de que los padres, José y María, son inducidos a huir a Egipto inmediatamente después del nacimiento de Jesús - para volver más tarde - con el relato de la presentación en el Templo, según Lucas.
Veremos que la absoluta contradicción que se da para la concepción física, se presentará como verdad a la luz de la investigación espiritual. ¡Ambos relatos son verídicos!. Precisamente los tres Evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas debieran obligarnos a una concepción espiritual de los acontecimientos de la evolución. Debiérase admitir que frente a estos documentos no se llega a nada, si no se reflexiona sobre las aparentes contradicciones, o si se habla de “relatos poéticos”, cuando no se llega a ver las realidades.
En las conferencias sobre el Evangelio de Juan, no hubo motivo para hablar sobre lo sucedido antes del bautismo en el Jordán. En este ciclo de conferencias, en cambio, se ofrece la oportunidad de hacerla; y si por la investigación en la Crónica del Akasha vemos cómo fue la naturaleza de Jesús de Nazareth antes de incorporarse el Cristo en sus tres envolturas, será posible solucionar ciertos enigmas concernientes al cristianismo.
En la próxima conferencia empezaremos a examinar la naturaleza y la vida de Jesús de Nazareth, según la Crónica del Akasha, para poder preguntar si lo que esta fuente nos revela sobre el verdadero ser de Jesús de Nazareth coincide con lo que describe el Evangelio de Lucas, como narración hecha por los que a la sazón fueron los “videntes” o ministros del Verbo que es el Logos.
traducción de Julio Luelmo sept. 2018