GA013 Observaciones especiales

 

LA CIENCIA OCULTA

Por Rudolf Steiner 

Índice


OBSERVACIONES ESPECIALES


(En el Cap. Il). Las consideraciones de este libro sobre la capacidad de memoria podrían ser fácilmente malinterpretadas.

GA011 La Crónica del Akasha 10- LA SALIDA DE LA LUNA


CAPITULO X

LA SALIDA DE LA LUNA



Es preciso darse cuenta que la densa materialidad propia del hombre sólo se adquirió más tarde y en forma muy progresiva. Para hacerse una idea del estado corporal que tenía en el estadio de evolución que tratamos aquí, la mejor manera consiste en representarse una masa de vapor o una nube flotando en el aire. Sin embargo una representación así sólo es una aproximación totalmente exterior de la realidad. En efecto, la niebla ígnea ,"hombre" estaba interiormente animada y organizada. Comparada a lo que el ser humano fue más adelante, conviene imaginársela en un estadio en que su alma somnolienta, conocía un estado de conciencia enteramente crepuscular.

Este ser está totalmente desprovisto de lo que se entiende por inteligencia, entendimiento, razón. Se mueve flotando más que caminando; está provisto de cuatro especies de órganos semejantes a miembros que le permiten desplazarse hacia adelante, hacia atrás, de lado y en todas direcciones. En cuanto a las almas de estos seres, antes ya hemos hablado de ellas.

No obstante no debe pensarse que los movimientos u otras manifestaciones vitales de estos seres fueran disparatados o desordenados. Al contrario, respondían por completo a ciertas leyes. Todo lo que se producía tenía su significado y su importancia, sólo que la potencia dirigente, la inteligencia, no residía en los mismos seres. Estaban dirigidos por una inteligencia que actuaba desde afuera. Seres superiores, más maduros que ellos, los rodeaban, por así decirlo, y los gobernaban. Pues la cualidad más importante de esta niebla ígnea, consistía en el hecho de que los seres humanos, llegados a este estadio de su evolución, podían encarnarse en ella, y al mismo tiempo conseguían incorporarse las entidades superiores; debido a ello, su acción se podía coordinar con la de los hombres. El ser humano había conducido sus deseos, instintos y pasiones hasta un estado en que podían tomar forma en la niebla ígnea. Los otros seres mencionados eran capaces de actuar en el seno de esta niebla ígnea, y ello gracias a su razón y a su acción inteligente. Estos últimos seres poseían igualmente facultades que les permitían acceder a las regiones superiores. De allí extraían sus decisiones y sus impulsos; pero los efectos reales de estas decisiones se manifestaban en la niebla ígnea. Todo 10 que el hombre realizaba en la Tierra tenía su origen en el intercambio bien regulado, entre estos cuerpos humanos en forma de niebla ígnea y estos seres superiores.

Puede, pues, decirse que el ser humano seguía una evolución ascendente. Debía desarrollar en esta niebla ígnea algunas facultades específicamente humanas, superiores a las precedentes. Los otros seres, por el contrario, se esforzaban por descender en la materia. Seguían un camino que les permitiera manifestar concretamente su poder actuante en el seno mismo de las formas materiales, cada vez más densas. Tomado en un sentido más amplio, este proceso no tenía para ellos nada de degradante. Este es un punto importante a tener en cuenta. Gobernar las formas materiales más densas, corresponde a una potencia y a una facultad más elevadas que las de dirigir formas más sutiles. En el curso de épocas anteriores de su evolución, estos seres superiores tuvieron un poder no menos limitado que el hombre actual. Precedentemente ellos también tuvieron, a imagen del ser humano moderno, un poder que se limitaba a su "vida interior". La materia densa del mundo exterior no les obedecía.

Ahora aspiraban a un estado en que pudieran dominar y dirigir por la magia los objetos físicos.

En la época en cuestión estaban, pues, avanzados respecto al hombre. Este se esforzaba en elevarse para concretar la inteligencia, allá donde reina una materia más fina, a fin de poder, ulteriormente, actuar hacia el exterior; ellos por el contrario ya habían insertado antes la inteligencia en su cuerpo, y recibían ahora la fuerza mágica que les permitía introducir la inteligencia en el mundo circundante. El ser humano se elevaba pasando por la fase de niebla ígnea, mientras que ellos atravesaban esta fase para descender e implantar su poder. En el seno de la niebla ígnea, algunas fuerzas son especialmente activas, las que el hombre experimenta en sus pasiones e instintos inferiores. En el estadio de niebla ígnea, tanto el hombre como los seres superiores se sirven de estas fuerzas. Estas actúan sobre la forma humana que hemos descrito, más precisamente, en su interior, de la manera siguiente: el hombre desarrolla los órganos que le hacen capaz de pensar, que le permiten estructurar su personalidad. Por el contrario, en los seres superiores estas mismas fuerzas actúan, en el estadio en cuestión, de manera que les permitan servirse de ellas para crear, de forma totalmente impersonal, las instituciones de la Tierra. Pues, gracias a estos seres surgen sobre la Tierra creaciones que son la réplica de las leyes de la inteligencia.

Bajo el efecto de las fuerzas pasionales, se forman en el interior del hombre los órganos personales de la inteligencia; a su alrededor estas mismas fuerzas engendran órganos penetrados de inteligencia. Imaginemos ahora este mismo proceso pero en un estadio un poco más evolucionado; en otros términos, representémonos lo que está inscrito en un estadio ulterior de la Crónica del Akasha. La Luna se ha desprendido de la Tierra. Luego ha seguido un importante cambio. Una gran parte del calor se ha retirado de las cosas situadas alrededor del ser humano. Estos objetos han adquirido una materialidad más grosera y más densa. El hombre debe vivir en este entorno enfriado. Sólo puede hacerla transformando su propia materialidad. Esta densificación de la sustancia, entraña una modificación de las formas, pues la niebla ígnea sobre la Tierra ha cedido el puesto a otro estado muy diferente.

En consecuencia, los seres superiores de los que hemos hablado, ya no pueden disponer de la niebla ígnea como soporte de su actividad. Ya tampoco pueden ejercer su influencia sobre las manifestaciones de la vida íntima del hombre, que anteriormente constituían su principal campo de acción. Pero mantuvieron poder sobre las formas humanas que ellos mismos habían previamente engendrado, a partir de esta niebla ígnea. Este cambio acontecido en la dirección de su acción, va paralelo con una metamorfosis de la forma humana: una mitad provista de dos órganos del movimiento se ha convertido en la parte inferior del cuerpo, que por este motivo se erige en el principal soporte de la nutrición y de la reproducción. La otra mitad fue, de alguna manera, orientada hacia arriba, y los otros dos órganos de movimiento, se convirtieron en los rudimentos de lo que serían las manos. Y aquellos órganos que antes todavía estaban al servicio de la nutrición y de la reproducción, se transformaron en órganos de la palabra y del pensar. El ser humano se ha erguido. Es la consecuencia directa de la eliminación de la Luna. Junto con la Luna han desaparecido del globo terrestre todas las fuerzas que permitían al ser humano, en la época de la niebla ígnea, autofecundarse y procrear seres semejantes a él, sin tener necesidad de recurrir a influencias procedentes del exterior. El conjunto de la parte de abajo, que a menudo se denomina la naturaleza inferior, quedó bajo la influencia inteligentemente organizada de las entidades superiores.

Cuando la masa de fuerzas, ahora aislada en la Luna, estaba unida a la Tierra, estas entidades podían ejercer todavía su acción en el interior del hombre; ahora tienen necesidad de la colaboración de dos sexos para obtener el mismo efecto. Esto explica por qué los iniciados siempre han considerado a la Luna como el símbolo de las fuerzas de reproducción. Estas fuerzas están, de alguna manera, ligadas a la Luna. Y estas entidades superiores están emparentadas con la Luna, son por así decir, divinidades lunares. Antes de la separación de la Luna, se ervían de las fuerzas lunares para actuar en el interior del ser humano, pero después de esa escisión, sus fuerzas influenciaron desde el exterior la reproducción del ser humano. También puede decirse que estas fuerzas espirituales nobles, que anteriormente se servían de la niebla ígnea para actuar sobre los instintos superiores del hombre, ahora han descendido para ejercer su poder en el plan de la procreación.

En efecto, son nobles fuerzas divinas las que organizan y regulan este dominio. Con esto tocamos una convicción importante de la ciencia espiritual, diciendo que las fuerzas divinas, estas fuerzas superiores y nobles, tienen afinidad con las aparentemente inferiores de la naturaleza humana. Aquí, la palabra "aparentemente" hay que tomarla en sentido amplio. En efecto, sería desconocer totalmente las verdades ocultas, el ver en las fuerzas de reproducción, en tanto que tales, algo bajo. Cuando el ser humano abusa de estas fuerzas, cuando las somete a sus instintos y pasiones, solamente entonces se vuelven nocivas; este no es el caso cuando las ennoblece por el hecho de reconocer en ellas el impulso de la fuerza espiritual divina. Entonces colocará sus fuerzas al servicio de la evolución terrestre y ejecutará las intenciones de las entidades superiores que hemos caracterizado. Ennoblecer todo lo relativo a este dominio, situarlo en el cuadro de las leyes divinas, y no aniquilarlo, es precisamente lo que enseña la ciencia espiritual. La aniquilación sólo puede ser el resultado de una interpretación superficial de los principios ocultos, conducidos por error a un ascetismo contra natura.

Se constata que en la otra mitad, la de arriba, el ser humano ha desarrollado algo que escapa a la empresa de las entidades superiores descritas. Son otros seres quienes establecen su poder sobre esta otra mitad. Se trata de seres que, en el curso de precedentes etapas de la evolución, han progresado más lejos que el hombre, pero sin alcanzar por ello el nivel de las divinidades lunares.

Todavía no eran capaces de ejercer su poder en el seno de la niebla ígnea. Ahora, una vez alcanzado un estado más avanzado, y que gracias a la niebla ígnea los órganos de la inteligencia han conseguido algo, que estos mismos seres ya habían vislumbrado anteriormente, ahora ha llegado el momento de su acción. Las divinidades lunares ya habían conocido esta inteligencia ordenadora actuando hacia el exterior. Cuando comenzó la época de la niebla ígnea eran portadoras de esta inteligencia. Tenían la facultad de actuar hacia el exterior sobre las cosas de este mundo. Pero esas entidades, de las que hemos hablado antes no habían conseguido, en el pasado, desarrollar una inteligencia de esta clase que actúa hacia el exterior. Esto es porque no estaban preparadas para afrontar la época de la niebla ígnea. Pero he ahí que existe inteligencia.

El hombre es portador de ella. Estos seres se apoderan entonces de esta inteligencia humana para actuar a través de ella sobre las cosas del mundo. Anteriormente las divinidades lunares habían ejercido su acción sobre el ser humano por completo; ahora sólo actúan sobre la mitad de abajo. Sobre la de arriba se extiende la influencia de las entidades inferiores de las que ya hemos hablado.

El ser humano experimenta pues un doble gobierno. Su parte de abajo está situada bajo la influencia de las divinidades lunares, mientras que su personalidad evolucionada cae bajo la acción de las entidades que se designan por el nombre de su regente: Lucifer. Las divinidades luciféricas acaban pues, su propia evolución, sirviéndose de las fuerzas de inteligencia recientemente despertadas en el ser humano. Anteriormente, no habían llegado hasta este grado. Ahora dan a los humanos la disposición a la libertad, permitiéndoles distinguir entre el "bien" y el "mal". Ciertamente, bajo el gobierno único de las divinidades lunares se formó en el hombre el órgano de la inteligencia, pero estos dioses dejaron ese órgano en estado de sueño; no tenían ningún interés en servirse de él, pues poseían sus propias fuerzas de inteligencia. Los seres luciféricos, por su parte, eran favorables al desarrollo de la inteligencia humana y tenían interés en dirigiría hacia las cosas de este mundo. Llegaron, pues, a ser para los hombres los maestros de todo lo que puede ser realizado por medio de la inteligencia humana. Pero no podían ser otra cosa que instigadores. En efecto, podían incluso desarrollar la inteligencia en el hombre, pero no en ellos mismos. En consecuencia la actividad sobre la Tierra conoció dos tendencias. Una provenías directamente de las divinidades lunares y, desde el principio, era conforme a las leyes y reglas de la razón. Las divinidades lunares habían efectuado su aprendizaje desde hacía tiempo, y ya no estaban sujetas a error. Las divinidades luciféricas que trabajaban con los seres humanos, por el contrario, estaban todavía en conquista de la perfección. Bajo su dirección, el hombre tuvo que aprender a encontrar las leyes de su propia naturaleza.

Guiado por Lucifer, fue conducido a elevarse" a imagen de los dioses". Pero con ello, se plantea una cuestión: si las entidades luciféricas no han alcanzado, en el curso de su evolución, la capacidad de la actividad inteligente en el seno de la niebla ígnea, ¿en dónde se han parado? ¿Hasta qué grado del desarrollo terrestre eran capaces de coordinar su acción con la de las divinidades lunares?

La Crónica del Akasha puede explicarlo. Las entidades luciféricas pudieron asociarse a la creación terrestre hasta el momento en que el Sol se separó de la Tierra. Se comprueba que hasta ese instante, la acción de las entidades luciféricas era un poco menos intensa que la de las divinidades lunares, pero sin embargo formaban parte del grupo de creadores divinos. Después que el Sol se desprendiera de la Tierra, esta última vio desarrollarse una actividad, precisamente la de la niebla ígnea, para la cual los dioses lunares habían sido preparados, pero no los espíritus luciféricos. Estos últimos conocieron entonces un período de reposo, de espera. Luego, una vez disipada la influencia de la niebla ígnea, y que los seres humanos comenzaron a estructurar sus órganos de la inteligencia, entonces los espíritus luciféricos pudieron salir de su retiro. Pues la creación de la inteligencia está emparentada con la actividad del Sol. El despertar de la inteligencia en la naturaleza humana equivale al amanecer de un Sol interior. Esto no sólo se dice en sentido figurado, sino que corresponde a una realidad. Así cuando el período de niebla ígnea fue disipado de la Tierra, estos espíritus encontraron en el interior del hombre, la posibilidad de reemprender su actividad que estaba ligada al Sol.

Esto permite comprender el origen de la palabra "Lucifer", es decir, "portador de luz", y por qué la ciencia ocultista llama a estos seres" divinidades solares".

Todo lo que sigue sólo será comprensible si nuestra mirada retrocede hacia épocas que han precedido la evolución de la Tierra. Es lo que narrarán los próximos relatos extraídos de la Crónica del Akasha. Mostraremos cuál fue, sobre otros planetas, el desarrollo de los seres ligados a la Tierra, antes de que pusieran pie sobre ella.

Descubriremos con más precisión la naturaleza de estas

"divinidades lunares y divinidades solares". Con ocasión de ello, el desarrollo de los reinos mineral, vegetal y animal, se nos revelará claramente.

GA011 La Crónica del Akasha 9- COMIENZO DE LA TIERRA ACTUAL SEPARACiÓN DEL SOL

 

CAPITULO IX

COMIENZO DE LA TIERRA ACTUAL SEPARACiÓN DEL SOL



Vamos a seguir ahora la Crónica del Akasha hasta aquel remoto pasado en que comenzó nuestra Tierra actual. Hemos de entender con "Tierra", el estado de nuestro planeta capaz de sostener minerales, vegetales, animales y hombres en su forma actual, porque ese estado fue precedido por otros en los que los reinos mencionados tenían una forma muy distinta. Lo que hoy llamamos Tierra, sufrió muchas modificaciones antes de convertirse en portadora de nuestros actuales minerales, vegetales, animales y hombres. Los minerales, por ejemplo, también existían antes, pero en forma muy distinta. Ya hablaremos más tarde. Hoy llamaremos tan sólo la atención al modo en que el estado anterior se transformó para llegar al actual.

Podemos imaginarnos esa transformación hasta un cierto grado, si la comparamos al paso que hace una planta durante la etapa de semilla. Imaginemos una planta con raíz, tallo, hojas, flor y fruto, que acoge sustancias de su entorno y segrega otras, pero todo lo que en ella sea sustancia, forma y proceso, desaparece, excepto la minúscula semilla. La vida se desarrolla pasando por ese estado seminal y al año siguiente vuelve a surgir de la misma forma. Del mismo modo, todo lo que existía en nuestra Tierra en su anterior estado desapareció para resurgir tan sólo al estado actual. Lo que antes podíamos llamar mineral, vegetal y animal ha desaparecido, como en la planta desaparecen la raíz, tallo, etc.... En la Tierra, igual como en la planta, permaneció un estado germinal a partir del cual la forma antigua desarrollaría una nueva. Las fuerzas que provocarán la nueva forma yacen ocultas en la semilla. En el período del que hablamos, estamos tratando con una especie de germen de la Tierra, que contenía en su seno las fuerzas que habrían de conducir a la Tierra actual y que fueron adquiridas en estados precedentes. Sin embargo, no hemos de representarnos ese germen de la Tierra como si fuera algo material denso, como lo es el germen de una planta. Era más bien un germen de carácter anímico, hecho de la sustancia delicada, maleable y móvil que conocemos como" astral" en términos ocultistas.

En ese germen astral de la Tierra, nos encontramos al principio sólo con rudimentos humanos, los rudimentos de las futuras almas humanas. Todo lo que en estados anteriores de la Tierra había existido como mineral, vegetal y animal había sido absorbido en esos rudimentos humanos, fundiéndose con ellos. Antes de que el hombre entre en la Tierra, él es alma, una entidad astral y como tal aparece sobre la Tierra. Esta última existe en un estado de la más refinada sustancialidad, conocida en la literatura ocultista como el éter más sutil. De dónde provino esa Tierra etérea, lo veremos más tarde.

Los restos humanos astrales se entre-funden con ese éter e imprimen su naturaleza en él para convertirlo en semejanza de la entidad astral humana. En ese estado inicial nos encontramos con una Tierra etérea que sólo consiste en 'esos hombres etéreos y no es sino un conglomerada de ellos. En realidad, el cuerpo astral o el alma humana están fundamentalmente afuera del cuerpo etéreo y lo organiza desde afuera. Para el investigador espiritual, la Tierra aparece como una esfera compuesta a su vez de numerosas esferas etéreas más pequeñas –los hombres etéreos- y se halla envuelta por una cobertura astral, del mismo modo que hoy la atmósfera aérea envuelve a nuestro planeta. En esa envoltura astral (atmósfera) viven los hombres astrales y desde allí actúansobre sus semejanzas etéreas en las que crean órganos, produciendo vida etérea humana en ellas. Dentro de la Tierra en conjunto sólo existe un estado material, el sutil éter viviente. En los textos ocultista s, a esa primera humanidad se la llama la primera razaraíz, la polar.

El posterior desarrollo de la Tierra se produce con la transición de un estado de la materia a dos. Se segrega una sustancialidad más densa, dejando otra más sutil detrás de sí. La sustancialidad más densa se parece a nuestro aire y la más tenue es la que hace que se produzcan elementos químicos a partir de sustancia anteriormente indiferenciada. Junto a ellas, continúa existiendo el éter viviente, pues sólo una parte de él, se transforma en los estados materiales. De ese modo nos encontramos con tres sustancias presentes en la

Tierra física. Y si los seres humanos astrales, en la envoltura de la Tierra, antes sólo actuaban sobre un tipo de sustancialidad, ahora han de hacerla sobre tres. ¿Cómo lo hacen? Lo que se ha convertido en una especie de aire, en un principio, se resiste a su actividad y no acepta lo que se halla presente de una manera germinal en los hombres astrales completos. Como consecuencia de ello, la humanidad astral se ha de dividir en dos grupos. Uno de ellos actúa sobre la sustancialidad aeriforme y crea en ella una semejanza suya. El otro grupo logra más, ya que puede actuar sobre las otras dos sustancialidades y crear en ellas su semejanza, hecha de éter viviente, además de otro tipo de éter que genera las sustancias químicas elementales, un éter que llamamos éter químico. Pero ese segundo grupo de seres humanos astrales logró adquirir su capacidad superior separando de él una parte de su naturaleza astral (que vino a constituir el primer grupo) y condenándola a un tipo inferior de actividad. Si hubiera retenido dentro de sí las fuerzas capaces de realizar esa labor inferior, no podría haberse elevado a actividades superiores. Por ello nos encontramos con un proceso por el cual lo superior se desarrolla a expensas de algún elemento que ha de separarse de él.

Vemos así la siguiente imagen de la Tierra física en ese período: han surgido dos tipos de entidades. Primero, las entidades con un cuerpo aeriforme, sobre el cual actúa el ser astral correspondiente, que actúa desde afuera. Son seres zoomorfos que crean un primer reino animal en la Tierra, dotados de formas que hoy nos sorprenderían por su enorme peculiaridad. Pero hemos de tener en 'cuenta, que esa forma está constituida sólo de una sustancia aeriforme y no se parece a la de ninguno de los animales de hoy. Como máximo, podrían tener una cierta similitud a las conchas de algunas caracolas y moluscos actuales. Junto a esas formas animales, sigue adelante la evolución del hombre físico. El hombre astral, que ha ascendido a un nivel aún superior, genera una especie de réplica de sí mismo, hecha de los dos tipos de materia, el éter vital y el éter químico. Vemos pues, a un hombre hecho de cuerpo astral actuando sobre un cuerpo etéreo formado por dos tipos de éter: el éter vital y el éter químico. Por el éter vital, esa réplica física del hombre posee la capacidad de reproducirse a sí misma, de hacer que nazcan de ella seres de su propia especie. Por el éter químico, genera ciertas fuerzas que se parecen a las actuales energías de atracción y repulsión química. Gracias a ello, esa réplica del hombre puede atraer ciertas sustancias del entorno y combinarlas consigo mismo, segregándolas de nuevo por medio de las fuerzas de repulsión. Esas sustancias sólo pueden sacarse del reino animal antes descrito y del reino humano, lo que constituye un inicio de nutrición.

Por eso esas primeras réplicas humanas eran devoradoras de animales y hombres. Además de esos seres, continuaron existiendo los seres anteriores, compuestos tan sólo de éter vital; pero se atrofiaron porque tuvieron que adaptarse a las nuevas condiciones terrestres. Pasada toda una serie de transformaciones, acabaron desarrollándose a partir de ellos, los seres animales unicelulares y también las células que más tarde conformarían los organismos vivos más complejos.

Tiene lugar así el proceso siguiente: la sustancialidad aeriforme se divide en dos, una parte se hace más densa, acuosa, y la otra permanece aeriforme. El éter químico se divide también en dos nuevos estados materiales; uno de ellos se hace más denso y se convierte en lo que llamaremos l éter lumínico, que dotará a las entidades que lo poseen con el don de la luminosidad; el otro sigue existiendo como éter químico. Nos hallamos entonces con una Tierra física compuesta de los siguientes tipos de sustancias: agua, aire, éter de luz, éter químico y éter vital. Para que las entidades astrales puedan actuar sobre estos tipos de sustancia, se produce otro proceso en el que lo superior se desarrolla a expensas de lo inferior que acaba separándose. Con ello se generan los siguientes tipos de entidades físicas: primero aquellas cuyo cuerpo físico consta de agua y aire; luego entidades astrales más toscas que han sido separadas y que actúan sobre ellas, con lo cual se produce un nuevo tipo de animales de materialidad más densa que los animales precedentes. Otro nuevo grupo de entidades físicas tiene un cuerpo hecho de aire y éter lumínico combinados con agua. Son entidades parecidas a plantas, aunque su forma difiere mucho de las plantas actuales. Finalmente, el tercer nuevo grupo representa al hombre de la época. Su cuerpo físico está compuesto de tres tipos de éter: el éter lurnínico, el éter químico y el éter vital. Si consideramos que siguen además existiendo los descendientes de los antiguos grupos, podemos imaginarnos la enorme variedad de seres vivos que ya existían en esa etapa de la existencia terrestre.

Tiene lugar entonces un importante acontecimiento cósmico: el Sol se separa, y con ello ciertas fuerzas abandonan la Tierra. Son fuerzas hechas de una parte de lo que hasta entonces había vivido en la Tierra en los éteres vital, químico y lumínico; y que ahora se separan de la Tierra. Con ello se produce un cambio radical entre todos los grupos de seres terrestres que hasta entonces poseían esas fuerzas en su interior. Todos ellos sufrieron una transformación. Los que antes hemos llamado seres vegetales fueron los primeros en modificarse, porque una parte de sus fuerzas de éter lumínico les fue sustraída.

Y desde ese entonces, sólo pudieron desarrollarse como organismos cuando la fuerza de la luz, que se había separado de ellos, actuaba sobre ellos desde afuera. De ese modo, las plantas empezaron a ser influenciadas por la luz solar. Algo parecido sucedió con los cuerpos humanos.

Desde ese momento, su éter lumínico tuvo que actuar también junto al éter lumínico del Sol para poder seguir viviendo. Pero no sólo los seres que perdieron el éter lumínico fueron los afectados; también lo fueron los demás, porque en el mundo todo tiene una interacción mutua. Las formas animales que no contenían éter de luz habían sido anteriormente irradiadas por sus coetáneos en la Tierra y se habían desarrollado bajo esa irradiación.

Ellos también tuvieron ahora, que someterse a la influencia del Sol exterior. El cuerpo humano en particular, desarrolló órganos receptivos a la luz solar, es decir, los primeros rudimentos de los ojos humanos. Como consecuencia de la separación del Sol se produjo una mayor densificación material de la Tierra. De la sustancia líquida se formó la sólida¡ el éter lumínico se dividió a su vez, creándose así otro tipo de éter lumínico y un éter que dota a los cuerpos con la capacidad de aumentar la temperatura. Gracias a ello, la Tierra se convirtió en una entidad capaz de desarrollar calor en su interior y todos sus seres empezaron a recibir la influencia del calor. En el elemento astral tiene lugar un proceso similar al anterior, algunos seres se desarrollaron a un nivel superior a expensas de otros. Se separó así un grupo de seres bien equipados para actuar en la más tosca sustancialidad sólida. Con eso se desarrolló el firme esqueleto del reino mineral de la Tierra. Al principio, los reinos naturales superiores no actuaron sobre ese rígido esqueleto mineral, y por ello, podemos decir que existen en la Tierra, un reino mineral sólido y un reino vegetal, cuya sustancialidad más densa está hecha de agua y de aire. En este último reino, a raíz de lo sucedido, el cuerpo aeriforme se había condensado en cuerpo acuoso.

Existían además animales de las formas más variadas, algunos con cuerpos acuosos y otros aeriformes. El cuerpo humano también se vio sometido a un proceso de densificación, llegando a condensar su corporalidad más compacta hasta el nivel acuoso. El éter calórico recién generado impregnaba y recorría ese cuerpo de agua, lo cual le dio una sustancialidad que podríamos considerar gaseosa. Ese estado material del cuerpo humano se conoce en las obras de la ciencia iniciática con el nombre de niebla ígnea. El hombre se halla encarnado en ese cuerpo de niebla ígnea.

Con esto, el examen de la Crónica Akáshica ha llegado al punto inmediatamente anterior a la catástrofe cósmica producida por la separación de la Luna desde la Tierra.

GA011 La Crónica del Akasha 8- LAS ÉPOCAS HÍPERBÓREA Y POLAR

 

CAPITULO VIII

LAS ÉPOCAS HÍPERBÓREA Y POLAR



Los siguientes pasajes sacados de la Crónica del Akasha nos conducen a tiempos anteriores a los descritos en los últimos capítulos. Teniendo en cuenta el pensamiento materialista de nuestra época, los riesgos que se corren con los relatos siguientes son quizás aún más grandes, que los que podrían emanar de los cuadros precedentes.

En la época actual se ha atribuido rápidamente a este tipo de descripciones un aspecto fantástico y puramente especulativo. Cuando se sabe cuán poco inclinados están, los sabios formados en el pensamiento científico moderno, a tomar estas cosas en serio, es preciso, para decidirse a comunicarlas, tener la conciencia de la fidelidad frente a lo que revela la experiencia espiritual. Nada se dice aquí que no haya sido cuidadosamente verificado por los medios que ofrece la ciencia espiritual. Sería deseable que el sabio fuera tan tolerante frente a la ciencia espiritual, como ésta lo es frente a la mentalidad científica naturalista (ver mi libro 1/ Concepciones del mundo y de la vida en el siglo XIX1 en donde he demostrado que sabía apreciar en su justo valor las concepciones materialistas de la ciencia moderna). Por el contrario, ante quienes están abiertos a las enseñanzas de la ciencia espiritual, deseo hacer una puntualización particular respecto al relato que sigue a continuación. Nos proponemos aquí evocar datos extremadamente importantes. Pertenecen a épocas hace tiempo concluidas. No es fácil descifrar esta época de la Crónica del Akasha. Por otra parte, el autor del presente relato no pretende una aceptación ciega de su autoridad Simplemente quiere comunicar los resultados de su investigación, conducida al máximo de sus posibilidades.

Acepta gustosamente todas las rectificaciones procedentes de personas competentes en la materia. Como que los signos de los tiempos lo exigen, se hace un deber el divulgar estos acontecimientos de la evolución humana. No olvidemos tampoco que esto concierne a épocas prodigiosamente amplias, sobre las que se trata de suministrar una visión de conjunto. Numerosos puntos simplemente mencionados, serán precisados ulteriormente. Los signos grabados en la Crónica del Akasha son difíciles de trasladar a nuestro lenguaje corriente. Es más fácil expresarlos en el lenguaje hecho de signos simbólicos usado en las escuelas ocultistas; sin embargo actualmente no está permitido todavía divulgarlos.


El lector tendrá a bien, pues, aceptar múltiples nociones oscuras y arduas, y esforzarse por acceder a una cierta comprensión, así como el autor se ha esforzado por encontrar una forma de exposición que fuera más generalmente accesible.

El lector encontrará muchas dificultades, pero será recompensado si sabe dirigir su mirada sobre los profundos misterios, sobre los enigmas significativos del ser humano, aquí evocados.

Las inscripciones akáshicas engendran en el hombre un verdadero conocimiento de sí; para el investigador espiritual estas inscripciones son una realidad, de una certeza tan incuestionable, como lo son para el ojo físico las montañas y los ríos. Un error de percepción es además posible tanto en un caso como en el otro. Conviene subrayar que el presente capítulo sólo trata, al principio, de la evolución del ser humano. Paralelamente se desarrolla, por supuesto, la de los otros reinos de la naturaleza, el mineral, el vegetal y el animal y se tratarán en los próximos capítulos. Tendremos entonces ocasión de examinar igualmente otros problemas que aclararán lo que ha sido expuesto respecto al ser humano, con el ánimo de la ciencia espiritual. Sin embargo, no es posible hablar del desarrollo de los otros reinos terrestres antes de haber descrito el camino evolutivo del ser humano. Retrocediendo a una fase de la evolución, aún más lejana que la evocada en los relatos precedentes, se está confrontando con estados cada vez más sutiles de la materia de la que está compuesto nuestro planeta. Las sustancias que se han ido solidificando progresivamente, eran entonces todavía líquidas, e incluso, anteriormente, de naturaleza vaporosa y gaseosa; en un pasado mucho más alejado encontramos un estado todavía más sutil (etérico).La solidificación de la materia es debida a la disminución del calor. En el presente relato, no nos remitiremos más lejos de la época en que nuestra morada terrestre estaba hecha de esta muy fina sustancia etérica. El hombre apareció sobre la Tierra en este preciso punto de su evolución. Anteriormente había pertenecido a otros mundos de los que hablaremos más adelante. Mencionemos sin embargo el estado precedente, que era el de un mundo astral o anímico. Los seres de este mundo, incluido el hombre, no conocían entonces la existencia corporal exterior (física). El ser humano había ya desarrollado la conciencia imaginativa mencionada en el relato precedente. Estaba animado de sentimientos y deseos, pero todo esto se desarrollaba en el interior de un cuerpo anímico. Sólo la mirada clarividente era capaz de percibir un ser humano así. En esos tiempos, todos los seres humanos evolucionados poseían este tipo de clarividencia, pero en estado crepuscular y oscuro. No se trataba de una clarividencia consciente. Estos seres astrales son de alguna manera los antepasados del hombre. Lo que actualmente se denomina "hombre" es ya portador de un espíritu autónomo y consciente. Este último se une al ser, que proviene de este antepasado, aparecido en la mitad de la época lemur. (Anteriormente ya hemos aludido a esta misión).

Cuando hayamos relatado la evolución del antepasado humano hasta la época concerniente, volveremos a tratar en detalle esta cuestión). Los antepasados psíquicos o astrales del hombre, fueron dirigidos hacia esta materia sutil que es la Tierra etérica. Absorbieron esta fina sustancia, un poco como la esponja absorbe un líquido.

Penetrándose así de sustancia, formaron sus cuerpos etéricos. Estos tenían la forma de una elipse alargada, y delicados matices, diferenciando la sustancia anunciaban la colocación de los miembros y de otros órganos a desarrollar ulteriormente. El conjunto de este proceso en el seno de esta masa, era de tipo puramente físicoquímico, pero regulado y ordenado por el alma. Cuando una semejante masa de sustancia había alcanzado una cierta dimensión, se escindía en dos, semejándose cada parte a la forma de la que había surgido, y cada una experimentaba los mismos procesos que ella. Toda nueva formación estaba dotada de las mismas cualidades psíquicas que la formación madre. Esto provenía del hecho de que el número de almas descendiendo sobre la Tierra no era limitado; más bien hay que imaginarse un árbol psíquico que, a partir de una raíz común, podía engendrar un número ilimitado de almas individuales. Así como una planta puede brotar sin cesar de innumerables granos, de la misma forma la vida psíquica pudo surgir sin cesar, de los innumerables brotes salidos de la división incesante que tenía lugar. (Sin embargo, desde la separación, el alma sólo existe en un número estrictamente limitado de especies. Volveremos a hablar de ello más adelante. Pero en el seno de cada una de estas especies, el proceso se desarrolló tal como hemos descrito. Cada especie de alma engendraba innumerables brotes). Con la entrada en la materialidad terrestre, el alma había experimentado una transformación importante. Mientras las almas no habían asimilado ellas mismas nada de esta materialidad, ningún proceso físico exterior podía actuar sobre ellas. Todas las impresiones que les llegaban eran de naturaleza puramente psíquica, clarividente.

Así es como las almas participaban en la vida psíquica de su entorno. Todo lo que existía entonces era vivido de esta forma. Los efectos de las piedras, de las plantas y de los animales, que entonces sólo existían como formas astrales (anímicas), fueron sentidos como experiencias interiores del alma. En el momento de la entrada en la Tierra, algo totalmente nuevo aconteció. Los procesos materiales exteriores ejercieron una acción sobre el alma misma, en lo sucesivo revestida de una envoltura material. Al principio sólo fueron los movimientos de este mundo físico exterior, los que provocaron movimientos en el interior del cuerpo etérico. Las vibraciones del aire, las percibimos actualmente en forma de sonidos; en aquella época, estos seres etéricos reaccionaban de la misma forma a las sacudidas de la sustancia etérica circundante. A decir verdad, un ser de este tipo era enteramente un órgano auditivo. Este sentido fue el primero en desarrollarse. Esto prueba con evidencia que el órgano auditivo separado no se formó hasta más tarde. Con la sustancia terrestre densificándose

progresivamente, la entidad psíquica perdió poco a poco la facultad de darle forma. Solo los cuerpos ya formados pudieron todavía engendrar otros semejantes. Apareció un nuevo tipo de procreación. El ser engendrado es un producto considerablemente más pequeño que el ser materno, cuya dimensión sólo alcanza poco a poco. Mientras que antes no existían los órganos de reproducción, ahora aparecen. En lo sucesivo esta formación ya no será simplemente el soporte de un proceso físico-químico; por otra parte, éste no bastaría l'ara poner en marcha la reproducción. En efecto, la materia exterior, densificada, ya no le permite al alma el transmitirle directamente la vida. Por ello, en el interior mismo de esta formación, un sector particular se aisló y se sustrajo a la influencia inmediata de la materia exterior. En adelante sólo está sometido a esta acción el resto del cuerpo, el que no fue aislado. Está en el mismo estado en que se encontraba precedentemente el conjunto del cuerpo. El alma ahora puede continuar actuando en la parte aislada; lo hace en tanto que soporte del principio vital, llamado prana en la literatura teosófica. Así, el antepasado corporal del hombre apareció dotado de dos elementos constitutivos. Uno es el cuerpo físico (envoltura física). Está sometido a leyes químicas y físicas del mundo circundante. El segundo es el conjunto de órganos sometidos al principio vital. Pero por este hecho una parte de la actividad del alma se ha vuelto libre. Ya no tiene ningún poder sobre la envoltura física. Esta parte de la actividad del alma se dirige entonces hacia el interior y transforma en órganos una parte del cuerpo, de manera que una vida interior comienza a manifestarse en él. El cuerpo ya no se contenta reaccionando a las sacudidas del mundo exterior, sino que comienza a sentir en él, las experiencias particulares que de ello resultan. Ahí se encuentra el origen de la sensación. Primero se manifiesta corno una especie de sentido táctil. El ser siente los movimientos los movimientos del mundo exterior, la presión ejercida por las sustancias, etc. Aparecen los rudimentos de una sensibilidad para lo que es cálido o frío. Así se alcanza un escalón importante de la evolución de la humanidad. El cuerpo físico está privado de la influencia directa del alma. Está sometido por completo al reino de la sustancia física y química. El cuerpo se descompone desde que el alma, a partir de las otras partes en que ejerce su actividad, ya no puede dominarlo. Esto engendra lo que se denomina la "muerte". En lo concerniente a los estados anteriores, no podría hablarse de muerte. En la época de la división, la forma madre se perpetúa íntegramente en las formas engendradas. Pues toda la fuerza psíquica transformada actúa en ellas, como antes en la forma madre. En la época de la división, nada de lo que resulta de ella está privado de alma. En adelante esto cambiará. Desde que el alma ya no extiende su dominio sobre el cuerpo físico, éste cae bajo la influencia de las leyes químicas y físicasdel mundo exterior, es decir, que muere. De la actividad del alma sólo queda lo que actúa en la reproducción y en la vida interior ahora desarrollada. En otras palabras: la fuerza de procreación permite engendrar descendientes, los cuales están dotados de un excedente de fuerza creadora de órganos. Es en este excedente en donde el ser psíquico resucita siempre de nuevo. Antes, en la época de la división, el cuerpo entero se llenaba de actividad psíquica: ahora se produce lo mismo con los órganos de reproducción y de sensación. Se está pues en presencia de una reencarnación de la vida del alma, en el seno del organismo nuevamente engendrado. Según la literatura teosófica la descripción de las dos primeras razas-raíz de la Tierra, corresponde a estos dos estadios de la evolución del hombre. La primera se llama la raza polar, la segunda la raza hiperbórea.

Es preciso representarse que la vida de las sensaciones aparecida en estos antepasados del hombre, era aún muy general e imprecisa. Sólo dos clases de sensaciones eran ya entonces autónomas: el oído y el tacto. A consecuencia de la transformación experimentada por el cuerpo y sobrevenida en las condiciones físicas del medio, podría decirse que la forma humana ya no estaba en condiciones de actuar globalmente como u oído". Sólo una parte particular del cuerpo fue capaz de sentir estas vibraciones sutiles. Suministró los materiales a partir de los cuales se formó progresivamente nuestro órgano auditivo. Sin embargo la cualidad de órgano táctil permanecía siempre como patrimonio de todo el cuerpo.

Puede observarse que el conjunto del proceso de la evolución humana que hemos evocado, está encadenado a la transformación del estado calórico de la Tierra. En efecto, es el calor ambiente el que había permitido al ser humano llegar hasta esta fase de su desarrollo. Pero el calor exterior había alcanzado un punto que no habría permitido al organismo humano que continuara progresando. En el interior se manifiesta entonces una reacción contra todo nuevo enfriamiento de la Tierra. El hombre se convierte en el creador de su propia fuente de calor.

Hasta aquí tenía la temperatura del mundo ambiente. En lo sucesivo aparecen en él órganos que le hacen capaz de desarrollar a él mismo la temperatura necesaria para su vida. Hasta ese momento su ser interior había estado surcado de sustancias en circulación, que en esto dependían del entorno. Ahora sabe desarrollar una temperatura que le pertenece en propiedad, destinada a estas sustancias. Los líquidos del cuerpo se convierten en la sangre caliente. Como ser físico; accede a un grado de independencia muy superior al que tenía antes. Toda la vida interior fue intensificada. Antes, las sensaciones aún dependían por completo de las influencias del mundo exterior. La consecución de una temperatura propia dio, por el contrario, al cuerpo una vida física interior autónoma. El alma disponía ahora de un campo de acción en el interior del cuerpo; podía desarrollar en él una vida que ya no fuera simplemente una prolongación del mundo exterior. Por este proceso la vida del alma fue atraída a la esfera de la materia terrestre. Anteriormente las apetencias, deseos y pasiones, así como las alegrías y las penas sólo podían ser engendrados por fuerzas psíquicas. Lo que emanaba de otro ser psíquico despertaba en un alma determinada atracción, repulsión, excitaba las pasiones, etc. Ningún objeto físico exterior habría podido producir un efecto así. Pero ahora se hace posible que los objetos exteriores tengan un significado para el alma. Al estímulo de la vida interior, consecutivo al despertar provocado por el calor autónomo, el alma lo sentía como un bienestar, y la perturbación de esta vida interior, le aportaba un sentimiento de malestar. Un objeto exterior capaz de contribuir al bienestar físico podía ser apetecido, deseado. Lo que la literatura teosófica designa con la palabra "kama" -cuerpo de deseos- estaba ligado al hombre físico. Los objetos accesibles a los sentidos se convirtieron en objetos de apetencia. El hombre, por su cuerpo de deseos, quedaba, en adelante, encadenado a la existencia terrestre. Ahora bien, este hecho coincide con un gran acontecimiento cósmico al que está ligado por un lazo causal. Hasta ese momento no existía ninguna separación física entre el Sol, la Tierra y la Luna. La influencia de los tres sobre el ser humano era la de un solo cuerpo. Luego sobrevino la separación; la materia más sutil, que englobaba todo lo que antes había dado al alma la posibilidad de tener una acción estimulante directa, se desprendió y constituyó el Sol; la parte más rugosa se separó para formar la Luna; la Tierra, gracias a su materia específica, mantuvo el equilibrio entre los dos. Como es lógico, esta división no se hizo de golpe, sino que constituyó un proceso progresivo, que va desde cuando el ser humano avanzaba, del estado en que la reproducción tenía lugar en forma de separación, hasta el estado que hemos descrito últimamente. Puede incluso decirse que es precisamente este proceso cósmico el que provocó este progreso del ser humano.

Primeramente el Sol extrajo de este planeta común su sustancia propia. Por ello, la vida del alma se vio privada de la posibilidad de ejercer una acción directa sobre la materia terrestre. Luego la Luna empezó a desprenderse.

La Tierra entró entonces, en el estado en que aparece la facultad de sensación que hemos comentado antes.

Conjuntamente con esta progresión se desarrolló una nueva facultad sensitiva. Las condiciones térmicas de la Tierra tuvieron por efecto, el dar poco a poco a los cuerpos, contornos precisos, que conducían a una separación entre el mundo transparente y el que no lo es. El Sol, habiéndose desprendido de la masa terrestre, tuvo la misión de conceder la luz. En el interior del cuerpo humano nació el sentido de la vista. En un primer tiempo esta vista no era la que conocemos actualmente. La luz y la oscuridad actuaban sobre el hombre en forma de vagos sentimientos. Por ejemplo, en ciertas circunstancias, sentía la luz como algo agradable, estimulante para su vida física, y la buscaba, se esforzaba por conseguirla.

Sin embargo, la vida del alma propiamente dicha, se desarrollaba siempre todavía en forma de imágenes soñadas. Cuadros coloreados surgían y se desvanecían; no tenían ningún lazo directo con las cosas exteriores. Estos cuadros coloreados, el hombre los atribuía aún a influencias anímicas. En el caso de impulsos psíquicos agradables, veía surgir colores claros, y cuando era alcanzado por impulsos desagradables, veía imágenes oscuras.

Lo que engendró la aparición del calor autónomo lo hemos denominado, en el curso de nuestra exposición "vida interior". Pero se ve bien que no se trata todavía de una vida interior, en el sentido que le será atribuida en el curso de fases ulteriores de la evolución del género humano. Todo procede por etapas, y así igualmente con la génesis de la vida interior. Tal como la hemos caracterizado en el capítulo precedente, esta verdadera vida interior no se manifestó antes de que fuera efectiva la fecundación por el espíritu, o sea cuando el hombre comienza a reflexionar en lo que desde afuera actúa sobre él.

Todo lo que aquí hemos podido decir, muestra bien, cómo el ser humano alcanza poco a poco el estado que hemos caracterizado en el capítulo precedente. En el fondo, ya se está en el corazón de esa época cuando se da la descripción siguiente: Todo lo que el alma había vivido precedentemente en ella misma y atribuido sólo a la influencia psíquica, aprende cada vez más a aplicarlo a la existencia física exterior. Lo mismo sucede con las imágenes coloreadas. Precedentemente, era una impresión psíquica simpática la que suscitaba en el alma colores claros; ahora este mismo efecto proviene de una luz clara proveniente del exterior.

El alma empieza a ver los colores de los objetos que la rodean. Esto está ligado al desarrollo de nuevos órganos visuales. Para sentir imprecisamente la luz y la oscuridad, el cuerpo poseía, en esos tiempos remotos, un ojo que actualmente no existe. (El mito de los cíclopes provistos de un solo ojo recuerda estos estados pasados). Los dos ojos se desarrollaron cuando el alma comenzó a ligar, más íntimamente, a su propia vida interior, las impresiones luminosas procedentes del exterior. Por el mismo hecho se perdió la facultad de percibir lo psíquico en el mundo circundante. El alma se convirtió cada vez más en el espejo del mundo exterior. Este mundo exterior se reproduce en forma de representaciones en el interior del alma. Paralelamente se realizó la separación de los sexos. Por una parte el cuerpo humano sólo fue accesible a la fecundación por otro cuerpo humano; por otra parte se desarrollaron los órganos físicos del alma (sistema nervioso), permitiendo a las impresiones del mundo exterior, reflejarse en el alma. De esta forma es como el hombre fue preparado para recibir en él el espíritu pensante.

1* En 1914 esta obra fue reeditada, pero completada con una "Historia de la Filosofía occidental hasta los tiempos presentes", bajo el título "Los enigmas de la Filosofía".

GA011 La Crónica del Akasha 7- LOS ÚLTIMOS PERÍODOS ANTES DE LA DIVISIÓN DE LOS SEXOS

 

CAPITULO VII

LOS ÚLTIMOS PERÍODOS ANTES DE LA DIVISIÓN DE LOS SEXOS



Describiremos ahora el estado en que se hallaba el hombre antes de su división en hombre y mujer. En esa época, el cuerpo era una masa blanda y maleable; la voluntad tenía mayor poder sobre esa masa de lo que tendría posteriormente.

Cuando el hombre se separaba de su entidad paterna, aparecía como un organismo verdaderamente articulado pero incompleto. El desarrollo ulterior de los órganos tenía lugar fuera de la entidad paterna. Mucho de lo que más tarde maduraría dentro del organismo de la madre, en aquel período se completaba fuera de él, gracias a una fuerza afín a nuestro poder volitivo, Para que se produjera esa maduración externa era necesario el cuidado del antecesor. El hombre venía al mundo con órganos que luego desechaba, mientras que otros, muy incompletos en el nacimiento, se desarrollaban mucho después. Todo el proceso se asemejaba al surgimiento de una forma de huevo y el desechamiento de la cáscara de ese huevo, pero no hemos de imaginarnos una cáscara sólida. El cuerpo humano era de sangre caliente, lo cual es importante constatar, porque en épocas aún anteriores era distinto. La maduración que tenía lugar fuera del organismo materno se producía gracias a un calor intensificado que procedía también del exterior. Mas no pensemos que el hombre-huevo, como le llamaremos para abreviar, fuera incubado. Las condiciones de calor y fuego en la Tierra, en aquella época, eran distintas de lo que serían más tarde.

Con sus poderes, el hombre podía confinar el fuego o el calor a determinados sitios. Podía, digamos, contraer, concentrar el calor y con ello suministrar al joven organismo, la temperatura que necesitaba para su maduración. Los órganos más desarrollados del hombre en aquella época eran los motores, mientras que los órganos sensorios actuales estaban aún sin desarrollar. Entre ellos, no obstante, los más avanzados eran los órganos del oído, el de la percepción del frío y del calor (el sentido del tacto).

La percepción de la luz estaba muy retrasada. El hombre vino al mundo con los sentidos del oído y del tacto; la percepción de la luz se desarrolló más tarde.

Todo lo que aquí se dice se refiere a los últimos períodos antes de la división en sexos. Esta división se produjo lenta y gradualmente. Mucho antes de que eso ocurriera, los seres humanos ya se desarrollaban de tal modo que un individuo nacía con características más masculinas y otro más femeninas. Pero cada ser humano poseía también las características sexuales opuestas, de modo que era posible la autofecundación. Esta, no obstante, no se producía siempre, porque dependía de la influencia de factores externos en determinadas estaciones. Con respecto a muchas cosas, el hombre dependía mucho de factores exteriores. Por eso tenía que regular todas sus instituciones, de acuerdo con dichas condiciones exteriores, por ejemplo, siguiendo el curso del Sol y de la Luna.

Pero esa regulación no sucedía conscientemente en el sentido moderno; se realizaba más bien de un modo que podríamos llamar instintivo. Entramos así a hablar de la vida anímica del hombre en aquella época. No podemos calificar esa vida anímica corno verdadera vida interior. Porque las actividades y cualidades físicas y anímicas no se hallaban todavía estrictamente separadas.

El alma percibía todavía la vida externa de la naturaleza.

Cada distorsión en el entorno actuaba poderosamente, en especial, sobre el sentido auditivo. Cada modificación del aire, cada movimiento, era "oído". En sus movimientos, el aire y el agua le comunicaban un "lenguaje hablado" al hombre. De esa manera penetraba en él una percepción de la misteriosa actividad de la naturaleza, que luego reverberaba en su alma. Su propia actividad era un eco de esas impresiones. El transformaba las percepciones sonoras en actividad propia y vivía entre esos movimientos tonales, expresándolos luego por su voluntad. De esa manera se sentía impelido a todas sus actividades diarias.

En un grado algo menor se hallaba influenciado por aquello que afecta al tacto, pero que también desempeñaba un importante rol. El hombre" sentía" el entorno en su cuerpo y actuaba en consecuencia. Según lo que captaba con el tacto, podía decir cuándo había de actuar cuándo no, y cuándo debía descansar. Con ello reconocía y evitaba los peligros que amenazaban su vida y de acuerdo con esas influencias regulaba su ingestión de alimentos. El resto de la vida anímica seguía un curso muy distinto al de épocas posteriores. En el alma, vivían imágenes de los objetos externos, no representaciones. Por ejemplo, cuando un hombre entraba en un lugar cálido, después e haber estado en otro más frío surgía en su alma una imagen cromática. Pero esa imagen en color no tenía nada que ver con ningún objeto externo, pues surgía de una fuerza interior emparentada con la voluntad. Esas imágenes llenaban constantemente el alma y sólo son comparables con las fluctuantes imágenes oníricas del hombre. En aquel entonces las imágenes no eran desordenadas, sino que seguían ciertas leyes. Por esa razón, en esa etapa de la humanidad, se habría de hablar de una conciencia en imágenes y no de conciencia onírica. Lo que más llenaba esa conciencia eran las imágenes cromáticas, pero no eran las únicas. El hombre se desplazaba por el mundo y por su oído y tacto, participaba en sus acontecimientos, pero en su vida anímica, ese mundo se reflejaba en imágenes distintas a lo que existía en el mundo externo. La alegría y el dolor estaban asociados con las imágenes anímicas, mucho menos de lo que lo están hoy nuestras representaciones que reflejan percepciones del mundo externo. Si bien es cierto que una imagen despertaba felicidad, otra displacer, otra odio y otra amor, esos sentimientos tenían un carácter mucho más débil.

Por otra parte, los sentimientos fuertes eran despertados por otras cosas. En aquellas épocas, el hombre era mucho más activo que después. Todo lo que le circundaba y también las imágenes en el interior de su alma, le estimulaban a la actividad, al movimiento. Cuando esa actividad podía llevarse a cabo sin obstáculos, el hombre sentía placer, pero si esa actividad era refrenada de una forma u otra, sentía displacer e incomodidad. La ausencia o presencia de obstáculos a su voluntad, era lo que determinaba el contenido de sus sensaciones, su gozo y su dolor. Esa alegría o ese dolor volvían a descargarse a su vez en su alma en un mundo de imágenes vivas. En su interior vivían imágenes luminosas, claras y bellas cuando podía sentirse completamente libre en sus acciones; imágenes oscuras y desagradables surgían en su alma cuando se reprimían sus movimientos.

Hasta ahora hemos descrito el hombre medio, porque entre aquellos que se habían convertido en una especie de seres sobrehumanos, la vida anímica era distinta. Esta no tenía un carácter instintivo, pues a través de sus sentidos del oído y del tacto percibían profundos misterios de la naturaleza que podían interpretar conscientemente. En el rugir del viento, en el susurro de los árboles, se le develaban las leyes, la sabiduría de la naturaleza. Las imágenes en el interior de su alma no representaban meros reflejos del mundo externo, sino semejanzas de los poderes espirituales del mundo. No percibían objetos sensorios, sino entidades espirituales.

El hombre común vivenciaba, por ejemplo, temor, y surgía una imagen fea y oscura en su alma; pero el ser sobrehumano, con dichas imágenes, recibía información y revelaciones de las entidades suprasensibles. Los procesos de la naturaleza no se le aparecían motivados por las leyes inanimadas de la naturaleza, como lo hacen hoy para el científico, sino como acciones de seres espirituales. La realidad externa no existía, porque no había sentidos externos, pero la realidad espiritual le era accesible a esos seres superiores. El espíritu brillaba en ellos, como el Sol brilla en los ojos físicos del hombre de hoy. En esos seres, a la cognición podríamos llamarla “ conocimiento intuitivo" en su pleno sentido. Para ellos no existía el asociar y especular, sino la percepción inmediata de la actividad de seres espirituales. Por ello, esos individuos sobrehumanos podían recibir comunicaciones del mundo espiritual, que penetraban directamente en su voluntad y luego, conscientemente, dirigían a otros hombres. Su misión la recibían del mundo del espíritu y actuaban en consecuencia. Cuando negó el período en que se separaron los sexos, esos seres consideraron como tarea propia el actuar sobre la nueva vida, de acuerdo con su misión. De ellos emanaba la regulación de la vida sexual. Todo lo que se relaciona con la reproducción de la humanidad surgía de ellos. En este aspecto, actuaban con plena conciencia, pero los otros hombres sólo podían sentir su influencia como un instinto inserto en ellos. El amor sexual fue implantado en el hombre por transferencia inmediata de pensamiento. En un principio, todas sus manifestaciones fueron del más noble carácter; todo lo que en ese campo tomó rasgos desagradables, procede de períodos posteriores, cuando los hombres se hicieron más independientes y corrompieron un impulso originalmente puro. En esos tiempos más antiguos no había satisfacción en el impulso sexual per se; porque entonces todo ello era un servicio de ofrenda para la continuación de la existencia humana. La reproducción se consideraba un asunto sagrado, un servicio que el hombre le debe al mundo. Los sacerdotes sacrificiales eran los directores y reguladores en ese campo. De un tipo distinto eran las influencias de los seres medio sobrehumanos. Estos últimos no se hallaban desarrollados hasta el punto de poder recibir las revelaciones del mundo espiritual de una forma pura.

Junto a esas impresiones del mundo espiritual, surgían también, entre las imágenes del alma, los efectos de la Tierra sensoria. Los seres verdaderamente sobrehumanos no recibían impresiones de placer y dolor, motivadas por el mundo externo. Se hallaban entregados plenamente a las revelaciones de los poderes espirituales y hacia ellos fluía la sabiduría, como lo hace la luz con los seres sensorios. Su voluntad se orientaba hacia la acción acorde con esa sabiduría y es en esa acción que sentían el máximo gozo Su naturaleza consistía en sabiduría, voluntad y actividad. Eso era diferente entre las entidades medio sobrehumanas que sentían el impulso de recibir impresiones desde el exterior y asociaban la alegría con la satisfacción de ese impulso, y displacer con su frustración; y en eso diferían de los seres sobrehumanos, para quienes las impresiones externas no eran otra cosa que confirmaciones de las revelaciones espirituales y podían mirar al mundo externo sin recibir otra cosa que el reflejo de 10 que ellos ya habían recibido del espíritu.

Los seres semi-sobrehumanos aprendían cosas nuevas y por ello ellos pudieron convertirse en guías de los hombres, cuando en las almas humanas las imágenes se convirtieron en réplicas y representaciones de los objetos externos. Eso tuvo lugar cuando una parte de la anterior energía reproductiva humana se interiorizó, cuando se desarrollaron entidades con cerebro evolucionado. Con el cerebro, el hombre recibió también la facultad de transformar en representaciones las impresiones sensoriales externas.

Hay que decir, pues, que el hombre fue llevado por los seres medio sobrehumanos hasta el punto en que pudiera dirigir su naturaleza interior hacia el mundo sensorial externo y no se le permitió que abriera las imágenes de su alma directamente a las influencias puramente espirituales. De los seres sobrehumanos, recibió como impulso instintivo la capacidad de reproducirse.

Espiritualmente, tendría que seguir teniendo, al principio, una especie de vida onírica si no hubieran intervenido los seres medio sobrehumanos. Bajo su influencia, las imágenes anímicas se orientaron hacia el mundo sensorial externo. Se transformó en un ser autoconsciente en el mundo sensorial. Con ello, se produjo el que el hombre pudiera dirigir conscientemente sus acciones de acuerdo con sus percepciones del mundo de los sentidos. Hasta entonces, había actuado partiendo de una especie de instinto, cuando estaba fascinado por su medio circundante y los poderes de altas individualidades actuaban sobre él. Pero desde entonces empezó a seguir los impulsos y seducciones de sus representaciones. Gracias a esto, se le hizo posible al hombre el libre albedrío, la libre elección, empezando así " el bien y el mal". Antes de continuar en esta dirección, diremos algo sobre el entorno terrestre que circundaba al hombre.

Además del hombre, existían animales que en su especie se hallaban en el mismo nivel evolutivo que él. Según las representaciones actuales, habría que incluirlos entre los reptiles. Otras formas inferiores de vida animal estaban también presentes. Entre el hombre y los animales había una diferencia esencial, porque, gracias a su cuerpo aún maleable, el hombre sólo podía vivir en regiones de la Tierra que no hubieran pasado a la condición más sólida material. En esas regiones convivían con él los organismos animales dotados de un cuerpo similarmente plástico. Pero en otras zonas vivían animales dotados de cuerpo ya denso y que habían desarrollado también los sexos separados y órganos sensorios externos. Más tarde hablaremos de su procedencia. Esos animales no pudieron seguir desarrollándose, porque sus cuerpos habían acogido materialidad densa demasiado pronto. Algunas de sus especies se extinguieron, otras se perpetuaron hasta llegar a las formas actuales. El hombre pudo alcanzar formas superiores porque permanecía en las regiones que, en esa época, correspondían a ese estado. Gracias a ello, su cuerpo permanecía dúctil y maleable, pudiendo así desarrollar los órganos que habrían de ser fecundados por el espíritu. Con ese desarrollo, el cuerpo externo había alcanzado el punto en que podía transferirse a la materialidad más densa y convertirse en una envoltura protectora de los órganos espirituales más delicados.

Pero no todos los cuerpos humanos habían llegado a ese punto. Sólo había unos pocos en estado avanzado y esos fueron los primeros en ser animados por el espíritu.

Otros no lo estaban, y si el espíritu hubiera penetrado en ellos, se habría desarrollado defectuosamente, a causa de los órganos internos todavía incompletos. Por esa razón, esos seres humanos se vieron forzados, al principio, a seguir desarrollándose sin espíritu.

Un tercer tipo había llegado al punto de permitir que débiles impulsos espirituales pudieran actuar en ellos, ocupando así una posición intermedia entre los otros dos tipos. Su actividad espiritual permanecía opaca y debían ser guiados por potencias espirituales superiores. Es evidente que también existían todo tipo de transiciones posibles entre esos tres grupos. El desarrollo posterior se hizo posible entonces, sólo en aquella parte de los seres humanos que habían adquirido formas superiores a expensas de las otras.

Al principio, los que carecían de espíritu tuvieron que ser abandonados, pues cualquier función con ellos para fines reproductores habría hecho descender a los superiores a su nivel. Por eso se separó de ellos todo lo que hubiera sido dotado de espíritu y ello produjo que estos descendieran cada vez más al nivel animalesco. De ese modo, se desarrollaron junto al hombre animales homínidos. El hombre tuvo que dejar a una parte de sus hermanos atrás, a fin de poder ascender a un nivel superior. Ese proceso, sin embargo, siguió produciéndose, porque entre los hombres dotados de una opaca vida espiritual, los que se hallaban un poco más avanzados, sólo pudieron seguir avanzando asociándose con otros aún superiores y separándose de los que estaban menos dotados de espíritu. Sólo así pudieron desarrollar cuerpos capaces de recibir al espíritu humano completo. Después de un tiempo, el desarrollo físico acabó llegando a una especie de tope, en el que todo lo que estuviera por encima de una cierta frontera siguió siendo humano. Mientras tanto, las condiciones de la Tierra habían cambiado de tal manera, que cualquier otro desprendimiento ya no podía seguir produciendo criaturas de características animales, porque acababan pereciendo. Lo que había sido empujado al mundo animal o bien se extinguió o sobrevive en los diferentes animales superiores. Hemos de considerar a estos últimos como seres que tuvieron que detenerse en una etapa anterior del desarrollo humano y que no retuvieron la forma que tenían cuando se produjo la separación, sino que descendieron de un nivel superior a uno inferior. Los simios, pues, son hombres de una época pasada en evolución regresiva. Y si el hombre fue una vez menos perfecto que ahora, los homínidos fueron en el pasado más perfectos de lo que hoy son.

Lo que ha permanecido en el campo de lo humano, sufrió un proceso similar, aunque dentro de los límites humanos. A muchas tribus salvajes habría que considerarlas como descendientes degenerados de formas humanas que estuvieron una vez más altamente desarrolladas, y si bien no acabaron hundiéndose en la animalidad, sí descendieron al estado salvaje.

La parte inmortal del hombre es el espíritu. Ya vimos cuándo penetró éste en el cuerpo. Pero antes, el espíritu pertenecía a otras regiones y sólo pudo asociarse con el cuerpo, cuando este último adquirió un determinado nivel de desarrollo evolutivo. Sólo cuando entendamos plenamente, cómo se produjo esa vinculación, podremos reconocer el significado del nacimiento y de la muerte y comprender la naturaleza del espíritu eterno.



GA011 La Crónica del Akasha 6-LA SEPARACIÓN DE LOS SEXOS

 



CAPITULO VI

LA SEPARACIÓN DE LOS SEXOS



En épocas lejanas, evocadas en los precedentes extractos de la "Crónica del Akasha", la forma de los humanos era muy diferente de la nuestra. Si se retrocede más lejos en la historia de la humanidad, se encuentran condiciones todavía mucho más distintas. En efecto, las formas del hombre y la mujer han nacido con el tiempo, a partir de una forma original antigua en la que el ser humano no era ni hombre ni mujer, sino las dos a la vez. Para hacerse una idea de este pasado tan remoto, es preciso liberarse de las representaciones habituales sacadas de lo que vemos a nuestro alrededor. Los tiempos hacia los que nos lleva nuestra mirada se sitúan poco antes de la mitad de la época que hemos denominado, en los relatos precedentes, época lemurica. Entonces el ser humano se componía de sustancias blandas y maleables. Estas mismas características se aplicaban también a las otras formaciones terrestres. Comparada a su forma ulterior solidificada, la Tierra sólo conocía un estado líquido y fluido.

Encarnando en la materia, el alma humana pudo adaptar esta materia a sus propias necesidades, mucho mejor de lo que lo haría más tarde. La elección por el alma de un cuerpo masculino o femenino dependía de la naturaleza terrestre exterior, que en el estado de su desarrollo de entonces, le imponía lo uno o lo otro. Mientras las sustancias no se habían aún solidificado, el alma podía imponerles sus propias leyes. Imprimía en el cuerpo su voluntad sobre la naturaleza. Pero cuando la materia fue más densa, el alma tuvo que doblegarse ante las leyes que la naturaleza terrestre exterior imprimía a esta materia.

Mientras el alma estaba aún en condiciones de dominar la materia, modelaba su cuerpo sin diferenciarlo en masculino o femenino; le confiaba facultades comunes a ambos. En efecto, el alma es al mismo tiempo masculina y femenina. Contiene las dos naturalezas.

Su elemento masculino está emparentado con 10 que se llama voluntad, y su elemento femenino con lo que se denomina representación. Las fuerzas vivas exteriores de la Tierra son responsables de la formación unilateral del cuerpo.

El del hombre ha tomado una forma que está determinada por el elemento volitivo, mientras que el de la mujer lleva más bien la impronta de la representación. Esto explica que el alma bisexuada masculino-femenina habite un cuerpo unisexuado masculino o femenino. A lo largo de la evolución, el cuerpo había adoptado una forma determinada por las fuerzas terrestres exteriores, de manera que al alma ya no le era posible verter en ese cuerpo toda su fuerza interior. Tuvo que conservar en el interior algo de su propia fuerza, y por ello sólo le pudo transmitir al cuerpo una parte.

Siguiendo la Crónica del Akasha aún puede verse lo siguiente. En una época muy remota encontramos formas humanas blandas y maleables, muy diferentes de lo que serán más tarde. La naturaleza masculina y la naturaleza femenina coexisten aún en armonía. Luego, las sustancias se vuelven más densas y el cuerpo humano presenta dos aspectos distintos, uno que empieza a parecerse a la futura forma masculina, y el otro a la futura forma femenina. Mientras esta distinción no era efectiva, cada ser humano podía engendrar a otro. La fecundación no era un proceso exterior, sino algo que se desarrollaba en el seno mismo del cuerpo humano. Con la separación de los sexos en masculino y femenino, el cuerpo perdió la facultad de auto-fecundación. Para engendrar un nuevo ser humano, debía cooperar con otro cuerpo. La separación de los sexos apareció en el momento en que la Tierra alcanzó un cierto grado de solidificación.

La densidad de la sustancia dificulta parcialmente la fuerza de reproducción. Y la parte de esa fuerza que permanece activa, necesita ser completada desde afuera, por la fuerza opuesta proveniente de otro ser humano.

El alma, por el contrario, tanto en el hombre como en la mujer, debe conservar en ella una parte de su antigua fuerza. No puede utilizarla exteriormente en el mundo físico. Esta parte de fuerza se dirige hacia el interior del ser humano. No puede manifestarse hacia afuera, y por ello es libre para actuar sobre los órganos interiores. Alcanzamos aquí un punto capital del desarrollo de la humanidad. Precedentemente, lo que se denomina espíritu, la facultad de pensar, no había participado en el seno mismo del hombre. En efecto, esta facultad no habría encontrado ningún órgano que le permitiera manifestarse. El alma había entonces dirigido toda su fuerza hacia el exterior para edificar el cuerpo. Al no tener ya ninguna utilidad en el exterior, la fuerza del alma pudo ahora entrar en contacto con la del espíritu; esta unión engendra en el interior del cuerpo los órganos que harán del ser humano un ser pensante. Es así como el ser humano pudo poner al servicio de su propio perfeccionamiento, una parte de la fuerza que utilizaba anteriormente para la procreación. La fuerza de que se sirve la humanidad para formar el cerebro, instrumento de su actividad pensante, es la misma que, en el pasado, servía para la autofecundación. El pensar ha sido adquirido al precio de la unisexualidad. Los seres humanos, pasando de la auto-fecundación a la fecundación ajena, pueden dirigir una parte de su fuerza reproductora hacia el interior y de esa manera convertirse en seres pensantes. Así, el cuerpo masculino y el cuerpo femenino representan exteriormente cada uno, una forma imperfecta del alma, pero por ello se convierten en su interioridad en seres más perfectos.

Este cambio en el ser humano se produjo muy lentamente y muy progresivamente. Al lado de la forma humana bisexuada, aparecieron poco a poco las formas unisexuadas más recientes. Lo que se lleva a cabo en el momento en que el hombre se convierte en un ser espiritual, corresponde nuevamente a una especie de fecundación. Los órganos interiores que pueden ser elaborados por la fuerza excedente del alma, son fecundados por el espíritu. El alma, como tal, tiene una doble naturaleza masculino-femenina.

Igualmente, sobre esta base edificaba antes su cuerpo.

Luego, sólo pudo modelar su cuerpo asociándose a otro cuerpo, al menos en el aspecto exterior de las cosas. El alma adquiere así la facultad de colaborar con el espíritu.

En lo referente a la vida exterior, el hombre conocerá en lo sucesivo una fecundación proveniente del exterior; en cuanto a su vida interior, será fecundado desde dentro por el espíritu. Puede entonces decirse que el cuerpo masculino tiene un alma femenina, y el cuerpo femenino un alma masculina. Este aspecto unilateral de la vida interior en el ser humano, encuentra su equilibrio gracias a la fecundación procedente del espíritu. El carácter exclusivo es así neutralizado. El alma masculina en el cuerpo femenino y el alma femenina en el cuerpo masculino, recuperan ambas el carácter bisexuado, y lo deben a la fecundación por el espíritu. En su forma exterior, hombre y mujer son diferentes; desde el punto de vista interior, el aspecto unilateral de la vida del alma en uno y otro, conforma una armonía perfecta. En el interior, espíritu y alma se confunden en un todo, se convierten en uno. Sobre el alma masculina de la mujer, el espíritu actúa de manera femenina y la vuelve así masculino-femenina; sobre el alma femenina del hombre, el espíritu actúa de manera masculina y la vuelve igualmente masculino- femenina. La bisexualidad que existía en los tiempos pre-lemures se ha retirado del exterior para instalarse en el interior del ser humano, Se constata, pues, que la interioridad superior del ser humano no tiene nada que ver con el hombre y la mujer.

No obstante, esta igualdad interna se explica por el alma masculina de la mujer y el alma femenina del hombre. La unión con el espíritu conduce finalmente al equilibrio.

Sin embargo, la existencia de una diversificación, antes de haberse conseguido este equilibrio, constituye un hecho que pone de relieve el misterio de la naturaleza humana. El conocimiento de este secreto es capital para toda ciencia oculta, pues contiene la llave de importantes enigmas de la vida. Por el momento no está permitido levantar el velo que recubre este misterio.

Así es, pues, cómo el ser humano físico pasó de la bisexualidad a la unisexualidad; cómo llegó la diferenciación entre mujer y hombre. Esto también explica que se haya convertido en el ser espiritual que conocemos.

Sin embargo, no debe creerse que antes de esto no hubieran existido lazos entre entidades inteligentes y la Tierra.

Observando la Crónica del Akasha se constata, es cierto, que durante los primeros tiempos de la Lemuria, el futuro hombre físico era, por su bisexualidad, un ser muy diferente de lo que se entiende actualmente bajo la denominación de ser humano. No sabía ligar las percepciones sensibles y el pensamiento: no pensaba. La vida era por completo impulsiva. Su alma sólo se manifestaba en los instintos, las apetencias, el deseo animal, etc.... La conciencia tenía un carácter de sueño; vivía en un estado crepuscular.

Pero todavía existían otros seres en el seno de esta humanidad. Evidentemente, también eran bisexuados, pues teniendo en cuenta el estado de evolución alcanzado por la Tierra, no era posible engendrar un cuerpo humano únicamente femenino o masculino. Las condiciones exteriores no se prestaban a ello todavía. Sin embargo, existían otros seres, seres que, a pesar de su bisexualidad, podían acceder al conocimiento y a la sabiduría.

Esto se explica por el hecho de que habían seguido, en un pasado más remoto todavía, una evolución de distinto tipo. Sin esperar a que se hubieran desarrollado los órganos interiores del cuerpo físico, sus almas estuvieron capacitadas para ser fecundadas por el espíritu. El alma del ser humano actual, necesita el cerebro físico para reflexionar en las impresiones que los sentidos físicos reciben del exterior. Este es el resultado normal del desarrollo del alma humana. Tuvo que esperar a que existiera un cerebro que pudiera servir de mediador con el espíritu. Sin este rodeo, esta alma habría quedado privada de espíritu. Habría permanecido en el estadio de la conciencia de sueño. Muy diferente era la situación de los seres sobrehumanos de los que hemos hablado. En otras circunstancias más antiguas, su alma había desarrollado órganos psíquicos sin tener necesidad de ningún soporte físico para comunicar con el espíritu. Su conocimiento y su sabiduría eran una adquisición suprasensible.

Es lo que se llama un conocimiento intuitivo. El ser humano actual no alcanzará este tipo de intuiciones hasta más tarde, cuando haya accedido a un grado de su evolución, que le permita contactar el espíritu sin necesitar una mediación sensible. Debe sumergirse en el mundo sensible y hacer este rodeo que se llama la caída del alma humana en la materia, o en términos populares “el pecado original". Habiendo conocido en el pasado una evolución de otro tipo, las naturalezas sobrehumanas no tuvieron que participar en este descenso. Por el hecho de que su alma había alcanzado ya un nivel superior, su conciencia no era crepuscular, sino interiormente clara. Accedían al conocimiento y a la sabiduría mediante la clarividencia; no precisaban ni órganos de los sentidos ni órganos del pensamiento. La sabiduría que había modelado el mundo irradiaba directamente en su alma.

Esto les permitía ser los guías de esta joven humanidad aún en estado de conciencia crepuscular. Eran portadores de una" sabiduría muy antigua", a cuya comprensión la humanidad debía acceder tomando esta vía indirecta.

Su única diferencia con relación a los que se denomina seres humanos; consistía en el hecho de que la sabiduría les llegaba como un don libre procedente de lo alto, a semejanza de los rayos del Sol que se vierten en nosotros.

El ser humano estaba en una situación diferente.

Debía adquirir la sabiduría mediante el trabajo de sus sentidos y de su pensamiento. En un primer tiempo, esta sabiduría no le llegó como un don libre. Debía desearla.

Primero es preciso que el hombre desee esta sabiduría; luego podía apropiársela por medio de sus sentidos y de su órgano del pensar. Un nuevo instinto tuvo, pues, que despertarse en el alma: el deseo, el anhelo de conocimiento.

Esta aspiración, el alma humana no había podido tener la en el curso de las precedentes etapas de su evolución. Sus impulsos sólo se dirigían entonces a engendrar formas exteriores que expresaban el estado crepuscular de la vida interior; el deseo de conocer el mundo exterior y de acceder al saber no se había despertado todavía. Fue necesaria la separación de sexos para que se manifestara la necesidad de conocimiento.

A los seres sobrehumanos la sabiduría se les manifestó a través de la clarividencia, precisamente porque no cultivaban este deseo. Esperaban que esta sabiduría se vertiera en ellos, al igual como nosotros esperamos la luz del Sol que nosotros mismos no podemos hacer aparecer durante la noche, pero que nos ilumina cada mañana. La necesidad de conocimiento proviene del hecho de que el alma elabora órganos internos (cerebro, etc....) que le permiten acceder al saber. En efecto, la fuerza del alma se desvía parcialmente del exterior para obrar en el interior.

Los seres sobrehumanos, por el contrario, no han realizado esta separación de fuerzas del alma; dirigen toda la energía de su alma hacia afuera. Para fecundar por el espíritu el mundo exterior disponen, pues, de la misma fuerza que" el ser humano" dirige hacia el interior, para construir los órganos de conocimiento. La fuerza gracias a la cual el ser humano se vuelve hacia el exterior, para colaborar con el prójimo, e s el amor. Los seres sobrehumanos dirigen todo su amor hacia el exterior a fin de permitir que la sabiduría universal se vierta en su alma. "El ser humano" sólo puede dirigir una parte de sus fuerzas hacia el exterior. Seha convertido en un ser sensible, y su amor también se ha vuelto sensible. Sustrae al mundo exterior una parte de su ser, para consagrarla a la construcción de su mundo interior. Esto corresponde a lo que se denomina egoísmo. Cuando" el ser humano" llegó, en su cuerpo físico, a hombre o a mujer, sólo pudo consagrar a otros una parte de su ser; con la otra parte se aisló de su entorno. Se volvió egoísta. No sólo toda su acción dirigida al exterior se volvió egoísta, sino también su aspiración tendiente a un desarrollo interior. Amaba porque exigía ser satisfecho, y pensaba, porque también en ello buscaba satisfacción, era impulsado por el deseo de saber. Los guías, estos seres sobrehumanos de naturaleza desinteresada y llenos de amor, estaban confrontados al ser humano pueril y egoísta. El alma de esas entidades superiores no habitan en un cuerpo de hombre o de mujer; ella misma es masculinofemenina. Su amor no procede de un deseo. Antes de la separación de sexos, el alma inocente del ser humano amaba de la misma manera; pero como se encontraba todavía en un grado inferior de su evolución -el de conciencia de sueño- no podía conocer. El alma de los seres sobrehumanos ama de la misma forma; sin embargo puede conocer porque ha alcanzado un grado avanzado de su desarrollo. El ser humano debe pasar por el egoísmo para luego, en un nivel superior, reencontrar una actitud desinteresada, pero entonces en plena conciencia lúcida.

La tarea de los seres sobrehumanos, de los grandes guías, consistía en imprimir en el joven ser humano, aquello que los caracterizaba: el amor. Sólo podían hacerla en aquella parte de la fuerza del alma orientada hacia el exterior. Esto engendró el amor físico, que es el corolario de la actividad del alma en un cuerpo masculino o femenino. El amor físico se convierte en la fuerza de la evolución humana sobre la Tierra. Este amor reúne al hombre y a la mujer en tanto que seres físicos, y de este amor depende la progresión de la humanidad terrestre.

Las entidades sobrehumanas sólo tenían el dominio sobre este amor. La otra parte de la actividad del alma humana, la que está dirigida hacia el interior, y que mediante el rodeo de la experiencia sensible debe aportar el conocimiento, escapa de la influencia de estos seres sobrehumanos. Ellos mismos no se habían encarnado nunca hasta desarrollar los órganos interiores correspondientes. Su instinto dirigido hacia el exterior, podían revestirlo de amor, porque este amor dirigido al exterior, formaba parte de su naturaleza profunda. Esto creó un abismo entre ellos y la humanidad nueva. Pudieron conferir el amor al ser humano bajo la forma física, pero eran incapaces de darles el conocimiento, ya que su propio conocimiento no había transitado jamás por los órganos interiores, que son atributo exclusivo del ser humano. No sabían servirse de un lenguaje, que hubiera podido comprender un ser dotado de cerebro.

Los órganos interiores del ser humano, en el nivel de la existencia terrestre situada hacia la mitad de la época Lemur, estuvieron ya maduros para comunicar con el espíritu; en un estadio de evolución mucho más antiguo, habían sido formados ya una vez, muy imperfectamente.

Pues en tiempos muy remotos el alma había transitado por encarnaciones físicas. Había habitado una sustancia densa, no sobre la Tierra sino sobre otros cuerpos celestes.

Las precisiones sobre este tema sólo podrán darse más adelante. Por el momento podemos decir que los seres terrestres vivieron antiguamente sobre un planeta en el que, habida cuenta las condiciones de entonces, se desarrollaron hasta el nivel que tenían cuando llegaron a la Tierra. Se despojaron de las sustancias de este precedente planeta, al igual que se desestima un vestido, y por ello se convirtieron, en este nivel de su evolución, en meros núcleos anímicos dotados de sensibilidad, de sentimiento, etc., capaces de llevar este tipo de vida crepuscular, que les era propio aún en los primeros estadios de su existencia terrestre. Las entidades sobrehumanas de las que hemos hablado, los guías en el dominio del amor, han ya alcanzado, en el planeta precedente, tal grado de perfección que ya no tuvieron que descender para venir a desarrollar los fundamentos conducentes a la formación de órganos interiores. Existían todavía otros seres, no tan avanzados como estos guías del amor, pero que, en el planeta precedente, formaban parte de "los seres humanos", si bien eran sus precursores. Al inicio de la formación terrestre, habían ciertamente avanzado más que el ser humano, pero permanecían igualmente en un estadio en el que, el acto de conocimiento, requiere órganos interiores. Estos seres estaban en una situación particular.

Estaban ya muy avanzados para tener que pasar por un cuerpo físico humano, masculino o femenino, pero no lo suficiente todavía, para poder actuar en total clarividencia como los guías del amor. No eran todavía seres de amor y tampoco podían ser" seres humanos". En tanto que semi-super-hornbres sólo les quedaba la posibilidad de continuar su desarrollo; pero con la ayuda del ser humano. Sabían dirigirse a los seres dotados de un cerebro, en un lenguaje que pudieran entender. Así se estimuló esta fuerza del alma humana, dirigida hacia el interior y que pudo unirse al conocimiento y a la sabiduría.

Sólo entonces la sabiduría propia del ser humano llegó a encarnar sobre la Tierra. Estos "semi-superhombres" pudieron alimentarse de esta sabiduría humana, para acceder a su vez, al perfeccionamiento que aún necesitaban. Se convirtieron, pues, en los estimuladores de la sabiduría humana. Por ello, se les llama portadores de luz (Lucifer).La humanidad tenía, pues, en sus inicios, dos clases de guías: los Seres de Amor y los Seres de Sabiduría. Cuando tomó su forma actual la Tierra, la naturaleza humana se encontró situada entre el amor y la sabiduría. Por los Seres de Amor fue estimulada en su desarrollo físico; por los Seres de Sabiduría en el perfeccionamiento de su ser íntimo. Por su desarrollo físico la humanidad progresa de generación en generación, forma nuevos pueblos y nuevas razas; por su desarrollo interior, los individuos avanzan hacia una vida interior cada vez más perfecta, se vuelven sabios, juiciosos, artistas, técnicos, etc. La humanidad física progresa de raza en raza, cada una transmitiendo a las siguientes, gracias al desarrollo físico, sus cualidades perceptibles por los sentidos. Aquí sólo cuenta la ley de la herencia. Los niños llevan en ellos las características físicas de sus padres.

Aparte de esto, existe un perfeccionamiento de naturaleza espiritual y psíquica, que sólo puede tener lugar con la evolución del alma misma. Con esto, hemos llegado a la ley del desarrollo del alma, en el seno de la existencia terrestre. Este desarrollo está ligado a la ley y al misterio del nacimiento y de la muerte.