GA060-10 Berlín, 26 de enero de 1911 -Galileo, Giordano Bruno y Goethe

 

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GALILEO, GIORDANO BRUNO Y GOETHE

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 26 de enero de 1911


Desde el gran Zaratustra o Zoroastro, que constituyó el tema de nuestra última conferencia de esta serie, hasta las tres grandes personalidades que constituyen el tema de nuestra conferencia de hoy, hay una gran distancia, y el abismo de tiempo que, en nuestra imaginación, estamos llamados a cruzar es realmente amplio. Es un abismo que se extiende desde hace miles de años, mucho antes de nuestra Era Cristiana. Una época que sólo podemos comprender atribuyendo a los seres humanos de entonces una mentalidad totalmente ajena a la nuestra. Desde este punto de vista distante en el tiempo, pasamos a los siglos XVI y XVII de nuestra era, a la época en que se encendió por primera vez ese espíritu que, desde entonces, ha sido la fuente y la inspiración de toda cultura vital y progresiva desde entonces hasta nuestros días. Como veremos, este espíritu, que en los siglos XVI y XVII ardía tan ferozmente en individuos como Galileo y Giordano Bruno, encontró un nuevo medio en una personalidad tan cercana a nuestros días como la de Goethe.

Galileo y Giordano Bruno son los dos nombres que debemos mencionar cuando repasamos los comienzos de aquella época de nuestra evolución humana en la que la Ciencia Natural había alcanzado el mismo punto de inflexión que la Ciencia Espiritual ha alcanzado hoy. El mismo gran impulso que se dio entonces al pensamiento de la Ciencia Natural se dará, en cierto sentido, al de la Ciencia Espiritual en un futuro inmediato. De ahí la importancia de un estudio completo de las líneas de pensamiento y sentimiento de los hombres de aquel tiempo, es decir, durante el final del siglo XVI y el principio del XVII - la época de Galileo y de Giordano Bruno - para que podamos comprender sus enseñanzas en el pleno sentido de la palabra.

Echando una mirada retrospectiva sobre los siglos inmediatamente anteriores al suyo, es decir, de los siglos XI al XV, debemos tratar de darnos cuenta de lo que a primera vista parece ser la peculiar concepción de la Ciencia corriente en aquellos días, y cuán amplio era el campo que el término abarcaba entonces. Debemos darnos cuenta de que, durante aquellos siglos, el Conocimiento Científico se contemplaba desde un punto de vista totalmente distinto del que se tiene hoy en día. La concepción popular del Conocimiento Científico era entonces muy diferente de las ideas que prevalecieron en épocas posteriores y de las que prevalecen hoy en día. Porque estamos hablando de los días anteriores a la imprenta, de aquellos días en que, para la mayoría de la gente, su único medio de participar en la vida espiritual e intelectual era a través de la Iglesia o la escuela, etc. - Es decir, que sólo podían aprender de la instrucción oral. De ahí la necesidad, si queremos comprender aquellos tiempos, de obtener una imagen correcta de los métodos científicos seguidos por los hombres cultos de la época.

En los tiempos que precedieron a los de Galileo y Giordano Bruno, hubo un impulso hacia la Ciencia, pero que para la mente moderna es muy difícil de comprender. Sólo podemos comprenderlo situándonos, imaginariamente, en una atmósfera mental completamente distinta de la que nos rodea hoy en día. En aquellos días, en cualquier auditorio en el que se enseñara Ciencia, siempre se habría notado una cosa. Tomemos, por ejemplo, una conferencia sobre Ciencias Naturales. No importaba de qué rama de las Ciencias Naturales se tratara, ya fuera Medicina u otra, el conferenciante basaba todas sus deducciones únicamente en la autoridad de los escritos antiguos, especialmente en los de Aristóteles. Hoy en día, el profesor de Ciencias basa su tesis en los resultados de la investigación moderna, llevada a cabo en tal o cual instituto, donde se siguen métodos científicos de investigación. Pero el profesor de la época anterior a Galileo y Giordano Bruno basaba su tesis en los escritos antiguos, especialmente en los de Aristóteles, que eran el fundamento de toda la Ciencia de entonces.

La figura de Aristóteles sobresale como la de un gigante intelectual en la historia del progreso humano, y el servicio que prestó a su tiempo es de una importancia indecible. Pero, por el momento, el punto interesante para nosotros es el hecho de que los libros de Aristóteles rara vez se leían en el sentido en que se habían dado originalmente, sino que la interpretación tradicional daba el tono, y en todas partes se consideraba determinante.

No importaba si se trataba de la definición de un principio o de un axioma, o de la cuestión de cualquier verdad, siempre se remitía a Aristóteles. "Tal era la opinión de Aristóteles sobre este punto", "así lo encontrarás expresado por Aristóteles". Ahora bien, el investigador moderno o el profesor de ciencias, o incluso el conferenciante popular, siempre hace hincapié en el hecho de que esto o aquello se ha observado en algún que otro lugar. Pero el profesor científico de los siglos anteriores a Galileo y Giordano Bruno hacía hincapié en el hecho de que hace unos siglos, la gran autoridad, Aristóteles, hizo tal o cual afirmación sobre tal o cual cuestión. Así como hoy en día nos remitimos, en cuestiones espirituales, a la autoridad de las revelaciones de los documentos religiosos y la tradición, y no a la investigación personal, así, en aquellos días, los maestros de la Ciencia no se remitían a la observación de la naturaleza, sino que se remitían a la autoridad escrita. Se remitían a los escritos de Aristóteles.

Es extraordinariamente interesante estudiar un discurso universitario y observar cómo los médicos y sus colegas se basaban en las teorías de Aristóteles.

Ahora bien, Aristóteles era un gigante intelectual; y aunque debemos admitir que ni siquiera semejante individualidad intelectual debe tomarse al pie de la letra después de transcurridos tantos siglos, aun así, por otra parte, debemos reconocer que las obras de Aristóteles son tan prodigiosas y tan magníficas que, aunque no aprendieran nada nuevo, si los hombres hubieran estudiado diligentemente a Aristóteles, es decir, al Aristóteles original, habrían logrado mucho. Pues las enseñanzas y teorías profundamente iluminadoras de Aristóteles no habrían podido dejar de serles de gran provecho.

Sin embargo, no fue así. Los conferenciantes de aquellos días y los maestros que predicaban a Aristóteles a tiempo y a destiempo, por regla general, no entendían nada de él.

Las doctrinas que se enseñaban en la época anterior a la de Galileo y Giordano Bruno y que pretendían ser las de Aristóteles eran una versión casi increíblemente errónea de sus enseñanzas. Hoy me limitaré a mostrarles, desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual, el lugar que ocuparon Galileo y Giordano Bruno en la vida intelectual de su época. Me gustaría recordar a este respecto un incidente que es perfectamente cierto y que he relatado a menudo antes.

Uno de los más devotos partidarios de Aristóteles era al mismo tiempo amigo de Galileo. Tanto éste como Giordano Bruno se oponían a los seguidores de Aristóteles, y con razón, pero no al propio Aristóteles. Galileo sostenía que los hombres debían acudir al gran libro de la Naturaleza, que habla tan claramente al hombre, y aprender de él el significado del Espíritu en la Naturaleza. No debían confiar enteramente en los libros de Aristóteles como autoridad final. Ahora bien, en aquella época, la Escuela de Aristóteles enseñaba una doctrina maravillosa relativa al lugar donde están situados los nervios. Su teoría era que todo el sistema nervioso se originaba en el corazón, que desde el corazón, los nervios se extendían al cerebro y desde allí se extendían por todo el cuerpo. "Esto", decían, "es lo que enseña Aristóteles, por lo tanto debe ser cierto". Galileo, que basó su información en la investigación del cuerpo humano, llevada a cabo por medio de sus ojos físicos, y que no se basó en la enseñanza de los escritos antiguos ni en la tradición antigua, afirmó que los nervios tenían su asiento en el cerebro y que los nervios principales se originaban en el cerebro. Galileo contó esto a uno de sus amigos y deseó que lo viera por sí mismo y se convenciera. "Sí, en efecto, lo veré", dijo el amigo, que opinaba lo contrario, y asistió a una demostración sobre el cuerpo humano. Entonces, en efecto, este erudito, que era un devoto seguidor de Aristóteles, se quedó muy asombrado y le dijo a Galileo: - "En efecto, parece como si los nervios se originaran en el cerebro; sin embargo, Aristóteles sostenía que se originan en el corazón. Si aquí parece haber alguna contradicción, yo creería más en Aristóteles que en la Naturaleza". Tal era la actitud mental que Galileo tenía que combatir. Aristóteles, o más bien la visión distorsionada de Aristóteles, era arrastrada a todas las cuestiones relacionadas con la Ciencia.

 Por citar otro ejemplo: - Un erudito de la Iglesia escribió un tratado sobre la inmortalidad. Consideremos por un momento el método que empleaban en aquellos días. Tomaban su tema de la Doctrina de la Iglesia, añadiéndole lo que creían que era la enseñanza de Aristóteles sobre el tema. Así, utilizaban las palabras de Aristóteles para apoyar sus propios puntos de vista, tergiversando sus enseñanzas para poder reclamar su apoyo, sin importar de qué lado de la cuestión, ya fuera a favor o en contra, quisieran argumentar. Volvamos a nuestro estudioso de la Divinidad. Había recogido varios pasajes de Aristóteles para demostrar la opinión de Aristóteles sobre la cuestión de la inmortalidad del alma. Este también es un incidente perfectamente cierto. El clero tenía que someter sus libros a sus superiores antes de publicarlos. En este caso, el superior se opuso al libro. "Es peligroso", dijo, "sería mejor no intentarlo, porque estos extractos de Aristóteles (en apoyo de la inmortalidad) también podrían ser utilizados para apoyar la opinión contraria". El autor del libro respondió: "Si sólo se trata de demostrar más claramente el significado más aceptable de Aristóteles sobre este tema, entonces lo apoyaré con otra cita, pues uno podría muy bien seguir haciendo citas." En resumen, desde todos los puntos de vista, se usó y abusó de Aristóteles.

A partir de estos dos incidentes, podemos ver hasta qué punto Aristóteles fue malinterpretado en la época de Galileo y Giordano Bruno. Tomaremos el ejemplo del origen de los nervios en el corazón. El significado de esta afirmación está oculto. Sólo podemos entenderlo cuando nos damos cuenta de que Aristóteles vivió al final del período de la antigua cultura griega y, por lo tanto, al final del período de la antigua conciencia clarividente. Debido a que Aristóteles miraba hacia el pasado, transmitió una Ciencia que surgió de una conciencia clarividente que era capaz de ver detrás del mundo material hacia lo Espiritual. Fue esta conciencia clarividente la que produjo la Ciencia antigua. La esencia de esta Ciencia primitiva fue transmitida por la cultura griega como Ciencia antigua, y era ésta la que poseía Aristóteles. Fue uno de los últimos en registrarla. Pero Aristóteles no era capaz de desarrollar esa conciencia clarividente, pues sólo poseía una conciencia intelectual.

Fíjense bien en esto. No sin razón fue Aristóteles el primer historiador de la Lógica. Esto se debe a que el pensamiento intelectual argumentativo iba a convertirse en dominante. Así, Aristóteles asimiló la enseñanza antigua y la redujo a un sistema lógico en sus escritos. De ahí que haya muchas cosas en sus escritos que no podemos entender hasta que hayamos aprendido lo que realmente quería decir. Así, cuando habla de nervios, no debemos atribuir a la palabra el significado que se le da hoy en día, ni el significado que tenía incluso en la época de Galileo y Giordano Bruno, que ya estaba relacionado con el nuestro. Cuando Aristóteles habla del sistema nervioso, se refiere al Cuerpo Etérico del hombre. Por el cual entendemos la parte suprasensible de la naturaleza humana, que está estrechamente relacionada con el cuerpo físico humano. Este cuerpo etérico ya no puede ser visto por el hombre, pues la facultad de hacerlo se ha perdido durante la evolución progresiva del hombre. Aristóteles ya no podía verlo, pero sabía de él, pues el conocimiento le venía de aquellos tiempos en que la conciencia clarividente veía, no sólo el cuerpo físico, sino también el Aura Etérica, el Cuerpo Etérico, que es realmente el constructor y fortalecedor del cuerpo físico.

 Aristóteles extrajo su enseñanza de aquellos tiempos en los que el hombre percibía el Cuerpo Etérico como hoy percibimos los colores. Por tanto, si se mira al Cuerpo Etérico en lugar de al cuerpo físico, el Cuerpo Etérico es realmente el origen de ciertas corrientes. Para Aristóteles, este origen no estaba en el cerebro, sino en el corazón. La descripción dada por Aristóteles de estas corrientes había sido designada habitualmente con el título de nervios. Por tales corrientes no entendía los nervios en el sentido actual de la palabra, sino las corrientes suprasensibles, las fuerzas suprasensibles. Éstas proceden del corazón, fluyen al cerebro y, desde allí, se distribuyen a las diversas actividades del cuerpo humano. Estos son asuntos que no podemos comprender hasta que hayamos aprendido por medio de la Ciencia Espiritual acerca de las partes y principios suprasensibles de la naturaleza humana.

El hombre había perdido el poder de ver clarividentemente incluso en los siglos anteriores a Galileo y Giordano Bruno. Por lo tanto, la gente no tenía idea de que Aristóteles estaba hablando de la Corriente Etérica. Pensaban que se refería a los nervios físicos, por lo que afirmaban que "Aristóteles afirma que los nervios físicos proceden del corazón".

Tal era la opinión de los devotos seguidores de Aristóteles. Aquellos, sin embargo, que habían estudiado en el libro de la Naturaleza no podían permitir esto. De ahí la gran batalla entre Galileo y Giordano Bruno y la Escuela de Aristóteles.

Los seguidores de Aristóteles lo malinterpretaron completamente; nadie comprendió al verdadero Aristóteles; Galileo y Giordano Bruno, naturalmente, tampoco lo comprendieron, pues no se tomaron la molestia de penetrar en el verdadero sentido de las obras de Aristóteles. Así pues, Galileo y Giordano Bruno fueron los dos grandes intelectuales de su tiempo, que se apartaron de la pedantería de los escolásticos y del aprendizaje de los libros para adentrarse en el gran libro de la propia Naturaleza, que está al alcance de todos y de cada uno.

El profesor Laurenz Muellner, por quien, como filósofo, siento la mayor admiración, se refiere a esto en una conferencia que pronunció en 1894 como Rector de la Universidad de Viena. En esta conferencia llamó la atención sobre el hecho de que el gran Galileo, con su maravilloso conocimiento y dominio de todas las grandes leyes de la mecánica, había descubierto las leyes que rigen la distribución del espacio. Ahora bien, son precisamente estas leyes que rigen el funcionamiento y la distribución del espacio las que llaman la atención y despiertan las emociones con tanta fuerza cuando las vemos ejemplificadas en San Pedro de Roma. Este poderoso edificio nos influye a todos. Y cada uno experimenta algo tangible, que todos podemos comprender. Permítanme ilustrarlo con el siguiente ejemplo: - Speidel, el periodista vienés, y el escultor Natter iban en coche por los alrededores de Roma. Al acercarse a la ciudad, Speidel oyó de pronto una exclamación de lo más extraordinaria por parte de Natter, que era un espíritu muy genial. Natter se puso repentinamente en pie. Su amigo no podía saber qué le ocurría, pues sólo oyó las palabras " Estoy espantado". Como Natter no quiso decir nada más, su amigo supo más tarde que la exclamación había sido provocada por la vista de la cúpula de San Pedro a lo lejos.

Algo parecido al asombro aterrorizado ante el efecto de la maravillosa distribución del espacio, creada por el genio de Miguel Ángel, sobrecoge a todos los que contemplan este maravilloso edificio. Laurenz Muellner llama la atención sobre el hecho de que gracias a Galileo, ese gran pensador, la humanidad ha podido concebir matemática y mecánicamente un efecto de distribución del espacio como el que se aprecia en la maravillosa construcción de la cúpula de San Pedro, en Roma. Al mismo tiempo, no debemos olvidar que Galileo, que descubrió las leyes de la Mecánica, nació cuando Miguel Ángel, el constructor de San Pedro, estaba casi en su lecho de muerte. Esto significa que fue de las fuerzas espirituales de Miguel Ángel de donde surgió esa habilidad en la distribución de las leyes del espacio, que no estuvo a disposición del intelecto del hombre hasta más tarde.

De esto debemos inferir que lo que podemos llamar conocimiento intelectual, conocimiento gobernado por la razón, puede venir mucho más tarde que la composición real de la materia en el espacio.

Si se consideran detenida y reflexivamente estas cuestiones, se verá que la conciencia humana ha sufrido un cambio; que, anteriormente, los hombres poseían cierta clarividencia y que la manera de pensar con el intelecto no se remonta muy atrás. Este hábito o manera de pensar con el intelecto, debido a ciertas necesidades históricas, surgió durante los siglos XV, XVI y XVII. Mentes como las de Galileo y Giordano Bruno son los primeros precursores de lo que estaba por venir. De ahí su feroz oposición a la escuela de Aristóteles y, sobre todo, a quienes primero malinterpretaron por completo a Aristóteles -que puede ser tomado como la expresión de la sabiduría antigua- y luego utilizaron su mala interpretación de él como argumento contra la Ciencia Natural. Hemos indicado ahora la posición de Galileo en el mundo. Fue, en el sentido más elevado de la palabra, el hombre que inauguró por primera vez el sistema de pensamiento severo necesario para la Ciencia Natural, ese sistema de la relación de la Ciencia Natural con las Matemáticas, que ha continuado en su línea desde sus días hasta los nuestros.

¿Qué es lo que distingue a Galileo de todos los demás hombres hasta su época? Es la doctrina que fue el primero en comprender y que predicó con tan noble valor, demostrando así ser un hijo de su época. Los sentimientos que poseían a Galileo pueden expresarse hasta cierto punto con las siguientes palabras, que nos ayudarán a comprender toda su alma y su actitud mental. "Aquí estamos como hombres sobre la tierra. La naturaleza se extiende ante nosotros, con todo lo necesario para nuestros sentidos y para nuestra razón, que está conectada con el instrumento del cerebro a través de la naturaleza". Galileo lo dice muchas veces, en diversos pasajes de sus obras, como puede comprobarse, "a través de la Naturaleza habla el Divino Espiritual. Nosotros los hombres nos acercamos a la Naturaleza, la vemos con nuestros ojos y la estudiamos con nuestros otros sentidos. Lo que percibimos con nuestros ojos, lo que recibimos a través de nuestros sentidos, es implantado en la Naturaleza por los Seres Espirituales Divinos. Al principio, los pensamientos de los Seres Espirituales Divinos existen allá; luego, como brotando de los pensamientos de estos Seres, vienen las cosas visibles de la Naturaleza como la revelación de. pensamiento divino. Luego vienen nuestros poderes de percepción y, sobre todo, nuestra razón, que es inseparable del cerebro. Allí nos encontramos, listos para deletrear, como a partir de las letras de un libro, y llegar al significado del autor, lo que los pensamientos Divinos han expresado en la Naturaleza."

Galileo tomó su posición firmemente en el terreno en el que todas las grandes mentes en el curso de la evolución terrestre han tomado su posición. Creía que las manifestaciones de la Naturaleza, las cosas de la Naturaleza, son como las letras de un alfabeto, que expresan la mente de los seres Espirituales Divinos. Así, la mente humana existe para que pueda leer lo que los Seres Espirituales Divinos han escrito allí, escrito en forma de minerales, en el curso de los fenómenos naturales, en el curso de los movimientos de las estrellas. La naturaleza humana existe para que pueda leer los pensamientos de la Mente Divina. Para Galileo, sin embargo, la Mente Divina sólo se distingue de la mente humana por el hecho de que todo lo que puede ser pensado es pensado por la Mente Divina a la vez, en un solo momento, sin trabas de espacio o tiempo. Apliquemos esto a cualquier campo; al campo de las Matemáticas. Vemos de inmediato cuán extra ordinaria es esta concepción. Si un estudiante desea aprender todo lo que la humanidad ha aprendido hasta ahora sobre Matemáticas, tendrá que trabajar en ellas durante años. Entonces, como usted sabe, la concepción que el hombre tiene de las Matemáticas depende en gran medida del tiempo. Ahora, Galileo argumentó así: - Lo que la humanidad logra captar en el curso de muchos años es concebido por el pensamiento Divino en un segundo. El pensamiento divino no está limitado por el espacio ni por el tiempo. Sobre todo, la mente humana no debe suponer que con su razón limitada, como está, por el espacio y el tiempo, puede comprender inmediatamente la Mente Divina. El hombre debe esforzarse. Debe observar cada paso. Debe estudiar cuidadosamente cada fenómeno por separado. No debe pensar que puede permitirse ignorar los fenómenos, que puede dejar de tener en cuenta lo que Dios ha planeado como fundamento de los fenómenos. Galileo afirmó que era un error no querer conocer el verdadero significado de las maravillosas manifestaciones que la Naturaleza despliega por medio de la razón humana, que era un error no esforzarse por averiguar la verdad mediante una investigación minuciosa. Afirmaba que esforzarse por llegar a la verdad mediante la especulación, en lugar de estudiar cuidadosamente los detalles de los diversos fenómenos, era un método de pensamiento totalmente falso.

 Pero el motivo que impulsó a Galileo era muy distinto de los que dan lugar a un lenguaje similar hoy en día. Galileo no limitaría la mente humana a la observación porque negara la operación de la Mente Divina en la Naturaleza; al contrario, sólo porque la Mente Divina se manifiesta en la Naturaleza y se revela tan grande, tan poderosa y tan maravillosa; porque (para la Inteligencia Divina) todo pensamiento creador surge en un momento, mientras que la mente humana requiere una eternidad para descifrar amorosamente las letras del Alfabeto y sólo puede llegar gradualmente a los pensamientos detallados que representan. Es la humildad ante la idea de hasta qué punto la razón humana está por debajo de la Razón Divina lo que lleva a Galileo a advertir a sus contemporáneos. "Ya no podéis ver detrás de las cosas del sentido. No porque esto nunca haya sido posible al hombre, sino porque el tiempo para hacerlo ha pasado".

La observación, la experiencia y el pensamiento individual componían la norma que Galileo puso ante sus contemporáneos. Pudo hacerlo porque, en cierto sentido, su mente estaba moldeada matemáticamente y porque su método de pensamiento era tan rígidamente matemático. Para ilustrarlo, tomaremos el caso del telescopio. Galileo oyó que se había hecho un descubrimiento en Holanda, por medio del cual era posible percibir las estrellas más distantes del firmamento. Debemos tener en cuenta que en aquella época no había periódicos. Sólo se enteró por los viajeros de que en Holanda se había descubierto algo parecido a un telescopio. Galileo no pudo descansar hasta que descubrió por sí mismo de qué se trataba e inventó un telescopio con el que hizo los grandes descubrimientos que confirmaron las teorías que se habían promulgado recientemente en la concepción copernicana del cosmos. Para entender estas cosas correctamente, debemos recordar estos dos hechos: - que nada se entendía entonces de la vieja ciencia supersensible, y que Galileo era un explorador de la nueva ciencia. En segundo lugar, que poco tiempo antes Copérnico había dado un nuevo aspecto a la concepción del mundo mediante el pensamiento externo relativo a los movimientos de los planetas alrededor del Sol. Debemos ponernos en la posición de los hombres de aquella época y tratar de entrar en la mentalidad de quienes creían, como lo habían hecho los hombres durante miles de años antes que ellos: - "Aquí estamos parados sobre la tierra firme, inmóvil en el espacio". A hombres con opiniones como éstas, se les presentaba ahora por primera vez la idea de que la Tierra giraba alrededor del Sol con una rapidez incalculable. Semejante idea les hizo perder literalmente el equilibrio. No podemos sorprendernos de la excitación que tal idea creó en todos, partidarios o adversarios. Para mentes como la de Galileo, la forma en que Copérnico había llegado a sus conclusiones era particularmente convincente. Examinemos a la luz del tiempo presente los medios por los que Copérnico llegó a sus conclusiones.

¿Cómo llegó Copérnico a la idea de que los planetas giran alrededor del Sol?

Hasta su época, había prevalecido una teoría del universo que no se comprendía porque estaba destinada a ser tomada en un sentido espiritual. Tal como se entendía entonces, era una concepción imposible. Los hombres tenían que suponer que los planetas describían los movimientos más complicados - círculos - y luego círculos dentro de círculos. Era precisamente esta terrible complicación de ideas la que había que eliminar. Esto era lo que resultaba tan odioso para ciertos tipos de mente.

 En realidad, Copérnico no hizo ningún descubrimiento astronómico nuevo. Se dijo a sí mismo: "Procedamos según las líneas de pensamiento más simples para llegar a una explicación de los movimientos de los planetas". Expresó su sistema del universo en los términos más simples. Y ¡con qué maravilloso resultado! El Sol se situó en el centro, mientras que los planetas giraban a su alrededor en círculos o elipses, como demostró más tarde Kepler. Toda la concepción del universo se redujo a una maravillosa simplicidad.

Fue esta simplicidad la que tanto influyó en la mente de Galileo. Pues siempre afirmó enfáticamente que "la mente humana es capaz de reconocer la verdad en su simplicidad". La belleza se encuentra en lo simple, no en lo complejo. Y la verdad es belleza.

Fue por su Belleza y por la simplicidad de su Belleza por lo que la teoría copernicana del sistema del Universo fue aceptada por tantas mentes en aquella época. Galileo en particular la aceptó porque encontró en la enseñanza de Copérnico la Belleza en la simplicidad que estaba buscando.

Ahora podía ver las Lunas de Júpiter, en las que casi nadie creía. Los ojos de Galileo fueron los primeros en ver las Lunas de Júpiter, que lo rodean como los planetas al Sol. Era un sistema solar en miniatura. Júpiter con sus Lunas era como el Sol con sus planetas. Este descubrimiento confirmó las teorías de un sistema solar construido según una concepción. Así le pareció a Galileo, que aplicó la teoría de Copérnico en miniatura a un mundo visible. De ahí que Galileo fuera realmente un pionero de la Nueva Ciencia.

Así resultó que dividió la presencia de montañas en las Lunas, que había manchas en el Sol y que las Nebulosas que se extienden por las estrellas eran mundos desintegrados de estrellas. En fin, todo lo que puede expresarse como la revelación de la Sabiduría Divina expresada en el mundo de los sentidos. Todo esto tuvo un tremendo efecto sobre Galileo. Con su mente matemática, la cuestión del tiempo, que se había perdido completamente de vista en la concepción material del mundo visible, naturalmente influyó mucho en él. Galileo creó por primera vez el impulso en la mente humana de admitir que no podemos ver detrás del velo material con nuestra conciencia normal: "Lo suprasensible no puede ser comprendido por los sentidos humanos. No puede ser comprendido por la razón humana. La Razón Divina lo capta fuera del tiempo y del espacio, mientras que la razón del hombre se limita al tiempo y al espacio. Limitémonos a aquello que, en el tiempo y en el espacio, nuestra razón humana puede comprender."

Ahora bien, viendo que Galileo alcanzó tanta grandeza en tantas cosas, es también, desde el punto de vista de la filosofía, uno de los pioneros más importantes del desarrollo espiritual moderno de la humanidad. ¿Podemos extrañarnos entonces de que veamos también en él una mente que deseaba aclarar para sí y para los demás la relación del hombre con el mundo de los sentidos y con su propia vida anímica?

Es una falacia popular que Kant fue el primero en llamar la atención sobre el hecho de que el mundo que nos rodea no es más que una ilusión y que no es posible llegar a "la cosa en sí", a las cosas como realmente son. Expresado de otra manera, Galileo ya había demostrado esta idea; sólo que, detrás de lo visible, veía siempre los pensamientos omnipenetrantes de lo Divino Espiritual, y sólo por humildad y no por principio dijo que sólo después de largos eones de tiempo estaría la humanidad en condiciones de acercarse a ello.

Pero Galileo dijo: - "Cuando vemos un color, nos produce cierta impresión. Por ejemplo, el rojo. ¿Está el color rojo en las cosas?" Galileo utilizó una ilustración muy notable, que demostró de inmediato que la concepción primaria era incorrecta. Esto, sin embargo, es irrelevante para nuestro propósito. El punto que deseamos enfatizar es la concepción misma como una idea de ese tiempo. Galileo dijo: - "Si tomas una pluma y le haces cosquillas a un hombre en las plantas de los pies o en las palmas de las manos, el hombre experimentará una sensación de cosquilleo. Ahora bien, ¿el cosquilleo está en la pluma? No. Es totalmente subjetivo. Lo que hay en la pluma es muy diferente. Así como el cosquilleo es subjetivo, también es subjetivo el color rojo, que es visible en el mundo". Así, comparó los colores e incluso los sonidos con el cosquilleo causado por la aplicación de una pluma en la planta de los pies.

Una vez que nos damos cuenta de esto, ya podemos rastrear en Galileo los comienzos de lo que llegó hasta nosotros como la filosofía de nuestros tiempos modernos. En efecto, la filosofía moderna duda de la posibilidad de que el hombre pueda penetrar tras el velo del sentido del mundo.

Así, vemos en Galileo, que nació en 1664, al pionero tranquilo y decidido, mientras que Giordano Bruno, que era algo mayor, pues nació en 1648, reflejaba en su mentalidad todas las grandes verdades que fermentaban en las mentes de hombres como Copérnico, el propio Galileo y otros en aquella época. La mente de Giordano Bruno refleja para nosotros todas las grandes ideas de la época en un poderoso y completo sistema filosófico.

¿Cuál era la actitud personal de Giordano Bruno ante el mundo, al margen de la actitud mental de los hombres de su época? Giordano Bruno (que sólo conocía la versión corrompida de Aristóteles) argumentaba así: - "Aristóteles sostiene que existe una esfera que se extiende hasta la Luna, de ahí a las diferentes esferas de las estrellas; después viene la esfera de lo Divino Espiritual.. Así, según Aristóteles, hay que buscar al Dios Vivo fuera de las esferas de las estrellas".

Giordano veía el Universo según la concepción de Aristóteles. Veía primero la Tierra, luego las esferas de la Luna y de las Estrellas. Luego, finalmente, más allá de éstas otra vez, más allá de este mundo y más allá del habitado por el hombre, en la gran periferia de este mundo, el Espíritu Divino, que dirige literalmente las revoluciones y los movimientos del mundo de los planetas.

Giordano Bruno no podía conciliar esta concepción con la experiencia humana real de su época. Lo que ahora podía ser percibido por medio de los sentidos humanos, lo que él mismo percibía cuando miraba las plantas, los animales y el hombre, lo que veía cuando miraba las montañas, los mares, las nubes y las estrellas, todo esto se le aparecía como una imagen maravillosa de lo que vive en el propio Espíritu Divino. En las estrellas que se mueven, en las nubes que surcan el aire, veía no sólo un guión escrito por el Ser Divino, sino algo que podía pertenecer al Ser Divino como un dedo o un miembro a nosotros mismos. La concepción fundamental de Giordano Bruno no era la de un Dios que dirige el mundo visible desde fuera, desde la periferia, sino la de un Dios que está incorporado en cada una de las manifestaciones de lo visible, cuya forma corporal es el mundo visible.

 Si tratamos de comprender cómo fue que llegó a tal conclusión, encontramos que fue el resultado de la alegría de la embriaguez del deleite en el espíritu de la nueva era que acababa de comenzar. Esta nueva era había sido precedida por un tiempo durante el cual el hombre se había contentado con andar a tientas entre las viejas ideas de Aristóteles. Una época en la que los principales eruditos, si caminaban por bosques y campos, no tenían ojos para la Naturaleza y todas sus bellezas, sino que tenían sus mentes totalmente puestas en los Pergaminos y Escritos que se habían originado con Aristóteles.

Ahora, sin embargo, había llegado el momento en que la voz de la Naturaleza comenzó a hacerse oír por los hombres. Grandes descubrimientos se revelaron uno tras otro. Mentes poderosas como la de Galileo avanzaban de un punto a otro, reconociendo a cada paso lo divino en la propia Naturaleza.

La teoría del Dios en la Naturaleza, en contradicción con la concepción medieval de la Naturaleza, de la que Dios era eliminado, fue aceptada en todas partes con un delirio universal de alegría. A este espíritu respondía cada fibra del ser de Giordano Bruno. "Hay Espíritu en todas las cosas", dice, "Esto lo prueba la investigación física. Dondequiera que veamos una creación visible, allí encontraremos lo Divino". Sólo hay una diferencia entre lo físico y lo Divino. Como somos hombres y estamos confinados en estrechas fronteras, lo visible nos parece limitado por el tiempo y el espacio. Para Giordano Bruno, el Espíritu de Dios existe detrás del mundo de los sentidos. No de la forma en que (según él) había existido para Aristóteles o los hombres de la Edad Media. Él creía que el Espíritu Divino existía por sí mismo; y la Naturaleza sólo era el cuerpo por medio del cual su Espíritu se manifestaba en toda su belleza.

Sin embargo, el hombre no puede percibir la totalidad del Espíritu Divino en la Naturaleza, sólo puede ver una parte. En todas las cosas, en todo tiempo y espacio, se encuentra el Espíritu Divino. Este era el credo de Giordano Bruno. Por eso dice: "¿Dónde está lo Divino? En cada piedra, en cada hoja, lo Divino está en todas partes. En toda la creación, especialmente en los seres que poseen una cierta existencia independiente". A estos seres, que reconocen su propia independencia, los denomina Mónadas. Por Mónada entiende algo que flota y florece en el océano de la divinidad. Todas las Mónadas son espejos del Universo. Así, Giordano concebía el Espíritu universal como dividido en muchas Mónadas, y en cada Mónada que era un Espíritu individual, había algo que era un reflejo del Universo.

El alma humana es una de estas mónadas, y son muchas. De hecho, el propio cuerpo humano está compuesto de muchas Mónadas, no de una. Si comprendemos la verdad sobre el cuerpo físico según las ideas de Giordano Bruno, no veremos el cuerpo humano carnal, sino un sistema de Mónadas; estas Mónadas no pueden verse claramente, como no podemos distinguir los mosquitos separados en un enjambre; la Mónada principal es el alma humana. Cuando el alma humana nace, decía Giordano Bruno, las otras mónadas que pertenecen al alma se reúnen y, de este modo, se hace posible la existencia de la mónada principal, de la mónada alma. Cuando se acerca la muerte, la Mónada-Jefe descarga y dispersa a las otras Mónadas.

Según Giordano Bruno, el nacimiento es la concentración de muchas Mónadas alrededor de una Mónada-Jefe, mientras que la muerte es la separación de las Mónadas inferiores de la Mónada-Jefe, para que ésta pueda adoptar otra forma. Pues cada Mónada está obligada a adoptar, no sólo la forma por la que la conocemos aquí, sino todas las formas que es posible adoptar en el Universo. Giordano Bruno concibe una procesión a través de cada forma. Así se aproxima lo más posible -en su entusiasmo- a la idea de la reencarnación del alma humana.

Y con referencia a la concepción de nuestra realidad colectiva, dice: - El hombre, con su conciencia normal, se encuentra frente a esta realidad. Lo primero que recibe son las impresiones de los sentidos. Estos son sus primeros medios de conocimiento. De éstos, hay cuatro, dice Giordano Bruno. El primer medio por el que el hombre adquiere conocimiento son las impresiones de los sentidos.

Las segundas son las imágenes que construimos en nuestra imaginación cuando las cosas que han impresionado a los sentidos ya no están ante nosotros, cuando sólo recordamos lo que hemos vivido. Aquí ya penetramos más en el alma. A este segundo canal de conocimiento lo denomina "el poder de la imaginación". La palabra no debe tomarse en el sentido que tiene hoy en día, sino que debe entenderse en el sentido en que la empleaba Giordano Bruno. Después de que un hombre ha recibido lo que las impresiones del sentido tienen que darle, entra (formando la imagen dentro de sí mismo) en las impresiones. La impresión se hace desde fuera sobre el interior. Resulta entonces que el hombre, mientras penetra las cosas con su razón y luego procede más allá, se acerca a la verdad, en lugar de alejarse de ella. De ahí que Giordano Bruno reconozca la razón, el intelecto, como el tercer medio de adquirir conocimiento, y en esto tiene en mente el momento en que dejamos los objetos visibles a nuestros sentidos y ascendemos al reino del pensamiento. Entonces fluye hacia nosotros algo más elevado y verdadero que cualquier impresión creada por los sentidos.

Según Giordano Bruno, el cuarto estadio es la Razón. Para él, la Razón es un vivir y un tejer en las regiones del Espíritu Puro.

Así pues, el sistema de Giordano Bruno comprende cuatro estadios de conocimiento. Sin embargo, no los clasifica de la misma manera en que están clasificados, por ejemplo, en mis libros "El Camino de la Iniciación" e "Iniciación y sus Resultados", bajo los títulos de Conocimiento Presente, Conocimiento Imaginativo, Conocimiento Inspirativo y Conocimiento Intuitivo. Sus clasificaciones son más abstractas. Debemos, por lo tanto, pensar en él de la siguiente manera: Giordano Bruno vivió primero en el momento en que el conocimiento de los fenómenos visibles estaba avanzando, por lo que utilizó expresiones que se asemejan a las que se utilizan ahora para expresar el conocimiento del mundo visible ordinario, en lugar de las que se refieren a los mundos superiores. Pero cuando Giordano Bruno mira hacia el Mundo Espiritual, no podemos dudar de su significado por el tremendo énfasis con que dice "El Espíritu Divino que existe en todo, que tiene su forma corporal en todas las cosas, posee aquello de lo que tenemos la representación, como la idea es la concepción de la cosa".

"¿De qué manera está el mundo en Dios? ¿Cómo está el Espíritu en Dios?", pregunta, y responde: "El Espíritu está en Dios como Idea, como el Pensamiento que precede al Verbo". En todo está el Espíritu en la Naturaleza, como forma, responde, con lo que quiere decir, que la idea que existe en el Espíritu Divino está en el cristal, que tiene forma; está en la planta, que tiene forma; en el animal, que tiene forma; está en el cuerpo humano, que tiene forma. De todas las cosas visibles que tienen forma, existe una contrapartida en el alma humana como concepto de las mismas.

Giordano Bruno lleva esto aún más lejos. Las cosas de la Naturaleza son sombras de las Ideas Divinas. "Fijaos bien", dice, "nuestros conceptos no son las sombras de las cosas, son las sombras de los Pensamientos Divinos". Por lo tanto, si tenemos las cosas de la Naturaleza a nuestro alrededor y así tenemos la sombra de la Idea Divina, nuestros conceptos volverán a fructificar por ello. Mientras formamos nuestros conceptos, el Espíritu Divino va tejiendo Sus Ideas en el original, de modo que entramos en contacto directo con la corriente que nos conecta con la Idea Divina.

Cuando estudiamos las teorías de esa Ciencia Física que hoy se llama Monismo, (a diferencia de la de Giordano Bruno), lo que más nos llama la atención es el hecho de que, si queremos ser consecuentes al hablar de esas teorías, debemos decir "no mencionan el Pensamiento Divino". Pero Giordano Bruno no decía eso, era un espiritista en el sentido más estricto de la palabra. Lo que él tiene para sacarnos de la verdadera inspiración del Renacimiento se refiere a las Mónadas. La reunión de las Mónadas al nacer y su disolución al morir se refiere a los Pensamientos Divinos, que, en su concepción del mundo, desembocan en el mundo de las ideas; y en sus propias palabras "El pensamiento humano es un reflejo del Divino". Si esto se comprende a fondo, entenderemos algo de la espiritualidad de Giordano Bruno.

Pero para ello es necesaria una cosa: debemos distinguir entre el Giordano Bruno real y el irreal, entre el Giordano Bruno que fue tan incomprendido y el hombre real.

Giordano Bruno fue la mente maestra que, con su entusiasmo sin límites, difundió entre sus contemporáneos los logros más intelectuales de Galileo en el ámbito del pensamiento científico. Por eso, todas las palabras de Giordano Bruno tenían tanto peso. Toda la alegría y el entusiasmo del espíritu de la época, todo su deleite por el descubrimiento del funcionamiento y el tejido de la Naturaleza en el mundo físico, se concentraba en la personalidad de Giordano Bruno. Este torrente de regocijo cristalizó en un sistema filosófico, porque el Espíritu Divino que habita en todas las cosas visibles iluminó con toda certeza el alma de Giordano Bruno, y él era consciente de ello. De ahí que podamos entender esas palabras de Giordano Bruno, que hacemos bien en recordar; suenan como si la Naturaleza misma tuviera un mensaje directo para los hombres de aquellos días. Aquí sólo podemos citar algunas palabras.

Considérese cuán maravilloso es el siguiente pensamiento, al que Giordano da expresión en contradicción con la enseñanza de Aristóteles sobre el mismo tema. "El Espíritu de la inteligencia divina no está más allá del mundo visible, no es exterior a él, está en todas partes, miremos donde miremos. La Inteligencia Divina no habita en ningún lugar exterior al mundo visible. No habita en ese reino vago, del que podemos decir "algo se mueve en círculos amplios", no habita en un reino giratorio, envolvente, con el que sólo podemos comunicarnos desde una gran distancia. El Espíritu Divino es el principio unido de esa fuerza vital, que está en todo y en la Naturaleza misma".

Tal era el lenguaje que resonaba entonces, tales las convicciones que brotaban de lo más íntimo del alma de Giordano Bruno. La cuestión que se plantea ahora es cómo reproducir mejor este lenguaje en la actualidad, para que hable directamente a nuestros corazones y mentes. Hermann Brunnhofer, que llamó la atención sobre esto y tuvo que someterse a que le llamaran admirador demasiado entusiasta de Giordano Bruno, puso sus palabras en bellos versos:

Non est Deus vel intelligentia exterior
Cirounrotans et circumducens;
Dignuis enim illi debet esse
Internum prinzipuim Motus,
Quod est Natura propria, species propria, anima propria,
Quam habeat tot quot in illius
Gremio et corpore vivent
Noe generali Spiritu, corpore.

Anima, Natura animantia
Plantea, Lapides quae univena ut
Disimus proportionaliter cumastro
Euden composita ordine, etaedem
Contemperata complexion um, symmetus,
Secundum genus, quantumlebet secundum
Specierum numeros singula deslingunlui. 


Qué era un dios, que sólo empujaba desde fuera,
¡Para dejar que el universo corra en círculos en su dedo!
Le corresponde mover el mundo en su interior,
La naturaleza en sí mismo, a sí mismo en la naturaleza para alimentar,
Para que lo que vive y teje y está en Él..,
nunca pierda su poder, nunca pierda su espíritu. 


Traducido así, verso a verso, este poema goetheano ofrece una traducción poética de Giordano Bruno a partir del espíritu de Goethe. No se puede ser Goethe y tener al lado a Giordano Bruno para escribir estos versos; tendría que entrar en juego algo que nunca podría entrar en juego si Goethe se hubiera limitado a transponer en forma poética lo que Giordano Bruno había dicho. Ahí vemos cómo el espíritu de Giordano Bruno se hizo completamente vivo en Goethe.

Esta es una traducción poética de la mente de Giordano Bruno a través de la instrumentalidad de la mente de Goethe. No se trata simplemente de que Goethe escribiera estos versos con las obras de Giordano Bruno a su lado. Tuvo que haber otra influencia que la que hubiera hecho que Goethe se limitara a refundir las palabras de Giordano Bruno en una forma poética. Vemos así cómo el espíritu de Giordano Bruno se hace plenamente vivo en Goethe. Sin embargo, no son sólo un par de siglos los que hay que salvar cuando pasamos de la época de Galileo y Giordano Bruno a la de Goethe. Debemos darnos cuenta de que lo que en el caso de Giordano Bruno tuvo su origen en el primer gran estado de ánimo entusiasta del que surgió el culto filosófico a la Naturaleza, se convirtió en Goethe en un estado de ánimo que le llevó con total devoción de una cosa a otra y que finalmente le hizo devolver a la Naturaleza el Dios cuya existencia el hombre aprendió ahora a sentir en la Naturaleza misma. En Goethe, el estado de ánimo de Giordano Bruno se había convertido en el suyo propio. Había nacido en él, por así decirlo. Ya estaba presente en él cuando, a la edad de siete años, cogió el atril de su padre y dispuso en él minerales de la colección de su padre, para tener algunos productos de la propia Naturaleza - con el mismo propósito cogió plantas del herbario de su padre. Luego colocó una barrita de incienso en lo alto del montón y esperó, vaso encendido en mano, a que saliera el Sol, para encender el incienso con sus rayos y consumar así un sacrificio extraído de las fuerzas de la Naturaleza al Dios que vive en las plantas y los minerales y al que había erigido un altar.

Así vivía Giordano Bruno en Goethe a finales del siglo XVIII y principios del XIX, pero de tal manera que lo que vivía como la actitud más íntima de su alma, Goethe lo llevaba a cada detalle de la Naturaleza.

Fue esta actitud mental la que hizo que a Goethe le resultara imposible comprender cómo los investigadores científicos de la época podían conceder tanta importancia a los signos externos que diferencian a los hombres de los animales. Los científicos físicos del siglo XVIII sostenían que el hombre no poseía el mismo número de pequeños huesos en la parte superior de la mandíbula que los animales, es decir, los huesos intermaxilares, que contienen la vaina de los dientes superiores. Los animales los poseen y en esto se diferencian los hombres de los animales. Goethe no podía comprender esta idea tan materialista. Este no podía ser el Dios que era el principio vital interno de la Naturaleza. El Dios del que Giordano Bruno hablaba como "circumroians et circumducens". Debía ser un Dios que trabajaba al margen de la Naturaleza, un Dios que, en primer lugar, hizo a los animales, luego hizo al hombre y después, para diferenciar al hombre de la bestia, dispuso que los animales tuvieran los huesos intermaxilares, mientras que éstos faltaban en el hombre.

Goethe fue el gran investigador de la Naturaleza, que se esforzó por demostrar que lo que existía en la Naturaleza como forma era capaz de elevarse más alto, y que algo externo, como los huesos intermaxilares, no es donde se halla la diferencia entre el mundo humano y el animal, sino que existe algo en el hombre que, aunque esté revestido de tonos y músculos como los de los animales, constituye la mente superior de la humanidad. Esta es sólo otra prueba de la magnitud del genio de Goethe. No sólo descubrió vestigios del hueso intermaxilar y demostró que sólo había desaparecido en el hombre porque era un hueso subordinado, sino que también demuestra que las vértebras pueden distenderse si la actividad de la mente contenida en el cerebro lo considera necesario. Hace mucho tiempo, cuando estudiaba los escritos científicos de Goethe, para comprender su afirmación de que los huesos del cráneo son vértebras transpuestas, habiéndose extendido éstas en las cavidades del cráneo, llegué a la inevitable conclusión de que Goethe debió concebir la idea de que el cerebro mismo era médula espinal transpuesta y que este cambio había sido obrado por la mente. Que no sólo el tejido que lo recubría, sino que el cerebro mismo había sido trasladado desde las vértebras y la médula espinal a un nivel superior. Fue un momento maravilloso en mi vida cuando descubrí que, en la última década del siglo XVIII, Goethe había escrito a lápiz en un trozo de papel: "El cerebro es en realidad sólo un trozo de médula espinal transpuesta". El profesor Bardeleben lo cuenta en su artículo del Anuario de Weimar sobre "Goethe como investigador científico".

Así vemos el talante que apareció por primera vez en Giordano Bruno aplicado por Goethe a las distintas partes de los seres vivos. Vemos cómo Goethe aplicó las ideas de Giordano Bruno, -a quien, como hemos visto, se aproxima tanto, incluso en la elección de las palabras-, de un modo práctico a todo lo que es el pensamiento científico natural.

Por eso Goethe puso tanto énfasis en encontrar en todo el mundo vegetal la metamorfosis de la planta arquetípica primigenia (Urpflanze). A los grandes logros de Goethe como artista se añadieron sus notables logros como investigador científico de la Naturaleza. En cierto sentido, en Goethe se incorporó el espíritu que había descendido de los estadios clarividentes de la percepción a una forma material de visión, como una personalidad que veía lo Divino en todas sus observaciones de la Naturaleza, incluso en las plantas individuales. La expresión "Urpflanze", Planta Arquetípica Primigenia. ¿Qué quería decir Goethe con ello? Quería indicar la esencia Espiritual en las diversas especies de Plantas. A este respecto, es importante la conversación entre Schiller y Goethe en Jena, después de una reunión de la Sociedad Botánica, a la que ambos habían asistido. Cuando salieron de la asamblea, Schiller dijo: - "Lo que dijeron sobre las plantas fue muy insatisfactorio". Goethe replicó: - "Se podría haber expresado de otra manera. Deberíamos ser capaces de ver, no sólo las partes de la planta que tenemos en nuestras manos, sino también su relación espiritual." Entonces cogió un trozo de papel y dibujó la estructura de una planta con unos pocos trazos. Mostró a Schiller que el tipo no sólo está presente en el Lirio, el Diente de León o el Ranúnculo, sino en todas las plantas. Entonces Schiller, que no podía entender la estructura de la planta primigenia) dijo: - "Eso no es ninguna realidad, no es más que una idea". Goethe se quedó muy perplejo y dijo: - "Me gratificaría mucho pensar que puedo tener ideas sin saberlo e incluso verlas con mis ojos físicos." Pues Goethe podía percibir el elemento espiritual que impregna todas las plantas. Lo veía tan claramente que incluso podía dibujarlo. Lo mismo ocurre con el animal arquetípico primigenio en todos los animales.

De esta manera, Goethe buscaba al Dios que no actúa desde fuera del mundo material, sino que vive y actúa dentro de todas las cosas visibles. Por ello seguía al Espíritu Divino que se mueve invisiblemente en todo, obrando de forma concreta de planta en planta, a través de la hoja, la flor y el fruto. Actúa del mismo modo de un animal a otro, y también de un hueso a otro, de una forma animal a otra. Es interesante observar que Goethe no fue comprendido por los hombres de su tiempo, ni siquiera por Schiller. Pero poco a poco el espíritu de Goethe arraigará incluso en el pensamiento de los Científicos Naturales. Se reconocerá que las ideas de Goethe estaban un estadio por encima de las de Giordano Bruno. Giordano Bruno hablaba de un Dios, un Dios panteísta, que se encuentra en todas partes, en las plantas y en los animales. Pero Goethe, aunque también él buscaba el gran espíritu que no actúa desde fuera, decía más: - No sólo debemos buscarlo en general; debemos estudiar los fenómenos detallados y buscar el Espíritu en las cosas separadas. Porque vive de una manera en las plantas, de otra en los minerales; de una manera en este hueso y de otra en aquél.

El Espíritu está en perpetua acción; forma las diversas partes de la materia, la materia sigue al espíritu en movimiento. Puede expresarse como un espíritu universal, como hizo Giordano Bruno. También puede buscarse con profunda devoción en cada detalle, como hizo Goethe. De este modo, el hombre se acerca cada vez más al Espíritu que actúa en el tapiz extendido de la Naturaleza, y ese Espíritu se irá revelando poco a poco.

Si estudiamos las sucesivas etapas de progreso representadas por Galileo, Giordano Bruno y Goethe, y buscamos el principio raíz que dirigió a tan grandes mentes, aprenderemos gradualmente a adherirnos al principio raíz que los dirigió, y a no dejarnos llevar por la voluntad del susurro de la crítica superficial. Ni siquiera las mentes más brillantes escapan a la crítica. Tomemos a Galileo con su gran concepción de lo Divino, que abarcaba toda la Creación en el lapso de un momento, y que no estaba limitada por el espacio o el tiempo. Cuando consideramos esto, es inevitable que surja la pregunta: - "¿Qué saben los hombres de hoy sobre el significado real de Galileo?". Por regla general, saben poco más de él que el único incidente que, con toda seguridad, no es cierto: que supuestamente dijo,"Se mueve, sin embargo". Un bonito dicho, en verdad, pero, como puede verse en las investigaciones del erudito italiano Angells de Gubernatis, no puede ser cierto. Y cuántas veces no oímos que las últimas palabras de Goethe fueron: - "Más luz", que es exactamente lo que nunca dijo.

Vemos, pues, que estas grandes mentes deben ser estudiadas a la luz que la Ciencia Espiritual es capaz de arrojar sobre ellas. No podemos, como nos gusta tanto hacer, juzgar el pasado con nuestra propia mente individual, moderna y sin ayuda.

Estas tres mentes maestras forman una tríada maravillosa y armoniosa, que marca el comienzo de nuestra edad moderna; en Galileo y en Giordano Bruno vemos el amanecer, en Goethe vemos el Sol mismo, que muestran cómo el Espíritu de la edad moderna ya le enseñó a ver que el más pequeño átomo de materia no puede existir sin el Espíritu detrás de él, que pone un átomo en contacto con otro.

 Me gustaría traer a su memoria un incidente que el propio Goethe relata. Muchos años después de la muerte de Schiller, se decidió que sus restos fueran trasladados de su tumba al Mausoleo de los Príncipes. Hubo algunas dificultades para decidir cuáles eran realmente los huesos de Schiller. Goethe se sintió atraído por un cráneo, que vio que debía pertenecer a un hombre del tipo del genio de Schiller; tras una inspección más detenida, decidió que debía ser el cráneo de Schiller, ya que lo reconoció por la peculiaridad fuertemente marcada en la forma del cráneo. Este cráneo fue colocado en el Mausoleo de los Príncipes. Aquí reconoció el principio, también reconocido por Galileo, de que el espíritu (o genio) debe buscarse humilde y matemáticamente.

La antigua lámpara de la iglesia todavía cuelga en la catedral de Pisa, balanceándose hacia adelante y hacia atrás ante innumerables almas. Pero Galileo sólo se había sentado ante ella una vez, cuando midió el latido de su pulso por el balanceo regular de la lámpara y descubrió así las leyes del equilibrio, que tienen tanta importancia hoy en día. Fue una inspiración divina. Hay muchos casos semejantes. En la tumba de Schiller, Goethe fue inspirado con el pensamiento que vivió en la inspiración filosófica de Giordano Bruno. "El espíritu es inseparable de la materia. Está en todas partes. No, sin embargo, agitándola salvajemente y dándole vueltas, sino, como Espíritu que existe en el átomo más diminuto". Esta concepción de lo espiritual, que existía en Giordano Bruno, renació en el alma de Goethe cuando tuvo en sus manos el cráneo de Schiller y, al igual que el agua se convirtió en hielo, el espíritu de Schiller se le manifestó en el cráneo de Schiller.

Todo el punto de vista espiritual de Goethe está ante nosotros cuando estudiamos el poema que escribió después de haber contemplado el cráneo de Schiller. Especialmente esos versos, que tan a menudo son malinterpretados, y que sólo podemos comprender cuando nos damos cuenta de que en la situación que hemos descrito anteriormente, Goethe vio la individualidad de Schiller en forma plástica ante él, como congelada.

Entonces grita, como debe hacerlo, forzado por la similitud del Espíritu que unió a Giordano Bruno y a Goethe:

Was kann der Mensch imleben mehr gewinnen,
Als dass sich Gott-Natur ihm offenbare,
Wie sie das Feste ladesst zu Geist verrinnen,
Wie sie das Geisterzeugte fest bewahre.

¿Qué más puede ganar el hombre en la vida
Que la naturaleza de Dios se le revele,
Cómo hace que lo firme y formado se funda en Espíritu,
y cómo lo que nace del Espíritu se mantiene firme en la forma.

Traducido por J.Luelmo mar.2023



GA060-8 Berlín, 12 de enero de 1911 -Disposición, aptitud y educación del ser humano

 

Índice

DISPOSICIÓN, APTITUD Y EDUCACIÓN

DEL SER HUMANO

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 12 de enero de 1911


Si dirigimos nuestra mirada a lo que ha discurrido a lo largo de las conferencias de este ciclo de invierno como una especie de leitmotiv, si miramos a esa esencia viva en el hombre que observamos no sólo una vez entre el nacimiento y la muerte, sino que presuponemos que existe en repetidas vidas terrenas, entonces la cuestión de lo que subyace al desarrollo de un hombre en su única vida, en una encarnación terrena, se nos presentará como algo bastante esencial, especialmente en nuestra época actual.  Porque el ser humano de hoy en día ciertamente se interroga e indaga sobre el aspecto peculiar de la disposición, el talento y la educación del ser humano. Pero como está poco inclinado a apartar su mirada de lo que se nos aparece como tomando forma en una vida, y a dirigir esta mirada hacia el constructor real, el creador real en el hombre, las preguntas de este hombre de hoy llevarán ya fácilmente el carácter de indeterminación. Pues si se parte de la base de que hay algo en la naturaleza humana que, como lo realmente animador interior, recorre muchas vidas, entonces sólo se estará ante la naturaleza bastante misteriosa, bastante cuestionable de este ser humano. Y las cuestiones de las disposiciones, de la aptitud y de la educación se querrán contemplar bajo una luz nueva, bajo una luz muy distinta de la que se pueden contemplar cuando sólo se tiene presente lo que la actualidad pone tan a menudo de relieve: la herencia, las cualidades heredadas de los antepasados.  No porque la ciencia espiritual quiera apartar su mirada de lo que se expresa en tales disposiciones heredadas, como si prescindiera de las cuidadosas observaciones de todo lo que pueden decir los sentidos externos y el intelecto dirigido hacia ellos; Pero la Ciencia Espiritual sabe que todo esto se relaciona con la esencia misma del ser humano como algo que es utilizado por éste, es absorbido en sí mismo de la misma manera que la materia externa es absorbida en la vida física por el pequeño germen de un ser vivo, que determina su forma a partir de sí mismo, pero se apropia de su entorno aquello que ha de posibilitarle vivir esta forma en la vida externa - lo sustancial, lo material. Así pues, tendremos que reconocer, en conjunto, en la forma de vida del ser humano, una confluencia de lo que nace al nacer y de aquello en lo que está insertado el "ser y la individualidad del ser humano y de lo que se nutre su alma espiritual". 

Cuando, por ejemplo, como educadores nos enfrentamos a las tareas de un alma humana que viene a la existencia en la cual, de hora en hora, de semana en semana, desarrolla cada vez más sus facultades interiores, cuando nos enfrentamos a un ser humano que crece como un enigma sagrado que tenemos que resolver, que ha venido a nosotros desde el infinito, para que le demos las posibilidades de desplegarse y desarrollarse, entonces surgirá toda una suma de nuevas tareas, nuevos puntos de vista, nuevas posibilidades en general para todo lo que es humano en la existencia. Así pues, vemos que el ser humano nace y suponemos que, en cierto modo, con su nacimiento se crea el núcleo de su ser. La ciencia externa también nos muestra, si no nos fijamos en eslóganes y teorías sino en hechos, cómo este núcleo del alma espiritual del ser humano sigue actuando en el niño después del nacimiento, cómo lo que se nos presenta como una organización física cambia, se forma plásticamente bajo la influencia del alma espiritual. También la ciencia externa puede mostrarnos, por ejemplo, cómo aquello en lo que primero tenemos que ver el instrumento para las actividades externas, cómo el cerebro es una materia todavía indeterminada, completamente todavía formable plásticamente en el hombre cuando llega a la existencia a través del nacimiento, y cómo entonces aquello que él se esfuerza por absorber del bagaje espiritual de su entorno penetra y actúa sobre la masa plástica de nuestro cerebro, modelándolo y formándolo como un artista. Si partimos del supuesto -que es un hecho y se ha mencionado a menudo en otros contextos- de que un ser humano, si fuera trasladado indefenso a una isla desierta después de nacer, no podría adquirir la facultad del lenguaje, entonces debemos decir: El contenido anímico-espiritual que nos llega revestido de lenguaje desde el nacimiento no es algo que penetre desde dentro del ser humano, que se aferre meramente a su disposición, que el ser humano reciba, por así decirlo, sin las influencias de su entorno anímico-espiritual, del mismo modo que recibe su segunda dentadura hacia el séptimo año por disposición interna, sino que el lenguaje es algo que actúa sobre el ser humano.

Es realmente como un escultor que, por así decirlo, da forma al cerebro. En las primeras fases, incluso durante años, podemos seguir científicamente este modelado del cerebro, incluso externamente. Si entonces se demuestra anatómica y fisiológicamente que la capacidad del hombre para el habla, la memoria para ciertas ideas del habla, está ligada a tal o cual órgano, que cada palabra está, por así decirlo, almacenada como un libro en la biblioteca, entonces podemos preguntar por otro lado: ¿Qué ha formado el cerebro para este propósito en primer lugar? Y podemos responder: Aquello que estaba allí en la esencia anímico- espiritual en el vocabulario lingüístico del entorno del hombre.

Esto nos muestra que debemos diferenciar en el hombre, en relación con todo su desarrollo anímico, todo lo que experimenta en sus pensamientos, ideas y sensaciones -también en sus impulsos volitivos y sentimientos, que sigue siendo, por así decirlo, mera experiencia interior- de aquello otro que sigue siendo dicha experiencia interior que interviene en la organización física exterior, la moldea plásticamente y sólo la convierte en un instrumento para futuras capacidades espirituales o futura vida anímico-espiritual. Esto lo podemos ver más claramente si seguimos una capacidad del hombre a lo largo de su vida que muestra lados muy diferentes, aunque estos lados diferentes hayan sido unidos varias veces por la ciencia exterior del alma: si seguimos nuestra memoria. 

Cuando nos apropiamos de algo a través de la memoria, cuando memorizamos, nos lo apropiamos a través de los medios, uno de los principales de los cuales es la repetición. Entonces lo hemos hecho nuestro, podemos darlo de nosotros. Ahora bien, todo el mundo conoce algo problemático: el olvido. Porque las cosas vuelven a olvidarse, se desvanecen de nuestra memoria de tal manera que somos incapaces de reproducirlas de nuevo en otro momento. ¿O acaso no recuerdan ustedes cuánto tuvieron que aprender y recitar de memoria en su juventud, y cuánto de ello ya no pueden recitar de memoria ahora? Pero, ¿desaparece realmente todo lo que hemos memorizado? 

Ahora sólo queremos considerar aquello de lo que el hombre dice más tarde: lo he olvidado, aquello que, por tanto, ya no puede traer a la memoria para reproducirlo. ¿Ya no existe? Está ahí de manera similar a algo que ya hemos mencionado, que siempre se olvida en la vida humana normal: cómo se olvidan las maravillosas y ricas primeras experiencias de los años de la infancia. Hasta cierto punto en la vida humana normal sólo recordamos hacia atrás. Antes de ese momento, sin embargo, hemos tenido infinidad de impresiones. Quién no admitiría esto si realmente observara con imparcialidad el desarrollo de un niño en los primeros años de vida. Pero está olvidado en el sentido en que solemos hablar de olvido. Pero, ¿ya no existe? ¿Ya no desempeña ningún papel en el alma humana? 

Sí, desempeña un papel importante en el alma humana. Pues lo que son las primeras impresiones de la infancia, si experimentamos alegría o tristeza, amor o indiferencia, éstas o aquellas impresiones exteriores, depende infinitamente más de lo que el hombre es capaz de hacer en la vida posterior, del estado de ánimo general y de toda la constitución de su alma, de lo que se suele suponer.  Es más importante lo que uno ha olvidado en los primeros años, lo que nos forma y moldea en el ser anímico, de lo que suele admitirse. Es lo mismo con lo que aprendemos más tarde, olvidamos la formulación, el pensamiento, pero permanece en nosotros como un cierto estado de ánimo del alma. Si, por ejemplo, a cierta edad un hombre ha aprendido baladas u otros poemas de grandes héroes con tareas muy definidas, cualidades muy definidas, puede que olvide los pensamientos, los incidentes, etc., de modo que no pueda reproducirlos de nuevo; pero lo que ha aprendido permanece detrás, en la estructura de su propio carácter, tal vez como una fuerza del alma, como una forma de enfrentarse a la vida y dejar que el placer y el sufrimiento se acerquen a él. Lo que olvidamos se convierte en estados de ánimo, valores emocionales, incluso impulsos de la voluntad, lo que reposa más o menos inconscientemente en nuestra vida anímica, pero que crea y forma en nosotros. Sólo a veces se hace evidente a través de procesos muy definidos en la vida posterior, que algo tan olvidado no está del todo olvidado después de todo, que cuando se hacen los procedimientos adecuados y se trae ante el alma algo relacionado, el ser humano entonces recuerda algo olvidado después de todo, de modo que se puede probar que sólo se ha deslizado algo sobre ello como una manta en las capas subconscientes de su vida anímica, pero que sin embargo está presente en él. De este modo podemos ver literalmente cómo lo que olvidamos, lo que se desvanece de nuestra memoria, forma y moldea nuestra alma y luego se manifiesta en nuestro estado de ánimo ante el placer y el sufrimiento, en nuestro coraje, en nuestra valentía o cobardía a menudo, o también en nuestro miedo y ansiedad ante la vida. Lo que vemos así, por así decirlo, descendiendo del depósito de la memoria al subconsciente, se convierte entonces en creativo en nuestra propia alma. En el fondo, nosotros mismos somos lo que las cosas que hemos olvidado han hecho de nosotros. Pues, ¿Qué es el hombre en concreto sino la forma en que puede alegrarse, ser valiente, etc.? Si no consideramos al ser humano en abstracto, sino en concreto, debemos decir: Él es el armonioso entretejido e interacción de sus cualidades, de modo que el propio ser humano está condicionado por aquello que fluye hacia las capas más profundas de su conciencia. Esto lo vemos durante la vida.

De todo lo que se ha considerado hasta ahora y de lo que queda por mencionar se desprende que lo que así se hunde espiritualmente en capas más profundas, se hunde aún más cuando el ser humano atraviesa la puerta de la muerte. Pues cada vez que el ser humano quiere formar su organismo físico exterior en la vida a través de lo que absorbe, ya encuentra un determinado organismo en esta vida. Es de un tipo u otro, y entra en la vida con estas o aquellas disposiciones. Contra esto, debe precipitarse lo que es creador en nuestra alma. Supongamos que una cualidad de valentía pudiera formarse en nosotros a través de lo que asumimos en nosotros mismos. Pero si tenemos un organismo que es más adecuado para ser una pata de conejo que para ser una persona valiente, debemos más o menos arremeter contra algo que tenemos en la vida de nuestro organismo. Y cuando pasamos por el tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, la parte esencial de este desarrollo humano es que forjamos para nosotros mismos el arquetipo, la forma original de nuestro nuevo cuerpo físico, nuestro nuevo organismo físico terrenal. Allí no tenemos los límites y las resistencias que se presentan a nuestra organización en la vida entre el nacimiento y la muerte; allí construimos plásticamente, con lo que hemos adquirido en la vida, los cimientos, las fuerzas básicas para una nueva fisicalidad dentro de límites más amplios que entre el nacimiento y la muerte. Por lo tanto podemos decir: Aquello que actúa en nuestra alma en forma de ideas olvidadas durante la vida entre el nacimiento y la muerte, cuando atravesamos la puerta de la muerte, sigue actuando, hasta el momento de la reencarnación, en la conformación de nuestro próxima organismo; de modo que atravesamos el nacimiento con tales disposiciones para la nueva existencia que descienden a capas aún más profundas de nuestro ser que las ideas olvidadas en la vida entre el nacimiento y la muerte.

De todo esto se comprenderá perfectamente <que el ser humano, por haber obtenido del entorno inmediato, de la vida, las causas para la organización de una nueva corporeidad, de hecho también necesita de nuevo las mismas condiciones en cierto modo. Es diferente con el animal, que ha determinado su organismo en la línea hereditaria, como hemos visto en las observaciones sobre "alma humana y alma animal" y "espíritu humano y espíritu animal". Allí el animal aparece con tendencias bastante definidas que quieren formarse plásticamente, porque las tendencias no son tomadas del ambiente del animal. Consideremos lo poco que el animal se apropia y toma del mundo exterior mediante la educación, mediante el adiestramiento, lo poco que necesita, por tanto, un escenario que se encuentre en el mundo exterior para sacar de nuevo lo que se ha tomado como principios de la educación. Pero el hombre necesita tal escenario. De ahí que entre en el mundo torpemente, que entre en el mundo de tal manera que allí también sólo tengamos que poner nuestra última mano en la configuración más minuciosa de su organismo. De ahí la vida y el entretejimiento de la individualidad del hombre, su ser básico real, ¡en los primeros años de su existencia! Por eso su órgano espiritual, el cerebro, nace de tal manera que es plásticamente determinable y maleable, y por eso, en el fondo, sólo después del nacimiento se le proporcionan las últimas vías, líneas y direcciones decisivas sobre cómo han de desarrollarse las predisposiciones. 

De ello se desprende que lo que es importante en el desarrollo debe considerarse como procedente de estadios anteriores de la existencia y que, por lo tanto, será menos importante tener determinados y obstinados principios de educación que considerar a cada ser humano individual, a cada individualidad, como un problema, como un enigma sagrado que hay que resolver, y que a nosotros nos corresponde crear las oportunidades para que este enigma pueda resolverse de la mejor manera posible. Una educación que no puede establecer ningún principio fijo, sino que debe apelar a un principio en el educador similar al artístico, con el fin de observar lo que surge del ser humano, es más incómoda que cuando se dice de forma regimentada: de esta o aquella manera deben expresarse estas o aquellas habilidades. Pero sólo entonces tendremos la actitud correcta hacia el ser humano en crecimiento, si lo consideramos en cada caso como una individualidad, como algo especial en sí mismo. Sin embargo, si uno quiere tomarse las cosas con bastante trivialidad -algunas personas ya tienen el talento de tomárselo todo con trivialidad- puede decir: la individualidad no sólo se muestra en los humanos, sino también en todos los animales. Desde luego que sí. Y nadie que hable desde los fundamentos de la ciencia espiritual lo negará. A menudo he dicho que cuando uno habla de individualidad en este sentido, debe ser más específico, debe ser consciente de que si uno quiere tomar las cosas trivialmente, también puede hablar de la biografía y la individualidad de la pluma. Conocí a un hombre que -como en su época todavía se cortaban plumas de ganso- ya era capaz de distinguir entre las plumas, porque como cada uno cortaba su propia pluma, ésta siempre tenía una relación personal con él, y como el hombre en cuestión tenía una imaginación excelente, podría muy bien haber escrito una biografía de cada pluma individual con todos los detalles. En el caso del hombre, sin embargo, no se trata de aplicar la norma de la trivialidad, sino la norma que se extrae de las profundidades del conocimiento.

Ahora bien, como precisamente a través de tales observaciones podemos ver el modo en que el ser humano, modelando y formando su ser actual, forma su apariencia exterior, su organización exterior, y en ella vive su "ser" actual, podemos ver a su vez, a partir de esta apariencia exterior cómo sucede en los primeros años y cómo, con el desarrollo del ser humano, se remodela y utiliza lo que puede absorber del entorno. En los primeros años de la vida del ser humano nos parece de muy especial importancia que preservemos, por así decirlo, sus capacidades de intervenir plásticamente, pictóricamente, en su organismo corporal o anímico-corporal, y que no le obstruyamos la posibilidad de intervenir plásticamente. Obstruimos esta posibilidad sobre todo si le injertamos demasiado pronto conceptos e ideas que sólo se refieren a una sensorialidad exterior y que tienen los contornos más estrictos, o si le encasillamos en una actividad teóricamente confinada a formas muy definidas. No hay variabilidad, no hay modificación, no hay posibilidad de desarrollar las facultades espirituales-psíquicas, ya que el alma está activa de día en día, de hora en hora. Supongamos que un padre es una persona terriblemente obstinada que se ha convertido en un principio: Mi hijo debe llegar a ser ¡como yo fui! Toda mi vida he hecho zapatos así para mis clientes, ¡y mi hijo debe hacer sus zapatos así también! Como yo pienso, así debe pensar mi hijo. -En el entorno de este niño se introduce una estructura anímico-espiritual que actúa sobre su organización anímico-espiritual del mismo modo que ha actuado sobre el padre, y de este modo se fuerza al niño a adoptar formas bastante definidas, mientras que debería tratarse de investigar la individualidad que llega a la existencia, para formar la organización anímico-espiritual de acuerdo con el conocimiento obtenido de ella.

El instinto educador de la humanidad ya ha creado, a través de la conciencia general, un medio maravilloso por el cual se capacita al ser humano en los primeros años para trabajar sobre lo cambiante, modificable, móvil del alma-espiritual, de modo que se deja un margen libre para la conformación del ser humano. Esa es también la mejor manera de ocupar a un niño, no dándole conceptos atados a contornos fijos, sino aquellos que dejan al pensamiento margen de maniobra, para que pueda desviarse aquí o allá. Sólo entonces encontraremos el curso del pensamiento predeterminado por su estructura interna. Si cuento un cuento de tal manera que estimule la actividad mental del niño, que los conceptos no se formen en determinados contornos, sino que deje móviles los contornos de los conceptos, entonces el niño trabaja de la misma manera que trabaja alguien que intenta e intenta averiguar lo que es correcto. El niño trabaja para averiguar cómo debe moverse su espiritualidad, de modo que pueda formar su organización de la mejor manera posible, tal como está preformada interiormente. Y lo mismo ocurre con el juego. El juego se diferencia de la actividad configurada en formas fijas en que, hasta cierto punto, uno puede hacer lo que quiera cuando juega, en que uno no tiene contornos definidos en los pensamientos y movimientos de los órganos de antemano. Esto también tiene un efecto libre y determinable en la organización espiritual-emocional del ser humano. El juego y la actividad espiritual-emocional que acabamos de describir para el niño en los primeros años surgen de una profunda conciencia de lo que es realmente la naturaleza y la esencia del ser humano. Quien quiera convertirse en un verdadero educador tendrá también la conciencia para los años posteriores de que, efectivamente, cada capacidad individual debe ser primero estudiada, reconocida y determinada, por así decirlo, en el ser humano en desarrollo. Pero aún existe la posibilidad de observar ciertos grandes principios. Tales principios sólo nos conducen a la forma en que el núcleo del ser humano, que va de nacimiento en nacimiento, utiliza, por así decirlo, las cosas externas que se encuentran en la línea de la herencia.

Es de sumo interés dirigir nuestra mirada hacia la forma en que el núcleo del alma espiritual del ser humano utiliza las características, cualidades, virtudes, etc. del padre y de la madre, de los antepasados paternos y maternos, de maneras muy diferentes para construir algo nuevo. Y en efecto: las cualidades paternas y maternas no son utilizadas de la misma manera por el núcleo individual del ser humano, sino que hay una ley bastante definida subyacente. Precisamente esta ley es infinitamente instructiva. Si tratamos de captarla en su totalidad, para comprenderla, debemos observar cómo se afirman dos cosas en el alma humana. Una es la intelectualidad, a la que ahora queremos añadir también la capacidad de pensar más rápida o más lentamente, más inteligente o más estúpidamente en imágenes, en ideas. La otra es la dirección general de la voluntad y el sentimiento, los afectos, el interés que ponemos en lo que nos rodea. Todo el modo en que somos capaces de actuar depende de si tenemos una mente móvil o lenta, una mente embotada o penetrante, si somos perceptivos o no. Lo que el hombre puede lograr para sus semejantes y cómo lo logramos depende de si sabemos conectar nuestros intereses en el sentido correcto con lo que ocurre en nuestro entorno. Algunas personas tienen buenas condiciones previas, pero tienen poco interés por sus semejantes y por el medio ambiente. El hecho es que el interés no suscita las capacidades. Por tanto, es necesario que el interés en nosotros se tenga en cuenta tanto como si la flexibilidad de nuestra intelectualidad nos permite hacer esto o aquello por nuestros semejantes.

Ahora para el tipo entero de preferencias, en relación con las cuales también podemos pensar que está vinculado el modo en que se forman los deseos del hombre, el manejo exterior de toda la vida, el modo en que el hombre se desarrolla hábil o inhábilmente, en resumen, todo el modo de vida del alma, que está vinculado con nuestro manejo del mundo exterior, con nuestro mayor o menor interés y con nuestra habilidad para el mundo exterior - pues este hombre toma los elementos más importantes en herencia del padre, de modo que las preferencias y lo que de las preferencias nos hace hábiles, capaces de usar nuestros órganos, todo nuestro hombre, es por regla general propiedad hereditaria del padre. 

El alma toma, pues, del padre los elementos correspondientes, para que pueda formar en sí esas cualidades. "Lo que, por otra parte, es la movilidad intelectual, que entonces también está relacionada con la actividad imaginativa, la imaginación pictórica, el talento inventivo, nuestra individualidad, que viene a la existencia a través del nacimiento, toma como herencia de las cualidades maternas. Schopenhauer ya insinuó en cierto modo este capítulo extraordinariamente interesante; lo intuía, pero no estaba en condiciones de señalar las cosas más profundas al respecto.

Pero, por otra parte, podemos decir otra cosa. Lo que vive en el padre como el modo de relacionarse con las cosas, qué interés tiene, qué deseos tiene hacia las cosas, cómo exige, desea, quiere, si es un hombre que interviene valientemente en las condiciones de la vida o que se retira mansamente, si es pedante o magnánimo, en otras palabras, las cualidades relacionadas con los impulsos de la voluntad, las encontramos prestadas en cierto modo del padre. En cambio, todo lo que es movilidad del alma, intelectualidad, lo encontramos traspasado de la madre. - Ahora, sin embargo, se hace evidente una diferencia interesante, que sólo puede observarse si se observa el ámbito completo de la vida. Entonces también se encontrarán pruebas de ello en todas partes. Concretamente, con respecto al género, se hace evidente una enorme diferencia. Se puede decir que para un hijo la relación con el padre y la madre se describe básicamente de forma bastante maravillosa en las palabras de Goethe: "Del padre obtuve la estatura, la conducta seria de la vida", es decir, todo lo que se refiere a la relación del ser humano con el mundo exterior - "de la madre la naturaleza alegre, el deseo de fabular", es decir, todo el camino de la vida espiritual. Pero si ahora miramos a la hija, vemos de una manera bastante extraña que las cualidades paternas aparecen en la hija de tal manera que ahora se elevan un peldaño más arriba de la naturaleza de los impulsos de la voluntad, de la naturaleza que se expresa más en la relación con el entorno - en el alma. Por lo tanto, se puede encontrar en un padre - y esto, por supuesto, sólo se aplica en las mismas circunstancias - que capta valientemente en todas partes, que tiene un vivo interés en esto o aquello y por lo tanto vive una cierta seriedad en su relación con su entorno, que estas cualidades son tomadas por la individualidad de la hija de tal manera que se elevan en el alma, que hay una hija con una vida espiritual seria, con la vida de carácter del padre incorporada al alma, que hace más móvil lo que tal vez es difícil de mover en el padre, de modo que las cualidades más importantes, que encontramos más externamente en el padre, se muestran más interiorizadas en la hija.

Por eso podemos decir: Los rasgos de carácter del padre perviven en el alma de la hija, los rasgos del alma de la madre, la agilidad del espíritu así como los talentos y capacidades que se pueden desarrollar perviven en el hijo. La madre de Goethe, la vieja señora Rat, era una mujer que sabía fabular, en la que la imaginación funcionaba de la manera más maravillosa. Esto descendió un escalón con el hijo, en él se convirtió en una disposición, en una organización, de modo que el hijo Goethe tuvo la capacidad de dar a la humanidad lo que vivía en la madre. Así vemos cómo las cualidades maternas se rebajan un peldaño en los hijos, de modo que se convierten en capacidades orgánicas, mientras que las cualidades paternas son elevadas un peldaño por las hijas, de modo que nos lleguen a nosotros interiorizadas, espiritualizadas. Tal vez nada sea más característico de esto que el bello contraste de Goethe con su hermana Cornelia, que ya era completamente la vieja Rata, que era una naturaleza tranquila y seria, interiorizada, espiritualizada, y que, por tanto, ya podía ser lo que el poeta necesitaba en la infancia: una camarada extraordinariamente buena.  Ahora tengan esto en cuenta y consideren cómo Goethe, según su descripción, no pudo conseguir una relación favorable con su padre. Ello se debía a que las cualidades paternales estaban enajenadas en el viejo consejero. Lo que Goethe necesitaba eran estas cualidades, pero no podía comprenderlas tal como estaban presentes en su padre. Allí estaban bien. En su hermana se habían convertido en anímicas, por lo que podía ser una buena camarada para él.

Recorran conmigo la historia y verán cómo a cada paso se confirma lo dicho, y cómo, dondequiera que se tengan indicios, se puede dar confirmación histórica de tal cosa. La confirmación más hermosa a este respecto la tenemos de la madre de los Macabeos, que, con una grandeza heroica, hace que sus hijos se enfrenten a la muerte por lo que ella cree y por lo que creyeron sus padres, con las grandes y hermosas palabras: "¡Yo os he dado lo físico exterior; pero Aquel que hizo el mundo y al hombre os ha dado lo que yo no pude daros, y Él se encargará de que lo recuperéis si lo perdéis por causa de vuestra fe!". Cuántas veces se nos presenta el elemento maternal en la historia: desde la madre de Alejandro y la madre de los Grachi hasta nuestros días, cuando vemos cómo aparecen cualidades en el ser humano, que este ser humano es capaz de tener un efecto en el entorno, al disponer de los talentos y del organismo anímico-corporal para ello.

Podríamos buscar en la historia de los hombres importantes donde quisiéramos: en todas partes encontraremos las cualidades maternas traducidas de tal manera que han descendido un peldaño más, que se han convertido en capacidades que se han puesto en práctica en la vida. Tomemos el ejemplo de la madre de Bürger y de su padre, de quien también había heredado el rasgo de la fuerza de voluntad. Básicamente, tenía poco en común con su padre; el padre era feliz cuando no tenía que preocuparse por el desarrollo del pequeño; la madre, sin embargo, tenía una mente maravillosamente ágil, era ella quien poseía la expresión gramatical y estilística adecuada. Esto era a su vez necesario para el poeta; él tomó estas cualidades de su madre, y surgieron precisamente porque pertenecía a la siguiente generación. O pensemos en Hebbel, en cómo se relacionaba con su padre. Cualquiera que conozca más de cerca al poeta Hebbel sentirá ya un eco de la herencia de su padre en toda la dura idiosincrasia y terquedad de sus intereses. El viejo maestro albañil Hebbel ya había transmitido mucho en este sentido a su hijo. Pero el hijo y la madre se entendían, y fue la madre quien protegió al hijo para que no se convirtiera en maestro albañil en su lugar de nacimiento, en lugar de entregar más tarde sus dramas a la humanidad. Es conmovedor leer cómo el propio Hebbel relata en sus maravillosos diarios lo que le unía a su madre. 

Estos ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito. Pero de ningún modo debemos -porque creamos observar en la vida que aquí o allá nos encontramos con otro- sacar de ello la conclusión de que las cosas están mal. Eso sería como si alguien dijera: Los físicos nos demuestran la ley de la caída de los cuerpos; ¡yo les demostraré ahora, acoplándoles todo tipo de artilugios, que la ley puede ser interferida! - Pero las leyes no están para que tengamos en cuenta todas las circunstancias, sino para que tengamos presente lo que está en cuestión. Tal como debemos hacerlo en la ciencia natural, así debemos hacerlo en la ciencia espiritual. Pero la ciencia espiritual aún no ha avanzado lo suficiente como para proceder del mismo modo. Si tenemos esto en cuenta, podremos encontrar confirmada en todas partes la mencionada ley de la herencia paterna y materna. Pero cuando miramos a la totalidad del ser humano, debemos tener claro que lo que llamamos alma humana, y lo que vive en el conjunto, también organismo anímico-corporal del ser humano, no es nada simple. Se puede tener de nuevo sin reservas la voluntad de trivializar y decir: ¿Por qué tenéis los antropósofos la rareza de distinguir tres miembros anímicos en el alma y muchos miembros en la naturaleza humana? Habláis de un alma sensible, un alma intelectual y un alma consciente. Sería mucho más sencillo hablar del alma como una entidad unificada en la que tienen lugar el pensar, el sentir y la voluntad -es ciertamente más simple, más cómodo- y también trivial. Pero al mismo tiempo esto es también algo que la contemplación científica del hombre no puede en verdad promover. Pues no es del anhelo de dividir y hacer muchas palabras de donde surge la división del alma humana en alma sensible, es decir, en aquella parte que primero entra en contacto con el entorno y recibe las percepciones y sensaciones del exterior, en la que también se desarrollan los deseos y los instintos, y que luego ha de separarse de aquella parte en la que lo adquirido ya ha sido procesado en cierto sentido. Ponemos en actividad nuestra alma sensible <enfrentándonos al mundo exterior, recibiendo de él impresiones de color y sonido, pero también dejando aflorar lo que como seres humanos normales no tenemos a mano en un primer momento: nuestros impulsos, deseos y pasiones. "Pero cuando nos retraemos y procesamos en nuestro interior lo que hemos captado a través de las percepciones y demás, de modo que lo que estimula en nosotros el mundo exterior se transforma en sentimientos, entonces vivimos en el segundo miembro del alma, en el intelecto o alma racional. Y en la medida en que dirigimos y guiamos nuestros pensamientos y no nos dejamos llevar por la corriente, vivimos en el alma consciente. 

En la "Ciencia Oculta" o en la "Teosofía" verán que los tres miembros del alma tienen muchas más relaciones, -de distinto tipo-, con lo que hay en el mundo exterior, no porque nos satisfaga la división, sino porque lo que llamamos alma sensible está asignada al cosmos de una "manera" muy diferente a lo que llamamos alma consciente.

El alma consciente es la que aísla al ser humano, la que le hace sentirse como un ser encerrado en sí mismo. Lo que llamamos alma racional le pone en relación con su entorno y con todo el cosmos, a través del cual es un ser que aparece como un extracto, como una confluencia de todo el mundo. A través del alma consciente, el hombre vive en sí mismo, se aísla. Lo más importante que se experimenta en el alma consciente es lo que se desarrolla más tarde en la vida: la capacidad de pensar lógicamente, de tener opiniones, pensamientos, etc. Eso radica en el alma consciente. Con respecto a estas cualidades, el núcleo individual del ser humano, que viene a la existencia a través del nacimiento, está de hecho más predispuesto al aislamiento. Este núcleo más íntimo del ser se desarrolla más tardíamente en el hombre. Mientras que su envoltura, su organización corporal, surge más pronto, su individualidad real surge más tarde. Pero tal como es el hombre en la actualidad, -era diferente en el pasado y será diferente en el futuro-, desarrolla efectivamente sus opiniones, conceptos, ideas en la parte más aislada de su ser. Por tanto, son los que menos influyen en el conjunto de la estructura y formación de su personalidad total y sólo emergen como anexo cuando la personalidad total está firmemente establecida, plásticamente formada. 

Allí vemos cómo los dones del ser humano se desarrollan en un cierto orden. En el alma sensible o impulsiva lo primero que vemos es lo que vive en el elemento menos aislado y separado del ser humano. Pero ésta tiene también el mayor poder para intervenir en toda la organización humana. Por eso tenemos que tratar de acercarnos lo menos posible al niño con opiniones, teorías, ideas, cuando esta alma sensible está formándose más intensamente desde dentro. Sólo podemos acercarnos al niño si permitimos que su alma sensible actúe, tal como se describe en mi trabajo "La educación del niño desde el punto de vista de la ciencia espiritual", y especialmente en los primeros años de vida debemos procurar que no se desarrollen teorías ni enseñanzas, sino que se anime al niño a imitar, que se le muestre lo que debe imitar. Esto es de infinita importancia, porque este instinto de imitar es una de las primeras disposiciones sobre las que se puede actuar. Las exhortaciones y las enseñanzas tienen el menor efecto en este momento. Lo que el niño ve, lo imita, porque se forma a sí mismo de la manera en que debe formarse de conformidad con su interconexión con el mundo exterior. En los siete primeros años sentamos las primeras bases de todo el ser personal del niño cuando le modelamos lo que puede imitar, cuando adivinamos cómo debemos comportarnos en su entorno. Este es, sin embargo, un principio educativo de lo más extraño para muchos. La mayoría de la gente pregunta cómo debe comportarse el niño, y encima, ahora viene la ciencia espiritual con sus exigencias: la gente debe aprender del niño cómo debe comportarse en su entorno, ¡hasta las palabras, las actitudes y los pensamientos! Porque el niño es mucho más receptivo en su alma de lo que se suele creer, sobre todo más receptivo que el ser humano adulto. Hay personas con cierta sensibilidad que se dan cuenta inmediatamente, por ejemplo, cuando entra una persona que echa a perder el buen humor. Esto ocurre en gran medida con los niños, a pesar de que hoy en día se les presta poca atención. Y depende mucho menos de lo que uno haga en detalle que del tipo de persona que uno intente ser, del tipo de pensamientos e ideas que uno abrigue.  No basta con que uno se lo oculte a los niños y se permita pensamientos que no deberían ser para el niño, sino que nuestros pensamientos deben vivirse de tal manera que tengamos la sensación: esto puede vivir en el niño y debería vivir. - Eso es incómodo, pero sin embargo ¡correcto! 

A continuación, cuando se ha producido el cambio de dientes, entra en consideración lo que podemos llamar: construir basándose, -ahora no en lo que el ser humano hace, sino en lo que el ser humano alberga en sí mismo como personalidad-, construir basándose en la autoridad. Eso es lo más importante, que el niño en los primeros años de vida pueda vivir lo que hablamos, hacemos y pensamos, y que en la segunda época sienta en nosotros a una persona sobre la que pueda construir, para que pueda decir: ¡Es bueno lo que hace! No es que a partir del séptimo hasta el decimocuarto o decimosexto año de vida amonestamos al niño sobre el principio de desarrollar una teoría moral, haciéndole ver: esto debe hacerse, esto debe omitirse, - sino que le damos al niño el mejor tesoro cuando, con el alma mental o racional puede sentir: Es bueno lo que hace el que está a mi lado; ¡debo abstenerme de lo que él se abstiene! - Esto tiene una importancia infinita. 

Hasta los catorce o dieciséis años no comienza para el hombre la posibilidad de construir sobre la parte más aislada de su ser, sobre el alma consciente, es decir, sobre lo que se forma en el alma consciente: sobre sus opiniones, conceptos e ideas. Pero éstos deben tener primero una base firme, y ésta debe ser creada. Si no la creamos brindando la oportunidad mediante la educación, tal como la individualidad nos permite reconocerla, si no creamos así un camino libre para el desarrollo, entonces el hombre será apresado por otro elemento: por la solidez de su naturaleza envolvente. Entonces se aliena; entonces no interviene su individualidad, que va de vida en vida, sino que se convierte en esclavo de su organización corporal, que subyuga al hombre desde fuera. El hombre lo demuestra por el hecho de que no es dueño en su parte anímico-espiritual, sino que depende por completo de su organización anímico-corporal, la cual muestra cualidades rígidas que son inmutables. En cambio, una persona en la que hemos procurado, que sus disposiciones salgan a la luz en la medida de lo posible, conserva una cierta movilidad a lo largo de toda su vida, y aún puede abrirse camino en situaciones nuevas más adelante. Con la otra, por el contrario, la organización se exterioriza, adquiere formas rígidas, y el ser humano las conserva durante toda la vida. Vivimos en una época en la que se valora poco la individualidad del ser humano y en la que, por lo tanto, hay pocas oportunidades de convencerse de que la individualidad sigue siendo móvil y activa en etapas posteriores de la vida y puede abrirse camino en nuevas situaciones y verdades. Aquí llegamos a un capítulo en el que podemos ver cómo algunas personas simplemente tienen que enfrentarse a la vida. 

Cuántos se esfuerzan, -cuando han analizado una visión del mundo de tal modo que están convencidos de ella-, por convencer también a los demás de la misma. Ellos creen que es un esfuerzo muy loable cuando dicen: Puesto que yo lo veo tan claro, ¡debería ser capaz de llevar a todo el mundo a esta convicción! Pero eso es una ingenuidad. Nuestras opiniones no dependen en absoluto de que algo se nos demuestre lógicamente. Eso solo es posible en muy pocos casos. Porque las opiniones y convicciones del hombre se forman a partir de fundamentos muy diferentes de su alma: de su naturaleza volitiva, de su naturaleza mental y de sus sentimientos, de modo que un hombre puede comprender muy bien tus argumentos lógicos, puede captar tus sagaces conclusiones, y después no las asume en absoluto por la sencilla razón de que lo que un hombre cree y profesa no fluye de su lógica o de su entendimiento, sino que proviene del conjunto de su personalidad, es decir, de aquellos miembros en los que surgen la voluntad y la mente. Nuestros pensamientos, sin embargo, son esa parte de nosotros que emerge a más tardar de todas nuestras disposiciones, cuando la organización corporal hace tiempo que se ha completado. Este es el campo más aislado. Aquí encontramos la parte menos accesible a los demás. Podemos conseguir más si llegamos a ellos en las partes que están más profundas: en la mente, en la voluntad. Ahí seguimos interviniendo en la organización. Sin embargo, si un ser humano ha crecido en una esfera muy materialista, digamos donde sólo se acepta la materia, lo material, entonces durante el tiempo de su crecimiento se forma una suma de impulsos de la mente y la voluntad que da forma a su físico y también a su cerebro. Más tarde puede adquirir un pensar lógico bastante bueno, pero éste ya no interviene en la modelación de su cerebro. Los pensamientos lógicos son lo más poderoso del alma humana. Por eso depende especialmente de que encontremos acceso a otras personas en el alma, no sólo en la lógica. Si alguien ya ha formado su cerebro de una determinada manera, entonces este cerebro, que sólo refleja las viejas ideas una y otra vez porque se ha vuelto físico, ya no remodela la lógica. Por lo tanto, para tales visiones del mundo que están construidas sobre la lógica más pura, más aguda, como la ciencia espiritual, no se puede esperar trabajar en la forma de ir de una persona a otra para convencerla. Si alguien que comprende el impulso científico-espiritual quiere creer que podría convencer a la gente mediante la persuasión o la lógica, si alguien quiere creer que el científico espiritual se entrega a esta ilusión, ¡está muy equivocado! Pues en nuestra época hay un gran número de tales personas que, en virtud de su personalidad total, de su naturaleza volitiva y mental, no ven en qué consiste el mundo espiritual y la investigación espiritual. De la gran masa de los que viven a nuestro alrededor, se seleccionarán aquellos que se sientan atraídos por la ciencia espiritual, que acudirán a aquello que oscuramente sospechan, que ya tienen en su alma. Una selección, una elección, sólo puede tener lugar en relación con una visión del mundo que se construye sobre lo que la lógica pura, la conciencia humana, puede abarcar. Por eso el científico espiritual se acerca a la gente y sabe distinguir: Hay alguien a quien puedes predicar durante años, pero no será capaz de responder a tus pensamientos. Primero debes llevarlo a su conciencia; puedes hablarle a su alma, pero él mismo no puede reflejarlo a partir de todo su instrumento anímico, fuera de su cerebro. El otro está construido de tal manera que tiene la posibilidad de responder a lo que la ciencia espiritual muestra en su forma lógicamente desarrollada, y por lo tanto también encuentra su camino hacia lo que básicamente ya vive en su alma.

Así es como debemos abordar las grandes tareas culturales del presente o del futuro. Sólo cuando reconozcamos cómo la personalidad total del hombre se relaciona con lo que el hombre puede absorber gradualmente en el curso de su desarrollo y educación de nuevas verdades, de tales cosas que ahora deben unirse realmente con su personalidad, - cuando uno se haya dado cuenta, a su vez, de cuán básicamente lo espiritual anímico es el modelador, el escultor, el artista para lo que es anímico-corporal, entonces se concederá también mayor importancia al desarrollo de lo anímico-espiritual, en el hombre, de tal modo que éste -especialmente en los años en que es accesible a la educación- lo ponga poderosamente en sus manos en relación con el modo en que puede trabajar lo anímico-corporal. Debemos tener claro que se puede pecar mucho en este sentido.  Vemos en nuestras representaciones cómo las preferencias humanas y demás contribuyen mucho más a la formación de opiniones que la pura lógica. La lógica pura sólo podría hablar cuando los deseos y los instintos callan por completo. Antes de eso, debe quedar claro que si creemos haber formado unilateralmente las disposiciones de un ser humano en un campo determinado, entonces aquello que hemos dejado de lado saldrá a la luz de una "manera" extraña. 

Supongamos que educamos a una persona de tal manera que sólo expresamos las disposiciones abstractas, como se hace a menudo en la escuela.  Entonces los conceptos puros y las ideas abstractas no pueden intervenir en el conjunto de la mente y de la vida emocional. Esta queda entonces sin desarrollar, sin formar, y aflora después en todo tipo de formas triviales de vida. Entonces, a menudo se hacen visibles dos naturalezas más tarde en la vida. Incluso en personas de alta posición, si no han sido capaces de desarrollar en sí mismas lo que subyace en las profundidades de la personalidad, la preferencia, la inclinación, la simpatía, que yace más profundamente, se hace sentir de un modo diferente. ¡Qué alumno no habrá experimentado, frente a un examinador, por muy inteligente que sea, que es capaz de sondear mucho en su ciencia, cómo esta unilateralidad se expresa por el hecho de que tiene preferencia por la forma en que quiere oír las respuestas! Y ¡ay de muchos de ellos si no saben poner en palabras lo que el examinador quiere que digan!

En un libro de psicología de Moriz Benedikt se dicen muchas cosas correctas sobre los errores de la educación humana en este sentido. También lo que es una verdad: que una vez dos aspirantes fueron examinados por dos examinadores, y resultó ser un percance que uno de los aspirantes diera las respuestas al examinador A. como si el examinador B. hubiera hecho las preguntas.  Si se le hubiera permitido dar las respuestas a este último, habría aprobado el examen brillantemente. Y el otro de los candidatos se encontraba en el caso contrario. Por lo tanto, ¡ambos suspendieron! 

Esto puede mostrarnos cómo revestir muy bien de formas lógicas lo que es incontestable. Pero en cuanto no estamos en condiciones de sumergir nuestros conceptos en la educación del pensar durante la educación, no se puede encontrar un campo adecuado desde el que educar sobre el ser humano. ¿Cómo debemos relacionarnos entonces con el ser humano? Debemos comportarnos de tal manera que en el momento en que el hombre aún debe ser educado preferentemente de forma plástica y cuando los conceptos y las ideas abstractas son menos eficaces, nos acerquemos a él lo menos posible con conceptos e ideas abstractas, sino con ideas lo más pictóricas posible. Por eso he insistido en que se incluya en los conceptos lo pictórico, lo vívido, lo que se desvíe lo menos posible de lo que tiene imagen, forma, contorno. Pues lo que se recibe así como imagen, como forma o como forma de la imaginación, tiene un gran poder para intervenir en nuestra organización corporal. Que lo pictórico, que se nos presenta en la forma, interviene en la organización corporal, podéis deducirlo ya del hecho de que veis lo poco que ayuda si persuadís a un enfermo que se encuentra en una situación determinada:  Debes hacer esto, no debes hacer aquello.  Eso ayuda muy poco. Pero si se monta un aparato parecido a una máquina de descargas eléctricas, de modo que el enfermo pueda hacerse esta imagen, se le dan dos asas en la mano, sin dejar pasar corriente alguna, -¡teniendo sólo ante sí la imagen, entonces siente la corriente, y entonces ayuda! Pero allí donde se declama tan bellamente que la imaginación desempeña un gran papel, debemos tener claro que no se trata de toda imaginación, sino sólo de la figurada.

Vivimos en una época en la que poco a poco se ha hecho costumbre que se rinda muy poco homenaje al principio de la ciencia espiritual, según el cual el hombre llega a ser capaz de formar conceptos e ideas sólo de los catorce, dieciséis años a los veintiuno, veintidós años, que uno toma allí conceptos que sólo se formarán más tarde; pero hoy el hombre llega a estar maduro incluso antes de la expiración de esta edad, para escribir artículos periodísticos sobre y bajo la línea, que se imprimen y luego son aceptados por el pueblo. Resulta entonces difícil alejar los conceptos abstractos de la edad caracterizada y poner ante los ojos del hombre lo pictórico, lo vívido. Pues lo pictórico tiene el poder de intervenir en la organización anímico-corporal.

Lo que digo ahora siempre se puede encontrar confirmado, sólo que la gente no siempre le presta atención. Moriz Benedikt, por ejemplo, se queja de que muchos alumnos de instituto suelen ser tan torpes en la edad adulta. ¿A qué se debe? Se debe a que toda la educación es tan poco específica, se preocupa tan poco de lo visual y sólo se atiene a conceptos abstractos, incluso en la enseñanza de idiomas. En cambio, podemos sentir cosas pictóricas, que vienen a nosotros porque los propios objetos vienen a nosotros en imágenes, directamente a nuestras manos. Se podría decir: si quieres imaginar un objeto, debes moverte de tal manera que sientas con la mano en un círculo o en una elipse que crece junto con el objeto en imágenes. No sólo la imitación en la destreza manual, sino sentir y aprender a amar las cosas nos muestra cómo la imaginación pictórica y vívida tensa nuestros miembros, los hace flexibles y móviles. Hoy en día podemos encontrar a muchas personas que, cuando se les arranca un botón, no saben coser uno nuevo. Eso es una gran desventaja. Lo importante es que podamos intervenir en el mundo exterior con todo lo que tengamos. Por supuesto, no podemos aprenderlo todo. Pero podemos aprender cómo lo anímico-espiritual se desliza desde lo espiritual a lo anímico-corporal y cómo flexibilizar así nuestros miembros. Y nadie a quien hayamos instruido en la juventud a sentir por aquello que está fuera de él, será una persona torpe más tarde en la vida. Porque lo que ya está por debajo del umbral de nuestra conciencia, puede actuar esencialmente en nuestra organización. Lo mismo ocurre con la lengua. Se aprende mejor una lengua en el momento en que aún no se es capaz de comprenderla gramaticalmente, pues allí se aprende con la parte del ser anímico que pertenece a capas más profundas. 

Así es como se ha desarrollado la humanidad, y así es como debe desarrollarse el ser humano individual. Ya he señalado en otro lugar cómo Laurenz Müllner, en un discurso ante el Rectorado, llamó la atención sobre la Iglesia de San Pedro en Roma, lo magníficamente que se alza allí, cómo las leyes del espacio se ocultan en la mecánica de la cúpula, de modo que uno ve la mecánica del espacio expresada de la manera más maravillosa.  Pero ahora señalaba que las leyes que Miguel Ángel había expresado en ella fueron luego encontradas por Galileo a través de su espíritu elevado y así nos dio la ciencia mecánica en primer lugar. También señalé que el día de la muerte de Miguel Ángel casi coincide con el día del nacimiento de Galileo, de modo que las leyes abstractas de la mecánica, -lo que vive en el alma consciente del hombre-, aparecieron más tarde que lo que Miguel Ángel construyó en el espacio a partir de los miembros más profundos del alma. Así como los miembros superiores del alma se desarrollan sobre la base de los inferiores, así como debemos formar nuestros miembros sobre la base de las disposiciones para luego volver la vista atrás y tener un concepto de ellos, así sucede también en la vida individual. También en la vida individual el hombre debe estar rodeado de la sociedad humana, debe situarse en aquello que le sumerge como en una atmósfera, en el alma espiritual de nuestro entorno.  Entonces se moldea y se forma lo que el ser humano trae a la existencia. Pero el ser humano no sólo trae lo que le es dado por línea hereditaria, sino que esto está determinado de la manera más múltiple por una tercera, por la individualidad eterna del ser humano.  Esta individualidad del hombre necesita las cualidades heredadas, debe adquirirlas y desarrollarlas. Esto también es superior a lo que viene a la existencia con nuestra individualidad. 

Nosotros venimos a la existencia al nacer, donde una espiritualidad creadora, productiva, en la que aún no podemos formar conceptos, se apropia del material plástico de la línea hereditaria. Sólo más tarde se añade el alma consciente. Así vemos un individuo en la naturaleza humana que forma plásticamente las capacidades y talentos. Cuando nos convertimos en educadores, nuestra tarea es que lo que consideramos un enigma espiritual debe resolverse a su vez en cada ser humano.

Todo esto nos remite a un estado de ánimo. Cuando Goethe excavó los huesos de Schiller y encontró su cráneo. cráne y vio cómo se pronunciaban las formas, cómo la individualidad humana había trabajado en él, cuando vio que el espíritu fluido de Schiller tuvo que amoldarse a esta forma para que pudiera convertirse en lo que se convirtió. Goethe fue capaz de expresar esto con los pensamientos:

¿Qué más puede ganar el hombre en la vida,
que la naturaleza de Dios se le revele,
Cómo convierte lo sólido en espíritu,
¡Cómo preserva firmemente lo que es generado por el espíritu!
Tal afirmación de Goethe debe entenderse a partir de la situación. Quien la tome sin mirar lo que se expresa como generado por el espíritu en la forma sólida, la entiende erróneamente. Pero tampoco la entiende quien no sabe cuán profundamente Goethe tuvo penetración en el eterno tejer de una individualidad que va de nacimiento en nacimiento y se encarna de nuevo una y otra vez y es el verdadero arquitecto del ser humano. Cómo hemos recibido del espíritu los órganos que a su vez son órganos del espíritu, esto se puede decir básicamente de forma sencilla mediante una comparación infantil: el reloj nos muestra la hora, pero no podríamos necesitarlo si el espíritu humano no lo hubiera formado primero. -Necesitamos nuestro cerebro para pensar en el mundo físico, pero no podríamos necesitarlo para pensar si el espíritu del mundo no lo hubiera formado. Y no lo habríamos formado con tanta individualidad si nuestra individualidad no se hubiera vertido como algo generado por el espíritu en nuestro cerebro, formado así a partir de la especie humana.

Entonces comprendemos más profundamente lo que hoy hemos podido expresar, y lo que Goethe quiso decir al señalar aquello que en el hombre, en su esencia, es decisivo para todos sus talentos y capacidades, como si los astros se percibieran como cualquier situación en el mundo, y cómo aquello que se desenvuelve en el ser interior del hombre como algo eterno sólo atraviesa la puerta de la muerte para avanzar hacia nuevas formas de desarrollo. En resumen, podemos resumir lo que hemos considerado hoy en el estado de ánimo del pensamiento de Goethe, que expresa en las "Palabras primordiales órficas":

Como en el día que te dio al mundo,
El sol se levantó para saludar a los planetas,
Has florecido inmediatamente y para siempre
Según la ley por la que empezaste.
Así es como debes ser, no puedes escapar de ello,
Así lo dijeron las sibilas, así lo dijeron los profetas;
Y no hay tiempo ni poder que pueda desmembrar
¡La forma que evoluciona viva!
Traducido por J.Luelmo feb2023