GA206 Dornach, 13 de agosto de 1921- Las imaginaciones y los recuerdos y el mundo de las jerarquías

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RUDOLF STEINER
DEVENIR HUMANO, ALMA DEL MUNDO Y ESPÍRITU DEL MUNDO (II)

  Las imaginaciones y los recuerdos y el mundo de las jerarquías-

Dornach, 13 de agosto de 1921

vigésimo primera conferencia

Ayer nos ocupamos del modo de acción del hombre en sus diversos miembros -cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y portador del yo-, tomando en consideración lo que realmente tiene lugar en estos miembros a partir del alma del hombre. Ustedes han visto que hemos tenido que conceder especial importancia, por un lado, a la observación de la percepción de los sentidos y a cómo el ser humano vive según su yo en esta percepción de los sentidos, y por otro lado, que el recuerdo nos ha llevado más al interior del ser humano mismo. Aquí tenemos algo que hay que mirar de cerca, y ya hoy debo hacer la pretensión de que me sigan hacia áreas que quizás sean más difíciles de entender, porque sólo a través de tal entendimiento es posible una comprensión seria de lo que realmente está conectado con la naturaleza del hombre. Pongamos de nuevo ante nuestras almas algunas de las cosas que se dijeron ayer.

Para la conciencia ordinaria, el yo vive en la percepción de los sentidos. Hasta donde llegan nuestras percepciones sensoriales, hasta allí llega al principio esta conciencia ordinaria del yo. No estoy diciendo el yo, estoy diciendo la conciencia del yo, y lo que experimentamos como el yo y la percepción sensorial está ligado a nuestras experiencias imaginativas. Vivimos con estas experiencias imaginativas en nuestro cuerpo astral.

Visualicemos una vez más esto esquemáticamente. Tenemos percepción sensorial en el ámbito de la conciencia del yo, de modo que hemos activado nuestro yo en esta percepción sensorial, luego, hasta cierto punto, hemos extendido esta actividad sobre nuestro cuerpo astral y allí experimentamos las representaciones. A continuación, vimos que a través de la actividad de nuestro cuerpo astral los convertimos en recuerdos. Y en el cuerpo físico, -como dije ayer-, se forman todas las imágenes. Ahora estamos tratando de traer a la conciencia algo que ya puede ser traído a la conciencia a través de la contemplación interior sutil.

fig. 1
Si dirigen su mirada espiritual, por así decirlo, al ámbito de las percepciones sensoriales y penetran en cómo se desenvuelve en él la conciencia del yo, entonces se dirán: Para las percepciones sensoriales nos sentimos estimulados desde fuera. Así pues, si quiero dibujar esquemáticamente la relación del ser humano con sus percepciones sensoriales, en realidad debo dibujarla de tal manera que diga: Si aquí hay un mundo exterior, entonces las percepciones sensoriales son estimuladas por el mundo exterior (ver fig. 1, azul), pero en estas percepciones sensoriales de dentro, que son estimuladas allí, vive el yo (naranja). Por tanto, ya es un hecho que en realidad no deberíamos decir: Nuestro yo en la medida en que somos conscientes de él, está dentro de nosotros, sino que lo experimentamos desde fuera hacia dentro. Del mismo modo que experimentamos nuestras experiencias sensoriales desde fuera hacia dentro, experimentamos nuestro propio yo desde fuera hacia dentro. Así que hablar de que nuestro yo está dentro de nosotros es una ilusión. Inhalamos, si se me permite decirlo así, el yo con las percepciones sensoriales cuando nos imaginamos esa captación de las percepciones sensoriales, mas como una respiración sutil. De modo que tenemos que decirnos a nosotros mismos: Este yo, que en realidad vive en el mundo exterior y nos llena a través de las percepciones sensoriales, luego nos llena aún más uniendo las percepciones sensoriales (naranja), penetrando hasta el cuerpo astral, con las representaciones (amarillo). 

Así que ya lo ven, si quieren imaginarse de la manera correcta esta relación del yo con lo que habitualmente se identifica al ser humano y que se piensa que está limitado dentro de la piel, en realidad deben imaginarse aquí, -si primero dibujo el ojo como representante de las percepciones sensoriales aquí-, que el yo no está dentro, sino que el yo vive aquí fuera y penetra hacia dentro a través de los sentidos. Solemos caer en la ilusión de que nuestro yo se encuentra dentro de lo que llamamos nuestro organismo físico. Pero en realidad el yo está situado en relación con este organismo físico en el mundo exterior y extiende sus tentáculos, por así decirlo, hacia nuestro ser interior, en primer lugar en la imaginación, hacia el cuerpo astral o hasta el cuerpo astral.

Veamos ahora más de cerca el mundo de los recuerdos. Los recuerdos son impulsados hacia arriba por lo que llamamos nuestro ser interior. Al ser impulsados hacia arriba, representan inicialmente una actividad en el cuerpo etérico y éste, a su vez, estimula divisiones preliminares en el cuerpo astral; sin embargo, éstas vienen ahora a la inversa (véase fig. 1, flechas). Pero en última instancia deben proceder de lo que son las imágenes en el cuerpo físico.

Ahora observarán que, partiendo del cuerpo físico, la excitación que subyace a la memoria fluye hacia el cuerpo etérico, y puesto que el yo está dentro, el yo también está aquí. Por lo tanto, debo dibujar el asunto de tal manera que esquemáticamente no sólo piense que el yo está aquí fuera, sino que el yo también está en el cuerpo físico (rojizo) y desde el cuerpo físico estimula los recuerdos (verde), que luego se convierten en representaciones (amarillo).

fig. 2
Como ven, en realidad no puedo arreglármelas con el diagrama que he dibujado. Tendría que dibujarlo de otra manera. Tendría que decir: yo, cuerpo astral, cuerpo etérico, cuerpo físico. Pero si tengo en cuenta la memoria, entonces también tendría que colocar eso que está ahí arriba como yo en el cuerpo físico. Al mismo tiempo está separado en sí mismo, y por otro lado también llena el cuerpo físico. Como ven, reconociendo cuidadosamente lo que sucede en el ser humano, es posible hacerse una idea de la integración de este yo, tal como es, por un lado, en el mundo exterior y, por otro, en el mundo interior.

Y ahora consideren el siguiente proceso. Imaginen que se encuentran con una persona en la calle y tienen una percepción sensorial de esa persona. Su yo está dentro, pero al mismo tiempo surge el recuerdo desde dentro: vuelve a reconocer a la persona. El recuerdo viene de dentro y las percepciones sensoriales vienen de fuera. Se entrelazan.

Este fenómeno de entrelazamiento ya era conocido por los antiguos investigadores espirituales dotados de instinto. De nuevo lo estamos extrayendo de la suma de los hechos. Lo que ahora les extraigo de la suma de los hechos ya lo conocían los antiguos investigadores espirituales, y estaban acostumbrados a registrar tales cosas en imágenes y dibujaron lo que acabo de decirles, esta presencia del yo, aquí el entrelazamiento con lo que viene de fuera, como la serpiente que se muerde la cola, (ver fig. 2 dcha.). La forma en que el hombre se relaciona con el mundo exterior se representaba pues, como la serpiente que se muerde la cola. Si se observan las representaciones más antiguas que surgieron de percepciones instintivas, a menudo se puede reconocer lo profundas que son las percepciones escondidas tras ellas. La gente abstracta viene entonces e interpreta todo tipo de cosas. De este modo, a veces surge algo terriblemente espiritual; sólo carece de valor si uno lo simboliza e interpreta, porque, al fin y al cabo, uno no puede captar los hechos interpretándolos con el intelecto, sino que en realidad sólo puede encontrar lo que hay si penetra en las fuentes mismas.

Pero visualicemos también en otra imagen, (fig. 1 izda.), lo que está realmente presente. Pensemos en este yo humano tal como es en la percepción de los sentidos y en la imaginación relacionada con ella. En realidad vivimos en una ilusión que se ha producido de la siguiente manera. Imaginen que tienen un espejo y que se ven a sí mismos en este espejo, y que nunca han tenido la oportunidad, hipotéticamente puedo suponer, de adquirir otro conocimiento que aquel en el que siempre se han visto a sí mismos en el espejo, y esto les habría llevado, -sólo piensen cómo podría ser esto posible-, a confundirse con la imagen del espejo. El reflejo va y viene. Digamos que ustedes no se sienten dentro de su piel, pero ven el reflejo moviéndose de un lado a otro, y entonces piensan: Ése soy yo, y siempre dicen: Ése soy yo. - En realidad están ustedes mirando su reflejo, pero lo confunden con ustedes mismos. Eso es lo que hace la gente. De hecho, el yo es como una corriente que lleva el estímulo sensorial al cuerpo. El cuerpo lo irradia de vuelta, primero al lugar donde se encuentra el propio yo. El yo está aquí, pero también está en el mundo exterior. E incluso está en el cuerpo físico, pero es irradiado de vuelta hacia uno. El ser humano no percibe su yo real, sino la retro irradiación. Ya percibe la irradiación reflejada a través de su percepción sensorial. Son imágenes especulares.

He explicado esto con más detalle en mi libro «De los enigmas del alma». Las representaciones son ahora también imágenes especulares, son los reflejos de las experiencias en el mundo exterior. El yo vive realmente en el mundo exterior y se experimenta a sí mismo en la conciencia en aquello que excita en el cuerpo como yo inconsciente y que se refleja en él. Es decir, si consideramos las percepciones sensoriales y la imaginación.

Sin embargo, la situación es diferente cuando surge el recuerdo. Allí estamos realmente aquí abajo, en las imágenes que han surgido con nuestro yo dentro. Allí, sin embargo, lo inconsciente está trabajando en un alto grado. Piensen en lo difícil que es traer recuerdos, en lo poco que puede hacerse con toda su conciencia intelectual. Está trabajando lo inconsciente. Hay una realidad que actúa, y pueden sentirla. Allí es diferente. Allí, sin embargo, ya no confunden lo que ven con su yo, porque se siente uno a si mismo en esta actividad dentro de él. Pero también permanece muy oscuro; este yo, como he mencionado a menudo, permanece en una actividad interior como un sueño o incluso como algo dormido, porque la voluntad está trabajando en él. Y la voluntad está trabajando esencialmente al recordar. Allí actúa una voluntad extrañamente fluctuante y cambiante. Y si queremos utilizar una imagen, podemos decir: Imaginemos que nos vemos así espiritualmente con nuestro yo. Si tenemos esta percepción e imaginación, así es como nos vemos. Cuando formamos recuerdos y todo lo relacionado con ellos, entonces estamos, por así decirlo, dándonos la vuelta mentalmente. De hecho, cuando pasamos de la percepción sensorial a la memoria, este concepto de dar la vuelta en el alma es un concepto importante: dar la vuelta en el alma. Pues si nos imaginamos tal giro del alma, obtenemos un concepto interior de movilidad.

Ya no se puede simplemente colocar el yo, el cuerpo astral, el cuerpo etérico y el cuerpo físico uno al lado del otro. Esto es conveniente cuando uno presenta la antroposofía a grupos de antropósofos y ellos quieren recibir ideas bastante tranquilas y suaves que son buenas para sentarse en sillones cuando uno debe absorberlas. Pero en realidad no es así. En realidad, cuando nos acercamos al ser humano, cuando queremos captar la vida del alma, tenemos que considerar un continuo girar y girar de todo el hombre interior, es decir, del verdadero hombre. El yo es así, y porque es así, irradia hacia dentro a través de las percepciones de los sentidos; porque es así (girado), irradia hacia arriba desde el cuerpo físico. Aquí los conceptos deben ser llevados a la movilidad.

Esto es algo que les muestra, sin embargo, que si queremos captar al ser humano debemos pasar a la movilidad, a los conceptos vivenciados interiormente. Pues basta pensar en cómo somos en nuestra vida anímica ordinaria. Sólo hay que pensar en una pequeñísima parte de la vida cotidiana del alma, y se verá esto, aquello y lo otro en el mundo exterior. Todo esto es el mundo de los sentidos. Esto entra como un mundo de imaginación. Surgen todo tipo de recuerdos. Y sólo pueden imaginarse que, mientras hay percepciones sensoriales, están, por así decirlo, mirando anímicamente hacia un lado y, cuando surgen los recuerdos, están mirando desde el otro lado. Pero como esto está constantemente mezclado, hay que pensar constantemente en el alma en un movimiento de torbellino interior.

Y eso es también lo que hay que pensar como imagen: el alma en movimiento interior arremolinado. Esto es también lo que se presenta a la vista. Por eso he indicado en mis libros y también he subrayado una y otra vez: Quien quiera hacer dibujos adecuados a lo que en realidad está presente como miembros superiores de la naturaleza humana se encuentra en el mismo caso que un pintor que quiere pintar relámpagos. Pintar un relámpago en la realidad, es tan difícil como pintar lo que es el miembro superior de la naturaleza humana. Incluso el cuerpo etérico no se puede pintar en la realidad. Se puede hacer la cosa esquemáticamente, pero no es posible pintarla en la realidad, porque en realidad no hay quietud allí.

La memoria y las impresiones del mundo exterior, se encuentran, decía yo. Se trata de algo que hay que comprender con mucha precisión. Si consideramos el cuerpo físico humano como tal, el yo está en él para recordar. Pero el yo también está en el mundo exterior. Así que en todo lo que subyace a las percepciones sensoriales, el yo está realmente dentro. Pero también está en el cuerpo físico del ser humano. Si ustedes repasan todas las filosofías de los últimos tiempos, -y estos últimos tiempos vienen de lejos-, oirán hablar mucho de lo subjetivo y lo objetivo. También es posible hacerlo en la medida en que uno se detiene en la imaginación, porque se puede distinguir entre lo que vive en uno y lo que vive fuera de uno, pero si se penetra más profundamente en la materia, estos términos pierden su sentido. ¿Por qué es objetivo aquello que vive detrás de las percepciones de los sentidos y a partir de lo cual el yo trae las percepciones de los sentidos? Es objetivo precisamente por los mismos medios por los que el cuerpo físico es objetivo aquí. No hay diferencia entre lo subjetivo y lo objetivo. El yo vive en el mundo externo de la misma manera que vive en su propio cuerpo físico. Allí la diferencia entre subjetivo y objetivo cesa por completo.

Esta diferencia entre lo subjetivo y lo objetivo sólo se produce cuando estamos aquí arriba, en la representación. ¿Y por qué se produce aquí? No por la razón que uno suele imaginar, sino porque aquí arriba sólo tratamos con imágenes. Aquí arriba sólo experimentamos imágenes. Pero las imágenes no son reales en sí mismas. Lo sentimos al experimentar las imágenes. Por eso hablamos de las imágenes como algo subjetivo, de los procesos subyacentes a las imágenes como algo objetivo. Pero no podemos hacer eso con las impresiones del mundo exterior, porque aquí los procesos en los que vive el yo son, por supuesto, objetivos, como lo son los procesos a través de los cuales el yo trabaja emitiendo las imágenes de la memoria en el cuerpo físico. Todo esto es objetivo y, si se quiere, todo subjetivo. Lo subjetivo y lo objetivo están completamente confundidos y entrelazados y ya no se pueden distinguir. Y eso es lo importante, porque este concepto de subjetivo y objetivo es lo que ocupa a la gente, con lo que algunos filósofos hacen malabarismos.

Sin embargo, esto se basa en algo más profundo. El hombre vive primero en sus experiencias cotidianas. Ahí es donde alcanza el tipo de vida anímica que tan bien se conoce en todas partes. Pero detrás de todo esto, por supuesto, vive un mundo completamente diferente. Describí en «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?», en mi «Ciencia Oculta en Esbozo», cómo se puede penetrar en este mundo. Pero aquello en lo que penetra la investigación espiritual es, por supuesto, una realidad para todo ser humano. Siempre está ahí, lo sepa o no. Por eso, cuando se habla de realidad, hay que contar con ella. Si se desarrollan los conocimientos que surgen de la imaginación, la inspiración y la intuición, se llega a lo que está presente en todo ser humano, a lo que todo ser humano lleva consigo todo el tiempo. Si uno asciende a la imaginación, como he descrito, entonces uno tiene primero un mundo anímico diferente del que está presente en la vida cotidiana. A través de la imaginación, en lugar de las habituales representaciones abstractas, uno recibe imágenes, -de ahí que se haya elegido el término imaginación, representación imaginativa-, imágenes que se hacen claramente conscientes como imágenes. En contraste con las imaginaciones, uno tiene la clara conciencia de que está tratando con imágenes. Esa es la diferencia entre lo que está realmente presente para el investigador espiritual y lo que vive en sueños o alucinaciones: los que sufren ensueños o alucinaciones consideran sus imágenes como realidad. El investigador espiritual nunca hace esto. Sólo aquellos que quieren escribir refutaciones tontas hablan del hecho de que lo que el investigador espiritual tiene también podría ser una alucinación o una ensoñación. El investigador espiritual nunca confunde lo que ve en imágenes con la realidad. Pero también tiene claro por la naturaleza de estas imágenes que no son imágenes inventadas, no son imágenes suscitadas por la imaginación, sino que son imágenes que apuntan a la realidad espiritual.

En primer lugar, nunca confunde sus imágenes con realidades, sino que se da cuenta de que esas imágenes apuntan a realidades espirituales. Hay muchas cosas que pueden llevar a una persona a ser plenamente consciente de estas imágenes, por un lado, y de la referencia de las imágenes a un mundo espiritual, por otro. Si uno es una persona plenamente reflexiva, tiene una clara conciencia del hecho de que uno mismo vincula y separa sus imaginaciones. Sólo hay que reflexionar sobre algo así una vez. Piensen en lo diferente que sería la vida de su alma si no pudieran combinar arbitrariamente las representaciones que tienen, sino que éstas se combinaran a la fuerza: Serían ustedes como autómatas. Sin embargo, esta capacidad interior de conectar y separar representaciones, cesa en cierto sentido cuando se entra en el mundo imaginativo. Y es necesario saber que cesa, porque de ese modo se tiene una clara conciencia del hecho de que la libertad, tal como el hombre la valora, en realidad sólo puede experimentarse y adquirirse en este mundo físico entre el nacimiento y la muerte. Entonces también se tiene la clara sensación de que no descendemos innecesariamente de los mundos espirituales a este mundo físico. Si sólo viviéramos en los mundos espirituales que nos son accesibles entre la muerte y un nuevo nacimiento, nunca podríamos alcanzar allí la libertad. Esta libertad la conseguimos en el mundo físico. Sólo las personas que no están interesadas en la libertad odian o tienen en poca estima este mundo que el hombre vive entre el nacimiento y la muerte.

Esta libertad la apreciamos especialmente bien cuando la desarrollamos como una fuerza, digamos, como un recuerdo, es decir, después de la muerte. Sólo sintiendo nuestro regreso a la vida terrenal podemos participar de la libertad entre la muerte y un nuevo nacimiento. Pero para poder participar también de esa libertad, debemos permanecer conectados con la vida terrenal. El investigador espiritual puede sentir esto realmente cuando se sumerge en el mundo imaginativo. Si no pisara firmemente el suelo que pisamos dentro de la realidad física antes de instalarse en el mundo imaginativo, no entraría en el mundo espiritual en un estado saludable. Por eso se insiste una y otra vez en que uno debe haberse preparado bien en el mundo físico si quiere entrar en el mundo espiritual.  Es preciso haber alcanzado realmente todo lo que en principio se puede alcanzar en el mundo físico, es decir, no estar sometido a los instintos, lo que significa falta de libertad; no estar sometido a ninguna regla automática de la costumbre, a la que el hombre se somete tan fácilmente. Para poder entrar en el mundo espiritual, el hombre tiene que haber tomado realmente conciencia de su libertad. Ideas como las que he desarrollado en mi «Filosofía de la libertad» deben haber cobrado vida ya en el hombre si éste quiere realmente lograr su ascensión al mundo espiritual. Esto también se ha subrayado en «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?».

Puesto que aquí hablamos de imágenes en el caso de la imaginación, éstas deben entenderse como algo totalmente subjetivo. Debo decir que el grado de experiencia subjetiva es aún mayor en la vida imaginativa que en la vida anímica cotidiana ordinaria. La vida anímica es más rica en las imaginaciones, pero es una experiencia en imágenes. Uno sabe que detrás de esta experiencia en imágenes está la verdadera realidad; pero primero se tiene la experiencia en imágenes.

Pero hay algo en las imágenes que hace que nos parezcan menos libres. No podemos conectarlas y separarlas de este modo, ni seríamos capaces de penetrar en una realidad si pudiéramos conectar y separar estas imágenes de la cognición imaginativa, del mismo modo que podemos conectar y separar lo que experimentamos como representaciones ordinarias. Experimentamos las representaciones ordinarias de la manera siguiente: he aquí una representación, he aquí la segunda, he aquí la tercera. Las experimentamos, formamos conexiones. Tenemos la idea de «rosa», tenemos la idea de “bonito”, la idea de «me gusta». Formo la conexión: Me gusta la rosa hermosa. Lo que formo aquí como conexión es definitivamente una actividad interior; depende de mí, en esto soy libre. En el mundo imaginativo no se es libre de esta manera. Cuando se tienen las imágenes del mundo imaginativo, no se da el caso de que en ese momento se sienta una actividad interior a través de la cual se conectan y se separan esas imágenes. Piensen que no puede ser así, porque ustedes se sienten libres en el mundo físico, al poder conectar y separar, pero lo hacen en el mundo físico de la manera que exige el mundo físico-sensorial exterior. Por lo tanto, se necesita un regulador para conectar y separar. También es necesario tener ese regulador en el mundo imaginativo. Simplemente no hay que trasladar a este mundo imaginativo lo que el mundo físico nos impone. Esto lo hacen los que son nebulistas, que son fantasiosos o tal vez personas imaginativas en el mejor sentido de la palabra. Toman algunos medios del mundo sensorial-físico y los combinan y separan según algún criterio de preferencia. Eso puede ser muy bonito, pero con la cognición imaginativa no puede ocurrir. Tiene que haber algo ahí que dé lugar de tal manera a unir un eslabón con otro, a establecer conexiones.

Si ahora toman esta idea, verán: Aquí llega uno a algo que vive en el mundo imaginativo, que actúa en el mundo imaginativo del mismo modo que nuestra propia mente actúa conectando y separando las ideas del mundo ordinario. Ahí es donde se llega a lo objetivo. Se sale de los mundos que se dan como percepciones sensoriales; pero se entra en algo que conecta y separa.

¿Qué es entonces eso? Me gustaría decir que se experimenta de tal manera que la imaginación comienza a desplegar su propia vida. Permítanme una comparación: Si observamos un embrión humano en una fase muy temprana, se aprecia que ha desarrollado en gran medida la cabeza, con los demás órganos sólo vagamente unidos a ella; pero después van adquiriendo su forma. Del mismo modo, lo que vive en el mundo imaginativo crece interiormente. No se le pueden asignar ideas arbitrariamente. Surge por sí mismo. Por lo tanto, en él vive algo que surge por sí mismo. Y esto se reconoce gradualmente como el mundo que llamamos el mundo de la tercera jerarquía: Ángeles, Arcángeles, Arcai.

Es un proceso muy real de la experiencia humana el que se vivencia. Ahora se lo he descrito como un proceso de cognición. Pero no es un mero proceso de cognición, porque lo que está activo allí es lo que vive en el yo y en el cuerpo astral.

Ahora recuerden: somos niños, crecemos. Primero recibimos el mundo de la imitación dentro de nosotros hasta la edad de siete años, luego el mundo que aceptamos con autoridad hasta la edad de catorce o quince años, y así sucesivamente. Si podemos observar la vida, nos daremos cuenta de cuánto, -no todo, por supuesto-, de lo que absorbemos de este modo, a través del hecho de que las percepciones sensoriales llegan a nosotros y nosotros procesamos las percepciones sensoriales y las ideas, entra en nosotros a partir de lo que más tarde leemos en el rostro de la persona. Comparemos el rostro apagado de una persona que no pudo asimilar nada, que no pudo procesar nada de las percepciones sensoriales en la vida de la imaginación, con el rostro parlante, la fisonomía parlante de alguien que de niño fue introducido en el mundo sensorial y su procesamiento en la imaginación de la manera correcta. Esto es algo que vive en nosotros desde lo anímico-espiritual. Allí nos moldeamos. Es, me gustaría decir, lo más sutil que actúa en nosotros y que sólo de forma muy sutil extiende sus poderes a toda la vida física del ser humano. ´

Si pueden ustedes observar a las personas, podrán ver todavía en sus últimos años si han tenido una infancia feliz o el tipo de infancia que a veces es el caso entre los maestros contemporáneos. No se trata de una irrealidad que actúa desde el yo y el cuerpo astral en toda la persona. El investigador espiritual sólo mira lo que realmente vive allí, en el yo y en el cuerpo astral, y lo descubre a través de su mundo imaginativo. Descubre el mundo de los Ángeles, Arcángeles y Arcai. Pero esto está contenido en lo que se desarrolla en el ser humano, en que lo forma lo anímico-espiritual, lo forma de tal manera que su formación es inicialmente individual. Podemos observarlo de la manera que acabo de describir. Pero esta formación es también de tal naturaleza que pertenece a un grupo humano, a un pueblo. Distinguimos lo que crece en el ser humano en la medida en que pertenece a un grupo humano, a un pueblo, y a su vez distinguimos a un ser humano moderno de un griego antiguo. En resumen, distinguimos el desarrollo individual del hombre, dependiente de la Jerarquía de los Ángeles; el desarrollo nacional, el desarrollo en los diversos grupos étnicos internos, provocado por la Jerarquía de los Arcángeles; y distinguimos entre los hombres de diferentes épocas, provocado por la Jerarquía de los Archai.

Lo que se descubre a través de la ciencia espiritual son realidades que son efectivas, efectivas en los espíritus de los tiempos, efectivas en los espíritus de los pueblos, efectivas en esos espíritus que llevan la vida del ser humano individual de la conciencia a lo constitucional, a la vida orgánica. No hacemos nuestra propia fisonomía, a la manera en que el relojero hace un reloj, por el hecho de que tal vez hayamos sido educados en nuestra juventud para tener una perspectiva alegre y se nos haya dado una fisonomía amable; algo debe ayudar. El ser de la jerarquía de los ángeles ayuda. Y ciertamente no nos situamos en un pueblo, ni formamos las diversas fisonomías del pueblo, a la manera en que el relojero hace el reloj.

Como ven, llegamos a realidades que sólo se revelan en el conocimiento, pero que son efectivas en el interior del ser humano. Tenemos al ser humano, por así decirlo, desde un lado, para hablar con los antiguos clarividentes: desde el lado de la cabeza de la serpiente. Abordemos ahora el asunto desde el otro lado. Llegamos a ese otro lado, a la cola de la serpiente, volviéndonos hacia el mundo de los recuerdos que surgen desde abajo, desde donde el hombre también reconoce este mundo, donde lo subjetivo y lo objetivo pierden su sentido.

Sí, lo que emerge como poder de la memoria es captado efectivamente por el yo, pero emerge de profundidades muy subterráneas del ser humano. Sabemos, o al menos podemos saber, lo íntimamente conectados que estamos con nuestra naturaleza humana cuando desplegamos este poder de la memoria. Esto nos introduce aún más en esas profundidades que no podemos alcanzar en la vida ordinaria con nuestra experiencia espiritual. Nos lleva a algo que somos, pero que es lo mismo que nuestra naturaleza exterior. Hay algo dentro de nosotros que es exactamente igual a nuestra naturaleza exterior. No estamos en esa conexión íntima con ella como lo estamos con el mundo, que entendemos bajo la jerarquía de los Ángeles, Arcángeles, Arcai. Allí actúa algo que no está en absoluto tan cerca de nuestra conciencia actual. Me gustaría decir que sólo hay un fino velo entre nuestra conciencia actual y los Ángeles, los Arcángeles, los Archai. Pero cuando descendemos a esa parte interna del ser humano, nos sumergimos en un mundo que está profundamente oculto a la conciencia ordinaria, desde la cual sólo brilla el poder de la memoria, que aún podemos, me gustaría decir, interceptar. Pero lo que interceptamos allí está relacionado con contenidos que sobrepasan la conciencia ordinaria.

Pero del mismo modo que podemos alcanzar el mundo que acabo de describir y del cual estamos separados en nuestros conceptos como por una fina piel, ahora también podemos, progresando en la ciencia espiritual, reconocer el mundo que se nos señala en el otro lado: en el lado al que llegamos cuando damos la vuelta o nos volvemos hacia el otro lado de la serpiente. Pero sólo alcanzamos este mundo cuando nos elevamos al tercer nivel de cognición espiritual, a la intuición. Y entonces llegamos a esos seres que en mis libros se enumeran como serafines, querubines y tronos. Este es el mundo de los querubines, serafines y tronos, que está tan detrás de lo que resplandece como actividad en la memoria en nuestra vida anímica, como el mundo de los Ángeles, Arcángeles y Arcai vive detrás de las percepciones sensoriales y las representaciones.

Mañana hablaremos de estas conexiones entre el mundo humano que vive bajo los recuerdos con estas jerarquías y con lo que se interpone entre ellas, kyriotetes, dynamis, exusiai.

Traducido por J.Luelmo jun,2025


GA206 Dornach, 23 de julio de 1921 - Orden moral versus necesidad natural del mundo

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RUDOLF STEINER
DEVENIR HUMANO, ALMA DEL MUNDO Y ESPÍRITU DEL MUNDO (II)

 Orden moral versus necesidad natural del mundo -

Dornach, 23 de julio de 1921

décimo quinta conferencia

Ayer traté de trazar la línea divisoria, por así decirlo, entre aquellas experiencias sensoriales que pertenecen al hombre superior, si puedo decirlo así, que constituyen la vida anímica real del hombre, y aquellas otras experiencias sensoriales que pertenecen más bien al hombre inferior, cuyo contenido se presenta a la conciencia humana de un modo similar a las experiencias externas, salvo que tienen lugar en el interior del ser humano. Hemos visto que las experiencias sensoriales del primer tipo incluyen las del sentido del yo, el sentido del pensamiento, el sentido de la palabra, el sentido del oído, el sentido del calor y el sentido de la vista, y hemos visto que estamos inmersos en dos regiones en las que el hombre tiene sus experiencias internas esencialmente similares a las experiencias externas en la conciencia, dentro de ellas tenemos el sentido del gusto, el sentido del olfato y los otros, los sentidos realmente internos. Ya ven ustedes, al tratar un tema así, lo difícil que es tratar con esas expresiones más groseras que son bastante aplicables para caracterizar el mundo exterior, pero que, por supuesto, fracasan inmediatamente cuando se considera al propio ser humano y la estructura interna del mundo.

En cualquier caso, sin embargo, quien se da cuenta de esta diferencia entre el ser humano superior y el inferior, los cuales representan ambos los acontecimientos del mundo de una determinada manera, puede darse cuenta también de cómo un corte atraviesa nuestra experiencia, de cómo contrastamos un polo de nuestra experiencia con el otro polo de una manera muy diferente. Sin un estudio concienzudo de esta división del ser humano, no podremos llegar a comprender suficientemente el problema más importante del presente y del futuro próximo, a saber, el problema: ¿Cuál es la relación real del mundo moral, con el mundo en el que ahora también estamos atados, el mundo de la necesidad natural, dentro del cual vivimos con nuestra naturaleza humana superior, dentro del cual existe nuestra responsabilidad humana y del mundo?

Esta brecha se ha manifestado de tal manera que un gran número de personas que creen estar completamente inmersas en la vida del espíritu actual, hacen una distinción entre un cierto campo de experiencias que puede abarcar el conocimiento y el saber, y otro campo de experiencias que solo debe abarcar la fe. Y ustedes saben que, en ciertos ámbitos, solo se considera científicamente válido aquello que se puede encuadrar en leyes naturales estrictas, que se quiere establecer una forma diferente de certeza para todo lo que concierne a la vida moral, y que para esta certeza solo se reclama una especie de certeza basada en la fe. Existen teorías extensas sobre la necesaria distinción que se debe hacer entre la certeza científicamente válida y la certeza basada en la fe.

Todas estas distinciones, todas estas teorías se basan fundamentalmente en el hecho de que hoy en día tenemos muy poca conciencia histórica, de que tenemos muy poco en cuenta las condiciones en las que surgieron nuestros contenidos anímicos actuales. A menudo he dado el ejemplo clásico de esto. Les he contado cómo hoy, por ejemplo, los filósofos piensan que al distinguir al hombre en cuerpo y alma están diciendo algo que se basa en alguna observación original o similar, mientras que lo que la gente piensa sobre las dos áreas de cuerpo y alma no es más que el resultado de una decisión eclesial, la decisión del concilio del año 869, el octavo concilio, que elevó la doctrina a dogma: el hombre no debe ser considerado como compuesto de cuerpo, alma y espíritu, sino sólo de cuerpo y alma, y algunas cualidades espirituales pueden ser atribuidas al alma.

Este dogma se fue consolidando a lo largo de los siglos siguientes. Los filósofos de la Edad Media en particular vivían según este dogma. Y cuando de la filosofía medieval surgió la filosofía más nueva, la gente creía estar emitiendo juicios basados en su experiencia. Sin embargo, lo hacían sólo según el hábito que habían adquirido de acuerdo con lo que acababa de convertirse en un hábito secular: aceptar que el hombre consiste sólo de cuerpo y de alma.

Este es un ejemplo clásico de algunas de las cosas en las que se encuentra hoy la humanidad, que cree tener un juicio imparcial, mientras que el juicio que se expresa no es otra cosa que el resultado de un proceso histórico. Tampoco es fácil llegar a un juicio verdaderamente autorizado si no es mediante el mero estudio de periodos históricos cada vez más amplios.

Quien, por ejemplo, sólo conoce el pensamiento científico del presente, es muy natural que considere que sólo éste tiene autoridad, que ni siquiera pueda imaginar que se pueda tener otro tipo de conocimiento. Mientras que quien, digamos, además de este juicio científico del presente, consolidado desde mediados del siglo XV, conozca un poco de lo que era válido en la Edad Media anterior hasta el siglo IV postcristiano, juzgará aproximadamente de la misma manera que los mejores neoescolásticos del presente juzgan la relación del hombre con el mundo intelectual; pero de ninguna manera podrá llegar a un juicio sobre otra cosa que, a lo sumo, la relación del hombre con la intelectualidad, pero no a un juicio sobre la relación del hombre con la espiritualidad. Porque no se da cuenta de que si retrocedemos, digamos hasta Aristóteles, que murió en el año 322 a.C., para llegar a comprender en absoluto la forma de pensar de la gente de entonces, tenemos que encontrarnos en una configuración mental completamente distinta de la que tenemos en el presente. Es imposible intentar comprender a Platón o incluso a Heráclito o Tales con el tipo de configuración mental que tenemos hoy. Ni siquiera se entiende a Aristóteles. Y cualquiera que esté un poco más familiarizado con las discusiones que se han mantenido sobre la filosofía de Aristóteles en épocas más recientes sabe cómo han surgido innumerables confusiones a través de la escritura de ida y vuelta de los conceptos e ideas que todavía se pueden encontrar en Aristóteles, simplemente porque no se ha tenido en cuenta que en el momento en que uno se remonta a Platón, por ejemplo, que fue el maestro de Aristóteles, ya debe tener una configuración mental completamente diferente. Después, si se avanza de Platón a Aristóteles, se verá también cómo la lógica de Aristóteles se juzga de manera diferente que si se la mira, por así decirlo, sólo retrospectivamente con lo que hoy se puede obtener como configuración mental de la cultura del presente.

Aristóteles tenía esencialmente, incluso cuando estableció su lógica, que ya es suficientemente abstracta, que ya está suficientemente intelectualizada, seguía teniendo al menos un conocimiento externo, aunque no fuera una visión elevada propia, -que probablemente habrá sido muy escasa con Aristóteles-, pero seguía teniendo un conocimiento claro de que alguna vez se podía mirar hacia el mundo espiritual, aunque fuera de manera instintiva. Y para él, las reglas lógicas eran la expresión final, si se me permite decirlo así, desde arriba, desde el mundo espiritual. De modo que para Aristóteles, lo que estableció como reglas lógicas o como conceptos lógicos básicos era, por así decirlo, la sombra que se proyecta desde el mundo espiritual, que para Platón, por ejemplo, seguía siendo un mundo dado, un mundo que había que experimentar, un mundo de hechos, un mundo de conciencia.

En general, hay algo que no se ve. No se ven las grandes y enormes diferencias que existen entre las distintas épocas de la humanidad. Si tomamos los años, por ejemplo, desde la muerte de Aristóteles, 322 antes de Cristo, hasta el Concilio de Nicea, 325 después del nacimiento de Cristo, tenemos un período de tiempo que es muy difícil de reconocer desde el exterior, porque la Iglesia se encargó de erradicar todos los documentos que exteriormente darían una imagen algo adecuada del estado anímico en estos tres siglos precristianos y tres post-cristianos.

Basta pensar que hoy, por ejemplo, un gran número de personas hablan simplemente de gnosis. ¿Cómo conocen el gnosticismo? Lo conocen por los escritos de sus adversarios. A excepción de muy pocos y extraordinariamente atípicos escritos gnósticos, todo lo gnóstico ha sido erradicado, y sólo se tiene lo que fue insertado como citas en escritos contrarios, en escritos que pretendían refutar el gnosticismo. Tenemos la gnosis más o menos de la misma manera que tendríamos la antroposofía si la hubiéramos conocido por los escritos del sacerdote Kully; así es como tenemos la gnosis. Y, sin embargo, la gente habla de la gnosis a partir de este conocimiento externo.

Ahora bien, esta gnosis era un elemento esencial de todo lo que era la verdadera vida espiritual de los mismos siglos de los que vengo hablando. Hoy, por supuesto, no podemos volver a la gnosis. Pero esta gnosis fue algo extraordinariamente importante para el desarrollo de Europa en el periodo que he mencionado.

¿Cómo se podría caracterizar realmente esta gnosis? Del mismo modo que se podía hablar de gnosis en el siglo IV d.C., no se podía, por supuesto, haber hablado de ella medio milenio antes. Porque medio milenio antes todavía había visiones instintivas antiguas, conocimientos del mundo suprasensible, y uno tenía que hablar de estos conocimientos del mundo suprasensible de tal manera que los describiera. En cierto sentido, el mundo espiritual real, que estaba presente en la conciencia, estaba siempre en el trasfondo de tal descripción. Eso cesaba.

Aristóteles, por ejemplo, se caracteriza precisamente por el hecho de que para él este mundo era enteramente una tradición. Tal vez, como ya he dicho, conocía algo de él, pero para él esencialmente era tradición. Pero el timbre de los conceptos que surgieron de estos mundos espirituales todavía estaba allí, y que en realidad sólo pereció en el siglo III, IV dC.

Agustín no tenía nada más que decir sobre la gnosis. Para entonces ya había desaparecido. Así que la gnosis es esencialmente, digamos, la escoria abstracta de un conocimiento espiritual anterior, la escoria abstracta, los meros conceptos. Eran abstracciones que vivían allí. Ya se las puede reconocer como abstracciones en Filón. También se las puede reconocer como abstracciones en los gnósticos actuales. Pero eran abstracciones de un mundo espiritual que una vez se había visto. Para la gente del siglo IV d.C. la situación era tal que ya no sabían qué hacer con los conceptos que constituían el contenido del gnosticismo. De ahí la disputa entre arrianismo y atanasianismo, que en el fondo no podía reducirse a una fórmula. Es cierto que la forma en que se argumentaba y discutía si el Hijo es de la misma naturaleza y esencia que el Padre o de naturaleza y esencia distinta a la del Padre, era en un terreno en el que ya se había perdido el contenido real de los antiguos conceptos. En cierta medida, la discusión ya no se basaba en ideas, sino en palabras.

Esta fue la transición para desarrollar cada vez más el intelectualismo puro, que llegó a la humanidad occidental a mediados del siglo XV. Cuando surgió este intelectualismo, la lógica era algo muy diferente de lo que era con Aristóteles. Para Aristóteles, la lógica era, por así decirlo, la escoria del conocimiento espiritual. Había recogido lo que la gente había experimentado anteriormente del mundo espiritual. Ahora había desaparecido toda conciencia de ello, y sólo quedaba el elemento intelectual propiamente dicho, el elemento intelectual, que ahora, sin embargo, no aparecía como un sedimento de los mundos espirituales, sino como una abstracción del mundo sensorial. En cierto sentido, lo que Aristóteles veía como resultado de los mundos de arriba (rojo) era tomado de los mundos de abajo (azul) como una abstracción.

Y con esta intelectualidad hombres como Copérnico, Galileo, Kepler, aunque Kepler todavía tenía algunas intuiciones, ahora esencialmente se acercaban y trataban de aplicar aquello cuyo origen espiritual se había perdido; trataban de aplicarlo al mundo natural externo, al mundo meramente natural. De modo que se puede decir: El desarrollo desde el siglo IV después de Cristo hasta mediados del siglo XV es esencialmente una especie de embarazo de la humanidad civilizada con el intelectualismo que viene sólo de abajo, que luego emerge plenamente en el siglo XV y luego se va fijando cada vez más en el modo de aplicar el intelecto a la observación externa de la naturaleza, hasta que alcanzó su punto culminante a este respecto en el siglo XIX.

Si toman ahora todo lo que dije ayer sobre el sentido del yo, el sentido del pensamiento, el sentido de la palabra y así sucesivamente, se dirán a sí mismos: De la manera en que tenemos estos sentidos ahora, de la manera en que experimentamos el resultado de estos sentidos ahora en la conciencia humana ordinaria, básicamente sólo estamos tratando con imágenes, de lo contrario las discusiones que deben surgir de las peculiaridades del tiempo presente no podrían continuar. Se ha perdido básicamente por el momento una comprensión real de la vida real del alma. Prueba empírica de ello, como a menudo les he demostrado, es la forma en que Brentano fracasó en escribir una psicología, una teoría del alma, que honestamente pretendía hacer. Otros, por supuesto, escriben doctrinas del alma porque son menos honestos, menos sinceros; pero él honestamente quería escribir una doctrina del alma con sustancia, y no llegó a ninguna sustancia porque el contenido sólo podía provenir de la ciencia espiritual, que él rechazó. Por tanto, se quedó en un torso, en que produjo menos de lo que en realidad quería producir. Este es un hecho histórico profundamente significativo, este fracaso de Brentano con su psicología. Porque todos los malabarismos con todo tipo de conceptos e ideas que hace hoy nuestra ciencia psicológica eran para Brentano por supuesto algo vacío.

Pero lo que es vida del alma como resultado de los seis sentidos superiores, desde el sentido del yo hasta el sentido de la vista, todo esto estuvo una vez lleno de vida espiritual. Y miramos atrás a los tiempos antiguos en Europa hasta Platón; allí estaba lleno de espiritualidad, que ahora se ha vuelto más y más vacío en espiritualidad, que se ha vuelto más y más intelectualista. Y por un lado llegamos a todo lo que se le dio a la humanidad en su desarrollo en los tiempos más antiguos, en la época en que Oriente marcaba la pauta de la civilización humana en la tierra. Hubo una civilización que fue dada a esta vida del alma, esta vida real del alma. De modo que podemos decir: 

diagrama 1

Todos estos sentidos dan resultados que, si hay vida espiritual en el alma, alimentan esta vida espiritual. Y lo que la humanidad desarrolló allí, lo desarrolló en la antigua cultura oriental. Y comprenderán mejor, esta cultura oriental en su totalidad, si la comprenden como acabo de explicarla.

Pero hasta cierto punto, esto tiene sus raíces en el subsuelo del desarrollo de la civilización. La vida del alma primero fue, -y esto comenzó, como he dicho, en el siglo IV a.C.-, desespiritualizada, intelectualizada. El primer signo de esta desespiritualización de la vida del alma humana, fue La escritura de la lógica abstracta de Aristóteles, el desarrollo de la gnosis, la completa supresión de esta vida del alma. «Ahora queda el otro ser humano»:

diagrama 2

Y comenzó una civilización basada esencialmente en estos sentidos. Aunque esta civilización no lo admita al principio, se basa en estos sentidos. Por ejemplo, el espíritu científico que surgió, que quiere aplicar las matemáticas en todas partes. Pero las matemáticas, como dije ayer, proceden de los sentidos del movimiento y del equilibrio. Así que incluso el aspecto más espiritual de nuestra ciencia moderna proviene del ser humano inferior. Pero, en particular, trabajamos con el sentido del tacto, ya que incluso los demás sentidos se caracterizan por el hecho de que las propiedades del sentido del tacto se toman realmente como base para ellos en todas partes. Hoy en día se pueden hacer estudios interesantes si se profundiza en el campo fisiológico. Por supuesto, la gente habla de ver o del ojo o del sentido de la vista, por ejemplo, pero para los que ven a través de las cosas, todos los conceptos que se utilizan en realidad se toman prestados del sentido del tacto para aplicárselos al sentido de la vista. Trabajamos con cosas prestadas del sentido del tacto. Se les engaña con ello. La gente no se da cuenta, pero describe el sentido de la vista aplicando a la visión las categorías, las ideas con las que se puede entender el sentido del tacto. Lo que hoy se denomina visión en la ciencia no es más que un sentido del tacto algo más complejo. A veces se utilizan como ayuda categorías, conceptos como el gusto, el olfato, etcétera. También podemos señalar en el mismo sentido lo que subyace particularmente a nuestras ideas actuales, la manera en que resumimos los fenómenos externos; pues esto ya es un resultado de la anatomía y fisiología externas, al menos una hipótesis bien fundada, que nuestro pensamiento actual está en realidad arraigado en una metamorfosis del sentido del olfato, en la medida en que el pensamiento está ligado al cerebro, es decir, no a los sentidos superiores en absoluto, sino a una metamorfosis del sentido del olfato. Esta forma peculiar en que nos relacionamos con el mundo exterior en nuestra comprensión, que es muy diferente de la forma en que Platón, por ejemplo, se relacionaba con el mundo exterior, no es un resultado de los sentidos superiores, es un resultado del sentido del olfato, si se me permite expresarme de forma un tanto trivial. Me gustaría decir que hoy hemos alcanzado nuestra perfección como seres humanos no porque hayamos desarrollado los sentidos superiores, sino precisamente porque hemos adquirido un hocico de perro algo remodelado, metamorfoseado, refinado. Nuestra forma particular de relacionarnos con el mundo exterior es muy distinta de la de una época espiritual.

Ahora bien, si hemos de describir como cultura oriental aquello que se reveló por primera vez a la humanidad en la antigüedad a través de los sentidos superiores, entonces aquello en lo que vivimos y que acabo de caracterizar debe considerarse como la esencia de la cultura occidental. Esta cultura occidental se extrae esencialmente del hombre inferior.

Cuando digo estas cosas, debo insistir una y otra vez: En realidad no se trata de juicios, sino de procesos históricos. Con lo de arriba y abajo no quiero decir que uno sea valioso y el otro menos. Uno es simplemente una inmersión en el mundo, el otro es una no inmersión en el mundo. Y no sirve de nada mezclar simpatías o antipatías. No se llegará a un conocimiento objetivo. Si pretende uno aferrarse a lo que esta contenido en la cultura Védica, en la cultura Vedanta, en la cultura Yoga, tiene uno que partir de una comprensión de estas cosas de esta manera (ver diagrama 2, el ser humano superior). Y quien quiera comprender lo que en realidad no ha hecho más que empezar, lo que debe desarrollarse cada vez más para ciertos tipos de comportamiento humano, que, sin embargo, ya alcanzaron un cierto clímax en el siglo XIX, debe saber que el hombre inferior quiere particularmente emerger, y que esta emergencia del hombre inferior es particularmente característica de la naturaleza angloamericana, de la cultura occidental.

Un espíritu particularmente característico para el surgimiento de esta cultura es Bacon, Bacon de Verulam, que es particularmente característico porque en lo que afirma en su «Novum organon», digamos, en realidad hace afirmaciones muy a la ligera, dice cosas que en el fondo sólo pueden significar algo esencial para la gente superficial. Y, sin embargo, son extraordinariamente características. Bacon es a la vez ignorante y tonto en ciertos aspectos y superficial, extraordinariamente superficial. Es ignorante porque en cuanto habla de culturas más antiguas, dice tonterías y no sabe nada de ellas. Es superficial porque se puede demostrar en sus escritos. Al fin y al cabo, con cada nueva encarnación el ser humano trae consigo su alma, que inconscientemente tiene reminiscencias de vidas anteriores en la Tierra. El ser humano siempre es empujado al pasado. Hoy en día, a menudo no sabe hacia dónde le empujan. Este apremio consiste en un anhelo bastante indefinido, en algo indefinible en muchos casos, pero que está ahí. Y está ahí sobre todo porque lo que pertenece a este ámbito (diagrama 2, hombre inferior) se va reconociendo poco a poco como algo objetivo, en el sentido de que se capta en regularidades. Todo lo que en realidad está más tradicionalmente presente y pertenece a este ámbito (diagrama 1, hombre superior) se ha evaporado en la fe con respecto a su carácter de ser, y todavía se intenta aferrarse a ello avergonzándose de atribuir un carácter de ser a lo que pertenece al alma con el contenido moral y en realidad sólo le concede una certeza de fe con respecto a su cognición.

Pero no es posible que la humanidad siga viviendo en el presente con esta dicotomía en su alma. Todavía se puede convencer a uno mismo de que la dicotomía protestante entre fe y conocimiento, que se construye especialmente en las confesiones protestantes, debe representarse teóricamente. Se puede teorizar, pero no se puede aplicar a la vida, no se puede vivir con ella. La propia vida humana contradice la construcción de tal contradicción. Hay que encontrar la manera de armonizar la moral con aquello a lo que concedemos existencia, de lo contrario siempre acabaremos diciendo: 

Nos formamos ideas sobre el principio y sobre el fin de la tierra, a partir de las meras necesidades de la naturaleza ; pero que sucederá entonces cuando llegue este fin de la tierra científicamente juzgado, que sucederá con aquello por lo que realmente nos atribuimos un valor humano, con aquello que el hombre interiormente se apropia moralmente como valor, que sucederá allí, cómo se salvará de la tierra que perece hacia otros mundos, sobre esto sólo queremos entregarnos a una certeza de fe.

Y es interesante comprobar cómo la antroposofía, por ejemplo, es combatida desde este mismo punto de vista. Me permito mencionar esta lucha por la razón misma de que es típica, porque no proviene de una persona, sino de toda una serie de personas. Ellos piensan que la Antroposofía pretende tener un contenido que es el contenido del conocimiento, es decir, que se puede tratar de la misma manera que, por ejemplo, el contenido del conocimiento en las ciencias naturales. Por supuesto, ellos dicen que no corresponde al contenido del conocimiento científico, que es otra cosa, -bueno, eso es una cuestión que no hace falta mencionar en particular-, pero que puede tratarse de la misma manera que el contenido del conocimiento científico. Algunas personas también dicen que no se puede probar. Nunca se han familiarizado con la naturaleza lógica de la prueba. Pero de lo que se trata es de que se diga: Las cosas de las que trata la antroposofía no deben convertirse en absoluto en objeto de conocimiento, pues se les quitaría su carácter esencial si se convirtieran en objeto de conocimiento; deben ser objeto de una certeza de fe. Pues el valor de estas cosas sólo descansa en no saber nada de Dios, de una vida inmortal, sino sólo en creer en ellas. Y es casi un reproche que en la Antroposofía se busque un conocimiento de estas cosas, es más, este conocimiento es incluso impugnado desde el punto de vista que se dice: El carácter religioso de estas verdades se ve socavado, porque el carácter religioso se basa en el hecho de que uno cree algo sobre lo que no sabe nada. La confianza se expresa precisamente por el hecho de que no se sabe nada al respecto. - Me gustaría saber cómo se las arreglaría la gente en la vida ordinaria con semejante concepto de confianza. Habría que tener la misma confianza en aquellos de los que no se sabe nada que en aquellos de los que se sabe algo. Por lo tanto, no se debería tener confianza en los seres divino-espirituales cuando se llega a conocerlos. Así, el carácter religioso tendría que consistir precisamente en no conocerlos, pues la santidad de las cosas religiosas se viola cuando se dan a conocer.

Sí, es así: Si uno se deja envolver un poco en la verborrea que allí ocurre, verá que lo que se imprime de semana en semana contiene básicamente cosas que simplemente degeneran en tonterías si se las reduce a sus componentes originales y elementales. No hay que pasar por alto tales cosas hoy en día, -esto hay que mencionarlo una y otra vez, y aunque me repita con tales cosas, no rehúyo tales repeticiones-, hay que fijarse en tales cosas. Uno debe ser capaz de decirse, por ejemplo: Si un periódico prestigioso de Württemberg encarga hoy a un profesor universitario un ensayo sobre antroposofía, y este escribe: «Sí, esta antroposofía, que afirma que existe un mundo espiritual en el que los seres espirituales se mueven como mesas y sillas en el espacio físico, sí, si un profesor universitario hoy es capaz de escribir semejante frase, es imposible; hay que hacer todo lo posible por neutralizarla, porque no se deben escribir disparates desde una posición de responsabilidad. Solo cuando alguien está borracho se mueven las mesas y las sillas, y solo subjetivamente». Y como el profesor Traub no admite la hipótesis de que escribió su prestigioso artículo borracho ni que sea espiritista (para los espiritistas, las mesas y las sillas también se mueven, aunque no completamente solas), uno tiene todo el derecho a decir: Este es el escrito más descabellado y sin sentido. Y cualquiera capaz de escribir semejante disparate no merece crédito alguno en toda su ciencia.

Hoy es necesario hacer del rigor absoluto un deber en estas materias. Y caeremos cada vez más profundamente en las fuerzas de la decadencia si este rigor absoluto no se convierte en un deber. A este respecto, hoy en día se viven las cosas más increíbles, y las cosas más increíbles suceden, en la medida en que se nos da constantemente una excusa tras otra para lo que hace la parte supuestamente autorizada en tales asuntos. Hoy en día, es absolutamente necesario que nos esforcemos por llegar a conceptos claros y sustanciales en todos los ámbitos. Y si se llega a conceptos claros y sustanciales, entonces no se puede mantener la teoría de la separación entre conocimiento y creencia. Porque entonces habría que reducirla a lo que acabo de reducirla.

Pero incluso esta separación entre conocimiento y creencia sólo está históricamente condicionada. En parte está históricamente condicionada por lo que ya he mencionado, pero también está históricamente condicionada por otros factores. Sobre todo, en este asunto entra en consideración lo siguiente. Dentro del cristianismo occidental, por ejemplo, tenemos primero lo que surgió en los primeros siglos del cristianismo mediante la fusión del gnosticismo con la doctrina monoteísta de los Evangelios, y tenemos la fusión del cristianismo con lo que surgió de este modo en la época de la escolástica, -aunque de un modo muy espiritual, pero no obstante como mera reminiscencia histórica-, con el aristotelismo. Y la doctrina de la formación uniforme del cuerpo humano y del alma humana a través del nacimiento o, digamos, de la concepción de un ser humano, es una doctrina completamente aristotélica. Con el abandono de la antigua espiritualidad, con el surgimiento de la mera intelectualidad, Aristóteles ya eliminó el punto de vista de la preexistencia, el punto de vista de la vida del alma humana antes del nacimiento, antes de la concepción. Esta negación de la doctrina de la preexistencia no es cristiana, es aristotélica. En el fondo, esta lucha contra la doctrina de la preexistencia sólo se convirtió en un grillete dogmático cuando el aristotelismo se incorporó a la teología cristiana.

Pero ahora se plantea aquí una cuestión importante, una cuestión para cuya respuesta ya están presentes algunos de los elementos en las conferencias que he pronunciado aquí en las últimas semanas. Si recuerdan ustedes algunas de las cosas que he dicho en las últimas semanas, se dirán: en cierto sentido, -como siempre he subrayado-, el materialismo del siglo XIX no era del todo infundado. ¿Por qué? Porque lo que se nos presenta en el hombre, por ejemplo, en la medida en que el hombre es un ser organizado física y materialmente, es un reflejo del desarrollo espiritual desde la última muerte. En efecto, no es lo puramente anímico-espiritual, es lo anímico-físico, es la imagen de lo que se desarrolla entre el nacimiento y la muerte. De lo que el hombre vive entre el nacimiento y la muerte no se desprende, en efecto, ninguna posibilidad de una visión científica de una vida post-mortem. No hay nada que proporcione una prueba posible de inmortalidad si uno se limita a considerar la vida del hombre entre el nacimiento y la muerte.

Sin embargo, el cristianismo tradicional sólo considera inicialmente esta vida entre el nacimiento y la muerte, porque también admite que el alma se crea en el nacimiento o la concepción. De ello no se puede obtener ningún conocimiento de la vida post-mortem. Si no se acepta la vida preexistente, sobre la que, como se sabe, se puede obtener conocimiento, entonces nunca se podrá obtener conocimiento sobre la vida después de la muerte. De ahí la escisión entre conocimiento y creencia respecto a la cuestión de la inmortalidad, por ejemplo, a partir del dogma de la supresión de la vida prenatal. Puesto que se quería abandonar el conocimiento de la vida prenatal, surgió la necesidad de establecer una especial certeza de fe. Al fin y al cabo, si se quiere hablar de vida después de la muerte cuando se lucha contra la vida prenatal, entonces no se puede hablar de conocimiento científico al respecto.

Pueden ver cuán sistemáticamente organizada, diría yo, está esta estructura dogmática. Se trata de difundir la oscuridad sobre la ciencia espiritual dentro de la humanidad. ¿Cómo se puede hacer eso? Por un lado, se lucha contra la doctrina de la preexistencia; en consecuencia, no hay conocimiento sobre el más allá, luego el más allá debe ser creído por el hombre sobre la base del dogmatismo. Se lucha por la creencia en el dogmatismo luchando contra el conocimiento de la vida prenatal.

Oh, hay una extraordinaria cantidad de sistemática en cómo se ha desarrollado lo dogmático desde el siglo IV d.C., en cómo los puntos de vista científicos modernos se han desarrollado completamente a partir de esta dogmática. Pues todas ellas pueden ser rastreadas hasta su origen, sólo que aplicadas a la observación externa de la naturaleza, y puede demostrarse cómo esto preparó el aferramiento del hombre a una mera creencia. Porque el hombre quiere naturalmente algo sobre la inmortalidad, se le quita el conocimiento, y eso se le ha quitado: entonces es accesible a la creencia dogmática, entonces la creencia dogmática puede elegir sus áreas de dominio.

Se trata al mismo tiempo de una cuestión social, de una cuestión de desarrollo humano, de una cuestión a la que hay que enfrentarse hoy con toda claridad. Y esta cuestión determina, en primer lugar, el valor de la cultura actual, pero también, en particular, el valor del espíritu actual de la ciencia, y luego las perspectivas de la humanidad para alcanzar fuerzas ascendentes, fuerzas de ascenso.

Mañana hablaremos más de ello.

Traducido por J.Luelmo jun,2025

GA206 Dornach, 12 de agosto de 1921 - La división del ser humano en cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y yo.

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RUDOLF STEINER
DEVENIR HUMANO, ALMA DEL MUNDO Y ESPÍRITU DEL MUNDO (II)

La división del ser humano en cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y yo.-

Dornach, 12 de agosto de 1921

vigésima conferencia

El hecho es que los métodos de observación, reflexión y juicio, que por lo demás son habituales hoy en día conforme a los hábitos de pensamiento que se han desarrollado en los últimos tres o cuatro siglos, no pueden introducirse sin más en la ciencia espiritual antroposófica. En la Antroposofía, lo primero que se señala mediante conceptos intelectuales es en realidad sólo una especie de pauta para llevar la observación de la vida, la observación del mundo, en aquella dirección en la que se puede sondear la realidad, la realidad completa. Por lo tanto, en los conceptos iniciales de la ciencia espiritual tenemos poco más que una especie de esquema que llama nuestra atención sobre ciertos métodos de observación. Estos esquemas están tomados de la ciencia espiritual, que es hasta cierto punto completa, de modo que la persona que se dedica a la ciencia espiritual recibe, sin embargo, algo que al principio puede iluminar el sentido común, pero que sólo puede comprenderse plenamente cuando se aporta lo que la ciencia y la vida dan de sí a estos esquemas.

Cuando uno se familiariza con la ciencia espiritual antroposófica, recibe este esquema relativamente pronto. Y es tal esquema el que nos guía a observar al ser humano de tal manera que basamos este enfoque en el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo. En mi libro «Teosofía» intenté inmediatamente no dar un mero esquema con estos cuatro miembros de la naturaleza humana, sino llenar estos cuatro conceptos abstractos con un cierto contenido concreto por la forma en que se presentan allí. Para que se sea consciente hasta cierto punto, -nunca se podrá hacer más-, de lo justificado que es el observar al hombre según estas cuatro divisiones.

Pero estas cosas se vuelven realmente concretas y vívidas cuando observamos lo que se revela en la vida humana, en la relación del hombre con el mundo, en el mundo en general, y lo que entonces llena de un contenido muy específico los conceptos inicialmente esquemáticos. Hoy intentaremos hacerlo de nuevo desde cierto punto de vista.

Queremos empezar con lo que llamamos nuestro yo, en la medida en que experimentamos conscientemente este yo, lo que este yo nuestro representa en realidad. Como ustedes saben, este yo, a efectos de conciencia, se ve interrumpido en el transcurso de la vida por todos los estados que se producen entre el dormirse y el despertarse. Con la excepción del sueño, y en realidad hasta cierto punto también en el sueño, esta conciencia del yo desaparece durante el tiempo que transcurre entre el dormirse y el despertarse. Podemos decir: Esta conciencia del yo siempre se enciende en el momento de despertarse, -aunque, por supuesto, encenderse es sólo una expresión figurada-, y se apaga en el momento de dormirse.

Si adquirimos la capacidad de observar tales cosas, enseguida nos damos cuenta de que esta conciencia del yo está ligada en el sentido más estricto a toda la gama de percepciones sensoriales, pero en realidad sólo a esto. Basta con realizar una vez una especie de experimento anímico, que consiste en intentar erradicar todo contenido sensorial en el estado de vigilia, abstenerse de todo contenido sensorial, por así decirlo. Volveremos sobre esto más adelante desde otro punto de vista. Pero enseguida notarán, si tratan de abstenerse de todo contenido sensorial, que en la gran mayoría de los casos y con la gran mayoría de las personas hay una cierta tendencia a hundirse en una especie de estado de adormecimiento; pero eso sólo significa amortiguar el yo. Ya se puede notar que la conciencia del yo, tal como prevalece durante la vigilia diurna, está esencialmente ligada a la presencia de contenidos sensoriales. De modo que podemos decir: Experimentamos nuestro yo al mismo tiempo que el contenido de los sentidos. Para la conciencia cotidiana en realidad no experimentamos nuestro yo de otra manera que con el contenido de los sentidos. En la medida en que el contenido sensorial se extiende, la conciencia del yo está presente, y en la medida en que, -al menos para la vida ordinaria-, la conciencia del yo está presente, en esa misma medida se extiende el contenido sensorial. Está muy justificado, si partimos del punto de vista de esta conciencia cotidiana, no separar el yo del contenido de los sentidos, sino decirnos: En ese color rojo, en ese tal o cual sonido, en esa tal o cual sensación de calor, sensación táctil, tal o cual sensación de sabor u olor está presente, el yo también está presente, y en la medida en que estas sensaciones no están presentes, el yo, tal como se experimenta en el estado ordinario de vigilia, tampoco está presente.

A menudo he presentado esto como un hallazgo de la observación del alma. Una vez lo dejé especialmente claro en una conferencia que pronuncié en el congreso de filósofos celebrado en Bolonia en 1911, en la que intenté mostrar cómo lo que se experimenta como yo no debe separarse de toda la gama de experiencias sensoriales. Debemos decir, pues, que el yo está esencialmente ligado, -hablo siempre de experiencia-, a las percepciones sensoriales. En efecto, ahora no estamos considerando el yo como realidad; al contrario, sólo queremos referirnos a él como realidad en el transcurso de estas tres conferencias, hoy, mañana y pasado mañana. Por el momento, nos centraremos únicamente en lo que llamamos la experiencia del ego en el ámbito de nuestras vidas.

Ya saben ustedes lo difícil que es vivir en conceptos abstractos, en conceptos que no estén impregnados del contenido de las experiencias sensoriales. Esto llega hasta tal punto que hay muchos filósofos que afirman que no es posible en absoluto ese pensar sin los sentidos, ni imaginar sin que estén presentes al mismo tiempo percepciones sensoriales, aunque sólo sean los ecos internos de percepciones sensoriales. Pero ahora, con la observación real del alma, pronto queda claro que la experiencia interior no se agota en las percepciones sensoriales, que simplemente avanzamos de las percepciones sensoriales a lo que llamamos conceptos. Sin embargo, sólo obtenemos la imagen pura de la imaginación cuando vemos claramente en qué se convierte un complejo de percepciones sensoriales del que nos hemos apartado y que después seguimos representandonos, pero ahora con la ayuda de las mismas fuerzas que de otro modo nos sirven en la memoria. Por supuesto, no debemos afirmar que el contenido de las percepciones sensoriales no entre en estas representaciones. Pero la actividad que se observa en la vida anímica humana es diferente cuando experimentamos una percepción sensorial en relación con el mundo exterior, o cuando nos limitamos a recrear esta percepción sensorial.

Pero esta vida representativa nos aleja en gran medida de lo que es precisamente la esencia de nuestra experiencia del yo en la percepción de los sentidos. No podemos decir que tengamos una fuerte conciencia del yo en el mismo sentido cuando nos limitamos a imaginar; al contrario, cuando nos limitamos a imaginar, siempre ocurre que esta experiencia del yo quiere oscurecerse, lo cual se expresa en la transición a un estado de ensoñación o incluso a una especie de estado de somnolencia cuando nos limitamos a imaginar. Cuando nos limitamos a imaginar, nos sumergimos más profundamente en nuestro ser interior que cuando vivimos en conexión con el mundo exterior en la percepción de los sentidos. Es preciso hacer alusión a la propia auto-observación de cada individuo. Notarán que hay una tendencia a amortiguar el yo cuando se amortigua la percepción sensorial. Entonces penetramos desde nuestro yo en nuestro cuerpo astral cuando conectamos la idea con la experiencia sensorial.

De modo que podemos decir: Así como la experiencia de la percepción de los sentidos se conjuga con la experiencia del yo, la experiencia de la imaginación se conjuga con el cuerpo astral. Sobre todo, esta amortiguación del yo se expresa por el hecho, -y éste es en realidad el punto más importante al que debemos referirnos si queremos darnos cuenta de lo que ahora estoy explicando-, de que al quedarnos con la percepción sensorial descubrimos algo bastante individual. El complejo de percepciones sensoriales que tenemos ante nosotros ahora mismo, nadie más puede tenerlo exactamente de la misma manera. Es algo completamente individual, y en lo completamente individual descubrimos, al mismo tiempo, nuestra experiencia del yo. En la medida en que ascendemos a la experiencia de la imaginación, tenemos también el poder de llegar a algo más general, por ejemplo, a formar abstracciones que luego pueden ser comunicadas en la misma forma a otros, para quienes otros tienen el mismo entendimiento que nosotros. Sólo podemos tener una comprensión individual de las percepciones sensoriales que tenemos a lo largo de nuestra vida, pero la forma de las ideas que les atribuimos es tal que es más general, que puede comunicarse a un mayor número de personas.

Pero esto ya demuestra que el yo se amortigua a medida que ascendemos de la experiencia sensorial a la experiencia imaginativa. Pero al mismo tiempo profundizamos en nosotros mismos; esto también es una experiencia directa. Ahora bien, a medida que las ideas, o más bien aquello que tiene lugar en nosotros cuando surgen y que en un principio queremos dejar indefinido por hoy, continúan desarrollándose, las ideas se convierten en recuerdos. En realidad, al principio las ideas desaparecen de nuestra conciencia. Los hechos surgen a partir de unos antecedentes, -queremos dejarlos indefinidos por hoy-, a raíz de los cuales podemos evocar las mismas ideas.

Eso es lo único que podemos afirmar. En efecto, si nos atenemos a los hechos, no podemos estar de acuerdo con esos psicólogos que dicen, por ejemplo, que las ideas bajan luego al subconsciente, donde se pasean sin que la mente consciente sepa nada de ellas, y cuando uno se acuerda, vuelven a surgir. No es así. No hay nada que sugiera que una idea que formé hace tres años haya seguido existiendo hasta el día de hoy y se haya ido a dar un paseo por algún lugar de las profundidades del alma, para volver a surgir hoy, si me acuerdo. Pero lo único que se puede decir, si se quiere hablar con precisión, es esto: En aquel momento me formé los conceptos; aquellas facultades que estaban conectadas con esta formación de conceptos, estas facultades son adecuadas en su curso ulterior para que este concepto surja hoy de nuevo conscientemente en mí. Ésos son simplemente los hechos. Y si nos inclináramos a tratar con los hechos exactos en todas partes, sin duda habría muchas menos teorías e hipótesis en el mundo de las que hay. Porque precisamente con referencia a lo que ahora estoy explicando aquí es por lo que la mayoría de la gente cree que lo que una vez se ha formado como idea vive en algún lugar en lo indefinido y luego vuelve a surgir.

Pero también sabemos que la idea que uno se forma en relación con una experiencia sensorial es temporal y que, aunque a veces se oculte, debe desarrollarse un poder interior que puede experimentarse cuando una experiencia pasada vuelve a convertirse en representación en la memoria. Precisamente lo que está más profundamente hundido en nosotros, es lo que se convierte en la causa de los recuerdos, mas incluso que la imaginación habitual vinculada a una sensación sensorial. Es una concepción de la memoria fundada en nuestra organización. También está relacionada con lo que somos como ser temporal. Sabemos que las ideas pueden recordarse de distintas maneras, según se sitúen más o menos lejos en el tiempo. Si resumimos todos los hechos que entran en consideración, entonces debemos decirnos: En cualquier caso, lo que ha vivido en una idea vinculada a una percepción sensorial ha entrado en la corriente del tiempo en la que nosotros mismos vivimos. Determinadas sensaciones que ciertamente tenemos cuando surge un recuerdo, nos indican que la memoria está realmente conectada con todo nuestro organismo. También sabemos que la capacidad de recordar es mayor o menor a distintas edades, es decir, en los periodos de nuestra vida comprendidos entre el nacimiento y la muerte.

Si seguimos todos estos hechos, podremos decirnos que, así como la facultad de hacer reprasentaciones reside en el cuerpo astral, la facultad de la memoria reside en el cuerpo etérico. De modo que, por ejemplo, si resumimos recordar en la palabra memoria, podemos decir: La memoria es una con el cuerpo etérico, así como la vida representativa es una con el cuerpo astral, así como la percepción de los sentidos es una con el yo. En cualquier caso, lo que subyace a la imaginación está absorbido en el curso temporal de nuestra existencia. Del mismo modo que nuestro crecimiento, nuestro desarrollo ulterior entre el nacimiento y la muerte, forma parte de una cierta corriente de tiempo, lo que se experimenta como memoria, lo que se vive como memoria, forma parte de esta misma corriente y sentimos que se corresponden.

Sin embargo, ahora se agrega algo a las cosas que he discutido hasta ahora, y que puede ser encontrado por cualquiera con algo de sutil atención en la fiel auto-observación. Que el yo está conectado con la percepción de los sentidos es un hecho bastante obvio, y quien no lo admite simplemente no quiere observar un hecho bastante obvio. El hecho de que la experiencia imaginativa está conectada con el cuerpo astral es algo que también puede reconocerse mediante la observación ordinaria. Sin embargo, se requiere una observación más sutil si se quiere comprobar la conexión entre el cuerpo etérico y la memoria. Pero incluso entonces, me gustaría decir, todavía se puede manejar científicamente, especialmente si se observan los casos patológicos, trastornos de la memoria y similares y se ve cómo están conectados con el crecimiento y los trastornos nutricionales en particular. Y debemos considerar las fuerzas nutricionales en la misma dirección que las fuerzas de crecimiento o las fuerzas reproductivas. Es muy posible reunir una serie de observaciones que nos permitan visualizar esta conexión entre la memoria y el cuerpo etérico.

Por otra parte, lo que ahora tengo que añadir sólo surge de la observación imaginativa, y puede, diría yo, a lo sumo ser puesto en duda por la observación ordinaria. Pero si se encuentra por medio de la observación imaginativa, entonces todo el contexto en el que se pueden situar estas cosas, para el sentido común del hombre, muestra definitivamente lo correcto del asunto. Cuando partimos de la percepción sensorial y el yo, la experiencia imaginativa y el cuerpo astral, la experiencia de la memoria y el cuerpo etérico, y luego nos sumergimos en el cuerpo físico, penetramos, por así decirlo, cada vez más en nuestro propio ser yendo de fuera hacia dentro.

Sin embargo, en el caso del cuerpo físico, se trata de algo que todavía está relacionado con la memoria, aunque no de la misma manera que en el cuerpo etérico. Para comprender mejor lo que está presente en la observación imaginativa y que pretendo describir dentro de un momento, podemos utilizar el resultado que se da en algunos trastornos patológicos. El ser humano recibe entonces en su cuerpo físico ciertas inclinaciones, me gustaría decir tendencias; no tienen por qué ser tan fuertes como para que surjan movimientos involuntarios, convulsiones, podrían por supuesto ser tan fuertes como para llegar a la muerte, pero eso corresponde en realidad a otro campo. Cuando se producen movimientos involuntarios, me gustaría decir de un tipo más inocente, entonces la persona que quiera profundizar en esas cosas ya puede ver que en cierta categoría de movimientos involuntarios hay secuelas de experiencias. Si alguien muestra una tendencia a hacer esto o aquello con los dedos de forma habitual pero involuntaria, siempre se puede señalar que se debe a que tal o cual complejo de experiencias conduce a estas cosas, si se dispone de suficientes documentos de investigación. No deben ser movimientos que vayan más allá de un cierto grado de involuntariedad, sino, yo diría, movimientos semi-involuntarios.

Aquí se ve que algo que ha sido experimentado, se proyecta con demasiada fuerza en el cuerpo físico; todavía puede proyectarse en el cuerpo etérico, pero no con demasiada fuerza en el cuerpo físico. Si lo hace, entonces este cuerpo físico cae bajo la influencia de los recuerdos. No debe ser así. La observación imaginativa nos muestra que lo que funciona en la memoria es todavía movimiento en el cuerpo etérico, hasta cierto punto, es todavía desarrollo de movimiento en el cuerpo etérico. acumulándose en el cuerpo físico. No debe penetrar completamente en él sino que debe ser repelido.

Si quisiera dibujar un diagrama, se vería así: Supongamos que tenemos el cuerpo físico aquí (ver dibujo, rojo), tenemos el cuerpo etérico aquí (naranja), tenemos el cuerpo astral aquí (verde), y finalmente tenemos el yo aquí (blanco). Ahora tiene lugar una experiencia sensorial. Esta experiencia sensorial es absorbida primero por el yo. La imaginación se une a ella al incorporarse al cuerpo astral; actúa el poder que luego hace posible la memoria al incorporarse como movimiento al cuerpo etérico. Pero a continuación debe acumularse. No debe sobrepasar, no debe penetrar completamente en el cuerpo físico, sino que debe acumularse aquí. Porque en el cuerpo físico surge una imagen de lo que vive en la memoria, al principio, por supuesto, de forma bastante inconsciente. La imagen no se parece en nada a lo que fue la experiencia, es una metamorfosis; pero se crea una imagen. Así que hay que decirlo: Así como la memoria está conectada con el cuerpo etérico, una imagen interior real está conectada con el cuerpo físico. Siempre tenemos una impregnación, una imagen, en el cuerpo físico cuando tal movimiento, que emana del cuerpo etérico, se acumula; esta imagen, por supuesto, sólo puede lograrse mediante la visualización imaginativa. Puede verse cómo el cuerpo físico se convierte realmente en el portador de todas estas imágenes. Podrían ustedes decir: ¡Pero yo no puedo tener la imagen de una torre de iglesia en mi cuerpo físico, por ejemplo! - Permítanme primero darles una idea de cómo pueden tener la imagen del campanario de una iglesia en su cuerpo físico, visualizándola para ustedes.

Supongamos que tienen un rostro delante de ustedes, y que este rostro se refleja en algún espejo y al reflejarse desfigura completamente el rostro (a la dcha del dibujo). Supongamos que dentro surge algo terrible, algo horrible. No pretendo decir ahora que de la experiencia exterior, digamos de la torre de una iglesia, surja algo así de terrible como resultado de una impregnación en el cuerpo físico, sino que en todo caso debe surgir naturalmente algo distinto. Ahora piensen que si de esta hermosa frente surge semejante monstruosidad, ello se debe a la curvatura del espejo.

Si ahora al poder contar con esta curvatura del espejo, se puede reconstruir la cara de la caricatura en conjunción con la curvatura del espejo - aunque no tengan ustedes esta cara delante en este momento. Así pues, si se comprende la naturaleza del espejo caricaturizador a través del cual se obtiene la caricatura, se puede reconstruir el bello rostro. No es necesario que dentro del ser humano esté presente algo parecido a una torre de iglesia o a un drama que uno ha vivido o algo parecido, pero lo que surge allí en conexión con la naturaleza de todo el ser humano, naturalmente hace posible reconstruir la cosa de la misma manera.

Por lo tanto, no se puede sacar ninguna objeción de esto, que, por supuesto, debido a que el mundo es grande y tiene una forma diferente al ser humano interior, la imagen no puede estar allí dentro del ser humano. La imagen está ahí, y la imagen es, por así decirlo, lo último en el ser humano donde llega la experiencia externa. Lo otro, imaginar, recordar, son momentos de paso. Lo que experimentamos en el mundo exterior no debe simplemente pasar a través de nosotros. Tenemos que ser un aislante; Tenemos que contenerlo, y eso es lo que nuestro cuerpo físico hace al final. Nuestro cuerpo astral lo cambia, lo hace palidecer en la imaginación; Nuestro cuerpo etérico le quita todo contenido y sólo contiene la posibilidad de evocarlo de nuevo. Pero lo que realmente se efectúa en nosotros se imprime en nosotros de una manera pictórica. Seguimos viviendo con ello. Pero no debemos dejar que pase a través de nosotros. Pero no debemos dejarla pasar a través de nosotros. Supongamos que dejáramos pasar la representación inmediatamente, que no fuera echada hacia atrás elásticamente, por así decirlo, mediante el cuerpo etérico; que pasara a través de el, también pasaría a través del cuerpo físico, siempre nos agitaríamos en el mundo según lo dictaran los acontecimientos. En el caso de cosas más complicadas, no es nada fácil de describir, pero si, por ejemplo, viera a una persona moviéndose de derecha a izquierda, inmediatamente bailaría de izquierda a derecha, querría imitar todo lo que veo. Querría imitar en mí mismo, en mi forma, todo lo que experimento externamente. Esto ha llegado primero al cuerpo astral, que ya tiene un efecto paralizante, por así decirlo, luego al cuerpo etérico, que retrocede elásticamente, y luego, especialmente, al cuerpo físico, que lo acumula todo. En esto hay un aislamiento de lo que percibo desde el exterior. Y de esta manera, lo que experimento en el mundo exterior funciona en mí.

Porque sabemos que el ser humano consta de cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y yo, conocemos un esquema; Pero es importante que luego se completen en este esquema los resultados concretos, es decir, en este caso la percepción sensorial, la imaginación, la memoria y luego la imagen completamente concreta. Esto es lo que da contenido a estos conceptos esquemáticos. Y si se quiere avanzar en la comprensión de lo que es la realidad en el mundo, hay que llegar cada vez más a ese contenido. No se puede decir, por ejemplo: ¡Sí, el hombre está dividido en cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y yo, como si hubiera fronteras! - En primer lugar, si uno es una persona razonable, no pretende en absoluto que haya otros límites que los que surgen cuando uno toma la creación de la imagen, la experiencia de la memoria, la experiencia de la percepción y la experiencia de la percepción sensorial. Pero uno debe tener una comprensión imparcial de las diferencias entre estos cuatro tipos de experiencia.

Esta es una manera de enfocar estas cosas. Pero ahora enfoquemos a las personas y su comportamiento hacia el mundo desde un ángulo diferente. Supongamos que nos damos una vuelta. Yendo aquí y allá, -ya lo he mencionado aquí en otro contexto-, no podemos establecer ninguna diferenciación entre nuestro caminar y el movimiento de un objeto inanimado en la observación externa. Por último, ya sea que observe una piedra arrojada en su curso externamente solo en relación con su movimiento, o que observe a un hombre que corre, si ambos tienen la misma velocidad, entonces para la imagen externa está presente el mismo hecho. Si hago caso omiso de todo lo demás, si miro sólo el cuerpo en movimiento, se trata tanto en el caso de la piedra, como en el caso del ser humano, de un cambio de ubicación. Observo este cambio de ubicación, esta velocidad. Y esto, en última instancia, es básicamente lo que tenemos en nuestra conciencia de nuestro movimiento en la vida ordinaria; Pues debemos distinguir entre la intención de realizar un movimiento y el movimiento real. Cuando pienso en un movimiento, puedo mantener la calma. Puedo imaginarme a mí mismo en movimiento, y si tengo algo de imaginación, puedo imaginarme a mí mismo conmovido. La idea que tengo cuando realmente me estoy moviendo no tiene por qué ser diferente de la fantasía que tengo cuando estoy tranquilo y pienso sólo movido.

Por lo tanto, tenemos que distinguir muy cuidadosamente entre pensar en nuestros movimientos y nuestros movimientos reales. Pero estos movimientos reales, que imaginamos sólo externamente, no son diferentes de cómo imaginamos los objetos inmóviles. Vemos que de este modo obtenemos otras distancias de tal o cual objeto. Expresamos nuestros movimientos de manera bastante externa; Eso se suma a eso. Y cuando hablamos de mociones, -no quiero entrar en la cuestión de si hay una idea hipotética o una idea más o menos fundada, eso es cosa para otro capítulo-, pero si tenemos mociones en el caso presente, también tenemos poder.

Así que, de momento, me ceñiré a los hechos habituales: Donde hay movimiento, hay naturalmente el despliegue de una cierta fuerza. De modo que podemos decir: Una persona en movimiento desarrolla una cierta fuerza. No podemos hablar más que de fuerza, y debemos también identificar esta fuerza, que él desarrolla, con algún objeto, incluso inorgánico. Consideremos, pues, sólo el cuerpo físico, ya sea en su conjunto o en sus partes individuales; al moverse, se mueve como cualquier otro objeto inanimado. Así pues, al pensar en nosotros en movimiento y considerar el cuerpo físico, sólo podemos hablar aquí de fuerza.

La materia se vuelve diferente cuando ahora comenzamos a mirar hacia el interior del ser. Debemos tener esto claro: mientras llevamos a cabo un movimiento, en nosotros tienen lugar procesos internos. Se consumen sustancias. Algo está sucediendo que tiene una conexión con los poderes del crecimiento, la nutrición y la reproducción. Estas son fuerzas a las que no podemos dirigirnos de la misma manera que abordamos las fuerzas que percibimos en el movimiento externo de un cuerpo inanimado. Cuando consideramos a una planta en su crecimiento, debemos tener claro lo que está a la mano a medida que la planta se hace más y más grande, -y para el animal y el ser humano está presente en primer lugar lo mismo con respecto a las fuerzas de crecimiento-, que el desarrollo de la fuerza es diferente del que se encuentra en la base del caso cuando tenemos un cuerpo en movimiento que solo puede ser observado externamente. ya sea el propio cuerpo en movimiento observable externamente o un cuerpo humano en generalLo que sucede cuando tienen lugar los procesos de crecimiento, -y los procesos de crecimiento en el sentido más amplio también los llamo aquellos que tienen lugar cuando estamos en movimiento, por ejemplo-, lo que sucede allí, debemos buscarlo en el cuerpo etérico. Lo que observamos en el movimiento externo, en la relación del ser humano que está en movimiento externo con este mundo externo, no nos induce a mirar el cuerpo etérico. En el momento en que observamos lo que sucede en nuestro interior, debemos mirar el cuerpo etérico. Y si definimos el concepto de crecimiento tan ampliamente como acabo de hacerlo, podemos decir que la fuerza específica de crecimiento, que también incluye la nutrición, el consumo material, etc., esta fuerza específica nos impulsa a ascender al cuerpo etérico. - Vemos esta fuerza de crecimiento en el mundo vegetal.

A fin de que vean que las cosas no son meramente ficticias, sino que al mismo tiempo pueden ser corroboradas por las observaciones de las ciencias espirituales, quisiera decir expresamente que lo que vemos en el organismo en crecimiento o en general en su cambio interno, especialmente en el organismo vegetal, donde emerge puramente, se basa enteramente en el hecho de que la fuerza, que de otro modo sólo se expresa en el movimiento externo, entra en una cierta relación con lo que realmente puede llamarse éter. También me gustaría ilustrarles esto visualmente.

Ustedes saben lo que se ha dicho a menudo, que un cuerpo sólido pierde tanto de su peso en un líquido, y recibe una flotabilidad, como lo es el peso de la masa de agua desplazada. Ahora bien, las fuerzas que subyacen a los movimientos externos de los cuerpos físicos son, en cierto modo, rígidas. Tienen una rigidez interior, al igual que un cuerpo sólido tiene un cierto peso. Si ponen un cuerpo sólido en el agua, pierde su peso. Si penetran las fuerzas que de otro modo causan el movimiento externo internamente con las fuerzas del éter, éstas pierden su rigidez; se vuelven interiormente móviles. Así, una fuerza que, como fuerza motriz de lo inorgánico, es tan grande que no puede llegar a ser mayor en absoluto si no es más que una fuerza externa de movimiento que, cuando se une ahora con el éter, pierde su rigidez, puede expandirse o incluso contraerse. Y como tal fuerza, está activa en el crecimiento, en los procesos internos en general.

Este principio de Arquímedes se puede expresar de tal manera que se dice: Todo cuerpo sólido pierde tanto de su peso en un líquido como lo es el peso del cuerpo líquido desplazado. Cada fuerza, puede decirse además, pierde tanta rigidez cuando se une con las fuerzas etéricas como las fuerzas etéricas en ella son fuerzas de succión como las fuerzas etéricas en la fuerza de succión le transmiten. Se convierte en movimiento, y así se convierte en lo que se vuelve activo como, por ejemplo, en el organismo vegetal, pero también permanece activo en el organismo animal y en el organismo humano.

Si ahora ascendemos más desde el cuerpo etérico al cuerpo astral, es decir, en la percepción externa de la planta al animal, entonces lo que al principio era una fuerza móvil internamente en la fuerza del crecimiento, ahora se vuelve libre, similar a lo que he descrito cuando se liberan las fuerzas que se liberan en el séptimo año con el cambio de dientes, se vuelven internamente libres. de modo que ahora lo que está sucediendo ya no está ligado a las fuerzas del cuerpo sólido. Lo que se expresa aquí como fuerzas libres son las fuerzas instintivas en los animales y en los seres humanos. De modo que penetramos hasta el cuerpo astral y recibimos como instinto lo que todavía es poder abajo. Y si penetramos hasta el yo, el instinto se convierte en voluntad.

Esta relación de la voluntad con los instintos resulta de una observación imparcial de la vida ordinaria del alma para una visión racional de sí misma. Desde otro lado, hemos llenado lo que aquí no es más que un mero esquema, con lo que es el contenido de la experiencia.

Podemos decir que cuando miramos el cuerpo físico, éste se nos presenta desde dentro como aquello que se está acumulando constantemente contra experiencias e imágenes; Visto desde fuera, es una organización de poder. Y también se observa correctamente en el cuerpo físico que en realidad consiste en un juego de fuerzas con imágenes. Porque si se imagina un cuadro pintado -tendría que ser imaginado espacialmente, de tal manera que no sea un cuadro rígido, sino un cuadro que se mueve hacia adentro, que la fuerza obra en cada punto-, entonces se obtiene algo parecido a lo que debe representarse en la realidad bajo el cuerpo físico.

Si imaginan las fuerzas del crecimiento desde el interior y piensan en ellas impregnadas de saturación al otro lado de lo que es la base de la memoria, pero ahora no como ideas que se ocultan unas a otras, sino precisamente como lo que es la base de la memoria.

Es decir, los movimientos etéricos, por un lado, que se hinchan, se acumulan a través del procesamiento interno de los nutrientes absorbidos, que se acumulan a través de los movimientos del hombre, en conflicto con lo que se ondula hacia abajo desde todo lo que ha sido percibido por los sentidos y se ha vuelto imaginario, y luego se ha desviado en el cuerpo etérico para la preservación de la memoria, si se imagina esta interacción de arriba y abajo. Es decir, lo que oscila hacia abajo desde la idea, y lo que surge desde abajo, del proceso de nutrición, crecimiento y alimentación, ambos interactuando, entonces se obtiene una imagen viviente del cuerpo etérico. Y además, si piensas en todo lo que uno mismo experimenta cuando los instintos están activos, aunque pueda comprenderse bien cómo funcionan la circulación sanguínea y la respiración en los instintos, cómo funciona todo el sistema rítmico dentro de los instintos, y cómo estos instintos dependen de nuestra educación, de lo que hemos absorbido: Entonces tienes la interacción viviente de lo que es el cuerpo astral. Y si, finalmente, se imaginan una interacción de los actos de la voluntad, con lo que son las percepciones sensoriales, entonces tienen una imagen vívida de lo que vive en la conciencia como el yo.

Pero eso es un mero esquema. Uno tiene que encajar las experiencias, aunque ahora sólo hemos tenido un pequeño extracto de experiencias, en un esquema. Primero deben tener el armario antes de poder colocar los objetos. ¿No es cierto, el psicólogo o fisiólogo ordinario primero observa estas cosas? Y si a alguien le sucede que ahora tiene todo tipo de ropa de cama y ropa, pero no armario, que los pone todos uno encima del otro, ¡no es así, entonces con el tiempo se convertirá en un desastre! Esa es nuestra psicología y fisiología actuales. Necesitan un armario. Del mismo modo que el que hace el armario debe saber en cierto modo cómo tiene que estar organizado el armario para que realmente se pueda meter en él lo que se quiera meter, también lo que está organizado allí, aunque sólo pueda ser abstracto, -del mismo modo que el armario, cuando todavía está vacío, es abstracto en relación con lo que será cuando esté lleno-, debe seguir siendo inexplicable en cierto modo. Si hay un armario vacío en alguna parte, también es inexplicable.

Como ven, hay, por supuesto, una gran cantidad de puntos de ataque a la antroposofía, dependiendo de cómo la usen aquí o allá. Pero también se puede, y yo lo he tratado de hacer en mi Teosofía, que se sepa que mientras uno se ve obligado a poner primero el armario, algo concreto ya lo está presionando. Pero entonces uno debe tener la paciencia para ascender a lo que trae abundancia al diagrama. Y esto es lo que siempre hay que decir una y otra vez, especialmente a los antropósofos, que no se debe evocar ante el mundo la idea de que todo ya está dicho si se empalan conceptos tan abstractos como el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo. Si uno simplemente dice: El hombre consta de cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y ego, entonces no ha dicho nada en absoluto, excepto cuatro palabras. Porque, por supuesto, hay una gran diferencia entre decir primero la misma cosa a partir de la plenitud del conocimiento como una estructura que se puede usar para agregarle algo, o si luego se trata de tal manera que se dogma y se comunica como dogmas.

De ahí que cause una impresión tan repulsiva cuando se transmite simplemente: el hombre consta de cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y yo. Todo depende de cómo digan esas cosas. No es necesario ir tan lejos como se dijo una vez en una conferencia antroposófica: en aras de la simplicidad, dividimos al hombre en siete miembros. La tontería ya es grande si uno cree que estás golpeando algo real con solo presentar algún plan. En primer lugar, está ahí para que tenga líneas direccionales dentro de las cuales se pueden realizar las observaciones.

Después de haberles mostrado cómo ciertos conceptos comunes, como la voluntad, la memoria, etc., pueden ser introducidos en el esquema conceptual antroposófico, mañana pasaremos a una consideración más profunda del ser humano.

Traducido por J.Luelmo jun,2025