GA138 Munich 28 de agosto de 1912 - El alma tiene el poder de conservar en la memoria el recuerdo de existencias pasadas.

LA INICIACION, LA ETERNIDAD Y EL INSTANTE

Por Rudolf Steiner


Conferencia 4

Las experiencias en el ascenso a los mundos espirituales afectan a las experiencias que tienen lugar en una envoltura diferente entre la muerte y el nuevo nacimiento. Lo que se habla en el ámbito de los sentidos no se puede llevar al mundo espiritual. Hay algo importante en el conocimiento sensorial, y cuando se cruza el umbral, queda un recuerdo suprasensible del mismo. El alma tiene el poder de conservar en la memoria la existencia pasada. 

Munich 28 de agosto de 1912

Para cumplir con los objetivos de este breve curso, necesitaremos las ideas adquiridas en nuestra última conferencia, junto con otras, si queremos caracterizar lo que se aludió en la conferencia de anteayer.

En la bibliografía, en todos los lugares en los que se menciona la iniciación, se aborda de un modo u otro el enigma de la muerte, que tan estrechamente afecta a toda la humanidad. En cualquiera de los escritos encontraréis alusiones a cómo en una determinada etapa el iniciado tiene que experimentar, en una forma algo diferente, cómo se pasa a través de la puerta de la muerte. Para el ocultista estos registros se basan realmente en la verdad. Las experiencias por las que hay que pasar durante el ascenso a los mundos espirituales son afines a las que el hombre debe experimentar en el paso natural que va de la vida en el cuerpo físico, a la envoltura totalmente diferente que se encuentra entre la muerte y un nuevo nacimiento. Si queremos llegar a la esencia de este asunto de manera correcta, debemos preguntar primero qué es lo que el hombre conoce de sí mismo en la vida ordinaria. Una cuestión tan abstracta puede no tener mucho interés, pero para comprender lo que ocurre en los iniciados, es necesario centrar la atención en la pregunta: "¿Qué considera el alma que es?"

Durante el sueño, el alma no sabe lo que es, porque el sueño transcurre, ya sea en un estado de inconsciencia, o intervienen en él los sueños, que, para ser correctamente comprendidos, deben ser interpretados por el ocultista. Así pues, al considerar las preguntas: "¿Qué es el hombre? ¿Qué es su alma en la existencia ordinaria de los sentidos?" tenemos que referirnos únicamente a la vida de vigilia. Ahora sabemos que, en primer lugar, existen las puertas que llamamos nuestros órganos sensoriales, a través de las cuales el mundo de la luz y el color, el sonido y el olor, el mundo del calor y el frío, etc., fluyen hacia nuestra alma. En la vida de los sentidos, lo que llamamos "nuestro mundo" es, en realidad, un conjunto de todo lo que llega a través de estas puertas sensoriales. Luego tenemos los instrumentos de nuestro entendimiento, nuestro sentimiento y voluntad, con los que podemos trabajar en lo que nos encontramos en el mundo exterior. Dentro de nuestra alma surgen anhelos y deseos, esfuerzos, estados de satisfacción e insatisfacción, alegría, desilusión, etc. Si contemplamos todo el ámbito de lo que el hombre reconoce como sí mismo, es todo esto. Si queremos saber qué es el "mundo interior" en la vida ordinaria, en realidad no podemos proponer más que el conjunto de lo que acabamos de describir. Además, el hombre también puede mirarse a sí mismo desde fuera. Puede observar su propio cuerpo. A través de innumerables hechos que no es necesario tratar aquí en detalle, toma conciencia de que debe considerar su cuerpo como el instrumento de su vida de vigilia entre el nacimiento y la muerte. Ya hemos hablado de los anhelos que intervienen en esta vida. Entre ellos está el anhelo de conocer lo que el hombre es realmente dentro de los límites del nacimiento y la muerte, el anhelo de salir de lo que puede llamarse la oscuridad de la vida. Pero el hombre no tiene experiencia directa en su vida ordinaria de los sentidos sobre cómo hacer esto. Sus experiencias son tales que el flujo y reflujo de impulsos, antojos, impresiones sensoriales, ideas, conexiones intelectuales, etc., llenan completamente su vida de vigilia. Ahora podemos relacionar esto con lo que nos ocupaba al final de nuestra última conferencia.

A continuación, se centró nuestra atención sobre la forma en que el hombre, al llegar a la frontera entre la existencia sensorial y la existencia espiritual, tiene que modificar sus conceptos, teniéndo que dejar atrás todos sus pensamientos sobre lo feo y lo bello, lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, ya que dentro de los mundos espirituales estos conceptos adquieren un significado muy distinto y un valor diferente. A partir de esto podemos hacernos una idea de cómo debemos cambiar nosotros mismos si queremos entrar en esos mundos. Ahora, habiendo considerado lo que el hombre conoce de sí mismo en la vida de vigilia, entre el nacimiento y la muerte, podemos preguntar, en relación con lo que se dijo en nuestra última conferencia, ¿cuánto de todo esto que conoce puede llevar consigo a través de la frontera donde se encuentra el Guardián del Umbral? ¿Cuánto de todo lo que vive y experimenta en la existencia de los sentidos, en sus impulsos, deseos y pasiones, en sus sentimientos, ideas y los conceptos de su entendimiento y sus juicios, puede llevarse consigo a través de la frontera donde se encuentra el Guardián del Umbral? Es en las primeras etapas de la iniciación cuando el hombre descubre que, de todo lo que constituye al hombre, no puede llevarse nada en absoluto. No es una exageración ni una paradoja, sino la verdad literal, decir que, de todo lo que puede mencionarse como perteneciente a la existencia sensorial del hombre, no puede llevarse nada en absoluto al mundo espiritual; todo debe dejarse atrás en la frontera donde se encuentra el Guardián del Umbral.

Sin embargo, seamos claros en un punto. De todo lo que el hombre conoce como propio en la existencia sensorial, se añade una cosa de la mayor importancia; es decir, algo que realmente tiene que ver con las etapas de la iniciación. Se adhiere en el amor y el deleite del hombre por todo, a lo cual es bastante inapropiado aplicar el habitual concepto poco comprensivo de egoísmo. No se puede responder al caso diciendo simplemente que el hombre debe dejar de lado su egoísmo para pasar desinteresadamente a la región del mundo espiritual. Eso es fácil de decir. Este egoísmo, en las partes más sutiles y ocultas de su naturaleza, está íntimamente relacionado con lo que no sólo podemos considerar egoístamente como valioso en la vida, sino que debemos considerar como valioso porque a través de él somos hombres en el mundo en el que tenemos que mantenernos. Somos hombres por nuestra capacidad de mantener unido lo que experimentamos, de reflexionar sobre ello de una manera determinada y de vivirlo. Todo esto nos convierte en lo que somos. Todo lo que podemos hacer dignamente en la vida ordinaria de los sentidos, lo llevamos a cabo porque fomentamos esta facultad de mantener unido lo que experimentamos en nuestra personalidad, en nuestra individualidad. Si no valoráramos nuestra experiencia, nos volveríamos ociosos, aburridos, y no lograríamos nada para el mundo ordinario. Por lo tanto, sería superficial decir que el egoísmo debe ser considerado siempre como perjudicial porque en su composición más sutil representa la fuerza que impulsa al hombre en el mundo en el que se ha encarnado. Sin embargo, todo esto debe ser dejado de lado; debe quedar atrás y ser descartado por la simple razón de que no es adecuado para el mundo en el que tenemos que entrar. Al igual que nuestro cuerpo físico no está adaptado para un baño de hierro fundido a 900 grados centígrados, lo que llamamos "nuestro yo", con todo lo que amamos en la vida ordinaria, está mal adaptado para el mundo espiritual. Hay que dejarlo atrás; si no fuera así, experimentaríamos algo parecido al efecto que tendría un baño de hierro fundido en un cuerpo físico. No podríamos soportarlo, sino que quedaríamos completamente destruidos.

Ahora puede venir a ti un pensamiento que es muy natural, pero que, sin embargo, tiene que ser captado y sentido en toda su profundidad. Este pensamiento es: "Si ahora tengo que dejar de lado todo lo que soy, todo lo que puedo contar en la vida de mis sentidos, ¿qué queda realmente de mí? ¿Queda algo de mí para entrar en el mundo espiritual si tengo que despojarme de mí mismo?". Es un hecho que el hombre no puede llevar nada consigo a los mundos suprasensibles de todo lo que reconoce como él mismo; todo lo que puede llevar es algo de lo que en el mundo ordinario no sabe nada, algo que está en él sin su conocimiento, que yace en las profundidades de su alma como los elementos ocultos de su ser. Estos deben ser tan fuertes que de ellos pueda llevar a los mundos espirituales todo lo que necesitará cuando tenga que dejar de lado lo que conoce. Para comprender a fondo este pensamiento, o más bien este sentimiento, hay que relacionar lo que se acaba de decir con los pensamientos habituales sobre la muerte. En la vida sensorial ordinaria es natural que el hombre ame lo que reconoce como él mismo. Como no conoce nada más de sí mismo, además de su anhelo de inmortalidad, tiene el anhelo de mantener lo que ha amado en la existencia sensorial. Su temor al mundo espiritual puede ser tan grande que se convierte en la cúspide del miedo debido al pensamiento: "Vas a ir donde todo es insustancial y desconocido; ¡ni siquiera sabes si puedes conservarte allí porque todo lo que conoces debe perderse para ti!"

Ahora bien, forma parte de la iniciación que los elementos del ser que yacen en las profundidades ocultas del alma sean sacados a relucir mientras se está en la vida sensorial y llevados a la conciencia. Esto se logra, en parte, por los medios descritos en Como se alcanza El Conocimiento de los Mundos Superiores, elevando a la conciencia desde las profundidades del alma las experiencias que surgen como una vida anímica concentrada y fortalecida. Esta vida anímica concentrada y reforzada, de la que de otro modo no sabemos nada, puede pasar al mundo espiritual. De este modo, nos preparamos mediante la meditación y la concentración, mediante lo que se llama en El Guardián del Umbral la "actitud del alma que se fortalece con el pensamiento", para que podamos llevar algo con nosotros al mundo espiritual, y ser algo allí.

Pero, ¿Qué ocurre entonces con todo lo que hemos dejado de lado? Esto es algo extraordinariamente importante. Para empezar, si lo pusiéramos pictóricamente, se puede decir realmente que lo que se cuenta en la vida sensorial, todo lo que conocemos, se pone a un lado y se deja con el Guardián del Umbral en la frontera, como si fuera la vestimenta del alma que se desprende antes de cruzar al mundo espiritual. Desde el punto de vista pictórico, esto es muy correcto. La iniciación, sin embargo, requiere que no sólo ocurra esto, sino también algo más. El propio yo y todo lo que se tiene debe, en efecto, ser dejado de lado, pero algo de él debe continuar. Si no fuera así, perderíamos toda conexión con el único ser del que antes éramos conscientes. Así que, después de todo, ¡algo hay que llevar! Debemos dejar todo atrás y, sin embargo, llevarnos algo de él. Aquí tenemos una contradicción, pero en realidad no es difícil de explicar.

Se comprenderá fácilmente lo que supone para el alma pasar por este proceso comparándolo con un fenómeno de la vida ordinaria. En la vida tenemos un proceso similar, un proceso que se puede comparar con este, aunque este último es mucho más intenso y se siente con mucha más fuerza. Es el proceso de recordar alguna experiencia que hemos tenido en la vida. Lo que has vivido ayer se queda atrás, pero te lo llevas en la memoria. Lo importante es haberse preparado suficientemente, mediante la meditación previa, la concentración y demás, para que al cruzar el umbral hacia el mundo espiritual, tengamos el poder de retener en la memoria suprasensible lo que hemos dejado atrás. Si no nos preparamos como es debido, no tendremos el poder del recuerdo. Entonces somos una mera nada para nuestra propia conciencia; no sabemos nada de nosotros mismos. Al entrar en los mundos espirituales se trata de recordar mediante la memoria suprasensible lo que se ha dejado atrás. Estos recuerdos son todo lo que se puede llevar con uno. Que se lleven así, asegura la llamada continuidad, la preservación, del yo. Incluso en la vida ordinaria, podemos quedarnos sin la continuidad de la conciencia, y con ella perder todo nuestro verdadero yo. Esto sucede cuando las cosas que deberían ser recordadas -muchas cosas de hecho en nuestra vida- tienen que ser borradas de la conciencia y olvidadas debido a la mala salud. Muchas cosas de la vida ordinaria dependen de la continuidad de la memoria. Todo lo que se hace posible con los primeros pasos de la iniciación pende de la memoria en la vida suprasensible, de la conservación de la memoria de la vida ordinaria. Tal memoria es, en efecto, posible, y se realiza a través de la iniciación. Todo esto puede relacionarse con el enigma de la muerte.

Cuando un hombre pasa por la muerte, no tiene las mismas fuerzas que adquirió en la iniciación, porque, al despojarse del cuerpo, adquiere ciertas fuerzas con la ayuda de los seres del mundo suprasensible. Adquiere el poder de conservar en la memoria lo que al dejar el cuerpo ha olvidado. Ahí tenéis la verdadera respuesta a la pregunta: "¿Qué queda de las experiencias de mi alma cuando he atravesado la puerta de la muerte? ¿Cómo sigue viviendo mi alma?". Esa es una pregunta de la mayor importancia, y a través de la experiencia de los iniciados tienes la respuesta: "El alma sigue viviendo porque en sus profundidades ocultas hay fuerzas capaces de mantener en la memoria lo que se ha experimentado." Ser inmortal significa tener el poder de conservar en la memoria la existencia pasada abandonada. Esa es la verdadera definición de la inmortalidad humana. A través de la iniciación tenemos la prueba, la prueba experimentada, de que en el hombre viven fuerzas que pueden recordarle, después de haber dejado su cuerpo físico, todo lo que ha experimentado en la vida sensorial, y todo lo que ha sucedido. De este modo, el ser humano se conserva en el futuro; así el hombre experimenta su existencia anterior como recuerdos en su vida futura. Debemos sentir todo el poder del pensamiento que es invocado en la iniciación, que podría ser expresado en las palabras: "El ser humano es de tal naturaleza que soporta su propio ser a través de las edades futuras por la fuerza de la memoria suprasensible". Si sientes que este pensamiento se vierte con sentimiento en el vacío del universo, imaginando al alma como portadora de su propio ser a través de la eternidad, entonces tienes una definición mucho mejor de lo que se llama mónada que la que puede darse a través de cualquier concepto filosófico. Entonces sentirás lo que es una mónada, es decir, un ser encerrado en sí mismo, un ser que se lleva a sí mismo. Sólo a través de las experiencias de la iniciación se puede llegar a tales conceptos.

Esto es sólo una parte de lo que os he descrito. Debemos considerar sus primeros pasos con mayor precisión si queremos acercarnos con sentimiento a lo que puede darnos ideas sobre la iniciación. Supongamos que un hombre, mediante una actitud anímica reforzada por el pensamiento y la meditación, ha llegado al punto de poder percibir en su cuerpo etérico. Esta percepción se experimenta en el cuerpo que, en sus diversas partes, está más estrechamente ligado al cerebro, y menos estrechamente, por ejemplo, a las manos. La sensación de uno mismo en el cuerpo etérico se experimenta en la sensación: "Te estás extendiendo. Te estás ampliando, huyendo hacia los espacios ilimitados del universo". Tal es la sensación subjetiva. Sin embargo, no es que uno se precipite hacia lo irreal y lo vago; todo allí es vida concreta. Uno vive en lo puramente concreto, y en este ensanchamiento llega al mismo tiempo a experiencias definidas. Salvo en circunstancias especiales, casi nadie que cumpla los primeros pasos de la iniciación se librará de experimentar una impresión o un sentimiento particular de temor y ansiedad, una experiencia de estar en el vasto universo sin suelo firme bajo los pies, una opresión del alma. Este es el tipo de experiencia interior que se vive.

Pero hay algo aún más importante. En la vida ordinaria pensamos, tenemos una idea, un pensamiento sugiere otro, y conectamos un pensamiento con el otro, combinando estos quizás con sentimientos, deseos, voluntad y demás. En una vida anímica sana, siempre será posible decir: "Pienso esto, siento aquello". Si no pudiéramos hablar así, significaría una ruptura, una perturbación, en la vida sana del alma. Nos ensanchamos, nos expandimos cuando crecemos en el cuerpo etérico, pero al mismo tiempo nuestros pensamientos también se expanden. Al pensar, perdemos la sensación de estar dentro de nosotros mismos, y tenemos la sensación de que estamos creciendo en el mundo etérico que está impregnado de pensamientos que se piensan a sí mismos. Eso surge como una experiencia real. Es como si nosotros mismos estuviéramos borrados y nuestros pensamientos se pensaran a sí mismos, como si los sentimientos que tenemos, o que tienen las cosas, se sintieran a sí mismos, como si no pudiéramos hacer nuestra voluntad por nosotros mismos sino que todo esto se despertara y se dispusiera en nosotros. El sentimiento que uno tiene es el de estar entregado al objetivo, al mundo. Pero, por regla general, se añade otro sentimiento. Esta es otra de las experiencias durante los primeros pasos de la iniciación. Tenemos la sensación de que, a medida que nos expandimos y ensanchamos, y nuestros pensamientos se piensan a sí mismos, los sentimientos se sienten a sí mismos, en la misma medida nuestra conciencia se vuelve más y más débil, más y más atenuada, y nuestra capacidad de conocer se amortigua.

Ahora bien, para que el alma pase por tales experiencias, hay que permitir que entre en ella algo muy definido. Es necesario que estas cosas sean captadas por el alma con la mayor precisión posible. Por esta razón he recogido algunas cosas -si no iguales, de naturaleza similar y que tienden en la misma dirección- en el libro Un camino hacia el autoconocimiento. Si lo tomas en conexión con estas conferencias, puedes aprovechar mucho. Debe producirse un estado de alma bastante definido, producido por uno mismo, similar a lo que describí ayer. Hay que practicar la auto-observación y tratar de constatar, sin misericordia ni consideración, las faltas realmente graves que uno sabe que posee, para que venga ante el alma un sentimiento, en el que hay que vivir profundamente, de lo poco que uno corresponde al gran ideal de la humanidad. Con verdadera fuerza de pensamiento y meditación, la propia debilidad moral, todas las debilidades de uno, deben ser evocadas ante el alma. Al hacerlo, uno se fortalecerá. Lo que ya ha comenzado a ser amortiguado, lo que se ha descrito como una especie de desvanecimiento del alma, vuelve a brillar. Comienza de nuevo a ser visible.

En este punto se puede experimentar algo que es fácil de expresar con palabras, pero que es opresivo e incluso perturbador durante las primeras etapas de la iniciación. Todas estas palabras se aplican a la vida anímica y no a la vida corporal. Porque quien haya sido conducido correctamente a los mundos espirituales, ya habrá recibido la intimidad de que no se trata de un peligro corporal externo. Tal hombre, si observa fielmente los buenos consejos que se le ofrecen, puede seguir siendo externamente el mismo hombre en la vida, a pesar del flujo y reflujo en su interior de todo tipo de dolor, tormento y desilusión, entre los que también puede haber premoniciones de dicha. Estas cosas deben ser examinadas porque en ellas se encuentran las semillas de una visión más elevada, de una percepción más elevada. De este modo, uno llega a reconocer gradualmente que, al aprender a observar, percibir y experimentar independientemente del cuerpo físico -en otras palabras, al aprender a vivir en el cuerpo etérico-, uno crece en el mundo etérico de la manera descrita. Pero al hacerlo uno aprende la razón por la que este mundo etérico se desvanece en una especie de inconsciencia. En palabras sencillas podríamos decir: "No le gusto; no me considera adecuado para él". Este apagamiento, este desvanecimiento, no es más que la expresión de: "¡No me dejan entrar!". Pero al detenerse en las propias faltas uno se fortalece, y lo que había empezado a desaparecer se ilumina de nuevo. Esto produce, sin embargo, la sensación significativa de que un mundo suprasensible de naturaleza etérica está alrededor de uno, pero que sólo se puede entrar en él hasta cierto punto. Sólo se podrá entrar en él a condición de que uno se haga cada vez más fuerte, moral e intelectualmente. De lo contrario, no. Y te lo muestra desvaneciéndose ante ti.

Eso es lo que resulta tan tenso - tan opresivo y a veces incluso grotesco y distorsionado - esta lucha por el mundo espiritual y la conciencia de lo indigno que es uno para entrar en él. Al continuar trabajando duro en nuestra auto-contemplación y en el fortalecimiento de nuestra actitud del alma a través del pensamiento, mediante la meditación, la concentración y la impregnación de los impulsos morales, uno puede entrar cada vez más en el mundo etérico. Al fin y al cabo, ésta es sólo la primera etapa de la iniciación. Si queremos revisar la siguiente etapa, debemos llamar la atención sobre un fenómeno muy notable que realmente no tiene paralelo en la existencia sensorial ordinaria.

El cuerpo en el que vive el hombre cuando puede percibir el mundo etérico es su cuerpo etérico. Pero éste ya lo poseía antes. La diferencia entre su cuerpo etérico antes y después de la observación suprasensible es únicamente que, mediante la iniciación, el cuerpo etérico está por así decirlo, despierto. Mientras que antes estaba como dormido, después se despierta. Esta es realmente la expresión más adecuada que se puede utilizar. Pero una cosa se notará, que, cuando por medio de alguna medida particular que ha surtido efecto en la vida de las almas se ha adquirido la facultad de ver algún hecho o ser del mundo etérico - bueno, entonces se ve justamente este ser. Supongamos que estáis tan preparados que veis este ser, o quizás también un segundo ser. Entonces, si mantienes el mismo poder, probablemente verás los dos seres - o uno de ellos - una y otra vez. Esto no es difícil. Pero no es fácil que veas nada más. Si dejas que el asunto descanse por un tiempo y luego vuelves a él, seguirás viendo sólo lo mismo. En resumen, el mundo etérico no es como el mundo físico. Si los ojos están preparados para el mundo físico, ven todo lo que es posible ver; si los oídos están preparados, oyen todo igualmente bien. Sin embargo, no es así en el mundo etérico. Allí hay que prepararse de nuevo, de un tipo de ser a otro tipo de ser y, poco a poco, las partes del cuerpo etérico. Allí debes buscar el mundo entero de nuevo, y debes despertar tu cuerpo etérico para cada ser humano una y otra vez. Estableces una conexión, una relación, con lo que has visto una vez, para lo que has despertado una vez tu cuerpo etérico, y debes seguir despertando siempre nuevas relaciones. El cuerpo etérico por sí solo no puede hacer esto. No puede controlarse a sí mismo y sólo puede seguir volviendo al mismo ser, o puede esperar hasta que esté preparado para ver otros seres.

Un hombre que ha dado los primeros pasos hacia la iniciación y ha llegado al punto de ver algún ser o proceso no puede orientarse de inmediato en el mundo espiritual; no puede comparar libremente un ser con otro porque no tiene libre acceso a los seres. Si ha de orientarse, si no ha de limitarse a mirar las cosas, sino que ha de decir con decisión: "Esto es un ser o aquello es un proceso", entonces debe ser capaz de comparar lo que sea con otros seres y procesos del mundo suprasensible. Debes ser capaz de pasar de uno a otro; debes ser capaz de orientarte. Esta orientación tiene que ser aprendida, y la aprendemos mediante la meditación regular e impregnándonos de impulsos morales. Entonces sentimos crecer en nosotros fuerzas cuya actividad experimentamos como algo extraño. Si queremos describir esto, debemos volver a lo dicho anteriormente. El cuerpo etérico, aunque presente en la vida ordinaria, está dormido, y para la percepción suprasensible debe ser despertado. Pero las fuerzas con las que se despierta deben estar en el alma. Lo que se hace aquí se experimenta de manera especial. Sólo puedo aclarar esto por medio de una comparación.

Imagina que te vas a dormir y que sabes: "Mi cuerpo está acostado en la cama; no puedo moverlo pero sé que está ahí. Voy al mundo espiritual, pero volveré pronto para despertar este cuerpo de nuevo". Esto puede ocurrir conscientemente, pero en el caso de un hombre en la vida ordinaria ocurre inconscientemente. Él realmente pasa por lo que acabo de describir. En su condición física es tanto un ser despierto como un ser dormido y es él mismo quien despierta su cuerpo físico, aunque no es consciente de que esto es así. Pero un hombre que ha dado los primeros pasos hacia la iniciación se vuelve consciente de esto, y a partir de entonces sabe realmente: "Ahí está mi cuerpo etérico". Su actitud hacia él es tal que siente: "Esa es la parte más limitada que corresponde al cerebro; esta es la parte más móvil que corresponde a las manos; esta, la parte completamente móvil que corresponde a los pies." Esto, sin embargo, puede sonar extraño. Sabemos todo esto, pero el conocimiento duerme en nosotros.

Mediante un mayor desarrollo, preparando nuestra vida anímica interior de la manera necesaria y llegando hasta el mundo espiritual, nos despertamos continuamente. Primero despertamos esto, luego aquello. Ahora ponemos en marcha este movimiento, luego otro. En resumen, se trata de un despertar consciente del cuerpo etérico, de modo que podemos hablar del estado de sueño como el estado ordinario del cuerpo etérico, y de un estado de vigilia al que es llevado por la iniciación. Esa es la diferencia entre el sueño y la vigilia en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico. En el cuerpo físico el sueño y la vigilia son condiciones alternas, se producen por turnos; mientras que en el cuerpo etérico no existe tal alternancia; en él el sueño y la vigilia son simultáneos. Así, un hombre en vías de iniciación puede, por sus primeros esfuerzos, llegar a despertar muchas de las partes etéricas de su cabeza, mientras que todo lo que corresponde a sus manos y pies está todavía profundamente dormido. Mientras que el cuerpo físico está dormido en un momento y despierto en otro, en el cuerpo etérico algunas partes están despiertas y otras dormidas al mismo tiempo. El progreso consiste en hacer que las partes dormidas se conviertan cada vez más en despiertas, y eso es lo que realmente estamos haciendo.

Si el hombre no fuera un ser espiritual, todo lo que aquí he expuesto como comparación no podría tener lugar; entonces, al estar acostado en la cama, no podría observar el despertar de su cuerpo físico. Pero lo que pertenece al alma es algo independiente de lo que se despierta. Lo que la despierta poco a poco no es el cuerpo etérico, es otra cosa. Si captamos el concepto: "Hay algo en mi alma que ejerce un dominio activo sobre mi cuerpo etérico, y poco a poco lo despierta", tendremos entonces una idea concreta y correcta del llamado cuerpo astral. Vivir en cuerpo astral, experimentarse a sí mismo en cuerpo astral, significa en primer lugar que uno se siente una especie de ser de fuerza interior, capaz poco a poco de despertar la vida consciente en el cuerpo etérico dormido. Por lo tanto, existe una condición que puede describirse como aquella en la que nos experimentamos fuera del cuerpo físico, no sólo en el cuerpo etérico sino también en el astral.

Para tener claro este paso en la iniciación, es necesario adquirir el poder de diferenciar entre las diversas experiencias meramente internas al descender al cuerpo etérico. He descrito lo que se experimenta al entrar en el cuerpo etérico, cómo te expandes, fluyes. Esa es la sensación concreta. Pero la sensación principal que se experimenta generalmente es que también se proyecta cada vez más fuera del cuerpo físico y se expande en los amplios espacios del universo - el vivenciarse a sí mismo en el cuerpo astral, el vivirse conscientemente en lo que poco a poco despierta el cuerpo etérico. Todo esto está vinculado, también, con un salir de uno mismo para asir algo fuera; esto no es una mera expansión de algo que ya está, ahí uno se da cuenta cuando está en el cuerpo etérico que el cuerpo físico todavía le pertenece. Pero cuando uno se abre paso en el cuerpo astral, se da cuenta: "Es como si primero hubiera vivido en mí mismo, y luego hubiera salido de mí para penetrar en otra cosa; ahora mi cuerpo físico, y quizás también mi cuerpo etérico, es algo que está fuera de mí. Ahora estoy en algo donde no solía estar; mi cuerpo físico se ha vuelto objetivo y ya no es subjetivo. Lo estoy viendo desde fuera".

Este salto más allá de uno mismo, este mirarse y comprenderse a sí mismo, es el paso a la vida en cuerpo astral. Cuando se logra esto, cuando se ha dado este salto y se sabe que ahora eres tú y que te estás mirando a ti mismo, como antes mirabas una planta o una piedra, entonces tendrás el sentimiento que, en efecto, nadie dejará de tener en las primeras etapas de la iniciación: "Ahora estás en el mundo suprasensible, y te estás extendiendo hacia fuera, hacia el infinito." No se puede utilizar la expresión en todos los lados, porque el mundo suprasensible tiene muchos más lados y dimensiones muy diferentes a las del mundo ordinario. Pero allí estás solo. Estás con tu vida en el cuerpo astral y a tu alrededor está el universo, una expansión infinita, ¡ningún ser en ninguna parte más que tú solo! Te invade un sentimiento de lo que puede llamarse soledad del alma elevada a su grado supremo.

Se trata de soportar esos sentimientos y de ser capaz de atravesarlos, porque es al superarlos cuando surgen las fuerzas que lo llevan a uno a seguir adelante; se convierten en las fuerzas del vidente. Lo que he intentado plasmar en unas pocas líneas en la obra El guardián del umbral se hace intensamente real. Me refiero a la escena en la que María conduce a Johannes a las infinitas extensiones de los campos de hielo donde el alma humana está sola, en absoluta soledad. En esta soledad hay que esperar, esperar pacientemente. Mucho depende de si uno es capaz de esperar, de si ha adquirido suficiente fuerza moral para esperar. Entonces llega algo de lo que se puede decir: "Sí, estás absolutamente solo en el infinito, pero en ti surge algo como puros recuerdos que aún no son recuerdos". Digo "como recuerdos que no son recuerdos" porque todos nuestros recuerdos en la vida ordinaria son tales que podemos recordar cualquier cosa con la que alguna vez estuvimos en contacto, cualquier cosa que alguna vez experimentamos. Pero imagínate que estás ahí, con todo lo que hay en tu alma, mientras siguen surgiendo en tu interior imágenes que deben relacionarse con algo. Pero nunca las has experimentado previamente. Sabes que estas imágenes están relacionadas con seres, pero nunca has conocido a estos seres. Este surgimiento dentro de ti de un mundo desconocido, que te das cuenta de que llevas dentro de ti como pura imagen, es la siguiente experiencia en el camino de la iniciación.

Después viene una extraña experiencia en la que es posible entrar en relación con todas las imágenes que surgen, que puedes amarlas y odiarlas, que puedes sentir reverencia frente a una, orgullo frente a otra. No sólo se despierta una serie de imágenes interiores, sino también algo así como un ir y venir de sentimientos y sensaciones suprasensibles. Estás completamente solo contigo mismo, solo con tu propio mundo interior que surge dentro de ti. Al principio no eres consciente de nada excepto de una oscuridad indefinida, pero tu conexión con todo es completa.

Tomemos un ejemplo característico. Algo que se alza allí como una imagen invoca tu amor. Esta es una severa tentación; una terrible tentación surge ahora porque amas algo en ti mismo. Estás expuesto a la tentación de amar la cosa porque es tuya, y ahora debes poner toda tu fuerza no para amar a este ser sólo porque es tuyo, sino, a pesar de que es tuyo, para amarlo por alguna cualidad que posee. Se convierte en tu tarea hacer desinteresado lo que hay en ti. Esa es una tarea difícil, una tarea con la que no se puede comparar nada que tenga que ver con el alma en el mundo físico ordinario. En la existencia sensorial ordinaria es bastante imposible para un hombre amar lo que está dentro de él absolutamente desinteresadamente. Pero eso es lo que debe hacer al subir a este mundo. Al irradiar el ser con la fuerza del amor, irradia la fuerza misma, y esto le hace sentir que "está tratando de salir de usted".

También te das cuenta de que cuanto más amor puedes aplicar, más fuerza tiene para atravesar algo que es como un velo, y abrirse paso en el universo. Si lo odias, también gana fuerza, pero entonces te separa, te presiona y se abre paso, como si el corazón o los pulmones se abrieran paso a través de la piel de tu cuerpo. Esto atraviesa todo aquello con lo que te relacionas mediante el amor y el odio. La diferencia entre las dos experiencias es que lo que amas se va desinteresadamente, pero sientes que tú también te vas con él, que te lleva y que tú también tomas el mismo camino. Lo que odias, o cualquier cosa hacia la que muestras orgullo, atraviesa el velo y desaparece dejándote solo, y te quedas en tu soledad. En una determinada etapa, esta diferencia está fuertemente marcada. O te llevan o te dejan. Si te llevan, eres capaz de llegar al ser cuya imagen has experimentado. Aprendes a conocerlo.

Por este surgimiento en ti de las imágenes de seres desconocidos con los que, sin embargo, estás en relación, sales de ti mismo y te encuentras con todos estos seres que aprendes a conocer en un segundo mundo espiritual. Vives tú mismo en un mundo generalmente llamado mundo devachánico, el verdadero mundo espiritual, no el mundo astral. No tiene sentido decir que a través de su cuerpo astral, que he descrito como el despertador del cuerpo etérico, el hombre entra en el mundo astral. Más bien se eleva al verdadero mundo espiritual, a lo que se llama la tierra de los espíritus en mi libro Teosofía. Allí se encuentra con seres espirituales puros.

Ahora bien, para saber más de estos seres en sus diferentes órdenes, y cómo se convierten en lo que se describe como el mundo de las Jerarquías Superiores, que hemos aprendido a conocer como elevándose desde los Ángeles hasta los Serafines, de todo esto oiremos más en la próxima conferencia.

Traducido por J.Luelmo junio 2021

 

GA016 Octava meditación: En la que se intenta formarse una idea de las repetidas vidas terrestres

 

 UN CAMINO HACIA EL AUTO-CONOCIMIENTO

Por Rudolf Steiner

Octava meditación   En la cual se intenta formar una idea de las repetidas vidas terrestres

En realidad no tenemos derecho a hablar de peligros durante el peregrinaje del alma a través de los mundos suprasensibles, cuando este peregrinaje se realiza de la manera correcta. El método no conduciría a su objetivo si se dieran, entre las instrucciones psíquicas, aquellas que crearan peligros para el alumno. El objetivo es más bien hacer fuerte al alma, concentrar sus fuerzas, para que la persona llegue a ser capaz de soportar las experiencias de su alma, por las que tiene que pasar cuando quiere ver y comprender otros mundos aparte del físico. Además, una diferencia esencial entre el mundo físico y los mundos suprasensibles es que el mirar, el percibir y el comprender se relacionan entre sí de manera muy diferente en los dos mundos. Cuando oímos hablar de alguna parte del mundo físico, tenemos cierto derecho a sentir que sólo podemos llegar a una comprensión completa del mismo mediante la contemplación y la percepción. No creemos haber comprendido un paisaje o un cuadro hasta que lo hemos visto. Pero los mundos suprasensibles pueden ser comprendidos completamente cuando con un juicio imparcial aceptamos una descripción correcta de ellos. Para comprender y experimentar todas las fuerzas para el fortalecimiento y la realización de la vida que pertenecen a los mundos espirituales, sólo necesitamos las descripciones de aquellos que son capaces de ver. El conocimiento real de esos mundos de primera mano sólo puede ser obtenido por aquellos que son capaces de investigar cuando están fuera de su cuerpo físico. Las descripciones de los mundos espirituales deben provenir siempre de los videntes. Pero el conocimiento de estos mundos que es necesario para la vida del alma puede obtenerse a través del entendimiento. Y es perfectamente posible no poder mirar uno mismo los mundos suprasensibles y, sin embargo, ser capaz de comprenderlos y sus peculiaridades, con un entendimiento por el que el alma tiene, bajo ciertas circunstancias, perfecto derecho a pedir, y de hecho debe pedir.

Por lo tanto, también es posible que elijamos nuestro medio de meditación entre el conjunto de conceptos que hemos adquirido sobre los mundos espirituales. Tal medio de meditación es, con mucho, el mejor y el que con mayor seguridad nos conduce a la meta.

Aunque tal noción pueda parecer muy natural, no es, sin embargo, correcto creer que el conocimiento de los mundos superiores obtenido a través del entendimiento antes de alcanzar la visión supersensible sea un obstáculo para el desarrollo de dicha visión. En realidad, es más correcto lo contrario, es decir, que es más fácil y más seguro llegar a la clarividencia con un poco de comprensión preliminar que sin ella. El hecho de que nos detengamos en la comprensión o sigamos luchando por la clarividencia, depende de que se despierte o no un deseo interior de conocimiento de primera mano. Si tal anhelo existe, no podemos sino buscar cualquier oportunidad para iniciar una verdadera peregrinación personal hacia los mundos suprasensibles.

El deseo de comprender los mundos superiores se extenderá cada vez más entre los hombres de nuestro tiempo, ya que la observación atenta de la evolución humana muestra que, a partir de ahora, las almas humanas entran en una etapa de desarrollo en la que no podrán encontrar la relación correcta con la vida sin la comprensión de los mundos suprasensibles.

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Cuando hemos llegado tan lejos en nuestro peregrinaje anímico que llevamos dentro de nosotros como un recuerdo todo lo que llamamos "nosotros mismos", es decir, nuestro propio ser en la vida física, y nos experimentamos en cambio en otro yo superior recién conquistado, entonces nos volvemos capaces de ver que nuestra vida se extiende más allá de los límites de la vida terrenal. Ante nuestra mirada espiritual aparece el hecho de que hemos participado en otra vida, en el mundo espiritual, antes de nuestra actual existencia en el mundo de los sentidos; y en esa vida espiritual se encuentran las verdaderas causas de la configuración de nuestra existencia física. Nos damos cuenta de que antes de recibir un cuerpo físico y entrar en esta existencia física, vivíamos una vida puramente espiritual. Vemos que ese ser humano que ahora somos, con sus facultades e inclinaciones, fue preparado durante una vida que pasamos en un mundo puramente espiritual antes de nacer. Nos vemos como a seres que vivieron espiritualmente antes de su entrada en el mundo de los sentidos, y que ahora se esfuerzan por vivir como seres físicos con aquellas facultades y características psíquicas que les fueron originalmente atribuidas y que se han desarrollado desde su nacimiento.

Sería un error decir: "¿Cómo es posible que en la vida espiritual haya aspirado a poseer facultades e inclinaciones, que ahora, cuando las tengo, no me agradan en absoluto?". No importa si algo complace al alma en el mundo de los sentidos o no. Esa no es la cuestión. El alma tiene puntos de vista muy diferentes para sus aspiraciones en el mundo espiritual de los que adopta en la vida de los sentidos. El carácter del conocimiento y de la voluntad es muy diferente en los dos mundos. En la vida espiritual sabemos que para el bien de nuestra evolución total necesitamos un cierto tipo de vida en el mundo físico, que cuando llegamos allí puede parecer antipático o deprimente para el alma; y sin embargo nos esforzamos por ello, porque en la existencia espiritual no preferimos lo que es simpático y agradable, sino lo que es necesario para el correcto desarrollo de nuestro ser individual.

Lo mismo ocurre con los acontecimientos de la vida. Los contemplamos y vemos cómo hemos preparado en el mundo espiritual lo que es antipático así como lo que es simpático, y cómo nosotros mismos hemos reunido los impulsos que causan nuestras experiencias dolorosas así como las alegres en la existencia física. Pero incluso entonces puede resultarnos incomprensible que nosotros mismos hayamos provocado tal o cual situación en la vida, mientras sólo nos experimentemos en el mundo físico. En el mundo espiritual, sin embargo, hemos tenido lo que puede llamarse una visión supersensible que nos ha hecho decir: "Debes pasar por esa experiencia incómoda o dolorosa, pues sólo una experiencia así puede hacerte avanzar un paso más en tu desarrollo total". Desde el punto de vista del mundo físico únicamente, nunca es posible decidir hasta qué punto una vida concreta en la tierra hace avanzar a un ser humano en su evolución total.

Habiendo comprendido la existencia espiritual que precede a nuestra existencia terrenal, vemos las razones por las que en nuestra vida espiritual nos hemos propuesto un determinado tipo de destino para la vida terrenal subsiguiente. Estas razones se remontan a una vida terrenal anterior vivida en el pasado. Del carácter de esa vida anterior, de las experiencias realizadas y de las capacidades alcanzadas en ella, depende el deseo de corregir, durante la existencia espiritual siguiente, las experiencias defectuosas y de desarrollar las capacidades descuidadas a través de una nueva vida en la tierra. En el mundo espiritual, sientes que un mal cometido por ti a otro ser humano es una perturbación de la armonía del mundo, y te das cuenta de la necesidad de encontrar a ese ser humano de nuevo en la tierra en la siguiente vida terrestre, para poder entrar en una relación tal con él que te permita reparar el mal que has hecho. Durante el desarrollo progresivo del alma, el campo de visión se amplía a toda una serie de vidas terrenales anteriores. De este modo, mediante la observación, llegas a conocer la verdadera historia de la vida de tu "Ego" superior. Ves que el hombre atraviesa su existencia total en una sucesión de vidas sobre la tierra, y que entre estas repetidas vidas terrestres pasa por estados de existencia puramente espirituales que están conectados con sus vidas terrestres según ciertas leyes.

De este modo, el conocimiento de las repetidas existencias sobre la tierra se eleva a la esfera de la observación. (Para evitar un error que se repite con frecuencia, se llama la atención sobre el siguiente hecho, tratado con más detalle en otros escritos míos. La suma total de la existencia de un hombre no se desarrolla en una interminable repetición de vidas. Tiene lugar un cierto número de repeticiones, pero tanto antes del comienzo como después del final de éstas se encuentran tipos de existencia muy diferentes, y todo esto se muestra en su totalidad como un desarrollo inspirado por la sabiduría sublime).

El conocimiento de las vidas terrestres repetidas puede alcanzarse también mediante la observación razonable de la existencia física. En mis libros Teosofía y la Ciencia Oculta, un esbozo, así como en otros escritos míos de menor importancia, se ha intentado demostrar la reencarnación siguiendo las líneas de razonamiento características de la doctrina moderna de la evolución en la ciencia natural. Allí se muestra cómo el pensamiento lógico y la investigación que realmente siguen la investigación científica (y sus resultados) hasta sus últimas consecuencias, están absolutamente obligados a aceptar la idea de la evolución, que nos presenta la ciencia moderna, en un sentido tal que considera al verdadero ser, la individualidad psíquica del hombre, como algo que está evolucionando a través de una secuencia de existencias físicas que alternan con vidas intermedias puramente espirituales. Las pruebas intentadas en esos escritos son naturalmente susceptibles de ser desarrolladas y completadas mucho más. Pero no parece injustificada la opinión de que las pruebas en esta materia tienen precisamente el mismo valor científico que lo que en general se llama prueba científica. No hay nada en la ciencia de las cosas espirituales que no pueda ser confirmado por pruebas de ese tipo. Pero, naturalmente, hay que admitir que la dificultad es mayor para que las pruebas científicas espirituales sean reconocidas que las pruebas de la ciencia natural.

Esto no se debe a que su lógica sea menos estricta, sino a que ante tales pruebas uno no siente esos hechos físicos subyacentes, que hacen que la aceptación de las pruebas de la ciencia natural sea tan fácil. Esto no tiene nada que ver con el carácter concluyente del propio razonamiento. Y si somos capaces de comparar con una mente imparcial las pruebas de la ciencia natural con las dadas en líneas análogas por la ciencia espiritual, nos convenceremos fácilmente de su poder igualmente concluyente. Así, la fuerza de tales pruebas puede añadirse también a la que el investigador de los mundos espirituales tiene que dar como descripción de las sucesivas vidas terrestres resultantes de su propia visión. Una parte puede apoyar a la otra en la formación de una convicción de la verdad de la reencarnación humana basada simplemente en una comprensión razonable. Aquí se ha intentado mostrar el camino que lleva más allá de la comprensión mental a la visión suprasensible de esta reencarnación.

traducido por J.Luelmo junio 2021

GA016 Séptima meditación: En la cual se intenta formar una idea del carácter de la experiencia en los mundos suprasensibles

  UN CAMINO HACIA EL AUTO-CONOCIMIENTO

Por Rudolf Steiner

Séptima meditación   En la cual se intenta formar una idea del  carácter de la experiencia en los mundos suprasensibles

Para muchas personas pueden parecer disuasorias las experiencias que se han mostrado que son necesarias para el alma, si éstas quieren penetrar en los mundos suprasensibles. Tales personas pueden decir que no saben lo que les ocurriría si se aventurasen en tales procesos, o cómo podrían soportarlos. Bajo la influencia de tal sentimiento se forma muy fácilmente la opinión de que es mejor no interferir artificialmente en el desarrollo del alma, sino entregarse tranquilamente a la guía de la que el alma permanece inconsciente, y esperar su efecto en el futuro sobre la propia vida interior. Sin embargo, tal pensamiento debe ser siempre reprobado por una persona que es capaz de hacer de otro pensamiento una fuerza viva dentro de ella; a saber, que es propio de la naturaleza humana progresar, y que si no se prestara atención a estas cosas significaría confinar deslealmente al ostracismo, fuerzas en el alma que están esperando ser desplegadas. En todas las almas humanas hay fuerzas de auto despliegue, y no puede haber una sola que no escuche la llamada a desplegarlas ya sea que de una u otra manera pueda aprender algo sobre estas fuerzas y su importancia.

Además, nadie se dejará disuadir del ascenso a los mundos superiores a menos que haya adoptado de antemano una posición falsa respecto a los procesos por los que ha de pasar. Estos procesos se describen en las meditaciones precedentes. Y si han de expresarse con palabras que naturalmente deben tomarse de la existencia humana ordinaria, sólo pueden expresarse correctamente de esa manera. Pues las experiencias en el camino suprasensible del conocimiento se relacionan con el alma humana de tal manera que son exactamente similares a lo que, por ejemplo, puede significar para el alma del hombre un sentimiento de soledad muy marcado, una sensación de estar tambaleándose sobre un abismo y cosas similares. A través de la experiencia de tales sentimientos y sensaciones se producen los poderes para recorrer el camino del conocimiento. Son los gérmenes de los frutos del conocimiento suprasensible. Todas estas experiencias, en cierto modo, llevan en sí mismas algo que yace oculto en lo más profundo de ellas. Cuando se experimentan, este elemento oculto es llevado a un estado de máxima tensión, algo hace estallar el sentimiento de soledad, que rodea este "algo" oculto como un velo, y entonces empuja hacia la vida del alma como un medio de conocimiento.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que cuando se entra en el camino correcto, detrás de cada experiencia se presenta inmediatamente algo más. Cuando se ha producido lo uno, no puede dejar de aparecer lo otro. Cuando hay que soportar algo, se agrega de inmediato el poder de soportarlo con firmeza, a condición de que reflexionemos con calma sobre este poder y también nos tomemos el tiempo de notar lo que quiere manifestarse en el alma. Cuando aparece algo doloroso, y cuando al mismo tiempo hay un sentimiento seguro en el alma de que se encuentran fuerzas que harán soportable el dolor y con las que somos capaces de conectarnos, entonces somos capaces de adoptar una posición tal hacia las experiencias, que serían insoportables en el curso de nuestra vida ordinaria, de modo que parecemos ser el espectador de nosotros mismos en todas esas experiencias. Y así, las personas que, en su camino hacia el conocimiento suprasensible, pasan por muchas subidas y bajadas de grandes olas de sentimientos, muestran, sin embargo, una perfecta ecuanimidad en la vida ordinaria. Por supuesto, es muy posible que las experiencias que se hacen en el interior también reaccionen sobre el estado de ánimo en la vida exterior en el mundo físico, de modo que durante un tiempo no entramos en armonía con nosotros mismos y con la vida de la manera que era posible antes de entrar en el camino del conocimiento. Entonces nos vemos obligados a extraer de lo que ya se ha obtenido dentro de nosotros mismos las fuerzas que hacen posible encontrar de nuevo el equilibrio. Y si el camino del conocimiento se recorre correctamente, no puede surgir ninguna situación en la que esto no sea posible.

El mejor camino del conocimiento será siempre el que conduzca al mundo suprasensible mediante el fortalecimiento o la concentración de la vida anímica en meditaciones interiores durante las cuales se retienen en la mente determinados pensamientos o sentimientos. En este caso no se trata de experimentar un pensamiento o una emoción como lo hacemos para encontrar nuestro camino en el mundo físico, sino que se trata de vivir enteramente con y dentro del pensamiento o emoción, concentrando en él todas las potencias de nuestra alma, de modo que llene enteramente la conciencia durante el tiempo de retiro en nuestro interior. Pensamos, por ejemplo, en un pensamiento que ha dado al alma una convicción de algún tipo; al principio dejamos a un lado cualquier poder de convicción que pueda tener, y sólo vivimos con él y en él una y otra vez para llegar a ser uno con él. No es necesario que sea un pensamiento de cosas pertenecientes a los mundos superiores, aunque tal pensamiento es más eficaz. Para la meditación interior podemos incluso utilizar un pensamiento que represente una experiencia ordinaria. Son fructíferas, por ejemplo, las emociones que representan resoluciones con respecto a los actos de amor, y que encendemos dentro de nosotros hasta el más alto grado de calor humano y experiencia sincera. Son eficaces, sobre todo en lo que se refiere al conocimiento, las representaciones simbólicas, obtenidas de la vida, o aceptadas por consejo de personas que, en cierto modo, son expertas en estas materias, porque conocen la fecundidad de los medios empleados por lo que ellos mismos han obtenido de ellos.

Por medio de estas meditaciones, que deben convertirse en un hábito, más aún, en una necesidad de la vida, así como la respiración es necesaria para la vida del cuerpo, concentraremos los poderes del alma, y al concentrarnos los fortaleceremos. Sólo debemos conseguir, durante el tiempo de la meditación interior, permanecer en un estado tal que ni las impresiones externas de los sentidos ni ningún recuerdo de las mismas intervengan en el alma.

También los recuerdos de todo lo que hemos experimentado en la vida ordinaria, todo lo que da placer o dolor al alma, debe permanecer en silencio para que el alma pueda entregarse exclusivamente a lo que nosotros mismos determinamos que la ocupará. Las capacidades de conocimiento suprasensible sólo crecen legítimamente a partir de lo que hemos adquirido de este modo mediante meditaciones interiores, cuyo contenido y forma han sido fijados por el poder de nuestra propia alma. Lo importante no es la fuente de donde obtenemos el objeto de la meditación; podemos tomarlo de un experto en estas materias o de la literatura de la ciencia espiritual; lo importante es hacer de su sustancia una experiencia interior de nuestra propia vida y no simplemente elegirlo de los pensamientos que puedan surgir en nuestra propia alma, o de las cosas que nos sentimos inclinados a considerar como los mejores objetos para la meditación. Un objeto así tiene poca fuerza, porque el alma ya está familiarizada con él y no puede, por tanto, hacer el esfuerzo necesario para unirse a él. Sin embargo, es en este esfuerzo donde se encuentran los medios eficaces para adquirir las facultades de conocimiento suprasensible, y no en el mero hecho de hacerse uno con la sustancia de la meditación como tal.

También podemos llegar a la visión suprasensible de otras maneras. Las personas pueden llegar a la meditación ferviente y a la experiencia interior en razón de toda su constitución. Y así pueden ser capaces de liberar poderes para adquirir conocimiento suprasensible en su alma. Tales poderes pueden manifestarse repentinamente en almas que no parecen en absoluto predeterminadas para tales experiencias. La vida suprasensible del alma puede despertarse de las más variadas maneras; pero sólo podemos llegar a una experiencia de la que seamos dueños como somos dueños de nosotros mismos en la vida ordinaria, si recorremos el camino del conocimiento aquí descrito. Cualquier otra irrupción del mundo suprasensible en las experiencias del alma significará que tales experiencias entran como a la fuerza, y la persona en cuestión se perderá en ellas, o se expondrá a todo tipo de engaño concebible con respecto a su valor, su verdadero significado y su importancia dentro del mundo suprasensible real.

Es muy importante tener en cuenta que en el camino hacia el conocimiento suprasensible el alma cambia. Puede ocurrir que en la vida ordinaria en el mundo físico, no estemos en absoluto inclinados a caer en ningún tipo de ilusión o engaño, pero que al entrar en el mundo supersensible seamos víctimas de tales engaños e ilusiones de la manera más crédula. También puede suceder que en el mundo físico tengamos un sentimiento muy bueno y sano de la verdad, y comprendamos que no debemos pensar sólo de tal manera en una cosa o en un suceso que satisfaga nuestro propio egoísmo para juzgarlo correctamente; sin embargo, a pesar de esto, podemos llegar a ver en el mundo suprasensible sólo lo que complace a nuestro egoísmo. Debemos recordar cómo este egoísmo colorea todo lo que contemplamos. Sólo observamos aquello a lo que nuestro egoísmo dirige su mirada de acuerdo con sus propias inclinaciones, aunque tal vez no nos demos cuenta de que es el egoísmo el que dirige nuestra visión espiritual. Y entonces es muy natural que tomemos lo que vemos como verdad. La protección contra esto sólo puede obtenerse si, en el camino hacia el conocimiento suprasensible a través de la auto-observación seria, y a través de un esfuerzo enérgico por un auto-conocimiento más claro, desarrollamos cada vez más nuestra capacidad de discernir verdaderamente cuánto egoísmo se encuentra en nuestra propia alma y dónde está encontrando expresión. Sólo entonces podremos emanciparnos gradualmente de la dirección de este egoísmo, si en nuestra meditación nos planteamos a la fuerza y sin descanso la posibilidad de que nuestra alma esté en tal o cual aspecto bajo su dominio.

Es propio de la libre movilidad del alma en los mundos superiores el que se ponga de manifiesto de qué manera tan diferente reaccionan ciertas cualidades del alma en el mundo espiritual de lo que lo hacen en el mundo físico. Esto se hace especialmente evidente cuando dirigimos nuestra atención a las cualidades morales del alma. En el mundo físico distinguimos entre las leyes de la naturaleza y las de la moral. Cuando queremos explicar los procesos naturales no podemos hacer uso de las ideas morales. Explicamos una planta venenosa según la ley natural, y no la condenamos moralmente por ser venenosa. Comprendemos claramente que, con respecto al reino animal, sólo puede haber, a lo sumo, una cuestión de algo parecido a la moral, y que un juicio moral en sentido estricto sólo podría perturbar la cuestión principal. Es en las circunstancias de la vida humana donde el juicio moral sobre el valor de la existencia comienza a tener importancia. El propio hombre hace depender su propio valor de este juicio, cuando llega a tal punto que es capaz de juzgarse imparcialmente. Sin embargo, a nadie se le ocurriría considerar las leyes de la naturaleza como idénticas o incluso similares a las leyes morales, si considera la existencia física de forma correcta.

En cuanto entramos en los mundos superiores esto cambia. Cuanto más espirituales son los mundos en los que entramos, más coinciden la ley moral y lo que puede llamarse ley natural en estos mundos. En el mundo físico sabemos que hablamos en sentido figurado cuando decimos de una mala acción que arde en el alma. Sabemos que el fuego natural es algo muy diferente. Pero tal distinción no existe en los mundos suprasensibles, pues allí el odio y la envidia son fuerzas que actúan de tal manera que podemos llamar a sus efectos las "leyes naturales" de ese mundo. El odio y la envidia tienen allí el efecto de que el ser que es odiado o envidiado reacciona sobre el que odia o envidia de una manera consumidora y extinguidora, de modo que se establecen procesos de destrucción que son perjudiciales para el ser espiritual. El amor actúa de tal manera en los mundos espirituales que su efecto es una irradiación de calor que es productiva y útil. Esto ya se puede observar en el cuerpo elemental del hombre. 

Dentro del mundo de los sentidos, la mano que comete una acción inmoral debe explicarse en su actividad según la ley natural de la misma manera que una mano que sirve a la moral.  Pero ciertas partes elementales del hombre permanecen sin desarrollar, cuando no existen los correspondientes sentimientos morales. Y debemos atribuir la formación imperfecta de los órganos elementales por causa de cualidades morales imperfectas, del mismo modo que los procesos naturales se explican por causa de la ley natural. Por otra parte, nunca debemos sacar de la imperfección del desarrollo de un órgano físico la conclusión de que la parte correspondiente del cuerpo elemental debe estar imperfectamente desarrollada. Debemos tener siempre presente que en los diferentes mundos prevalecen diferentes tipos de leyes. Una persona puede tener un órgano físico imperfectamente desarrollado; pero al mismo tiempo el órgano elemental correspondiente puede ser no sólo normalmente perfecto, sino más perfecto en la misma medida en que el físico es imperfecto. La diferencia entre el mundo suprasensible y el físico se presenta de manera significativa en todo lo que se refiere a las ideas de belleza y fealdad. La forma en que estas ideas se emplean en la existencia física pierde toda su importancia tan pronto como entramos en los mundos suprasensibles. Bello, por ejemplo, sólo puede llamarse bello aquel ser que logra comunicar todas sus experiencias interiores a los demás seres de su mundo, de modo que éstos puedan participar en la totalidad de su experiencia.

La capacidad de manifestar todo lo que vive en uno mismo, y de no tener que ocultar nada, podría llamarse en los mundos superiores "bella". Y en estos mundos esta concepción de la belleza coincide completamente con la de la sinceridad sin reservas, de la manifestación honesta de lo que un ser lleva dentro. Del mismo modo, podría llamarse feo a aquel ser que no quiere mostrar exteriormente su propio contenido interior, y que retiene su propia experiencia y se oculta de los demás seres con respecto a ciertas cualidades. Un ser así se aleja de su entorno espiritual. Esta concepción de la fealdad coincide con la de la manifestación insincera de uno mismo. Mentir y ser feo son realidades que en el mundo espiritual son idénticas, de modo que un ser que se muestra feo es un ser engañoso.

Lo que se conoce en el mundo físico como deseos y anhelos también aparece con un significado muy diferente en el mundo espiritual. Los deseos que en el mundo físico surgen de la naturaleza interna del alma humana no existen en el mundo espiritual. Lo que puede llamarse deseos en ese mundo se enciende por lo que se ve fuera del ser en cuestión. Un ser que debe sentir que no tiene una determinada cualidad, que, según su naturaleza, debería tener, contempla a otro ser dotado de esa cualidad, y además no puede evitar tener a este otro ser siempre delante de él. Así como en el mundo físico el ojo ve naturalmente lo que es visible, en el mundo suprasensible la falta de una cualidad lleva siempre al ser a la vecindad de otro ser dotado de la cualidad en cuestión. Y la visión de este otro ser se convierte en un reproche continuo que actúa como una fuerza real, haciendo que el ser, que está obstaculizado por la falta, desee enmendarla. Esta es una experiencia muy diferente a la de un deseo en el mundo físico; pues en el mundo espiritual el libre albedrío no se ve interferido por tales circunstancias. Un ser puede oponerse a lo que la visión de otra cosa suscite en él. Entonces logrará, gradualmente, apartarse de su modelo.

La consecuencia, sin embargo, será que el ser que se opone a su modelo se verá abocado a mundos en los que las condiciones de existencia serán peores que las que le habrían sido dadas en el mundo para el que estaba en cierto modo predestinado.

Todo esto muestra al alma que su mundo de conceptos debe transformarse al entrar en los reinos suprasensibles. Las ideas deben ser cambiadas, ampliadas y mezcladas con otras si queremos describir correctamente el mundo suprasensible. Esa es la razón por la que las descripciones de los mundos suprasensibles dadas en términos del mundo físico sin ninguna alteración o transformación son siempre insatisfactorias. Podemos darnos cuenta de que es el resultado de un sentimiento humano correcto, cuando utilizamos, dentro del mundo físico - más o menos simbólicamente o incluso como inmediatamente aplicables - ideas que sólo se vuelven plenamente significativas con respecto a los mundos suprasensibles. Así, podemos sentir realmente que la mentira es fea, pero en comparación con el carácter de esta idea en el mundo suprasensible, tal uso de las palabras en el mundo físico es sólo un reflejo, resultante del hecho de que todos los diferentes mundos están relacionados entre sí, y estas relaciones son tenuemente sentidas e inconscientemente percibidas en el mundo físico. Sin embargo, debemos recordar que en el mundo físico una mentira, que sentimos como fea, no es necesariamente fea en su aspecto exterior, y que sería una confusión de ideas si explicáramos la fealdad en la naturaleza física como el resultado de la mentira. Sin embargo, en el mundo suprasensible, cualquier cosa falsa, vista en su justa medida, nos impresiona como fea en apariencia. También aquí hay que tener en cuenta los posibles engaños y protegerse de ellos. El alma puede encontrarse con un ser en el mundo suprasensible que puede ser calificado, con razón, de malo, aunque se manifieste en una forma que debe ser calificada de bella si se juzga según la idea de lo bello que traemos del mundo físico. En tal caso, no podremos juzgar correctamente antes de haber penetrado en el corazón del ser en cuestión. Entonces descubriremos que la manifestación "bella" no era más que una máscara que no armoniza con la naturaleza del ser, y entonces lo que creíamos bello -según las ideas tomadas del mundo físico- se imprime con especial fuerza en nuestra mente como feo. Y en cuanto esto ocurra, el ser "malo" ya no podrá engañarnos con su "belleza". Tiene que revelarse a quien lo contempla en su verdadera forma, que sólo puede ser una expresión imperfecta de lo que es en su interior. Tales fenómenos del mundo suprasensible hacen especialmente evidente cómo deben transformarse las concepciones humanas cuando entramos en ese mundo.

Traducido por J.Luelmo junio2021