GA131 Karlsruhe 14 de octubre de 1911 El camino esotérico hacia Cristo a través de la iniciación.

     Índice


RUDOLF STEINER

 El camino esotérico hacia Cristo a través de la iniciación.


Karlsruhe 14 de octubre de 1911

Ayer intentamos describir el camino hacia Cristo que todavía puede seguirse hoy en día, al igual que en épocas anteriores, por medios exotéricos. A continuación nos referiremos brevemente al camino esotérico, camino que conduce hacia Cristo de tal manera que se le pueda encontrar en los mundos suprasensibles.
En primer lugar debemos señalar que este camino esotérico hacia Cristo Jesús fue también el camino de los evangelistas, aquellos que escribieron los Evangelios. Pues, aunque el escritor del Evangelio de Juan fue testigo de muchos de los acontecimientos que describe, -como se puede ver en el ciclo de conferencias sobre este Evangelio-, su objetivo principal no era simplemente relatar lo que recordaba, pues esto sólo se aplica a los detalles minuciosos y exactos que nos sorprenden de su Evangelio. Los grandes, majestuosos y culminantes rasgos de la obra redentora, del Misterio del Gólgota, fueron extraídos por el escritor de este Evangelio también de su conciencia clarividente. Por consiguiente, aunque los Evangelios son en realidad rituales de Misterio revividos, -esto se muestra en mi Cristianismo como Hecho Místico,- lo son porque los escritores de los Evangelios, siguiendo su camino esotérico, pudieron procurarse a sí mismos del mundo suprasensible una imagen de los acontecimientos en Palestina que conducían al Misterio del Gólgota. Desde el Misterio del Gólgota hasta nuestros días, una persona que pretendiese llegar a una experiencia suprasensible del Acontecimiento Crístico, tenía que pasar por las etapas que se describen en ciclos de conferencias anteriores como las siete etapas de nuestra Iniciación Cristiana, a saber: El Lavatorio de Pies; La Flagelación; La Coronación de Espinas; La Muerte Mística; El Entierro; La Resurrección; La Ascensión. Hoy nos proponemos aclarar lo que el alumno puede alcanzar al pasar por esta Iniciación Cristiana.
En primer lugar, un punto esencial. Como pueden ustedes comprobar leyendo las conferencias sobre este tema, la Iniciación Cristiana es muy diferente del método incorrecto de Iniciación descrito en la primera conferencia de este curso. En la Iniciación Cristiana se invocan primero ciertos sentimientos que pertenecen a la humanidad en general, y que conducen a una Representación del Lavatorio de los Pies. Así pues, la imagen de esto en el Evangelio de Juan no es lo primero que se representa; el aspirante comienza tratando de vivir durante mucho tiempo con ciertos sentimientos y percepciones. A menudo he descrito esto diciendo que la persona interesada debería contemplar la planta, que crece del suelo mineral, absorbiendo los materiales del reino mineral y, sin embargo, se eleva por encima de este reino como un ser más elevado que el mineral. Si la planta pudiera hablar y sentir, se inclinaría ante el reino mineral y diría: "Ciertamente yo estaba destinado dentro de la economía del Cosmos a alcanzar un estadio superior al tuyo, Mineral, pero tú me das la posibilidad de existir. En el orden de los seres eres ciertamente un ser inferior a mí, pero tengo que agradecerte mi existencia, y me inclino humildemente ante ti'. Del mismo modo, el animal tendría que inclinarse ante la planta, aunque la planta sea un ser inferior al animal, y decir: "Te agradezco mi existencia, la reconozco con humildad y me inclino ante ti". De la misma manera, cada ser que asciende debe inclinarse ante el que está por debajo, y también el que ha ascendido por una escala espiritual a un nivel superior debe inclinarse ante los seres que lo han hecho posible.
Una persona que se impregna del sentimiento de humildad respecto a los seres inferiores, que incorpora plenamente este sentimiento en su propio ser y lo deja vivir allí durante meses, tal vez incluso durante años, verá que se extiende por su organismo y lo impregna de tal manera que experimenta una transformación de este sentimiento en una Imaginación. Y esta Imaginación corresponde exactamente a la escena representada en el Evangelio de Juan como el Lavatorio de Pies, donde Cristo Jesús, que es la Cabeza de los Doce, se inclina hacia los que están aquí debajo de Él en el orden del mundo físico, y con humildad reconoce que agradece a los que están debajo de Él la posibilidad de su ascensión superior. Él reconoce ante los Doce: "¡Como el animal agradece a la planta, así os agradezco yo por lo que he podido llegar a ser en el mundo físico! Una persona que se impregna de este sentimiento no sólo llega a imaginar el Lavatorio de los Pies, sino también a tener una sensación bastante pronunciada, como si el agua le lavara los pies. Esto puede sentirse durante semanas: muestra cuán profundamente impregnada está nuestra naturaleza humana de tales sentimientos humanos universales, que sin embargo pueden elevar al hombre por encima de sí mismo.
Además, hemos visto que podemos atravesar la experiencia que conduce a la Imaginación de la Flagelación cuando ponemos ante nosotros vívidamente lo siguiente: "Muchos sufrimientos y dolores me encontraré en el mundo; sí, de todas partes pueden venir sufrimientos y dolores; nadie escapa a ellos. Pero yo endureceré mi voluntad de tal modo que el sufrimiento y el dolor, los azotes que vienen del mundo, puedan hacer lo peor; me mantendré erguido y soportaré resignado mi destino, tal como venga. Porque si no hubiera sucedido como ha sucedido, como lo he experimentado, no habría podido llegar a la altura que he alcanzado". Cuando la persona en cuestión hace de esto una cuestión de su percepción, y vive dentro de ella, siente realmente algo así como dolores agudos y heridas, como golpes de un azote contra su propia piel, y surge la Imaginación como si estuviera fuera de sí misma, y estuviera viéndose azotada según el ejemplo de Cristo Jesús. Siguiendo este ejemplo, se puede experimentar la Coronación de Espinas, la Muerte Mística, etcétera. Esto se ha descrito a menudo.
¿Qué consigue el hombre que busca así experimentar en sí mismo primero las cuatro etapas y luego, cuando su karma es favorable también las otras, haciendo en total siete etapas de la Iniciación Cristiana? De la descripción precedente se deduce que toda la escala de sentimientos por la que pasamos debe fortalecernos y darnos poder, y debe convertirnos en otra naturaleza, de modo que en el mundo nos sintamos fuertes, poderosos y libres, y también capaces de todo acto de amor devoto. En la Iniciación Cristiana, esto debe convertirse para nosotros, en un sentido profundo, en una segunda naturaleza. ¿Qué tiene que ocurrir para ello?
Tal vez no se les haya ocurrido todavía a todos aquellos de ustedes que han leído los ciclos elementales anteriores, y por lo tanto se han encontrado con la Iniciación Cristiana en sus siete etapas, la cual debido a la intensidad de las experiencias que deben experimentarse, los efectos llegan hasta el cuerpo físico. En efecto, por la fuerza y el poder con que atravesamos estos sentimientos, al principio es realmente como si el agua nos lavara los pies, y luego como si nos transfirieran heridas. Sentimos realmente como si las espinas nos oprimieran la cabeza; sentimos todo el dolor y el sufrimiento de la Crucifixión. Tenemos que sentir esto antes de poder experimentar la Muerte Mística, el Entierro y la Resurrección, como también se han descrito. Aunque no hayamos pasado por estos sentimientos con suficiente intensidad, ciertamente tendrán el efecto de que nos volvamos fuertes y llenos de amor en el buen sentido de la palabra. Pero lo que entonces incorporamos sólo puede llegar hasta el cuerpo etérico.
Sin embargo, cuando empezamos a sentir que nuestros pies están como lavados con agua, nuestro cuerpo como cubierto de heridas, entonces hemos tenido éxito en conducir estos sentimientos tan profundamente en nuestra naturaleza que han penetrado hasta el cuerpo físico. En efecto, penetran en el cuerpo físico, y entonces pueden aparecer los estigmas, las marcas de las llagas sangrantes de Cristo Jesús. Conducimos los sentimientos hacia el interior del cuerpo físico y sabemos que desarrollan su fuerza en el propio cuerpo físico. Nos sentimos conscientemente más presos de todo nuestro ser que si las impresiones estuvieran sólo en el cuerpo astral y en el cuerpo etérico. Lo esencial es que a través de un proceso de sentimiento místico trabajamos en nuestro cuerpo físico; y cuando hacemos esto estamos haciendo nada menos que prepararnos en nuestro cuerpo físico para recibir al Phantom que salió de la tumba en el Gólgota. Por lo tanto, trabajamos en nuestro cuerpo físico para hacerlo tan vivo que sienta una relación, una fuerza de atracción hacia el Phantom surgido de la tumba en el Gólgota.
Y aquí quisiera hacer una observación incidental. En la Ciencia Espiritual uno debe acostumbrarse a familiarizarse con los secretos cósmicos y las verdades cósmicas gradualmente. Quien no esté preparado para esperar las verdades pertinentes, no progresará adecuadamente. Por supuesto, a la gente le gustaría tener la Ciencia Espiritual de una vez, preferiblemente en un libro o en un ciclo de conferencias. Pero eso no puede ser así, como verán en un ejemplo. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que, en conferencias anteriores, se describió por primera vez la Iniciación Cristiana? Ustedes oyeron que tal y tal cosa tiene lugar, y que el individuo, a través de los sentimientos que afectan a su alma, trabaja directamente en su cuerpo físico. Todo lo que se decía en aquellas conferencias anteriores tenía por objeto proporcionar algunos elementos para comprender el Misterio del Gólgota, y ahora por primera vez es posible describir cómo un individuo, mediante los ejercicios de sentimiento requeridos en el curso de la Iniciación Cristiana, se vuelve maduro para recibir al Phantom que se alzó de la tumba del Gólgota. Tuvimos que esperar hasta encontrar la unión de lo subjetivo con lo objetivo; y para ello fueron necesarias muchas conferencias preparatorias. Incluso hoy en día hay muchas cosas que sólo pueden indicarse como "verdades a medias". Quien tenga paciencia para continuar con nosotros, -ya sea en ésta o en otra encarnación cada cual según su karma,- habrá visto cómo pudo avanzar desde la descripción del camino místico en sentido cristiano hasta la descripción del hecho objetivo, y así hasta el verdadero significado de esta Iniciación Cristiana, y verá también que aún más elevadas verdades saldrán a la luz desde fuera de la Ciencia Espiritual en el curso de los próximos años o de la próxima era. Así vemos el objetivo, la meta, de la Iniciación Cristiana.
A través de lo que se ha descrito como Iniciación Rosacruz, es decir, lo que un individuo puede tener de ella como Iniciación hoy en día, también se alcanza lo mismo en cierto sentido, sólo que por medios algo diferentes. Se forma un lazo de atracción entre el individuo, en la medida en que está encarnado en un cuerpo físico, y aquello que surgió de la tumba del Gólgota como prototipo real del cuerpo físico. Ahora sabemos, por conferencias anteriores, que estamos en el punto de partida de una época del mundo en la que debemos esperar un acontecimiento que no tendrá lugar en el plano físico, como pasó con el acontecimiento del Gólgota, sino en el mundo suprasensible; un acontecimiento que, sin embargo, está en estrecha y verdadera conexión con el acontecimiento del Gólgota. Este último fue concebido para devolver al hombre su verdadero cuerpo físico de fuerza, el Phantom que había degenerado desde el inicio de la evolución terrestre, y para cuya devolución tuvieron que producirse una serie de acontecimientos en el plano físico; pero para lo que va a suceder ahora no es necesario un acontecimiento en el plano físico. Una encarnación del Ser-Crístico en un cuerpo humano de carne sólo pudo tener lugar una vez en el curso de la evolución terrestre. Cuando la gente anuncia una repetición de la encarnación de este Ser, significa simplemente que no se comprende al Ser de Cristo.
El acontecimiento que está por venir, que sólo puede ser observado en un mundo suprasensible, ha sido descrito con las palabras: Cristo se convierte para los hombres en el Señor del Karma". Esto significa que en el futuro el ordenamiento de las cuestiones kármicas se realizará a través de Cristo. Los hombres del futuro sentirán cada vez más: "Atravieso la puerta de la muerte con mi cuenta kármica. De un lado están mis buenas, inteligentes y hermosas acciones, mis inteligentes, hermosos, buenos pensamientos; del otro lado está todo lo malo, perverso, estúpido, tonto y repugnante. Pero Aquel que en el futuro tendrá el oficio de Juez para las encarnaciones que seguirán en la evolución humana, a fin de poner orden en esta cuenta kármica de los hombres, ¡es el Cristo!". Y, en verdad, tenemos que imaginarlo de la siguiente manera:
Después de atravesar la puerta de la muerte, volveremos a encarnar en un período posterior. Entonces tendremos que encontrarnos con acontecimientos a través de los cuales nuestro karma podrá ser equilibrado, pues cada hombre debe cosechar lo que ha sembrado. El karma es una ley justa. Pero lo que la ley kármica tiene que cumplir no existe solamente para los hombres individuales. El karma no sólo equilibra las cuentas de cada 'yo', sino que en todos los casos el equilibrio debe estar dispuesto de tal manera que esté en la mejor concordancia posible con las preocupaciones del mundo entero. Debe permitirnos dar toda la ayuda posible al avance de la humanidad en la tierra. Para ello necesitamos la iluminación, no sólo el conocimiento de que debe producirse el cumplimiento kármico de nuestra acción. El cumplimiento puede tomar una forma que será más o menos útil para el progreso general de la humanidad. Por lo tanto, debemos elegir aquellos pensamientos, sentimientos o percepciones que saldarán nuestro karma y, al mismo tiempo, servirán al progreso colectivo de la humanidad. En el futuro corresponderá a Cristo poner el equilibrio de nuestro karma en consonancia con el karma general de la Tierra y el progreso general de la humanidad. Y esto ocurre principalmente en el tiempo entre la muerte y el nuevo nacimiento. Pero también se preparará en la época a la que ahora nos acercamos, ante cuya puerta nos encontramos, porque los hombres adquirirán cada vez más la capacidad de una experiencia especial. Muy pocos son capaces de ello ahora, pero desde mediados de este siglo en adelante, a lo largo de los próximos 1.000 años, cada vez más personas tendrán la siguiente experiencia.
Una persona ha hecho esto o aquello. Se sentirá obligado a reflexionar sobre su acción, y algo parecido a una imagen onírica, que surge en su mente, le causará una impresión bastante notable. Se dirá a sí mismo: "No puedo identificar esto como un recuerdo de algo que haya hecho yo, pero lo siento como una experiencia propia". Estará ante él como una imagen onírica, estrechamente relacionada con él, pero no podrá recordar que la haya experimentado o hecho en el pasado. Si es antropósofo, comprenderá el asunto; de lo contrario, tendrá que esperar hasta que llegue a la Antroposofía y aprenda a comprenderlo. El antropósofo sin embargo sabrá que: Esto que ves es una imagen que se cumplirá en el futuro, como consecuencia aparente de tus actos; el equilibrio de tus actos se te muestra de antemano. Estamos en el comienzo de una época en la que los hombres, directamente después de haber cometido un acto, tendrán una premonición, un sentimiento, tal vez incluso una imagen significativa, de cómo este acto será equilibrado kármicamente.
Así, en estrecha conexión con la experiencia humana, surgirán capacidades mejoradas para la humanidad durante la época venidera. Estas capacidades darán un poderoso estímulo a la moralidad humana, y esto significará algo muy diferente de la voz de la conciencia, que ha sido una preparación para ello. El individuo ya no creerá: "Lo que he hecho morirá conmigo". Lo sabrá exactamente: Mi acción no morirá cuando yo muera; tendrá una consecuencia que vivirá conmigo". Y hay mucho más que el individuo sabrá. El tiempo durante el cual las puertas del mundo espiritual han estado cerradas para los hombres está a punto de terminar. Los hombres deben subir de nuevo al mundo espiritual. El despertar de sus capacidades les permitirá participar en el mundo espiritual. La clarividencia siempre será diferente de esta participación. Así como existió una antigua clarividencia onírica, también existirá en el futuro una clarividencia que no será onírica, la clarividencia de las personas que saben lo que hacen y lo que significa.
También se producirá otra cosa. El individuo sabrá: "No estoy solo. En todas partes hay seres espirituales que están en relación conmigo. Los hombres aprenderán a comunicarse con estos seres y a vivir con ellos. Y en los próximos tres mil años la verdad de que Cristo está actuando como Juez Kármico se hará evidente para un número suficientemente grande de personas. Cristo mismo será experimentado por los hombres como una Forma etérica. Como Pablo ante Damasco, sabrán muy íntimamente que Cristo vive, y es la Fuente para el despertar del prototipo físico que recibimos al principio de nuestra evolución, y que necesitamos si el Yo ha de alcanzar su pleno desarrollo.
Si a través del Misterio del Gólgota sucedió algo que dio el mayor ímpetu a la evolución humana, por otra parte llegó en el momento en que la mente humana, el alma humana, estaban en su condición más oscura. Hubo, en efecto, períodos antiguos de la evolución en los que los hombres podían saber con certeza, porque tenían memoria ancestral, que la individualidad humana pasa por repetidas vidas terrestres. En los Evangelios, la enseñanza de las repetidas vidas terrestres sólo es aparente cuando entendemos los Evangelios y podemos discernir rastros de ella allí. Esa fue la época en que los hombres estaban menos preparados para comprender esta enseñanza. En los últimos tiempos, cuando los hombres buscaban a Cristo por el camino indicado ayer, todo tenía que tomar la forma de una preparación infantil. No se podía entonces hacer conocer a los hombres las experiencias relativas a la reencarnación; no estaban maduros para ello y sólo les habría conducido al error. El cristianismo tuvo que desarrollarse durante casi 2.000 años sin poder indicar la enseñanza de la reencarnación.
En estas conferencias hemos mostrado cuán diferente era en el budismo, y cómo surge en la conciencia occidental el pensamiento de vidas terrenales repetidas como algo evidente. Ciertamente, todavía prevalecen muchos malentendidos; pero ya sea que tomemos esta idea de Lessing o del psicólogo Drossbach, nos damos cuenta de que para la conciencia europea la enseñanza de la reencarnación concierne a la humanidad en general, mientras que en el budismo el individuo considera que la cuestión de cómo va de vida en vida, de cómo puede liberarse de la sed de existencia, concierne sólo a su vida interior personal. El oriental convierte lo que se le da como enseñanza sobre la reencarnación en un camino de redención individual, mientras que para Lessing la cuestión esencial era: "¿Cómo puede avanzar toda la humanidad?". Según Lessing, debemos distinguir sucesivos periodos de tiempo dentro del desarrollo progresivo de la humanidad. En cada época la humanidad recibe algo nuevo. La historia nos enseña que en el curso del desarrollo humano siguen surgiendo nuevas acciones civilizadoras. ¿Cómo podría hablarse de la evolución de toda la humanidad, dice Lessing, si un alma viviera en una sola época? ¿De dónde podrían proceder los frutos de la civilización si los seres humanos no volvieran a nacer, si lo que hubieran aprendido en una época no se trasladara a la siguiente, y sus frutos a la siguiente, y así sucesivamente? 
Por tanto, para Lessing la idea de vidas terrenales repetidas no es tan solo una preocupación del alma individual. Concierne a todo el curso de la civilización terrestre. Y para que pueda surgir una civilización avanzada, un alma que vive en el siglo XIX debe trasladar a su existencia actual todo lo que había adquirido anteriormente. Por el bien de la tierra y de su civilización, los seres humanos deben nacer de nuevo. Este es el pensamiento de Lessing. Pero en este pensamiento de la reencarnación que concierne a toda la humanidad, ha estado trabajando, entretejido en él, el Impulso de Cristo. Porque el impulso de Cristo convierte todo lo que un hombre hace o puede hacer en una acción de relevancia universal, no en algo que le afecte sólo a él como individuo. Sólo puede ser discípulo de Cristo quien dice: 'Lo hago por el más pequeño de los hermanos, porque sé que Tú lo sientes como si yo lo hubiera hecho por Ti'. Puesto que toda la humanidad está ligada a Cristo, el que confiesa a Cristo siente que pertenece a toda la humanidad. Este pensamiento ha penetrado en el pensar, sentir y percibir de toda la raza humana. Y cuando la idea de la reencarnación reapareció en el siglo XVIII, lo hizo como un pensamiento cristiano. Y aunque Widenmann trató la reencarnación torpemente, de forma embrionaria, en su ensayo premiado de 1851 su pensamiento sobre la reencarnación está impregnado del impulso cristiano. Dedica un capítulo especial a mostrar la conexión entre el cristianismo y la enseñanza de la reencarnación.
Fue necesario en la evolución humana que las almas aceptaran primero los otros impulsos cristianos, para que el pensamiento de la reencarnación pudiera llegar a nuestra conciencia en forma madura. Y, en efecto, este pensamiento de la reencarnación se conectará de tal modo con el cristianismo que se sentirá como algo que conduce a la persona a través de encarnaciones sucesivas. Comprenderemos cómo la individualidad, que se pierde completamente según el punto de vista budista -como vimos en la conversación del rey Milinda con el sabio Nagasena-, recibe primero su verdadero contenido al impregnarse de Cristo. Ahora podemos comprender por qué el punto de vista budista, unos 500 años antes de la aparición de Cristo, perdió el yo humano, aunque conservó la enseñanza de las encarnaciones sucesivas. Hemos llegado a una época en la que el organismo humano debe comprender, aceptar, impregnarse del pensamiento de la reencarnación. Pues el progreso de la evolución humana no depende de qué enseñanzas se promulguen o encuentren un nuevo asidero. Otras leyes entran en consideración, y no dependen de nosotros mismos.
En el futuro, la naturaleza humana desarrollará ciertas facultades que tendrán como consecuencia que el individuo, tan pronto como haya alcanzado cierta edad y haya tomado conciencia de sí mismo, tendrá el sentimiento: "Hay algo en mí que debo comprender". Este sentimiento se apoderará cada vez más de los hombres. En épocas pasadas, incluso cuando los seres humanos eran plenamente conscientes de sí mismos, no existía la conciencia que está por venir. Se expresará de alguna manera como sigue: Siento algo dentro de mí que está relacionado con mi yo personal. Extrañamente, no encaja con todo lo que he conocido desde mi nacimiento". Un hombre comprenderá lo que ocurre aquí; otro no. Un hombre lo comprenderá si ha llevado las enseñanzas de la Ciencia Espiritual a su vida. Entonces sabrá: 'Lo que estoy sintiendo ahora me es extraño, porque es el yo que ha venido de vidas anteriores'. Esto oprimirá el corazón, causará miedo y ansiedad, en aquellos que no pueden explicarlo por las repetidas vidas terrenales. Estos sentimientos, que no son meramente una incertidumbre teórica, sino un hambre, un acalambramiento de la vida, desaparecerán a través de las percepciones que nos da la Ciencia Espiritual, que nos dice: "Debes pensar en tu vida como extendida abarcando vidas terrenales anteriores". Entonces los hombres verán lo que significa para ellos experimentar la conexión con el Impulso Crístico. Porque es el Impulso Crístico el que dará vida a toda la visión retrospectiva, a toda la perspectiva del pasado. El hombre sentirá: 'Aquí fue esta encarnación; allí, aquella'. Entonces llegará a un momento más allá del cual será incapaz de ir sin comprender claramente: Las encarnaciones se seguirán en retrospectiva, hasta un tiempo en que el Acontecimiento Crístico aún no existía. Esta iluminación de la visión retrospectiva a través del Impulso Crístico la necesitarán los hombres para su seguridad en el futuro, como una necesidad y una ayuda que puede fluir en encarnaciones posteriores.
Esta transformación del alma humana derivará del Acontecimiento que comienza en el siglo XX y que puede llamarse el segundo Acontecimiento Crístico, de modo que aquellas personas en las que hayan despertado facultades superiores mirarán al Señor del Karma. Algunos de vosotros diréis que cuando tenga lugar el acontecimiento Crístico del siglo XX, muchos de los que ahora viven estarán con los que se han dormido, estarán en el tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento. Pero ya sea que una persona esté viviendo en un cuerpo físico, o en el tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, si se ha preparado para el Acontecimiento de Cristo, lo experimentará. La visión del Acontecimiento Crístico no depende de que estemos encarnados en un cuerpo físico, pero la preparación para el Acontecimiento Crístico sí depende. Así como fue necesario que el primer Acontecimiento Crístico tuviese lugar en el plano físico para que la salvación del hombre pudiese ser realizada, así debe ser hecha la preparación aquí en el mundo físico, la preparación para mirar con plena comprensión, con plena iluminación, el Acontecimiento Crístico del siglo XX. Porque una persona que lo contemple sin estar preparada, cuando sus poderes hayan despertado, no podrá comprenderlo. El Señor del Karma se le aparecerá entonces como un juez temible. Para tener una comprensión iluminada de este Acontecimiento, el individuo debe estar preparado. Con este propósito se ha difundido en nuestro tiempo la concepción antroposófica del mundo, a fin de que los hombres puedan prepararse en el plano físico para percibir el Acontecimiento de Cristo, ya sea en el plano físico o en los planos superiores. Aquellos que no estén suficientemente preparados en el plano físico, y pasen sin preparación por la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, tendrán que esperar hasta que, en la siguiente encarnación, puedan ser preparados aún más por medio de la Antroposofía para la comprensión de Cristo. Durante los próximos 3.000 años se dará a los hombres la oportunidad de pasar por esta preparación, y el propósito de todo el desarrollo antroposófico será hacer a los hombres cada vez más capaces de participar en lo que está por venir.
Así comprendemos cómo el pasado fluye hacia el futuro. Cuando, por ejemplo, recordamos cómo Buda impregnó el cuerpo astral del niño Jesús Nathánico, vemos cómo la actividad de las fuerzas de Buda continuó después de que él mismo ya no necesitara encarnarse de nuevo en la tierra. Y cuando recordamos cómo influencias no directamente relacionadas con Buda actuaron en Occidente, vemos cómo el mundo espiritual penetra en el físico.
Toda esta preparación está relacionada con el hecho de que los hombres se acercan cada vez más a un ideal que surgió en la antigua Grecia, un ideal formulado por Sócrates: que cuando un hombre capta la idea del bien, de lo moral, de lo ético, siente esta idea como un impulso tan mágico que se vuelve capaz de vivir de acuerdo con ella como un ideal. Hoy no estamos tan avanzados como para que este ideal pueda realizarse; sólo estamos tan avanzados que, en determinadas circunstancias, un hombre puede muy bien formarse un concepto del bien; puede ser muy inteligente y sabio y, sin embargo, no necesitar ser moralmente bueno. La dirección de la evolución interior, sin embargo, es tal que las ideas que tenemos del bien se convertirán inmediatamente en impulsos morales. Esa es la intención de la evolución que experimentaremos en los tiempos venideros. Y las enseñanzas dadas en la Tierra serán cada vez más de tal naturaleza que, en el curso de los siglos y milenios futuros, la palabra humana llegará a tener un efecto inimaginablemente mayor que el que tiene ahora o ha tenido nunca en el pasado. Hoy en día, en los mundos superiores, cualquiera puede ver claramente la conexión entre el intelecto y la moralidad; pero todavía no existe un discurso humano que funcione tan mágicamente que, cuando se enuncia un principio moral, se hunda en el hombre como una idea nueva, de modo que lo perciba como directamente moral, y no pueda hacer otra cosa que actuar sobre él como un impulso moral. Después de los siguientes 3.000 años será posible utilizar una forma de discurso que ahora no podría confiarse a nuestras cabezas. Será tal que todo lo intelectual será al mismo tiempo moral, y este elemento moral penetrará en el corazón de los hombres. Durante los próximos 3.000 años, el género humano deberá impregnarse de una moral mágica. De lo contrario, los hombres no serían capaces de soportar tal evolución; sólo harían un mal uso de ella.
Para la preparación especial de una evolución de este tipo debemos fijarnos en una individualidad muy calumniada que vivió alrededor de un siglo antes de nuestra era. Se le menciona, aunque ciertamente de forma distorsionada, en los escritos hebreos como Jeschu Ben Pandira - Jesús el hijo de Pandira. Por las conferencias que se dieron una vez en Berna, algunos de ustedes sabrán que este Jeschu Ben Pandira trabajó en la preparación del Evento de Cristo formando alumnos, entre los cuales había uno que llegó a ser el maestro del escritor del Evangelio de Mateo. Jeschu Ben Pandira, noble figura esenia, precedió a Jesús de Nazaret en un siglo. El propio Jesús de Nazaret sólo se movía entre los esenios, mientras que Jeschu Ben Pandira era totalmente esenio.
¿Quién era Jeschu Ben Pandira?
El sucesor de aquel Bodhisattva que en su última encarnación terrenal se había elevado en su vigésimo noveno año a ser Gautama Buda se incorporó al cuerpo físico de Jeschu Ben Pandira. Todo Bodhisattva que se eleva al rango de Buda tiene un sucesor. Esta tradición oriental se corresponde exactamente con la investigación ocultista. El Bodhisattva que trabajaba en aquella época en la preparación del Acontecimiento Crístico reencarnó una y otra vez. Una de sus reencarnaciones está fijada para el siglo XX. Es imposible hablar aquí más exactamente sobre la reencarnación de este Bodhisattva; algo, sin embargo, se puede decir sobre la forma en que tal Bodhisattva puede ser reconocido.
A través de una ley que será demostrada y explicada en futuras conferencias, es una peculiaridad de este Bodhisattva que cuando reaparece en una nueva encarnación, -y siempre reaparece así en el curso de los siglos,- es bastante diferente en su juventud de lo que llega a ser en sus actividades posteriores. En un momento bastante definido de la vida de este Bodhisattva, siempre tiene lugar algo parecido a una revolución, una gran transformación. Para expresarlo más detalladamente, en un lugar u otro hay un niño más o menos dotado, en el que no se nota que tenga que hacer nada especial como preparación para la futura evolución de la humanidad. Las investigaciones ocultistas confirman que nadie durante su infancia y juventud da tan pocas señales de lo que realmente es como aquel que va a incorporar un Bodhisattva. Pues en cierto momento de su vida se produce en él un gran cambio. Si se incorpora una individualidad del pasado remoto, -Moisés, por ejemplo-, no ocurre con él lo mismo que con la individualidad Crística, a la que Jesús de Nazaret confió sus envolturas. En el caso de un Bodhisattva habrá ciertamente algo así como un intercambio, pero la individualidad permanece en cierto sentido, y la individualidad que viene del pasado remoto, -como patriarca u otra cosa,- y ha de traer nuevas fuerzas para la evolución de la humanidad, desciende, y el ser humano que lo recibe experimenta una inmensa transformación. Esta transformación se produce especialmente entre los treinta y los treinta y tres años. Nunca puede saberse de antemano que este cuerpo será tomado en posesión por el Bodhisattva. El cambio nunca se manifiesta en la juventud. El rasgo distintivo es precisamente que los últimos años son tan distintos de los juveniles.
El que se incorporó a Jeschu Ben Pandira, -el Bodhisattva que se reencarnó repetidas veces y que sucedió a Gautama Buda,- se ha preparado para su encarnación de Bodhisattva, de modo que pueda reaparecer y elevarse a la dignidad de Buda exactamente 5.000 años después de la iluminación de Gautama Buda bajo el árbol bodhi. También en este caso la investigación ocultista concuerda plenamente con la tradición oriental. Por lo tanto, dentro de 3.000 años, este Bodhisattva, mirando hacia atrás en todo lo que ha sucedido en la nueva época, y mirando hacia atrás en el Impulso Crístico y todo lo que está conectado con él, hablará de tal manera que su discurso hará realidad lo que se acaba de describir: la intelectualidad se convertirá directamente en moral. El futuro Bodhisattva, que pondrá todo lo que tiene al servicio del Impulso Crístico, será un Portador del Bien a través del Verbo, a través del Logos. Hablará en un lenguaje que aún no posee ningún hombre, pero un lenguaje que es tan sagrado que aquel que lo habla puede ser llamado Portador del Bien. Esto tampoco se manifestará en su juventud, sino que aproximadamente a los treinta y un años aparecerá como un hombre nuevo, y se entregará como aquel que puede llenarse de una individualidad superior. La experiencia de una sola encarnación en la carne sólo es válida para Cristo Jesús. Todos los Bodhisattvas pasan por varias encarnaciones sucesivas en el plano físico. Este Bodhisattva, dentro de 3.000 años, habrá avanzado tanto que será un Portador del Bien, un Buda Maitreya, que pondrá sus Palabras de Bondad al servicio del Impulso Crístico, que para entonces un número suficiente de hombres habrá hecho parte de su vida. La perspectiva del desarrollo futuro del hombre nos lo dice hoy.
¿Qué fue necesario para que los seres humanos pudieran llegar gradualmente a esta época de la evolución? Esto lo podemos aclarar de la siguiente manera.
Si queremos hacer un cuadro gráfico de lo que sucedió en la antigua Lemuria para la evolución terrestre del hombre, podemos decir: Esa fue la época en que el hombre descendió de las Alturas Divinas: para él estaba establecido que debía seguir desarrollándose de una determinada manera, pero a través de la influencia luciférica fue arrojado más profundamente a la materia de lo que habría sido sin esa influencia. De este modo, su camino evolutivo se volvió diferente.
Cuando el hombre hubo descendido a la etapa más baja, fue necesario un poderoso impulso en dirección ascendente. Este impulso sólo pudo producirse porque en los mundos superiores el Ser que designamos como el Ser Crístico había tomado una resolución que no habría necesitado tomar para Su propia evolución. Pues el Ser Crístico también habría alcanzado Su evolución si hubiera tomado un camino muy, muy por encima del camino que seguían los hombres. Habría podido pasar, por así decirlo, muy por encima de la evolución de la humanidad. Pero si no se hubiera dado el impulso ascendente, la evolución humana se habría visto obligada a continuar su camino descendente. El Cristo habría tenido un ascenso, pero la humanidad un descenso. Sólo porque el Ser Crístico tomó la resolución de unirse a un hombre en la época de los Acontecimientos de Palestina, de encarnarse en un hombre y hacer posible el camino ascendente para la humanidad, sólo así pudo producirse la Redención de la humanidad, como podemos llamarla ahora: redención del impulso traído por las fuerzas luciféricas y designado simbólicamente en la Biblia como "pecado original", la Tentación de la Serpiente y el pecado original que fue su consecuencia. Cristo realizó algo que no era necesario para Él.
¿Qué clase de Acto fue éste?
Fue un acto de Amor Divino. Debemos tener muy claro que ningún sentimiento humano es capaz de comprender la intensidad del amor que fue necesario para que un Dios tomara la decisión, -una decisión que no tenía necesidad de tomar,- de actuar en la Tierra en un cuerpo humano. Así, mediante un acto de amor, se produjo el acontecimiento más importante de la evolución humana. Y cuando los hombres comprendan este acto de amor de un Dios, cuando traten de comprenderlo como un gran ideal en contraste con el cual todo acto humano de amor no puede ser más que pequeño, entonces, a través de este sentimiento de total desproporción entre el amor humano y el Amor Divino necesario para el Misterio del Gólgota, se acercarán a la construcción, al nacimiento dentro de ellos, de esas Imaginaciones que ponen ante nuestra mirada espiritual el trascendental Acontecimiento del Gólgota. Sí, en verdad, es posible alcanzar la Imaginación del monte sobre el que se levantó la Cruz, esa Cruz en la que colgaba un Dios en cuerpo humano, un Dios que por su propia voluntad, por Amor, realizó el acto mediante el cual la tierra y la humanidad pudieran alcanzar su meta.
Si el Dios que se designa con el nombre de Padre no hubiera permitido en un momento dado que las influencias luciféricas llegaran al hombre, el hombre no habría desarrollado el Yo libre. Con la influencia Luciférica, las condiciones para el Yo libre fueron establecidas. Eso tuvo que ser permitido por el Padre-Dios. Pero así como el Yo, en aras de la libertad, tuvo que enredarse en la materia, así también, para que el Yo pudiera liberarse de este enredo, todo el amor del Hijo tuvo que conducir al Acto del Gólgota. Sólo así se hizo posible por primera vez la libertad del hombre, la plena dignidad del hombre. El hecho de que podamos ser seres libres, tenemos que agradecérselo a un Acto Divino de Amor. Como hombres podemos sentirnos seres libres, pero nunca podemos olvidar que por esta libertad tenemos que dar gracias a este Acto de Amor. Entonces, en medio de nuestro sentimiento, surgirá el pensamiento: 'Puedes alcanzar el valor, la dignidad de un hombre; pero una cosa no debes olvidar, que por ser lo que eres tienes que agradecer a Aquel que te ha devuelto tu prototipo humano a través de la Redención en el Gólgota'. Los hombres no deberían poder pensar en la libertad sin pensar en la Redención por medio de Cristo: sólo entonces se justifica el pensamiento de la libertad. Si queremos ser libres, debemos dar gracias a Cristo por nuestra libertad. Sólo entonces podremos percibirla realmente. Y aquellos que consideran que su dignidad de hombres se ve restringida cuando dan gracias a Cristo por ella, deberían reconocer que las opiniones humanas no tienen ninguna importancia frente a los hechos cósmicos, y que un día reconocerán de muy buena gana que su libertad fue conquistada por Cristo.
Lo que hemos podido hacer en estas conferencias no es mucho para comprender mejor el Impulso Crístico y todo el curso de la evolución humana en la Tierra, desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual. Sólo podemos reunir piedras de construcción individuales. Pero si el efecto sobre nuestras almas es algo así como un estímulo renovado para un mayor esfuerzo, para un mayor desarrollo a lo largo del camino del conocimiento, entonces estas piedras habrán hecho su trabajo para el gran templo espiritual de la humanidad. Y lo mejor que podemos llevarnos de un estudio científico-espiritual como éste es que, una vez más hemos aprendido algo hacia una cierta meta, que hemos enriquecido de nuevo algo nuestro conocimiento. Y nuestro gran objetivo es éste: que sepamos con mayor exactitud cuánto nos queda por saber. Entonces estaremos cada vez más impregnados de la verdad del viejo dicho socrático: "Cuanto más aprende un hombre, más sabe lo poco que sabe". Pero esta convicción sólo es buena cuando no es una confesión de resignación pasiva y acomodaticia, sino que testimonia una voluntad y un esfuerzo vivos hacia un conocimiento cada vez más amplio. No debemos reconocer lo poco que sabemos diciendo: "Puesto que no podemos saberlo todo, preferimos no aprender nada; así pues, juntemos las manos sobre el regazo". Ese sería un falso resultado del estudio científico-espiritual. El resultado correcto es sentirse cada vez más inspirado a seguir esforzándose; considerar cada nueva cosa aprendida como un paso hacia el logro de etapas aún más elevadas.
En estas conferencias quizás hemos tenido que decir mucho sobre el pensamiento de la Redención sin utilizar a menudo la palabra. Este pensamiento de la Redención debe ser sentido por un buscador del espíritu como fue sentido por un gran precursor de nuestra Ciencia Espiritual: que está relacionado y confiado a nuestras almas sólo como consecuencia de nuestro esfuerzo por alcanzar las metas más elevadas del conocer, sentir y querer. Y como este gran precursor relaciona la palabra "Redención" con la palabra "esfuerzo" y lo ha expresado en la frase: "Wer immer strebend sich bemüht, den können wir erlösen", * - "Aquel que nunca abandona el esfuerzo, es a él a quien podemos redimir"-, así debe sentirlo siempre el antropósofo. La verdadera Redención sólo puede ser comprendida, sentida y querida en su propio ámbito por alguien que nunca se da por vencido.
Que este ciclo de conferencias -que me ha sido especialmente encomendado, porque en él hay mucho que decir sobre el pensamiento de la Redención- sea un estímulo para nuestros futuros esfuerzos; que nos encontremos cada vez más unidos en nuestros esfuerzos, durante esta encarnación y en las posteriores. Que éste sea el fruto de tales estudios. Con esto concluiremos, llevando con nosotros como estímulo el pensamiento de que debemos esforzarnos continuamente, a fin de que podamos ver lo que es el Cristo, por un lado, y por el otro podamos acercarnos a la Redención, que está siendo liberada no sólo del camino terrestre inferior y del destino terrestre, sino también de todo lo que impide al hombre alcanzar su dignidad como hombre. Pero estas cosas sólo están verdaderamente escritas en los anales de lo Espiritual. Pues la escritura que puede leerse en los reinos espirituales es la única escritura verdadera. Esforcémonos, pues, por leer el capítulo relativo a la dignidad del hombre y a la misión del hombre, en la escritura donde estas cosas están escritas en los mundos espirituales.
Traducido por J.Luelmo dic.2022


* Johann wolfgang von Goethe

GA131 Karlsruhe 13 de octubre de 1911 La relación del individuo con el Impulso Crístico

     Índice


RUDOLF STEINER

La relación del individuo con el Impulso Crístico


Karlsruhe 13 de octubre de 1911

Las conferencias pronunciadas hasta ahora han conducido esencialmente a dos cuestiones. Una se refiere al acontecimiento objetivo relacionado con el nombre de Cristo Jesús; a la naturaleza de ese impulso que, como el Impulso Crístico, entró en la evolución humana. La otra cuestión es: ¿cómo puede un individuo establecer su conexión con el Impulso Crístico? En otras palabras, ¿cómo puede el Impulso Crístico hacerse efectivo para el individuo? Las respuestas a estas dos cuestiones están, por supuesto, interrelacionadas. Porque hemos visto que el Acontecimiento Crístico es un hecho objetivo de la evolución humana en la Tierra, y que algo real, algo actual, sale a nuestro encuentro en la Resurrección. Con Cristo se levantó de la tumba una especie de núcleo-semilla para la reconstrucción de nuestro Phantom humano. Y es posible que este núcleo-semilla se incorpore en aquellos individuos que encuentran una conexión con el Impulso-Cristo.

Ese es el lado objetivo de la relación del individuo con el Impulso Crístico. Hoy queremos añadir el lado subjetivo. Trataremos de encontrar una respuesta a la pregunta: "¿Cómo encuentra ahora el individuo la posibilidad de tomar gradualmente en sí mismo lo que surge a través de la Resurrección de Cristo?

Para responder a esta pregunta, primero debemos distinguir entre dos cosas. Cuando el cristianismo entró en el mundo como una religión, no era meramente una religión para aquellos que deseaban acercarse a Cristo por uno u otro de los caminos espirituales. Debía ser una religión que todos los hombres pudieran aceptar y hacer suya. No era necesario un desarrollo ocultista o esotérico especial para encontrar el camino hacia Cristo. Por lo tanto, debemos fijar nuestra atención primero en ese camino hacia Cristo, el camino exotérico, que toda alma, todo corazón, puede encontrar con el transcurso del tiempo. Luego debemos distinguir este camino del camino esotérico que hasta nuestros días se ha revelado al alma que deseaba buscar al Cristo accediendo a los poderes ocultos. Debemos distinguir entre el camino del plano físico y el camino de los mundos suprasensibles.

En casi ningún otro siglo ha habido tanta oscuridad respecto al camino exterior y exotérico hacia Cristo como en el siglo XIX. Y esta oscuridad aumentó durante la segunda mitad del siglo. Más y más hombres llegaron a perder el conocimiento del camino a Cristo. Aquellos imbuidos del pensamiento de hoy ya no se forman los conceptos correctos, tales conceptos por ejemplo como las almas incluso en el siglo XVIII se formaban en su camino hacia el Impulso Crístico. Incluso la primera mitad del siglo XIX estuvo iluminada por una cierta posibilidad de encontrar el Impulso Crístico como algo real. Pero en su mayor parte, en el siglo XIX, este camino hacia Cristo se perdió para los hombres. Y podemos comprenderlo cuando nos damos cuenta de que nos encontramos al comienzo de un nuevo camino hacia Cristo. Hemos hablado a menudo del nuevo camino que se abre ahora para las almas a través de una renovación del Acontecimiento Crístico. En la evolución humana siempre ocurre que debe alcanzarse una especie de punto bajo en cualquier tendencia antes de que una nueva luz vuelva a surgir. El alejamiento de los mundos espirituales durante el siglo XIX era natural ante el hecho de que en el siglo XX debía comenzar una época completamente nueva para la vida espiritual de los hombres, en el sentido especial que hemos mencionado a menudo.

Para aquellos que han llegado a conocer algo de la Ciencia Espiritual, nuestro Movimiento aparece a menudo como algo totalmente nuevo. Sin embargo, si dejamos de lado el enriquecimiento que los esfuerzos espirituales en Occidente han experimentado recientemente a través de la afluencia de los conceptos de reencarnación y karma, ligados a toda la enseñanza de las vidas terrenales repetidas y su significado para la evolución humana, debemos decir que, en otros aspectos, los caminos hacia el mundo espiritual, similares a nuestro camino teosófico, no son en absoluto nuevos en la historia occidental. Cualquiera, sin embargo, que intente elevarse hacia el mundo espiritual por el camino actual de la Teosofía, se encontrará algo alejado de la manera en que se cultivaba la Teosofía en el siglo XVIII. En aquella época, en esta región (Baden), y especialmente en Württemberg, se estudiaba mucho teosofismo, pero en todas partes faltaba una visión iluminada de la enseñanza relativa a las repetidas vidas terrenas, y de este modo se proyectaba una nube sobre todo el campo del trabajo teosófico. Para aquellos que podían mirar profundamente en las conexiones ocultas, y particularmente en la conexión del mundo con el Impulso Crístico, lo que veían estaba ensombrecido por esta razón. Pero dentro de todo el horizonte de la filosofía cristiana y de la vida cristiana, surgía continuamente algo parecido a los esfuerzos teosóficos. Este esfuerzo hacia la Teosofía estaba activo en todas partes, incluso en los caminos externos y exotéricos de los hombres que no podían ir más allá de compartir externamente la vida de alguna congregación, cristiana o no.
Cómo penetraron los esfuerzos teosóficos en los empeños cristianos lo demuestran figuras como Bengel y Oetinger, que trabajaron en Württemberg, hombres que en toda su manera de pensar -si recordamos que carecían de la idea de la reencarnación- alcanzaron todo lo que el hombre puede alcanzar de puntos de vista más elevados respecto a la evolución, en la medida en que habían hecho suyo el Impulso Crístico. Las bases de la vida teosófica siempre han existido. De ahí que haya mucho de correcto en un tratado sobre temas teosóficos escrito por Oetinger en el siglo XVIII. En el prefacio de un libro sobre la obra de Oetinger, publicado en 1847, Rothe, que enseñaba en la Universidad de Heidelberg, escribió:
Lo que la Teosofía realmente pretende es a menudo difícil de reconocer en el caso de los teósofos más antiguos... pero no está menos claro que la Teosofía, hasta donde ha llegado hoy, no puede reclamar ningún estatus científico y, por lo tanto, no puede extender su influencia más ampliamente. Sería muy precipitado concluir que la Teosofía es sólo un fenómeno efímero, y totalmente injustificable desde un punto de vista científico. La historia ya atestigua lo contrario. La historia nos dice que este fenómeno enigmático nunca ha logrado nada y que, sin embargo, se abre paso continuamente, sin que nadie lo note, unido en sus formas más variadas por la cadena de una tradición que nunca muere.

 Ahora bien, debemos recordar que el hombre que escribió esto se enteró de la Teosofía sólo en los años cuarenta del siglo XIX, tal como había llegado de muchos teósofos del siglo XVIII. Lo que llegó no estaba ciertamente revestido de las formas de nuestro pensamiento científico. Por lo tanto, era difícil creer que la Teosofía de aquella época pudiera afectar a círculos más amplios. Aparte de esto, tal voz, que nos llega de los años cuarenta del siglo XIX, debe parecer significativa cuando dice:

Lo principal es que una vez que la Teosofía se haya convertido en una ciencia real, y por lo tanto haya producido claramente resultados definidos, éstos se convertirán gradualmente en asuntos de convicción general e incluso popular, y serán considerados como verdades aceptadas por personas que no pudieron seguir los caminos mediante los cuales fueron descubiertos y a través de los cuales sólo pudieron ser descubiertos.
Después de esto, ciertamente, viene un párrafo pesimista con el que, en su relación con la Teosofía, ahora no podemos estar de acuerdo. Porque cualquiera que conozca la forma actual de los esfuerzos científico-espirituales estará convencido de que esta Teosofía, en la forma en que aspira a trabajar, puede llegar a ser popular en los círculos más amplios. Por lo tanto, incluso un párrafo como éste puede inspirarnos valor cuando sigamos leyendo:
Por el momento, nos regocijaremos con gratitud en lo que nuestro apreciado Oetinger ha expuesto tan bellamente, y que sin duda puede contar con una recepción comprensiva en un amplio círculo.
Así vemos que la Teosofía era una esperanza piadosa de aquellos que llegaron a conocer algo de la antigua Teosofía que se transmitía desde el siglo XVIII.

Después de esa época, la corriente de la vida teosófica quedó sepultada bajo las tendencias materialistas del siglo XIX. Sólo a través de lo que ahora podemos aceptar como el amanecer de una nueva era nos acercamos de nuevo a la verdadera vida espiritual, y ahora en una forma que puede ser tan científica que en principio todo corazón y toda alma pueden comprenderla. Durante el siglo XIX se perdió completamente la comprensión de algo que los teósofos del siglo XVIII todavía poseían plenamente; lo llamaban Zentralsinn (luz interior). Oetinger, que trabajaba en Murrhard, cerca de Karlsruhe, fue durante un tiempo alumno de un hombre bastante sencillo de Turingia, llamado Voelker, cuyos alumnos sabían que poseía lo que se llamaba "luz interior". ¿Qué era entonces esa "luz interior"? No era otra que la que ahora surge en cada hombre cuando trabaja con seriedad y con energía de hierro en el contenido de mi libro, El Conocimiento de los Mundos Superiores. No era fundamentalmente otra cosa lo que poseía este sencillo hombre de Turingia. Lo que trajo a la existencia -para su época una Teosofía muy interesante- fue la enseñanza que influyó en Oetinger. Es difícil para un hombre de hoy reconciliarse con el conocimiento de que una profundización de la Teosofía ocurrió tan recientemente, y dio lugar a una rica literatura, enterrada aunque sea en bibliotecas y entre anticuarios.
Otra cosa es igualmente difícil para el hombre de hoy: aceptar el Evento Cristico ante todo como un hecho objetivo. ¡Cuántas discusiones hubo sobre este asunto en el siglo XIX! Es imposible en una breve exposición indicar siquiera a grandes rasgos cuán numerosas y diversas son las opiniones del siglo XIX acerca de Cristo Jesús. Y cualquiera que se tome la molestia de investigar más a fondo las opiniones sobre Cristo Jesús, ya sean de teólogos o de profanos, se encontrará con algunas dificultades muy reales, si se consideran las opiniones del siglo XIX sobre esta cuestión en relación con los tiempos en los que aún prevalecían mejores tradiciones. En el siglo XIX se llegó incluso a considerar como grandes teólogos a personas muy alejadas de la aceptación de un Cristo objetivo que entró y actuó en la historia del mundo. Y aquí llegamos a la pregunta: ¿Qué relación con el Cristo puede encontrar un individuo que no toma ningún camino esotérico, sino que permanece enteramente en el campo de lo exotérico?

Mientras nos mantengamos en el punto de vista de aquellos teólogos del siglo XIX que sostenían que la evolución humana puede seguir su curso puramente en el ser interior del hombre, y no tiene nada que ver con el mundo exterior del Macrocosmos, no podremos llegar a una apreciación objetiva de Cristo Jesús; llegaremos a toda clase de ideas grotescas, pero nunca a una relación con el Evento Crístico. Para quien crea que puede alcanzar el más alto ideal humano compatible con la evolución terrestre sólo por un camino interior del alma, por una especie de auto-redención, la relación con el Cristo objetivo es imposible. También podemos decir que dondequiera que la redención del hombre se considere un asunto del que debe ocuparse la psicología, no hay relación con el Cristo. Quien se adentra en los misterios cósmicos, pronto se da cuenta de que cuando un hombre cree que puede alcanzar su ideal más elevado de existencia en la Tierra sólo a través de sí mismo, sólo a través de su propio desarrollo interior, corta por completo su conexión con el Macrocosmos. Tal persona cree que tiene ante sí el Macrocosmos como una especie de Naturaleza, y que su desarrollo anímico interior, al lado del Macrocosmos, es algo paralelo a él. Pero no puede encontrar una conexión entre ambos. Esto es precisamente lo terriblemente grotesco de la evolución del siglo XIX. La conexión que debería existir entre el Microcosmos y el Macrocosmos se ha roto. Si esto no hubiera ocurrido, no habríamos visto todos esos malentendidos que han surgido en torno a los términos "materialismo teórico", por una parte, e "idealismo abstracto", por otra. Basta pensar que la separación entre microcosmos y macrocosmos ha llevado a hombres que se preocupan poco de la vida interior del alma a asignarla, al igual que la vida exterior del cuerpo, al macrocosmos, sometiéndolo así todo a procesos materiales. Otros, conscientes de que existe, sin embargo, una vida interior, han caído poco a poco en abstracciones relativas a todo lo que tiene importancia para el alma humana.
Para aclarar este difícil asunto, recordemos algo muy significativo que se aprendió en los Misterios. Cuántas personas creen hoy en su conciencia más íntima que: "Si pienso algo -por ejemplo, si tengo un mal pensamiento sobre mi vecino-, no tiene ninguna importancia para el mundo exterior; el pensamiento sólo está dentro de mí. Tiene un significado muy distinto si le doy un bofetón en las orejas. Esto es algo que ocurre en el plano físico; lo otro es un mero sentimiento o un mero pensamiento". O también, cuántas personas hay que, cuando caen en un pecado o en una mentira o en un error, dicen: 'Esto es algo que sucede en el alma humana.' Y, por el contrario, si cae una piedra del tejado: "Esto es algo que ocurre externamente". Y explicarán fácilmente, utilizando conceptos sensoriales rudimentarios, que cuando una piedra cae, tal vez accidentalmente, en el agua, crea ondas que se extienden a lo largo y ancho, de modo que todo produce efectos que continúan sin ser observados; pero todo lo que ha ocurrido en el alma está aislado del mundo exterior. Por lo tanto, se podría llegar a creer que pecar, equivocarse y luego volver a enmendarse es algo que concierne exclusivamente al alma individual. Para cualquiera que tenga una visión de este tipo, algo que muchos de nosotros hemos presenciado en los últimos dos años debe parecer grotesco.

Permítanme recordarles la escena del drama rosacruz, El Portal de la Iniciación, donde Capesius y Strader entran en el mundo astral, y se muestra que lo que piensan, hablan y sienten no carece de importancia para el mundo objetivo, el Macrocosmos, sino que en realidad libera tormentas en los elementos. Para el hombre moderno es absurdo suponer que fuerzas destructivas puedan golpear al Macrocosmos por el hecho de que alguien haya tenido pensamientos erróneos. En los Misterios se dejaba muy claro al alumno que cuando, por ejemplo, alguien dice una mentira o cae en el error, se trata de un proceso real que no le concierne sólo a él. Los alemanes dicen "Los pensamientos están libres de impuestos", porque no ven ninguna barrera aduanera cuando surgen los pensamientos. Los pensamientos pertenecen al mundo objetivo; no son meras experiencias del alma. El alumno del Misterio veía lo siguiente: Cuando dices una mentira, significa en el mundo suprasensible el oscurecimiento de cierta luz; cuando perpetras una acción sin amor, algo en el mundo espiritual se quema en el fuego del desamor; con los errores apagas la luz en el Macrocosmos'. El efecto se mostraba al alumno por medio de la experiencia objetiva: cómo, por un error, algo se apaga en el plano astral, y le siguen las tinieblas; o cómo por una acción sin amor algo actúa como un fuego ardiente y destructor.

En la vida exotérica el hombre no sabe lo que sucede a su alrededor. Es como un avestruz con la cabeza en la arena; no ve los efectos que, sin embargo, están ahí. Los efectos del sentimiento están ahí, y serían visibles a la vista suprasensible si el hombre fuera conducido a los Misterios. Hubo que esperar hasta el siglo XIX para que alguien dijera: "Todo aquello en lo que el hombre ha pecado, todo aquello en lo que es débil, es sólo asunto suyo. La redención debe producirse a través de una experiencia en el alma, y así también Cristo sólo puede ser una experiencia en el alma'. Lo que es necesario, para que el hombre no sólo encuentre su camino hacia Cristo, sino que no rompa su conexión con el Macrocosmos, es el conocimiento: 'Si incurres en error y pecado, éstos son acontecimientos objetivos, no subjetivos, y a causa de ellos algo sucede fuera en el Cosmos.' Y en el momento en que un hombre se hace consciente de que con su pecado, con su error, sucede algo objetivo; cuando sabe que lo que ha hecho, lo que ha dado de sí, no está conectado únicamente consigo mismo, sino con todo el curso objetivo del desarrollo cósmico, entonces ya no podrá decirse a sí mismo que la compensación por lo que ha provocado es sólo una preocupación interior del alma. Existe, en efecto, una buena y significativa posibilidad de que un hombre que ve que los pensamientos y los sentimientos son objetivos pueda ver también que lo que ha traído y trae errores a través de sucesivas vidas terrenas no es un asunto interior relacionado con una sola vida, sino que es consecuencia del karma.
Ahora bien, un acontecimiento que estaba fuera de la historia y fuera de la responsabilidad humana, como fue la influencia luciférica en el antiguo período lemúrico, no podía ser expulsado del mundo por un acontecimiento humano. Con el acontecimiento luciférico, el hombre obtuvo un gran beneficio: se convirtió en un ser libre. Pero también incurrió en una responsabilidad: la propensión a desviarse del camino de lo bueno y lo correcto, y del camino de lo verdadero. Lo que ha sucedido en el transcurso de las encarnaciones es una cuestión de karma. Pero todo lo que se ha deslizado del Macrocosmos al Microcosmos, todo lo que las fuerzas luciféricas han dado al hombre, es algo de lo que el hombre no puede ocuparse por sí mismo. Para compensar el acontecimiento objetivo luciférico, era necesario otro acto objetivo. En resumen, el hombre debe sentir que lo que incurre como error y pecado no es meramente subjetivo, y que una experiencia en el alma meramente subjetiva no es suficiente para llevar a cabo la Redención.

Quien esté convencido de la objetividad del error, comprenderá así también la objetividad del acto de la Redención. No se puede de ninguna manera tratar la influencia luciférica como un acto objetivo sin tratar de la misma manera el acto compensatorio, el Acontecimiento del Gólgota. El teósofo sólo puede elegir entre dos cosas. Todo puede basarse en el karma; por supuesto, eso es muy correcto en lo que se refiere a todo lo que el hombre mismo ha provocado. Pero entonces nos encontramos con la necesidad de alargar las vidas repetidas hacia delante y hacia atrás tanto como queramos, sin fin en ninguna dirección. Siempre da vueltas y vueltas como una rueda. La otra cosa -la opción alternativa- es la idea concreta de evolución que debemos mantener: que hubo una existencia de Saturno, un Sol y una Luna que fueron muy diferentes de la existencia terrestre; que en la existencia terrestre se produjo por primera vez el tipo de vida terrestre repetida tal como la conocemos; que el acontecimiento luciférico fue un acontecimiento único no repetido -todo esto por sí solo da contenido real a nuestra perspectiva teosófica. Todo esto, sin embargo, es inconcebible sin la objetividad del Acontecimiento del Gólgota.

En los tiempos precristianos, los hombres eran -como ustedes saben- diferentes en varios aspectos. Una diferencia particular era que cuando descendían de los mundos espirituales a las encarnaciones terrenales traían consigo, como sustancia, algo del elemento Divino. Por esta razón, cuando un hombre reflexionaba sobre su propia debilidad, siempre sentía que la mejor parte de él se había originado en la esfera Divina de la que había descendido. Pero el elemento Divino se agotó gradualmente en el curso de las encarnaciones posteriores, y se agotó completamente cuando se acercaron los Acontecimientos de Palestina. Sus últimas secuelas continuaron sintiéndose, pero ya no quedaba nada de él cuando Juan el Bautista declaró: "Cambiad vuestra concepción del mundo, porque los tiempos han cambiado. Ahora ya no podréis elevaros hacia lo espiritual como en el pasado, pues se ha perdido la visión que podía ver en la antigua espiritualidad. Cambiad vuestra manera de pensar y aceptad al Ser Divino que va a dar de nuevo a los hombres lo que han tenido que perder al descender a la tierra". En consecuencia -podéis negarlo si pensáis en abstracto, pero no si miráis la historia en términos concretos-, los sentimientos y las percepciones de los hombres cambiaron por completo en el punto de inflexión de las épocas antigua y nueva, un punto marcado por los Acontecimientos de Palestina.
Después de estos acontecimientos, los hombres empezaron a sentirse abandonados. Se sentían abandonados cuando abordaban las cuestiones más difíciles, las que concernían más directamente a lo íntimo del alma; cuando, por ejemplo, se preguntaban: "¿Qué será de mí cuando atraviese la puerta de la muerte con una serie de actos que no han sido actos buenos?". Entonces les salía al encuentro un pensamiento que, ciertamente, podía nacer del anhelo del alma, pero que sólo podía disiparse cuando el alma podía decirse a sí misma: "Sí, ha vivido un Ser que ha entrado en la evolución de la humanidad y al que puedes adherirte. Él trabaja en el Cosmos exterior, donde tú no puedes ir. Trabaja para compensar tus actos. Él te ayudará a reparar los malos resultados de la influencia luciférica". A través de este sentirse abandonado, y luego sentirse rescatado por un poder objetivo, entra en la humanidad un sentimiento intuitivo de que el pecado es un poder real, un hecho objetivo, y que el Acto de Redención es también objetivo, un acto que no puede ser realizado por un individuo, porque él no ha invocado la influencia luciférica, sino sólo por Aquel que trabaja en los mundos donde Lucifer está conscientemente activo.

Todo lo que he expuesto ante ustedes, en palabras extraídas de la Ciencia Espiritual, no fue captado intelectualmente, como conocimiento. Residía en sentimientos y percepciones intuitivas, y de esta fuente surgió la necesidad de volverse a Cristo. Para aquellos que sentían esta necesidad existía, por supuesto, la posibilidad de encontrar en las comunidades cristianas vías por las que profundizar en todas esas percepciones y sentimientos.

Después de que el hombre perdiera su conexión primigenia con los dioses, ¿qué encontraba cuando miraba al mundo material? A través de su descenso al reino material, su percepción de lo espiritual, de la manifestación física de lo Divino en el cosmos, declinó constantemente. Los restos de la antigua clarividencia se desvanecieron poco a poco, y la naturaleza, para él, quedó en cierto sentido privada de lo Divino. Ante él se extendía un mundo meramente material. Y frente a este universo material no podía de ninguna manera mantener la creencia de que el Principio Crístico estaba actuando allí. La teoría de Kant-Laplace del siglo XIX, según la cual nuestro sistema solar se desarrolló a partir de una nebulosa cósmica, y finalmente surgió la vida en planetas individuales, ha llevado finalmente a considerar el universo como una combinación de átomos. Si intentamos pensar en Cristo en este contexto, tal como lo conciben los científicos materialistas, no tiene sentido. No hay lugar para el Ser Crístico en esta cosmogonía, no hay lugar para nada espiritual. Recuerdan que alguien dijo -les leí el pasaje- que si tuviera que creer en la Resurrección tendría que romper todo su concepto del universo. Esto demuestra que en la contemplación de la Naturaleza, o en el pensamiento sobre la Naturaleza, ha desaparecido toda posibilidad de penetrar en la esencia viva de los hechos naturales.

Cuando les hablo así, no es con ánimo de desaprobación. Tenía que llegar el momento en que la Naturaleza se viera privada de lo Divino, privada del Espíritu, para que el hombre pudiera formular la totalidad de los pensamientos abstractos necesarios para comprender la naturaleza externa, como se lo permitieron las perspectivas de Copérnico, Kepler y Galileo. El entramado de pensamientos que ha conducido a nuestra era de la maquinaria tenía que adueñarse de la humanidad. Por otra parte, era necesario que esta era tuviera una compensación por el hecho de que se había vuelto imposible en la vida exotérica encontrar un camino directo de la Tierra a lo espiritual. Pues si el hombre hubiera podido encontrar este camino, habría podido encontrar el camino hacia Cristo, tal como lo encontrará en los siglos venideros. Tenía que haber una compensación.
La cuestión ahora es: ¿Qué se había hecho necesario como camino exotérico del hombre hacia Cristo durante los siglos en que se fue aceptando gradualmente una concepción atomista del universo, concepción que alejaba cada vez más a la Naturaleza de lo Divino y que en el siglo XIX se convirtió en el estudio de la Naturaleza privada de lo Divino?

Era necesario un doble remedio. Una visión espiritual del Cristo podía encontrarse exotéricamente de dos maneras. Una era mostrar que toda la materia es completamente ajena al ser espiritual interior del hombre. Se le podía mostrar que es falso decir que en todas partes del espacio donde aparece la materia, sólo está presente la materia. ¿Cómo podría ocurrir esto? De ninguna otra manera que dándole al hombre algo que es al mismo tiempo espíritu y materia; algo que él sabe que es espíritu y, sin embargo, ve que es materia. Por lo tanto, la transformación, la transformación eternamente válida, del espíritu en materia, de la materia en espíritu, tenía que continuar como un hecho vital. Y esto sucedió porque la Santa Cena se ha celebrado, se ha mantenido a través de los siglos como un ritual cristiano. Y cuanto más retrocedemos en los siglos hacia la institución de la Santa Cena, más podemos rastrear cómo en los tiempos más antiguos, todavía no tan materialistas, se comprendía mejor.

Con respecto a las cosas más elevadas, cuando la gente empieza a discutir sobre algo, es una prueba, por regla general, de que ya no lo entiende. Incluso los asuntos sencillos, en la medida en que se comprenden, no se discuten mucho. Las discusiones son una prueba de que el punto en cuestión no es comprendido por la mayoría de las personas implicadas. Así ocurrió con la Santa Cena. Mientras se supo que la Santa Cena constituía una prueba viviente de que la materia no es sólo materia, sino que hay actos ceremoniales a través de los cuales el espíritu puede unirse con la materia, mientras se supo que esta compenetración de la materia con el espíritu, tal como se expresa en la Santa Cena, es una unión con el Ser de Cristo, la Santa Cena fue aceptada sin discusión. Pero llegó el tiempo en que surgió el Materialismo, cuando la gente ya no comprendía lo que está en la base de la Santa Comunión. Entonces se discutió si el pan y el vino son meros símbolos de lo Divino, o si el poder Divino fluye realmente en ellos. Para cualquiera que pueda ver más profundamente, todas las disputas que surgieron por este motivo al comienzo de la nueva época significan que se había perdido la comprensión original del ritual. Para aquellos que deseaban llegar a Cristo, la Santa Comunión era un equivalente completo del camino esotérico, si no podían tomar ese camino, y así en la Santa Comunión podían encontrar una unión real con Cristo. Porque todas las cosas tienen su tiempo. Ciertamente, del mismo modo que es verdad que en lo que se refiere a la vida espiritual está amaneciendo una era completamente nueva, también es verdad que el camino hacia Cristo, que durante siglos fue el correcto para muchas personas, seguirá siendo durante siglos más el correcto para muchas. Las cosas se transforman gradualmente unas en otras, y lo que antes era correcto se transformará gradualmente en otra cosa cuando la gente esté preparada para ello.

El objetivo de la Teosofía es trabajar de tal manera que podamos captar en el espíritu mismo algo concreto, algo real. Por medio de la meditación, la concentración y todo lo que aprendemos como conocimiento de los mundos superiores, los hombres llegan a estar maduros en su ser interior no meramente para experimentar pensamientos, sentimientos y percepciones abstractas, sino para impregnarse interiormente con el elemento del Espíritu; así experimentarán la Comunión en el Espíritu; así los pensamientos, los pensamientos meditativos, podrán vivir en el hombre; incluso serán los mismos, sólo que de dentro hacia fuera, como el símbolo de la Santa Comunión, el Pan consagrado, lo ha sido de fuera hacia dentro. Y así como el cristiano no desarrollado puede buscar su camino hacia Cristo a través de la Sagrada Comunión, así el cristiano desarrollado que, a través del conocimiento progresivo del Espíritu ha aprendido a conocer la Forma del Cristo, puede elevarse en espíritu a lo que será en el futuro un camino exotérico para los hombres. Esa será la fuerza que traerá a los hombres una ampliación del Impulso Crístico. Pero entonces cambiarán todas las ceremonias, y lo que antes se realizaba a través de los atributos del pan y del vino, se realizará en el futuro a través de una Comunión espiritual. El pensamiento del Sacramento, la Santa Comunión, permanecerá. Sólo debe hacerse posible que ciertos pensamientos que fluyen hacia nosotros a través de lo que se imparte dentro de nuestro Movimiento, ciertos pensamientos y sentimientos interiores, impregnen y espiritualicen nuestro ser interior - pensamientos y sentimientos tan plenamente consagrados como en el mejor sentido del desarrollo cristiano interior la Santa Comunión ha espiritualizado el alma humana y la ha llenado del Cristo.
Cuando esto sea posible -y lo será- habremos avanzado una etapa más en la evolución. Y entonces veremos la verdadera prueba de que el cristianismo es más grande que su forma externa. En efecto, quien piense que el cristianismo desaparecerá cuando desaparezcan las formas externas del cristianismo de una época determinada, tendrá una mala opinión de él. Una verdadera opinión estará impregnada de la convicción de que todas las Iglesias que han abrigado el Pensamiento Crístico, todos los pensamientos externos, todas las formas externas, son temporales y por lo tanto transitorias, mientras que el Pensamiento Crístico vivirá en formas siempre nuevas en los corazones y en las almas de los hombres en el futuro, por poco que estas nuevas formas sean evidentes hoy. Así, la Ciencia Espiritual nos enseña primero cómo, por un camino exotérico, la Santa Cena tuvo su significado en épocas anteriores.

El otro camino exotérico era a través de los Evangelios. Y aquí también debemos darnos cuenta de lo que los Evangelios fueron para los hombres en tiempos pasados. No hace mucho tiempo que los Evangelios no se leían como en el siglo XIX. En aquellos tiempos se leían como una fuente vivificante de la que algo sustancial pasaba al alma. No se leían de la manera descrita en la primera lección de este curso, cuando hablábamos de un falso camino, sino de tal modo que una persona veía acercarse desde fuera algo por lo que su alma jadeaba de sed; se leían de tal modo que su alma encontraba representado en ellos al verdadero Redentor, de quien el alma sabía que debía estar allí, en el vasto universo.

Aquellos que entendieron cómo leer los Evangelios de esta manera nunca pensaron en hacer las interminables preguntas que primero se convirtieron en preguntas para la gente inteligente y astuta del siglo XIX. Basta recordar cuántas veces, al hablar de estas cuestiones, de una u otra forma, hemos tenido que decir que para personas bastante inteligentes, que tienen toda la ciencia y el saber a su alcance, el pensamiento de Cristo Jesús y los Sucesos de Palestina son verdaderamente incompatibles con la concepción moderna del universo. De forma aparentemente ilustrada dicen que cuando los hombres no eran conscientes de que la tierra es un cuerpo celeste bastante pequeño, podían creer que con la Cruz del Gólgota tuvo lugar un nuevo acontecimiento especial en la tierra. Pero desde que Copérnico enseñó que la tierra es un planeta como los demás, ¿se puede seguir creyendo que Cristo vino a nosotros desde otro planeta? ¿Por qué hemos de creer que la Tierra tiene una situación tan excepcional como se pensaba antes? A continuación se recurre a un símil: Desde que nuestra concepción del universo se ha ampliado tanto, parece como si una de las presentaciones artísticas más importantes hubiera tenido lugar, no en el gran escenario de una capital, sino en el pequeño escenario de algún teatro de provincias". Así es como les parece a estas personas: la Tierra es un pequeño cuerpo cósmico tan insignificante que los acontecimientos de Palestina parecen la representación de un gran drama cósmico en el escenario de un pequeño teatro de provincias. Ya no podemos imaginar tal cosa, ¡porque la tierra es tan pequeña en comparación con el gran universo!
Parece tan inteligente cuando se dice algo así, pero después de todo no hay mucha inteligencia en ello, porque el cristianismo nunca afirmó lo que aquí aparentemente se contradice. El cristianismo nunca ha situado el comienzo del impulso crístico en los magníficos lugares de la tierra. Siempre ha visto una cierta seriedad profunda en el hecho de que el portador del Cristo naciera en un establo entre pobres pastores. No sólo la pequeña tierra, sino un lugar muy oscuro de la tierra, fue buscado en la tradición cristiana para colocar en él al Cristo. El cristianismo respondió desde el primer momento a las preguntas de la gente inteligente. Pero ellos no han comprendido las respuestas que el cristianismo mismo ha dado, porque ya no podían dejar que la fuerza viva de las grandes imágenes majestuosas obrara en el alma.

Sin embargo, sólo a través de las imágenes evangélicas, sin la Santa Cena y todo lo relacionado con ella -pues la Santa Cena está en el centro de todos los cultos cristianos- no se podría haber encontrado un camino exotérico hacia Cristo. Porque los Evangelios no podrían haberse popularizado entonces lo suficiente como para que el hallazgo del camino a Cristo dependiera sólo de ellos. Y cuando los Evangelios se popularizaron, podemos ver que no fue una bendición sin mezcla. Porque al mismo tiempo surgió la gran incomprensión de los Evangelios: se tomaron superficialmente, y entonces surgió todo lo que el siglo XIX hizo de ellos; y de hecho -hablando objetivamente- fue bastante malo. Creo que los antropósofos entenderán lo que quiero decir con "bastante malo". No se trata de una censura, pues no podemos sino reconocer la diligencia que el siglo XIX aportó a la tarea de la investigación científica, incluida toda la labor de las ciencias naturales. Lo trágico es que esta misma ciencia -y cualquiera que esté familiarizado con ella lo reconocerá-, debido a su profunda seriedad y a su tremenda y abnegada laboriosidad, que no cabe sino admirar, ha conducido a una completa escisión y destrucción de lo que deseaba enseñar. Cuando en el curso futuro de la evolución la gente mire hacia atrás a nuestro tiempo, sentirá que es particularmente trágico que los hombres trataran de conquistar la Biblia por medio de una ciencia digna de admiración sin fin - y sólo tuvieran éxito en perder la Biblia.

Vemos, pues, que en lo que concierne a estos dos aspectos de lo exotérico, vivimos en un período de transición, y en la medida en que hemos captado el espíritu de la Teosofía, los antiguos caminos deben desembocar en otros. Y habiendo considerado ahora los caminos exotéricos del pasado hacia el Impulso Crístico, veremos mañana cómo esta relación con Cristo toma forma en el reino de lo esotérico. Concluiremos nuestro estudio mostrando cómo podemos llegar a comprender el Acontecimiento-Cristo no sólo para toda la evolución de la humanidad, sino para cada hombre individual. Podremos repasar el camino esotérico más brevemente, porque hemos reunido piedras de construcción para ello durante los últimos años. Coronaremos nuestros esfuerzos fijando nuestra mirada en la relación del Impulso Crístico con cada alma humana individual.
Traducido por J.Luelmo dic.2022










GA131 Karlsruhe 12 de octubre de 1911 Los dos niños Jesús. La individualidad de Zaratustra.

    Índice


RUDOLF STEINER

Los dos niños Jesús. 

La individualidad de Zaratustra. 


Karlsruhe 12 de octubre de 1911

Ayer indicamos que ahora era necesario responder a la pregunta: ¿Qué ocurrió realmente con aquel Ser que designamos como Cristo Jesús desde el Bautismo por Juan en el Jordán hasta el Misterio del Gólgota? Para responder a esta pregunta en la medida de lo posible, debemos recordar brevemente lo que sabemos por conferencias anteriores acerca de la vida de Jesús de Nazaret, que a los treinta años se convirtió en el portador del Cristo. Los puntos esenciales figuran en mi libro recientemente publicado, La guía espiritual de la humanidad.

Sabemos que en Palestina, en la época que nos ocupa, nacieron no uno sino dos niños Jesús, uno de ellos de la línea salomónica de la Casa de David. Este es el niño Jesús del que habla el Evangelio de Mateo. La peculiar contradicción entre los comienzos de los Evangelios de Mateo y Lucas deriva del hecho de que el escritor del Evangelio de Mateo se ocupó de uno de los hijos de Jesús, el nacido de la línea de Salomón. Luego, casi al mismo tiempo, pero no del todo, nació otro niño Jesús, de la línea de Natán, de la Casa de David.

Lo importante es comprender claramente qué clase de seres eran estos dos niños. La investigación oculta muestra que la individualidad que estaba en el Jesús-niño de Salomón no era otra que Zaratustra. Después de la misión más importante de Zaratustra, de la que hemos hablado en relación con la antigua civilización persa, se había encarnado una y otra vez; por último, durante la civilización babilónico-caldea, y ahora como el niño Jesús salomónico. Esta individualidad de Zaratustra, con todas las grandes y poderosas fuerzas interiores que en la naturaleza de las cosas había traído de encarnaciones anteriores, tenía que encarnar en un cuerpo descendiente de la parte salomónica de la Casa de David; un cuerpo adaptado para trabajar y desarrollar aún más las grandes facultades de Zaratustra, de la manera en que las facultades humanas, cuando ya están en un nivel muy alto, pueden ser llevadas más adelante, en la medida en que pertenecen al ser que va de encarnación en encarnación. Se trata, pues, de un cuerpo humano que no esperó a la edad madura para trabajar estas facultades, sino que pudo hacerlo en un organismo joven, infantil y, sin embargo, poderoso. De ahí que veamos a la individualidad de Zaratustra crecer de tal manera que las facultades del niño se desarrollaron comparativamente pronto. El niño pronto mostró una amplitud de conocimientos que normalmente habría sido imposible a su edad.
Sin embargo, debemos tener muy presente un hecho: el niño Jesús salomónico, a pesar de ser la encarnación de una individualidad tan elevada, no era más que un hombre altamente desarrollado. Por lo tanto, estaba cargado - como hasta el hombre más desarrollado debe estarlo - con ciertas inclinaciones al error y dificultades morales, aunque no exactamente vicios o pecados. Luego sabemos que en su duodécimo año la individualidad de Zaratustra, por un proceso oculto conocido por todos los que se han familiarizado con tales hechos, abandonó el cuerpo del niño Jesús salomónico y pasó al cuerpo del niño Jesús Nathánico. Ahora bien, el cuerpo de este Niño Jesús Nathánico -o, mejor dicho, su triple organización corporal: cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral- estaba formado de una manera muy especial. De hecho, este cuerpo era tal que el niño mostraba capacidades exactamente contrarias a las del niño Jesús salomónico. Mientras que este último era notable por sus grandes dotes en relación con las cosas que se pueden aprender externamente, casi podría decirse que, en este sentido, el niño Jesús-Nathánico carecía de talento. Como ustedes comprenderán, decir esto no implica el más mínimo desprecio. El niño Jesús Nathánico no estaba en condiciones de familiarizarse con los productos de la cultura humana en la tierra. Por el contrario, el hecho notable es que podía hablar nada más nacer. Una facultad que pertenece más bien al cuerpo físico estaba, pues, presente en él desde su nacimiento. Pero -según una buena tradición que puede confirmarse ocultamente- la lengua que hablaba sólo podía ser comprendida por su Madre. Las características más marcadas del niño eran cualidades del corazón. Tenía una inmensa capacidad de amor y una disposición capaz de una inmensa abnegación. Y lo más notable es que, desde los primeros días de su vida, su mera presencia o su contacto tenían efectos benéficos, efectos magnéticos, como podríamos llamarlos hoy en día. Así pues, todas las cualidades del corazón se manifestaban en este niño, realzadas hasta tal punto que podían ejercer una influencia magnética benéfica sobre su entorno.
Sabemos también que en el cuerpo astral de este niño estaban activas las fuerzas que en otro tiempo había adquirido aquel Bodhisattva que se convirtió en Gautama Buda. Sabemos en efecto - y a este respecto la tradición oriental es absolutamente correcta, pues puede ser confirmada por la ciencia oculta - que el Bodhisattva, que al convertirse en Buda cinco siglos antes de nuestra era ya no necesitaba encarnar más en la tierra, trabajaba desde el mundo espiritual sobre todos aquellos que se consagraban a sus enseñanzas. Es característico de tal individualidad, que se eleva a alturas a partir de las cuales ya no necesita encarnarse en un cuerpo de carne, que pueda entonces tomar parte en los asuntos y el destino de nuestra existencia terrestre desde fuera de los mundos espirituales. Esto puede ocurrir de las formas más diversas. De hecho, el Bodhisattva que pasó por su última encarnación en la tierra como Gautama Buda ha tomado parte esencial en la evolución ulterior de la humanidad. Nuestro mundo espiritual humano está continuamente en conexión con todo el resto del mundo espiritual. El ser humano no sólo come y bebe la sustancia de la tierra física, sino que también recibe continuamente alimento espiritual del mundo espiritual. De las formas más variadas, las fuerzas fluyen continuamente hacia la existencia física terrenal desde el mundo espiritual. Tal afluencia de las fuerzas que Buda se había ganado para sí mismo, llegó a la corriente más amplia de la humanidad a través del hecho de que las fuerzas de Buda impregnaron el cuerpo astral del niño Jesús Nathánico. También sabemos, por conferencias anteriores, que las palabras que aún hoy tenemos como mensaje de Navidad - "Lo Divino se revela desde las alturas, y en la tierra la paz se extenderá en los corazones de los hombres de buena voluntad"- se originan en esencia en la influencia que fluyó hacia la evolución humana a través de la inmersión de los poderes búdicos en el cuerpo astral del niño Jesús-Nathánico.
Vemos, pues, a las fuerzas búdicas trabajando en la corriente de la existencia terrestre que se inició en los acontecimientos de Palestina. Y es interesante que precisamente las investigaciones realizadas por el ocultismo occidental en años bastante recientes hayan conducido al reconocimiento de una conexión muy importante entre la civilización europea y las fuerzas búdicas. Durante mucho tiempo estas fuerzas búdicas han estado trabajando desde los mundos espirituales, particularmente sobre todo lo que en la civilización occidental es impensable sin la influencia específica del cristianismo. Todas esas corrientes filosóficas que se han desarrollado durante los últimos siglos hasta el siglo XIX, en la medida en que son corrientes espirituales occidentales, están impregnadas por el Impulso Crístico, pero el Buda siempre ha estado trabajando en ellas desde fuera de los mundos espirituales. Por lo tanto, lo más importante que la humanidad europea puede recibir hoy de Buda no depende de la transmisión de la enseñanza que Buda dio a los hombres unos 500 años antes de la era cristiana, sino de lo que ha llegado a ser desde entonces. Porque Buda no ha permanecido estancado, sino que ha progresado, y es a través de este progreso, como ser espiritual en los mundos espirituales, que ha podido participar, en el sentido más elevado, en la evolución ulterior de la civilización occidental. El resultado de nuestra propia investigación ocultista armoniza de un modo maravilloso con mucho de lo que se sabía anteriormente, antes de que esta importante influencia pudiera ser investigada de nuevo. Pues sabemos que la misma individualidad que apareció como Gautama Buda en Oriente había trabajado anteriormente en Occidente, y que ciertas leyendas y tradiciones relacionadas con el nombre de Buda o Wotan tienen que ver con esta misma individualidad, al igual que el budismo con Gautama Buda en Oriente; de ahí que el mismo campo de acción en la evolución humana que había sido preparado anteriormente por la misma individualidad haya sido ocupado de nuevo en cierto sentido. Así se entrelazan los caminos tomados por las corrientes espirituales dentro de la evolución de la humanidad.
Hoy lo más importante para nosotros es establecer que en el cuerpo astral del niño Jesús descrito por Lucas tenemos a las fuerzas búdicas actuando. Y cuando este niño Jesús Nathánico tenía doce años, la individualidad de Zaratustra pasó a su ser triple.
¿Por qué, entonces, este niño Jesús tenía las notables cualidades que acabamos de caracterizar? Porque no era una individualidad humana como las demás, sino en cierto sentido muy diferente, y para comprenderlo debemos remontarnos a la antigua época lemúrica en la que, estrictamente hablando, comenzó la evolución terrestre del hombre. Debemos comprender claramente que todo lo anterior a la época lemúrica no era en realidad más que una repetición de los períodos de Saturno, Sol y Luna. Sólo en la época Lemúrica se estableció en el hombre la primera condición germinal como potencialidad, para que durante la evolución terrestre pudiera recibir el cuarto miembro de su ser, el Yo. Podemos decir que la extensión de la humanidad sobre la Tierra -un tema tratado con más precisión en la Ciencia Oculta en Esbozo- debe remontarse a ciertos antepasados humanos en el período Lemúrico, el período con el que nuestra Tierra actual tuvo su comienzo.
Sólo después de cierto momento de este período lemúrico podemos hablar correctamente, en un sentido moderno, de la raza humana. Antes de esto, esos Yoes que desde entonces han continuado encarnándose no estaban presentes en los hombres de la Tierra. Todavía no estaban separados de la sustancia de la Jerarquía que había dado origen al Yo humano: la Jerarquía de los Espíritus de la Forma. Ahora podemos imaginarnos - la investigación oculta lo demuestra - que parte de la sustancia de los Espíritus de la Forma entró en las encarnaciones de los hombres para la construcción del Yo humano. Pero cuando a su debido tiempo el hombre fue entregado a sus encarnaciones físicas en la Tierra, algo fue retenido. Cierta sustancia del Yo no fue introducida en la corriente de encarnaciones físicas. Si tuviéramos que representar la corriente de encarnaciones humanas físicas, comenzando con aquel a quien la Biblia llama "Adán", el progenitor de la raza humana, tendríamos que dibujar un árbol genealógico con amplias ramas. En lugar de ello, imaginemos simplemente que la sustancia vertida desde los Espíritus de la Forma fluye ahora hacia adelante, pero que algo fue retenido: un Yo que ahora estaba protegido de entrar en encarnaciones físicas. En su lugar, este Yo preservó la forma, la substancialidad, que el hombre había tenido antes de proceder a su primera encarnación terrenal. Este Yo vivía coetáneamente con el resto de la humanidad, y en esa época de la que estamos hablando ahora, cuando iba a tener lugar el Acontecimiento de Palestina, todavía estaba en la misma condición que estaba el Yo de Adán antes de su primera encarnación en la carne, si queremos decirlo de conformidad con la Biblia.
Al examinar lo que la ciencia oculta sabe acerca de este Yo -lo cual, naturalmente, para el hombre moderno es algo extremadamente insensato- vemos que este Yo, que estaba, por así decirlo, retenido "en reserva", fue entregado al cuidado de los Santos Misterios a lo largo de los tiempos atlantes y post-atlantes. Fue preservado en un importante centro de Misterios, como en un tabernáculo, y debido a esto tenía características bastante especiales; no fue tocado por todo lo que un Yo humano podría haber aprendido en la Tierra. Por lo tanto, no había sido tocado por ninguna influencia luciférica o ahrimánica; era algo que podemos considerar, en contraste con otros yoes humanos, como una esfera vacía, completamente virginal con respecto a todas las experiencias terrestres - una nada, un negativo, en este sentido. De ahí que pareciera como si el niño Nathánico, descrito en el Evangelio de Lucas, no tuviera realmente ningún Yo; como si sólo consistiera en cuerpo físico, etérico y astral. Y es bastante adecuado si al principio decimos que un Yo, desarrollado como los Yoes se habían desarrollado en los tiempos atlantes y post-atlantes, no existía en absoluto en el niño Jesús de Lucas.

Hablamos en el verdadero sentido de las palabras cuando decimos que en el Jesús-niño de Mateo nos encontramos con un ser completamente humano; mientras que en el Jesús-niño Nathánico del Evangelio de Lucas nos encontramos con un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral que están interrelacionados en la unidad armoniosa que pertenecía al hombre cuando emergió de las evoluciones de Saturno, Sol y Luna. De ahí que este niño Jesús, como nos dice el Registro Akáshico, no tenía talento para todo lo que la cultura humana había desarrollado. No podía recibirlo porque nunca había estado entre ella. Las capacidades externas y las adaptaciones a la existencia son el resultado de ciertas experiencias en encarnaciones anteriores. Cualquiera que nunca hubiera compartido tales experiencias se mostraría sin talento para todo lo que los hombres han logrado durante la evolución terrestre. Si el niño Jesús Nathánico hubiera nacido en nuestra época, habría estado totalmente desprovisto de talento para aprender a escribir, ya que en los tiempos adámicos la escritura era desconocida. Por el contrario, el niño Jesús de Lucas reveló en alto grado las cualidades que había traído consigo, cualidades que no habían caído en decadencia por la influencia luciférica. Aún más interesante es el notable lenguaje que hablaba.

Aquí debemos recordar algo que mencioné en La Guía Espiritual de la Humanidad: que los idiomas que ahora están esparcidos por la tierra surgieron comparativamente tarde en la evolución: fueron precedidos por lo que verdaderamente puede llamarse un idioma humano primitivo. Son los espíritus desunidores del mundo luciférico y ahrimánico los que han hecho muchas lenguas a partir de la lengua primitiva. El lenguaje primitivo se ha perdido, y no puede ser hablado hoy por nadie con un yo que en el curso de la evolución terrestre haya pasado de encarnación en encarnación. Este niño Jesús, que no había pasado por encarnaciones humanas, adquirió desde el punto de partida de la evolución humana la facultad de hablar, no tal o cual lengua, sino una lengua de la que podemos decir con razón que no era comprensible para los que le rodeaban. Pero, debido a las cualidades internas del corazón que vivían en él, era comprendido por el corazón de su Madre. Esto apunta a un fenómeno de inmenso significado en el caso del Niño Jesús de Lucas.
Hemos visto que cuando este niño Jesús Lucas nació, fue provisto de todo lo que no había sido influenciado por las fuerzas luciférico-ahrimánicas. No poseía un yo que hubiera pasado por una serie de encarnaciones; por lo tanto, nada tuvo que ser desechado cuando, en su duodécimo año, la individualidad de Zaratustra pasó del niño Jesús Salomónico al niño Jesús Nathánico. Ya he dicho que el elemento humano que había quedado atrás, y que hasta ese momento se había desarrollado en los Misterios al lado del resto de la humanidad, nació por primera vez en el período de Palestina como el niño Jesús Nathánico. Hubo una transferencia desde un centro de Misterios en Asia Occidental, donde se había conservado este núcleo humano, al cuerpo del niño Jesús-Nathánico. Este niño creció, y en su duodécimo año la individualidad de Zaratustra pasó a él. Sabemos también que este traspaso está insinuado en la escena de Jesús de doce años en el Templo. Era muy natural que los padres del niño Jesús Nathánico, que estaban acostumbrados a verlo bajo la luz que hemos descrito, encontraran un cambio notable cuando lo descubrieron en el Templo después de haberse perdido. Ese fue el momento en que Zaratustra se transformó en este niño de doce años. Del duodécimo al trigésimo año, por lo tanto, tenemos que ver con la individualidad de Zaratustra en el niño Jesús de Lucas.
Ahora bien, en el Evangelio de Lucas tenemos una expresión notable que indica algo que sólo puede aclararse mediante la investigación oculta. Ustedes saben que en el Evangelio de Lucas, después de la descripción de la escena con Jesús de doce años en el Templo, hay un pasaje: Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres'. (Lucas II:52). En verdad, este pasaje queda como sigue cuando restauramos el texto de los Evangelios del registro Akáshico: El niño de doce años aumentó en todo lo que puede aumentar un cuerpo astral, es decir, en sabiduría; en todo lo que puede aumentar un cuerpo etérico, es decir, en todas las cualidades de amabilidad, bondad, etc.; y en todo lo que puede aumentar un cuerpo físico, es decir, en todo lo que se vierte en belleza externa de la forma". En este pasaje, por lo tanto, se da una indicación especial de que el niño Jesús, no habiendo pasado de encarnación en encarnación, había permanecido hasta su duodécimo año intacto, y no podía ser tocado en su individualidad, por las fuerzas luciféricas y ahrimánicas. El Evangelio de Lucas insinúa esto de nuevo al trazar la secuencia de generaciones a través de Adán hasta Dios, indicando así que la sustancia en cuestión no fue influenciada por todo lo que había tenido lugar en la evolución humana.

Así pues, este niño Jesús siguió viviendo, aumentando en todo lo que era posible para un organismo triple no afectado por la contaminación que ha afectado a los cuerpos triples de otros hombres. Y esto permitió a la individualidad de Zaratustra, del duodécimo al trigésimo año de vida, verter en este ser humano triple todo lo que podía venir de las alturas a las que él mismo había llegado previamente. De ahí que nos formemos una idea correcta de Jesús de Nazaret, hasta el trigésimo año de su vida, cuando pensamos en él como una elevada individualidad humana, para cuya venida a la existencia se habían hecho los mayores preparativos posibles.

Pero si queremos comprender cómo benefician a la individualidad los frutos del desarrollo que experimentamos en nuestros cuerpos, debemos tener clara una cosa. Nuestros cuerpos permiten a nuestra individualidad absorber los frutos de nuestra vida para su futura evolución. Cuando en la muerte abandonamos nuestros cuerpos, no solemos dejar en ellos lo que hemos conseguido y ganado para nosotros como individuos. Más adelante veremos en qué condiciones especiales puede quedar algo en los cuerpos; pero no es la regla que la individualidad deje en sus cuerpos lo que ha ganado para sí. Cuando Zaratustra abandonó el triple ser corporal de Jesús de Nazaret en el trigésimo año, dejó atrás los tres cuerpos, físico, etérico y astral. Pero todo lo que había podido ganar por medio de estos instrumentos pasó a la individualidad de Zaratustra y siguió viviendo con él, en su beneficio. Algo, sin embargo, ganó el triple organismo corporal de Jesús de Nazaret. Su naturaleza humana, todavía libre, como siempre lo había estado, de las influencias luciféricas y ahrimánicas, se unió durante un tiempo a la individualidad que poseía una visión inigualable de la espiritualidad del cosmos.
Pensémos en lo que Zaratustra había experimentado. Mientras fundaba la antigua civilización persa y miraba hacia el gran Espíritu del Sol, ya entonces contemplaba los reinos cósmicos de lo espiritual. A través de sucesivas encarnaciones, su desarrollo continuó. Cuando lo más íntimo de la naturaleza humana, junto con los poderes más intensos de la simpatía y el amor, se manifestaron a través de la sustancia humana inmaculada que se había conservado hasta el nacimiento del Jesús Nathánico, y cuando el cuerpo astral se impregnó de las fuerzas de Gautama Buda, se hizo presente en este niño lo que podemos llamar la interioridad más íntima del hombre. Y entonces entró en esta naturaleza corporal la individualidad que, por encima de todas las demás, había visto más clara y profundamente la espiritualidad del Macrocosmos. Por este medio, el instrumento corporal, el organismo entero, del jesús Nathánico fue transformado de tal manera que pudo ser el vehículo capaz de recibir en sí mismo el extracto crístico del Macrocosmos. Si esta naturaleza corporal no hubiera sido impregnada por la individualidad de Zaratustra hasta el trigésimo año, los ojos no habrían podido soportar la substancia del Cristo desde el trigésimo año hasta el Misterio del Gólgota; las manos no habrían podido impregnarse de la substancia del Cristo en el trigésimo año. Para poder recibir al Cristo, esta naturaleza corporal tuvo que ser preparada, ampliada, mediante la individualidad de Zaratustra. Así pues, en Jesús de Nazaret, tal como era en el momento en que Zaratustra se despidió de él y la Individualidad Crística entró en él, no tenemos que ver ni con un adepto, ni con nada parecido a un ser humano superior. Porque un adepto es un adepto porque tiene una individualidad altamente desarrollada, y era precisamente esto lo que había salido de la triple naturaleza corporal de Jesús de Nazaret. Tenemos simplemente la naturaleza corporal tan preparada a través de la morada de Zaratustra que podía tomar en sí misma la Individualidad Crística. Pero ahora, a través de la unión de la individualidad Crística con esta naturaleza corporal, se produjo por necesidad la siguiente consecuencia.
Durante estos tres años, desde el Bautismo por Juan en el Jordán hasta el Misterio del Gólgota, el desarrollo del cuerpo físico, del cuerpo etérico y del cuerpo astral fue muy diferente del desarrollo corporal de otros seres humanos. Como el Jesús-Nathánico no había recibido ninguna influencia de los poderes luciféricos y ahrimánicos, se dio la posibilidad de que, a partir del Bautismo en el Jordán -ahora que no había en Jesús de Nazaret ningún Yo humano, sino únicamente la Individualidad Crística-, no se desarrollara todo lo que normalmente actúa en un organismo humano.
Dijimos ayer que el Phantom * humano, la forma primitiva que atrae hacia sí los elementos materiales que llenan el cuerpo físico y que se desechan con la muerte, había degenerado en el transcurso del tiempo hasta el Misterio del Gólgota. Al principio de la evolución humana se pretendía que el Phantom permaneciera intacto por los elementos materiales que el hombre toma para su nutrición de los reinos animal, vegetal y mineral. Pero no permaneció intacto. La influencia luciférica estableció una estrecha relación entre el Phantom y las fuerzas que el hombre absorbe a través de su evolución terrestre, en particular con los constituyentes de ceniza. El resultado fue que el Phantom , mientras continuaba acompañando al hombre durante su evolución ulterior, se sintió fuertemente atraído por estos constituyentes de ceniza, y en lugar de adherirse al cuerpo etérico, se adhirió a estos productos de desintegración. Pero donde las influencias luciféricas habían sido mantenidas alejadas, como lo fueron del Jesús Nathánico, no surgió ninguna fuerza de atracción entre el Phantom y los elementos materiales que habían sido tomados en el organismo corporal. A lo largo de los tres años que van desde el Bautismo hasta el Misterio del Gólgota, el Phantom permaneció intocado por estos elementos.
En términos ocultistas podemos decir: El Phantom humano, de acuerdo con su desarrollo previsto a través de los períodos de Saturno, Sol y Luna, no debería haber sido atraído por los constituyentes de ceniza, sino sólo por los constituyentes salinos en disolución, de modo que habría tomado el camino de la volatilización en la medida en que los constituyentes salinos se disolvieran. En un sentido oculto se puede decir que se habría disuelto y habría pasado, no a la tierra, sino a los constituyentes volátiles. El hecho notable es que con el Bautismo en el Jordán y la entrada de la Individualidad Crística en el cuerpo del Jesús Nathánico, se borró toda conexión del Phantom con los constituyentes de ceniza; sólo permaneció la conexión con los constituyentes salinos.
A esto se alude en el pasaje en que Cristo Jesús desea explicar a sus primeros discípulos elegidos: A través de la forma en que os sentís unidos con el Ser Crístico, surgirá una cierta posibilidad para la futura evolución de la humanidad. Será posible que el único cuerpo resucitado de la tumba -el cuerpo espiritual- pase a los hombres'. Eso es lo que Cristo quiso decir cuando utilizó la frase: "Vosotros sois la sal de la tierra". Todas estas palabras que encontramos en los Evangelios, que nos recuerdan la terminología y el lenguaje artesanal de los alquimistas posteriores, del ocultismo posterior, tienen el significado más profundo imaginable. Y de hecho este significado era bien conocido por los alquimistas medievales y posteriores -no por los charlatanes mencionados en los libros de historia- y ninguno de ellos hablaba de estas conexiones sin sentir en su corazón una conexión con Cristo.
Así pues, cuando Cristo Jesús fue crucificado, cuando su cuerpo fue clavado en la cruz -notarán que aquí utilizo las palabras exactas del Evangelio, pues están confirmadas por la verdadera investigación ocultista-, cuando este cuerpo de Jesús de Nazaret fue clavado en la cruz, el Phantom estaba perfectamente intacto; existía en una forma corporal espiritual, visible sólo para la vista suprasensible, y estaba mucho más vagamente conectado con el contenido material del cuerpo de elementos terrestres de lo que jamás ha sucedido con ningún otro ser humano. En todos los demás seres humanos se ha producido una conexión del Phantom con estos elementos, y es esto lo que los mantiene unidos. En el caso de Cristo Jesús fue muy diferente. La ley ordinaria de la inercia se encarga de que ciertas partes materiales de un cuerpo humano se mantengan unidas después de la muerte en la forma que el hombre les ha dado, hasta que después de algún tiempo se desmoronan, de modo que casi nada de ellas es visible. Así sucedió con las partes materiales del cuerpo de Cristo Jesús. Cuando el cuerpo fue bajado de la Cruz, las partes aún eran coherentes, pero no tenían ninguna conexión con el Phantom; el Phantom estaba completamente libre de ellas. Cuando el cuerpo se impregnó de ciertas sustancias, que en este caso actuaron de manera muy diferente a como afectan a cualquier otro cuerpo embalsamado, sucedió que después del entierro las partes materiales se volatilizaron rápidamente y pasaron a los elementos. De ahí que los discípulos que miraron en la tumba encontraran las telas de lino en las que se había envuelto el cuerpo, pero el Fantasma, del que depende la evolución del yo, se había alzado de la tumba. No es sorprendente que María de Magdala, que sólo había conocido el Phantom anterior cuando estaba impregnado de elementos terrestres, no reconociera la misma forma en el Phantom, ahora liberado de la gravedad terrestre, cuando lo vio clarividentemente. Le pareció diferente.
Además, debemos comprender claramente que sólo gracias al poder del compañerismo de los discípulos con el Cristo pudieron ver al Resucitado todos los discípulos y todas aquellas personas de las que se cuenta lo mismo, pues Él se les apareció en el cuerpo espiritual, cuerpo del que Pablo dice que crece como un grano de semilla y pasa a todos los hombres. El mismo Pablo está convencido de que no era un cuerpo impregnado de los elementos terrenales el que se había aparecido a los otros apóstoles, sino que el mismo que se le había aparecido a él también se les había aparecido a ellos, como dice en el siguiente pasaje:
Porque os he transmitido como de primera importancia lo que yo también recibí: que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día conforme a las Escrituras; y que se apareció a Cefas, luego a los doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales aún viven, aunque algunos se han dormido. Luego se apareció a Santiago, después a todos los apóstoles. Por último, como a un intempestivo, se me apareció también a mí. (I Corintios XV:3-8.)
Pero, ¿qué fue lo que convenció a Pablo? En cierto sentido Pablo era un Iniciado antes del Acontecimiento de Damasco. Su iniciación había combinado el antiguo principio hebreo y el principio griego. Sabía que un Iniciado se volvía, en su cuerpo etérico, independiente del cuerpo físico, y podía aparecer en la forma más pura de su cuerpo etérico a aquellos que eran capaces de verlo. Si Pablo hubiera tenido la visión de un cuerpo etérico puro, independiente del cuerpo físico, habría hablado de otra manera. Habría dicho que había visto a alguien que había sido iniciado y que seguiría viviendo en el curso de la evolución terrestre, independientemente del cuerpo físico. Esto no le habría parecido especialmente sorprendente. Lo que Pablo experimentó en el camino de Damasco no podía ser eso. Había experimentado algo que sabía que sólo podría experimentarse cuando se cumplieran las Escrituras; cuando un Phantom humano perfecto, un cuerpo humano resucitado de la tumba en una forma suprasensible, apareciera en la atmósfera espiritual de la tierra. Y eso fue lo que vio. Eso es lo que se le apareció en el camino de Damasco y le dejó con la convicción: "¡Estaba allí, ha resucitado! Porque lo que está allí sólo podía venir de Él: es el Phantom que pueden ver todas las individualidades humanas que buscan relacionarse con el Cristo'. Esto es lo que le convenció de que Cristo ya estaba allí; que no vendría primero en el futuro, sino que estaba realmente presente allí en un cuerpo físico, y que este cuerpo físico había rescatado la forma primigenia del cuerpo físico humano para la salvación de todos los hombres.
Que este hecho sólo podía realizarse mediante el mayor despliegue del amor divino, y en qué sentido era un acto de amor, y luego en qué sentido debe entenderse la palabra "salvación" en la evolución ulterior de la humanidad - éste será nuestro tema mañana.
Traducido por J.Luelmo dic.2022






* ver nota de la conferencia 6 de este ciclo