La ley del destino
Traducido por Julio Luelmo mayo 2019
Munich 6 de Junio de 1907.
En esta última conferencia debemos hablar del principio de la iniciación, o del discipulado esotérico. Más exactamente, queremos hablar de los dos métodos de enseñanza, los que ante todo toman en consideración lo que en este ciclo de conferencias se ha expuesto sobre la evolución de la humanidad, pues hay que tener presente que en cierto sentido la verdad se encuentra por el remontarse a estados anteriores de la humanidad.
Hemos dicho que los hombres de la antigua Atlántida percibían sabiduría en todo el mundo circundante. Cuanto más nos remontemos al pasado remoto, tanto más descubriremos estados de conciencia que permitían a los hombres percibir las fuerzas creadoras que obran en el mundo, las entidades espirituales a nuestro derredor. Todo lo que nos circunda ha sido creado por dichas entidades creadoras, y el percibirlas significa conocerlas.
Cuando, en el curso de la evolución la humanidad había alcanzado el estado de conciencia del presente, en realidad no antes que durante nuestra quinta época post-atlante, sintió en el alma el anhelo de penetrar nuevamente en los reinos espirituales. Les he dicho que en el antiguo pueblo indio vivía el profundo anhelo de llegar a conocer lo verdaderamente espiritual detrás de todo lo que en el mundo nos circunda, y que en dicho pueblo se formó la convicción: todo lo existente a nuestro derredor es un ensueño, es ilusión; nuestra única tarea consiste en ascender a la antigua sabiduría, la que en tiempos remotos había creado y obrado.
Los discípulos de los antiguos Rishis se esforzaban en emprender el camino que por medio del yoga les conducía a alzar la mirada hacia los reinos de los que ellos mismos habían descendido. Dejando atrás la maya, la ilusión, aspiraban a elevarse a los reinos espirituales.
Este es uno de los caminos que el hombre puede tomar, pero el camino más reciente para ascender a la sabiduría es el sendero rosacruz, el que no se orienta hacia el pasado, sino hacia el futuro, hacia los estados que el hombre volverá a vivir.
Por el mismo se enseña a desenvolver por sí mismo, por medio de determinados métodos, la sabiduría cuyo germen se halla en el hombre. Es el sendero dado por el fundador del movimiento esotérico rosacruz, cuyo nombre exterior es Christian Rosenkreutz. Este sendero no es ajeno al cristianismo, antes bien es un sendero cristiano adecuado a las condiciones modernas, un sendero entre el cristianismo en sentido propio y el sendero yoga.
Dicho camino en parte ha ya sido preparado mucho tiempo antes del cristianismo, adoptando una forma singular por el actuar del gran iniciado que, como Dionisio el Areopagita, en la Escuela esotérica ateniense de San Pablo, fundó la enseñanza que ha dado origen a toda posterior sabiduría y enseñanza esotéricas.
Estos últimos son los dos caminos de la enseñanza esotérica, especialmente indicados para el Occidente. Todo lo relacionado con nuestra cultura y con la vida que llevamos y que debemos llevar, todo esto se eleva a otro nivel, incluso hacia el principio de la iniciación, a través de la enseñanza cristiana y la rosacruz. Para el hombre del presente el sendero puramente cristiano resulta ser algo difícil; por esta razón se ha creado el sendero rosacruz para el hombre de la vida de nuestro tiempo. Quien dentro de la vida moderna desee emprender el camino antiguo, puramente cristiano, debe tener la posibilidad de poder retirarse por un tiempo de la vida exterior, para luego volver a entrar en la misma tanto más intensamente. En cambio, cualquiera puede entrar en el sendero rosacruz, no importa en qué profesión y en qué esfera de la vida esté situado.
Pasamos a caracterizar el sendero puramente cristiano. El mismo se encuentra indicado en el libro cristiano más profundo, en el Evangelio según San Juan, el libro menos comprendido por los representantes de la teología cristiana. También lo caracteriza, según su contenido, el Apocalipsis, o Revelación secreta.
El Evangelio de San Juan es un libro maravilloso; es preciso vivirlo, no solamente leerlo. Es posible vivirlo, si se tiene presente que en el mismo se dan instrucciones para la vida interior, instrucciones que se deben observar de la justa manera. El sendero cristiano exige del discípulo que al Evangelio de San Juan lo considere como un libro de meditación. Una condición fundamental, que hasta cierto grado en la enseñanza rosacruz no se exige, consiste en que se tenga la fe más estricta en la personalidad de Cristo Jesús. Por lo menos hay que tener en sí la posibilidad de creer que esta suprema individualidad, el conductor de los Espíritus del Fuego durante el período solar, estuvo encarnado físicamente en Jesús de Nazareth; que Jesús no fue tan sólo "el hombre sencillo de Nazareth", no una individualidad comparable con Sócrates, Platón o Pitágoras. Es preciso comprender su categoría fundamentalmente distinta de todos los demás. Si se quiere seguir la enseñanza puramente cristiana, hay que estar convencido de su naturaleza única de Hombre-Dios, pues de otro modo no se tiene el debido sentimiento básico, el que despierta las fuerzas del alma. Por esta razón es necesario creer verdaderamente en lo que expresan las primeras palabras del Evangelio de San Juan: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" hasta las palabras: "y el Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros." Quiere decir que el mismo Espíritu que había sido el regente de los Espíritus del Fuego y que estuvo vinculado con la transformación de la Tierra, al que también llamamos el Espíritu de la Tierra, realmente vivió entre nosotros en la envoltura física; verdaderamente estuvo encarnado en un cuerpo físico. Esto es lo que se debe reconocer. Si no se lo puede reconocer, es mejor someterse a otro discipulado.
Pero quien bajo esta condición fundamental meditativamente se pone ante el alma las palabras del Evangelio de San Juan hasta donde dice: "lleno de gracia y de verdad ", todos los días en hora de la mañana, durante semanas y meses, pero de tal modo que no solamente las comprende, sino que vive en ellas, experimentará que las mismas tienen para el alma una fuerza despertadora, pues no son palabras comunes, sino fuerzas despertadoras que provocan otras fuerzas del alma. Pero es preciso que el discípulo tenga la paciencia para vivirlas en el alma meditativamente todos los días. Entonces se despertarán bien determinados sentimientos y con ellos las fuerzas que para el discipulado cristiano son necesarias. El sendero cristiano es más bien de carácter interior, mientras que en la enseñanza rosacruz se encienden los sentimientos por el contacto con el mundo exterior.
El sendero cristiano consiste en un despertar de sentimientos. Por el mismo deben despertarse siete grados de sentimientos. A ello se añaden otros ejercicios que sólo se dan de hombre a hombre de acuerdo con el carácter del individuo. Pero es imprescindible vivir el contenido del décimo-tercer capítulo del Evangelio de San Juan, tal como ahora lo voy a describir. El maestro dice al discípulo: Tú debes desarrollar en ti bien determinados sentimientos. Imagínate que la planta brota del suelo terrestre. Ella es superior al suelo mineral, pero necesita de él. Ella, lo superior, no podría existir sin lo inferior. Y si la planta pudiera pensar, tendría que decir a la tierra: si bien soy superior a ti, no puedo existir sin ti; y con gratitud debería inclinarse hacia ella. Lo mismo debería hacer el animal frente a la planta, pues sin ella no podría existir; e igualmente el hombre frente al animal. y el hombre, al haber alcanzado un nivel superior, tendrá que decirse: jamás podría encontrarme en este nivel sin que existiera el inferior. Con gratitud debe inclinarse hacia éste, pues el mismo le ha hecho posible su existencia.
Ningún ser en el mundo podría existir sin el ser inferior, al que debería agradecer. Así también el Cristo, como el Ser Supremo, no pudo existir sin los doce, y en el décimotercer capítulo del Evangelio de San Juan se describe grandiosamente el sentimiento del inclinarse con gratitud. El Cristo, el Ser Supremo, lava a los discípulos los pies.
Si uno se imagina que en el alma humana se despierta ese sentimiento elemental, si durante semanas y meses el discípulo vive en pensamientos y contemplaciones que le profundizan en el alma ese sentimiento elemental, el sentimiento de la gratitud con que lo superior debe mirar hacia lo inferior que le da la posibilidad de vivir, entonces se despierta en él el primer sentimiento elemental; y lo ha experimentado suficientemente en el instante en que aparecen ciertos síntomas: un síntoma exterior y una visión interior. El síntoma exterior consiste en que el hombre tiene la sensación de sus pies como bañados en agua; por una visión interior él se percibe a sí mismo, como Cristo, lavar los pies de los doce. Esto se alcanza como el primer grado: el lavatorio, el lavado de los pies, pues esto no es solamente un acontecimiento histórico, sino que cualquiera lo puede vivir: el acontecer descrito en el décimo-tercer capítulo del Evangelio de San Juan. Dicho grado es la expresión exterior sintomática de que en el mundo de sus sentimientos el hombre se ha elevado al grado de poder experimentarlo; y no podrá ascender a tal grado dentro del mundo de sus sentimientos sin que se produzca también el síntoma a que me refiero.
Se llega a experimentar el segundo grado, la flagelación, si se reflexiona sobre lo siguiente: ¿Cómo lo soportarás cuando desde todos los lados te ataquen los dolores y azotes de la vida?
Debes mantenerse erguido, fortalecerte contra todo el sufrimiento que la vida te depare; deberás soportarlo.
Así se produce el segundo sentimiento elemental que se debe obtener. Al mismo corresponde como sentimiento exterior un picazón y una contracción en todas partes del cuerpo exterior; y la expresión más bien interior consiste en una visión por la cual uno se observa dándose azotes a sí mismo, primero en el ensueño, después en forma visionaria.
El tercer grado consiste en la colocación de la corona de espinas. En esta etapa hay que tener, durante semanas y meses, el sentimiento: ¿Cómo soportarás el hecho de que no solamente debes experimentar los sufrimientos y dolores de la vida, sino que incluso se arroja escarnio y burla contra lo más sagrado, contra tu ser espiritual? También en esta situación el discípulo no debe quejarse, sino que debe saber que a pesar de todo tiene que estar erguido. Como resultado de ello y por una visión astral interior él se percibirá a sí mismo con la corona de espinas, sintiendo a la vez un dolor exterior en la cabeza, como síntoma de que en su mundo de sentimientos ha alcanzado el punto de poder hacer tales experiencias.
El cuarto grado es la crucifixión. Para alcanzarlo, el discípulo nuevamente tiene que desarrollar un sentimiento bien definido. En nuestro tiempo el hombre identifica su cuerpo con su yo. Quien desee atenerse a las condiciones de la iniciación cristiana deberá acostumbrarse a llevar por el mundo su cuerpo, de la manera como se lleva un objeto exterior, digamos una mesa. Debe sentir su cuerpo como algo ajeno; lo debe llevar pasando por la puerta, como si fuera algo ajeno. Cuando con este sentimiento elemental haya alcanzado el debido grado, experimentará lo que se llama la prueba de la sangre.
En determinados puntos de la piel aparecen ciertas rubescencias de tal modo que el discípulo puede hacer aparecer los estigmas de Cristo en las manos, los pies y en el costado derecho del tórax. Cuando por el calor del sentimiento el discípulo es capaz de producir en sí la prueba de la sangre, como síntoma exterior, también se produce lo interior, lo astral de que el se percibe como crucificado.
La quinta es la Muerte Mística. El alumno se eleva cada vez más alto al sentimiento: Pertenezco al mundo entero; soy tan poco independiente como el dedo de mi mano. Se siente incrustado en el mundo entero, como si fuera parte de él. Entonces experimenta la sensación de que todo lo que le rodea se oscurece, como si una negra oscuridad le envolviera, como una nube que se vuelve densa a su alrededor. Durante este tiempo, el alumno de la iniciación cristiana aprende a conocer toda la pena y todo el dolor, toda la maldad y la perversidad que se asocia al hombre mortal. Ese es el Descenso a los Infiernos; cada uno debe vivirlo. Entonces algo sucede como si el velo se rasgara en pedazos, y el alumno ve dentro de los mundos espirituales. A esto se le llama Desgarro del Velo.
La sexta etapa es la sepultura y la resurrección. Cuando el discípulo llega a este grado debe estar preparado para decirse: me he acostumbrado a considerar mi cuerpo como algo ajeno, pero ahora siento todo en el mundo como tan perteneciente a mí como mi propio cuerpo, el que por cierto ha sido tomado de aquellas substancias. Cada flor, cada piedra me son tan cercas como mi cuerpo. Esto significa que el hombre está sepultado en el planeta Tierra. Este grado se halla necesariamente vinculado con una nueva vida, con el sentirse unido con lo más profundo del alma del planeta, con el alma de Cristo que dice: los que comen el pan conmigo, ponen sus pies sobre mí.
No es posible describir el séptimo escalón, la Ascensión. Hay que poseer una alma que para pensar ya no depende del cerebro como instrumento. Para poder sentir lo que el discípulo experimenta como lo que se llama la Ascensión, hay que tener una alma capaz de vivir este sentimiento.
El carácter de la iniciación cristiana se nos presenta como el transitar por estados de humilde consagración. Quien pasa por la misma tan seriamente, experimenta en los mundos espirituales su resurrección. No todos la pueden realizar en nuestro tiempo. Por esta razón es necesario que haya otro método que conduzca a los mundos superiores.
Este otro método es el rosacruz.
También de éste quisiera nombrar siete grados que darán un cuadro de lo que en tal discipulado existe. En parte ha sido descrito en el libro "¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?"; otros pormenores únicamente se pueden dar de hombre a hombre dentro de la enseñanza misma; de todos modos es preciso formarse un concepto de lo que dicho discipulado da al hombre.
También tiene siete grados, pero no uno tras otro, pues depende de la individualidad del discípulo. El maestro indica lo que para el discípulo le parece apropiado; muchos otros detalles se substraen de la descripción exterior.
Los siete grados son los que siguen:
El estudio.
El conocimiento imaginativo.
El conocimiento inspirado, o leer la escritura oculta.
La preparación de la piedra filosofal.
La correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos.
Penetrar en la comprensión del macrocosmos.
La bienaventuranza.
El estudio en el sentido rosacruz consiste en el poder contemplar un contenido de pensamientos que no se toma de la realidad física, sino de los mundos superiores, quiere decir, consiste en lo que se llama vivir en el pensamiento puro. Esto lo niegan incluso la mayoría de los filósofos del presente; ellos afirman que en todo pensar tiene que haber un cierto resto de concepción sensible. Pero esto no es cierto, pues en realidad nadie puede ver, por ejemplo, un círculo. Es preciso que el círculo se perciba en espíritu; en el pizarrón se ve solamente una acumulación de partículas de tiza. El verdadero círculo sólo existirá si se hace abstracción de toda clase de ejemplos tomados de la realidad exterior. Quiere decir que en las matemáticas el pensar es de índole suprasensible. Pero también en los demás hechos del mundo hay que aprender a pensar en forma suprasensible; y los iniciados siempre tuvieron semejante manera de pensar sobre la naturaleza del ser humano. La teosofía rosacruz es un conocimiento suprasensible, y el estudio de la misma, como lo hacemos en estas conferencias, es la primera etapa de la enseñanza rosacruz misma. Hablo sobre la teosofía rosacruz, no por motivos exteriores, sino porque lo descrito representa el primer escalón de la iniciación rosacruz.
Los hombres ciertamente suelen pensar que es innecesario hablar sobre los principios de la naturaleza humana, o sobre la evolución de la humanidad y las distintas evoluciones planetarias; prefieren desarrollar sentimientos agradables, en vez de estudiar seriamente. Pero por más que se llegue a cultivar en el alma sentimientos bellos, no es posible elevarse por ellos solamente a los mundos superiores. La teosofía rosacruz no se propone suscitar sentimientos, antes bien tiende a dejar hablar los sentimientos mismos por la fuerza de los grandiosos hechos de los mundos espirituales. El adepto al movimiento rosacruz lo sentiría como una especie de impudicia lanzarse sobre los hombres mediante sentimientos. Los conduce a conocer el devenir de la humanidad, con la suposición de que esto mismo hace surgir los sentimientos. Les enseña la evolución de los planetas en el universo; y si el alma llega a conocer estos hechos, ha de conmoverse en sus sentimientos. No son más que palabras cuando se exige dirigirse directamente a los sentimientos; es simplemente por comodidad. La teosofía rosacruz deja hablar los hechos, y si los pensamientos respectivos fluyen en el sentimiento y lo conmueven, esto es prueba del camino acertado. Sólo lo que el hombre siente por su propio ser, es capaz de darle felicidad. El adepto rosacruz deja hablar los hechos del cosmos, porque esto es el modo más impersonal de enseñar. Pero también es indiferente quién está hablando, pues no se intenta conmover por una personalidad, sino por lo que ella comunica como hechos del devenir del mundo. Por esta razón se excluye en la enseñanza rosacruz toda veneración directa del maestro, pues él no la exige y no la necesita; él quiere hablar al discípulo sobre lo que existe sin él.
Quien después desee elevarse a los mundos superiores deberá acostumbrarse a aquel pensar que hace nacer un pensamiento de otro, un pensar como ha sido desarrollado en mis libros "La Filosofía de la Libertad" y "Verdad y Ciencia". Los mismos no son libros escritos de tal manera que se podría tomar un pensamiento y ponerlo en otro lugar; antes bien fueron escritos de un modo similar a como se genera un organismo: así también nace un pensamiento de otro. Son libros que no tienen nada que ver con quien los ha escrito, pues él se abandonó a lo que los pensamientos mismos llegaron a formar y cómo ellos se estructuraron por sí mismos.
Resulta pues que el estudio, para aquel que en cierto modo lo desee realizar en lo elemental, consiste en el tomar conocimiento de los hechos fundamentales de la ciencia espiritual, mientras que para ascender algo más es necesario penetrar en lo profundo de un mundo de pensamientos donde por sí mismo un pensamiento se desarrolla de otro.
El segundo grado es el conocimiento imaginativo, el conocimiento que se añade a lo que se le da al hombre por el pensar durante el estudio. Con ello se da la base que servirá para seguir el desarrollo por medio del propio conocimiento imaginativo. Teniendo presente lo aludido en las últimas conferencias, por ejemplo, podrán sentir en el eco reminiscencias de sucesos corrientes durante el período saturnal. Existe una posibilidad de considerar todo lo que nos circunda como fisonomía de espiritualidad inmanente. Los hombres andan sobre la Tierra, considerándola como un conglomerado de rocas y piedras; pero el hombre tiene que aprender a entender que todo en torno suyo es la verdadera expresión del Espíritu de la Tierra.
Al igual que el cuerpo humano tiene alma, el planeta Tierra es la expresión exterior de un Espíritu que vive en el mismo. Únicamente si el hombre considera que la Tierra es como un ser humano de cuerpo y alma, se formará el concepto de lo expresado por Goethe con las palabras: "Todo lo temporal sólo es símbolo." ("Fausto", II). Cuando en el rostro humano vemos caer las lágrimas, no vamos a examinar, mediante las leyes de la física, con qué velocidad la lágrima cae, sino tomarla como expresión de la tristeza interior del alma, lo mismo que el aire risueño es expresión del alma alegre. El discípulo tiene que elevarse a un estado anímico por el cual, en cada flor de la pradera o del campo él ve la expresión de un ser viviente, la expresión del Espíritu de la Tierra. Ciertas flores le parecerán cual perlado de lágrimas, otras le serán expresión alegre del Espíritu de la Tierra. Cada piedra, cada planta, cada flor y todo lo demás será para él la expresión exterior del Espíritu mismo de la Tierra, de su fisonomía. y todo lo temporal le será símbolo de lo eterno que en él se expresa.
Esto ha sido el sentir del discípulo del Grial y del adepto rosacruz. A él se le decía: Mira el cáliz de la flor al que cae el rayo del sol, el que llama las puras fuerzas productivas que dormitan en la planta. Debido a ello al rayo del sol lo llaman la "sacra lanza de amor". Mira al ser humano que es superior a la planta; él tiene en sí mismo los mismos órganos, pero en él está penetrado de placer impúdico y de apetencia lo que la planta tiene en sí de un modo absolutamente puro y casto.
El futuro de la evolución humana consiste en que por otro órgano, el que será su órgano productivo transformado, el hombre, de un modo casto y puro, expresará hacia el mundo su fiel trasunto. El órgano productivo del hombre será casto y puro, sin pasión y sin apetencia, tal como el cáliz de la flor se dirige con castidad hacia la sacra lanza de amor. El hombre se dirigirá hacia el rayo espiritual de la sabiduría, y éste le fecundará para poder producir un ser a semejanza de sí mismo. Este órgano será la laringe. Al discípulo del Grial se le señalaba: la planta de grado evolutivo inferior posee el cáliz casto, mientras que el hombre lo ha perdido; se ha desarrollado hacia abajo a la apetencia impúdica. Por el rayo de sol espiritualizado ha de generarlo nuevamente. Con castidad ha de desarrollar lo que va creando al Santo Grial del futuro.
De esta manera el discípulo alza la vista hacia el gran ideal. Lo que toda la humanidad alcanza a través de la lenta evolución, lo experimenta el iniciado anticipadamente. El nos muestra la imagen de la evolución de la humanidad y tales imágenes son de efecto muy -distinto de los conceptos abstractos producidos por la época materialista del presente. Si nos representamos la evolución mediante imágenes tan grandiosas como lo es el Grial, el efecto será otro que aquel que ejerce el conocimiento común el que no es capaz de ejercer un efecto profundo sobre nuestro organismo. El conocimiento imaginativo influye hacia abajo sobre el cuerpo etéreo y de éste sobre la sangre que es el mediador que va transformando al organismo. El hombre será cada vez más capaz de transformar el organismo por medio del cuerpo etéreo. Todo conocimiento imaginativo que parte de la verdad influye a la vez en el sentido de fomentar la salud, sana la sangre en su circulación. El conocimiento imaginativo es el mejor educador, siempre que el hombre sea suficientemente fuerte y abnegado como para posibilitar tal influencia. El tercer grado consiste en leer la escritura oculta, esto es, no solamente ver las distintas imágenes, sino dejar que el carácter de dichas imágenes cause efecto sobre sí mismo. Esto se transforma en lo que se llama la escritura oculta. Por medio de la imaginación se comienza a ordenar en determinadas figuras y configuraciones de colores, las líneas de fuerza que atraviesan el mundo creativamente. Asimismo se aprende a sentir la íntima relación que se expresa en dichas figuras, y esto se manifiesta como el sonido espiritual, la armonía de las esferas, puesto que esas figuras son construidas según las verdaderas condiciones del mundo. Nuestra escritura común es el último resto decadente de la antigua escritura oculta, y ha sido tomada de ella.
Al cuarto grado, la “preparación de la piedra filosofal” llega el hombro por medio de ejercicios del proceso respiratorio.
Cuando el hombre respira como el proceso de la naturaleza se lo ha impuesto, necesita la planta para poder respirar. Si no existiera la planta no podría vivir, pues la planta le da el oxígeno y asimila el carbono que el hombre mismo espira. La planta forma su propio organismo por medio del carbono y devuelve el oxígeno, de modo que para el hombre el mundo vegetal renueva constantemente el oxígeno. La humanidad no podría existir por sí sola. Si se sacara el mundo vegetal, la humanidad se extinguiría dentro de breve tiempo. Vemos pues el ciclo: el hombre aspira el oxígeno que la planta despide.
Espiramos el carbono al que la planta acoge para formar mediante el mismo su propia corporeidad. Por lo tanto la planta me pertenece; ella es el instrumento que me hace seguir viviendo. El hecho de que la planta forma su cuerpo mediante el carbono lo evidencia el carbón de piedra que no es otra cosa que un cadáver de plantas.
Mediante un proceso respiratorio bien determinado el discipulado rosacruz enseña al hombre a desenvolver el órgano que en el propio organismo puede causar la transformación del carbono en oxígeno. Lo que en nuestro tiempo la planta hace afuera, se realizará en el futuro mediante un órgano que el hombre ya ahora desarrolla en sí a través del discipulado. Esto es algo que se prepara lentamente. Por medio del proceso respiratorio regulado el hombre llevará en sí mismo el instrumento para la elaboración del oxígeno: se habrá transformado en un ser unido con el mundo vegetal, mientras que ahora es de carácter mineral. Retendrá entonces en sí mismo el carbono, mediante el cual formará su propio cuerpo. Debido a ello su cuerpo será en el futuro más bien semejante a la planta, y él podrá entonces ir al encuentro con la sacra lanza de amor. Toda la humanidad tendrá en sí una conciencia como ahora la adquiere el iniciado al elevarse a los mundos superiores. Esto se llama la transformación de la substancia humana en la substancia cuya base es el carbono mismo. En ello consiste la alquimia que conduce a que el hombre formará su propio cuerpo de un modo parecido a como ahora lo hace la planta. Esto se llama la formación de la "piedra filosofal", cuyo símbolo exterior es el carbón. Pero éste sólo será la "piedra filosofal" cuando por medio de su proceso respiratorio regulado el hombre mismo la podrá producir. La enseñanza correspondiente sólo se puede dar de hombre a hombre, pues está cubierta por un profundo misterio; y al discípulo sólo se le podrá comunicar este misterio cuando él esté enteramente purificado. Si en el presente se enunciara dicho misterio supremo públicamente, los hombres en su egoísmo lo utilizarían para satisfacer sus deseos más bajos.
El quinto grado es la correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos. Si estudiamos el devenir de la humanidad nos daremos cuenta de que lo que ahora está en el organismo humano ha sido generado paso a paso desde afuera. Así por ejemplo, en el Sol antiguo las glándulas crecían afuera, tal como ahora los hongos. Todo lo que ahora existe bajo la epidermis humana, estaba otrora afuera, de modo que el cuerpo humano es una agrupación de lo que estaba extendido afuera.
Cada parte de nuestro cuerpo físico, el etéreo y el astral existía afuera en algún lugar del mundo. Así tenemos el macrocosmos en el microcosmos. Es que nuestra alma misma se encontraba afuera en la divinidad. Todo lo que está en nosotros corresponde a algo que está afuera, y tenemos que llegar a conocer correctamente tales correspondencias. El punto de nuestra frente más arriba de la raíz de la nariz es la expresión de que algo determinado que en el pasado estaba afuera, se ha transmitido a lo interior del organismo humano. Si uno contempla y se sumerge meditativamente en este órgano, esto será algo mucho más significante que un mero cavilar en la naturaleza de dicho punto, pues por tal meditación se llega a conocer la parte correspondiente del mundo exterior. Lo mismo se podrá conocer de esta manera la laringe y las fuerzas que la generaron. Se aprende a conocer el macrocosmos mediante la meditación sobre el propio cuerpo.
No se trata de un mero reflexionar exterior. No hay que decir: adentro está el Dios, lo voy a buscar. Sólo se encontraría al pequeño dios engrandecido por uno mismo. Quien sólo hable de tal reflexionar, jamás llegará al verdadero conocimiento. Llegar a este último por el sendero de la teosofía rosacruz es menos cómodo y requiere un trabajo concreto. El mundo está lleno de majestuosidad y grandiosidad. Es preciso profundizar su conocimiento, conocer al Dios por sus distintos aspectos, para poder conocerlo en sí mismo, y sólo así se aprende a conocer al Dios en su totalidad. El mundo es como un gran libro; en las Creaciones tenemos las letras correspondientes las que tenemos que leer del principio al fin. Así aprendemos a leer del principio al fin el libro Macrocosmos como asimismo el libro Microcosmos. Esto será entonces no meramente un entender, antes bien, encuentra su expresión en sentimientos; será un fusionar del hombre con todo el mundo; y el hombre mismo verá entonces en todas las cosas la expresión del Espíritu Divino de la Tierra. Al haber alcanzado este grado, el hombre actúa espontáneamente según la voluntad de todo el cosmos, y esto es la bienaventuranza. Si somos capaces de pensar de este modo, estamos en el sendero rosacruz. La enseñanza cristiana se apoya más en el sentimiento que se desarrolla en el interior humano, mientras que el discipulado rosacruz hace obrar sobre nosotros lo que como la Divinidad de la Tierra se halla extendido en la realidad física y lo hace manifestarse en el sentimiento. Son dos caminos transitables para cada uno. El que piensa como se piensa en el presente, puede emprender el sendero rosacruz, por más que sea un hombre científico, e incluso la ciencia moderna resulta ser un medio auxiliar, si el devenir de los mundos se estudia no solamente por las letras, sino que también se averigua lo escondido detrás de las mismas, lo mismo que en un libro no solamente se mira las letras, sino que se descubre el sentido. Hay que buscar el espíritu detrás de la ciencia; ésta será entonces nada más que la letra para el espíritu. Todo la expuesto no hay que tomarlo como concepto general de la enseñanza rosacruz, sino meramente como alusiones para dar una idea de lo que en ella se puede encontrar. Es un sendero para el hombre del presente, ya éste le hace apto para actuar con perspectiva hacia el futuro. He descrito nada más que las etapas elementales a fin de caracterizar el camino.
Así se nos da un concepto de cómo el método rosacruz nos capacita para penetrar en los secretos superiores.
La ciencia espiritual es una necesidad para el ulterior progreso de la humanidad. Lo que se debe hacer para la transformación de la humanidad, lo deben realizar los hombres mismos. Quien en su encarnación del presente acoge la verdad, será capaz de formarse en encarnaciones posteriores la configuración exterior para las verdades más profundas. Podemos decir que lo expuesto en este ciclo de conferencias va formando un todo, como un instrumento creativo para la cultura del porvenir. Su contenido se enseña ahora porque el hombre del futuro necesita estas enseñanzas y porque las mismas se deben dar a conocer dentro del curso de la evolución de la humanidad. Cada hombre que no esté dispuesto a acoger esta verdad del futuro, vive a costa de los demás, mientras que quien la acoge vive para los demás, no importa que primero le haya incitado un anhelo egoísta de conocer los mundos superiores. Si el camino es el acertado, extinguirá por sí mismo el anhelo y será el mejor creador del desprendimiento y la abnegación. La humanidad necesita ahora el desarrollo oculto, por lo tanto es preciso inculcárselo. Únicamente la aspiración a la verdad, de objeto a objeto, conducirá a la verdadera fraternidad; en ello consiste el mejor encantamiento para llegar a la unidad y para tener el medio que conduce a la meta final de la humanidad, o sea, la unidad. La alcanzaremos si en nosotros preparamos los medios respectivos, si nos esforzamos de la manera más noble y más bella, en crear estos medios, pues lo que importa es la consagración de la humanidad por este camino.
Según lo expuesto la ciencia espiritual se nos presenta no solamente como un gran ideal, sino como una fuerza que nos penetra y de la cual emana el conocimiento. Cada vez más la ciencia espiritual se convertirá en algo de interés popular, pues penetrará en todos los aspectos religiosos y prácticos de la vida, al igual que la gran ley de la existencia rige en todos los seres; en fin, es un factor de la evolución de ¡a humanidad. En este sentido se ha expuesto en estas conferencias la teosofía rosacruz; Si ha sido comprendida, no solamente en la abstracción, sino en tal forma que por medio de los sentimientos ha conducido a conocimientos, podrá influir directamente en la vida. Si estos conocimientos fluyen en todos nuestros miembros, desde la cabeza hacia el corazón, y del corazón a la mano, en todo nuestro actuar y crear, habremos captado el fundamento de la ciencia espiritual; habremos captado la gran tarea cultural que está en nuestras manos, y de los conocimientos surgirán entonces también los sentimientos, los que la comodidad quisiera desarrollar directamente.
La teosofía de los rosacruces no quiere abandonarse meramente a sentimientos, antes bien quiere extender ante ustedes los hechos del espíritu. Cada uno tiene que colaborar, dejarse impulsar por los hechos recibidos en lo relatado, y por los mismos despertar en sí sentimientos y sensibilidad. En tal sentido la teosofía rosacruz ha de convertirse en un fuerte impulso para el mundo de los sentimientos, pero al mismo tiempo ha de conducirnos directamente a los hechos de las percepciones suprasensibles, un impulso que primero hace aparecer en profundos pensamientos los referidos hechos suprasensibles, para después conducir al discípulo hacia los mundos superiores.
He aquí el sentido de estas conferencias.
Munich 5 de Junio de1907.
En esta conferencia nos incumbe hablar sobre algunos aspectos de la futura evolución de la humanidad como asimismo sobre lo que se llamo iniciación, la que capacita al hombre para anticipar escalones de la vida, los cuales la humanidad comúnmente sólo alcanza en tiempos venideros.
Munich 4 de Junio de 1907.
El suceso que les he descrito como la aparición de los dos sexos se realizó exteriormente en tal forma que debemos imaginarnos que en el referido animal humano de la Luna, como asimismo en sus descendientes de la repetición lunar en la Tierra estaban aún unidos los dos sexos. A partir de entonces efectivamente tuvo lugar una suerte de división del cuerpo humano, y la misma se realizó a través de cierta densificación.
El cuerpo humano del presente con la característica unisexual sólo pudo desarrollarse por la formación de un reino mineral como ahora existe; quiere decir que la Tierra y el cuerpo humano primero tuvieron que solidificarse a la naturaleza mineral del presente: Los cuerpos humanos blandos de la Luna y del principio de la Tierra pertenecían a hombres bisexuales de naturaleza masculino-femenina.
Hemos de recordar el hecho de que en cierto respecto el hombre ha conservado un remanente de la antigua bisexualidad, puesto que en el organismo masculino de nuestro tiempo el cuerpo etéreo es de índole femenina, el de la mujer, masculina. Tales hechos nos permiten observar interesantes aspectos en cuanto a la vida anímica de los sexos. Por ejemplo, la capacidad de la mujer de sacrificarse en la obra caritativa está en relación con el carácter masculino de su cuerpo etéreo, mientras que la ambición del hombre se explica si se tiene en cuenta la naturaleza femenina de su cuerpo etéreo. Ya he dicho que como resultado de la mezcla de las fuerzas que nos envían el Sol y la Luna se desarrolló lo que representa lo particular del género humano. A este respecto hay que tener presente que en el organismo masculino la influencia más fuerte sobre el cuerpo etéreo le llega de la Luna, y del Sol la influencia más fuerte sobre el cuerpo físico. En la mujer sucede lo inverso: la influencia sobre el cuerpo físico proviene de las fuerzas de la Luna, y la influencia sobre el cuerpo etéreo, del Sol.
El continuo cambio de substancias minerales, como sucede en el cuerpo físico humano de ahora, sólo pudo realizarse después de haber aparecido el mineral. La nutrición anterior había sido muy diferente. Durante el período solar de la Tierra todas las plantas contenían savias lechosas, y la nutrición efectivamente se hacía de tal forma que el ser humano chupaba de las plantas las savias lechosas, tal como ahora el niño de la madre. Las plantas que en el presente todavía contienen semejantes savias son los últimos restos del período en que todas las plantas proporcionaban esas savias. Sólo más tarde llegó el tiempo en que la alimentación adquirió las formas del presente.
Para comprender el significado de la separación de los sexos hay que tener presente que tanto en la Luna como durante la repetición en la Tierra del período lunar todos los seres se parecían unos a otros. Así como una vaca nos presenta el mismo aspecto que todas las demás, inclusive las generaciones posteriores, debido a la influencia del alma grupal, así también los hombres de entonces se parecían absolutamente a sus antepasados; y esta condición se mantenía hasta en el período atlante.
¿A qué se debe el hecho de que en el presente los hombres ya no se asemejan entre sí? Esto tiene su origen en la aparición de los dos sexos. De la bisexualidad del pasado se ha conservado en la naturaleza femenina la tendencia a crear los descendientes de aspecto parecido. En el ser masculino se manifiesta otra influencia, pues en él existe la tendencia a provocar la diversidad, la individualización; y por el hecho de fluir la fuerza masculina en la femenina surgió cada vez más la desemejanza. Resulta pues que por el influjo masculino aparece la posibilidad de desenvolverse la individualidad. La bisexualidad tenía otra particularidad más. Si se le hubiera preguntado al antiguo hombre lunar acerca de las experiencias de su vida, él las hubiera sentido como iguales a las de sus antepasados remotos; la vida se extendía a través de generaciones. La preparación del hecho de que paso a paso se desenvolvió la conciencia de la vida que sólo se extiende desde el nacimiento hasta la muerte, tenía su origen en la individualidad del género humano; y con ello también surgió la posibilidad de un nacimiento y una muerte como ahora existen. Los antiguos seres humanos lunares con sus movimientos cernidos-nadantes, pendían de la atmósfera circundante, hacia la cual ellos extendían sus cordones sanguíneos. Al morirse semejante ser, no sucedía un morir del alma; sólo tenía lugar algo así como el extinguirse de un miembro, mientras arriba se mantenía la conciencia, como si, por ejemplo, se secase la mano perteneciente al cuerpo y en su lugar se formase una mano nueva.
Quiere decir que con su conciencia opaca esos hombres sentían la muerte sólo como un paulatino secarse del cuerpo. Los cuerpos se secaban y continuamente brotaban otros nuevos; pero la conciencia se mantenía por medio de la conciencia del alma grupal, de modo que en realidad existía una suerte de inmortalidad.
Después apareció la sangre de ahora, produciéndose la misma en el cuerpo humano mismo; y esto se realizó paralelamente con la aparición de los dos sexos, con lo cual surgió la necesidad de un proceso singular. En la sangre se manifiesta una lucha constante entre la vida y la muerte; y un ser que produce sangre roja tiene en sí mismo el escenario de una constante lucha entre la vida y la muerte, puesto que continuamente va gastándose sangre roja y transformándose en sangre azul, una substancia de la muerte. Con la transformación de la sangre propia en el organismo humano también se produjo el apaciguamiento de la conciencia más allá del nacimiento y la muerte. Sólo con la conciencia clara del presente el ser humano perdió la antigua inmortalidad ligada a la conciencia opaca, quiere decir que la pérdida de la visión más allá del nacimiento y la muerte se vincula íntimamente con la sexualidad. Otra cosa más se vincula con la misma.
Mientras el ser humano tenía el alma grupal, la existencia terrenal se extendía de generación en generación, sin la interrupción por el nacimiento y la muerte. Al producirse tal interrupción apareció la posibilidad de la reencarnación. Antes el hijo no era sino la continuación inmediata del padre; el padre, del abuelo; y la continuidad de la conciencia no se cortaba. Pero llegó el tiempo de apagarse la conciencia más allá del nacimiento y la muerte, y sólo con ello se dio la posibilidad de la vida en el kama loka y el devacán. Tal cambio, tal vida en mundos superiores sólo se ha hecho posible después de la individualización, después del desprendimiento del Sol y de la Luna. Sólo entonces comenzó lo que ahora llamamos encarnación y con ello aquel estado transitorio que en el futuro volverá a no tener lugar.
Según lo que precede hemos llegado a la época en que el antiguo organismo bisexual, el que representa una especie de alma grupal, se divide en lo masculino y lo femenino de tal característica que lo igual, la parecido se continúa a través de lo femenino, lo distinto por lo masculino. Efectivamente percibimos dentro de nuestra humanidad, en lo femenino el principio que aún conserva los antiguos nexos de raza y pueblo, y en lo masculino aquello que continuamente rompe y quiebra dichos nexos, y que de este modo individualiza a la humanidad. Realmente actúa en el organismo humano lo antiguo femenino como alma grupal, y lo nuevo masculino como elemento individualizante. Llegará el tiempo en que realmente han de cesar todos los vínculos de raza y de pueblo. El hombre se diferenciará cada vez más de otro hombre, y la unidad ya no existirá por la sangre común, sino por medio de lo que liga alma a alma. He aquí el curso de la evolución de la humanidad.
En las primeras razas atlantes existía aún un fuerte lazo de unidad, de tal modo que las primeras subrazas también se diferenciaban por el color, y este elemento de alma grupal todavía existe en los hombres de distinto color. Estas diferencias desaparecerán cada vez más cuanto más el elemento individual predomine. Llegará el tiempo en que ya no habrá razas de distinto color. La diferencia en cuanto a las razas habrá dejado de existir, en contrario existirán las diferencias individuales más grandes. Cuanto más nos remontemos a los tiempos antiguos, tanto más se nos presenta el dominio del elemento racial. El principio realmente individualizante ciertamente sólo comienza en el posterior período atlante. En los antiguos atlantes los pertenecientes a una raza efectivamente sentían una profunda antipatía contra los de otra raza. La unidad y el amor tenían su origen en la sangre común; y se consideraba como inmoral casarse con una persona de otra tribu.
Si el vidente examinara la relación entre el cuerpo etéreo y el físico del antiguo atlante, descubriría algo singular. En el hombre de nuestro tiempo la parte de la cabeza del cuerpo etéreo casi concuerda con la cabeza física, pues la sobrepasa muy poco; en cambio, la cabeza etérea del antiguo atlante era mucho más amplia que la física, y principalmente en la frente aparecía mucho más extensa. Al respecto, tenemos que imaginarnos un punto en el cerebro físico, situado entre las cejas, pero aproximadamente un centímetro más abajo, y otro punto que a este último le corresponde, en la cabeza etérea. En el atlante estos dos puntos estaban muy distantes, el uno del otro; y la evolución precisamente se expresaba en que ambos iban aproximándose cada vez más. En la quinta época atlante el punto de la cabeza etérea se introdujo en el cerebro físico, y como resultado del unirse los dos puntos se desarrolló lo que ahora nos es propio: calcular, contar unidades, la facultad de juzgar, y en general la facultad comprensiva e intelectual. Anteriormente los atlantes sólo poseían la muy desarrollada memoria, pero no el intelecto combinatorio. Aquí se nos presenta el punto de partida para el nacimiento de la conciencia del yo. Antes de unirse los dos puntos el atlante no poseía la independencia de su ser; por otra parte era capaz de vivir en contacto mucho más íntimo con la naturaleza. Sus viviendas se componían de lo que la naturaleza le ofrecía. Transformaba las piedras y las combinaba con los árboles en crecimiento.
Transformando lo que la Naturaleza le ofrecía él creaba su morada, de modo que ésta se componía de objetos naturales transformados. El atlante vivía dentro de los nexos estrechos que aún se habían conservado sobre la base del parentesco sanguíneo en tal forma que en la comunidad se ejercía una potente autoridad del más fuerte, el jefe. Todo dependía de la autoridad, la que por cierto se ejercía, además, de otro modo. Cuando la humanidad entró en el período atlante todavía no hablaba ningún idioma articulado, pues éste sólo se desarrolló en el período atlante. Quiere decir que el jefe no hubiera podido expresar sus órdenes por medio de un lenguaje. Por otra parte aquellos hombres tenían la capacidad de comprender el lenguaje de la Naturaleza. De esto no tiene ni idea el hombre del presente; tendrá que aprenderlo nuevamente. Imagínense, por ejemplo, un manantial que les refleja la propia imagen. En el alma del ocultista esto hace surgir un sentimiento extraño, pues él dice: Mi propia imagen se me presenta por el reflejo de esta fuente, y esto es la última señal de cómo en el antiguo Saturno todo se había reflejado hacia el espacio circundante.
En el ocultista se suscita el recuerdo del antiguo Saturno cuando él percibe en la fuente la imagen reflejada. y en el eco que hace resonar la propia expresión se suscita el recuerdo de cómo en Saturno volvía como eco todo lo que resonaba hacia el espacio cósmico. Otro ejemplo: se percibe una Fata Morgana, un espejismo en el que en cierto modo el aire ha acogido y va devolviendo ciertas imágenes. Esto despierta en el ocultista el recuerdo del período solar, cuando el Sol gaseiforme recogía en sí y transformaba lo que le llegaba del universo, para reflejarlo unido con su propia naturaleza. En el antiguo planeta Sol se hubiera percibido que en su seno se había preparado todo como Fata Morgana, como una imagen luminosa, dentro de los gases del estado solar. De tal modo, sin ninguna fantasía, se aprende a formarse la imagen del mundo; y esto representa un medio importante para el desarrollo hacia los mundos superiores.
En los tiempos antiguos el hombre comprendía en alto grado la Naturaleza. Es sumamente distinto el que se viva en una atmósfera como la presente, o en la del período atlante, pues en aquel tiempo el aire estaba lleno de densas masas de neblina, el Sol y la Luna circundados de un gigantesco halo de arco iris. Hubo un tiempo en que las masas de neblina estaban tan densas que no se podían ver las estrellas y en que el Sol y la Luna estaban aún obscurecidos; sólo en el curso del tiempo se hicieron visibles para el hombre. En el Génesis se describe magníficamente la aparición del Sol, la Luna y las estrellas en el firmamento. Lo que allí se describe realmente ha tenido lugar, como asimismo mucho más.
El atlante poseía aún la comprensión de la Naturaleza a su derredor. El murmurar del manantial, lo que suena en el viento tempestuoso, sonidos inarticulados para el hombre del presente, los percibía el atlante como lenguaje inteligible. No había mandamientos, pero el espíritu se manifestaba a través de la atmósfera acuosa, hablando al ser humano. La Biblia lo expresa mediante las palabras: "y el Espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas." El hombre oía al Espíritu hablando desde los elementos, desde el Sol, la Luna y las estrellas, y dichas palabras de la Biblia expresan claramente lo que sucedía en torno del ser humano.
Llegó el tiempo en que una parte del género humano particularmente progresada y que vivía en una región que ahora también es fondo del mar, cerca de Irlanda de ahora, experimentó el ya mencionado fuerte amoldamiento del cuerpo etéreo y a raíz de ello una más amplia inteligencia. Bajo la conducción de la personalidad más progresada, dicha parte de la población atlante comenzó a migrar hacia el Este, mientras enormes masas de agua paulatinamente inundaban al continente atlante.
La parte más evolucionada de esas poblaciones se trasladó hasta Asia, donde fundó el centro de las culturas que designamos como las culturas post-atlantes; y de este centro irradió toda la cultura ulterior. Esta tuvo su origen en la corriente humana que más tarde avanzó más hacia el Este y que, partiendo del Asia Central fundó en la India la primera cultura post-atlante, la que todavía mostraba importantes reminiscencias de la cultura atlante. El habitante de la antigua India aún no poseía la conciencia como la nuestra, pero se dio la posibilidad para la misma cuando los dos puntos a que nos hemos referido se unieron. Antes de este amoldamiento aún vivía en el atlante la conciencia en imágenes, la que le permitía percibir entidades espirituales. No solamente oía un claro lenguaje en el murmurar del manantial, sino que de éste veía ascender la ondina que en el agua se incorpora. En las corrientes del aire percibía las sílfides, en el crepitar del fuego, las salamandras. Todo esto lo veía y de ello nacieron los mitos y las sagas que en su forma más pura se conservaron en territorios europeos, en los cuales habían permanecido partes de los atlantes que no migraron hasta la India. Las sagas y los mitos germanos son restos de lo que los antiguos atlantes habían percibido en las masas de neblinas. Los ríos, como el Rin, vivían en la conciencia de los antiguos atlantes como si con aquellos se hubiese unido la sabiduría proveniente de las neblinas del antiguo Nitlheim. Esta sabiduría parecía hallarse en los ríos en forma de las Ondinas del Rin, o seres similares.
En la forma descrita vivían en Europa restos de la cultura atlante, mientras que en la India surgía otra, la que todavía mostraba reminiscencias del antiguo mundo de imágenes. Este último mundo había desaparecido, pero el habitante de la India guardaba el anhelo de lo que ese mundo expresa. El atlante había oído el lenguaje de la sabiduría de la Naturaleza, el indio, a su vez, sentía el anhelo de la unidad con la Naturaleza y así se nos presenta el carácter de la antigua cultura india por el hecho de que la misma quiere volver al tiempo en que antes había vivido la humanidad como en su elemento natural.
El antiguo indio era un soñador. Si bien ante él se extendía lo que nosotros llamamos la realidad, no obstante sentía el mundo de los sentidos como maya, como ilusión. Lo que el antiguo atlante aún había percibido como Espíritus moviéndose cernidos, lo buscaba el antiguo indio a través del anhelo del contenido espiritual del mundo, el Brahma. Esta forma de volver a la antigua conciencia onírica del atlante se ha conservado en la enseñanza oriental, en la búsqueda de la antigua conciencia.
Más hacia el Norte existía la primitiva cultura persa de los medos y persas. Mientras que la cultura india hacía abstención de la realidad, el persa a su vez se hacía consciente de que la debe tomar en cuenta. Por primera vez el ser humano aparece como trabajador, consciente de que debe emplear sus fuerzas espirituales, no solamente para aspirar al conocimiento, sino también para transformar la tierra. Al principio la tenía ante sí como elemento contrario; él debía vencerla y este contraste se expresa en Ormuzd y Ahrimán, la Divinidad del Bien y la del Mal, como asimismo en la lucha entre ambas. Cada vez más el hombre quería hacer fluir el mundo espiritual en el terrenal; pero todavía no era capaz de reconocer el reinar de leyes en el mundo exterior, las leyes de la Naturaleza. La antigua cultura india en verdad poseía el conocimiento de mundos superiores, pero no basado en una ciencia natural, puesto que todo lo terrestre se relacionaba con la maya; el persa, en cambio, sólo llegó a conocer la Naturaleza como lugar de trabajo.
Ahora pasamos a los caldeos, los babilonios y las poblaciones egipcias, es decir a la época en la que el hombre llegó a conocer el reinar de las leyes en la Naturaleza. Alzando la mirada hacia las estrellas, no solamente buscaba dioses tras ellas, sino que examinaba las leyes de ellas, y esto condujo a la maravillosa ciencia que se nos presenta en los caldeos. El sacerdote egipcio no consideraba lo físico como antagónico, sino que incorporaba a su suelo, su país, la espiritualidad que se le revelaba en la geometría. Se llegó a conocer las leyes que rigen en la Naturaleza exterior. En la sabiduría caldeo-babilonio-egipcia se enlaza íntimamente la astronomía exterior con el conocimiento acerca de los dioses que dan alma a las estrellas. Esta es la tercera etapa de la evolución cultural.
Sólo en la cuarta etapa de la evolución post-atlante el hombre llega al punto de hacer fluir en la cultura lo que en él mismo vive como espiritualidad. Esto se realiza en la época greco-latina, en la que mediante la obra de arte el hombre impregna en la materia su propia espiritualidad, tanto en el arte plástico como en la poesía dramática. En la misma época también se realizan los comienzos de la formación de ciudades, una formación bien distinta de la que existía en el Egipto y en Babilonia, donde los sacerdotes alzaban la vista hacia las estrellas, estudiando sus leyes, mientras en sus obras arquitectónicas creaban el trasunto de lo observado en el firmamento. A raíz de ello sus torres evidencian la evolución en siete escalones, la que el hombre primero había descubierto en los cuerpos celestes, y también sus pirámides muestran condiciones cósmicas.
En el principio de la historia romana, la de los siete reyes de Roma, se expresa maravillosamente el tránsito de la sabiduría sacerdotal a la realidad de la sabiduría humana. ¿Qué son estos siete reyes? Recordemos que la primitiva historia de Roma tiene su origen en Troya, la que aparece como el último resultado de antiguas comunidades de sacerdotes que habían organizado los Estados según las leyes de las estrellas. Con el tránsito a la cuarta época cultural la inteligencia humana se sobrepone a la sabiduría sacerdotal. La imagen de aquélla la representa la astucia de Ulises. Más expresivamente lo hace comprender la imagen que es símbolo del sobreponerse el discernimiento humano a la sabiduría sacerdotal, pues como símbolo de la sabiduría humana siempre ha sido considerado la serpiente. El grupo escultórico de Laocoonte expresa que las serpientes, que representan la inteligencia y la sabiduría del hombre, vencen a la sabiduría sacerdotal de la antigua Troya.
Las autoridades que actúan en el curso de los milenios bosquejaron entonces los sucesos a realizarse, y según ellos debió transcurrir la historia. Los que se encontraron en el sitio del origen de Roma determinaron de antemano la cultura septenaria de Roma, tal como la misma figura en los libros sibilinos.
Reflexionando sobre los mismos se descubrirán en los nombres de los siete reyes reminiscencias de los siete principios del ser humano, hasta tal punto que el quinto rey romano, el etrusco, llega de afuera; él representa aquella parte del principio Manas, del Yo espiritual, que actúa como eslabón entre los tres principios inferiores y los tres superiores. Los siete reyes romanos representan los siete principios de la naturaleza humana. Los vínculos espirituales se expresan en estos sucesos. El Estado romano republicano no es otra cosa que la sabiduría humana que alterna con la sabiduría sacerdotal; y así la tercera cultura se convirtió en la cuarta. En sus grandes obras de arte, en sus poesías dramáticas y en el derecho el hombre hizo brotar de sí mismo lo que él tenía en el alma. Anteriormente todo el derecho se había recibido de las estrellas. Los romanos llegaron a ser un pueblo del derecho, porque aquí el hombre ha creado según sus propias necesidades el derecho necesario correspondiente, el Jus romano. Nosotros mismos vivimos en la quinta época. ¿Cómo se expresa en ella el sentido de toda la evolución? Desapareció la antigua autoridad; el hombre se torna cada vez más concentrado en sí mismo, su actuar y trabajar exterior es cada vez más un reflejo de su interioridad. Las comunidades étnicas se deshacen, el hombre se individualiza cada vez más. En esto se basa el germen de la religión que dice: El que no abandone a padre y madre, hermano y hermana, no puede ser mi discípulo.
Esto significa que todo amor basado en el parentesco natural ha de cesar; los vínculos deben de formarse de hombre a hombre, y el alma ha de encontrar al alma. Es nuestra tarea hacer descender un tanto más al plano físico lo que en la época grecolatina había fluido del alma; y con ello el hombre llega a ser cada vez más una entidad sumergida en la materia. Mientras que en sus obras de arte el griego creaba un reflejo idealizado de su vida anímica, vertiéndolo en la forma humana, y el romano en sus preceptos jurídicos algo que más bien da expresión a necesidades personales, nuestra época, a su vez, se caracteriza principalmente por las máquinas como expresión materialista de necesidades enteramente personales. La humanidad descendió cada vez más del cielo, y nuestra quinta época ha descendido al más bajo plano y se halla enredada en la materia en el más alto grado. Si el griego aún había elevado al hombre sobre el hombre a través de sus creaciones artísticas -pues Zeus representa al hombre elevado sobre sí mismo-, si en los preceptos jurídicos romanos todavía se encuentra algo del hombre que lo eleva sobre sí mismo, pues el romano aún daba más importancia a su posición como ciudadano romano que a su calidad de hombre personal; en nuestra época, en cambio, se halla el hombre que se sirve del espíritu con el fin de satisfacer sus necesidades materiales.
Pues ¿a qué finalidad sirven las máquinas, los buques de vapor, ferrocarriles y todos los demás inventos complejos? Mientras que el antiguo caldeo satisfacía del modo más simple sus necesidades alimentarias, en nuestro tiempo se emplea para ello una inmensa sabiduría. Sabiduría humana cristalizada se utiliza para saciar el apetito de comer y beber. No hay que ilusionarse: emplear la sabiduría en tal sentido significa descender a un nivel debajo de sí mismo, hasta en la materia.
Todo cuanto en el pasado el hombre había traído de lo espiritual debió descender hasta debajo de su propio ser, a fin de poder ascender nuevamente. Pero en ello consiste la misión de nuestra época. Mientras que en el hombre antiguo fluía la sangre que le unía con su comunidad étnica, con su tribu, resulta que en nuestro tiempo se ha quebrantado cada vez más el amor que aún fluía en la sangre antigua. En su lugar debe de haber un amor de índole espiritual, y esto nos permitirá volver a ascender a la espiritualidad. El haber descendido de la espiritual se justifica plenamente, pues el hombre debe de experimentar el descenso, para volver a encontrar por su propia fuerza el camino hacia la espiritualidad. Es precisamente la misión de la corriente científico-espiritual enseñar a la humanidad el camino hacia lo alto.
Hemos contemplado el curso evolutivo de la humanidad hasta el tiempo al que nosotros mismos hemos llegado. Ahora nos incumbe mostrar cómo ha de seguir su evolución y cómo el hombre que experimente la iniciación puede, ya en nuestro tiempo, pasar anticipadamente por un determinado nivel evolutivo de la humanidad, a través de su sendero de conocimiento y sabiduría.