GA028 El curso de mi vida cap. XIX Cuestiones de conocimiento - límites del conocimiento; entre artistas

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 EL CURSO DE MI VIDA

RUDOLF STEINER

1890-1897

Weimar

Cap. XIX Cuestiones de conocimiento - límites del conocimiento; entre artistas

La soledad que experimenté entonces con respecto a lo que llevaba en silencio dentro de mí como mi concepción del mundo, mientras mis pensamientos estaban ligados a Goethe por un lado y a Nietzsche por otro - esta soledad la experimenté también en relación con muchas otras personalidades con las que me sentía unido por lazos de amistad, pero que sin embargo se oponían enérgicamente a mi vida espiritual.

El amigo que me había ganado en los primeros años, pero cuyas ideas y las mías se habían vuelto mutuamente tan divergentes que tuve que decirle: "Si fuera cierto lo que tú piensas sobre la realidad esencial de la vida, preferiría ser un bloque de madera bajo mis pies que un hombre", este amigo seguía unido a mí en amor y lealtad. Sus cartas de bienvenida desde Viena me llevaban siempre de vuelta al lugar que me era tan querido, especialmente por las relaciones humanas en las que allí tuve el privilegio de vivir.

Pero si este amigo se comprometía en sus cartas a hablar de mi vida espiritual, se abría entonces un abismo entre nosotros.

A menudo me escribía que yo me alejaba de lo que es primario en la naturaleza humana, que "racionalizaba los impulsos de mi alma". Tenía la sensación de que en mí la vida del sentimiento se había transformado en una vida de mero pensamiento, y esto lo percibía como una cierta frialdad que procedía de mí. Nada de lo que yo pudiera hacer contra esta opinión suya podía servir de algo. No pude evitar ver que el calor de su amistad disminuía gradualmente porque él no podía liberarse de la creencia de que yo debía enfriarme en cuanto a lo humano, puesto que pasaba mi vida anímica en la región del pensamiento.

Que, en lugar de enfriarme en esta vida de pensamiento, debía llevar conmigo a esta vida mi plena humanidad para, por este medio, asirme a la realidad en la esfera espiritual, esto nunca lo comprendería.

No podía ver que lo puramente humano persiste, incluso cuando es elevado al reino del espíritu; tampoco podía ver cómo es posible vivir en la esfera del pensamiento; era su opinión que uno puede allí meramente pensar y debe perderse en la fría región de las abstracciones.

Así me tachó de "racionalista". En esta opinión suya sentí que había la más crasa incomprensión de lo que se alcanzaba por mis caminos espirituales. Todo pensamiento que se aleja de la realidad y se gasta en lo abstracto - por esto sentía la más profunda antipatía. Me encontraba en una condición mental en la que desarrollaba el pensamiento extraído del mundo de los sentidos sólo hasta esa etapa en la que el pensamiento tiende a desviarse hacia lo abstracto; en ese punto, me decía a mí mismo, debería aferrarse al espíritu. Mi amigo vio que me movía en el pensamiento fuera del mundo físico; pero no se dio cuenta de que en ese mismo momento di un paso hacia lo espiritual. Por lo tanto, cuando hablé de lo realmente espiritual, esto era para él totalmente inexistente, y recibió de mis palabras meramente una red de pensamientos abstractos.

Me sentía profundamente afligido por el hecho de que, cuando realmente estaba pronunciando aquello que tenía para mí la más profunda importancia, sin embargo, para mi amigo estaba hablando de una "nada". Tal era mi relación con muchas personas.

Lo que así entraba en mi vida tenía que percibirlo también en mi concepción de la comprensión de la naturaleza. Yo sólo podía reconocer como correcto aquel método de investigación de la naturaleza en el que uno aplica su pensamiento a la tarea de mirar a través de las relaciones objetivas de los fenómenos de los sentidos; pero no podía admitir que uno, por medio del pensamiento, elabore hipótesis concernientes a la región de la percepción de los sentidos que entonces deben ser referidas a una realidad suprasensible pero que, de hecho, constituyen una mera red de pensamientos abstractos. En el momento en que el pensamiento ha completado su trabajo fijando lo que se hace claro por los mismos fenómenos de los sentidos, cuando son vistos correctamente, yo no deseaba comenzar con la elaboración de hipótesis, sino en la percepción, en la experiencia de lo espiritual que en realidad vive, no detrás del mundo de los sentidos, sino dentro de él.

Lo que a mediados de los años noventa sostenía firmemente como opinión propia, lo expuse más tarde brevemente de la siguiente manera en un artículo que publiqué en 1900 en el número 16 de la Magazin für Literatur: "Un análisis científico de nuestra actividad cognoscitiva conduce ... a la convicción de que las cuestiones que tenemos que plantear a la naturaleza son consecuencia de la peculiar relación en la que nos encontramos con el mundo. Somos individualidades limitadas y, por esta razón, sólo podemos tomar conciencia del mundo en fragmentos. Cada fragmento, en sí mismo y por sí mismo, es un enigma; o, expresado de otro modo, es un problema para nuestra comprensión. Pero cuanto más conocemos los detalles, más claro se nos hace el mundo. Un acto de toma de conciencia aclara los demás. Las preguntas que el mundo nos plantea y que no pueden responderse con los medios que el mundo nos proporciona no existen. Para el monismo, por tanto, no hay límites al conocimiento. En un momento dado, esto o aquello puede no ser aclarado, porque todavía no estamos en condiciones, ni en cuanto al espacio ni en cuanto al tiempo, de encontrar las cosas de que se trata. Pero lo que no se encuentra hoy, puede encontrarse mañana. Los límites así determinados son sólo accidentales, y desaparecerán con el progreso de la experiencia y del pensamiento. En tales casos, la formulación de hipótesis es legítima. No deben formularse hipótesis sobre nada que, por su naturaleza, sea inaccesible a nuestro entendimiento. La hipótesis atómica carece totalmente de fundamento cuando se la considera, no meramente como una ayuda para el pensamiento abstracto, sino como una declaración relativa a un ser real fuera del alcance de nuestra experiencia cualitativa. Una hipótesis no debe ser más que una opinión relativa a un conjunto de hechos que, por razones accidentales, nos es inaccesible, pero que pertenece por naturaleza al mundo que nos es dado."

Expuse este punto de vista sobre la formación de hipótesis porque deseaba demostrar que las "limitaciones del conocimiento" no estaban probadas, y que las limitaciones de la ciencia natural eran una necesidad. En aquel momento hice esto en cuanto a la comprensión de la naturaleza sólo en una referencia lateral. Pero esta manera de formar pensamientos siempre me había trazado el camino para avanzar más por medio del conocimiento del espíritu más allá de ese punto en el que uno dependiente del conocimiento de la naturaleza llegaba a la inevitable "limitación".

El elemento artístico que la escuela de arte y el teatro y los músicos asociados a ellos aportaron a la ciudad de Weimar fue la fuente de una alegría del alma y de una profunda satisfacción interior.

En los profesores y estudiantes de pintura de la escuela de arte se revelaba lo que entonces luchaba por salir de las antiguas tradiciones hacia una percepción y un reflejo nuevos y directos de la naturaleza y la vida. Muchos de estos pintores podrían haber sido considerados "buscadores". Cómo lo que el pintor tenía como color en su paleta o en su bote de colores podía aplicarse a la superficie de tal manera que lo que el artista creaba guardara una relación correcta con la Naturaleza tal como vive y se hace visible a los ojos del hombre al crear - ésta era la pregunta que se oía constantemente en las formas más variadas, de una manera estimulante, a menudo agradablemente fantasiosa, y de cuya experiencia artística surgieron los numerosos cuadros que los artistas de Weimar exhibían en las frecuentes exposiciones de arte.

Mi experiencia artística no era entonces tan amplia como mi relación con las experiencias en el ámbito del conocimiento. Sin embargo, busqué en el estimulante trato con los artistas de Weimar una concepción espiritual de lo artístico.

Para la memoria retrospectiva, lo que entonces experimenté en mi propia mente parece muy caótico, cuando el pintor moderno que percibía el estado de ánimo de la luz y la atmósfera y deseaba devolverlas se alzaba en armas contra los "antiguos" que sabían por tradición cómo se manejaba esto o aquello. Había en muchos de ellos un esfuerzo espiritualizado -derivado de las fuerzas más primitivas del alma- por ser "verdaderos" en la reproducción de la naturaleza.

Sin embargo, la vida de un joven pintor, cuya manera de revelarse artísticamente armonizaba con mi propia evolución en la dirección de la fantasía artística, no era tan caótica, sino que adoptaba formas muy significativas. Este artista, entonces en la flor de la juventud, estuvo durante algún tiempo en la más estrecha intimidad conmigo. También a él la vida le ha llevado lejos de mí; pero a menudo he recordado en mi memoria las horas que pasamos juntos.

La vida anímica de este joven era todo luz y color. Lo que otros expresaban en ideas, él lo expresaba por medio de "colores en la luz". En efecto, su entendimiento funcionaba de tal manera que combinaba las cosas y los acontecimientos de la vida como se combinan los colores, no como se combinan los meros pensamientos que el hombre ordinario forma del mundo.

En cierta ocasión, este joven artista asistió a una boda a la que yo también había sido invitado. Se estaban pronunciando los discursos habituales de las fiestas. El pastor tomó como contenido de su discurso el significado de las palabras novia y novio. Yo traté de cumplir con el deber de hablar -que recaía sobre mí porque era un visitante frecuente de la acogedora casa de la que procedía la novia- hablando de las deliciosas experiencias que se permitía disfrutar a los invitados en aquella casa. Hablé porque se esperaba que hablara. Y se esperaba que pronunciara el tipo de discurso "propio" de un banquete nupcial. Así que no me gustó mucho "el papel" que tenía que representar. Después de mí intervino el joven pintor, que también era amigo de la familia desde hacía mucho tiempo. Nadie esperaba nada de él, pues todo el mundo sabía que las ideas que se plasman en los brindis simplemente no le pertenecían. Comenzó de la siguiente manera: "Sobre la brillante cresta roja de la colina la mirada del sol se derramaba amorosamente. Nubes respirando sobre la colina y en el resplandor del sol; laderas rojas resplandecientes frente a la luz del sol, mezclándose en arcos triunfales de colores espirituales dando un camino a la tierra para la luz que se esfuerza hacia abajo. Superficies de flores a lo largo y ancho; por encima de ellas el aire, amarillo resplandeciente, se desliza en las flores despertando la vida en ellas..." Habló así durante largo rato. Se había olvidado de repente de todo el jolgorio nupcial que le rodeaba y se había puesto a pintar "con el espíritu". No sé por qué dejó de hablar así en plan pintor; supongo que le tiró de la cola alguien que le apreciaba mucho, pero que también deseaba por igual que los invitados llegaran a disfrutar tranquilamente de la carne asada de la boda.

El joven pintor se llamaba Otto Fröhlich. A menudo se sentaba conmigo en mi habitación, y juntos dábamos paseos y hacíamos excursiones. Mientras Otto Fröhlich estaba conmigo, pintaba siempre "en el espíritu". En su compañía uno podía olvidar que el mundo tiene otro contenido que la luz y el color.

Tal era mi sentimiento hacia este joven amigo. Sé que todo lo que tenía que decirle lo ponía ante su mente revestido de colores para hacerme inteligible para él.

Y el joven pintor conseguía guiar su pincel y aplicar los colores de tal manera que sus cuadros eran en gran medida un reflejo de sus propias fantasías de colores vivos y exuberantes. Cuando pintaba el tronco de un árbol, aparecían en el lienzo, no las formas delineadas de un cuadro, sino aquello que la luz y el color revelan desde su interior cuando el tronco del árbol les da la oportunidad de manifestar su vida.

A mi manera, buscaba la sustancia espiritual del color en la luz. En él me vi obligado a ver el secreto del ser del color. En Otto Fröhlich estaba a mi lado un hombre que llevaba instintivamente dentro de sí, como experiencia, lo que yo buscaba para la absorción del mundo del color a través del alma humana.

Fue un placer para mí poder, a través de esta misma búsqueda mía, dar al joven amigo muchos estímulos. He aquí un ejemplo. Yo mismo experimenté en alto grado los intensos colores que Nietzsche describe en el capítulo de Zaratustra sobre "el hombre más odioso". Este "Valle de la Muerte", descrito como un cuadro por Nietzsche, encerraba para mí gran parte del secreto de la vida del color.

Le di a Otto Fröhlich el consejo de pintar poéticamente el cuadro hecho por Nietzsche en colores de palabras de Zaratustra y el hombre más odioso. Así lo hizo. Y ahora sucedió algo realmente extraordinario. Los colores se concentraron, brillantes y muy expresivos, en la figura de Zaratustra. Pero esta figura como tal no se manifestó plenamente, ya que en Fröhlich los colores no podían desplegarse hasta el punto de crear a Zaratustra. Pero tanto más vivas hervían las variaciones de color en las "serpientes verdes" del valle del hombre más odioso. En esta parte del cuadro vivía todo Fröhlich. Pero ahora el "hombre más odioso" habría requerido la línea, la característica de la pintura. Esto Fröhlich se negó. Todavía no sabía que en el color vive el secreto de hacer que lo espiritual tome forma a través de la propia manipulación del color. Así que "el hombre más odioso" se convirtió en una reproducción del modelo llamado por los pintores de Weimar "Füllsack". No sé si éste era realmente el nombre del hombre que los pintores utilizaban siempre cuando querían tratar a alguien característicamente odioso; pero sé que el odio de "Füllsack" ya no era meramente convencional, sino que tenía algo de genial. Pero colocarlo así, sin cambios, como una copia en el cuadro donde el alma de Zaratustra se revela resplandeciente en el semblante y en la vestimenta, cuando la luz evoca el verdadero ser de color de su relación con las serpientes verdes, esto arruinó el cuadro de Fröhlich. De este modo, el cuadro no se convirtió en lo que yo esperaba que pudiera llegar a ser a través de Otto Fröhlich.

Aunque era consciente de la sociabilidad de mi naturaleza, en Weimar nunca sentí el impulso irrefrenable de ir donde los artistas y todos los que se sentían socialmente unidos a ellos pasaban las veladas.

Se trataba de un romántico "Club de Artistas", remodelado a partir de una antigua herrería situada frente al teatro. Allí, reunidos en una penumbra, se sentaban los profesores y los alumnos de la Academia de Pintura; allí se sentaban los actores y los músicos. Quien buscara sociabilidad debía sentirse impulsado a ir a este lugar por las tardes. Y yo no me sentía tan impelido porque no buscaba compañía, sino que la aceptaba agradecido cuando las circunstancias me la brindaban.

Así conocí a artistas individuales de otros grupos sociales, pero no llegué a conocer el mundo artístico.

Conocer a ciertos artistas de Weimar en aquella época tenía un valor vital. La tradición de la Corte y la personalidad extraordinariamente simpática del Gran Duque Carl Alexander conferían a la ciudad un prestigio artístico que atraía a Weimar, en una u otra relación, todo lo artístico que estaba activo en aquella época.

Allí estaba, en primer lugar, el teatro con sus buenas y viejas tradiciones, reacio en sus principales representantes a permitir que se pusiera de manifiesto un sabor naturalista. Y allí donde lo moderno querría mostrarse y expurgar muchas pedanterías, que sin embargo siempre estaban asociadas a las buenas tradiciones, allí la modernidad se mantenía muy alejada de lo que Brahm propagaba en el escenario y Paul Schlenther a través de la prensa como la "concepción moderna". Entre estos "modernos de Weimar" el principal de todos era ese noble espíritu de fuego totalmente artístico, Paul Wiecke. Ver a tales hombres dar en Weimar los primeros pasos de su carrera artística le producía a uno una impresión inerradicable, y era una escuela integral de la vida. Paul Wiecke utilizaba el sótano de un teatro que, por sus tradiciones, molestaba al artista elemental. He pasado horas muy estimulantes en casa de Paul Wiecke. Mantenía una íntima amistad con mi amigo Julius Wahle, y por eso me acerqué mucho a él. A menudo era delicioso oír a Wiecke refunfuñar por casi todo lo que tenía que soportar cuando tenía que hacer los ensayos generales para una nueva representación. Luego, con esto en mente, verle interpretar el papel del que tanto había abusado y que, sin embargo, por su noble empeño en el estilo y por su hermoso fuego espiritualizador, le proporcionaba a uno un raro disfrute.

Richard Strauss se iniciaba entonces en Weimar. Fue segundo director junto con Lassen. Las primeras composiciones de Richard Strauss se estrenaron en Weimar. El ansia musical de esta personalidad se reveló como una pieza de la propia vida espiritual de Weimar. Una aceptación tan alegre y sin reservas de algo que en el acto de su aceptación se convertía en un apasionante problema de arte era entonces posible sólo en Weimar. Alrededor de uno la paz de lo tradicional - un estado de ánimo muy apreciado y digno; ahora entra en medio de esto Richard Strauss con su Sinfonía Zaratustra o incluso su música para el bufón. Todo se despierta en la tradición, la reverencia, el valor; pero se despierta de tal manera que el asentimiento es amable, el disentimiento inofensivo - y el artista puede encontrar de la manera más hermosa la reacción a su propia creación.

¡Cuántas horas estuvimos sentados en la primera representación del drama musical Guntram de Richard Strauss, en el que el entrañable y humanamente tan distinguido Heinrich Zeller interpretó el papel principal y casi se quedó sin voz!

De hecho, este hombre profundamente simpático, Heinrich Zeller, tuvo que abandonar Weimar para llegar a ser lo que llegó a ser. Tenía el don elemental más hermoso del canto. Necesitaba para su despliegue un entorno que, con la mayor paciencia, permitiera que tal don experimentara una y otra vez al desarrollarse. Y así, la evolución de Heinrich Zeller debe contarse entre las cosas más humanas y bellas que uno pueda experimentar jamás. Además, Zeller era una personalidad tan adorable que las horas que uno podía pasar con él debían contarse entre las más estimulantes posibles.

Y así sucedió que, aunque yo no pensaba a menudo en ir por la noche al Club de Artistas, si Heinrich Zeller se encontraba conmigo y me decía que debía ir con él, yo siempre accedía gustosamente a esta petición.

El estado de cosas en Weimar tenía también su lado oscuro. Lo tradicional y pacífico a menudo retenía al artista como en una especie de reclusión. Heinrich Zeller llegó a ser muy poco conocido fuera de Weimar. Lo que en un principio le permitió desplegar sus alas, más tarde las paralizó. Lo mismo le ocurrió siempre a mi querido amigo Otto Fröhlich. Necesitaba, como Zeller, el suelo artístico de Weimar, pero la tenue atmósfera espiritual le absorbía demasiado en su comodidad artística.

Y uno sentía este "confort artístico" en la presión del espíritu de Ibsen y de otros modernos. Allí uno compartía con todo - la batalla librada por el dramaturgo, por ejemplo, con el fin de encontrar el estilo para una Nora. Una búsqueda como la que uno podía observar allí sólo se produce cuando, a través de la propagación de las viejas tradiciones escénicas, uno se encuentra con dificultades en el esfuerzo por representar lo que proviene de poetas que han comenzado, no como Schiller con la escena, sino como Ibsen con la vida.

Pero también se participa en la reflexión de este modernismo desde la "comodidad artística" del público teatral. Uno debe encontrar un término medio entre las dos circunstancias: por un lado, que uno es habitante de la "Weimar clásica" y, por otro, que lo que ha hecho grande a Weimar ha sido su constante comprensión por lo nuevo.

Recuerdo con gran alegría las producciones de los dramas musicales de Wagner a las que asistí en Weimar. El director von Bronsart desarrolló una devoción especialmente comprensiva por este tipo de producciones teatrales. La voz de Heinrich Zeller alcanzó entonces su valor más exquisito. Un notable don como cantante pertenecía a Frau Agnes Stavenhagen, esposa del pianista Bernhard Stavenhagen, que también fue durante mucho tiempo director del teatro. Frecuentes festivales de música traían a Weimar a los artistas representativos de la época y sus obras. Allí se vio, por ejemplo, a Mahler como director en un festival de música cuando apenas estaba empezando. Inerradicable fue la impresión del modo en que utilizaba la batuta - no ayudando a la música en el torrente de formas, sino como la experiencia de un algo supersensible oculto visiblemente apuntando en medio de las formas.

Lo que me vino a la mente de estos acontecimientos de Weimar - aparentemente sin relación conmigo - está en realidad profundamente unido a mi vida. Porque se trataba de excitaciones y estados que yo experimentaba como si me pertenecieran en lo más profundo. A menudo después, cuando me he encontrado con una persona, o con la obra de una persona, con la que he compartido experiencias en sus comienzos en Weimar, he recordado con gratitud este período de Weimar a través del cual tanto se hizo inteligible porque tanto se había reunido de otras partes allí para pasar por su etapa germinal. Así, experimenté en Weimar los esfuerzos artísticos de tal manera que en la mayoría de ellos tenía mi propia opinión, a menudo muy poco en armonía con las de otras personas. Pero al mismo tiempo me interesaba tan intensamente por todo lo que sentían los demás como por mis propios sentimientos. También aquí se produjo en mí una doble vida mental.

Se trataba de una auténtica disciplina de la mente, que me trajo la vida misma en el curso del destino, a fin de que pudiera encontrar mi camino fuera del "o lo uno o lo otro" del juicio intelectual abstracto. Este tipo de juicio erige barreras que separan la mente del mundo espiritual. En éste no hay seres ni acontecimientos que admitan tal juicio de "o lo uno o lo otro". En presencia de lo suprasensible, uno debe volverse polifacético. No hay que limitarse a aprender teóricamente, sino que hay que llevarlo todo a morar en las emociones más íntimas de la vida del alma, a fin de verlo todo desde los más diversos puntos de vista. Puntos de vista tales como el materialismo, el realismo, el idealismo, el espiritualismo, tal como han sido elaborados en el mundo físico por personalidades con formas abstractas de pensar en teorías comprensivas con el fin de que puedan significar algo para las cosas en sí mismas, - éstos pierden todo interés para aquel que conoce lo suprasensible. Sabe, por ejemplo, que el materialismo no puede ser otra cosa que la visión del mundo desde aquel punto desde el que se revela en los fenómenos materiales.

Es un entrenamiento práctico en esta dirección cuando uno se encuentra en medio de una existencia que lleva la vida cuyas ondas laten fuera de la propia tan adentro que se hace tan cercana como los propios juicios y sentimientos. Pero para mí esto era cierto en gran parte en Weimar. Me parece que a finales de siglo dejó de ser así. Hasta entonces, el espíritu de Goethe y de Schiller lo impregnaba todo. Y el viejo y amable Gran Duque, que se movía con tanta distinción por Weimar y sus alrededores, había visto a Goethe de niño. Realmente se sentía muy "Su Alteza", pero siempre demostró que se sentía ennoblecido por segunda vez a través de la obra que Goethe hizo por Weimar.

Fue el espíritu de Goethe el que obró tan poderosamente desde todas las direcciones en Weimar, que para mí cierto lado de la experiencia de lo que allí sucedía se convirtió en la disciplina mental práctica en la concepción correcta de los mundos suprasensibles.

GA028 El curso de mi vida cap XVIII -Como invitado en el Archivo Nietzsche;

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 EL CURSO DE MI VIDA

RUDOLF STEINER

1890-1897

Weimar

Cap. XVIII Como invitado en el archivo Nietzsche

Mi primer contacto con los escritos de Nietzsche se remonta al año 1889. Hasta entonces no había leído ni una línea suya. El pensamiento de Nietzsche no tuvo la menor influencia sobre la esencia de mis ideas, tal como se expresan en La filosofía de la actividad espiritual. Leí lo que había escrito con la sensación de sentirme atraído por el estilo que había desarrollado a partir de su relación con la vida. Sentí que su alma era un ser impelido por herencia y atracción a prestar atención a todo lo que la vida espiritual de su época había hecho surgir, pero que siempre sentía en su interior: "¿Qué tiene que ver conmigo esta vida espiritual? Debe haber otro mundo en el que pueda vivir; tanto me sacude la vida en este mundo". Este sentimiento hizo de él un crítico espiritualmente indignado de su tiempo; pero un crítico que por su propia crítica se veía reducido a la enfermedad, -que tenía que experimentar la enfermedad y sólo podía soñar con la salud-, de su propia salud. Al principio buscó medios para hacer de su sueño de salud el contenido de su propia vida; y así buscó con Richard Wagner, con Schopenhauer, con el positivismo moderno soñar como si quisiera hacer realidad el sueño de su alma. Un día descubrió que sólo había soñado. Entonces empezó a buscar realidades con todas las fuerzas de su espíritu, realidades que debían estar "en algún lugar". No encontró caminos hacia esas realidades, sino sólo anhelos. Después, estos anhelos se convirtieron para él en realidades. Volvió a soñar, pero la poderosa fuerza de su alma creó a partir de estos sueños realidades del hombre interior que, sin esa pesadez que durante tanto tiempo había caracterizado las ideas de la humanidad, flotaban en su interior en un estado de ánimo de alma alegre pero que descansaba sobre fundamentos contrarios al espíritu de la época, el "Zeitgeist".

Fue así como vi a Nietzsche. El carácter ingrávido y flotante de sus ideas me atrajo. Descubrí que este elemento de libre flotación en él había hecho madurar muchos pensamientos que tenían un parecido con los que se habían formado en mí por caminos muy distintos a los de la mente de Nietzsche.

Así me fue posible escribir en 1895 en el prefacio de mi libro Nietzsche, un luchador contra su tiempo. "Ya en 1886, en mi pequeño volumen La teoría del conocimiento en la concepción del mundo de Goethe, se expresa el mismo sentimiento", es decir, el mismo que aparece en ciertas obras de Nietzsche. Pero lo que me atrajo especialmente fue que se podía leer a Nietzsche sin encontrar nada que pretendiera convertir al lector en un "dependiente" de Nietzsche. Uno podía experimentar gustosamente y sin reservas su iluminación espiritual; en esta experiencia uno se sentía totalmente libre; pues uno tenía la impresión de que sus palabras empezaban a reír si uno les hubiera atribuido la intención de ser asentidas, como ocurre cuando uno lee a Haeckel o a Spencer.

Así, me aventuré a explicar mi relación con Nietzsche en el libro antes mencionado utilizando las palabras que él mismo había empleado en su libro sobre Schopenhauer: "Pertenezco a esos lectores de Nietzsche que, tras haber leído su primera página, saben con certeza que leerán todas las páginas y escucharán todas las palabras que haya pronunciado. Mi confianza en él continuó desde entonces... Le entendí como si hubiera escrito para mí, para expresarme inteligiblemente, pero inmodestamente, tontamente". Poco antes de que yo comenzara a escribir ese libro, la hermana de Nietzsche, Elizabeth Förster-Nietzsche, apareció un día en el Instituto Goethe y Schiller. Estaba dando los primeros pasos para la creación de un Instituto Nietzsche y quería saber cómo se gestionaba el Instituto Goethe y Schiller. Poco después llegó a Weimar el editor de las obras de Nietzsche, Fritz Koegel, y lo conocí.

Más tarde tuve un serio desencuentro con Frau Elizabeth Förster-Nietzsche. Su espíritu emocional y amable reclamaba entonces mi más profunda simpatía. Sufrí indeciblemente a causa del desacuerdo. Una situación complicada lo había provocado; me vi obligado a defenderme de acusaciones; sé que todo era necesario, que las horas felices que se me permitió pasar entre los archivos de Nietzsche en Naumburg y Weimar yacieran ahora bajo un velo de amargos recuerdos; sin embargo, estoy agradecido a Frau Förster-Nietzsche por haberme llevado, en la primera de las muchas visitas que le hice, a la habitación de Friedrich Nietzsche. Allí yacía en una tumbona envuelto en la oscuridad, con su hermosa frente -la del artista y la del pensador en una sola-. Era primera hora de la tarde. Aquellos ojos que en su ceguera aún revelaban el alma, ahora sólo reflejaban un reflejo del entorno que ya no encontraba forma de llegar al alma. Uno estaba allí y Nietzsche no lo sabía. Y, sin embargo, al contemplar aquella frente impregnada de espíritu, se podía creer que era la expresión de un alma que durante toda la tarde había estado formando pensamientos en su interior y que ahora deseaba descansar un poco. 

Un estremecimiento interior que se apoderó de mi alma puede haber significado que ésta también experimentó un cambio en simpatía con el genio cuya mirada se dirigía hacia mí y, sin embargo, no se posaba en mí. La pasividad de mi mirada fijada durante tanto tiempo ganó a cambio la comprensión de su propia mirada: su anhelo siempre en vano de hacer actuar las fuerzas anímicas del ojo.

Y así apareció ante mi alma el alma de Nietzsche, flotando sobre su cabeza, ilimitada en su luz espiritual; entregada por completo a los mundos espirituales, anhelando su entorno pero sin descubrirlo; y sin embargo encadenada al cuerpo, que sólo tendría que ver con el alma mientras el alma anhelara este mundo presente. El alma de Nietzsche seguía ahí, pero sólo desde fuera podía aferrarse al cuerpo, ese cuerpo que mientras el alma permaneció en su interior había ofrecido resistencia al pleno despliegue de su luz.

Hasta entonces había leído al Nietzsche que había escrito; ahora percibía al Nietzsche que llevaba en su cuerpo ideas extraídas de regiones espirituales muy extendidas, ideas que seguían brillando por su belleza aunque hubieran perdido en el camino sus poderes iluminadores primigenios. Un alma que de vidas terrenas anteriores portaba un rico caudal de luz, pero que en esta vida no podía hacer brillar toda su luz. Yo había admirado lo que Nietzsche escribió; pero ahora veía una forma luminosa detrás de lo que había admirado.

En mis pensamientos sólo podía balbucear lo que entonces contemplaba; y este balbuceo es en efecto mi libro, Nietzsche como adversario de su época. Que el libro no sea más que un balbuceo oculta lo que no es menos cierto, que la forma de Nietzsche que contemplé inspiró el libro.

Frau Förster-Nietzsche me pidió entonces que pusiera en orden la biblioteca de Nietzsche. De este modo pude pasar varias semanas en los archivos de Nietzsche en Naumburg. También así entablé una íntima amistad con Fritz Koegel. Fue una hermosa tarea que puso ante mis ojos los libros que el propio Nietzsche había leído. Su espíritu vivía en las impresiones que me causaron estos volúmenes - un volumen de Emerson lleno de comentarios marginales que mostraban todos los signos de un estudio absorbente; los escritos de Guyau con las mismas indicaciones; libros que contenían violentos comentarios críticos de su mano - un gran número de comentarios marginales en los que uno podía ver sus ideas en forma germinal.

Una concepción penetrante del último período creativo de Nietzsche brilló claramente ante mí al leer sus comentarios marginales sobre la principal obra filosófica de Eugen Dühring. Dühring desarrolla allí el pensamiento de que se puede concebir el cosmos en un momento dado como una combinación de partes elementales. Así, la historia del mundo sería la serie de todas esas combinaciones posibles. Cuando éstas se hubieran formado una vez, entonces tendría que volver la primera, y se repetiría toda la serie. Si algo existe así en la realidad, debe haber ocurrido innumerables veces en el pasado, y debe volver a ocurrir innumerables veces en el futuro. Así deberíamos llegar a la concepción de la eterna repetición de estados similares del cosmos. Dühring rechaza este pensamiento como una imposibilidad Nietzsche lo lee; recibe de él una impresión, que obra aún más en las profundidades de su alma y finalmente toma forma en él como "el retorno de lo semejante", que, junto con la idea del "superhombre", domina su período creativo final.

Me impresionó profundamente -de hecho me conmocionó- la impresión que recibí al seguir así a Nietzsche en su lectura. Porque vi qué oposición había entre el carácter del espíritu de Nietzsche y el de sus contemporáneos. Dühring, el positivista extremo, que rechaza todo lo que no sea el resultado de un sistema de razonamiento dirigido con fría y matemática regularidad, considera "la eterna repetición de lo semejante" como un absurdo, y expone la idea sólo para mostrar su imposibilidad; pero Nietzsche debe asumirla como su solución del enigma del mundo, como una intuición , surgida de las profundidades de su propia alma.

De este modo, Nietzsche se opone frontalmente a todo lo que le presionaba como contenido del pensamiento y el sentimiento de su época. Esta presión impulsora la recibe de tal modo que le duele profundamente, y es en el dolor, en una inexpresable tristeza de espíritu, donde da forma al contenido de su propia alma. Esta fue la tragedia de su obra creadora.

Esto alcanzó su punto culminante mientras esbozaba los contornos de su última obra, Willen zur Macht, eine Umwertung aller Werte. 2 Nietzsche se vio impulsado a plantear de forma puramente espiritual todo lo que pensaba o experimentaba en el fondo de su alma. Crear una concepción del mundo a partir de los acontecimientos espirituales en los que participa el alma misma, ésta era la tendencia de su pensamiento. Pero la concepción positivista del mundo de su época, la época de las ciencias naturales, se apoderó de él. En esta concepción no existía más que el mundo puramente materialista, vacío de espíritu. Lo que quedaba del modo de pensar espiritual en la concepción eran sólo los restos de antiguos modos de pensar, y éstos ya no lo encontraron. El ilimitado sentido de la verdad de Nietzsche expurgaba todo esto. De este modo llegó a pensar como un positivista extremo. Un mundo espiritual detrás de lo material se convirtió para él en una mentira. Pero él sólo podía crear a partir de su propia alma, crear de tal modo que la verdadera creación le parecía que sólo tenía sentido cuando tenía ante sí, en forma de idea, el contenido del mundo espiritual. Sin embargo, él rechazaba este contenido. El contenido natural-científico del mundo se había apoderado tan firmemente de su alma que lo crearía como si fuera espiritual. En Zaratustra, su mente se eleva líricamente en un arrebato dionisíaco del alma. De manera maravillosa se cierne allí lo espiritual, pero es un maravilloso sueño espiritual tejido con la materia de la realidad material. El espíritu lo desparrama en su esfuerzo por escapar porque no se encuentra a sí mismo sino que sólo puede vivir en una aparente realidad en ese sueño reflejado de lo material.

Durante aquellos días de Weimar me detuve mucho en la contemplación del tipo de pensamiento de Nietzsche. En mi propia experiencia espiritual este tipo de mente también tenía su lugar. Mi experiencia espiritual podía entrar con simpatía en las luchas de Nietzsche, en su tragedia. ¿Qué tenía esto que ver con las formas positivistas en las que Nietzsche proclamaba las conclusiones de su pensamiento?

Otros me consideraban un "nietzscheano", simplemente porque podía admirar sin reservas lo que era totalmente opuesto a mi propia forma de pensar. Me impresionaba la forma en que se revelaba la mente de Nietzsche; precisamente en este aspecto me sentía cerca de él, pues en el contenido de su pensamiento no estaba cerca de nadie; en cuanto a la experiencia del modo espiritual de pensar se sentía aislado tanto de los hombres como de su época.

Durante mucho tiempo mantuve frecuentes conversaciones con el editor de las obras de Nietzsche, Fritz Koegel. Discutimos en detalle muchas cosas relacionadas con la publicación de las obras de Nietzsche. Nunca tuve ninguna relación oficial con los archivos de Nietzsche ni con la publicación de sus obras. Cuando Frau Förster Nietzsche quiso ofrecerme tal relación, surgió un conflicto con Fritz Koegel que de inmediato hizo imposible que yo tuviera participación alguna en los archivos de Nietzsche.

Mi relación con los archivos de Nietzsche constituyó un episodio muy estimulante de mi vida en Weimar, y la ruptura final de esta relación me causó un profundo pesar.

De las diversas actividades relacionadas con Nietzsche, me quedó una visión de su personalidad: la de alguien cuyo destino era compartir trágicamente la vida de la era de la ciencia natural que cubría la segunda mitad del siglo XIX y finalmente quedar destrozado por su impacto con esa era. Él buscaba en esa época, pero no pudo encontrar nada. En cuanto a mí, mi experiencia con él sólo me reafirmaba en la convicción de que toda búsqueda de la realidad en los datos de la ciencia natural sería vana a menos que dirigiera su mirada, no dentro de esos datos, sino a través de ellos hacia el mundo del espíritu.

Fue así como la obra de Nietzsche me planteó el problema de la ciencia natural bajo una nueva forma. Goethe y Nietzsche se pusieron en perspectiva ante mí. El fuerte sentido de la realidad de Goethe le dirigía hacia el ser y los procesos esenciales de la naturaleza. Deseaba permanecer dentro de la naturaleza. Se limitaba a la percepción pura de las formas vegetales, animales y humanas. Pero, mientras mantenía su mente en movimiento entre estas formas, se topaba por doquier con el espíritu. Porque dentro de la materia encontró por todas partes el espíritu dominante. No avanzó hasta la percepción real del espíritu que vive y controla. Construyó una especie de ciencia natural espiritual, pero se detuvo antes de llegar al conocimiento del espíritu puro para no perder el control de la realidad.

Nietzsche partió de la visión de lo espiritual a la manera de los mitos. Apolo y Dionisos eran formas espirituales que él experimentaba de forma vital. La historia de lo espiritual humano le parecía una historia de cooperación y también de conflicto entre Dionisos y Apolo. Pero sólo llegó hasta la concepción mítica de tales formas espirituales. No avanzó hacia la percepción del ser espiritual real. Partiendo de lo espiritual en el mito, se abrió camino hasta la naturaleza. En el pensamiento de Nietzsche, Apolo tenía que representar lo material a la manera de la ciencia natural; Dionisos tenía que ser concebido como símbolo de las fuerzas de la naturaleza. Pero así se oscurecía la belleza de Apolo; así se paralizaba la emoción del mundo de Dionisos en la regularidad de la ley natural.

Goethe encontró el espíritu en la realidad de la naturaleza; Nietzsche perdió el mito del espíritu en el sueño de la naturaleza en la que vivía.

Yo me encontraba entre estos dos opuestos. Las experiencias del alma por las que había pasado al escribir mi libro Nietzsche como adversario de su época no pudieron al principio avanzar; por el contrario, en el último período de mi vida en Weimar, Goethe volvió a ser dominante en mis reflexiones. Quise indicar el camino por el que la vida de la humanidad se había expresado en filosofía hasta la época de Goethe, para concebir la filosofía de Goethe como procedente de esta vida. Este esfuerzo lo realicé en el libro Goethes Weltanschauung , publicado en 1897. En este libro me propuse sacar a la luz cómo Goethe, allí donde dirigía sus ojos a la comprensión de la naturaleza, veía resplandecer por doquier lo espiritual; pero no toqué el modo en que Goethe se relacionaba con el espíritu como tal. Mi propósito era caracterizar aquella parte de la filosofía de Goethe que se expresaba vitalmente en una visión espiritual de la naturaleza.

Las ideas de Nietzsche sobre la "eterna repetición" y los "superhombres" permanecieron largo tiempo en mi mente. Porque en ellas se reflejaba lo que una personalidad debe sentir en relación con la evolución y el ser esencial de la humanidad cuando esta personalidad se ve impedida de captar el mundo espiritual por el pensamiento restringido de la filosofía de la naturaleza que caracterizó el final del siglo XIX. Nietzsche percibía la evolución de la humanidad de tal manera que todo lo que sucedía en un momento dado ya había sucedido innumerables veces exactamente de la misma forma, y volvería a suceder innumerables veces en el futuro. La concepción atomista del cosmos hace que el momento presente parezca una cierta combinación definida de las entidades más pequeñas; a ésta debe seguirle otra, y a ésta a su vez otra más - hasta que, cuando se hayan formado todas las combinaciones posibles, la primera debe aparecer de nuevo. Una vida humana con todos sus detalles individuales ha estado presente innumerables veces; volverá con todos sus detalles en innumerables ocasiones.

Las "repetidas vidas terrenas" de la humanidad brillaban oscuramente en el subconsciente de Nietzsche. Éstas conducen la vida humana individual a través de la evolución humana a etapas vitales en las que el destino dominante hace que los hombres pasen, no a una repetición de la vida terrenal, sino por caminos espiritualmente determinados a un atravesar en muchas formas el curso del mundo. Nietzsche estaba encadenado por la concepción científico-natural. Lo que esta concepción podía hacer de las repetidas vidas terrenas ejercía una fascinación sobre su mente. Esto lo experimentó vitalmente, pues sentía su propia vida como una tragedia llena de las experiencias más amargas, agobiada por el dolor. Vivir una vida así innumerables veces era lo que le fascinaba, en lugar de la experiencia liberadora que sigue a tal tragedia en el desarrollo de las vidas futuras.

Nietzsche pensaba también que en el hombre que vive una existencia terrenal se revela otro hombre, un superhombre, que sólo es capaz de formar un fragmento de toda su vida en una existencia corporal en la tierra. La concepción científico-natural de la evolución le hizo ver a este superhombre, no como el espíritu dominante dentro del sentido-físico, sino como aquello que se está formando a sí mismo a través de un proceso meramente natural de evolución. Así como el hombre ha evolucionado a partir del animal, el "superhombre" evolucionará a partir del hombre. La visión científica natural desvió la mirada de Nietzsche del hombre espiritual hacia el hombre natural, y le deslumbró con el pensamiento de un "hombre natural" superior.

Lo que Nietzsche había experimentado en este modo de pensar se hizo presente con la mayor viveza en mi mente durante el verano de 1896. Por aquel entonces, Fritz Koegel me dio a leer su colección de aforismos de Nietzsche sobre la "eterna repetición". Las opiniones que me formé entonces sobre este proceso del pensamiento de Nietzsche quedaron plasmadas en un artículo publicado en 1900 en el Magazin für Literatur. Ciertas afirmaciones que aparecen en ese artículo fijan definitivamente mis reacciones de entonces ante Nietzsche y ante la ciencia natural. Transcribiré aquí esos pensamientos míos, liberados de la polémica a la que estaban allí asociados.

"No cabe duda de que Nietzsche escribió estos aforismos sueltos en una serie sin orden alguno [...]. Sigo manteniendo la convicción que expresé entonces, de que Nietzsche captó esta idea al leer elCurso de filosofía como cosmovisión estrictamente científica y forma de vida (Leipzig, 1875) de Eugen Dühring y bajo la influencia de este libro. En la página 84 de esta obra se expresa el pensamiento con toda claridad; pero allí se opone tan enérgicamente como Nietzsche lo defiende. Este libro se encuentra en la biblioteca de Nietzsche. Nietzsche lo leyó con mucho entusiasmo, como demuestran las numerosas marcas de lápiz en los márgenes ... Dühring dice: "La base lógica 'profunda' de toda vida consciente exige en el sentido más fuerte de la palabra una inagotabilidad de formas. ¿Es esta inagotabilidad, en virtud de la cual aparecerán siempre nuevas formas, una posibilidad? El mero número de las partes y de los elementos de fuerza impediría por sí mismo la multiplicación sin fin de las combinaciones, si no fuera por el hecho de que el medio perpetuo del espacio y del tiempo promete una ilimitación de las variaciones. Además, de lo que se puede contar sólo es posible un número limitado de combinaciones. Pero a partir de lo que, por su naturaleza, no puede concebirse como enumerable, debe ser posible que se produzca un número ilimitado de estados y relaciones. Esta ilimitación, que estamos considerando con referencia al destino de las formas en el universo, es compatible con cualquier tipo de cambio e incluso con intervalos de aproximación a la fijeza o repeticiones precisas (la cursiva es mía), pero no con el cese de toda variación. Quien quiera abrigar la concepción de una existencia que contradiga el estado primitivo de las cosas, debería reflexionar que la evolución en el tiempo no tiene más que una sola tendencia verdadera, y que la causalidad está siempre en consonancia con esta tendencia. Es más fácil abandonar la distinción que mantenerla, y entonces se requiere poco esfuerzo para saltar el abismo e imaginar el fin como análogo al principio. Pero debemos guardarnos de semejante precipitación superficial, pues la existencia del universo, una vez dada, no es un mero episodio sin importancia entre dos estados nocturnos, sino más bien el único terreno firme e iluminado del que podemos inferir el pasado y prever el futuro... 'Dühring siente también que una eterna repetición de estados no tiene ningún incentivo para vivir'. Dice: 'Ahora bien, es evidente que el principio de un incentivo para vivir es incompatible con la eterna repetición de la misma forma ...'".

Nietzsche se vio forzado por la lógica de la concepción científico-natural a una conclusión de la que Dühring se apartó debido a consideraciones matemáticas y a la repelente perspectiva que éstas representaban para la vida humana.

Por citar algo más de mi artículo "... si establecemos el postulado de que con las partes materiales y los elementos de fuerza es posible un número limitado de combinaciones, entonces tenemos el ideal nietzscheano del 'retorno de lo semejante'. Nada menos que una defensa de una idea contradictoria tomada del punto de vista de Dühring se da en el aforismo 203 (tomo XII en la edición de Koegel, y aforismo en la obra de Horneffer, Nietzsche's Lehre von der ewigen Wiederkunft. La cantidad de todo-fuerza es definida, no algo interminable: ¡debemos guardarnos de tal prodigalidad en las concepciones! Por consiguiente, el número de etapas, modificaciones, combinaciones y evoluciones de esta fuerza, aunque vasto y prácticamente inconmensurable, es sin embargo siempre definido y no interminable: es decir, la fuerza es eternamente la misma y eternamente activa - incluso hasta este mismo momento ya ha pasado un sinfín, lo que significa que todas las evoluciones posibles ya deben haber ocurrido. Por lo tanto, la evolución momentánea debe ser una repetición, e igualmente la que la originó y la que surge de ella, ¡y así hacia delante y hacia atrás! Todo ha sido innumerables veces en la medida en que se repite la suma total de las etapas de todas las fuerzas...". Y el sentimiento de Nietzsche respecto a estos pensamientos es precisamente el opuesto al que experimentó Dühring. Para Nietzsche este pensamiento es la fórmula más elevada en la que puede afirmarse la vida. El aforismo 43 (en Horneffer; 234 en la edición de Koegel) dice: 'La historia futura combatirá cada vez más este pensamiento, y nunca lo creerá, ¡pues según su naturaleza debe morir para siempre! Sólo queda aquel que considera su existencia capaz de repeticiones sin fin: entre tales, sin embargo, es posible un estado al que ningún utópico ha llegado jamás'. Se puede demostrar que muchos de los pensamientos de Nietzsche tuvieron un origen similar al de la eterna repetición. Nietzsche se formó una idea opuesta a cualquier idea entonces presente ante él. Finalmente, esta misma tendencia condujo a la producción de su obra maestra, Umwertung aller Werte". Nietzsche se formó una idea opuesta a cualquier idea entonces presente ante él. Finalmente, esta misma tendencia condujo a la producción de su obra maestra, Umwertung aller Werte". Nietzsche se formó una idea opuesta a cualquier idea entonces presente ante él. Finalmente, esta misma tendencia condujo a la producción de su obra maestra, Umwertung aller Werte".

Entonces me quedó claro que en algunos de sus pensamientos que se esforzaban por alcanzar el mundo del espíritu, Nietzsche era prisionero de su concepción de la naturaleza. Por esta razón me opuse firmemente a la interpretación mística de su pensamiento de la repetición. Estaba de acuerdo con Peter Gast, que escribió en su edición de la obra de Nietzsche: "La doctrina -que debe entenderse en un sentido puramente mecánico- de la limitación y la consiguiente repetición en las combinaciones moleculares cósmicas". Nietzsche creía que un pensamiento elevado debía surgir de los fundamentos de la ciencia natural. Ese fue el camino que tuvo que recorrer a causa de su edad.

Así, en mi visión del alma de Nietzsche en 1896 apareció ante mí lo que quien miraba hacia el espíritu tenía que sufrir por la concepción de la naturaleza imperante a finales del siglo XIX.