GA127 Zúrich, 25 de febrero de 1911 El trabajo del yo sobre el niño. Una contribución a la comprensión de la entidad Crística

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RUDOLF STEINER


El trabajo del yo sobre el niño. Una contribución a la comprensión de la entidad Crística

Zúrich, 25 de febrero de 1911

Cuando se da una conferencia pública como la de ayer sobre «La Ciencia Espiritual y el Futuro del Hombre» u otra similar, uno se ve obligado a tener muy en cuenta la receptividad de nuestro mundo actual, a tener muy en cuenta el hecho de que esta receptividad es limitada. Hay que darse cuenta de que en nuestro tiempo ya está fluyendo desde los mundos espirituales el conocimiento que es necesario para la humanidad como tal, pero que muy pocas personas hoy en día pueden recibirlo sin prejuicios. La mayoría de las personas que no se han preparado adecuadamente para tal recepción, experimentarían las profundidades de nuestra ciencia espiritual como un shock, como algo que parece fantástico o como un sueño.

Razón de más para que, con respecto a las cuestiones más importantes, profundicemos en lo que hemos podido asimilar en nuestros sentimientos y percepciones en el curso de una larga vida de rama. Y aquí me gustaría señalar que es necesario examinar más de cerca la gran verdad de la implantación del yo en la naturaleza humana y contemplar esta gran verdad de una forma algo más compleja de lo que se suele hacer.

Sabemos que el ser humano recibió por primera vez el cuerpo físico durante el período del antiguo Saturno, el cuerpo etérico durante el período solar, el cuerpo astral durante el período de la antigua Luna, y que nuestro desarrollo terrestre tiene en realidad la tarea de impartir el yo a los demás miembros de nuestro ser. Cuando hayamos alcanzado el final de nuestro desarrollo terrenal, habremos sido completamente impregnados, como puede suceder, por la naturaleza del Yo. Si consideramos al ser humano terrenal como tal, podemos decir que el centro real de su ser, el punto central en él, es la naturaleza del yo. Pero entonces debemos darnos cuenta de que este yo está conectado con nosotros de diferentes maneras en los distintos períodos de nuestra vida actual, no siempre de la misma manera. Generalmente debemos reprocharnos el no reconocer todavía las diferentes partes de nuestro ser, si sólo sabemos que el hombre consta de cuerpo físico, etérico, astral y yo. Veamos ahora de qué diferentes maneras pueden relacionarse entre sí estos miembros, tanto en las distintas épocas del desarrollo humano como en la vida individual del hombre.

Fijémonos primero en el niño. Sabemos que aprende a decirse «yo» refiriéndose a sí mismo relativamente tarde. Esto es muy significativo. Aunque la psicología actual, que quiere ser ciencia, no lo comprenda, no deja de ser profundamente significativo, porque el niño llega a la idea, a la experiencia interior del yo, relativamente tarde. En los primeros años de vida, de hecho hasta los tres o tres años y medio, el niño, aunque de vez en cuando nos repita como un loro la palabra «yo», todavía no tiene una experiencia real del «yo». Se puede encontrar un libro, «El alma de su hijo», de Heinrich Lhotzky, que contiene la curiosa frase de que el niño aprende antes a pensar que a hablar. Esto no tiene sentido, porque el niño aprende a pensar hablando. Quienes se esfuerzan por la ciencia espiritual deben desconfiar de lo que hoy aparece como ciencia. El niño sólo aprende realmente a vivir en el yo, a saber del yo, a partir del tercer año aproximadamente.

Hay algo más relacionado con esto, y es que en la conciencia normal, -no en la conciencia superior, clarividente-, no recordamos más allá de cierto momento de nuestras vidas. Si hacemos memoria, nos daremos cuenta de que ésta se interrumpe en algún momento. No retrocede hasta el nacimiento. A veces se puede confundir lo que nos cuentan con lo que hemos experimentado nosotros mismos, pero el hilo se rompe más o menos en el mismo punto en el que se produce la experiencia del yo. No se tiene de pequeño, se tiene primero, y luego empieza el recuerdo más sombrío.

Ahora nos preguntamos: si la experiencia del yo no existía en los tres primeros años, ¿Acaso tampoco existía el yo en el niño? - Tenemos que diferenciar entre saber si algo está en nosotros o si está en nosotros sin que lo sepamos. El yo está en el niño, pero no sabe nada de él, igual que el ser humano está conectado con el yo en el sueño, pero no sabe nada de él. El hecho de que sepamos de algo no es decisivo para el hecho de que algo esté ahí. Debemos decir: El yo está ahí, pero no está conscientemente con el niño.

¿Que hay del yo? Sí, eso tiene su significado particular. Si examináramos el cerebro humano desde un punto de vista puramente físico, veríamos que después del nacimiento tiene un aspecto bastante imperfecto en relación con su forma posterior. Algunas de las finas circunvoluciones tienen que formarse más tarde, tienen que cincelarse plásticamente a lo largo de los años siguientes. Esto es lo que hace el yo en el ser humano, y como tiene que hacer esto, no puede volverse consciente. Tiene que formar el cerebro como otra cosa, en una forma más fina para poder pensar más tarde. El yo trabaja muy duro en los primeros años.

Cuando este yo se hace consciente, entonces podríamos hacerle la pregunta en vano: ¿Cómo has conseguido desarrollar este cerebro tan hábilmente? Admitirán ustedes que en toda la vida entre el nacimiento y la muerte el yo no llega a una conciencia tal como la que moldea el cerebro. Sin embargo, podemos hacernos esta pregunta. Y entonces recibimos la respuesta de que en su actividad el yo está bajo la dirección de los seres de las jerarquías superiores. Si tenemos a una criatura ante nosotros y la miramos clarividentemente, su yo está ciertamente allí como un aura del yo, pero desde esta aura del yo las corrientes van a las jerarquías superiores, a los ángeles, arcángeles, etc., y las fuerzas de las jerarquías fluyen. Por lo tanto, cuando en la conciencia ingenua se dice que el niño está protegido por un ángel, se trata de una verdad muy real. Más tarde cesa esta conexión más estrecha: el yo se experimenta más en los nervios y puede tomar conciencia de sí mismo. Es una especie de constricción. Así tenemos una especie de «conexión telefónica» en el ser humano infantil, en la que el yo continúa en las jerarquías divino-espirituales. Debemos tomarnos en serio los dichos científico-espirituales. Una vez dije que la persona más sabia puede aprender mucho de un niño. También puede aprender mucho del niño por la razón de que no sólo necesita ver al niño en sí, sino que también ve a través de él al mundo espiritual, ya que el niño tiene la «conexión telefónica» con el mundo espiritual, que más tarde se corta. De modo que en los tres primeros años tenemos ante nosotros en el ser humano un ser completamente distinto al que tenemos más tarde. Tenemos un yo infantil que trabaja plásticamente bajo la dirección de los seres de las jerarquías superiores en el moldeado de las herramientas del pensamiento humano. Luego entra en él, pero ya no puede trabajar en él. Las herramientas del pensamiento humano ya deben estar moldeadas. Pueden seguir desarrollándose, pero el yo ya no puede trabajar en ellas.

Por lo tanto, podemos dividir fácilmente al ser humano en el ser humano que está ante nosotros en los primeros tres años y medio y los demás seres humanos. En el mundo esotérico, al primer ser humano se le llama el ser humano divino, porque está relacionado con las jerarquías superiores, o el Hijo de Dios; al otro se le llama el Hijo del Hombre. En este último, el Yo está en el interior y mueve los miembros y trabaja, en la medida en que todavía se puede trabajar, desde el interior. Así pues, hay que distinguir entre el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre.

Así pues, debemos imaginar un abismo entre el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. El Hijo de Dios, que es preferentemente activo hasta los tres años y medio, contiene todas las fuerzas vitalizadoras, aquello que da al hombre el incentivo para verter más y más fuerzas vitales en su organismo. Estas fuerzas también contienen algo constructivo, saludable y revitalizador en relación con el ser humano posterior. Si en la vida posterior no sólo queremos tener al ser humano que depende de sus sentidos y de las herramientas de su cuerpo físico, y que por lo tanto entra en contacto con su entorno, sino que también queremos llegar al mundo espiritual en la vida posterior, entonces debemos tratar de despertar algo de estas fuerzas en nosotros de una manera artificial; debemos apelar a las fuerzas que están en nosotros en la primera infancia, sólo con la diferencia de que ahora las despertamos conscientemente, mientras que el niño las despierta inconscientemente. Así vemos que en este aspecto el ser humano es una dualidad.

¿Qué es lo que realmente sale a la luz en esta fuerza de los tres primeros años y medio? En estas fuerzas, que trabajan bajo la dirección de las jerarquías superiores, aflora lo que funciona desde encarnaciones anteriores. Es fácil convencerse de ello si se coge el cráneo humano. Encontrarán elevaciones y depresiones individuales. No hay dos cráneos iguales, por lo que no existe una frenología de validez general. Debe ser individualizada. Las fuerzas que actúan en el cráneo humano proceden de encarnaciones anteriores y dejan de tener efecto cuando terminan estos tres años y medio. Durante estos tres años y medio, todo sigue siendo flexible, el espíritu puede seguir trabajando en ello. Más tarde, cuando todo se ha vuelto sólido, ya no se puede trabajar en ello.

¿Por qué después ya no podemos trabajar con estos poderes? ¿De dónde viene? Proviene de nuestro desarrollo especial en la Tierra. Después de que el ego ha tomado conciencia de sí mismo en el cuerpo, esto presupone que el cuerpo está fijado y ya no puede ser trabajado por las fuerzas que acabamos de caracterizar. Se trata de tales fuerzas que son inherentes al hombre como ser de especie, como ser genérico, que lo construyen en la arquitectura humana. Si trabajáramos con las fuerzas de la infancia en el cuerpo físico durante más tiempo que los tres años y medio apropiados, este cuerpo físico no podría resistirlo. Se desgarraría, se rompería, porque las fuerzas que lo atan desde la línea física de la herencia se harían ahora efectivas. Si la otra fuerza no se detuviera, se rompería en pedazos, no sería capaz de resistirlo. Nos hundimos en nuestro Hijo del Hombre; el Hijo de Dios ya no puede levantarse contra nuestro Hijo del Hombre después de tres años. Pero todavía llevamos a este Hijo de Dios dentro de nosotros; estas fuerzas trabajan dentro del cuerpo físico durante toda nuestra vida, sólo que ya no pueden participar directamente en su construcción. Si miramos dentro de nosotros, todavía encontramos la continuación del yo que tenía la «conexión telefónica». Pero el cuerpo físico es demasiado tosco, demasiado áspero, demasiado leñoso para que el Hijo de Dios pueda seguir moldeándolo plásticamente.

Las mejores facultades están contenidas en estos primeros tres años o tres años y medio; las utilizamos a lo largo de toda nuestra vida. Se oscurecen, pero siguen presentes de diversas formas en los años posteriores. Es como si estuviéramos impregnados de estas fuerzas y sólo pudiéramos no dejarlas vivir directamente. Si queremos absorber conceptos de los mundos superiores a través de la ciencia espiritual, podremos hacerlo tanto mejor cuanto más tengamos en nosotros de lo que había en nosotros en los tres primeros años, cuando el yo era altruista en nosotros. Cuanto más frescas, cuanto más flexibles son estas fuerzas, cuanto menos seniles se han vuelto en la vejez, más aptos somos para remodelarnos a través de estas fuerzas del espíritu. Es la mejor parte de la humanidad que tenemos a nuestro alrededor en estos tres años. Por desgracia, sólo nuestro denso cuerpo físico nos impide utilizar plenamente estos poderes. Si alguien es capaz de desarrollarlos en años posteriores, ya no puede cambiar su cuerpo físico, ya no es tan suave como la cera. Pero si puede utilizarlos plenamente a través de la sabiduría esotérica, entonces este poder fluye hacia fuera a través de las yemas de los dedos, y recibe el don especial de la curación, de la recuperación a través de la imposición de manos, -si todavía son eficaces, esos poderes espirituales que ya no transforman el propio cuerpo, pero que, cuando fluyen hacia fuera, tienen un efecto beneficioso.

El objetivo de la evolución terrenal es hacer aflorar gradualmente en nosotros estas mejores facultades. Cuando nuestra evolución en la tierra haya llegado a su fin y hayamos pasado por las numerosas encarnaciones, tendremos que habernos imbuido completamente de forma consciente de lo que teníamos inconscientemente en los primeros años de la infancia. Es diferente si tenemos estos poderes inconsciente o conscientemente. Entonces, las personas tendrán que estar completamente imbuidas de esa conciencia infantil. Y como sólo expandirá lentamente su cuerpo, no lo reventará.

En la evolución del mundo había que dar un modelo para esta entrada de la fuerza infantil en la humanidad. Es evidente que este modelo no podía darse en la infancia. Un ser humano que ya hubiera alcanzado cierta edad tenía que impregnarse conscientemente de las mismas fuerzas que impregnan inconscientemente al ser humano en su primera infancia. Si tuviéramos ante nosotros a un ser humano al que le quitáramos su yo, al que vaciáramos de este yo, y si vertiéramos en él lo que el niño tiene en los primeros años de vida, llevaría esto a la conciencia con el cerebro desarrollado. Sería consciente de lo que había en él en los primeros años de su infancia. ¿Cuánto tiempo puede una vida humana en la tierra soportar estos elementos? Tres años, no más, luego debe quebrarse bajo ellos. Si no puede transformarse, -en el hombre se transforma en el curso ordinario del desarrollo-, entonces el cuerpo humano no puede soportarlo más de tres años. Si es en absoluto posible que un ser lleve conscientemente dentro de sí los poderes de la infancia, entonces el karma de este ser humano debe estar dispuesto de tal manera que al cabo de tres años el cuerpo físico en el que este ser está inmerso se rompa.

Por lo tanto, es concebible que lo que el hombre alcanza a través de todas las encarnaciones hasta la meta del desarrollo terrenal, pueda ser traído al mundo a través de un ejemplo, colocando en el mundo a un hombre que, a través de su corporeidad, haga posible que su yo sea eliminado y se implante en él otro ser que, según sus encarnaciones, tenga el camino abierto para ello. Entonces el cuerpo humano no toleraría a este ser en sí durante más de tres años. El cuerpo humano se rompería entonces según su karma. Esto es lo que ocurrió. En el bautismo de Juan en el Jordán vemos este cuerpo humano, que era adecuado para que surgiera su yo, el yo de Zaratustra. Entonces un ser descendió dentro de este cuerpo. La entidad Crística lo llenó, pero sólo pudo permanecer en él durante tres años. Después de tres años rompió este cuerpo en el Misterio del Gólgota.

Aquello que fue capaz de vivir en el cuerpo humano durante tres años debe ser alimentado por el hombre y gradualmente traído a la vida en su alma a través de encarnaciones, para que al final de las encarnaciones pueda estar plenamente presente en el ser humano. Vemos una extraña conexión entre el Hijo de Dios en el hombre y el acontecimiento de Cristo. Pues todo lo que encontramos en el campo oculto puede ser iluminado desde diferentes lados. Las pruebas que exige la ciencia ordinaria no pueden bastar para el ocultismo. Deben llegar a ser convincentes reuniendo verdades de todos los lados que se sostienen y apoyan mutuamente. Podemos volver a conocer el acontecimiento de Cristo desde una nueva perspectiva derivándolo hoy de la propia naturaleza humana. Nos hemos dado cuenta de que podemos comprender mejor a Cristo desarrollando la actitud que surge de esa verdad. Debemos darnos cuenta de que cuando el cuerpo humano se desarrolló plenamente mediante el bautismo en el Jordán, había en el cuerpo de Jesús de Nazaret un ser que existe en todo cuerpo humano, pero sólo inconscientemente, en los tres primeros años de vida. Y tenemos que fijarnos en los tres años cuando este niño se transforma en un ser consciente. Es entonces cuando conocemos mejor al ser de Cristo.

Las frases antiguas tienen otro significado. Uno de esos significados se encuentra en el dicho: «Si no os hacéis como niños, no podréis entrar en los reinos de los cielos». -Aquí vemos en profundidad el significado más profundo que a veces encierran las frases sueltas de los documentos religiosos.

Observemos esta vida infantil, especialmente en este momento en que se está desarrollando realmente. La ciencia actual todavía no sabe mucho de lo que puede contribuir al estudio del hombre en su verdadera naturaleza. Primero debemos darnos cuenta de que el hombre es radicalmente diferente de todos los demás seres desde el principio. Si nos fijamos en algo cercano a nosotros, como un simio: Su capacidad para caminar está implantada en él desde el principio por una peculiar posición de equilibrio; por la peculiar posición de equilibrio en la que están fijados sus miembros. El hombre no puede andar en absoluto al principio; primero debe adquirir la posición de equilibrio en el cuerpo. A través del trabajo de su yo, debe llevar sus extremidades a la posición en la que pueda mantenerse y caminar. Así, en los primeros años de la infancia, este yo no sólo debe trabajar para moldear el cerebro de forma plástica, sino que también debe alcanzar una posición de equilibrio que no le viene dada al hombre desde el principio como a los animales. El ser humano debe primero llevar sus huesos a la dirección angular que debe tener según su centro de gravedad para poder caminar y orientarse. Esto está implantado en el animal desde el principio, hasta el animal más elevado. En el hombre, primero debe adquirirse gradualmente mediante el trabajo del yo. Antes se arrastra o se cae. Así, el hombre estaría atado al suelo, al mismo lugar, si su yo no trabajara en los primeros años de su vida.

Ya lo hemos visto: el yo trabaja en su cerebro, lo cincela de tal manera que luego nos convertimos en seres cognoscentes, "sapiens". De modo que podemos decir: Adquirimos conocimiento de la verdad en la vida a través del yo moldeando su herramienta. Debe quedarnos claro que no puede haber más vida sin que nosotros la trabajemos.

Lo que también distingue radicalmente al hombre de todos los demás seres es su lenguaje. El lenguaje también debe ser adquirido primero por el yo. El hombre no está predispuesto a hablar. El lenguaje no forma parte de aquello a lo que el hombre está predispuesto desde el principio. Ciertamente, la vaca dice mú; pero eso aún no es lenguaje. La adquisición del lenguaje depende de que el yo habite entre otros yoes humanos. Si el hombre es trasplantado a una isla lejana, no aprende a hablar. El hecho de que nos salgan segundos dientes es hereditario; el hecho de que crezcamos es hereditario. También nos saldrían dientes si estuviéramos en una isla desierta. Pero adquirimos el lenguaje a través del yo en el círculo de la vida humana. Estas diferencias son importantes. De modo que en lo que llamamos vida humana, el lenguaje es la tercera cosa que adquiere nuestro yo.

Activando estas fuerzas, el ser humano en desarrollo encuentra el camino en la tierra, reconoce la verdad y vive la vida humana junto con el entorno. Si el niño pudiera expresar lo que así adquiere, podría decir: El yo en mí me transforma para que yo sea el camino, la verdad y la vida. - Imagina esto trasladado al reino espiritual superior: ¿cómo debe hablar un ser a la gente cuando ha vivido tres años en el cuerpo humano con poderes infantiles plenamente conscientes? Debe decir: Yo soy el camino, la verdad y la vida. - De hecho, a medida que los poderes de la infancia se elevan a un nivel superior, plenamente consciente, tenemos de nuevo el gran ejemplo de lo que se muestra en el niño en un nivel inferior. Pasa por Cristo Jesús como una verdad fundamental. No sólo el dicho: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en los reinos de los cielos», no puede comprenderse si no sabemos lo que la ciencia espiritual tiene que decir sobre la conexión real con las fuerzas vitalizadoras de la infancia, sino también lo que suena como un dicho radical: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», puede entenderse mejor si vemos el modelo en lo que el Yo realiza en el cuerpo del niño.

De tales cosas adquirimos lo que nos da la oportunidad de aportar al menos para el alma, si no para el cuerpo, algo de las fuerzas revitalizadoras que necesitamos de nuevo en la tierra. El hombre de hoy, a menos que reconozca el mundo espiritual, no siente realmente estos hechos. Vayan a muchas personas que están fuera en la vida exterior y díganles algo como lo que se ha dicho hoy aquí:

Si no os hacéis como los niños pequeños, no podréis entrar en los reinos de los cielos, -veréis que la gente de fuera dirá: Bueno, son comparaciones bastante ingeniosas, pero ¿qué se supone que hay que hacer con ellas?- A la gente le resultará más útil ver algún drama sensacionalista, si no algo peor. Quienes no sientan realmente que estas verdades tienen un significado, las encontrarán menos justificadas, porque en el sentimiento por tales cosas reside precisamente el poder de llevar la perceptividad infantil a nuestras vidas. Si no llegamos a sentir simpatía y entusiasmo por algo parecido a la comparación del Cristo con la actividad del yo humano en los primeros años de vida, si somos capaces de considerar tal cosa infantil, entonces no tenemos talento para despertar las primeras fuerzas de la infancia. ¡Todos los eruditos secos tienen tan poco poder para despertar las primeras fuerzas de la infancia y llegar así al mundo espiritual! Si tenemos el entusiasmo de ocuparnos con algo así, entonces funciona en nuestra alma de tal manera que penetramos en nosotros mismos con estas fuerzas de la primera infancia.

Pero esto nos da algo de lo que hace posible que la gente mantenga su cristianismo con visión de futuro. ¿Acaso no he dicho muchas veces que sólo estamos al principio de una concepción de Cristo? Durante siglos, hasta los siglos XII y XIII, hubo un cristianismo que no tenía la oportunidad de leer la Biblia, tenía que atenerse a los sermones y a lo que decían las almas espirituales. Luego vino el cristianismo que se atenía a la Biblia, que obtenía sus conocimientos de lo que estaba escrito en la Biblia. Y no somos conscientes del poder de Cristo si no nos aferramos al hecho de que Él realmente cumplió su dicho: «Yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos». Somos cristianos si nos damos cuenta de que en cada época el Cristo, habiéndose manifestado una vez, volverá a manifestarse para todo el que quiera verlo. El Cristo no es tan pobre que sólo tenga que decir lo que consta en los Evangelios. Sólo que no debemos referirnos siempre a las palabras: «Ahora no podríais soportarlo», sino dejar que la humanidad madure para reconocer al Cristo.

Por ejemplo, ser capaz de relacionarse correctamente con lo que se derrama a través del bautismo de Juan, con las fuerzas sanas y fecundadoras de la infancia. Sería una idea profundamente fecundadora. Aunque nadie supiera nada del nombre de Cristo y de los Evangelios, -no nos interesa en absoluto aferrarnos al nombre-, lo que cuenta es la esencia. Dejamos que otros digan: quien no jura por Buda no es un verdadero confesor. No nos aferramos al nombre, sino a la cosa. Lo hacemos, por ejemplo, reconociendo cómo en los primeros años de vida hay fuerzas en las personas que una vez se posaron en el cuerpo de Jesús de Nazaret.

Imaginen que estuvieran en una isla desierta a la que nunca hubiera llegado ningún documento sobre el Misterio del Gólgota: si la gente de allí trabajara de tal manera que a través de su vida espiritual absorbiera de forma plenamente consciente el poder de la primera infancia hasta la edad más elevada, serían cristianos en el verdadero sentido de la palabra. Entonces no necesitarían buscar en los Evangelios, porque el cristianismo es algo vivo, y se desarrollará cada vez más.

Esto es algo a lo que debemos aferrarnos estrictamente en distinción. Entonces podremos tener cada vez más claro hasta qué punto la misión de Cristo está realmente relacionada con todo el ser terrenal. Entonces podremos decirnos a nosotros mismos que esta misión de Cristo es algo que podemos reconocer en el propio hombre de hoy. La necesidad de la cristianización, de vivir el dicho paulino «Cristo en mí» surge del hecho de que decimos: debemos impregnar toda nuestra vida con la transformación de lo que vive en nosotros en la primera infancia, entonces Cristo estará en nosotros.

Esto ofrece ciertamente la posibilidad de entender el cristianismo en el sentido más amplio, y la perspectiva de que el cristianismo adopte formas completamente diferentes. Llegarán tiempos en los que el Cristo se llamará de otra manera, en los que habrá documentos completamente distintos, en los que la gente no se referirá a la historia externa de que tal ser existió una vez, sino que este hecho se reconocerá desde la conciencia de la humanidad.

Traemos todo esto a colación porque precisamente con tales cosas podemos mostrar una y otra vez que la ciencia espiritual es concebible que intervenga profundamente en toda la conformación del sentir humano y debe convertirse en práctica vital. Sólo entonces podemos comprender realmente lo que encontramos en los documentos. Para muchas personas, los documentos son un libro con siete sellos. Un hombre de hoy está ante nosotros: al final de su tiempo en la tierra está tan avanzado que ha bautizado interiormente su alma; hoy sólo está al principio de su obra. Pero el Cristo vive en él, y a través de todas las encarnaciones subsiguientes vivirá en él cada vez más y en un sentido cada vez mayor.

¿Cómo era antes de que Cristo se revelara en la tierra? Entonces el yo sólo estaba en preparación. El Cristo es lo que da sentido al yo, de modo que antes el yo sólo estaba en preparación. Cada vez que un ser está todavía en preparación, las entidades que lo precedieron deben ayudarlo. El hombre estuvo en preparación para dar sentido a su yo hasta el acontecimiento del Gólgota. Hasta entonces tuvo que ser ayudado por otros seres que habían alcanzado antes la fase de humanidad, es decir, en la antigua luna. Sabemos que estos son los seres de la jerarquía superior del siguiente nivel, los ángeles. Están un nivel por encima del hombre. Estos seres han tenido que encargarse preferentemente de guiar a la humanidad mientras el hombre aún no era capaz de mirar a Cristo y decir: Cristo da sentido a mi yo. - Por lo tanto, el hombre no podía conducirse a sí mismo hasta Cristo, sino que tenía que ser conducido hasta allí por los seres que son sus hermanos mayores.

El documento bíblico lo refleja con maravillosa exactitud. Tomemos al precursor de Cristo Jesús, Juan. Si realmente ha de ser el precursor, no puede ser el ser representado en la historia externa, pues todavía no tiene el yo en el sentido en que ahora se ha representado. Por tanto, no se puede decir que su precursor, el Bautista Juan, fuera antes que él. Curiosamente, el Evangelio de Marcos comienza inmediatamente con las palabras del profeta: «Envío a mi ángel delante de ti para que te prepare el camino». Esto significa que hay que prestar atención a algo que se ve de forma tan abstracta en los círculos teológicos, pero cuando se va a lo concreto, la gente lo pasa por alto. El mundo exterior es inicialmente una maya. Primero debemos aprender a mirarlo de la manera correcta, entonces ya no es maya. Cuando los acontecimientos exteriores en el plano físico son narrados por Juan, es Maya. No la entendemos. La Biblia ve a la persona de Juan como Maya. Un ser angelical vive en Juan, tomando posesión de su alma y guiando a la gente a Cristo. Él es una envoltura para que el ser angélico pueda revelarse. El ángel pudo entrar en él porque el renacido Elías estaba preparado para recibir al ángel. Entonces el ángel hablaba desde él, fue enviado allí, usando sólo a Juan como su instrumento. Esto es exactamente lo que dice la Biblia.

De modo que podemos decir: El hombre sólo pudo ser conducido hasta el yo por el hecho de que aquellos que habían completado la etapa de la humanidad en la antigua luna se convirtieron en los gobernantes de los hombres terrenales en los tiempos precristianos. Todos los antiguos líderes de la humanidad se convirtieron en los gobernantes porque los ángeles trabajaron a través de ellos. ¿Qué sucedería con el hombre moderno? En los tiempos precristianos los seres angélicos trabajaban en su ser porque el hombre todavía no tenía el yo como modelo propio. Puesto que tienen la luz del sol de Cristo, las personas pueden volver sus rostros hacia Cristo, y así un poder como el de los ángeles antes es atraído a ellos de nuevo. Así como antes recibía a los ángeles, así hoy el hombre debe recibir al Cristo mediante la devoción al ser de Cristo. Podía Juan decir todavía: No yo, sino el ángel en mí es enviado aquí y me usa como instrumento para preparar, -así hoy el hombre debe decir como Pablo: No yo, sino Cristo en mí. - Debe aprender a comprender a Cristo como le enseña la ciencia espiritual.

Podemos decir lo que se ha dicho hoy, por ejemplo, sobre los tres primeros años de vida. Subrayar la necesidad de que la edad infantil extienda su resplandor solar sobre toda la vida es cristianizar al ser humano. Mientras que la ciencia moderna trae consigo la senilidad, la no penetración de las fuerzas solares de la infancia, el marchitamiento del cerebro y muchas otras cosas.

Así que tomamos de tales verdades la idea de que es posible reconocer la esencia del cristianismo si prescindimos de todos los documentos y miramos sólo al ser humano. Si uno no mira la ciencia espiritual de tal manera que diga:
Ahora sé que el hombre consta de cuatro miembros, de cuerpo físico, etérico, astral y yo, sino de tal manera que es importante saber cómo estos miembros individuales están conectados en la naturaleza humana, entonces uno puede darse cuenta de que el primer yo de la infancia está relacionado con otra entidad, que este yo es como una envoltura, por así decirlo, y cómo después de tres años entonces cambia completamente su posición en relación con los otros miembros, con el resto de la naturaleza humana.

Este conocimiento adquiere un valor real cuando se convierte en una fuerza dentro de nosotros, y cuando nos decimos a nosotros mismos: Tenemos muchas encarnaciones en la tierra por las que pasar en el futuro; sabemos que podemos, por así decirlo, desarrollar cada vez más lo que hay dentro de nosotros, llevarlo a una conciencia cada vez mayor; sabemos que podemos derramar el hombre superior, el Hijo de Dios dentro de nosotros completamente a través del Hijo del Hombre, y así ascender cada vez más de encarnación en encarnación hasta que la tierra haya alcanzado su meta. - La tierra se convertirá en un cadáver, al igual que el ser humano individual se convierte físicamente en un cadáver, y al igual que el cadáver en el ser humano individual cae a la tierra y el alma asciende al mundo espiritual, así sucederá con toda la tierra.

Si consideramos toda la Tierra como el cuerpo de toda la humanidad, entonces podemos decir: La Tierra muere como un cadáver, se disuelve en la materia del espacio universal, se atomiza para ser utilizada materialmente de nuevo. El hombre, en cambio, asciende a los mundos espirituales para pasar al siguiente estado planetario. Y hay que tener en cuenta que no se trata de palabras abstractas.

Es extraño que haya gente que crea que nuestra Tierra, con el Sol y los demás planetas, fue una vez una gran nebulosa de vapor y nada más, y que el Sol, la Tierra y el hombre se formaron allí por la colisión de la materia, y que seguirá desarrollándose de este modo y un día será enterrado en la Tierra: ¡todo un episodio sin sentido! La historia cultural futura tendrá muchas dificultades para comprender esta fantasía mórbida; para entender cómo la imaginación humana pudo una vez llegar a estar tan enferma como para aceptar esto como una idea seria. Dar una teoría de Kant-Laplace es lo mismo que intentar explicar al hombre a partir del polvo en el que se desintegra cuando se quema. Tal ciencia es mortal; no revitaliza la fuerza viva de nuestra alma. La ciencia espiritual debe revitalizar el poder de formarnos a nosotros mismos en una forma más alta y elevada, y hacernos capaces de no conectarnos con el polvo de la tierra, sino de desarrollarnos en una nueva existencia planetaria.

Traducido por J.Luelmo, ene,2025

GA127 Basilea, 23 de febrero de 1911 - El significado de la encarnación del ser humano en las sucesivas épocas culturales

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RUDOLF STEINER


El significado de la encarnación del ser humano en las sucesivas épocas culturales

Basilea, 23 de febrero de 1911

Cuando se la reconoce correctamente, la ciencia espiritual aporta seguridad y fuerza a la vida. ¿Cómo puede ser beneficiosa en la vida? Muchas personas creen que, para una vida humana verdaderamente buena, aprender algo en este campo y reunir conocimientos espirituales es más un obstáculo que un beneficio. ¿Por qué necesitamos realmente tanta ciencia del espíritu, por qué necesitamos aprender tanto sobre el desarrollo de la Tierra y de todo un sistema planetario? Si simplemente intenta uno buscar su yo superior dentro de sí mismo y convertirse así en una buena persona, es básicamente el mejor teósofo. - A otros espíritus, que tienen una inclinación más teórica, les gusta saber de qué está hecho el hombre, ejercitar su intelecto sobre cómo se ha desarrollado la humanidad a lo largo de los diversos períodos culturales, conocer los períodos numéricos regulares, y les gustaría aprender esas cosas lo antes posible, preferiblemente para poder escribir las enseñanzas más importantes con bastante brevedad y difundirlas en una especie de catecismo.

Estos dos puntos de vista no corresponden en absoluto a lo que la ciencia espiritual puede ser para el hombre, y en lo que se convierte para aquellos que son capaces de situarse en la vida de forma correcta precisamente a través de la ciencia espiritual. En primer lugar, es cierto que estamos constituidos por un cuerpo físico, etérico y astral y por un yo. Pero si uno cree que con esto se puede conseguir algo al enumerarlo, se equivoca. No conocemos más que un esquema. Sólo sabemos algo del ser humano cuando podemos aplicar este conocimiento a la vida. Pero no puede uno hacerlo si no comprende que no sólo es importante conocer los nombres de estos cuatro miembros, sino también saber cómo están conectados estos cuatro miembros en el ser humano. Lo que importa es, si el cuerpo etérico de una persona está más o menos enlazado con el cuerpo físico, si el cuerpo etérico y el cuerpo astral se esfuerzan el uno por el otro y buscan enlazarse estrechamente, o si están más sueltos. 

Si centramos nuestra atención en esto, podemos ver que en el curso evolutivo de la humanidad en la Tierra esta relación entre los miembros cambia. Fue diferente en el pasado y será diferente en el futuro de lo que es hoy. Si observamos al antiguo egipcio en los primeros milenios de la cultura egipcia, es decir, a nosotros mismos en encarnaciones anteriores, encontramos en este antiguo egipcio a un ser humano en el que los lazos entre los cuerpos físico, etérico y astral son más laxos. Si miramos a la gente de hoy, encontramos un enlace mucho más estrecho, más denso. Y en el futuro esta conexión será cada vez más densa. Esto es lo que para nosotros da sentido al hecho de pasar por los distintos periodos culturales. Cuando hablamos de que el hombre se encarna una y otra vez, también podemos preguntarnos: ¿Por qué vuelve a encarnarse? - En efecto, nos encontramos una y otra vez con un tipo diferente de ser humano externo porque la conexión entre los miembros de la envoltura es siempre diferente. De hecho, como caldeos teníamos una estructura corporal completamente diferente a la actual, y en el futuro volveremos a tenerla diferente. Así que tenemos experiencias diferentes porque tenemos envolturas humanas diferentes.

Ahora se trata de que nos representemos debidamente, el modo en que este núcleo interno del ser humano, que pasa de encarnación en encarnación, se relaciona realmente con aquello de lo que nos revestimos, con el cuerpo astral, el cuerpo etérico y el cuerpo físico. Básicamente, la ciencia externa sólo examina la envoltura exterior. No sabe nada de las leyes más profundas que nos rigen de encarnación en encarnación. Pero la ciencia externa tampoco reconoce el significado más profundo de las leyes de la envoltura externa. Podemos convencernos de ello si consideramos aquellas conexiones en las que la ciencia exterior cree y otras en las que no. Es interesante observar que durante mucho tiempo la ciencia tendió a atribuir al hombre el libre albedrío. Pero ya he señalado que la ciencia más reciente niega a menudo este libre albedrío. Apoyándose en investigaciones externas. Esta nos dice: Echen un vistazo al curso de la vida externa. Por ejemplo, se puede utilizar la estadística para determinar cuántos suicidios se producen en una zona determinada. Se puede establecer una cierta regularidad de suicidios. Las estadísticas muestran que esto ocurre con cierta regularidad. Así pues, muchas personas están sencillamente condenadas a suicidarse. ¿Cómo se puede seguir hablando de libre albedrío? - Se podría ir mucho más lejos y apuntar a la tecnología de los seguros. Se trata de calcular y formular cuántas personas de tal o cual cifra seguirán vivas al cabo de treinta años. En otras palabras, se determina numéricamente cuántas personas de las nacidas hoy seguirán existiendo al cabo de treinta años. La muerte y la vida están sujetas a estrictas leyes externas de la naturaleza.

La ciencia externa lo ha reconocido. Pero se verá obligada a reconocer también otras cosas. Ya están saliendo a la luz hechos que obligarán a pensar en términos de ciencia espiritual. Por lo general, la ciencia no está dispuesta a aceptar nada nuevo con rapidez. Sigue un hábito peculiar. Se pueden oír grandes declamaciones sobre el hecho de que en la «Edad Oscura» hubo gente que se opuso a los descubrimientos de Copérnico. Su doctrina tuvo que imponerse con gran dificultad frente a los oscuros de la época. Y los que más hablan de ello se comportan de la misma manera no sólo frente a la ciencia espiritual, sino también frente a aquellos hechos de la ciencia que obligan a nuestro tiempo a buscar leyes espirituales. Un médico berlinés, por ejemplo, establece ciertas relaciones numéricas en el curso de la vida. Este médico, Wilhelm Fliej', comienza a llevar registros de cómo se conectan los nacimientos y las muertes en familias concretas. Un día determinado, por ejemplo, fallece una personalidad femenina en una familia. El primer nieto de esta persona nace 1428 días antes, el segundo nieto 1428 días después de la muerte, de modo que aquí tenemos la muerte de la abuela y nace un nieto simétricamente hacia delante y hacia atrás. Pero eso no es todo. En un período de 7 veces 1428 días después de la muerte de esta persona, nace un bisnieto. De modo que, si se persigue este asunto, siempre se llega a proporciones numéricas bastante definidas; proporciones numéricas que finalmente establecen la conexión entre las muertes y los nacimientos de un modo bastante maravilloso. Fliess lo ha descubierto en numerosos casos.

Pero la ciencia no parece querer reconocerlo todavía, sigue demasiado en contra de su dirección. Incluso la mejora de las condiciones sanitarias está sujeta a la relación numérica. El número de muertes por tuberculosis en un determinado periodo de tiempo, comparado con el número de muertes décadas antes, está regulado por ciertas cifras. Los médicos afirman que han limitado el número de casos mediante medidas higiénicas. Sin embargo, Fliess demostró que esto podía calcularse según proporciones aritméticas. Esto es muy inconveniente para la ciencia actual, pero se verá obligada a reconocer la existencia de una aritmética objetiva. Volverá a la antigua frase de Pitágoras: El número es algo que rige todo lo que teje y vive. - Mientras nosotros calculamos en nuestras almas, los espíritus superiores calculan desde hace mucho tiempo para poner en el curso de la vida lo que corresponde a los números. La frase de Pitágoras, -Dios hace matemáticas dejando que la vida siga su curso-, parece que vuelve a salir a la palestra. Pero, por otra parte, esto reforzaría de nuevo la actitud de la ciencia externa, que deja al ser interior del hombre sin participación en el destino de su vida. Si es aritméticamente seguro cuándo debemos morir, si el nacimiento y la muerte están tan conectados que están separados por 7 veces 1428 días, entonces nuestro ser interior parece estar atado a violentas condiciones externas.

Parece que tenemos que abstenernos de hablar de leyes especiales que rigen nuestro ser interior. Pero podemos citar razones externas que nos muestran que la historia no es del todo correcta. Si se calcúla, aunque sea con exactitud, que en un lugar se cometen tantos y tantos suicidios, o tantos y tantos robos, ¿Prueba esto que el hombre debe cometer robos? Según las fórmulas de la probabilidad, se puede calcular cuánto dura probablemente la vida de los seres humanos. Pero no creo que ningún hombre admita que está obligado a morir el día calculado por la aritmética. Para el ser interior, nada se deduce de esta regularidad de las fórmulas matemáticas. ¿Qué hay del hecho de que Fliess demuestre que transcurren 1.428 días entre la muerte y dos nacimientos? ¿Prueba esto algo sobre la regularidad interior de nuestro yo? Porque no es tan fácil comprender la relación de este núcleo interno del ser con el curso externo de la vida. ¿Cómo encaja con el hecho de que sigamos nuestro karma, de que tengamos que seguir a nuestro yo interior? No es fácil de entender. Una ilustración lo hará comprensible. Es muy posible que dos acontecimientos, dos corrientes, dos hechos, que de hecho están relacionados entre sí, continúen independientemente el uno del otro. Piensen en una cosa: Si uno quiere ir de aquí a Zurich, viaja en tren. Pero se puede ver cuándo sale el tren en el horario, que también contiene muchos números. En cierto modo, uno está íntimamente ligado a las cifras. Se siente uno dependiente de los números del horario en lo que piensa, se afana y experimenta interiormente. Pero aparte de esta serie de hechos, como que se pueda estudiar el horario, ¿no existe el otro relacionado con el desarrollo de su alma, que quiere subir al ferrocarril? Estudiando el horario nunca se podrá saber por las cifras si uno es bueno o malo, sabio o tonto. Del mismo modo que es irrelevante para el ser interior de nuestra alma qué horario existe, es igual de esencial para el karma de nuestra vida qué números resultan según los cálculos realizados por Fliess. Entramos en la corriente de la vida, que se rige por leyes que no tienen nada que ver con nuestra regularidad interior, salvo lo que nosotros mismos provocamos. Debemos decidir subir al tren. Es igualmente cierto que debemos determinar por las leyes internas del karma entrar en una corriente de vida que luego es regulada por las leyes de la aritmética.

¿Por qué razón se dicen todas estas cosas? - Porque el buscador del espíritu debe adquirir cada vez más un sentimiento del hecho de que la vida es complicada, que la vida es algo que uno no debe creer que puede abarcar con los pensamientos más cómodos. Quienes crean que se puede comprender fácilmente toda la vida porque sepa unas pocas frases de la ciencia espiritual, están muy equivocados. Uno debe tener la voluntad de penetrar más y más profundamente en estas conexiones. Hay que tener la sensación de que los pensamientos según los cuales está organizado el mundo también son válidos para el hombre. Si no existiera conexión alguna entre las leyes exteriores y el karma humano, toda la vida se desmoronaría.

Dos hechos lo demuestran. En la ciencia espiritual, nos esforzamos por utilizar las mejores analogías posibles. En cierto modo, las cifras del horario están relacionadas con la vida práctica. Aunque no tenga nada que ver con el horario si viajamos a Zurich o no, aunque no veamos ninguna relación, el horario está relacionado con las condiciones humanas. La gente lo ha construido de tal manera que no se corresponde demasiado torpemente con las condiciones de vida. Así que originalmente el calendario estaba adaptado a las condiciones de vida humanas. Algo parecido ocurre con nuestro karma y el flujo de nuestras vidas, que está regulado por él. Los seres de las jerarquías superiores también han determinado el «calendario» según las proporciones numéricas que encuentran las estadísticas cuando ascienden con números regulares, de modo que éstas corresponden exteriormente a las condiciones humanas generales. Donde uno encuentra, cuando se encarna de nuevo, un curso de vida cómodo, el otro se encuentra un curso incómodo. Esta ley no se produce en todas las familias de tal manera que siempre nazca un nieto 1428 días antes de la muerte de la abuela. Pero si tenemos en cuenta que 1428 también es divisible por 28, -es 51 veces 28-, entenderemos un poco mejor la relación numérica. No siempre se obtiene el número 1428 de estos cálculos, pero suele haber un múltiplo de 28 entre la muerte de cualquier miembro de la familia y un nacimiento. El múltiplo puede llamarse 13 o 17 o lo que sea, pero el número 28 está ahí, se dispone regularmente. Esto nos da la oportunidad de subir a diferentes trenes según el horario. Y así, según nuestro karma, tenemos la oportunidad de organizar nuestra vida, cómoda o incómodamente.

Sin embargo, no sólo digo esto para indicar lo complicadas que son estas condiciones externas, sino que también quiero señalar que los seres humanos podemos extraer una consecuencia moral de todos esos conocimientos. Y eso es lo que la ciencia espiritual nos aporta como algo tan infinitamente importante. Podemos decir:
Estoy en este mundo, encuentro en este mundo las relaciones numéricas que muestran cómo está organizada nuestra vida exterior. Ha sido necesario un largo período de desarrollo cultural humano para descubrirlo. Pero, ¿cuánto sabemos en realidad sobre esta regularidad? - Y aquí tenemos que decir: sabemos infinitamente poco. Lenta y gradualmente hemos descubierto algo de la sabiduría divina. Pero precisamente cuando absorbemos lo más bello e importante de la sabiduría, ésta nos recuerda que debemos ser humildes. Nos muestra lo poco que podemos abarcar la vida con los pensamientos que tenemos. Esta contemplación es entonces un incentivo para seguir luchando por la luz.

Este sentimiento moral, esta reverencia por la sabiduría del universo, es lo que podemos adquirir y lo que nos hace mejores seres humanos. Y adquirimos este sentimiento hacia la sabiduría, que se apodera de nosotros cuando nos damos cuenta de que esta sabiduría ha estado cerca de nosotros en nuestra vida intermedia entre la muerte y el nuevo nacimiento. Cuando nos surge la necesidad de descender a una nueva existencia terrenal, elegimos a qué tren debemos subir para cumplir con nuestro karma. Entonces nos llega la decisión, y decidimos si elegir este o aquel vínculo familiar, estos o aquellos padres. Pero no encontraríamos respuesta si nos preguntaran ahora cuál es la mejor encarnación para nosotros, si en esta o en aquella familia. Así que antes de nuestra encarnación somos más inteligentes que en nuestra existencia física, porque entonces, antes de nuestra encarnación, hicimos la elección correcta. De este sentimiento de que no nos hemos vuelto más listos después de la encarnación que antes, no puede surgir ningún orgullo por lo que hemos conseguido.

¿Por qué somos mucho más inteligentes antes de nacer, cuando podemos tomar las decisiones correctas? No estaríamos solos, sino que en nuestra vida entre la muerte y el renacimiento estamos impregnados por otras fuerzas que en el momento en que entramos en la existencia física, nos dejan. Cuando entramos en la existencia física estamos impregnados por las sustancias de los reinos terrestres que nos rodean, por el oxígeno, el nitrógeno, etc.; las absorbemos en nosotros mismos, están entonces en nuestras envolturas corporales. Cuando abandonamos el cuerpo, cuando atravesamos la puerta de la muerte y vivimos entre la muerte y el nuevo nacimiento, somos absorbidos por los seres de las jerarquías superiores. Así como vivimos aquí, en los diferentes reinos, con los animales, las plantas, los minerales, también vivimos allí con los Arkai, con los arcángeles y los ángeles. Estamos insertos en su ser, del mismo modo que aquí estamos insertos en las sustancias físicas. Del mismo modo que estas sustancias afirman aquí sus leyes, del mismo modo que el hierro de la sangre pulsa según sus leyes, los seres de las jerarquías superiores actúan en nosotros entre la muerte y el nuevo nacimiento, y su sabiduría nos empuja hacia el tren correcto de la existencia. Los seres de las jerarquías superiores tienen la sabiduría en su interior, del mismo modo que nosotros tenemos las sustancias físicas en nuestro interior. Y está muy justificado si como consecuencia moral, lo que nos invade es la humildad; si nos damos cuenta de qué pequeña parte hemos absorbido en nosotros de la sublime sabiduría de estos seres, hasta ahora en la vida física. Entre la muerte y el renacimiento estamos incrustados en el regazo de estos seres de las jerarquías superiores, debemos entregarnos a ellos. No querer hacerlo sería lo mismo que querer vivir sin ingerir las sustancias físicas hidrógeno, oxígeno y demás. Sería absurdo querer vivir sin entregarse plenamente a los seres de las jerarquías superiores.

El que considere que debe dedicar ese tiempo entre la muerte y el nuevo nacimiento a los seres de las jerarquías superiores se preguntará: ¿Cuál es la mejor preparación para ese tiempo? -y se dará a sí mismo la respuesta: La mejor preparación es desarrollar ya ahora, entre el nacimiento y la muerte, este sentimiento de devoción al mundo divino-espiritual. - Reverencia y devoción es lo que recibimos cuando nos imbuimos de los sentimientos correctos de la manera correcta. La humildad y la devoción al mundo espiritual impregnarán todos nuestros sentimientos.

Cuando la gente empieza a pensar y a vivir de este modo, también encuentra una sensación de equilibrio con el mundo que le rodea. Estos pensamientos también regulan y armonizan sus otras sensaciones. Muchos vicios del mundo exterior son llevados a la Teosofía. No provienen de la Teosofía, sino del hecho de que la gente los trae de fuera. Pensemos en un hombre que ha sido laborioso y trabajador en el mundo exterior, pero de tal manera que los que le rodean dicen: Es la ambición la que le hace laborioso, se sobrepasa, arruina sus fuerzas, no tiene cuidado de que este trabajo debe tener un límite. Ahora se encuentra con la teosofía. Allí encuentra ideas completamente diferentes de las que tenía antes. Pero esta cualidad general que tenía fuera también puede ser llevada a la Teosofía. Oye, por ejemplo, que es necesario cierto grado de estudio para que el alma progrese. Pues bien, estudia, pero estudia como un estudiante que quiere superar a sus colegas. Debería aprender a ejercitar el equilibrio en sus poderes; debería aprender a observar cuánto puede lograr de acuerdo con sus poderes kármicamente asignados; no debería proseguir los estudios teosóficos en exceso. Tal vez ha oído que es bueno para su desarrollo espiritual no comer carne, y no se pregunta: ¿Es también bueno para mi cuerpo? Se abstiene de la carne para acelerar su desarrollo. Pero debemos aprender a través de la Teosofía: Primero debo investigar si mi karma me permite seguir inmediatamente las reglas más elevadas. - Adquirimos una observación tranquila y humilde de nuestro propio karma, de nuestras propias capacidades y poderes, si nos comprometemos de la manera correcta con lo que la ciencia espiritual puede darnos. Son precisamente los más avanzados en lo oculto los que observan más de cerca la regla aplicable del equilibrio. A veces, sin embargo, ocurre lo contrario: si las circunstancias externas se resisten a una formación adecuada, uno quiere forzarse, se empuja hacia el objetivo que se ha fijado, se afana mentalmente para obtener una respuesta inmediata a una pregunta que se plantea. El estudiante avanzado nunca hace esto. Primero se aclara a sí mismo: Esta pregunta está ahí. Luego se examina a sí mismo:
¿Eres capaz de obtener la respuesta completa a la pregunta en este momento? Espera y verás, -se dice a sí mismo-, si los seres del mundo espiritual te darán esta respuesta. - Si primero tiene que tirar y empujar, se da por vencido por el momento. Sabe que tiene que esperar. Puede esperar porque está imbuido de la duración eterna de la vida y porque sabe que el karma, del que no hace caso omiso, da a cada uno lo que debe recibir. Entonces llega un momento en que recibe una pista interior y los poderes del mundo espiritual le revelan la respuesta. Tal vez esto ocurra después de años, tal vez sólo después de varias encarnaciones. Esto caracteriza la actitud correcta: ser capaz de esperar, ser paciente, desarrollar un sentido del equilibrio, no precipitarse.

Quien permita que las enseñanzas de la ciencia espiritual trabajen en él de la manera correcta, podrá dominar sus sentimientos y sensaciones a través de estas enseñanzas de tal manera que le permitan observar tal equilibrio, tal armonía. Con esta actitud penetramos en el cuerpo astral desde el yo de tal manera que este cuerpo astral absorbe las verdades del mundo espiritual, si se me permite una comparación trivial, como una esponja absorbe el agua en la que se sumerge. El conocimiento espiritual penetra gradualmente en el cuerpo astral, y éste se impregna de él. Hoy vivimos en una época en la que es necesario y en la que se hace cada vez más necesario que impregnemos el cuerpo astral de sabiduría espiritual. Los tiempos están cambiando cada vez más de tal manera que el cuerpo astral del ser humano que atraviesa la puerta de la muerte y luego vuelve a entrar en futuras encarnaciones, quedará sumido en la oscuridad, de modo que ya no sabrá orientarse en el mundo espiritual si no se impregna ahora del conocimiento espiritual. Pero cuando esté imbuido del conocimiento espiritual que estamos absorbiendo ahora, entonces se convertirá en una fuente de luz, iluminará su entorno. La sabiduría que absorbemos aquí se convertirá en luz en el mundo espiritual.

Si ahora nos preguntamos por qué la Teosofía sólo ha llegado hoy, por qué no estaba antes, debemos decir:
No llegó porque había una sabiduría antigua que se imprimió en el hombre sin que éste tuviera que hacer nada. Era como una especie de herencia que la gente recibía de la antigua luna. Con esta herencia eran capaces de penetrar en el mundo espiritual. Duró hasta la era cristiana. Pero entonces el hombre ya no podía absorber directamente lo que es la sabiduría espiritual. Primero debe penetrar en el alma con el conocimiento espiritual-científico, y éste será entonces el poder que hará que el hombre penetre en el mundo espiritual con la luz de su alma en el futuro. Las condiciones de la humanidad cambian de época en época.

Todo el ocultismo sabe que existe una sabiduría que proviene de la antigua luna y que todavía estaba activa residualmente hasta los siglos XV y XVI, de modo que cuando los hombres entraban en el mundo espiritual veían la luz que brillaba sin su ayuda. Hoy, sin embargo, podemos absorber cuanto queramos de esta antigua sabiduría, que fue transmitida en la humanidad como una antigua herencia, con nuestras almas, -la cual ya no brilla después de que las personas han atravesado la puerta de la muerte. Sólo la sabiduría que las personas reciben a través de Cristo diciendo: No yo, sino el Cristo en mí-, sólo esta sabiduría será una luz brillante para el futuro paso del hombre a través de la puerta de la muerte. Así pues, tomamos la ciencia espiritual que ha sido bautizada para tener una fuente de luz en el cuerpo astral cuando pasemos por la puerta de la muerte.

Pero cuando asimilamos este conocimiento espiritual bautizado, cuando penetramos con él en nuestro cuerpo astral, entonces no se queda en mera sabiduría, sino que penetra en nuestros sentimientos. Aprendemos lo que ocurrió en el antiguo Saturno, lo que ocurrió en el antiguo sol y en la antigua luna y cuál es la tarea de la tierra. Si ustedes leen las descripciones dadas en mi «Ciencia Oculta en Esquema», sentirán que la descripción de Saturno tiene un tono básico completamente diferente al de los otros estados planetarios. Al describir el estado de Saturno, se puede sentir que las condiciones se describen con cierta crudeza. Esto se siente en el alma y es necesario. Pueden sentir la existencia del sol como si floreciera, brotara la vida. Puedes sentir la representación de la luna como si un cierto sabor melancólico y sombrío impregnara el conjunto de conceptos que allí se dan. Una persona sensible puede percibirlo hasta en el sentido del gusto, hasta en la lengua.

Los tontos dirán: las descripciones son desiguales, el estilo no es fijo. Pero debemos saber que esto es necesario, y por qué razón. Debemos saber por qué es necesaria una melodía de tres tonos específicos, cada uno de los cuales debe resonar a partir de las palabras, y si lo sabemos, también podemos transformarlo en sentimientos y enviar los sentimientos al mundo. Los sentimientos que encendemos en nosotros de esta manera se transforman. Lo que se absorbe en el cuerpo astral como sabiduría se transforma en una entrega voluntaria a las condiciones del mundo, y esto se apodera entonces de nuestro cuerpo etérico. Cuando somos sabios, preparamos el camino. Las fuerzas con las que descendemos a las próximas encarnaciones moldean e impregnan el cuerpo etérico. Si hemos impregnado así el cuerpo etérico de piedad genuina, verdadera, y luego se disuelve en el éter general del universo, entonces hemos entregado al universo un cuerpo etérico que está impregnado de piedad y que beneficia al universo entero. Si, por el contrario, somos impíos, materialistas, entonces estamos desprendiéndonos de un cuerpo etérico que tiene un efecto desintegrador y destructivo cuando se disuelve en el éter general del universo. En la medida en que somos sabios, nos servimos directamente a nosotros mismos, pero indirectamente también servimos al mundo. En la medida en que somos piadosos, servimos directamente al mundo, pues la piedad se comunica a todo el mundo. Y la ciencia espiritual no sólo puede dar sabiduría y piedad, sino también seguridad y un enfoque en las fuerzas vitales del cuerpo. Incluso la conexión consciente con el mundo espiritual proporciona tales fuerzas vitales.

He mencionado a menudo que Fichte, que se encontraba a las puertas de la Teosofía, conocía algo de estas conexiones. Había en él tal certeza de la vida que podía decir cuando hablaba de la naturaleza del hombre: «Levanto mi cabeza audazmente hacia las amenazadoras montañas rocosas y hacia el furioso torrente de agua y hacia las nubes que nadan en un mar de fuego y digo: ¡Soy eterno y desafío vuestro poder! Todos vosotros os derrumbaréis sobre mí, y vosotros, tierra y cielo, os mezclaréis en la salvaje agitación, y vosotros, todos los elementos, espumaréis y os enfureceréis, y en la salvaje batalla desgastaréis el último polvillo de sol del cuerpo que yo llamo mío; sólo mi voluntad, con su firme plan, se cernirá audaz y fríamente sobre las ruinas del universo. Porque me he apoderado de mi destino, y es más permanente que tú; es eterno y yo soy eterno como él». - La seguridad de la vida brota de la conciencia de que el hombre camina en lo eterno del espíritu. ¿Puede debilitarse una persona que está tan arraigada en lo eterno del espíritu? Es la toma de conciencia del espíritu la que vierte más y más de este poder en nosotros.

¿Qué nos da este poder? La sabiduría da al cuerpo astral lo que nos permite superar cada vez más las fuerzas inhibidoras. La piedad regula las fuerzas y la correcta organización del cuerpo etérico. Pero lo que fluye en nuestro cuerpo a través del hecho de que conocemos nuestra conexión con lo eterno, eso es la seguridad de la vida, y se nos comunica incluso en las facultades del cuerpo físico. Cuando poseemos esto, entonces damos paso a la maya, la ilusión y el engaño. Es una ilusión cuando alguien dice que nuestro cuerpo físico sólo se desintegra en polvo terrenal cuando morimos. - No. No es indiferente la forma en que el cuerpo físico se haya formado una vez, la forma en que el hombre lo haya moldeado. Si tal seguridad en lo eterno impregna este cuerpo físico, entonces devolvemos a la tierra lo que hemos adquirido como seguridad de vida. Fortificamos nuestro planeta tierra con lo que hemos adquirido durante nuestra vida. A través del cuerpo físico damos nuestra seguridad de vida al mundo. En el cuerpo físico en descomposición, la descomposición es sólo Maya. Quien sigue al cuerpo físico a través de la muerte ve que el grado de seguridad vital que el hombre ha adquirido durante la vida fluye hacia nuestra tierra.

De este modo consolidamos en el cuerpo astral, en el cuerpo etérico y en el cuerpo físico, mediante la sabiduría, la piedad y la seguridad de vida, lo que como seres humanos podemos elaborar como lo mejor para toda la evolución de nuestra Tierra. De este modo trabajamos en nuestro planeta Tierra, pero también adquirimos el sentimiento de que el hombre no está solo, ni aislado, sino que lo que elabora en su alma tiene valor y significado para el conjunto. Y así como no hay partícula del sol que no lleve en sí las leyes del universo, tampoco hay ser humano que no construya y destruya el universo a través de lo que hace y deja de hacer. Al proceso del universo que avanza, podemos tanto darle como podemos quitarle, como podemos desmoronarnos de él al no preocuparnos por su desarrollo, al no imbuirnos de piedad, al no adquirir seguridad de vida. Con estas omisiones contribuimos a la destrucción del planeta tanto como lo construimos mediante la adquisición de sabiduría, piedad y seguridad de vida. Así empezamos a darnos cuenta de lo que la ciencia espiritual puede llegar a ser para nosotros emocionalmente cuando se apodera de toda la persona.
Traducido por J.Luelmo ene,2025