GA127 Munich, 3 de mayo de 1911 El pecado original y la gracia

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RUDOLF STEINER


El pecado original y la gracia

Munich, 3 de mayo de 1911

Puesto que el karma nos ha reunido hoy aquí, en lugar de que el curso en Helsingfors debía comenzar hoy, podemos hacer una pequeña reflexión sobre algunos temas de científico-espirituales, y luego tal vez uno que otro deseo pueda vincularse a nuestra reflexión en forma de pregunta a esta velada improvisada.

Quizás lo que más se acerque hoy a nuestra atención sean algunos rayos de luz que pueden caer en nuestro movimiento espiritual si miramos nuestro desarrollo humano desde cierto punto de vista en relación con la evolución de la tierra. Queremos aclarar algo de lo que sabemos de una manera especial, -como ya hemos hecho algunas veces. Tal vez habrán notado a menudo algunas de las cosas que les han causado una profunda impresión en los sentimientos religiosos de la gente, en las otras cuestiones de la cosmovisión, de tal manera que han tenido que preguntarse: ¿Cómo se relacionan las cosas que son objeto de los sentimientos religiosos de la humanidad, o que son objeto de otras cuestiones de cosmovisión, con nuestros más profundos conocimientos de las cuestiones de cosmovisión a la luz de la ciencia espiritual? 
De entrada, quisiera señalar dos conceptos importantes que pueden aparecer a menudo ante el alma del hombre contemporáneo, aunque tal vez estos hombres modernos crean haber descartado tales cosas desde hace mucho tiempo, a los dos conceptos que suelen estar circunscritos por las palabras: pecado y gracia. 
Todos sabemos que estas palabras «pecado» y «gracia», por ejemplo, tienen una enorme importancia para la cosmovisión cristiana, que desempeñan allí el papel más importante. Sin embargo, ciertos teósofos se han acostumbrado, ya que creen desde el punto de vista del karma, a no pensar mucho en conceptos tales como pecado y gracia, especialmente a no pensar en el concepto extendido de pecado y pecado original.  Sin embargo, este desinterés por dicha reflexión no va acompañado de buenas consecuencias, ya que nos impide reconocer los aspectos más profundos del cristianismo, por ejemplo, o las cuestiones más profundas de la cosmovisión en general. En efecto, los términos «pecado», «pecado original» y «gracia» tienen un trasfondo mucho más profundo de lo que suele pensarse. Y el hecho de que este trasfondo más profundo ya no se vea así en nuestros días se debe sencillamente a que casi todas las religiones tradicionales del mundo, -casi todas, más o menos, tal como existen externamente-, en realidad han difuminado por completo sus profundidades reales, que apenas hay nada remotamente parecido en lo que se proclama aquí o allá en un sistema religioso, en lo que se oculta tras los términos correspondientes. Detrás de los conceptos de pecado, pecado original y gracia, se oculta de hecho todo el desarrollo de la raza humana.

Nos hemos acostumbrado a dividir este desarrollo en dos partes, en una parte descendente, desde los primeros tiempos de la evolución humana hasta la aparición de Cristo en la tierra, y en una parte ascendente, que comienza con la aparición de Cristo en la tierra y continúa hasta los futuros más lejanos. Así pues, dividimos todo el desarrollo de la humanidad considerando este acontecimiento crístico como el más grande no sólo de nuestro desarrollo humano, sino como el más grande de todo nuestro desarrollo planetario en general. ¿Por qué debemos colocar ahora este acontecimiento de Cristo en el centro de todo nuestro desarrollo mundial como uno de tan extraordinaria importancia? - Por la sencilla razón de que debemos hacerlo, porque el hombre, como sabemos, ha descendido de las alturas espirituales a las profundidades materiales, físicas, y porque a su vez debe ascender de las profundidades materiales, físicas, a las alturas espirituales. Se trata, pues, de un descenso y de un ascenso del hombre. Y describimos este descenso del hombre en relación con su vida anímica diciendo: Si nos remontamos a tiempos bastante antiguos, entonces encontramos que en aquellos tiempos antiguos los hombres eran básicamente capaces de llevar una vida espiritual mucho más parecida a lo divino que, digamos, ahora, que aquellos hombres estaban, por así decirlo, más cerca de lo divino-espiritual, que en el alma del hombre brillaba más vida divino-espiritual.

Pero no debemos ignorar el hecho de que se ha hecho necesario que la humanidad descienda a lo material, al mundo físico, porque en aquellos tiempos antiguos, cuando los hombres estaban más cerca de lo divino-espiritual, toda la conciencia de nuestra alma era al mismo tiempo más embotada, más onírica:
por tanto, una conciencia menos luminosa y clara, pero más impregnada de ideas divino-espirituales, de sensaciones divino-espirituales, de impulsos volitivos divino-espirituales. El hombre estaba más cerca de lo divino-espiritual, pero no era un ser humano con plena claridad, sino más bien un niño soñador. El hombre fue descendiendo al adquirir el poder de juicio necesario para la vida física, el intelecto. Distanciándose así de las alturas divino-espirituales, pero se ha vuelto más claro en sí mismo, ha encontrado una base más sólida en sí mismo. Ahora, para que él pueda ascender de nuevo con este centro de gravedad interior de su vida anímica, debe llenarlo con lo que ha llegado a ser a través del impulso Crístico. Y cuanto más lo llene con este impulso Crístico, tanto más ascenderá de nuevo al mundo divino-espiritual y llegará no como un ser soñador con una conciencia confusa, sino como un ser con una conciencia clara que mira nítidamente al mundo. A menudo hemos iluminado esto desde diversos ángulos.

Si miramos ahora un poco más de cerca el desarrollo humano, sabemos a su vez que lo único que ha dado al hombre la posibilidad de adquirir una visión clara y brillante del mundo físico-sensorial es el yo, pero que en la evolución humana, éste fue el último en desarrollarse, antes lo hizo el cuerpo astral, antes aún el cuerpo etérico y antes aún el cuerpo físico. De modo que hoy queremos recordar que el primer desarrollo del cuerpo astral precedió al desarrollo real del Yo. Si resumimos algo de lo que hemos oído a lo largo del tiempo, debemos decir que debemos ser conscientes de que antes de que el hombre pudiera experimentar el desarrollo de su yo, pasó por un desarrollo en el que sólo tenía estos tres miembros:
cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral. Pero el ser humano ya estaba introduciéndose en el desarrollo del yo. Vivía en este desarrollo, esperando, por así decirlo, la adición posterior de su yo. Si tenemos esto en cuenta correctamente, entonces nos haremos una idea del hecho de que al hombre y a todo su desarrollo debieron sucederle cosas antes de que realmente tomara el yo en sí mismo, hechos previos al desarrollo del yo, por así decirlo. Esto es muy importante. Porque si el ser humano ya ha pasado por un desarrollo antes de haber tomado su yo, entonces no podemos acreditarle lo que había en su desarrollo en ese momento de la misma manera que debemos acreditarle lo que ha pasado con su yo.

Conocemos seres de los que somos conscientes de que no tienen un yo en el sentido humano. Son los animales. Ellos constan sólo de un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral. El hecho de que sean así, los animales, nos obliga a reconocer en ellos algo bastante definitivo, que todos hacemos sin contradicción, si es que pensamos racionalmente. Un león, por ejemplo, puede acercarse a nosotros con la misma furia con que hablamos de un ser humano:
puede ser malvado, - no hablaremos del león: puede ser malvado, puede cometer un pecado, puede cometer actos inmorales, -no hablamos de ningún animal de tal manera que le imputemos cualquier acto como inmoral. Esto es muy significativo. Porque aunque no pensemos en ello ni lo reconozcamos, reconocemos al mismo tiempo que hay una diferencia entre el hombre y el animal, que el animal sólo tiene el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral, mientras que el hombre tiene el yo.

Ahora bien, antes de adoptar el yo, el hombre pasó por un desarrollo en el que sólo tenía el cuerpo astral como miembro superior. ¿Le sucedió algo al hombre que debamos ver bajo una luz diferente de la que vemos las acciones de los animales? Sí. Pues debemos ser muy claros al respecto: Aunque el hombre haya tenido un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral, no se parecía en nada a los animales de hoy. Nunca fue un animal, el ser humano, sino que pasó por esta etapa en otros tiempos, cuando constaba de cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral, en tiempos en que aún no existían los animales en su forma actual, en tiempos en que existían en la Tierra condiciones completamente diferentes. Pero, ¿qué le ocurrió al hombre en aquella época? Algo que podamos describir de tal manera que podamos decir: Bueno, el hombre no tenía el yo, así que no podemos atribuirle sus cosas de la misma manera que lo hacemos ahora para distinguirlo de los animales, pero los hechos que emanaban de él tendrán que ser juzgados de una manera diferente a como deben ser juzgados hoy, puesto que él tiene su yo. - En esta última etapa de transición, en la que el hombre se encuentra ante la puerta, en la que ha de recibir su yo, se produce además la influencia luciférica. En aquel tiempo el hombre todavía no podía ser juzgado como lo es hoy, pero podía ser juzgado de manera diferente a la vida animal. Lucifer, por tanto, se abalanzó sobre el hombre. El hombre aún no podía seguir a Lucifer, por así decirlo, bajo plena responsabilidad moral o no; pero aún podía ser arrastrado a las redes de Lucifer, por así decirlo, de una manera diferente a la que describimos hoy con los animales. De modo que debemos decir: La seducción de Lucifer, esta tentación de Lucifer, se produce justo en el tiempo en que el hombre estaba a punto de cerrar la puerta a su yo. Por lo tanto, es un comportamiento del hombre anterior a su actual desarrollo del yo, pero que ha proyectado su sombra en todo este desarrollo del yo. Entonces, ¿Quién se convirtió en pecador? El hombre, en la medida en que es un hombre provisto de un yo, todavía no. El ser humano, por medio de Lucifer, se convirtió en pecador con una parte de su ser con la que básicamente ya no puede convertirse en pecador hoy en día. Pues hoy tiene su yo. Entonces el hombre se hizo pecador con su cuerpo astral. Esta es la diferencia radical entre cualquier pecado que asumimos como seres humanos hoy y el que entró en la naturaleza humana como pecado en aquel entonces. En aquel entonces, cuando el hombre sucumbió a la tentación de Lucifer, sucumbió con su cuerpo astral.  Se trata, pues, de una acción anterior al desarrollo del yo, un acto completamente distinto de todos los actos que el hombre pudo realizar después de que el yo entrara en su naturaleza, incluso en las primeras insinuaciones. Así pues, hay un acto del hombre antes de que el yo entre en la naturaleza humana. Pero este acto proyecta su sombra en todos los tiempos posteriores. El hombre fue capaz de realizar este acto de seguir la tentación de Lucifer antes de tomar su yo, pero fue puesto bajo la influencia de este acto, por así decirlo, para todos los tiempos posteriores. ¿Por qué? Bueno, porque esto sucedió, porque nuestro cuerpo astral se volvió culpable antes de que nos convirtiéramos en yoes, esto provocó el hecho de que el hombre tuviera que hundirse más profundamente en el mundo físico en las encarnaciones siguientes, en cada encarnación, por así decirlo. Este es el impulso para el descenso, este acto que tuvo lugar en el cuerpo astral. Como resultado, el ser humano había descendido a un plano inclinado, siguiendo así con su yo fuerzas de su naturaleza que provienen de su desarrollo anterior al yo.

¿Cómo se expresaban estas fuerzas en el desarrollo de la humanidad? - Se expresaban de la siguiente manera. Sabemos por observaciones anteriores que el hombre desarrolla su cuerpo físico hasta aproximadamente el séptimo año, su cuerpo etérico del séptimo al decimocuarto año, su cuerpo astral del decimocuarto al vigésimo primer año, y así sucesivamente. Sabemos que con el desarrollo de su cuerpo etérico entra en una etapa en la que puede engendrar su propia especie a partir de sí mismo. Pasemos ahora por alto el fenómeno similar en el reino animal. Sabemos que el hombre, cuando ha desarrollado su cuerpo etérico, puede engendrar seres humanos de su propia especie. Esto está condicionado a que el hombre haya desarrollado completamente su cuerpo etérico. Si piensan un poco, -no hace falta ser clarividente, basta con pensar un poco-, se dirán: Así pues, con el pleno desarrollo del cuerpo etérico debe existir también la posibilidad de que el hombre engendre a toda la humanidad, de que engendre realmente a sus iguales. En otras palabras, el hombre no puede desarrollar nuevas cualidades para dar a luz a su propia especie mientras se desarrolla hasta los veinte años. No puede decirse que en su trigésimo año el hombre añada nada a esta cualidad que le permite engendrar su propia especie. Con el desarrollo de su cuerpo etérico, el hombre posee todas las cualidades que le hacen capaz de producir al hombre. ¿Qué se añade después? El propio ser humano no añade nada más a través de lo que adquiere posteriormente. Pues ya debe tener la plena capacidad de engendrar su propia especie. No puede conquistar nada más cuando ha desarrollado plenamente el cuerpo etérico. ¿Qué más se añade? Sí, la única capacidad que el hombre adquiere más tarde con respecto a la producción de su propia especie es que echa a perder toda su capacidad de producir personas de su propia especie. Lo que todavía se puede adquirir después del pleno desarrollo del cuerpo etérico no puede enriquecer el poder de producir la propia especie, sino que sólo puede disminuirlo. Y éste es también el caso. Las cualidades adquiridas después de la plena madurez sexual no hacen nada para mejorar el sexo de una persona, sino que sólo pueden contribuir a empeorarlo. Esto se debe a la influencia del impulso que he descrito, que emana de la culpa del cuerpo astral. Después de que el cuerpo etérico se ha desarrollado completamente, es decir, a partir de los catorce años aproximadamente, el cuerpo astral continúa desarrollándose. Sí, ¡pero contiene la influencia de Lucifer! Pero lo que vuelve de nuevo al desarrollo del cuerpo etérico sólo puede traer la posibilidad de hacer menos capaces estos poderes del cuerpo etérico, que se basan en el hecho de que puede engendrar seres de su propia especie. En otras palabras, en lo que se ha convertido el cuerpo astral a través de la tentación de Lucifer es una razón constante para la degeneración de la raza humana, para la decadencia del hombre.

Un descenso continuo a través de las encarnaciones fue, en efecto, el caso de los seres humanos. Y cuanto más ascendemos hacia el período atlante, tanto más fuerzas superiores encontraríamos en las disposiciones físicas del hombre, que en épocas posteriores. ¿Dónde, entonces, fue colocado este impulso que fue provocado en el cuerpo astral por la tentación de Lucifer? En la herencia. La empeoró continuamente. El pecado, que el hombre adquiere con su yo, puede tener un efecto en el cuerpo astral, pero sólo puede efectuarse en el karma. El pecado que el hombre ha traído sobre sí antes de tener un yo contribuye a la continua degeneración y atrofia de toda la raza humana. Este pecado se convirtió en un rasgo hereditario. Y tan cierto como que nadie puede heredar nada en el sentido espiritual superior de sus antepasados, -pues nadie se hace inteligente por tener un padre inteligente, sino por aprender algo inteligente; ni nadie ha heredado las matemáticas de sus antepasados, ni ha heredado otras ideas de sus antepasados-, tan cierto como que no podemos heredar estas cualidades, sino recibirlas por medio de la educación, tan cierto es que lo que retrocede de nuestro cuerpo astral al cuerpo etérico, lo que adquirimos de tal modo que retrocede sobre el cuerpo astral, sólo contribuye a minar las capacidades de la raza humana. Y eso es el pecado original. Ahí tenemos realmente el verdadero significado del término pecado original. El pecado original, que todavía se aferraba al cuerpo astral, se propagó gradualmente de modo que se comunicó a las cualidades hereditarias humanas, que en aquel tiempo ya estaban arraigadas en la degeneración física del hombre, como razón del descenso del hombre desde sus alturas espirituales a una degeneración física. Así hemos recibido, en efecto, un impulso continuo a través de la influencia de Lucifer, que en el sentido más correcto debe describirse como pecado original. Pues lo que entró en el cuerpo astral a través de Lucifer se transmite de generación en generación. No hay expresión más apropiada para lo que es la causa real del descenso de la humanidad al mundo físico material que la expresión: pecado original. Pero entonces debemos entender este pecado original no como otros pecados de la vida ordinaria, que nos atribuimos plenamente a nosotros mismos, sino como un destino del hombre, como algo que necesariamente tenía que imponernos el orden del mundo, porque teníamos que ser llevados hacia abajo por él, no sólo para hacernos peores de lo que éramos, sino para despertar en nosotros las fuerzas para volver a obrar, para encontrar en nosotros las fuerzas para obrar. Por eso debemos entender esta caída de la humanidad como algo que se ha entretejido en el destino humano para la liberación de la humanidad. Nunca podríamos habernos convertido en seres libres si no hubiéramos sido empujados hacia abajo. Habríamos tenido que dejarnos llevar por las riendas de un orden universal que habríamos tenido que seguir ciegamente. Pero tenemos que volver a subir.

Ahora bien, nunca hay nada que no tenga también su polo opuesto. Así como no hay polo norte sin polo sur, tampoco puede haber un fenómeno como este pecado del cuerpo astral sin el otro polo. En otras palabras, sin poder atribuírnoslo a nosotros mismos en el sentido moderno habitual, sin poder hablar de transgresión moral, tenemos el destino como seres humanos de que los humanos estamos llenos de Lucifer. En cierto sentido no podemos evitarlo, incluso debemos estar agradecidos de que se haya producido así. Por un lado, es cierto. No podemos evitarlo. Así que hemos tenido que asumir algo de lo que no podemos ser plenamente responsables.

A esto se opone ahora algo en el desarrollo humano que es, por así decirlo, como el polo norte al polo sur. A este pecado, que es hereditario en su consecuencia, que es por tanto la aparición de la culpa en el hombre sin que el hombre sea realmente culpable, debe oponerse la posibilidad de resucitar, incluso sin que sea culpa del hombre. Así como el hombre tuvo que caer sin su culpa, así también debe poder resucitar sin su culpa, es decir, aquí: sin su mérito pleno. Hemos caído sin nuestra culpa. Por tanto, debemos poder resucitar sin nuestro mérito. Ese es el otro polo necesario. De lo contrario, tendríamos que permanecer abajo, en el mundo físico-material. Así como al principio de nuestro desarrollo debemos, por tanto, colocar necesariamente una deuda, sin que el hombre sea culpable, así también al final de nuestro desarrollo debemos colocar un don para el hombre, que le llega sin su mérito. Estas dos cosas van necesariamente unidas. La mejor manera de hacerse una idea es la siguiente.

Recuerden que lo que el hombre hace como miembro de la vida ordinaria surge de los impulsos de sus sentimientos, sus afectos, sus instintos, sus deseos. Por ejemplo, el hombre se enfada y hace esto o aquello por ira; ama y hace esto o aquello por amor ordinario. Sólo hay una palabra que puede describir todo lo que hace una persona. No es cierto, todos admitiréis que en lo que el hombre hace cuando se apasiona, cuando se enfada, cuando ama de manera ordinaria, hay algo que desafía los conceptos abstractos, algo que no se puede definir. Habría que ser un erudito muy seco para querer definir todo lo que subyace a cualquier acción humana. Pero hay una palabra que describe lo que está presente en el hombre cuando hace cualquier cosa en la vida ordinaria, y es la palabra «personalidad». Con esta palabra incluimos inmediatamente todas las cosas indefinidas. Cuando hayamos comprendido la personalidad de un hombre, podremos juzgar por qué ha desarrollado tal o cual pasión, tal o cual deseo, etcétera. Todo tiene un carácter personal que surge de nuestras pulsiones, deseos, pasiones, etcétera. Pero nos enredamos tan fácilmente en la vida físico-material cuando trabajamos a partir de nuestros impulsos, deseos y pasiones. Nuestro yo está virtualmente sumergido en el mar del mundo físico-material. Pues qué poco libre es cuando sigue la ira, el deseo, la pasión, incluso el amor en el sentido ordinario. El yo no es libre porque está en los lazos de la ira, la pasión y demás. Ahora bien, si consideramos nuestra época, nos daremos cuenta de que ya existe algo más que no existía en la antigüedad.

Sólo aquellos que no conocen la historia y juzgan todo con una medida del tiempo que no va mucho más allá de la nariz, pueden afirmar que en los tiempos más antiguos del Helenismo, por ejemplo, habrían estado presentes tales cosas que hoy resumimos con las palabras que se han hecho famosas desde hace más de un siglo, con palabras tales como: Libertad, igualdad de los hombres, con palabras que llamamos ideales morales, con palabras como las contenidas, por ejemplo, en el primer principio de la Sociedad Teosófica, «formar el núcleo de una fraternidad general de la humanidad sin distinción de credo, nación, clase, sexo». Como personas de hoy, seguimos este ideal. Este no era el caso de los antiguos egipcios, persas, en absoluto de los pueblos antiguos, en el sentido del que estamos hablando. La gente realmente tiene que seguir tales ideales en esta era presente, pero lo que la gente hace bajo los conceptos abstractos de libertad, hermandad y demás tiene el carácter de lo abstracto para la mayoría de la gente y puede ser definido. Para la mayoría de la gente, estos ideales pueden definirse en términos de lo que captan de libertad, fraternidad y demás, porque captan poco de ellos. A pesar de que las pasiones están inflamadas, muchas personas tienen todavía ante sí algo que despierta bastante la idea de algo marchito. Todavía no podemos llamar a estas cosas personales; son ideas abstractas. Todavía no es algo que tenga el pleno florecimiento de la vida personal. Y llamamos muy superiores a esas individualidades en las que la idea de libertad asume tal carácter que brota con un vigor elemental, como si surgiera de la ira, de la pasión, del amor ordinario. ¡Con qué sobriedad se abandonan todavía hoy las ideas que consideramos los más grandes ideales morales! Sin embargo, es el comienzo de un gran devenir. Así como el hombre se ha sumergido con su yo en el mar de lo físico-material, puesto que, por así decirlo, ha desarrollado la personalidad haciendo algo bajo la influencia de las pasiones, los instintos, los deseos, así también debe ascender hacia estas ideas abstractas, que siguen siendo abstractas, pero haciéndolo, no meramente con conceptos abstractos, sino con personalidad. Con el poder elemental primario con el que vemos hoy que esto o aquello surge del odio o del amor en el sentido ordinario, con esto surgirá aquello que se encuentra bajo los ideales más espirituales.

Las personas ascenderán a esferas superiores con su personalidad. Pero para ello es necesario algo. Cuando el hombre se sumerge con su yo en el mar de la vida físico-material, encuentra su personalidad, encuentra su sangre caliente, sus instintos y deseos que surgen en el cuerpo astral, se sumerge en su personalidad. Pero ahora debe ascender al reino de los ideales morales, y esto no debe ser abstracto. Debe ascender a lo espiritual, y allí algo tan personal debe pulsar hacia él como algo personal pulsa hacia él cuando se sumerge con su yo en su sangre caliente, en sus instintos. Debe ascender sin caer en lo abstracto. ¿Cómo puede llegar a algo personal cuando asciende a lo espiritual? ¿Cómo puede desarrollar estos ideales de tal manera que tengan un carácter personal? Sólo hay un camino. En las alturas espirituales, el hombre debe ser capaz de atraer una personalidad que sea interiormente personal, como la personalidad lo es abajo en la carne. ¿Y qué tipo de personalidad debe ponerse una persona si quiere ascender al reino espiritual? Ese es el Cristo. Así como uno que es un Pablo opuesto podría decir: No yo, sino mi cuerpo astral -, así Pablo dice: No yo, sino el Cristo en mí -, para indicar que porque el Cristo vive en nosotros, las ideas abstractas toman un carácter muy personal. Ese es el significado del impulso Crístico. Sin el impulso de Cristo, la humanidad llegaría a ideales abstractos, a todo tipo de ideales de poderes morales y similares, a lo que muchos historiadores describen hoy como las llamadas ideas históricas, que no pueden vivir ni morir porque no tienen poder creador. Cuando se habla de ideas en la historia, hay que darse cuenta de que se trata de conceptos muertos, abstractos, que realmente no pueden gobernar las épocas de la historia. Sólo la vida puede gobernar. Y lo que el hombre debe desarrollar es el desarrollo de una personalidad superior. Esta es la personalidad Crística que el hombre atrae, que el hombre toma en sí mismo.

Así, el hombre asciende de nuevo a lo espiritual, no sólo hablando del espíritu, sino recibiendo al espíritu en la forma personal viviente, tal como vive hacia él en los acontecimientos de Palestina, en el Misterio del Gólgota. Así, bajo la influencia del impulso Crístico, el hombre asciende de nuevo. No hay otra manera de ir más allá de moldear los ideales abstractos con un carácter cada vez más personal que impregnando toda nuestra vida espiritual con el impulso de Cristo. Pero si, por un lado, por culpa anterior al desarrollo del yo, hemos traído sobre nosotros eso que llamamos pecado original, si tenemos algo ahí, por así decirlo, que no se nos puede acreditar plenamente, entonces básicamente tampoco se nos puede acreditar que el Cristo haya entrado, que podamos revestirnos del Cristo. Lo que hacemos, lo que intentamos hacer para acercarnos al Cristo, eso ya le corresponde a nuestro yo, eso ya es mérito nuestro. Que el Cristo esté ahí, que vivamos en un planeta donde el Cristo ha caminado, que vivamos en un tiempo después de que esto haya sucedido, eso no es mérito nuestro. Así que lo que fluye de lo positivo, el Cristo vivo, para llevarnos de nuevo al mundo espiritual, eso es algo que es a su vez, extra-espiritual, que nos lleva hacia arriba sin que podamos hacer nada al respecto, al igual que no podemos hacer nada por el hecho de que nos hemos convertido en culpables, por así decirlo, sin culpa nuestra. Por la existencia de Cristo en la tierra recibimos el poder de ascender de nuevo sin mérito, igual que el otro vino sin culpa nuestra. Pues ambos tienen que ver no con lo personal, en lo que vive el yo, sino con lo que precede al yo y lo que sigue al yo. A menudo hemos hecho hincapié en que el hombre se ha desarrollado a partir de un estado en el que sólo tenía un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral, y que el hombre se desarrolla aún más transformando su cuerpo astral y, mediante esta transformación, convierte este cuerpo astral en manas. Así como el hombre ha empeorado su cuerpo astral por el pecado original, también lo mejora por el impulso Crístico. Fluye algo que mejora el cuerpo astral tanto como lo empeoró en ese momento. Ese es el equivalente, eso es lo que se llama gracia en el verdadero sentido. La gracia es el equivalente, el concepto complementario al concepto de pecado original. De modo que el influjo de Cristo en el hombre, la posibilidad de poder llegar a ser uno con Cristo, la posibilidad de poder decir como Pablo: «No yo, sino Cristo en mí», expresa al mismo tiempo todo lo que llamamos el concepto de gracia.

Así, podemos decir: No malinterpretamos la idea del karma cuando hablamos de la existencia del pecado original y de la gracia. Porque cuando hablamos de la idea del karma, estamos hablando de la reencarnación del yo en las diversas vidas. El karma es inconcebible para el hombre sin la presencia del yo. Cuando hablamos de pecado original y de gracia, hablamos de impulsos que subyacen bajo la superficie del karma, que subyacen en el cuerpo astral. Sí, podemos decir que el karma humano, tal como es, sólo se ha producido por el hecho de que el hombre ha traído sobre sí el pecado original. El karma corre a través de las encarnaciones, y antes y después hay cosas que inician el karma y lo igualan de nuevo, antes del pecado original y después del pleno éxito del impulso Crístico, la ocurrencia de la gracia plena.

Así que podemos decirnos a nosotros mismos: efectivamente, incluso desde este punto de vista, la ciencia espiritual tiene una gran e importante misión, especialmente en el presente. Porque si bien es cierto que la humanidad sólo recientemente ha llegado a reconocer ideales, a reconocerlos en forma abstracta, si bien es cierto que los hombres han sido capaces de desarrollar ideas abstractas de libertad y fraternidad, por así decirlo, es cierto que debe llegar el tiempo en que estas ideas no sólo se acerquen a nosotros como ideales abstractos, sino como fuerzas vivas. Tan cierto como que los hombres han pasado por un punto de transición en el que fueron capaces de captar ideales abstractos, igualmente cierto es que deben avanzar para vivir estos ideales personalmente, que deben avanzar para entrar en el nuevo templo. Estamos ante él. Y se enseñará a la gente que lo que desciende de las alturas espirituales no es meramente abstracto, sino viviente. Cuando comiencen a ver lo que a menudo se ha mencionado como inminente para la visión de los hombres en la próxima época de desarrollo, cuando los hombres comiencen a pensar ya no: ¡Qué bueno soy! - sino cuando el poder viviente del Cristo, a quien verán en el cuerpo etérico, aparezca ante sus ojos desde la visión etérica, -como sabemos que sucede desde mediados de nuestro siglo con personas individuales-, cuando la gente comience a ver al Cristo como el Viviente, entonces sabrán que lo que han visto durante un tiempo en forma de ideas abstractas son entidades vivientes que viven allí dentro de nuestro desarrollo, entidades vivientes. Porque el Cristo viviente, que apareció por primera vez en forma física y que en aquel tiempo sólo podía comunicarse a las personas de su interior para que creyeran en él, aunque no fueran sus contemporáneos, renovará su aparición. Entonces no hará falta probar que vive, entonces estarán ahí los que lo prueben:
aquellos que experimenten por sí mismos, -incluso sin ningún desarrollo particular, en una especie de visión madura-, que los poderes morales del orden mundial son cosas vivas, no meros ideales abstractos.

Así vemos que nuestros pensamientos no pueden conducirnos a los mundos verdaderamente espirituales, porque carecen de vida. Sólo cuando estos pensamientos ya no se nos aparezcan como nuestros pensamientos, sino como los testimonios del Cristo viviente, que se aparecerá a los hombres, comprenderemos estos pensamientos de la manera correcta. Entonces el hombre será una personalidad tan verdadera como lo era cuando estaba inmerso con el yo en las esferas inferiores, y una personalidad tan verdadera cuando ascienda a las alturas espirituales. El materialismo de hoy no reconoce esto. Sólo comprende fácilmente que existen ideales abstractos de lo bueno, lo bello, etcétera. Primero hay que reconocer que existen fuerzas vivas que nos atraen hacia arriba con su gracia. Esto se realiza mediante el desarrollo científico-espiritual, que es el renovado impulso de Cristo. Cuando ya no vemos nuestros ideales meramente como ideales, sino que encontramos el camino hacia Cristo a través de ellos, entonces estamos continuando el cristianismo en el sentido espiritual-científico. Entonces entrará en una nueva etapa, entonces dejará de ser una mera preparación. Entonces el cristianismo mostrará que contiene lo más grande para todos los tiempos venideros. Entonces los que creen que el cristianismo está siempre en peligro cuando se introduce en él el desarrollo, verán cuán equivocados están.

Pues estos son los pequeños creyentes que se vuelven temerosos cuando se dice: He aquí que el cristianismo contiene glorias aún mayores de las que todavía se han comunicado. - Y los que tienen un alto concepto del cristianismo son los que saben que las palabras son verdaderas, que Cristo está con nosotros todos los días, es decir, que siempre nos revela cosas nuevas y que es justo volver a la fuente de Cristo. De este modo, el cristianismo vive como algo más grande, que se espera que haga brotar de su seno creaciones cada vez más nuevas y vivas.  Los que siempre dicen: Sí, eso no está en la Biblia, eso no es el verdadero cristianismo, y herejes son los que afirman que otra cosa es el cristianismo, -a éstos hay que remitirlos al hecho de que el Cristo también dijo: «Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis soportarlas». No dijo esto para señalar a la gente que quiere ocultarles algo, sino que siempre quiere hacerles nuevas revelaciones de época en época. Y las hará a través de aquellos que quieran comprenderle. Y los que niegan esto no entienden la Biblia, ni el cristianismo. Porque no saben escuchar lo que es la amonestación cristiana en esta palabra que Cristo quiso decir: Aún tengo muchas cosas que deciros; pero preparaos para que aprendáis a soportarlas, para que recibáis entendimiento.

En el futuro, éstos serán los verdaderos cristianos que quieran oír lo que los cristianos contemporáneos de Cristo no fueron capaces de soportar todavía. Éstos serán los verdaderos cristianos que tendrán la voluntad de dejar fluir cada vez más la gracia de Cristo en sus corazones. Estos serán los endurecidos que se resistirán a la gracia, que dirán: No, vuelve a la Biblia, sólo es verdad lo que contiene la letra y lo que ha salido hasta ahora. Niegan las palabras que encienden una luz brillante en el propio cristianismo, las palabras que queremos tomarnos a pecho: «Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis soportarlas». Dichosa la humanidad cuando sea capaz de soportar cada vez más en este sentido. Porque entonces será cada vez más madura y estará preparada para ascender a las alturas espirituales. Y el cristianismo debe allanar el camino para ello.
Traducido por J.Luelmo ene 2025

GA127 St. Gallen, 26 de febrero de 1911 La afluencia de conocimientos espirituales en la vida

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RUDOLF STEINER


La afluencia de conocimientos espirituales en la vida

St. Gallen, 26 de febrero de 1911

Si en el curso de los estudios de nuestra rama, adquirimos los conceptos de la esencia del hombre, de la evolución del hombre, por ejemplo, si aprendemos que el hombre consta de cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y yo, entonces ciertamente hemos ganado algo en comparación con los conocimientos que hay hoy en el mundo, pero aún no podemos decir que con tales conocimientos más o menos teóricos, hayamos adquirido lo que la Ciencia Espiritual pueda significar realmente para el hombre. La Ciencia Espiritual sólo se convierte en lo que debe ser para el ser humano individual y también para la comunidad humana, cuando pasa a formar parte de los quehaceres cotidianos, cuando se convierte en la práctica de la vida, y en tales ocasiones, cuando incluso se me hace posible volver a ver a mis queridos amigos, también me gusta aprovechar la oportunidad para llamar la atención sobre cómo esas ideas, leyes del mundo y leyes de la humanidad, que por lo demás adquirimos en el curso de la vida anual de la rama, desempeñan su gran papel en la vida humana. Así que hoy también queremos echar un vistazo a cómo la Ciencia Espiritual fluye en la vida.

A veces la pregunta está en la punta de la lengua, sobre todo para los que todavía saben poco de Ciencia Espiritual: Sí, se habla de hechos y verdades de naturaleza suprasensible, pero ¿Cómo puede una persona que aún no se ha hecho clarividente hablar mucho de estos mundos espirituales, cómo puede saber algo de estos mundos, excepto que se le digan estas mismas cosas? - Este es un prejuicio muy común, pero es bastante infundado. Sin embargo, sin ser clarividente no se puede, por ejemplo, ver el cuerpo astral de un ser humano, pero lo que sucede en este cuerpo astral se puede experimentar en la propia existencia, y aquí la Ciencia Espiritual tiene un efecto tremendo.

Citaré un caso en el que una persona puede experimentar que tiene un cuerpo astral. Ustedes saben que en la vida cotidiana la gente está acostumbrada a hacer muchas cosas en las que no piensa, que también está acostumbrada a hacer muchas cosas que no son en absoluto de su agrado. Piensen en lo mucho que de la mañana a la noche, la gente hace irreflexivamente sin pensarlo mucho, sin reflexionar; lo mucho que la gente hace de tal manera que después dice: «No estoy del todo de acuerdo con lo que hice». -¿No podemos decir que entonces hacemos algo que sólo reflexionamos en parte, que sólo parcialmente nos hemos guiado por el pensar? Especialmente tales hábitos subyacen a nuestra inclinación, que hemos recogido del exterior, que no tendríamos si nos hubiéramos autoeducado.

Así es como se ve la vida desde un punto de vista materialista, como si no importara que hagamos cosas con las que estemos de acuerdo o no, cosas con las que podamos justificarnos o no. Para la visión clarividente no es así. Para la visión clarividente, con cada acto, con cada acción, la parte que no es susceptible de justificación moral, produce una impresión en nuestro cuerpo astral. Por así decirlo, tal acción tiene un efecto de repercusión en nuestro cuerpo astral. Y así, se puede decir de tal persona: Tiene tantas grietas, tantos hoyos en su cuerpo astral, porque hace muchas cosas que, si pensara en ellas, no justificaría moralmente.

No estoy pensando aquí en asuntos profesionales, sino en acciones habituales. Cada impacto de este tipo afecta al cuerpo astral, y como ya no desaparece tal cual, sigue afectando al cuerpo etérico, se imprime como la impresión de un sello y permanece allí, de modo que el ser humano anda por ahí con impresiones en su cuerpo etérico. Hasta este punto una persona que no es clarividente puede decir que no puede saber; pero lo que sucede aquí es experimentado por la persona. Las cosas permanecen presentes en cierto modo, en realidad durante toda la vida siguiente, y ahora vuelven a tener efecto sobre la persona, de modo que a veces dice: «¡Ojalá no supiera nada más de toda la vida! - O muestra su desagrado a todo el entorno, y este carácter malhumorado repercute a su vez en su salud.

Es sumamente importante tener claras esas cosas, porque a menudo, por ejemplo en nuestro trigésimo séptimo año, ocurre algo que, -sin ninguna causa externa-, nos pone interiormente malhumorados, descontentos, melancólicos, y que luego tiene una influencia nociva sobre nuestra salud, destruye nuestro sistema digestivo y cosas por el estilo. En el vigésimo año quizás se sentaron las bases para la impresión de lo astral en el cuerpo etérico.

Así que podemos decir: Lo que está en el cuerpo astral sólo lo puede ver el clarividente, pero lo que resulta de ello en la vida lo experimenta el ser humano. Muchas personas no irían de mal humor, con cierta impotencia del alma y con un sistema corporal roto, si la gente considerara que lo que no se hace efectivo inmediatamente como resultado de nuestras acciones en el mundo visible, entra en nuestra parte invisible y se hace visible más tarde. Una persona que dice: Quiero observar si lo que dice el clarividente es correcto, puede de esta manera reconocer y sentir que lo que dicen los clarividentes es verdad. - Es así:
Con los actos y acciones que realizamos cada día y que no podemos justificar ante nosotros mismos, tenemos que enfrentarnos a las consecuencias.

Supongamos el caso contrario, que el hombre puede reflexionar más, que puede pensar más, sobre lo que pone en sus acciones. En este caso, todo el mundo es un idealista. Sabe que los ideales no pueden realizarse todos, sino sólo una parte de ellos. Si tenemos grandes ideas, debemos estar satisfechos de poder realizar sólo una parte de ellas. Si somos capaces de pensar mucho más allá de lo que la vida nos permite, esto también tiene un efecto sobre el cuerpo astral, pero de un modo diferente, de modo que el ser humano lo impregna de fuerzas saludables, de modo que lo hace poderoso, interiormente firme y tranquilo. Si, por ejemplo, una persona fue idealista alrededor de los veinte años y no escuchó a los materialistas, si ha conservado la fe y la confianza en el ideal, entonces esto se demuestra por el hecho de que en la vida posterior no se altera inmediatamente por cada pequeña desgracia, ni siquiera por la enfermedad, que se mantiene firme y deja pasar las cosas más que en el caso de los demás.

Así que lo que nos da estabilidad y tranquilidad son los pensamientos que van más allá de los ideales que la vida nos permite realizar. Los médicos ya se están dando cuenta oficialmente de esto, pero no saben cómo hacer realidad que una persona puede tener pensamientos positivos en gran medida sobre lo que va más allá de la vida cotidiana.

Ciertamente, hay escritos populares que se pregonan como beneficiosos para la salud mental. Dicen que para tener estabilidad, paz interior, regularidad, no hay que divagar con los pensamientos y cosas por el estilo. Para algunos, estos escritos sobre salud mental son un buen comienzo. Pero no llegarán muy lejos con ellos si quieren un verdadero alimento para su alma. Los escritos de Duboc, Ralph Waldo Trine, etc. son muy buenos para empezar. En comparación con las exigencias reales de la salud mental, son como si nos preguntáramos: ¿Cómo tendríamos que vivir físicamente para estar sanos? - y obtuviéramos la respuesta: Entonces hay que comer alimentos que favorezcan la salud, alimentos cuyas sustancias puedan pasar fácilmente al organismo. - Muy cierto. Pero cualquiera que quiera analizar seriamente el asunto preguntará: ¿Qué clase de alimentos son ésos? ¿Por qué no me dice con más detalle qué debo comer?

Tales escritos, que se refieren a la salud espiritual de la misma manera que estas reglas para la salud física, pueden ser bastante buenos para el comienzo, pero para el curso posterior de la búsqueda espiritual no se puede hacer mucho con ellos. La ciencia espiritual, por otro lado, nos proporciona pensamientos que se sostienen de la manera más precisa, pensamientos muy específicos sobre cómo se ha desarrollado el hombre en cada época, cómo se está desarrollando en el presente. Esto nos descubre cada vez más las sabidurías teosóficas, de modo que podemos decir: La ciencia espiritual nos da mucha oportunidad de ir mucho más allá de lo que podemos realizar con nuestros pensamientos. Por lo tanto, la Teosofía es lo que nos convierte en personas estables en el alma, que, cuando sucede esto o aquello en el entorno que amenaza con trastornarlas, pueden sacar de sí mismas algo que les proporcione equilibrio.

No es decisivo que algo que ocurre en nuestro entorno llegue a nuestros oídos para que nos moleste, sino que participemos en ello y prestemos atención al proceso. Esto se aplica no sólo a las apariencias externas, sino también a nuestro estado interior, en el que unas veces andamos por el mundo regocijados y otras en estado de depresión, minando nuestra salud moral y física. Hay muchos estados dolorosos del alma que pueden compararse al traqueteo del molino: el molinero que trabaja en el molino ya no oye el traqueteo. Por tanto, puede uno rendirse ante cualquier dolor de este tipo, incluso el más pequeño, para oír el traqueteo de su propio molino, por así decirlo, o puede desviar la atención. Si se tiene el alma vacía, no es posible superarlo. Sólo puede hacerse si se tiene un contenido espiritual al que recurrir.

Pongamos el ejemplo de dos personas, una de las cuales vive así: 
Por la mañana hace su trabajo habitual en la oficina, por la tarde toma su taza de té y charla un poco, por la noche vuelve a tomar su taza de té y se acuesta. A un hombre así, si le ocurre algo que perturbe el curso ordinario de su vida, inmediatamente se sentirá abrumado por ello: oye el traqueteo de su propio molino o su propio dolor. Porque no tiene nada en su alma, nada que pueda sacar para ahogar el estruendo. 

Y otra persona vive igual que él en sus deberes cotidianos, sólo que tiene en su interior muchos grandes pensamientos, como los que nos da la ciencia espiritual. Entonces éstos resuenan en su interior, ya no oye el traqueteo. No es que tengamos que esforzarnos o pasar mucho tiempo para que salgan, sino que salen por sí solos porque hemos desarrollado fuertes sentimientos al respecto. Así sufriremos menos las perturbaciones de la vida y encontraremos cada vez más consuelo en lo que se ha acumulado en el alma a través de años de esfuerzo espiritual. Esta es una posesión, una posesión de un tipo especial, la única que nadie puede quitarnos. Todo lo demás que adquirimos en el mundo, o todo lo demás que nos viene en el mundo, pertenece a aquello que nos puede ser quitado. Pero lo que adquirimos para el espíritu es la única posesión que nunca nos podrán quitar.

Es habitual decir que la muerte hace que todo sea igual. - Ciertamente, pero también es cierto que no se puede imaginar ninguna situación a la que no se aplicaría de la misma manera lo que se ha dicho aquí. Nada más en el mundo ayuda, ni si uno es rico, ni si uno es descendiente de una rica familia noble, -si uno quiere llegar a esta posesión espiritual, debe tomar el mismo camino, el mismo y unico camino. No es sólo la muerte la que hace que todo sea igual, es la vida espiritual ante la que todos son iguales. Esto confiere a esta vida espiritual un significado de largo alcance, pues de ella brota algo que nos eleva por encima de la apariencia engañosa de los sentidos.

Alguien puede objetar: Un ladrillo puede golpearme y entonces puedo quedar lisiado, o puedo lesionarme el cerebro de tal manera que quede idiota. - Pero quien puede hacer suyos los tesoros de la teosofía de tal manera que los lleva consigo en su alma, sabe que tal caso es sólo una condición temporal. Aunque se rompiera el cerebro, no sería diferente de si quisiéramos hacer algo y se rompiera el instrumento; por ejemplo, como si quisiéramos clavar un clavo y se rompiera el martillo. No podemos hacer otra cosa que coger otro martillo; y lo mismo hacemos con el cerebro. La conciencia puede perder sus herramientas, pero en una nueva vida podemos restaurarlas, de modo que no permitamos que nuestro sentido de la eternidad se vea perturbado por la inmortalidad de esta posesión espiritual. No se trata de que conozcamos algo, sino de cómo penetra en nuestro corazón, y es capaz de penetrar en nuestro corazón de tal manera que retenemos el fruto de ello y que también nos lleva más allá de la pérdida de esta herramienta.

Todo esto es un testimonio de que podemos decir en cierto sentido: Lo que acabamos de describir tiene un efecto sobre nuestro cuerpo astral. Sólo el clarividente puede saber cómo funciona, pero en su vida cotidiana, todo el mundo experimenta las consecuencias. Una persona que lleva a cabo muchas acciones de las que no puede responsabilizarse moralmente, y que por ello se vuelve malhumorada, se expondrá con especial facilidad al dolor en situaciones desafortunadas. Si, por el contrario, una persona puede decir a los mismos incidentes: Se oponen poco a mis experiencias interiores, los ideales, por lo que esta certeza tendrá un efecto saludable. Entonces se adherirá en todos los casos a lo que vive en él como eterno. Si el espíritu de la eternidad se acerca a nosotros de esta manera integral, como es el caso en la Teosofía, entonces estamos asegurados para todas las situaciones de la vida.

Ahora bien, mis queridos amigos, hay otras cosas por las que podemos convencernos de que las cosas espirituales que absorbemos y permitimos que nos impregnen están íntimamente relacionadas con toda nuestra felicidad en la vida, con nuestra capacidad de vivir. Así como una persona puede tener buenos estados de ánimo, también puede estar expuesta a malos estados de ánimo, que pueden atravesar toda su vida y nunca hacerle feliz, que dominan toda la estructura interna de su alma. El investigador espiritual dice: «Tales estados de ánimo tienen un efecto en la naturaleza suprasensible del hombre; en el cuerpo etérico tales estados de ánimo tienen un efecto, se expresan en el cuerpo físico y tienen un efecto en la sangre. El hecho de que un estado de ánimo tenga un efecto sobre el cuerpo etérico humano, tiene consecuencias sobre la sangre, y la consecuencia de esto es que tal estado de ánimo, que no permite a una persona ser feliz durante toda su vida, perjudica la circulación sanguínea y hace que su sangre se vuelva pesada. Aquí tenemos un ejemplo en el que podemos decir: El efecto de lo que pasa en el alma entra en el cuerpo físico. Incluso una persona que no es clarividente puede reconocer esto y puede decirse a sí misma: Estoy sufriendo por mi corporalidad. Esto viene dado por mi estado de ánimo general. Si pudiera cambiar mi estado de ánimo general, entonces podría ejercerse una influencia curativa sobre toda mi constitución.

Se podría pensar ahora que es importante que el hombre se libere del cuerpo físico. Pero no se trata simplemente de exigirle que reconozca que el cuerpo depende del espíritu, sino de la realidad de que, gracias al poder del espíritu, no necesitamos depender del cuerpo. Nos independizamos convirtiéndolo en un instrumento de nuestro espíritu.

El materialista, el que cree en las doctrinas del materialismo, el que cree en la doctrina de la «fuerza y la sustancia», no es el peor, sino que el peor es el que depende de la fuerza y la sustancia, por ejemplo, si sólo puede vivir en este lugar en invierno y en aquel lugar en verano, si se hace completamente dependiente de la sustancia para no ser neurasténico. Así que no se trata simplemente de no creer en esta doctrina de la fuerza y la sustancia, sino de independizarse de la sustancia. ¿Qué clase de vida es ésta si una persona sólo puede vivir en una gran ciudad en invierno y en el campo en verano? La oración y la fe no ayudan a tal persona, porque es materialista, depende de «la fuerza y la sustancia».

Cuando permitimos que los pensamientos que se originan en la investigación espiritual tengan efecto en nosotros, nuestra conexión con el mundo espiritual se hace evidente. Pero también vemos algo más. Si somos bastante infelices, de modo que otra persona no podría hacer frente a tal infelicidad, esto demuestra que un teósofo puede hacer frente a ella. Supongamos, por ejemplo, que un joven que ha alcanzado la edad de dieciocho años y ha dependido del bolsillo de su padre experimenta ahora: El padre se arruina. Se ve obligado a trabajar. Lo considera una desgracia. Vive hasta los cincuenta y se ha convertido en alguien respetable. Entonces puede decir: Gracias a Dios que ocurrió esta desgracia, de lo contrario me habría convertido en un inútil. - Cuando ya no estás atrapado en la desgracia, puedes ver la desgracia como una herramienta educativa. Debemos ser capaces de decirnos a nosotros mismos: Somos nosotros mismos quienes nos hemos traído esta desgracia a través de nuestro karma, porque la necesitamos en esta vida para nuestra educación. Al menos, una persona capaz de captar tales pensamientos no refunfuñará contra la guía del mundo en las horas infelices, sino que reconocerá su sabiduría. Sin embargo, esto nos crea gradualmente estados de ánimo que tienen un efecto completamente diferente de los que tenemos cuando nos sentimos completamente dependientes del «poder y la sustancia». Ahora sabemos que dependemos de la guía espiritual del mundo. Esto se comunica al estado de ánimo, y entonces uno se retira de la dependencia de «fuerza y materia» a través de las influencias sobre el cuerpo etérico. Entonces no necesitamos ir a la Riviera para elevar nuestro ánimo, sino que nuestra posesión espiritual nos permite moldear nuestras herramientas de tal manera que podemos ser independientes de lo externo.

En los escritos sobre la salud del alma de Ralph Waldo Trine y otros, no encontramos cómo obtener este estado de ánimo. Verter la sabiduría de la Teosofía en el estado de ánimo nos independiza de la materia y del poder, nos abre una fuente que nos eleva por encima del espacio y del tiempo. Entonces nos desprendemos del poder de la materia y volvemos a trabajar en el instrumento de nuestro cuerpo. Así es como adquirimos gradualmente la práctica de la vida a través de la ciencia espiritual. No todo el mundo cree en esto, mis queridos amigos, porque muy pocas personas hoy en día, cuando todo el mundo es tan dependiente de la materia y del poder, están equipadas para reconocer tales cosas. Deben convencerse por experiencia de que esto es así, pues la experiencia podrá proporcionarles cada vez más pruebas de vida. Ese es el resultado de la ciencia espiritual en general, que trabaja en el manejo externo bastante ordinario de la vida.

Les demostraré con ejemplos lo que enseña la ciencia espiritual; Les daré algunas de las trivialidades de la vida. Por ejemplo, debido a que ahora vivimos en el plano físico con materia externa, en ciertos casos debemos tener la capacidad de percibir el espíritu en todas partes en la materia externa que nos rodea. Porque la materia no es más que un espejismo, Maya, todo es espíritu condensado. De modo que para la vida ordinaria tenemos que sentir el espíritu entre los objetos de la materia. Por lo tanto, debemos ser capaces de entrar en una relación externa con ella, de modo que seamos capaces de entrar en relaciones íntimas con las cosas, por así decirlo.

Hay personas que se lavan las manos con frecuencia y hay quienes rara vez se lavan las manos. Bueno, en cierto sentido hay una gran diferencia entre uno y otro. En realidad, el ser humano está impregnado de lo sobrenatural de maneras muy diferentes con respecto a sus diversas partes del cuerpo. Por ejemplo, el pecho y los muslos no están permeados por el cuerpo etérico de la misma manera que las manos. Poderosos rayos del cuerpo etérico emanan directamente de los dedos. Debido a que este es el caso de las manos, es precisamente en las manos donde podemos desarrollar una relación maravillosamente íntima con la vida exterior. Las personas que se lavan las manos suelen tener una relación más fina con su entorno, son más receptivas a su entorno porque el espíritu materializado en la sangre ejerce el efecto de que el ser humano se vuelve más sensible en sus manos. Los paquidermos, en relación con el mundo exterior, no suelen lavarse las manos. Vean cuán poco se abren estas personas robustas a las peculiaridades de sus semejantes, mientras que los que se lavan las manos más a menudo entran en una relación más íntima con el mundo que los rodea. Si un hombre tratara de hacer lo mismo en otro lugar, por ejemplo en los hombros, se vería que si los lavara tanto, se volvería neurasténico. Lo que es saludable para las manos no lo es para los hombros. El hombre está organizado de tal manera que es capaz de entrar en esta relación íntima con el medio ambiente a través de sus manos.

También sería perjudicial si las personas se inclinaran a lavarse la cara con la misma frecuencia. Tratar el rostro de esta manera no tendría un efecto beneficioso para la salud. Con otras partes del cuerpo humano, el asunto es bastante diferente. Las personas que no están debidamente entrenadas por la ciencia espiritual, los médicos materialistas, por ejemplo, no notan la diferencia y recomiendan lavados fríos a los niños; Esas cosas se hacen fanáticamente. ¡Uno debe saber que ya no se hace nada con travesuras! Esta es la base de una gran cantidad de neurastenia, que uno perjudica su salud de una manera tan abstrusa. Las manos pueden tolerar esto, y el resto del cuerpo se vuelve receptivo al material. Ahí se ve el efecto del materialismo. Aquí me estoy refiriendo por norma general. Cuando se trata de una cura temporal, el asunto es diferente.

No sólo los niños más pequeños tratan de lavarlos de forma sistemática -son atormentados todas las mañanas-, la gente no se limita a esto. Corren al sol para tomar baños de sol, para dejar que el material del mundo exterior trabaje sobre ellos en su conjunto. Debemos alegrarnos de ser capaces de trabajar desde el centro interno hacia afuera y no debemos hacernos cada vez más dependientes de lo material. Esta exposición de todas las partes es la misma que si el molinero hiciera todo lo posible para oír el estrépito de su molino todo el tiempo, y no se contentara con no oírlo más. Por supuesto, hay que excluir los casos en los que se trata de una cura temporal. Si esto se hace en la juventud, entonces el ser humano se hace apto para dejar que toda influencia obre en su organismo. Se endurece a sí mismo, es decir, se endurece a sí mismo de tal manera que finalmente está completamente "endurecido" y ya no siente ninguna influencia externa.

Tales puntos de vista no surgen simplemente de la práctica ordinaria de la vida, -eso no es posible-, sino que sólo pueden juzgarse cuando se conoce al ser humano en su totalidad. Y que el hombre es un ser complejo, y que en relación con sus miembros particulares existen las más variadas relaciones entre los cuerpos físico, etérico y astral, etc., es algo que se puede aprender a partir de cosas muy sencillas. Hoy puede haberte parecido un poco divertido lo que se ha dicho en relación con el hecho de que el hombre, con su cuerpo astral y etérico, está en una relación muy especial con el cuerpo físico. Por otra parte, puede que hayan oído que la extirpación o la enfermedad de un determinado órgano acerca a la persona a un estado parecido a la idiotez. Pero si a tal persona se le da el jugo de tiroides de una oveja, por ejemplo, se transforma de idiota en una persona pensante. Esto es un hecho bien conocido. Estos hechos sólo son correctamente evaluados por la ciencia espiritual. ¿Por qué es así? Pues verán, es porque no sólo en la glándula tiroides, sino también en un número mucho mayor de órganos glandulares, hay herramientas que se construyen a partir del cuerpo etérico. Necesitamos nuestras herramientas en el mundo físico para empezar algo. Del mismo modo que necesitamos un martillo para clavar un clavo, necesitamos las herramientas para las que se nos han dado. Si nos las quitan, ya no tenemos la herramienta. Pero eso no prueba que se haya quitado la capacidad de sustituir su efecto. Pero debemos saber que tal efecto sólo es posible cuando el cuerpo etérico entra en funcionamiento.

En el caso de aquellos órganos que están relacionados con el cuerpo astral, está fuera de cuestión que cambiemos algo en los órganos sustituyendo la secreción. He visto a personas que tenían un defecto en el cerebro comer sesos de oveja o cosas por el estilo, sin ninguna mejora mental, porque el cerebro es un órgano que está relacionado con el cuerpo astral. Ahí vemos cómo la ciencia espiritual también ilumina estas cosas. No se puede comprender al hombre si no se puede entrar en estas partes superiores, supersensibles del hombre, y entonces básicamente no se sabe lo que se está considerando.

Si leen libros de medicina hoy en día, se describen casos como si una persona perdiera el juicio debido a una enfermedad o a la ausencia de la glándula tiroides. No, simplemente pierde el interés, se vuelve torpe y no utiliza su mente. Uno no se vuelve estúpido porque no pueda pensar. Aunque no se tenga interés, la mente permanece intacta. Lo que se pierde es el vivo interés que la persona tiene por las cosas, el interés por centrar la atención en las cosas. Quien no tiene interés no dirige su atención a nada porque carece de las herramientas. Con la glándula tiroides no le dotamos de intelecto, sino que le damos una herramienta para que se interese vivamente por las cosas del mundo. Se juzga muy mal al hombre si no sabe nada en absoluto del mundo suprasensible, y gran parte de lo que se enseña en nuestros libros científicos y de divulgación se sitúa en este nivel. Cuando se lee que una persona se vuelve tonta debido a la pérdida de tiroides y se vuelve más inteligente al ingerir tiroidina, esto no es cierto. Lo que es cierto es que su atención se despierta, al ingerir tiroidina. En todas partes se puede ver por las consecuencias, que lo que se dice de la investigación clarividente no es algo fantasioso. Aunque no todo el mundo pueda verlo, se puede probar que lo que ven los clarividentes está ahí. Está ahí en todas partes. Les recomiendo que piensen una y otra vez en la frase: Si no pueden ver en sí mismos lo que se desprende de la investigación clarividente, pueden experimentarlo en el mundo. De este modo pueden obtener indirectamente pruebas de lo que se comunica espiritual y científicamente.

Les he explicado muchas cosas sobre la forma en que el cuerpo astral humano puede mostrar su influencia en relación con la vida. Les he hablado de cómo el cuerpo etérico influye en la vida. Ahora quisiera decirles algunas cosas sobre el yo que les ayudarán a tender un puente desde la teoría teosófica hasta la realidad de la vida. Todos ustedes conocen el fenómeno generalizado en la vida que se describe con dos palabras porque se expresa de dos maneras: Derramar lágrimas y estar triste.

¿Qué significa en la vida humana sentir una tristeza causada externamente que se expresa físicamente en lágrimas, o tener una experiencia interior del alma que también se expresa en lágrimas? El ser humano tiene algo en su interior que le permite no sólo experimentar lo que tiene en su propio cuerpo, sino también experimentar y sentir lo que ocurre en su entorno en su conciencia ordinaria y normal. Entonces estamos implicados en nuestro entorno cuando estamos tristes por tal o cual pérdida, tristes hasta el punto de llorar. ¿Qué prueba esto? Que podemos absorber lo que ocurre en nuestro entorno y llevarlo en nuestro corazón. Significa que tenemos un yo dentro de nosotros que tiene una conexión misteriosamente mágica con todo nuestro entorno. A través de esta conexión mágica entre las personas y aquello que no vive dentro de ellas, se experimenta una conexión con el exterior.

El yo puede ser en sí mismo de dos maneras: en primer lugar, de una manera egoísta; luego, en particular, se reduce al hecho de que a través de las lágrimas, nos damos alivio del dolor. Porque no queremos tener una [verdadera] parte. En segundo lugar, sin embargo, la tristeza también puede estar plenamente justificada porque vertemos en nosotros algo que vive en nuestro entorno. Por eso las lágrimas significan más para las personas cuando pueden entristecerse por cosas que les afectan personalmente lo menos posible. Hay personas que lloran por puro egoísmo, porque no pueden soportar lo que ocurre en sus vidas o no pueden soportar su propia pérdida. Por supuesto, también hay personas que lloran por cosas que no les conciernen, para que el mundo diga: está llorando como una Magdalena por un pasaje de una novela o un drama. Y esta posibilidad puede crear en él un cierto encanto, que también puede irradiar de su pena a todas las demás lágrimas y demás tristezas, porque cuanto mayor es nuestra tristeza, más nos conmueve todo lo demás. Y en su pena, el hombre es en cierto sentido conducido a su yo de una manera no egoísta. Aquello que carece de yo, no puede llorar ni puede estar triste. Por lo tanto, la afirmación de que los animales también lloran es básicamente un disparate. Más bien es cierto que los animales no pueden llorar ni estar tristes como los humanos. El perro sólo parece triste porque no recibe todo lo que recibía cuando el amo aún estaba allí. Los psicólogos tienen razón cuando dicen que los animales sólo pueden aullar, pero los humanos pueden llorar. -Pues el llanto y la tristeza pueden ser la prueba más contundente de que la profundización del yo está dentro de nosotros y de que así entramos en contacto con lo que nos rodea. Por eso se produce una condensación de nuestro yo, que luego sale en forma de lágrimas. Debido a esto, podemos decir que el llanto y las lágrimas son básicamente algo que está conectado con la esencia más íntima de la naturaleza humana.

Cuando una persona recupera su estabilidad interior, puede expresar mejor este estado convirtiéndolo en lágrimas. Las palabras en Fausto, después de que Fausto regrese del suicidio y se quite la copa envenenada de la boca, son pronunciadas desde las profundidades: «¡La lágrima brota, la tierra me tiene de nuevo!». En ese momento es el yo el que habla. Se expresa en estas palabras: La lágrima brota, la tierra me tiene de nuevo.

Por lo tanto, en cuanto a la tristeza, lo que experimentamos con nuestro entorno, está relacionado con lo más íntimo del ser humano. Y eso exige que el hombre lo tome con verdadera seriedad y que podamos entristecernos por la miseria de nuestro entorno, pero nunca por la miseria meramente imaginada. Todos los dramas que simplemente llevan la miseria al escenario sólo pueden producir emociones antinaturales en el alma. Sólo podemos relacionar con nuestra dignidad humana si el significado está conectado con el hecho de que el héroe, aunque caiga, sale victorioso. Sólo podemos soportar los dramas que representan la miseria si vemos la victoria del bien. Entonces nuestra tristeza y nuestras lágrimas son legítimas, porque realmente hunde la tristeza de la realidad en nuestro interior.

Con respecto a otra experiencia de nuestro yo, que podemos describir con muchos nombres, es muy diferente. Lo que se expresa en la risa, la algarabía, la alegría, tal vez incluso en los chistes, -en la parte de lo cómico, el asunto es al revés. Reírse de un tonto en la realidad es inhumano, reírse de la locura imaginada es en realidad infinitamente liberador. La locura debe experimentarse porque tiene un efecto curativo, -incluso en el circo se puede experimentar este buen remedio mental-, porque es a la vez un reencuentro con uno mismo. Cuando somos capaces de reír, nos elevamos por encima de la situación. Tomamos conciencia de nuestro valor interior y nos elevamos. Hay algo tremendamente saludable en las bromas burlescas del teatro de Punch y Judy, hasta en los cómicos que cometen todo tipo de locuras y se enredan en todo tipo de contradicciones, mientras que la risa ante la locura, si es real, delata lo inhumano.

Extrañamente, el yo se muestra en su sana relación con el entorno. Lloramos hacia la miseria, hacia lo real, no hacia lo representado. A la inversa, cuando reímos y bromeamos. Somos brutos cuando nos reímos de la locura que es inherente a la persona como característica natural. Pero son saludables y contribuyen a una formación humana sana cuando podemos sentir placer por lo burlesco y cómico que se representa. Porque eso apunta al yo sano que hay en nosotros.

Ahí se puede ver que lo sano en el entorno también se puede entender cuando nos damos cuenta de que nosotros también tenemos un yo. Ahora nos preguntamos: ¿Es esto también evidente en nuestra humanidad materialista en relación con el arte? Sí, es muy característico y evidente. Si la gente se enfrentara realmente a lo que se representa en los dramas de Hauptmann o Sudermann, por ejemplo, ¡cuántos se desmayarían! En la obra pueden soportar las mismas cosas que en la vida les entristecerían y les moverían a intervenir. Esto no es posible en el escenario. ¿De dónde viene semejante inversión de los hechos? Porque en nuestra época materialista la gente vive más en la periferia, donde el yo no se materializa. De hecho, podemos estar de lo más tristes por lo que sucedió en el Misterio del Gólgota, lo más terrible en el desarrollo del mundo, en el sufrimiento, en toda la tragedia de Cristo Jesús. Y podemos estar en el ánimo más alegre, allí donde la victoria, la victoria de la vida sobre la muerte, directamente representada para los reinos de la eternidad, fue alcanzada en la resurrección. No existe ninguna otra victoria en la que el aleluya más elevado esté tan unido a la tristeza más profunda, todo el sufrimiento en la muerte en el Gólgota y toda la gloria de la Pascua en la resurrección, -no existe ningún otro acontecimiento en el que se expresen tanto la tristeza más profunda como el regocijo más elevado.

Por tanto, no hay sabiduría más profunda que la que Pablo proclamó a propósito de este acontecimiento: ¡No yo, sino Cristo en mí! - Ahí vemos cómo podemos encontrar el centro de gravedad adecuado para que el yo en nosotros sea lo más firme posible, interpenetrando el yo con aquello que es la revelación de Cristo. A medida que la Teosofía penetra en nosotros, penetra también en nuestro yo para darnos la mayor seguridad posible en la vida, el mayor fortalecimiento vital. Pues sólo mediante la comprensión del Cristo, tal como la alcanzamos a través de la ciencia espiritual, obtenemos el centro de gravedad correcto dentro de nosotros mismos.

Por lo tanto, si la Teosofía ha de funcionar como la encontrarán indicada en mi «Ciencia Oculta en Bosquejo», entonces se intenta dar algo que pueda verter en el hombre tal firmeza como la que yace en el dicho: ¡No yo, sino Cristo en mí! - a través de lo cual el hombre pueda transformarse cada vez más, de modo que pueda brotar en nosotros esa conciencia eterna de la que podemos decir: Lo que puede ser tomado en nosotros no se nos puede quitar.

Entonces sentimos una palabra como la pronunciada por Johann Gottlieb Fichte, el gran conocedor de la Teosofía, sentimos lo que significa, lo que él dice, por ejemplo: «Cuando siento y comprendo mi conexión con lo Eterno, -y nada puede transmitirnos esta conexión tanto como la Teosofía-, cuando siento y comprendo mi conexión con lo Eterno, -así dice Johann Gottlieb Fichte-, y cuando nosotros también comprendemos esta conexión, también nos paramos allí en la tierra y decimos con él: Os miro a vosotros, rocas, y a vosotros, montañas; caed y enterrad mi cuerpo hasta el último polvo del sol y destruid todo lo que son mis herramientas físicas - ¡y yo os desafío, porque vosotros no sois eternos; pero yo estoy conectado con el Eterno, yo soy eterno!

Así habla el hombre que comprende el valor de la sabiduría de lo Eterno. Así habla el hombre que lleva la Teosofía a su interior, a su totalidad corporal, astral, etérica, a la elevación de su existencia, a su incorporación a los mundos espirituales, de los cuales sólo tiene que saber que es espíritu de su espíritu. Pues el hombre no sólo es carne de la carne, sino que es espíritu del espíritu eterno.
Traducido por J.Luelmo ene, 2025