GA016 Cuarta meditación: En la cual se intenta formar un concepto del Guardián del Umbral

 

 UN CAMINO HACIA EL AUTO-CONOCIMIENTO

Por Rudolf Steiner

Cuarta meditación   En el que se intenta formar un concepto del Guardián del Umbral

Cuando el alma ha alcanzado la facultad de hacer observaciones permaneciendo fuera del cuerpo físico, pueden surgir ciertas dificultades con respecto a su vida emocional. Puede verse obligada a adoptar una posición muy diferente hacia sí misma de la que estaba acostumbrada anteriormente. El alma estaba acostumbrada a considerar el mundo físico como algo externo a ella, mientras que consideraba toda la experiencia interior como su propia posesión particular. Sin embargo, ante el entorno suprasensible no puede adoptar la misma posición que ante el mundo exterior. En cuanto el alma percibe el mundo suprasensible que la rodea, debe fundirse con él hasta cierto punto: no puede considerarse tan separada de este entorno como del mundo exterior. Por este hecho, todo lo que se puede designar como nuestro propio mundo interior en relación con el entorno suprasensible asume un cierto carácter que no es fácilmente conciliable con la idea de la intimidad interior. Ya no podemos decir: "Pienso", "Siento" o "Tengo mis pensamientos y los modifico a mi antojo". Sino que debemos decir: "Algo piensa en mí, algo hace brotar en mí las emociones, algo forma los pensamientos y los obliga a presentarse de manera absolutamente definida y a hacer sentir su presencia en mi conciencia."

Ahora bien, este sentimiento puede contener algo sumamente deprimente cuando la forma en que se presenta la experiencia suprasensible es tal que transmite la certeza de que estamos experimentando realmente una realidad y no nos estamos perdiendo en fantasías o ilusiones imaginarias. Tal como es, puede indicar que el mundo circundante suprasensible quiere sentir y pensar por sí mismo, pero que se ve obstaculizado en la realización de su intención. Al mismo tiempo tenemos la sensación de que lo que aquí quiere entrar en el alma es la verdadera realidad y la única que puede dar explicación a todo lo que hasta ahora hemos experimentado como real. Este sentimiento da también la impresión de que la realidad suprasensible se muestra como algo que en valor trasciende infinitamente la realidad hasta ahora conocida por el alma. Este sentimiento es, por tanto, deprimente, porque nos hace sentir que estamos realmente obligados a querer el siguiente paso que hay que dar. Está en la propia naturaleza de aquello en lo que nos hemos convertido a través de nuestra propia experiencia interior dar este paso. Si no lo damos, debemos sentirlo como una negación de nuestro propio ser, o incluso como una auto-aniquilación. Y sin embargo, también podemos tener la sensación de que no podemos darlo, o si lo intentamos en la medida de lo posible, debe seguir siendo imperfecto.

Todo esto se desarrolla en la idea: Tal como el alma es ahora, tiene ante sí una tarea que no puede dominar, porque tal como es ahora, es rechazada por su entorno suprasensible, ya que el mundo suprasensible no desea tenerla dentro de su reino. Y así el alma llega a sentirse en contradicción con el mundo suprasensible; y tiene que decirse a sí misma: "No soy tal que me sea posible mezclarme con ese mundo, y sin embargo, sólo allí puedo conocer la verdadera realidad y mi relación con ella; porque me he separado del reconocimiento de la Verdad". Este sentimiento significa una experiencia que hará cada vez más claro y decisivo el valor exacto de nuestra propia alma. Nos sentimos a nosotros mismos y a toda nuestra vida inmersos en un error. Y, sin embargo, este error es distinto de los demás errores. Los otros son pensados; pero éste es una experiencia viva. Un error que es sólo pensamiento puede ser eliminado cuando el pensamiento erróneo es reemplazado por el correcto. Pero el error que se ha experimentado se ha convertido en parte de la vida de nuestra propia alma; nosotros mismos somos el error, no podemos simplemente corregirlo, porque, pensemos lo que pensemos, está ahí, es parte de la realidad, y eso, también, nuestra propia realidad. Una experiencia así es aplastante para el "yo". Sentimos nuestro ser más íntimo dolorosamente rechazado por todo lo que deseamos. Este dolor, que se siente en una determinada etapa del peregrinaje del alma, está mucho más allá de todo lo que puede sentirse como dolor en el mundo físico. Y, por tanto, puede sobrepasar todo lo que hasta ahora hemos llegado a dominar en la vida de nuestra alma. Puede tener el efecto de aturdirnos. El alma se encuentra ante la angustiosa pregunta: ¿De dónde sacaré fuerzas para llevar la carga que se me ha impuesto? Y el alma debe encontrar esa fuerza dentro de su propia vida. Consiste en algo que puede ser caracterizado como coraje interior, intrepidez interior.

Para poder seguir avanzando en el peregrinaje del alma, debemos habernos desarrollado tanto que la fuerza que nos permite soportar nuestras experiencias surja de nuestro interior y produzca este coraje interior y esta intrepidez interior en un grado nunca requerido para la vida en el cuerpo físico. Tal fuerza sólo se produce por el verdadero autoconocimiento. De hecho, sólo en esta etapa de desarrollo nos damos cuenta de lo poco que hasta ahora hemos conocido realmente de nosotros mismos. Nos hemos entregado a nuestras experiencias internas sin observarlas como se observa una parte del mundo exterior. Sin embargo, a través de los pasos que nos han llevado a la facultad de la experiencia extrafísica, obtenemos un medio especial de autoconocimiento. Aprendemos en cierto sentido a contemplarnos a nosotros mismos desde un punto de vista que sólo puede encontrarse cuando estamos fuera del cuerpo físico. Y el sentimiento depresivo antes mencionado es en sí mismo el comienzo del verdadero autoconocimiento. Darse cuenta de que uno está equivocado en sus relaciones con el mundo exterior es una señal de que se está dando cuenta de la verdadera naturaleza de la propia alma.

Está en la naturaleza del alma humana sentir esa iluminación respecto a sí misma como dolorosa. Sólo cuando sentimos este dolor aprendemos lo fuerte que es el deseo natural de sentirnos a nosotros mismos, tal y como somos, de ser seres humanos de importancia y valor. Puede parecer un hecho feo que esto sea así; pero tenemos que enfrentarnos a esta fealdad de nuestro propio yo sin prejuicios. Antes no nos dábamos cuenta de ella, simplemente porque nunca habíamos penetrado conscientemente en nuestro propio ser. Sólo cuando lo hacemos percibimos lo mucho que amamos aquello que hay en nosotros que debe ser sentido como feo. El poder del amor propio se muestra en toda su enormidad. Y al mismo tiempo vemos la poca inclinación que tenemos para dejar de lado este amor propio. Incluso cuando sólo se trata de aquellas cualidades del alma que tienen que ver con nuestra vida ordinaria y las relaciones con otras personas, las dificultades resultan ser bastante grandes. Aprendemos, por ejemplo, por medio del verdadero autoconocimiento, que aunque hasta ahora hemos creído que nos sentíamos bondadosos con alguien, sin embargo estamos albergando en el fondo de nuestra alma una envidia u odio secreto o algún sentimiento semejante hacia esa persona. Nos damos cuenta de que estos sentimientos, que todavía no han salido a la superficie, algún día querrán expresarse. Y vemos cuán superficial sería decirnos a nosotros mismos: "Ahora que has aprendido cómo es tu situación, arranca de raíz tu envidia u odio". Porque descubrimos que armados simplemente con tal pensamiento nos sentiremos ciertamente muy débiles, cuando algún día el ansia de mostrar nuestra envidia o de satisfacer nuestro odio irrumpa como con un poder elemental. Estos tipos especiales de autoconocimiento se manifiestan en diferentes personas según la constitución especial de sus almas. Aparecen cuando comienza la experiencia fuera del cuerpo, porque entonces nuestro autoconocimiento se convierte en uno verdadero, y ya no está turbado por ningún deseo de encontrarnos modelados de alguna manera como nos gustaría ser.

Tal autoconocimiento especial es doloroso y deprimente para el alma, pero si queremos alcanzar la facultad de la experiencia fuera del cuerpo, no puede evitarse, ya que es necesariamente requerido por la posición especial que debemos asumir con respecto a nuestra propia alma. Pues se requieren las más fuertes facultades del alma, aunque sólo se trate de que un ser humano ordinario obtenga el autoconocimiento de manera general. Nos observamos a nosotros mismos desde un punto de vista ajeno a nuestra vida interior anterior.

Tenemos que decirnos a nosotros mismos: "He contemplado y juzgado las cosas y sucesos del mundo según mi naturaleza humana. Ahora debo tratar de imaginar que no puedo contemplarlas y juzgarlas de esa manera. Pero entonces no sería lo que soy. No tendría experiencias interiores. Sería una mera nada". Y no sólo la gente en medio de la vida cotidiana ordinaria, que sólo muy raramente piensa en el mundo o en la vida, tendría que dirigirse a sí misma de esta manera. Cualquier hombre de ciencia, o cualquier filósofo, tendría que hacerlo. Pues incluso la filosofía es sólo observación y juicio del mundo según las cualidades y condiciones individuales de la vida anímica humana. Ahora bien, tal juicio no puede mezclarse con el entorno suprasensible. Es rechazado por ellos. Y con ello se rechaza todo lo que hemos sido hasta ese momento. Consideramos a toda nuestra alma, a nuestro propio yo, como algo que hay que dejar de lado, cuando queremos entrar en el mundo suprasensible. El alma, sin embargo, no puede dejar de considerar este ego como su verdadero ser hasta que entre en los mundos suprasensibles. El alma debe considerarlo como el verdadero ser humano, y debe decirse a sí misma: "A través de este mi yo tengo que formarme ideas del mundo. No debo perder este yo mío si no quiero renunciar a mí mismo como ser por completo". Hay en el alma la más fuerte inclinación a vigilar el ego en todos los puntos para no perder absolutamente el punto de apoyo. Lo que el alma siente necesariamente como correcto en la vida ordinaria, ya no debe sentirlo cuando entra en el entorno suprasensible. Allí tiene que cruzar un umbral en el que debe dejar atrás no sólo esta o aquella preciada posesión, sino ese mismo ser que hasta ahora ha creído ser. El alma debe ser capaz de decirse a sí misma: "Lo que hasta ahora me ha parecido mi más segura verdad, debo ahora, al otro lado del umbral del mundo suprasensible, poder considerarlo como mi más profundo error". 


Ante tal exigencia, el alma puede retroceder. El sentimiento puede ser tan fuerte que los pasos necesarios parezcan una rendición de su propio ser, y un reconocimiento de su propia nimiedad, de modo que admita más o menos completamente en el umbral su propia impotencia para cumplir las exigencias que se le plantean. Este reconocimiento puede adoptar todas las formas posibles. Puede aparecer simplemente como un instinto y parecerle al alumno que lo piensa y actúa como algo muy diferente de lo que realmente es. Puede, por ejemplo, sentir una gran aversión por todas las verdades suprasensibles. Puede considerarlas como sueños diurnos o fantasías imaginarias. Lo hace sólo porque en las profundidades de su alma, que ignora, tiene un miedo secreto a esas verdades. Siente que sólo puede vivir con lo que admiten sus sentidos y su juicio intelectual. Por lo tanto, evita llegar al umbral del mundo suprasensible, y vela el hecho de su evasión diciendo: "Lo que se supone que está detrás de ese umbral no es sostenible por la razón ni por la ciencia". El hecho es simplemente que ama la razón y la ciencia tal como las conoce, porque están ligadas a su ego. Esta es una forma muy frecuente de amor propio y no puede ser llevada como tal al mundo suprasensible.

También puede ocurrir que no sólo se produzca esta paralización instintiva ante el umbral. El alumno puede avanzar conscientemente hasta el umbral y luego retroceder, porque teme lo que tiene delante. Entonces no podrá borrar fácilmente de la vida ordinaria de su alma el efecto de acercarse a él. El efecto será que la debilidad se extenderá por toda la vida de su alma.

Lo que debe ocurrir es que el alumno, al entrar en el mundo suprasensible, se haga capaz de renunciar a lo que en la vida ordinaria considera como la verdad más profunda y se adapte a un modo diferente de sentir y juzgar las cosas. Pero al mismo tiempo debe tener en cuenta que cuando se enfrente de nuevo al mundo físico, debe hacer uso de las formas de sentir y juzgar que son adecuadas para este mundo físico. No sólo debe aprender a vivir en dos mundos diferentes, sino también a vivir en cada uno de ellos de manera muy distinta, y no debe permitir que su sano juicio, que necesita para la vida ordinaria en el mundo de la razón y de los sentidos, sea invadido por el hecho de que se vea obligado a hacer uso de otro tipo de discernimiento mientras está en otro mundo.

Para la naturaleza humana es difícil adoptar tal posición, y solo se adquiere la capacidad de hacerlo a través de un continuo fortalecimiento enérgico y paciente de nuestra vida anímica. Cualquiera que pase por las experiencias del umbral se da cuenta de que para la vida ordinaria del alma es una bendición no ser llevado tan lejos. Los sentimientos que se despiertan son tales que uno no puede dejar de pensar que esta bendición procede de alguna entidad poderosa, que protege al hombre del peligro de sufrir el pavor de la autoaniquilación en el umbral. Detrás del mundo exterior de la vida ordinaria hay otro mundo. Ante el umbral de este mundo se alza un severo guardián que impide al hombre conocer las leyes del mundo suprasensible. Pues todas las dudas y toda la incertidumbre respecto a ese mundo son, al fin y al cabo, más fáciles de soportar que la visión de aquello que hay que dejar atrás cuando queremos cruzar el umbral.

El alumno permanece protegido contra la experiencia descrita, mientras no se acerque al umbral mismo. El hecho de que reciba descripciones de tales experiencias de aquellos que han pisado o cruzado este umbral no cambia el hecho de que esté protegido. Por el contrario, tales comunicaciones pueden serle útiles cuando se acerque al umbral. En este caso, como en muchos otros, una cosa se hace mejor si se tiene una idea de antemano. Pero en lo que se refiere al conocimiento de sí mismo que debe adquirir un viajero en el mundo suprasensible, nada cambia por ese conocimiento previo. Por lo tanto, no está en armonía con los hechos, cuando muchos clarividentes, o aquellos que conocen la naturaleza de la clarividencia, afirman que estas cosas no deben ser mencionadas en absoluto a las personas que no están a punto de decidirse a entrar en el mundo suprasensible. Vivimos ahora en una época en la que las personas deben conocer cada vez más la naturaleza del mundo suprasensible, si la vida de su alma ha de estar a la altura de las exigencias de la vida ordinaria. La difusión del conocimiento suprasensible, incluido el conocimiento del guardián del umbral, es una de las tareas del momento y del futuro inmediato.

Traducido por J.Luelmo junio2021

GA016 Tercera meditación: En la cual se intenta obtener una Verdadera Idea del Conocimiento clarividente del mundo elemental

 

 UN CAMINO HACIA EL AUTO-CONOCIMIENTO

Por Rudolf Steiner

Tercera meditación   En la cual se intenta obtener una Verdadera Idea del conocimiento clarividente del mundo elemental

Cuando percibimos por medio del cuerpo elemental (cuerpo etérico) y no a través de los sentidos físicos, experimentamos un mundo que permanece desconocido para la percepción de los sentidos y para el pensar intelectual ordinario. Si queremos comparar este mundo con algo perteneciente a la vida ordinaria, no encontraremos nada más apropiado que el mundo de la memoria. Del mismo modo que los recuerdos surgen del interior del alma, también lo hacen las experiencias suprasensibles del cuerpo etérico. En el caso de una representación de la memoria el alma sabe que está relacionada con una experiencia anterior en el mundo de los sentidos. De manera similar, la concepción suprasensible implica una relación. Del mismo modo que el recuerdo, por su propia naturaleza, se nos presenta como algo que no puede ser descrito como una mera imagen de la imaginación, también lo hace la concepción suprasensible. Ésta se desprende de la experiencia del alma, pero se manifiesta inmediatamente como una experiencia interior que se relaciona con algo exterior. Es gracias al recuerdo que una experiencia pasada se hace presente para el alma. Pero cuando algo, que en algún momento se encuentra en algún lugar del mundo suprasensible, se convierte en una experiencia interior del alma, es por medio de una concepción suprasensible. La naturaleza misma de las concepciones suprasensibles nos hace pensar que deben ser consideradas como comunicaciones de un mundo suprasensible que se manifiesta en el alma.

El límite que alcancemos con nuestras experiencias en el mundo suprasensible depende de la cantidad de energía que apliquemos al fortalecimiento de la vida de nuestra alma.

Obtener la certeza de que una planta no es meramente lo que percibimos en el mundo de los sentidos, así como la misma convicción con respecto a toda la tierra, ambas pertenecen al mismo ámbito de la experiencia suprasensible. Cualquiera que haya adquirido la facultad de percepción cuando está fuera de su cuerpo físico, si mira una planta, podrá percibir -además de lo que le muestran sus sentidos- una forma delicada que impregna toda la planta. 

Esta forma se presenta como una entidad de fuerza; y es llevado a considerar esta entidad como la artífice que construye la planta a partir de los materiales y las fuerzas del mundo físico, y que provoca la circulación de la savia. Puede decir - empleando un símil disponible, aunque no del todo apropiado - que en la planta hay algo que pone en movimiento la savia del mismo modo que su propia alma mueve su brazo. Observa algo interno en la planta, y debe admitir cierta independencia de este principio interno de la planta en su relación con la parte que es percibida por los sentidos. También debe admitir que este principio interno existía antes de que la planta física existiera. Entonces, si continúa observando cómo una planta crece, se marchita y produce semillas, y cómo de éstas crecen nuevas plantas, encontrará la forma suprasensible de energía especialmente poderosa, cuando observa estas semillas. En este período el ser físico es insignificante en cierto sentido, mientras que la entidad suprasensible está altamente diferenciada y contiene todo lo que, desde el mundo suprasensible, contribuye al crecimiento de la planta.

Pues bien, de la misma manera, mediante la observación suprasensible de toda la Tierra, descubrimos una entidad de fuerza que podemos saber con absoluta certeza que existía antes de que surgiera todo lo que es perceptible por los sentidos sobre y dentro de la Tierra. 

De este modo llegamos a la experiencia de la presencia de aquellas fuerzas suprasensibles que cooperaron en la formación y desarrollo de la tierra en el pasado. A lo que se experimenta de este modo, podemos llamarlo también las entidades o cuerpos básicos etéricos o elementales de la planta y de la tierra, como llamamos al cuerpo a través del cual obtenemos la percepción cuando estamos fuera del cuerpo, nuestro propio cuerpo elemental o etérico. Incluso cuando empezamos a ser capaces de observar de una manera suprasensible, podemos asignar entidades básicas elementales de este tipo a ciertas cosas y procesos aparte de sus cualidades ordinarias, que son perceptibles en el mundo de los sentidos. Podemos hablar de un cuerpo etérico que pertenece a la planta o a la tierra. Sin embargo, los seres elementales así observados no son en absoluto los únicos que se revelan a la experiencia suprasensible. Caracterizamos el cuerpo elemental de una planta diciendo que construye una forma a partir de los materiales y las fuerzas del mundo físico y, de este modo, manifiesta su vida en un cuerpo físico. Pero también podemos observar seres que llevan una existencia elemental sin manifestar su vida en un cuerpo físico. Es decir, entidades que son puramente elementales se revelan a la observación suprasensible. 
No es que experimentemos simplemente una adición, por así decirlo, al mundo físico; experimentamos otro mundo en el que el mundo de los sentidos se presenta como algo que puede compararse con trozos de hielo que flotan en el agua. Un hombre que sólo pudiera ver el hielo y no el agua podría atribuir la realidad sólo al hielo y no al agua. Del mismo modo, si tenemos en cuenta sólo lo que se manifiesta a los sentidos, podemos negar la existencia del mundo suprasensible, del que el mundo de los sentidos es en realidad una parte, al igual que los trozos de hielo que flotan son parte del agua en la que están flotando. 
Ahora veremos que aquellos que son capaces de hacer observaciones suprasensibles describen lo que contemplan haciendo uso de expresiones tomadas de las percepciones de los sentidos. Tanto es así, que podemos encontrar el cuerpo elemental de un ser en el mundo de los sentidos, o el de un ser puramente elemental, descrito como manifestándose como un cuerpo de luz autónomo y con múltiples colores. Estos colores destellan, brillan o resplandecen, y parece que estos fenómenos de luz y color son la manifestación de su vida. Pero aquello de lo que el observador habla realmente es totalmente invisible, y es perfectamente consciente de que la luz o la imagen de color que da, no tiene más relación con lo que realmente percibe que, por ejemplo, la escritura en la que se comunica un hecho tiene que ver tenga algo que ver con el hecho mismo. Y, sin embargo, la experiencia suprasensible no se ha expresado a través de percepciones de los sentidos elegidas arbitrariamente. La imagen vista está realmente ante el observador, y es similar a una impresión de los sentidos. 
Esto es así porque, durante las experiencias suprasensibles, la liberación del cuerpo físico no es completa. El cuerpo físico todavía está conectado con el cuerpo elemental, y trae la experiencia suprasensible en una forma extraída del mundo de los sentidos. Así, la descripción de un ser elemental se da en forma de una combinación visionaria o fantasiosa de impresiones sensoriales. Pero a pesar de ello, cuando se da de esta manera, es una representación verdadera de lo que se ha experimentado. Porque hemos visto realmente lo que describimos. 
El error que puede cometerse no consiste en describir la visión como tal, sino en tomar la visión por la realidad, en lugar de aquello a lo que la visión apunta, es decir, la realidad subyacente. Un hombre que nunca ha visto los colores -un ciego de nacimiento- no describirá, cuando alcance la correspondiente facultad de percepción, a los seres elementales de tal manera que hable de colores parpadeantes. Utilizará expresiones que le son familiares. Sin embargo, para las personas que pueden ver físicamente, es muy apropiado que, en su descripción, utilicen alguna expresión como el destello de una forma de color. 
Con su ayuda pueden dar una impresión de lo que ha visto el observador del mundo elemental. Y esto es válido no sólo para las comunicaciones realizadas por un clarividente -es decir, aquel que es capaz de percibir con la ayuda de su cuerpo elemental- a un no clarividente, sino también para la intercomunicación entre los propios clarividentes. En el mundo de los sentidos el hombre vive en su cuerpo físico, y este cuerpo reviste las observaciones suprasensibles de formas perceptibles para los sentidos. Por lo tanto, la expresión de las observaciones suprasensibles mediante el uso de las imágenes sensoriales que producen es, en la vida terrestre ordinaria, un medio útil de comunicación. La cuestión es que todo aquel que recibe la comunicación experimenta en su alma algo que guarda la debida relación con el hecho en cuestión. En efecto, las imágenes sólo se comunican para suscitar una experiencia. Tal como son en realidad, no pueden encontrarse en el mundo exterior. Esa es su característica y también la razón por la que suscitan experiencias que no tienen relación con nada material.

Al principio de su clarividencia, el alumno tendrá dificultades para independizarse de la imagen sensorial. Sin embargo, cuando su facultad se desarrolle más, surgirá el deseo de inventar medios más arbitrarios para comunicar lo que se ha visto. Esto implicará la necesidad de explicar los signos que utiliza. Cuanto más requieran las exigencias de nuestro tiempo la difusión general de los conocimientos suprasensibles, mayor será la necesidad de revestir dichos conocimientos con las expresiones utilizadas en la vida cotidiana en el plano físico. 
Ahora bien, en ciertos momentos las experiencias suprasensibles pueden llegar al alumno por sí mismas. Y entonces tiene la oportunidad de aprender algo sobre el mundo suprasensible por medio de la experiencia personal, según se vea favorecido más o menos a menudo por ese mundo a través de su iluminación en la vida ordinaria de su alma. Sin embargo, una facultad más elevada es la de invocar a voluntad la percepción clarividente de la vida anímica. 
El camino hacia la obtención de esta facultad resulta normalmente de la continuación enérgica del fortalecimiento interno de la vida anímica, pero también depende en gran medida del establecimiento de una cierta nota clave en el alma. Es necesaria una actitud mental tranquila e imperturbable con respecto al mundo suprasensible, una actitud que está tan alejada, por un lado, del deseo ardiente de experimentar lo más posible de la manera más clara posible, como de la falta de interés personal por ese mundo. El deseo ardiente tiene el efecto de difundir algo así como una niebla invisible ante la visión clarividente, mientras que la falta de interés actúa de tal manera que, aunque los hechos suprasensibles se manifiesten realmente, simplemente no se perciben. 
Esta falta de interés se manifiesta de vez en cuando en una forma muy peculiar. Hay personas que desean honestamente experiencias suprasensibles, pero se forman a priori una cierta idea definida de lo que deben ser estas experiencias para ser reconocidas como reales. Entonces, cuando las experiencias reales llegan, pasan de largo sin que se les preste ningún interés, simplemente porque no son como uno se ha imaginado que deberían ser. En el caso de la clarividencia producida voluntariamente, llega un momento en el curso de la actividad interior del alma en el que tenemos la noción: ahora mi alma está experimentando algo que nunca antes había experimentado. 
La experiencia no es definitiva, sino una sensación general de que no nos enfrentamos al mundo exterior de los sentidos, ni estamos dentro de él, ni tampoco estamos dentro de nosotros mismos como en la vida ordinaria del alma. Las experiencias exteriores e interiores se funden en una sola, en un sentimiento de vida, hasta ahora desconocido para el alma, respecto al cual, sin embargo, el alma sabe que no podría sentirse si sólo viviera dentro del mundo exterior por medio de los sentidos o por sus sentimientos y recuerdos ordinarios. 
Sentimos, además, que durante esta condición del alma algo penetra en ella desde un mundo hasta ahora desconocido. Sin embargo, no podemos llegar a concebir ese algo desconocido. Tenemos la experiencia, pero no podemos formarnos una idea de ello. Ahora nos daremos cuenta de que cuando tenemos tal experiencia tenemos una sensación como si hubiera un obstáculo en nuestros cuerpos físicos que nos impidiera formar una concepción de lo que está penetrando en el alma. Sin embargo, si continuamos los esfuerzos interiores de nuestra alma, sentiremos, después de un tiempo, que hemos vencido nuestra propia resistencia corporal. 
El aparato físico del intelecto, hasta ahora, sólo podía formar ideas en relación con las experiencias en el mundo de los sentidos. Al principio es incapaz de elevar a una imagen lo que quiere manifestarse desde el mundo suprasensible. Primero debe estar preparado para poder hacerlo. De la misma manera que un niño está rodeado por el mundo exterior, pero tiene que tener su aparato intelectual preparado por la experiencia en ese mundo antes de ser capaz de formarse ideas de su entorno, así la humanidad en general es incapaz de formarse una idea del mundo suprasensible. 
El clarividente que desea progresar prepara su propio aparato de formación de ideas para que funcione en un nivel superior, exactamente de la misma manera que el de un niño está preparado para trabajar en el mundo de los sentidos. Hace que sus pensamientos fortalecidos trabajen sobre este aparato y, como consecuencia, éste se remodela gradualmente. Llega a ser capaz de incluir el mundo suprasensible en el ámbito de sus ideas. Así sentimos cómo a través de la actividad del alma podemos influir y remodelar nuestro propio cuerpo. Al principio el cuerpo actúa como un fuerte contrapeso a la vida del alma; lo sentimos como un cuerpo extraño dentro de nosotros. Pero en seguida notamos cómo se adapta cada vez más a las experiencias del alma; hasta que, finalmente, ya no lo sentimos en absoluto, sino que encontramos ante nosotros el mundo suprasensible, igual que no notamos la existencia del ojo con el que miramos el mundo de los colores. El cuerpo, pues, debe hacerse imperceptible antes de que el alma pueda contemplar el mundo suprasensible. 
Cuando hayamos llegado de este modo a convertir deliberadamente el alma en clarividente, podremos, por regla general, reproducir este estado a voluntad si nos concentramos en algún pensamiento que podamos experimentar en nuestro interior de manera especialmente poderosa. Como consecuencia de entregarnos a tal pensamiento encontraremos que se produce la clarividencia. 
 Al principio no podremos ver nada concreto que deseemos especialmente. Las cosas suprasensibles o los sucesos para los cuales no estamos preparados de ninguna manera, o que deseamos evocar, intervendrán en la vida del alma. Sin embargo, continuando nuestros esfuerzos interiores, alcanzaremos también la facultad de dirigir la mirada espiritual a las cosas que deseamos investigar. Cuando hemos olvidado una experiencia, tratamos de traerla de nuevo a nuestra memoria recordando a la mente algo relacionado con la experiencia; y de la misma manera podemos, como clarividentes, partir de una experiencia que podemos pensar, con razón, que está relacionada con lo que queremos encontrar. 
Al entregarnos con intensidad a la experiencia conocida, a menudo, después de un lapso de tiempo más o menos largo, encontraremos añadida la experiencia que era nuestro objeto alcanzar. En general, sin embargo, hay que señalar que es de la mayor importancia para el clarividente esperar tranquilamente el momento propicio. No debemos desear atraer nada. Si la experiencia deseada no llega, es mejor abandonar la búsqueda por un tiempo e intentar conseguir una oportunidad en otro momento. El aparato humano de cognición necesita desarrollarse con calma hasta el nivel de ciertas experiencias. Si no tenemos paciencia para esperar ese desarrollo, haremos observaciones incorrectas o inexactas.
traducido por J.Luelmo junio2021




GA016 Segunda meditación: En la cual se intenta obtener una Verdadera Idea del Cuerpo Etérico

 

 UN CAMINO HACIA EL AUTO-CONOCIMIENTO

Por Rudolf Steiner

Segunda meditación   En la cual se intenta obtener una Verdadera Idea del Cuerpo Etérico

Debido a la idea que el alma tiene que formarse en relación con el hecho de la muerte, puede verse abocada a una completa incertidumbre con respecto a su propio ser. Este será el caso cuando crea que no puede obtener conocimiento de otro mundo que no sea el de los sentidos y lo que el intelecto es capaz de averiguar sobre este mundo. La vida ordinaria del alma dirige su atención al cuerpo físico. Ve que ese cuerpo es absorbido después de la muerte en el laboratorio de la naturaleza, que no guarda relación alguna con lo que el alma experimenta antes de la muerte como su propia existencia. El alma puede, en efecto, saber (a través de la Meditación precedente) que el cuerpo físico durante la vida tiene la misma relación con ella que después de la muerte, pero esto no la lleva más allá del reconocimiento de la independencia interior de sus propias experiencias hasta el momento de la muerte. Lo que ocurre con el cuerpo físico después de la muerte es evidente por la observación del mundo exterior. Pero tal observación no es posible con respecto a su experiencia interior. Por lo tanto, en la medida en que se percibe a sí misma a través de los sentidos, el alma en su vida ordinaria no puede ver más allá del límite de la muerte. Si el alma es incapaz de formarse ideas que vayan más allá de ese mundo exterior que absorbe el cuerpo después de la muerte, entonces con respecto a todo lo que concierne a su propio ser es incapaz de mirar nada más que la nada vacía al otro lado de la muerte.

Si esto no es así, el alma debe percibir el mundo exterior por otros medios que los de los sentidos y del intelecto relacionados con ellos. Estos mismos pertenecen al cuerpo y decaen junto con él. Lo que nos dicen no puede conducir más que al resultado de la primera Meditación, y este resultado consiste simplemente en que el alma pueda decirse a sí misma: "Estoy ligado a mi cuerpo. Este cuerpo está sometido a las leyes naturales que se relacionan conmigo de la misma manera que todas las demás leyes naturales. A través de ellas soy un miembro del mundo exterior y una parte de este mundo se expresa en mi cuerpo, un hecho del que me doy cuenta más claramente, cuando considero lo que el mundo exterior hace a ese cuerpo después de la muerte. Durante la vida me da sentidos y un intelecto que me impide ver cómo están las cosas con respecto a las experiencias de mi alma al otro lado de la muerte". Tal afirmación sólo puede conducir a dos resultados. O bien se suprime toda investigación ulterior sobre el enigma del alma y se abandona todo esfuerzo para obtener conocimientos sobre este tema, o bien se hacen esfuerzos para obtener mediante la experiencia interior del alma lo que el mundo exterior rechaza. Estos esfuerzos pueden producir un aumento de poder y energía con respecto a esta experiencia interior como no tendría en la vida ordinaria.

En la vida ordinaria, el hombre tiene cierta fuerza en sus experiencias internas, en su vida de sentimientos y pensamientos. Piensa, por ejemplo, en un determinado pensamiento tantas veces como haya un impulso interior o exterior que así lo requiera.

Sin embargo, cualquier pensamiento puede ser elegido entre los demás y repetido voluntariamente una y otra vez sin ninguna razón externa, y con una energía tan intensa que lo hace vivir como una realidad interior. Tal pensamiento puede, mediante un esfuerzo repetido, convertirse en el objeto exclusivo de nuestra experiencia interior. Y mientras hacemos esto, podemos alejar todas las impresiones y recuerdos externos que puedan surgir en el alma. Entonces es posible convertir esa entrega total a ciertos pensamientos o sentimientos, excluyendo todos los demás, en una actividad interior regular. Sin embargo, para que tal experiencia interior conduzca a resultados realmente importantes, debe llevarse a cabo de acuerdo con ciertas leyes probadas. Tales leyes están registradas por la ciencia de la vida espiritual. En mi libro Cómo se alcanza el Conocimiento de los Mundos Superiores, se mencionan un gran número de estas reglas o leyes. A través de tales métodos obtenemos un fortalecimiento de los poderes de la experiencia interior. Esta experiencia se condensa en cierto modo. Lo que se consigue con esto lo aprendemos a través de la observación de nosotros mismos que se establece cuando la actividad interior descrita se ha continuado durante un tiempo suficientemente largo. Es cierto que se requiere mucha paciencia antes de que aparezcan resultados convincentes. Y si no estamos dispuestos a ejercer esa paciencia durante años, no obtendremos nada importante. Aquí sólo es posible dar un ejemplo de tales resultados, ya que son de muchas variedades. Y lo que aquí se menciona está adaptado para promover el método particular de meditación que estamos describiendo ahora.

Un hombre puede llevar a cabo el fortalecimiento interior de la vida de su alma que se le ha indicado durante un largo período, sin que tal vez ocurra nada en su vida interior que sea capaz de alterar su forma habitual de pensar con respecto al mundo. Sin embargo, de repente puede ocurrir lo siguiente. Naturalmente, el incidente a describir puede no ocurrir exactamente de la misma manera a dos personas diferentes. Pero si llegamos a concebir una experiencia de este tipo, habremos logrado comprender todo el asunto en cuestión. Puede ocurrir un momento en el que el alma tenga una experiencia interior de sí misma de una manera totalmente nueva. Al principio sucederá, por lo general, que el alma durante el sueño se despierta, por así decirlo, en un sueño. Pero enseguida sentimos que esta experiencia no se puede comparar con los sueños ordinarios. Estamos completamente aislados del mundo de los sentidos y del intelecto y, sin embargo, sentimos la experiencia de la misma manera que cuando estamos completamente despiertos ante el mundo exterior en la vida ordinaria. Nos sentimos obligados a imaginar la experiencia en nosotros mismos. Para ello utilizamos ideas como las que tenemos en la vida ordinaria, pero sabemos muy bien que estamos experimentando cosas diferentes a las que tales ideas están normalmente unidas. Estas ideas sólo se utilizan como medio de expresión de una experiencia que no hemos tenido antes, y que además somos capaces de saber que es imposible que tengamos en la vida ordinaria.

Sentimos, por ejemplo, como si las tormentas eléctricas estuvieran a nuestro alrededor. Oímos truenos y vemos relámpagos. Y, sin embargo, sabemos que estamos en nuestra propia habitación. Nos sentimos impregnados por una fuerza que hasta ahora desconocíamos. Entonces imaginamos que vemos aberturas en las paredes que nos rodean, y nos sentimos obligados a decirnos a nosotros mismos o a alguien que creemos que está cerca de nosotros. "Ahora estoy en grandes dificultades, el rayo atraviesa la casa y se apodera de mí; siento que me agarra y me disuelve". Cuando se ha pasado por semejante serie de representaciones, la experiencia interior vuelve a las condiciones anímicas ordinarias. Nos encontramos de nuevo en nosotros mismos con el recuerdo de la experiencia recién vivida. Si este recuerdo es tan vívido y preciso como cualquier otro, nos permite formarnos una opinión de la experiencia. Entonces tenemos un conocimiento directo de que hemos pasado por algo que no puede ser experimentado por ningún sentido físico ni por la inteligencia ordinaria, pues sentimos que la descripción que acabamos de dar y comunicar a otros o a nosotros mismos es sólo un medio de expresar la experiencia. Aunque la expresión es un medio para comprender el hecho de la experiencia, no tiene nada en común con ella. Sabemos que no necesitamos ninguno de nuestros sentidos para tener tal experiencia.

Quien lo atribuye a una actividad oculta de los sentidos o del cerebro, no conoce el verdadero carácter de la experiencia. Se adhiere a la descripción que habla de relámpagos, truenos y aberturas en las paredes, y por lo tanto cree que esta experiencia del alma es sólo un eco de la vida ordinaria. Debe considerar la cosa como una visión en el sentido ordinario de la palabra. No puede pensar de otro modo. Sin embargo, no tiene en cuenta que, cuando se describe una experiencia de este tipo, sólo se utilizan las palabras "relámpago", "trueno" y "grietas en las paredes" como imágenes de lo que se ha experimentado, y que no hay que confundir las imágenes con la experiencia misma. Es cierto que el asunto le parece a uno como si realmente viera esas imágenes. Pero en este caso no se está en la misma relación con el fenómeno del rayo que cuando se ve un destello con el ojo físico. La visión del rayo es sólo algo que, por así decirlo, oculta la experiencia misma; uno mira a través del rayo a algo más allá que es muy diferente, a algo que no puede ser experimentado en el mundo exterior de los sentidos.

Para que sea posible un juicio correcto, es necesario que el alma que tiene tales experiencias, una vez terminadas, esté en una base completamente sólida con respecto al mundo exterior ordinario. Debe ser capaz de contrastar claramente lo que ha sufrido como experiencia especial, con su experiencia ordinaria del mundo exterior. Aquellos que en la vida ordinaria ya están dispuestos a dejarse llevar por toda clase de imaginaciones descabelladas con respecto a las cosas, son los más incapaces de formarse tal juicio. Cuanto más sólido -o podríamos decir sobrio- sea nuestro sentido de la realidad, más probable será que nos formemos un juicio verdadero y, por lo tanto, valioso de tales cosas. Sólo se puede alcanzar la confianza en las experiencias suprasensibles cuando se siente, con respecto al mundo ordinario, que se perciben claramente sus procesos y objetos tal como son realmente.

Cuando se cumplen así todas las condiciones necesarias, y cuando tenemos razones para creer que no hemos sido engañados por una visión ordinaria, entonces sabemos que hemos tenido una experiencia en la que el cuerpo no transmitía percepciones. Hemos tenido una percepción directa a través del alma fortalecida sin el cuerpo. Hemos obtenido la certeza de una experiencia cuando estamos fuera del cuerpo.

Es evidente que en esta esfera las diferencias naturales entre la fantasía o la ilusión y la verdadera observación hecha cuando se está fuera del cuerpo, no pueden indicarse de otra manera que en el ámbito de la percepción sensorial externa. Puede suceder que alguien tenga una imaginación muy activa con respecto al gusto, y por lo tanto, ante el mero pensamiento de la limonada, tenga la misma sensación que si la estuviera bebiendo realmente. La diferencia, sin embargo, en tal caso se hace evidente por la asociación de las circunstancias reales de la vida. Y lo mismo ocurre con las experiencias que se tienen cuando se está fuera del cuerpo. Para llegar a una concepción plenamente convincente en esta esfera, es necesario que nos familiaricemos con ella de manera perfectamente sana y adquiramos la facultad de observar los detalles de la experiencia y corregir una cosa por otra.

A través de una experiencia como la descrita, obtenemos la posibilidad de observar lo que pertenece a nuestro propio ser no sólo por medio de los sentidos y el intelecto, es decir, los instrumentos corporales. Ahora no sólo conocemos algo más del mundo de lo que nos permiten esos instrumentos, sino que lo conocemos de una manera diferente. Esto es especialmente importante. Un alma que pasa por una transformación interior comprenderá cada vez más claramente que los problemas opresivos de la existencia no pueden ser resueltos en el mundo de los sentidos, porque los sentidos y el intelecto no pueden penetrar lo suficientemente profundo en el mundo como un todo. Penetran más profundamente aquellas almas que se transforman de tal manera que pueden tener experiencias cuando están fuera del cuerpo; y es en los registros que pueden dar de sus experiencias donde se pueden encontrar los medios para resolver los enigmas del alma.

Ahora bien, una experiencia que se produce cuando se está fuera del cuerpo es de naturaleza muy diferente a la que se tiene cuando se está en el cuerpo. Así lo demuestra la propia opinión que puede formarse sobre las experiencias descritas, cuando, una vez terminadas, se restablece la condición ordinaria de vigilia del alma y la memoria ha llegado a una condición vívida y clara. El cuerpo físico es sentido por el alma como separado del resto del mundo, y sólo parece tener una existencia real en la medida en que pertenece al alma. Sin embargo, no ocurre lo mismo con lo que experimentamos en nuestro interior y con respecto a nosotros mismos cuando estamos fuera del cuerpo, pues entonces nos sentimos vinculados a todo lo que puede llamarse el mundo exterior. Todo lo que nos rodea lo sentimos como perteneciente a nosotros al igual que nuestras manos en el mundo de los sentidos. No hay indiferencia hacia el mundo exterior cuando llegamos al mundo interior del alma. Nos sentimos completamente unidos y entretejidos con lo que aquí puede llamarse el mundo. Sus actividades se sienten realmente fluyendo a través de nuestro propio ser. No existe una línea divisoria entre el mundo interior y el exterior. Todo el entorno pertenece al alma que observa, del mismo modo que nuestras dos manos físicas pertenecen a nuestra naturaleza física.

Sin embargo, a pesar de ello, podemos decir que cierta parte de este mundo exterior nos pertenece más que el resto del entorno, del mismo modo que hablamos de la cabeza como independiente de las manos o los pies. Del mismo modo que el alma llama cuerpo a una parte del mundo físico exterior, cuando vive fuera del cuerpo también puede considerar que una parte del mundo exterior suprasensible le pertenece. Cuando penetramos en una observación del reino accesible para nosotros más allá del mundo de los sentidos, podemos muy bien decir que un cuerpo no percibido por los sentidos nos pertenece. Podemos llamar a este cuerpo el cuerpo elemental o etérico, pero al usar la palabra "etérico" no debemos permitir que se establezca en nuestra mente ninguna conexión con esa materia fina que la ciencia llama "éter".

Así como la mera reflexión sobre la conexión entre el hombre y el mundo exterior de la naturaleza conduce a una concepción del cuerpo físico que concuerda con los hechos, el peregrinaje del alma hacia los reinos que pueden percibirse fuera del cuerpo físico conduce al reconocimiento de un cuerpo elemental o etérico, o cuerpo de fuerzas formativas.

Traducido por J.Luelmo junio2021