RUDOLF STEINER
RESPONSABILIDAD DEL SER HUMANO EN LA EVOLUCIÓN DEL MUNDO
La imposibilidad de conectar con la experiencia de las anteriores encarnaciones
Stuttgart, 16 de enero de 1921
Nuestras reflexiones durante mi estancia esta vez se centraron en cómo se puede hacer que la vida sea más seria a partir del conocimiento antroposófico frente a las grandes tareas de nuestro tiempo. Cuando se dice «frente a las grandes tareas de nuestro tiempo», no hay que pensar siempre en aquello que, en cierto modo, se cierne sobre el ser humano y que algunas personas con autoridad deban ejercer de reguladoras por encima de las cabezas de los demás, sino que hoy en día hay que tener claro que lo que ocurre entre las personas en la vida cotidiana contiene en sí mismo, algo que por así decirlo lo impregna, aquello que forma parte de las grandes tareas de nuestro tiempo. Esto debería ser, por supuesto, una primera consecuencia de la cosmovisión antroposófica que debería calar en nuestras almas. Porque esta cosmovisión antroposófica nos lleva a reconocer que lo espiritual vive en todo, no vive en algún lugar en alturas abstractas, sino que vive en la vida que nos rodea, en la cual estamos inmersos cada día. Y precisamente eso es lo que debemos aprender a aplicar a las grandes tareas de la vida y a las pequeñas experiencias y acciones cotidianas.
Si contemplamos la vida actual precisamente desde este punto de vista, podemos preguntarnos: ¿qué elementos componen esta vida, concretamente en lo que se refiere a lo espiritual, que nos rodea? ¿En qué vivimos hoy, en esta época, como seres humanos espirituales? Tenemos lo que son los restos de antiguas confesiones, estas diferentes confesiones que reúnen a sus seguidores en comunidades y les enseñan, de alguna manera tradicional, lo que se considera la fe en la naturaleza eterna del ser humano. En las formas más diversas, en los matices más diversos, esta fe se enseña a los seres humanos a través de las diferentes confesiones. Los seres humanos viven entonces en esta fe y creen también satisfacer las necesidades de su alma a través de ella. Además de esta creencia, hoy en día tenemos algo tan popular como lo puedan ser las propias confesiones religiosas entre sus seguidores, me refiero a aquello que proviene de la ciencia que se imparte actualmente en nuestras instituciones educativas. Esta ciencia se ha ido desarrollando gradualmente para considerar únicamente la materia física y sensorial, impregnándola, como mucho, con algunas ideas espirituales insuficientes, que, sin embargo, ya están desapareciendo en mayor o menor medida. Cada vez más, la tendencia es considerar como ciencia solo aquello que se encuentra en la observación sensorial-física y que, como mucho, puede combinarse mediante el entendimiento.
Dondequiera que miremos en el mundo civilizado actual, veremos que los seres humanos se nutren de dos fuentes: por un lado, de lo que se les enseña como conocimiento serio y exacto, que aceptan por autoridad; pues todo aquel que no trabaja en una de las disciplinas del conocimiento lo asimila por autoridad, y sobre todo lo asimila la gran mayoría de las personas. Y además de que en las revistas populares se nos enseña cómo debemos pensar sobre hechos astronómicos, físicos, químicos, biológicos, zoológicos, mineralógicos, botánicos, históricos, médicos, etc., además de que asimilamos estas cosas y nos instruimos de esta manera y luego decimos: Todo esto debe ser cierto, porque proviene de aquellas personas que han sido designadas como autoridades en la materia por las instancias habituales, además de eso, se absorbe lo otro, que fluye desde las diferentes confesiones. No se tiende un puente entre ambos, porque a partir de las confesiones se enseña a la mayoría de las personas que deben separar el conocimiento y la fe, que no deben fusionar el conocimiento y la fe de ninguna manera. Solo en muy raras ocasiones se produce un esfuerzo consciente por comprender este hecho. Se hace un esfuerzo por reconocer lo que las autoridades científicas comunican a las personas como verdad exacta a través de los canales habituales. Pero no se investiga para comprobar cómo es en realidad el método de trabajo mediante el cual se obtiene tal cientificidad.
Por otro lado, tampoco se investiga mucho el origen de lo que se ha transmitido a lo largo de los tiempos como creencias confesionales y que los representantes oficiales actuales de estas confesiones transmiten tradicionalmente a la humanidad. En muy raras ocasiones se produce un esfuerzo por alcanzar una plena conciencia de lo que realmente existe. Y cuando ocurre, hoy en día rara vez se llega a ver la cosa bajo la luz adecuada. Porque supongamos que alguien, digamos, dentro de la confesión católica o protestante, se rebela contra lo que se llama dogma, entonces lo normal es que este dogma se considere una «tontería», que se polemiza contra él y se rechaza así la confesión tradicional, pero no se encuentra la posibilidad de sustituirlo por nada.
Un dogma de este tipo, -voy a citar ahora mismo un dogma central-, es, por ejemplo, el de la Trinidad, la triple personalidad del ser divino. Quien encuentra un dogma como este tal y como se le presenta hoy en día a través de las confesiones, tiene en cierto modo fácil polemizar contra él si se sitúa desde el punto de vista del pensamiento científico actual. Porque en este sentido le resultará muy fácil revelar lo «absurdo» que es un dogma como este. Pero quien se remonta al origen de tal dogma, descubre que los dogmas de las confesiones habituales se han transmitido a lo largo de largos períodos de tiempo en la humanidad, pero que en el punto de partida del origen de estos dogmas se encuentra lo que a menudo he caracterizado como la clarividencia instintiva presente en las etapas anteriores del desarrollo de la humanidad, la visión curativa atávica, la capacidad de ver dentro del mundo espiritual. De esta clarividencia surgieron, pues, tales dogmas, y uno diría: algo como el dogma de la Trinidad surgió de una comprensión profunda y exhaustiva de la estructura de la existencia del mundo. Hubo un tiempo en que este dogma de la Trinidad era una verdad profundamente reconocida. Representaba una comprensión profunda de las relaciones de la realidad. Pero eso existía en aquellos tiempos antiguos, en los que las capacidades del alma humana, las facultades cognitivas, que, como se ha dicho, eran una especie de clarividencia instintiva, encajaban con un dogma de este tipo. El dogma se propagó entonces. Ya no encaja con la formación actual de las fuerzas del alma humana. Por regla general, para cada persona que vivió este dogma en el momento de su aparición, han transcurrido desde entonces varias vidas terrenales. Las almas han vivido diferentes experiencias durante estas vidas terrenales. En el mundo exterior, el dogma se ha conservado, se ha transmitido de generación en generación. Hoy ha adquirido una forma tal que ya no puede entenderse a partir de las palabras con las que se comunica. Y ahora estas almas han renacido; desde la Iglesia se les presenta el dogma. No existe una relación humana interna entre lo que se presenta a las almas humanas a partir de las confesiones y lo que las almas aspiran a experimentar y conocer por sí mismas. Lo que resulta tan grave en la actualidad no es que los dogmas sean falsos, sino que lo importante es que los dogmas son una forma de captar la verdad que ya no se corresponde con las circunstancias actuales, que los dogmas ya no satisfacen las necesidades de las almas humanas. De modo que podemos decir: Estos dogmas se predican hoy en día, aunque en realidad se quedan en palabras vacías. Incluso aquellos que son fieles a tales dogmas no lo hacen con sinceridad interior, ya que en su mayoría no comprenden los dogmas. Pero aceptar lo que no se comprende es una falsedad interior. Y, en el fondo, es esta falsedad interior la que provoca tanto daño en nuestro presente debido a la falta de sinceridad del mundo.
Lo que ha pasado por la humanidad en los últimos años en cuanto a falsedad es realmente inconmensurable. Pero, en el fondo, no es de extrañar que sea así, por la sencilla razón de que, si las almas viven en esa falsedad que acabo de describir, no es de extrañar que no tengan sentido de la veracidad en la vida exterior. Esto deberían tenerlo en cuenta, sobre todo, aquellos que hoy creen que deben defender las confesiones tradicionales. Es un asunto muy serio con el que hay que ocuparse en este ámbito.
Se podría decir que, desde que se formaron estas creencias, las almas que han pasado por diferentes vidas terrenales han superado los dogmas. Del mismo modo que hay que tomarse en serio las cosas que les he expuesto en las dos últimas conferencias aquí, también hay que tomarse en serio, con seriedad vital, la concepción de las vidas terrenales repetidas en este ámbito.
Pero consideremos desde el mismo punto de vista lo que se le da hoy a la humanidad en forma de ciencia externa. Se forma un conocimiento que proviene únicamente de la observación física sensorial. Esto debe unirse con lo que vive en nosotros mismos como alma humana, debe absorberlo, llenarse de lo que es meramente material de observación físico-sensorial.
Consideren al ser humano como un ser vivo inmerso en la vida. Lleva en sí mismo el alma que ha pasado por la vida terrenal y que, en las confesiones religiosas, no encuentra nada con lo que pueda conectarse. Sin embargo, se conecta, al menos en ciertos ámbitos de la vida, con lo que hoy se reconoce como ciencia. Hay que plantearse la pregunta: ¿qué le sucede al alma humana cuando se une a esta ciencia reconocida, que solo observa el ámbito sensorial-físico? Las almas que hoy se incorporan a los organismos físicos han absorbido en encarnaciones anteriores algo que correspondía a unas relaciones con la naturaleza, con el entorno y con el mundo muy diferentes de las que se admiten hoy en día en este conocimiento. Solo se pueden encontrar relativamente pocas almas encarnadas actualmente que no estuvieran encarnadas en su vida anterior de tal manera que, por ejemplo, asociaran con lo que se les había dicho sobre los fenómenos naturales un cierto conocimiento o, digamos, una cierta idea sobre lo espiritual. Una ciencia natural tan desprovista de espiritualidad como la que se ha desarrollado durante los últimos tres o cuatro siglos no existía antes. Lo que se le dio a la humanidad como ciencia natural en aquellos tiempos antiguos, en aquellos tiempos relativamente no tan lejanos, era que, al presentar un hecho sensorial, todavía se tenía en ese hecho sensorial algo que lo impregnaba de espiritualidad. De ahí que muchas personas de la actualidad, a quienes no les interesa especialmente estar al día, no encuentren nada que les satisfaga en las ciencias naturales sensoriales y físicas actuales, por lo que las dejan de lado y no se ocupan de ellas, pero, en cambio, desentierran todo tipo de viejos libros y ahora investigan lo que Basilius Valentinus o cualquier otro de su clase ha transmitido a la humanidad en materia de conocimientos sobre la naturaleza. Es cierto que en las ideas que se tenían entonces sobre la naturaleza aún vivía todo tipo de cosas espirituales, pero normalmente el profundo respeto de quienes se ocupan hoy de estas cosas se basa únicamente en que no las entienden y consideran muy profundo lo que no se entiende.
Lo importante en este ámbito es que las almas humanas que están encarnadas en los cuerpos actuales ya no tienen ninguna relación real con ese antiguo conocimiento y se alimentan de lo que se imparte en el resto de la vida y con lo que hoy en día se enseña a todos en la escuela, es decir, absorben de alguna manera el material de conocimiento que proviene de la observación sensorial y física. Pero, si se considera el asunto desde un punto de vista interno, ¿qué es lo que realmente hay ahí?
Hoy entramos en nuestros cuerpos con lo que nuestras almas han vivido en vidas anteriores, pero lo hacemos de tal manera que ya no tenemos ninguna relación con lo que las almas han vivido en vidas terrenales anteriores. A través de las diferentes vidas terrenales, —lo cual tenía que suceder, porque era la preparación para el desarrollo de la libertad—, hemos formado las almas de tal manera que, en cierto modo, están vacías de lo que antes habían absorbido, que ya no tienen relación con lo que antes habían absorbido, que en cierto modo están vacías de lo que realmente vive en el mundo. En nuestras almas ya no traemos nada de nuestras experiencias terrenales anteriores en este sentido. Traemos los resultados de nuestras cualidades morales, pero, en el fondo, de nuestras experiencias anteriores, de nuestras vidas terrenales anteriores, no traemos a esta vida terrenal nada que pueda conducir a un conocimiento innato de algún tipo sobre los misterios del mundo. Hoy en día, las almas no entran en los cuerpos como lo hacían, por ejemplo, en los cuerpos griegos. El alma que había pasado por el nacimiento en la vida griega entraba en el cuerpo físico con una fuerza alimentada por el antiguo conocimiento, de modo que podía refrescar este cuerpo físico con fuerza vital espiritual y anímica. Hoy en día esto no es así. Hoy en día, el alma entra en el cuerpo de tal manera que tiene algo que lo consume. Y cada vez es más frecuente que las almas que nacen hoy en día tengan algo que consume el cuerpo, que lo paralizan, que lo impregnan, por así decirlo, con fuerzas mortales. Si el desarrollo continuara en este sentido, sin duda llegaríamos a la subversión, al declive de la vida terrenal. Los seres humanos se volverían cada vez más débiles de voluntad. Demostrarían cada vez más su incapacidad para captar impulsos activos. En cierto modo, los seres humanos pasarían por esta vida como captadores automáticos de la misma. Qué triste es ver en la actualidad lo poco frecuente que es que los seres humanos se dejen inspirar interiormente por ideas vivas. Cuánto nos parece que los seres humanos de hoy en día, por así decirlo, sufren de esclerosis espiritual, que dan vueltas a ideas muertas, que solo dan vueltas en sus cabezas a lo que absorben de las tradiciones y se convierten en autómatas.
Es realmente así: si uno recorre el mundo con una mente imparcial y observa a las personas que viven hoy en día, en el fondo no se puede distinguir a docenas de ellas entre sí. Realmente no se pueden distinguir. Uno habla con A, con B, con C, y todos dicen lo mismo. Cada uno cree, por supuesto, que está diciendo lo suyo; pero no se puede encontrar ninguna diferencia especial entre ellos, todos dicen lo mismo. En realidad, solo hay un tipo de persona en diferentes ejemplares, y a veces uno se pregunta: ¿no estamos cayendo en un engaño? ¿No es el mismo con el que hablas hoy el mismo con el que hablaste ayer? Pero esto se corresponde perfectamente con lo que se deduce de la observación de las sucesivas vidas terrenales en relación con esta vida terrenal actual y particular. Las almas ya no traen consigo lo que tenían antes, lo que pasaba de una vida terrenal a otra y siempre reaparecía, aunque con una fuerza cada vez menor, y que estaba ahí como un conocimiento innato. Eso ya no está ahí. Y cuando a esas almas se les une lo que es solo conocimiento de la naturaleza observado externamente, observado física y sensorialmente, entonces esas almas se llenan de un conocimiento de lo efímero, de un conocimiento que solo expresa en construcciones ideales lo que es externo, efímero. El siglo XIX, para engañarse a sí mismo con una terrible ilusión sobre este hecho, añadió a la ya antigua «ley de la conservación de la materia» la llamada «ley de la conservación de la energía». Ha inventado estas leyes para engañarse a sí mismo y ocultar el hecho de que en la naturaleza nada permanece, sino que todo es efímero, que incluso la materia y la energía son efímeras. Cuando las encarnaciones se repitan en el futuro, no quedará nada del alma, salvo el autómata humano, si esta alma vacía solo se llena con el material científico observado sensorialmente. Porque eso no ejerce ningún poder vivificante ni fecundador sobre el alma.
El alma nace hoy, procedente de vidas terrenales anteriores, ansiando ser fecundada por algo para poder seguir avanzando a través de las siguientes vidas terrenales. Pero la absorción del conocimiento de lo meramente efímero solo le proporciona la muerte del alma, la asesina. Esto es lo que hoy hay que comprender seriamente: que si de ahora en adelante solo puede haber incomprensión frente a los dogmas envejecidos, entonces solo podría producirse la parálisis, la muerte, a través de un conocimiento de la naturaleza no impregnado de espíritu, y el alma tendría que sufrir la segunda muerte, la muerte del alma. Depende totalmente de los seres humanos y de la humanidad mantener vivas las almas. El ser humano no debe entregarse hoy a esa cómoda pasividad diciendo: «Soy un ser eterno y mi esencia eterna se mantendrá en todas las circunstancias». Esto no se corresponde con la realidad. Es cierto que este núcleo eterno está presente en el ser humano, pero debe ser fecundado precisamente en esta época de decisión si no quiere que muera. Y no hay otro medio para mantener viva el alma que romper con las meras observaciones físicas y sensoriales de la naturaleza y fundar una verdadera ciencia espiritual, que demuestre también frente a los hechos naturales cómo el espíritu vive en todo lo que se puede observar con los sentidos. Lo importante es no aceptar nada que sea meramente un registro de material físico sensorial, sino exigir que todo el material físico-sensorial esté impregnado de ideas espirituales, que viven en él, pero que no deben ser expulsadas. Porque cuando las almas que provienen de vidas terrenales anteriores absorben este conocimiento espiritual de la naturaleza, se enriquecen y, por lo tanto, se les permite llevar su vitalidad a las siguientes vidas terrenales. ¡La continuidad del alma, su salud, incluso la continuidad de la vida del alma misma, el alejamiento de la muerte del alma de la humanidad dependen de la espiritualización de nuestro conocimiento de la naturaleza!
Partiendo de estos hechos, y no de ningún prejuicio arbitrario, hoy aspiramos a esta espiritualización de las ciencias naturales. Y si la humanidad, en muchos de sus ejemplares, se opone a esta espiritualización de las ciencias naturales, es precisamente porque desconoce el verdadero significado de los hechos, incitada por espíritus que bien conocemos y que pueden imponerse tanto más en la naturaleza humana cuanto menos ha aportado el alma de sus encarnaciones anteriores. De toda la estructura de nuestra vida actual, que se compone espiritualmente de una ciencia natural desprovista de espíritu y de confesiones desprovistas de sentido, surge lo que una y otra vez se opone de la manera más absurda a la voluntad de una penetración espiritual del conocimiento natural. Nunca se insistirá lo suficiente en lo necesario que es en nuestra época comprender profundamente este hecho y, si se me permite utilizar esta expresión, adaptarse a él. No podemos tomar lo suficientemente en serio lo que hoy en día se rechaza como una ciencia impregnada de espiritualidad, ya sea que surja de la manera que he oído mencionar esta tarde, —no sé hasta qué punto se basa en la verdad—: que incluso por decisión de los estudiantes que llevan colores se han boicoteado las conferencias celebradas la semana pasada, o si se presenta de otra forma. Hoy en día se pueden recoger montones de escritos que se oponen a esta ciencia espiritual. Y lo que se impone en corrientes bastante oscuras y sucias, aquellos que aman dormir estas cosas, también podrán percibirlo con bastante fuerza en un tiempo relativamente corto. Hoy en día sigue siendo más cómodo no prestar atención a estas cosas que prestarles atención. Pero ya no estamos en el punto en el que podríamos dar marcha atrás y dejar de hablar del mundo. Eso ya no es posible. Y por eso solo hay un camino y es seguir avanzando. Pero este avance está ligado a una participación activa en las «discusiones» de la época, que cada vez adoptan formas más graves, —ya no se pueden llamar discusiones, pero llamémoslas así—. Solo si logramos defender la ciencia espiritual con una fuerza poderosa, que solo puede fluir cuando cada uno hace lo que le corresponde, y no tememos caracterizar sin tapujos y sin reservas todos los casos en los que existe una hostilidad oculta contra la ciencia espiritual, solo entonces habrá esperanza de salir adelante. No se trata tanto de contrarrestar y defender lo que, tomado al pie de la letra, se presenta como oposición a la ciencia espiritual. Sin duda, esto es necesario en uno u otro caso, pero no es suficiente. Porque, al fin y al cabo, solo es un fenómeno secundario que, a partir de malentendidos absurdos o de incomprensiones, surja una oposición maliciosa contra la ciencia espiritual. En cierto modo, es algo secundario que, naturalmente, de vez en cuando hay que poner en perspectiva. Es secundario, por supuesto, cuando, —como ya mencioné recientemente en una conferencia pública—, personas como Frohnmeyer afirman sobre la figura principal del grupo plástico de Dornach, que puede experimentarse como la figura de Cristo, que en Dornach hay una «estatua del hombre ideal», «arriba con rasgos humanos, abajo con rasgos animales». Es ciertamente necesario señalar algo así, pero en última instancia no solo para defender nuestra ciencia espiritual, sino desde un trasfondo mucho más profundo y significativo. Quien es capaz de difundir una mentira tan terrible, perjudica a la humanidad en todo lo que escribe y dice, cuando debería estar educando a la humanidad. Y lo significativo no es que alguien como él diga una vez una mentira descarada, sino que, a partir de este síntoma, que un ser humano sea capaz de mentir tan descaradamente, se puede ver por qué caminos caminan hoy ciertos líderes de la humanidad. Por los ataques contra la ciencia espiritual se puede reconocer cómo es el sentido de la verdad actual. Y en este campo más amplio debe llevarse a cabo el trabajo en este ámbito espiritual. Eso es lo que importa. No hay que rehuir la búsqueda de este sentido de la verdad que falta en todos los ámbitos. Y la humanidad debe aprender a comprender que solo con un verdadero sentido de la verdad se puede trabajar por el futuro, si las almas han de encontrar el camino desde la encarnación de esta era hacia la encarnación de las próximas eras. Hoy en día no se trata de algo formal, sino de la vida real del alma a lo largo de las sucesivas vidas terrenales. Busquen y encontrarán la relación entre esa falsedad interior del pensamiento que les he descrito anteriormente, —en las confesiones externas del alma, sin establecer una conexión interior con la verdad—, y la falsedad en el mundo exterior. Porque, al fin y al cabo, es un fenómeno curioso que tales falsedades se den con tanta fuerza precisamente en aquellos, —con lo cual no quiero decir que no estén presentes en los compañeros de otras facultades—, que en realidad deberían ser los maestros de la humanidad, los grandes guardianes de las verdades religiosas.
Esa es la primera obligación del hombre actual que quiera tener alguna relación con la vida espiritual: buscar la falsedad que se ha convertido en parte de la historia cultural. Es curioso lo profundamente arraigada que está esta falsedad cultural e histórica. Es una característica de nuestra época. Desde la política, donde ha echado sus malas raíces, ha acabado por extenderse también a otros ámbitos. Y ya se ha llegado a una situación en la que las personas apenas pueden distinguir entre la veracidad y la falsedad en relación con ciertos fenómenos de la vida. Como ven, la falsedad, un fenómeno de la vida con el que nos encontramos a cada paso en la vida cotidiana, desempeña un papel tanto en esta vida cotidiana como en los grandes asuntos de la vida. Al fin y al cabo, la falsedad actual proviene de la misma tendencia, independientemente de si se manifiesta entre los ilustrados señores —iluminados, eso sí, por una luz extraña— que se reunieron en Ginebra, o si se manifiesta en las diversas tertulias burguesas y proletarias. Lo que se ha vivido como espíritu en Ginebra y en las tertulias burguesas y proletarias es popular como falsedad, y entre paréntesis quiero decir —los presentes no deben tomarme a mal, entre paréntesis puedo decirlo— que tampoco se ha erradicado por completo dentro de la Sociedad Antroposófica. Esta falta de veracidad es un fenómeno cultural e histórico de la actualidad, y hay que ocuparse de ella. Sobre todo, no debe ser excusada en ningún ámbito, sino que debe ser caracterizada y presentada ante los contemporáneos. Una y otra vez vemos que, cuando surge la urgente necesidad de señalar estas cosas, incluso personas que pertenecen al movimiento antroposófico, porque les resultan incómodas, porque tienen que vivir en la falsedad y, por lo tanto, les resulta muy incómodo caracterizar la falsedad en uno u otro caso, esta caracterización de la falsedad se toma siempre a mal.
Las cosas que he dicho hoy, pensadas en relación con lo que he dicho en las dos reflexiones anteriores sobre la reencarnación de las almas en el mundo civilizado actual, así como sobre el interés que existe en una parte de la humanidad por no permitir que lo decisivo que se acerca a la humanidad en la era actual llegue a esta humanidad, pueden dar una idea de la gran seriedad de las tareas de nuestro tiempo en las que estamos inmersos.
Estas tareas temporales están impregnadas de la más profunda seriedad. Y precisamente porque es tan necesario partir de este punto de vista en nuestro terreno, la última vez hablé al final de lo doloroso que me resulta que hoy se dedique tanto tiempo sin que al mismo tiempo exista la posibilidad de continuar el trabajo antroposófico anterior tal y como era antes de que surgiera la necesidad —y es una necesidad —de trabajar en las cosas que aquí se han discutido a menudo y que hoy deben estar absolutamente presentes. Sin embargo, si queremos situarnos en la relación correcta con estas cosas, entonces es necesario, necesario precisamente desde el espíritu de las grandes tareas de nuestro tiempo.
Hoy en día debemos tener cada vez más claro lo siguiente: nuestros amigos se han integrado en gran medida en el movimiento antroposófico, tal y como existe desde principios de este siglo. Este movimiento antroposófico es algo que realmente no solo tiene una realidad aquí en el plano físico, sino que es continuamente un asunto de los mundos espirituales, un asunto directo de los mundos espirituales. Por supuesto, las medidas prácticas más extremas también son un asunto de los mundos espirituales, pero no en el mismo sentido que el propio movimiento antroposófico. Y sobre esto tengo que decir hoy unas palabras. El movimiento antroposófico, en sus aspectos espirituales, continúa, independientemente de que las personas que lo representan sean diligentes o perezosas; independientemente de que las personas que lo representan se esfuercen por hacer avanzar las cosas o no, simplemente avanza más rápido o más lento, pero sigue existiendo en su realidad espiritual. Dado que se ha hecho necesario poner en práctica cosas que han surgido directamente de las exigencias del presente, la situación es diferente en este caso. Estas cosas deben hacerse en el momento adecuado, ya que es imposible lidiar con ellas si no se completan en el momento adecuado. En lo que respecta a las cosas de la vida práctica, puede ocurrir que, si se hacen con lentitud, simplemente lleguen demasiado tarde. Sin embargo, dentro del movimiento antroposófico, en muchos casos nos hemos acostumbrado a lo que puede ir lento o rápido. Y ahora se está extendiendo la práctica que se ha adquirido allí a aquellas cosas en las que esta práctica no es posible. Y eso es, principalmente, lo que subyace a lo que quise caracterizar recientemente al señalar que, una vez más, debe crearse la posibilidad de cultivar aquello de lo que, al fin y al cabo, todo emana: el movimiento antroposófico como tal. Cuánto tiempo he tenido que señalar que ahora no es posible mantener conversaciones personales. Sí, queridos amigos, en los últimos días de la semana pasada, las pocas personas que realmente pueden trabajar en los asuntos prácticos, hemos estado ocupados hasta las tres de la madrugada. Y, sin embargo, la gente siempre se muestra reacia cuando no se puede satisfacer el deseo de mantener una conversación personal. Pero me gustaría saber de dónde va a salir el tiempo para ello. Hay que entenderlo. Esto no debe dar lugar a una indiferencia en la vida antroposófica misma; sino todo lo contrario, debe dar lugar a un fortalecimiento de la vida antroposófica. Porque tengan por seguro que, cuando se produzca este fortalecimiento de la vida antroposófica, lo demás necesario vendrá por sí solo en los ámbitos prácticos de la vida. Pero el fortalecimiento debe llegar antes que nada. Este fortalecimiento debe llegar de tal manera que intentemos expulsar todo lo onírico de nuestras almas. Lo que solo quiere incubarse en alguna isla de la vida, lo que no quiere preocuparse por lo que sucede en la vida actual, es lo que paraliza la persecución de las verdaderas tareas de la vida. Estas tareas se paralizan cuando, por un lado, las personas permanecen ciegas, permanecen adormecidas ante lo que ocurre en la vida exterior y buscan su salvación, que es más bien la lujuria de su alma, en el tratamiento de todo tipo de problemas místicos ajenos a la vida en sus islas vitales.
Con ello toco algo extraordinariamente importante, algo que es una aplicación directa de las ideas sobre las grandes tareas de nuestro tiempo a nuestro propio movimiento. Cada uno de nosotros debería colaborar en el fortalecimiento de este movimiento antroposófico. Solo se puede colaborar en el fortalecimiento de este movimiento antroposófico si se cultiva una mirada libre y abierta hacia lo que son los signos de decadencia en nuestra vida cultural en general. Para los antroposofos no es posible ignorar estos signos de decadencia a gran escala. No es posible para ustedes ignorar lo que impregna la civilización actual con una fuerza que la empuja al abismo. Aunque por un lado no sea agradable oírlo y por otro se olvide una y otra vez, tengo que señalar una y otra vez que las cosas no mejoran por sí solas. Y la reflexión contemplativa actual, que para muchos es una especie de demostración trascendental, es lo que nos perjudica enormemente. En lugar de despertar la voluntad y decirse: «Quiero hacer», se reflexiona sobre si aquí o allá las circunstancias son tales que se puede hacer algo.
Mis queridos amigos, si desde principios de siglo se hubiera pensado así sobre el movimiento antroposófico, hoy nunca sería lo que es. Porque las personas inteligentes que aparecieron en aquel entonces dijeron que en Múnich había que trabajar de tal o cual manera; y los aún más inteligentes volvieron a distinguir entre Schwabing y Múnich, y oyeron crecer la hierba por todas partes, lo que les indicaba cómo eran los lugares en cuestión. Entonces llegaron aquellos que encontraron condiciones muy especiales en Hannover y Fráncfort. Era algo que se encontraba en todas partes. Si se hubiera prestado atención a ello, no se habría avanzado ni un paso. Ya entonces era algo malo, pero hoy, cuando se trata en muchos casos de tareas de la vida práctica, es algo aún peor. Porque hoy no se trata de que descubramos esas tonterías, sino de que pongamos nuestra voluntad en marcha para hacer algo, para trabajar de verdad. Por supuesto, es muy fácil decir: en la atmósfera trascendental de tal o cual lugar siento que no se puede hacer esto o aquello; es mucho más fácil que simplemente querer hacer algo. Hoy en día hay que recurrir lo menos posible a lo exterior y poner en marcha lo más posible lo interior. Esto es algo que realmente no se puede enfatizar lo suficiente.
Y a esto se suma que, si bien es necesario mantener la seriedad antroposófica, también hay que esforzarse por abordar las cosas con verdadero interés en lo que respecta al exterior. Tenemos que saber lo que ocurre en el mundo, y ocurren muchas cosas. Pero es sorprendente lo poco que nos importa lo que sucede, incluso en nuestros círculos.
Quiero destacar un hecho lamentable. Este hecho tiene muchas causas, pero hoy no habría tiempo suficiente para describirles todas y cada una de ellas. Pero lo cierto es que nuestra revista sobre la tripartición no ha ganado casi ningún suscriptor desde mayo. Y eso que somos una sociedad que cuenta con miles y miles de miembros. Es realmente muy triste que haya que constatar un hecho así. Pero estos hechos están ahí, y este es solo uno de ellos. Créanme, es totalmente cierto: los adversarios son otros tipos, están por todas partes en sus puestos. Y sus maquinaciones se extienden. No digo estas cosas sin pensar, y sobre todo sin pensar en lo que debemos esperar si no reunimos todas las fuerzas que tenemos, si no sumamos todas las fuerzas individuales. Eso es lo que necesitamos. Ahora debemos tener tanta antroposofía en nosotros que podamos ponernos manos a la obra, de lo contrario llegaremos demasiado tarde. Y no veo que desde otros frentes se esté haciendo lo que hay que hacer, de lo contrario no diría que llegamos demasiado tarde.
Se avecinan muchas cosas buenas, sobre todo la participación de una parte del alumnado en nuestros esfuerzos. Precisamente de este ámbito puede surgir lo más fructífero, si se aborda esta cuestión con una comprensión auténtica y verdadera; pero también debemos tener claro cómo hay que abordar esta cuestión. Sin duda, no se puede hacer con un misticismo confuso. Se trata de abordar la cuestión desde el esfuerzo vital interior.
Esto y muchas otras cosas más se podrían decir hoy, pero creo que lo demás lo descubrirán ustedes mismos si continúan desarrollando en su interior las ideas que se han planteado. Pero que deseen seguir desarrollándolas es lo que me gustaría expresar como deseo provisional al final de esta última conferencia. Y ahora los tiempos son tales que no puedo plantear ese deseo para que se cumpla dentro de unos años, sino que solo puedo pensar en las semanas que faltan hasta que pueda volver aquí. Porque, en el fondo, la situación actual es tal que realmente necesitamos el tiempo, que realmente cada semana que no aprovechamos puede estar perdida.
Por eso, queridos amigos, al final de esta conferencia quiero decirles dos cosas: en primer lugar, deseo que se comprenda lo que he dicho hoy hasta que nos volvamos a ver. En segundo lugar, que este reencuentro pueda tener lugar, señalando cosas que vayan en la dirección de este deseo. En este sentido, ¡les digo hasta pronto!
Traducido por J.Luelmo sep,2025