GA139Basel 24 septiembre de 1912 evangelio de s. Marcos EL VERBO DEL PRINCIPIO - ESENCIA DE LA TIERRA

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Rudolf Steiner

EL VERBO DEL PRINCIPIO - ESENCIA DE LA TIERRA

10ª conferencia

Basel 24 septiembre de 1912

En la conferencia anterior hemos visto que, según el relato en el Evangelio de Marcos, hubo una interrupción de la convivencia de los discípulos escogidos con el Cristo Jesús, un hecho a que también en los otros Evangelios se alude claramente. Justamente los más cercanos en torno de El no participaron de lo acontecido a partir de la entrega del Cristo Jesús, o sea, del juicio, de la condena y de la crucifixión. Este hecho se destaca deliberadamente, lo que es otra particularidad del Evangelio. Con ello se quiere dar a entender cuál debe ser la característica del camino que conduce a la comprensión del Misterio de Gólgota y cómo, en los tiempos posteriores al Misterio de Gólgota, los hombres podrán llegar a esa comprensión. Al respecto, hay que tener presente que tal comprensión deberá alcanzas-se de un modo totalmente distinto a como se llega a comprender cualquier otro hecho histórico de la evolución de la humanidad. Justamente lo sucedido en nuestra época nos enseña de qué se trata.

Desde el siglo XVIII, partiendo de los más diversos puntos de vista, el pensar moderno está buscando una especie de apoyo para la fe en el Misterio de Gólgota; y esta búsqueda ha pasado por múltiples aspectos.

Anteriormente al siglo XVIII no interesaba, en el fondo, la característica de los documentos históricos —en el sentido en que se suele considerarlos como “documentos históricos”_ los que puedan servir para corroborar la existencia de Cristo Jesús. Mucho más vivía en las almas humanas el efecto visible del Misterio de Gólgota, de modo que no se consideraba necesario preguntar si algún documento atestiguaba que Cristo había vivido. Para los que profesaban el cristianismo era lo más natural creer en la existencia de Cristo Jesús como asimismo —y esto mucho más de lo que hoy día se piensa— basarse en el convencimiento de su naturaleza espiritual-divina; humana y sobrehumana, al mismo tiempo. Pero cada vez más se aproximaban los tiempos del materialismo; y paralelamente sobrevenía lo que necesariamente se relaciono con la concepción materialista: ella no tolera tomar en consideración que en el ser humano haya algo de una individualidad superior, ni tampoco tolera que aparte del aspecto exterior de la personalidad se considere la existencia de un elemento espiritual del hombre. Para la observación material (que es la acostumbrada en nuestra época) todos los hombres se parecen entre sí: todos tienen dos piernas, una cabeza con su cabello y dos ojos, la nariz en el centro del rostro. Como todos son “iguales”, no hay motivo para buscar algo más detrás del hombre exterior; y el materialismo no admite que detrás de una persona haya algo distinto de todos los demás. De esta manera se perdió la posibilidad de comprender que en el hombre “Jesús de Nazareth” pudiese haber existido el “Cristo”. Finalmente, al entrar en el siglo XIX, se perdió la idea del “Cristo”. Cada vez más, sólo se tomó en consideración al “Jesús de Nazareth” quien habría nacido en Nazareth; vivió como hombre, pero difundiendo los mejores principios, y que de alguna manera habría sufrido el martirio. En lugar del Cristo Jesús se llegó a hablar del hombre Jesús. Para la concepción materialista esto fue lo más natural.

Como consecuencia natural surgió en el siglo XIX, la así llamada “investigación acerca de la vida de Jesús”; e incluso la teología racionalista se contentó con esta investigación de la vida de Jesús, compilando los datos correspondientes de la misma manera como esto se practica, por ejemplo, en lo referente a Carlomagno u otras personalidades históricas. Pero reunir datos sobre Jesús de Nazareth es tarea bastante difícil. Como documentos principales existen, ante todo, los Evangelios y las Epístolas de San Pablo. Se entiende, sin embargo, que los Evangelios como tales no pueden considerarse como “documentos históricos”. Son cuatro libros que para la consideración exterior materialista resultan contradictorios entre sí… pero en el curso de la investigación se trató de hallar toda clase de solución. En esta solución hubo un período, dentro del tiempo materialista en que, por no creer en “milagros”, se los interpretaba de la más curiosa manera. Así por ejemplo: en cuanto a la aparición del Cristo Jesús junto a la mar, se decía que El no caminaba físicamente sobre el agua; pero que los discípulos desconocían las condiciones del mundo físico y, en determinado momento de la investigación, se dio la explicación de que los apóstoles estaban en el barco, y en la orilla del otro lado andaba el Cristo Jesús; de esta manera ellos creían que El anduviese sobre el agua. Pero hubo también aberraciones racionalistas todavía más absurdas; por ejemplo que para transformar el agua en vino, se la habría mezclado con algo así como una esencia de vino. A otro se le ocurrió explicar bautismo en el Jordán presumiendo que justamente en ese instante una paloma habría volado sobre el lugar. ¡Todas estas cosas existen en el campo de la ciencia que se jacta de rigurosamente objetiva! Empero, dejando a un lado semejantes aberraciones, podemos considerar la investigación que, desechando lo suprasensible, trató de clasificarlo como añadidura materialista, diciendo: si no es posible creer realmente en Cristo Jesús, si se pone en duda que el hijo de un carpintero de Nazareth, a los doce años de edad pudiese haber estado en el templo, etc. — si se excluye todo lo metafísico y si se combina lo que en los distintos Evangelios concuerda y lo que no concuerda, se llegaría tal caso a una especie de biografía de Jesús de Nazareth. Esto se trató de hacer de la más variada manera, con el resultado, por supuesto, que cada una de esas biografías fue distinta de las demás. Además, hubo un tiempo de la investigación de la vida de Jesús, en que se veía en Jesús de Nazareth a un hombre superior, de una manera similar a como se caracteriza a Sócrates, según una Concepción superior.

Empero, la referida investigación que ante todo quiso llegar a una biografía de Jesús de Nazareth, debía encontrar Oposición con respecto a dos puntos de vista: primero, frente a los documentos mismos; puesto que en el sentido en que los historiadores avaloran los “documentos históricos”, los Evangelios no lo son. Esto se debe en primer lugar a las muchísimas contradicciones y a toda su tradición. Por otra parte, a la investigación de la vida de Jesús, últimamente se agregó algo como resultado de quienes tomaron en consideración ciertos pasajes en los Evangelios: términos que se repiten y de los cuales sabemos que se refieren a hechos suprasensibles. Pero estas otras personas, prisioneros de su fe materialista, si bien encontraron esas cosas, no pudieron simplemente escamotearlas de investigación, tal como se había procedido hasta entonces. Esto condujo en los últimos años a la investigación acerca del Cristo, mientras que la investigación de la vida de Jesús culminó en lo que un erudito contemporáneo llegó a llamar el “hombre sencillo de Nazareth”. Y muchos lo encontraron más agradable y más conveniente hablar del “hombre sencillo de Nazareth” en vez de reconocer algo superior o de elevarse al Hombre-Dios. No obstante, otros si encontraron al Hombre-Dios, y así resultó la investigación acerca del Cristo.

Esta es una cosa bastante curiosa, que en forma grotesca aparece en el libro “Ecce Deus” de Benjamín Smith y en otros de sus escritos. Allí se dice que en realidad un “Jesús de Nazareth” jamás existió; se trata simplemente de un mito. ¿Y qué es el Cristo del cual hablan los Evangelios? Pues bien, es un dios imaginario, un ideal. Desde tal punto de vista, esa gente tiene motivos suficientes para negar la existencia de “Jesús de Nazareth”; puesto que los Evangelios hablan del “Cristo” y le atribuyen cualidades que según la concepción materialista no existen. De ahí resulta con evidencia que históricamente el Cristo no puede haber existido y que se trata de una figura imaginaria, creada como obra de arte en la época en que se sitúa al Misterio de Gólgota. De esta manera se dejó de hablar, últimamente, del “Jesús”, pasando al “Cristo”, pero éste no es ninguna entidad “real”, sino que meramente vive en los pensamientos humanos. Hoy en día, todo en este campo es sin fundamento. Naturalmente, el público en general, apenas tiene conocimiento de lo que allí ocurre. En el fondo, todo cuanto en la ciencia se refiere al Misterio de Gólgota, está socavado, sin ningún fundamento firme. La investigación de la vida de Jesús se ha desprestigiado, porque nada puede comprobar; y la investigación acerca del Cristo está fuera de una seria discusión. Empero, lo principal es el profundo efecto del obrar de la entidad relacionada con el Misterio de Gólgota. Si todo fuera “imaginario”, nuestro tiempo materialista debería llegar a la conclusión de que es inútil ocuparse de ello, pues un tiempo materialista no puede creer en una “imaginación” que habría cumplido con la más importante misión de todos los tiempos. Nuestro tiempo racionalista ha llegado a un extremo en cuanto a la acumulación de contradicciones, y no se da cuenta que justamente en el campo científico merece que referente a lo expuesto se apliquen las palabras: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Esto realmente corresponde a toda la investigación actual acerca de Jesús y del Cristo, la que se niega a apoyarse seria y dignamente en la base espiritual.

El Evangelio mismo alude claramente a lo que de la manera expuesta surgió en nuestro tiempo. Los materialistas que sólo quieren creer lo que la existencia sensorial ofrece a la conciencia materialista, no pueden encontrar el camino al Cristo Jesús, pues este camino ha quedado cerrado debido a que los más cercanos al Cristo le abandonaron precisamente al realizarse el Misterio de Gólgota, y sólo más tarde volvieron a encontrarle; por lo cual no participaron de lo que entonces en el plano físico tuvo lugar. Y todo el mundo sabe que, del otro lado, no se dio ningún documento fehaciente. No obstante, hállase precisamente el Misterio de Gólgota tanto en el Evangelio de Mareos como asimismo en los relatos de los otros Evangelios.

¿Cómo se logró hacer esos relatos?

Es sumamente importante contemplarlo.

Considerémoslo únicamente con respecto al Evangelio de Marcos. En él se explica suficientemente, si bien en forma breve y concisa, después de la escena de la resurrección, que el mancebo de la vestimenta blancatalar, es decir el Cristo cósmico, volvió a aparecer para los discípulos, dándoles impulsos, después de haberse realizado el Misterio de Gólgota. Compenetrados del impulso recibido, a los apóstoles tales como por ejemplo Pedro, se les encendió la visión clarividente, de modo que les fue posible ver más tarde, por clarividencia, lo que no habían percibido físicamente, porque habían huido. A Pedro y los que después de la resurrección del Cristo, también fueron dotados del discipulado, se les abrió la vista clarividente, de modo que pudieron ver el Misterio de Gólgota. ¡Únicamente el camino clarividente conduce al Misterio de Gólgota, aunque se había realizado en el plano físico! Esto hay que tenerlo presente. El Evangelio lo da a entender, cuando relata que en el momento decisivo los más llamados habían huido. Pero después de haber recibido el impulso del Cristo resucitado, en un alma como la de Pedro se despertó el recuerdo de lo sucedido después de la huida. Comúnmente, el hombre sólo recuerda lo vivenciado dentro de la existencia sensoria. En cambio, mediante una clarividencia como la que se suscitó en los discípulos —en contraste al recuerdo común— se perciben, como por memoria, acontecimientos físico-sensibles que no habían sido presenciados. En un alma como la de Pedro, se trata pues de un surgimiento del recuerdo de lo acontecido sin haberlo presenciado. Y a los que estaban dispuestos a oírle, Pedro enseñó entonces, en base a la memoria, lo concerniente al Misterio de Gólgota, quiere decir que enseñó lo que él recordaba sin haberlo presenciado.

De esta manera, el Misterio de Gólgota apareció como enseñanza, como revelación. Pero el impulso del Cristo, dado a semejantes discípulos como lo fue Pedro, también se transmitió a los discípulos de estos apóstoles; y uno de ellos, discípulo de Pedro, fue quien originariamente compuso —si bien verbalmente, no más — el así llamado Evangelio de Marcos. El impulso recibido por Pedro se transmitió al alma de Marcos, de modo que en su alma propia, se suscitó la visión de lo acontecido en Jerusalén, como el Misterio de Gólgota. Durante algún tiempo, Marcos había sido discípulo de Pedro. Después se trasladó a un lugar que le sirvió verdaderamente de ambiente apropiado para darle a su Evangelio justamente el matiz que a este libro se le debía conferir.

En toda nuestra exposición hemos visto que el Evangelio de Marcos nos permite sentir lo más claramente la grandeza cósmica y la importancia del Cristo. Y fue precisamente el lugar al cual había sido trasladado que influyó sobre el primitivo autor del Evangelio de Marcos para crear ese relato de la grandeza cósmica del Cristo. En efecto, fue trasladado a Alexandría en Egipto, donde vivió en una época en que la sabiduría judía de carácter teosófico- filosófico había alcanzado cierta altura; y allí pudo acoger lo mejor del gnosticismo pagano. También pudo acoger ideas concernientes al descender del ser humano desde lo espiritual; pensamientos sobre la relación del hombre con Lucifer y Arimán; sobre el penetrar en el alma humana de las fuerzas luciféricas y arimánicas; todo esto lo acogió del gnosticismo pagano, para la comprensión del origen cósmico del hombre en relación a la reconstitución de nuestro planeta. Pero también pudo percatarse, precisamente allí en Egipto, de cuán grande fue el contraste entre la primitiva predestinación del hombre y lo que había llegado a ser. Esto se evidencia ante todo en la cultura egipcia que había tenido su origen en las más sublimes revelaciones, las que encontraron su manifestación en la arquitectura egipcia, principalmente en las pirámides y en los palacios, en la cultura de las esfinges; pero esta cultura egipcia llegaba, cada vez más, a la decadencia y a la corrupción, de modo que justamente sus obras más grandes caían, más y más, durante el tercer período cultural, en las peores aberraciones espirituales y de la magia negra. No obstante, quien supo verlo espiritualmente, todavía llegaba a descubrir en la civilización egipcia los más profundos misterios, porque todo tenía su origen en la sabiduría pura de Hermes; pero sólo lo veía el alma apropiada, capaz de percibir el fondo y no la corrupción existente. Ya en la época de Moisés, la corrupción se había extendido mucho; y lo bueno que por un lado existió, apenas perceptible para un alma tan noble, Moisés debió extraerlo de la cultura egipcia con el fin de transmitirlo a la posteridad. Pero después, la corrupción en sentido espiritual siguió extendiéndose.

Con el alma viviente, Marcos percibió la decadencia de la humanidad, vio principalmente que las ideas se trastrocaban en materialistas. Ante todo se percató de un hecho que en nuestro tiempo, si bien en otra forma, puede percibir el hombre cuyo sentimiento es susceptible de ello. En cierto modo presenciamos en nuestra época el resurgimiento de la cultura egipcia. Muchas veces me he referido a los curiosos concatenamientos que se producen en la cultura de la humanidad: dentro de los siete períodos sucesivos de una era extensa, el cuarto período cultural, con el helenismo y el Misterio de Gólgota, existe por sí solo; pero el tercer período, el de la cultura egipcio-caldea, se reproduce — de una manera que carece de espiritualidad— en la ciencia actual, dentro de nuestra propia cultura. En nuestra cultura materialista e incluso en la civilización exterior tenemos, en la 4uinta cultura, cierto resurgimiento de la tercera. De un modo similar reaparecerá la segunda cultura en la sexta y la primera en la séptima. Así se concadenan entre sí los distintos períodos culturales. En nuestros días experimentamos lo que un genio como Marcos había vivenciado intensamente. Si dirigimos la mirada sobre nuestra cultura, sin tomar en cuenta la opinión corriente que se niega a verlo, y dejando a un lado los fenómenos más corruptos, podemos decir que todo está mecanizado y que dentro de nuestra cultura materialista verdaderamente se idolatra al mecanismo. Ciertamente la gente no lo llama veneración o devoción, pero las fuerzas del alma que otrora se dirigían hacia las entidades espirituales, se las dirige ahora hacia las máquinas, a los mecanismos. A ellos se dedica toda la atención, como en otros tiempos se la dedicaba a los dioses. Es que principalmente la ciencia ni se da cuenta cuán poco ella realmente tiene que ver con la verdad y con la lógica genuina. Considerado desde un punto de vista superior, existe, ciertamente, un profundo afán y una intensa inquietud, pero no en la ciencia de carácter oficial. En ella rige un contentarse con lo irreal y lo ilógico, sin darse cuenta de estar sumergida en lo contrario de la lógica. Al percibirlo y al vivenciarlo, deberá encenderse un polo por contacto con el otro, dentro de la evolución de la humanidad. Precisamente lo irreal y lo ilógico de la ciencia exterior, este envanecerse sin darse cuenta de la verdadera posición en que ella se halla; todo esto deberá conducir y conducirá, paso a paso, a la más noble reacción del alma humana, a la búsqueda de lo espiritual. Durante mucho tiempo más los hombres que están sumergidos en lo desnatural y en la falta de lógica probablemente continuarán burlándose de la ciencia espiritual, o a calificarla como un peligro. No obstante, por sí solo se encenderá el otro polo por la fuerza interior de los hechos. Para abreviar el camino, debemos verdaderamente optar —sin compromiso— por la vida espiritual y dejar que sus impulsos produzcan efecto en nosotros. Cuanto más tengamos presente que hay que encender la interioridad de la vida espiritual y que lo justificado del pensar materialista de nuestro tiempo sólo debe verse en sus resultados prácticos, tanto mejor será. En sus progresos reales, la ciencia corriente hállase en armonía con la investigación espiritual. Por otra parte, pueden comprobarse múltiples errores de pensamiento en todo lo que hoy día se considera como firme resultado científico. Pero cuanto más errores se cometen, tanto más esa ciencia se jacta de sus resultados — y declama contra la ciencia espiritual.

Todo esto producirá la más noble reacción y, cada vez más, suscitará el anhelo de la ciencia espiritual. Semejante reacción es la que en nuestro tiempo corresponde a lo que Marcos debió viven- ciar al evidenciarse en su época que la humanidad había descendido de su anterior altura espiritual a lo meramente material; y de este vivenciar le resultó la profunda comprensión de que el impulso más importante es de naturaleza suprasensible; y en ello también recibió el apoyo de su maestro. Lo que Pedro le había dado, no provenía de un recuerdo sensorial del Misterio de Gólgota, como de alguien que con sus ojos hubiera visto lo acontecido en Jerusalén, sino que todo fue investigado después, por medio de la clarividencia. De esta manera se obtuvieron todas las noticias sobre el Cristo Jesús y el Misterio de Gólgota; éste se llevó a cabo en el plano físico, pero sólo pudo conocerse por la posterior visión clarividente. Esto es algo que hay que tener bien presente: que el Misterio de Gólgota es un acontecimiento cuya comprensión, a pesar de los documentos que nos han quedado, debe buscarse por el camino metafísico. Quien no lo comprende, podrá discutir acerca del valor de uno u otro Evangelio. Para el conocedor de los hechos, no existe ninguna de esas cuestiones, porque él sabe que, fuera del contenido de los Evangelios, debemos fijarnos en lo que, incluso en nuestros días, puede revelarnos la investigación clarividente. Examinando la verdad de lo acontecido, la reconstrucción en base a los datos de la Crónica del Akasha nos enseña cómo hemos de concebir los Evangelios y qué nos dicen los distintos pasajes acerca de lo que en la época en que el hombre desde la altura de antaño había descendido al nivel más bajo, se presentó a la humanidad como la verdadera dignidad y la verdadera naturaleza del ser humano.

Las entidades divino-espirituales dieron al hombre su imagen exterior, su forma exterior; pero lo que desde el antiguo período de la Lemuria vivió en esta forma exterior, siempre se hallaba bajo la influencia de las fuerzas luciféricas y, en la evolución ulterior, también bajo la influencia de las fuerzas arimánicas. Bajo estas influencias finalmente se desarrolló lo que la gente llama ciencia, conocimiento, comprensión. No hemos de extrañarnos, pues, que, precisamente en aquel tiempo, si a la humanidad se le hubiera mostrado la verdadera naturaleza suprasensible del ser humano, los hombres la hubieran reconocido en el menor grado, porque no sabían en qué consiste ese verdadero ser. El saber y la cognición del hombre se enredaron, cada vez más, en la existencia sensorial, de modo que cada vez menos pudieron abarcar la verdadera naturaleza humana.

Estos son los hechos que debemos tener presente si consideramos, nuevamente, lo característico del Hijo del Hombre, la figura que se halla ante nosotros en el instante en que, según el Evangelio de Marcos, se había aflojado el contacto del Cristo cósmico con el Hijo del Hombre. Allí se encontró ante la humanidad la figura del hombre tal como la dieron las potencias divino-

espirituales. Así estuvo, pero ennoblecida, espiritualizada por la morada, durante tres años, del Cristo en Jesús de Nazareth. La humanidad sólo había adquirido la comprensión en base a la comprensividad alcanzada según los milenarios influjos luciférico y arimánico. Pero allí estuvo, reconstituido, ante los hombres lo que el ser humano había sido antes de la venida de Lucifer y de Arimán. Únicamente por el impulso del Cristo cósmico, el hombre volvió a ser lo que había sido al descender del mundo espiritual al mundo físico. Allí estuvo, el Espíritu de la Humanidad, el Hijo del Hombre ante aquellos que fueron los jueces, los verdugos; pero estuvo allí tal como había llegado a ser al haberse desprendido de la naturaleza humana todo lo que con El había descendido a la Tierra. Allí estuvo, al realizarse el Misterio de Gólgota, la imagen del hombre ante la cual los demás, en veneración, deberían haber dicho: “Allí estoy, como sublime ideal de mi propia forma, la que debo llegar a ser a través del más ferviente aspirar que de mi alma puede surgir; estoy delante del único ser digno de veneración y de adoración: ante lo divino en mí mismo”. Si los apóstoles hubiesen sido capaces del auto- conocimiento, hubieran llegado a decirse: dentro de la vastedad en torno nuestro nada existe cuyo ser y grandeza pueda compararse con lo que se halla ante nosotros como ¡Hijo del Hombre!

La humanidad de entonces carecía del autoconocimiento. ¿Y qué hacía? Escupía en El, el Hijo del Hombre, y le flagelaba. Después le llevó al lugar de la crucifixión. Esta es la peripecia dramática, el contraste entre lo que debería haberse producido: el reconocimiento de lo que allí estuvo, la figura con que nada en el mundo puede compararse, — y lo que se nos relata. Se describe al hombre que en vez del autoconocimiento se envilece, se mata a sí mismo porque no es capaz de conocerse a sí mismo y que sólo a través de esta lección cósmica puede recibir el impulso de conquistar, paso a paso, en la ulterior evolución terrestre, su verdadera naturaleza.

He allí el momento histórico universal, y así hemos de caracterizarlo de acuerdo con el relato grandioso y trascendental del Evangelio de Marcos. No basta con comprenderlo, sino que esto debe tomarse con el calor del sentimiento. Considerándolo así, se percibirá la gran diferencia entre lo que el Evangelio quiere decir y lo que hoy en día se suele presentarnos. En quien lo comprende de manera tal que llega a sentir la conformación artística y el profundo contenido del Evangelio de Marcos, este sentimiento se transformará en un hecho interior, aquel hecho real que hace falta para ganar la relación adecuada con el Cristo Jesús. El alma debe entregarse al sentimiento contemplativo que podríamos caracterizar de esta manera: mis semejantes que se hallaban en torno del Hijo del Hombre y que deberían haber reconocido el sublime ideal de sí mismo ¡cuán grande ha sido su error!

El hombre representativo de nuestra época materialista, el racionalista, no vacila en expresarse como sigue: “Hasta ahora, nadie ha contestado esta pregunta: ¿por qué la existencia es así; por qué padecemos el sufrimiento? Buda, Cristo, Sócrates, Giordano Bruno, ninguno de ellos fue capaz de correr este velo, ni en lo más mínimo”. Esto se repite en innumerables variantes; y quienes lo dicen no se dan cuenta de que se tienen a sí mismos por superiores a Buda, Cristo, Sócrates, etc. Esto es así en la época en que cada privatdocent cree comprender mejor los hechos históricos y escribe sus libros porque debe escribirlos.

No por criticismo se exponen estas cosas, sino porque únicamente si las contemplamos debidamente, ganaremos el justo distanciamiento a lo sobremanera grandioso, como lo son los Evangelios, como lo es el Evangelio de Marcos. Pero como los hombres sólo se elevan lentamente a tal altura, resulta que siempre de nuevo se entregan a malentendidos y nos presentan las más extremas desfiguraciones. En todos sus pormenores, los Evangelios son grandiosos, y cada detalle puede enseñarnos algo extraordinario. Tendría que extenderme mucho para exponer todos los grandes pensamientos del Evangelio de Marcos, pero justamente el principio del decimosexto capítulo nos hace ver cuán profundo su autor penetró en los misterios de la existencia. El sabía que la humanidad, desde las alturas espirituales había caído en el materialismo y cuán poco, en la época del Misterio de Gólgota, la comprensividad humana estaba a la altura de comprenderlo

Ahora bien, muchas veces me he referido a lo característico de lo que en el ser humano son los elementos “femenino” y “masculino”, y que en cierto modo, no como individuo, sino como “feminidad” el elemento mujer no descendió enteramente al plano físico, mientras que el hombre, tampoco como individuo, sino como “masculinidad” traspasó el punto bajo; de modo que en realidad lo verdadero humane se halla entre varón y mujer. Es también por esta razón que en las distintas encarnaciones la individualidad cambia de sexo. Pero igualmente es así que, debido a la distinta conformación del cerebro y al distinto uso que de él sabe hacer, la mujer precisamente como mujer, es capaz de concebir más fácilmente las ideas espirituales. El hombre, en cambio, por la corporalidad física exterior, posee más bien la organización para pensar las ideas materialistas; puesto que, usando un término grosero, su cerebro es más duro. El cerebro de la mujer es más blando, no tan egocéntrico, tan endurecido; pero todo esto no dice nada sobre el individuo como tal. ¡Que nadie le atribuya lo bueno o lo malo individual! En no pocos cuerpos de mujer se halla una cabeza bastante obstinada; en cuanto al contrario — ni hablar. Por lo general es así que, cuando se trata de comprender algo peculiar, el cerebro de mujer resulta más apropiado, siempre que para ello exista buena voluntad. Es por esta razón que el autor del Evangelio, después de haberse realizado el Misterio de Gólgota, primero hace acercarse mujeres.

Y como pasó el sábado, María

Magdalena, y María madre de Jacobo, y Salomé, compraron drogas aromáticas, para venir a ungirle”

Es a ellas que primero les aparece el mancebo, el Cristo cósmico; sólo después a los hombres. Hasta en semejantes pormenores de la composición se evidencia en los Evangelios y principalmente en el Evangelio de Marcos, el verdadero ocultismo, la genuina ciencia espiritual.

Únicamente si así sentimos y si nos hacemos inspirar por el contenido de los Evangelios, encontraremos el camino al Misterio de Gólgota, y entonces ya no existe la pregunta si en sentido histórico exterior se trata o no de documentos auténticos. Los que nada comprenden del asunto, que sigan investigando; para los que por la ciencia espiritual van elevándose a la comprensión de los Evangelios, resulta evidente que éstos, en primer lugar, no quieren ser considerados como documentos “históricos”, sino como testimonios que penetran en el alma. Los impulsos que de ellos emanan, compenetrarán entonces nuestra alma para sentir y vivenciar —sin documentos— que la comprensión, el saber y el conocimiento humanos, frente a la naturaleza humana, se tornaron bajos; le escupieron y la crucificaron, esa naturaleza humana a la cual, en sabio autoconocimiento, tendrían que haber venerado, como sublime ideal. Este sentimiento suscitará el máximo poder para elevarse a lo que a través de ese ideal irradia desde el calvario, para los que quieren sentir y percibirlo. El que la tierra se halla en relación con los mundos espirituales, los hombres sólo lo comprenderán realmente, si llegan a comprender que el Cristo, como realidad espiritual, como entidad cósmica, vivió en el cuerpo de Jesús de Nazareth y que todos los conductores de la humanidad, como precursores de El primero fueron enviados por el Cristo, para allanarle el camino, y para que El sea reconocido y comprendido. Ciertamente, al realizarse el Misterio de Gólgota, toda preparación resultó inútil, ya que en el momento decisivo, todo resultó insuficiente. Pero llegará el tiempo en que los hombres comprenderán no solamente el Misterio de Gólgota, sino todo lo acontecido que conducirá a su mejor comprensión.

En el campo teosófico se suele hablar de la igualdad y del reconocimiento de todas las religiones, aunque en verdad sólo se desea hacer prevalecer la propia como la religión de sabiduría. Pero el europeo no puede hacerlo puesto que ningún pueblo europeo tiene ahora un dios nacional, una divinidad surgida de su propio territorio, como la tienen los pueblos asiáticos. El Cristo Jesús pertenece al Asia, pero influyó sobre los pueblos europeos que le adoptaron. En ello no hay egoísmo

alguno, y significaría tergiversar los hechos, si el hablar del europeo sobre el Cristo Jesús se comparara con la manera como otros pueblos hablan de sus divinidades nacionales: el chino sobre Confucio, o el indio sobre Krishna y Buda. Sobre el Cristo Jesús puede hablarse puramente desde el punto de vista de la historia objetiva. Pero esta historia objetiva tiene que ver con el requerimiento del autoconocimiento del hombre, tan desfigurado, hasta a lo opuesto, al realizarse el Misterio de Gólgota. A través de éste, la humanidad puede recibir el impulso para conocerse a sí misma, de modo que, a su debido tiempo, todas las religiones del mundo, comprendiéndose mutuamente, llegarán a cooperar unas con otras, para comprender lo que significa él Misterio de Gólgota y para hacer su impulso accesible a los hombres. Cuando se llegue a comprender que, hablando del Cristo Jesús, no se trata de una religión egoísta, sino de algo que como un hecho histórico de la evolución de la humanidad, puede ser reconocido por todas las confesiones, entonces se comprenderá la esencia de sabiduría y de verdad en todas las religiones. De esta manera, el cristiano, basándose en la ciencia espiritual, puede entenderse con los hombres de todo el orbe. Y si los representantes de otros sistemas religiosos nos dicen: “Vosotros, como cristianos, tenéis la encarnación única del Dios; nosotros, en cambio podemos hablar de varias; de modo que a este respecto superamos a vosotros”, el cristiano, al contestar con respecto al Cristo, no debería tratar de igualarles, porque en tal caso le faltaría la comprensión del Misterio de Gólgota, sino que habría de responder: “Pues bien, todos aquellos que tienen muchas encarnaciones, no pudieron realizar el Misterio de Gólgota; y esto es lo que en cualquiera de las otras religiones no existe”.

Dirigir la mirada sobre el Misterio de Gólgota nos da la fuerza necesaria para hacer desaparecer el error, siempre que realmente nos acerquemos a él en espíritu; y así comprenderemos que, en el fondo, sólo la falta de voluntad para llegar a la verdad acerca del ser humano, no nos deja encontrar el recto camino de lo terrestre a lo cósmico, cuando en Jesús de Nazareth buscamos al Cristo cósmico; El se nos revela si en verdad comprendemos un documento como lo es el Evangelio de Marcos. La comprensión de semejantes documentos a través de la contemplación científica espiritual conducirá a que, paso a paso, esa comprensión se transmita a la humanidad en general; y cada vez más se reconocerán las palabras que en los Evangelios tuvimos que encontrar, incluso sin valernos de la percepción física, sino por la posterior visión clarividente del Misterio de Gólgota. Los autores de los Evangelios, basándose en la contemplación clarividente, describieron después los acontecimientos físicos. Teniéndolo presente, también hay que comprender la necesidad de lo siguiente: puesto que los hombres, como contemporáneos no pudieron comprender el acontecimiento de Palestina, este acontecimiento mismo debió dar el impulso para su comprensión. Antes de haberse realizado, no pudo haber nadie capaz de comprenderlo. Primero debió ejercer su efecto; y por ello sólo después fue posible comprenderlo. ¡Pues el Misterio de Gólgota mismo es la llave para su comprensión! Todo lo que el Cristo debió realizar, lo debió llevar a cabo, incluso el Misterio de Gólgota mismo; únicamente por lo que El mismo llevó a cabo, pudo emanar la comprensión. Entonces, por lo que El fue, pudo encenderse el Verbo que es, a la vez, expresión de su verdadera naturaleza.

Así se enciende, por lo que el Cristo fue, el Verbo del Principio, el verbo que se nos comunica y que a la contemplación clarividente vuelve a ser conocido y que también nos hace ver la verdadera naturaleza del Misterio de Gólgota. Este Verbo también debemos tenerlo en mente si nos referimos a las palabras que el Cristo mismo no solamente las pronunció, sino que también las encendió en el alma de los que le comprendieron, de modo que les fue dado describir lo que fue su naturaleza. Los hombres acogerán los impulsos del Misterio de Gólgota todo el tiempo que existirá la Tierra. Después habrá un intervalo entre la existencia de la “Tierra” y la de “Júpiter”. Semejante intervalo siempre se relaciona con que, no solamente el planeta como tal, sino todo lo que le circunda, cambia, entra en el caos y pasa por un pralaya. No sólo la tierra misma sino también el cielo que le pertenece cambia durante el pralaya. Pero lo que a la Tierra fue dado por el Verbo que el Cristo pronunció y que El encendió en los que le reconocieron, y que perdura en los que le reconocerán, este Verbo es la verdadera Esencia de la Tierra. La justa comprensión nos la da la verdad de las palabras que aluden a la evolución cósmica: que la Tierra y su aspecto, como asimismo el aspecto del cielo observado desde la Tierra, cambian al haber llegado la Tierra a la meta final; y que el Cielo y la Tierra pasarán, pero que la palabra del Cristo sobre el Cielo y la Tierra que El pronunció, perdurará. Esto nos dicen los Evangelios, si los comprendemos bien. Los impulsos más profundos de los Evangelios nos hacen sentir no solamente la verdad sino también la fuerza de la palabra, la que a nosotros mismos transmite su fuerza y nos mantiene firmes en suelo terrestre, dirigiendo la mirada a la vastedad del universo y acogiendo, con plena comprensión, la palabra: “El Cielo y la Tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”. Si bien es cierto que Cielo y Tierra pasarán, las palabras del Cristo jamás pasarán. Así podemos expresarlo, según el conocimiento oculto, pues las verdades que sobre el Misterio de Gólgota fueron pronunciadas, quedarán para siempre.

El Evangelio de Marcos enciende en nuestra alma el conocimiento de que el Cielo y la Tierra pasarán, pero que aquello que sobre el Misterio de Gólgota podemos saber, irá con nosotros, en tiempos venideros, después de que el Cielo y la Tierra ya habrán pasado.


GA139 Basel 23 de septiembre de 1912 evangelio de s. Marcos EL NUEVO IMPULSO COSMICO

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Rudolf Steiner

EL NUEVO IMPULSO COSMICO

9ª conferencia

Basel 23 de septiembre de 1912

En distintos pasajes de las conferencias anteriores nos hemos referido a que en la relación del hombre con los Evangelios se producirá un cambio cuando, en un futuro próximo, se llegará a percibir lo profundamente artístico de su composición; y esto también permitirá juzgar debidamente el fundamento oculto y los impulsos históricos que en los Evangelios se ponen de manifiesto. En este sentido, la literatura y el arte relacionados con los Evangelios, también han de confundirse con toda la evolución histórica de la humanidad, del mismo modo de como lo hemos expuesto para otros puntos.

Hemos hablado de aquellas figuras solitarias del helenismo las que en su alma experimentaron el apagarse y extinguirse de la antigua visión clarividente, teniendo que cambiarla por el elemento del cual el yo humano debe forjar la conciencia actual, los conceptos e ideas abstractos. Podemos señalar otro hecho que justamente dentro de la cultura griega constituye, en cierto sentido, un fin de la cultura de la humanidad, un punto alcanzado por esta cultura de la humanidad, para ser impulsada desde otro punto nuevo. Me refiero al arte griego. ¿Cuál es la causa de que en Europa, no solamente en la época del Renacimiento, los hombres “buscaban con el alma el país de los griegos”, porque en la maravillosa escultura de la figura humana veían un ideal de la evolución, sino que incluso en la época del clasicismo moderno, genios como Goethe, buscaban con el alma el “país de los griegos”, de la belleza escultural? Esto se debe a que en Grecia, la belleza que se manifiesta en el aspecto de la forma exterior, efectivamente había llegado a cierto fin, a cierta culminación. El con junto armonioso de la forma es lo que se nos presenta en la belleza griega, en el arte griego. Por su composición, la obra de arte griega nos dice espontáneamente lo que ella representa. Aparece ante el ojo, y se halla totalmente dentro de la existencia sensorial. Lo grandioso reside en que el arte griego se halla enteramente en el mundo de la apariencia exterior.

Podríamos decir que en el arte de los Evangelios también hay un nuevo comienzo que hasta ahora no ha sido suficientemente comprendido. En los Evangelios encontramos particularmente una íntima composición, un enlace artístico de los hilos, que son, a la vez, hilos ocultos. Por ello es tan importante lo destacado en la conferencia anterior: darse cuenta en qué punto se basa la exposición o el relato respectivos. Precisamente en el Evangelio de Marcos se hace evidente, no tanto por el sentido material de las palabras sino por el matiz del relato, que al Cristo se describe como una figura cósmica, una entidad terrenal y, al mismo tiempo, celestial, y al Misterio de Gólgota como hecho terrenal y suprasensible a la vez. Pero hay algo más que, hacia el final del Evangelio, particularmente nos hace ver la belleza y lo artístico, al destacarse que un impulso cósmico penetró con su luz en los sucesos terrestres. Y los seres terrestres, los hombres de la Tierra eran llamados a comprender este impulso. En ningún otro documento, quizá, se alude tanto como en el Evangelio de Marcos a que, para llegar a la comprensión de lo que desde el cosmos irradia a la existencia terrenal, hará falta todo el tiempo hasta el fin de la evolución terrestre, y que esta comprensión de ninguna manera fue posible en la época misma en que el Misterio de Gólgota tuvo lugar. El que en aquella época sólo hubo un principio de tal comprensión y que ésta no se alcanzará sino paso a paso durante la ulterior evolución de la humanidad, este hecho se describe de una manera maravillosa justamente a través de lo artístico de la composición del Evangelio de Marcos. Esto lo podemos sentir si preguntamos de qué índole pudo ser o formarse, en aquel tiempo, la comprensión del Misterio de Gólgota.

Esencialmente, hubo tres posibilidades; la comprensión pudo partir de tres distintos factores: en primer lugar, de los que fueron los suyos, los discípulos por el llamamiento del Cristo Jesús, quienes aparecen en el Evangelio como los escogidos por el Señor mismo; y a quienes El revelaba muchas cosas para la profunda comprensión de la existencia. De ellos podemos esperar la mejor comprensión del Misterio de Gólgota. ¿ Cuál es la comprensión que de ellos podemos esperar? Cuanto más llegamos hacia el fin, tanto más lo explica el Evangelio, a través de su fina composición. Si en ella buscamos todos los puntos respectivos, veremos que se alude claramente a que los discípulos tuvieron una comprensión superior a la de los conductores del pueblo hebreo.

Allí se halla, por ejemplo, un diálogo del Cristo Jesús con los saduceos, diálogo que primero trata de la inmortalidad del alma (Marcos 12, 19.27.) Tomándolo superficialmente, no será fácil comprender por qué justamente en ese lugar se halla este diálogo sobre la inmortalidad, y después las extrañas palabras de los saduceos, cuando ellos dicen: podría suceder que, habiendo siete hermanos, el primero se case con una mujer, y muriendo él, la toma el segundo, y después de que él también haya muerto, la toma el tercero. Así, de la misma manera la toman los demás; finalmente muere ella, después de haber muerto el séptimo. Los saduceos no comprenden, cómo, habiendo inmortalidad, en la vida espiritual, los siete hombres se relacionan entonces con esa sola mujer. He aquí la consabida objeción de los saduceos la que se ha formulado, no solamente en el tiempo del Misterio de Gólgota, sino que también figura en uno que otro libro moderno, como argumento en contra de la inmortalidad —o, quizá prueba evidente de que incluso en nuestro tiempo, los que escriben semejantes libros todavía no poseen la plena comprensión del asunto. ¿Qué nos dice ese diálogo? La respuesta del Cristo Jesús nos hace ver que después de la muerte el alma se torna celestial y que los seres del mundo suprasensible ya no son dados en casamiento, de modo que no había ningún problema al producirse el hecho a que se refieren los saduceos, y que ellos aluden a condiciones que esencialmente son de índole terrenal, sin importancia para lo extraterrenal. El Cristo Jesús habla de condiciones y de la vida extraterrenales.

Hacia el final del Evangelio, encuéntrase otro diálogo más (Marcos 10, 2.12). Allí se le pregunta al Cristo Jesús acerca del matrimonio. Entre El y los escribas judíos se discute la cuestión de si, según la Ley de Moisés, era lícito repudiar la mujer con carta de divorcio. ¿Qué es lo que importa al contestar el Cristo Jesús: “Moisés os ha dado esta ley por la dureza de vuestro corazón y porque necesitáis tal institución”? Lo que importa es que El habla ahora de un modo totalmente distinto: se refiere a cómo fue la Unión de varón y mujer antes de que la evolución humana iba hacia la seducción por las potencias luciféricas. Quiere decir que el Cristo habla de lo cósmico, dirige la atención hacia lo suprasensible. Lo importante consiste en que el Cristo Jesús orienta la discusión hacia más allá de las condiciones de la existencia sensorial, hacia más allá de la evolución terrenal corriente; y que ya con ello hace ver que por su aparición trae a la Tierra condiciones cósmicas, suprasensibles, y que de estas condiciones cósmicas habla con los seres terrestres. Por esta razón, podemos esperar, o podríamos exigir que nadie mejor que sus discípulos, establecidos por El mismo, debieran comprender las palabras del Cristo Jesús, sobre las condiciones cósmicas. Con esto hemos caracterizado la primera comprensión, la de los discípulos del Cristo Jesús de quienes se podía esperar que concibieran lo suprasensible, lo cósmico del Misterio de Gólgota, como un hecho de la historia universal.

La segunda manera de comprenderlo hubiera sido la que podía esperarse de los conductores del antiguo pueblo hebreo, de los grandes sacerdotes, de los jueces superiores, de los conocedores de las Escrituras y de la evolución histórica del pueblo hebreo. De ellos ¿qué podía esperarse? El Evangelio lo evidencia: de ellos no se exige la comprensión de las condiciones cósmicas del Cristo Jesús; pero sí se espera la comprensión de que el Cristo vino al antiguo pueblo hebreo y que con su individualidad encarnó en la sangre de este pueblo, como hijo de la casa de David, siendo íntimamente enlazado con la esencialidad de lo que con David entró en el pueblo judío. Esto nos indica la segunda índole de comprensión, la de menor grado. Hacia el final del Evangelio de Marcos se alude maravillosamente a que el Cristo tiene una misión con la cual culmina la misión de todo el pueblo judío, pues se destaca cada vez más (por medio de una fina composición artística) que en El se trata de un hijo de David. De los discípulos se exige la comprensión de la misión del héroe cósmico, mientras que de los que se consideran pertenecientes al pueblo judío, se exige la comprensión de que advino el enviado de la misión de David. El pueblo judío debiera haber comprendido que su misión propia había llegado a su fin y que hubiera requerido un nuevo impulso.

Y la tercera comprensión ¿de dónde debía venir? Para ella, nuevamente se exige algo menos; y esto también se nos presenta en el Evangelio de Marcos a través de su fina composición artística. Nuevamente se exige algo menos, y se lo exige de los romanos. En el decimoquinto capítulo del Evangelio de Marcos — siempre me refiero ahora a este Evangelio— se habla de la entrega, de parte de los príncipes de los sacerdotes, del Cristo Jesús. Ellos le preguntan si El confiesa ser el “Cristo”, lo que ellos considerarían una blasfemia, porque en tal caso hablaría de su misión cósmica; o si El dice ser hijo de la estirpe de David. Y Pilato ¿a qué hace objeción? Únicamente a que el Cristo habría pretendido ser el “Rey de los Judíos”.

Los judíos debieran haber comprendido que el Cristo representaba la culminación de la propia evolución de ellos; los romanos debieran comprender que el Cristo tenía cierta importancia dentro de la evolución del pueblo judío: que El significaba no un punto culminante sino que meramente le correspondía la tarea de un conductor. ¿Qué hubiera sucedido si los romanos lo hubieran comprendido? Nada distinto de lo que sin ello sucedió; simplemente no lo comprendían. Es sabido que, pasando por Alexandría, el elemento judío se extendió sobre el mundo occidental; y los romanos debieran haber comprendido que había llegado el momento para la extensión de la cultura judía. Esto es menos de lo que podía esperarse de los escribas: de los romanos sólo podía esperarse la comprensión de la importancia de los judíos, como una parte del mundo. Comprenderlo hubiera sido un deber de la época; a la falta de comprensión se alude, ya que Pilato no comprende debidamente el que al Cristo se considere como Rey de los Judíos; antes bien lo toma por una cosa insignificante.

Vemos pues que de triple manera podía esperarse la comprensión de la misión del Cristo Jesús:

  1. la comprensión de los discípulos por el elemento cósmico del Cristo,

  2. la comprensión de los judíos por lo que en el pueblo judío mismo se extiende,

  3. la comprensión de los romanos que los judíos dejaban de extenderse sobre Palestina solamente, y que empezaban a extenderse sobre una parte más grande del orbe.

Esto se infiere de la maravillosa composición artística del Evangelio de Marcos; e incluso nos son dadas las respuestas correspondientes. En primer lugar hemos de preguntarnos si la comprensividad de los apóstoles, los discípulos escogidos, estuvo a la altura necesaria para reconocer al Cristo Jesús como espíritu cósmico. ¿Comprendieron que con ellos vivió Uno quien no solamente fue lo que como hombre entre ellos significaba, sino un hombre envuelto en un aura, por la cual penetraban en la Tierra fuerzas y leyes cósmicas?

El Evangelio alude claramente a que el Cristo Jesús les exigía tal comprensión: cuando los dos discípulos, hijos de Zebedeo, se llegaban a El y pedían que les concediese sentarse el uno a su diestra, y el otro a su siniestra, El les decía: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados del bautismo de que yo soy bautizado?” (Marcos 10, 38.) Y ellos lo prometen. ¿Qué pudiera haber sucedido entonces? Dos cosas distintas: los discípulos pudieran haber participado de todo lo que como Misterio de Gólgota se realizó, quiere decir que hasta llegar al Misterio de Gólgota hubiérase mantenido el lazo entre los discípulos y el Cristo. Pero el Evangelio nos hace ver claramente que en lugar de aquello sucedió algo bien distinto. Cuando le prenden al Cristo Jesús, todos los discípulos huyen, y Pedro quien había prometido no escandalizarse con nada, le niega tres veces antes que el gallo había cantado dos veces. Así se presenta el relato con respecto a los apóstoles; pero ¿cómo hemos de considerarlo con relación al Cristo mismo?

Pongámonos, con toda devoción —pues así debe ser— en la situación del alma del Cristo Jesús la que hasta el último momento trata de mantener el lazo con las almas de los apóstoles; en la medida en que esto nos sea permitido, pongámonos en el lugar del alma del Cristo, en cuanto al ulterior desarrollo del acontecer. Quizás, esta alma se habrá formulado la pregunta históricouniversal: “,Qué puedo hacer para que, al menos las almas de los más selectos discípulos, se eleven a la altura para vivenciar conmigo todo cuanto hasta el realizarse del Misterio de Gólgota ha de suceder? Ante esta pregunta se halla el alma propia del Cristo. Es un momento grandioso cuando Pedro, Jacobo y Juan son conducidos al Monte de los Olivos; el Cristo quiere ver si puede mantenerlos fuertes; y en el camino comienza a angustiarse. ¡Que nadie crea que el Cristo pudiese haber tenido temor a la muerte, al Misterio de Gólgota, o que pudiese haber sudado sangre por acercarse el acontecimiento de Gólgota! Tal pensamiento significaría adquirir poca comprensión del Misterio de Gólgota. Será un razonamiento teológico, pero carece de sentido. ?Por qué se entristece el Cristo? Se entiende que no se atemoriza de la cruz; pero sí se angustia pensando: “Resistirán ellos a lo que exige el momento en que se decidirá si los que vienen conmigo tienen la voluntad de acompañarme y de vivenciar con el alma, todo hasta la cruz?” Deberá decidirse si el estado de vigilia de ellos se mantiene despierto para todo esto. Esto es el “vaso” que se le acerca. Los deja solos, para que quedasen “velantes”, es decir en el estado de conciencia en que pudiesen vivenciar con El lo que El ha de vivenciar. Luego va y ora: “Padre, traspasa de mí este vaso; empero no lo que yo quiero, sino lo que tú”. Esto quiere decir: haz que no tenga que sufrir el encontrarme solo como Hijo del Hombre, sino que ellos me acompañen. Después vuelve y los halla durmiendo; no podían mantener aquel estado de conciencia. Nuevamente hace la prueba, y tampoco pueden mantenerse despiertos. Otra vez más hace la misma prueba, con el mismo resultado; de modo que resulta evidente que El se halla solo, y que los discípulos no le acompañan en el camino hasta la cruz.

El vaso no traspasó de El y, con el alma en soledad, le tocó al Cristo llevarlo a cabo, todo solo. Para el mundo se había entonces realizado el Misterio de Gólgota, pero ese mundo aún no podía comprenderlo. Ni tampoco las almas escogidas pudieron mantenerse suficientemente fuertes. Esto que se refiere a la primera índole de comprensión, se expresa maravillosa y artísticamente para quien sabe sentir el fundamento oculto de los Evangelios.

Con respecto a la segunda índole de comprensión, preguntemos ahora cómo los conductores judíos comprendieron a Aquel que de la estirpe de David debía aparecer como la flor de la evolución del antiguo pueblo hebreo. En el décimo capítulo del Evangelio de Marcos hállase uno de los primeros pasajes en que se nos hace ver la comprensión que el pueblo hebreo tenía para el hijo de la estirpe de David. Es el pasaje decisivo donde se trata de que el Cristo, en el camino hacia Jerusalén, debiera haber sido reconocido como Aquel que descendía de la casa de David.

Entonces vienen a Jericó: y saliendo El de Jericó, y sus discípulos y una gran compañía, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús el Nazareno, comenzó a dar voces y decir: Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí. Y muchos le reñían, que callase: mas él daba mayores voces: Hijo de David, ten misericordia de mí.”

Expresamente se caracteriza la voz del ciego, diciendo “Tú, Hijo de David”, lo que significa que sólo debía llegar a comprender la presencia del “Hijo de David”.

Entonces Jesús parándose mandó llamarle: y llaman al ciego, diciéndole: ten confianza: levántate, te llama. El entonces, echando su capa, se levantó, y vino a Jesús. Y respondiendo Jesús, le dice: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dice: Maestro que cobre la vista. Y Jesús le dijo: Ve, tu fe te ha salvado. Y luego cobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.” (Marcos 10, 46-52.)

Esto quiere decir que el Cristo únicamente exigía la fe ¿Por qué encuéntrase aquí, tan aislada entre otros relatos, la curación del ciego? Algo nos enseña la composición del Evangelio: lo importante no es la “curación”, sino que uno solo, el ciego, exclama en voz alta: “Jesús, Hijo de David”. Los que ven, no le reconocen; el ciego que físicamente no ve, sí le reconoce, con lo cual se evidencia cuán ciegos son los demás, y que aquel debía perder la vista para poder ver. Lo que aquí importa no es la curación, sino la ceguedad. Y a continuación se hace evidente cuán poco se comprende al Cristo.

En los relatos subsiguientes, el Cristo siempre se refiere a que lo cósmico se unirá con la individualidad humana; y es importante que justamente donde se trata del Cristo como “Hijo de David”, El habla efectivamente de 1o cósmico, de la inmortalidad, diciendo que Dios no es el Dios de muertos, sino de vivos; como así también es el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. (Marcos 12, 26-27), puesto que cada uno de ellos sigue viviendo, en otras formas, en el descendiente; porque Dios vive en las individualidades. Pero más claramente se lo expresa donde el Cristo se refiere a lo que en El espera a que sea despertado. Allí se dice que no se trata, meramente, del hijo físico de David, ya que David mismo no habla del “hijo” físico sino del “Señor”.

(Marcos 12, 35-37.) Cuando declina la influencia del Cristo cósmico, siempre se habla del Señor, en la individualidad humana, de lo que ha de surgir de la estirpe de David.

Hacia el final del Evangelio de Marcos hay otro pasaje que fácilmente pasa por alto quien no lo comprende, pero que conmueve el alma de quien lo comprende. Me refiero al capítulo en que se relata que el Cristo es entregado a las potencias de este mundo y que se buscan testimonios para sentenciarle. En otro capítulo anterior se había relatado lo que Jesús hacía en el templo, volcando las mesas y echando fuera los cambistas, y donde dicen que había predicado con singulares palabras; sin embargo, nada se había hecho contra él. Y ahora, el Cristo lo dice expresamente: “Todo esto lo habéis escuchado y ahora encontrándome ante vosotros, buscáis testimonios falsos contra mí; con la ayuda de un traidor habéis salido a prenderme, así como se agarra a un malhechor; y nada habéis hecho cuando yo estaba con vosotros en el templo.” ¡Realmente, un pasaje conmovedor! Pues somos conducidos a comprender que, bien mirado, el Cristo siempre obra de tal manera que El queda inatacable ¿Por qué es así? El actúa realmente de tal manera que se pone claramente de manifiesto que la evolución del mundo ha llegado a un punto en que comienza una nueva era, cuando El dice: “Los primeros serán postreros, y los postreros serán primeros”. No pasa nada cuando pronuncia enseñanzas que, considerando las enseñanzas y la comprensión del Antiguo Testamento, debían parecer espantosas. Pero después, con la ayuda de un traidor, le prenden a la sombra de la noche; y podría dar la impresión de que se trata de algo así como una riña. El relato es emocionante:

Y el traidor les había dado señal común, diciendo: al que yo besare, aquél es: prendedle, y llevadle con seguridad. Y como vino, se acercó luego a El, y le dice: “Maestro, Maestro, y le besó. Entonces ellos echaron en El sus manos, y le prendieron. Y uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja.

Y respondiendo Jesús, les dijo: como a ladrón habéis salido con espadas y con palos a tomarme. Cada día estaba con vosotros enseñando en el templo, y no me tomasteis; pero es así, para que se cumplan la Escrituras.” (Marcos 14. 4449.)

¿Qué es lo que ocurrió que primero no le habían prendido que después buscan motivos para capturarle como a un asesino?

Esto sólo se comprende si se consideran las profundidades ocultas de las cosas. Ya lo he dicho que en el Evangelio de Marcos se confunden los relatos de hechos espirituales ocultos con los de hechos puramente físicos. Y se nos hace ver que la esfera del obrar del Cristo no estuvo limitada en la personalidad individual de Jesús de Nazareth, sino que El se exteriorizaba en los discípulos; fuera del cuerpo físico, buscándolos, por ejemplo, junto a la mar. Así le fue posible, fuera de su cuerpo físico, el que tal caso se hallaba en otro lugar, transmitir al alma de los discípulos, todo que hacía y que de El irradiaba como impulso espiritual. El Evangelio señala claramente que los hombres captan lo que El, en estado exteriorizado, fuera de su cuerpo físico, predica y enseña. Esto vive en las almas; ellas no lo comprenden pero lo asimilan: existe entonces en lo terrenal y en lo suprasensible; en la individualidad del Cristo y en la multitud. El Cristo está unido con una extensa aura activa. Y ésta se formaba porque El se unía con las almas que El mismo seleccionaba; y perduraba durante el tiempo mismo de tal unión.

El vaso no había traspasado de El. Los hombres escogidos no habían llegado a la comprensión. Entonces, el aura se retiraba. poco a poco, del hombre “Jesús de Nazareth” y, cada vez más, se enajenaban, uno del otro, el Cristo y el Hijo del Hombre, Jesús de Nazareth. Más y más, acercándose el fin de su vida, Jesús quedaba solo, y cada vez más se aflojaba el lazo entre éste y el Cristo. El elemento cósmico y el lazo entre el Cristo y Jesús de Nazareth existieron hasta el momento que se describe como el “sudar sangre” en Gethsemaní, pero esa unión se aflojaba debido a la falta de comprensión de parte de los hombres. Y si antes el Cristo cósmico actuaba en el templo, echaba fuera a los cambistas, predicando las más grandes enseñanzas, sin que nada se hiciese contra El; ahora, en cambio, que el lazo de Jesús con el Cristo se había aflojado los esbirros pudieron prenderle. Lo cósmico aún le envuelve, pero cada vez menos unido con el “Hijo del Hombre”. Estos son los hechos

conmovedores. Puesto que faltaba la triple comprensión — ¿qué es lo que finalmente pudieron prender y sentenciar? ¿A quién pudieron clavar en la cruz?

¡A1 Hijo del Hombre!

Cuanto más lo llevaron a cabo, tanto más se retiraba el elemento cósmico que como impulso nuevo penetró en la vida terrena. Al retirarse aquel elemento, quedaba el Hijo del Hombre, en torno del cual sólo se cernía lo que como nuevo elemento cósmico debió aproximarse.

Únicamente el Evangelio de Marcos se refiere a que el Hijo del Hombre quedaba solo y que el elemento cósmico se cernía en torno suyo. Vemos por lo tanto, que con relación al acontecimiento de Gólgota, únicamente el Evangelio de Marcos expresa en forma tan concisa el hecho de que en el mismo instante en que los hombres, por su falta de comprensión, atentan contra el “Hijo del Hombre”, huye el nuevo elemento cósmico que con el comienzo de la nueva era se unió con la evolución terrestre, como impulso. Aquel elemento huyó y les quedaba el Hijo del Hombre. Examinemos si el Evangelio de Marcos destaca, en este relato, cómo lo cósmico se relaciona con lo humano.

Y respondiendo Jesús, les dijo: como a ladrón habéis salido con espadas y con palos a tomarme. Cada día estaba con vosotros enseñando en el templo, y no me tomasteis; pero es así, para que se cumplan las Escrituras. Entonces dejándole todos sus discípulos, huyeron.”

El se queda solo. ¿Y el nuevo elemento cósmico? Imaginémonos la soledad del hombre que hasta entonces estaba compenetrado del Cristo cósmico, y que ahora, como si fuera asesino se halla frente a los esbirros. Y los que debieran haberle comprendido, huyeron. El versículo 50 dice: “Entonces dejándole todos sus discípulos, huyeron”. Siguen, los versículos 51-52:

Empero un mancebillo le seguía cubierto de una sábana sobre el cuerpo desnudo; y los mancebos le prendieron; mas él, dejando la sábana, se huyó de ellos desnudo.”

¿Quién es el “mancebillo” que aparece al lado de Cristo Jesús, casi sin vestir y que luego se escapa desnudo? Es el impulso cósmico que desaparece y que ahora sólo por un lazo muy débil queda unido con el Hijo del Hombre. Estos dos versículos tienen un amplio contenido. El nuevo impulso no conserva nada de lo que en los tiempos antiguos envolvía al hombre. Es el nuevo impulso cósmico, totalmente desnudo, de la evolución terrestre. Queda vinculado a Jesús de Nazareth y volvemos a encontrarlo. Pues el decimosexto capítulo comienza así:

Y como pasó el sábado, María

Magdalena, y María madre de Jacobo y Salomé, compraron drogas aromáticas, para venir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, vienen al sepulcro, ya salido el sol. Y decían entre sí: ¿Quién nos revolverá la piedra de la puerta del sepulcro? Y como miraron, ven la piedra revuelta; que era muy grande. Y entradas en el sepulcro, vieron un mancebo sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Mas él les dice: no os asustéis: buscáis a Jesús Nazareno, el que fue crucificado; resucitado ha.”

¡Es el mismo mancebo! En ninguna otra parte de la composición artística de los Evangelios aparece este mancebo quien se escapa en el instante en que los hombres sentencian al Hijo del Hombre y que vuelve a la escena después de los tres días. Y que desde entonces obra como el principio cósmico de la Tierra. En ningún otro Evangelio, sino en estos dos pasajes, aparece este mancebo, y de una manera tan grandiosa. Esto nos permite comprender en qué sentido más profundo, precisamente el Evangelio de Marcos se refiere a que se trata de un acontecimiento cósmico y del Cristo cósmico. Además, se comprenderá que con ello concuerda la composición artística de todo este Evangelio.

También es notable que, después de la doble aparición del mancebo, el Evangelio de Marcos, muy pronto llega a su fin, sin otras expresiones de relieve. Esto también es comprensible si se considera que difícilmente se hubiera alcanzado un acrecentamiento. Quizás, un aumento en lo sublime y lo soberbio, pero no en cuanto a lo conmovedor y lo importante para la evolución terrestre — después del monólogo del Dios; el diálogo en lo supraterrestre, en el “monte”, diálogo que los tres discípulos no comprenden; luego Gethsemaní, la escena en el monte de los olivos, donde el Cristo tiene que decirse que los escogidos no llegan a la comprensión de los sucesos inminentes; el encontrarse solo, la pasión y la crucifixión del Hijo del Hombre; finalmente la soledad histórico- universal al ser abandonado por los que El había seleccionado; y abandonado paulatinamente por el principio cósmico. Habiendo comprendido la misión y el significado del “mancebillo” que se escapa a la vista y las manos de los hombres, comprenderemos en toda su profundidad, las palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

Después, con la reaparición del mancebo, se alude brevemente a que este “mancebillo” es un fenómeno espiritual, suprasensible, pero físicamente perceptible en virtud de las condiciones especiales de aquel tiempo; primero, para María Magdalena; “después apareció en otra forma a das de ellos que iban caminando, yendo al campo”. Naturalmente, lo físico no hubiera podido aparecer “en otra forma”.

Con ello el Evangelio ya se acerca a su fin, hablando del porvenir, con relación a lo que entonces no se comprendía porque, para la humanidad que había descendido hasta el punto más bajo de su evolución, había que señalar la futura evolución; y esta referencia al porvenir también se prepara a través de la composición artística. ¿Qué es lo que como una referencia al porvenir emana de Aquel que vio la triple falta de comprensión al realizarse el Misterio de Gólgota? Podemos pensar que El hará referencia a que los hombres, cuanto más la evolución vaya hacia el futuro, tanto más deberán alcanzar la comprensión de lo acontecido en aquel tiempo. Llegaremos a la justa comprensión si dirigimos la mirada hacia lo que nos revela, tan decididamente, el Evangelio de Marcos; y si nos decimos: Cada época deberá llegar a mayor comprensión del Misterio de Gólgota. Y por ello creemos que a través del movimiento antroposófico efectivamente cumplimos con algo a que el Evangelio se refiere: adquirir una nueva comprensión de lo que el Cristo quiso traer al mundo. Pero El mismo aludió a lo difícil de adquirir esta nueva comprensión y a la posibilidad de un malentendido con respecto a la naturaleza del Cristo:

Y entonces si alguno os dijere: he aquí, aquí está el Cristo; he aquí, allí está, no le creáis. Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y darán señales y prodigios, para engañar, si se pudiese hacer, aun a los escogidos. Mas vosotros mirad; os lo he dicho antes todo.” (Marcos 13, 21-23.)

En todos los tiempos, en los siglos transcurridos desde el acontecimiento de Gólgota, hubo casos para acordarse de esta advertencia. El que tiene oídos para oír, oirá también hoy las palabras que nos llegan de Gólgota: “Si alguien os dijera: he aquí, aquí está el Cristo, no le creáis. Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y darán señales y milagros, para engañar, si fuera posible, aun a los escogidos”.

¿Cómo hemos de considerar el Misterio de Gólgota?

Entre las pocas expresiones de relieve al final del Evangelio de Marcos, después de los relatos tan conmovedores, también se encuentran las únicas palabras de los discípulos, después de haber recibido un nuevo impulso por aquel mancebo, el Cristo cósmico; en contraste a la poca comprensión de antes:

Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, obrando con ellos el Señor, y confirmando la palabra con las señales que se seguían.”

¡El Señor obró con ellos! Así se confiesa en el sentido del Misterio de Gólgota. No, por cierto, el Señor incorporado en el cuerpo físico, sino que El obra, donde se le comprende, desde los mundos suprasensibles, cuando —no con la vanidad de presentarlo físicamente— se esté obrando en su nombre y El esté presente espiritualmente entre quienes en verdad comprenden su nombre. Bien comprendido, el Evangelio de Marcos habla del Misterio de Gólgota, de manera tal que, comprendiéndolo correctamente, también nos será posible cumplir con lo concerniente a este Misterio. Justamente este singular relato con respecto al “mancebillo” que en el momento decisivo se desprende del Cristo, nos enseña cómo debemos comprender el Evangelio. Puesto que los escogidos huyeron, no tomaron parte en lo que entonces sucedió. El Evangelio lo describe y, en composición artística, se inserta el relato de algo que los discípulos no presenciaron; ninguno de ellos fue testigo ocular. No obstante, ¡todo se describe! Esto se nos presenta como una pregunta. Trataremos de profundizarla y, además, de arrojar luz sobre lo ulterior.

¿De dónde proviene el relato de lo ulterior, lo que los discípulos no vieron? Las tradiciones judías lo describen de un modo bien distinto de lo que dicen los Evangelios. Como los que lo describen no lo vieron, hemos de preguntar, por razones de la verdad del Misterio de Gólgota: ¿de dónde proviene el conocimiento de lo que ninguno de los que estuvieron del lado del desarrollo del cristianismo puede haber visto?

Esta pregunta nos conducirá a contemplarlo todo aún más profundamente.


GA139 22 de septiembre de 1912 evangelio de s. Marcos LA ESCENA DE LA GLORIFICACION

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Rudolf Steiner

LA ESCENA DE LA GLORIFICACION

8ª conferencia

22 de septiembre de 1912

En el Evangelio de Marcos, después del ya caracterizado gran monólogo histórico universal, sigue la escena de la glorificación, la transformación. Para los tres discípulos que el Cristo lleva a un “monte alto” donde tiene lugar la transformación, ésta significa, para ellos, una especie de iniciación superior. En cierto modo, son conducidos —en aquel momento— más profundamente a los secretos referentes a la conducción de la humanidad, que sucesivamente les son revelados. Sabemos que dicha escena contiene unos cuantos secretos. A lo enigmático ya alude el hecho de que se habla de un “monte alto”. Cuando se trata de hechos ocultos, la montaña, como tal, siempre significa que a los que allí son conducidos, se les revelan ciertos misterios de la existencia. Leyéndolo correctamente, el Evangelio de Marcos efectivamente lo evidencia. En el tercer capítulo, versículos 7 al 23 o 24 —en rigor, basta leerlo hasta el versículo 22— hay algo que llama la atención del sensible y comprensivo lector. Hemos dicho que la expresión “conducir a la montaña” tiene un significado oculto. Pero en dicho capítulo hállase no solamente un conducir a la montaña sino una triplicidad. Si nos fijamos en las tres partes en cuestión, leemos primero (vers. 7): “Mas Jesús se apartó a la mar con sus discípulos. . .“ Quiere decir que primero somos conducidos a una escena a orillas de un lago. Después, en el versículo 13, se relata: “Y subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso...”

En tercer lugar se nos dice, en los versículos 19 al 21: “Y vinieron a casa, y agolpóse de nuevo la gente de modo que ellos ni aun podían comer pan. Y como lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: está fuera de sí” Se atrae la atención a tres distintos lugares: al lago, a la montaña y a la casa. Del mismo modo que se piensa que, hablándose de la “montaña”, siempre ocurre algo importante en sentido oculto, así también es el caso con respecto a las otras dos cosas. Cuando en los escritos ocultos se1 trata del “ser conducido al lago”, como asimismo del “ser conducido a casa”, esto siempre se relaciona con un significado oculto. Hay una particularidad que nos confirma que en los Evangelios también es así. No solamente en el Evangelio de Marcos sino en los Evangelios en general, una determinada revelación, una manifestación peculiar, se relacionan con el “lago”, o la mar. Así, por ejemplo, cuando los discípulos están en el barco en medio de la mar y les aparece el Cristo: ellos piensan que es un fantasma, pero luego se dan cuenta de la realidad. También en otros pasajes de los Evangelios se trata de hechos que tienen lugar a orillas o en relación con un lago. En el “monte”, El establece los doce discípulos, quiere decir les confiere el apostolado. Se trata de una enseñanza oculta. La transfiguración oculta igualmente tiene lugar en el monte. En “casa”, los suyos dicen que Cristo está “fuera de sí”. Las tres cosas tienen el más eminente, el más amplio significado.

Para comprender lo que en tales casos significa el término “junto al lago”, hemos de referirnos a hechos ya explicados en otras oportunidades. En la época atlante de la evolución terrestre, la atmósfera estaba todavía compenetrada de una espesa niebla; por lo tanto, debido a las diferentes condiciones físicas, la vida anímica del hombre también fue muy distinta a la de ahora, y él poseía aún la antigua clarividencia. Todo esto condicionado, como queda dicho, a la totalmente distinta existencia del cuerpo físico, sumergido en el ambiente nebuloso; y de ello, la humanidad ha conservado una especie de antigua herencia. En el tiempo post-atlante, cuando alguien, por algún motivo, llega a relacionarse con hechos ocultos, como sucedió con los discípulos de Jesús, uno se torna mucho más sensible para las condiciones naturales que le circundan. Con respecto a la robusta manera de cómo el hombre de nuestros tiempos se relaciona con la Naturaleza, en cierto sentido, no importa mayormente si él viaja por el mar, si se halla a orillas de un lago, sí sube a una montaña, o si está en casa. La manera de cómo el hombre percibe con los ojos, o cómo piensa con el intelecto, no depende principalmente del lugar en que él se encuentre. Pero cuando comienza la visión más sutil, cuando uno asciende a las condiciones del mundo espiritual, la naturaleza humana resulta grosera. Cuando el hombre que llega a la clarividencia, viaja por el mar, donde las condiciones son muy distintas, aunque él viva en la región costanera, su conciencia clarividente, su disposición anímica se torna muy distinta de lo que es en la llanura. En ésta, en cierto modo se requiere el máximo esfuerzo para suscitar las fuerzas clarividentes. El mar facilita provocar las fuerzas clarividentes, pero no todas, sino las que tienen que ver con algo bien definido. Igualmente hay una diferencia entre el desenvolverse de la conciencia clarividente en la llanura, por un lado, y al subir a una montaña, por el otro. En las alturas, el estado anímico de la conciencia clarividente sensitiva se dirige hacia objetos distintos de los de la llanura. Del mismo modo hay una gran diferencia entre la propensión clarividente junto a un lago y en la altura de una montaña. (Naturalmente, todo puede compensarse, incluso en la ciudad, a costa de grandes fuerzas; lo que expongo se refiere principalmente a lo espontáneo.) En la costa del mar, o en donde hay agua y dentro de la neblina, la conciencia clarividente tiende principalmente a las imaginaciones, a sentir lo imaginativo y a emplear lo ya alcanzado. En las montañas, con la atmósfera enrarecida y la distinta proporción de oxígeno y nitrógeno, la clarividencia tiende más bien a las inspiraciones, y a obtener nuevas fuerzas clarividentes. Por esta razón, el término “ascender a la montaña”, no se emplea tan sólo simbólicamente, sino que la topografía montañosa aumenta la posibilidad de adquirir nuevas fuerzas ocultas. Y la expresión “ir al lago” tampoco se entiende meramente como símbolo, sino que se aplica precisamente porque el tener contacto con el lago, favorece la visión oculta, el empleo de fuerzas ocultas. Lo más penoso resulta suscitar las fuerzas ocultas cuando uno está en su propia casa, ya sea solo o en compañía de los familiares. Si para una persona que durante cierto tiempo ha vivido junto al mar, es relativamente fácil —si todo va bien— creer que a través del velo de la corporalidad se le produzcan imaginaciones; y si para otra persona que vive en las montañas, le resulta un tanto más fácil creer que logre ascender; una tercera persona que está en su casa, da simplemente la sensación de hallarse “fuera de sí”. A ella no le falta capacidad de desarrollar las fuerzas ocultas, pero existe una discordancia con el ambiente; la correlación con lo que le circunda no es tan natural como en los otros dos casos. Conforme a ello, hay un profundo sentido y concuerda enteramente con las condiciones naturales ocultas, que el Evangelio se atenga exactamente a lo expuesto; y esto se verifica como sigue: Cuando se dice que un acontecimiento tiene lugar “junto a la mar”, no cabe duda de que se empleen bien determinadas fuerzas; así por ejemplo cuando se recurre a fuerzas de curación o de visión, y asimismo fuerzas que ya existen. En tales casos el Cristo aparece a los suyos junto a la mar. Pero ellos lo experimentan realmente, porque el Cristo se exterioriza, de modo que los discípulos lo ven sin que El estuviese presente físicamente; y como para tal vivenciar no importa la diferencia del lugar, El se halla, a la vez, “con ellos”, junto a la mar. Donde se trata de un nuevo desarrollo de las fuerzas del alma de los apóstoles, se habla del “monte alto”; y por la misma razón también se habla del monte, donde, en cierto modo, el Cristo hace que el alma de los doce se compenetre del espíritu grupal de Elías. Igualmente se habla del monte donde el Cristo ostenta todo su ser cósmico e histórico- universal. Por lo tanto, la glorificación tiene lugar en el monte.

Desde este punto de vista hemos de contemplar especialmente la escena de la glorificación. Los tres discípulos Pedro, Jacobo y Juan dan pruebas de ser capaces de que se les revelen los profundos secretos del Misterio de Gólgota. Para los ojos clarividentes de estos tres aparecen glorificados, quiere decir en su naturaleza espiritual, Elías, por un lado; Moisés, por el otro lado; el

Cristo Jesús mismo, en el medio, pero transfigurado (el Evangelio lo dice en forma imaginativa), evidenciando su naturaleza espiritual. Se lo da a entender claramente: “Y fue transfigurado delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve; tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos. Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús”. (Marcos 9, 3.4). Al gran monólogo del Dios sigue un diálogo entre tres. ¡Un desarrollo maravilloso y dramático! En todas partes, los Evangelios contienen semejantes acrecentamientos artísticos; su composición es realmente grandiosa. Después de haber escuchado el monólogo del Dios, percibimos un dialogar entre tres. ¡Y qué diálogo! Allí están Elías y Moisés a ambos lados de Cristo Jesús. ¿Qué significa la presencia de Elías y Moisés?

Muchas veces hemos caracterizado, incluso en su aspecto oculto, la figura de Moisés. Sabemos que, según la sabiduría de la historia universal, hemos de ver en Moisés un eslabón de la evolución desde tiempos remotos hasta el tiempo del Misterio de Gólgota. También sabemos por lo expuesto sobre el Evangelio de Lucas, que en el niño Jesús a que particularmente se refiere el Evangelio de Mateo apareció Zoroastro reencarnado y, además, que Zoroastro, en cuanto a todas las peculiaridades de su ser, había hecho lo necesario para preparar su posterior reaparición. En otras oportunidades ya he explicado que a través de procesos ocultos, Zoroastro cedió y transmitió a Moisés su cuerpo etéreo, de modo que las fuerzas de éste producían su efecto en Moisés. Con la aparición de Elías y Moisés al lado de Cristo Jesús, tenemos pues, en cierto sentido, en Moisés las fuerzas que desde las formas primitivas de la cultura, conducían a lo que por el Cristo Jesús y el Misterio de Gólgota debía donarse a la humanidad. Pero también en otro sentido, Moisés representa una figura que en la evolución conduce de un estado a otro. Sabemos que él no solamente era portador del cuerpo etéreo y con ello de la sabiduría de Zoroastro, sino que, además, recibía la iniciación en los misterios de los otros pueblos. Una particular escena de iniciación se describe en el encuentro con Jethro, sacerdote de Madián (Éxodo, cap. 3). En aquel relato se alude claramente a que Moisés, al estar con ese solitario sacerdote, llega a conocer, aparte de los misterios de la iniciación del pueblo judío, también los de los otros pueblos, acogiéndolos en su propio ser, fortalecido singularmente por ser portador del cuerpo etéreo de Zoroastro. Así se transmitían al pueblo judío, por el obrar de Moisés los misterios de iniciación de todo el mundo circunvecino, de modo que él, en un nivel inferior —por decirlo así— ha preparado lo que por el Cristo Jesús debió realizarse. Esta fue una de las corrientes evolutivas para preparar el Misterio de Gólgota.

La otra corriente provenía de lo que, de una manera natural, vivía en el pueblo judío mismo. Además de la corriente que fluía por las generaciones, desde Abraham, Isaac y Jacob, Moisés hacía fluir, en la medida en que en su época fue posible, aquel otro elemento que existía en el mundo; pero de tal manera que siempre se velaba por conservar lo tan estrechamente relacionado con la naturaleza del antiguo pueblo hebreo. ¿A qué estuvo destinado este pueblo? Su misión consistió en preparar la época que hemos tratado de representarnos al contemplar, por ejemplo, el helenismo y, nuevamente, la figura de Empédocles. Con ello hemos señalado el tiempo en que en el hombre se extinguen las facultades de la antigua clarividencia, en que se pierde la visión del mundo espiritual y se suscita el discernimiento, propio del yo; desenvolviéndose el yo que depende y que se apoya en sí mismo. El antiguo pueblo hebreo debía desarrollar en este yo lo que a través de la organización sanguínea proviene de la naturaleza física del ser humano. De una manera natural, debía desarrollarse en dicho pueblo lo que la organización física del ser humano puede dar. De esta organización depende, por cierto, la intelectualidad, por lo que de aquélla debía extraerse, lo que desenvuelve las facultades relacionadas con ésta. Los otros pueblos en cierto modo habían dado a la organización terrenal la luz de lo que por la iniciación puede darse desde afuera. Del conjunto del antiguo pueblo hebreo, en cambio, debía darse lo que surgía de la organización sanguínea de la propia naturaleza humana. Por esta razón había que observar estrictamente la continuidad de la relación sanguínea y que cada uno tuviese en sí mismo las capacidades que desde Abraham, Isaac y Jacob fluían por la sangre. En la sangre del pueblo hebreo debían formarse los órganos correspondientes, lo que sólo a través de la transmisión hereditaria era posible. En otra oportunidad he explicado lo que significa, en el Antiguo Testamento, el impedimento de realizar el sacrificio de Isaac: a la humanidad debía darse, por la voluntad divina, el pueblo hebreo; y con ello se le daba el receptáculo físico exterior para la yoidad humana. Por el hecho de que Abraham quiere ofrecer a su hijo en holocausto, se alude a que con el antiguo pueblo hebreo el Dios da a la humanidad aquel receptáculo físico. Pero por el sacrificio de Isaac, Abraham hubiera sacrificado la organización que a la humanidad debía proveer el fundamento físico de la intelectualidad y de la yoidad. Dios se lo devuelve, como obsequio, y con ello, toda la organización. He aquí lo grandioso de esta devolución.

Primero hemos dicho que por un lado está la corriente espiritual cuya imagen se nos da en la escena de la glorificación, a través de la figura de Moisés.

La imagen de todo aquello que por el instrumento del pueblo judío debía contribuir para preparar el Misterio de Gólgota, nos es dado a través de la figura de Elías. Al respecto, se evidencia la relación entre la totalidad de la revelación divina que vive en el pueblo judío y el Misterio de Gólgota. En el capítulo 25 del cuarto libro de Moisés (Los Números) se relata que Israel es seducido por la idolatría moabita, pero salvado por un solo hombre. Por la decisión de éste se evita la total inclinación a la idolatría de los israelitas, el pueblo hebreo. ¿Quién es aquel hombre? En el cuarto libro de Moisés se relata que ese hombre, “llevado de celo entre ellos” e intercediendo por el Dios revelado por Moisés, tuvo la fuerza de hablar al antiguo pueblo hebreo que estaba por ceder a la idolatría de los pueblos circunvecinos. Un hombre de alma fuerte: “Entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: Phinees, hijo de Eleazar, hijo de Aarón el sacerdote, ha hecho tornar mi furor de los hijos de Israel, llevado de celo entre ellos: por lo cual yo no he consumido en mi celo a los hijos de Israel. Por tanto diles: He aquí yo establezco mi pacto de paz con él”. La antigua sabiduría oculta de los hebreos da suma importancia a este pasaje; y la investigación oculta moderna lo confirma. Con Aarón empieza la sucesión de los que representan el oficio de gran sacerdote del antiguo Reino de Israel; de los personajes, por lo tanto, en quienes vivió la esencia de cuanto el pueblo judío dio a la humanidad. En aquel momento de la historia universal y según la sabiduría oculta hebrea, como asimismo la investigación oculta moderna, se trata de nada menos que del hecho de que Jehová comunica a Moisés que con Phinees, hijo de Eleazar y nieto de Aarón, le da al pueblo hebreo un sacerdote peculiar que está vinculado y que defiende a El, Jehová. Y la antigua sabiduría oculta, como asimismo la investigación moderna, dicen que en el cuerpo de Phinees vivió el alma que más tarde existió en Elías. En Phinees, el nieto de Aarón, tenemos el alma que nos interesa. Ella vuelve a aparecer en Elías-Naboth y, más tarde, en Juan el Bautista. Y sabemos que después sigue su ulterior camino por la evolución de la humanidad. Así tenemos, por un lado, la imagen de esta alma y, por el otro lado, la imagen del alma de Moisés.

En la escena del monte, de la glorificación, la transformación, confluye la espiritualidad de toda la evolución terrestre: en el alma de Phinees, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, lo que en los Levitas fluye por la sangre judía; luego Moisés y, finalmente, El que lleva cabo el Misterio de Gólgota. Por cognición imaginativa debió revelarse, como principio de su iniciación, a los tres discípulos Pedro, Jacobo y Juan, cómo confluyen estas fuerzas, las corrientes espirituales. Si en la conferencia anterior hemos tratado de dibujar una especie de llamada que en cierto modo, de Grecia se dirige a Palestina, como asimismo la voz de respuesta, esto ha sido, por cierto, algo más que una mera “figuración imaginativa” de los hechos, sino una referencia anticipada al gran diálogo histórico-universal que realmente tuvo lugar. A los discípulos Pedro, Jacobo y Juan debió revelarse lo que tuvieron que conferenciar esas tres almas: una, perteneciente al pueblo del Antiguo Testamento; otra, la de Moisés que en sí misma fue portadora de lo que hemos explicado; tercera, que como divinidad cósmica se unió con la Tierra. Sabemos que esto no penetraba espontáneamente en el alma de los discípulos; que ellos tardaron en comprender lo escuchado. Pero esto es lo que ocurre con muchas cosas que se experimentan en campo de lo oculto: lo experimentamos en forma imaginativa y no llegamos a comprenderlo sino en las encarnaciones posteriores; pero entonces lo comprendemos tanto mejor cuanto más nuestra inteligencia se haya ajustado a lo anteriormente percibido. Con todo, podemos sentir: allí en el monte las tres potencias del mundo; abajo los tres que deben recibir la revelación de estos grandes misterios cósmicos. Y en nuestra alma surgirá la sensación de que el Evangelio, correctamente comprendido en su dramático acrecentamiento y su composición artística de los hechos ocultos, señala el gran cambio que en la época del Misterio de Gólgota tuvo lugar. Para la investigación oculta, el Evangelio habla con suma claridad.

Empero, en cuanto a los distintos pasajes del Evangelio, habrá que distinguir, en cada caso, qué es lo que particularmente importa, pues sólo así se podrá tocar el punto de principal importancia para una que otra parábola, para este o aquel relato. Es curioso que, frente a los más importantes hechos de los Evangelios, las interpretaciones teológicas o filosóficas suelen “tomar el rábano por las hojas”, porque no se dan cuenta de qué se trata.

Por la importancia que tiene para el decurso de nuestras consideraciones deseo llamar la atención sobre un pasaje que se halla en el decimocuarto capítulo del Evangelio de Marcos:

Y estando El en Bethania en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer teniendo un alabastro de ungüento de nardo espique de mucho precio; y quebrando el alabastro, derramóselo sobre su cabeza. Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de ungüento? Porque podía esto ser vendido por más de trescientos denarios, y darse a los pobres. Y murmuraban contra ella. Mas Jesús dijo: Dejadla; ¿por qué la fatigáis? buena obra me ha hecho. Que siempre tendréis los pobres con vosotros, y cuando quisiereis, les podréis hacer bien; mas a mí no siempre me tendréis. Esta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que fuere predicado este evangelio en todo el mundo, también esto que ha hecho ésta, será dicho para memoria de ella.” (Marcos 14, 39.)

Sería justo confesar que semejante pasaje realmente llama la atención. La mayoría de los hombres, si son sinceros, debieran reconocer que habría que simpatizar con los que se oponen a que el ungüento se haya desperdiciado; y que realmente no hace falta derramarlo sobre la cabeza de alguien. Y la mayoría pensará que hubiera sido mejor vender el ungüento por trescientos denarios, y dar el dinero a los pobres. Si son sinceros, tal caso les parecerá violento que Cristo dijera: es mejor dejarla hacer que vender el ungüento en beneficio de los pobres. Para no desalentarse, habría que admitir que debe de haber algo extraordinario detrás de este relato. Pero el Evangelio da un paso más; ni tampoco es cortés en este caso. Porque si hay unas cuantas personas quienes confiesan que hubiera sido mejor dar a los pobres los trescientos denarios, por la venta del ungüento, el Evangelio quiere decir que esas personas piensan en forma parecida a — ciertos otros; pues sigue diciendo:

. . .dondequiera que fuere predicado este evangelio en todo el mundo, también esto que ha hecho ésta, será dicho para memoria de ella.”“Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, vino a los príncipes de los sacerdotes, para entregársele. Y ellos oyéndolo, se holgaron, y prometieron que le darían dinero. Y buscaba oportunidad cómo le entregaría.”

¡Es que Judas Iscariote se había escandalizado con el derramar del ungüento! Los que de ello se encolerizan, son comparados con Judas Iscariote.

El Evangelio no repara en decir que aquellos que se escandalizan con el derramar del ungüento no se distinguen de Judas quien después por treinta piezas de plata, fuese a entregar al Señor. El Evangelio quiere decir: “Mirad, así son los hombres que quieren vender el ungüento por trescientos denarios; pues Judas se apega al dinero”. No es cuestión de disimular lo que dice el Evangelio; lo que importa es acertar de qué se trata. Hay otros ejemplos que nos muestran que a veces el Evangelio al referirse a puntos secundarios, llega a expresarse en forma chocante, con el fin de arrojar tanto más luz sobre el punto principal.

Lo importante del pasaje a que nos referimos consiste en que el Evangelio quiere decirnos que debemos fijarnos no solamente en la existencia sensorial y lo que en ella tenga valor e importancia, sino que ante todo es el mundo suprasensible el que debe estar presente en el alma; y que, además, debemos comprender qué es lo que en la existencia sensorial ya no tiene importancia. Una vez exánime el cuerpo del Cristo Jesús, cuya unción después de la sepultura se anticipa por la acción de aquella mujer, ya no tendrá importancia; pero debemos hacer algo por lo que más allá de la existencia sensorial tendrá valor e importancia. Esto es lo que se quiere destacar; y por esta razón se recurre a algo que incluso la conciencia humana natural considera como del más alto valor para la existencia sensorial. El Evangelio escoge un ejemplo peculiar para hacer comprender que en determinado momento hay que sustraer a la existencia física algo que se da al espíritu, o sea, a la esfera en que penetra el yo sensorio al librarse del cuerpo; escoge, justamente, un ejemplo aparentemente despiadado: se sustrae a los pobres lo que se da al espíritu, al yo que está libre del cuerpo. El Evangelio no considera lo que a la existencia terrena confiere valor, sino lo que puede aunarse con el yo y de él irradiar. Esto es lo que aquí singularmente se pone de manifiesto, relacionándolo, además, con Judas Iscariote quien hace la traición porque su alma principalmente se inclina a la existencia física; y porque él se mezcla con aquellos a quienes el Evangelio desdeñosamente califica de hombres triviales. Judas sólo se fija en lo que tiene valor para la existencia física; lo mismo ocurre con los que dan mayor importancia a lo que se compraría por los trescientos denarios que a lo suprasensible. Al reconocer el valor de lo espiritual, se reconocerá lo justificado del ejemplo que da el Evangelio. Y donde se trate de realzar el valor de lo suprasensible, para el yo, se considerará el derroche del ungüento como algo que no tiene importancia.

A continuación citamos otro pasaje que nos permite apreciar lo metódico-artístico que de hechos ocultos de la evolución de la humanidad se hallan en el Evangelio; y que para los exegetas es otro punto difícil.

Y el día siguiente, como salieron de Bethania, tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó, si quizás hallaría en ella algo; y como vino a ella, nada halló sino hojas; porque no era tiempo de higos. Entonces Jesús respondiendo, dijo a la higuera: nunca más coma nadie fruta de ti para siempre. Y lo oyeron los discípulos.”

Sinceramente, habría que preguntar: ¿no es extraño, según el Evangelio, que un Dios se acercase a una higuera, buscando higos, pero sin que los hallase; máxime cuando se indica la causa, ya que se dice expresamente: “porque no era tiempo de higos”? Quiere decir que en la época en que no hay higos, Jesús se acerca a la higuera, en busca de higos, pero sin hallarlos — y entonces dice: “Nunca más coma nadie fruta de ti para siempre”. Hay que ver en qué forma se interpreta comúnmente este relato, mientras que seca y prosaicamente se dice que el Cristo Jesús tiene hambre, se acerca a una higuera en la época en que no hay higos; no los encuentra y luego maldice al árbol que para siempre no haya jamás fruta en él. Pues bien ¿qué es entonces la higuera, y qué significa todo este relato? Quien sepa leer libros ocultos, se dará cuenta, ante todo, que con ¡a “higuera” se alude a lo mismo a que se refiere lo que se dice del Buda quien bajo el “Árbol-Bodhi” recibió la iluminación para el sermón de Benarés. Bajo el “árbol-Bodhi” significa lo mismo que bajo la “higuera”. Con relación a la clarividencia humana, la época de Buda era todavía “tiempo de higos”, dentro de la historia universal; quiere decir que bajo el árbol Bodhi —bajo la higuera— se recibía, como ocurrió con el Buda, la iluminación. Y los discípulos de Jesús debieron aprender que esto ya había terminado. Se había llegado al hecho histórico-universal de que bajo el árbol donde el Buda había recibido la iluminación, ya no se hallaron los frutos. En el alma del Cristo se reflejó lo que aconteció para toda la humanidad. Si consideramos a Empédocles de Sicilia como un representante de la humanidad, un representante de muchos que también tuvieron hambre, porque su alma ya no encontraba lo que antes poseía, y debió contentarse con el yo abstracto, entonces podemos hablar de “Empédocles hambriento”, y de la “sed de espíritu” de todos los hombres del tiempo que se aproximaba. Al aproximarse el Misterio de Gólgota, el Cristo Jesús sintió en el alma el hambre de toda la humanidad, y los discípulos debieron Conocer y participar de este secreto.

El Cristo los conduce a la higuera y les revela el secreto del árbol Bodhi; omite, por ser de menor importancia, que el Buda aún había encontrado los frutos. Pero ahora había pasado el “tiempo de higos”, el tiempo del sermón de Benarés; y el Cristo debía enunciar que el árbol, del cual fluía la luz de Benarés, nunca más dará los frutos del conocimiento, sino que éstos ahora vendrán del Misterio de Gólgota.

Tenemos ante nosotros el hecho de que, cuando el

Cristo Jesús con sus discípulos va de Bethania a Jerusalén, surge en éstos un sentimiento y una fuerza singulares que en el alma de ellos suscitan fuerzas de clarividencia, de modo que los discípulos particularmente propenden a la imaginación. En ellos despiertan fuerzas de clarividencia imaginativa que les hacen ver al árbol Bodhi, la higuera; Cristo Jesús los conduce al conocimiento de que el árbol Bodhi no dará los frutos cognoscitivos, porque ya no es tiempo de higos, o sea, tiempo del conocimiento antiguo. Este árbol se ha secado para siempre; otro árbol deberá aparecer, el árbol formado por el leño seco de la cruz, el que no dará los frutos de antes, sino los que brotarán del Misterio de Gólgota, cuyo símbolo es la cruz de Gólgota. En lugar de la imagen histórico-universal del Buda bajo el árbol Bodhi, aparece la imagen de Gólgota, con el árbol de la cruz del cual pendió el fruto viviente del Dios-Hombre de cuya revelación irradia el nuevo conocimiento, el del árbol que continúa desarrollándose para dar sus frutos ahora y en todos los tiempos venideros.