GA066 Berlín, 17 de febrero de 1917 - El Alma y el destino

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RUDOLF STEINER

EL ALMA Y EL DESTINO


Conferencia 2

Berlín, 17 de febrero de 1917

La cuestión de la naturaleza del destino humano, que sin duda está en el centro no sólo del alma sino de toda la vida de cada ser humano, es al mismo tiempo una cuestión a la que las diversas filosofías, que han luchado de las maneras más diversas para resolver los enigmas del mundo, se han acercado sólo un poco. Uno se da cuenta de cómo estas filosofías quieren investigar los enigmas de la naturaleza, los enigmas del alma humana, la conexión del mundo material con el mundo espiritual, la peculiaridad del propio mundo espiritual, pero cómo la mayoría de las veces se detienen justo ante esta cuestión vital tan destacada sobre el destino humano.

Entre los pocos pensadores filosóficos que intentaron acercar su pensamiento a la cuestión del destino se encuentra Schopenhauer. Se puede tener la opinión que se quiera de Schopenhauer, se puede admitir o rechazar lo que él presentaba como resultados de su cosmovisión, pero no se puede negar una cosa en particular: que él intentaba poner su reflexión filosófica directamente en contacto con la vida, configurarla de tal manera que las cuestiones que se le plantean al hombre en la vida cotidiana puedan encontrar realmente una solución. Y así fue como no sólo intentó reflexionar sobre el destino en general, sino que incluso escribió un interesante tratado sobre la conexión entre los acontecimientos que en un principio aparecen al azar en el curso de la vida humana y que tienen una influencia decisiva en este curso de la vida. Es notable que incluso Schopenhauer, que fue tan audaz con respecto a algunos de sus pensamientos, dijese al comienzo mismo de su tratado sobre la conexión fatídica de las condiciones de la vida humana, que las opiniones que él expresa no deben ser tomadas demasiado en serio, sino que deben ser consideradas más bien como opiniones, porque con respecto a estas cuestiones del destino, él no está nada seguro de sí mismo en su pensamiento como lo está con respecto a sus otras afirmaciones filosóficas. Y se puede decir que precisamente la forma en que tal pensador, escarbando en la vida, plantea y trata de resolver las cuestiones del destino, muestra que, en realidad, estas cuestiones sólo pueden ser abordadas por tal investigación que asciende, -como expliqué aquí anteayer-, de la conciencia ordinaria de la vida cotidiana y de la ciencia ordinaria a lo que entonces se llamaba la conciencia del ver. Me he tomado la libertad de decir que esto se relaciona con la conciencia ordinaria del mismo modo que la conciencia ordinaria se relaciona con la conciencia del sueño, y que el hombre puede despertar de la conciencia ordinaria a la conciencia del ver, del mismo modo que despierta de la conciencia del sueño a la conciencia ordinaria por medio de la cual se organiza en las cosas de lo sensual, del mundo material que le rodea. Aquel que realmente trata de abordar las cuestiones profundas sobre la esencia del destino humano, siente que esta esencia sólo puede acercarse a la cognición humana cuando esta cognición misma, -tal como fue caracterizada anteayer-, es capaz de elevarse del mundo de los procesos materiales a la experiencia directamente espiritual.

Es interesante que Schopenhauer en su peculiar manera de enfocar la cuestión del destino, recurre al sueño en busca de ayuda. Él dice: En el mundo onírico, que es aparentemente caótico, se suceden imágenes de la imaginación, que pueden mostrar ciertas contradicciones, tal como las muestra la vida, sólo que la vida las presenta más intensamente, más fuertemente al ser humano. Luego, sin embargo, la resolución de las contradicciones oníricas se muestra hasta cierto punto en la conciencia despierta, cuando estas contradicciones se juntan. Y aquí Schopenhauer llama especialmente la atención sobre el muy conocido tipo de mundo onírico, el llamado sueño de examen, en el que una persona experimenta en sueños todos los horrores que pueden sobrecogerle cuando se ve a sí misma preguntándose esto o aquello en sueños y ahora es incapaz de aprobar el examen, incapaz de responder. En el sueño aparece otra persona que le da la respuesta. Schopenhauer llama la atención sobre este sueño. Dice: «Así -en el sueño- se ha preguntado el yo del hombre. Pero es natural que el que se le apareció al soñador como sabedor sea él mismo, este soñador; por lo tanto, él mismo pudo dar estas respuestas. Y cuando el hombre despierta, dice Schopenhauer, entonces ve que tanto el sabedor como el incognoscible son él mismo; el todo se funde en la unidad de la personalidad. La conciencia de vigilia muestra que lo que se escindió en el sueño es una entidad. Pero el modo en que Schopenhauer prosigue con este ejemplo muestra muy claramente que él, como filósofo meramente pensante, no como filósofo observador, puede llegar a hacer ciertas observaciones sobre la vida del alma, pero no llevar estas observaciones a resultados reales. Retomemos este ejemplo y en el curso posterior de la conferencia trataremos de señalar este ejemplo del mundo onírico desde el punto de vista de la conciencia observadora.

El enigma del destino es uno de esos enigmas de la vida que no se presentan al pensar cotidiano, que se ha formado en el mundo material externo, y con el cual este pensar no tiene nada que ver. Básicamente, el curso del destino humano se muestra a este pensar más o menos como una suma de coincidencias. E incluso si surgen necesidades, conexiones interiores, ocurre, sin embargo, que el hombre en la conciencia ordinaria nunca puede estar seguro de si lo que ve como una unidad planificada en su destino, el destino de toda su vida, se basa en una realidad interior objetiva, o si simplemente es colocado por la imaginación en todo el curso de la vida como la idea de un plan.

Ahora bien, no se puede uno acercar al aspecto de la vida humana en el cual el destino aparece en su verdadera forma, de modo que se pueda ver a través de él en su vivir y tejer, si no se sigue un poco más de cerca la vida del alma, tal como debe desarrollarse cuando se eleva desde la conciencia cotidiana ordinaria de la vigilia a la conciencia observadora. Entonces, sin embargo, se hace evidente que con este proceso de la vida interior del alma humana uno se acerca al mismo tiempo a la cuestión profundamente incisiva del destino. Anteayer ya señalé que el punto de partida de la investigación espiritual debe ser la experiencia interior del pensar. Pero subrayé expresamente que este pensar no sólo debe ser profundizado por el sentir, sino que debe ser realmente contemplado por el hombre apartándose de su propio acto de cognición, pero luego, al contemplarlo, debe ser interiormente iluminado, desarrollado. Me he servido de la imagen de que el pensar, tal como uno lo tiene habitualmente en la vida, debe considerarse hasta cierto punto como la raíz de la que salen, -gracias a los ejercicios del alma-, el tallo y las hojas de toda la planta espiritual del conocimiento. He llamado la atención sobre el hecho de que estos ejercicios del alma, que son procesos puramente internos del alma que el hombre tiene que emprender, no son arbitrarios, sino que representan un trabajo interno metódico y sistemático del alma, que en modo alguno se sitúa, en términos de sistemática interna, detrás de aquel trabajo científico que se relaciona con el mundo exterior. Sólo el científico natural trabaja en el laboratorio con herramientas externas. El investigador espiritual trabaja con lo que su alma experimenta, no dejándolo tal como se experimenta en la vida ordinaria, sino trabajando sobre ello, transformándolo, llevándolo adelante hasta ese punto que he caracterizado diciendo: Cuando el pensar se desarrolla de este modo, el hombre llega a elevar su vida espiritual más allá de la vida material, de los procesos corporales. Mediante el desarrollo, mediante la elaboración interior de su pensar, el hombre llega a enfrentarse a sí mismo, -en la medida en que pertenece al mundo de los procesos materiales-, del mismo modo en que uno se enfrenta a las cosas sensoriales en la vida ordinaria. De este modo, uno se convierte en un objeto para sí mismo como hombre sensorial, mientras que uno entra, por así decirlo, en el hombre espiritual real, que por lo demás siempre habita en el hombre, pero que es extraído de la vida corporal a través de tales ejercicios espirituales. Esta labor interna del alma no puede describirse aquí en detalle. Se describen detalladamente en «Cómo Adquirir el Conocimiento de los Mundos Superiores» y «La Ciencia Oculta» y en otros libros que encontrarás enumerados en éstos. Ahora bien, lo importante para la cuestión que nos ocupa es que, para penetrar en el mundo espiritual que se oculta tras el mundo físico-sensorial, no basta con el tipo de pensar personal que uno ha practicado en el mundo material exterior, con el que uno ha aprendido comparando las cosas del mundo material exterior, investigando sus conexiones, etc. Este pensar, -como es evidente para la conciencia observadora-, está en conexión demasiado directa con el hombre anímico-corporal para poder penetrar en el mundo espiritual real. 

El hombre mismo, siendo un pensador en la vida ordinaria, utiliza este pensar exclusivamente en aplicación al mundo sensorial. Este pensar, al aferrarse a su subjetividad, a su personalidad, para su uso en el mundo sensorial, no sale del mundo sensorial en el que el hombre se encuentra, ni tampoco puede penetrar en el mundo espiritual. Son muchos los ejercicios mentales que hay que realizar para conseguir lo que estamos diciendo, pero me gustaría destacar uno característico: se trata de desligar en cierta medida el pensar de su naturaleza ordinaria, de sus condiciones ordinarias. Cuando uno concibe un pensar, inicialmente no es otra cosa que aquello que está conectado con el mundo físico- sensorial. Y no importa cuánto lo intente uno: Si sólo se atiene uno al trabajo mental que se desarrolla en la vida ordinaria, su pensar es demasiado débil, demasiado endeble, demasiado falto de vigor para entrar en el mundo espiritual. Hasta cierto punto hay que desprenderse primero del pensar de la vida ordinaria para luego poder deslizarse en el pensar desprendido con la propia individualidad y así salirse del cuerpo.

Entonces, ¿Cómo puede uno separar su pensar de su naturaleza ordinaria, por así decirlo? Esto se puede conseguir pensando a través de ciertos pensamientos, -no importa qué pensamientos sean, preferiblemente pensamientos pictóricos que puedan verse fácilmente, en los que uno esté seguro de que los está formando realmente en el momento en que los alberga, de modo que no puedan ser reminiscencias de experiencias-, en meditación enérgica, en concentración enérgica. Tal ejercicio debe, sin embargo, hacerse a menudo. Pero repitiendo tales ejercicios, volviendo una y otra vez al mismo complejo de pensamientos, uno libera este complejo de pensamientos del reino de la vida ordinaria, lo entrega al mundo, lo deja vivir con uno mismo. Si hoy tengo un cierto complejo de pensamientos, me sumerjo completamente en él, luego lo dejo y sigo la vida ordinaria, entonces no se destruye completamente, sigue viviendo, y después de un tiempo puede ser sacado a flote y traído de nuevo a mi conciencia. La vida que vive de esta manera, vive hasta cierto punto sin mi personalidad, que está directamente ligada a la vida material-corporal. El pensar se entrega al mundo espiritual. El pensar se ha dejado fluir hacia la vida espiritual, y a su vez es extraído de ella. Si se tiene la paciencia y la perseverancia necesarias, al cabo de un tiempo relativamente largo, -pueden ser días, semanas, meses, años-, se vuelve a encontrar un pensamiento que se ha desprendido así del ámbito de la vida subjetiva, que se ha entregado al funcionamiento desconocido del mundo, de modo que fluye sin uno. Cuando uno se da cuenta de lo que ha llegado a ser sin que nuestra alma, que está ligada al cuerpo, haya intervenido, entonces uno pasa gradualmente por esas experiencias significativas en este encuentro del pensar que le llevan a la certeza interior de que uno vive en la vida pensante como en un ser espiritual. El hecho de que ahora uno se entregue a la vida mental, que así se ha desprendido primero de nosotros, que con la vida mental desprendida uno mismo se desprenda de los procesos materiales-corporales, -un encuentro de un complejo mental con otros complejos mentales, que a menudo puede ocurrir después de años, con aquellos hechos que discurren entre los pensamientos-, éstas son las experiencias interiores más importantes para la siguiente etapa del conocimiento espiritual.

Esto nos sitúa en la posición de entrar en un nuevo ámbito de la vida, que se nos presenta como si, al igual que en la vida física los ojos se imprimen en el cuerpo para la observación física, los «ojos espirituales» -por utilizar la expresión de Goethe- se han imprimido en el alma, que ahora ve un mundo nuevo a su alrededor. El hombre despierta realmente a un mundo nuevo desde su conciencia ordinaria. Del mismo modo que nos rodea el colorido, el mundo sonoro, el mundo del calor, ahora nos rodea un mundo etérico-espiritual. Pero al llegar a conocer este mundo espiritual en sus más variadas manifestaciones, también llegamos a conocer algo sobre nosotros mismos que realmente no podríamos llegar a conocer de otra manera salvo de las formas que se han descrito. En un ensayo aparecido recientemente en la revista trimestral «Das Reich», nos familiarizamos con lo que me tomé la libertad de llamar el cuerpo de fuerza formativa del ser humano. Este cuerpo de las fuerzas formativas está en el ser humano igual que el cuerpo humano físico. Del mismo modo que este cuerpo humano físico discurre con su vida en procesos físicos y químicos, así el ser humano lleva dentro de sí, en la vida entre el nacimiento y la muerte, penetrando en este cuerpo humano físico, este cuerpo de fuerzas formativas. Lo llamo así por la razón de que cuando lo miramos, cuando realmente penetramos más allá de los procesos meramente materiales, entonces nos damos cuenta de que así como en el cuerpo físico las fuerzas físicas y químicas llevan a cabo los procesos de este cuerpo físico, así el hombre es llevado entre el nacimiento y la muerte por las fuerzas de este cuerpo de fuerzas formativas, que deben estar presentes para que tenga lugar el crecimiento, para que tenga lugar el desarrollo, para que el hombre sea llevado de día en día, de año en año, mientras fluyen entre el nacimiento y la muerte.

Sin embargo, si no se quiere tropezar en estos terrenos hay que adquirir varias cosas. Pues lo que así se dice de la investigación espiritual no es verdaderamente fantasía, es realidad, como las realidades más crudas del mundo físico exterior, realidades aún más intensas. Pero el mundo de la conciencia ordinaria se opone mucho a esto, en primer lugar por el hecho de que el hombre apenas es tan honesto y sincero consigo mismo como debe serlo si realmente quiere progresar en estas cosas. Y la segunda es que la manera de ver, de percibir, es muy diferente cuando uno sale del mundo de su mera percepción sensorial y del mero pensar sobre el mundo sensorial para entrar en esta experiencia de ver, de pensar; porque ya no es mero pensar, es una experiencia de pensar. Para progresar, hay que llegar a un comportamiento diferente hacia uno mismo en el alma. Debe uno ser capaz de captar el momento, así es como me gustaría llamarlo. En la conciencia ordinaria tenemos tiempo para dejar el pensamiento ahí, en la conciencia, si queremos captar esto o aquello. Pero cuando pasamos a la experiencia del pensar, a la experiencia del pensar observador, debemos ser capaces de captar rápidamente en el momento aquello que brilla, que se revela desde el mundo espiritual, es decir, inicialmente desde este mundo del cuerpo de fuerzas formativas. Con esto quiero decir que el modo de percepción, que por lo demás llamamos modo de percepción de los actos reflejos, debe, espiritualizándose, apoderarse de nuestra vida anímica. No necesitamos tomarnos mucho tiempo para ejercitar en nuestra conciencia un pensamiento si, por ejemplo, una mosca quiere entrar en nuestro ojo, sino que cerramos el ojo rápidamente. Del mismo modo que disponemos de la disposición mental para tomar la decisión correcta en el momento, debemos captar interiormente con nuestra alma en el momento aquello que destella del mundo espiritual y que sólo puede ser traído a nuestros pensamientos personales captándolo con fuerza, pero captándolo en el momento. Esta práctica de la disposición mental para la comprensión es una de las cosas más importantes que debe adquirir el investigador espiritual. Si no la adquiere, puede suceder que las cosas que observa, -como les ocurre a muchos que hacen intentos en este campo-, ya se hayan desvanecido de nuevo en el momento en que se vuelve atento, en el momento en que toma conciencia de ellas, de modo que es como si no hubieran estado allí.

Así, el hombre llega primero a conocer su cuerpo de fuerzas formativas, sin el cual el cuerpo físico sería un cadáver en cualquier momento, del mismo modo que se convierte en cadáver cuando este cuerpo de fuerzas formativas le abandona, es decir, cuando el hombre atraviesa la puerta de la muerte. Pero para penetrar en el mundo espiritual real, en un mundo espiritual, quisiera decir, independiente, -pues el mundo espiritual del cuerpo de fuerzas formativas está ligado al cuerpo físico material, permaneciendo siempre con él entre el nacimiento y la muerte-, hay que llevar a cabo todavía ese desarrollo del alma, esa autoeducación del alma de la que he hablado. Y aquí es importante introducir algo muy especial para el tejer interno de pensamientos e ideas, que uno ya ha independizado hasta cierto punto en la primera etapa de la práctica que acabo de describir.

Si queremos caracterizar lo que ahora debe introducirse en el pensar que se experimenta observadoramente, podríamos caracterizarlo de la siguiente manera: En el pensar ordinario, que necesitamos en la vida cotidiana y en la ciencia ordinaria, pasamos de un pensamiento a otro, de modo que nos dejamos dominar por la lógica, por la conexión entre pensamientos. Esencialmente intentamos llegar al pensamiento correcto a través de la lógica interna. Para el conocimiento espiritual esto no es suficiente. La simple unión lógica de un pensamiento con otro, y la comprobación de si un pensamiento está en contradicción o armonía lógica con otro, no es suficiente para la conciencia observadora. Más bien debe ocurrir algo que pueda compararse con la vida que llevamos en el mundo exterior en los ámbitos más diversos. En la esfera moral puede caracterizarse fácilmente. ¿Cómo nos comportamos como seres humanos en la esfera moral? Al principio podemos sentirnos tentados a imaginar en nuestros pensamientos tal o cual acción; pero no efectuaremos toda acción que podamos imaginar, que esté impulsada por tal o cual deseo o afecto, sino que al tener una acción, podría decir, en la intención, o no habiéndola llevado a la intención, sino sólo a la imaginación, nos decimos: esta acción debe realizarse, o no debe realizarse. Hay que combatir las fuerzas del alma que nos tientan a llevar a cabo esta acción. Como seres humanos morales estamos comprometidos en una vida de lucha. La vida interior y exterior puede darnos las intenciones para las más variadas acciones: no las llevamos a cabo todas. Sabemos que podemos hacerlas, pero no debemos permitirnos hacerlas. No nos situamos simplemente en una armonía o contradicción lógica, sino que nos situamos en un contexto de realidad, y no nos permitimos una acción frente a otra que debe realizarse.

Con esta conexión real de acciones, que es muy diferente de una conexión meramente lógica, puede compararse aquello a lo que debe avanzar ahora el pensar. El investigador espiritual debe llegar a esto dedicándose a ciertos pensamientos que tal vez sean adecuados para explicar el mundo de un modo u otro, dedicándose tal vez a otros pensamientos que iluminen ciertas cosas desde un lado u otro. Pero entonces el hombre no debe buscar la mera lógica en sus pensamientos, sino que los pensamientos deben cobrar vida en el alma de tal manera que un pensamiento no sólo contradiga lógicamente al otro, sino que lo destruya. De ello resulta esta vida interior, que tiene una imagen exterior en el deber o no deber moral. Ciertos pensamientos se prohíben unos a otros, luchan entre sí; en la vida de pensamientos en la que uno se mantiene vivo se produce una viva interacción de pensamientos. En conjunto, el mayor valor debe concederse al hecho de que cuando se progresa en la vida del alma, tal como se ha descrito, se llega a un estadio de contemplación mental en el que los pensamientos pasan a la vida interior y se muestran así en su diversidad, pero de tal modo que, por así decirlo, uno engulle al otro, lo consume, de cada uno surge una vida viva. Daré un ejemplo refiriéndome de nuevo a Schopenhauer. Schopenhauer sigue siendo un mero pensador, no asciende a una conciencia observadora, y sabemos que Schopenhauer es un fiscalizador de la vida. Hizo del siguiente un lema de su vida: «La vida es algo miserable. He decidido superarlo pensando en la vida. Y la mayoría de los oyentes sabrán probablemente con qué dureza criticó Schopenhauer la vida como tal. Hay un pasaje especialmente significativo. Allí dice: La vida no podría ser realmente una cuestión teórica en absoluto si no careciera prácticamente de valor. Pues si la vida, tal como se nos presenta en la práctica, ofreciera su valor directamente, el intelecto no tendría nada más que hacer, no se le ocurriría buscar de algún modo enigmas, no se preguntaría por la vida ni llegaría a buscar los enigmas y las razones más profundas de la vida, tampoco podría llegar a ciertas dudas; no podría preguntar por una finalidad, puesto que la finalidad se le presentaría directamente. Puede decirse, sin embargo, que para alguien que ve la vida en sus múltiples facetas, este pensamiento que cita Schopenhauer parecerá unilateral. Pero para Schopenhauer es uno en el que está completamente atrapado, en el que vive por dentro. Quien considere la polivalencia de la vida dirá: Ahora bien, así como el alma de Schopenhauer se ve impulsada por pensamientos honestos y sinceros a mirar la vida de tal modo que este pensamiento se antepone a su alma, también podría anteponerse otro pensamiento a un alma humana que, quisiera decir, mira la vida exactamente de modo contrario. Por ejemplo, podría decirse: Si la vida fuera tal que no hubiera nada en absoluto que pedir, no daría a la razón ninguna oportunidad de desarrollarse. El hombre estaría condenado a ser inactivo en sí mismo, a ir por la vida con el intelecto paralizado. Porque la vida le ofrecería lo que es en bandeja. Una vida así sería nula porque mata interiormente al ser humano. - Así se ve claramente la idea opuesta a la visión del mundo de Schopenhauer. Si a nadie se le ocurriera pensar en la vida, la vida tendría que ser nula; si el propósito de la vida se le presentara a uno directamente, todo esfuerzo tendría que cesar y la vida del hombre carecería de propósito.

Este pensamiento, que se opone al pensamiento de Schopenhauer, puede llegar a uno, con la misma fuerza interior, a través de la misma devoción interior del alma a la realidad, Tales pensamientos, que iluminan la vida de las formas más diversas, -y todos esos pensamientos se justifican en cierto modo, igual que las diversas imágenes fotográficas de una casa o de un árbol resultan diferentes y están todas básicamente justificadas, pero la casa o el árbol sólo se dan resumiendo todas las imágenes individuales-, se enfrentan precisamente a la persona que hace ejercicios espirituales como investigador espiritual desde todos los puntos de vista. Pero entran en la interacción descrita anteriormente; un pensamiento destruye parcial o totalmente al otro. Y el alma se entrega a esta vida interior, una vida que no se puede tener de otro modo en esta intimidad interior del alma si uno no se ha preparado no oponiendo el pensamiento presente al pensamiento pasado, como he descrito, sino permitiendo que el pensamiento presente despliegue su vida conjuntamente, y uno mismo se entrega a este despliegue. Y entregándose a esta lucha de pensamientos y a la armonía de pensamientos, -pues es ambas cosas al mismo tiempo-, uno se libra de la vida ordinaria en el cuerpo material en un grado aún más intenso.

Y ahora se entra en un mundo espiritual independiente, que por lo tanto no está ligado al cuerpo físico humano como el mundo en el que está el cuerpo de las fuerzas formativas, sino que es completamente independiente del cuerpo físico humano. Y sólo ahora aprendemos a reconocer un fenómeno de la vida ordinaria que es significativo, pero que sólo puede observarse realmente desde el punto de vista que ahora se ha descrito, de modo que la observación conduce a resultados: éste es el mundo al dormir.

Cuando el hombre se duerme, su vida ordinaria del día termina; cuando se despierta, comienza de nuevo. Para la conciencia observadora es evidente que el hombre es un ser espiritual independiente fuera de su cuerpo físico-material desde que se duerme hasta que se despierta. Pero en la vida ordinaria su conciencia es tan poco poderosa que cuando está tan independientemente fuera del cuerpo físico no puede percibir aquello en lo que ahora está, ni el entorno espiritual en el que vive. Pues la conciencia ordinaria sólo está adiestrada de tal manera que puede percibir los objetos físicos exteriores a través del instrumento del cuerpo físico; no está adiestrada como para que pueda encontrar esa resistencia interior en el propio espíritu, que luego le refleja estas experiencias espirituales. Pero para el alma, este despertar se ha producido a través de los ejercicios que he descrito con más detalle en mis libros, y así el ser humano puede llegar a reconocer qué es realmente en lo que se encuentra fuera de su cuerpo desde que se duerme hasta que se despierta. Esto no se convierte para él en el mundo vacío que de otro modo pasa para él desde que se duerme hasta que se despierta, sino que se convierte en un mundo lleno que se experimenta realmente con la conciencia observadora. Ahora el hombre no sólo se enfrenta a sí mismo como su cuerpo de fuerzas formativas sino que ahora es realmente tal que ve su alma, ve aquello que no sólo lo impregna, efectuando su crecimiento, sino que lo impregna de tal manera que, tal como lo describí anteayer, trabaja en este cuerpo físico y también en el cuerpo de fuerzas formativas para producir todas las experiencias anímicas que se experimentan con ayuda del cuerpo físico y del cuerpo de fuerzas formativas. Pero el ser humano sabe ahora también lo que actúa en el cuerpo físico y en el cuerpo de fuerzas formativas como una entidad espiritual independiente, que está arraigada en el mundo espiritual y vive en él por sí misma, y que debe alternar rítmicamente entre estar inmersa en el cuerpo físico y vivir independientemente en el mundo espiritual entre dormirse y despertarse.  A través de la etapa de cognición que he descrito, el hombre puede traer a la conciencia observadora lo que puede experimentarse fuera del cuerpo, experimenta lo anímico-espiritual. Pero ahora también aprende a reconocer lo que experimenta inconscientemente en el tiempo que transcurre desde que se duerme hasta que se despierta. En esta experiencia inconsciente hay experiencias puramente espirituales que el ser humano tiene, mientras que el cuerpo tiene sus procesos puramente orgánicos, físicos, a través de los cuales compensa, por así decirlo, lo que el alma consume durante la vida diaria de trabajo y vida cognitiva. Son procesos espirituales los que experimenta el alma, y estos procesos espirituales sólo llegan a la conciencia cuando ésta se ha despertado hasta tal punto. Pero en la conciencia onírica puede ocurrir, -y ocurre en todos los sueños-, que lo que se vive en el mundo puramente espiritual entre el dormirse y el despertarse se refleje hacia abajo en el cuerpo físico y el de fuerzas formativas. En el momento del dormir insuficiente, del despertar, se refleja en él, y allí aparece entonces a través del cuerpo de fuerzas formativas, como las imágenes oníricas, en reflejo ante el alma. En cierto sentido, la vida puramente espiritual que de otro modo permanece inconsciente para la conciencia ordinaria cuando una persona sueña, se transforma en la intensa fantasía onírica. Lo que presentan las imágenes del sueño no es, pues, una realidad, sino imágenes, imágenes que cambian la verdadera realidad espiritual; pero son causadas por la acción de la realidad espiritual sobre el cuerpo físico y el cuerpo de fuerzas formativas. Entonces el ser humano, mediante el desarrollo de la conciencia observadora, puede también observar poderosamente lo que de otro modo tiene lugar durante su dormir. Y desde este punto de vista se llega ahora a una explicación muy diferente, y sólo ahora verdadera, de lo que Schopenhauer sólo puede presentar como una observación, pero sin llegar a un resultado.

Desde este punto de vista, tomemos de nuevo el llamado sueño de examen, en el que el ser humano se divide en dos partes en relación con su yo, una de las cuales puede dar una respuesta, la otra no. Schopenhauer sólo llega hasta la información abstracta: cuando el hombre ha despertado, se da cuenta de que estas dos personalidades oníricas son una. Llega a esa unidad abstracta a la que todos los seres abstractos se aficionan. Pero el que penetra en todo el proceso con la conciencia observadora aprende a reconocer que lo que se mira es el ser anímico-espiritual que acompaña al hombre desde el nacimiento hasta la muerte, que observa la vida espiritual independiente que, sólo subconsciente o inconscientemente, subyace a la vida onírica y también a la vida del dormir. Y así resulta que el hombre, teniéndose a sí mismo ante sí como algo ignoto que no puede dar una respuesta a las preguntas, se mira a sí mismo una vez en la vida en la que todavía no podía dar una respuesta; y luego se mira a sí mismo en el otro, que puede dar la respuesta, en un momento posterior de la vida en el que ya puede dar una respuesta. Tiene ante sí estos dos momentos de la vida: uno en el que aún no podía dar una respuesta, y otro en el que ya puede dar una respuesta. Así que se mira a sí mismo dos veces. Y así resulta que el hombre, teniéndose a sí mismo ante sí como algo ignoto que no puede dar una respuesta a las preguntas, se mira a sí mismo una vez en la vida en la que todavía no podía dar una respuesta; y luego se observa a sí mismo en el otro, que puede dar la respuesta, en un momento posterior de la vida en el que ya puede dar una respuesta. Tiene ante sí estos dos momentos de la vida: uno en el que aún no podía dar una respuesta, y otro en el que ya puede dar una respuesta. Así que se observa a sí mismo dos veces.

Como ven, hemos resuelto en términos concretos lo que Schopenhauer, al no ser un filósofo observador, no podía llegar a resolver. No sabía hasta qué punto el yo humano se ha dividido en la persona más joven, que todavía no podía dar una respuesta, y la persona mayor, que ya podía dar una respuesta. ¿Y por qué se produce esta división? Sucede porque en lo más profundo del alma vive lo que podemos decir: el ser humano está inmerso en una lucha constante, en una lucha constante. Fue una lucha interior la que llevó al hombre de la ignorancia, que no podía dar respuestas, al conocimiento, que podía dar respuestas a las preguntas. En la vida exterior, esta lucha se desarrolla de tal manera que no se le presta mucha atención. Hasta cierto punto, desaparece de la atención cotidiana. Pero en el fondo del alma, esta lucha representa una suma de fuerzas. Para pasar del no saber al saber, uno ha tenido que trabajar inconscientemente en su interior. Pero esta lucha, que por lo demás tiene lugar por debajo del umbral de la conciencia, vive en el alma. Porque, en verdad, hay mucho más en el alma que aquello de lo que el alma suele ser consciente. Y cuando el alma aparta su atención del mundo exterior, al que por lo demás está atada, entonces esto se le presenta; pero ahora no tiene posibilidad la conciencia ordinaria de captarlo en su verdad. Pues no está acostumbrada a percibir esta lucha. Como he dicho, no le presta atención en la conciencia ordinaria. Así pues, esta conciencia interior sí aparece en el alma en el dormir, en los sueños, pero se forma a sí misma mostrando dos imágenes: la del hombre que no sabe y la del hombre que sabe, entre los cuales se halla y estuvo activa la lucha. Así es como Schopenhauer habría tenido que comprender este interesante hecho del sueño examinador si hubiera ascendido a la conciencia observadora concreta. Entonces también habría tenido que darse cuenta de que en este mundo de los sueños se teje algo que palpita en el fondo del alma durante toda la vida y que está relacionado con una profunda lucha interior y con fuerzas en el alma. Esto no se manifiesta en el mundo exterior. El hombre se engañaría si tuviera constantemente esta lucha ante los ojos de su alma. Él tiene que situarse en el mundo exterior, tiene que encajar en el mundo exterior. Pero mientras él se sitúa en el mundo, ocurren muchas cosas en su alma. Mientras se convierte de un no-sabedor, que no puede dar respuestas, en un conocedor que puede responder a las preguntas, ocurren muchas cosas en el alma. Y esto teje y vive mientras la persona se aparta de la realidad exterior. Así, en cierta medida, lo que el hombre experimenta ahora exteriormente en la vida real, lo que llega a ser para el mundo del trabajo, para el mundo de los demás hombres, para el mundo en el que ha de ser útil, valioso, se muestra en que misteriosos procesos de lucha tienen lugar en su vida interior.

Ahora bien, ya dije anteayer: Comparativamente, no con un cierto sentido secundario ascético mal entendido, para el que ve a través de la vida, lo que se extiende en el mundo de los sentidos también se muestra como una suma de imágenes. Así como el sueño es una reelaboración de la vida física exterior, esta vida física exterior es una reelaboración de una vida espiritual a la que el hombre despierta mediante la conciencia observadora en la que vive.

En mis diversos escritos he llamado cognición imaginativa al primer punto de vista de la cognición espiritual, a través del cual el ser humano llega a percibir el cuerpo de fuerzas formativas en el propio ser humano. Les pido que no se ofendan por esta expresión. Es muy fácil ofenderse por ella, porque uno suele pensar en términos de lo que se imagina en la vida ordinaria. Pero no hay por qué ofenderse, sólo significa lo que se caracteriza. Esta cognición imaginativa se presenta en imágenes, pero en imágenes que no son meras imágenes de fantasía, sino que apuntan a una realidad.

Pero ese pensar que se pone ante el alma de tal modo que puede compararse con la vida exterior alternante en lo moral, eso es lo que yo llamé en mis escritos la cognición inspirada, porque allí aparece ante el alma una cosa espiritual independiente, donde ahora vive el alma. El concepto de inspiración, -del que sólo hay que mantener alejada toda superstición-, es muy aplicable a esa percepción interior de un mundo espiritual que ahora se produce cuando el alma se ha elevado a tal conocimiento. A través del conocimiento inspirado llega a comprender no sólo el significado del sueño y de la vigilia para la vida ordinaria, sino que ahora realmente puede observar la vida espiritual independiente de tal modo que puede formarse ideas sobre la vida espiritual que tiene lugar más allá de la vida, entre el nacimiento y la muerte. El alma llega a incluir el mundo espiritual independiente en las ideas sobre la vida en la que el alma vivió antes de descender al mundo físico a través del nacimiento o la concepción. El alma llega a visualizar cómo transcurre la vida cuando ha atravesado la puerta de la muerte. El ser humano, -ya aludí a ello anteayer, y será tema de otras conferencias-, experimenta repetidas vidas terrenas, y por ello experimenta también un tiempo que transcurre entre la muerte y un nuevo nacimiento. Durante este tiempo, que dura bastante más que la vida entre el nacimiento y la muerte, el alma vive en un mundo puramente espiritual; pero en este mundo tiene las fuerzas con las que se impregna, que están a su alrededor tanto como las fuerzas del mundo físico están aquí. De este mundo extrae las fuerzas con las que se impregna y que lleva a lo que recibe del mundo de la materia física a través de la herencia del padre y la madre, el abuelo y la abuela, etcétera. Pero cuando el hombre se asoma a este mundo, se asoma a las fuerzas básicas, a las, yo diría, fuerzas directrices de su destino interior. Pues lo que llevamos del alma hacia la vida, de modo que seamos de una determinada manera, y con ello experimentemos esto o aquello, eso elabora nuestro destino interior. Pero esto no se forma meramente a través de la educación, que saca cosas de la individualidad humana, pero sólo puede sacar lo que yace dentro de ella; esto no se forma meramente a través de la vida física exterior en el hombre; el hombre, a través de la concepción o nacimiento lo lleva dentro desde el tiempo anterior al nacimiento, desde la vida en el mundo espiritual, en el que la conciencia observadora lo ve. Y así miramos las razones del destino interior del hombre, para el que se forman las fuerzas entre la muerte y un nuevo nacimiento. Examinamos todo lo que determina nuestro destino desde el interior del alma. Si estamos predispuestos a ser especialmente sensuales, la vida puede resultarnos difícil en determinadas situaciones. Pero traemos esta disposición a contemplar con nosotros desde la vida que ha transcurrido entre la última vida en la tierra y este nacimiento. Al vivir esta vida, entretejemos la materialidad física que se nos da a través de la concepción o el nacimiento con todas las fuerzas que conforman nuestro destino vital desde el interior.

A esto se añade lo que configura la vida desde el exterior en términos de destino. Pues el destino global del ser humano confluye en la forma en que nosotros mismos llevamos nuestras fuerzas hacia el mundo exterior: si «llevamos» estas fuerzas difusamente hacia él y sólo experimentamos algo a través de las fuerzas difusas, o si llevamos energéticamente las fuerzas hacia el mundo exterior y, de este modo, llevamos nuestra vida de otra manera. De este modo, el destino que se forma a sí mismo desde el interior toma forma de una manera centuplicada; y en lo que son golpes externos del destino, que consisten en sufrimiento y alegría, placer y dolor, está la otra parte del destino, que se entreteje a sí misma en todo el curso del destino con lo que viene del interior. Sólo podemos llegar a comprender lo que teje el destino desde el exterior si accedemos al mundo espiritual a través de la conciencia observadora.

Ahora hay que añadir una tercera cosa. Para investigar esto, los dos tipos de cognición no son suficientes. Hay que añadir la cognición intuitiva. No utilizo esta palabra en un sentido oscuramente simbólico, sino en el sentido en que quiero caracterizarla. He descrito dos etapas de avance en el conocimiento espiritual. Una etapa se produjo por el hecho de que el pensar se experimenta a sí mismo independientemente en los pensamientos, y hasta cierto punto se experimenta lo que hay entre los pensamientos cuando éstos se dejan a sí mismos. Entonces los pensamientos entran en una interacción interior, los pensamientos se convierten en el destino interior, y a través de esto comenzamos a comprender el destino que está establecido en el mundo espiritual. Sin embargo, ahora puede ocurrir una cosa más al experimentar todas las pruebas interiores del alma por las que uno pasa cuando experimenta lo que he descrito como estas dos etapas de la cognición viva, que uno vive a través de ella interiormente verdadero, interiormente honesto. Pues son muy grandes las tentaciones que seducen a las personas en este ámbito a ser insinceras consigo mismas, a persuadirse de que realmente están experimentando esto o aquello. Pero no es por una prueba lógica, ni dialéctica, que se puede aclarar cómo se llega a la realidad. La sinceridad y la veracidad hacia uno mismo que acaban de caracterizarse deben estar ahí. De lo contrario, sin embargo, sólo se puede decir: uno simplemente experimenta la realidad a través de la experiencia directa; no se puede probar nada. Del mismo modo que no se puede probar a quien quiera negar que existe una ballena, del mismo modo que la ballena sólo se puede probar a través de la experiencia, también en el caso de las experiencias espirituales sólo se puede probar que existen a través de la conciencia que las observa.  A través de la conciencia observadora uno puede tener tan claro que está tratando con una realidad espiritual y no con una creación fantástica, lo miso que uno puede tener claro en el mundo sensorial si tiene ante sí un animal hecho de cartón piedra o un animal vivo. Del mismo modo que uno no necesita demostrarlo, sino que se convence por experiencia directa, uno también se convence de la realidad espiritual por experiencia interior.

Pero entonces, si uno sigue y sigue, si uno realmente continúa los ejercicios mencionados con paciencia interior y perseverancia, uno llega al punto en el que, a partir de cierto momento, este conocimiento experimentado se convierte en sí mismo en destino, en un acontecimiento fatídico. Hay que ser realmente tan sincero y darse cuenta de lo poco que el conocimiento ordinario, a menudo tan teórico, meramente lógico, es en realidad una experiencia del destino para la mayoría de las personas. ¡Cuán poco! conocemos porque tenemos el anhelo de hacerlo; pero llevamos este conocimiento con nosotros como algo que corre a lo largo de la vida. Pero si una persona progresa como investigador espiritual de la manera que he descrito, entonces llega un momento, -puede llegar tarde o temprano, llegará-, en que el propio conocimiento se convierte en un destino, en que uno está tan impregnado interiormente por el espíritu que se sitúa en el universo espiritual a través del propio espíritu, en que esto se convierte en un acontecimiento tan interior que se convierte en el acontecimiento más importante a pesar de toda sinceridad y veracidad interior. Uno puede decir: esto significa algo muy profundamente incisivo en la vida. Como ser humano, -como todos saben-, uno experimenta ciertamente experiencias incisivas del destino, que a menudo conducen toda la existencia en otras direcciones, experiencias que sacuden profundamente el alma, experiencias de la alegría más sublime, experiencias de la tragedia más profunda. Pero si la cognición verdaderamente espiritual ha de ser alcanzada como investigación, puede y debe ser posible, que la propia cognición se acerque al hombre de tal manera que se convierta en una experiencia de destino: tal experiencia de destino, en comparación con la cual las demás experiencias de destino, por muy significativas que sean, quedan en cierto modo eclipsadas. El mayor punto de inflexión, el mayor impacto de la vida, puede y debe llegar para el verdadero conocedor espiritual de tal manera que, a partir de cierto momento, se sepa tan conocedor en espíritu que esta experiencia de destino ahogue todas las demás experiencias de destino. Y el sonido que proviene de esta experiencia del destino resuena entonces en el alma de tal manera que uno sabe ahora dónde se entretejen las fuerzas en el mundo espiritual que componen el curso de la vida, - para muchos aparentemente por casualidad-, de tal manera, lo impregnan de tal manera, que no sólo en lo que se forma desde dentro hay plan y conexión, sino que también aquellos acontecimientos que están en el mundo exterior están enlazados o se acercan a nosotros de tal manera que a su vez forman la base para los lazos que luego tienen lugar en la próxima vida en la tierra. Porque en el conocimiento espiritual mucho depende de que seamos capaces de vivenciar realmente lo que surge como efecto.

Al vivir tal experiencia, como la he descrito ahora como la experiencia fatídica de la cognición, y antes como la experiencia de la conciencia cognoscente, que uno no sólo mira, sino que tiene los efectos en el alma, y el alma se convierte de este modo, -a través de esto el alma se convierte en un alma observadora. Ahora llega no sólo a mirar la vida que transcurre entre la muerte y un nuevo nacimiento, sino a formarse ideas sobre fuerzas que provienen de vidas terrestres anteriores. Estas fuerzas, que actúan desde vidas terrenas anteriores, vuelven a la vida en esta vida terrenal, y a su vez se entretejen con lo que entra en nuestra vida como algo nuevo, conviven para formar un destino global, que forma sus fuerzas desde fuera y que a su vez forma la base para las siguientes vidas terrenas. Y así, lo que viene de dentro se presenta como el efecto de la vida que transcurre entre la muerte y el nuevo nacimiento. Lo que viene de fuera, en cambio, se presenta de tal manera que los fundamentos puestos en las vidas terrenas anteriores se abren camino.

Sé muy bien hasta qué punto la conciencia actual, que se ha formado correctamente sobre la base de la cosmovisión científica, se resiste a ideas como las que se han dado ahora sobre el destino exterior e interior. Se necesitará mucho tiempo, diría yo, antes de que pueda quedar claro a quienes creen que deben resistirse a esta visión científico-espiritual por convicción científica, que esta convicción científico-espiritual está en plena armonía con todo lo que ha sido sacado a la superficie del pensamiento humano de manera tan admirable por la ciencia natural actual. A los que se oponen a la ciencia espiritual desde el punto de vista de una cosmovisión científica firmemente establecida, siempre se les puede demostrar que no saben realmente de lo que están hablando, porque no tienen la paciencia y la perseverancia necesarias para comprometerse realmente con la ciencia espiritual.

Por último, veamos lo que se nos presenta como base general de la cuestión del destino del alma humana en relación con ciertas ideas científicas actuales. Algunos vendrán y dirán: Esta ciencia natural ha logrado por fin esclarecer, mediante cuidadosas investigaciones, cómo precisamente en el contexto físico de la herencia residen las fuerzas que nos conforman, que cooperan en nuestro destino. Y la ciencia natural ya ha avanzado mucho en este campo. Y aquí viene un investigador espiritual y dice, en contraste con lo que el científico natural ha demostrado que se origina en la herencia física, que el destino interior está condicionado por lo que ocurre en el mundo puramente espiritual entre la muerte y un nuevo nacimiento. Pero ambas cosas están completamente en armonía entre sí; sólo hay que tener claro que, además de ese pensar que es el pensar meramente lógico, también hay que entrenar el pensar que está de acuerdo con la realidad, el pensar espiritual-realista. He hecho especial referencia a ello en mi último libro «Vom Menschenrätsel», sólo lo desarrollaré hoy con referencia a este pensar. El pensar lógico suele conformarse con que los pensamientos sean compatibles entre sí. Pero los pensamientos lógicamente compatibles sólo pueden parecer compatibles. Si uno se sitúa fuera de la realidad y observa la mera lógica, es muy posible que las apariencias engañen, que la lógica conjure una armonía mientras la realidad la contradice. El propio Schopenhauer se burla una vez de cómo los pensamientos pueden estar completamente de acuerdo entre sí y, sin embargo, la realidad los contradice señalando cómo Francisco I de Francia afirmaba tener el mismo pensamiento que Carlos V. Decía: «Tengo el mismo pensamiento, quiero lo mismo que mi querido hermano Carlos V.» Puesto que ambos querían lo mismo, sus pensamientos parecían ser iguales. ¿Pero estaban de acuerdo? Ambos querían conquistar Milán. La realidad rectifica el pensamiento. Eso es muy llamativo, muy llamativo. Pero cuando uno se aferra de forma similar a la apariencia de unidad y no sumerge sus pensamientos, ya sea en la realidad física o espiritual, a menudo no se da cuenta de ello. Y así uno no se da cuenta de cómo la idea que acabo de desarrollar sobre las fuerzas del destino interior es muy compatible con la idea de la herencia física. Aquí vemos cómo el pensamiento de la visión del mundo en realidad se vuelve bastante ilógico frente a los hechos correctos. Es muy interesante seguir la claridad científica con la que se ha establecido la idea de la herencia, empezando por el reino vegetal, pasando por los resultados de Mendel, hasta llegar a la investigación familiar, donde se demuestra que ciertos poderes y habilidades se transmiten en la familia... en fin. Un libro sobre la investigación familiar y la teoría de la herencia, como el publicado por Robert Sommer, es sumamente interesante; aún más interesante es el libro que publicó en 1908 sobre Goethe a la luz de la herencia. Pues uno puede, por supuesto, ilustrar muy bellamente cómo aquello que surgió en Goethe como tal o cual fuerza de su espíritu ya estaba predispuesto hacia un lado, el uno en este antepasado, el otro en otro, el tercero en un tercero; y así fluyeron todos juntos en un descendiente y se muestran finalmente en un desarrollo particularmente ingenioso. Pues bien, esto ha llevado a que la teoría de la herencia de Gregor Mendel, que se basa en hechos científicamente correctos y es extraordinariamente profunda en lo que se refiere a la herencia en plantas y animales, simplemente se traslade al ámbito espiritual y se diga: 

Los talentos especiales se encuentran siempre al final de una línea de descendencia, es decir, se heredan de la línea de descendencia a través del padre y la madre, el abuelo y la abuela. A menudo he señalado aquí que esta idea no es muy realista ni lógica. Porque si realmente se quisiera demostrar que las cualidades pasan de una persona a la descendencia, entonces habría que demostrar que el antepasado tiene las cualidades en cuestión, que el descendiente muestra las cualidades que ya estaban en el antepasado. Pero esto no es más maravilloso, el pensamiento no es más profundo que el de que una persona que ha caído al agua está mojada. Ha pasado a través de la corriente ancestral en la herencia física, por lo que trae consigo cualidades especiales a través de la herencia.

Pero no se puede negar que muy temprano en la línea ancestral se revela la predisposición a lo que finalmente emerge en el descendiente. Este pensamiento es bastante defendible cuando se mira externa y físicamente; pero para la conciencia observadora se hace evidente lo siguiente: Así como el alma impregna este cuerpo humano físico, así como el alma trabaja y vive en el cuerpo humano físico, así también todo lo que vive en nuestro entorno está impregnado y entretejido con lo espiritual anímico. Todo lo que ocurre en lo físico está impregnado de lo anímico, del mismo modo que mi dedo y mi brazo están impregnados de lo anímico y no son meramente físicos. Hay alma en todas partes. Y lo físico, que tal vez fluye desde una persona del siglo XIV a través de un descendiente del siglo XV, XVI hasta el siglo XX, también está impregnado de esta manera: los procesos físicos siguen viviendo; paralelamente a ellos fluyen los procesos espirituales. El mundo espiritual no está aislado del mundo físico en un país de las nubes, sino que impregna el mundo físico. Y allí donde los procesos físicos de la herencia se desarrollan a lo largo de los siglos, también suceden cosas espirituales. Ahí está el mundo espiritual. Y el alma de la persona que nace en un momento determinado está conectada desde hace mucho tiempo con los procesos que tienen lugar en la línea ancestral. A grandes rasgos: Si una persona nace en el siglo XX de padre y madre que a su vez descienden de padres nacidos en el siglo XIX y así sucesivamente, vamos por siglos; hay una corriente hereditaria que finalmente desemboca en la persona que tenemos en mente. Pero el alma actúa desde hace siglos en lo que une a las parejas humanas. Lo que sucede entre las personas y luego toma forma en la herencia, mientras la herencia física tiene lugar aquí, se abre camino desde el mundo espiritual, de modo que el padre adecuado siempre es conducido a la madre adecuada. Esto prepara lo que el alma busca, para que luego pueda nacer en la descendencia.

Han resumido la idea de tal manera que todo queda resumido. Todo sucede en la herencia física, pero el alma está siempre presente; el alma se une al flujo de una pareja humana a descendientes y descendientes una y otra vez hace siglos. Así, la propia alma da lugar a lo que en la secuencia de la herencia prepara lo que luego llega a ser, y que finalmente encuentra expresión en la actualidad. - Para la visión actual del mundo, para la teoría actual de la herencia, esta idea quizá siga siendo grotesca. También sólo puede alcanzarse formando ideas sobre el mundo espiritual de la manera descrita hoy; pero se asentará con el paso del tiempo.

Y ahora también quiero describir, -aunque sólo pueda hacerse muy brevemente debido a la escasez de tiempo-, en cierto modo lo que podríamos llamar, a grandes rasgos, la técnica del destino exterior, después de haber tratado la técnica del destino interior en relación con la herencia. Lo que ocurre entre los hombres en la vida ordinaria, lo que un hombre hace a otro, lo que un hombre dice a otro, lo que un hombre experimenta a través de otro por el hecho de que los sentimientos son evocados en él por las palabras y los actos del otro, que él mismo es impulsado a estas palabras y actos, todo esto es sólo una cara de lo que ocurre entre los hombres. Y lo que vive en la conciencia en la relación de las personas con el resto del entorno es también sólo una parte. En realidad, hay más cosas viviendo en el alma humana que aquello de lo que es consciente. Y así, entre dos personas que están juntas en la vida ocurre infinitamente más que lo que ocurre en la conciencia de una u otra persona. Y así entre todas las personas que se encuentran. Mucho ocurre en el subsuelo profundo de la conciencia. Permanece en esas profundidades y a veces emerge. Hay una alternancia de surgimiento y regresión, pero también una permanencia completa en el subconsciente. Pero lo que tiene lugar en las profundidades del alma, lo que no se experimenta en la mente consciente, sólo en el subconsciente, está por tanto todavía en el alma y funciona en el alma. Para simplificar el ejemplo: Conocemos a una persona, experimentamos algo con ella de forma consciente, pero precisamente a través de ello experimentamos también algo más profundo, algo más profundo sigue siendo estimulado en el alma. Sigue vivo en nosotros, sigue vivo en él. Sigue actuando y es llevado a través de la puerta de la muerte, se sigue desarrollando en el mundo espiritual en la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento como preparación para una nueva vida en la tierra. Así que todo lo que se vive en las profundidades del alma se lleva a través de la puerta de la muerte de tal manera que puedo compararlo con decir: Como todos sabéis, en la existencia física exterior existe la posibilidad de dejar una habitación vacía de aire bombeando aire fuera de una habitación. Si entonces abres algún lugar, el aire exterior penetra en este espacio sin aire. Un espacio que está vacío no puede desarrollar ninguna fuerza; pero es precisamente el mundo exterior el que penetra en él, el exterior el que penetra en él. Si estuviera lleno, el exterior no podría penetrar, pero el exterior penetra precisamente porque tiene que entrar a través de su vacío. Al llevar a través de la puerta de la muerte lo que está predispuesto en nuestra alma, es decir, en el subconsciente, en el círculo más amplio de la vida consciente del alma, que a menudo vive en nuestra alma como un sentimiento de felicidad, crea, por así decirlo, un espacio vacío en el alma, comparativamente hablando, por supuesto, lo físico traducido en lo espiritual; pues así es como se presenta a la conciencia observadora. Con este vacío, el hombre vive entre la muerte y un nuevo nacimiento y, por tanto, entra en una nueva vida terrenal a través del nacimiento. Y así trae un espacio vacío a esta nueva vida terrenal como resultado de las vidas terrenales anteriores - comparativamente hablando. A través de este espacio vacío del alma atrae hacia sí las condiciones correspondientes del mundo exterior. A través de él vienen a él los seres y los golpes del destino exterior; a través de él encuentra a un ser humano al que conoció en una vida y se reencuentra con él. Lo atrae por el hecho de que lo que era su plenitud en el alma se ha convertido en vacío, que es absorbente para ciertos acontecimientos. Y del mismo modo que el espacio vacío atrae el aire, el vacío alcanzado a través de ciertos acontecimientos atrae de nuevo ciertas experiencias. Esta es, me gustaría decir, a grandes rasgos, la técnica de cómo una vida terrenal trabaja en la otra.

Hoy me he esforzado por presentarles una serie de observaciones y resultados de la ciencia espiritual que están relacionados en general con el destino humano y sus enigmas. Este conocimiento general puede convertirse en la base para hacer observaciones sobre cuestiones individuales del destino. En tiempos tan aciagos, esto también debe ser obvio. Por lo tanto, en la próxima conferencia hablaré precisamente sobre tales cuestiones individuales del destino, sobre la base de los destinos humanos generales, trataré de mostrar la importancia de los golpes individuales del destino, golpes alegres y dolorosos del destino para la vida inmediata, su felicidad, todo su curso.

La cuestión del destino en particular revela algo que me gustaría mencionar, porque es muy importante y también es juzgada erróneamente por aquellos que tienen una actitud favorable hacia la ciencia espiritual. Es muy fácil creer que se puede plantear la objeción: Bueno, ¿qué significa esta ciencia espiritual para aquellos que no pueden convertirse ellos mismos en investigadores espirituales? - La mejor manera de responder a esto es decir que la investigación espiritual es un destino para el propio investigador espiritual. Es para él lo que más o menos he descrito; pero lo que la vida exige, la experiencia espiritual sólo se convierte en traer todo lo que el investigador espiritual encuentra al mundo del pensamiento, que ahora está meramente fertilizado, sólo que no por la realidad sensorial exterior, sino por la realidad espiritual interior. Y todo ser humano puede absorber este mundo del pensamiento si sólo se entrega a él sin prejuicios. Realmente no es correcto decir que los secretos del mundo espiritual sólo están claros para el investigador espiritual. Que sean claros para tan pocas personas hoy en día se debe al hecho de que un número relativamente grande de personas hoy en día sólo son receptivas a los pensamientos que son tomados de la vida exterior. Por eso creemos al químico, aunque no conozcamos los experimentos mediante los cuales produce determinados resultados; creemos al astrónomo, aunque no conozcamos todas las observaciones íntimas que tiene que hacer. Uno cree en ellos porque se entrega sin prejuicios a los pensamientos que surgen en la consulta del investigador, en la clínica, en el laboratorio, en el observatorio, y aplica los resultados de la investigación en la vida; la vida es fecundada por ellos. Uno puede meter en sus pensamientos lo que el otro tiene que investigar.

Todavía no ha llegado el momento, pero no está muy lejos, en que la gente dirija sus pensamientos hacia lo que ocurre en el laboratorio espiritual del investigador espiritual, por así decirlo, y conduzca a resultados de las observaciones. Esto sólo depende de un cierto cambio en los hábitos de pensamiento. Las personas también han tenido que acostumbrarse a la visión copernicana del mundo, por lo que también se acostumbrarán a los resultados de la investigación espiritual. Entonces, cuando uno tiene los pensamientos en los que el investigador espiritual moldea sus resultados, entonces estos pensamientos son suficientes, aunque hoy en día todo el mundo puede convertirse en un investigador espiritual hasta cierto punto, para que pueda convencerse de la verdad del mundo espiritual, también de hechos individuales del mundo espiritual. Para tener una convicción plenamente fundada, sin embargo, no es necesario ser uno mismo un investigador espiritual, sino sólo enfrentarse, imparcialmente, sin prejuicios, no nublado por los conceptos materialistas-naturales-científicos del presente, a aquello que se extiende como un mundo de ideas, que es el resultado de estas observaciones espiritual-científicas del investigador espiritual. Y una vez que se ha pensado realmente esto, entonces se tiene en este pensamiento lo que se utiliza inicialmente para la vida desde el mundo espiritual. Lo que se necesita para la vida en general puede ser reconocido a través de una penetración mental de la investigación espiritual. Para que la investigación espiritual progrese, ciertas personas deben convertirse ellas mismas en investigadores, involucrarse en el mundo espiritual y educar su alma a través de esos métodos que son tan espirituales internos como los métodos del químico, el fisiólogo, el biólogo son externos. Y en el futuro las personas adquirirán, -esto no es difícil para el alma sana-, lo que puede considerarse como un cierto fundamento de la ciencia espiritual y que lleva al hecho de que uno puede convencerse ciertamente de que los resultados de la investigación espiritual corresponden a la realidad.

Esto puede lograrse hoy, en la etapa actual de la humanidad, teniendo en cuenta lo que encontrarán expuesto en mis libros. Pero una y otra vez hay que subrayar que la objeción no puede aplicarse: Yo no puedo ver el mundo espiritual, por lo tanto lo que el investigador espiritual presenta no tiene valor. - Con un pensamiento desprejuiciado se puede encontrar: Cuando lo que da el investigador espiritual se vierte en el pensamiento, en estos pensamientos se puede obtener un bien de vida que, puesto en el alma, realmente conduce a esta alma de tal manera que incluso tales cosas se vuelven gradualmente comprensibles que de otro modo desafían incluso la comprensión filosófica, como hemos visto, como la cuestión del enigma filosóficamente tan poco elaborado del destino humano. Ahora se hace evidente en un nivel mucho más alto antes de la visión espiritual que la comparación que utilicé anteayer puede realmente continuarse con respecto al destino: Tenemos la conciencia soñadora y podemos compararla con la conciencia ordinaria. En los sueños el hombre experimenta algo que se parece al destino, en sueños como los que he descrito en el sentido de Schopenhauer. El hombre se ilumina a sí mismo sobre este sueño, cómo fluye junto con la vida que se experimenta en el mundo físico-sensual exterior, cuando despierta de la conciencia onírica a la conciencia ordinaria. - Pero cuando el ser humano despierta de la conciencia física ordinaria a la conciencia observadora, entonces lo que fluye por nuestra vida, trágico o alegre, edificante o deprimente, triste o gozoso, se ilumina. Lo que fluye por nuestra vida de este modo se vuelve más claro, adquiere el tipo de coherencia que adquieren los sueños cuando nos despertamos y nos integramos en la realidad física. Así como la aparente coherencia del sueño da paso a la realidad física cuando nos despertamos normalmente, aquello que, como el sueño del destino, que impregna la vida humana de alegría o tristeza, llevando el destino, da paso a una realidad superior, espiritual, donde el hombre ahora despierta y vive como un hombre espiritual; se aclara en el mundo espiritual. Experimentamos nuestro destino porque es el espejo que tenemos que experimentar mientras pasamos por nuestra vida en el mundo espiritual como un hombre espiritual a través de muchas etapas, y porque a través de lo que experimentamos en nuestro destino nos apresuramos de una etapa de la vida a la siguiente. Después de todo, para una comprensión más profunda, toda la vida, en el cuerpo, en el espíritu, a través de muchas vidas espirituales y físicas, toda la vida está en la perfección. No es sólo el hombre quien se esfuerza mientras vive, todo ser se esfuerza; el mundo entero se esfuerza, el universo entero se esfuerza de nivel en nivel de perfección. Y el sentido profundo de la meta de la vida y del devenir sólo se nos revela cuando el hombre despierta de su vida en el mundo físico, los procesos materiales, a una vida en el espíritu, una vida espiritual en la tierra, donde, en contraste con la imagen de la perfección aquí en lo físico, se revela el arquetipo de toda perfección en lo espiritual.

Traducido por J.Luelmo feb.2025

GA066 Berlín, 15 de febrero de 1917 - Espíritu y Materia - Vida y muerte

 índice

RUDOLF STEINER

EL ESPÍRITU Y LA MATERIA  -  VIDA Y MUERTE


Del prólogo de Marie Steiner, 1940


Presentamos al público una serie de conferencias que Rudolf Steiner pronunció en Berlín para el gran público. Berlín fue el punto de partida de esta actividad de conferencias públicas. Lo que en otras ciudades se trataba más en conferencias particulares, aquí podía expresarse en una serie de conferencias interrelacionadas cuya temática se superponía. Esto les confería el carácter de una introducción a las ciencias espirituales metódica y cuidadosamente fundamentada y les permitía contar con un público que volvía con regularidad, deseoso de profundizar cada vez más en las nuevas áreas de conocimiento que se abrían, mientras que a los recién llegados se les proporcionaban repetidamente las bases para comprender lo que se les ofrecía.

Conferencia 1

Berlín, 15 de febrero de 1917

El subtítulo de la conferencia de hoy se refiere principalmente a la elección de su tema. En un momento en que estamos rodeados de tanta gravedad, en un momento que lleva en su seno tanto de lo que debe deparar el futuro de la humanidad, me pareció acertado comenzar el ciclo de conferencias de este invierno centrando la atención en las grandes cuestiones del alma humana, de su naturaleza, de su destino, en aquellas fuentes del alma humana donde residen sus fuerzas interiores más fuertes. Y en lo que va a basarse la conferencia de hoy, -una reflexión en el sentido científico-espiritual sobre el espíritu y la materia, la vida y la muerte-, pertenece sin duda a lo que ya dijo el gran filósofo griego Platón, que sin su investigación la vida carece realmente de valor para el hombre.

Quisiera comenzar dirigiendo su atención a algunas mentes que, en el transcurso del siglo XIX y hasta nuestros días, se esforzaron por encontrar una solución a los mismos enigmas que se supone nos ocupan hoy en día, sobre la base de todos los conocimientos científicos del siglo XIX. A partir de todo lo que el pensamiento más profundo de los tiempos modernos ha dado al alma como soporte, ellos se esforzaron por llegar a la comprensión de la relación del hombre como espíritu con la materia, de la relación del hombre como ser en la vida física con el enigma de la muerte. Pues cuestiones como las de la materia y el espíritu han tocado a los hombres de las formas más diversas en todas las épocas, según las correspondientes percepciones de las mismas. Y si uno se limita a hablar de ellas en términos generales, no se acerca realmente a tales cuestiones, sino únicamente cuando lanza su mirada espiritual sobre el alma humana en lucha. Porque sólo entonces se presenta realmente ante el alma el significado que el estudio de estas cosas tiene para la vida inmediata del día, para todo el destino más profundo del hombre. Y aquí quisiera, en primer lugar, dirigir vuestra atención a un espíritu que, aunque murió a los ochenta años, en su manera de ver las cosas y en su empeño sigue hablando directamente como desde nuestro presente, un espíritu que, por la peculiar naturaleza de su alma, se vio impulsado de la manera más intensa a las cuestiones que nos ocupan, en el sentido de que su pensamiento era prácticamente una lucha con lo que la tan admirable ciencia natural tiene que decir sobre los procesos materiales, una lucha con respecto a cómo el espíritu, en el que el hombre se sabe anclado como alma, tiene que relacionarse con lo que le rodea como procesos materiales. 

Me gustaría llamar su atención sobre Gustav Theodor Fechner, que básicamente ayudó a dar forma a toda la educación del siglo XIX en su alma sensible; que fue profesor en Leipzig hasta los años ochenta; que contribuyó a las cuestiones cognitivas del siglo XIX de la forma más completa. Pero eso no nos concierne hoy. Más bien debería preocuparnos una situación de su vida que él mismo describe de un modo maravillosamente tierno justo al principio del libro que contiene tantas profundidades de la lucha de los tiempos modernos, -sobre la perspectiva diurna y nocturna de la cosmovisión humana. Él describe que un día, cuando su vista ya se había deteriorado, se sentó a descansar en un banco del valle de Rosental, en Leipzig, y cómo tenía delante una valla de setos con un agujero, un recorte, a través del cual podía ver un prado. Podía ver el verde del prado -eso dice- y sus ojos, sus débiles ojos, se deleitaban con el verde del prado. Podía ver todo tipo de flores de colores emergiendo del verdor, mariposas de todos los colores retozando sobre el verdor y el esplendor de las flores: podía oír un concierto matutino. Y él, el erudito sensato, no podía evitar dejar que sus pensamientos jugaran dentro de estas percepciones, pensamientos que estaban fecundados por toda la educación científica de su época.

Ahora bien, para acceder a los pensamientos característicos de este espíritu sensible, es necesario visualizar un poco lo que estaba particularmente cerca del pensamiento científico natural de Gustav Theodor Fechner de la época, lo que le había llevado de un modo especial a luchar interior y emocionalmente con el enigma de la materia precisamente en una situación vital así. A menudo he llamado la atención sobre la cosmovisión del siglo XIX, que en mi libro «Los enigmas de la filosofía» describí como la cosmovisión del ilusionismo. En él, señalaba que ciertas consideraciones de fisiología, de epistemología, ciertas formas de ver los fenómenos científicos, llevaron a los pensadores más destacados del siglo XIX a decirse a sí mismos: aquello que el hombre percibe como el mundo de colores que le rodea, como los sonidos que le rodean, no está realmente en el mundo exterior. En el mundo exterior hay átomos que vibran, que se mueven, moléculas, entidades puramente espaciales que se mueven en el tiempo y se relacionan entre sí de una determinada manera. De modo que Schopenhauer y otros ya vinieron a decir: El mundo colorido que nos rodea, el mundo sonoro que nos rodea, en realidad sólo está ahí mientras un ojo humano pueda abrirse para percibirlo, un oído humano pueda oírlo. En sí mismo, si este mundo exterior no es confrontado por un ojo humano, un oído humano, este mundo exterior es oscuro y mudo, un movimiento de entidades oscuras, incoloras, sin luz, sin sonido. Se había llegado, digamos, a tomar en el yo humano, en el alma humana, todo lo que deleita al hombre, lo que lo eleva, lo que lo rodea en el mundo circundante, y a dejar de este mundo exterior sólo la causa muda y oscura de la materia pura. Una mente como la de Fechner no se limita a aceptar tal visión como teoría, sino que la acepta con vistas a la pregunta: ¿Cómo se puede vivir con tal visión? ¿Cómo puede el alma ponerse en relación con el mundo cuando tiene que situarse en una visión así? - Y por eso Fechner se dijo a sí mismo en la situación en la que se encontraba sentado en el banco junto a la valla del seto: «Estoy mirando a través de esta abertura en la valla del seto. Me parece ver el verde del prado, los colores juguetones de las mariposas. Pero la tela incolora y sin luz es sólo una mentira. Creo oír los sonidos del concierto matinal; no están fuera, sólo resuenan cuando las vibraciones del aire provocadas por los instrumentos, los violines y las flautas, afectan a mi oído. Fuera, todo es insonoro, todo es oscuro y silencioso. Y, en realidad, hay que ser consciente de que, al asomarse al mundo de la materia, se está uno asomando a un mundo insonoro y oscuro. - Fechner llamó a esta visión del mundo de la materia la «visión nocturna». Y en repetidas ocasiones señaló  que todo lo que la ciencia natural del siglo XIX sacó a la luz, que en modo alguno debía discutirse, sino más bien admirarse, conducía necesariamente a esta visión nocturna. Y este espíritu sutil no era en absoluto el único que tenía esta visión: «¡Si miráis ahí fuera, estáis mirando a la noche eterna!», sino que decía -y me gustaría leerles sus propias palabras: «Son los pensamientos de todo el mundo pensante que me rodea».

«Por mucho y por mucho que se discuta, filósofos y físicos, materialistas e idealistas, darwinista y anti-darwinista, ortodoxos y racionalistas se dan la mano. No es un elemento decorativo, sino una piedra angular de la visión actual del mundo...»

Y ahora Fechner continúa diciendo: Así pues, sólo cuando esta sustancia muda y oscura, -como él la llama-, incide en la bola proteínica del cerebro humano, se desarrolla el mundo colorido y magnífico a través de lo que tiene lugar en el cerebro; sólo entonces se desarrolla la «visión diurna», pero bajo la influencia de estas condiciones se convierte básicamente en una gran ilusión para la humanidad. Fechner nunca pensó que, por llevar a esta visión nocturna como punto de paso en el empeño por una cosmovisión, hubiera que luchar contra el desarrollo de las ciencias naturales. Él mismo, que era un sutil naturalista, no subestimaba ciertamente la importancia del conocimiento científico, pero centraba su mirada espiritual en un futuro para la humanidad que creía próximo. Y del que creía que la visión nocturna tendría que ceder y ser sustituida por otra, espiritualizada, que no fuera capaz de contradecir lo que el sentido común supone de forma tan despectiva, sino que se apoyara en todo lo que nos rodea en el mundo inicialmente llamado «real» por el hombre ingenuo, pero que a partir de ahí se elevara a un mundo en el que el alma debe conocerse a sí misma como espíritu si no quiere perderse en una devoción insustancial a la materia. Y así dice Fechner, mirando desde este presente hacia un futuro que él prevé: «De hecho, creo que, al igual que a la noche le sigue el día, a esa visión nocturna del mundo le seguirá un día una visión diurna que, en lugar de contradecir la visión natural de las cosas, más bien se apoyará en ella, y en ella encontrará la base para un nuevo desarrollo. Porque, si desaparece esa ilusión que convierte el día en noche, todo lo malo que está relacionado con ella, y hay mucho, tendrá naturalmente que desaparecer con ella, y el mundo aparecerá en un nuevo contexto, bajo una nueva luz, bajo nuevos aspectos positivos.»

El propio Fechner intentó entonces ascender del mundo al que, en su opinión, se dirige la visión cotidiana, a un mundo en el que el alma puede reconocerse como espíritu. Pero hay que decir, sobre todo si se toman como propios los presupuestos de la ciencia espiritual, que no consiguió más que llegar a ciertas, podríamos decir, conjeturas, ideas conjeturales y concepciones sobre un mundo espiritual a partir de los conceptos e ideas que se formó sobre el mundo ordinario y de la ciencia ordinaria.

Si se quiere hablar con conocimiento de causa, se podría decir que intentaba pensar en el mundo espiritual según analogías. La tierra con su envoltura de aire se convirtió para él en un gran organismo; el movimiento de los rayos del sol se convirtió en un análogo de los efectos de los nervios; todo el sistema estelar del sol se convirtió para él en un gran organismo que, al igual que el organismo humano, tiene un alma en su interior. Pero Fechner basaba todas estas ideas sobre un mundo espiritual, en las ideas de la vida cotidiana, las ideas de la ciencia centradas en el mundo material externo. Se podría decir que sólo su sentimiento básico del alma, orientado hacia lo espiritual, le obligó a hacer tales suposiciones, a no detenerse en el mundo de la materia, sino a elevarse a un mundo espiritual que él había construido hipotéticamente.

Si ahora nos preguntamos: ¿En qué punto se encontraba este espíritu sensible, que en su propio desarrollo reflejaba de modo especial el desarrollo de la educación espiritual del siglo XIX?. Entonces se puede decir: Se encontraba justo en el punto de partida de lo que para él puede presumirse, pero que ahora, después de haber transcurrido algunos años desde su trabajo, surge con mayor certeza precisamente de la cosmovisión científica, se encontraba en la puerta de entrada de lo que aquí se entiende por ciencia espiritual. - Esta ciencia espiritual debe partir del punto al que generalmente llega la ciencia externa, centrada en lo material. Debe partir de ese punto, esta ciencia espiritual, al que también penetra la vida cotidiana ordinaria. Esta ciencia y esta vida penetran hasta las concepciones, nociones e ideas que el hombre puede formarse sobre el mundo exterior. Fechner se aferraba, al menos como si se aferrara, al material insonoro y oscuro que se le había impuesto en su imaginación; se aferraba a esta visión nocturna, pero se esforzaba por alcanzar la visión diurna. Esta visión diurna, sin embargo, no puede obtenerse a menos que el ojo del alma se enfoque agudamente hacia donde la ciencia externa, la vida ordinaria del día, llega a una conclusión - a menos que lo que se llama el pensamiento humano y la imaginación humana se enfoquen agudamente. La ciencia espiritual debe comenzar precisamente donde termina la ciencia ordinaria. Por tanto, debe abordar la pregunta: ¿Cuál es la naturaleza de este pensamiento que vive en nosotros, que nos impulsa a formarnos ideas sobre todos los fenómenos, sobre todas las impresiones del mundo exterior, ya sean alegres o dolorosas, más o menos indiferentes, o que contengan las grandes cuestiones del destino?

Sólo se puede llegar a una respuesta a esta pregunta si se intenta afrontar el pensamiento en esa calma que tan a menudo no se da en la vida científica actual y en la fuerza interior del despliegue espiritual de la vida del alma. Entonces se llega a esa visión de este pensar que dice: Este mismo pensar, en el cual se refleja espiritualmente el mundo exterior, ya no es algo que esté ligado a lo material. 

Sé que al pronunciar esta frase, choca inmediatamente con innumerables prejuicios de nuestro tiempo. Necesitaría muchas horas si quisiera dar aquí todos los detalles que fundamentan plenamente el hecho de que, al pensar, ya no tejemos en lo material, sino que ya nos hemos elevado con nuestra alma fuera de la actividad material, dentro de la cual se encuentra el alma por el hecho de tener que utilizar el cuerpo físico como herramienta para su actividad cotidiana.  Uno de los prejuicios más graves de la cosmovisión moderna es que no se reconoce la naturaleza espiritual del propio pensar al observar mentalmente este pensar. Quien no se limita a mirar retrospectivamente y fugazmente el acto de cognición, sino que se pone en situación de retroceder, por así decirlo, del acto de pensar, pero de tal modo que el pensar que cultiva en la cognición se presenta ante el alma como una especie de representación de la memoria, de tal modo que puede ser observado con precisión; Así pues, quien no permanece en el pensar donde no se le puede reconocer, sino que quien retrocede del pensar, por así decirlo, reconoce que al pensar vive en este pensar del mismo modo que, -por utilizar esta comparación, que ya he empleado aquí varias veces-, uno vive en sí mismo cuando se encuentra ante la superficie de un espejo. La superficie reflectante te devuelve una imagen de tu propio ser, pero tú lo sabes muy bien: este propio ser no está dentro del espejo, el espejo es sólo la causa de que se refleje de nuevo en mí. Al reflejarme, experimento mi ser, y sé que la imagen de mi ser sólo se refleja de nuevo en mí. No percibiría esta imagen si el espejo no estuviera allí. Pero sé que el espejo no tiene nada que ver con mi ser, excepto que refleja mi imagen hacia mí.

Una observación del pensar, precisa y sin prejuicios, muestra que este pensar está tan ligado al cerebro como instrumento del cuerpo, que este cerebro, este instrumento del cuerpo, es como el espejo, pero no como un espejo muerto, sino como un espejo vivo, como oiremos dentro de un momento. Pues lo que vive y se teje como pensamiento no tiene lugar ahí dentro a través de los procesos del espejo, sino que tiene lugar en el propio ser anímico fuera del cuerpo, y el cuerpo no es más que la oportunidad para que yo tome conciencia de aquello que, de otro modo, no llegaría a mí como imagen del pensar. Y una observación imparcial de este pensar muestra, que cuando el hombre entiende este pensar mismo como resultado de algunos procesos en el cuerpo, va muy desencaminado. Este error debe señalarse aquí en primer lugar mediante una comparación.

Cuando caminamos por un sendero que tiene, digamos, el suelo reblandecido, las huellas de nuestros pasos permanecen en este suelo. No podríamos caminar si el suelo no nos opusiera resistencia, si no pudiéramos pisarlo. Imprimimos las huellas de nuestro caminar en el suelo. Pero sería absurdo que los que vengan después de nosotros creyeran que las huellas impresas en el suelo fueron causadas por fuerzas de la propia tierra. Sólo los entendidos en la materia saben que un ser que no tiene nada que ver con la tierra ha caminado sobre ella, pero todo lo que este ser ha realizado queda impreso en la tierra.

Para el observador que puede elevarse a la auto percepción del pensar, la relación del pensar en el alma con el sistema nervioso se presenta aproximadamente así. El sistema nervioso debe estar ahí; toda su organización físico-corporal debe estar ahí; en esta vida entre el nacimiento y la muerte, el alma no podría desarrollar el pensar, así como tampoco podríamos caminar sobre un abismo si no tuviéramos un suelo bajo los pies. El alma no percibiría este tejer en el pensar si no estuviera confrontada con aquello en lo que imprime, teje, aquello que vive en ella anímico-espiritualmente, como con un suelo. Entonces el fisiólogo, el biólogo, puede venir e investigar que todo cuanto el alma ha tejido, ha moldeado, los procesos que hay en ella, etc., esto también se imprime, se reproduce en las herramientas del cuerpo; entonces puede desarrollar el punto de vista correcto para todo en detalle: que todo cuanto vive en el alma es demostrable en el cerebro humano, en el sistema nervioso humano. Pero se iría por mal camino si todo lo que vive y se teje en el pensar, se explicara como si brotara, por así decirlo, de los procesos internos del cerebro, del aparato nervioso.

Las verdades que expongo no pueden fundamentarse en el sentido habitual, como hoy en día se suele preferir, mediante una lógica ligeramente abreviada. Incluso pueden ser muy fácilmente atacadas y criticadas debido a tal lógica ligeramente abreviada. Pero el que se dedica a los métodos que aquí se han descrito más a menudo que a los métodos de la investigación espiritual, es decir, el que se permite tranquilizarse completamente en su alma para poder experimentar realmente este recogimiento del pensar, llega a estas verdades como dadas directamente en la experiencia, exactamente del mismo modo que el científico del mundo exterior llega a sus resultados, a través de la contemplación del alma, que se dirige así hacia el tejido y la esencia del pensar. Estas verdades deben ser experimentadas, deben ser vividas, pero pueden experimentarse mediante el hecho de que el investigador espiritual desarrolle primero esos métodos internos de investigación que he descrito a menudo aquí, que también podéis encontrar descritos en mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?» y en mi «Ciencia Oculta en Esbozo» y ahora en relación con la ciencia exterior en mi último libro «Sobre el Enigma del Hombre». Cuando el investigador espiritual ha alcanzado así el punto de ver realmente a través de la naturaleza espiritual del pensar, entonces también puede ascender a etapas posteriores de exploración del mundo espiritual. Porque entonces puede desarrollar aún más lo que de otro modo vive en el pensar y no se reconoce, de modo que, por así decirlo, mediante el despliegue de una vida interior especial, que se describe en esos libros, se encuentra en el pensar que vive independientemente del mundo físico. Es un desarrollo ulterior de esa independencia del pensar que puede reconocerse en su esencia. Es, por así decirlo, una aceptación de lo que el mundo nos da como lo primero verdaderamente espiritual: del pensar como fundamento, como raíz, a partir de la cual ahora se deja crecer todo lo que puede desarrollarse mediante una mayor meditación y concentración del pensar, mediante otros métodos de investigación espiritual descritos en esos libros. Pero al no limitarse a considerar el pensar como algo que, por así decirlo, nos desvía de lo material, que se opone a nuestro mundo material como un ser espiritual independiente, sino desarrollándolo más en el trabajo anímico interno, llegamos a experimentar en un sentido más intenso lo que puede llamarse vida en el hombre espiritual, independiente del hombre material, el desprenderse de todo lo que el hombre es como ser físico-material. Este desprendimiento de lo anímico espiritual del cuerpo físico se hace realidad cuando el hombre desarrolla aún más su pensar de la manera indicada.

Y entonces el hombre llega a ver que para su cognición, -no para la vida-, se hunde en la noche, lo que Fechner llama la visión diurna. Al sumergirse por completo en la vida y el entretejerse del pensar puro, libre de sentidos, desaparece realmente el mundo exterior de efectos materiales que inicialmente nos rodea. En cambio, la mirada espiritual del hombre se dirige hacia su propio ser, y el hombre, mientras que de otro modo siempre se conoce a sí mismo como sujeto, ahora se tiene ante sí como aquello en lo que vive; se convierte -si se me permite la expresión- en un objeto para sí mismo, se distancia de sí mismo.

Al decir esto, puedo referirme a un segundo espíritu del siglo XIX que, por ser no sólo un pensador y científico teorizador, sino también un pensador y científico sensible, sintió la peculiar manera de pensar, y que fue impulsado por este pensamiento a captar realmente la esencia sin sustancia de su propio pensar, -me refiero al menos conocido, pero realmente, me gustaría decir, toda la fuerza del pensamiento alemán del siglo XIX. Karl Rosenkranz, que fue el sucesor, el posterior sucesor de Kant en la cátedra de filosofía de Königsberg hasta los años setenta, fue alumno de Kant y de Hegel. Karl Rosenkranz fue un alumno de Kant y de Hegel, pero un alumno que, en su espíritu igualmente sensato, supo realmente convertir las cuestiones de conocimiento en cuestiones de vida, en cuestiones de destino, y que supo decir: Debes llegar a un punto en tu pensamiento en el que seas independiente de todo el mundo sensorial externo, al que primero quieres acceder a través del pensar. Y ahí es donde a Karl Rosenkranz se le ocurrió la idea de pensar independientemente del mundo externo, del mundo material. Y la forma en que Karl Rosenkranz habla del pensar cuando se sabe independiente del mundo exterior, que por lo demás sostiene y apoya a las personas en la vida, la forma en que Karl Rosenkranz habla de este pensar, muestra lo que él sentía, lo que significa hacer una transición del mundo físico exterior de la materia al mundo espiritual, lo que significa, por tanto, para reconocer lo que es el espíritu, abstenerse realmente por una vez de todo lo que nos rodea materialmente como mundo, y retirarse al puro pensar del mundo. Allí este pensar, si no puede experimentar el desarrollo que acabo de indicar, se encuentra inicialmente en su terrible vacío. Pues en la vida ordinaria estamos acostumbrados a dirigir nuestro pensar a las cosas exteriores, a hacernos representaciones en nuestro pensar, de las cosas exteriores que nos afectan a través de los sentidos. Si ahora prescindimos del mundo exterior, como quería Karl Rosenkranz, y sobre la base de saber que este pensar está libre del cuerpo, nos retiramos al pensar sin desarrollarlo más y ascendemos a un salir del cuerpo, entonces el pensar permanece vacío. El mundo exterior es expulsado de él; el propio pensar está vacío. El hombre alberga un pensar que anida en su alma, por así decirlo, en completa soledad, como si el mundo no estuviera allí. Hablar de esta idea teóricamente es relativamente insignificante. Pero para un conocedor que toma el conocimiento como un gran enigma de la vida, como un destino de la vida, este pensar no es insignificante. Se convierte en el tormento interior del alma, el sentimiento de soledad, el sentimiento de abandono del alma frente al mundo exterior. Y Karl Rosenkranz expresa este sentimiento de un auténtico pensador que lucha por el conocimiento vivo con las siguientes, yo diría, sentidas palabras: 

"La idea más estremecedora, que apenas me atrevo a imaginar y apenas puedo expresar, es que no existe nada en absoluto. La sola idea del abismo absoluto e informe del mundo me hace bostezar (gänhnt). Me susurra como si traicionara a Dios. Me atenaza una angustia, como en mi infancia, cuando leía el Apocalipsis de Juan y el cielo y la tierra se derrumbaban en él. El mundo se extiende a mi alrededor en toda su amplitud, con todo el desafío de la virtualidad sensorial», -es decir, el efecto de las fuerzas-, »y parece burlarse de mi imaginación. Me fuerza a entrar en sus círculos, me obliga a obedecer sus órdenes, se ríe de mi pensamiento de su nada como un producto de mi imaginación. Y, sin embargo, este pensar, aparentemente absurdo de lo que sería si este mundo no fuera, es un gigante que juega con toda la existencia empírica.»

Por consiguiente, el pensador que se para, por así decirlo, ante la puerta de la ciencia espiritual, es decir, que llega directamente al pensar que se ha desprendido del mundo de los sentidos, pero se detiene ante la puerta y no entra en el lugar de la ciencia espiritual, donde el pensar es tratado ahora como una raíz a partir de la cual, mediante el desarrollo de métodos científicos espirituales, se desarrolla toda la planta de esos poderes de conocimiento que ahora pueden mirar en el mundo espiritual. Para darse cuenta de la importancia de la ciencia espiritual para la vida actual, hay que recordar a aquellos pensadores que aún no pudieron encontrar su camino hacia la ciencia espiritual, pero que, precisamente a partir de la época de la ciencia natural, sintieron lo que sucede en el alma cuando ésta quiere abrir la puerta, cuando llega al pensar que es un punto final para la vida externa y para la ciencia externa, pero que es el comienzo y el punto de partida para el verdadero reconocimiento del mundo espiritual.

Y entre estos pensadores, -como ejemplos de precursores de la ciencia espiritual a los que me refiero aquí, elijo a pensadores que no eran teóricos abstractos, sino para quienes el empeño por investigar los enigmas de la vida humana era una profunda cuestión de destino para sus almas-, cuento también a Gideon Spicker, que enseñó filosofía durante tanto tiempo en la universidad de Münster, y que ya mostró a lo largo de su vida exterior que para él el conocimiento era un destino vital, una cuestión de vida. Con un alma ferviente que buscaba experimentar el espíritu, Gideon Spicker, -él mismo lo describió en su bello libro publicado en 1908: «Vom Kloster zum akademischen Lehramt»-, se hizo capuchino, se hizo sacerdote; luego, el camino que debía tomar su conocimiento le llevó a abandonar el monasterio y a sumergirse en la filosofía para encontrar el camino que le condujera a la entrada en el mundo espiritual. Gideon Spicker también llegó al punto en el que el pensar es abandonado a su suerte, en el que se queda solo si no sabe actuar como he indicado. Por eso Spicker dice de este pensar:

«Todos (los filósofos) sin excepción parten de una frase no probada e indemostrable, a saber, la necesidad del pensar. Ninguna investigación, por profunda que sea, puede ir más allá de esta necesidad. Debe ser asumida incondicionalmente y no puede ser justificada por nada. Todo intento de probar su corrección siempre la presupone». Y ahora viene esa palabra en la que se ve cómo en los conocimientos de su alma toca directamente las potencias del corazón. Gideon Spicker continúa diciendo: «Debajo de él se abre un abismo sin fondo, una espantosa oscuridad no iluminada por ningún rayo de luz. Por eso no sabemos de dónde viene ni adónde conduce. Si un Dios misericordioso o un demonio maligno los puso en razón es incierto».

Por ello, Spicker centra la mirada del alma en este pensar. Él encuentra: Si no presuponemos que el pensar nos ilumina correctamente sobre los asuntos del mundo, si no reconocemos la necesidad del pensar a su manera, entonces no podemos encontrar en absoluto nuestro camino en el mundo. Pero detrás de esta necesidad, dice Spicker, se esconde el abismo sin fondo. Spicker demuestra así también que se encuentra ante las puertas de la ciencia espiritual, pero no puede entrar en ellas. Y según su punto de vista, es imposible decidir qué es lo que realmente ha puesto la razón que necesariamente debemos presuponer en nuestra razón, si un Dios misericordioso o un demonio maligno.

Si se quiere comprender todo el significado del conocimiento para la vida, hay que tomarse en serio el pensar. ¿Qué no puede hacer un pensador que se siente obligado a hablar como Gideon Spicker? No puede retrotraerse ante el pensar para observar este pensar y así llegar a la convicción de que este pensar es de naturaleza espiritual. Pues entonces se presenta en su propia naturaleza, tal como es, precisamente porque las cosas, cuando uno las mira, revelan su propia naturaleza, y no nos deja la elección entre el Dios misericordioso y el demonio maligno que podría haberlo puesto en razón.

En el camino del conocimiento científico-espiritual, todo depende de que nos familiaricemos con la naturaleza del pensar, no aceptando este pensar como algo último, sino considerándolo como una primera etapa que debe llevarnos más lejos.

Quisiera señalar cómo, a partir de la vida ordinaria, el hombre, con sólo dirigir su atención íntima a ciertos fenómenos más sutiles de la vida, puede adquirir la convicción de que el pensar no vive meramente en nuestro yo, en nuestra alma o incluso en nuestro cerebro, sino que tiene una existencia esencial en el mundo exterior, que el pensar es un colaborador entre las fuerzas creadoras, que teje y vive a través del orbe; que no es el pensar en nosotros, sino que vivimos con nuestra alma en el mundo entretejido con el pensar. Para llegar a esta convicción no se requiere todavía la aplicación de los métodos de la ciencia espiritual, no se requiere todavía una entrada viva en la investigación científica espiritual propiamente dicha, sino sólo una observación íntima de ciertos procesos. Cuando una persona se despierta en condiciones favorables a estas cosas, puede retener algo así como un oscuro recuerdo de lo que ocurrió justo antes de despertarse. Como si fluyeran del estado de sueño al estado de vigilia, pueden penetrar en éste pensamientos de los que el hombre puede darse cuenta de que nunca los habría pensado en el estado de vigilia, de que no están relacionados con nada que pueda pensarse en el estado de vigilia.  Sólo puedo señalar estas cosas; si tuviéramos más tiempo, veríamos que todas las objeciones de reminiscencias, recuerdos y demás, que podrían ser tales ideas, se desvanecerían si las examináramos más de cerca. Pero entonces, cuando uno encuentra algo así como una verdad interior de la experiencia: «Uno emerge realmente con su alma del pensar flotante y vivo», entonces uno sabe al mismo tiempo, cuando los momentos son favorables, me gustaría decir, cuando el alma está justamente dotada para percibir algo así: eso que está ahí como el propio ser-pensamiento, que se entreteje con el propio ser y, de hecho, ahora corporal. Porque uno se da cuenta de que lo que realmente ha vivido en el sueño son los procesos del ser interior, del propio cuerpo. Estos procesos, - se puede leer sobre ellos en mi último libro «Vom Menschenrätsel»-, que uno experimenta en el sueño y que a veces se elevan en el soñar, estos procesos son imágenes de la experiencia interior del cuerpo. Si uno tiene estos dos conocimientos: el conocimiento del tejer independiente de los pensamientos en el universo, de los pensamientos vivos, y del tejer de tales pensamientos en nuestra propia fisicalidad, entonces uno tiene también un punto de partida, fundado en la percepción, para un trabajo meditativo interior en su alma, con el fin de ascender ahora al conocimiento del mundo espiritual.

El conocimiento de la naturaleza espiritual del propio pensar, que se puede adquirir en el estado de vigilia, un conocimiento más preciso, más íntimo del pensar, que se puede adquirir de la manera indicada en último lugar en momentos especialmente favorables de la vida, sirve de apoyo para emprender ahora realmente el trabajo interior del alma, que tiene que emprender el investigador espiritual: Considerar este pensamiento, -por decirlo una vez más-, como una raíz que ahora se despliega a través del trabajo interior del alma, al que hoy sólo puedo referirme, una raíz que finalmente lleva al hombre al punto en el que realmente puede salir de su cuerpo con su alma y espíritu, y ahora enfrentarse a sí mismo tal como es en la vida cotidiana, como de otro modo uno se enfrenta a las cosas externas en la percepción sensorial. Este salir del cuerpo es definitivamente una realidad que le llega al hombre cuando hace ciertos ejercicios del alma. 

Pero entonces el ser humano no sólo es capaz de mirar el mundo que le rodea a través de los instrumentos del cuerpo; existe otro mundo que no es el mundo de los sentidos, aparece ahora un mundo del espíritu. Al entrar en este otro mundo del espíritu, el hombre no se convierte, -ya lo he mencionado varias veces, pero es necesario decirlo una y otra vez, porque es precisamente de este lado de donde provienen la mayoría de los ataques-, en un adversario de la ciencia natural, sino que, por el contrario, todo lo que ha sido justificadamente aportado por la tan admirable ciencia natural más reciente se demuestra precisamente, y más intensamente de lo que la ciencia natural puede hacerlo, por aquello que la observación espiritual encuentra en el mundo.

En mi libro «Sobre el enigma del hombre» llamé a esta visión, que el hombre alcanza estando dispuesto a desprenderse de las condiciones de los procesos materiales, la «conciencia observadora», por la razón de que quería enlazar con la visión del mundo de Goethe, como en todos mis esfuerzos cintífico-espirituales. En su bello ensayo sobre la «fuerza contemplativa del discernimiento» señaló que el hombre, si quiere aspirar a un conocimiento que sustente lo espiritual, debe llegar a no limitarse a captar pasivamente el mundo material exterior, sino a fortalecerse interiormente para captar interiormente lo espiritual del mismo modo que se capta el mundo sensual exterior desde fuera a través de los sentidos. Y he llamado a esta vida en la conciencia que observa un despertar de la conciencia ordinaria de la vida cotidiana y de la ciencia ordinaria, que puede imaginarse como similar al despertar del mundo de los sueños al mundo de la conciencia ordinaria de vigilia. Y así, para expresar lo que realmente quiere decir, el investigador espiritual se vería obligado a referirse a tres estados de conciencia: A la conciencia onírica, en la que el ser humano está completamente centrado en los procesos de su propio cuerpo, que, podría decirse, le confrontan parcialmente, pero no tal como son, sino en el tejer y vivir de los pensamientos, que revelan, como en una vivencia imaginativa, lo que en realidad son procesos corporales interiores. Las imaginaciones durante la vida onírica se dirigen definitivamente hacia el interior corporal del ser humano. El ser humano está, por así decirlo, encerrado en su piel y, si quisiera ser más preciso, podría decir que no es la conciencia real del cerebro humano la que está implicada en las imágenes del sueño, sino que el alma en el sueño, se vuelve hacia aquello que, aparte de los procesos del cerebro, tiene lugar en el cuerpo. Pero esto se expresa en las imágenes que a veces aparecen tan coloridas y espléndidas, a veces tan caóticas ante el alma. Quien dirija ahora su mirada de alma inquisitiva a este mundo de las imágenes oníricas, comprobará que, en el fondo, las imágenes mismas, tal como se desbordan en sueños, -aunque sólo sea como revelación de la vida interior-, no difieren en su contenido, en su esencia, de las imágenes que tenemos en la vida cotidiana.

Despertar es algo completamente distinto, es un acto de la voluntad. No cambia la naturaleza de las percepciones, sino que el ser humano se fortalece en su voluntad, a través de su voluntad se sitúa realmente en una relación con el mundo exterior, que los sentidos nos revelan. Y así relaciona con el mundo exterior lo que de otro modo sólo se dirigiría hacia su interior. Pone su pensar, su imaginación, por así decirlo, sobre la superficie de la existencia exterior, porque se ha fortalecido en su voluntad, porque se ha colocado en el mundo exterior con su imaginación. Y estar despierto significa: organizar con todo el ser humano, a través de la voluntad, la vida de la imaginación en las relaciones del mundo exterior.

En la conciencia observadora, esto se convierte realmente en una verdad hasta cierto punto, que no debe malinterpretarse, sólo que ahora se comprende cómo, desde un punto de vista superior, este mundo sensorial exterior es a su vez sólo un mundo de imágenes; lo aceptamos de un modo grosero-material, tosco, como una realidad última en la vida ordinaria, del mismo modo que sentimos nuestro mundo onírico como una realidad en los sueños. Pero cuando despertamos del sueño, el mundo onírico se convierte para nosotros en un mundo de imágenes. Y sólo desde el punto de vista de la conciencia despierta comprendemos cómo categorizar el mundo onírico de la manera correcta dentro del mundo en su conjunto.

Pensadores más profundos, sintiendo en sus almas una fuerza hacia el mundo espiritual, han llamado ahora al mundo de los sentidos, en su grosera realidad material, un mundo de imágenes, «comparativamente», no para establecer ideas engañosas en algún falso ascetismo, y lo han comparado con los sueños, -no los han equiparado, sino comparado. Sobre todo, el gran pensador alemán Fichte tiene un pasaje maravilloso en su escrito sobre el destino del hombre, donde habla de la vida y el tejido de lo que se ve a través de los sentidos. Allí dice Fichte: «Las imágenes son: son lo único que hay, y saben de sí mismas a la manera de imágenes; - imágenes que flotan sobre sin que haya nada sobre lo que flotan: que están conectadas por imágenes de las imágenes.... Toda la realidad se transforma en un sueño maravilloso sin vida que se sueñe, y sin espíritu que sueñe; en un sueño que se conecta en un sueño de sí mismo.»

Estas palabras no tienen la intención de instruir al hombre a ignorar el mundo real de una manera engañosa, en el que se encuentran sus deberes, en el que debe tener lugar su vida entre el nacimiento y la muerte, ni tienen la intención de distraer al hombre de este mundo, sino para llamar su atención sobre el hecho de que uno puede despertar de la conciencia ordinaria, como uno despierta de la conciencia del sueño, a una conciencia superior en la conciencia observadora. Y en la conciencia observadora, uno organiza las imágenes del mundo de los sentidos, que de otro modo le rodearían, en el mundo espiritual, que ahora se abre ante uno del modo que se ha mencionado. Pero entonces, cuando uno experimenta el mundo espiritual directamente en el alma, recibe un nuevo punto de vista sobre la relación del espíritu con la materia. Porque entonces se llega a ver en el propio hombre esta relación del espíritu con la materia. La conciencia despierta, observadora, que hasta cierto punto se ha apartado del hombre y mira desde fuera lo que el hombre hace en la cognición ordinaria, esta conciencia tiene una visión del mundo distinta de la visión nocturna mencionada por Fechner. Esta conciencia observadora se dice a sí misma: «Ciertamente, por todo lo que el hombre piensa y siente, por lo que se alegra, por lo que sufre, hay procesos físicos en el hombre entre el nacimiento y la muerte en la vida física ordinaria. El ser humano experimenta todo lo que experimenta anímicamente a través del cuerpo, que se lo refleja como un espejo, de lo contrario no lo sabría. El cuerpo está ahí para que el ser humano pueda desarrollar una conciencia de ellos. Pero dando un paso atrás y reconociéndose realmente a sí mismo en una auto-observación real, no soñada, llega a una visión diferente de la visión nocturna.

Entonces llega a decirse a sí mismo: Sí, para que yo vea los colores del mundo, deben tener lugar ciertos procesos en mi sistema nervioso, en mis instrumentos corporales; pero cuando veo el azul, el rojo, cuando oigo la nota do o do sostenido, los procesos en cuestión ya han tenido lugar. La propia alma, en su tejer y en su vivencia espiritual, imprime lo que hace en, digamos, el cerebro; el cerebro irradia de vuelta al alma, que está dentro del cuerpo, lo que la propia alma imprimió previamente. Y después de que el alma dejase una huella en el cerebro, el cerebro se transforma en un ser reflectante, que irradia de vuelta la huella. Y el alma, al vivir sólo de sí misma, percibe esta huella como rojo y azul, o Do o Do sostenido. Es el alma la que ya ha trabajado en el cerebro antes de percibir. Toda la percepción es un reflejo que se produce porque el alma ya ha trabajado en el cuerpo antes de que se produzca la percepción.

Allí se ve ahora aquella esencia del hombre que no puede reconocerse con la conciencia ordinaria, que sólo puede verse a través de la conciencia observadora. Pues sólo el mundo de la percepción sensorial se revela a la conciencia ordinaria. Pero los pensamientos ordinarios están separados de la percepción sensorial. Pero ahora vemos bajo la superficie de la percepción de los sentidos; ahora vemos la actividad que de otro modo permanece inconsciente. Ahora vemos cómo el alma entra en relación con la sustancia, cómo el espíritu y la sustancia cooperan. Sin embargo, esta cooperación del espíritu y la sustancia se presenta al observador de un modo que al principio resulta sorprendente, tal vez incluso chocante: Mientras el ser humano vive a través de lo que recibe por la habitual herencia física del padre y de la madre, vive en algo que brota y crece, que hasta cierto punto procede en un efecto natural de desenvolvimiento, que es como el desarrollo de lo que brota de algún germen y quiere hacerse cada vez más y más perfecto. A medida que el hombre comienza a desarrollar su alma, es decir, a medida que el alma como espíritu entra en relación, en interacción con la sustancia que forma su cuerpo de la manera descrita, el alma lleva a cabo continuamente en la imaginación, en el sentir, en el conjunto de la experiencia espiritual ordinaria, eso que me gustaría llamar degradación. No podemos abrigar ninguna sensación, ninguna idea, sin que aquello que de otro modo brota y retoña sea combatido, rechazado, desintegrado por el alma. Al rechazar la vida que brota y retoña de los nervios, por así decirlo, el alma produce lo que luego se refleja. Digamos, tal vez para expresar algo innecesario: Cuando el alma ve azul, lleva a cabo en los nervios un proceso que es en realidad un proceso de destrucción, un proceso de descomposición. Este proceso forma, por así decirlo, la superficie reflectante que refleja el azul. Así pues, el alma debe disolver continuamente la materia, hacer que se desintegre, pero luego se restablece, ya sea en el sueño ordinario o en el sueño que siempre está presente, que también acompaña a la vida de vigilia, y donde siempre se restablece. Pero respecto a la relación del hombre con el espíritu y la sustancia, lo que se revela a la conciencia observadora nos muestra que el espíritu se desarrolla, que despliega la conciencia espiritual para el hombre, por ejemplo, combatiendo continuamente a la sustancia, destruyéndola continuamente, casi podríamos decir.

De este modo se ve un proceso que de otro modo permanecería por debajo del umbral de la conciencia, un proceso que conocían bien aquellos que también se han acercado a la ciencia espiritual en su forma más antigua; por eso han llamado al paso por la puerta del conocimiento espiritual un «paso por la puerta de la muerte». Puede verse que lo que se llama muerte no es meramente el proceso puntual que el hombre experimenta al final de su vida, sino que la muerte es aquello que está continuamente activo en el hombre, tan activo que continuamente se está luchando contra lo vivo, que la muerte siempre está teniendo lugar, solo que en pequeños efectos parciales. Y precisamente porque la muerte actúa desde el nacimiento, o digamos desde la concepción del ser humano, pero de tal manera que su efecto siempre puede volver a equilibrarse, la vida y la muerte en el ser humano trabajan continuamente juntas. Y puesto que lo físico, en su crecimiento, es combatido por lo espiritual, así se desarrolla lo espiritual.

Esta es una verdad que sorprende cuando uno se da cuenta de todo su significado. Lo físico se desarrolla brotando y germinando; pero todo lo que brota y germina está también sujeto a un desarrollo regresivo, a una decadencia. Esta decadencia se muestra siempre, -sólo en el proceso acelerado en la muerte-, cuando ha de desarrollarse la conciencia, la autoconciencia, en suma, cuando ha de desarrollarse la espiritualidad, que ha de mostrarse siempre afirmando lo material. De este modo, la conciencia observadora está en realidad viendo constantemente la cooperación de la muerte. Y la muerte es la base a partir de la cual se desarrolla la espiritualidad del alma humana; a medida que el alma se enfrenta a la vida, debe, para llegar al espíritu, estar activa con la muerte en la vida.

Cuando la conciencia observadora ha hecho este descubrimiento interior, entonces, si se continúan los métodos del alma interior descritos en los libros mencionados, es cuando puede ir más allá; entonces puede llegar a conocerse a sí misma no sólo en espíritu de tal modo que vea cómo pueden producirse realmente los fenómenos materiales, las revelaciones materiales, cómo actúa la muerte, por así decirlo, en sus fenómenos parciales de hora en hora, de momento en momento, sino que ahora también aprende el alma que se ha liberado del cuerpo, -y esto se encuentra en franca progresión en esos métodos que se han indicado-, aprende a examinar el alma como con una mirada lo que tiene lugar, ahora no en el espacio, sino en el tiempo: El desarrollo de toda la vida, el modo en que el alma actúa en el cuerpo entre el nacimiento o la concepción y la muerte. Por supuesto, no en los detalles, al igual que uno no puede prever el tiempo que hará el día siguiente, pero sí puede prever que el sol volverá a aparecer el día siguiente después de ponerse. Entonces el alma se vuelve tan libre que no sólo se sabe independiente del cuerpo, sino que se eleva gradualmente hasta saberse también independiente de la vida física ordinaria, que transcurre entre el nacimiento o la concepción y la muerte. Entonces se conoce a sí misma en el estado en que se encontraba antes de entrar en esta vida física mediante el nacimiento o la concepción. Del mismo modo que el ser humano supera el espacio en la vida física, el alma supera entonces el tiempo; aprende a contemplar la vida desde un punto anterior al nacimiento y la concepción, en el que se siente conocedora; aprende a ver esta vida como una unidad, en cierto sentido la totalidad de la vida sobre el trasfondo de la muerte, que ahora culmina esta vida. Así como el ser humano con la conciencia observadora ve lo que experimenta en sus sentidos sobre la base de los procesos de decadencia y descomposición en su cuerpo, como he descrito, así también ahora esta conciencia observadora, al no sólo retirarse del cuerpo sino también liberarse de la vida corporal, ve la vida como sobre el fondo de la muerte. Pero esta muerte aparece ahora no sólo con su superficie, como aparece a la vida física exterior, sino que esta superficie aparece como transparente, y detrás de la muerte aparece la vida espiritual. Así como el vivir y tejer del alma en el cuerpo aparece detrás del proceso de destrucción del cuerpo, así el espíritu del universo, en el que el hombre es absorbido cuando atraviesa la puerta de la muerte, aparece detrás de la superficie de la muerte. Esta muerte es, por así decirlo, la superficie. Esta muerte tiene un interior. A través de la muerte, el hombre ve la vida y el tejer del espíritu en el universo.

Entonces el hombre se conoce a sí mismo erguido en el espíritu, y sabe que, después de haber vivido esta vida terrena entre el nacimiento y la muerte, atraviesa la puerta de la muerte, es absorbido por el mundo espiritual, del mismo modo que durante el despertar ordinario es absorbido en su alma por el cuerpo físico. Sabe que cuando esta vida corporal se aleja de él, el mundo espiritual se eleva tras la puerta de la muerte. Sabe que la muerte es la apariencia superficial. Detrás de la muerte aparece el mundo espiritual; ahora el hombre sabe que está dentro de él. Pero así el hombre sabe también que esta vida, que vive en lo material, tiene su razón, su sentido para toda la vida física y espiritual, para la vida total del hombre. Porque el hombre sabe que lo que experimenta en la materia permanece en su conciencia, y esta conciencia permanece con él, - al igual que permanecen en la memoria los pensamientos de la vida ordinaria, -cuando ha atravesado la puerta de la muerte. La vida que ha transcurrido en el cuerpo perdura en su alma, y a través de esta revisión de lo que, por lo demás, ha experimentado en su cuerpo, él da forma a las facultades preparatorias para la siguiente vida en la tierra. Y así el hombre aprende a examinar lo que puede llamarse vidas terrenas repetidas, -una verdad de la ciencia espiritual, de la que se hablará en la siguiente conferencia, donde se hablará del destino del alma, y donde se tomará como punto de partida al que se ha llegado hoy.   Sólo quiero añadir que de este modo el hombre no aprende a considerar la vida terrenal como insustancial, como sin sentido. Sino porque lo que tiene que atravesar, lo que toma en sí mismo en esta vida terrenal, tiene que ser llevado a través de la puerta de la muerte al mundo espiritual, donde vive como un recuerdo total como una fuerza en su alma para atravesar las eternidades, para labrar nuevas vidas terrenales, el hombre aprende a vivir en el mundo espiritual a través de la ciencia espiritual. Y al aprender a vivir en el mundo espiritual, se hace evidente que este aprendizaje tiene aún otro significado: G. Th. Fechner añade otra observación a la que hizo sobre su permanencia en el Rosental de Leipzig. Cuenta que una vez quiso dar un paseo hasta Stubbenkammer por los maravillosos bosques que hay allí con aquel ser que había compartido su vida durante tantos años, -él estaba entonces en Saßnitz en Rügen; pero aquel ser que había pasado por la vida con él, que había compartido sus sufrimientos y alegrías, estaba tan cansado que ya no podía caminar más, y dijo: «Tengo que dejarte ir solo, pues pronto llegará un tiempo en que tendrás que ir mucho sin mí». Entonces Fechner dijo: «Oh, tal vez llegue el momento en que tengas que ir sin mí. Pero no pensemos en ello». Y atravesó los acogedores bosques del camino de Sassnitz a Stubbenkammer, donde el sol brillaba a través de los frondosos árboles, donde todo era bello y grandioso. Allí se le presentaba toda la belleza del mundo sensorial exterior, pues no pensaba en lo que él llamaba la «vista nocturna». Luego, al final, dijo algo que puede llegar tan profundamente al corazón: La verdad también se muestra en su belleza. Y uno siente que este mundo de los sentidos, en el que el alma llega a conocer al alma, el alma se acerca al alma, no está ahí para ser extinguido por el mundo oscuro y sin sonido de la materia, en el que el hombre tendría que caer, si todo lo que experimenta como color y sonido sólo brillara como un resplandor de esa noche eterna; sino que el hombre percibe que este mundo sensorial hila los destinos entre los hombres, pero los hila de tal manera que cuando este mundo sensorial es eliminado, entonces el hombre ve caer las últimas barreras que separan alma de alma, para que pueda tener esperanza: Cuando se desprendan las envolturas del cuerpo, el alma vivirá en íntima comunión con el alma. Aquí la visión científica de Fechner se amplía en una suposición, una suposición intensificada de que las almas estarán juntas en el mundo espiritual después de haber atravesado la puerta de la muerte.

A través de la ciencia espiritual se puede decir que la suposición de Fechner se convierte en una certeza que no se busca, -pues la ciencia espiritual no debe guiarse por los sentimientos-, sino que surge como verdad objetiva. El hombre sabe que está en el mundo espiritual; sabe que esta envoltura corporal le rodea entre el nacimiento y la muerte, de modo que puede llevar al mundo espiritual lo que sólo puede adquirir en esta envoltura. Él sabe que la vida existe en este mundo físico, que el alma es llevada al alma, pero que con la eliminación de la envoltura, el alma entra realmente en una relación con el alma que es puramente espiritual. Así, el ser humano, con el ser humano, con todo lo que le rodea, aprende a situarse en el mundo de los sentidos como en un estadio previo al mundo espiritual; aprende a conocer la necesidad del mundo físico, pero también aprende a conocer la realidad del mundo espiritual. Y lo que Fechner intuía, lo que sospechaba, lo que anhelaba, lo que él y las mejores mentes de la era científica esperaban de la ciencia natural desarrollada en la ciencia espiritual, eso es lo que la ciencia espiritual debe cumplir. Y así uno desearía que la ciencia espiritual hiciera realidad las palabras de Fechner, que, sin embargo, no sólo salen de su alma, sino de muchas almas que esperan el conocimiento espiritual:  

«De hecho, creo que, al igual que a la noche le sigue el día, a esa visión nocturna del mundo le seguirá un día una visión diurna que, en lugar de contradecir la visión natural de las cosas, se apoyará en ella y encontrará la base para un nuevo desarrollo de las cosas. Porque si esa ilusión que convierte el día en noche desaparece, entonces naturalmente todo lo malo que está relacionado con ella, y hay mucho de ello, tendrá que desaparecer con ella, y el mundo aparecerá en un nuevo contexto, bajo una nueva luz, bajo nuevos aspectos positivos.»

Al dirigir su presunta mirada hacia este mundo, para el que esperamos la plenitud a través de la ciencia espiritual, Fechner habla de cómo se siente realmente en el punto de partida, no en el final. Y, me gustaría decir, que a continuación dice, como anticipándose a la ciencia espiritual, afirmando:

«Ahora la claridad es lo último en estas cosas, pero lo último también será la claridad».

Y claridad para la vida espiritual, y por tanto seguridad en el espíritu, es lo que la ciencia espiritual quiere aportar a la humanidad.

Traducido por J.Luelmo feb,2025