GA125 Copenhagen, 4 de junio de 1910 - La ley de los números - una guía para el ocultista

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RUDOLF STEINER

La ley de los números - una guía para el ocultista


Copenhagen, 4 de junio de 1910



Cuando hablamos de los caminos y metas del hombre espiritual, siempre nos enfrentamos a la pregunta: ¿Por qué debemos pensar en tomar caminos tan especiales? ¿Por qué la ciencia espiritual nos indica que debemos fijarnos tales metas? La que respuesta que nos da debe transformarse para nosotros en percepción y sentimiento. Se ha señalado una y otra vez que hay fuerzas latentes en el ser humano y en la naturaleza que pugnan por desarrollarse, las cuales pueden desplegarse. Aparte del ser humano que ve y oye en el mundo físico, todo ser humano tiene en su interior un ser humano superior. Está presente como una especie de semilla en germen. La ciencia espiritual hace que nos demos cuenta de ello cada vez más. Se trata de un ser humano del cual la conciencia ordinaria no sabe mucho.

Debemos darnos cuenta claramente de lo siguiente: Lo que podemos ver ahora es nuestro ser humano ordinario y cotidiano. Pero el que yace latente en nosotros, el que se ha predispuesto en nosotros como una semilla, es un ser humano espiritual. Depende de nuestro ser humano ordinario, que se desarrolle o no. Con las facultades de nuestro ser humano ordinario podemos preparar el terreno, pero también podemos dejarlo sin cultivar y no cuidarlo. Entonces estamos faltando a nuestro deber para con nuestro hombre espiritual. A través de la propia ciencia espiritual, a través de lo que puede darnos como enseñanzas y mensajes, podemos preparar el terreno para este ser humano superior. 

Si transformamos esa visión en sentimiento y emoción, nos dará la respuesta a la pregunta: ¿No es un egoísmo superior ocuparnos de nosotros mismos de esta manera?  Mientras no conozcamos la ciencia espiritual, es nuestro karma esperar. Pero una vez que hemos oído hablar del hombre superior que dormita en nuestro interior, es nuestro deber hacer lo que podamos para desarrollar sus poderes con el fin de cumplir mejor nuestras tareas en el mundo. Así pues, no podemos hablar aquí de egoísmo, sino sólo de obligación hacia nuestro hombre espiritual.

Este es el punto de vista correcto del teósofo hacia la vida exterior. La Teosofía nos da una serie de mensajes que se obtienen a través de la investigación espiritual. Pero esto no significa que todo el que quiera vivir la Teosofía tenga que ser un investigador espiritual. Cuanto más podamos seguir el camino de nuestro desarrollo interior, tanto mejor. Pero antes de que nosotros mismos podamos obtener resultados en el campo de la investigación espiritual, tenemos que dejar que otros nos hablen de su contenido. Si nos hemos hecho la pregunta durante un tiempo suficientemente largo, la vida exterior confirmará los mensajes de los investigadores espirituales. Una vez que hayamos comprendido estos mensajes a través de una lógica sólida, tendremos la oportunidad de ascender a mundos superiores. La razón y la lógica son las guías más seguras.

Puede surgir la pregunta: ¿Cómo debemos utilizar estos mensajes? ¿Cómo debemos relacionarnos con ellos? - Tomemos la verdad que llamamos la ley del karma. Esta ley dice que en vidas terrenales posteriores encontramos acontecimientos cuyas causas se remontan a encarnaciones anteriores. Cuanto más apliquemos esa ley de investigación espiritual en la vida, más veremos cuán cierta es. Así como en el mundo sensorial nunca encontramos un triángulo cuyos ángulos no sumen 180 grados, las circunstancias de la vida siempre deben confirmar lo que se reconoce como ley en la investigación espiritual. Y si los efectos kármicos parecen no coincidir, esto corresponderá a lo sumo a la ligera desviación que puede surgir al medir un círculo con la ayuda del planímetro. El resultado puede ser 361 grados una vez y 359 grados la segunda, pero esto no invalida la ley. Tampoco se anula la ley de la gravedad porque la plomada de una máquina que cae se haga oscilar hacia un lado mediante un empujón. Esto sólo demuestra que se obtiene un resultado diferente cuando se añade una nueva fuerza.

La investigación espiritual también muestra cómo, dentro de la vida entre el nacimiento y la muerte, nos enfrentamos a repeticiones de periodos de tiempo anteriores. Por ejemplo, lo que adquirimos en nuestra primera infancia, entre el tercer y el séptimo año, nos llega en sus efectos kármicos a la edad más elevada. Si examinamos cómo se le ha permitido a alguien pasar su primera infancia, descubriremos una extraña conexión con estos años de infancia. Si, en lugar de haber estado bajo la restricción externa de ciertas reglas, ha desarrollado necesidades sanas, su vejez será diferente. En muchos casos, sin embargo, injertamos y embutimos en el alma del niño lo que nos parece correcto. Pero no se trata de eso; hay que dar al niño la necesidad de hacer esto o aquello por su propia voluntad. Entonces resulta que una persona puede mantener su salud en la vejez, conservando su lozanía y su fuerza interior hasta la última etapa de su vida.

Sin embargo, hay conexiones mucho más significativas. A partir de la escritura de la gente se puede aprender mucho sobre cómo se forjó su pasado.

Entre los siete y los catorce años conviene que el hombre no sea educado en el uso prematuro de la razón. La autoridad debe hacer que la verdad se nos presente como tal. <Si en esta etapa de la vida podemos admirar a las personas que nos rodean, nos beneficiaremos de ello en nuestra penúltima etapa de la vida. Mirar con devoción las maravillas naturales, tener ganas de rezar serán factores beneficiosos para más adelante. El conocimiento feliz de la autoridad, nos vuelve transformado de una manera que hace evidente que tal persona tiene autoridad. La devoción, que los niños son capaces de desarrollar en este período, tiene como consecuencia que se conviertan en personas que, sin hacer nada, sólo necesitan estar en compañía de otros para actuar como una bendición. La mano que nunca ha sido capaz de estrecharse con la otra en devoción nunca será capaz de bendecir. El que nunca ha aprendido a doblar la rodilla nunca será capaz de bendecir. Cuando hayan interiorizado tal ley, la encontrarán confirmada. De esta manera, el efecto de la ley del karma ya puede ser rastreado en el período de una vida humana. De este modo, la vida nos proporciona pruebas en todas partes de una ley que opera en todos los ámbitos.

Por supuesto, pueden darse circunstancias que oculten la ley. En física, por ejemplo, conocemos la ley de la caída de un cuerpo. Imaginen un objeto que en un momento dado se desplaza por el espacio sin ningún apoyo, completamente abandonado a su suerte. Como resultado de la ley mencionada, este objeto se acercará a la tierra con velocidad creciente hasta chocar con ella. El objeto se moverá en dirección al centro de la tierra según leyes muy concretas, caerá. Imaginemos además que el objeto que cae recibe de repente un golpe en dirección horizontal. El observador ingenuo que espera la llegada del objeto que debido a la ley de la gravedad cae verticalmente al punto correspondiente de la tierra, esperará en vano en este caso. El objeto sigue cayendo. ¿Se anula por tanto la ley de la caída? En absoluto. El impacto horizontal sólo ha añadido una nueva fuerza, y bajo su efecto el objeto se desplaza ahora hacia la tierra en una curva que, conforme a la ley, se corresponde bastante con el resultado de la gravedad y la fuerza añadida posteriormente. En el punto en que el objeto golpea el suelo en estas circunstancias, su caída sería considerada por cualquier observador como algo completamente aleatorio e imprevisible. Pero no es así. La ley es completa e inamovible.

Lo mismo se aplica plenamente a la ley del karma, aunque rara vez podemos seguirla en todos sus efectos compuestos e intrincados. Por eso el hombre se inclina siempre a dudar de su karma. Pero por mucho que la maya exterior nos confunda, sólo debemos dejarnos enseñar por lo que se ha convertido en ley en nuestra alma. Muchos que quieren desarrollar los poderes de lo espiritual dentro de sí mismos no lo encontrarán fácil, porque la vida, lo físico, siempre fuerza su camino. Sólo hace falta que haya un obstáculo en nuestra existencia, con qué facilidad nos dejaremos llevar por juicios equivocados, por ejemplo, a los insultos, sin pensar en las consecuencias de nuestros actos. Cuando golpeamos a una persona, no nos damos cuenta de que hemos levantado la mano contra nosotros mismos, porque a su debido tiempo, ese golpe volverá a nosotros. La ley del karma actúa en todas partes. Todo lo que nos golpea en la vida sucede bajo la ley del karma. Pero el hecho de que consideremos esta ley simplemente como una doctrina, como una teoría, no nos convierte en teósofos.

Si queremos trabajar en nuestro hombre espiritual, debemos adoptar dos sentimientos. Por un lado, debemos decirnos: todo en nosotros puede ser aún más perfecto, no hay límite para nuestro ascenso. En todo momento, el sentimiento de imperfección debe incitarnos a querer subir cada vez más alto en la escala de la perfección, que no conoce peldaño más alto. Tenemos que recordarnos esto una y otra vez, de lo contrario no avanzaremos en nuestro trabajo sobre nuestro hombre espiritual. Por otra parte, debemos decirnos a nosotros mismos: Todavía es necesario un segundo paso. En cada momento debemos sentir que hay una posibilidad infinita de perfección dentro de nosotros. Debemos hacer que nuestro ser humano oculto sea lo más grande posible. Esta es una aparente contradicción, y el hombre debe sentirla como tal. El desarrollo se encuentra en estos dos puntos, entre el sentimiento de nuestra propia imperfección y el esfuerzo por hacer que el ser humano oculto sea tan grande como sea posible.

El que se esfuerza como místico, el que sube a su propio interior, el que quiere avanzar a través de una profundización interior, debe pasar por el primer punto. Debe adquirir humildad. La mejor regla que un místico puede fijarse para sí mismo es pensar en todo lo que se le presenta en su propio ser interior de la forma más imperfecta posible, abstenerse por completo de su propia personalidad. Porque el que entra en su propio ser interior debe estar preparado para experimentar cosas terribles. En el mundo interior de las personas que se aventuran en las profundidades de su propio ser tienen lugar historias de experiencias trágicas. Un Tauler, un Eckhart, un Paul pueden hablarnos de ello. ¿Y qué tipo de ayuda buscaron contra los peligros? San Pablo dice: «No soy yo quien quiere actuar, sino el Cristo en mí. - Lleva contigo al Maestro, al ideal, pero siente que el egoísmo debe ser expulsado. No todo debe ser sentido, querido y pensado por tu propio yo. Tu yo indigno debe ser expulsado. Este sentimiento es muy parecido al sentimiento de vergüenza de la gente corriente. Querer ser otro, querer organizar a otro en la propia alma, ése es el camino del misticismo.

¿Y qué forma parte del camino del ocultismo? El camino de los ocultistas conduce al mundo exterior. Si el hombre quiere seguir el camino ocultista, debe vivir de tal manera que aprenda gradualmente a soportar el mundo superior cuando haya salido de su cuerpo durante el sueño. Debe adquirir el sentimiento de perfeccionarse en el infinito. Pero aquí también se enfrenta a un peligro, al igual que el místico cuando desciende a su propio ser interior. Se nos ha permitido nombrar los peligros que acechan al místico; el propio místico nos habla de ellos. No se mencionan los caminos del ocultista. Todo el mundo debe familiarizarse con este peligro.

Si miramos en nuestro interior, malo sería que no hubiéramos aprendido a percibirnos como una unidad que se derrama sobre todo nuestro ser. Esta capacidad de aferrarnos a una unidad es desgarrada por cada pasión que nos invade. La ira, la envidia y el odio destruyen nuestro poder de centrarnos en la unidad. Y lo peor es cuando no hemos aprendido a concentrarnos, cuando nos dejamos llevar de aquí para allá. Debemos aprender a sentirnos unidos y no influenciados.

Pero si como ocultistas buscamos el camino hacia el mundo exterior, debemos eliminar nuestra personalidad tal como acaba de ser descrita. Aquí no debemos buscar una unidad que subyace a todo el mundo exterior. Pues cuando salimos al mundo espiritual, nos encontramos con una variedad infinita de seres y relaciones. Si el ocultista intentara penetrar en la unidad total que subyace a todo el mundo manifiesto, perecería. Imaginen ustedes una gota de líquido rojo, y esta gota se vertiera en una gran palangana de agua. La gota, al ser líquida, se disolvería inmediatamente en la masa de agua, se fusionaría. Esto es lo que le ocurre al yo inestable cuando quiere entrar en el mundo de la soledad. No debemos atrevernos a intentar penetrar allí solos, porque nos perderemos igual que la gota roja se pierde en la masa de agua. Cuando queremos entrar en el reino astral, se nos señala una multiplicidad. Debemos informarnos de la multiplicidad, de los seres que están más elevados que nosotros, de los que han experimentado ellos mismos gradualmente un desarrollo superior, de las jerarquías de ese mundo. No debemos querer saltarnos nada, pues sería presuntuoso querer penetrar enseguida en lo más elevado. Debemos aprender gradualmente a estudiar con la ayuda de los seres superiores si queremos comprender la unidad. La arrogancia de querer penetrar hasta lo más elevado seguramente nos hará caer. No debemos permitir que nuestras ideas monoteístas nos hagan creer que, cuando se corre el velo que nos separa del mundo espiritual, sólo vemos una única unidad divina. Es la multiplicidad a la que miramos, y es sobre esta multiplicidad sobre la que debemos dirigir nuestra mirada.

Pero, ¿Cómo orientarse? Pitágoras decía: «No busquen la diversidad con los ojos, los oídos y los sentidos, ¡búsquenla a través de los números! - Debemos acercarnos a la diversidad equipados con el número. Del mismo modo que el místico debe verter en su interior el ideal de la perfección superior, el ocultista debe apelar al número. Y aquí es absolutamente necesaria una cualidad, a saber, la seguridad. Debemos sentirnos seguros. Porque cuando el hombre vacila, ¿Qué es? Un fuego fatuo, una luz parpadeante, y el mundo es un laberinto. Necesitamos un hilo de Ariadna para encontrar el camino de vuelta. El número nos hace firmes, debemos tenerlo presente. Si ustedes quieren entrar en el mundo espiritual, tienen que salir de sí mismos, primero tienen que entrar en el caos de la multitud. ¿Cómo encontramos el factor? ¿Dónde un principio organizador? Lo encontramos a través del número, a través de la ley del número. Debemos penetrar en la esencia del número y aprender su valor real. Sólo el número puede convertirse en nuestro guía en el laberinto. El número puede enseñarnos muchas cosas, y ciertos números albergan secretos profundos.

Tomemos el número dos. Todo lo que cobra vida se revela en el número dos. La derecha no sin la izquierda, la luz no sin la oscuridad. Todo lo que se manifiesta exteriormente está bajo el número dos. El número dos es el número de la revelación, el número de lo manifestado.

El número tres es el número de la legitimidad del alma: Pensar, sentir y querer. En la medida en que algo está organizado y estructurado en el alma, está sujeto al número tres. Allí donde la tríada se revela como legitimidad, hay una espiritualidad subyacente. Podemos encontrar la triada en innumerables relaciones. En los tres Logoi tenemos las tres fuerzas básicas que señalan hacia algo divino y espiritual.

El número siete se aplica a todo lo temporal: Saturno, Sol, Luna, Tierra, Júpiter, Venus y Vulcano, que denotan los siete estados sucesivos de la evolución.

Cuando vemos que algo coopera simultáneamente, obtenemos el número doce: los doce dioses, los doce apóstoles, etcétera. La simplificación de las estrellas fijas a los doce signos del zodíaco también está relacionada con esto. El número doce nos enseña aún otra ley. Pensemos en el materialismo. ¿Es malo el materialismo? No tiene por qué serlo mientras el hombre no lo traslade al alma. Si se quiere ser materialista, hay que rendir homenaje al vitalismo, entonces se aprenderá a comprender la vida material. Pero para lo anímico-espiritual hay que elegir otro punto de vista. Si queremos comprender el mundo en su plenitud, debemos ser capaces de adoptar diferentes puntos de vista. Debemos tomar el camino espiritual práctico.

Ahora probablemente puedan ustedes oír a alguien expresar el principio:

Tienen que hacerse de un cierto sistema si quieren penetrar en los mundos superiores. Pero ese es el peor camino a seguir. Por otra parte, primero debemos salir de nuestra propia personalidad: desde el centro que esta personalidad ocupa en su existencia hasta el horizonte de nuestra existencia física, y sólo aquí, en el horizonte, debemos situarnos en un determinado punto de vista, primero el materialista, y mirarlo desde dentro, desde el único punto de vista a través del cual, como ya se ha dicho, llegamos a conocer la vida material. Sólo entonces podemos recorrer el horizonte y elegir doce puntos de vista diferentes. Este es el único camino que puede conducir a la comprensión de la realidad. El ocultista práctico debe llegar a ser muy abnegado antes de poder caminar en círculos alrededor del horizonte. Al tener que olvidar su yo personal doce veces, logra la unidad tanto externa como interna.

Traducido por J.Luelmo mar,2025

GA125 Copenhagen, 5 de junio de 1910 - Las experiencias externas son procesadas por el cuerpo astral, las experiencias extrasensoriales por el yo

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RUDOLF STEINER

Las experiencias externas son procesadas por el cuerpo astral, las experiencias extrasensoriales por el yo

Copenhagen, 5 de junio de 1910



Si se le preguntara al ser humano desde la conciencia cotidiana: ¿Qué es a lo que se puede llamar el yo? la respuesta sería que esta autoconciencia debe buscarse dentro de los límites que encierra la piel. Nuestro punto de vista puede probarse por el hecho de que la sede del alma debe buscarse en la cabeza y en el corazón. Pero en el sentido de la ciencia espiritual es diferente, sólo que esto no es fácil de reconocer.

Nos acercamos a la realidad espiritual cuando intentamos darnos cuenta de los hechos suprasensibles. Con los conceptos y palabras que el hombre se fabrica sin haber antes investigado, no se acerca a la verdad. Obtendrán una buena idea cuando se construyan una imagen unificada.

Pensemos en un patrón que navega por el mar. Allí, todo lo externo constituye lo esencial, lo determinante; para el manejo del barco depende de si el mar está en calma o turbulento, de si aparecen islas en el mar, de si el cielo está nublado y de muchas cosas más. Tanto el capitán como los marineros toman sus medidas en respuesta a todos estos hechos externos; todos los hechos externos son esenciales para ellos. Algunas personas podrían pensar que una vez que el barco ha entrado en el puerto, está en reposo y todo el trabajo ha terminado por un tiempo. Pero no es así. Es entonces cuando comienza otro tipo de trabajo. El barco ya no hace el trabajo, sino que se trabaja en él. Todo lo que se ha visto afectado durante el viaje es reparado. La bodega del barco se llena con nueva carga y así sucesivamente. De este modo, el viaje y la inactividad del barco en el puerto pueden compararse con la vida humana, con la vida durante el día y la vida durante la noche. Sin embargo, sólo hay una diferencia, y es que el hombre no se ocupa del trabajo nocturno. Durante el trabajo en el puerto, trabajadores y marineros deben preparar el barco para el viaje. Sin embargo, todo lo que impulsa a las personas a actuar a través de sus sentidos durante el día deja de funcionar por la noche. Nuestros sentidos, que han realizado el trabajo en nuestro cuerpo durante el día, descansan durante la noche. El trabajo del día descansa al igual que el barco en el puerto. Y, sin embargo, hay un trabajo en el hombre que le permite comenzar un nuevo día de trabajo.

Esto nos acerca al concepto de lo que es realmente lo espiritual en el hombre. Lo espiritual no está encerrado dentro de la piel del ser humano, sino que se extiende más allá del ser humano físico. Lo espiritual real extiende sus antenas sensoriales dentro del ser humano, envía lo esencial, lo espiritual dentro del ser humano.

¿Dónde se encuentra el «yo» real en el ser humano? Fuera del ser humano, alrededor del ser humano físico, se encuentra el ser humano espiritual, el yo suprasensible del hombre. Y si observamos el aura humana, que tiene forma de huevo, la conciencia del yo será más efectiva en la envoltura, en el huevo áurico. Este hecho conduce a la solución correcta del problema.

Me he referido a doce puntos en el horizonte. El ocultista debe conocerlos. Existen, aunque no todos los reconozcan. Estos doce puntos envían continuamente sus fuerzas al ser humano; éste es irradiado desde estos doce puntos en los diversos puntos de su aura. Sólo por el hecho de que le envuelve su yo, él es capaz de hacer que las fuerzas cósmicas formen en conjunto con él una unidad. El hombre debe sentir que pertenece al universo. Esto le introduce en la facultad perceptiva y le permite adquirir las facultades perceptivas correspondientes a los puntos mencionados. Está inmerso en estos doce puntos. Las fuerzas divino-espirituales afectan al ser humano a través de estos puntos. Si pueden visualizar y observar esto, comprenderán los caminos y las metas del hombre espiritual.

El hombre debe ser capaz de incorporar este sentimiento a su vida. A través de la ciencia espiritual conocerá una serie de fuerzas mediante las cuales podrá realizar estas transformaciones en sí mismo. Pensemos en la vida cotidiana. Alguien va deprisa por el mundo y se le cruzan muchas cosas en las que podría pensar, que podría procesar en su espíritu, pero no hace el menor esfuerzo por transformar en obra lo que ha experimentado ni siquiera por pensar en ello en profundidad. Sólo quiere «experimentar» y pasar de una sensación a otra.

Hay otro tipo de personas que van por la vida sin prestar la menor atención al mundo exterior. Cavilan y especulan sobre sus propios pensamientos. No se dan cuenta de lo que ocurre a su alrededor; siempre están cavilando. Ninguno de los dos extremos es bueno para el hombre. Pero hay un centro y es éste: Tejer tus propios pensamientos a través de todo lo que experimentas. Este estado intermedio es el más beneficioso para las personas en el mundo exterior.

Supongamos que un joven está preparando sus exámenes. Ha trabajado con diligencia, se acerca la época de exámenes y con ella la ansiedad por los exámenes. Una y otra vez, el joven se da cuenta de que el día del examen le pueden preguntar aquello en lo que se siente menos seguro, aquello que no sabe con certeza. Esto trabaja en su mente. El examen ha ido bien, es decisivo para toda su vida. Es la puerta de entrada a su vida futura. Ahora bien, puede ocurrir que en el curso ulterior de su existencia se vea acosado por un sueño, y en este sueño surja en él la ansiedad del examen de su juventud, todo lo que creía no saber en aquel momento. El alma está íntimamente ligada a ello, y el observador oculto ve la tela que se teje en el sueño. Lo que se teje en él no ha contribuido a la vida que ha pasado. Pero el ocultista sabe que puede convertirse en fuerzas útiles en la próxima vida.

También puede resultar diferente. A partir de los cuarenta y cinco años el sueño cesa. La persona que se observa a sí misma descubre que salen a la luz rasgos de carácter completamente nuevos. Por ejemplo, puede experimentar que en su edad avanzada tiene mucho más valor del que poseía en su juventud. Las ansiedades de su juventud y la voluntad asociada de vencerlas han hecho su trabajo silencioso en el hombre interior; después de cuarenta y cinco años estas fuerzas se han transformado en fuerzas invertidas. Dentro del ser humano siempre hay algo que está tejiendo y trabajando, y´el que lo está trabajando allí es el cuerpo astral. Trabaja en el cuerpo etérico hasta que la experiencia se ha entretejido en el cuerpo etérico y se ha convertido realmente en una cualidad. En circunstancias normales, sólo aparece como una propiedad en la siguiente vida, pero también pueden darse casos bastante anormales, como el que acabamos de mencionar.

Así es como el hombre procesa sus experiencias externas, y lo mismo ocurre con las condiciones extrasensoriales de la vida, que exigen que las procesemos con el yo. ¿Cómo trabaja el hombre espiritual en relación con sus circunstancias externas? Las circunstancias externas se acercan a nosotros, pero el entramado que transforma nuestras capacidades se teje desde dentro. En el ser humano entretejemos lo que viene de lo eterno-espiritual. Nosotros tenemos que ir a lo exterior, pero lo espiritual viene a nosotros.

Supongamos que una persona se interesa por algo por una razón u otra, por ejemplo, que quiere ver de cerca un árbol. Entonces debe acercarse al árbol, debe ir hacia el árbol para llegar a un resultado. Pero con los resultados espirituales es diferente. Éstos vienen a nosotros, tenemos que esperar a que lleguen.

Lo esencial de las experiencias externas es que son de naturaleza transitoria. Pero las que nos llegan en el camino de la Teosofía son de naturaleza espiritual. Éstas las entretejemos en nuestro interior como algo imperecedero. Nosotros debemos ir hacia lo externo, pero lo espiritual debe venir a nosotros, y cuanto más nos hacemos capaces de recibir lo espiritual dentro de nosotros, más viene a nosotros desde los mundos espirituales y se convierte en nuestra propiedad. Las personas que viven entre nosotros como poetas y que han creado y producido algo son siempre aquellas que han permitido que lo sobrenatural fluyera en ellas en tiempos pasados. Debemos aprender a pensar más. Debemos ser capaces de pensar lógica y racionalmente y luego aquietar nuestras almas. Entonces no tendremos que esperar en vano. Fluirá en nuestra alma la espiritualidad adecuada, a la que nosotros mismos hemos allanado el camino. Debemos aprender a mantener un estado de ánimo expectante.

Lo mejor no es aquello sobre lo que reflexionamos. Deberíamos querer conseguirlo todo a través del trabajo de nuestro pensar, no a través de nosotros mismos. Sólo mediante el pensar agudo y la espera subsiguiente podemos fecundar nuestro espíritu. Debe fluir en nosotros cuando hayamos aprendido a observar los procesos correctos, y estos procesos deben trabajar conjuntamente con el pensar, el sentir y la voluntad.

Nuestra vida anímica consta de tres partes: pensar, sentir y voluntad. Una persona ve una rosa. A través de su vida anímica, la reconoce como tal. Admira su forma y su color, y esto le provoca ciertos sentimientos. Extiende la mano para coger la rosa y expresa así un acto de voluntad. Sin embargo, de la forma en que una persona trate estas cualidades dependen importantes resultados que pueden ser decisivos para toda su vida.

Por ejemplo: una persona se encuentra con otra que le infunde una antipatía pronunciada. Se da cuenta de que no puede liberarse de la persona antipática, y el sentimiento provocado por la compulsión le enfurece. En este proceso intervienen el pensar, el sentir y la voluntad.

En la vida cotidiana, a menudo se puede observar cómo estos procesos se desenvuelven de forma diferente. La ira de una persona se disipa rápidamente, no le gusta cargar con esos sentimientos durante mucho tiempo, y en ella se imponen los mejores sentimientos. Otra, en cambio, lleva consigo la ira todo el día, no encuentra la resistencia necesaria para deshacerse de ella. La primera persona que combate rápidamente sus emociones seguirá siendo una persona anímicamente sana y podrá vivir hasta una edad muy avanzada. El otro, que se enfada ante cualquier nimiedad y arrastra esta ira consigo durante mucho tiempo, envejecerá pronto. La excitación constante y continua desgastará su cuerpo.

Un proverbio dice: No debes llevarte la ira al ir a dormir. - Es entonces cuando las emociones comienzan a entretejerse en el alma, y entretejemos las pasiones en la persona. Lo que experimentamos desde el espíritu tendrá un efecto en nuestra alma, y es esencialmente diferente si nuestras experiencias permanecen meramente teóricas o si se transfieren a nuestros sentimientos.

Supongamos que una persona absorbe muchas cosas espirituales y que lo que ha absorbido penetra en ella. Sólo será verdaderamente fructífero para el hombre espiritual cuando abrace lo que ha absorbido con entusiasmo y amor. Sólo entonces el trabajo se convierte en el trabajo del hombre interior, pue él extrae lo espiritual y lo convierte en parte de su ser espiritual. Es el sentimiento el que nos ayuda a hacer nuestro lo espiritualmente adquirido.

El hombre vive en su aura, y cuando las verdades teosóficas son absorbidas por el hombre espiritual, el aura comienza a moverse con fuerza. El yo es el motor de este movimiento. ¿Cómo aparece este proceso al ojo clarividente? Cuando el amor y el entusiasmo por los grandes pensamientos espirituales se apoderan del hombre, todo en el aura se vuelve vivo, y el resultado de esta vida de pensamiento superior es tal que tiene un efecto purificador en el aura. Todos los deseos y sentidos materiales que se expresan en el aura humana se agrupan en esferas, y las esferas se condensan cada vez más a medida que aumenta el trabajo espiritual, haciéndose cada vez más pequeñas hasta que la luz purificadora del pensamiento espiritual las ha disuelto y disipado.

Cuando el ojo clarividente observa a una persona contemplando un amanecer, se pueden observar fenómenos similares. En el aura del observador ocurre algo similar, en la alegría devota que la persona puede sentir ante el espectáculo de la naturaleza. Mientras esa persona permita que lo bello afecte a su ser interior, el efecto de este proceso es disolvente en el aura, y mucho de lo que es malo se transforma en bueno. La capacidad de regocijarse y de sumergirse tiene un efecto purificador en el alma, y en esos momentos el alma es capaz de absorber la novedad espiritual porque la corriente de las fuerzas superiores ha encontrado una entrada.

Pero también puede ocurrir lo contrario. Si una persona no permite que un gran espectáculo natural que ha tenido un efecto sobre ella permanezca en sus pensamientos, si nada de la belleza permanece en ella y se vuelve hacia otras cosas después de un fugaz disfrute, puede ocurrir lo siguiente: Todo confluye en el aura de tal persona. Una tarea anímico-espiritual que se interponía en su camino ha sido dejada de lado por descuido y ahora se está resolviendo en la oscuridad. Puede ocurrir que la mentira se abra camino en su interior. El trabajo del hombre espiritual consiste en desarrollar la capacidad de dejarla resonar y ser capaz de empatizar con ella.

Si todos aprendiéramos esto, la ciencia espiritual conduciría a caminos y metas que crearían bendiciones a lo largo y ancho. Si sólo se hiciera trabajo intelectual, si prevaleciera la lucha y la discordia entre los teósofos, poco de lo malo se transformaría en bueno. La ley del karma enseñará al hombre a trabajar de la manera correcta.

Para aquellos que pueden sentir la Teosofía con entusiasmo y sacar consuelo de ella, las ciencias espirituales superiores son una bendición, pues traen consuelo y fuerza a todas las circunstancias. Nadie abandona estas ciencias sin consuelo. Cuanto mayores sean nuestras metas, más imbuidos estarán nuestros esfuerzos de ideales, y el hombre los llevará al mundo. Practicamos la ciencia espiritual y la entretejemos a través de nuestro hombre interior. Nos impregna y podemos llevarla a los demás.

Debemos trabajar en estas metas tanto como podamos. No tenemos derecho a dejar sin observar los caminos y las metas del hombre espiritual. Es nuestro deber entretejer lo espiritual en el mundo físico. El ser humano es la puerta, la única puerta espiritual en el mundo físico-material en el que debe fluir el cielo. Podemos aflojar la agobiante pesadez del materialismo permitiendo que penetren las verdades espirituales. Sólo trabajando en el desarrollo de la humanidad contribuye el hombre a la vida y no a la muerte. Seguir los caminos y metas del hombre espiritual significa: perseguir la tarea de convertir lo suprasensible en espiritual.

Traducido por J.Luelmo mar, 2025

GA125 Copenhagen, 2 de junio de 1910 - La conquista del mundo exterior a costa de la desolación espiritual

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RUDOLF STEINER

La conquista del mundo exterior a costa de la desolación espiritual


Copenhagen, 2 de junio de 1910



Durante estos tres días abordaremos un tema específico. Hablaremos en términos de una cosmovisión científico-espiritual, de los caminos que el alma humana puede tomar en el presente, de los objetivos de la vida teosófica. En la conferencia de hoy se dará una especie de introducción a esto. Mañana y pasado mañana profundizaremos en el propio interior de nuestra contemplación. Hoy queremos adoptar un punto de vista, más externo por así decirlo, y en primer lugar plantearnos las siguientes preguntas: Lo que percibimos como una cosmovisión científico-espiritual, ¿es algo que ha surgido de la voluntad de personalidades individuales, o está enraizado en la propia alma del tiempo? ¿Tenemos ante nosotros algo relacionado con las necesidades más profundas de nuestra época? La mejor manera de responder a estas preguntas es darse cuenta de que todos los que se acercan a la ciencia espiritual desde los más diversos ámbitos de la vida, ya sean ricos o pobres, fuertes o débiles, son almas en búsqueda. Todas son almas que buscan, que no siempre saben exactamente lo que buscan, pero que sienten que buscan algo. Suelen ser almas que han recorrido los caminos más diversos y han dejado que lo que el presente puede darles actúe sobre ellas. Almas que han buscado satisfacer sus anhelos en tal o cual campo del arte, almas que han mirado a su alrededor en lo que la ciencia puede dar; almas que han sentido más o menos oscuramente, más o menos claramente, después de mucho buscar arduamente, que no pueden encontrar en el presente lo que coincide con la búsqueda del alma. Tales almas se conmueven a menudo por lo que el movimiento científico-espiritual puede dar, y dicen: «Sí, aquí vive un impulso que es diferente al de otros lugares, diferente a lo que viene de la vida que me rodea.

¿Qué sienten, o qué podrían sentir, esas almas cuando entran en contacto con lo que hoy puede llamarse Teosofía? No debemos creer que estas almas buscadoras que encuentran su camino hacia la ciencia espiritual son las únicas que buscan. Son elegidas o se eligen a sí mismas de entre una gran multitud de almas buscadoras. Quien escuche lo que se dice desde la más profunda necesidad de nuestro tiempo, verá que hay muchas almas que dicen: Anhelamos los medios para resolver los grandes enigmas del mundo, y no encontramos de entre todo lo que la tradición ha traído, todo lo que la ciencia moderna tiene que decir, nada que pueda resolver estos enigmas.

Escuchemos por un momento lo que las mejores de estas almas tienen que decir. Dicen algo así como lo siguiente, y con estas palabras, que brotan de cientos de miles de almas tan inquisitivas, nos encontramos con algo así como el corazón anhelante de nuestro tiempo: miramos hacia atrás, hacia épocas lejanas, y vemos cómo se han ido sucediendo de siglo en siglo, de milenio en milenio, las diversas ideas sobre Dios y la naturaleza, cómo se han ido distanciando dando lugar a una lucha entre sus representantes. Muchas cosas han llegado hasta nosotros, millones de personas profesan tales ideas, se adhieren a ellas con un sincero sentido de la verdad, pero otras tantas ya no pueden profesar lo que se ha transmitido con tal sentido de la verdad y por amor a ella se sienten obligadas a abandonar las antiguas opiniones.

¿Cómo era en la antigüedad? Por ejemplo, la gente miraba el arroyo que discurría desde las alturas hasta las llanuras, veía los efectos beneficiosos de este arroyo y se preguntaba: ¿Qué es lo que nos habla desde el rugido de este arroyo? ¿Qué es lo que actúa en este arroyo? Y en él, encontraban algo que también encontraban en sí mismos. Encontraban que se basaba en algo espiritual, un ser divino, encontraban que en la corriente fluía un poder divino-espiritual que recompensaba, que proporcionaba al hombre lo que necesitaba para su bienestar. En el soplar del viento, en el retumbar de los truenos, en el crujir de los relámpagos, encontraban una actividad espiritual similar a la que subyace en el fluir del río, en el rugir de las olas. En ello veían algo que les llevaba a decir: El murmullo del arroyo, el rugido de la tormenta está relacionado con lo que vive en mi alma. Aunque ellos hablen de forma diferente, hay algo similar, y siento que puedo entenderlo.

Algo parecido sintieron aquellos a quienes Moisés hizo descender las tablas de la ley. Ellos sintieron que desde ellas les hablaba un ser, infinitamente más grande que el padre del clan familiar, pero sin embargo relacionado con lo que hablaba desde el trueno y lo que hablaba desde el honorable jefe del clan. Sentían el espíritu a través de ellos. Sentían un vínculo vivo entre lo que vivía dentro de ellos como dolor y alegría y el mundo exterior. Un vínculo que este hombre antiguo podía comprender.

Así hablan los mejores. Y si van ustedes a donde habla la ciencia seria, no la superficialidad trivial, oirán lo siguiente: Nuestros antepasados veían poderes espirituales. No sólo veían gotear el agua, soplar el viento, el fuego de los relámpagos. En estas fuerzas de la naturaleza veían seres espirituales, gnomos, ondinas, sílfides, salamandras. Pensemos lo que pensemos de estas gentes, adquirieron la comprensión de sus contemporáneos, aquellas gentes que escribieron su fe en el mundo exterior, del que sacaron fuerza y estabilidad.

Y ahora las mejores de estas almas buscadoras añaden: Ya no podemos creer en gnomos, ondinas, sílfides, salamandras, en seres espirituales de la naturaleza. Porque se nos ha enseñado que hasta en el átomo más pequeño operan las mas férreas leyes. Y debemos pensar en el mundo exterior como una estructura de estas leyes. Ya no podemos animarlo como lo animaban nuestros antepasados, ya no podemos desplegar ceremonias de sacrificio y actos rituales que eleven nuestras voces, ya no podemos decir, cuando nos aflige el dolor: «Consuélate, pues la vida en el mundo espiritual te dará tanto más consuelo». - Y un gran número de personas dicen: Todo nuestro mundo ha cambiado. Ya no construimos sobre lo que solíamos construir. Antes, por ejemplo, si a una persona le hubieran clavado un hierro oxidado en el brazo, habría buscado consuelo en los seres espirituales. Hoy es mejor ir al médico y recurrir a la medicina externa. De este modo, abordamos hoy lo que en el pasado se abordaba con lo que vive en el alma.

A esto se responde: Pero no podemos estar sin la creencia en un espíritu, no podemos prescindir de él. Un espíritu rige todas las leyes, actúa tanto en el trueno como en el átomo. Y para que no pueda cerrar su mente a este conocimiento, únicamente se necesita que alguien supere las peores trivialidades del materialismo. Cuando las almas buscadoras pronuncian la palabra espíritu, ¿Qué quieren decir con ella? ¿Qué es el espíritu? ¿Dónde hunde sus raíces? ¿Cómo llega una persona a formarse una idea del espíritu?

Hoy en día se está difundiendo una extraña visión. En América se habla de una nueva religión. Sólo se quiere reconocer a un Dios que actúa en las leyes de la naturaleza, hasta en el átomo. Nadie puede concebir hoy un Dios en forma humana, dice el partidario de esta doctrina, pero no podemos prescindir de un espíritu divino. Y por ello esta personalidad llega a la extraña conclusión siguiente: las leyes de la química no son suficientes. Pero, ¿De dónde obtenemos el contenido para una idea de Dios? Y entonces oímos lo siguiente: Debemos pensar que el espíritu que gobierna las leyes de la naturaleza está dotado de las cualidades más nobles del alma humana. Así pues, no estamos dispuestos a imaginar un Dios dotado de cualidades humanas, pero nos gustaría tener algo que dé contenido a esta idea de Dios.

Y aquí tenemos el resultado: no podemos hacer otra cosa, el concepto de Dios no podemos tomarlo de otro lugar que no sea del contenido del hombre. Y además, el representante de esta cosmovisión llama la atención sobre el hecho de que en épocas anteriores se adoraba a seres divinos que eran inspiradores, que llenaban al hombre con su poder y le impulsaban hacia una tarea. Ahora, por supuesto, ya no podemos creer que existan seres suprasensibles que actuaran como inspiradores. El futuro, sin embargo, honrará a los ayudantes avanzados, espíritus más ricos que tienen algo que dar a los más pobres.

Ya lo ven, los sentimientos que se aferran a los que pueden dar consuelo se ponen, sin embargo, en lugar de los anteriores. Después de cada terremoto, por ejemplo, habrá quienes den consuelo a los muchos que han perdido a sus seres queridos. El amor humano existirá cuando los ayudantes sobrenaturales ya no existan.

¿No se dan cuenta de que también aquí hay una extraña contradicción? Se supone que debemos mirar a los que dan consuelo. Pero, ¿De dónde sacan lo que necesitan en su alma para poder dar consuelo y amor? Por eso, en el caso de los mejores nos encontramos con que, aunque buscan, sus almas deben sentirse vacías.

¿Y qué decir de la ciencia? ¿Hay consuelo en lo que nos ha aportado la ciencia? Queremos reconocer plenamente los efectos beneficiosos de la ciencia, pero no debemos olvidar una cosa. ¿Cuánto del dolor puramente físico que el hombre ha tenido que soportar desde la prehistoria se ha aliviado? Desde luego, la humanidad no se ha hecho más fuerte ni más sana desde entonces. Ciertamente, hay muchos remedios que alivian el dolor. Pero aquí hay que señalar una contradicción. La ciencia externa sostiene que nada se puede perder. Por ejemplo, al frotar, la fuerza se hace efectiva en forma de calor. Lo que desaparece reaparece como otra fuerza. Los anestésicos alivian el dolor, y la gente habla como si el dolor hubiera desaparecido. Aplicando esa simple ley existe una contradicción. Si el dolor desaparece, aparece en un lugar diferente. Por mucho que se alivie el dolor externo, se convierte en dolor anímico. Y el hombre no se da cuenta de que esto está relacionado con el alivio del dolor externo. Esto no nos impide hacer lo que nuestra percepción nos sugiere para eliminar el dolor externo, pero en el ámbito espiritual debemos aprender a reconocer las conexiones y no dejarnos llevar por ilusiones.

Esas almas buscadoras no se dan cuenta de que el ser humano que hoy está inmerso en la vida exterior, por ejemplo en el campo de la industria, de la técnica, que se desarrolla poderosamente, puede ciertamente dejarse llevar por lo que se le presenta delante de los ojos. Pero aquellos que miran más profundamente lo saben: Esta embriaguez, este entusiasmo hay que pagarlo. Se sabe que las almas están cada vez más desoladas, cuando la respuesta a los enigmas de la existencia, se siente cada vez menos. Ciertamente, debemos llevar a todos los ámbitos lo que puede aliviar el sufrimiento externo, pero no debemos olvidar que, aunque saturemos el físico exterior, podemos matar de hambre al alma cada vez más, infligirle cada vez más sufrimiento debido a la insatisfacción de sus anhelos. Este es el estado de ánimo que se apodera de la persona que no sólo mira con amor al género humano, sino que también ve el rumbo que está tomando el futuro.

Se habla mucho de las metas que el hombre puede fijarse. Superando la embriaguez que se apodera de su alma cuando la vorágine de la vida exterior actual se apodera de él, no se da cuenta de que esta alma debe seguir siendo un alma en búsqueda. ¿Y por qué? Sólo queremos poner ante nuestra alma el trasfondo más profundo de toda discordancia en los sentimientos de hoy. Si nos cortamos el dedo y lo volvemos a curar con los mejores medios que conocemos, entonces lo sabemos: 

Las mismas leyes de la naturaleza que están a su alrededor, también prevalecen en su interior. Estamos formados a partir del conjunto de la naturaleza, de las leyes que imperan a nuestro alrededor. Pero al mismo tiempo sentimos la necesidad de ver algo más en nosotros. Vemos que desde el ojo del hombre resplandece el espíritu, que desde su mano habla el espíritu, que desde su voz resuena el espíritu. Y al reconocer esto, también sentimos que somos portadores del espíritu. Sentimos que hemos surgido del entorno, pero no sólo de él. ¿Qué es lo que rige este entorno? Las leyes físicas, las leyes químicas, lo que hoy conocemos como las férreas leyes de la naturaleza. Estas leyes no bastan para explicar el espíritu. Lo que aportan la física, la química y la biología no basta.

¿Dónde se halla la raíz de aquello a lo que puede referirse como espíritu? Está dentro de nosotros, pero sin hogar, sin raíces. Podemos comprender la composición química de la sangre, podemos captar exactamente el proceso de combustión que tiene lugar en nuestro interior, y todo lo que está sujeto a leyes físicas y químicas en el mundo exterior. Pero en cuanto miramos la naturaleza exterior desposeída de espíritu, todo carece de raíz. No podemos decir: igual que la sangre está sujeta a las leyes de la circulación sanguínea, así también cualquier cosa espiritual sigue las leyes del entorno.

El alma buscadora y errante del presente dice que no se puede encontrar un espíritu en ella. La respuesta a los interrogantes que me atormentan no puede venir de ahí. ¿De dónde me vendrá?

Ahora vemos donde se esconde el mal. Vemos que las ideas sobre el mundo exterior son cada vez más claras. Pero ahora el hombre quiere enraizarse en algo con su espíritu, con su alma. El alma no puede evitar querer esto. No puede huir de sí misma a una estéril existencia físico-química. Aquí es donde surge la dicotomía. El alma tiene la necesidad de imaginarse como una entidad espiritual, pero en ninguna parte del mundo exterior puede encontrar lo que corresponde a sus ideas actuales sobre un ser espiritual. Esto da lugar a una profunda falsedad. El hombre de hoy no puede creer en sílfides, salamandras, ondinas y gnomos. Y para colmo, aquello que podría darle satisfacción no existe. El alma está ahí sin contenido.

Cuanto más profundamente se siente esto, más falso resulta hablar sólo de espíritu. O se encuentra el espíritu o hay que crearlo artificialmente. A algunos les puede parecer que lo que se acaba de decir está demasiado alejado de los sentimientos cotidianos. Pero en todas partes encontraremos almas cuyo dolor proviene de esta razón. A esta gran búsqueda debe contribuir lo que aporta la ciencia espiritual. Se esfuerza por construir un puente entre la propia alma y lo que está fuera, ya sea que el alma escuche la furia de la tormenta o contemple los bellos movimientos de las olas del océano. Partiendo solo de las cualidades del hombre, éste ya no es capaz de idealizar a los dioses que actúan tras el aire y el agua. Hay que abstenerse de ver en lo que se conoce como un ser divino, una imagen antropomórfica de uno mismo. Esa es la constatación de nuestro tiempo. Pero la otra es la impotencia de las almas que buscan. Por un lado, se les dice: Si queréis encontrar a un Dios, no debéis moldearlo con características humanas. Por otro lado, el resultado es que no estamos en condiciones de crear un sustituto. Al carecer estas almas buscadoras de algo que justifique este hecho evidente, se encuentran perdidas. ¿Dónde encuentran la base sólida que les da seguridad?

Esto sólo es posible si el hombre adquiere de nuevo el derecho a explorar lo espiritual, si profundiza en su ser interior. Para el hombre de antes bastaba con menos; para el hombre de hoy lo de antes ya no es suficiente. La ciencia espiritual dice al hombre de hoy: Has tomado el camino equivocado. ¿Las cualidades que el hombre ha encontrado hasta ahora son todas cualidades? ¿No hay fundamentos más profundos? ¿No encontramos algo oculto que podamos decir: Sí, esto podría estar relacionado con lo que percibo como lo divino?

Tiene que haber algo que esté más profundamente arraigado que todo lo que el hombre ha reconocido de sí mismo hasta ahora, algo que le dé derecho a trasladar las cualidades del alma humana a lo divino. Pero, ¿cómo encontrar el camino hacia las profundidades ocultas de nuestro interior?

La ciencia espiritual nos indica caminos que sólo unos pocos han recorrido en el pasado. Hoy en día, muchas personas necesitan que se les indique esta dirección. Hay dos caminos: en primer lugar, el camino de la mística y, en segundo lugar, el camino del ocultismo en el verdadero sentido de la palabra.

Veamos estos dos caminos. ¿Cuál es el camino de la mística? Para comprenderlo, basta con que nos situemos por un momento ante nuestra alma. Todos ustedes saben que en la ciencia espiritual se habla de que el hombre no es el mismo ser cuando está dormido que cuando está despierto. Cuando nos dormimos el ser interior, (yo y cuerpo astral), salen y cuando nos despertamos descienden de nuevo al cuerpo físico y al cuerpo etérico. Por lo general, la gente no se da cuenta de que ocurre algo especial. ¿Alguna vez vemos lo que desciende desde el interior? Entonces se produce un tremendo cambio en el ser humano. En el momento en que desciende, desde dentro no ve su cuerpo etérico ni su cuerpo físico. De lo contrario vería que su corporalidad es ilusión y maja. Como personas normales vemos el entorno y lo que podemos ver desde fuera. El hombre no ve nada de lo que actúa y vive en su interior. Sólo ve el exterior, lo mismo que también ve en las piedras y los minerales. Porque en cuanto entra en sus cuerpos inferiores su mirada se desvía hacia el mundo exterior. Fueron los místicos los que se esforzaron por un despertar consciente. Ellos experimentaban un descenso consciente al hombre exterior. Todas las imágenes de la vida interior que conocen los místicos son lo que el hombre puede ver cuando aparta su mirada del mundo exterior, mundo que, de lo contrario, atraería su mirada. El místico experimenta lo que es el hombre cuando se mira a sí mismo desde dentro. Allí no ve, por ejemplo, cómo circula la sangre, sino que ve que la sangre es portadora de la actividad divina; ve que la sangre es una sombra de la realidad espiritual. Esto es lo que experimenta el místico: el motor espiritual de su propio ser en lugar de la maja exterior.

Lo que nos dicen los místicos es verdad. Escuchemos lo que nos dicen: Este descenso está ligado a lo que llamamos tentaciones, el despertar de los instintos egoístas. Lean las descripciones de los bajos instintos que el alma es capaz de desarrollar. Tenemos que pasar por toda una capa de pasiones, deseos, impulsos egoístas de los que apenas nos creíamos capaces. Todo esto debe superarse si queremos penetrar en las capas profundas de nuestro propio ser. El hecho de que nuestra mirada se desvíe inicialmente de nuestro propio ser interior está sabiamente dispuesto, ya que el hombre no es lo suficientemente maduro como para descender conscientemente a su propio ser interior. Cuando él recorre el camino de la superación de su propio egoísmo, debe luchar contra todo lo que surge en su interior. Sólo entonces encontrará al verdadero ser humano, que está centrado en el espacio más pequeño, en el punto del yo. Sólo entonces estamos completamente dentro de nosotros mismos, nos reconocemos en el bien y en el mal, vemos lo que el hombre es realmente cuando está más allá de la capa formada por sus instintos y deseos, y cuando ha superado todo lo que se le ha inculcado a través de la educación y las convenciones. Tenemos que atravesar esta capa si queremos penetrar en nuestro interior.

Hay otra forma de reconocer el espíritu y a nosotros mismos. No es fácil entrar en ella y está protegida de los inmaduros porque también alberga sus propios peligros. Además del importante momento de despertar, existe también el momento de dormirse, que es igualmente importante para la contemplación del ser humano.  Veámoslo más de cerca. En el momento de dormirse, el hombre pasa al mundo espiritual, al mundo que está más allá de la realidad física. Su conciencia cesa, se apaga. La persona normal no tiene conscientemente ningún mundo espiritual a su alrededor. Si entrara inmaduramente en el mundo espiritual, lo que es ceguera en el mundo físico le sucedería espiritualmente en el grado más pronunciado. Estaría cegado por la visión inmediata de lo espiritual vertida por medio del mundo exterior.

De nuevo, es necesario fortalecer al hombre hasta el punto de que no quede cegado por este espíritu que se vierte por medio del mundo exterior. Esto sucede a través del camino oculto. A través de él encuentra su yo, no amontonado en su propio ser interior, sino derramado sobre todo el mundo exterior, haciéndose uno con este mundo exterior. Este es el camino oculto.

A medida que el hombre aprende a recorrer ambos caminos, el del misticismo y el del ocultismo, se presenta ante sus ojos un hecho significativo. Que él busque el punto donde está más comprimido, más apiñado dentro de sí mismo, y que él se derrame sobre todo el mundo exterior, entonces experimentará finalmente lo único grande, lo poderoso. Lo que se experimenta cuando se desciende a las profundidades del propio yo y cuando se vierte en el infinito son lo mismo: misticismo y ocultismo, van en direcciones opuestas, y conducen a la misma meta. El hombre descubre algo que ha permanecido latente en su interior, y algo que está hechizado en el mundo exterior, algo que puede encontrarse en las profundidades de su propia alma y fuera en el mundo de las apariencias. Cuando él se ha conectado con el camino místico del conocimiento y con el camino oculto del conocimiento, encuentra lo que vive como espíritu detrás de las apariencias, y encuentra lo espiritual dentro de sí mismo. Este es, pues, el puente por el que puede salvarse el abismo ante el que se encuentra el alma buscadora de hoy cuando reconoce que ella misma es algo distinto del mundo de las apariencias exterior y no puede conectar con sus cualidades con lo que la rodea exteriormente.

Hoy existe la posibilidad de encontrar un camino que muestre que lo que vive en nuestro interior es lo mismo que lo que vive en el mundo exterior. Las almas buscadoras que se encuentran ajenas a nuestros esfuerzos aún no lo saben. La ciencia espiritual muestra el camino. La cosmovisión teosófica quiere ser una guía hacia esta meta. Proporcionará respuestas a las preguntas planteadas por las almas anhelantes y luchadoras de hoy. Las preguntas sonarán en las ventanas del presente, y la ciencia espiritual dará la respuesta. Esto le da su justificación interna y demuestra que no ha surgido arbitrariamente de unas cuantas mentes, sino de las necesidades de la época. La ciencia espiritual proporcionará a su vez los medios para encontrar la armonía entre lo que vive en el entorno y lo que vive en el alma humana. Nos permitirá reconocer las leyes que rigen la naturaleza no como abstracciones vacías, sino como pensamientos de entidades divino-espirituales. De este modo, redescubrirá el espíritu en el mundo exterior. El hecho de que el alma no pueda hacer esto hoy en día es la razón de su vacío y desolación. Sólo puede recibir consuelo, ayuda y fuerza buscando los caminos y las metas del hombre espiritual. Esto demuestra lo profundamente justificado que está este empeño científico-espiritual.

Si comprendemos la ciencia espiritual en sus fuentes más profundas, daremos al alma el alimento que ansía, abriremos fuentes de eficacia espiritual y, como todo lo externo es expresión de lo espiritual, con el tiempo también salud. La ciencia espiritual cobra sus metas a partir del anhelo y la búsqueda de la época actual.

Traducido por J.Luelmo mar,2025