GA017 Berlín, año 1913 3 El umbral del mundo espiritual En cuanto al cuerpo etérico del hombre y el mundo elemental

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RUDOLF STEINER


3er capítulo : En cuanto al cuerpo etérico del hombre y el mundo elemental

El hombre llega al conocimiento de un mundo espiritual suprasensible, superando ciertos obstáculos en el camino de tal reconocimiento, que al principio están presentes en su alma. La dificultad en este caso se debe al hecho de que estos obstáculos, aunque afectan el curso de la experiencia interior del alma, no son percibidos como tales por la conciencia ordinaria. Porque hay muchas cosas presentes y vivas en el alma humana, de las que al principio él no sabe nada, y de las cuales él tiene que adquirir conocimiento progresivamente, lo mismo que hace con los seres y acontecimientos pertenecientes al mundo exterior.

El mundo espiritual, antes de ser percibido y reconocido por el alma, es para ésta algo muy extraño y desconocido, cuyas cualidades no tienen nada en común con lo que el alma es capaz de aprender, a través de sus experiencias en el mundo físico. De esta manera se consigue que el alma se enfrente al mundo espiritual y pueda ver en él un vacío absoluto. El alma puede sentirse como si estuviera mirando a un abismo infinito, vacío y desolado. Ahora este sentimiento existe en realidad en esas profundidades del alma de las que al principio es inconsciente. El sentimiento es algo así como el miedo y el temor, y el alma vive en él sin ser consciente del hecho. Porque la vida del alma está determinada no sólo por lo que sabe, sino por lo que está realmente presente en ella, sin que ella lo sepa. Ahora bien, cuando el alma busca en la esfera del pensar razones para refutar, y pruebas contra el mundo espiritual, lo hace, no porque esas razones sean concluyentes en sí mismas, sino porque busca una especie de narcótico para embotar el sentimiento que se acaba de describir. Las personas no niegan la existencia del mundo espiritual, o la posibilidad de alcanzar el conocimiento del mismo, como resultado de poder probar su inexistencia, sino porque desean llenar sus almas con pensamientos que les engañen y les liberen de su temor al mundo espiritual. La liberación de este anhelo de un narcótico materialista que amortigue el miedo al mundo espiritual, no puede lograrse hasta que se haga un estudio de todas las circunstancias de esta parte de la vida del alma, tal como aquí se describen. "El materialismo como un fenómeno psíquico de miedo" es un capítulo importante en la ciencia del alma.

Este temor a lo espiritual se hace inteligible cuando nos hemos abierto camino hasta el reconocimiento de lo espiritual; cuando hemos llegado a ver que los acontecimientos y seres del mundo físico, son la expresión externa de los acontecimientos y seres espirituales suprasensibles. Llegamos a esta comprensión cuando podemos ver que el cuerpo perteneciente al hombre, que es perceptible para los sentidos y únicamente del cual se ocupa la ciencia ordinaria, es la expresión de un cuerpo sutil, suprasensible o etérico, en el que el cuerpo material o físico está encerrado, como un núcleo más denso, como en una nube.
Este cuerpo etérico es el segundo principio de la naturaleza humana. Forma la base de la vida del cuerpo físico. Pero el hombre, en lo que respecta a su cuerpo etérico, no está separado del mundo exterior correspondiente en la misma medida en que lo está su cuerpo físico. Cuando hablamos de un mundo exterior en relación con el cuerpo etérico, no se trata del mundo exterior físico, percibido por los sentidos, sino de un entorno espiritual que es tan suprasensible en relación con el mundo físico, como el cuerpo etérico del hombre lo es en relación con su cuerpo físico. El hombre, como ser etérico, se encuentra en un mundo etérico o elemental.

El hombre siempre "experimenta" el hecho, aunque en la vida ordinaria no sepa nada de ello, de que él, como ser etérico, habita un mundo elemental. Cuando se hace consciente de este estado de cosas, la conciencia es muy diferente a la de la experiencia ordinaria. Esta nueva conciencia se establece cuando el hombre se vuelve clarividente. El clarividente sabe entonces lo que siempre está presente en la vida, aunque oculto a la conciencia ordinaria.

Ahora en su conciencia ordinaria el hombre se llama a sí mismo "yo", refiriéndose al ser que se presenta en su cuerpo físico. La vida sana de su alma en el mundo de los sentidos, depende de que se reconozca a sí mismo como un ser separado del resto del mundo. Esa vida psíquica saludable se vería interrumpida si definiera cualquier otro evento o ser del mundo exterior como parte de su yo. Cuando el hombre se reconoce a sí mismo como un ser etérico en el mundo elemental, las cosas son diferentes. Entonces su propio ser del yo  si que se mezcla con ciertos acontecimientos y seres a su alrededor. El ser humano etérico tiene que encontrarse a sí mismo en lo que no es su ser interior, en el mismo sentido en que "interior" se concibe en el mundo físico. En el mundo elemental hay fuerzas, acontecimientos y seres que, aunque en ciertos aspectos forman parte del mundo exterior, deben considerarse como pertenecientes al propio yo. Como seres humanos etéricos estamos tejidos en la esencia elemental del mundo. En el mundo físico tenemos nuestros pensamientos, con los que estamos tan unidos que podemos considerarlos como parte constitutiva de nuestro yo. Pero hay fuerzas, acontecimientos, etc. que actúan tan íntimamente sobre la naturaleza interna del ser humano etérico, como lo hacen los pensamientos en el mundo físico; y que no se comportan como pensamientos, sino que son como seres que viven con y en el alma. Por lo tanto, la clarividencia necesita una fuerza interior más fuerte que la que posee el alma con el fin de mantener su propia independencia frente a sus pensamientos. Y la preparación esencial para la verdadera clarividencia consiste en fortalecer y vigorizar el alma interiormente, de manera que pueda ser consciente de sí misma como un ser individual, no sólo en presencia de sus propios pensamientos, sino también cuando las fuerzas y los seres del mundo elemental entran en el campo de su conciencia, como si fueran parte de su propio ser.
Si bien esa fuerza del alma por medio de la cual mantiene su posición como ser en el mundo elemental, está presente en la vida ordinaria del hombre. El alma al principio no sabe nada de esta fuerza, aunque la posee. Para poseerla conscientemente, el alma debe prepararse primero. Debe adquirir esa fuerza interior del alma que se gana durante la preparación para la clarividencia. Mientras el hombre no se decida a adquirir esta fuerza interior, tiene un temor bastante comprensible de reconocer su entorno espiritual, y recurre - inconscientemente - a la ilusión de que el mundo espiritual no existe o no puede ser conocido. Esta ilusión le libera de su miedo instintivo a la unión o mezcla de su propia esencia individual, o ser del yo, con un mundo espiritual exterior real.

Aquél que ve los hechos descritos, llega a reconocer un ser humano etérico detrás del ser humano físico, y un mundo supersensible, etérico o elemental detrás del que es físicamente perceptible.

La conciencia clarividente encuentra en el mundo elemental seres reales que hasta cierto punto tienen independencia, así como la conciencia física encuentra en el mundo físico pensamientos que son irreales y no tienen independencia. La creciente familiaridad con el mundo elemental, lleva a ver a estos seres parcialmente independientes, en una conexión más estrecha entre sí. Así como alguien puede ver primero los miembros de un cuerpo humano físico como parcialmente independientes, y después reconocerlos como partes del cuerpo en su conjunto, para la conciencia clarividente así son los varios seres del mundo elemental abrazados dentro de un gran cuerpo espiritual, del cual son miembros vivos. En el curso posterior de la experiencia clarividente ese cuerpo llega a ser reconocido como el cuerpo elemental, supersensible y etérico de la tierra. Dentro del cuerpo etérico de la tierra un ser humano etérico se siente miembro de un todo.

Este progreso en la clarividencia es un proceso de familiarización con la naturaleza del mundo elemental. Ese mundo está habitado por seres de las más diversas clases. Si deseamos expresar la actividad de estos seres de fuerza, sólo podemos hacerlo perfilando sus diversas peculiaridades en imágenes. Entre ellas se encuentran seres que se encuentran aliados con todo lo que afecta a la resistencia, la solidez y el peso. Pueden ser designados como almas terrestres. (Y si no nos creemos demasiado sabios, y no tenemos miedo de una imagen que sólo apunta a la realidad y no es la realidad misma, podemos hablar de ellos como Gnomos). También encontramos seres que están constituidos de tal manera que pueden ser designados como almas de aire, agua y fuego.
Luego aparecen a su vez otros seres. Es cierto que se manifiestan de tal manera que parecen ser seres elementales o etéricos, sin embargo se puede ver que hay algo en su naturaleza etérica que es de mayor calidad que la esencia del mundo elemental. Aprendemos a comprender que es tan imposible captar la verdadera naturaleza de estos seres con el grado de clarividencia suficiente sólo para el mundo elemental, como lo es pretender llegar a la verdadera naturaleza del hombre con una conciencia meramente física.

Los seres mencionados anteriormente, que pueden ser llamados en sentido figurado almas de tierra, agua, aire y fuego, están, con la actividad que les es propia, situados en cierto modo dentro del cuerpo etérico elemental de la tierra. Sus tareas están ahí. Pero los seres de naturaleza superior que se han caracterizado llevan su actividad más allá de la esfera terrestre. Si llegamos a conocerlos mejor, a través de la experiencia clarividente, nosotros mismos y nuestra conciencia somos llevados en el espíritu más allá de la esfera de la tierra. Vemos cómo esta esfera terrestre se ha desarrollado a partir de otra, y cómo están evolucionando dentro de sí misma los gérmenes espirituales, para que con el tiempo pueda surgir de ella una nueva esfera, en el sentido de una nueva tierra. Mi libro Ciencia Oculta explica por qué aquello de lo que se formó la tierra puede ser designado como un " antiguo planeta Luna", y por qué el mundo hacia el que la tierra aspira en el futuro puede ser llamado Júpiter. El punto esencial es que por " antigua Luna" entendemos un mundo ya pasado, del cual la tierra se ha formado a sí misma por transformación; mientras que entendemos que Júpiter, en un sentido espiritual, es un mundo futuro, hacia el cual la tierra aspira.


Resumen de lo anterior:

El ser físico del hombre se basa en un ser humano sutil y etérico que vive en un ambiente elemental, así como el hombre físico vive en un ambiente físico. El mundo exterior elemental está incorporado en el cuerpo etérico suprasensible de la tierra. Este último demuestra ser la esencia transmutada de un mundo anterior o lunar, y la etapa preparatoria de un mundo futuro (Júpiter). Podemos resumir lo anterior esquemáticamente como sigue. El hombre contiene: -

I. El cuerpo físico, en el mundo físico y material circundante. A través de este cuerpo, el hombre llega a reconocerse a sí mismo como un ser independiente, individual o yo.

II. El cuerpo sutil, etérico, en el mundo elemental circundante. A través de él el hombre llega a reconocerse como miembro del cuerpo etérico de la tierra, y por lo tanto indirectamente como miembro del mismo en tres condiciones planetarias consecutivas.


GA017 Berlín, año 1913 4 El umbral del mundo espiritual En cuanto a la reencarnación y el karma, el cuerpo astral del hombre y el mundo espiritual, y los seres ahrimánicos

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RUDOLF STEINER


4º capítulo : En cuanto a la reencarnación y el karma, el cuerpo astral del hombre y el mundo espiritual, y los seres ahrimánicos

Para el alma es especialmente difícil reconocer, que hay algo que predomina en su vida que es el entorno del alma, de la misma manera que el llamado mundo exterior es el entorno de los sentidos ordinarios. El alma inconscientemente se resiste a esto, porque imagina que su existencia independiente está en peligro por tal hecho; y por lo tanto instintivamente se aparta de él. Pues aunque la ciencia más moderna admite teóricamente la existencia de este hecho, esto no significa que se haya realizado todavía plenamente, con todas las consecuencias que conlleva el hecho de captarlo interiormente y de impregnarse de él. Sin embargo, si nuestra conciencia puede llegar a constatarlo como un hecho vital, aprendemos a discernir en la naturaleza del alma un núcleo interno, que existe independientemente de todo lo que pueda desarrollarse en la esfera de la vida consciente del alma entre, el nacimiento y la muerte. Aprendemos a conocer en nuestras propias profundidades a un ser del que sentimos que somos su propia creación, y mediante el cual también sentimos que nuestro cuerpo, el vehículo de la conciencia, ha sido creado, con todos sus poderes y atributos.

En el curso de esta experiencia, el alma aprende a sentir que una entidad espiritual dentro de ella está creciendo hacia la madurez, y que esta entidad se retira de la influencia de la vida consciente. Empieza a sentir que esta entidad interior se vuelve más y más vigorosa, y también más independiente, en el curso de la vida entre el nacimiento y la muerte. Aprende a darse cuenta de que la entidad guarda la misma relación con el resto de la experiencia, entre el nacimiento y la muerte, que el germen en desarrollo del ser de una planta guarda relación con la suma total de la planta en la que se desarrolla: con la diferencia de que el germen de la planta es de naturaleza física, mientras que el germen del alma es de naturaleza espiritual.

El curso de tal experiencia lleva a admitir la idea de vidas terrenales repetidas. En el núcleo del alma, que es hasta cierto punto independiente del alma, esta última es capaz de sentir el germen de una nueva vida humana. En esa vida el germen llevará los resultados de la presente, cuando haya experimentado en un mundo espiritual después de la muerte, de una manera puramente espiritual, aquellas condiciones de vida en las que no puede participar mientras esté envuelto en un cuerpo terrenal físico entre el nacimiento y la muerte.
A partir de este pensamiento resulta necesariamente otro, a saber, que la vida física actual entre el nacimiento y la muerte es el producto de otras vidas pasadas hace mucho tiempo, en las que el alma desarrolló un germen que continuó viviendo en un mundo puramente espiritual después de la muerte, hasta que estuvo madura para entrar en una nueva vida terrenal a través de un nuevo nacimiento; así como el germen de la planta se convierte en una nueva planta cuando, después de haberse desprendido  de la vieja planta en la que se formó, ha estado durante un tiempo en otras condiciones de vida.

Cuando el alma ha sido adecuadamente preparada, la conciencia clarividente aprende a sumergirse en el proceso de desarrollo en una vida humana de un germen, en cierto modo independiente, que lleva los resultados de esa vida a vidas terrenales posteriores. En forma de cuadro, pero esencialmente real, como si estuviera a punto de revelarse como una entidad individual, emerge de las oleadas de la vida del alma un segundo yo, que aparece independiente y situado sobre el ser que previamente habíamos considerado como nuestro yo. Este parece ser un inspirador de ese yo. Y nosotros, como este último yo, confluimos en uno con nuestro inspirador y superior yo.

Ahora nuestra conciencia ordinaria vive en este estado de cosas, y por tanto es contemplado por la conciencia clarividente, sin ser consciente del hecho. Una vez más es necesario que el alma se fortalezca, para que se pueda sostener por sí misma, no sólo en lo que respecta a un mundo exterior espiritual con el que se mezcla, sino incluso en lo que respecta a una entidad espiritual que en un sentido más elevado es el propio yo, y que sin embargo se encuentra fuera de lo que necesariamente se siente que es el yo en el mundo físico. La forma en que el segundo yo se eleva de las oleadas de la vida del alma, en forma de una imagen, aunque esencialmente real, es bastante diferente en las diferentes individualidades humanas. He intentado en las siguientes obras que ilustran la vida del alma, "El portal de la iniciación", "La probación del alma", "El guardián del umbral" y "El despertar del alma", ilustrar cómo las distintas individualidades humanas se abren paso hasta la experiencia de este "otro yo".

Ahora bien, aunque el alma en la conciencia ordinaria no sabe nada acerca de su ser inspirado por su otro yo, sin embargo esa inspiración está ahí, en las profundidades del alma. No se expresa, sin embargo, en pensamientos o palabras interiores, sino que surte efecto a través de los hechos, de los acontecimientos o de algo que sucede. Es el otro yo el que guía al alma a los detalles del destino de su vida, y hace surgir en ella capacidades, inclinaciones, aptitudes, etc. Este otro yo vive en la suma total o agregado del destino de una vida humana. Se mueve junto al yo que está condicionado por el nacimiento y la muerte, y da forma a la vida humana, con todo lo que contiene de alegría y dolor. Cuando la conciencia clarividente se une a ese otro yo, aprende a decir "yo" al total del destino de la vida, tal como el hombre físico dice "yo" a su ser individual. Lo que se llama por una palabra oriental Karma, crece en la forma que se ha indicado, junto con el otro yo, o yo espiritual. La vida de un ser humano se ve inspirada por su propia entidad permanente, que vive de una vida a otra; y la inspiración opera de tal manera que el destino de la vida de una existencia terrenal, es la consecuencia directa de las anteriores.
De esta manera el hombre aprende a conocerse a sí mismo como otro ser, diferente de su personalidad física, que en realidad sólo se expresa en la existencia física a través del obrar de este ser. Cuando la conciencia entra en el mundo de ese otro ser, se encuentra en una región que, comparada con el mundo elemental, puede ser llamada el mundo del espíritu.

Mientras nos sentimos en ese mundo, nos encontramos completamente fuera de la esfera en la que se realizan todas las experiencias y acontecimientos del mundo físico. Miramos desde otro mundo al que en cierto sentido hemos dejado atrás. Pero también llegamos al conocimiento de que, como seres humanos, pertenecemos a ambos mundos. Sentimos que el mundo físico es una especie de imagen reflejada del mundo del espíritu. Sin embargo, esta imagen, aunque refleja los acontecimientos y los seres del mundo espiritual, no sólo lo hace, sino que también lleva una vida independiente propia, aunque sólo sea una imagen. Es como si una persona se mirara en un espejo, y como si su imagen reflejada llegara a tener una vida independiente mientras la mira.

Además, aprendemos a conocer a los seres espirituales, que llevan a cabo esta vida independiente de la imagen reflejada del mundo espiritual. Los sentimos como seres que pertenecen al mundo del espíritu en lo que respecta a su origen, pero que han dejado la escena de ese mundo, y buscaron su campo de acción en el mundo físico. Nos encontramos así frente a dos mundos que actúan uno sobre el otro. Llamaremos al mundo espiritual el superior, y al mundo físico el inferior.

Aprendemos a conocer a estos seres espirituales del mundo inferior, al haber transferido hasta cierto punto nuestro punto de vista al mundo superior. Una clase de estos seres espirituales se presenta de tal manera, que a través de ellos descubrimos la razón por la que el hombre experimenta el mundo físico como sustancial y material. Descubrimos que todo lo material es en realidad espiritual, y que la actividad espiritual de estos seres consolida y endurece el elemento espiritual del mundo físico en la materia. Por muy impopulares que sean ciertos nombres en la actualidad, son necesarios para lo que se ve como realidad en el mundo del espíritu. Y así a los seres que provocan la materialización, les llamaremos seres arimánicos. Parece que su esfera original es el reino mineral. En ese reino reinan de tal manera que allí pueden manifestar plenamente lo que es su verdadera naturaleza. En el reino vegetal y en los reinos superiores de la naturaleza logran algo más, que sólo se hace inteligible cuando se tiene en cuenta la esfera del mundo elemental. Visto desde el mundo del espíritu, el mundo elemental también aparece como un reflejo de ese mundo. Pero la imagen reflejada en el mundo elemental no tiene tanta independencia como la del mundo físico. En el primero, los seres espirituales de la clase arimánica son menos dominantes que en el segundo. Desde el mundo elemental, sin embargo, desarrollan, entre otras cosas, el tipo de actividad que se expresa en la aniquilación y la muerte. Incluso podemos decir que en los reinos superiores de la naturaleza la parte de los seres Ahrimánicos es introducir la muerte. En la medida en que la muerte es parte del orden necesario de la existencia, la misión de los seres Ahrimánicos es legítima.
Pero cuando vemos la actividad de los seres Ahrimánicos desde el mundo del espíritu, encontramos que algo más está conectado con su trabajo en el mundo inferior. En la medida en que su esfera de acción está allí, no se sienten obligados a respetar los límites que restringirían su actividad, si estuvieran operando en el mundo superior del que proceden. En el mundo inferior luchan por una independencia que nunca podrían tener en la esfera superior. Esto es especialmente evidente en la influencia de los seres ahrimánicos sobre el hombre, ya que el hombre forma el reino más elevado de la naturaleza en el mundo físico. En la medida en que la vida humana del alma está ligada a la existencia física, se esfuerzan por dar a esa vida independencia, por liberarla del mundo superior y por incorporarla por completo en el inferior. El hombre, como alma pensante, se origina en el mundo superior. El alma pensante que se ha vuelto clarividente también entra en ese mundo superior. Pero el pensar que ha evolucionado y está ligado al mundo físico, tiene en él lo que debe llamarse la influencia de los seres ahrimánicos. Estos seres desean dar, por así decirlo, una especie de existencia permanente a un pensar ligado a los sentidos dentro del mundo físico. Al mismo tiempo que sus fuerzas traen la muerte, desean sustraer el alma pensante de la muerte, y sólo para permitir que los otros principios del hombre sean llevados por la corriente de la aniquilación. Su intención es que el poder del pensar humano permanezca en el mundo físico y adopte un tipo de existencia que se aproxime cada vez más a la naturaleza ahrimánica.

En el mundo inferior lo que se acaba de describir sólo se expresa a través de sus efectos. El hombre puede esforzarse por saturarse en su alma pensante con las fuerzas que reconocen el mundo espiritual, y se reconocen a sí mismos para vivir y tener su ser dentro de él. Pero también puede apartarse con su alma pensante de esas fuerzas, y sólo hacer uso de su pensar para asirse al mundo físico. Las tentaciones para este último curso de acción vienen de los poderes Ahrimánicos.




GA017 Berlín, año 1913 2 El umbral del mundo espiritual En cuanto al conocimiento espiritual

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RUDOLF STEINER

2º capítulo : En cuanto al conocimiento espiritual

La comprensión de los hechos expuestos por la ciencia espiritual se facilita, cuando en la vida anímica ordinaria se presta atención a aquello que da origen a ideas capaces de tal ampliación y transformación que llegan gradualmente hasta los acontecimientos y seres del mundo espiritual. Y a menos que este camino sea seguido con paciencia, estaremos fácilmente tentados de imaginar el mundo espiritual demasiado parecido al mundo físico de los sentidos. De hecho, a menos que sigamos este camino no seremos capaces de formar un concepto justo de lo que es realmente espiritual, y de su relación con el hombre.

Los eventos y seres espirituales se agolpan en el hombre cuando éste ha preparado su alma para percibirlos. La forma en que se anuncian es absolutamente diferente de la forma en que lo hacen los seres y hechos físicos. Pero se puede tener una idea de esta manera completamente diferente de manifestarse si se evoca mentalmente el proceso de recordar. Supongamos que tuvimos una experiencia hace algún tiempo. En un momento determinado - por una u otra causa - esta experiencia emerge de las profundidades de la vida psíquica. Sabemos que lo que emerge corresponde a una experiencia, y la relacionamos con esa experiencia. Pero en el momento del recuerdo no está presente nada de la experiencia sino sólo su imagen en la memoria. Ahora imaginemos una imagen que surge en el alma de la misma manera que una imagen de la memoria, pero expresando, no algo previamente experimentado sino algo desconocido para el alma. Si hacemos esto, nos hemos formado una idea de la manera en que el mundo espiritual aparece primero en el alma, cuando ésta está suficientemente preparada para ello.

Por ello, quien no conozca suficientemente las condiciones del mundo espiritual, estará perpetuamente planteando la objeción de que todas las experiencias espirituales "presuntas" no son más que imágenes más o menos indistintas de la memoria, y que el alma simplemente no las reconoce como tales y por lo tanto las toma como manifestaciones de un mundo espiritual. Ahora bien, no hay que negar en ningún caso que es difícil distinguir entre las ilusiones y las realidades en esta esfera. Muchas personas que creen que tienen manifestaciones de un mundo espiritual, están ciertamente sólo ocupadas con sus propios recuerdos, que no reconocen como tales. Para ver con claridad a este respecto, es necesario informarse de las numerosas fuentes de las que puede surgir la ilusión. Por ejemplo, es posible que hayamos visto algo una sola vez y por un momento, que lo hayamos visto tan de prisa que la impresión no haya penetrado completamente en la conciencia; y más tarde -quizás en una forma bastante diferente- puede aparecer como un cuadro vívido. Posiblemente nos sentimos convencidos de que nunca antes hemos tenido nada que ver con el asunto, y que hemos tenido una inspiración genuina.
Esto y muchas otras cosas hacen que sea muy comprensible que las afirmaciones que hacen quienes tienen una visión suprasensible, parezcan extremadamente cuestionables para aquellos que no están familiarizados con la naturaleza especial de la ciencia espiritual. Pero quien preste cuidadosa atención a todo lo que se dice en mis libros, El Camino de la Iniciación y la Iniciación y sus Resultados, sobre el desarrollo de la visión espiritual, se pondrá en el camino de poder distinguir entre la ilusión y la verdad en esta esfera.

Sin embargo, a este respecto, también hay que señalar lo siguiente. Es cierto que las experiencias espirituales aparecen en primer lugar como imágenes. Es así como se elevan desde las profundidades del alma que está preparada para ellas. Se trata pues de establecer la relación adecuada con estas imágenes. Sólo tienen valor para la percepción suprasensible cuando, por la forma en que se presentan, muestran que no deben ser tomadas por los propios hechos. Directamente están tomadas de tal manera que valen poco más que los sueños ordinarios. Deben presentarse ante nosotros como las letras de un alfabeto. No miramos la forma de las letras, sino que leemos en ellas lo que se desea expresar por su mediación. Así como algo escrito no nos pide que describamos la forma de las letras, las imágenes que forman el contenido de la visión suprasensible tampoco nos piden que las tomemos por otra cosa salvo como imágenes; pero por su propio carácter nos obligan a mirar a través de su forma ilustrada, y dirigir la mirada de nuestra alma a lo que, como un acontecimiento o un ser suprasensible, se esfuerza por expresarse a través de ellas.

De la misma manera que una persona puede ver que una carta contiene noticias para él desconocidas hasta entonces, a pesar de que conozca los caracteres de las letras del alfabeto de que está compuesta la noticia, tampoco se puede objetar a que se formen imágenes clarividentes a partir de objetos conocidos tomados de la vida ordinaria.

Es cierto, hasta cierto punto, que las imágenes son prestadas de la vida ordinaria, pero lo que es prestado no es lo importante para la genuina conciencia clarividente. Lo importante es lo que hay detrás y se expresa a través de las imágenes.

El alma debe, por supuesto, prepararse primero para ver aparecer tales imágenes dentro de su horizonte espiritual; pero, además de esto, debe cultivar cuidadosamente el sentimiento de no detenerse en la mera contemplación, sino de relacionarlas de manera correcta con los hechos del mundo suprasensible. Se puede decir positivamente que para la verdadera clarividencia se requiere no sólo la capacidad de contemplar un mundo de imágenes en uno mismo, sino también otra facultad, que puede compararse con la lectura en el mundo físico.
El mundo suprasensible debe ser considerado al principio, como algo que está totalmente fuera de la conciencia ordinaria del hombre, el cual no dispone de medios para penetrar en ese mundo. Los poderes del alma, reforzados por la meditación, lo ponen primero en contacto con el mundo supersensible. Por medio de ellos, las imágenes descritas emergen de la oleada de la vida anímica. Como imágenes, éstas están tejidas enteramente por la propia alma. Y los materiales de los que están hechas, son en realidad las fuerzas que el alma ha ido adquiriendo por sí misma en el mundo físico. El tejido de las imágenes en realidad no es otra cosa que lo que se puede definir como memoria. Cuanto más claro lo tengamos, para entender la conciencia clarividente, mejor. En ese caso, comprenderemos claramente que no son más que imágenes. Y también cultivaremos una correcta comprensión de la forma en la que las imágenes se relacionan con el mundo suprasensible. A través de las imágenes aprenderemos a leer en el mundo suprasensible. Naturalmente, las impresiones del mundo físico nos acercan mucho más a los seres y acontecimientos de ese mundo, de lo que las imágenes vistas suprasensiblemente nos acercan al mundo suprasensible. Podríamos incluso decir, que estas imágenes son al principio como una cortina que el alma pone entre ella y el mundo suprasensible, cuando se siente en contacto con ese mundo.

Se trata de familiarizarse gradualmente con la forma en que se experimentan las cosas suprasensibles. A través de la experiencia aprendemos gradualmente a leer las imágenes, es decir, a interpretarlas correctamente. En las experiencias suprasensibles más importantes, su propia naturaleza muestra que aquí no se trata de meras imágenes de la memoria de la vida ordinaria. Es cierto que en este sentido, son afirmadas muchas cosas absurdas por personas que han sido convencidas de ciertos hechos suprasensibles, o en todo caso piensan que lo han sido. Muchos, por ejemplo, cuando están convencidos de la verdad de la reencarnación, relacionan inmediatamente las imágenes que surgen en su alma con las experiencias de una vida terrestre anterior; pero siempre hay que sospechar, cuando estas imágenes parecen apuntar a vidas terrestres anteriores que en uno u otro aspecto son similares a la actual, o que aparecen de tal modo que la vida actual puede, por razonamiento, explicarse plausiblemente a partir de las supuestas vidas anteriores. Cuando, en el curso de una genuina experiencia suprasensible, aparece la verdadera impresión de una vida terrena anterior, o de varias de tales vidas, generalmente sucede que la vida o vidas anteriores son de tal índole que nunca podríamos haberlas moldeado o haber deseado moldearlas en pensamiento por ningún tipo de razonamiento de la vida presente, o por ningún tipo de deseos y esfuerzos en relación con ella. Podemos, por ejemplo, recibir una impresión de nuestra existencia terrena anterior en algún momento de nuestra vida presente cuando es completamente imposible adquirir ciertas facultades que teníamos durante aquella vida anterior. Lejos de que aparezcan imágenes para las experiencias espirituales más importantes que podrían ser recuerdos de la vida ordinaria, las imágenes para éstas son generalmente tales que no deberíamos haber pensado en absoluto en la experiencia ordinaria. Esta tendencia aumenta con las impresiones reales cuanto más puramente suprasensibles se vuelven los mundos de los que proceden. Así, a menudo es imposible formar imágenes de la vida ordinaria que expliquen la existencia entre el nacimiento y la muerte precedente. Podemos descubrir que en la vida espiritual hemos desarrollado el afecto por las personas y las cosas en total contraposición con las correspondientes inclinaciones que estamos desarrollando en la vida actual en la tierra; y aprendemos que en nuestra vida terrestre a menudo nos hemos visto impulsados a encariñarnos con algo que en la existencia espiritual anterior (entre la muerte y el renacimiento) hemos rechazado y evitado. Por lo tanto, cualquier recuerdo de esta existencia que pueda imaginarse como resultado de las experiencias físicas ordinarias debe ser necesariamente diferente de la impresión que recibimos a través de la percepción real en el mundo espiritual.
Quien no esté familiarizado con la ciencia espiritual ciertamente pondrá más objeciones contra las cosas que son en realidad como se acaban de describir. Será capaz de decir, por ejemplo: "Usted está realmente encariñado con algo, pero la naturaleza humana es complicada, y la antipatía secreta se mezcla con cada afecto. Esta antipatía hacia la cosa a la que se refiere surge en usted en un momento determinado. Usted cree que es una experiencia prenatal, mientras que tal vez pueda ser explicada de forma bastante natural a partir de los hechos psíquicos subconscientes del caso". En general, no hay nada que decir en contra de tal objeción; y en muchos casos puede ser bastante correcta. El conocimiento de la conciencia clarividente no se obtiene fácilmente, ni tampoco sin la posibilidad de objeciones. Pero así como es cierto que un supuesto clarividente puede equivocarse y considerar un hecho subconsciente como una experiencia de vida espiritual prenatal, también es cierto que una formación en ciencia espiritual conduce a un conocimiento de sí mismo que abarca los estados subconscientes del alma y es capaz de liberarse de cualquier ilusión con respecto a ellos. Aquí sólo hay que afirmar que sólo es verdadero ese conocimiento suprasensible que en el momento de la cognición es capaz de distinguir lo que se origina en los mundos suprasensibles de lo que sólo ha sido moldeado por la imaginación individual. Esta facultad de discernimiento se desarrolla tanto por la familiaridad con los mundos suprasensibles, que la percepción puede distinguirse tan ciertamente de la imaginación, como en el mundo físico el hierro caliente que se toca con el dedo puede distinguirse del hierro caliente imaginario.