GA206 Dornach, 20 de agosto de 1921 - El conocimiento de lo vivo, lo sensible, lo auténtico humano y el yo en la antigüedad y en la actualidad

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RUDOLF STEINER
DEVENIR HUMANO, ALMA DEL MUNDO Y ESPÍRITU DEL MUNDO (II)

El conocimiento de lo vivo, lo sensible, lo auténtico humano y el yo en la antigüedad y en la actualidad-

Dornach, 20 de agosto de 1921

vigésimo cuarta conferencia

Ayer me esforcé por mostrar cómo ha cambiado el estado del alma o el estado de conciencia de la humanidad en el transcurso de los tiempos históricos y también de los tiempos prehistóricos, y quise mostrar esto por la razón de que uno podría encontrar más fácilmente el camino hacia el reconocimiento de la necesidad de que para obtener un conocimiento real y esencial, uno debe ahora elevarse de nuevo a otro estado del alma. Y esto es, a un estado del alma que difiere de aquel al que nos hemos acostumbrado, que cultivamos hoy en la vida cotidiana y científica y que reconocemos como algo absoluto, que ha existido desde que hay seres humanos y que existirá mientras tengamos razón de hablar de seres humanos caminando sobre la tierra. Pues si uno ve cómo el alma ya ha asumido una constitución interior diferente a través del curso histórico del desarrollo humano, entonces reconocerá más fácilmente una transformación de la constitución actual del alma.

Quisiera ahora resumir de nuevo en pocas palabras lo que puede deducirse de las últimas consideraciones, para enlazar con lo que dije ayer. Dije que la humanidad, en la medida en que puede considerarse como humanidad civilizada, en realidad sólo llegó a la disposición anímica actual a partir del siglo XV, y esta disposición anímica se caracteriza, por una parte, interiormente por el hecho de que nos esforzamos por una interpretación intelectualista del mundo, de que hacemos uso del intelecto para comprender lo que llamamos mundo.

Este enfoque intelectualista del mundo actual corresponde también a un ámbito muy concreto del mundo que puede captarse y comprenderse de este modo. Es el mundo de los acontecimientos minerales y de las formas minerales, el mundo que aún no se ha elevado al nivel de lo vivo. Hoy en día, a menudo se cree que, incluso en el marco de un esfuerzo puramente intelectualista, tal vez algún día se pueda captar lo vivo; pero esto sólo ocurre porque no se reconoce la conexión entre el intelecto interior y lo inanimado del mundo exterior. Si nos remontamos más allá del siglo XV y entramos en el período que, calculado hacia atrás, dura desde aproximadamente el siglo XV hasta el siglo VIII antes de Cristo, entonces encontramos un orden diferente del ser anímico humano. Y este orden es el más característico del ser griego.

Aquí no se trata de una condición anímica intelectualista, donde los conceptos aún no están separados de las palabras en el sentido estricto de la palabra. El griego llegaba a su vida anímica esencialmente no visualizando interiormente los conceptos con cierta abstracción, como hacemos nosotros, sino que oía el sonido de las palabras de cierta manera, aunque no las oyera exteriormente, sentía el sonido de las palabras interiormente. Lo que para nosotros vive en la abstracción de los conceptos, para él estaba teñido por el sonido percibido espiritualmente, si se me permite la paradoja: por el sonido sin sonido, puramente experimentado interiormente. Del mismo modo que nosotros vivimos en conceptos abstractos, el griego vivía en el sonido exteriormente insonoro. Pero esto le permitía percibir como mundo exterior lo vivo. Y así vemos que allí donde el griego quería formarse ideas sobre el universo, sobre el cosmos, a partir de sus presupuestos, no utilizaba, como hacemos hoy, ideas tomadas de la geología, de la física, de la química, sino que utilizaba lo que se había arraigado en su alma a través del crecimiento, desarrollo, florecimiento, surgimiento y decadencia de lo que vive vegetalmente.

Sin embargo, si nos remontamos aún más atrás, llegamos a épocas que ya no podemos considerar históricas en el sentido estricto de la palabra, entonces nos encontramos con un periodo que va más allá del siglo VIII a.C., hasta aproximadamente principios del III milenio a.C.. Y si nos fijamos en los pueblos que en aquella época podían considerarse más civilizados, descubrimos que la esencia de la vida del alma ya no se buscaba en las palabras vividas interiormente, sino en la configuración imaginativa de la estructura de la palabra, de la estructura del lenguaje. El ritmo y lo temático, -es decir, lo que encadena el sonido, lo que penetra en el mundo sonoro y también en el mundo del sonido, de modo que sólo le damos vida en nuestras almas cuando ascendemos a la plasmación poética de lo lingüístico-, ése era el elemento real de la vida de los pueblos, si se me permite la palabra, cultos de aquella época. Y no era expresando alguna cosa o acontecimiento externo a través de la palabra, como hacían los griegos, como se encontraban satisfechos, sino sintiendo interiormente, por así decirlo, lo que creían que vivía en todas partes del mundo como ritmo, como armonías.

pizarra 1

Así pues, el ritmo interior, la armonía interior era lo que constituía la disposición del alma en el período caracterizado. Y si nos preguntamos qué zona podría estar impregnada externamente por tal disposición interna del alma, llegamos a la conclusión de que es la zona de ese ser que puede experimentar la sensación en sí mismo. Así pues, lo que es el mundo animal, lo que es el mundo sensible, lo que vive en la sensación de lo objetivo, eso estaba interiormente vitalizado para la gente de aquellos tiempos antiguos en la disposición del alma de la que he hablado.

Y si nos remontamos a épocas aún más antiguas, podrán adivinar que debió de haber un reconocimiento del hombre mismo en cierto sentido. En nuestra época tenemos una toma de conciencia de la naturaleza muerta; fue precedida por una toma de conciencia de la naturaleza viva. Y si retrocedemos detrás de esta época, entonces llegamos a aquellos tiempos de los que en realidad hoy, desde ciertos ámbitos, sólo hablan todavía aquellas representaciones de la visión del mundo que han surgido del catolicismo más o menos ilustrado. Son precisamente aquellos pensadores que se han instalado, por supuesto no en el estado decadente del catolicismo, sino en lo que era la filosofía católica en tiempos más antiguos, los que hablan de una revelación primigenia de la humanidad. Hay que ver algunas cosas bajo la luz correcta si se las quiere juzgar adecuadamente. La Iglesia católica se ha convertido en algo diferente de lo que era, por ejemplo, en tiempos de los Padres de la Iglesia católica.

Sólo hay que mirar a Orígenes y se verá cómo éste intentó introducir en el pensamiento cristiano todo lo que se podía obtener en profundidad filosófica en su época. Y así también encontramos en los antiguos Padres de la Iglesia una conciencia del hecho de que hubo una vez una revelación primordial en la humanidad. Y los escritores católicos que han conservado las mejores facultades del catolicismo hablan todavía hoy de las revelaciones primigenias, que sólo después desaparecieron en el paganismo cada vez más decadente, de modo que el conocimiento se perdió. De modo que en estas revelaciones primigenias se mostraba a una humanidad instintiva lo que más tarde le aportó el cristianismo en su forma desarrollada.

Es interesante cuando escritores como Otto Willmann hablan de la revelación primigenia, cuando se remontan a los Misterios y detrás de los Misterios y se refieren a tal revelación primigenia a través de la cual las personas fueron inspiradas en aquellos tiempos en el 3er y más allá del 3er milenio de la era precristiana, cuando se busca tal revelación primigenia. No es necesario que entremos en una descripción más detallada de lo que se dice sobre la revelación primigenia. Pero queremos caracterizar en un sentido espiritual-científico lo que se puede encontrar si nos remontamos a estos tiempos prehistóricos de la civilización humana, donde, a través de lo que llamaré primero la constitución instintiva del alma, podemos explorar ahora no sólo lo sensible, sino lo humano mismo, lo que vive por encima de lo animal en el hombre, lo genuino lo específicamente humano. Sí, hubo una época en la que el conocimiento que le correspondía era instintivo, ni siquiera algo que se consideraría conocimiento hoy en día, cuando era una especie de experiencia directa, una experiencia onírica apagada, pero una experiencia que contenía algo de la esencia del hombre, de modo que uno podía darse cuenta de lo que el hombre es en realidad, como si viviera interiormente en este ser humano. Esta época no puede considerarse históricamente, aunque han quedado restos históricos de ella. El modo en que hay que considerar estos vestigios históricos quedará claro a partir de lo que ahora me gustaría caracterizar sobre esta época en sí.

Cuando hablamos de esa constitución anímica que hoy tenemos como predominante en la humanidad, la intelectualista, estamos hablando de algo que, para la experiencia ordinaria, para la vivencia ordinaria, está dentro del alma, tal como hoy describimos el alma más o menos claramente o más o menos trivialmente. Incluso si nos remontamos a esa época, para la que es típica la contemplación griega, hablamos de una experiencia interior de la palabra, es decir, de nuevo de algo que está dentro del alma. Y aun si nos remontamos al siglo IX, X antes de Cristo, al II milenio, al final de los tiempos del III milenio, hablamos, fijándonos en el ritmo, en los procesos temáticos y en las experiencias de la existencia del alma, de algo que tiene lugar en el alma, aunque deben conceder quienes conocen estas cosas exactamente por experiencia propia, que en el momento en que la experiencia del alma surge de su propio ser interior, es algo que tiene lugar dentro del alma, que en el momento en que la experiencia del alma emerge de la palabra y entra en esta experiencia rítmica, en esta experiencia de armonías y, quisiera decir, de temas músico-imaginativos, lo físico resuena siempre en silencio con lo experimentado por el alma. Del mismo modo que se puede sentir que cada vez que el hombre tiene un sueño vívido, es que algo está ocurriendo en su ser corpóreo, algo que conduce a la configuración del sueño, así el hombre de la época caracterizada sabía que cuando daba vida en sí mismo a cosas armónicas, rítmicas, temáticas, era como si algo de lo corpóreo se moviera silenciosamente junto con él, como si le revelara o desvelara los secretos del mundo. Cuando hablamos de nuestra comprensión abstracta e intelectualista del mundo, no tenemos nada de resonancia física en nuestra conciencia. Podemos teorizar sobre lo que podría ocurrir en el sistema nervioso humano cuando tiene lugar el pensamiento lógico-intelectualista. Pero tales teorías también son sólo pensamiento, no son nada vivo, nada que se experimente.

Del mismo modo, debemos seguir hablando del alma griega cuando visualizamos cómo vivía la palabra en esta alma. Pero como he dicho, ya pasamos de lo puramente espiritual a una tranquila cooperación de lo físico cuando ascendemos al período precedente. Y nos movemos aún más lejos de lo que hoy llamamos el alma en el cuerpo cuando ascendemos a la antigua cognición instintiva que estaba presente en los primeros siglos del tercer milenio antes de Cristo e incluso antes. Había una experiencia espiritual directa con el carácter de una experiencia corporal. En aquellos tiempos más antiguos, la gente experimentaba realmente un proceso que hoy ciertamente describimos como corporal, -no quiero discutir ahora si con total o con parcial justificación-, un proceso descrito como corporal en el que más tarde se experimentaba el alma, tal como la llamamos.

Quiero hacer notar expresamente que cuando uno llega a tales experiencias de la humanidad, que son tan diferentes de las nuestras, también tiene dificultades para utilizar las palabras. Las cosas mismas se vuelven diferentes, muy distintas de lo que experimentamos hoy. Nuestros lenguajes están formados para nuestras experiencias actuales, y debemos intentar utilizar los lenguajes de tal manera que podamos volver a algo que ya no es una experiencia directamente presente, algo que por tanto sólo puede tocarse débilmente con los usos de las palabras que tenemos hoy. Por lo tanto, debo decir que lo que hoy llamamos alma no vivía realmente en el alma interior de estos pueblos antiguos. En realidad vivía en ellos algo que hoy describimos como corporal, incluso como físicamente directo, igual que el pensamiento o el oído interior de la palabra está en el hombre de hoy. Estos hombres antiguos no experimentaban la inhalación, la contención de la respiración y la exhalación de la misma manera que nosotros, que hemos crecido a partir de nuestra coexperiencia con el proceso respiratorio.  Ellos experimentaban esta respiración de un modo que nosotros sólo experimentamos en estados anormales, por ejemplo, cuando atravesamos estados de ansiedad en un sueño y luego nos despertamos y nos damos cuenta de que nuestra respiración está alterada. En el estado patológico notamos algo de esta interacción del proceso respiratorio con la aparición de imágenes ante la conciencia. Hemos superado las imágenes que aparecen ante la conciencia cuando tiene lugar el proceso respiratorio normal, porque hemos superado la percepción de lo rítmico en el lenguaje, de lo armónico en el lenguaje, de lo temático en el lenguaje, del matiz interior de la palabra, porque hemos superado por completo en nuestro tiempo a la imaginación abstracta, a la imaginación intelectualista sobre el mundo.

Pero estos tres periodos fueron precedidos por otro anterior, durante el cual el hombre todavía vivía, si se me permite la expresión, por debajo en lo que hoy llamamos su corporeidad, en lo que vivía con su proceso cognitivo, que era inhalar, contener la respiración, exhalar. ¿Y qué experimentaba el hombre cuando inhalaba? Hoy en día esto sólo puede ser enseñado por la cognición imaginativa, de la que he hablado en mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?» y en mi «Ciencia Oculta en Esbozo». Pues lo que se experimentaba durante la inhalación en aquella época antigua era esencialmente una imaginación; la imaginación del hombre mismo, la imaginación del hombre como forma se experimentaba durante la inhalación. El ser humano sentía esto en la inhalación, -por supuesto tenía que dirigir su atención a ello, en la vida cotidiana no siempre dirigía su atención a ello-, pero podía, por así decirlo, detener la vida cotidiana del alma y entonces podía experimentarlo. Lo experimentaba sobre todo en los momentos en que la conciencia cotidiana estaba un poco desintonizada. Eso era necesario. Hoy diríamos que en los estados próximos a dormirse o a despertarse, experimentaba la forma humana mediante la inhalación; al contener la respiración experimentaba la fusión de esta forma con el alma interior. En cierto sentido, tenía la posibilidad de experimentar la forma humana cuando inspiraba, y cuando contenía la respiración experimentaba el enturbiamiento de esta forma y la conexión de este enturbiamiento áurico de la forma con el alma. Luego, al espirar, experimentaba la entrega del alma al mundo exterior, la armonía del ser humano con el mundo exterior.

He dicho expresamente que el hombre podía experimentar esto en momentos especiales. Podía, por así decirlo, dirigir su atención al proceso respiratorio y entonces percibirlo. Así que realmente adquiría un conocimiento instintivo, -si se le puede llamar conocimiento-, a través de la observación de su proceso respiratorio, especialmente cuando dirigía este proceso respiratorio hacia su interior, lo cual le venía a través de la práctica, adquiría conocimiento del ser humano. Se trataba, pues, en cierto sentido, de un descenso al cuerpo a través del cual el ser humano podía conocerse.

Por supuesto, no hay que imaginar que en aquellos tiempos antiguos el hombre sólo se reconocía a sí mismo todo el día, de la mañana a la noche. Por eso decía: cuando centraba en ello su atención. Pero esta atención era fácil de extraer a partir de la constitución general del hombre.

Pues bien, ya he dicho que esto se remonta a tiempos muy lejanos en el tiempo, pero históricamente lo que ha sobrevivido de aquellos tiempos es el método de cognición en ciertas escuelas de la India, el método de respiración, la respiración yoga, que ciertamente se ha trasladado a un tiempo posterior porque era elemental y natural en un tiempo anterior. Para una época posterior, fueron necesarias ciertas preparaciones, ciertas maneras de manejar el proceso de respiración. En una época anterior, estas prácticas surgieron como algo que el hombre aprendió en el curso de su vida, igual que hoy se aprende a hablar.

Lo que se llama respiración yoga es una herencia de una época anterior, cuando toda la constitución del alma era diferente de la posterior, y cuando el hombre se enfrentaba al mundo de forma instintiva a causa de esta constitución diferente del alma. Pues, naturalmente, era muy instintivo captar en la respiración, no en el pensamiento ni en el discurso interior, sino en la respiración, aquello que es la esencia, el secreto de las cosas. Donde hoy reflexionamos intelectualmente para compilar hechos individuales en fenómenos globales y encontrar leyes de la naturaleza a través de la mente calculadora, etc., respiramos en aquello que debería aparecer como la esencia del hombre mismo como realización instintiva dentro de la naturaleza humana.

Es muy importante darse cuenta de que no todas las épocas humanas se corresponden de la misma manera. Así como ha cambiado la constitución del alma, también lo ha hecho la del cuerpo, aunque de forma más sutil. Y hay que decir que quienes creen hoy que pueden despertar de nuevo la penetración en los misterios del mundo por medio de un proceso respiratorio, por ejemplo, tal como tal proceso respiratorio se realizaba en la antigüedad y tal como se ha conservado en naturalezas constituidas de forma diferente a las modernas naturalezas europeas, van por mal camino. Es absolutamente necesario que, además de seguir la historia externa del desarrollo de la humanidad, que se ha convertido en un asunto del siglo XIX en particular, nos familiaricemos ahora con una búsqueda interior de lo que ha tenido lugar como desarrollo del alma paralelo a este desarrollo físico externo. Se hace mucha más justicia a la descripción del desarrollo físico externo si se puede mirar por el otro lado al desarrollo anímico-espiritual.

Ustedes podrán sentir que la persona para la cual estos cuatro tipos de constitución del alma humana son ahora completamente objetivos, ve el alma de una manera especial. Primero tenemos una constitución del alma, que en realidad apenas es una constitución del alma, sino una constitución del cuerpo, que vive en el proceso respiratorio, luego la que vive en el proceso rítmico-armónico, en el proceso imaginativo-temático, luego la de la experiencia insonora de la palabra, y finalmente la que vive en el proceso intelectualista; y cuando se tiene todo esto objetivamente, entonces se mira al alma de tal manera que hay que atribuirle las más variadas posibilidades de relacionarse con el mundo. Y esto es necesario para el presente, saber que existen tales posibilidades diferentes, digamos, tales tipos diferentes de conciencia, y que para cada estado de conciencia salen a la luz diferentes etapas de la vida cósmica y de la existencia cósmica.

Hoy en día, a menudo se cree que sólo existe un estado de conciencia, que luego uno se esfuerza en describir como algo que sólo puede tomarse absolutamente solo. Pero al limitarse a este único estado de conciencia, se está al mismo tiempo auto-limitando a un único nivel de existencia cósmica y de experiencia cósmica. Y, en efecto, podemos decir del estado de conciencia actual que está muy alejado de la comprensión del ser humano real. Se aferra a construir un ser humano a partir de la fisiología, de la biología. Pues lo que hoy llamamos psicología es, en el fondo, un resumen de palabras gastadas para algo para lo que ya no existe ningún contenido anímico real.

Hablamos del yo, creemos que podemos hablar del yo. El hecho de que tengamos una palabra para este yo no es prueba de que también tengamos un contenido anímico en esta palabra. Hoy en día hay filósofos que entienden el yo sólo como un resumen de lo que se experimenta como imaginación, como sentimiento. Hasta cierto punto, sólo aquello que se dibuja de una representación a otra, de una sensación a otra, de la sensación al concepto como líneas de conexión, que es, por tanto, en sí mismo bastante abstracto, se entiende hoy a menudo como el yo. Pero se puede decir que, en cierto sentido, incluso este concepto tiene una justificación limitada. Pues lo que se experimenta en el alma cuando se habla de tal conciencia del yo en el fondo ni siquiera es un contenido.

Como ven, podemos tener una superficie blanca, podemos hablar de blanco, -he utilizado esta imagen antes-, vemos el blanco, pero también vemos el negro aquí en el centro. Falta lo blanco, no hay blanco, y sin embargo vemos el negro a través del blanco (pizarra 1dibujo de la derecha).

Cualquiera que pueda analizar realmente la vida del alma puede ver que hoy en día experimentamos algo en el alma que puede compararse con este blanco. Experimentamos dolor y placer, experimentamos esta y aquella sensación, amor, odio y así sucesivamente. Experimentamos las ideas, aunque ya son algo bastante gris para la conciencia ordinaria cuando quieren revivirse en la reflexión; pero con esta conciencia experimentamos el yo de la misma manera que aquí lo negro en lo blanco. Donde no experimentamos nada, donde experimentamos una especie de agujero en nuestra conciencia, sustituimos la conciencia ordinaria por el yo. No es de extrañar que hablemos del yo; aquí también hablamos del agujero negro. El yo no está contenido en lo que el hombre experimenta desde que se despierta hasta que se duerme. La pregunta puede surgir ante nuestra alma: ¿Cómo llegamos siquiera a la posibilidad de obtener ideas para el yo? - Sí, la persona que ahora busca seriamente el conocimiento es conducida a otra cosa. En todo lo que nos rodea en el mundo, no encuentra ningún punto de referencia para obtener ideas para el yo. Por regla general, lo que nos rodea está a veces fuera y a veces dentro del alma. En el fondo es lo mismo. Y si sólo podemos encontrar un hueco en el interior para el yo, entonces ni siquiera en circunstancias normales podemos encontrar un punto de referencia externo donde colocar nuestro yo, por así decirlo.

Cualquiera que se esfuerce seriamente por el conocimiento sólo encontrará una forma de acercarse al yo en los acontecimientos del mundo en un fenómeno: el de la muerte. Precisamente cuando el ser humano deja de existir con la muerte, cuando el cuerpo humano es, por así decirlo, entregado a las fuerzas externas de las que estaba sustraído desde el nacimiento o desde la concepción hasta la muerte, cuando ya estamos en condiciones de formarnos una idea del ser humano, ahora que ya no tenemos la posibilidad de sacar conclusiones sobre el ser humano a partir del cuerpo, comienza para nosotros la posibilidad de acercarnos al yo por primera vez. Debemos comenzar con ese fenómeno que es, por así decirlo, el más inexplicable de todos los fenómenos externos, el más inexplicable porque ya no puede ser captado por la conciencia ordinaria, el menos capaz de ser traído a la conciencia.

Pero si nos decidimos a contemplar la muerte de este modo, si nos acercamos al fenómeno de la muerte de un modo similar al que he descrito para la lucha con los conceptos en general, donde la mera cognición abstracta se convierte en una experiencia interior, si nos acercamos al fenómeno de la muerte de este modo, entonces aprendemos gradualmente a ver a través de ella que la muerte, cuando nos enfrenta al cese de la vida, es en realidad sólo algo así como una suma, como una integral, diría yo, de procesos individuales que siempre tienen lugar en los seres humanos desde el nacimiento en adelante. Básicamente, siempre morimos, pero morimos en porciones muy pequeñas, por así decirlo. Cuando comenzamos nuestra vida en la Tierra, también comenzamos a morir. Pero una y otra vez, lo que se nos da como vitalidad a través del nacimiento vence a la muerte. La muerte siempre quiere actuar en nosotros. Sólo logra una pequeña parte de su tarea y luego es vencida. Pero lo que nos parece que se comprime sumariamente en un momento en la muerte, continúa como los diferenciales en la vida, es un proceso continuo, en marcha.

Entonces, si seguimos esto, vemos cómo en la actividad orgánica interna humana no hay meramente procesos constructivos. Si sólo hubiera procesos constructivos, nunca podríamos alcanzar una conciencia pensante, porque lo meramente vivo, lo meramente vital, nos quita la conciencia, nos vuelve inconscientes. Son los procesos de muerte en nosotros, los procesos de morir, los procesos de destrucción de lo vital, que siempre tienen lugar en nosotros de forma diferencial, los que nos proporcionan la conciencia, los que nos convierten en un ser pensante, reflexivo. Acabaríamos siempre en una especie de imprudencia, en una especie de inconsciencia, si sólo viviéramos. Si fuera cierto que la vida se encuentra en un estadio determinado en las plantas, en un estadio superior en los animales, en un estadio aún más elevado en los seres humanos, si sólo se tratara de un aumento, de una potenciación de la vida, nunca desarrollaríamos la conciencia pensante.

Tenemos vida en la planta. Pero a medida que la vida asciende al animal, también se extingue en él. En el hombre, sin embargo, hay un proceso continuo de muerte. Este proceso continuo de muerte, que no sólo amortigua la vida sino que la socava, -sólo vuelve a construirse-, es el proceso orgánico que subyace al pensamiento consciente. En la medida en que tenemos el proceso continuo de muerte dentro de nosotros, en igual medida tenemos la posibilidad de pensar en la vida física.

Pero si uno aprende a observar que hay un proceso de construcción (ver pizarra 1, rojo), el proceso de construcción vital del vegetal, que también trabaja en nosotros, y si uno entonces comprende cómo este proceso de construcción es amortiguado por el animal (verde), sino cómo se produce una caída continua (negro), una decadencia interior, y cuando uno finalmente se eleva para tener una comprensión de esta decadencia interior, entonces uno también tiene aquello que ahora siempre se mantiene a sí mismo contra esta decadencia. Uno tiene el proceso de morir, pero también tiene un luchador perpetuo contra el proceso de morir; uno tiene el proceso que representa la vida del yo.

Ahí es donde vive el yo. Al ver en el conocimiento superior, en la contemplación superior, cómo a través del proceso nervioso del ser humano tiene lugar una sedimentación continua, se forma un sedimento interno, por así decirlo, uno también ve cómo el yo emerge continuamente a partir de esta formación de sedimento, de esta formación de sedimento interno. No se puede obtener una visión del verdadero yo hasta que no se es capaz de observar esta formación de sedimento interno. El yo vive naturalmente en el ser humano, pero el ser humano percibe este yo experimentando el proceso de la muerte, el proceso de la descomposición interior. Y quien ahora ha captado cómo el yo es un luchador continuo contra este proceso de muerte, ha captado cómo el yo es algo que como tal no tiene nada que ver con la muerte; ha captado vívidamente lo que de otro modo se llama dialéctica o lógicamente inmortalidad.

Pero ésta es la manera de ver la inmortalidad, pues a través de ella se llega a entidades que pertenecen a un orden de existencia distinto del que cae como sedimento. Se llega a una región donde la muerte no tiene sentido, donde la muerte pierde la posibilidad de formarse como sensación terrenal. Así es como nos acercamos al yo cuando estudiamos la muerte. Sólo he insinuado esto al principio, pues este estudio de la muerte es muy detallado, y a quienes le conceden cierto valor también se les puede decir que tras esta continua sedimentación, esta formación de sedimentos, en la contemplación aparece como si hubiera un continuo parpadeo interior de chispas de oscuridad, -así, en contraste con las chispas de luz: chispas de oscuridad-, en un aura uniforme de luz.

Pero si queremos acercarnos a aquello que a su vez puede llevarnos a una especie de conocimiento del ser humano, debemos formarnos otros conceptos. Debo partir de otra cosa si quiero formar este otro concepto. Tuve que referirme a la muerte y a su superación, ya que se trataba de acercarse al yo. Ahora quiero referirme a lo siguiente: Considera la vida de la planta, pero primero la planta real. Se trata de la planta anual, porque en la planta perenne y en el árbol ya nos encontramos con una complicación que requeriría una consideración aparte. En la planta anual encontramos la aparición del crecimiento a partir del germen, el brote en las hojas, la aparición del crecimiento hasta la floración, hasta la fecundación, el desarrollo del fruto, que contiene el germen para la siguiente planta. En cierto sentido, vemos el resultado del fruto, que a su vez se desarrolla en la planta.

Es fácil que se formen la idea de que la planta, al desarrollarse desde esos estadios preliminares en los que surge la hoja hasta la fecundación, despliega fuerzas en su interior que alcanzan su culminación precisamente en el momento de la fecundación. Pero luego comienza el camino descendente, y la planta vuelve a decaer. Y observando este ciclo de la planta, verán la naturaleza real de la planta. Como he dicho, la planta perenne y las plantas que dejan tras de sí un tronco, como el árbol, no deben preocuparnos ahora. Lo que dije de la planta anual, que "se acerca a su fin en la única fecundación, sólo sería más complicado; pero captamos la esencia real en la esencia de la planta que se acerca simultáneamente a su fin en la fecundación. Bien considerado, el vegetal reside precisamente en la vida que culmina en la fecundación y, al culminar en la fecundación, desciende al otro lado. Ahí reside la planta. Si buscamos la esencia de la planta, debemos buscar de forma similar a como debemos buscar la esencia yoica del ser humano en el continuo morir. Decimos que la muerte, con la que termina inicialmente el ser físico del hombre, está en realidad siempre dentro de él como una fuerza. Cuando nace, comienza a morir, comienza, me gustaría decir, a desarrollar diferenciales de morir, muere continuamente. En la planta, lo que culmina en el final está siempre ahí. Igual que culminamos en la muerte, culmina en la fecundación. Del mismo modo que captamos nuestro ser interior, nuestro yo, en la muerte, el ser de la planta se capta en la fecundación. La planta cobra vida en la fecundación; lo que se desarrolla en la hoja es sólo una metamorfosis, sólo una etapa preliminar de la fecundación.

Cuando se llega al animal, la situación es la siguiente: el animal es fecundado, pero la fecundación no significa inicialmente que se marchite; puede ser fecundado de nuevo. Por supuesto, siempre llegamos a cuestiones límite, pero queremos captar lo vivo y lo sensible en ciertos puntos principales característicos. Así como el ser vegetal, el ser vegetal real, tiene su culminación con la fecundación, -por supuesto, todo el mundo puede dudar de que éste sea el ser vegetal real, pero captamos el ser vegetal allí donde se expresa-, el animal no tiene su culminación con la fecundación, sino que supera la fecundación. Lo que es el animal superior lleva en sí algo más. Si sólo llevara dentro de sí lo que vive en la fecundación, tendría que pasar por lo mismo que la planta característica: tendría que morir. Pero lleva algo fuera a través de la fecundación. Y cuando llegamos al hombre, no sólo supera lo que supera el animal, sino que supera la muerte misma.

Estas cosas de las que he hablado ahora no deben tomarse dogmáticamente; tampoco deben tomarse de tal manera que se formulen definiciones a partir de ellas, pues entonces uno se extravía inmediatamente, sino que deben tomarse de tal manera que se adquieran conceptos a partir de ellas. Quien diga a s: vez Una planta es lo que perece en la fecundación, un animal es lo que retiene algo más allá de la fecundación, -está formando definiciones en lugar de adquirir conceptos. Sólo se puede llegar al conocimiento si se adquieren conceptos para determinadas etapas de la vida y de la existencia. Y del mismo modo que hay que adquirir el concepto de yo acercando el yo a la muerte, hay que adquirir el concepto de animal observando cómo la fecundación se supera en algo que vive en el animal más allá de la fecundación. Hay que contemplar la planta considerando la fecundación, o lo que ocurre durante la fecundación, como un proceso continuo.

Pero luego, cuando uno ha llegado a tales conceptos, estos conceptos mismos se convierten en algo vivo en la vida del alma. Y estos conceptos, una vez captados, fecundan la vida del alma misma. De modo que ahora estamos en condiciones no sólo de captar el yo del ser humano, sino que, apropiándonos de lo que queda en el animal más allá de la fecundación, llegamos gradualmente a un concepto del cuerpo astral del ser humano. Y cuando asimilamos lo que vive continuamente en la fecundación, llegamos también a un concepto del cuerpo etérico del ser humano. Si captamos el yo real como aquello que surge de esta formación de sedimento, entonces debemos captar el cuerpo astral de una manera diferente. Debemos comprender este cuerpo astral de la siguiente manera. Consideremos lo que crece, lo que se nutre, lo que se reproduce, no inicialmente como moribundo. Aquí consideramos todo el ser físico como muriendo primero, si queremos llegar al yo. Así que ahora no consideramos lo que crece, lo que se reproduce, como muriendo primero, sino sólo como paralizado, continuamente paralizado, de modo que ahora no hay algo que triunfa sobre la muerte, sino algo que triunfa sobre la parálisis de la vitalidad, que por lo tanto, siempre que la vitalidad se hunde, azota esta vitalidad.

Entonces tenemos, así como aquí (ver pizarra1 izquierda) las chispas oscuras salpican de la luz, aquí (ver pizarra, 1 derecha rojo) un oscuro (azul) nublándose continuamente, si puedo decirlo así, de un resplandor en colores brillantes. Hay que utilizar estas expresiones para tener ideas en estas partes del ser. Quisiera decir que el ego chispea oscuramente de la luz, se nubla oscuramente, matizando, nubosamente matizando un ligero matiz, cuando lo astral de lo etérico triunfa sobre la parálisis de la vitalidad. Trato de hablar con la mayor precisión posible, pero dense cuenta de que estas cosas, que ya no son accesibles a la cognición intelectual sino sólo a la imaginativa, no pueden expresarse mediante conceptos intelectuales, sino que deben expresarse mediante la imaginación.

También puede ocurrir, ¿no es así?, que la gente se tome tales imaginaciones por la causa y luego no sepa orientarse, como hacen ciertos críticos de la antroposofía. Pero estas personas cometen el error que cometería alguien, -por paradójico que sea, pero es así-, que cree que si alguien le dice la palabra erizo, tiene un verdadero erizo espinoso. Por supuesto, la palabra erizo no es el erizo. Tampoco estas imágenes son el ser correspondiente, sino que sólo podemos penetrar a través de estas imágenes en lo que realmente hay en el ser suprasensible. Al fin y al cabo, se trata de un ser sensual.

A los que conocen todo el proceso no hace falta decirles, por supuesto, lo que Bruhn, por ejemplo, dice en su folleto sobre la antroposofía: que la antroposofía confunde lo suprasensible con lo sensible. Eso es tan inteligente como acusar a un matemático de confundir lo que escribe en la pizarra con las matemáticas. Pero así es como se suele criticar lo que no se quiere entender, porque no se quieren elegir los caminos que ya son necesarios. Así que de lo que estamos hablando es de que tenemos que encontrar el camino de vuelta a aquello que puede situar al ser humano frente a nuestra alma. Las imaginaciones ocurrieron una vez en el curso del proceso de respiración; deben convertirse de nuevo en imaginaciones a través de las cuales podamos alcanzar la verdadera esencia del hombre. Pero no podemos alcanzarlas mediante un proceso respiratorio, sino mediante esos procesos que traté de describir en mi libro «¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?» y en mi «Ciencia Oculta».

Hoy quería darles algunas pistas sobre cómo, a partir del estado de alma intelectualista de hoy, hay que buscar otro. Esta otra constitución del alma no es ya la conciencia de ver. No es en absoluto necesario que uno obtenga la conciencia de ver, pero uno puede tener esta otra constitución del alma. Se desarrolla con una formación interna verdaderamente intelectualista cuando uno es serio y honesto acerca de esta formación interna intelectualista y sabe dónde están sus límites. Entonces se desarrollará definitivamente. Y la persona que tiene más probabilidades de llegar a tal visión de un estado interior metamorfoseado del alma es la que se familiariza con los conceptos científicos de los tiempos modernos. Pues si se sumerge en ellos de tal modo que pueda vivir con ellos, si no se limita a aceptarlos humildemente, sino que se sumerge en ellos de tal modo que pueda vivirlos realmente en su interior, entonces no será conducido por ellos a un ignorabimus, sino que será conducido a una experiencia especial, a una lucha real, precisamente en el límite donde de otro modo se coloca el ignorabimus, donde se lo depone. Ahí es donde se prende este otro estado del alma. Pero todo depende de que se aborden los propios conceptos científicos de un modo honesto e interiormente completamente veraz. Entonces uno no está satisfecho con ellos, entonces se convierten en gérmenes de los que crece algo más; entonces uno no se detiene en poner estos conceptos científicos unos junto a otros como judías y mirarlos, sino que entonces hunde estos gérmenes de judías en la tierra, es decir, los conceptos intelectualistas de la naturaleza en el interior del alma. Allí serán absorbidos en una nueva constitución del alma. Lo que los propios siglos pasados han desarrollado lleva en sí la posibilidad de hacer brotar nuevas semillas de conocimiento. Debemos mirar hacia una época que, a su vez, muestre una constitución del alma diferente de la que trajo el período galileo, el período del siglo XV. Debemos avanzar hacia un conocimiento más profundo del mundo llegando a una experiencia más intensa de nuestro propio ser humano interior.

GA206 Dornach, 14 de agosto de 1921 - La afluencia del cuerpo etérico a la conciencia como fuente del mal.

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RUDOLF STEINER
DEVENIR HUMANO, ALMA DEL MUNDO Y ESPÍRITU DEL MUNDO (II)

  La afluencia del cuerpo etérico a la conciencia como fuente del mal.-

Dornach, 14 de agosto de 1921

vigésimo segunda conferencia

Ahora hemos reunido algunos pilares que deberían ser adecuados para erigir una especie de edificio con el fin de penetrar más profundamente en la esencia del hombre a través de este edificio de conocimientos. Para avanzar adecuadamente a partir de las discusiones que mantuvimos ayer y anteayer, es necesario que hoy ampliemos nuestras consideraciones a los ámbitos que hemos tocado, de tal manera que consideremos en su contexto lo anímico-espiritual, que actúa en el hombre, y lo físico-material, que también actúa en él. En el desarrollo científico de los últimos tiempos se ha hecho difícil reunir de forma fructífera esta visión de la interacción de lo anímico-espiritual y lo físico-corporal en el hombre, pues el hombre moderno en realidad sólo conoce una dualidad en este campo. Conoce la materia con sus efectos y sus configuraciones y luego también observa esta materia en el ser humano. Lo observa desde una perspectiva humana, por ejemplo estudiando fisiología, química y biología. De todo ello se derivan ciertos puntos de vista que son absorbidos por la conciencia popular. La gente se aferra a ellos con cierta tenacidad, y hay que subrayar una y otra vez que incluso quienes aún viven con sus sentimientos dominicales en viejos conceptos religiosos tradicionales reconocen como autoritario lo que la ciencia dominante dice sobre el cuerpo humano, quizá con mayor razón. Por otra parte, algunas personas tienen ideas sobre lo anímico espiritual. Pero estas ideas sobre lo anímico-espiritual son tan abstractas que a veces no son más que palabras vacías sobre algo que antaño se conocía con mayor precisión y cuya comprensión se ha perdido, de modo que no se puede hacer gran cosa con ellas. Hoy se habla de pensar, de sentir, de voluntad, se habla de imaginar. Pero no tenemos ninguna opinión verdaderamente experimentada sobre estas cosas. Se podría decir que las palabras se han propagado y que la humanidad se aferra a ellas sin darles mucho significado. Esto también se puede ver en las obras literarias que aparecen hoy en día sobre psicología y temas similares, en las que se utilizan palabras huecas o, al menos, abstracciones huecas sobre el pensar, el sentir y la voluntad.

Entonces la gente se da cuenta de que, por un lado, tiene la percepción de la materia, que no puede negar, porque tiene ojos, tiene manos con las que la materia se puede tocar y ver, porque tiene balanzas con las que se puede pesar, porque puede medir y cosas por el estilo. Así que la materia se reconoce como tal por la apariencia inmediata del ojo, por la percepción sensorial.

Por otra parte, la gente ya habla de lo anímico espiritual, pero de la manera que acabo de exponer. Y entonces no pueden encontrar de algún modo una relación entre eso anímico-espiritual y lo físico-corporal, lo material-físico. La gente ha inventado todo tipo de teorías sobre cómo lo anímico-espiritual debería cooperar con lo físico-material. Sin embargo, todas estas teorías son producto de la imaginación. Porque antes de poder comprender estas cosas, es absolutamente necesario poder entrar en la totalidad del ser humano. Al fin y al cabo, en la totalidad del ser humano nunca hay una manifestación espiritual entre el nacimiento y la muerte sin que haya una manifestación corporal-física. Y cuando hablamos de lo corporal-físico y lo anímico espiritual como opuestos, se trata de abstracciones, pues es una misma cosa vista desde lados diferentes. Pero no sabemos si son una y la misma cosa, y podemos ver las dificultades de teorizar cómo interactúan ambas. Pero sólo lo que captamos en una observación verdaderamente mejorada y educada es lo que ayuda en este campo. Y para ello es necesario que prestemos atención a las cosas que surgen en tal observación. Es natural que la observación exacta en este campo deba ir precedida de un cierto entrenamiento en el sentido que he descrito en mi escrito «¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?». Pero si uno tiene los puntos de mira, si uno sabe lo que se ha observado, entonces ya puede seguirlos con sentido común, con sólo quererlo, con sólo implicarse en el seguimiento de las ideas, que entonces salen a la luz mediante la observación científico-espiritual, propiamente en su contenido.

Por supuesto, estas ideas son siempre tales que si se les aplica lo que se sabe de la ciencia ordinaria, no se podrá seguir el ritmo. Hay que implicarse con las ideas que se dan. Pero siempre puede uno implicarse con las ideas utilizando el sentido común. Las ideas pueden venir de los mundos más desconocidos; si están ahí, puedes involucrarte con ellas. Si sólo las experiencias de los mundos correspondientes son realmente llevadas a tales ideas comprensibles, entonces uno ya puede involucrarse con ellas. Pero hay que elevarse a aquello para lo que no se necesita formación ocultista: captar las ideas.

Por supuesto, la mayoría de la gente hoy en día es incapaz de hacer esto, y menos aún los científicos de hoy en día. Están acostumbrados a tener ideas sólo cuando éstas se toman prestadas del mundo sensorial externo. Y como mucho se permiten hacerlo en matemáticas, pero por lo demás no se permiten captar ideas en absoluto, que entonces se persiguen por sí mismas, igual que las construcciones matemáticas se persiguen por sí mismas. Todo lo que aporta el científico espiritual puede ser perseguido si uno desarrolla la voluntad de comprometerse con tales ideas, y uno puede realmente examinar todo idealmente. Pero hay que querer. Esto no requiere, -y hay que subrayarlo una y otra vez-, ninguna formación ocultista en absoluto, pero sí superar lo que hoy se acepta como métodos científicos de pensamiento reconocidos, que no coinciden en absoluto con el sentido común, porque han creado los hábitos de pensamiento de aceptar sólo aquello que tiene un equivalente en el mundo sensorial.

Hoy tenemos que desarrollar una serie de ideas que pueden llevarnos más lejos en las observaciones que hemos realizado. Cuando nuestra vida imaginativa tiene lugar, cuando estamos imaginando, algo está ocurriendo en nuestro interior. Y lo que está ocurriendo ahí no es el proceso abstracto que se describe a menudo hoy en día, sino que es un proceso en el que también vive algo que se llama procesos materiales. No se es materialista por perseguir lo espiritual hasta sus efectos materiales, sólo se es materialista por rechazar lo espiritual por prejuicio.

Tan pronto como uno llegue a tener completamente claro lo que realmente sucede en el alma cuando piensa, cuando imagina, entonces podrá, incluso sin entrenamiento ocultista, llegar gradualmente a una comprensión interna del proceso anímico-corporal que está presente. Y este proceso anímico-corporal en el pensar, en el imaginar, es algo que ya muestra por sus características espirituales que es lo opuesto a otro proceso. Traten ustedes de encontrar en el ámbito de la conciencia ordinaria cuál es el proceso opuesto del pensar. El proceso opuesto es aquel en el que nuestros pensamientos se desvanecen, en el que nos volvemos incapaces de perseguir pensamientos de una manera brillante y clara, en el que cesa lo que llamamos consciente en la vida ordinaria, al menos lo que llamamos consciente en la vida ordinaria. Ahora se puede observar precisamente en esta contraimagen del pensamiento que tiene un paralelismo físico: Dondequiera que el proceso real de crecimiento, el proceso de devenir en nosotros, el proceso de alimentar, de crecer, es particularmente fuerte, el elemento pensamiento, el elemento conceptual, retrocede. Basta con echar una mirada sensata a la animada actividad de crecimiento orgánico en los primeros años de la infancia. Esta actividad de crecimiento es particularmente vivaz allí. Pero el pensamiento sólo está presente en germen, al menos el poder del ser humano sobre el pensamiento. O seguir los procesos de enfermedad, a través de los cuales, como en los fenómenos febriles, la actividad orgánica se vuelve particularmente vehemente, allí donde se intensifica, el control consciente sobre la viveza de las representaciones desaparece.

Vemos, pues, un contraste que siempre podríamos describir con más detalle, pero sólo me gustaría señalar las líneas maestras. Una es la vida de la imaginación; la captamos inicialmente en términos del alma. La otra es la vida del crecimiento. Para señalarles con más precisión lo que está realmente presente, escribiré la «proliferación del crecimiento», donde el contraste se capta ahora más corporalmente.

Pero traten de avanzar a partir de este punto inicial. Recuerden que a menudo he señalado que, en su conciencia ordinaria, el hombre tiene en realidad esta conciencia diurna, clara y luminosa, que lleva desde que se despierta hasta que se duerme, sólo a través de su vida imaginativa, mientras que la que tiene lugar en nosotros cuando desarrollamos la voluntad desciende a una oscuridad como la que nos invade entre el momento de dormirnos y el de despertarnos. Dormimos, como he dicho a menudo, no sólo completamente desde que nos dormimos hasta que nos despertamos, sino que para nuestra actividad volitiva, también dormimos en el estado de vigilia parcialmente. Todo lo que vive en nosotros como actividad volitiva está en realidad envuelto en un estado de sueño. Cuando queremos levantar la mano, sabemos de nuestras intenciones, de nuestros motivos volitivos, pero nos comportamos hacia lo que realmente está ocurriendo en nosotros al levantar realmente la mano, al desplegar nuestra voluntad, igual que nos comportamos hacia nosotros mismos cuando estamos dormidos. ¿Qué es lo que ocurre realmente? ¿Qué ocurre realmente?

Lo que ocurre es lo siguiente: Eso que subyace orgánicamente a la voluntad en nosotros hay que buscarlo abajo, en los procesos de crecimiento que permanecen inconscientes para nosotros. La voluntad está sumergida en los procesos de crecimiento. Todo lo que crece dentro de nosotros como crecimiento está al mismo tiempo relacionado con la voluntad, exteriormente se ve corporalmente como proceso de crecimiento, interiormente se ve anímicamente como voluntad. De modo que ya podemos ver que la proliferación del crecimiento, que todo lo que hay dentro de esas corrientes de fuerzas que se expresan en el crecimiento, en la alimentación, en la vida en general, está relacionado con la voluntad. Así que si lo vemos en términos del alma, podemos decir que está relacionada con la voluntad.

Este es ciertamente el caso cuando consideramos al ser humano entre el nacimiento y la muerte: Lo que llamamos nuestra voluntad es una abstracción en cada actividad. Esta voluntad no procede aisladamente. Siempre está presente en nosotros un proceso metabólico, un proceso de crecimiento, un proceso de alimentación o un proceso de desnutrición en el que se desenvuelve la voluntad. Lo mismo está presente en una forma menor que, digamos, extingue la conciencia en un proceso particularmente intensificado de crecimiento o de vida. Por lo tanto, nuestra conciencia también se extingue en la región actual de la voluntad. Esta región de la voluntad es donde está la proliferación del crecimiento; por lo tanto, está en el inconsciente. Como seres humanos debemos, pues, distinguir dentro de nosotros una zona, -lo estoy dibujando, naturalmente, esquemáticamente-, donde está la proliferación del crecimiento, y la voluntad está arraigada en esta proliferación del crecimiento, que ahora no cae en la conciencia ordinaria. Pero esto es en realidad una cosa en el ser humano concreto. Sólo en el pensamiento separamos la voluntad de este crecimiento.

pizarra 1

Otro ámbito que inicialmente sólo hemos considerado en términos de alma es el que comprende nuestro pensamiento. Este pensamiento, la imaginación, se desarrolla bien en relación con ideas externas, bien por el hecho de que el proceso de la memoria se transforma en representaciones cuando se recuerdan experiencias.

Pues bien, desde el punto de vista del alma, en el fondo se ve muy claramente que esta vivencia de la imaginación es la antípoda de la vivencia de la voluntad y también la antípoda de la vivencia del crecimiento, de la vivencia del organismo en general. Esta vivencia del pensamiento, esta vivencia de la representación, es precisamente donde tenemos pleno control sobre nosotros mismos, donde encadenamos las ideas, donde analizamos y sintetizamos dentro de la vivencia de la representación. Podemos contrastar el pensamiento con la voluntad. La voluntad es, en esencia, completamente inconsciente para nosotros. Ahora sabemos que es inconsciente para nosotros porque está arraigada en el crecimiento, en los procesos vitales, en los procesos metabólicos. El pensamiento se opone a la voluntad. Nosotros lo controlamos.

Sin embargo, en el momento en que el investigador espiritual se adentra en la imaginación, inmediatamente se da cuenta de lo que está realmente presente en el pensamiento. Pues imagínense el proceso exacto por el que pasa una persona cuando pasa del pensamiento ordinario a la imaginación.

El pensamiento ordinario es abstracto. El hombre, al pensar, sólo es consciente de la vida del pensamiento (amarillo). Cuando este pensamiento se condensa en la vivencia imaginativa mediante los métodos que he descrito en «¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?», entonces aparecen las imágenes de la vivencia imaginativa. Pero es comprensible que nada de lo que ocurre en el alma, es decir, de lo que se experimenta, no tenga también algún equivalente físico en la vida ordinaria entre el nacimiento y la muerte. Cuando se asciende a la imaginación se percibe algo en uno mismo. Y lo que se percibe es precisamente el proceso que tiene lugar en el pensar en general, porque esta cognición imaginativa, no es más que un desarrollo ulterior del pensar. Ya he dicho que los hechos sobre el hombre no se vuelven diferentes por el hecho de que uno ascienda a lo superior, al conocimiento suprasensorial. Sólo se aprende a reconocer aquello que siempre está presente en las personas. Eso que se aprende a reconocer siempre está presente, pero uno no lo sabe con la conciencia ordinaria. Cuando se tiene ahora las imágenes en la conciencia avanzada, entonces sabe que estas imágenes corresponden a ciertos sedimentos figurales en el organismo humano, verdaderos sedimentos materiales (rojos). Estos sedimentos materiales reales están siempre presentes en el ser humano; sólo que no se notan. Pues lo que se experimenta en la imaginación no son nuevos sedimentos, sino que la imaginación sólo permite ver los sedimentos que siempre están presentes. No se podrían tener imaginaciones si no se viera de una determinada manera, -difícilmente se le puede llamar «ver», por cierto-, si no se tomara conciencia de estos sedimentos, porque las imaginaciones se reflejan en ellos. Entonces uno se da cuenta de que estos sedimentos ya están presentes en el pensamiento ordinario. Están relacionados con la sutil organización de nuestro sistema nervioso y de lo que pertenece al sistema nervioso. Constituyen el sistema nervioso. La vida de nuestro sistema nervioso depende de estos sedimentos. Permanecen, como he dicho, desconocidos para la conciencia ordinaria. Son reconocidos por la conciencia imaginativa.

Con esto concluye una serie de consideraciones que pueden hacerse de este modo:

La vida de la imaginación se opone a la voluntad. Pero la voluntad está ligada, - como pueden aprender de las consideraciones que les he presentado-, a la proliferación del crecimiento. Ahora se puede considerar: Entonces la vida de la imaginación estará ligada a lo contrario de la proliferación del crecimiento, a la muerte. Y, en efecto, lo que tiene lugar en nosotros y que, por así decirlo, se percibe interiormente en la cognición imaginativa, es la caída de la materia como materia orgánica del proceso de proliferación del crecimiento.

Ya tenemos en nuestro interior el proceso de crecimiento y proliferación, es decir, el proceso metabólico, y la materia moribunda se desprende constantemente. Al pensar, nos llenamos continuamente de esa materia moribunda. Percibimos este morir de la materia cuando ascendemos a la imaginación. Y nuestro pensamiento, nuestra imaginación está ligada a esta materia moribunda.

Lo cierto es que los seres humanos llevamos dentro el proceso metabólico, la disolución y composición de sustancias, etc., que la vida de la voluntad vive en ella, y que la materia está constantemente muriendo en sí misma, es decir, que excreta partes que ya no están incluidas dentro de sus fuerzas organizativas. Lo inorgánico se desprende continuamente de lo orgánico, y la vida de la imaginación está ligada a esta desintegración. Así pues, si el proceso de crecimiento, el proceso metabólico, crece en exceso, nuestra vida imaginativa mengua. Si predomina este proceso de muerte, nuestras ideas se vuelven cada vez más rígidas y pedantes. Difícilmente puede esperarse que el ser humano sin formación ocultista llegue fácilmente a tal introspección; pero podría llegar a ella, podría llegar a una introspección a través de la cual se da cuenta: Así como cuando de alguna manera, aunque sólo sea al dormirse, desaparece la conciencia, así también hay una victoria de las fuerzas del crecimiento, del metabolismo, sobre aquellas fuerzas que subyacen a la actividad interior que domina el pensamiento. Pero también se puede percibir, basta con ser lo bastante imparcial para adoptar esa introspección interior, cómo se produce en el interior una fatiga interior, un hundimiento de la materia, a medida que se desarrollan los pensamientos, a medida que se vive cada vez más consciente y deliberadamente en la propia vida imaginativa.

En efecto, llevamos dentro de nosotros continuamente el nacimiento y la muerte. Y lo que está al principio de la vida como nacimiento, donde al principio las fuerzas del crecimiento son todavía más activas, donde la conciencia ha retrocedido todavía completamente, vive con nosotros continuamente hasta la muerte y es básicamente el portador de nuestra voluntad, nuestra voluntad inconsciente, que sólo se hace consciente a través de la luz del pensamiento que se arroja sobre ella. Pero lo que allí crece está impregnado por continuos procesos de desintegración, por un continuo, continuo llevar a término lo que luego se comprime en uno en el momento de la muerte, por un proceso de muerte. Y así como el proceso de crecimiento revela exteriormente el elemento de la voluntad, el proceso interior de la muerte revela el elemento del pensamiento, el elemento de la representación. Al final, si cultivamos este conocimiento en nuestro interior, llegamos a saber que en realidad estamos naciendo y muriendo constantemente, y que el nacimiento único al comienzo de la vida terrenal no es más que un resumen de lo que ocurre a lo largo de toda nuestra vida en pequeñas dosis hasta la muerte.

Para los matemáticos, se podría decir que el nacimiento real es una integral de todos los diferenciales de nacimiento que son efectivos a lo largo de la vida. Pero del mismo modo, los diferenciales de muerte también están activos, y la muerte real no es más que la integral de ellos. Es decir, si morimos interiormente de forma tan continua que la muerte se cancela constantemente, que ya se cancela en el momento de su surgimiento, entonces esa es la base material de la vida de la imaginación. Cuando la muerte ocurre una vez, es decir, cuando aquello que está continuamente activo en nosotros simplemente se hace más intenso de una manera ilimitada, entonces el momento de la muerte está ahí, igual que en el nacimiento real aquello que está continuamente en proceso de crecimiento se hace más intenso en nosotros de una manera inconmensurable. Así se ve el proceso anímico-espiritual y el corporal-material en uno. Y sin esto uno no puede realmente llegar a un conocimiento espiritual en absoluto.

Pues bien, en un momento determinado de nuestra vida siempre estamos muy cerca de ese punto en el que hacemos una transición entre el pensamiento, que debe llenar nuestra conciencia sana desde que nos despertamos hasta que nos dormimos, y entre lo que crece allí y que el pensamiento quiere constantemente apagar. Este es el momento de dormirse. Podemos decir que llegamos a un máximo de proliferación con el que hay que contar inicialmente en la vida. Quien avanza hacia la cognición imaginativa llega a conocerla muy bien. Porque en el momento en que surge el conocimiento imaginativo, él también está en condiciones de tener tales experiencias que se duermen en la conciencia ordinaria, donde la conciencia ordinaria se extingue porque está desbordada por el desarrollo del crecimiento de la voluntad.

Son estados en los que la conciencia ordinaria no debe entrar. Cuando la conciencia ordinaria entra, la proliferación de crecimiento se adueña, por así decirlo, de lo que yace en la vida de la representación muerta; impulsando , -debo expresarme ahora en imágenes, pero también se habla en la imaginación o desde la imaginación-, la proliferación de crecimiento que yace en la vida de la representación muerta.  Impidiendo, hasta cierto punto, que la vida de la representación alcance su desarrollo superior.

Este es el proceso que tiene lugar en la vida alucinatoria y, hasta cierto punto, también en la vida en ilusiones, en visiones. Las visiones son entidades patológicas, las alucinaciones son también entidades patológicas. Uno las comprende, quiero decir, anímica y físicamente, si ve la voluntad en cierta armonía con la proliferación del crecimiento, que entonces se apodera y hasta cierto punto desgarra lo que debería estar consolidado en el proceso moribundo del pensamiento. En cierta medida, se anula el interior, el continuo devenir cadáver. Se arranca del ser humano y prolifera algo que debería morir en él si estuviera sano. Son masas de pensamientos que han crecido, y sólo las comprendemos como masas de pensamientos que han crecido si vemos lo que es corporal y material en armonía con lo que es anímico-espiritual. Siempre hay algo de proceso de crecimiento en las personas cuando experimentan alucinaciones o visiones. Aprenden a reconocer ciertos entrenamientos preparatorios para lo imaginativo; si estos entrenamientos preparatorios se llevan a cabo de manera adecuada, entonces el ser humano es capaz de vivir conscientemente en aquello que tiene lugar continuamente en el cambio del día de la vida, a saber, que realmente vivimos en el estado completo del sueño a través de las imágenes oníricas.

Uno aprende a vivir en este estado, en el que la conciencia ordinaria se aleja de nosotros, avanzando hacia la imaginación. Así se llega a un punto en el que el proceso de morir se supera realmente de una determinada manera. En la vida cotidiana se supera en un estado dormido. Pero en tal estado, que es entonces un estado consciente, el hombre se introduce en el conocimiento superior. Y cuando el hombre supera su conciencia ordinaria de esta manera, entonces aprende a reconocer que esta conciencia ordinaria no puede entrar en este estado. El ser humano en el estado de conciencia ordinaria emerge de su cuerpo físico y etérico dormido; el ser humano con cognición imaginativa emerge despierto. Pero la zona en la que uno entra por primera vez, me gustaría decir, la primera zona en la que uno entra cuando entra en este mundo espiritual, que luego se abre en la imaginación, se percibe inicialmente como un espacio absolutamente vacío, oscuro, y uno no puede realmente entrar en el mundo espiritual sin hacer estas desviaciones a través de esta oscuridad vacía.

Pero eso es lo que hay más allá del límite de nuestra percepción sensorial. Si recuerdan el dibujo esquemático que dibujé ayer en la pizarra, -las percepciones sensoriales que nos llegan, por así decirlo, y que son las ondas sobre las que se mueve el yo-, verán en este dibujo cómo el yo sale al entorno en el que, por lo demás, también está presente. Pero en la vida de vigilia extiende sus tentaculos sensoriales hacia el cuerpo. Ahora, sin embargo, se retira del cuerpo y sale al mundo que está más allá de nuestros sentidos, incluso con aquellas partes que se han acostumbrado a participar en la vida corporal. Llega a conocer el reino espiritual. No aprende a conocer los átomos, aprende a conocer el mundo espiritual más allá de los sentidos. Pero debe atravesar el vacío oscuro absoluto, pues sólo de este vacío oscuro le nace lo espiritual.

Me gustaría decir que la experiencia humana tiene un límite con el mundo. Ahí está el único límite. Este límite debe estar ahí. Si no existiera, no estaríamos separados de lo que nos rodea como por un abismo vacío, nunca podríamos desarrollar lo que es el verdadero amor, pues para ello es necesario que el hombre pueda llegar a conocer el vacío que le rodea. Porque si se llenara de todo lo que le rodea, nunca podría fluir con su ser hacia el otro. Pero eso es lo que se desarrolla en la esencia del amor.

Si se quiere conocer la esencia del amor en un proceso real de cognición, entonces hay que saber cómo el ser humano, precisamente cuando se desarrollan en él sentimientos de amor, se expande, por así decirlo, hasta allí donde su conciencia está vacía. Así puede realizarse con otra cosa. El desarrollo del amor es precisamente la confrontación del vacío de la conciencia con el otro, que entonces colma la conciencia.

Pero si no existe la armonía correcta entre lo anímico-espiritual y lo físico-corporal, -uno se da cuenta de que esto es sólo una expresión que no expresa plenamente el hecho, pues se habla de armonía como una armonía para los otros procesos, pero, no obstante, uno comprende de qué se trata en esta expresión-, si no existe la armonía correcta, si lo anímico-espiritual o lo físico-corporal unilateral se desarrolla demasiado hacia un lado o hacia el otro, de modo que ninguno de los dos lados se exprese plenamente, entonces se produce un estado patológico. Por un lado, cuando una persona vierte su propio ser en lo que se supone que es vacío para ella, se produce algo patológico. Entonces él vive el mundo de sus visiones y alucinaciones en este ser vacío. Esto es precisamente lo que se supera mediante un verdadero entrenamiento ocultista: Alucinar y tener visiones. Nunca se insistirá lo suficiente en ello: Esto es simplemente patológico. - Y lo que el entrenamiento ocultista desarrolla es el perfeccionamiento de fuerzas que son opuestas a las fuerzas que se producen cuando hay alucinaciones o visiones.

Al alucinar, al tener visiones, el hombre desarrolla en sí mismo poderes opuestos a los que deben ser convenientes para la vivencia imaginativa. Por lo tanto, uno lo experimentará una y otra vez: Hay personas que no están necesariamente enfermas en grado sumo, pero que tienen visiones, no quiero decir alucinaciones, porque entonces hay que hablar de estar enfermo. Muchas personas van por la vida con visiones y están muy orgullosas de ellas y viven en estas visiones, creyendo que en ellas se revela un verdadero mundo espiritual, cuando sólo se trata de la proliferación de sus fuerzas vitales que se vierten en el vacío. También hay quienes son tan arrogantes, que se vuelven megalómanos, que dicen que están experimentando una iniciación, mientras que lo que están experimentando es simplemente un crecimiento anormal que sobrecrece su pensamiento. Y cuando tales personas se acercan entonces a lo que debe recomendarse como ejercicios para la imaginación en el sentido serio, entonces sucede a veces algo muy especial. Porque si entonces dicen: Sí, ahora he perdido mi visión espiritual, -han perdido su vista visionaria; y eso es porque estos ejercicios para la verdadera imaginación, que se aplican a sí mismos, contrarrestan su poder de visión patológico. Las personas que creen de esta manera que viven en el mundo espiritual a través de las fuerzas de la naturaleza, viven en él de una manera mórbida, y por regla general pierden aquello a lo que se han aficionado en un amor propio bastante arrogante. Esto siempre se puede volver a experimentar, y esto sólo prueba, si se experimenta, cómo las fuerzas visionarias son fuerzas patológicas, y cómo lo que se busca para la visión imaginativa son las fuerzas opuestas, sanadoras.

De ello se desprende que interiormente, más allá de la percepción sensorial, la experiencia humana está conectada con un ámbito que sólo puede captarse objetivamente en la vida imaginativa. En la vivencia visionaria sólo irradiamos nuestra propia vida hacia el vacío. Pero cuando experimentamos la vacuidad, entonces, al igual que el mundo exterior funciona a través de nuestros sentidos, en este caso llega a esta vacuidad, lo que ya les he descrito como el mundo donde teje y trabaja la Jerarquía de los Ángeles. Ese tejer del mundo operante de la Jerarquía de los ángeles trabaja a nuestro alrededor.

Pero ahora también podemos encontrar la zona limítrofe con la experiencia humana en el otro lado, y es la zona que se encuentra más allá del pensamiento, más hacia el interior del ser, y podemos decir que esta percepción está conectada con el yo (véase pizarra 2). Ahora entramos en el cuerpo astral: Tenemos la imaginación. Ahora bajamos al cuerpo etérico: Tenemos la actividad de la memoria. Y en el cuerpo físico tenemos imágenes. La conciencia ordinaria no baja aquí al cuerpo etérico; tampoco sale de aquí. Fuera está el mundo del que hay que decir que es el mundo del Ángel viviente y tejedor. 

pizarra 2

Es, por tanto, un mundo espiritual que existe por encima de nuestro mundo de conciencia. No se encuentra fuera del ámbito de la vida humana, pero sí fuera del ámbito de la conciencia ordinaria. Pues nuestro yo, del que se dijo expresamente que se encuentra fuera de las percepciones sensoriales y las lleva dentro, es decir, nuestro yo está definitivamente conectado con este mundo. Es el mundo en el que sólo podemos entrar con una conciencia reforzada, porque de lo contrario nuestra conciencia disminuiría y caeríamos en la inconsciencia. nconsciencia en la que caemos cada vez que nos dormimos y entonces entramos en este mundo. Entonces es cuando penetramos en este reino más allá de la percepción sensorial.

Pero ahora también podemos descender al otro lado, a nuestro ser real. Esto sucede cuando los poderes destructivos de la muerte que yacen en nuestro interior se apoderan de nosotros más de lo habitual; o mejor dicho, cuando se hacen conscientes. Así como podemos penetrar más allá del límite de la vida sensorial, también podemos penetrar hacia abajo a través de lo que yo llamo entrenamiento oculto.

Pero lo que se experimenta debe permanecer en el interior del ser humano para que no aparezca allí de una determinada manera patológica. El ser humano no debe permitir que suba a su conciencia ordinaria. Debe dejar esta zona abajo, donde por lo demás es inconsciente. En otras palabras, el hombre no debe permitir que esta zona, que se encuentra en el cuerpo etérico, suba a su conciencia ordinaria, sino que debe canalizar su conciencia ordinaria hacia abajo, hacia el cuerpo etérico. Así que lo que está ahí abajo no debe penetrar en la imaginación ordinaria, sino que la imaginación ordinaria debe penetrar ahí abajo.

Pero de esto se desprende que se trata de una zona que, al igual que la otra que he descrito, está hasta cierto punto alrededor del cuerpo físico del hombre, de modo que esta zona está siempre presente dentro del cuerpo físico del hombre. Pertenece a las entidades humanas internas a las que se ha hecho referencia a menudo en contextos científico-espirituales, y siempre se hace referencia a esta zona de tal manera que aquellos que la han reconocido, que han visto algo de ella, dicen: Es imposible expresar con palabras humanas lo que hay ahí abajo. - Se puede seguir este rastro desde las descripciones de las antiguas iniciaciones egipcias hasta Bulwer.

Sin embargo, en cierto modo, este ámbito puede y debe tratarse hoy. Porque es en esta zona donde está arraigado todo aquello de la vida anímica humana que, en el sentido ordinario, puede no desarrollarse realmente en el comportamiento exterior del hombre. La maldad humana está arraigada allí.

De esto se desprende un hecho muy notable. Esta fuente del mal está realmente en nosotros todo el tiempo. No debemos ceder ni por un momento a la ilusión de que la fuente del mal no está dentro de nosotros. Está, si se me permite decirlo, por debajo de la vida de la imaginación. Simplemente no debe infectar la vida imaginativa, de lo contrario las imaginaciones se convierten en motivos para el mal; debe permanecer por debajo. Y la persona que quiera mirarlo allí debe ser tan fuerte moralmente que no lo deje subir, que realmente sólo envíe la conciencia hacia abajo.

Ahora bien, ustedes dirán: Pero, ¿por qué se da esto en el hombre? - Sí, esta pregunta sólo puede plantearla alguien que dijera: ¿Por qué la planta no deja de crecer cuando tiene hojas verdes? - Sigue creciendo por su propia fuerza. Llevamos dentro de nosotros el proceso de muerte que desarrolla nuestro pensamiento. Este proceso sigue siendo consciente, pero debe descender al inconsciente. Porque si este proceso no continuara, entonces nuestros pensamientos nunca se consolidarían de tal manera que la memoria pudiera surgir en nosotros, que los pensamientos pudieran reaparecer más tarde en nosotros de las experiencias que hemos tenido a través del pensamiento. Por tanto, el proceso de la muerte debe continuar para que tengamos memoria. Y la entidad a la que, como seres humanos, debemos nuestra memoria es la misma entidad que, cuando surge de forma equivocada, surge cuando los motivos del mal aparecen en los seres humanos. En cierto sentido, la tendencia al mal que se da en ciertas personas es un rechazo de lo anímico-espiritual, -perdón por utilizar esta expresión-, un rechazo de lo anímico-espiritual a aquello que debe permanecer abajo y ocupar la memoria.

Este poder de la memoria está arraigado en el ser humano. Y así como hay un estallido corporal, también hay un estallido espiritual. Cuando lo que se nos ha dado en sabiduría divina en las profundidades de nuestro ser como el poder de la memoria, cuando irrumpe en la conciencia, al igual que algo, -perdón por la expresión desagradable-, irrumpe corporalmente, entonces tienes la tendencia criminal.

No hay nada en el mundo que no esté justificado en su lugar y que no pueda conducir al desastre si está mal colocado. Si algo en el mundo nos parece que no debería estar ahí, debemos plantearnos la pregunta: ¿Dónde debe estar para cumplir su cometido? - Y aquí, al sumergirnos, entramos en el otro reino, en el reino de la Jerarquía de los Serafines, Querubines y Tronos, del mismo modo que salimos del reino de los sentidos y entramos en el reino tejedor de los Ángeles, Arcángeles y Archai. Descendemos a una región donde ahora vemos claramente cómo esa fuerza de la naturaleza que está conectada con nuestros recuerdos tiene un lado moral.

Piensen en lo que eso significa: ¡la ciencia espiritual descubre algo así, donde un proceso natural tiene un lado moral, es decir, donde algo que parece fuera de lugar adquiere un carácter moral! Eso es precisamente lo que aqueja a nuestro tiempo, que la vida moral y religiosa es abstracta por un lado, y lo natural, lo causal, por otro. No hay método para unir ambas cosas. Aquí tenemos un proceso bastante concreto en el que un elemento natural lleva en sí mismo aquello que, en contraste con lo moral, puede ahora convertirse en inmoral.

Pero, ¿no les parece aquí algo extraño? Si observamos el asunto tal como está degenerando, por un lado, estamos, por así decirlo, entrando en lo antimoral bajo nuestra conciencia. Lo necesitamos para la memoria. Pero cuando pasamos por encima de las percepciones sensoriales, entramos en el reino del amor, ya se lo he dicho. Ese es básicamente el poder de lo moral. Entramos en el reino de la moral. Estamos en camino de poder construir cada vez mejor el puente entre el mundo moral-religioso, por un lado, y el mundo físico-corporal, el mundo de la causalidad natural, por otro. Este puente debe construirse. Y, en efecto, cuando salimos a lo espiritual, cuando descendemos a lo espiritual, entramos en el mundo de las jerarquías. Hemos podido, por así decirlo, acercarnos al reino de las jerarquías desde dos lados.

Por supuesto, esta reflexión sólo puede hacerse de manera que nos acerquemos a la meta en círculo, por así decirlo. No puede hacerse como en matemáticas, partiendo de conceptos elementales y construyendo hacia arriba, sino que debemos acercarnos en círculo a lo que, en última instancia, hay que comprender.

Traducido por J.Luelmo jun,2025