GA094 Berlín, 5 de marzo de 1906 -El significado oculto de las palabras que figuran en la cruz

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RUDOLF STEINER

El significado oculto de las palabras que figuran en la cruz

 

 

Berlín, 5 de marzo de 1906

Las reflexiones que hemos hecho individualmente sobre el Evangelio de Juan nos han adentrado profundamente, muy profundamente, en la esencia de la cosmovisión cristiana y nos han enseñado también cuán profundo poder místico reside en la penetración real del documento cristiano. Hemos visto que el Evangelio de Juan no debe leerse simplemente como un relato externo, como un mensaje o una comunicación, sino que debe leerse como una escritura de vida, de modo que cada frase, cuando la asimilamos vívidamente, transforma algo en nosotros.

En esta vida de San Juan hemos visto las siete etapas de la ascensión espiritual. Hoy un pequeño apéndice puede mostrarnos cuán profundamente deben tomarse tales cosas. Quisiera mostrarles por medio de ejemplos individuales, que lo que he tratado de extraer del Evangelio de Juan como un significado tan profundo, realmente no es algo subliminal sino que es sólo por medio de la llamada doctrina secreta, por medio del ocultismo, como aprendemos a entender algunas cosas que de no ser así parecerían oscuras e incomprensibles. Debo recordarles en primer lugar algo que he dicho a menudo, a saber, cuáles eran precisamente las siete etapas de la iniciación en la época en que nació el cristianismo.

La última vez estuvimos aprendiendo sobre la iniciación cristiana. Pero no sólo se ha practicado una iniciación interior mediante el cristianismo, sino que en todos los tiempos desde que ha habido personas en nuestro sentido en la tierra, ha existido la posibilidad de convertirse en un iniciado, de escalar niveles superiores de la existencia humana. Por medio del cristianismo, todas estas cosas se han interiorizado aún más. El hombre puede lograr mucho, muchísimo, ya que el cristianismo nos ha dado documentos, como el Evangelio de Juan, que sólo necesita dejar que actúen en él, que cobren vida en él, para ascender a ciertas alturas. Pero antes de la aparición del cristianismo no existían documentos semejantes a los que el cristianismo ha proporcionado a la gente. Había que introducirse en templos secretos de iniciación o lugares de culto, y eran diferentes los niveles más básicos de iniciación según los diversos pueblos. Pueden ustedes imaginar, sin embargo, que uno trasciende entonces todas las peculiaridades nacionales. Las etapas superiores eran, pues, las mismas para todos los pueblos, incluidos los de la antigüedad.

Me gustaría mencionar una vez más las siete etapas de la iniciación, ya que estaban presentes en la iniciación persa de Mitra. Esta era una forma de iniciación que se practicaba en todo el Cercano Oriente, más allá de Grecia y Roma, incluso hasta la región del Danubio. Se siguió practicando mucho después de la época en que surgió el cristianismo. Durante mucho tiempo fue posible pasar por estas siete etapas, incluso en los cultos secretos y templos de Egipto, que a menudo estaban construidos en las rocas. No eran accesibles a nadie más que a aquellos que habían llegado a conocerlos como discípulos purificados e iniciados tras un riguroso examen. 

Primero estaba el grado de "cuervo". Como cuervo, el iniciado llevaba a la vida espiritual el conocimiento que podía adquirirse en el mundo sensorial exterior. El concepto del cuervo se ha conservado en mitos y leyendas. Existen los cuervos de Wotan, los cuervos de Elías, y también en la saga alemana de Barbarroja los cuervos son los mediadores entre el emperador encantado en la montaña y el mundo exterior. En los misterios de Mitra, el término cuervo era por tanto una paráfrasis de un grado de iniciación.

El segundo grado era el de " oculto ". Se llamaba así a los que ya habían recibido algunos secretos ocultos importantes y esenciales.

El tercer grado era el del "Guerrero". Estos eran iniciados en los que el yo superior ya se siente a tal grado que dichos del tipo que se pueden encontrar en la segunda sección de "Luz en el Sendero" "Hazte a un lado en la batalla que se avecina, y aunque luches, no seas el luchador" se vuelven comprensibles para ellos. Estos dichos sólo pueden ser comprendidos por un iniciado de tercer grado. Esto no quiere decir que todo el mundo no pueda adquirir una cierta comprensión. Todo el mundo tiene un yo superior, y si una persona es capaz de negar su yo inferior y poner lo que es como yo inferior al servicio del yo superior, puede decir en cierto modo: Aunque luches, tú no eres el luchador. Pero sólo cuando el hombre ha alcanzado un cierto grado de desarrollo sabe exactamente lo que significa esta frase. Entonces incluso los intereses que de no ser así se llamarían intereses superiores caen. Se convierten en meros intereses inferiores y en meros sirvientes del luchador.

El cuarto grado se alcanza cuando se ha logrado la armonía y la paz interiores, el equilibrio y la fuerza. Este nivel de iniciación se denomina el grado del "León". Tal iniciado ha realizado la vida oculta en sí mismo hasta tal punto que se le permite defender lo oculto no sólo con palabras sino también con hechos.

Mientras tanto, la conciencia de una persona que pasa por estas cuatro etapas va cada vez más lejos. Se identifica con grupos de personas cada vez más grandes. Todas estas expresiones siguen teniendo un significado secreto. Tomen ustedes la expresión "lo oculto". ¿Qué es el ser humano tal y como se presenta ante nosotros? Él es aquello que hay en él, eso es lo que es. Como cuervo, como iniciado en el primer grado, busca superar lo que está en él únicamente; entonces sus intereses se vuelven más amplios. Aquello que son las personas de su entorno inmediato, aquello que sienten, aquello que quieren, eso se convierte al mismo tiempo en su sentimiento y en su voluntad. Estas expresiones se acuñaron en tiempos en los que todavía existían comunidades humanas que se consideraban como clanes, como familias extensas. ¿Qué se decía, por ejemplo, de un clan, de una familia común? Se decían a sí mismos, estos son los miembros de una familia de almas hasta un par de antepasados comunes. Un clan así era considerado como los miembros de un yo oculto, como los miembros de una familia de almas.

Todo aquel que se iniciaba en el segundo grado, el oculto, había ennoblecido su yo hasta el yo de su comunidad, de modo que hacía suyos los intereses de ésta. El oculto de una comunidad humana era capaz de vivir en él. Así que tal comunidad humana, cuyo yo el iniciado individual convertía en su yo, se convertía en morada para él. El luchador luchaba por la comunidad mayor. En la antigua Palestina, al que se había elevado para absorber a toda una tribu, la conciencia de toda una tribu, el yo de toda una tribu, se le llamaba "león". El león de la tribu de Judá, esa es una expresión para el que había alcanzado tal nivel de iniciación que había absorbido el yo de toda la tribu.

En el quinto grado había superado su personalidad hasta tal punto que podía absorber el alma del pueblo. El espíritu del pueblo vivía en él. En Persia a un iniciado así se le llamaba "persa", en Grecia a un iniciado así se le habría llamado "griego" si hubiera estado en uso. Entonces, ¿Qué significa este grado? Todo lo individual ha desaparecido para él, y su conciencia se ha vuelto idéntica al todo. Se trata de una conciencia superior.

Hoy no es así. Hoy nos acercamos a niveles de iniciación completamente diferentes debido a la fragmentación de todas las comunidades. Pero aún tenía sentido cuando surgió el cristianismo, donde se habla de almas iniciadas en el quinto grado. Pueden ustedes comprobarlo por sí mismos en el Evangelio de Juan. Lean ustedes, por favor, el capítulo 1, versículo 45 del Evangelio de Juan:
Felipe encuentra a Natanael y le dice: "Hemos encontrado a aquel del cual escribieron Moisés en la Ley y los profetas: Jesús, hijo de José de Nazaret. Y Natanael le dijo: ¿Qué bien puede venir de Nazaret? Felipe le dijo: ¡Ven y lo verás! Jesús vio a Natanael que se le acercaba y le dijo: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay falsedad."
Nathanael es descrito aquí como un iniciado del quinto grado. Él ha aprendido por lo tanto lo que constituye el poder de la vida para nosotros los humanos, el árbol de la vida. Incluso antes se disfruta del fruto del árbol del conocimiento. Disfrutamos del fruto del árbol del conocimiento si es que somos capaces de decirnos "yo" a nosotros mismos. Pero cuando lo superior, lo espiritual despierta en el hombre, entonces puede ocurrir que Dios quiera proteger al hombre. La preocupación de Jehová era que los hombres, habiendo participado del árbol del conocimiento, no participasen también del árbol de la vida, para el que aún no están maduros. Pero el iniciado en el quinto grado aprende aquello que minimiza la preocupación y eleva por encima de todo la muerte y la transitoriedad: ese es el elemento espiritual.

¿Cómo puede arraigar en el hombre este elemento espiritual? Para quien penetra más profundamente en la Teosofía, este elemento espiritual es algo que inunda el mundo entero. Para aquellos que son capaces de ver en los mundos superiores, todo lo que inicialmente es un estado interno de desarrollo también se expresa, como una imagen, en los planos superiores, primero en el plano astral Cuando una persona ha alcanzado el quinto grado de iniciación, siempre ve una imagen en el plano astral que no había visto antes, a saber, la imagen de un árbol, la imagen de un árbol blanco ramificado. Esta imagen en el plano astral, que se quiere tomar como símbolo de la etapa de iniciación del quinto grado de iniciación, se llama el árbol de la vida. Se dice que quien la ha alcanzado se ha sentado bajo el Árbol de la Vida. 
Buda también se sentó bajo el árbol Bodhi y Natanael bajo la higuera. Estas son expresiones para las imágenes en el plano astral. Lo que allí se ve son reflejos de cosas internas, ahora también físicamente internas. Este árbol Bodhi no es otra cosa que el reflejo astral del sistema nervioso humano. La persona que es capaz de mirar hacia dentro mediante la iniciación, ve su vida interior reflejada en el mundo exterior astral hasta el nivel físico. Pueden ustedes ver lo que se va a decir aquí, en este capítulo del Evangelio de Juan: Natanael debe ser tratado como un testigo experto. Es preciso señalar: nos entendemos. "Jesús le dijo: "Antes de que Felipe te llamara, mientras estabas debajo de la higuera, te vi". Esto significa que somos hermanos del quinto grado de iniciación. Es una escena de reconocimiento de los iniciados. "Natanael le dice: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". El reconocimiento es completo. Jesús le responde inmediatamente que demostrará ser no sólo iniciado en quinto grado, sino también otra cosa. Jesús le dice: " ¡Tú crees porque te dije que te vi debajo de la higuera; verás cosas aún mayores que ésta!".

También quisiera llamar vuestra atención sobre la conversación con Nicodemo, que podéis encontrar en el capítulo tercero. Allí se dice la palabra significativa: " En verdad, en verdad te digo que el que no nazca de nuevo y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios ". ¿Qué significa esto: nacer de nuevo y ver el reino de Dios? Significa que se despierte el yo superior, es decir, nacer de tal manera que se despierte el núcleo eterno de nuestro ser. ¿Qué significa entrar en el reino de los cielos? Significa no sólo ver el reflejo del Devacán aquí, tal como aparece a través de los ojos físicos, sino ver este reino directamente. Sólo aquellos que no han nacido simplemente para este mundo físico, sino que han nacido por segunda vez, pueden hacerlo.

Tomen ustedes lo que ya he utilizado como comparación, pero que es más que una comparación. Tómenlo literalmente hasta cierto punto. Nacer significa pasar del estado embrionario al estado en el que se percibe el mundo exterior con los sentidos. Quien no pasara por el estado embrionario nunca podría estar preparado para nacer. Quien conoce este estado también sabe que la vida ordinaria es un estado embrionario respecto a la vida superior. Esto nos lleva a profundizar en el significado de la vida ordinaria. Es muy fácil para los que miran al mundo espiritual convencerse de que existe tal mundo espiritual y de que el hombre es ciudadano de este mundo espiritual; podrían hacer caso omiso de este mundo físico y creer que el hombre no podría abandonar este mundo con la suficiente rapidez, que podría morir para entrar pronto en el mundo espiritual. Esa no es la interpretación correcta de sus palabras. <Esto es tan absurdo como si uno no quisiera dejar madurar el embrión humano, sino que quisiera tomarlo a los dos meses para que pudiera vivir aquí. Exactamente de la misma manera uno debe madurar, volverse maduro, para la vida superior. Ese es el que ha desarrollado su yo superior. Aquí, en este mundo físico, está el centro de entrenamiento. El que ha entrenado el yo aquí está maduro para entrar en los reinos del cielo, es decir, para renacer. El hombre debe pasar por el nacimiento y la muerte una y otra vez hasta que haya alcanzado su plena madurez, para luego poder entrar en el reino espiritual propiamente dicho, de modo que entonces ya no necesite órganos físicos. Por lo tanto, debemos darnos cuenta de que todo lo que hacen aquí nuestros ojos y oídos y los demás sentidos son logros para la vida superior.

Ciertamente, hemos hablado a menudo y con frecuencia de que el hombre debe desarrollar los sentidos superiores, de que debe entrenar los chakrams o ruedas sagradas que le permiten entrar en el mundo espiritual y verlo. Pero, ¿Cómo adquiere estas ruedas sagradas? A través de su trabajo aquí, en el plano físico. Este es el lugar de preparación. Lo que hacemos aquí prepara nuestros órganos para un mundo superior. Así como el ser humano es preparado en el vientre de la madre, así en el vientre de la gran Madre del Mundo somos preparados, cuando llevamos nuestra vida física, en el vientre de la gran Madre, para aquello que debe capacitarnos para ver y actuar en los mundos superiores. Por lo tanto, está completamente justificado hablar de un mundo superior y valorarlo más que nuestro mundo inferior. Pero debemos tomar esta expresión sólo en un sentido técnico. En el fondo, todos los mundos son manifestaciones iguales del principio más elevado. No debemos considerar ningún mundo de tal manera que lo despreciemos. Así es como llegamos a comportarnos correctamente con los mundos inferiores y correctamente con los mundos superiores. Esta es la premisa del tercer capítulo del Evangelio de San Juan.

Debemos darnos cuenta de que Jesús está hablando a Nicodemo de un renacimiento propiamente dicho, y que quiere amonestarle sobre todo a que la vida ordinaria nazca desde este punto de vista como una vida superior y deba ser considerada como tal. Cualquiera que lea este capítulo más íntimamente y lo considere con más detenimiento verá que se trata precisamente de esto.

Algunos círculos critican duramente a la Teosofía porque enseña la reencarnación, la maduración gradual del hombre hacia el renacimiento a través de repetidas vidas en la tierra. Se dice que el cristianismo no sabe nada de esta doctrina del renacimiento. En primer lugar, hay una clara señal en el Evangelio de Juan de que Jesús enseñó la reencarnación cuando hablaba íntimamente con sus discípulos. Pues sólo se puede dar sentido al capítulo noveno, Curación de un ciego de nacimiento en sábado, si se toma como base la doctrina de la reencarnación. Hay que recordar que hablaba en el idioma que era común en la época. No era costumbre en la Grecia de entonces hablar de otra cosa que no fuera la fuerza que impregna al hombre en lo más íntimo de su ser y lo hace avanzar en lo más íntimo de su ser. Esa fuerza que forma y desarrolla al hombre: ese era el Dios para los griegos, y también para todos los pueblos de aquella época. En aquellos tiempos aún no se conocía un Dios meramente externo, un Dios en el más allá. Por eso, ante todo, se hablaba de lo que vive en el hombre como el Dios en el hombre. Así pues, cuando hablamos del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, nos referimos al ser superior. Sólo se puede entender el Antiguo Testamento si se sabe que a Dios hay que entenderlo así. Jesús habla también del Dios que vive en el hombre cuando se dirige íntimamente a sus discípulos: "Sus discípulos le preguntaron diciendo: Maestro, ¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús respondió: "Ni él, ni sus padres pecaron, sino que en él se ha manifestado la obra de Dios."

Estas tres frases hablan con suficiente claridad. No ha pecado, es decir, la parte física no ha pecado, ni sus padres; por lo tanto no se aplica la ley judía de que Dios castiga los pecados de los padres hasta el enésimo miembro. Pero las obras de Dios en el hombre deben hacerse visibles, es decir, el yo en el hombre que pasa por todas las personificaciones. Las palabras que Jesús dirigió así a sus discípulos son de lo más claras. Ya conocen ustedes la interpretación ortodoxa. Piensen únicamente si alguien quisiera presuponer lo que se iba a decir aquí: La gloria de Dios debe revelarse en un ciego. Esto presupone que se habría organizado a alguien para que se quedara ciego para que Jesús pudiera curarlo, para que la gloria de Dios pudiera revelarse. <¿Es esto compatible con un cristianismo profundizado? No. Porque eso degradaría el cristianismo en un sentido moral. Interpretada teosóficamente, esta imagen tiene un significado grande, bello y maravilloso.

Este era siempre el caso cuando Jesús hablaba íntimamente con los discípulos. Que este era el caso se revela sobre todo en una escena que llamamos la escena de la transfiguración. Pero no se encuentra en el Evangelio de Juan. Esta escena de la transfiguración la encuentran en Mateo en el capítulo diecisiete, en Marcos en el capítulo nueve; no la encontramos en Juan. Lo único que encontramos en Juan que podría referirse a ella es el pasaje del capítulo duodécimo, versículo 28: "Padre, glorifica tu nombre". Entonces vino una voz del cielo: "Yo lo he glorificado y lo glorificaré otra vez". Y de nuevo, versículo 31: "Ahora viene el juicio sobre el mundo; ahora será expulsado el príncipe de este mundo. Y yo, cuando haya ascendido de la tierra, atraeré a todos hacia mí". Pero dijo esto para dar a entender de que moriría. Entonces la gente le respondió: "Hemos oído en la Ley que Cristo permanece para siempre; ¿y cómo dices tú que es necesario que el Hijo del hombre suba al cielo? ¿Quién es ese Hijo del hombre? Entonces Jesús les dijo La luz todavía permanecerá un poco de tiempo entre vosotros. Caminad mientras tengáis la luz, no sea que os alcancen las tinieblas. El que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Creed en la luz mientras la tenéis, para que seáis hijos de la luz."

La escena de la transfiguración se encuentra en todos los evangelistas, menos en Juan. Esto nos llevará a profundizar en esta escena. Seamos muy claros sobre el significado de la escena de la transfiguración. ¿Qué ocurre allí? Jesús va con tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, a la montaña, es decir, al santuario interior, donde uno es iniciado en los mundos superiores, donde se habla en lenguaje oculto. Cuando se dice: El Maestro subió a la montaña con sus discípulos, significa que fue al lugar donde les interpretó la parábola. Los discípulos fueron arrebatados a un estado superior de conciencia. En ese estado ven lo que no es transitorio, sino lo eterno en él. Aparecen Moisés y Elías, y el propio Jesús entre ellos. ¿Qué significa esto? En la ciencia secreta la palabra Elías significa lo mismo que EL: la meta, el camino. Moisés es la palabra científica secreta para la verdad. Así que cuando Elías, Moisés y Jesús aparecen en el centro, se tiene la verdad cristiana original: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Jesús mismo dice que esta es una verdad mística cristiana original: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".

Todo esto se basa en que aquí se muestra lo eterno en contraste con lo temporal, que los discípulos ven en un mundo que está más allá de este mundo. Después le dijeron al Maestro: "Todo esto sólo sucederá cuando Elías haya regresado.

Por eso le hablaron como si fuera evidente que existe una reencarnación, tal como se discute la doctrina de la reencarnación en varios pasajes del Evangelio. Juan pregunta: ¿Eres tú el Elías resucitado? Entonces el Maestro le dice: "Elías ha vuelto". Juan el Bautista es Elías. "Sólo que la gente no lo ha reconocido". "Pero no se lo digas a nadie hasta que yo regrese." Aquí está expresada la verdad general, sabia y religiosa de la reencarnación en una conversación íntima entre el maestro y su discípulo. Al mismo tiempo, se utiliza como una especie de testamento: No se lo digas a nadie hasta que yo regrese. Este regresar apunta a un tiempo muy posterior, al tiempo en que todas las personas reconocerán al Cristo a través de su conocimiento superior. Cuando ese sea el caso, entonces él reaparecerá ante ellos.

Este tiempo está siendo preparado por la cosmovisión teosófica. El Cristo reaparecerá en el mundo. Para este tiempo, sin embargo, la doctrina de la reencarnación y el karma debe ser salvada como una enseñanza popular. Ahora, sin embargo, la gente no debe saber nada de la doctrina de la reencarnación y el karma; esto debe hacer que tomen la vida entre el nacimiento y la muerte como algo especialmente valioso e importante. Todas las etapas de la experiencia vital deben ser atravesadas por las personas. Hasta la época de Cristo, la gente hablaba generalmente de reincorporación. La vida entre el nacimiento y la muerte era sólo un episodio temporal. Ahora, sin embargo, el hombre debe aprender a considerar esta vida aquí en la tierra como algo importante. Un desarrollo radical de esta enseñanza fue la doctrina del castigo eterno y la recompensa eterna. Esta es una formulación muy radical. Lo que importaba era que cada individualidad humana, cada dios humano, pasara por una encarnación en la que no supiera nada de reencarnación y karma, por una encarnación en la que reconociera la vida entre el nacimiento y la muerte como eminentemente importante.

Si revisan ustedes los libros teosóficos, encontrarán que el tiempo entre dos encarnaciones es de quince a dieciocho siglos. Este es aproximadamente el tiempo entre el nacimiento de Jesús y nuestro tiempo. Los que vivieron en esa época están reapareciendo ahora. Así que ahora pueden retomar la nueva enseñanza. Por lo tanto, la visión teosófica del mundo es preparada en el Monte Tabor por Cristo Jesús. Cuando observamos la historia del mundo a gran escala, no debemos creer que se trata de que podamos criticar la verdad y la falsedad. No puede tratarse de lo que es absolutamente verdadero y absolutamente falso, sino de lo que es provechoso para las personas. Si yo estuviera sentado aquí con un grupo de niños de no más de diez años y les estuviera enseñando matemáticas, lo que estaría enseñando sería verdad y, sin embargo, sería inadecuado. Debo dar a los hombres lo que es provechoso para los hombres para una cierta época de desarrollo. Por lo tanto, no es correcto que nosotros, los que vivimos después, apliquemos una norma y digamos que el cristianismo ha enseñado falsedad. No, para conquistar el plano físico, había que tomarse en serio la vida única. Ciertamente, los sacerdotes caldeos trajeron a la existencia grandes verdades espirituales. Ellos trajeron un inmenso conocimiento del mundo espiritual, pero vivían con las herramientas más primitivas, sin el conocimiento de las fuerzas cotidianas de la naturaleza. Primero había que conquistar el plano físico. Para ello, todo el mundo emocional tenía que estar en sintonía. El cristianismo tenia que preparar a la humanidad para conquistar el mundo físico. Esto fue determinado por ley, este es el testamento del Monte Tabor. Por tanto, lo que subyace a este testamento conlleva algo maravilloso.

Quien profundice descubrirá todo tipo de cosas. Si queremos comprender documentos religiosos que proceden de épocas que no pensaban de forma materialista, sino que tenían un conocimiento real de la vida espiritual, debemos saber que la forma de pensar era muy diferente, que el hombre, cuando hablaba del hombre, hablaba de una forma muy distinta.

Ahora debo decirles algo que es fácil para la mente, pero difícil de captar para el alma de la gente de hoy. En aquel tiempo, cuando nació el Evangelio, eran los albores del cristianismo. En aquel tiempo la gente todavía usaba nombres, como lo describiré ahora. El organismo físico no era tratado entonces. Un hombre de aquella época siempre veía lo espiritual, lo superior, a través del organismo físico. No percibía un nombre tal como lo aplicamos hoy, sino que se le daba un nombre lleno de significado. Piensen en alguien que se llamara Santiago -(Sant Jacob). Jacobo significa en realidad agua. El agua es el término científico secreto para el alma, así que cuando llamo a alguien Jacobo, estoy diciendo que el elemento alma brilla a través de su cuerpo. De esta forma le estoy describiendo significativamente como perteneciente al agua. Así que cuando doy este nombre Santiago a un iniciado, simboliza el agua (hebreo = Jam). Jacobo no es otra cosa que el nombre científico de un iniciado que ha dominado el poder del agua oculta en particular.

Los tres discípulos que fueron llevados al monte Tabor, fueron designados por sus nombres iniciáticos: Santiago significa el agua (hebreo = Jam), Pedro significa la tierra la roca (hebreo = Jabbashah), Juan significa el aire (hebreo = Ruach). Por lo tanto "Juan" denota al que ha llegado al yo superior. Esto les introduce a ustedes a lo profundo de la doctrina secreta. Trasládense al tiempo en que la gente sólo tenía los principios inferiores, es decir, a la tercera raza raíz, al período Lemúrico de la tierra. En aquel período la gente todavía no respiraba aire, sino a través de branquias. Los pulmones no se desarrollaron hasta más tarde y con ellos la respiración pulmonar. Este proceso coincide con la fecundación por el yo superior. El aire no es otra cosa que, según el principio hermético, lo inferior para lo superior, para el yo superior. Si describo a alguien como Juan, entonces es alguien que ha llevado al yo superior al despertar, alguien que ha dominado los poderes ocultos del aire. Jesús es aquel que domina los poderes ocultos del fuego (Nur). Así que en los cuatro nombres tenemos a los representantes de la tierra, el agua, el aire y el fuego. Estos son los nombres de los cuatro que suben al monte Tabor.


Imagínense a estos cuatro juntos en el Monte de la Transfiguración, entonces tienen al mismo tiempo a los iniciados que controlan los cuatro elementos, los maestros de los cuatro elementos: Fuego, Agua, Aire, Tierra. ¿Qué sucede en ese momento? En ese momento se dio la prueba espiritual de que a través de la aparición de Jesús todo el poder de los elementos se renueva de tal manera que la vida que pulsa a través de los elementos pasa por un nuevo e importante punto en su desarrollo. 

Esto es la transfiguración desde el ocultismo. Ahora bien, si alguien experimenta la transfiguración de esta manera, es decir, que tiene en sí las etapas del agua, la tierra y el aire y asciende a las potencias del fuego, entonces es un resucitado, un crucificado. Por lo tanto, en los otros evangelistas esta escena no es más que una preparación para la verdadera escena de iniciación más profunda, la crucifixión propiamente dicha. En cambio, en el evangelio de Juan todo parece preparado. No aparece en absoluto la escena preparatoria, sino la muerte en el monte Gólgota. Jam Nur Ruach Jabbaschah = INRI ése es el significado de las palabras escritas en la cruz.

Por eso se puede profundizar más y más en ella, y nunca te quedarás sin aprender algo de las escrituras religiosas. A veces, cuando oyen algo así, parece una explicación forzada. Pero cada paso que den para profundizar en ella les dará la prueba de que no es algo forzado. Especialmente con las explicaciones triviales verán que la "profundidad" está siendo rechazada a la fuerza. Pero la profundidad está en estos escritos. Los que saben algo siempre pueden decirse a sí mismos: probablemente hay mucho más, todavía me queda mucho por aprender. Ésa es la reverencia que podemos mostrar a los escritos religiosos.

Esta reverencia es la mejor, ya que entonces se convierte en la fuerza que obtenemos de las profundidades. Sólo puedo señalar una frase importante. Se encuentra en el Evangelio de Juan, capítulo diecinueve, versículo 33: "Pero cuando llegaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas Porque estas cosas sucedieron", dice luego en el versículo 36, "para que se cumpliera la Escritura: No le quebraréis la pierna". Se sabe que esto recuerda un pasaje de Moisés. Incluso allí, correctamente entendido, tiene un profundo significado. Me gustaría explicar brevemente este pasaje, que es profundamente simbólico.

Si examinan nuestro mundo en su totalidad, se darán cuenta de que el hombre, tal como está ahora encarnado en la carne, no tiene inicialmente ningún poder sobre la vida ni sobre lo que está por encima de la vida. Lo que él controla es la fuerza sin vida, la fuerza inorgánica. El hombre no puede hacer crecer una planta, ni puede hacerla crecer más rápido. Primero tendría que adquirir los poderes ocultos para hacerlo. Ciertamente, no es capaz de ejercer dominio sobre aquello que es aún más elevado que la fuerza vital. Lo que el hombre puede controlar es el mundo inanimado exterior. Allí ejerce su dominio en las obras de la vida cotidiana, en los materiales que le da la naturaleza. Crea obras de arte, imágenes del Altísimo, pero no puede insuflarles vida. Sólo puede recrear la vida. Sólo puede despertar la idea de vida en lo inerte, incluso en las obras de arte cristianas más elevadas. Esto es así porque el hombre ha rodeado su poder astral y etérico con el cuerpo físico sólido y denso. Esto le ha dado esta relación con el entorno externo, que sólo es dueño de lo sin vida. El hombre debe servirse de sus propias herramientas físicas, y éstas sólo son dueñas de lo inanimado. Tendrían que ser despertados los poderes superiores, que no están ligados a lo físico, y entonces el hombre volvería a ser amo de la vida. Las personas pueden llegar a ser dueñas de las fuerzas físicas, pero no de la vida misma.

Esto tiene que ver con el hecho de que el cuerpo del hombre era antes blando y flexible, pero ahora se ha vuelto cada vez más firme. Si retroceden en la evolución, verán que el hombre se ha vuelto muy diferente. El sistema óseo aún no estaba presente en el período Lemúrico. Sólo se desarrolló más tarde. Así que el sistema óseo es lo último que apareció en el organismo humano. Permanecerá con el hombre hasta que se haya espiritualizado de nuevo, hasta que él nuevamente haya despertado las fuerzas internas y aprendido la lección que tiene que pasar en su cuerpo, que ha sido compactado hasta el sistema óseo. Cristo Jesús en su misión cósmica es el espíritu que se encarna en tal cuerpo para mostrar a las personas el camino de salida de este mundo hacia un mundo superior. Él es el guía, el sabio hacia ese mundo superior. Aquello que ha de hallar su camino hacia este mundo superior está simbolizado en lo sólido, en el esqueleto del ser humano. Cuando el hombre era todavía diferente, no había avanzado tanto hasta el sistema óseo sólido, no necesitaba un Mesías. Pero precisamente para esta época necesita al Mesías, al Salvador.

Por lo tanto está claro que para la raza humana actual las fuerzas que en Jesús están conectadas con el mundo superior no entran en consideración. El modo de expresarlo es ahora esto, a lo que se llama el esqueleto = lo exterior, agua = cuerpo etérico, sangre = cuerpo astral, y luego espíritu. Por eso se puede leer en Juan: Hay tres que dan testimonio: sangre, agua y espíritu. Por lo tanto la sangre y el agua pueden salir del cuerpo de Cristo. Estos no son relevantes para el presente ciclo humano. Por otro lado, lo que debe sostener el todo, lo que debe llevar al hombre hasta el trono de lo Eterno, en lo que necesita para aprender la lección para conservarse íntegro. Este es el esqueleto, el símbolo de lo sin vida en la naturaleza. Esto ha unido ahora al Cristo con el ciclo humano actual a través del sistema óseo. Es lo que debe mantenerse unido hasta el momento en que la humanidad haya alcanzado las etapas superiores. Todavía podríamos rastrearlo hasta el pasaje correspondiente en los Libros de Moisés. Pero eso puede hacerse en otra ocasión.

Hoy quería añadir algo que les habrá mostrado que el Evangelio de Juan es inagotable y cuán lleno está de fuerza y ​​de vida. A medida que lo asimilamos y lo absorbemos, nos da fuerza y ​​vida. Es por eso que este evangelio es la escritura principal para aquellos que desean penetrar cada vez más profundamente en el cristianismo teosófico. Si la teosofía ha de funcionar para el cristianismo, es sobre todo de ahí de donde debe partir. Pero es evidente que si tuviera que explicarles el Evangelio de Juan en su totalidad, tendría que emplear todo el invierno. Debería tomarlo frase por frase y entonces verían cuán profundas son las palabras atribuidas a Juan, es decir, a aquel cuyo mismo nombre indica que es un heraldo del yo superior. Es el representante del aire y señor de las fuerzas superiores, quien, desde la percepción del yo superior, escribió su Evangelio según San Juan.

Sería vano e inútil intentar desentrañar o criticar el Evangelio de Juan con las facultades del sentido común. En nuestro tiempo, el intelecto celebra grandes triunfos, pero el Evangelio de Juan no fue escrito para el intelecto. Sólo aquellos que han superado la mente inferior y pueden conducirla a las alturas del poder espiritual, como hizo Juan, pueden comprender también el Evangelio de Juan. Lo correcto no será que la Teosofía se decida a iniciar una crítica intelectual del Evangelio de Juan, sino que se sumerja completamente en sus profundidades para comprenderlo por sí misma. Entonces veremos que del Evangelio de Juan puede surgir para nosotros un nuevo espíritu del cristianismo, no sólo el espíritu del pasado, sino de un cristianismo futuro, y sentiremos algo de las profundas verdades de una de las más bellas y significativas de las máximas cristianas, que es mostrarnos de boca del Creador mismo del cristianismo que el cristianismo no es algo que haya vivido en el pasado, sino que el mismo poder vive todavía, pues es verdad lo que dijo el Cristo: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."

Traducido por J.Luelmo abr.2024

GA059 Berlín, 3 de febrero de 1910 - La risa y el llanto

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

 LA RISA Y EL LLANTO

RUDOLF STEINER



XI conferencia

Berlín, 3 de febrero de 1910

En un ciclo de conferencias sobre hechos espirituales-científicos, a algunos les podría parecer que el tema que se va a tratar hoy es insignificante. Sin embargo, esto es a menudo un error de tales consideraciones, que se abren camino hacia los reinos superiores de la existencia, el que los detalles de la vida, las realidades inmediatas cotidianas sean descuidadas por los observadores. En general, a la gente le gusta cuando en conferencias de este tipo se habla de la infinitud o finitud de la vida, de las cualidades más elevadas del alma, de las grandes cuestiones del mundo y de la evolución humana, -y tal vez de cosas aún más elevadas-; y a la gente no le gusta verse envuelta en las llamadas cosas cotidianas, como son, al menos aparentemente, las que han de ocuparnos hoy. Sin embargo, quien intente penetrar en los reinos de la vida espiritual por el camino descrito en estas conferencias, se convencerá cada vez más de que precisamente el avance tranquilo paso a paso, -desde los ámbitos más conocidos a los menos conocidos-, es muy beneficioso. Por cierto, ya se puede ver en el recuerdo de muchos fenómenos que los espíritus más importantes de la humanidad, que la conciencia de la humanidad en general, no ve en lo que suele llamarse risa y llanto algo meramente corriente. 

Además, podemos recurrir a muchos ejemplos para demostrar que hombres eminentes no han considerado en absoluto la risa y el llanto como algo meramente común. Al fin y al cabo, la conciencia que se alcanza en las leyendas y las grandes tradiciones de la humanidad, -a menudo mucho más sabia que la conciencia humana individual-, dotó al gran Zaratustra, que tan inmensa importancia adquirió para la cultura oriental, de la famosa "sonrisa de Zaratustra"; para esta conciencia fue especialmente significativo que este gran espíritu viniera sonriendo al mundo. Y con un profundo conocimiento de la historia del mundo, la tradición añade que a causa de esta sonrisa todas las criaturas del mundo se regocijaron, mientras que los espíritus malignos y los adversarios de todas las partes de la tierra huyeron de él.

Si pasamos de estas leyendas y tradiciones a las obras de un solo gran genio, bien podríamos recordar la figura de Fausto, en la que Goethe vertió tantos de sus propios sentimientos e ideas. Cuando Fausto, desesperado de toda existencia, está a punto de suicidarse, oye sonar las campanas de Pascua y llora: "Goethe utiliza las lágrimas para simbolizar el estado de ánimo que permite a Fausto, tras haber experimentado la más amarga desesperación, volver a encontrar su camino en el mundo.

Así podemos ver, si sólo pensamos en ello, que la risa y el llanto están relacionados con cosas de gran importancia. Pero especular sobre la naturaleza del espíritu es más fácil que buscar el espíritu allí donde se revela en el mundo que nos rodea. Y podemos encontrar el espíritu, -y el espíritu humano en primer lugar-, precisamente en esos gestos del alma que llamamos risa y llanto. Estos gestos sólo pueden comprenderse si los consideramos como expresiones de la vida espiritual interior de una persona. Pero para ello no sólo debemos aceptar al hombre como ser espiritual, sino también comprenderlo. Todas las conferencias de nuestra serie de invierno están dedicadas a esta tarea. Por lo tanto, ahora sólo necesitamos echar un vistazo al ser del hombre tal como lo ve la ciencia espiritual. Pero ésa es la base sobre la que debemos construir si queremos comprender la risa y el llanto.

Hemos visto que el hombre, cuando lo observamos en su integridad, posee un cuerpo físico, que tiene en común con el reino mineral; un cuerpo etérico o vital, que tiene en común con las plantas; y un cuerpo astral que tiene en común con el reino animal. El cuerpo astral es el portador del placer y del dolor, de la alegría y de la tristeza, del terror y del asombro, y también de todas las ideas que entran y salen de su alma desde que se despierta hasta que se duerme. Estas son las tres envolturas externas del hombre y dentro de ellas vive el yo que lo convierte en la corona de la creación. El yo trabaja en la vida anímica sobre sus tres componentes, el alma sensible, el alma racional y el alma consciente, y hemos visto cómo actúa con el fin de acercar al hombre cada vez más a la plenitud.

¿Cuál es entonces la base de las actividades del yo dentro del alma humana? Veamos algunos ejemplos de su comportamiento.

Supongamos que el yo, el centro más profundo de la vida espiritual del hombre, se encuentra con algún objeto o ser del mundo exterior. El yo no permanece indiferente ante el objeto o el ser, sino que se expresa de algún modo y experimenta algo interiormente, según que el encuentro le agrade o le desagrade. El yo puede alegrarse por algún acontecimiento o caer en la más profunda tristeza; puede retroceder aterrorizado, o puede contemplar o abrazar amorosamente la fuente del acontecimiento. Y el yo también puede tener la experiencia de comprender o no comprender lo que sea que esté implicado.

De nuestra observación de las actividades del yo entre la vigilia y el dormirse podemos ver cómo intenta ponerse en armonía con el mundo externo. Si alguna entidad nos agrada y nos hace sentir que aquí tenemos algo que nos calienta, tejemos un vínculo con ella; algo de nosotros mismos se conecta con ella. Eso es lo que hacemos con todo nuestro entorno. Durante toda nuestra vida de vigilia nos ocupamos, en lo que respecta a nuestros procesos anímicos internos, de crear armonía entre nuestro yo y el resto del mundo. Las experiencias que nos llegan a través de objetos o seres del mundo exterior y que se reflejan en nuestra vida anímica, actúan sobre los tres constituyentes del alma donde habita el yo, pero también sobre los cuerpos astral, etérico y físico. Ya hemos dado varios ejemplos de cómo la relación que establece el Yo entre sí y cualquier objeto o ser no sólo agita las emociones del cuerpo astral y corrige las corrientes y movimientos del cuerpo etérico, sino que afecta también al cuerpo físico. ¿Quién no ha notado cómo alguien se pone pálido cuando se acerca algo que le asusta? Esto significa que el vínculo formado por el yo entre sí mismo y la entidad aterradora actúa en el cuerpo físico y afecta al flujo de la sangre, de modo que la persona en cuestión se pone pálida.

Hemos mencionado también un efecto contrario, el sonrojo de la vergüenza. Cuando sentimos que nuestra relación con alguien de nuestro entorno es tal que nos gustaría desaparecer por un momento, la sangre se nos sube a la cara. Aquí tenemos dos ejemplos de una influencia definitiva sobre la sangre causada por la relación del yo con el mundo exterior. Se podrían dar muchos otros ejemplos de cómo se expresa el yo en los cuerpos astral, etérico y físico.

Esta búsqueda por parte del yo de armonía, o de una relación definida entre él y su entorno, tiene ciertas consecuencias. En algunos casos podemos sentir que hemos establecido una relación correcta entre el yo y el objeto o de un ser. Incluso aunque tengamos buenas razones para sentir miedo de un ser, nuestro yo puede sentir que ha estado en armonía con su entorno, incluido el propio miedo, aunque puede que no seamos capaces de verlo bajo esa luz hasta más tarde.

Cuando el yo ha estado intentando comprender ciertas cosas del mundo exterior y finalmente lo consigue, se siente especialmente en sintonía con su entorno. Entonces se siente unido a esas cosas, como si ellas hubieran salido de sí mismo y se hubiera sumergido en ellas, y puede sentirse correctamente relacionado con ellas. O puede ser que el yo conviva con otras personas en una relación afectuosa: entonces se siente feliz y satisfecho y en armonía con su entorno. Estos sentimientos de satisfacción pasan entonces a sus cuerpos astral y etérico.

Sin embargo, es posible que el yo no consiga establecer esta armonía y, por lo tanto, no alcance lo que podríamos llamar, en cierto sentido, lo normal. Entonces puede hallarse en una situación difícil. Supongamos que el yo se encuentra con algún objeto o ser que no puede comprender; supongamos que intenta en vano hallar una relación correcta con esta entidad; sin embargo, tiene que adoptar una actitud definida hacia ella. Un ejemplo concreto: supongamos que nos encontramos en el mundo exterior con un ser que no queremos comprender, porque parece que no vale la pena que nuestro yo penetre en su naturaleza; sentimos que hacerlo significaría renunciar demasiado a nuestra propia fuerza de conocimiento y comprensión. En tal caso tenemos que levantar una especie de barrera contra él para mantenernos libres de él. Al apartar nuestras fuerzas de él, nos hacemos conscientes de él, a la vez que aumentamos nuestra propia autoconciencia. El sentimiento que nos invade entonces es de liberación.

Cuando esto ocurre, la observación clarividente puede ver cómo el yo aparta al cuerpo astral de las impresiones que el entorno o el ser puedan hacer sobre él. Por supuesto, dichas impresiones se producirán en nuestro cuerpo físico, a menos que cerremos los ojos o nos tapemos los oídos. El cuerpo físico está menos bajo nuestro control que el astral, por lo que retiramos el astral del físico y así lo salvamos de ser tocado por las impresiones del mundo exterior. Esta retirada del cuerpo astral, que de otro modo emplearía su energía en el cuerpo físico, aparece a la observación clarividente como si se expandiera el astral, como si en el momento de su liberación se extendiera. Cuando nos elevamos por encima de un ser, hacemos que nuestro cuerpo astral se expanda a semejanza de una sustancia elástica: relajamos su tensión normal. Al hacerlo, nos liberamos de cualquier vínculo con el ser del que deseamos alejarnos. Nos replegamos en nosotros mismos, por así decirlo, y nos elevamos por encima de toda la situación. Todo lo que ocurre en el cuerpo astral se expresa en el físico, y la expresión física de esta expansión del cuerpo astral es la risa o la sonrisa.

Estos gestos faciales, en consecuencia, indican que nos elevamos por encima de lo que sucede a nuestro alrededor porque no queremos aplicar nuestra comprensión a ello y, desde nuestro punto de vista, tenemos razón en no hacerlo. Por tanto, se puede decir que cualquier cosa que no queramos comprender provocará una expansión de nuestro cuerpo astral y, por tanto, dará lugar a la risa. Los periódicos satíricos suelen representar a los hombres públicos con cabezas enormes y cuerpos diminutos, lo cual es una manera de expresar grotescamente la importancia de estos hombres para su época. Intentar dar sentido a esto sería inútil, porque no hay ninguna ley que pueda unir una cabeza enorme con un cuerpo diminuto. Cualquier intento de aplicarle nuestra razón sería un derroche de energía y poder mental. Lo único satisfactorio es elevarnos por encima de la impresión que causa en nuestro cuerpo físico, liberarnos en el ego y expandir el cuerpo astral. Pues lo que el yo experimenta se transmite en primer lugar al cuerpo astral, y el gesto facial correspondiente es la risa.

Sin embargo, puede ocurrir que la relación con nuestro entorno no sea la que nuestra alma necesita. Supongamos que durante mucho tiempo hemos amado a alguien que no sólo está estrechamente relacionado con nuestra vida cotidiana, sino que está asociado a determinadas experiencias del alma que surgen de este estrecho vínculo. Supongamos que esa persona nos es arrebatada durante un tiempo. Con esa pérdida, una parte de nuestras experiencias anímicas se desgarra; se rompe un vínculo entre nosotros y ese ser del mundo exterior. Debido a la condición creada por nuestra relación con esta otra persona, nuestra alma tiene una buena razón para sufrir por esta ruptura de un vínculo que ha apreciado durante mucho tiempo. Algo es arrancado del yo, y el efecto sobre el yo pasa al cuerpo astral. Como en este caso se arranca algo del astral, éste se contrae: o, más exactamente, el yo oprime el cuerpo astral.

Esto siempre puede observarse clarividentemente cuando una persona sufre dolor o pena por alguna pérdida. Así como el cuerpo astral expandido pierde tensión y crea en el cuerpo físico el gesto de reír o sonreír, un cuerpo astral contraído penetra más profundamente en todas las fuerzas del cuerpo físico y ambos se contraen al unisonó. La manifestación corporal de esta contracción es un flujo de lágrimas. El cuerpo astral, al haber quedado, por así decirlo, con lagunas, quiere llenarlas contrayéndose, al tiempo que utiliza sustancias de su entorno. Al hacerlo, también contrae el cuerpo físico y exprime las sustancias de este último en forma de lágrimas. ¿Qué son esas lágrimas?

El yo ha perdido algo en su dolor y privación. Está compungido, porque está empobrecido y siente su yoidad con menos fuerza de lo habitual, ya que la fuerza de este sentimiento está relacionada con la riqueza de sus experiencias en el mundo circundante. No sólo damos algo a quienes amamos, sino que al hacerlo enriquecemos nuestra propia alma. Y cuando las experiencias que nos da el amor nos son arrebatadas y el cuerpo astral se contrae, trata de recuperar mediante este compungirse las fuerzas que ha perdido. Como se siente empobrecido, trata de enriquecerse de nuevo. Las lágrimas no son un mero desahogo; son una especie de compensación para el yo afectado. Antes el yo se sentía enriquecido por el mundo exterior; ahora se siente reforzado por sí mismo al producir las lágrimas. Si alguien sufre un debilitamiento de la autoconciencia, intenta compensarlo impulsándose a un acto de creación interior, que se manifiesta en el flujo de lágrimas. Las lágrimas dan al yo una sensación subconsciente de bienestar; se restablece un cierto equilibrio. Todos ustedes saben que, cuando las personas se encuentran en el fondo del dolor y la miseria, encuentran consuelo, una especie de compensación, en las lágrimas. También sabrán que las personas que no pueden llorar encuentran la pena y el dolor mucho más difíciles de soportar.

Si el yo no puede lograr una relación satisfactoria con el mundo exterior, entonces se elevará a la libertad interior a través de la risa, o se hundirá en sí mismo para adquirir fuerzas después de una privación. Hemos visto que es el yo, el punto central del hombre, el que se expresa en la risa y en el llanto. De ahí que resulte fácil comprender que, en cierto sentido, el yo es una condición previa necesaria de la risa y el llanto.

Si observamos a un recién nacido, veremos que durante sus primeros días no puede reír ni llorar. La verdadera risa o llanto comienza sólo alrededor del 36º o 40º día. La razón es que, aunque en el niño vive un yo de una encarnación anterior, no trata inmediatamente de relacionarse con el mundo exterior. Un ser humano es colocado en el mundo de tal manera que se construye desde dos lados. Por un lado, obtiene todos los atributos y facilidades adquiridos por herencia del padre, la madre, el abuelo, etcétera. Todo esto lo trabaja la individualidad, el yo que va de vida en vida, llevando consigo sus propias cualidades anímicas. Cuando un niño entra en la existencia al nacer, al principio sólo vemos una fisonomía indefinida, y también están bastante indefinidos los talentos, las capacidades y las características especiales que surgirán más adelante. Pero ahora podemos observar cómo el yo, con los poderes de desarrollo que ha traído de vidas anteriores, trabaja incesantemente sobre el organismo infantil y modifica los elementos heredados. Así, las cualidades heredadas se mezclan con las que pasan de una encarnación a otra.

Así es como el yo se activa en el niño, pero pasa algún tiempo antes de que éste pueda empezar a transformar el cuerpo y el alma. Durante sus primeros días, el niño sólo muestra sus características heredadas. El yo, mientras tanto, permanece profundamente oculto, esperando hasta que pueda imprimir en la fisonomía indefinida las cualidades que ha traído de vidas anteriores y que desarrollará de día en día y de año en año.

Antes de que el niño haya asumido el carácter individual que le corresponde, no puede expresar una relación con el mundo exterior mediante la risa o el llanto. Para ello es necesario el yo, la individualidad, que trata de ponerse en armonía con el mundo exterior. Sólo el yo puede expresarse mediante la risa o el llanto. Por eso, cuando hablamos de la risa y el llanto, nos referimos a la espiritualidad más profunda e interior del hombre.

Aquellos que se niegan a admitir cualquier distinción real entre hombres y animales tratarán, por supuesto, de encontrar analogías con la risa y el llanto en el reino animal. Pero cualquiera que entienda estas cosas correctamente estará de acuerdo con el poeta alemán que dice que los animales sólo pueden aullar como mucho, nunca llorar; pueden mostrar los dientes en una mueca, pero nunca sonreír. Aquí reside una profunda verdad que podemos expresar con palabras diciendo que el animal no se eleva al yo individual que habita en todo ser humano. El animal se rige por leyes que parecen asemejarse a las del yo humano, pero que permanecen externas al animal durante toda su vida. Ya se ha mencionado aquí esta diferencia esencial entre los seres humanos y los animales, y se ha dicho que el objeto de nuestra atención en el animal, (el yo), está comprendido en la especie a la que pertenece. Por ejemplo, no hay diferencias tan grandes entre los leones y su progenie como las que podemos encontrar entre los padres humanos y sus crías. Las principales características de un animal son las de su tipo o especie. En el ámbito humano, cada persona tiene sus propias características individuales y su propia biografía, y esto es lo que nos concierne, mientras que en los animales es la historia de la especie. Ciertamente, hay muchos dueños de perros y gatos que creen que podrían escribir una biografía de su mascota, e incluso conocí a un maestro de escuela que ponía regularmente a sus alumnos a escribir la biografía de un bolígrafo. El hecho de que un pensamiento pueda aplicarse a cualquier cosa no es importante; lo que importa es que penetremos con nuestro entendimiento en la naturaleza esencial de un ser o de una cosa. La biografía individual es significativa para el hombre, pero no para los animales, pues lo esencial del hombre es la individualidad que perdura y se desarrolla de vida en vida, mientras que en los animales es la especie la que perdura y evoluciona.

En la ciencia espiritual, el elemento perdurable que determina a la especie se denomina alma grupal o yo grupal del animal, y lo consideramos una realidad. Así pues, decimos que el animal tiene su yo fuera de sí mismo. No negamos que el animal tenga un yo, sino que hablamos del yo grupal que dirige al animal desde fuera. Con el hombre, por el contrario, hablamos de un yo que penetra hasta lo más íntimo y dirige a cada ser humano desde dentro de tal manera que puede entrar en una relación personal con los seres de su entorno. Las relaciones que los animales establecen mediante la guía del yo grupal externo tienen un carácter genérico. Lo que a tal o cual animal le gusta u odia o teme es típico de su especie, modificado sólo en pequeños detalles entre los animales domésticos y los que conviven con el hombre. En los seres humanos, lo que una persona siente a modo de amor y odio, miedo, simpatía o antipatía en relación con su entorno surge de su yo individual. Por lo tanto, la relación especial por la que el hombre se libera de algo en su entorno y expresa su alivio en la risa, o, en el caso contrario, cuando busca una relación que no puede encontrar y expresa su frustración en lágrimas, todo esto sólo puede ocurrir en el hombre. Cuanto más se manifiesta la individualidad del niño por encima del nivel animal, más muestra su humanidad a través de la risa y el llanto.

Si queremos tener una visión verdadera de la vida, no debemos conceder una importancia primordial a hechos tan banales como las similitudes de huesos y músculos en hombres y animales o las semejanzas entre algunos otros órganos. Debemos buscar las características esenciales del hombre como evidencia de su estatus como el más elevado de los seres terrenales en aspectos más sutiles de su naturaleza. Si alguien no puede ver la importancia de hechos como la risa y las lágrimas para poner de manifiesto la diferencia entre hombres y animales, hay que decir: No se puede hacer nada para ayudar a una persona que no puede estar a la altura de los hechos que más importan para llegar a comprender al hombre en su espiritualidad.

Los hechos que estamos considerando ahora a la luz de la ciencia espiritual pueden iluminar ciertos hallazgos científicos, pero sólo si los hechos se sitúan en el contexto de un gran conjunto científico-espiritual. Si observamos a una persona riendo o llorando, podemos ver que se produce un cambio en el proceso respiratorio. Cuando la pena llega hasta las lágrimas, provocando una contracción del cuerpo astral y, por consiguiente, una contracción también del cuerpo físico, la inhalación se hace cada vez más corta y la exhalación cada vez más larga. En la risa ocurre lo contrario: la inhalación es larga y la exhalación corta. Cuando el cuerpo astral de una persona se relaja, y con él las partes más finas del cuerpo físico, la situación se asemeja a la de un espacio hueco del que se expulsa todo el aire e inmediatamente entra el aire exterior. En la risa se produce una especie de liberación de la corporeidad exterior, y entonces se aspira una larga bocanada de aire. En el llanto ocurre lo contrario. Apretamos el cuerpo astral y con él el físico, y la contracción provoca una exhalación en un largo tramo.

Aquí tenemos nuevamente un caso en el que una experiencia del alma es llevada por el yo en conexión con lo físico, hasta el cuerpo físico del hombre.

Si tomamos estos hechos fisiológicos, iluminarán maravillosamente un acontecimiento que está registrado simbólicamente en los antiguos registros religiosos de la humanidad. Recordarán ustedes el pasaje del Antiguo Testamento que relata cómo el hombre fue elevado a la categoría de ser humano pleno cuando Yahvé o Jehová insufló en él el aliento de vida y lo dotó así de un alma viviente. Ese es el momento en que el nacimiento del yo queda impreso en nuestra atención. Así, en el Antiguo Testamento, el proceso de respiración se muestra como una expresión del verdadero yo y se pone en relación con la cualidad anímica del hombre. Si luego recordamos que la risa y el llanto son una expresión única del yo humano, veremos de inmediato la íntima conexión entre el proceso respiratorio y la naturaleza anímica del hombre; y entonces, a la luz de este conocimiento, llegaremos a mirar los antiguos registros religiosos con la humildad que una comprensión tan profunda y verdadera debe infundir en nosotros.

Para la ciencia espiritual estos registros no son necesarios. Aunque todos ellos hubieran sido destruidos en una gran catástrofe, la investigación científico-espiritual dispone de los medios para descubrir por sí misma cuál es su origen. Pero cuando los hechos han sido determinados por este medio, y cuando más tarde se encuentra que los mismos hechos están inequívocamente representados en el lenguaje simbólico-pictórico de los antiguos registros, nuestra comprensión de los registros aumenta enormemente. Sentimos que deben provenir de clarividentes que sabían lo que el investigador científico-espiritual descubre: la visión espiritual se encuentra con la visión espiritual a través de miles de años, y a partir de este conocimiento adquirimos la actitud correcta hacia estos registros. Cuando se nos cuenta cómo Dios insufló su propio aliento viviente en el hombre, mediante el cual el hombre encontraría su propio yo morador, podemos ver a partir de nuestro estudio de la risa y las lágrimas cuán fiel a la naturaleza humana es este acontecimiento simbólicamente registrado.

Hay otro punto que mencionaré, pero sólo brevemente, o nos llevaría demasiado lejos. Alguien podría decirme: 

ha empezado usted por el lado equivocado, debería haber empezado por los hechos externos. El elemento espiritual debe buscarse allí donde aparece como un hecho puramente natural, por ejemplo, cuando a una persona le hacen cosquillas. Ese es el hecho más elemental de la risa. ¿Cómo conciliar eso con todas tus fantasías sobre la expansión del cuerpo astral y demás?

Pues bien, justamente en tal caso se produce una expansión del cuerpo astral, y todo lo que he descrito se cumple, aunque en un nivel inferior. Si alguien se hace cosquillas en la planta de los pies, sabe muy bien lo que ocurre y no se siente impulsado a reír. Pero si otra persona le hace cosquillas en la planta del pie, lo rechazará como una incursión ajena, que no se puede comprender racionalmente. Entonces su yo intentará elevarse por encima de ella, liberarse y liberar el cuerpo astral. Esta liberación del astral de un contacto inadecuado se expresa en la risa sin motivo. Eso significa precisamente una liberación, un rescate del yo en un nivel fundamental, del ataque que representa que nos hagan cosquillas en los pies.

Reírse de un chiste o de algo cómico está al mismo nivel. Nos reímos de un chiste porque la risa nos lleva a una relación correcta con él. Un chiste asocia cosas que en la vida seria se mantienen separadas; si la conexión entre ellas pudiera captarse lógicamente, no sería cómico. Un chiste establece relaciones que, -a menos que seamos de mente alocada-, no requieren comprensión, sino sólo una especie de juego. En cuanto nos sentimos dueños del juego, nos liberamos y nos elevamos por encima del contenido del chiste. Esta liberación, esta elevación por encima de algo, la encontraremos siempre cuando estalle la risa.

Pero este tipo de relación con el mundo exterior puede estar justificada o no. Puede que deseemos, con razón, liberarnos a través de la risa; o puede que nuestra propia mentalidad nos impida o nos haga incapaces de comprender lo que ocurre. La risa se derivará entonces de nuestras propias limitaciones, no de la naturaleza de las cosas. Esto es lo que ocurre cuando un ser humano no desarrollado se ríe de alguien porque no puede comprenderle. Si un ser humano no desarrollado no encuentra en otro las cualidades comunes o filisteas que él considera correctas y adecuadas, puede pensar que no necesita intentar comprender a la otra persona y entonces intenta liberarse, tal vez porque no quiere comprender. Así que puede convertirse fácilmente en un hábito liberarse a través de la risa en todas las ocasiones. En efecto, hay ciertas personas para las que es muy natural reírse y balar por todo, sin tratar nunca de entender nada; esponjan su astral y así están continuamente riéndose. O puede ocurrir que las actitudes que están de moda en la actualidad hagan parecer que algunos comportamientos cotidianos no merecen ningún intento de comprensión. Entonces la gente se permitirá una sonrisa, sintiéndose superior a esto o aquello. De ahí que la risa no siempre exprese un sentimiento de retraimiento justificado; el retraimiento también puede ser injustificado. Pero los hechos fundamentales relativos a la risa no se ven afectados en ninguno de los dos casos.

También puede ocurrir que alguien haga un uso calculado de esta forma de expresión humana. Pensemos en un orador que calcula el efecto que sus palabras tendrán en sus oyentes, estén o no de acuerdo con él. Ahora bien, puede estar justificado que se refiera a cosas tan triviales o tan por debajo del nivel de su audiencia que puedan describirse sin tejer ningún vínculo íntimo entre ellas y las almas de sus oyentes. De hecho, con ello puede ayudarles a liberarse de las trivialidades que rodean al tema que realmente quiere hacerles comprender. Pero también hay oradores que siempre quieren poner la risa de su parte. Les he oído decir: Si quiero ganar, debo estimular la risa, para tener a los que se ríen de mi parte; porque si alguien tiene a los que se ríen de su parte, su caso está prácticamente ganado. Eso puede surgir de una deshonestidad interna. Porque quien apela a la risa está evocando una respuesta que pretende elevar a sus oyentes por encima de algo. Pero si presenta el asunto de tal manera que sus oyentes no necesitan tratar de entenderlo, sino que pueden reírse de él sólo porque ha sido rebajado a un nivel en el que parece trivial, entonces está contando con la vanidad humana, aunque sus oyentes no sean conscientes de ello. De modo que se puede ver que este contar con la risa puede implicar cierta deshonestidad.

Del mismo modo, a veces es posible ganarse a la gente despertando en ellos los sentimientos de consuelo y bienestar que he descrito como asociados a las lágrimas. En tales casos, cuando una pérdida se le presenta a una persona sólo imaginariamente, puede entregarse al anhelo de algo que sabe que no puede encontrar. Al contraer su yo, siente que su yoidad se fortalece; y a menudo este tipo de apelación a las emociones es realmente una apelación al egoísmo humano. Por lo tanto, todas estas formas de apelación pueden ser groseramente mal utilizadas, porque el dolor y la pena, la burla y el desprecio, que pueden ir acompañados de lágrimas o risas, están todos relacionados con el fortalecimiento o la liberación del yo y, por lo tanto, con el egoísmo humano. Por lo tanto, cuando se hacen tales apelaciones, puede que se dirija a nuestro egoísmo, y es el egoísmo el que destruye los lazos entre hombre y hombre.

En otras conferencias hemos visto que el yo no sólo trabaja sobre el alma sensible, el alma racional y el alma consciente, sino que a través de este trabajo se fortalece a sí mismo y se acerca a la plenitud. Por lo tanto, podemos comprender fácilmente que la risa y el llanto pueden ser un medio por el cual el Yo puede educarse a sí mismo y fortalecer aún más sus poderes. No es de extrañar, pues, que entre las grandes fuentes de educación para el desarrollo humano se encuentren las creaciones dramáticas que estimulan las fuerzas del alma que encuentran su expresión en la risa y el llanto.

Nuestra experiencia del drama trágico tiene, de hecho, el efecto de comprimir el cuerpo astral y así impartir firmeza y cohesión interna al yo. La comedia expande el cuerpo astral, en la medida en que la persona se eleva por encima de locuras y coincidencias, liberando así al yo. De ahí que podamos ver cuán estrechamente relacionadas con el desarrollo humano están la tragedia y la comedia, cuando se presentan ante nuestras almas mediante creaciones artísticas.

Cualquiera que sepa observar la naturaleza humana en sus más mínimos detalles descubrirá que las experiencias cotidianas pueden llevarnos a comprender los hechos más grandes. Las producciones artísticas, por ejemplo, pueden hacernos ver que en la vida humana hay una especie de péndulo que oscila entre la risa y el llanto. El yo sólo puede progresar estando en movimiento. Si el péndulo estuviera en reposo, el yo no podría expandirse ni desarrollarse; sucumbiría a la muerte interior. Lo correcto para el desarrollo humano es que el yo pueda liberarse a través de la risa y, por otro lado, buscarse a sí mismo a través de las lágrimas. Ciertamente, debe encontrarse un equilibrio entre los dos polos: el yo sólo encontrará su plenitud en el equilibrio, nunca oscilando entre la exultación y la desesperación. Sólo se encontrará a sí mismo en el punto de reposo, que puede oscilar tan fácilmente hacia un extremo como hacia el otro.

El ser humano debe convertirse gradualmente en guía y líder de su propio desarrollo. Si comprendemos la risa y el llanto, podemos verlos como revelaciones del espíritu, pues el ser humano se vuelve transparente, por así decirlo, si sabemos cómo en la risa busca una expresión exterior de liberación interior, mientras que en el llanto experimenta un fortalecimiento interior después de que el yo haya sufrido una pérdida en el mundo exterior.

Ante la pregunta de ¿Qué es fundamentalmente la risa?, podemos responder: Es una expresión espiritual del esfuerzo del hombre por liberarse, para no enredarse en cosas indignas de él, sino elevarse con una sonrisa por encima de cosas a las que nunca debería esclavizarse. Del mismo modo, las lágrimas son una expresión del hecho de que cuando se ha roto el hilo que le unía a alguien en el mundo exterior, sigue buscando ese vínculo en medio de sus lágrimas. Cuando fortalece su yo mediante el llanto, se está diciendo a sí mismo: "Pertenezco al mundo y el mundo me pertenece a mí, porque no puedo soportar que me separen de él".

Ahora por fin podemos comprender cómo esta liberación, que se eleva por encima de todo lo bajo y malo, pudo expresarse en la "sonrisa de Zaratustra", ante la cual todas las criaturas de la tierra se llenaron de júbilo, mientras los espíritus del mal huían. Esa sonrisa es el símbolo en la historia del mundo de la elevación espiritual del yo por encima de todo lo que podría estrangularlo. Y si el yo llega a una ocasión en que siente que la existencia no vale nada y que no quiere tener más que ver con el mundo, y si entonces surge en el alma un poder que impulsa al yo a afirmar: "El mundo me pertenece a mí y yo al mundo", entonces este sentimiento se traduce en la frase de Goethe: "Las lágrimas brotan: ¡la tierra me abraza de nuevo!".

Estas palabras dan voz a la convicción de que no podemos aislarnos de la tierra y que incluso en nuestras lágrimas afirmamos nuestra íntima conexión con el mundo en el mismo momento en que parece que nos lo arrebatan. Y para esta afirmación hay una justificación en los profundos secretos del mundo.

Por las lágrimas de su rostro, al ser humano le es dado a conocer su conexión con el mundo y por la sonrisa de su semblante, su liberación de todo lo vil.

Traducido por J.Luelmo abr.2024