GA204 Dornach 3 de abril de 1921 Errores en el mero pensamiento y errores arraigados en la actualidad

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RUDOLF STEINER

PERSPECTIVA DE DESARROLLO DE LA HUMANIDAD

EL MATERIALISMO Y LA TAREA DE LA ANTROPOSOFÍA


Dornach 3 de abril de 1921

Errores en el mero pensamiento y errores arraigados en la actualidad. Estos últimos, por ejemplo el materialismo teórico, pueden tener un lado beneficioso para la humanidad. Las fuerzas estructurales de la cabeza se reconocen por la imaginación; las del sistema rítmico por la inspiración, las del sistema metabólico por la intuición. La naturaleza de la imaginación; la esencia del pensamiento reflexivo; la percepción objetiva. El conocimiento y la muerte.

Antes de comenzar, permítanme subrayar que esta conferencia no forma parte de la secuencia de conferencias presentadas en el contexto de los cursos, sino que en cierto sentido pretende relacionarse con lo que expuse ayer por la tarde. Allí nos ocupamos de estudiar esa forma particular de desarrollo dentro de la evolución histórica de la humanidad que se produjo a mediados y también en la segunda mitad del siglo XIX; el impulso evolutivo del materialismo. Dije que en estas consideraciones nuestra atención no debía dirigirse tanto al materialismo en general, que exige otros puntos de vista, sino al materialismo teórico, al materialismo como visión del mundo. Llamé la atención sobre el hecho de que este materialismo debe ser confrontado con una mente suficientemente crítica, pero que, por otra parte, el materialismo ha sido una fase necesaria de la evolución en la historia de la humanidad.


No podemos hablar simplemente de rechazarlo y decir que es una aberración; el materialismo debe ser comprendido. Pues lo uno no excluye lo otro. Especialmente en estas reflexiones es importante ampliar el ámbito de los pensamientos relacionados con la verdad y el error más allá de lo que es habitual. Generalmente se dice que en la vida lógica de los pensamientos es posible errar o encontrar la verdad. Lo que no se menciona es que, en determinadas circunstancias, la mirada que lanzamos sobre el mundo exterior puede descubrir errores en la realidad exterior. Por muy difícil que sea para el pensamiento moderno admitir errores en los acontecimientos de la naturaleza -algo que tiene que hacer la ciencia espiritual- es obvio para la gente de hoy admitir que hay errores reales en los resultados que surgen en el curso del desarrollo histórico y se manifiestan, por así decirlo, en la esfera comunal, social. Estos errores no pueden ser corregidos por la mera lógica, sino que exigen una comprensión basada en las condiciones que les dieron origen.


Al pensar, lo único que tenemos que hacer es rechazar el error. Hay que salir del error y, superándolo, llegar a la verdad. Pero en el caso de los errores arraigados en el ámbito fáctico debemos decir siempre que también tienen un aspecto positivo y son valiosos en cierto sentido para el desarrollo de la humanidad. Por lo tanto, el materialismo teórico del siglo XIX no debe ser condenado simplemente de manera estrecha y unilateral, sino que debemos captar su importancia en la evolución humana.


El materialismo teórico consistía -y lo que queda de él sigue consistiendo- en que el hombre se dedica a una investigación concienzuda y exacta de los hechos materiales externos, que en cierto sentido se pierde en este mundo de hechos. Entonces, partiendo de esta investigación de los hechos, llega a una visión de la vida que tiende a la conclusión de que no hay otra realidad que el mundo de los hechos, y que todo lo que pertenece al alma y al espíritu es, después de todo, un mero producto del curso material de los acontecimientos. Incluso una concepción de la vida como ésta fue necesaria durante una determinada época, y el único peligro sería una rígida adhesión a ella para que pudiera influir en el desarrollo posterior de la humanidad en una época en la que tienen que entrar en la conciencia humana otros contenidos.


Intentemos hoy investigar la base real de este impulso evolutivo que conduce al materialismo teórico. Llegamos a él cuando, desde cierto punto de vista, nos imaginamos una vez más la triple naturaleza del organismo humano. 2 Lo he caracterizado en muchas ocasiones. He dicho: Debemos distinguir dentro de toda la organización del ser humano la parte que, con respecto a su ser físico, puede designarse como la organización de los sentidos y los nervios. Ésta se concentra principalmente en la cabeza humana, pero en cierto sentido se extiende por todo el organismo humano, penetrando también en las demás partes del mismo. Como segundo miembro tenemos la organización rítmica. La encontramos principalmente en el ritmo de la respiración y en la circulación de la sangre. La tercera parte, en un sentido más amplio, es la organización metabólica del ser humano, que incluye todo el sistema de las extremidades humanas. El sistema de extremidades humanas es un sistema de movimiento, y toda forma de movimiento es básicamente una expresión de nuestros procesos metabólicos. Un día, cuando la gente investigue más de cerca lo que realmente ocurre en los procesos metabólicos cada vez que el ser humano se mueve, descubrirá la íntima conexión entre el sistema de extremidades y el sistema metabólico.

Al considerar estos tres sistemas en el ser humano, hemos señalado, en primer lugar, la diferencia fundamental entre ellos. Ya llamé ayer la atención de ustedes sobre el hecho de que, por medio del mismo dibujo, dos hombres con visiones del mundo totalmente diferentes quisieron aclarar cuestiones relativas a la organización de la cabeza humana, así como a los procesos del pensamiento humano. Le indiqué que en una ocasión estuve presente en una conferencia pronunciada por un materialista extremo. Quería describir la vida del alma, pero en realidad describía el cerebro humano, las secciones individuales del cerebro, las fibras de conexión, etc. Llegó a una determinada imagen, pero esta imagen que dibujó en la pizarra era, para él, sólo la expresión de lo que ocurre material y físicamente en el cerebro humano. Al mismo tiempo, vio en él la expresión de la vida del alma, en particular la vida conceptual. Otro hombre, un filósofo de la escuela de Herbart, hablaba de los pensamientos, de las asociaciones de pensamientos, del efecto que un pensamiento tiene sobre otro, etc., y decía que podía utilizar el mismo cuadro de la pizarra. Aquí, de forma bastante empírica, diría yo, nos encontramos con algo de lo más interesante. Se trata de que alguien para quien la observación de la vida anímica es algo muy real, al menos en sus pensamientos -esto hay que añadirlo siempre en el caso del herbartianismo- se aclara a sí mismo la actividad de la vida anímica utilizando el mismo cuadro empleado por el otro conferenciante, que describe la vida anímica tratando de exponer sólo los procesos en el cerebro humano.

Ahora bien, ¿en qué se basa esto? El hecho es que, en su configuración plástica, el cerebro humano es una réplica extraordinariamente fiel de lo que conocemos como vida del pensamiento. En la configuración plástica del cerebro humano, se expresa realmente la vida del pensamiento, casi podríamos decir que de manera adecuada. Sin embargo, para seguir este pensamiento hasta su conclusión, se necesita algo más. Lo que la psicología ordinaria y también la de Herbart designan como cadenas de pensamientos, como asociaciones de pensamientos en forma de juicios, conclusiones lógicas, etc., no debe quedarse en una mera idea. Al menos en nuestra imaginación -aunque no podamos elevarnos a imaginaciones clarividentes- deberíamos permitir que culminara en una imagen; el tapiz de la lógica, el tapiz que nos presenta la psicología de la vida del pensamiento, la enseñanza de la vida anímica, debería poder culminar en una imagen. Si de hecho somos capaces de transformar la lógica y la psicología de forma plástica en una imagen, entonces surgirá la configuración humana del cerebro. Entonces habremos trazado una imagen, cuya realización es el cerebro humano.

¿En qué se basa esto? Se basa en que el cerebro humano, en realidad todo el sistema nervioso y sensorial, es una réplica de un elemento imaginativo. Sólo comprendemos completamente la maravillosa estructura del cerebro humano cuando aprendemos a investigar con la imaginación. Entonces, el cerebro humano aparece como una Imaginación humana realizada. La percepción imaginativa nos enseña a familiarizarnos con el cerebro externo, el cerebro que conocemos a través de la psicología y la anatomía, como una Imaginación realizada. Esto es significativo.

Otro hecho no es menos importante. Tengamos en cuenta que el cerebro humano es una Imaginación humana real. En efecto, nacemos con un cerebro, si no totalmente desarrollado, al menos con un cerebro que contiene las tendencias de crecimiento. Intenta desarrollarse hasta el punto de ser un mundo imaginativo realizado, de ser la impresión de un mundo imaginativo. Este es, por así decirlo, el aspecto ya hecho de nuestro cerebro, es decir, que es la réplica de un mundo Imaginativo. En esta impresión del mundo imaginativo construimos después las experiencias conceptuales alcanzadas durante el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la muerte. Durante este período tenemos experiencias conceptuales; concebimos, transformamos las percepciones sensoriales en pensamientos; juzgamos, concluimos, etc. Todo esto lo encajamos en nuestro cerebro. ¿Qué tipo de actividad es ésta?

Mientras vivamos en la percepción inmediata, mientras permanezcamos en la interacción con el mundo exterior, mientras abramos los ojos a los colores y habitemos en esta relación con los colores, mientras abramos nuestros órganos del oído a los sonidos y vivamos en ellos, el mundo exterior vive en nosotros penetrando en nuestro organismo a través de los sentidos como a través de canales. Con nuestra vida interior, abarcamos este mundo exterior. Pero en el momento en que dejamos de tener esta experiencia inmediata del mundo exterior -algo sobre lo que ya llamé su atención ayer-, en el momento en que apartamos la vista del mundo de los colores, en el que dejamos que nuestro oído se desentienda del resonar del mundo exterior, en el momento en que dirigimos nuestros sentidos hacia otra cosa, esta concreción -nuestra interacción con el mundo exterior al percibir- penetra en las profundidades de nuestra alma. Luego, la memoria puede volver a sacarla a la superficie en forma de imágenes. Podemos decir que durante nuestra vida entre el nacimiento y la muerte, en lo que respecta a nuestra vida del pensar, nuestra interacción con el mundo exterior consta de dos partes: la experiencia inmediata del mundo exterior en forma de percepciones y los pensamientos transformados. Nos entregamos, por así decirlo, completamente al presente; nuestra actividad interior se pierde en el presente. Sin embargo, esta actividad inmediata continúa. Para empezar, no es accesible a nuestra conciencia. Se hunde en el subconsciente, pero puede volver a salir a la superficie en la memoria. Entonces, ¿en qué forma existe en nosotros?

Este es un punto que sólo puede ser explicado por una visión directa alcanzable en la Imaginación. Una persona que sigue honestamente su camino en su esfuerzo científico no puede dejar de admitir ante sí misma que en el momento en que el enigma de la memoria le enfrenta no puede avanzar un paso más en su investigación. Porque debido al hecho de que las experiencias del presente inmediato se hunden en el subconsciente, se vuelven inaccesibles a la conciencia ordinaria; no pueden ser rastreadas más allá.

Pero cuando trabajamos de manera correspondiente sobre el alma humana por medio de los ejercicios anímicos-espirituales de los que se ha hablado frecuentemente en mis conferencias, llegamos a una etapa en la que ya no perdemos de vista las continuaciones de nuestra vida directa de percepciones y pensamientos en concepciones que hacen posible los recuerdos. A menudo os he explicado que el primer resultado de un ascenso al pensamiento imaginativo es tener ante el alma, como un poderoso cuadro de vida, todas las experiencias desde el nacimiento. La corriente de la experiencia fluye normalmente en el inconsciente, y las representaciones individuales, que surgen en la memoria, surgen de esta corriente inconsciente o subconsciente a través de una actividad medio soñadora. A los que han desarrollado la percepción imaginativa se les ofrece la oportunidad de examinar la corriente de experiencias como en una imagen. Se podría decir que el tiempo transcurrido desde el nacimiento adquiere entonces la apariencia de espacio. Lo que normalmente está en el subconsciente se ve entonces en forma de imágenes interconectadas. Cuando las experiencias que de otro modo se escapan al subconsciente se elevan a la visión directa, podemos observar esta continuación de las experiencias perceptivas y de pensamiento presentes e inmediatas hasta llegar a las concepciones que se pueden recordar. Es posible rastrear lo que ocurre en nosotros con cualquier tipo de experiencia que tengamos en nuestra mente, desde el momento en que la perdemos de vista hasta el momento en que la recordamos de nuevo. Al fin y al cabo, entre la experiencia de algo y el recuerdo de nuevo algo está ocurriendo continuamente en el organismo humano, algo que se hace visible a la percepción imaginativa. Es posible verlo en las imaginaciones, pero ahora se revela de una manera muy especial.

Los pensamientos que se han perdido, por así decirlo, en la región subconsciente una actividad relacionada con nuestros impulsos de vida, nuestros impulsos de crecimiento; estimulan una actividad en nosotros que está relacionada con nuestro impulso de muerte. El resultado significativo que se revela a la percepción imaginativa de la manera a la que hoy sólo podría aludir es el siguiente: Los seres humanos no conectan la actividad de la memoria, que conduce a la renovación del pensamiento, de las experiencias perceptivas, con lo que nos llama a la vida física y mantiene la digestión en esta vida, de modo que las sustancias que se han vuelto inútiles son sustituidas por otras utilizables, y así sucesivamente. El poder de la memoria que desciende en el ser humano no está relacionado con este sistema de vida ascendente en el hombre. Está relacionado con algo que también llevamos dentro desde nuestro nacimiento, algo con lo que nacemos al igual que nacemos con las fuerzas a través de las cuales vivimos y crecemos. Está relacionado con lo que entonces se nos aparece, concentrado en un momento, respecto a todo el organismo al morir.

La muerte sólo aparece como un gran enigma mientras no se observe dentro de la secuencia continua de la vida desde el nacimiento hasta la muerte. Expresándome paradójicamente, podría decir que no sólo morimos cuando morimos. En realidad, morimos en cada momento de nuestra vida física. Al desarrollar en nuestro organismo la actividad que conduce a la memoria como pensamiento recoleto -y en la vida física ordinaria toda forma de cognición está en realidad ligada a la memoria-, en la medida en que se desarrolla esta cognición, morimos continuamente. Una forma sutil de muerte, procedente de la organización de nuestra cabeza, está siempre en marcha dentro de nosotros. Al llevar a cabo esta actividad que continúa en la memoria, comenzamos constantemente el acto de morir. Pero las fuerzas de crecimiento existentes en los demás miembros del organismo humano contrarrestan este proceso de muerte; superan las fuerzas de muerte. Así mantenemos la vida. Si sólo dependiéramos de nuestra organización craneal, del sistema de nervios y sentidos, cada momento de la vida se convertiría realmente en un momento de muerte para nosotros. Como seres humanos vencemos continuamente a la muerte, que sale, por así decirlo, de nuestra cabeza hacia el resto del organismo. Este último contrarresta esta forma de muerte. Sólo cuando el organismo restante se debilita, se agota por la edad o por algún tipo de daño, impidiendo así la contra reacción contra las fuerzas portadoras de muerte de la cabeza humana, sólo entonces se produce la muerte para todo el organismo.

En efecto, en nuestro pensamiento moderno, en el pensamiento de la civilización actual, trabajamos realmente con conceptos que yacen uno al lado del otro como bloques erráticos, sin poder reconocer correctamente su interrelación. La luz debe entrar en este caos de bloques erráticos que constituyen nuestro mundo de conceptos y pensamientos. Por un lado, tenemos la cognición humana que está tan íntimamente ligada a la facultad de la memoria. Observamos esta cognición humana y no tenemos idea de su parentesco con nuestra concepción de la muerte. Y como ignoramos por completo esta relación, lo que de otro modo podría descifrarse en la vida sigue siendo tan enigmático. Somos incapaces de conectar las experiencias de la vida cotidiana con los grandes momentos extraordinarios de la experiencia. La insuficiente visión espiritual sobre lo que se encuentra alrededor como bloques fragmentarios en nuestro mundo conceptual hace que, a pesar de los espléndidos logros del siglo XIX, la vida se haya vuelto gradualmente tan oscura.

Consideremos ahora el segundo sistema, el segundo miembro de la organización humana, la organización rítmica. También está presente en la organización de la cabeza humana. El interior de la cabeza humana respira junto con el organismo que respira. Este es un hecho fisiológico externo. Pero el proceso de respiración de la cabeza humana se encuentra, por así decirlo, más adentro; se oculta al sistema de nervios y sentidos. Está cubierto por lo que constituye la tarea principal de la organización de la cabeza. Sin embargo, la cabeza humana tiene su propia actividad rítmica oculta. Esta actividad se hace evidente principalmente en la organización del pecho humano, en aquellos procesos del organismo humano que se centran en los órganos de la respiración y en el corazón.

Cuando observamos la apariencia externa de esta organización, a diferencia de lo que ocurre con la organización de la cabeza, no podemos ver en ella una especie de imagen plástica de lo que existe como su contrapartida en el alma, es decir, la vida del sentir. Cuando observamos las experiencias del alma, nuestros sentimientos se manifiestan como algo más o menos indefinido. En nuestros pensamientos tenemos contornos nítidos. También tenemos conceptos claros de las asociaciones de pensamientos. En los detalles relativos a nuestra vida de sentimiento no tenemos esos contornos nítidos. Allí, todo se interpenetra, se mueve y vive. No encontrarán a un herbartiano que, al hacer un esquema de la vida de la emoción, lo caracterice en un bosquejo que podría parecerse al que hace un anatomista o un fisiólogo para los pulmones o el corazón y el sistema circulatorio. En este caso, se encuentra que no existe tal relación entre el elemento interno del alma y los aspectos externos. Esta es también la razón por la que la cognición imaginativa no basta para traer ante el alma esta relación entre la vida anímica del sentimiento y el sistema rítmico. Para ello necesitamos lo que he caracterizado en mis libros como Inspiración, percepción inspiradora. Esta forma especial de percepción a través de la Inspiración llega a la comprensión de que nuestra vida emocional tiene una relación directa con el sistema rítmico. Al igual que el sistema de los nervios y los sentidos está vinculado a la vida conceptual, la vida rítmica está vinculada a la vida de los sentimientos.

Pero, metafóricamente hablando, el sistema rítmico no es la impresión de cera de la vida emocional del mismo modo que la configuración del cerebro es la impresión de cera de la vida conceptual. En consecuencia, no podemos decir que nuestro sistema rítmico sea una réplica imaginativa de nuestra vida de sentimientos. Debemos decir, en cambio, que lo que se despliega y vive en nosotros como sistema rítmico ha surgido por Inspiración cósmica, independientemente de cualquier conocimiento humano. Se inspira en nosotros. La actividad que se desarrolla en la respiración y en la circulación de la sangre no es simplemente algo que vive en nosotros encerrado en nuestra piel; es un acontecimiento cósmico, como el rayo y el trueno. Al fin y al cabo, a través de nuestro sistema rítmico, estamos conectados con el mundo exterior. El aire que está ahora dentro de mí estaba antes fuera; volverá a estar fuera en el momento siguiente. Es una ilusión creer que sólo vivimos encerrados en nuestra piel. Vivimos como un miembro del mundo que nos rodea, y la forma de nuestro sistema rítmico, que está estrechamente relacionada con nuestros movimientos, se inspira en nosotros desde este mundo.

Resumiendo, podemos decir: Como base de la cabeza humana tenemos, en primer lugar, la realización de un mundo Imaginativo. Luego, por así decirlo, por debajo de lo que se realiza como mundo imaginativo, tenemos el reino del sistema rítmico, un mundo inspirado. Con respecto a nuestro sistema rítmico, sólo podemos decir: En él se realiza un mundo Inspirado.

¿Cuál es la situación de nuestro sistema metabólico, de nuestro sistema de extremidades? El metabolismo forma parte del sistema de las extremidades, como ya he señalado. Nuestros procesos metabólicos están en relación directa con nuestra actividad volitiva. Pero esta relación no se revela ni a la percepción imaginativa ni a la inspirativa. Sólo se revela a la cognición intuitiva, a lo que he descrito en mis libros como "conocimiento intuitivo". Esto explica la dificultad de ver en los procesos físicos externos del metabolismo la realización de una Intuición cósmica. Este metabolismo, sin embargo, también está presente en el sistema rítmico. El metabolismo del sistema rítmico se oculta tras el ritmo vital, al igual que el ritmo vital se oculta tras la actividad nervioso-sensorial de la cabeza humana.

En el caso de la cabeza humana tenemos un mundo imaginativo hecho realidad; detrás de él se esconde un mundo inspirativo hecho realidad con respecto al ritmo en la cabeza. Más allá de esto, está el metabolismo de la cabeza, por lo tanto, un elemento intuitivo realizado. Así podemos comprender nuestra cabeza, si vemos en ella la confluencia de los elementos imaginativos, inspirados e intuitivos realizados. En el sistema rítmico humano se omite lo Imaginativo; allí sólo tenemos la realización de los elementos Inspirado e Intuitivo. Y en el sistema metabólico también se omite la Inspiración; allí sólo se trata de la realización de una Intuición cósmica.

En el triple organismo humano llevamos, pues, en primer lugar, la organización de la cabeza, réplica de lo que pretendemos en la cognición mediante la Imaginación, la Inspiración y la Intuición. Al tratar de comprender la cabeza humana, deberíamos admitir realmente que con el mero conocimiento externo y objetivo obtenido a través de la observación del mundo sensorial exterior, que ni siquiera es Imaginación y no se eleva al elemento Intuitivo, deberíamos detenernos en la cabeza humana. Porque el ser interior de la cabeza humana comienza a revelarse sólo al conocimiento Imaginativo; detrás de éste se encuentra algo aún más profundo que se revela a la Inspiración. A su vez, detrás de ésta, se encuentra algo que se da a conocer al conocimiento Intuitivo. El sistema rítmico ni siquiera es accesible a la Imaginación. Sólo se revela a la cognición inspirativa, y lo que se oculta bajo ella es el elemento intuitivo. Dentro del organismo humano, ciertamente deberíamos encontrar el metabolismo incomprensible. El verdadero punto de vista con respecto al metabolismo humano no puede ser otro que el siguiente. Sólo podemos decir que observamos los procesos metabólicos del mundo externo; tratamos de penetrar en ellos con la ayuda de las leyes de la percepción objetiva. Así alcanzamos el conocimiento del metabolismo externo en la naturaleza. En el momento en que este metabolismo exterior se transforma y metamorfosea en nuestro metabolismo interior, se convierte en algo muy diferente; se convierte en algo en lo que habita el elemento que sólo se revela a la Intuición.

Por lo tanto, tendríamos que decir: En el mundo que se nos presenta como reino sensorial, el más incomprensible de todos los problemas incomprensibles es lo que las sustancias, con las que nos familiarizamos externamente a través de la física y la química, realizan dentro de la piel humana. Tendríamos que admitirlo: debemos elevarnos a la más alta comprensión espiritual si queremos saber lo que realmente ocurre dentro del organismo humano con respecto a las sustancias que conocemos tan bien en sus aspectos externos en el mundo exterior.

Así vemos que en la estructura de nuestro organismo hay, para empezar, tres actividades diferentes. En primer lugar, algo que se revela al conocimiento intuitivo está activo en la estructura del organismo humano, construyéndolo a partir de las sustancias del mundo. Además, algo está activo en este organismo que se revela al conocimiento Inspirativo; encaja el sistema rítmico en el organismo metabólico. Finalmente, algo está activo en el organismo humano que se revela al conocimiento Imaginativo; construye en el sistema nervioso. Y cuando este organismo humano entra, por medio del nacimiento, en el mundo físico exterior, todo lo que está preparado, por así decirlo, en virtud de su propia naturaleza, sigue evolucionando en la medida en que el ser humano desarrolla el conocimiento objetivo entre el nacimiento y la muerte.

En cuanto a este conocimiento objetivo, hemos visto que está ligado a la actividad de la memoria; no está relacionado con las fuerzas constructivas sino con las destructivas. Hemos visto que esta forma de conocimiento es una muerte lenta que procede de la cabeza. Por lo tanto, podemos decir que el organismo humano se construyó a través de lo que podía ser comprendido por medio de la Intuición, la Inspiración y la Imaginación. Esto habita en este organismo humano de una manera inaccesible a la cognición actual. Por otro lado, lo que se construye en nuestro organismo entre el nacimiento y la muerte por medio de nuestras percepciones objetivas, rompe y destruye este organismo. En realidad, pensamos y formamos conceptos sobre la base de esta destrucción cuando desplegamos nuestra vida conceptual, la vida de los pensamientos.

Realmente no podemos ser materialistas cuando comprendemos en qué consiste este conocimiento, tan íntimamente ligado a la facultad de la memoria. Pues si quisiéramos ser materialistas, tendríamos que imaginarnos que estamos construidos por fuerzas de crecimiento; que son fuerzas activas las que absorben las sustancias y las transmiten a los diversos órganos para realizar, en un sentido más amplio, los procesos digestivos dentro de nuestro organismo. Tendríamos que imaginarnos esta facultad, inherente al crecimiento, a la digestión y a las fuerzas constructivas en general, continuando y culminando en algún lugar del proceso conceptual, en el pensamiento que llega al conocimiento objetivo. Pero no es así. El organismo humano se construye a través de algo que es accesible a la Intuición, a la Inspiración y a la Imaginación. Nuestro organismo se construye cuando ha absorbido estas fuerzas en sí mismo. Pero entonces comienza la regresión, el proceso de decadencia, y lo que provoca esta decadencia es el conocimiento ordinario entre el nacimiento y la muerte.

A través de los procesos de percepción ordinaria no construimos nada en las fuerzas constructivas; más bien, al destruir lo que se ha construido, creamos, en primer lugar, las bases para un elemento continuo de muerte en nosotros mismos. En este elemento continuo de muerte colocamos nuestro conocimiento. No nos sumergimos en elementos materiales cuando pensamos; no, destruimos el elemento material. Lo entregamos a las fuerzas de la muerte. Pensamos nuestro camino hacia la muerte, hacia la destrucción de la vida. El pensamiento, la percepción ordinaria, no está relacionada con el crecimiento, con la vida en ciernes. Está relacionado con la muerte, y cuando observamos la percepción humana, no encontramos una analogía para ella en las formaciones naturales, incluyendo el cerebro humano. Sólo encontramos una analogía en el cadáver que se descompone después de la muerte. Pues lo que representa el cadáver que se descompone, podría decir, intensamente, en una cierta grandeza, debe tener lugar continuamente dentro de nosotros cuando percibimos objetivamente en el sentido ordinario de la palabra.

Miren la muerte si quieren comprender el proceso cognitivo. No miren la vida de manera materialista; miren lo que representa la negación, la eliminación de la vida. Entonces se llega a la comprensión del pensar. Ciertamente, lo que llamamos muerte adquiere entonces un significado totalmente distinto; basado en la vida, alcanza un significado diferente.

Incluso los fenómenos externos nos permiten comprender tales cosas. Ayer les dije que la culminación de la visión materialista del mundo se sitúa a mediados o en el último tercio del siglo XIX. Esta culminación consideraba la muerte como algo que debía rechazarse absolutamente. En cierto sentido, la gente de aquella época se sentía noble al ver la muerte de esta manera, como el fin de la vida. Sólo querían considerar la vida y deseaban verla como algo que terminaba con la muerte. A menudo se mira con cierto desdén la "conciencia popular infantil". Tomemos la palabra "verwesen" (descomponer), que señala el proceso de lo que ocurre después de la muerte. El prefijo "ver" siempre indica un movimiento hacia lo que la palabra expresa. "Verbruedern" (asemejarse a los hermanos, confraternizar) significa moverse en la dirección de convertirse en hermanos; "versammeln" (reunirse) indica moverse en la dirección de reunirse, de encontrarse. En la lengua vernácula, "verwesen" no significa descomponerse, dejar de ser; significa moverse en la dirección del Wesen, del ser, de la vida. Tales formaciones de palabras, relacionadas con una forma espiritual de captar el mundo durante la época del conocimiento instintivo, se han vuelto extremadamente raras. En el siglo XIX la gente lo materializaba todo; ya no vivía en la esencia espiritual que impregnaba la palabra. Se podrían citar muchos ejemplos para demostrar que la culminación del materialismo se hizo evidente incluso en el habla.

Podemos entender, por lo tanto, que después de que el ser humano se desarrollara, como dije ayer, hasta un punto de culminación por fuerzas que se revelan a la Inspiración, a la Intuición y a la Imaginación, alcanzó entonces la más alta culminación en el siglo XIX, seguida a su vez por una decadencia. Podemos comprender que el ser humano se alejó, por así decirlo, del poder que le permite comprenderse a sí mismo interiormente, desarrollando en la mayor medida las fuerzas que, como fuerzas conceptuales, son más afines a la muerte, las fuerzas de la abstracción. A partir de este punto es posible, partiendo de la conferencia de hoy, avanzar hacia lo que constituye el impulso real y esencial dentro de lo que podemos llamar el impulso materialista del conocimiento en la historia humana.

Traducido por J.Luelmo jul.2022



GA204 Dornach 17 de abril de 1921 La mente oriental vivía en el mundo espiritual y basándose en él tenía que comprender el reino material.

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RUDOLF STEINER

PERSPECTIVA DE DESARROLLO DE LA HUMANIDAD

EL MATERIALISMO Y LA TAREA DE LA ANTROPOSOFÍA


Dornach 17 de abril de 1921

La mente oriental vivía en el mundo espiritual y basándose en él tenía que comprender el reino material. Los europeos viven en el mundo material y en base a él deben tratar de comprender el dominio espiritual. Transición de uno a otro en la cultura griega. El problema del gnosticismo para comprender a Cristo en Jesús. Suspensión de esta lucha debido al cristianismo romano nacionalizado. "Humanización" del cristianismo en Europa. La epopeya de Heliand. Insensibilidad respecto a la sabiduría superior. Búsqueda del Grial. Peligro de quedar atrapado en el materialismo desde el siglo XV. Llamada de Soloviev a un estado cristianizado. Fuerzas que obstaculizan el camino de la activación espiritual; el amor al mal.

Durante los últimos días, he tratado de mostrar cómo se originó la civilización occidental y que en el siglo IV cristiano se puede observar un punto de inflexión significativo y poderoso en la evolución general de la humanidad. También era necesario señalar cómo Grecia se desarrolló gradualmente en la dirección de este crepúsculo, por así decirlo; cómo surgió, sobre la base de impulsos bastante diferentes, la civilización de la cultura europea central y occidental, y cómo, bajo estas influencias, se desarrolló la comprensión del cristianismo. Para empezar, tratemos de referirnos a los hechos que estamos considerando una vez más desde un punto de vista diferente.

El cristianismo se originó en el Oriente occidental a partir del Misterio del Gólgota. En lo que respecta a su naturaleza específica, la cultura oriental ya estaba ciertamente en decadencia. La antigua sabiduría primordial existía en sus últimas fases en lo que se desarrolló en Asia Menor y Grecia como gnosticismo. La Gnosis, al fin y al cabo, era una forma de sabiduría que combinaba, de las más diversas maneras, lo que se presentaba al ser humano como fenómenos del cosmos y de la naturaleza. No obstante, en comparación con la percepción directa e instintiva del mundo espiritual, que era la base del desarrollo oriental, el gnosticismo tenía ya un carácter más, digamos, intelectual y racional. La vida espiritual que impregnaba toda la percepción humana en el antiguo Oriente ya no estaba presente. En realidad, fue a partir de los últimos vestigios de la antigua sabiduría que se buscó encajar la visión filosófica y humanista que se empleaba entonces como cuerpo de sabiduría para comprender el Misterio del Gólgota. La sustancia inherente al Misterio del Gólgota se revistió de la sabiduría retenida de Oriente en Grecia.

Consideremos ahora esta sabiduría desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Si vemos a los seres humanos tal como se dedicaron en otro tiempo a esta sabiduría, encontramos que lo principal en el antiguo Oriente era que las personas veían el mundo con lo que estaba activo en su cuerpo astral, con lo que podían experimentar en su alma a través de su cuerpo astral - aunque su alma sensible y su alma racional o intelectual ya se habían desarrollado. Era el cuerpo astral el que trabajaba en estos miembros del alma y permitía a las personas apartar su mirada de los fenómenos terrenales y percibir aún con bastante claridad lo que entraba en la esfera espiritual, suprasensible, del cosmos. Hasta ahora, los seres humanos no tenían una visión del mundo basada en el yo. Su yo se expresaba sólo tenuemente. Para el ser humano el yo todavía no era una cuestión real. El ser humano habitaba en el elemento astral, y en él vivía todavía en una cierta armonía con los fenómenos del mundo que le rodeaban. En cierto sentido, el mundo realmente desconcertante para ellos era el que contemplaban con sus ojos, el que transcurría a su alrededor. Para ellos, el mundo comprensible era el mundo suprasensible de los dioses, el mundo en el que los seres espirituales tenían su existencia. Los seres humanos miraban a estos seres espirituales, a sus acciones, a sus destinos. De hecho, la característica esencial de la visión del antiguo Oriente era que la atención de la gente se dirigía hacia estos mundos espirituales. La gente deseaba comprender el mundo sensorial sobre la base de estos mundos espirituales.

Hoy en día, al encontrarnos dentro de nuestra civilización, adoptamos el punto de vista contrario. Para nosotros, el mundo físico-sensorial nos viene dado. A partir de él, de un modo u otro, intentamos comprender el mundo espiritual, si es que lo intentamos, si no rechazamos hacerlo, si no nos quedamos estancados en el puro materialismo. El mundo material es visto como algo que nos es dado. Los antiguos orientales veían el mundo espiritual como algo dado. Sobre la premisa del mundo físico, tratamos de descubrir algo con lo que comprender la maravilla de los fenómenos, el propósito de la estructura de los organismos, etc.; basándonos en este mundo físico, sensorial, tratamos de probarnos a nosotros mismos la existencia del mundo suprasensorial. Los antiguos orientales trataban de comprender el entorno físico y sensorial sobre la base del mundo suprafísico y suprasensorial que se les había dado. De él querían recibir la luz; de hecho, la recibían, y sin ella, el mundo físico y sensorial era para ellos sólo oscuridad y turbación. Por lo tanto, también experimentaban lo que percibían como su ser más íntimo como si todavía estuviera completamente iluminado por el cuerpo astral, como si hubiera surgido de los mundos espirituales. La gente no decía entonces: "He salido de la vida terrenal". Más bien decían: He crecido y descendido de los mundos divino-espirituales; y lo mejor que llevo dentro de mí es el recuerdo de estos mundos divino-espirituales. Incluso Platón, el filósofo, habla de que el ser humano tiene percepciones, recuerdos, de su vida prenatal, la vida que llevaba antes de descender al mundo material físico. El ser humano veía ciertamente su yo como un rayo que emergía de la luz del mundo suprasensible. Para él, el mundo material, y no el mundo suprasensible, era desconcertante.

Esta visión del mundo tuvo entonces sus ramificaciones en Grecia. Los griegos ya se experimentaban a sí mismos dentro del cuerpo, pero en él no descubrían nada que pudiera explicarles este cuerpo. Todavía poseían las tradiciones del antiguo Oriente. Se veían a sí mismos en cierto sentido como un ser que había descendido de los mundos espirituales, pero que en cierto modo ya había perdido la conciencia de estos mundos espirituales. En realidad, fue la fase final de la vida oriental de la sabiduría la que apareció en Grecia, y sobre la base de esta visión del mundo debía entenderse el Misterio del Gólgota. Después de todo, este Misterio presentó al ser humano el profundo y tremendo problema de la vida, con la pregunta de cómo el ser suprasensible y cósmico de otros mundos, el Cristo, pudo haber encontrado su camino hacia una corporeidad humana. La impregnación de Jesús por el Cristo fue el gran problema. Lo vemos iluminado por todas partes en los esfuerzos gnósticos. Los hombres no tenían una visión propia sobre el vínculo entre el aspecto suprasensible de su propia naturaleza y el elemento sensorial-físico de su ser, y como no tenían ninguna percepción de la conexión entre lo anímico-espiritual y lo corpóreo-físico en referencia a ellos mismos, el Misterio del Gólgota se convirtió en un problema irresoluble para el pensamiento influenciado por la cosmovisión griega. Sin embargo, fue un problema con el que la cultura griega luchó y al que dedicó sus mejores recursos de sabiduría. La historia registra muy poco de las luchas espirituales que tuvieron lugar entonces.

He llamado la atención sobre el hecho de que el conjunto de la literatura gnóstica fue erradicado. Si todavía estuviera disponible, podríamos discernir esta trágica lucha por la comprensión de la unión viva del Cristo suprasensible con el Jesús perceptible por los sentidos; observaríamos el desarrollo de este problema extraordinariamente profundo. Esta lucha se extinguió, sin embargo, se le puso fin con la actitud prosaica y abstracta originada por el romanismo, que sólo es capaz de llevar la devoción interior a sus abstracciones por medio de fustigar las emociones. La Gnosis fue encubierta y se puso en su lugar el dogmatismo y las decisiones de los Concilios de la Iglesia. Las visiones profundas de Oriente que no contenían ningún elemento jurídico se saturaron con una forma asumida por el cristianismo en el mundo más occidental, el mundo occidental de aquella época, el mundo romano.

El cristianismo surgió de este romanismo imbuido, por así decirlo, del elemento jurídico; en todas partes, los conceptos jurídicos se trasladaron a medida que los conceptos políticos romanos se extendían sobre el cristianismo. El cristianismo asumió la forma del cuerpo político romano, y de lo que fue la capital del mundo, Roma, vemos el surgimiento de la capital cristiana de Roma. Vemos cómo esta Roma cristiana adopta de la antigua Roma los puntos de vista especiales sobre cómo deben gobernarse los seres humanos, cómo debe extenderse el dominio sobre los hombres. Observamos cómo una especie de imperialismo eclesiástico gana terreno porque el cristianismo se vierte en la forma de gobierno romana. Lo que había sido moldeado en formas de concepción espiritual se transformó en una política jurídica y humana. Por primera vez, el cristianismo y la ciencia política externa se forjaron juntos y el cristianismo se extendió en esa forma. En el cristianismo habitan fuerzas e impulsos tan poderosos que, por supuesto, pudieron ser eficaces y sobrevivir a pesar de que se vertieron en el molde del sistema político romano. Y mientras el sistema político romano se apoderaba del mundo occidental, junto a él, continuaban las humildes narraciones, los informes fácticos sobre lo que había ocurrido en Palestina.

En este mundo occidental, sin embargo, la gente había sido preparada de una manera muy especial para el cristianismo. Esta preparación consistía en que el ser humano era consciente de sí mismo a partir de su naturaleza física; percibía su yo por medio de su ser físico. Aquí se hizo evidente la diferencia entre la forma en que el cristianismo había pasado, por así decirlo, por el mundo griego, que luego declinó, y la forma de cristianismo que luego se convirtió en el cristianismo realmente político, el cristianismo gubernamental, romano. Luego, más desde las regiones del norte, surgió otra forma de cristianismo que se vertió en los pueblos del norte, llamados bárbaros por los griegos y romanos. Se vertió en esos pueblos del norte que debido a su naturaleza y al concentrar su propio ser, por así decirlo, sintieron su yo. De la totalidad del hombre en el ámbito físico-sensorial, de la encarnación del yo físico y sensorial humano, llegaron a la autocomprensión. Ahora también trataron de captar lo que les llegaba como una simple historia sobre los acontecimientos de Palestina. Así, en este mundo bárbaro, el humilde relato de los sucesos de Palestina se encontró con el sentimiento del yo, me gustaría decir, con el sentimiento del yo de la sangre, particularmente en el ámbito del centro y norte de Europa. Estos dos aspectos se unieron. Sobre la base de esta comprensión del yo del hombre, la gente trató de captar el simple informe de los acontecimientos en Palestina. No querían comprender su contenido más profundo. No trataron de impregnarlo de sabiduría. Sólo trataron de atraerlo a la esfera física-sensorial, humana.

En la Heliand, podemos observar cómo estos relatos relativos a los acontecimientos de Palestina aparecen arrastrados completamente al nivel humano, al mundo de los europeos, al mundo del yo. Vemos cómo todo se baja al nivel humano; a diferencia de lo que ocurría en Grecia, la gente no tuvo más tarde la capacidad de penetrar con sabiduría en el Misterio del Gólgota. Se desarrolló el impulso de imaginar incluso la actividad de Cristo Jesús como una humilde actividad humana, sin mirar hacia lo suprasensible, y de impregnar cada vez más estos relatos con el elemento meramente humano. Además, en esto encajaron las resoluciones de los Concilios de la Iglesia que se extendieron dogmáticamente desde el Imperio Romano-Cristiano. Como dos mundos ajenos entre sí, estos dos se fusionaron: el cristianismo que en cierto modo había europeizado el informe de Palestina y el cristianismo que representaba el espíritu griego en forma jurídica, romanizada y abstracta. Esto es lo que luego vivió a través de los siglos.

Sólo unos pocos individuos pudieron situarse en esta corriente de la manera que describí ayer, cuando hablé de los sabios que desarrollaron la concepción del Grial. Señalaron que el impulso del cristianismo había sido, en efecto, formulado en la sabiduría oriental, pero que el portador de esta visión oriental, el vaso sagrado del Grial, sólo podía ser traído a Europa por medio de espíritus divinos que se cernían sobre la tierra, aferrándose a él. Sólo entonces, según decían, se construyó un castillo oculto para él, el Castillo del Grial en el Monte Salvat. A esto se añadía que un ser humano sólo podía acercarse a los milagros del Santo Grial a través de regiones inaccesibles. Entonces estos sabios no dijeron que la región circundante intransitable que una persona tiene que penetrar para llegar a los milagros del Grial es de sesenta millas de ancho. Lo expresaron de una manera mucho más esotérica cuando describieron este camino hacia el Santo Grial. Decían: "Oh, esta gente de Europa no puede llegar al Santo Grial, porque el camino que deben recorrer para llegar al Santo Grial es tan largo como el camino desde el nacimiento hasta la muerte. Sólo cuando los seres humanos lleguen al portal de la muerte, después de haber recorrido el camino, intransitable para los europeos, el camino que se extiende desde el nacimiento hasta la muerte, sólo entonces llegarán al Castillo del Grial en el Monte Salvat.

Este era básicamente el secreto esotérico que se transmitía al alumno. Dado que aún no había llegado el momento en que los seres humanos fueran capaces de discernir con una conciencia clara cómo podría descubrirse de nuevo el mundo espiritual, se les dijo a los alumnos que sólo podrían entrar en el sagrado Castillo del Grial a través de ocasionales vislumbres de luz. En particular, se les dio la estricta orden de que debían preguntar, que había llegado el momento en el desarrollo humano en el que el ser humano que no pregunta -que no desarrolla su ser interior y no busca el impulso de la verdad por sí mismo, sino que permanece pasivo- no puede llegar a una experiencia de su propio yo. Pues el hombre debe descubrir su yo por medio de su organización física. Este yo, que se descubre a sí mismo a través de la organización física, debe a su vez elevarse por su propia fuerza para contemplarse allí donde, incluso en la primitiva cultura griega, este yo se contemplaba todavía, en los mundos suprasensibles. El yo debe elevarse primero para reconocerse como algo suprasensible.

En el antiguo Oriente, la gente veía lo que ocurría en el cuerpo astral; las consecuencias de las vidas terrestres anteriores se contemplaban en él. Por eso se hablaba de karma. En Grecia, esta concepción ya estaba oscurecida. Los acontecimientos cósmicos se observaban sólo con una tenue visión astral. Por eso se hablaba vagamente del destino, de la suerte. Esta visión del destino no es más que una forma atenuada, más débil, de la concepción plenamente concreta que tenía el antiguo Oriente sobre el paso del hombre por repetidas vidas terrestres, cuyas consecuencias se dan a conocer a la experiencia dentro del cuerpo astral, aunque sólo instintivamente. Así, los antiguos orientales podían hablar del karma que se desarrollaba en las encarnaciones sucesivas en la tierra, cuyas consecuencias estaban simplemente presentes en la experiencia astral.

Ahora el desarrollo se trasladó hacia el oeste, a la experiencia del yo. Esta experiencia del yo estaba inicialmente ligada al cuerpo físico. Estaba egoístamente encerrada en sí misma. La primera experiencia del yo vivía en la oscuridad, incluso cuando contenía un fuerte impulso hacia los mundos suprasensibles. Parsifal, que emprendió su peregrinaje hacia el Santo Grial, es descrito como un hombre embotado. Hay que entender claramente que cuando el culto a Mitra se extendió por Occidente desde Oriente, fue rechazado por Occidente; no fue comprendido. Porque el que se sentaba sobre el toro, que debía convertirse en el vencedor de las fuerzas inferiores, se experimentaba a sí mismo, después de todo, como surgido de estas fuerzas inferiores. Si el hombre occidental contemplaba a Mitra montado en el toro, no comprendía a este ser, pues este ser no podía ser el que el yo sentía y experimentaba desde su propia organización física. La comprensión de este Mitra montado se desvanecía y desaparecía.

Puede decirse que todo esto tenía que suceder, pues el yo tenía que experimentar su impulso en la organización física. Tenía que conectarse firmemente con la organización física, pero no debía permitirse a sí mismo fijarse en esta firme experiencia dentro de la organización física.

Fue una profunda reacción a los tesoros de sabiduría de Oriente, cuando Occidente apuntaba cada vez más a lo que se desarrollaba fuera del elemento puramente físico. Esta reacción era una necesidad. En Europa confluyeron numerosos puntos de vista para que esta reacción fuera muy fuerte. Pero no era apropiado que se extendiera a este esfuerzo espiritual durante más de unos pocos siglos. Desde entonces, en el primer tercio del siglo XV, surgió una nueva espiritualidad, pero fue una espiritualidad abstracta, una espiritualidad sublimada, filtrada.

Los seres humanos se apoderaron de la astronomía física y de la medicina física, y, para empezar, debían tener este estímulo basado en el impulso del yo que se siente en el elemento físico. Pero no debe seguir afianzándose en la civilización europea si esta cultura europea quiere evitar su decadencia. En verdad, están presentes más que suficientes fuerzas de decadencia, vestigios que sólo deberían ser vestigios y que deberían ser reconocidos como tales.

Basta recordar de qué manera la teología más actual -lo he subrayado a menudo- ha perdido la facultad de comprender a Cristo; cada vez más ha llegado al punto de convertir a Cristo Jesús completamente en un ser terrestre, en un ser humano. Ha puesto al "humilde hombre de Nazaret" en el lugar de Cristo Jesús. A partir del romanismo, por un principio de autoridad orientado materialmente, se perdió cada vez más la espiritualidad viva, por medio de la cual el ser humano puede familiarizarse realmente con el Misterio del Gólgota. Y observad cómo en los tiempos modernos se está desarrollando una ciencia que trata de comprender todo lo externo, pero que no quiere penetrar hasta el ser humano. Como resultado de esta ciencia, ved cómo surgen en la sociedad impulsos que sólo tratan de llevar a cabo un orden humano, físico, pero que no quieren penetrar en las estructuras humanas, físicas, con ningún principio divino-espiritual, suprasensorial, espiritual.

Durante todo esto es como si en las almas humanas, en unas pocas almas humanas, quedara un destello individual de luz. Cuando un rayo del elemento astral que aún habita en ellos se combinó con el yo, estos individuos recibieron tales vislumbres de luz. Es parte de los fenómenos más impresionantes de la Europa moderna cuando observamos cómo, desde Oriente, resuena una poderosa advertencia en la filosofía religiosa de Soloviev, una filosofía religiosa impregnada, por así decirlo, de la dulzura oriental. Pero algo resuena desde allí en el sentido de que un elemento suprasensible y espiritual debe impregnar el orden social terrenal. En cierto sentido, vemos cómo Soloviev sueña con una especie de Estado Crístico. Es capaz de ello porque en él están los últimos vestigios de una experiencia astral subjetiva que ilumina al yo.

Comparen estos sueños de un estado crístico con lo que se ha establecido en Oriente, acompañado de la negación de todos los elementos espirituales, algo que sólo alberga fuerzas de decadencia: ¡qué contraste tan abrumador y colosal! El mundo debería prestar atención a un contraste tan colosal. Si la gente tuviera ya hoy la suficiente objetividad para observar estas cosas, sería capaz de ver, por un lado, a quien plantea la exigencia del estado impregnado de Cristo, de la estructura social impregnada de Cristo, Soloviev. Lo verían como alguien todavía estimulado por el elemento oriental y que lanza, por así decirlo, una última chispa a esta Europa cada vez más tórrida, para reanimarla de nuevo desde este punto de vista. Por otra parte, el zar Nicolás o sus predecesores bien podrían situarse junto al zar Lenin; el hecho de que den rienda suelta a diferentes ideas en el desarrollo histórico de la humanidad no constituye una diferencia fundamental entre ellos. Lo que importa son las fuerzas que viven en ellos y dan forma al mundo, y en Lenin habitan las mismas fuerzas que en el zar ruso; realmente no hay ninguna diferencia fundamental. Naturalmente, es difícil encontrar el camino dentro de este tumulto de fuerzas que se extienden en la civilización europea desde tiempos anteriores. En un principio, se trata efectivamente de un cuerpo a cuerpo y hay que buscar una dirección firme. Esta dirección firme no puede encontrarse de otra manera que elevando el yo a una comprensión espiritual del mundo. A través de una comprensión espiritual del mundo, el impulso cristiano debe renacer. Lo que se ha tratado de conseguir en relación con el mundo exterior desde el primer tercio del siglo XV, debe tratarse de conseguir en relación con la totalidad del ser humano; todo el ser humano debe ser comprendido a partir del conocimiento del mundo.

La comprensión del mundo debe verse en armonía con la comprensión de la humanidad. Debemos entender la evolución de la tierra en fases, en metamorfosis. Tenemos que mirar a las encarnaciones anteriores de nuestra tierra, pero no debemos considerar una nebulosa primordial desprovista de seres humanos. Tenemos que mirar a Saturno, al sol y a la luna como si ya estuvieran impregnados de la actividad de los seres humanos; debemos observar cómo la estructura actual del ser humano se originó a partir de las metamorfosis anteriores del planeta tierra y cómo la forma humana en una fase temprana estaba igualmente activa allí. Debemos reconocer al ser humano en el mundo, y de este conocimiento del hombre en el mundo puede surgir de nuevo la comprensión del Misterio del Gólgota. Los seres humanos deben aprender a comprender por qué una región infranqueable rodea el Castillo del Grial, por qué el camino entre el nacimiento y la muerte es un terreno difícil. Cuando comprendan por qué es difícil, cuando comprendan que el yo se experimenta a sí mismo en base a la organización física, cuando perciban lo imposible que es una astronomía meramente física, una medicina meramente física, entonces ellos mismos despejarán los caminos. Entonces la gente traerá algo a este terreno, hasta ahora difícil, entre el nacimiento y la muerte, que surge a través de los esfuerzos de su propia alma.

A partir de la sustancia anímico-espiritual, los seres humanos tienen que fabricar las herramientas con las que abrirse camino en el campo anímico que conduce al Castillo del Grial, al Misterio del Pan y la Sangre, al cumplimiento de las palabras "Haced esto en memoria mía" [Lucas 22:19]. Puesto que este recuerdo se ha olvidado; la gente ya no es consciente de lo que encierran las palabras: "Haced esto en memoria mía". Porque esto se hace verdaderamente en recuerdo del poderoso momento del Gólgota si se entiende el símbolo del pan, que es lo que se desarrolla fuera de la tierra mediante la síntesis de las fuerzas cósmicas. Se hace correctamente si entendemos de nuevo cómo comprender el mundo a través de una cosmología y una astronomía espiritualizadas, y si aprendemos a comprender al ser humano a partir de lo que es su extracto, es decir, el elemento en el que lo espiritual interviene directamente en él - si captamos el Misterio de la Sangre. A través del trabajo en el interior de las almas humanas hay que descubrir el camino que conduce al Santo Grial. Esta es una tarea de conocimiento, es una tarea social. También es una tarea que, en la medida de lo posible, se aborrece en el presente

Ya que, debido a su ubicación dentro de la educación del yo de la civilización occidental, los seres humanos desarrollan sobre todo un anhelo de permanecer pasivos en el interior de su alma, de no permitir que la existencia terrenal les dé lo que podría aportar progreso a sus almas. El apoderamiento activo de las fuerzas del alma, la experiencia interior, y esto no significa necesariamente el desarrollo oculto, sino simplemente la experiencia de la naturaleza del alma en general; sin embargo, esto es algo que a la humanidad europea le disgusta. En cambio, desea continuar lo que era natural para la época que la precede directamente, es decir, el desarrollo del yo, que, sin embargo, conduce al egoísmo más descarado, a la furia más ciega de los instintos, cuando se extiende más allá de su propia época. Este sentimiento del yo, que se extiende más allá del tiempo que le corresponde, ha penetrado en primer lugar en los sentimientos del chovinismo nacional. Aparece en el chovinismo nacional; de estos sentimientos surgen los espíritus que desean mantener el camino hacia el Santo Grial en una condición intransitable. Pero nuestra obligación es hacer todo lo posible para llamar a las almas humanas a la actividad tanto en el ámbito del conocimiento como en el social. Sin embargo, todas esas fuerzas llenas de odio contra tal actividad del alma surgen en oposición a tal llamado. Al fin y al cabo, ¿no se ha condicionado a las personas lo suficiente como para que lleguen a la conclusión de que hay que considerar heréticos todos los esfuerzos propios del alma para liberarse de la culpa; hay que cultivar adecuadamente la conciencia del pecado y de la culpa, pues no debemos progresar por medio de nuestros propios esfuerzos, sino que debemos ser redimidos en la pasividad por medio de Cristo?

No entendemos a Cristo si no lo reconocemos como el poder cósmico que se une completamente a nosotros cuando a través de las preguntas y la actividad interior nos abrimos camino hacia Él. Hoy en día, en todas partes, desde las denominaciones, desde la teología y los que siempre estuvieron relacionados con la teología, desde los militares y la ciencia - de todo esto vemos surgir esos poderes hoy en día que tratan de obstruir el camino de la actividad interior.

Durante mucho tiempo, he tenido que llamar la atención sobre el hecho de que esto es así, y he tenido que decir una y otra vez: los poderes opuestos que surjan serán cada vez más vehementes. De hecho, hasta el día de hoy esto se ha hecho realidad. Definitivamente, no se puede decir que la oposición haya alcanzado ya su mayor fuerza. Ni mucho menos ha alcanzado su culminación. Esta oposición tiene un fuerte poder organizador al concentrar juntos todos los elementos que, aunque en realidad están destinados a declinar, pueden obstruir en su misma declinación por el momento todo lo que trabaja con las fuerzas del progreso ascendente. Las fuerzas que fomentan la actividad de las almas son hoy débiles en comparación con los elementos opuestos. Son débiles las fuerzas que, basándose en la comprensión del mundo espiritual, tratan de convertir las fuerzas progresistas en fuerzas de su propia alma. El mundo ha adquirido un carácter ahrimánico. Pues era inevitable que el yo, habiéndose incluido en el elemento físico, sea tomado por las fuerzas ahrimánicas si permanece en el elemento físico y no se eleva en el momento oportuno a una comprensión espiritual de sí mismo como ser espiritual. En efecto, vemos este proceso de usurpación por parte de las fuerzas ahrimánicas; lo observamos en el hecho de que, por poco que las almas adormecidas estén dispuestas a admitirlo, una tendencia real hacia el mal se hace sentir hoy en todas partes.

Es claramente perceptible una inclinación hacia el mal, por ejemplo, en la forma en que los opositores luchan contra la ciencia espiritual antroposófica y todo lo relacionado con ella. De las fuentes más cuestionables provienen los medios con los que los individuos luchan hoy en día contra la ciencia espiritual, incluso los individuos que gozan de una posición prestigiosa en el mundo en los círculos científicos o teológicos. La verdad no es lo que preocupa a la gente. Sólo se trata de la calumnia que más conviene a estos individuos y que más les gusta. Es realmente una cuestión de que la humanidad está fuertemente poseída por las fuerzas del mal, por el amor al mal. Aquellos que no son capaces hoy de contar con esta tendencia al mal, con este amor al mal cada vez mayor en la batalla contra la antroposofía, no podrán desarrollar un sentimiento, una conciencia del tipo de fuerzas y poderes opuestos que aún surgirán en el futuro. Desde hace años se hace referencia a este desarrollo cada vez mayor. Si no se puede conseguir nada más que un sentimiento claro de ello, entonces este sentimiento claro, que al fin y al cabo es también una fuerza, debe al menos mantenerse. Tenemos que mirar al mundo y ser conscientes de cómo nos rodea. Con una mente sobria debemos darnos cuenta de lo que realmente tenemos enfrente en la sucia calumnia que surge ahora de entre nuestros oponentes y que es tanto más impresionante cuanto más empañada sea su fuente.

Es realmente necesario familiarizarse con esta tendencia particular, con este amor al mal, que se hará cada vez más frecuente. Es realmente necesario no regodearse en las excusas de que los opositores están convencidos de lo que dicen. ¿Creen realmente que en individuos como el que ha surgido como el más reciente opositor contra la ciencia espiritual antroposófica está presente siquiera la posibilidad de una fuerza interior de convicción? Ni siquiera la posibilidad de convicción está presente en él. Actúa por motivos profundos muy diferentes. En efecto, es una maniobra inteligente buscar especialmente en esta dirección, buscar la manera de ver las cosas que se basa en engañar al adversario. ¿Quién es el mejor comandante? El que mejor puede engañar al enemigo. Pero cuando este principio se traslada a los medios de lucha contra la verdad, entonces tal batalla es una batalla de la mentira, de la mentira personificada contra la verdad. Debemos darnos cuenta de que esta batalla de la mentira personificada contra la verdad es capaz de todo, que intentará definitivamente arrebatarnos lo que hemos intentado y seguimos intentando conseguir en forma de apoyos externos para encontrar portadores de la verdad en esta civilización. No es exagerado decir que existe el deseo más profundo y minucioso de privarnos de la Escuela Waldorf y de este edificio. Y si no prestamos atención a esto; si ni siquiera desarrollamos en nosotros un sentimiento respecto a los caminos y medios de esta oposición, entonces seguimos siendo almas dormidas. Entonces no nos apoderamos con una alerta interior de lo que trata de brotar de la ciencia espiritual antroposófica.

En el fondo, no debemos sorprendernos ahora de que los opositores hayan podido resultar como lo han hecho, ya que eso se podía saber desde hace tiempo. La impresión abrumadora para nosotros hoy es ciertamente que hay muy pocos individuos que puedan ser representantes activos de nuestro movimiento espiritual. Por lo general, sigue siendo más fácil ser eficaz entre los seres humanos por medio de la fuerza, el control y la injusticia que por medio de la libertad. La verdad que debe ser proclamada a través de la ciencia espiritual antroposófica sólo puede contar con la libertad humana. Debe encontrar personas que se hagan preguntas. Ciertamente no se puede decir: ¿Por qué esta verdad no posee en sí misma la fuerza de obligar a las almas humanas en virtud del poder divino-espiritual? No desea hacerlo; no puede hacerlo. La razón es que siempre considerará la libertad interior, la libertad del ser humano en general, como algo absolutamente inviolable. Si el ser humano ha de llegar a la antroposofía desde su propio juicio, debe convertirse en alguien que pregunte; desde la más íntima libertad de juicio debe convencerse a sí mismo. La palabra de la verdad espiritual se le dirá; convencerse de ella es algo que debe hacer por sí mismo. Si desea cooperar y ser activo en la sociedad, debe hacerlo por el impulso más íntimo de su corazón. Los que pertenecen en el sentido más estricto de la palabra a la ciencia espiritual antroposófica deben convertirse en personas que se hacen preguntas.

¿Qué encontramos en el lado de la oposición? No creas que sólo los que se agrupan que son de alguna manera unilateral en cualquier credo. No, en una iglesia católica de Stuttgart, un sermón dice a sus oyentes: "Vayan a la conferencia de Herr von Gleich. Allí podréis vigorizar vuestras almas católicas y podréis vencer a los adversarios de vuestras almas católicas. Y estas almas católicas van allí; el católico, el general von Gleich, da una conferencia y concluye con una canción de Martín Lutero. Una bonita unión de un bando y otro: ¡los adversarios se organizan como uno solo! Ciertamente no importa si coinciden en algo en su fe, en sus convicciones.

Para nosotros, lo que importa es la fuerza para mantenernos firmes en el terreno de lo que reconocemos como correcto. Sí, no se dejará de hacer nada para socavar este terreno; de esto pueden estar seguros. Tenía que sacar esto a colación una vez más, sobre todo en relación con las consideraciones relativas al rumbo que ha tomado la civilización europea; porque es necesario que al menos se desarrolle la intención de situarse firmemente en el terreno que debemos reconocer como el correcto. También es necesario que entre nosotros no nos entreguemos a las ilusiones populares sobre las distintas oposiciones. Su objetivo es socavar el terreno que pisamos. Nos corresponde trabajar tanto como sea humanamente posible, y entonces, si el suelo bajo nosotros se socava y nos deslizamos hacia el abismo, nuestros esfuerzos habrán sido, sin embargo, tales que encontrarán su camino espiritual a través del mundo. Porque lo que aparece ahora son las últimas convulsiones de un mundo moribundo. Pero aunque esté en sus últimos estertores de muerte, este mundo todavía puede arremeter como un maníaco delirante, y uno puede perder la vida debido a este frenético arrebato. Por ello, debemos reconocer al menos qué tipo de impulsos dan lugar a este loco arrebato. No se puede lograr nada con lo que es tímido; debemos apelar a lo que es audaz. Intentemos estar a la altura de tal llamamiento.

Tenía que incluir esto para que percibieran que nos enfrentamos a un momento importante, significativo y decisivo, y que tenemos que considerar cómo vamos a encontrar la fuerza para perseverar.

Traducido por J.Luelmo jul.2022




GA204 -Dornach 2 de abril de 1921 En el siglo XIX el materialismo estaba justificado; aferrarse a él genera catástrofes.

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RUDOLF STEINER

PERSPECTIVA DE DESARROLLO DE LA HUMANIDAD

EL MATERIALISMO Y LA TAREA DE LA ANTROPOSOFÍA


Dornach 2 de abril de 1921

En el siglo XIX el materialismo estaba justificado; aferrarse a él genera catástrofes. El conocimiento del mundo material permanece, el materialismo teórico debe cesar. Esto último es un reflejo de la evolución en el siglo XIX, cuando el cuerpo físico, en particular el cerebro y el sistema nervioso, habían evolucionado hasta convertirse en réplicas perfectas del alma y el espíritu, mientras que la fuerza etérica, productora de sueños, en el hombre había disminuido. Moritz Benedikt y el pensamiento que está completamente inmerso en lo físico. Abreviadamente. Hoy en día, la perfección física, estructural, ha pasado su cenit.

Fue durante la segunda mitad del siglo XIX cuando el materialismo tuvo su periodo de mayor desarrollo. En la conferencia de hoy centraremos nuestro interés más en el aspecto teórico de esta evolución materialista. Gran parte de lo que tendré que decir sobre el aspecto teórico puede decirse también casi con las mismas palabras del aspecto más práctico del materialismo. Por el momento, sin embargo, dejaremos esto de lado y centraremos nuestra atención más bien en la concepción materialista del mundo que predominaba en el mundo civilizado a mediados y en la segunda mitad del siglo XIX.

Aquí nos encontraremos con una doble tarea. En primer lugar, tenemos que adquirir una clara percepción de hasta qué punto hay que oponerse a esta concepción materialista del mundo, de cómo debemos armarnos con todos los conceptos e ideas que nos permitan refutar la concepción materialista del mundo como tal. Pero además de estar armados con los conceptos necesarios, nos encontramos con que, desde el punto de vista de la ciencia espiritual, se nos exige al mismo tiempo algo más, a saber, comprender esta cosmovisión materialista. En primer lugar, debemos comprenderla en su contenido; en segundo lugar, debemos comprender también cómo se pudo llegar a una cosmovisión materialista tan extrema para entrar en la evolución humana.

Puede sonar contradictorio decir que al hombre se le exige, por un lado, ser capaz de combatir la visión materialista del mundo y, por otro, ser capaz de comprenderla. Pero quienes se basan en la ciencia espiritual no encontrarán aquí ninguna contradicción; es sólo aparente. Porque el caso es más bien así. En el curso de la evolución de la humanidad deben llegar momentos en los que los seres humanos son en cierto modo arrastrados hacia abajo, llevados por debajo de un cierto nivel, para que más tarde, por sus propios esfuerzos, puedan levantarse de nuevo. Y realmente no sería de ninguna ayuda para la humanidad si por algún decreto divino o similar pudiera ser protegida de tener que pasar por estos niveles bajos de existencia. Para que el ser humano alcance el pleno uso de sus facultades de libertad, es absolutamente necesario que descienda a los niveles bajos tanto en su concepción del mundo como en su vida. El peligro no radica en que algo así aparezca en el momento oportuno, y para el materialismo teórico esto fue a mediados del siglo XIX. El peligro consiste en el hecho de que si algo así ha ocurrido en el curso de la evolución normal, la gente siga adhiriéndose a ello, de modo que una experiencia que era necesaria para un momento determinado se traslade a épocas posteriores. Si es correcto decir que a mediados del siglo XIX el materialismo fue, en cierto sentido, una prueba que la humanidad tuvo que pasar, es igualmente correcto decir que la persistente adhesión al materialismo está destinada a causar un daño terrible ahora, y que todas las catástrofes que le ocurren al mundo y a la humanidad que tenemos que experimentar se deben al hecho de que una gran mayoría de la gente sigue tratando de aferrarse al materialismo.

¿Qué significa realmente el materialismo teórico? Es un punto de vista que considera al ser humano principalmente como la suma de los procesos materiales de su cuerpo físico. El materialismo teórico ha estudiado todos los procesos del cuerpo físico, sensorial, y aunque lo que se ha logrado en este estudio está todavía más o menos en sus primeros comienzos, ya se han extraído de él conclusiones definitivas con respecto a una visión del mundo. El hombre ha sido explicado como resultado de la confluencia de estas fuerzas físicas; su naturaleza anímica ha sido declarada como algo que se debe al funcionamiento de estas fuerzas físicas. Sin embargo, es el materialismo teórico el que inició la investigación de la naturaleza física del ser humano, y esto es lo que debe mantenerse, es decir, el exhaustivo examen de la naturaleza física del hombre. Por otra parte, lo que el siglo XIX sacó como conclusión de esta investigación física es algo que no debe figurar más que como un fenómeno pasajero en la evolución humana. Y como tal fenómeno pasajero, procedamos ahora a comprenderlo.

¿De qué se trata realmente? Cuando miramos hacia atrás en la evolución de la humanidad -y con la ayuda del contenido de la Ciencia Oculta podemos mirar bastante hacia atrás-, podemos ver que el ser humano ha pasado por la mayor variedad de etapas diferentes. Incluso si limitamos nuestra observación a lo que ha tenido lugar en el curso de la evolución terrestre, estamos obligados a concluir que este ser humano comenzó con una forma que era bastante primitiva en comparación con su forma actual, y que esta forma luego sufrió un cambio gradual, acercándose cada vez más a la forma que el ser humano posee hoy. Mientras nos centremos en el esquema de la forma humana, las diferencias no parecerán tan grandes en el curso de la historia humana. Si comparamos con los medios de que dispone la historia externa, la forma de un antiguo egipcio o incluso de un antiguo indio con la forma de un hombre de la civilización europea actual, descubriremos sólo diferencias relativamente pequeñas, siempre que nos quedemos con los contornos aproximados o los aspectos superficiales de la observación. Para un punto de vista tan aproximado, las grandes diferencias con respecto a las formas primitivas de desarrollo surgen sólo en el hombre primitivo de las épocas prehistóricas.

Sin embargo, cuando refinamos nuestra observación, cuando empezamos a estudiar lo que está oculto a la mirada externa, entonces lo que he dicho ya no es válido. Porque entonces nos vemos obligados a admitir que existe una gran y significativa diferencia entre el organismo de un hombre civilizado del presente y el organismo de un antiguo egipcio, o incluso de un antiguo griego o romano. Y aunque el cambio se ha producido de una manera mucho más sutil y delicada en los tiempos históricos, es seguro que ha habido tal cambio en lo que respecta a toda la formación y conformación más sutil del organismo humano. Este cambio sutil alcanzó una cierta culminación a mediados del siglo XIX. Aunque suene paradójico, es un hecho que en cuanto a su estructura interna, en cuanto a lo que el organismo humano puede alcanzar, el hombre había alcanzado la perfección a mediados del siglo XIX. Desde entonces, se ha producido una especie de decadencia. Desde entonces, el organismo humano ha entrado en retroceso. Por lo tanto, también a mediados del siglo XIX, los órganos que sirven de órganos físicos de la actividad intelectual humana habían alcanzado la perfección en su desarrollo.

Lo que llamamos el intelecto del hombre requiere, por supuesto, órganos físicos. En épocas anteriores, estos órganos físicos estaban mucho menos desarrollados que a mediados del siglo XIX. Es cierto que lo que despierta nuestra admiración cuando contemplamos el espíritu griego, particularmente en griegos tan avanzados como Platón y Aristóteles, depende del hecho de que los griegos no tenían órganos del pensar tan perfectos, en el sentido puramente físico, como tenían los hombres del siglo XIX. Dependiendo de la preferencia de cada uno, se podría decir: "¡Gracias al cielo que la gente de la época griega no poseía órganos del pensar tan perfectos como los de la gente del siglo XIX!" Si, por el contrario, uno es un pedante como los del siglo XIX, que desea aferrarse a esta pedantería, entonces puede decir: "Bueno, los griegos eran sólo niños, no tenían los órganos perfectos del pensar que tenemos nosotros; en consecuencia, debemos mirar con ojo indulgente lo que encontramos en las obras de Platón y Aristóteles". Los maestros de escuela suelen hablar en este sentido, pues en sus críticas se sienten muy superiores a Platón y Aristóteles. Sin embargo, sólo se entenderá plenamente lo que acabo de indicar si se conoce a personas -¡y las hay! - que tienen una especie de visión que se puede llamar, en el mejor sentido de la palabra, una conciencia clarividente.

En tales personas, la presencia de la conciencia clarividente -si hay alguien en la audiencia que posea una proporción de ella, me perdonará por decir lo que es la pura verdad- se debe al desarrollo inadecuado de los órganos del intelecto. Es bastante común en nuestros días conocer a personas que tienen un cierto grado de conciencia clarividente y poseen extraordinariamente poco de lo que hoy se llama intelecto científico. Si bien esto es cierto, también lo es que lo que estas personas clarividentes son capaces de decir o escribir a través de su propia facultad de percepción, puede contener pensamientos mucho más inteligentes que los pensamientos de las personas que no muestran ningún signo de clarividencia, pero que funcionan con los mejores órganos del intelecto. Puede ocurrir fácilmente que personas clarividentes que, desde el punto de vista de la ciencia actual, son bastante estúpidas -perdónenme la expresión- produzcan pensamientos más inteligentes que los de los científicos reconocidos, sin ser ellos mismos más inteligentes por producirlos. Esto ocurre realmente. ¿Y a qué se debe? Se debe a que tales clarividentes no necesitan ejercitar ningún órgano del pensar para llegar a los pensamientos inteligentes. Crean las imágenes correspondientes a partir del mundo espiritual, y las imágenes ya tienen en su interior los pensamientos. Están ahí, ya hechos, mientras que otras personas que no son clarividentes y sólo pueden pensar tienen que desarrollar primero sus órganos del pensar antes de poder desarrollar cualquier pensamiento. Si tuviéramos que dibujar esto, sería así. Supongamos que una persona clarividente saca algo del mundo espiritual en toda clase de imágenes (véase el dibujo, en rojo). Pero en él están contenidos pensamientos, una red de pensamientos. La persona en cuestión no lo piensa, sino que lo ve, trayéndolo desde el mundo espiritual. No tiene ocasión de ejercitar ningún órgano del pensar.

Consideremos otra persona que no está dotada de clarividencia, pero que puede pensar. De todo lo que se ha dibujado en rojo abajo, no hay nada en absoluto presente en él. No trae nada de eso del mundo espiritual. Tampoco trae este esqueleto de pensamiento fuera del mundo espiritual (véase el dibujo de la izquierda). Él ejerce sus órganos del pensar y a través de ellos produce este esqueleto de pensamiento (ver dibujo).

Al observar a los seres humanos de hoy, se pueden encontrar en todas partes ejemplos de todos los estadios entre estos dos extremos. Para quien no ha entrenado su facultad de observación, es sin embargo muy difícil distinguir si una persona es realmente inteligente, en el sentido de que piensa por medio de sus órganos de la razón, o si no piensa con ellos en absoluto, sino que por algún medio trae algo a su conciencia, de modo que sólo el elemento pictórico, imaginativo, se desarrolla en él, pero tan débilmente que él mismo no es consciente de ello. Por ello, hoy en día hay un gran número de personas que producen pensamientos muy inteligentes sin tener que serlo, mientras que otras tienen pensamientos muy inteligentes pero no tienen ninguna conexión especial con ningún mundo espiritual. Aprender a comprender esta distinción es una de las tareas psicológicas importantes de nuestra época, y proporciona la base para una importante comprensión de los seres humanos en la actualidad. Con esta explicación ya no les resultará difícil comprender que la observación empírica suprasensible muestra que la mayoría de la humanidad poseía los órganos del pensamiento más perfectamente desarrollados a mediados del siglo XIX. En ninguna otra época se pensaba tanto con tan poca inteligencia como a mediados del siglo XIX.

Retrocedan hasta los años veinte del siglo XIX -sólo que la gente no lo hace hoy- o incluso un poco antes, y lean los textos científicos producidos entonces. Descubrirán que tienen un tono totalmente diferente; no contienen todavía el pensamiento completamente abstracto de épocas posteriores que depende de los órganos físicos del pensar del hombre. Ni siquiera es necesario mencionar lo que salió de la pluma de personas como Herder, Goethe o Schiller; en ellos aún habitaban las grandes concepciones. No importa que la gente no crea esto hoy y que se escriban comentarios como si no fuera así. Porque los que escriben estos comentarios y creen que entienden a Goethe, Schiller y Herder simplemente no los entienden; no ven lo más importante de estos hombres.

Es un hecho de gran importancia que hacia la mitad del siglo XIX el organismo humano alcanzó una culminación con respecto a su forma física y que desde entonces ha estado retrocediendo; de hecho, con respecto a la comprensión racional del mundo está retrocediendo rápidamente en cierto sentido.

Este hecho está estrechamente relacionado con el desarrollo del materialismo a mediados del siglo XIX. Porque, ¿Qué es el organismo humano? El organismo humano es una copia fiel de la naturaleza anímico-espiritual del hombre. No es de extrañar que personas incapaces de comprender el alma y el espíritu del hombre vean en la estructura del organismo humano una explicación de todo el ser humano. Este es el caso, en particular, cuando se tiene en cuenta especialmente la organización de la cabeza, y en la cabeza, a su vez, la organización de los nervios.

En el curso de mis conferencias en Stuttgart, (GA324 sin traducir), mencioné una experiencia que es realmente adecuada para arrojar luz sobre este punto. Sucedió a principios del siglo XX en una reunión de la Sociedad Giordano Bruno de Berlín. En primer lugar, habló un hombre -yo lo llamaría un defensor incondicional del materialismo- que era un materialista muy entendido. Conocía la estructura del cerebro tan bien como puede conocerla hoy cualquiera que la haya estudiado concienzudamente. Era uno de los que ven en el análisis de la estructura del cerebro ya todo el alcance de la psicología -los que dicen que basta con saber cómo funciona el cerebro para tener una idea del alma y poder describirla. Fue interesante; en la pizarra, el hombre dibujó las distintas secciones del cerebro, los hilos de conexión, etc., y presentó así el maravilloso cuadro que se obtiene cuando se traza la estructura del cerebro humano. Y este orador creía firmemente que al haber dado esta descripción del cerebro había descrito la psicología. Cuando terminó de hablar, un filósofo acérrimo, discípulo de Herbart, se levantó y dijo: "El punto de vista propuesto por este caballero, de que se puede obtener el conocimiento del alma simplemente explicando la estructura del cerebro, es algo a lo que naturalmente debo oponerme rotundamente. Pero no tengo motivos para objetar el dibujo que ha hecho el orador. Se ajusta bastante bien a mi punto de vista herbartiano, a saber, que las ideas forman asociaciones entre sí, y que los hilos de conexión de carácter psíquico van de una idea a otra". Añadió que, como herbartiano, podía hacer perfectamente el mismo dibujo, sólo que los distintos círculos y demás no indicarían para él secciones del cerebro, sino complejos de ideas. Pero el dibujo en sí seguiría siendo exactamente el mismo.

Una situación muy interesante. Cuando se trata de llegar a la realidad de un tema, estos dos oradores tienen puntos de vista diametralmente opuestos, pero cuando hacen dibujos de la misma cosa, se ven obligados a llegar a dibujos idénticos, aunque uno sea un filósofo herbartiano de corazón y el otro un fisiólogo materialista acérrimo.

¿Cuál es la causa de esto? De hecho, es la siguiente: Tenemos el ser anímico-espiritual del hombre; lo llevamos en nosotros. Este ser anímico-espiritual es el creador de toda la forma del organismo del hombre. Por lo tanto, no es de extrañar que aquí, en la parte más completa y perfecta del organismo, es decir, el sistema nervioso del cerebro, la réplica creada por el ser anímico-espiritual se asemeje a éste en todo. Es cierto que en el lugar donde el hombre es más hombre, por así decirlo, es decir en la estructura de sus nervios, es una réplica fiel del elemento anímico-espiritual. Así, una persona que, en primer lugar, debe tener siempre algo que los sentidos puedan percibir y se contenta con la réplica, percibe realmente en la copia lo mismo que se ve en el original anímico-espiritual. Al desechar lo anímico-espiritual y concentrarse, por así decirlo, en la réplica, se detiene en la estructura del cerebro. Dado que esta estructura del cerebro se presentaba con una perfección tan notable al observador de mediados del siglo XIX, y teniendo en cuenta la predisposición de la humanidad en aquella época, era extraordinariamente fácil desarrollar el materialismo teórico.

¿Qué ocurre realmente en el ser humano? Si se considera al ser humano como tal -dibujaré aquí un esquema de él- y se pasa a la estructura de su cerebro, se encuentra que, en primer lugar, el hombre es, como sabemos, un ser triple: el ser de las extremidades, el hombre rítmico y el ser de los nervios y los sentidos. Cuando miramos ahora a este último, tenemos ante nosotros la parte más perfecta del ser humano, en cierto sentido, la parte más humana. En ella, el mundo exterior se refleja (véase el dibujo, en rojo). Indicaré este proceso de reflexión con el ejemplo de la percepción a través de los ojos. Podría igualmente esbozar las percepciones que llegan a través del oído, y así sucesivamente. El mundo exterior, por tanto, se refleja en el ser humano de tal manera que tenemos aquí la estructura del hombre y en él el reflejo del mundo exterior.

Mientras consideremos al ser humano de esta manera, no podremos evitar interpretarlo de forma materialista, aunque vayamos más allá de las concepciones, a menudo bastante burdas, del materialismo. Pues, por una parte, tenemos la estructura del ser humano; podemos trazarla en todas sus estructuras tisulares más delicadas. Cuanto más nos acercamos a la organización de la cabeza, más descubrimos una réplica fiel del elemento anímico-espiritual. Entonces podemos seguir el reflejo del mundo exterior en el ser humano. Eso, sin embargo, es una mera imagen. Tenemos, pues, la realidad del hombre, por un lado, rastreable en todos sus detalles estructurales más finos, y por otro lado tenemos la imagen del mundo.

Tengamos esto bien presente. Tenemos la realidad del hombre en la estructura de sus órganos, y tenemos lo que se refleja en él. Esto es realmente todo lo que se ofrece inicialmente a la observación sensorial externa. Así, para la observación sensorial, se presenta la siguiente conclusión. Cuando el ser humano muere, toda esta estructura humana se desintegra en el cadáver. Además, tenemos las imágenes del mundo exterior. Si se rompe el espejo, ya nada puede reflejarse; por lo tanto, las imágenes también desaparecen cuando el ser humano ha pasado por la muerte. Dado que la observación de los sentidos externos no puede determinar más que lo que acabo de mencionar, ¿no es natural tener que decir que con la muerte la estructura física del ser humano se desintegra? Antes reflejaba el mundo exterior. El ser humano no lleva más que una imagen de espejo en su alma y ésta desaparece. El materialismo del siglo XIX simplemente presentaba esto como un hecho. No podía hacer otra cosa, porque realmente no tenía conocimiento de nada más.

Ahora bien, todo el asunto cambia cuando empezamos a dirigir nuestra atención a la vida anímico-espiritual del hombre. Allí entramos en una región que es inaccesible a la observación sensorial física. Tomemos un hecho perteneciente al alma que está cerca, el simple hecho de que nos enfrentamos al mundo exterior observándolo. Observamos y percibimos los objetos; entonces los tenemos dentro de nosotros en forma de percepciones. También tenemos la memoria, la facultad del recuerdo. Podemos traer en imágenes desde lo más profundo de nuestro ser lo que experimentamos en el mundo exterior. Sabemos lo importante que es la memoria para el ser humano.

Consideremos un poco más este conjunto de hechos. Tomemos estas dos experiencias interiores: Ustedes miran a través de sus ojos el mundo exterior, lo escuchan con sus oídos, o de alguna otra manera lo perciben con sus sentidos. En ese momento, están inmersos en una actividad del alma inmediatamente presente. Esta actividad se traslada a la vida conceptual. Lo que han experimentado hoy, pueden volver a sacarlo unos días más tarde de las profundidades de su alma en forma de imágenes. Algo entra en ustedes de alguna manera y lo sacan de nuevo de su propio ser. No es difícil reconocer que lo que entra en el alma debe originarse en el mundo exterior. No quiero considerar nada más por el momento, excepto el hecho que es claramente obvio, a saber, que lo que recordamos así tiene que venir del mundo exterior. Porque si has visto algún objeto rojo, recuerdas después el objeto rojo, y lo que ha tenido lugar en ti es simplemente la imagen del objeto rojo que, a su vez, surge de nuevo en ti. Por lo tanto, es algo que el mundo exterior ha impreso en ti más profundamente que si sólo te ocupas de las percepciones inmediatas en el mundo exterior.
Ahora imaginen lo que sucede: Ustedes se acercan a algún objeto, lo observan, es decir, realizan una actividad anímica inmediata y presente con respecto al objeto observado. Luego se alejan de él. Unos días más tarde, tienen motivos para volver a evocar, desde lo más profundo de su ser, las imágenes del objeto observado. Vuelven a estar presentes, más pálidas, sin duda, pero todavía presentes en ustedes. ¿Qué ha sucedido en el intervalo?

Permítanme pedirles que tengan bien presente lo que acabo de decir y que comparen este singular juego de pensamientos perceptivos inmediatos e imágenes de la memoria con algo que les resulta bastante familiar, las imágenes que aparecen en los sueños. Podrán notar fácilmente cómo el sueño está conectado con la facultad de la memoria. Siempre que las imágenes del sueño no sean demasiado confusas, podrán ustedes ver fácilmente cómo se relacionan con las imágenes de la memoria, y por lo tanto, cómo existe una relación entre los sueños y lo que pasa de las percepciones vivas a la memoria.

Ahora consideren ustedes algo más. El ser humano tiene que estar orgánicamente sano para poder tolerar bien el sueño, por así decirlo. Soñar requiere que una persona se tenga a sí misma completamente bajo control y que en cualquier momento pueda ocurrir que esté segura de que ha estado soñando. Algo está fuera de lugar cuando una persona no puede llegar al punto de percibir con toda claridad: ¡Esto ha sido un sueño! Habéis conocido a personas que han soñado que eran decapitadas. Supongamos que después no pudieran distinguir entre ese sueño y la decapitación real; supongamos que pensaran que realmente han sido decapitados y, sin embargo, tuvieran que seguir viviendo. Imagínense lo imposible que sería para esas personas ordenar los hechos sin confundirse totalmente. Sentirían constantemente que acaban de ser decapitados, y si presumieran que tienen que creerlo, ¡ya pueden imaginarse qué tipo de palabras saldrían de sus labios!

Se puede ver, por tanto, que los seres humanos deberían ser capaces en todo momento de tenerse a sí mismos tan bien controlados que puedan distinguir los sueños de la vida de los pensamientos dentro de la realidad. Hay personas, sin embargo, que no pueden hacer esto. Experimentan todo tipo de alucinaciones y visiones y las consideran realidades. No pueden distinguir; no se tienen a sí mismos lo suficientemente bien controlados. ¿Qué significa esto? Significa que lo que habita en el sueño tiene una influencia en su organización, y que la organización se adapta a la imagen del sueño. Hay algo en su sistema nervioso que no está completamente desarrollado y que debería estarlo; por lo tanto, el sueño está activo en ellos y hace sentir su influencia.

Por tanto, si alguien no es capaz de distinguir entre sus sueños y las realidades vividas, significa que el poder del sueño tiene un efecto organizador sobre él. Si un sueño se apoderara de todo nuestro cerebro, ¡veríamos el mundo entero como un sueño! Si pueden ustedes contemplar tal hecho y apreciar todo su valor, aprenderán gradualmente a aprehender los hechos a los que la ciencia ordinaria de hoy no quiere aspirar porque carece de valor para hacerlo. Aprenderán a percibir que el mismo poder que dinamiza la vida onírica está presente en nosotros como poder organizador y acelerador, como poder de crecimiento. La única razón por la que el sueño no tiene el poder de desgarrar la estructura de nuestro organismo es que éste está demasiado consolidado, que tiene una estructura tan firme como para poder resistir los efectos del sueño ordinario. De este modo, el ser humano puede distinguir entre la experiencia del sueño y la de la realidad.
Cuando el niño pequeño crece, haciéndose cada vez más alto, hay una fuerza que actúa en él. Esta es la misma fuerza que está contenida en el sueño; sólo que en el caso del sueño la contemplamos. Cuando no la contemplamos, cuando en cambio está activa dentro del cuerpo, entonces ella, la misma fuerza que está en el sueño, nos hace crecer. No hace falta ni siquiera pensar en el crecimiento. Cada día, por ejemplo, cuando se come y se digiere y los efectos de la digestión se extienden por todo el organismo, esto sucede por medio de la fuerza que habita en los sueños. Por lo tanto, cuando algo está fuera de orden en el organismo, está conectado con el sueño que no es como debería ser. La fuerza que podemos observar, desde el exterior, actuando en la vida onírica es la misma que luego actúa interiormente en el ser humano, incluso en las fuerzas de la digestión.

Así, podemos decir que si sólo consideramos la vida del hombre de la manera correcta, nos damos cuenta del funcionamiento de la fuerza del sueño en su organismo. Cuando describo esta fuerza onírica que trabaja activamente, en realidad entro en los mismos caminos en esta descripción que debo recorrer cuando describo el cuerpo etérico humano.

Imaginen que alguien pudiera penetrar con su visión todo lo que hace crecer al ser humano desde la infancia, todo lo que provoca la digestión en el hombre, todo lo que sostiene todo su organismo en su estado de actividad. Imaginen que pudiera tomar todo este sistema de fuerzas, extrayéndolo del ser humano y poniéndolo delante suyo, entonces habría puesto el cuerpo etérico delante del ser humano. Este cuerpo etérico, es decir, el cuerpo que se revela sólo en irregularidades en un sueño, estaba mucho más desarrollado antes del período del siglo XIX al que me he referido. Poco a poco su estructura se ha ido debilitando. A su vez, la estructura del cuerpo físico se ha fortalecido de forma correspondiente. El cuerpo etérico puede concebir en imágenes, puede tener imaginaciones oníricas, pero no puede pensar. Tan pronto como este cuerpo etérico comienza a ser especialmente activo en una persona de nuestro tiempo, se vuelve un poco clarividente, pero entonces puede pensar menos, porque, para pensar, necesita particularmente el cuerpo físico.
Por lo tanto, no tiene que sorprendernos que cuando la gente del siglo XIX tenía la sensación de que podía pensar especialmente bien, en realidad se veía abocada al materialismo. Porque lo que más les ayudaba en este pensamiento era el cuerpo físico. Pero este pensamiento físico estaba relacionado con la forma especial de memoria que se desarrolló en el siglo XIX. Se trata de una memoria que carece del elemento pictórico y, siempre que es posible, se mueve en abstracciones.

Tal fenómeno es interesante. Me he referido con frecuencia al profesor de antropología criminal Moritz Benedikt. También hoy quiero mencionar una interesante experiencia que él mismo relata en sus memorias. Tenía que dirigirse a una reunión de científicos, y cuenta que se preparó para este discurso durante veintidós noches, sin haber dormido ni de día ni de noche. El último día antes de pronunciar el discurso, un periodista que debía publicarlo fue a verle. Benedikt se lo dictó. Dice que no había escrito el discurso, sino que lo había grabado en su memoria. Ahora se lo dictó al periodista en su habitación privada; al día siguiente pronunció este discurso en la reunión de científicos. El periodista imprimió lo que había tomado al dictado, y el discurso impreso coincidía palabra por palabra con el discurso que Benedikt pronunció en la reunión.

Debo confesar que algo así me llena de admiración, pues uno siempre admira lo que nunca podría realizar por sí mismo. Se trata, en efecto, de un fenómeno de lo más interesante. Durante veintidós días, el hombre trabajó para incorporar, palabra por palabra, lo que había preparado en su organización, de modo que al final no pudo haber pronunciado ni una sola frase fuera de la secuencia impresa en su sistema, ¡tan firmemente estaba imbricada!

Tal cosa es posible sólo cuando una persona es capaz de imprimir todo el discurso en su organismo físico puramente de la redacción que se desarrolla gradualmente. Es un hecho que lo que uno piensa de esta manera se estampa en su organización tan firmemente como la fuerza de la naturaleza construye firmemente el sistema óseo del hombre. Entonces, todo el discurso descansa como un esqueleto en el organismo físico. Por regla general, la memoria está ligada al cuerpo etérico, pero en este caso éste se ha incrustado completamente en el organismo físico. Todo el sistema físico contiene entonces algo de la forma en que contiene los huesos, algo que está ahí como el esqueleto del discurso. Entonces es posible hacer lo que hizo el profesor Benedikt. Pero esto sólo es posible cuando la estructura nerviosa del organismo físico está desarrollada de tal manera que recibe sin resistencia en su plasticidad lo que se introduce en ella; gradualmente, por supuesto, durante veintidós días, incluso noches, hubo que trabajar en ella.
No es sorprendente que alguien que depende tanto de su cuerpo adquiera la sensación de que este cuerpo físico es lo único que funciona en el ser humano. En efecto, la vida humana ha dado un giro tal que ha trabajado completamente en el cuerpo físico; por lo tanto, la gente llegó a la creencia de que el cuerpo físico lo es todo en la organización humana. No creo que ninguna otra época, salvo la nuestra, que ha concedido este alto valor al cuerpo físico, haya podido llegar a una invención tan grotesca -perdón por la expresión- como la taquigrafía. Evidentemente, cuando la gente no contaba todavía con la taquigrafía, no concedía un valor tan grande a la conservación y registro preciso de las palabras y de la secuencia de las mismas, como es el objetivo de la taquigrafía. Al fin y al cabo, sólo la huella en el cuerpo físico puede dejar un registro tan rápido y firme. Por lo tanto, es la predilección por imprimir algo en el cuerpo físico lo que ha provocado la otra preferencia por conservar esta palabra impresa, pero de ninguna manera por retener algo que se encuentra un nivel más alto. Pues la taquigrafía no podría desempeñar ningún papel si quisiéramos conservar las formas que se expresan en el cuerpo etérico. Hace falta la tendencia materialista para inventar algo tan grotesco como la taquigrafía.

Todo esto, por supuesto, se añade sólo a modo de explicación de lo que quiero aportar al problema de la comprensión de la aparición del materialismo en el siglo XIX. La humanidad había llegado a una determinada condición que tendía a arraigar lo anímico-espiritual en el organismo físico. Hay que tomar lo que he dicho como una interpretación, no como una crítica a la taquigrafía. No soy partidario de la abolición inmediata de la taquigrafía. Esta no es nunca la tendencia que subyace a tales caracterizaciones. Debemos entender claramente que el hecho de que uno entienda algo, no implica que desee abolirlo de inmediato. Hay muchas cosas en el mundo que son necesarias para la vida y que, sin embargo, no pueden servir para todos los propósitos -no quiero profundizar en este tema- y cuya necesidad aún debe ser comprendida. Pero vivimos en una época, y tengo que subrayarlo una y otra vez, en la que es absolutamente necesario penetrar más profundamente en el desarrollo de la naturaleza, así como en el de la cultura, para poder preguntarnos: ¿De dónde viene tal o cual fenómeno? Porque las meras caricias y críticas no consiguen nada. Tenemos que entender realmente todas las cosas que ocurren en el mundo.

Me gustaría resumir lo que he presentado hoy de la siguiente manera. La evolución de la humanidad muestra que a mediados del siglo XIX se alcanzó una cierta culminación en el proceso de terminación estructural del cuerpo físico. Ahora ya se ha producido una decadencia. Además, este perfeccionamiento del cuerpo físico está relacionado con el auge del materialismo teórico. En los próximos días, tendré que decir más sobre estas cuestiones desde uno u otro punto de vista. Hoy he querido exponer ante ustedes lo que acabo de resumir.
traducido por J.Luelmo jul.2022