GA028 El curso de mi vida cap. XV Encuentros con Haeckel, Treitschke y Laistner

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 EL CURSO DE MI VIDA

RUDOLF STEINER

1890-1897

Weimar

Cap. XV Encuentros con Haeckel, Treitschke y Laistner

Guardo importantes recuerdos de dos conferencias que tuve que dar poco después del comienzo de mi vida en Weimar. Una tuvo lugar en Weimar y se titulaba "La imaginación como creadora de cultura"; precedió a la conversación con Herman Grimm sobre sus puntos de vista acerca de la historia del desarrollo de la imaginación.

Antes de pronunciar la conferencia, resumí en mi alma lo que podía decir a partir de mis experiencias espirituales sobre los influjos inconscientes del mundo espiritual real en la imaginación humana. Lo que vive en la imaginación me parecía ser estimulado sólo en sustancia por las experiencias de los sentidos humanos. Lo que es realmente creativo en las formas genuinas de la imaginación se me mostró como un reflejo del mundo espiritual que existe fuera del ser humano. Quería mostrar cómo la imaginación es la puerta a través de la cual las entidades creativas del mundo espiritual se abren camino a través del hombre hacia el desarrollo de las culturas.  

Dado que había orientado mis ideas hacia tal objetivo para una conferencia de este tipo, el argumento de Herman Grimm me causó una profunda impresión.  Él no sentía la necesidad de investigar las fuentes suprasensibles-espirituales de la imaginación; aceptaba lo que aparecía en las almas humanas como imaginación según su facticidad y quería considerarlo según su desarrollo. 

Primero presenté el único polo del despliegue de la imaginación, la vida onírica. Mostré cómo a través de la vida amortiguada de la conciencia se experimentan las sensaciones exteriores en los sueños, no como en la vida de vigilia, sino en transformación simbólico-pictórica; cómo se experimentan los procesos corporales internos justamente en tal simbolización; cómo se elevan las experiencias en la conciencia no en sobrio recuerdo, sino de un modo que apunta a un poderoso trabajo de lo experimentado en las profundidades del ser del alma.

En los sueños, la conciencia está sometida; allí se sumerge en la realidad físico-sensorial y ve el funcionamiento de lo espiritual en lo sensorial, que permanece oculto en la percepción sensoria, pero que también aparece a la conciencia medio dormida sólo como un resplandor que surge de las profundidades de lo sensorial.

En la imaginación el alma se eleva tanto por encima del estado ordinario de conciencia como se hunde por debajo de él en la vida onírica.  No es lo espiritual oculto en los sentidos lo que aparece, sino que lo espiritual actúa sobre el hombre; éste, sin embargo, no puede captarlo en su propia forma, sino que lo visualiza inconscientemente a través de un contenido anímico que toma prestado del mundo de los sentidos. La conciencia no penetra hasta la visión del mundo espiritual, pero lo experimenta en imágenes que toman su materia del mundo de los sentidos. Así, las creaciones genuinas de la imaginación se convierten en productos del mundo espiritual sin que este mundo mismo penetre en la conciencia del hombre.

Con esta conferencia quería mostrar una de las maneras de las formas en que los seres del mundo espiritual trabajan en el desarrollo de la vida. 

Así que me esforcé por encontrar medios por los cuales pudiera representar el mundo espiritual que había experimentado y, sin embargo, vincularlo de alguna manera con lo que es familiar a la conciencia ordinaria. La otra conferencia la di en Viena. Me había invitado el "Club Científico". Trataba de la posibilidad de una visión monista del mundo preservando al mismo tiempo un conocimiento real de lo espiritual. Expliqué cómo el hombre capta el lado físico de la realidad desde fuera a través de los sentidos, y el lado espiritual de la realidad a través de la percepción espiritual "desde dentro", de modo que todo lo que se experimenta aparece como un mundo unificado en el que lo sensorial representa al espíritu, el espíritu se revela en lo sensorial de forma creativa.
Esto ocurría en la época en que Haeckel había dado forma a su concepción monista del mundo mediante su discurso sobre "El monismo como vínculo entre la religión y la ciencia". Haeckel, que sabía de mi presencia en Weimar, me envió una copia de su discurso. Yo devolví la atención que se me había mostrado enviando a Haeckel el número de la revista en el que estaba impreso mi discurso de Viena.

Quien lea este discurso debe ver cuán hostil era yo entonces al monismo planteado por Haeckel, cuando para mí era importante dejar claro lo que tenía que decir sobre este monismo una persona para la que el mundo espiritual es algo a lo que se asoma.  

Pero había otra necesidad para mí en aquel momento de observar el monismo en el colorido de Haeckel. Se presentaba ante mí como un fenómeno de la era científica. Los filósofos veían en Haeckel al diletante filosófico que en realidad no conocía otra cosa que las formas de los seres vivos a los que aplicaba las ideas darwinianas, en la forma que él mismo se había inventado, y que declaraba audazmente: no se puede utilizar nada más para formar una visión del mundo que lo que puede imaginar un observador de la naturaleza educado en Darwin. Los científicos naturales consideraban a Haeckel un fantasioso que extraía conclusiones arbitrarias de las observaciones científicas.

Como mi trabajo me obligaba a exponer la condición interior del pensamiento sobre el mundo y el hombre, sobre la naturaleza y el espíritu, tal como había prevalecido en Jena un siglo antes, cuando Goethe introdujo sus ideas científicas en este pensamiento, me quedó claro, a la vista de Haeckel, lo que se pensaba en esta dirección en aquella época. La relación de Goethe con la visión de la naturaleza de su tiempo tuvo que presentárseme ante los ojos de mi alma en todos sus detalles durante mi trabajo. En Jena, el lugar del que Goethe había recibido los impulsos significativos para desarrollar sus ideas sobre los fenómenos naturales y los seres naturales, Haeckel trabajaba un siglo después con la pretensión de poder decir algo decisivo para una visión del mundo basada en el conocimiento de la naturaleza.  

<Además, en una de las primeras reuniones de la Sociedad Goethe, a la que asistí durante mi trabajo en Weimar, Helmholtz pronunció una conferencia sobre "Las premoniciones de Goethe sobre las ideas científicas venideras".  Allí se me señalaron muchas cosas que Goethe había "previsto" a través de una afortunada intuición de ideas científicas posteriores, pero también se insinuó cómo las aberraciones de Goethe en este campo se mostraban en su teoría de los colores.

Cuando miraba a Haeckel, siempre quería poner ante mi alma el juicio del propio Goethe sobre el desarrollo de los puntos de vista científicos en el siglo que siguió al suyo; mientras escuchaba a Helmholtz, se ponía ante mi alma el juicio de este desarrollo sobre Goethe.

En aquel momento, no pude evitar decirme a mí mismo que cuando se piensa en la esencia de la naturaleza desde el estado mental imperante de la época, eso debe ser lo que piensa Haeckel en perfecta ingenuidad filosófica; los que le combaten muestran por doquier que quieren quedarse con el mero punto de vista de los sentidos y evitar el desarrollo ulterior de este punto de vista mediante el pensar.  

Al principio yo no tenía ningún deseo de conocer personalmente a Haeckel, en quien me vi obligado a pensar mucho. Luego se acercó su sexagésimo cumpleaños. Fui inducido a participar en las espléndidas festividades que se celebraban en Jena en aquel momento. Me sentí atraído por la humanidad de esta festividad. Durante el banquete, el hijo de Haeckel, a quien había conocido en Weimar, donde estaba en la escuela de pintura, se me acercó y me dijo que a su padre le gustaría que le presentara. El hijo así lo hizo.
Así conocí personalmente a Haeckel. Era una personalidad encantadora. Un par de ojos que miraban ingenuamente en el mundo, tan suave que uno tenía la sensación, de que esta mirada tendría que romperse si la agudeza del pensamiento penetrara en ella. Sólo podía tolerar impresiones sensoriales, no pensamientos que se revelan en cosas y procesos. Todos los movimientos de Haeckel iban dirigidos a aceptar lo que expresan los sentidos, sin dejar que se revelara el pensamiento dominante en ellos. Comprendí por qué a Haeckel le gustaba tanto pintar. Estaba absorto en los sentidos.  Allí donde debía empezar a pensar, dejaba de desplegar la actividad del alma y prefería plasmar lo que veía con su pincel. Así era el propio ser de Haeckel. Si tan sólo lo hubiera desdoblado, se habría revelado algo inmensamente atractivo y humano.  

Pero en un rincón de esta alma se agitaba algo que obstinadamente quería afirmarse como un determinado contenido de pensamiento. Algo que provenía de una dirección del mundo completamente diferente a su sentido de la naturaleza. La dirección de una vida anterior en la tierra, con un toque fanático, dirigida hacia algo muy distinto de la naturaleza, quería desahogarse. La política religiosa vivía del subsuelo del alma y utilizaba las ideas de la naturaleza para expresarse.

Dos seres vivían en Haeckel de forma tan contradictoria. Un ser humano con un sentido de la naturaleza suave y lleno de amor, y detrás de él algo así como un ser en la sombra con ideas inacabadas y estrechamente definidas que respiraban fanatismo.  Cuando Haeckel hablaba, su suavidad dificultaba que el fanatismo se vertiera en la palabra; era como si la suavidad natural embotara un demonio oculto en el habla. Un enigma humano que uno sólo podía amar cuando lo veía; sobre el que a menudo uno podía enfurecerse cuando juzgaba. Así es como vi a Haeckel ante mí cuando, en los años noventa del siglo diecinueve, preparó lo que luego desembocó en la salvaje batalla intelectual que se libró en torno a su línea de pensamiento en el cambio de siglo.

Entre los visitantes de Weimar estaba Heinrich v. Treitschke. Yo pude conocerle porque Suphan me invitó a comer con él una vez. Tuve una profunda impresión de esta personalidad tan discutida. Treitschke era completamente sordo. La gente se comunicaba con él entregándole pequeños trozos de papel en los que escribían lo que querían decirle. El resultado era que, en la sociedad en la que se encontraba, su personalidad ocupaba un lugar central. Si algo estaba escrito, hablaba de ello sin mantener una conversación real. Él estaba allí para los demás de una manera mucho más intensa de lo que los demás estaban para él. Esto se había convertido en parte de toda su actitud. Hablaba sin tener que enfrentarse a las objeciones con las que uno se encuentra cuando comunica sus pensamientos a la gente. Se podía ver claramente cómo esto había arraigado en su confianza en sí mismo. Como no podía oír objeciones a sus pensamientos, sentía con fuerza el valor de lo que él mismo pensaba.  

La primera pregunta que me hizo Treitschke fue de dónde era. Escribí en el trozo de papel que era austriaco. Treitschke respondió: Los austriacos o son gente muy buena e ingeniosa o son unos sinvergüenzas. Hablaba de tal manera que se percibía que la soledad en que vivía su alma a causa de la sordera le impulsaba hacia la paradoja y que en ello encontraba una satisfacción interior. En Suphan's, los comensales solían permanecer juntos toda la tarde. Lo mismo ocurría cuando Treitschke estaba entre ellos.  Se podía ver cómo se desarrollaba su personalidad. El hombre de hombros anchos también tenía algo en su personalidad intelectual que le hacía destacar ampliamente entre sus semejantes. No se puede decir que Treitschke diera conferencias. Todo lo que decía tenía el carácter de lo personal. En cada palabra vivía un apasionado deseo de expresarse. Su tono era imponente, incluso cuando se limitaba a narrar. Quería que sus palabras se apoderaran de los sentimientos de los demás.

Rara vez el fuego que brotaba de sus ojos acompañaba sus afirmaciones.   La conversación giró entonces en torno a la visión del mundo de Moltke expresada en sus memorias. Treitschke rechazó la forma impersonal y matemática en que Moltke percibía los fenómenos del mundo. No podía evitar juzgar las cosas con un trasfondo de fuertes simpatías y antipatías personales.  Las personas que, como Treitschke, están tan completamente envueltas en su personalidad sólo pueden causar impresión en los demás si lo personal es a la vez significativo y está profundamente entretejido con las cosas que exponen. Ese era el caso de Treitschke. Cuando hablaba de historia, lo hacía como si todo estuviera presente y él estuviera allí personalmente con toda su alegría y toda su rabia. Se escuchaba al hombre, se retenía la impresión de lo personal en una fuerza ilimitada; pero no se tenía ninguna relación con el contenido de lo que se decía.

Me hice muy amigo de otro visitante de Weimar. Se trataba de Ludwig Laistner. Una fina personalidad, que vivía en lo espiritual de la manera más bella, armonioso en sí mismo. Por aquel entonces era asesor literario de la Cotta'sche Verlagsbuchhandlung y como tal tenía que trabajar en el Archivo Goethe. Pude pasar con él casi todo el tiempo que teníamos libre. Su obra principal, "El enigma de la esfinge", ya estaba entonces a disposición del mundo. Es una especie de historia de los mitos. Él sigue su propia vía para explicar lo mítico. Nuestras conversaciones se movieron mucho en el campo que se trata en este importante libro. Laistner rechaza todas las explicaciones del cuento de hadas, de lo mítico, que se atienen a la imaginación simbolizadora más o menos consciente. Él ve el origen de la concepción mitificadora de la naturaleza de las personas en el sueño, a saber, la pesadilla.

La opresora pesadilla, que aparece como un atormentador espíritu interrogador para el soñador, se convierte en un alba, un duende, un demoníaco atormentador. Para Ludwig Laistner, toda la hueste de espíritus surge del ser humano soñador. La esfinge interrogadora es otra metamorfosis de la simple mujer del mediodía que se aparece al hombre que duerme en el campo a mediodía y le hace preguntas que él debe responder.

Ludwig Laistner persiguió todo lo que el sueño crea de paradójico, sensato y lleno de sentido, en formas atormentadoras y llenas de placer, para mostrarlo de nuevo en cuentos de hadas y mitos.  En cada conversación tenía la sensación de que el hombre podía encontrar tan fácilmente el camino desde el subconsciente, que crea en el ser humano y trabaja en el mundo onírico, hasta el supraconsciente, que se encuentra con el mundo espiritual real. Escuchaba mis argumentos sobre este tema con la mayor benevolencia; no se oponía a ellos, pero no adquiría una relación interior con ellos. También se lo impedía el miedo, inherente a la actitud de la época, de perder inmediatamente el terreno "científico" cuando uno se acerca a lo espiritual como tal. Pero Ludwig Laistner tenía una relación especial con el arte y la poesía en el sentido de que llevaba lo mítico a las experiencias oníricas reales y no a la imaginación abstractamente creadora. En su opinión, todo lo creativo en el hombre adquiría así un significado mundial. Era una personalidad sutil y poética con una rara calma interior y cohesión espiritual. Sus afirmaciones sobre todas las cosas tenían algo de poético. En realidad, no conocía ningún término que no fuera poético. Pasé las horas más hermosas con él en Weimar, y luego durante una visita a Stuttgart, donde se me permitió quedarme con él. A su lado estaba su esposa, que estaba completamente absorta en su ser espiritual. Para ella, Ludwig Laistner era en realidad todo lo que la unía al mundo. No vivió mucho tiempo después de su visita a Weimar.  

La mujer siguió al difunto esposo en el plazo más breve posible; el mundo se había quedado vacío para ella cuando Ludwig Laistner ya no estaba en él. Una mujer muy pocas veces amable, verdaderamente significativa en su bondad. Siempre supo ausentarse cuando creía que estorbaba; nunca faltaba cuando tenía que ocuparse de algo. Permaneció maternalmente al lado de Ludwig Laistner, cuya fina mente estaba en un cuerpo muy delicado.

Con Ludwig Laistner podía hablar del idealismo de los filósofos alemanes Fichte, Hegel y Schelling como con pocas otras personas. Tenía un vivo sentido de la realidad del ideal que vivía en estos filósofos. Cuando una vez le hablé de mi preocupación por la unilateralidad de la visión científica del mundo, me dijo: la gente no tiene ni idea del significado de lo creativo en el alma humana. No saben que en esa creatividad vive el contenido del mundo, igual que en los fenómenos de la naturaleza.

Por encima de lo literario y artístico, Ludwig Laistner no perdió su relación con lo directamente humano. Su actitud y sus modales eran modestos: quien comprenda esto sentirá el significado de su personalidad poco después de conocerle. Los mitólogos oficiales se oponían a sus opiniones; apenas las tenían en cuenta. Así, en la vida intelectual pasó casi desapercibido un hombre que, según sus valores interiores, merecía un primer puesto. La mitología podría haber recibido impulsos completamente nuevos de su libro "Enigmas de la Esfinge"; quedó casi completamente sin efecto.  

Por aquel entonces, Ludwig Laistner tenía que incluir en la "Cotta'sche Bibliothek der Weltliteratur" una edición completa de Schopenhauer y una edición de obras selectas de Jean Paul. Él me transfirió ambas.

Y así tuve que incorporar a mis tareas de Weimar de entonces la obra completa del filósofo pesimista y del genio-paradoja Jean Paul. Emprendí ambos trabajos con el mayor interés, porque me encantaba ponerme en estados de ánimo fuertemente opuestos a los míos. Los motivos de Ludwig Laistner para hacerme editor de Schopenhauer y Jean Paul no fueron externos; el encargo surgió de las conversaciones que habíamos mantenido sobre las dos personalidades. También se le ocurrió la idea de confiarme estas tareas en medio de una conversación. Hans Olden y Grete Olden vivían entonces en Weimar. Reunían a su alrededor un círculo de convivencia que quería vivir "el presente", en contraste con todo lo que veía en el Archivo Goethe y en la Sociedad Goethe el centro de la existencia intelectual, como la continuación de una vida pasada. Me aceptaron en este círculo; y recuerdo con gran simpatía todo lo que viví en él.  

Hasta tal punto podía uno haber anquilosado sus ideas en los archivos experimentando el "método filológico"; que al llegar a casa de Olden éstas tenían que volverse libres y fluidas, donde hallaba interés todo lo que se le había metido en la cabeza que en la humanidad debía ganar terreno una nueva forma de pensar; pero también todo lo que sentía dolorosamente con el alma muchos viejos prejuicios culturales y pensaba en futuros ideales. 

Hans Olden es conocido en el "mundo como autor de obras de teatro ligeramente abreviadas, como la "Mujer oficial"; en su círculo de Weimar de la época, vivió su vida de otra manera. Tenía el corazón abierto a los intereses más elevados que se daban en la vida intelectual de la época. Lo que estaba vivo en los dramas de Ibsen, lo que retumbaba en la mente de Nietzsche, eran objeto de interminables pero siempre estimulantes discusiones en su casa.
Gabriele Reuter, que por aquel entonces escribía la novela "Aus guter Familie" (De buena familia), que no tardó en arrasar en el mundo literario, se encontró en el círculo de Olden y le llenó de todas las graves cuestiones que conmovían a la humanidad de la época en relación con la vida de las mujeres.

Hans Olden podía volverse encantador si interrumpía inmediatamente una conversación con su forma de pensar escéptica y ligera que quería perderse en el sentimentalismo; pero él mismo podía volverse sentimental si los demás caían en el facilismo. En este círculo, uno quería desarrollar la más profunda "comprensión" por todo lo "humano"; pero criticaba implacablemente lo que no le gustaba de tal o cual ser humano. Hans Olden estaba profundamente imbuido de la idea de que para un ser humano sólo tenía sentido volverse hacia los grandes ideales, de los que se hablaba mucho en su círculo, en términos literarios y artísticos; pero era demasiado misántropo para realizar sus ideales en sus producciones.  
Pensaba que los ideales podían vivir en un pequeño círculo de personas selectas; pero era un " infantil" que creía poder llevar tales ideales ante un público más amplio. Fue precisamente en esa época cuando se inició en la realización artística de otros intereses con su "Kluge Käte".

Esta obra sólo pudo alcanzar un "éxito respetable" en Weimar.  Esto reforzó su convicción de que uno debe dar al público lo que éste demanda y mantener sus intereses más elevados en los pequeños círculos que pueden comprenderlos. 

La Sra. Grete Olden estaba imbuida de este punto de vista en un grado aún mayor que Hans Olden. Era la escéptica más consumada en su estimación de lo que el mundo puede absorber en forma de espiritualidad. Lo que escribió estaba obviamente inspirado por un cierto genio de desprecio hacia la humanidad.

Lo que Hans Olden y Grete Olden ofrecían a su círculo desde tal estado de ánimo respiraba en la atmósfera de una percepción estetizante del mundo que podía acercarse a lo más serio, pero que tampoco desdeñaba superar parte de lo serio con humor ligero. 



GA028 El curso de mi vida cap. XIV participación en el archivo Goethe - Schiller

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 EL CURSO DE MI VIDA

RUDOLF STEINER

1890-1897

Weimar

Cap. XIV participación en el archivo Goethe - Schiller

Durante un tiempo indefinido me vi de nuevo confrontado con una tarea que no había surgido de una causa externa, sino del desarrollo interior de mis visiones del mundo y de la vida. Y fue a partir de esto que realicé mi examen de doctorado en Rostock con mi tratado sobre el intento de "Comprensión de la conciencia humana consigo misma". Los hechos externos sólo me impidieron presentarme en Viena. Yo había terminado oficialmente la escuela secundaria, no el bachillerato, y había adquirido mi formación de bachillerato de forma privada dando clases particulares. Eso excluía la posibilidad de hacer el doctorado en Austria. Me había dedicado a la "filosofía", pero tenía a mis espaldas una educación oficial que me excluía de todo aquello en lo que el estudio de la filosofía coloca a las personas. 

Ahora bien, al final de mi primer período de vida había caído en mis manos una obra filosófica que me cautivó extraordinariamente, los "Siete libros del platonismo" de Heinrich v. Stein, que por entonces enseñaba filosofía en Rostock. Este hecho me llevó a someter mi tratado al querido viejo filósofo, a quien su libro hacía muy valioso para mí y a quien sólo había visto en el examen. 

La personalidad de Heinrich v. Stein sigue muy viva ante mí. Casi como si hubiera vivido muchas cosas con él. Pues los "Siete libros del platonismo" son la expresión de una individualidad filosófica nítidamente formada. La filosofía como contenido del pensar no se toma en esta obra como algo que se sostiene por sí mismo. Platón es considerado por todos como el filósofo que buscaba una filosofía que se sostuviera por sí misma. Heinrich v. Stein presenta cuidadosamente lo que encontró en este camino. En estos primeros capítulos de la obra, uno se sumerge por completo en la visión platónica del mundo. Luego, sin embargo, Stein pasa a la irrupción de la revelación de Cristo en el desarrollo de la humanidad. Esta irrupción real de la vida espiritual la describe como superior a la elaboración del contenido del pensar a través de la mera filosofía.

De Platón a Cristo como realización de una aspiración, así se podría caracterizar lo que hay en la presentación de Stein. Después sigue trazando cómo el Platonismo continuó funcionando en el desarrollo cristiano de las visiones del mundo.  

Stein opina que la revelación exterior ha dado contenido a la búsqueda humana de una visión del mundo. En eso no puedo estar de acuerdo con él. He experimentado que el ser humano, cuando llega a un entendimiento consigo mismo en la conciencia espiritual, puede tener revelación, y que ésta puede entonces cobrar existencia en el hombre en la experiencia de las ideas. Pero sentí algo en el libro que me atrajo. La vida real del espíritu detrás de la vida de las ideas, aunque en una forma que no era la mía, constituyó el impulso para una amplia presentación histórico-filosófica.

Platón, el gran portador de un mundo de ideas que esperaba su realización a través del impulso Crístico; retratar esto es el propósito de la obra de Stein. Para mí, este libro estaba mucho más cerca de mí que todos los filósofos. que todas las filosofías que sólo elaboran un contenido a partir de conceptos y experiencias sensoriales. a partir de conceptos y experiencias sensoriales. 

También eché de menos en la obra de Stein la conciencia de que el mundo de las ideas de Platón también remite a una antigua revelación del mundo espiritual. Esta revelación (precristiana), que ha encontrado una representación comprensiva en la "Historia del idealismo" de Otto Willmann, por ejemplo, no sale a la luz en la visión de Stein. Él no presenta el platonismo como el remanente de ideas de la revelación original, que luego recuperó el contenido espiritual perdido en una forma superior en el cristianismo; él presenta las ideas platónicas como un contenido conceptual hilado de sí mismo, que luego ganó vida a través de Cristo.

Con todo, el libro es de los escritos con calor filosófico; y su autor fue una personalidad que, imbuida de profunda religiosidad, buscó en la filosofía la expresión de la vida religiosa. En cada página de la obra en tres volúmenes uno se da cuenta de la personalidad que hay detrás.

Después de haber leído el libro una y otra vez, especialmente las partes sobre la relación del Platonismo con el Cristianismo, fue para mí una experiencia significativa conocer al autor. 

Una personalidad tranquila en todo su porte, en su vejez, con una mirada suave que parecía adecuada para mirar con suavidad pero con insistencia el desarrollo de los alumnos; un lenguaje que llevaba la deliberación del filósofo en el tono de las palabras de cada frase. Así se presentó Stein ante mí cuando le visité antes de mis exámenes. Me dijo: 'Tu tesis no es lo que se requiere; se ve en ella que no la has hecho bajo la dirección de un profesor; pero lo que contiene hace posible que la acepte con gran placer. Ahora bien, yo había deseado tanto que en el examen oral me preguntaran sobre algo que hubiera estado relacionado con los "Siete libros del Platonismo"; pero ninguna pregunta se refería a ello; todas estaban tomadas de la filosofía de Kant.

Siempre he llevado la imagen de Heinrich v. Stein profundamente impresa en mi corazón; y me hubiera sido infinitamente entrañable volver a encontrarme con él. El destino no me ha vuelto a reunir con él.  Mi examen de doctorado es uno de mis recuerdos más gratos, porque la impresión de la personalidad de Stein eclipsa con mucho todo lo demás relacionado con él. 

El estado de ánimo con el que entré en Weimar estaba teñido por mi profundo estudio previo del Platonismo. Quiero decir que este estado de ánimo me ayudó mucho a orientarme en mi tarea en el Archivo de Goethe y Schiller. ¿Cómo vivía Platón en el mundo de las ideas y cómo lo hacía Goethe? Eso me ocupaba cuando hacía los paseos de ida y vuelta al archivo; también me ocupaba cuando me sentaba sobre los papeles del patrimonio de Goethe.  

Esta cuestión estaba en el trasfondo cuando, a principios de 1891, expresé mis impresiones sobre el conocimiento de la naturaleza de Goethe (en el ensayo "Sobre la adquisición de nuestras opiniones sobre la obra científica de Goethe a través de las publicaciones del Archivo Goethe" en el volumen 12 del anuario de Goethe) con palabras como éstas: "A la mayoría de la gente le resulta imposible imaginar que algo, para cuya aparición son absolutamente necesarias condiciones subjetivas, pueda sin embargo tener un significado y una esencia objetivos. Y precisamente de este último tipo es la <planta primigenia. Es la esencia objetivamente contenida de todas las plantas; pero para que adquiera existencia aparente, el espíritu del hombre debe construirla libremente." O esto: Un conocimiento correcto de la manera de pensar de Goethe "proporciona ahora también la posibilidad de decidir si está de acuerdo con la concepción de Goethe identificar la planta primigenia o el animal primigenio con cualquier forma orgánica sensorial-real que se dio en un momento determinado o que todavía se da. La respuesta a esto sólo puede ser un decisivo <no>. La <planta primigenia> está contenida en cada planta, puede ser obtenida del mundo vegetal por el poder constructivo de la mente, pero ninguna forma individual puede ser abordada como típica." Ahora me incorporé como empleado al Archivo de Goethe y Schiller. Desde finales del siglo XIX, la filología se había hecho cargo del patrimonio de Goethe. Bernhard Suphan era el director del archivo. Tuve una relación personal con él desde el primer día de mi vida en Weimar. A menudo podía ir a su casa.  

El hecho de que Bernhard Suphan se convirtiera en el sucesor de Erich Schmidt, el primer director del archivo, se debió a su amistad con Herman Grimm. El último descendiente de Goethe, Walther von Goethe, había legado el patrimonio de Goethe a la Gran Duquesa Sofía. Ella fundó el archivo para que el patrimonio pudiera integrarse adecuadamente en la vida intelectual. Naturalmente, se dirigió a personalidades que suponía sabrían qué hacer con los papeles de Goethe.

En primer lugar estaba Herr v. Loeper. Estaba destinado a ser el mediador entre los conocedores de Goethe y el tribunal de Weimar, encargado de la administración del patrimonio de Goethe. Porque había alcanzado un alto cargo de funcionario en el Ministerio de la Casa Prusiana, estaba por tanto cerca de la Reina de Prusia, hermana del Gran Duque de Weimar, y al mismo tiempo era el colaborador más importante en la edición de Goethe más famosa del momento, la de Hempel.  

Loeper era una personalidad peculiar; una mezcla muy simpática de cosmopolita y excéntrico. Se había introducido en la "investigación sobre Goethe" como aficionado, no como especialista. Pero había alcanzado una gran reputación dentro de ella. En sus juicios sobre Goethe, que tan maravillosamente surgieron en su edición de Fausto, era totalmente independiente. Lo que proponía lo había aprendido del propio Goethe. Puesto que ahora debía aconsejar quién podía administrar mejor la herencia de Goethe, tuvo que recurrir a aquellos a los que, como conocedor de Goethe, se había acercado a través de su propio trabajo sobre Goethe.

En primer lugar, se tuvo en cuenta a Herman Grimm. Herman Grimm se acercó a Goethe como historiador del arte; como tal dio conferencias sobre Goethe en la Universidad de Berlín, que luego publicó como libro. Pero al mismo tiempo podía considerarse una especie de descendiente intelectual de Goethe. Él provenía de esos círculos de la vida intelectual alemana que siempre habían conservado una tradición viva de Goethe y que podían pensar que tenían, por así decirlo, una conexión personal con él. La esposa de Herman Grimm era Gisela v. Arnim, hija de Bettina, la autora del libro: "Goethes Briefwechsel mit einem Kinde".
Herman Grimm juzgó a Goethe como un entusiasta del arte. Como historiador del arte, sólo se dedicó a la erudición en la medida en que pudo hacerlo manteniendo al mismo tiempo una posición personalmente coloreada sobre el arte, como conocedor de arte.
Creo que Herman Grimm era capaz de comunicarse bien con Loeper, con quien era naturalmente amigo a través de su interés común por Goethe. Me imagino que cuando los dos hablaban de Goethe, la simpatía humana por el genio estaba definitivamente en primer plano, pero la contemplación erudita estaba en segundo plano.
Esta forma erudita de ver a Goethe estaba ahora viva en Wilhelm Scherer, catedrático de historia literaria alemana en la Universidad de Berlín. Ambos tuvieron que aceptar en él al conocedor oficial de Goethe. 

Loeper lo hizo de forma infantil e inofensiva. Herman Grimm con cierta reticencia interior. Pues en realidad no le gustaba el enfoque filológico que vivía en Scherer.

A estas tres personalidades correspondió el liderazgo real en la administración del patrimonio de Goethe. Pero se deslizó fuertemente por completo a las manos de Scherer. Loeper probablemente no pensó en participar en la tarea más que en calidad de asesor y desde fuera; tenía sus firmes conexiones sociales a través de su posición en la familia real prusiana. Herman Grimm pensó igualmente poco en ello. Debido a su posición en la vida intelectual, sólo podía inclinarse a dar puntos de vista y directrices para la obra; no podía encargarse de establecer los detalles.

La situación era muy distinta para Wilhelm Scherer. Para él, Goethe era un capítulo de peso en la historia literaria alemana. En el Archivo Goethe habían salido a la luz nuevas fuentes de inmensa importancia para este capítulo. El trabajo del Archivo Goethe debía integrarse sistemáticamente en el trabajo general de la historia literaria. Surgió el plan de una edición de Goethe, que debía concebirse en el sentido filológicamente correcto. Scherer se hizo cargo de la supervisión intelectual; la gestión del archivo se confió a su alumno, Erich Schmidt, que en aquel momento ocupaba la cátedra de historia literaria alemana moderna en Viena.  

Esto proporcionó a la obra del Archivo Goethe su carácter. Pero también todo lo demás que ocurría en el Archivo Goethe y a través de él. Todo llevaba el carácter de la forma filológica de pensar y trabajar en aquella época.

En Wilhelm Scherer, la filología histórica literaria se esforzaba por imitar los métodos científicos de la época. Se tomaban las ideas científicas comunes y se querían imitar las filológico-literario-históricas. De dónde tomó prestado algo el poeta, cómo se transformó en él el material prestado se convirtieron en las cuestiones sobre las que se basó una historia del desarrollo de la vida intelectual.  Las personalidades poéticas desaparecieron de la consideración; apareció una visión de cómo las "sustancias", los "motivos" se desarrollaban a través de las personalidades. Esta forma de ver las cosas alcanzó su punto culminante en la gran monografía sobre Lessing de Erich Schmidt. En ella, la personalidad de Lessing no es lo principal, sino una cuidadísima consideración de los motivos Minna von Barnhelm, Nathan, etc.

Scherer murió pronto, poco después de la creación del Archivo Goethe. Sus alumnos fueron numerosos. Erich Schmidt fue designado por el Goethe-Archiv para ocupar su lugar en Berlín. Herman Grimm dispuso entonces que Bernhard Suphan, que no era uno de los numerosos alumnos de Scherer, se convirtiera en director del archivo. Anteriormente había sido profesor de gramática en Berlín. También había editado las obras de Herder. Esto parecía predestinarlo a asumir también la dirección de la edición de Goethe.  

Erich Schmidt seguía conservando cierta influencia; en consecuencia, el espíritu de Scherer continuó influyendo en la obra de Goethe.

Pero las ideas de Herman Grimm se hicieron más prominentes, si no en los métodos de trabajo, al menos en las interacciones personales en el Archivo Goethe.

Cuando llegué a Weimar y entablé una relación más estrecha con él, Bernhard Suphan era un hombre personalmente agobiado. Había visto a dos esposas, que eran hermanas, sucumbir prematuramente a la muerte. Ahora vivía en Weimar con sus dos hijos, de luto por los difuntos, sin ninguna alegría en la vida. Su único punto de luz era la benevolencia que le mostraba la Gran Duquesa Sofía, su señora, a la que adoraba sinceramente.  No había nada de servilismo en esta adoración; Suphan amaba y admiraba personalmente a la Gran Duquesa.

En cuanto a lealtad, Suphan sentía devoción por Herman Grimm. Antes, en Berlín, había sido considerado como un miembro más de la casa Grimm, había respirado con satisfacción en la atmósfera intelectual que se respiraba en aquella casa. Pero había algo en él que le hacía incapaz de enfrentarse a la vida.  Era posible hablar con él de los más elevados asuntos espirituales, pero algo agrio, que emanaba de su sensibilidad, entraba fácilmente en la conversación. Por encima de todo, esta amargura prevalecía en su propia alma; entonces se ayudaba a sí mismo sobre este sentimiento con un humor seco. Y así no se podía caerle bien. En un suspiro, podía captar lo grande de un modo muy simpático y, sin transición, caer en la mezquindad y la trivialidad. Conmigo se mostró siempre benevolente.  No simpatizaba con los intereses espirituales que habitaban en mi alma, y a veces los trataba desde el punto de vista de su humor seco; pero tenía el mayor interés en la dirección de mi trabajo en el Archivo Goethe y en mi vida personal. 

No puedo negar que a veces me resultaba bastante desagradable lo que hacía Suphan, cómo se comportaba en la gestión del archivo y en la dirección de la edición de Goethe; nunca lo he ocultado. Pero cuando recuerdo los años que viví con él, prevalece una fuerte simpatía interior por el destino y la personalidad de este hombre tan duramente probado. Sufría por la vida y sufría por sí mismo. Vi cómo, en cierto sentido, se hundía cada vez más en una melancolía insustancial y sin fondo, mientras en su alma surgían los lados buenos de su carácter y sus capacidades. Cuando el Archivo Goethe y Schiller se trasladó a la nueva casa construida en el Um, Suphan dijo sentirse ante la inauguración de esta casa como uno de los sacrificios humanos que en la antigüedad se amurallaban a las puertas de los edificios sagrados para bendición de la causa. También se había ido imaginando a sí mismo en el papel de alguien sacrificado por la causa, con la que no se sentía del todo unido. Se sentía como una bestia de carga de la obra de Goethe, incapaz de sentir alegría alguna en una tarea en la que otros podrían haber estado con el mayor entusiasmo. Siempre le encontré en este estado de ánimo más tarde, cuando me reuní con él tras dejar Weimar. Terminó suicidándose en un estado de conciencia ofuscado.  

En el momento de mi incorporación, además de Bernhard Suphan, Julius Wähle trabajaba en el Archivo Goethe y Schiller. Él había sido nombrado por Erich Schmidt. Wähle y yo ya habíamos estrechado lazos durante mi primera estancia en Weimar; entre nosotros surgió una cálida amistad.  Wähle trabajó en la publicación de los diarios de Goethe. Eduard von der Hellen, que también editó las cartas de Goethe, actuó como archivero.

Una gran parte del mundo de habla alemana contribuyó a las "Obras de Goethe". Profesores y conferenciantes privados de filología iban y venían constantemente. Se pasaba mucho tiempo con ellos fuera de las horas de archivo durante sus visitas, más largas o más cortas. Era posible sumergirse por completo en los círculos de interés de estas personalidades. Aparte de estos colaboradores reales en la edición de Goethe, el archivo recibía la visita de numerosas personalidades interesadas en una u otra de las ricas colecciones de manuscritos de poetas alemanes.  Pues el archivo se fue convirtiendo poco a poco en el lugar de recogida de los legados de muchos poetas. Y también acudieron otras personas interesadas que en un principio tenían menos que ver con los manuscritos, que sólo querían estudiar dentro de las salas del archivo en la biblioteca existente. También había muchos visitantes que sólo querían ver los tesoros del archivo.  

Fue un placer para todos los que trabajaban en el archivo cuando apareció Loeper. Se presentó con simpatía y amabilidad. Le entregaron su material de trabajo, se sentó y se puso a trabajar durante horas con una concentración que rara vez se aprecia en una persona. Pasara lo que pasara a su alrededor, no levantaba la vista. - Si yo buscara una personificación de la amabilidad: elegiría al Sr. v. Loeper. Sus investigaciones sobre Goethe eran amables, cada palabra que dirigía a alguien era amable. Especialmente entrañable era la impronta que había adquirido toda su vida anímica, en el sentido de que casi siempre parecía estar pensando únicamente en cómo llevar a Goethe a la debida comprensión del mundo.  Una vez me senté a su lado en una representación de Fausto en el teatro. Yo empecé a hablarle del tipo de representación, de la actuación. Él no escuchó lo que dije. Pero me contestó: "Sí, estos actores suelen pronunciar palabras y frases que no coinciden con las de Goethe".  Loeper parecía aún más amable en su "despiste". Durante el descanso, cuando fui a hablar de algo que implicaba calcular una duración de tiempo, Loeper dijo: "Así que la hora a 100 minutos, el minuto a 100 segundos..." Lo miré y le dije: "Excelencia, 60". Sacó su reloj, lo comprobó, sonrió cálidamente, contó y dijo: "Sí, sí, 60 minutos, 60 segundos". Muestras similares de "despiste" experimenté muchas con él. Pero no podía reírme ni siquiera de tales muestras de la peculiaridad del estado mental de Loeper, pues aparecían como un añadido necesario a la seriedad bastante libre de poses, nada sentimental, me gustaría decir graciosa, de esta personalidad, que al mismo tiempo parecía agraciada.  Hablaba con frases algo rimbombantes, casi sin ninguna inflexión; pero a través del discurso incoloro se oía una fuerte articulación del pensar. 

Con la aparición de Herman Grimm, la nobleza intelectual se transmitió al archivo. Desde el momento en que leí su libro sobre Goethe cuando aún estaba en Viena, sentí el más profundo afecto por su forma de pensar. Y desde que me permitieron conocerlo en el archivo por primera vez, había leído casi todo lo que se había publicado de él hasta entonces. Por medio de Suphan pronto lo conocí más de cerca. Una vez, cuando Suphan no estaba en Weimar y venía a visitar el archivo, me invitaba a comer a su hotel. Estaba a solas con él. Evidentemente, le gustaba que me identificara con su forma de ver el mundo y la vida. Se volvió comunicativo. Me habló de su idea de una "historia de la imaginación alemana" que llevaba en el alma. Tuve la impresión de que quería escribirla.  Nunca llegó a realizarse. Pero me explicó maravillosamente cómo la corriente continua del desarrollo histórico tenía sus impulsos en la imaginación creadora del pueblo, que en su opinión adquiría el carácter de un genio suprasensible vivo y activo. Durante este almuerzo me llené por completo con las explicaciones de Herman Grimm. Creí saber cómo actúa la espiritualidad suprasensible a través de los seres humanos. Tenía ante mí a un hombre cuya visión del alma llega hasta la espiritualidad creadora, pero que no quiere captar la vida de esta espiritualidad, sino que permanece en la región donde lo espiritual se vive en el hombre como fantasía.  

Herman Grimm tenía un don especial para supervisar grandes o pequeñas épocas de la historia intelectual y presentar la visión de conjunto en descripciones epigramáticas precisas e ingeniosas. Cuando describía a una personalidad individual, a Miguel Ángel, a Rafael, a Goethe, a Homero, su retrato aparecía siempre sobre el fondo de tales visiones de conjunto.  Cuántas veces he leído sus ensayos en los que caracterizaba a griegos, romanos y medievales en sus impactantes panorámicas. Todo él era la revelación de un estilo unificado.

Cuando acuñaba sus bellas frases en la conversación oral, yo tenía la idea: esto podría escribirse exactamente igual en un ensayo suyo; y cuando, después de conocerle, leía un ensayo suyo, me parecía oírle hablar. No se permitía ser laxo en la conversación oral; pero tenía la sensación de que en la escritura artística uno debe seguir siendo la persona que es en la vida cotidiana. Pero Herman Grimm no andaba por la vida cotidiana como los demás. Para él era natural llevar una vida estilizada. 

Cuando Herman Grimm aparecía en Weimar y en el archivo, uno sentía que el patrimonio estaba conectado a Goethe como por secretos hilos espirituales. No fue así cuando llegó Erich Schmidt. No estaba conectado por ideas sino por el método histórico-filológico con los documentos que se guardaban en el archivo.

Nunca pude entablar una relación humana con Erich Schmidt. Por eso no me interesaba en absoluto la gran veneración que le profesaban en los círculos de todos los que trabajaban como filólogos de Scherer en el archivo.

Siempre eran momentos simpáticos cuando el Gran Duque Karl Alexander aparecía en el archivo. En esta personalidad vivía un comportamiento noble, pero interiormente un verdadero entusiasmo por todo lo relacionado con Goethe. Debido a su edad, a su larga relación con muchas personas importantes de la vida intelectual alemana y a su bondad cautivadora, causaba una grata impresión. Era una satisfacción conocerle como custodio de la obra de Goethe en el archivo. 

A la Gran Duquesa Sofía, propietaria del archivo, sólo se la veía en ocasiones especialmente solemnes. Cuando tenía algo que decir, hacía llamar a Suphan. Los visitantes colaboradores eran conducidos ante ella para ser presentados. Pero su cuidado por el archivo era extraordinario. En aquella época, ella preparó personalmente todo lo que iba a conducir a la construcción de una casa estatal en la que se albergarían dignamente los patrimonios de los poetas. 

El Gran Duque Heredero Karl August, que murió antes de llegar a gobernar, también venía a los archivos más a menudo. Su interés por todo lo que allí había no era profundo, pero disfrutaba hablando con nosotros, el personal. Él consideraba más un deber interesarse por los asuntos de la vida intelectual.

Pero el interés de la Gran Duquesa Heredera Pauline era cálido. Con ella pude mantener muchas conversaciones sobre temas relacionados con Goethe, la poesía, etc. En cuanto a sus relaciones, el archivo se situaba entre la sociedad científica, artística y la de la corte de Weimar. Desde ambos lados recibía su propia coloración social. Apenas se cerraba la puerta detrás de un catedrático, volvía a abrirse para algún personaje principesco que había venido de visita a la corte. Muchas personas de todas las posiciones sociales participaban en lo que ocurría en los archivos. En el fondo era una vida animada, en muchos aspectos estimulante.

En las inmediaciones del archivo se encontraba la Biblioteca de Weimar. El bibliotecario jefe era Reinhold Köhler, un hombre de espíritu infantil y erudición casi ilimitada. El personal del archivo tenía que trabajar allí a menudo. Pues lo que tenían en el archivo como ayuda literaria para su trabajo encontraba allí su importante complemento. Reinhold Köhler era un experto único en la creación de mitos, cuentos de hadas y leyendas; sus conocimientos en el campo de la lingüística eran de la universalidad más admirable. Sabía encontrar las referencias literarias más ocultas. Al mismo tiempo, era conmovedoramente modesto y cordialmente complaciente. Nunca perdía la oportunidad de traer los libros que uno necesitaba, incluso de sus lugares de descanso, al estudio de la biblioteca donde uno estaba trabajando. Una vez fui allí y pedí ver un libro que Goethe había utilizado en sus estudios botánicos. Reinhold Köhler fue a buscar el libro, que probablemente llevaba décadas guardado en algún lugar del piso de arriba. Como pasó mucho tiempo y no volvía, alguien fue a ver dónde se había quedado. Resultó que se había caído de la escalera que tuvo que usar para coger el libro, y se fracturó el fémur. Aquella querida y noble personalidad no pudo recuperarse de las consecuencias del accidente. Tras una larga enfermedad, el hombre tan venerado murió. Yo sufría con el doloroso pensamiento de que su accidente se había producido mientras me traía un libro.