GA113 Munich 30 de agosto de1909 La naturaleza de la influencia lucifèrica en la historia

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ORIENTE A LA LUZ DE OCCIDENTE

RUDOLF STEINER

8ª conferencia

Munich 30 de agosto de1909

 

La "vía solar" y la "vía luciférica". El curso de las siete épocas culturales postatlantes. La unión de los dos caminos espirituales en la India. Su división en dos en la cultura proto persa. Su diferenciación en la tercera época en corrientes septentrionales (caldeos) y meridionales (egipcios). La misión del pueblo hebreo. Los "hijos" de Lucifer y los "hermanos" de Cristo. El número siete y el doce.

Hasta ahora hemos prestado especial atención a la forma en que el alma del hombre, en el curso de la evolución, se acerca y experimenta a los seres que deben ser considerados como pertenecientes al Reino de Cristo o al Reino de Lucifer. Señalamos, por ejemplo, que el camino hacia esos seres cósmicos que en los tiempos precristianos tenían al Cristo como figura central, conducía hacia afuera; pero que el camino hacia el Reino de Lucifer penetraba dentro del alma, rompiendo los velos del alma misma. Y señalamos cómo a través de la aparición de Cristo en la tierra, esto se ha alterado de tal manera que ha habido una transposición de estos reinos, y que la humanidad ha avanzado a una época en la que hay que buscar a Cristo dentro y a Lucifer fuera. A fin de establecer una armonía entre diversas afirmaciones ya conocidas por muchos lectores en relación con los seres luciféricos, debemos decir de nuevo algunas palabras sobre la naturaleza del Lucifer.

Todo en este mundo es complicado y puede ser visto desde muchos puntos de vista diferentes. Por lo tanto, a veces parecerá que las afirmaciones no siempre coinciden; hay que arrojar luz sobre un determinado hecho a veces desde un lado y a veces desde otro. Así como es correcto describir una hoja primero desde el lado superior y luego desde el inferior, siendo una misma hoja, de la misma manera describimos correctamente el principio luciférico cuando, como en los capítulos anteriores, hablamos de él siguiendo el camino que el alma tiene que recorrer para encontrar este principio luciférico. Pero, naturalmente, también se puede considerar la evolución de nuestra tierra y del mundo en general más desde el punto de vista supraterrenal, y definir la posición de los seres luciferes en el progreso del mundo desde otro punto de vista. Dedicaremos algunas palabras a este tema.

Sabemos que nuestra tierra, el sol y la luna fueron una vez un solo ser; que el sol se separó de la tierra para ser una morada de seres de un estadio evolutivo superior, que entonces pudieron trabajar en nuestra tierra desde fuera; que después de la retirada del sol de la tierra, seres de un orden aún más elevado permanecieron unidos a la tierra para provocar la separación de la luna; Y si pensamos que los seres que separaron la luna de la tierra fueron los que estimularon una nueva vida interior en el hombre, despertando en él una vida anímica y preservándolo así de la momificación, pronto podremos establecer una armonía entre las cosas que ya nos son familiares y las que hemos estado considerando en los capítulos precedentes. Nos daremos cuenta de que, en lo que respecta a los seres que salieron de la tierra con el sol, es natural que el hombre, en su evolución ulterior, los encuentre en primer lugar dirigiendo su mirada hacia donde fueron con el sol. Por consiguiente, el hombre tenía que buscar el reino y la actividad de los seres solares con todos sus sub-seres, a lo largo del camino que conduce hacia el exterior del mundo detrás del tapiz de los fenómenos de los sentidos. Sin embargo, aquellos seres que, en cierta medida, fueron aún mayores benefactores de la humanidad y que, mediante la retirada de la luna, estimularon la vida anímica interior del hombre, tuvieron que ser buscados descendiendo a la vida interior del hombre, a una región anímica sub-terrenal, para encontrar lo que estaba oculto a la vista exterior, y son los dioses sub-terrenales. Estos son los que separaron la luna de la tierra y despertaron la vida del alma del hombre. Dentro de la vida del alma se buscaba el camino que conducía a aquellos dioses que estaban asociados al acontecimiento benéfico de la retirada de la luna. Si en un primer momento nos limitamos a estos dos reinos, el de los dioses del Sol y el de los dioses de la Luna, podemos definir a los seres como dioses que se encuentran en el exterior, en los cielos, y dioses que se encuentran en el interior del alma; y podemos designar el camino que conduce al exterior como el camino del Sol, y el camino que conduce al interior del alma, como el camino de Lucifer. Los seres de Lucifer son aquellos que no participaron en la retirada del sol de la tierra. Y algunos otros seres, que son los más altos benefactores de la humanidad, pero que al principio tuvieron que permanecer ocultos, y que no acompañaron al sol en su retirada, no pertenecían, estrictamente hablando, a ninguno de esos reinos. Esos fueron los seres que se quedaron atrás durante la antigua evolución lunar, que no alcanzaron el grado que, como seres espirituales, situados en aquella época muy por encima de los hombres en la luna, podrían haber alcanzado. Por lo tanto, les fue imposible participar en la retirada del sol, durante la evolución terrestre que siguió. En cierto sentido, su destino era salir, como lo hicieron los espíritus solares, y trabajar sobre la tierra desde el sol; pero eso no les fue posible. Por lo tanto, sucedió que estos seres, en cierto modo, se esforzaron por separarse de la tierra con el sol, pero no pudieron seguir el ritmo de las condiciones de evolución del sol, y volvieron a caer sobre la tierra.

Estos seres, pues, no se quedaron desde el principio con la tierra, cuando el sol se separó de ella; no pudieron existir en la evolución solar y volvieron a caer para reunirse con la evolución terrestre. ¿Qué hicieron estos seres en el curso de la evolución terrestre? Intentaron, con la ayuda de la evolución humana en la tierra, continuar su propio curso evolutivo bastante individual. No podían acercarse al Ego humano; y aquellos seres que habían provocado la separación de la luna podían acercarse al Ego humano desde dentro. Los seres que habían retrocedido desde el sol se acercaron al alma humana cuando ésta aún no estaba madura para recibir la revelación a los benefactores superiores que habían provocado la separación de la luna. Se acercaron al alma humana demasiado pronto. Si el hombre hubiera esperado plenamente la influencia benéfica de esos seres espirituales que trabajaban desde la luna, es decir, desde el interior de su ser, lo que realmente se produjo en una época anterior se habría producido más tarde. Estos dioses lunares habrían madurado lentamente las almas de los hombres hasta que se hubiera hecho posible una evolución correspondiente del Ego. Pero estos otros seres se acercaron al hombre y vertieron su influencia, no en el Ego, sino en el cuerpo astral humano desde el interior, al igual que los dioses lunares; estos seres buscaron el mismo camino, a través del ser interior del alma, sobre el que más tarde trabajaron los verdaderos dioses lunares; es decir, estos seres se establecieron en el reino de Lucifer. Estos son los seres que están simbolizados en los antiguos escritos bíblicos por la serpiente. Son los seres que se acercaron demasiado pronto al cuerpo astral humano y trabajaron de la misma manera que todos los demás seres que trabajan desde dentro. Y como designamos a los seres cuya influencia es desde el interior, como luciféricos, incluimos también a los seres que se quedaron atrás. Llegaron al hombre cuando aún no estaba maduro para tal influencia, son por un lado sus seductores, pero también crean la libertad para él, crean la posibilidad de que su cuerpo astral se independice de aquellos seres divinos que, de otro modo, habrían tomado su Ego bajo su protección y habrían vertido en él todo lo que se puede verter en la esencia del Ego desde las esferas divinas. Así, estos seres luciféricos llegaron al cuerpo astral del hombre, y lo llenaron de todo lo que puede entusiasmarle por lo sublime, lo espiritual; trabajaron sobre su alma, y, aunque eran seres de un orden espiritual superior al de los hombres, fueron en cierto modo sus seductores. Lo que en el curso de la evolución de la tierra llegó al hombre, y que por una parte le trajo la libertad y por otra la posibilidad del mal, vino de dentro, del reino de Lucifer. Porque estos seres no podían manifestarse desde fuera, tenían que insertarse en la parte interior del alma; porque lo que se acerca al Ego del hombre puede venir desde fuera, pero nada externo en este sentido puede llegar a su cuerpo astral solamente. En el gran reino del Portador de la Luz, de los seres de Lucifer, hay subespecies de las cuales podemos comprender bien que puedan convertirse en seductores del hombre. Y también podemos comprender bien que justamente a causa de estos seres se practicaba una disciplina extenuante cuando se trataba de conducir al hombre a esos reinos que se encuentran al otro lado del velo del mundo del alma; pues si se le conducía por el camino interior del alma se encontraba allí no sólo con los seres luciféricos buenos que le habían dado la luz interior, sino también, y en primer lugar, con aquellos seres luciféricos que eran sus seductores y que le espoleaban impartiendo orgullo, ambición y vanidad a su alma.

Es muy importante darse cuenta de que nunca debemos tratar de englobar los mundos que están detrás del mundo de los sentidos y del mundo del alma con los conceptos intelectuales de la cultura moderna.

Si hablamos de los seres luciféricos, debemos conocer toda la gama de su reino, con todas sus especies, categorías y variaciones. Entonces debemos ver que cuando a veces se menciona el peligro de una determinada especie de ser luciférico, el orador no siempre es consciente de toda la extensión del reino en cuestión. Puede ser correcto hablar de ciertas especies de seres luciféricos en el sentido de alguna escritura antigua, pero debemos al mismo tiempo tomar en consideración el hecho de que la realidad es infinitamente más profunda de lo que los hombres pueden generalmente darse cuenta. En una época en la que tanto la contemplación del giro exterior como la del giro interior eran, en los hombres de un determinado período de cultura, todavía muy agudas, el hombre percibió que el camino exterior conducía a la realización de "Eso que tú eres" y que el camino interior conducía a la realización de "Yo soy el Todo", que tanto el camino exterior como el interior conducían al Ego como unidad. En esa primera época de civilización postatlante, el hombre pudo pensar y sentir de manera muy diferente a lo que subyace en los reinos espirituales, de lo que fue posible en una época posterior. Por eso es extraordinariamente difícil para la conciencia ordinaria transportarse a esa maravillosa cultura postatlante e identificarse con un alma que vive en esa época.

Hemos visto lo completamente diferente que era la vida de los sentimientos del hombre en aquella época; cómo sentía el alma de la luz que entraba por todos lados a través de su piel, por así decirlo; y cómo a través de esto era capaz de recoger del mundo circundante experiencias que hoy le están ocultas. Pero hay algo más relacionado con todo esto.

Quienes estén familiarizados con mi "Bosquejo de la Ciencia Oculta", sabrán que la evolución humana en la era postatlante se divide en las épocas culturales de la Antigua India, la Antigua Persa, la Caldea-Egipcia, la Grecolatina y la actual; en el período grecolatino se produjo el Acontecimiento de Cristo. Nuestra época cultural será seguida por otra y ésta, a su vez, por la última, después de la cual la tierra volverá a sufrir un cambio similar al que se produjo en la época de la catástrofe atlante. Tenemos, pues, siete épocas de civilización. En estas siete tenemos una central que se mantiene sola, la época grecolatina de la civilización con el acontecimiento de Cristo. Las demás épocas de civilización guardan cierta relación entre sí. La civilización caldeo-egipcia se repite en ciertos fenómenos de la quinta, es decir, de nuestra época. Ciertos fenómenos, hechos y concepciones que se manifiestan en la época caldeo-egipcia reaparecen, pero, naturalmente, bajo una forma algo diferente, porque están impregnados como consecuencia del impulso crístico. No se trata de una simple repetición de la civilización caldeo-egipcia, sino de una repetición en la que todo está impregnado de lo que el Cristo trajo a la tierra. En un sentido es una repetición y en otro no lo es. Los hombres que han tenido una comprensión más profunda del curso de la evolución humana, y que han participado en ella con sus almas, siempre han sentido algo parecido. Muchas de estas personas, aunque no hayan avanzado hasta el conocimiento oculto, están impregnadas de algo parecido a un recuerdo de las antiguas experiencias egipcias. El maravilloso conocimiento de los astros en sus cursos, que los sabios de Egipto introdujeron en su ciencia hermética, ha revivido en nuestra quinta época de civilización en otra forma más material. Y los que participaron en el renacimiento lo sintieron con especial énfasis. Permítanme dar un solo ejemplo.

Cuando aquel individuo que una vez, en los lugares misteriosos de Egipto, levantó los ojos de su alma hacia las estrellas, y trató de desentrañar sus secretos en el espacio celeste a la manera de aquellos días, bajo la guía de los sabios egipcios, volvió a vivir en nuestra propia época como Kepler, lo que había existido en otra forma en su alma egipcia, apareció en una forma más nueva como las grandes leyes de Kepler que hoy son una parte tan integral de la Astrofísica. Sucedió también que dentro del alma de este hombre surgió algo que obligó a pronunciar estas palabras - palabras que pueden leerse en los escritos de Kepler - "De los lugares sagrados de Egipto he traído el vaso sagrado; lo he transportado al tiempo presente, para que los hombres puedan entender algo en estos días de aquellas influencias que son capaces de afectar incluso el futuro más lejano". Podríamos dar cientos de ejemplos de este tipo para mostrar cómo lo que existía en la época de la civilización caldeo-egipcia vuelve a vivir en una nueva forma.

Nos encontramos en la quinta época de la civilización de la era postatlante. A ésta le seguirá la sexta, que será muy importante. Será una repetición y al mismo tiempo un avance de la antigua civilización persa de Zaratustra. Zaratustra miró hacia el sol y vio detrás de la luz física del sol al espíritu de Cristo al que llamó Ahura Mazdao, y llamó la atención de los hombres hacia Él. Este Ser Crístico ha descendido ahora a la tierra; Cristo debe penetrar tan profundamente en lo más íntimo de las almas que en el curso del sexto período de civilización se hayan hecho suficientemente maduras, que muchos hombres al mirar en lo más íntimo de sus almas podrán sentir surgir dentro de ellas esa poderosa emoción que antes Zaratustra pudo despertar cuando señaló a Ahura Mazdao. Pues en la sexta época se producirá en un gran número de hombres, a través de la contemplación de su propio ser interior, un nuevo reconocimiento del Ser Solar que se reveló en la antigua Persia, algo así como una recapitulación pero de carácter infinitamente más sublime, más espiritual y más íntimo. Ya he dicho que cuando los griegos, a su manera y según su propio modo, hablaban de Ahura Mazdao, lo llamaban Apolo. En sus Misterios permitían a los hombres conocer la esencia más profunda de este Apolo. Sobre todo veían en Apolo al espíritu que no sólo dirigía las fuerzas físicas del sol, sino que también guiaba y dirigía las fuerzas espirituales del sol hacia la tierra. Y cuando los maestros de estos Misterios Apolíneos deseaban hablar a sus alumnos de las influencias espirituales y morales de Apolo, decían que Apolo llenaba toda la tierra con la santa música de las esferas, es decir, que enviaba rayos del mundo espiritual. Y veían en Apolo un ser acompañado por las Musas, sus ayudantes. En Apolo y en sus nueve Musas se encierra una maravillosa y profunda sabiduría. El ser del hombre se compone de cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral, alma sensible, alma intelectual, alma consciente y así sucesivamente; el hombre es un núcleo egoico, que tiene siete o nueve miembros a su alrededor, todos los cuales son partes de su ser. Ascendamos de un ser humano a un ser divino, y pensemos en el Yo como este ser divino, y en los miembros como sus ayudantes, siendo cada ayudante una individualidad única. Así como en el hombre los diferentes miembros, cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral, etc., están reunidos y agrupados alrededor de su Yo, así las Musas estaban agrupadas alrededor de Apolo. Lo que se decía en relación con este tema a los que estaban a punto de ser iniciados en los misterios apolíneos, tiene un profundo significado. Se les confió un secreto, y el secreto era éste: que el dios que en la segunda época había dicho tan maravillosas palabras a Zaratustra, hablaría a los hombres en la sexta época de una manera muy especial. Ésta era la intención y el significado del dicho de que en el sexto período la Canción de Apolo en la tierra alcanzaría su meta. En este dicho, frecuentemente citado por los alumnos de las escuelas de misterios apolíneos, se expresaba el hecho de que durante la sexta época se recapitularía el segundo período de la evolución terrestre en un estadio superior. La primera época reaparecerá en una forma superior durante el séptimo período.

El ideal más elevado posible para el hombre actual es alcanzar el conocimiento de la primera época postatlante impregnada por el Cristo, para recuperar una forma de sentir, de ver las cosas, que caracterizó a la primera época postatlante aunque en una etapa inferior. Una vez más, al final de nuestra época postatlante, el hombre que emprende el camino hacia el mundo de los sentidos externo y que lucha con lo que se revela en su propio mundo del alma, reconocerá que ambos caminos le conducen a una unidad. Por lo tanto, es bueno trasladarnos en cierta medida a lo que para nosotros hoy -pues estamos en la época intermedia- es el sentir y el pensar un tanto ajeno de los antiguos tiempos de la India. Aunque sólo encontremos algunos rastros, percibimos, sin embargo, algo del carácter muy diferente del sentir y del pensar, de la actitud muy diferente ante la sabiduría y la vida que existía en aquella época, cuando la conciencia del Yo no existía en el sentimiento humano de forma tan despierta. Lo que fue escrito en los Vedas fue la enseñanza de los grandes maestros de la antigua India, los santos Rishis, y cuando afirmamos que los santos Rishis fueron inspirados por la elevada individualidad que guió a los pueblos de la antigua Atlántida a través de la Europa de hoy hasta Asia, sólo estamos registrando un hecho. En cierto modo, los santos Rishis fueron los alumnos de esta elevada individualidad, de Manú. ¿Y qué les comunicó Manú? Manú les comunicó la forma en que ellos habían alcanzado en ese momento la primera sabiduría, conocimiento y cognición postatlante. Pues nuestros métodos modernos de adquirir conocimientos, ya sea observando la naturaleza externa o descendiendo a la vida interior del alma en la forma en que se ha convertido hoy, no habrían tenido sentido en aquella época.

Durante el primer período de civilización de la época postatlante entre los antiguos pueblos indios, el cuerpo etérico estaba en mucha mayor medida fuera del cuerpo físico que en la actualidad. El antiguo indio podía hacer uso de este cuerpo etérico y de sus órganos si se entregaba a él, si no salía a la vida externa del cuerpo físico, y como si se olvidara de que estaba en un cuerpo físico. Cuando hacía esto, se sentía como si estuviera siendo levantado fuera de sí mismo, como una espada fuera de la vaina. En esta experiencia se daba cuenta de algo que puede describirse de la siguiente manera: "No veo con los ojos ni oigo con los oídos, ni pienso con el órgano físico del entendimiento; me sirvo del órgano del cuerpo etérico". Y esto lo hacía. Entonces, sin embargo, surgió ante él la sabiduría viva; no los pensamientos que los hombres pueden pensar o haber pensado, sino los pensamientos según los cuales los dioses de fuera habían modelado el mundo. Profundamente inmerso en la vida espiritual, el indio no sabía nada de lo que hoy llamamos pensamiento, fabricado como tal por el instrumento del cerebro. Nunca pensaba las cosas intelectualmente, ni razonaba sobre ellas; se elevaba de su cuerpo físico a su cuerpo etérico, y desde allí miraba a su alrededor la totalidad cósmica del pensamiento de los dioses, de donde surgía el mundo. Veía en un instante el don que procedía del mundo divino. Con sus órganos etéricos veía los pensamientos de los dioses representados en el diseño de todas las cosas. No tenía necesidad de pensar lógicamente. ¿Por qué debemos pensar lógicamente? Porque debemos encontrar la verdad a través del pensar lógico, porque de lo contrario podríamos cometer errores al enlazar las líneas de pensamiento. Si estuviéramos tan organizados que los pensamientos correctos se unieran por sí mismos, no necesitaríamos la lógica. El antiguo indio no necesitaba la lógica, porque miraba los pensamientos de los dioses, que eran correctos por sí mismos. Tejía a su alrededor una red etérica, cósmica, tejida con los pensamientos de los dioses. Miraba en esta red de pensamiento, que le parecía como una luz anímica que impregnaba el mundo, y en ella veía la sabiduría primordial y eterna. Esta etapa más elevada de perfección, que acabo de describirles, sólo era posible, por supuesto, para los santos Rishis, y con esta visión podían proclamar grandes realidades mundiales. ¿Qué tipo de sentimiento despertaban sus visiones? Sentían que en esta red mundial de sabiduría, en la que todo estaba escrito en prototipo vivo, que estaba enteramente tejida e irradiada por la luz anímica, se vertían la verdad y el conocimiento. Al igual que el hombre de una época posterior siente que algo fluye en él cuando respira, el antiguo indio sentía que los dioses le enviaban la sabiduría y que él la atraía, al igual que el aire es enviado a nosotros en el aliento que aspiramos. La luz anímica, y más aún, la luz anímica impregnada de sabiduría espiritual, era lo que los antiguos y santos Rishis atraían, y esto era lo que podían enseñar a sus discípulos. Estaban justificados al decir que todo lo que proclamaban era exhalado por el propio Brahman. Ese es el significado de la profunda expresión, una expresión que es verbalmente correcta: 'Es exhalado por Brahman e inhalado por los hombres'. Esa era la posición de los santos Rishis en cuanto a la sabiduría del mundo, en cuanto a las cosas que daban a conocer. Estas cosas fueron escritas en las diferentes porciones de los Vedas, en forma pictórica, si se permite la expresión; sin embargo, estas formas no eran más que reproducciones débiles de las visiones originales. Debemos tener siempre presente esa verdad al leer los Vedas hoy en día, y no imaginar que estamos contemplando en su totalidad la sagrada sabiduría original contemplada por los antiguos Rishis. Debemos comprender que los Vedas tienen un carácter diferente al de otros escritos. Hay muchos documentos de muchas clases en el mundo. Hablando desde nuestro punto de vista particular, por ejemplo, podemos decir: 'Encontramos una vida anímica interior impregnada y llena de Cristo en el Evangelio de San Juan'. Pero si consideramos el modo en que se expresa ese Evangelio, si consideramos su forma exterior, lo encontramos menos expresivo de su contenido, que el medio utilizado para plasmar la sabiduría de los Vedas. Hay una estrecha conexión entre la expresión externa y el contenido interno de los Vedas, porque lo que se respiraba se expresaba en las palabras védicas simultáneamente, por así decirlo; mientras que al escritor del Evangelio de San Juan se le impartió su profunda sabiduría en un momento dado y la escribió después; por consiguiente, la visión y la expresión están más separadas que en los Vedas.

Debemos entender estas cosas con claridad si realmente queremos comprender la evolución del mundo. Debemos valorar el Evangelio de San Juan más que cualquier otra cosa, pero también es natural que un cristiano no se conforme con la mera letra, sino que penetre, como hace la ciencia espiritual, en el contenido espiritual del Evangelio según San Juan. Es natural que diga: "Sólo se convierte en lo que debe ser para mí cuando atravieso aquello de lo que es la expresión exterior". Pero cualquiera que desee adoptar la actitud correcta hacia los Vedas, debe sentir al igual que el hombre de la antigua India, que lo que se encuentra en los Vedas no fue escrito posteriormente por ningún hombre como la expresión de la sabiduría divina. Por lo tanto, los Vedas, especialmente el Rig Veda, no sólo son registros de algo sagrado, sino que son en sí mismos sagrados para aquellos que perciben lo que son. Y de ahí surgió la infinita veneración por los propios Vedas en la antigüedad, una reverencia como la que se ofrece a un ser divino. Este es el hecho que debemos comprender. Y debemos obtener esta comprensión contemplando las almas de los antiguos pueblos indios. Hay muchas cosas que aprender porque estamos avanzando hacia un ideal; el ideal del primer período de civilización en una etapa superior, y de su restablecimiento. Debemos aprender a entender, por ejemplo, lo que se dice de Bharavadscha, que estudió los Vedas durante trescientos años. Un hombre de hoy en día pensaría que posee un gran conocimiento si hubiera estudiado los Vedas durante trescientos años; pensaría que sabe mucho incluso si los hubiera estudiado durante mucho menos tiempo. Sin embargo, se cuenta que un día el Dios Indra vino a Bharavadscha y le dijo: 'Ya has estudiado los Vedas durante trescientos años; mira, hay tres montañas muy altas allí. La primera representa la primera parte de los Vedas, el Rig-Veda; la segunda representa la segunda parte de los Vedas, el Sama-Veda; y la tercera representa la tercera parte de los Vedas, el Jagur-Yeda. Has estudiado estas tres partes de los Vedas durante trescientos años". Entonces Indra tomó tres pequeños trozos de tierra de estos montes, tanto como se podía sostener en la mano, y dijo: 'Mira estos trozos de tierra; tu conocimiento de los Vedas es como estos trozos en proporción a aquellas imponentes montañas'. Si lo que aquí se dice se traduce en un sentimiento, es éste: que si, al acercarnos a la más alta sabiduría (ya sea en esta o en cualquier otra forma, incluso en la forma en que la encontramos hoy cuando somos llamados por el método rosacruz a buscarla no en los libros sino mediante la observación de lo que se encuentra en el mundo) podemos aplicar esta historia, estamos tomando la actitud correcta. Casi nadie puede decir que ha escuchado tanto sobre el conocimiento espiritual como lo hizo Bharavadscha sobre los Vedas; pero todo el mundo puede hacer esta comparación entre él mismo y Bharavadscha, y entonces se habrá puesto en la relación correcta, en lo que respecta a sus sentimientos, con la sabiduría omnímoda del mundo. Y será consciente de algo infinito de lo que nosotros sólo podemos poseer una pequeña fracción. De este modo, también obtenemos el tipo de anhelo adecuado para seguir adelante y tener paciencia hasta que se añada otra pequeña fracción de sabiduría. Se puede aprender mucho de la antigua sabiduría de Oriente; pero entre las cosas más valiosas que se pueden aprender de la Luz de Oriente están las relacionadas con nuestros sentimientos y nuestras percepciones, y algo de esto se puede aprender en lo que el Dios Indra dio a Bharavadscha a modo de instrucción sobre la actitud correcta que se debe asumir hacia los Vedas. Los sentimientos de santo temor y reverencia que se sentían en aquellos antiguos días deben ser adquiridos de nuevo por nosotros, si queremos avanzar a una época en la que podamos una vez más, a través de las revelaciones hechas en los misterios más recientes, penetrar en ese velo de sabiduría que está tejido de pensamientos divinos y no humanos. Estos sentimientos son los más elevados que podemos adquirir. Pero no debemos pensar que ya los poseemos, debemos comprender claramente que sólo el conocimiento conduce a estos sentimientos más elevados. Y si evitamos pensar, si tomamos la vida con demasiada facilidad y declinamos buscar los sentimientos que se encuentran en las alturas etéreas del pensamiento, experimentaremos sólo sentimientos triviales ordinarios y los confundiremos con los que obtiene el alma cuando se sumerge en la contemplación de la divinidad. Sentimientos como los que se encontraban entre los antiguos indios eran el medio esencial de aproximación a toda la sabiduría de la primera época postatlante, y a la capacidad de asumir una actitud correcta hacia el mundo en esa época, así como de percibir esa unidad que se encuentra en los mundos espirituales, ya sea en el camino exterior o en el interior. Pero en cada civilización sucesiva debe salir a la luz algo nuevo.

Mientras que los antiguos indios se daban cuenta de que ambos caminos conducían a la misma meta, los antiguos persas, los caldeos-egipcios y las épocas grecolatinas llegaron a considerar que las dos revelaciones, la del interior y la del exterior, iban en direcciones diferentes. Por un lado tenemos la revelación que viene de fuera, y por otro la manifestación que viene de dentro. Esto se observa ya en la segunda época de las civilizaciones postatlantes. Lo que todavía era una realidad viva en el antiguo pensamiento indio, la unidad que se encontraba en ambos mundos espirituales, ya había desaparecido de los ojos de la segunda civilización post-atlante. Esa unidad, que ya se había retirado a las profundidades impenetrables de la existencia, aún podía percibirse tenuemente, pero ya no podía vivir en el alma. El viejo indio sentía: "Tanto si voy hacia fuera como si voy hacia dentro, llego a la unidad". El persa, en la medida en que seguía las enseñanzas de Zaratustra, al seguir el camino exterior decía: 'Vengo a Ormuzd'; o si tomaba el camino interior, 'Vengo al ser de Mitra'. Pero en su conciencia estos dos caminos ya no estaban unidos. A lo sumo, percibía vagamente que debían estar unidos en alguna parte. Por lo tanto, hablaba de ese ser que entonces podía ser percibido sólo tenuemente, como el Desconocido en la Oscuridad, el Dios primitivo desconocido. Este Dios era, pues, un ser espiritual primigenio de cuya existencia no se dudaba, pero que los hombres ya no podían encontrar. Zaruana Akarana era el nombre de este dios existente en la oscuridad. Aquello a lo que se podía llegar estaba detrás del tapiz del mundo sensorial externo y la enseñanza de Zaratustra hacía especial hincapié en esta fase. Por lo tanto, era algo que derivaba de Zaruana Akarana, era el Dios Ahura Mazdao, el Señor en el reino de los espíritus solares, en el reino de donde descendían las influencias benéficas, que en contradicción con lo físico pueden ser designadas como las influencias solares espirituales. De este mismo espíritu derivó también la antigua civilización persa sus preceptos y leyes morales, que el iniciado -pues era quien por medio de la iniciación se elevaba al conocimiento de estos preceptos y leyes- transmitía como códigos de moralidad, y como leyes para la conducta humana, para las funciones humanas, etc. Ese era un camino, y los hombres que lo seguían, veían en la región más elevada, el espíritu del sol y su gobierno; veían a los servidores del espíritu del sol, los Amshaspands, dispuestos como si fuera, alrededor de su trono, y que son sus mensajeros. El espíritu solar era el señor de todo el reino; los Amshaspands dirigían las diversas actividades. Los seres de orden inferior, subordinados a su vez a los Amshaspands, se llaman generalmente Izets o Izarads y finalmente seres de los que se puede decir que corresponden en el mundo espiritual a los pensamientos en el alma del hombre. Los pensamientos en el alma humana no son más que la sombra-reflejo de las realidades; fuera, en el mundo espiritual, son seres espirituales. Según la antigua concepción persa, estos seres, llamados Fravashi (Feruers), estaban inmediatamente por encima del hombre. Así, durante la antigua evolución persa se concebía que detrás de la cubierta del mundo de los sentidos había sucesivas etapas de seres espirituales que se elevaban cada vez más hasta Ormuzd.


Ahora bien, toda la naturaleza de la antigua humanidad persa era diferente de la del antiguo indio. La característica de un cuerpo etérico que todavía estaba en gran medida fuera del cuerpo físico ya no existía en la humanidad de la antigua Persia; el cuerpo etérico se había deslizado por aquel entonces mucho más dentro del cuerpo físico. Por lo tanto, los hombres de la antigua civilización persa ya no podían utilizar los instrumentos del cuerpo etérico como lo hacían los antiguos indios. Los instrumentos utilizados por los antiguos persas eran los órganos que originalmente formaban parte de lo que hoy llamamos cuerpo sensible o astral.

Las nueve partes constitutivas del hombre, como sabemos, son las siguientes:

El cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo de sensaciones,(astral) el alma sensible, el alma racional, el alma consciente, luego lo que se llama el yo espiritual, luego el espíritu vital, y finalmente el hombre-espíritu.

Hombre Espíritu

Espíritu de vida

Yo espiritual

Alma consciente

Alma racional

Alma sensible

Cuerpo sensible (astral)

Cuerpo etérico

Cuerpo físico

Como hemos visto, cuando el antiguo indio deseaba elevarse a los reinos del más alto conocimiento, se valía de su cuerpo etérico. El persa ya no podía hacer esto; pero podía hacer uso de su cuerpo astral, y así lo hacía. Como ya no podía percibir a través del cuerpo etérico, la unidad más elevada le estaba oculta, pero por medio del cuerpo astral todavía tenía hasta cierto punto la visión astral. Este era el caso de muchos miembros del antiguo pueblo persa; veían astralmente a Ahura Mazdao y a sus servidores porque todavía podían hacer uso del cuerpo astral. Ahora bien, ustedes saben, por la descripción de mi libro "Teosofía", que el cuerpo astral está ligado al alma sensible. Por lo tanto, cuando un miembro de la antigua nación persa hacía uso de su cuerpo astral, su alma sensible también estaba presente; pero no podía hacer uso de ella porque aún no estaba desarrollada. Hacía uso de su cuerpo astral en el que el alma sensible era siempre un factor, pero tenía que tomar esa alma tal como era entonces. Por lo tanto, sentía que cuando el cuerpo astral, desarrollado como lo estaba entonces, se elevaba hacia Ahura Mazdao, el alma sensible también estaba allí. Sin embargo, consideraba que esta última corría cierto peligro, ya que, al revelar sus percepciones, las enviaba directamente al cuerpo astral. El antiguo persa se decía a sí mismo: "El alma sensible no exteriorizará lo que encuentra en el camino de las viejas tentaciones luciféricas, pero enviará sus influencias al cuerpo astral". Se daba cuenta de que las influencias del alma sensible actuaban en el cuerpo astral, presentando, por así decirlo, un reflejo del mundo exterior, de lo que había estado actuando en el alma sensible desde tiempos antiguos. Esto se llama la influencia de Ahriman, de Mefistófeles. Y así el hombre se sintió enfrentado a dos poderes. Si miraba hacia arriba, a lo que se podía llegar dirigiendo la mirada hacia afuera, veía el misterio de Ahura Mazdao; si miraba hacia adentro, se encontraba, con la ayuda del cuerpo astral, pero por la influencia de Lucifer trabajando en él, cara a cara con Ahriman, el adversario de Ahura Mazdao. Sólo había una cosa que podía servirle de protección contra las tentaciones de los seres ahrimánicos, y era seguir adelante con la iniciación y el desarrollo del alma sensible. Al desarrollarla y purificarla y adelantarse así a la humanidad, tomó el camino que conduce al interior, que no llevaba a Ahura Mazdao, sino a los reinos de luz de Lucifer. Y lo que impregnaba el alma humana en el camino interior fue llamado en tiempos posteriores el Dios Mitra. De ahí que los Misterios persas que cultivaban la vida interior fueran los misterios de Mitra. Por lo tanto, por un lado tenemos al dios Mitra que el hombre encontraba cuando tomaba el camino interior y por otro los reinos de Ahura Mazdao, que encontraba en el camino exterior.

Ahora pasaremos a la siguiente civilización postatlante, al periodo caldeo-egipcio. Hay una buena razón para darle un doble nombre. Porque, por un lado, en esta época de la civilización tenemos, en Asia, gente perteneciente a la corriente de pueblos del norte que forman el elemento caldeo; por otro lado, tenemos el elemento egipcio, que representa la corriente de pueblos que se dirigió más al sur. Esta es una época en la que dos corrientes de naciones se encontraron. Y si recordamos que la corriente del norte desarrolló más particularmente la visión externa, persiguiendo la realidad de los seres que se encuentran detrás del mundo de los sentidos, y que los pueblos egipcios buscaron los seres espirituales que se encuentran en el camino interior, nos daremos cuenta de que coexistieron dos corrientes durante esta tercera época. El camino exterior tomado por los caldeos y el camino interior tomado por los egipcios entraron en contacto. Los griegos tenían razón cuando comparaban a los dioses caldeos con sus propios reinos apolíneos; buscaban a su manera en sus misterios apolíneos lo que les llegaba de los caldeos. Pero cuando hablaban de Osiris y de lo que estaba relacionado con él, buscaban la iluminación a través de los misterios dionisíacos. En aquella época la gente todavía tenía conciencia de las relaciones espirituales. Pues bien, la humanidad, en el curso de su evolución, desarrolla nuevos miembros en la constitución del hombre. En el antiguo período indio se desarrollaron el cuerpo etérico y sus órganos; en el antiguo período persa los hombres desarrollaron y utilizaron el cuerpo astral, y en el período caldeo-egipcio el alma sensible, es decir, un miembro interior. Mientras que el cuerpo astral sigue dirigido hacia el exterior, el alma sensible se dirige hacia el interior. De ahí que el hombre se aleje más de los mundos divino-espirituales que antes. Vivía una vida interior en el alma, y en lo que respecta a lo que no está dentro de él, la vida se limitaba a lo que percibían los sentidos. Por un lado, el mundo de los sentidos se hizo cada vez más dominante, y por otro, la vida anímica estableció su independencia. El desarrollo del alma sensible pertenece a la tercera época. Pero lo que el alma-sensible desarrolló durante el período caldeo-egipcio ya no era la sabiduría que podía verse y leerse, por así decirlo, desde el entorno externo. Era un proceso que se asemejaba al pensamiento actual del hombre, pero era mucho más vivo, por la razón de que el hombre de hoy ya ha alcanzado el alma-consciente. Los pensamientos eran entonces mucho más ricos, más llenos de vida que en la actualidad. El hombre de hoy no experimenta sus pensamientos con la misma intensidad con la que se da cuenta de un sabor o un olor. Durante la época egipcia, donde el alma sensible se desarrollaba intensamente, los pensamientos eran tan vívidos en el alma como lo es hoy la percepción del color, del olor o del sabor. Hoy se han vuelto más débiles y abstractos. En la época egipcia eran concretos. Eran pensamientos más visibles para la vida; aunque no se podía decir que los pensamientos tomaran forma objetiva en el mundo físico, eran, sin embargo, pensamientos que llevaban consigo la convicción de que no habían sido descifrados, sino que surgían en el alma como inspiraciones, surgiendo de repente y presentándose en un instante. Estas personas no decían que respiraban sabiduría, sino que estaban impregnadas de pensamientos vivos, que surgían del alma, que eran impulsados desde el mundo espiritual al nuestro. Así es como todo cambia en el curso del tiempo. Así, un hombre de la época caldea-egipcia ya no era consciente de que la sabiduría del mundo se extendía como un tapiz de luz a su alrededor, para ser respirada. Era consciente de poseer pensamientos que surgían dentro de él como inspiraciones. Y el contenido de la ciencia que surge en el ser del hombre es la astro-teología caldea y la sabiduría hermética egipcia. Lo que vive en las estrellas y las mueve en sus cursos, lo que pulsa en todas las cosas, ya no podía ser, por así decirlo, leído por el hombre, sino que se revelaba a su ser más íntimo en forma de la antigua sabiduría del período caldeo-egipcio. Además los antiguos caldeos tenían el siguiente sentimiento:

Esto que conozco no es sólo mi ser más íntimo; es un reflejo de lo que ocurre en el exterior". El antiguo egipcio sentía que lo que así surge es un reflejo de los dioses ocultos que los hombres no encuentran entre el nacimiento y la muerte, sino entre la muerte y un nuevo nacimiento. De esta forma, los egipcios y los caldeos se diferenciaban entre sí, ya que los segundos se daban cuenta, gracias a su sabiduría, de lo que hay detrás del mundo en el que vivimos entre el nacimiento y la muerte, y los primeros, los egipcios, se daban cuenta, gracias a su sabiduría inspirada, de los seres vivos con los que el hombre se encuentra entre la muerte y un nuevo nacimiento. Sin embargo, necesariamente, como se desprende de todo el propósito de esta evolución, estas inspiraciones del interior, estos pensamientos masificados que surgen como inspiraciones, estaban muy alejados de la concepción de un ser primordial en su unidad. Los hombres ya no podían penetrar tan lejos como durante el antiguo período persa, cuando todavía era posible hacer uso del cuerpo astral. Todas las impresiones se habían vuelto más débiles; no eran tan externas, pues el mundo exterior ya se había retirado considerablemente. En consecuencia, el hombre experimentaba la sabiduría del mundo exterior dentro de sí mismo, y ya no experimentaba la sabiduría en el propio mundo exterior. Sin embargo, aquellos que habían aprendido a apreciar la sabiduría de la antigua época persa de la manera correcta, tenían por ella sentimientos de gran respeto y profunda gratitud. Y si necesitamos una breve definición de la paradójica sabiduría con la que los caldeos expresaban lo que veían en los fundamentos espirituales que subyacen en el mundo físico, debemos llamar a estos enunciados "Proverbios caldeos"; y la colección de Proverbios caldeos era un tesoro de sabiduría muy apreciado en los tiempos antiguos. En ellos se encuentran secretos del mundo de infinita importancia. Se valoraban tanto como las revelaciones experimentadas entre la muerte y un nuevo nacimiento; y éstas se atesoraban como la fuente de la sabiduría egipcia.


Pero esa realidad, de la que durante la antigua época india había habido un conocimiento directo, se volvió sombría y tenue; su esencia más profunda llegó a estar completamente oculta a los ojos del hombre. Esta realidad más elevada era aún más sombría para la sabiduría caldea-egipcia de lo que Zaruana Akarana había sido para la visión de los antiguos videntes persas. Los caldeos la llamaban Anu; Anu expresa en cierto modo la unidad de ambos mundos, pero una unidad muy por encima del conocimiento del hombre; no se aventuraron a penetrar ni siquiera en aquellas regiones a las que se asomaba la humanidad de la época de Zaratustra, sino que dirigieron sus visiones a esferas muy cercanas al pensamiento humano. Todo, decían, se encontraba allí, pues lo más elevado se encuentra incluso en lo más bajo; pero también encontraron allí algo que expresaba la realidad de un ser, un reflejo sombrío de lo más elevado. Lo llamaron Apason. El Apason les pareció como un reflejo sombrío de lo que hoy concebimos como sustancia por debajo del hombre espiritual, sustancia, por así decirlo, formada a partir del Espíritu de Vida. A esto le dieron un nombre cuyo equivalente más cercano en sonido inglés sería algo así como Tau-te. Había también una realidad a la que dieron el nombre de Moymis. Moymis era aproximadamente lo que la ciencia espiritual describiría como un espíritu del mundo, un ser cuyo principio más bajo es el Ser Espiritual. Así, los antiguos caldeos contemplaban una trinidad por encima de ellos, pero eran conscientes de que esta trinidad sólo manifestaba su verdadera naturaleza en lo que se refiere a sus miembros inferiores, y que sus miembros superiores sólo eran reflejos sombríos de la más alta, que se había retirado por completo de ellos. Y Bel, el dios que como creador del universo era también el dios nacional, debe ser considerado como un descendiente de este Moymis que había entrado en la región del Ego o de la Esencia del Fuego.

Vemos pues, cómo la naturaleza esencial de todo un pueblo se expresaba incluso en la denominación de los dioses. Cuando una persona perteneciente a la antigua época caldea tomaba el camino hacia su ser interior, hablaba de haber atravesado el velo de la vida del alma hacia un mundo de dioses subhumanos o subterráneos. Adonis es un nombre posterior para los seres que se encuentran al tomar el camino interior. Este camino sólo era accesible para los iniciados, ya que estaba plagado de grandes peligros para los no iniciados. Y cuando un iniciado recorría este camino, alcanzando por un lado el mundo más allá de los sentidos, y por otro el mundo que subyace al velo del mundo anímico, experimentaba algo comparable a las experiencias encontradas en la iniciación en la actualidad. En la antigua Caldea, los iniciados pasaban por dos experiencias distintas, y se procuraba que tuvieran lugar, en la medida de lo posible, al mismo tiempo. Una experiencia era la de entrar en el mundo espiritual desde el mundo exterior, la otra era la de ser admitido en él desde el mundo interior; y estas dos debían coincidir en la medida de lo posible para que el candidato aprendiera a sentir que las mismas fuerzas espirituales se expresaban a través de la vida e interacción espiritual tanto fuera como dentro. En el camino interior se encontraba con el ser espiritual llamado Ishtar, que era conocido como una divinidad lunar benéfica, y que se encontraba en el umbral que oculta al hombre el elemento espiritual que está detrás de su vida anímica. En el otro lado, donde se encuentra la puerta que se abre a través del mundo sensorial exterior hacia el mundo del espíritu, estaba el Guardián Merodach o Mardach, y se encontraba allí con Ishtar. Merodach (a quien podemos comparar con el Guardián del Umbral, con Miguel) e Ishtar eran la pareja que impartía la clarividencia al alma y conducía a los hombres por ambos caminos hacia el mundo espiritual. Esa experiencia se expresa aún hoy simbólicamente con el dicho de que "La copa brillante se le da al hombre para que beba de ella". Es decir, como si por un trago aprendiera a experimentar las primeras actividades de sus flores de loto. Después de eso, progresa aún más. Lo que debemos tener en cuenta es que ya en aquella época era necesario atravesar un determinado umbral.


En Egipto el procedimiento no era idéntico aunque sí similar. Entonces llegaba la época que debía preparar el descenso del dios sol cósmico sobre la tierra. El espíritu que antes había sido externo ahora tenía que entrar en el alma humana, tenía que encontrarse dentro de ella, así como antes se encontraban allí las divinidades luciféricas y Osiris. Los dos caminos que se muestran claramente en los contrastes entre los caldeos y los egipcios tenían que fecundarse mutuamente. Tal acontecimiento era esencial. ¿Cómo podía tener lugar? Sólo podía ocurrir después de que se creara un "eslabón de unión". Éste procedía de Ur de Caldea, como afirma la Biblia en verdad. Recoge la revelación que viene de fuera y luego pasa a Egipto, absorbe la que viene de dentro y une las dos, de modo que por primera vez en Jahvé tenemos un ser que anuncia al Cristo que une los dos caminos. Jahvé o Jehová es una divinidad que se encuentra en el camino interior, pero Jahvé no es visible en sí mismo. Sólo se hace visible cuando es iluminado desde el exterior. Jehová refleja la luz de Cristo. Aquí podemos ver claramente los dos caminos que hemos estado estudiando tan intensamente, corriendo uno al lado del otro y cada uno fecundando al otro. Y cuando esto comienza, se hace evidente un proceso bastante nuevo en la evolución humana. Lo exterior y lo interior se fecundan mutuamente; lo interior se convierte en lo exterior y lo que antes sólo vivía en el interior y en el tiempo, ahora se extiende en el espacio, de modo que los dos caminos continúan uno al lado del otro. Consideren ustedes su propia vida anímica. Ésta no se extiende en el "espacio", sino que sigue su curso en el "tiempo". Los pensamientos y los sentimientos se suceden (en el "tiempo"). Lo que está fuera se extiende en el espacio, en coexistencia simultánea. En consecuencia, tenía que producirse un acontecimiento que puede llamarse la salida al espacio y la coexistencia de algo que hasta entonces sólo había vivido en el tiempo. Y ese acontecimiento tuvo lugar debidamente; algo que hasta entonces sólo había vivido en el tiempo se convirtió a partir de esa época en una vida coexistente en el espacio. De esta manera se produjo un cambio de profunda importancia y que se expresó de manera igualmente profunda.

Toda la evolución espiritual humana anterior, al ser llevada más allá del mundo externo del espacio, condujo también al tiempo externo. Ahora todo lo que está bajo las leyes del tiempo está regulado por la medida y la naturaleza del número siete. Aprendemos a comprender la evolución del mundo basándonos en el número siete y contando, por ejemplo, las siete etapas de Saturno, Sol, Luna, Tierra (o Marte-Mercurio), Júpiter, Venus y Vulcano. En todo lo que tiene que ver con el tiempo procedemos correctamente haciendo uso del número siete. En el "tiempo" somos conducidos por todas partes al número siete. Todas las escuelas y logias cuyas enseñanzas conducen fuera del espacio al tiempo, tienen el siete como número fundamental cuando conducen a lo suprasensible. Este número siete está asociado con los santos Rishis, y con los santos maestros de otras naciones hasta los siete sabios de Grecia. Pero el número fundamental del espacio es el doce, y al fluir hacia el espacio, el tiempo se revela según el número doce. En el punto donde el tiempo fluye hacia el espacio, el número doce domina. Tenemos doce tribus en Israel, también doce apóstoles en el momento en que Cristo, que se había revelado previamente en el tiempo, se derramó en el espacio. Lo que está dentro del tiempo ocurre en sucesión. Por lo tanto, lo que sale del espacio al tiempo, a los dioses de los reinos luciféricos, conduce al número siete. Si queremos caracterizar cualquier cosa en este reino según su esencia, encontramos el ser remontándonos a la ascendencia. Para percibir lo que se desarrolla en el tiempo, pasamos de lo posterior a lo anterior, como del hijo al padre. Al ir al mundo del tiempo, en el que se obtiene el número siete, hablamos de los hijos y de su origen, de los hijos de los seres espirituales, de los hijos de Lucifer; cuando conducimos el tiempo hacia el espacio, hablamos de los seres que existen simultáneamente, en cuya naturaleza, la coexistencia y también el fluir de las almas, los impulsos de unos a otros en el espacio exigen nuestra consideración.

Donde el número siete, por el hecho de que el tiempo se vierte en el espacio, se transforma en doce, la connotación de "hijos" deja de tener el mismo significado suprasensible y entra la connotación de "hermandad", pues los seres que conviven son hermanos. El concepto de hijos de los dioses se transforma en el curso de la evolución en el concepto de hermanos que viven uno al lado del otro.

Los hermanos viven uno al lado del otro. Los seres que descienden unos de otros viven unos tras otros. Aquí vemos la transición, en una época significativa, de los hijos del reino de Lucifer y de su ser a los hermanos de Cristo, transición de la que hablaremos más adelante.

Traducido por J.Luelmo ago.2022


GA113 Munich 29 de agosto de1909 Cambios en la organización humana en el periodo post atlante

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ORIENTE A LA LUZ DE OCCIDENTE

RUDOLF STEINER

7ª conferencia

Munich 29 de agosto de1909

 

Cambios en la organización humana en el periodo postatlante. Cambios en la relación entre el cuerpo etérico y el cuerpo físico en relación con el cruce de los caminos de Cristo y Lucifer. Sobre el fuego y el aire. El declive de los Misterios. Las Leyendas de Edipo y Judas.

Hay ciertos hechos en la evolución de la humanidad que apenas se notan en la vida exterior. En consecuencia, se malinterpreta mucho de lo que se lleva a cabo en las profundidades espirituales que subyacen a la evolución humana. Se ha demostrado que la experiencia mística de Cristo - una experiencia como la que puede tener un hombre cuando por medio de la vida interior profunda impregna sus experiencias anímicas con lo que hemos llamado la sustancia de Cristo - no siempre fue posible, sino que llegó a serlo en el curso del tiempo. El descenso histórico a la encarnación del Cristo fue una preparación necesaria para la presencia del Cristo místico en el alma. No es correcto decir que en la época precristiana la experiencia mística de Cristo siempre había sido posible; individuos como Meister Eckhart y otras personalidades similares con sus experiencias místicas interiores sólo son posibles en la época cristiana; tales experiencias no habrían sido posibles en una época anterior. El pensamiento abstracto será fundamentalmente incapaz de entender esto; sólo el pensamiento concreto y espiritualmente realista que se ocupa de los hechos encontraría su camino hacia estas cosas. De nuevo, la descripción de los seres luciféricos y del Cristo sólo puede ser comprensible si suponemos que se produjo un cambio en toda la organización humana. Un cambio, es cierto, que no puede ser percibido por los sentidos externos o la razón exterior, pero no por ello deja de ser un cambio radical. Esto se llevó a cabo durante los últimos mil años antes de la aparición de Cristo y durante los siglos posteriores a su aparición. Desde la catástrofe atlante el hombre ha cambiado esencialmente. Y aunque en el presente ciclo de la humanidad lo importante es que el hombre, al encarnar, depende para su percepción del mundo, en lo que respecta a sus experiencias externas, de los instrumentos que están a su disposición en las envolturas de los cuerpos físico, etérico y astral, sin embargo, la naturaleza de su percepción y realización a través de las épocas subsiguientes depende de los cambios que experimenta esta organización. No existe una concepción del mundo que sea válida para todos los tiempos. La percepción que el hombre tiene del mundo está condicionada por su organización.

Recordemos ahora el cambio más radical en la naturaleza del hombre, ocurrido desde la catástrofe atlante. Antes de esto, los diferentes miembros de nuestra naturaleza humana estaban conectados de manera diferente a como lo estuvieron más tarde. Durante la época atlante, el cuerpo etérico no cooperaba con el cuerpo físico como lo ha hecho después. Antiguamente, el cuerpo etérico de la cabeza, por ejemplo, sobresalía de la cabeza física, y el progreso de la evolución se expresa por el hecho mismo de que los cuerpos etérico y físico se asemejaban más y su conexión era cada vez más estrecha. Ahora bien, en el cuerpo etérico es donde residen todas las fuerzas necesarias para la organización del cuerpo físico, todas esas fuerzas que unen a los miembros del cuerpo físico y producen armonía entre ellos. En la humanidad de la Atlántida, las fuerzas del cuerpo etérico y especialmente las de la cabeza trabajaban en la construcción del cuerpo físico desde el exterior. Más tarde, estas fuerzas se introdujeron en el espacio ocupado por el cuerpo físico y, en la actualidad, trabajan más en el interior del hombre, animándolo y estimulándolo. Pero esto era sólo una cuestión de desarrollo. Y si queremos comprender la antigua cultura india, debemos darnos cuenta claramente de que las condiciones eran muy diferentes de las que se dieron en la época caldeo-egipcia. Pero en la humanidad de la época grecolatina, había una impregnación tan completa del cuerpo físico por el cuerpo etérico, que en ninguna parte de la Organización humana la conciencia clarividente habría percibido que el cuerpo etérico se extendía mucho más allá del cuerpo físico. Este no había sido el caso de los antiguos indios. Su visión clarividente percibía que el cuerpo etérico aún se extendía, especialmente en lo que respecta a la cabeza, más allá del cuerpo físico. De ahí que un nativo de la antigua India viera el mundo de forma muy distinta a como lo hacía un nativo del antiguo Egipto. Un hombre perteneciente al pueblo grecolatino veía el mundo de forma muy parecida a como se ve hoy en día, es decir, como un tapiz sensorial de colores, matices, etc. Pero la totalidad de este mundo que se extiende ante las percepciones sensoriales actuales, estaba para el espíritu indio de los tiempos antiguos finamente impregnado de lo que hoy podríamos llamar la nube nebulosa característica de la naturaleza etérica. Surgía de todas las cosas, pues todas parecían estar ardiendo, y de cada forma surgía un fino humo nebuloso. La manera de percibir entonces era lo que podría llamarse una visión del elemento etérico, que se extendía sobre todo como el rocío o la escarcha. Ese tipo peculiar de visión era entonces natural. En la actualidad, el alma humana sólo puede alcanzarla por medio de ejercicios especiales impartidos por la ciencia espiritual. El objeto de la evolución progresiva de la humanidad a través de los diferentes períodos de civilización es hacer que el cuerpo etérico descienda cada vez más profundamente en el cuerpo físico. De este modo, toda la forma de percepción humana se altera, porque toda la percepción humana depende de la forma en que se organiza el cuerpo etérico. Y esto, a su vez, está relacionado con el hecho de que los seres luciféricos que se manifiestan en la tierra y en el alma se han elevado al estado de seres cósmicos, y que el Ser-Cristo, que antes era un ser cósmico, descendió a la encarnación en un cuerpo humano y ahora se ha convertido en un ser interior.

Esta impregnación del principio apolíneo con el dionisíaco - esta transposición, por así decirlo - sólo fue posible debido a un cambio correspondiente en la Organización humana. Fue un cambio que no sólo afectó al pasado, sino que también fue una preparación para el futuro. Vivimos en una época en la que la más completa impregnación interior de lo físico por el cuerpo etérico es ya cosa del pasado; una época en la que la tendencia de la evolución va en sentido contrario. Vivimos en una época en la que el cuerpo etérico está emergiendo lentamente del cuerpo físico. El desarrollo normal de la humanidad consistirá en el futuro en el surgimiento gradual del cuerpo etérico del cuerpo físico; llegará el momento en que la Organización humana volverá a tener la apariencia que tenía en las épocas grises primitivas, y volveremos a ver el cuerpo etérico extendiéndose más allá del cuerpo físico humano. Estamos en medio de esta transición, y muchas de las enfermedades más sutiles características de la época actual se entenderían si se conociera esto. Pero todo esto tiene un sentido y se corresponde con grandes leyes cósmicas, pues el hombre no podría alcanzar la meta de su evolución si no se sometiera así a una transposición de las partes constitutivas de su Organización. Ahora bien, todo lo que hay en nosotros está impregnado por todo nuestro entorno; y por los seres espirituales divinos del mundo espiritual que envían sus corrientes hacia nosotros, al igual que los elementos físicos de la tierra envían sus corrientes a nuestra organización física. En el momento en que el cuerpo etérico estaba fuera del cuerpo físico, las corrientes se vertían perpetuamente en este cuerpo etérico, el hombre experimentaba esto conscientemente como una revelación cósmica, como algo que se le revelaba interiormente. Estas corrientes que descendían a su cuerpo etérico desde el mundo espiritual también trabajaban en el perfeccionamiento de su cuerpo físico.

Ahora bien, lo que descendió al cuerpo etérico del hombre y que fue experimentado como el elemento más interno de su ser, fue la influencia del mundo luciférico, una gran y poderosa herencia traída de las viejas edades de la evolución preatlante. El hecho de que estas influencias luciféricas se hayan oscurecido tanto que el hombre, en la época en que apareció Cristo, no podía percibir nada de ellas, a menos que hubiera alcanzado un alto grado de iniciación, se explica por el hecho de que el cuerpo etérico se adentró cada vez más en el cuerpo físico y se hizo uno con él; y el hombre aprendió a utilizar cada vez más los órganos físicos como instrumentos. Por lo tanto, era necesario que el ser espiritual divino que pronto iba a aparecer en la tierra, se manifestara en el plano físico como una figura capaz de ser percibida físicamente, encarnada como otros seres físicos sobre la tierra. Sólo así podría la humanidad haber comprendido en aquel tiempo a un Dios apareciendo en un cuerpo, porque se había acostumbrado a considerar verdadero sólo lo que podía ser observado por medio del instrumento del cuerpo físico humano. Tuvo que ocurrir esto para que los que rodeaban al Cristo pudieran decir, a modo de énfasis de un acontecimiento: "Hemos puesto nuestras manos en sus heridas, y nuestros dedos en las huellas de los clavos". Esta certeza que los sentidos nos daban tenía que vivir como un sentimiento en aquellos hombres, un sentimiento que diera el sello de verdad al acontecimiento. A ese tipo de testimonio, un hombre de la vieja época india no le habría dado ninguna importancia; habría dicho: "Lo espiritual percibido por medio de los sentidos no significa mucho para mí; para alcanzar lo espiritual hay que ascender a un cierto grado de cognición clarividente". Por lo tanto, la comprensión de Cristo debía desarrollarse gradualmente como todo lo demás en el mundo.

Sin embargo, el impulso luciférico que el hombre tenía antes en su cuerpo etérico se fue agotando. Lo que había traído consigo de las épocas primitivas, cuando su cuerpo etérico aún no habitaba enteramente en el cuerpo físico, sino que todavía estaba fuera y recibía la influencia luciférica a través de la porción que todavía estaba fuera, se fue agotando. Para que el cuerpo etérico pudiera introducirse en el cuerpo físico tuvo que perder la capacidad de percibir los mundos superiores a través de sus órganos etéricos. Por lo tanto, en una época determinada se puede decir de nuestros antepasados humanos que todavía eran capaces de ver en los mundos espirituales, y lo que veían se conserva en su literatura. Había, por así decirlo, una sabiduría primitiva. La razón por la que más tarde esto dejó de ser más directamente alcanzable fue, que como el cuerpo etérico fue tomado en el cuerpo físico, el hombre sólo podía hacer uso de sus sentidos físicos y de su razón física. El poder de clarividencia estaba paralizado. Por lo tanto, la facultad de ver en el mundo espiritual sólo era posible en los iniciados que ascendían a los mundos suprasensibles por medio de un entrenamiento sistemático.

Ahora se está llevando a cabo el proceso inverso. La humanidad está entrando en una condición en la que el cuerpo etérico está, hasta cierto punto, sacándose a sí mismo del cuerpo físico de nuevo; pero no debe pensarse que ahora recibe espontáneamente todo lo que en tiempos anteriores poseía como una antigua herencia. Si no ocurriera nada más que su retirada, el cuerpo etérico del hombre sólo dejaría el cuerpo físico y no conservaría en sí mismo ninguna de las fuerzas que antes poseía. En el futuro nacerá del cuerpo físico humano. Si el cuerpo físico humano no le añadiera algo, este cuerpo etérico estaría vacío, estéril. El futuro de la evolución humana consistirá en que los hombres, por así decirlo, permitirán que su cuerpo etérico salga de su naturaleza física corporal, y finalmente tendrán la posibilidad de poder enviarlo vacío. ¿Qué significa esto? El cuerpo etérico es el portador de fuerzas, el dinamizador de todo lo que ocurre en el cuerpo físico. No sólo debe proporcionar fuerzas al cuerpo físico cuando está totalmente oculto dentro de él, sino en todo momento; debe proporcionar fuerzas al cuerpo físico incluso cuando está de nuevo parcialmente fuera de él. Si el cuerpo etérico queda vacío, no puede reaccionar sobre el cuerpo físico, porque entonces no tendría fuerzas con las que reaccionar. El cuerpo etérico debe, después de haber pasado por el cuerpo físico, haber obtenido sus fuerzas del interior del cuerpo físico. Las fuerzas con las que el cuerpo etérico puede reaccionar de nuevo sobre el cuerpo físico, deben haber sido extraídas del interior de éste. La tarea de la humanidad actual es absorber en sí misma lo que sólo puede adquirirse mediante la actividad en un cuerpo físico. Lo que se adquiere dentro del cuerpo físico acompaña a la evolución, y cuando el hombre, en futuras encarnaciones, viva en organismos en los que el cuerpo etérico esté hasta cierto punto liberado del cuerpo físico, experimentará en su conciencia una especie de memoria a través del cuerpo físico parcialmente liberado.

Ahora preguntémonos, ¿Qué es lo que permite al cuerpo físico transmitir algo como una herencia al cuerpo etérico? ¿Qué es lo que permite al hombre enviar tales fuerzas a su cuerpo etérico que algún día estará en condiciones de tener un cuerpo etérico propio y ser capaz de devolver ciertas fuerzas al cuerpo físico desde el exterior? Supongamos que la vida del hombre, digamos, desde el año 3000 a.C. hasta nuestra era, y hasta el año 3000 d.C., hubiera sido tal que no se le hubiera añadido nada más de lo que hubiera sido suyo sin la venida de Cristo; entonces no habría experimentado en su cuerpo físico nada que pudiera otorgar un poder al cuerpo etérico cuando se liberara del cuerpo físico. Lo que un hombre puede entregar es lo que puede ganar dentro del mundo físico mediante el acontecimiento crístico. Toda la asociación con el principio crístico y las experiencias que podamos tener en relación con la aparición de Cristo, se hunden en la vida del alma en el mundo físico y el alma, así como todo lo que es físico, se preparan de tal manera que pueda fluir hacia el cuerpo etérico lo que éste necesitará en el futuro. Por lo tanto, el acontecimiento crístico tenía que tener lugar; impregnar el alma humana para que los hombres puedan comprender su evolución futura. Lo que está hoy en el cuerpo físico envía fuerzas al cuerpo etérico; y el cuerpo etérico, alimentado por las experiencias físicas del Cristo, tomará estas fuerzas, para volver a ser clarividente y poseer las fuerzas vitales que sostendrán el cuerpo físico en el futuro. Por lo tanto, lo que el hombre experimenta de Cristo a través de la inversión de los principios tiene su propia relación con el futuro de la evolución humana.

Pero esto no es suficiente. Al pasar por la experiencia crística en nuestras propias almas, al familiarizarnos cada vez más con el Cristo, y al dejar que crezca cada vez más en nuestras experiencias anímicas, influimos efectivamente en el cuerpo etérico, y vertemos en él corrientes de fuerza. Ahora bien, si este cuerpo etérico se retira y entra en un elemento erróneo, tendrá indudablemente la fuerza crística, pero si no encuentra allí las fuerzas capaces de trabajar de manera sustentadora y vivificante sobre el principio crístico que ha entrado en él, se encontrará en una esfera en la que no podrá vivir. Las fuerzas externas lo destruirían. Al estar impregnado de Cristo, y al haber entrado en un elemento inadecuado, se enfrentaría a su propia destrucción, y reaccionaría destructivamente sobre el cuerpo físico. Además, el cuerpo etérico debe prepararse de nuevo para recibir la luz de la que surgió originalmente, la luz del reino de Lucifer. Mientras que antes el hombre veía a Lucifer a través del velo de su vida anímica mediante una experiencia interior, ahora debe prepararse para poder experimentar a Lucifer como un ser cósmico en el mundo que le rodea. De haber sido un dios subterráneo, Lucifer se convierte en un dios cósmico. El hombre debe prepararse de tal manera que su cuerpo etérico esté provisto de fuerzas tales que hagan de Lucifer un elemento fecundo y benéfico, en lugar de uno destructivo. El hombre tiene que pasar por la experiencia crística, pero de tal manera que sea capaz de reconocer en este mundo el tejido espiritual del que fue creado el mundo.

Un entrenamiento como el que ofrece la ciencia espiritual, está plenamente capacitado para preparar de nuevo toda la naturaleza del hombre para comprender la luz del reino de Lucifer, porque sólo así el cuerpo etérico humano puede recibir las fuerzas vitales adecuadas. Cristo estaba influyendo en el hombre incluso antes de aparecer en la tierra. Ya en la época en que Zaratustra señalaba hacia arriba a Ahura Mazdao, la fuerza de Cristo irradiaba hacia abajo. Y desde la otra dirección brillaba el poder de Lucifer,

Esto se ha invertido, como hemos visto; en el futuro las fuerzas de Lucifer irradiarán desde el exterior, mientras que el Cristo morará en el interior. La Organización humana debe ser influenciada nuevamente desde dos lados. El antiguo indio comprendía, por un lado, que "Tú eres" y, por otro, que "Yo soy el todo", y sabía que el mundo que veía fuera era el mismo que el interior. En los antiguos tiempos indios esto se percibía como una verdad abstracta; se percibirá en la tierra como una experiencia concreta del alma cuando se cumpla el tiempo, cuando por medio de una preparación adecuada, lo que se manifestó proféticamente, entre los antiguos indios, vuelva a cobrar vida en una nueva forma. Así procede la evolución humana en la época postatlante.

Por lo tanto, está claro que la evolución de la humanidad no se mueve en línea recta, sino que sigue su curso, como todo en la naturaleza. He puesto el ejemplo de una planta, que crece pero no puede desarrollar su fruto a menos que un nuevo factor entre en su desarrollo. He aquí una imagen que muestra que otras influencias deben venir de otro lado. No existe una evolución que proceda en línea recta. Los principios luciféricos y crísticos deben superponerse. Los que pretenden encontrar una evolución sin desviaciones nunca podrán comprender la evolución del mundo; sólo los que notan las corrientes divididas y cómo se fecundan mutuamente pueden comprender realmente la evolución. Durante la antigua civilización india, cuando el hombre estaba en cierto modo organizado de forma diferente, su perspectiva era distinta. La perspectiva del hombre de entonces sólo puede ser experimentada definitivamente por medio de ese tipo de investigación clarividente que es adecuada para la época actual. Y la clarividencia es un poder que hoy tiene que ser adquirido con esfuerzo, aunque en una época fue una facultad natural. Es muy difícil, incluso para los que tienen un conocimiento profundo de la ciencia espiritual, comprender hasta qué punto las experiencias del alma en la antigua época india son diferentes de las de tiempos posteriores, y sólo se puede intentar revestir esta diferencia con palabras que se aproximen al sentido real.

Cuando el hombre se asoma al mundo actual, lo percibe a través de sus diversos sentidos. No podemos entrar aquí en todo lo que la ciencia moderna tiene que decir sobre la percepción de los sentidos; bastará con mantener en nuestra mente la concepción habitual de que el hombre percibe el mundo exterior por medio de sus diversos sentidos, y reúne las diferentes impresiones por medio de la facultad espiritual que está unida al cerebro físico. Reflexionen un poco sobre esto, y será evidente que hay una gran diferencia en el carácter de las diferentes percepciones de los sentidos; comparen, por ejemplo, el sentido del oído con el de la vista. Es evidente que en lo que respecta al oído, si buscamos en el mundo exterior los hechos que le corresponden, encontramos materia en movimiento, aire en movimiento regular. Si nuestro instrumento auditivo se pone en contacto con este aire en movimiento, experimentamos lo que se llama audición. Pero la experiencia interior de la audición y el aire en movimiento exterior, son dos cosas muy diferentes. Ahora bien, la vista no es algo tan simple como el oído, aunque los físicos lo hayan hecho parecer así. Su postulado, construido por analogía, es el siguiente: Tomemos, dicen, una de las sustancias más finas que se mueve igual que el aire exterior. Pero el pensador realista ve una gran diferencia, a saber, que en lo que respecta al oído, se puede detectar muy fácilmente lo que se mueve en el exterior. Se puede demostrar fácilmente que algo se mueve realmente en el exterior -en lo que se refiere al oído- colocando unas pequeñas cintas de papel en una cuerda de violín y golpeándola. Pero nadie puede comprobar por sí mismo la existencia de vibraciones en el éter. Es una hipótesis; sólo existe como teoría de la física y es inexistente para el pensador realista. La percepción de los sentidos por medio de la vista es una cosa muy diferente. Lo que se percibe a través de la luz es mucho más objetivo que lo que se percibe a través del oído. Percibimos la luz como color, la percibimos extendida en el espacio; pero no podemos, como en el caso del sonido, ir al mundo exterior en busca de procesos externos. Tales distinciones son fácilmente pasadas por alto por el hombre de los tiempos modernos. El antiguo indio, que poseía una conciencia más fina de todo el mundo exterior, no podía pasar por alto esto. Él percibía todas estas delicadas distinciones externas. Sólo quiero señalar que hay diferencias características y esenciales entre los ámbitos de los distintos sentidos. Si consideramos la lengua alemana, puede llamarnos la atención que con la misma palabra expresemos una experiencia interior del alma y una impresión que viene, en cierto sentido, de fuera (admito que esto ocurre en el hablar incorrecto). Esa palabra es la palabra " sentimiento ". Hablamos de los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Al hablar de sensación de forma superficial nos referimos al sentido del tacto, pero lo llamamos sensación y añadimos lo que se experimenta por este sentido a las experiencias de los sentidos exteriores. De nuevo, inspirados por el genio de la palabra, definimos en un sentido mucho más espiritual de lo que generalmente se realiza, una experiencia interior del alma por la palabra " sentimiento ". Las experiencias de alegría o dolor se definen como sentimientos. Este sentimiento particular del que estamos hablando aquí es una experiencia anímica íntima; los otros sentimientos, producidos por el sentido del tacto, son siempre causados por algún objeto externo. El otro sentimiento puede estar asociado a un objeto externo, pero se puede ver que un objeto externo no es la única causa, porque el efecto en una persona es diferente del efecto en otra. Tenemos dos experiencias, una conectada con el sentido externo y la otra ligada al interno. En la actualidad, estas dos parecen estar muy divididas, pero no siempre fue así. Aquí llegamos a otro punto de vista de lo que se ha descrito anteriormente en un sentido externo. Hemos descrito cómo el cuerpo etérico entra y sale de nuevo. Esto está relacionado con el hecho de que algo tiene lugar en el ser interior del hombre. Hoy en día estas dos experiencias, la experiencia de "sentir" en el interior de uno y la experiencia causada por el contacto personal con un objeto externo que también describimos con la palabra "sentir", están ampliamente divididas. Cuanto más retrocedemos en la evolución de la humanidad, es decir, cuanto más lejos está el cuerpo etérico fuera del cuerpo físico, tanto más se acercan estas dos experiencias entre sí. En la actualidad, sólo están muy divididas en la humanidad. En la época de la India esta diferencia no existía en la misma medida. En aquella época, la experiencia interna del sentimiento y la externa eran más parecidas. ¿Por qué era así?

Si hoy se encuentran con un hombre que tiene un mal pensamiento sobre ustedes (digamos que les desagrada y que él tiene el mismo tipo de sentimiento hacia ustedes), por regla general, si sólo cuentan con los sentidos externos y el cerebro físico, no serán profundamente conscientes de sus sentimientos, de sus simpatías y antipatías. Si te golpeara, serías consciente de ello, porque tu sentido del sentimiento lo notaría. En los antiguos tiempos de la India, el estado de las cosas era diferente. El hombre de entonces estaba organizado de tal manera que no sólo era consciente de lo que se siente con el tosco sentido del tacto actual, sino también de lo que hoy se ha retirado a su ser interior; todavía era capaz de sentir lo que otra persona sentía por él. A través de la comprensión simpática de los sentimientos de otro individuo, despertaba en su alma una experiencia como la que tenemos a través del sentido del tacto. Sentía el proceso físico-psíquico. Por otra parte, lo que llamamos nuestro sentimiento interior no estaba tan desarrollado en aquellos días; estaba aún más estrechamente conectado con el mundo exterior. El hombre tenía sus penas y alegrías que, en muchos aspectos, correspondían más a los acontecimientos exteriores; pero no podía retirarse tan profundamente a su ser interior como puede hacerlo hoy. En la actualidad, la experiencia interior del alma está mucho más separada de todo el entorno que antes. En la actualidad, un hombre puede encontrarse en una posición en la que está rodeado de circunstancias que podrían ser mejores; pero debido a que su vida anímica interior está separada de su entorno, puede sentir un dolor interior sin ninguna causa real debido a su forma de ver el mundo.

Esto habría sido imposible en la época de la antigua civilización india. En aquella época, las impresiones internas eran un reflejo mucho más fiel de lo que ocurría en el entorno exterior, ya que el sentimiento del hombre estaba entonces más ligado al mundo exterior. La razón de ello era que en aquellos tiempos, por ejemplo, el hombre, en su totalidad, se encontraba en una relación muy diferente con la luz. La luz que nos rodea no sólo tiene su aspecto físico externo, sino que, como todo lo físico, también está impregnada de alma y espíritu. El curso de la evolución humana fue tal que el alma y el espíritu del mundo exterior se retiraron cada vez más del hombre y gradualmente la parte física llegó a ser todo lo que era perceptible. El hombre llegó a percibir la luz como un fluido que se derramaba en su Organización desde todos los lados, y dentro de esta luz que lo atravesaba, sentía su alma. Hoy el alma de la luz está detenida por la piel humana. La organización india estaba impregnada de lo que vive como alma dentro de la luz, y el hombre se dio cuenta del alma de la luz. Esa luz era la portadora de lo que se podía percibir como simpatía y antipatía en otros seres, que ahora se ha retirado con el alma de la luz lejos de los hombres. Esto estaba relacionado con otras experiencias. Hoy en día, cuando los hombres inhalan y exhalan pueden, a lo sumo, conocer la existencia del aliento a través del funcionamiento mecánico. Si se enfría un poco, lo ven volverse acuoso. Esta es una forma mecánica de ver el aliento. Por improbable que pueda parecer al hombre de hoy, es sin embargo cierto que por medio de la investigación oculta podemos corroborar el hecho de que la mayoría de los antiguos indios tenían una concepción bastante diferente de lo que significaba su aliento. El alma de la luz no se había retirado todavía de lo que ocurría alrededor de los hombres de aquella época, de modo que percibían el aire tal como era inspirado y exhalado en diferentes matices de color claros y oscuros. Veían que el aire entraba y salía como llamas de fuego. Por lo tanto, podemos decir que incluso el propio aire se ha convertido en algo muy diferente, debido al cambio que ha tenido lugar en la vida conceptual del hombre.

El aire es hoy algo que sólo es percibido mecánicamente por los hombres a través de la resistencia que ofrece, porque ya no son conscientes directamente del alma de la luz que impregna el aire. El hombre se ha separado incluso de este último resto de percepción instintiva. El antiguo indio no habría llamado "aire" a lo que se inspira y se expulsa; lo habría llamado "aire de fuego", porque lo veía en diferentes grados de radiaciones ardientes.

También aquí tenemos un ejemplo de cómo incluso en las experiencias externas se manifiesta la transformación en la constitución del hombre en el curso de la evolución. Se trata de procesos íntimos y ocultos en la evolución humana, y nunca podremos entender los Vedas, si no comprendemos cómo y en qué sentido se utilizan las palabras. Si leemos las palabras contenidas en ellos sin saber que describen lo que luego se puede ver, las palabras perderían todo su sentido, y nuestra interpretación sería completamente errónea. Siempre debemos tener en cuenta las realidades cuando abordamos el estudio de los documentos antiguos. Lo que vive en el alma humana cambia de carácter con el paso del tiempo. Y ahora será comprensible cierto hecho que no podría haber sido así sin estas afirmaciones, afirmaciones que son bastante independientes I de cualquier prueba que se establezca mediante la investigación física. Busquen en los escritos orientales y vean cómo se enumeran allí los Elementos. Están colocados en el siguiente orden: tierra, agua, fuego, aire y éter. Sólo en la época griega encontramos un orden diferente que para nosotros hoy es el obvio y en el que basamos toda nuestra comprensión, es decir, tierra, agua, aire, fuego y los otros éteres. ¿Por qué es así? La antigua conciencia india veía, al igual que el hombre ve hoy lo que se manifiesta a través de lo sólido (lo que llamamos la tierra), a través de lo fluídico, o el agua, para hablar en el sentido espiritual. Pero lo que hoy llamamos aire, para los antiguos indios era fuego, pues todavía veían el fuego en el aire - describían lo que veían como fuego. Nosotros ya no vemos este fuego en el aire; sólo lo sentimos como calor. Todo ha cambiado desde la cuarta época postatlántica. Así fue que sólo cuando subieron un poco más en la serie de los elementos los indios llegaron a un elemento en el que en ese momento aparecía a la humanidad lo que hoy llamamos aire - el aire para nosotros siendo penetrado por la luz, pero no revelando la luz. Con respecto al fuego y al aire, la visión del hombre se ha invertido por completo. Lo que hemos dicho sobre el cruce de Cristo y Lucifer -que Cristo, el ser cósmico, ha entrado dentro del alma humana, mientras que Lucifer, que al principio estaba dentro del hombre, se ha convertido en un ser cósmico- es válido en todos los departamentos de la vida. Lo que en la primera época postatlante era lo que llamamos fuego, es en la actualidad perceptible como aire, y lo que hoy vemos como fuego, era entonces visto como aire. Lo que subyace a la evolución humana se expresa no sólo en las cosas grandes, sino también en las pequeñas. Estas cosas no deben atribuirse a la casualidad; podemos ver las profundidades de lo que ocurre en el curso de la evolución de la humanidad, si miramos las cosas desde el único punto de vista real: el de la ciencia espiritual. La conciencia india era una conciencia que sentía la unidad de lo que yace en lo profundo del alma con lo que está fuera de ella; de ahí que el indio viviera en mayor grado en su entorno. Los últimos ecos de lo que existía en el antiguo indio como vista instintiva se encuentran en la "clarividencia" rudimentaria que poseen hoy los hombres que tienen lo que llamamos segunda vista. Supongamos que al caminar por la calle en cualquier lugar, entra en la mente el pensamiento de cierto hombre que en ese momento no podemos ver físicamente, y nos encontramos con él un poco más adelante. ¿Por qué el pensamiento de él estaba en la conciencia antes de verlo? Es porque su influencia ha entrado en la subconsciencia, de donde ascendió a la conciencia como un pensamiento completo. Hoy en día el hombre posee en forma rudimentaria lo que antes era de gran importancia en su vida. En épocas anteriores existía una conexión mucho más estrecha entre el sentimiento interior y el exterior. Estos son algunos ejemplos más detallados de mis repetidas afirmaciones de que la humanidad ha evolucionado desde la antigua y tenue clarividencia hasta la plena conciencia de los sentidos que ahora poseemos, y la humanidad en el futuro volverá a desarrollar una clarividencia plenamente consciente. Esto se logrará de tal manera que el hombre la experimentará conscientemente; sabrá que su cuerpo etérico sale de él y que puede utilizar los órganos del cuerpo etérico igual que el cuerpo físico.

En épocas anteriores, más espirituales, cuando los hombres tenían más sabiduría que la que tiene la ciencia materialista abstracta moderna, siempre fueron conscientes de que había una antigua clarividencia para los poseedores de la cual el mundo se volvía transparente. Sentían que el hombre había perdido esta antigua clarividencia y había entrado en su estado actual. Antiguamente, los hombres no expresaban sus conocimientos en fórmulas y teorías abstractas, sino en poderosas y vívidas imágenes. Los Mitos no son "pensados" o inventados, sino que son las expresiones de una profunda sabiduría primigenia adquirida por la visión espiritual. En la antigüedad existía la conciencia de que en una época aún más temprana el hombre había abarcado todo el mundo en su sentimiento, y esto se expresa en los Mitos. La "clarividencia" del antiguo indio era el último remanente de una clarividencia original y tenue. Esto se sabía; pero lo que no se sabía, era que esta clarividencia -resumámoslo así- se retira poco a poco, dando paso a la vida externa que se limita al mundo de los sentidos. Los mitos más importantes expresan este mismo hecho. Se sabía, por ejemplo, que había sitios de misterio, que conducían a los espíritus subterráneos y que había otros que llevaban a los espíritus cósmicos. Había una clara distinción entre ellos. Los hombres que no estaban iniciados no sabían nada de esto, así como hoy los hombres que no buscan por los caminos correctos no tienen idea de que existe la Sabiduría de los Misterios. Una cierta cantidad de información se filtró. Con respecto a los misterios, es cierto que cuanto más nos remontamos a los tiempos antiguos, más significativa parece su época de esplendor. Incluso los Misterios griegos no pertenecen a la época más brillante. Los propios misterios habían caído en la decadencia.

Sin embargo, la gente sabía que lo que provenía de aquellos lugares en los que la conciencia clarividente aún estaba activa, estaba conectado con la sustancia espiritual que fluye a través del mundo y lo anima; sabían que donde la conciencia clarividente aún prevalecía, se podía experimentar algo sobre el mundo que no era posible de ninguna otra manera.

Incluso en el período de su decadencia, la conciencia clarividente se cultivaba en estos lugares de oráculos, y desde ellos se transmitía a la humanidad información que no podía ser experimentada por los métodos sensoriales ordinarios, y las concepciones intelectuales ligadas a ellos. Sin embargo, también se sabía que el hombre se está desarrollando, que lo que se podía alcanzar con la antigua clarividencia, útil y practicable en la antigüedad, ya no era adecuado para los tiempos posteriores. Los griegos tenían una profunda conciencia del hecho de que lo que provenía de los oráculos ciertamente despertaba la curiosidad, que los hombres desearían saber algo sobre las conexiones ocultas del mundo, pero que se habían apartado del método correcto de utilizar tal información clarividente; que la relación del hombre con el mundo era diferente de lo que había sido anteriormente y que, por lo tanto, no podía originarse ningún bien al aferrarse a los resultados de la antigua clarividencia. Esto es lo que los griegos quisieron expresar y lo hicieron en magníficas imágenes. Una de esas imágenes es la leyenda de Edipo. A través de un oráculo (es decir, desde un lugar en el que se percibían clarividentemente conexiones secretas, ocultas a la mirada humana), se le decía al padre que si le nacía un hijo, se produciría un desastre, que este hijo asesinaría a su padre y se casaría con su madre. Este hijo nacía. El padre trataba de impedir que se produjera lo que había visto clarividentemente. El hijo era enviado lejos, y criado en otro lugar, pero llegó a conocer el oráculo, es decir, algo entró en su alma que sólo podía ser conocido por medio de la clarividencia. La conciencia griega diría: Algo sigue entrando en el hombre desde los tiempos antiguos, pero la organización humana ya ha progresado tanto que ya no está adaptada a este tipo de clarividencia y no puede hacer uso de ella. Edipo escucha el oráculo, pero actúa de tal manera que se cumple con mayor seguridad. Los hombres ya no pueden manejar los resultados de la clarividencia; el mundo espiritual se ha retirado y la antigua clarividencia ya no les sirve. Pero siempre ha existido la conciencia de que un día las cosas cambiarán totalmente y que lo que viene de los mundos espirituales volverá a significar algo para la humanidad; los hombres han sentido que lo que viene de estos mundos espirituales será cubierto por la vida de los sentidos sólo por un tiempo. De estos hechos ha existido conciencia; y ha sido expresada en los Mitos por las fuerzas de la evolución humana que los crearon. Hemos visto que el acontecimiento crístico, cuando las dos fuerzas, el principio de Lucifer y el principio de Cristo, se cruzaron, fue el decisivo en la evolución humana. El acontecimiento de Cristo fue el punto de inflexión, cuando lo que viene de fuera del Cosmos, de la fuente del espíritu, iba a ser vertido como un fermento en la evolución humana. Se había perdido, pero tenía que ser vertido de nuevo como un fermento. Lo que era perjudicial para la humanidad, lo que la convertía en algo malo, se vierte como fermento y se transforma en bueno. El mal tiene que caer en el poder espiritual fecundo inherente a la evolución humana y trabajar con él para el bien. Esto también ha sido expresado en los Mitos. Hay otra leyenda que dice algo así: Un hombre y su esposa fueron informados por un Oráculo de que tendrían un hijo, que traería el desastre a todo su pueblo. Este hijo debía asesinar a su padre y casarse con su madre. Este hijo nació de la madre. A causa de la advertencia, este hijo también fue enviado lejos; fue puesto en la isla de Kariot y fue encontrado por la Reina de esa isla. Y como ella y su marido no tenían ningún hijo, lo adoptó. Pero más tarde le nació un hijo. Entonces el expósito pensó que había sido tratado injustamente y mató al verdadero hijo. Se vio obligado a huir de la isla de Kariot, y se dirigió a la corte de Pilato en Palestina, donde obtuvo empleo como supervisor de la casa de Pilato. Se peleó con su vecino, del que no sabía nada más que el hecho de que era su vecino. En el curso de esta disputa lo mató y más tarde se casó con la viuda. Sólo entonces se enteró de que era su verdadero padre a quien había matado y que, por tanto, era su madre con quien se había casado. La historia nos cuenta que vio arruinada toda su existencia, pero no se comportó como Edipo; pues vencido por el remordimiento, acudió al Cristo y éste lo recibió; éste era Judas Iscariote, Judas de Kariot. Y el mal que habitaba en Judas se convirtió en una levadura en toda la evolución. Porque el hecho de Palestina está conectado con la traición de Judas; Judas está ligado a todo el evento; pertenece a los doce que no son pensables sin él. Aquí vemos que los dichos del oráculo se cumplieron realmente, y además que se encarnan en la evolución universal en forma de mal que se transforma y vive como bien.

La historia (que en realidad es más sabia que la ciencia externa) indica de la manera más significativa que existe tal transformación en la naturaleza humana en el curso del tiempo, y que la misma cosa tiene que ser considerada de manera diferente en distintas épocas. Al hablar del cumplimiento de un dicho oracular no debemos relacionarlo de la misma manera al hablar de la época de Edipo que al hablar de la época de Cristo. El mismo hecho es en un período la historia de Edipo en otro, en el tiempo de Cristo; se convierte en la historia de Judas. Sólo cuando conocemos los hechos espirituales que están en la base de la evolución del mundo y de la humanidad, comprendemos los resultados de esos hechos espirituales que se manifiestan a las concepciones históricas externas. Todos los fenómenos del mundo de los sentidos, todas las impresiones sensoriales externas o las manifestaciones del alma humana pueden ser comprendidas por nosotros cuando entendemos su base espiritual. Lo que el investigador de los mundos espirituales descubre, lo entrega gustosamente como estímulo a aquellos que están dispuestos a tomarlo de él y que luego examinarán los hechos externos que lo confirman. Si lo que se descubre en el mundo espiritual es cierto, se confirma en el mundo físico. Pero todo verdadero explorador de la vida espiritual dirá que al comunicar su conocimiento del mundo superior facilita y desea la comprobación de todos los hechos externos a la luz de sus afirmaciones. Si lo que he dicho sobre la reencarnación de Zaratustra, por ejemplo, se compara con la historia externa, se encontrará que lo dicho soporta toda prueba, si se hace una búsqueda suficientemente cuidadosa en la historia externa. La vida externa sólo se hace comprensible cuando se conoce lo interno, lo espiritual.

Traducido por J.Luelmo ago.2022