GA059 Berlín, 12 de mayo de 1910 La misión del arte

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

LA MISIÓN DEL ARTE

RUDOLF STEINER


XII conferencia

Berlín, 12 de mayo de 1910

Esta última conferencia del ciclo de invierno estará dedicada a ese ámbito de la vida del alma que se ha enriquecido con tantos de los mayores tesoros que brotan de la vida interior del hombre. Analizaremos la naturaleza y el significado del arte en la evolución de la humanidad. Como el campo es tan amplio, nos limitaremos al arte de la poesía, y comprenderán que sólo tenemos tiempo para considerar los logros más elevados del espíritu humano en este ámbito.

Ahora alguien podría decir: "Las conferencias de este invierno se han ocupado de diversos aspectos del alma humana, y su propósito central ha sido buscar la verdad y el conocimiento en relación con el mundo espiritual: ¿Qué tienen que ver estos estudios con las actividades humanas que se esfuerzan, sobre todo, por dar expresión al elemento de la belleza?". Y en nuestra época sería fácil adoptar la opinión de que todo lo relacionado con la verdad y el conocimiento debería mantenerse muy, muy alejado de los objetivos de la obra artística. Una creencia muy extendida hoy en día es que la ciencia en todas sus ramas debe estar sujeta a reglas estrictas de lógica y experimentación, mientras que el trabajo artístico sigue los impulsos espontáneos del corazón y la imaginación. Muchos de nuestros contemporáneos dirían, por tanto, que la verdad y la belleza no tienen nada en común. Sin embargo, los grandes líderes de la creación artística siempre han considerado que el verdadero arte debe brotar de las mismas fuentes profundas del ser humano que el saber y el conocimiento.

Por poner sólo un ejemplo, nos referiremos a Goethe, un buscador tanto de la belleza como de la verdad. En su juventud se esforzó por todos los medios posibles en adquirir conocimientos sobre el mundo y encontrar respuestas a los grandes enigmas de la existencia. Antes de su viaje a Italia, que le llevaría a un país de ideales anhelados, había proseguido su búsqueda de la verdad, junto con sus amigos de Weimar, estudiando, por ejemplo, al filósofo Spinoza , que trataba de encontrar una sustancia uniforme en todos los fenómenos de la vida. Las disertaciones de Spinoza sobre la idea de Dios causaron una profunda impresión en Goethe. Junto con Merck y otros amigos, creyó oír en Spinoza algo así como una voz que hablaba a través de todos los fenómenos circundantes y parecía dar indicios sobre las fuentes de la existencia, una idea que podría apaciguar en cierto modo sus aspiraciones fáusticas. Pero el alma de Goethe estaba demasiado dotada para que el análisis conceptual de las obras de Spinoza le proporcionara una imagen satisfactoria de la verdad y el conocimiento. Lo que sintió al respecto y lo que anhelaba su corazón surgirá con mayor claridad si le acompañamos en sus viajes por Italia, donde contempló grandes obras de arte y captó en ellas un eco del arte de la Antigüedad. En su presencia experimentó el sentimiento que había esperado en vano extraer de las ideas de Spinoza. Así escribía a sus amigos de Weimar: «Una cosa es cierta: los artistas antiguos tenían tanto conocimiento de la Naturaleza, y una idea tan segura de lo que puede representarse y de cómo debe hacerse, como el propio Homero. Por desgracia, las obras de arte del más alto nivel son demasiado escasas. Pero cuando uno las contempla, su único deseo es conocerlas bien y luego partir en paz. Estas obras de arte supremas han sido creadas por los hombres como los productos más elevados de la Naturaleza de acuerdo con las verdaderas leyes naturales. Todo lo arbitrario o meramente fantasioso se desvanece; existe la necesidad, existe Dios".

Goethe creía poder discernir que los grandes artistas que habían creado obras de arte de este alto orden las habían sacado de su alma de acuerdo con las mismas leyes que había seguido la propia Naturaleza. Esto sólo puede significar que, en opinión de Goethe, las leyes de la Naturaleza, que actúan en los reinos mineral, vegetal y animal, se elevan a un nuevo nivel y adquieren nueva fuerza en el alma humana, de modo que llegan a expresarse plenamente en las facultades creadoras del alma. Goethe sentía que en estas obras de arte volvían a operar las leyes de la Naturaleza y así se lo hizo saber a sus amigos de Weimar: «Todo lo arbitrario o meramente fantasioso cae; hay necesidad, hay Dios». En esos momentos, el corazón de Goethe se conmueve al reconocer que el arte en sus manifestaciones más elevadas procede de las mismas fuentes que el conocimiento y la cognición, y nos damos cuenta de lo profundamente que Goethe sentía que esto era cierto cuando declara: «La belleza es una manifestación de las leyes secretas de la Naturaleza, que de otro modo permanecerían ocultas para siempre». Así, Goethe ve en el arte una revelación de las leyes de la Naturaleza, que en su propio lenguaje confirma los hallazgos de la cognición en otros campos de investigación. Si pasamos ahora de Goethe a una personalidad moderna que también pretendía investir al arte con una misión y otorgar a la humanidad, a través del arte, algo relacionado con las fuentes de la existencia, si nos dirigimos a Richard Wagner, encontraremos en sus escritos, en los que intenta aclarar para sí mismo la naturaleza y el significado de la creación artística, muchas indicaciones similares sobre las relaciones internas entre la verdad y la belleza, la cognición y el arte. Al escribir sobre la Novena Sinfonía de Beethoven, por ejemplo, dice que esos sonidos transmiten algo así como una revelación de otro mundo, algo muy distinto de todo lo que podemos captar en términos meramente racionales o lógicos.

De estas revelaciones a través del arte, al menos una cosa puede decirse con certeza. Actúan sobre el alma con un poder convincente e impregnan nuestro sentimiento con una convicción de su verdad, frente a la cual todas las consideraciones meramente racionales o lógicas son impotentes.

Asimismo, al escribir sobre la música sinfónica, Wagner afirma que algo resuena en ella como si sus instrumentos fuesen un órgano para revelar los sentimientos que subyacían en el acto primigenio de la creación, cuando el caos se ordenó y armonizó, mucho antes de que existiera un corazón humano que se hiciera eco de esos sentimientos. Así pues, Wagner veía en las revelaciones del arte una verdad misteriosa que podía situarse en pie de igualdad con el conocimiento adquirido por el intelecto.

Aquí cabe añadir algo más. Cuando conocemos grandes obras de arte en el sentido de la ciencia espiritual, sentimos que nos comunican su propia revelación acerca de la búsqueda de la verdad por el hombre, y el científico espiritual se siente interiormente relacionado con este mensaje. De hecho, no es exagerado decir que se siente más estrechamente relacionado con él que con muchas de las llamadas revelaciones espirituales que la gente acepta tan a la ligera hoy en día.

Entonces, ¿Cómo es que las personalidades verdaderamente artísticas atribuyen al arte una misión de este tipo, mientras que el científico espiritual siente su corazón tan fuertemente atraído por estas misteriosas revelaciones del gran arte? Nos aproximaremos a una respuesta a esta pregunta reuniendo muchas cosas que se han presentado ante nuestras almas durante estas conferencias de invierno.

Si hemos de estudiar el significado y la tarea del arte desde este punto de vista, no debemos guiarnos por las opiniones humanas o las argucias del intelecto. Debemos considerar el desarrollo del arte en relación con la evolución del hombre y del mundo. Dejaremos que el propio arte nos hable de su importancia para la humanidad.

Homero

Si queremos rastrear los comienzos del arte, tal como aparece por primera vez entre los hombres en forma de poesía, entonces, según las ideas ordinarias, tenemos que remontarnos muy atrás. Aquí nos remontaremos sólo hasta donde nos permitan los documentos existentes. Nos remontaremos a una figura a menudo considerada legendaria: Homero, el iniciador de la poesía griega, cuya obra ha llegado hasta nosotros en las dos grandes epopeyas, la Ilíada y la Odisea.

Sea quien fuere el autor, -o los autores, pues no entraremos hoy en esa cuestión-, de estos dos poemas, lo notable es que ambos comienzan con una nota bastante impersonal:

Canta, Oh Musa, la cólera de Aquiles...
Con esas palabras comienza la Ilíada, el primer poema homérico,
Y....Canta, oh Musa, del hombre que tanto ha viajado...

son las palabras iniciales del segundo poema homérico, la Odisea. El autor quiere así indicar que está en deuda con un poder superior para sus versos, y sólo hace falta conocer un poco a Homero para darse cuenta de que para él ese poder superior no era un símbolo, sino un Ser real y objetivo. Si esta invocación a la Musa no significa nada para los lectores modernos, es porque ya no tienen las experiencias de las que podría derivar un poema tan impersonal como el de Homero. Y si queremos comprender este elemento impersonal en la poesía occidental temprana, debemos preguntarnos: ¿Qué lo precedió? ¿De dónde surgió?

Al hablar de la evolución humana, hemos subrayado a menudo que, a lo largo de los milenios, las facultades del alma humana han cambiado. En un pasado lejano, más allá del alcance de la historia exterior pero abierto a la investigación científico-espiritual, las almas humanas estaban dotadas de una clarividencia onírica primigenia. En épocas anteriores a que los hombres estuvieran tan profundamente inmersos en la existencia material como lo estuvieron más tarde, percibían el mundo espiritual como una realidad a su alrededor. Hemos señalado también que la antigua clarividencia era diferente de la clarividencia entrenada y consciente que puede alcanzarse hoy en día, pues ésta está ligada a la existencia de un centro firme en la vida del alma, por el cual el hombre se apodera de sí mismo como un yo. Este sentimiento del yo, tal como lo tenemos ahora después de su desarrollo gradual a través de largas edades, no estaba presente en el pasado lejano. Pero por esta misma razón, porque el hombre carecía de este centro interior, sus sentidos espirituales estaban abiertos y con su clarividencia soñadora y sin yo, miraba hacia el mundo espiritual del que su verdadero ser interior había surgido en el pasado primigenio. Ante su alma se presentaban poderosas imágenes, como imágenes oníricas, de las fuerzas que subyacen a nuestra existencia física. En este mundo espiritual veía a sus dioses, veía las acciones y acontecimientos que se desarrollaban entre ellos. Y la investigación actual se equivoca al suponer que las sagas de los dioses, que se encuentran en diversas formas en diferentes países, eran el mero producto de la fantasía popular. Si se piensa que en un pasado remoto el alma humana funcionaba igual que hoy, salvo que era más propensa a imaginar cosas, incluidos los dioses imaginarios de las sagas, eso es pura fantasía y quienes lo creen son los que están imaginando cosas. Para la gente de aquel pasado remoto, los acontecimientos descritos en sus mitologías eran realidades. Los mitos, las sagas, incluso los cuentos de hadas y las leyendas, nacieron de una facultad primigenia del alma humana. Esto está relacionado con el hecho de que el hombre aún no había adquirido el firme punto central en su alma que ahora le permite vivir dentro de sí mismo y en posesión de sí mismo. En el pasado lejano no podía encerrarse en su yo, dentro de los estrechos límites de su alma, separado de su entorno, como llegó a hacer más tarde. Vivía en su entorno, sintiendo que pertenecía a él, mientras que el hombre moderno siente que está separado de él. Y así como el hombre de hoy puede sentir en su organismo corporal la entrada y salida de la fuerza física que necesita para sostener su vida, así el hombre primitivo, con su conciencia clarividente, era consciente de las fuerzas espirituales que fluían dentro y fuera de él, de modo que vivía en reciprocidad interior con las fuerzas del vasto universo; y podía decir: «Cuando algo tiene lugar en mi alma, cuando pienso, siento o quiero, no soy un ser separado. Estoy abierto a las fuerzas de los seres que se presentan ante mi mirada interior. Al enviar sus fuerzas a mí, me estimulan a pensar, sentir y querer. «Esa era la experiencia del hombre cuando aún estaba sumergido en el mundo espiritual. Sentía que los poderes espirituales estaban activos en su pensamiento, y que cuando realizaba algo, los poderes divino-espirituales habían vertido en él su voluntad y su propósito. En aquellos tiempos primitivos, el hombre se sentía un recipiente a través del cual se expresaban las fuerzas espirituales.

Aquí hemos retrocedido a un período muy lejano en el pasado, pero este período se extendió, a través de todo tipo de etapas intermedias, hasta la época de Homero. No es difícil discernir cómo Homero estaba dando expresión continuada a la conciencia primigenia de la humanidad: sólo tenemos que fijarnos en algunos rasgos de la Ilíada. Homero describe una gran lucha armada entre griegos y troyanos, pero ¿Cómo lo hace? ¿Qué significaba la lucha para los griegos de aquella época?

Aunque Homero no parta de este aspecto, en esta lucha hubo algo más que el antagonismo generado por las pasiones, los deseos y las ideas que brotan del yo humano. ¿Fueron meramente las emociones personales y tribales de troyanos y griegos las que se enfrentaron en esta lucha? No. La leyenda que conecta la conciencia primitiva con la homérica narra cómo tres diosas, Hera, Palas Atenea y Afrodita, compitieron en un festival por el premio de la belleza, y cómo un conocedor humano de la belleza, Paris, hijo del rey de Troya, fue designado para juzgar el concurso. Paris concedió el premio a Afrodita, que le había prometido la mujer más bella del mundo para su esposa. La mujer era Helena, esposa del rey Menelao de Esparta. Para apoderarse de Helena, Paris tuvo que raptarla por la fuerza. En venganza por este ultraje, los griegos se armaron para la guerra contra los troyanos, cuyo país se encontraba al otro lado del mar Egeo, y fue allí donde se libró la lucha.

¿Por qué se encendieron así las pasiones humanas y por qué tuvieron lugar todos los acontecimientos descritos por la Musa de Homero? ¿Fueron acontecimientos meramente físicos en el mundo humano? No. A través de la conciencia de los griegos vemos representado el antagonismo de las diosas tras la lucha de los hombres. Un griego de aquella época podría haber dicho: «No puedo encontrar en el mundo físico las causas que han llevado a los seres humanos al conflicto violento. Debo mirar hacia un reino superior, donde los dioses y sus poderes se enfrentan entre sí». Los poderes divinos, tal como se los veía entonces en las imágenes que acabamos de describir, participaban activamente en los conflictos humanos. Así, la primera gran obra del arte poético, la Ilíada de Homero, surgió de la conciencia primigenia de la humanidad. En Homero encontramos presentado en forma métrica, desde el punto de vista de una conciencia posterior, un eco de la visión clarividente que llegó de forma natural a la humanidad primitiva. Y es precisamente en este período homérico donde debemos buscar la primera vez que la conciencia clarividente llegó a su fin para el pueblo griego, de la cual apenas quedó un eco.

Un hombre de la edad mas primigenia habría dicho: «Puedo ver a mis dioses luchando en el mundo espiritual, que está abierto a mi conciencia clarividente». En la época homérica esto ya no era posible, pero perduraba un recuerdo vivo de ello. Y así como el hombre primigenio se había sentido inspirado por los mundos divinos en los que tenía su ser, el autor de las epopeyas homéricas sentía que aquellas mismas fuerzas divinas dominaban su alma. De ahí que pudiera decir: «La Musa que me inspira interiormente está hablando». Así pues, los poemas homéricos están directamente relacionados con los mitos primitivos, si éstos se entienden correctamente. Desde este punto de vista, podemos ver surgir en la imaginación poética de Homero algo así como un sustituto de la antigua clarividencia. Los poderes cósmicos dominantes retiraron al hombre la visión clarividente directa y le dieron, en su lugar, algo que podía vivir de forma similar en el alma y podía dotarla de poder formativo. La imaginación poética compensa la pérdida de la antigua clarividencia.

Ahora recordemos algo más. En la conferencia sobre la Conciencia vimos que la retirada de la antigua clarividencia se produjo de maneras muy diferentes y en momentos distintos en los diversos países. En Oriente, la antigua clarividencia persistió hasta una fecha relativamente tardía. Hacia Occidente, entre los pueblos de Europa, las facultades clarividentes estaban menos presentes. En estos últimos pueblos, un fuerte sentimiento del yo pasó a primer plano, mientras que otros poderes y facultades del alma estaban aún relativamente poco desarrollados. Este sentimiento del yo surgió de las formas más variadas en diferentes partes de Europa, de forma diferente entre el Norte y el Oeste, y notablemente diferente en el Sur. En la época precristiana se desarrolló más intensamente en Sicilia e Italia. Mientras que en Oriente los hombres permanecieron durante mucho tiempo sin sentimiento del yo, en estas regiones de Europa había personas en las que el sentimiento del yo era particularmente fuerte porque habían perdido la antigua clarividencia. En la medida en que el mundo espiritual se aleja externamente del hombre, se ilumina su sentimiento interno del yo.

Por lo tanto, en ciertas épocas tenía que haber una gran diferencia entre las almas de los pueblos asiáticos y las almas que vivían en las partes de Europa que hemos citado. Allá en Asia vemos cómo los misterios cósmicos todavía se alzan ante el alma en grandes imágenes oníricas, y cómo el hombre puede presenciar los hechos de los dioses mientras se despliegan externamente ante su visión espiritual. Y en eso, que tal hombre puede relatar, podemos discernir algo así como un relato primitivo de los hechos espirituales que subyacen en el mundo. Cuando la antigua clarividencia fue reemplazada en Asia por su sustituto, la imaginación, ésta dio lugar especialmente a símbolos visionarios en forma de imágenes.

Entre los pueblos occidentales, en Italia y Sicilia, una facultad diferente, surgida de un yo firmemente arraigado, producía una especie de exceso de fuerza, un entusiasmo que brotaba del alma, no acompañado de ninguna visión espiritual directa, sino inspirado por el anhelo de alcanzar las cosas invisibles. Aquí, por lo tanto, no encontramos ningún recuento de los hechos de los dioses, porque éstos ya no eran evidentes. Pero cuando con ardiente devoción, expresada en el habla y el canto, el alma aspiraba a las alturas que sólo podía anhelar, nacían la oración y el canto primitivos, dirigidos a poderes que ahora no podían verse tras el decaimiento de la antigua conciencia clarividente.

En Grecia, el país intermedio, ambos mundos se encuentran. Allí encontramos hombres estimulados desde ambos lados. La visión pictórica procede de Oriente; de Occidente llega el entusiasmo que inspira los himnos devocionales a los poderes divino-espirituales invisibles. Esta mezcla de las dos corrientes en la cultura griega hizo posible una continuación desde la poesía homérica, que podemos situar en el siglo VIII o IX a.C., hasta las obras de Esquilo, trescientos o cuatrocientos años más tarde.

Esquilo se nos presenta como una personalidad que ciertamente no estaba abierta a todo el poder de la visión oriental, el poder convincente que encontramos en Homero como un eco de la antigua visión clarividente de los hechos de los dioses y su efecto sobre la humanidad. Este eco fue siempre muy débil, y en Esquilo tan débil que llegó a sentir una especie de incredulidad en las visiones pictóricas del mundo de los dioses que la antigua clarividencia había aportado a los hombres. Homero sabía muy bien que la conciencia humana había estado una vez abierta a estas visiones de los poderes divino-espirituales que están detrás de la interacción de las pasiones y emociones humanas en el mundo físico. Homero, en consecuencia, no describe meramente un conflicto humano. Zeus y Apolo intervienen en las pasiones humanas y su influencia se hace patente en el curso de los acontecimientos. Los dioses son una realidad que el poeta introduce en su poema.

Qué diferente es todo con Esquilo. La corriente de influencia occidental, con su énfasis en el yo humano y el aislamiento interior del alma humana, tuvo un efecto particularmente fuerte en él. Por esta razón, fue el primer dramaturgo que plasmó al hombre actuando desde fuera de su yo y empezando a liberar su conciencia de la afluencia de los poderes divinos. En Esquilo, en lugar de los dioses que encontramos en Homero, aparece el hombre de acción independiente, aunque todavía en una fase inicial. Como dramaturgo, Esquilo sitúa a este tipo de hombre en el centro de las cosas. La epopeya tuvo que surgir bajo la influencia de la imaginación pictórica procedente de Oriente, mientras que la influencia occidental, con su énfasis en el yo personal, dio lugar al drama, en el que el hombre de acción es el personaje central.

Tomemos, por ejemplo, a Orestes, que es culpable de matricidio y como consecuencia ve a las Furias. Sí, eso sigue siendo Homero: las cosas no pasan tan deprisa. Esquilo sigue siendo consciente de que los dioses eran visibles en forma de imágenes, pero está muy cerca de renunciar a esa creencia. Es característico que Apolo, que en Homero actúa con pleno poder, incite a Orestes a matar a su madre, pero después de esto ya no tiene la razón de su parte. El yo humano comienza a agitarse en Orestes, y se nos muestra que gana la partida. El veredicto va en contra de Apolo, es repudiado, y vemos que su poder sobre Orestes ya no es completo. Esquilo era, pues, el poeta adecuado y apropiado para dramatizar la figura de Prometeo, el héroe divino que se opone titánicamente al poder de los dioses y representa la liberación de la humanidad de ellos.

Así vemos cómo el sentimiento despierto del yo de Occidente se mezcla en el alma de Esquilo con los recuerdos de la imaginación pictórica de Oriente, y cómo de esta conjunción nació el drama. Y es decididamente interesante encontrar que la tradición confirma maravillosamente los hallazgos derivados enteramente de la investigación científico-espiritual.

Una notable tradición absuelve parcialmente a Esquilo de la acusación de haber traicionado ciertos secretos de los Misterios; él respondió que no podía haberlo hecho, pues no había sido iniciado en los Misterios de Eleusis. Ciertamente nunca fue su intención presentar nada derivado de los secretos del templo, de los cuales se habían originado los poemas de Homero. De hecho, se mantuvo al margen de los Misterios. Por otra parte, se cuenta que en Siracusa, Sicilia, conoció secretos relacionados con la aparición del yo humano. Este surgimiento tomó una forma particular en las regiones donde los devotos órficos cultivaban la forma más antigua de oda, el himno, dirigido a los mundos divino-espirituales que ya no podían verse, sino sólo aspirarse. De este modo, el arte dio un paso adelante. Lo vemos surgir naturalmente de las verdades antiguas y encontrar su camino hacia el yo humano. En la medida en que el hombre, después de vivir predominantemente en el mundo exterior, tomó posesión de su propia vida interior, las figuras de los poemas homéricos se convirtieron en los personajes dramáticos de Esquilo; y así, al lado de la epopeya, surgió el drama.

Así, vemos que las verdades primigenias viven de otra forma en el arte, y que los logros de la antigua clarividencia son reproducidos por la imaginación poética. Y todo lo que fue preservado desde la antigüedad por el arte fue aplicado a la personalidad humana, a la toma de conciencia del yo sobre sí mismo.


Ahora daremos un inmenso paso adelante en el tiempo, hasta los siglos XIII y XIV de la era cristiana. Aquí nos encontramos con la gran personalidad medieval que nos conduce de forma tan impresionante a la región que el yo humano puede alcanzar cuando, por sus propios esfuerzos, asciende al mundo divino-espiritual. Llegamos a Dante, cuya Divina Comedia (1472) fue leída y releída por Goethe. Le afectó tanto que, cuando un conocido le envió una nueva traducción, escribió en verso su agradecimiento al remitente:

Se le debe una gratitud inmensa
Quien nos trae de nuevo a este libro una vez más,
El libro que de manera gloriosa nos hace cesar
Todas nuestras búsquedas y quejas.

¿Cómo progresó el arte desde Esquilo hasta Dante? ¿Cómo nos presenta Dante de nuevo un mundo divino-espiritual? ¿Cómo nos conduce Dante a través de sus tres etapas, Infierno, Purgatorio y Cielo, los mundos que se esconden tras nuestra existencia física?

Aquí podemos ver cómo el impulso espiritual fundamental que guía la evolución humana ha seguido trabajando en la misma dirección. Esquilo, con toda claridad, sigue en contacto con los poderes espirituales. Prometeo se enfrenta a los dioses, Zeus, Hermes, etc., y esto se aplica también a Agamenón. En todo esto podemos discernir un eco de la antigua clarividencia. Con Dante es muy diferente. Él nos muestra cómo, únicamente a través de la inmersión en su propia alma, desarrollando las fuerzas que allí dormitan y superando todos los obstáculos a este desarrollo, fue capaz, como él dice, en «la mitad de la vida», es decir, a los treinta y cinco años, de contemplar el mundo espiritual. Mientras que los hombres dotados de la antigua clarividencia dirigían su mirada a su entorno espiritual, y mientras que Esquilo seguía contando con las antiguas divinidades, en Dante vemos a un poeta que desciende a su propia alma y permanece enteramente dentro de su personalidad y de sus secretos más íntimos. Siguiendo este camino de desarrollo personal entra en el mundo espiritual, y así es capaz de presentarlo en las poderosas imágenes que encontramos en la Divina Comedia. Aquí el alma de Dante está completamente sola con su personalidad; no le preocupan las revelaciones externas. Nadie puede imaginar que Dante haya podido tomar de la tradición los hallazgos de la antigua clarividencia. Dante confía en el desarrollo interior que era posible en la Edad Media, con la fuerza de la personalidad humana como única ayuda; y nos presenta en imágenes visionarias algo que a menudo se subraya aquí: que un hombre tiene que dominar todo lo que nubla u oscurece su visión clarividente. Mientras que los griegos aún veían realidades en el mundo espiritual, Dante aquí sólo ve imágenes, imágenes de las fuerzas del alma que deben ser superadas. Tales son las fuerzas inferiores del alma sensible, del alma racional y del alma consciente, que tienden a impedir que el yo alcance estadios superiores de desarrollo. Las fuerzas buenas y opuestas ya fueron indicadas por Platón: sabiduría para el alma consciente, valor autosuficiente para el alma racional, moderación para el alma sensible. Cuando el yo pasa por un desarrollo que aglutina estas fuerzas buenas, llega gradualmente a las experiencias anímicas superiores que conducen al mundo espiritual; pero primero hay que superar los obstáculos.

La moderación actúa contra la intemperancia y la codicia, y Dante muestra cómo se puede conocer y dominar este lado sombrío del alma sensible.

La representa como una loba. A continuación, nos muestra cómo el lado sombrío del alma intelectual, la agresividad insensata, representada como un león, puede ser superada por su virtud correspondiente, la valentía autosuficiente. Finalmente llegamos a la sabiduría, la virtud del alma consciente. La sabiduría que no se esfuerza por alcanzar las alturas, sino que se aplica al mundo en forma de mera astucia, se representa como un lince. Los «ojos de lince» no son los ojos de la sabiduría, capaces de contemplar el mundo espiritual, sino ojos centrados únicamente en el mundo de los sentidos. Una vez que Dante ha mostrado cómo se protege de las fuerzas que impiden el desarrollo interior, describe cómo asciende al mundo que se esconde tras la existencia física.

En Dante tenemos a un hombre que confía en sí mismo, busca en su interior y extrae de sí mismo las fuerzas que conducen al mundo espiritual. Con él, la poesía se apodera más del alma humana y se relaciona más íntimamente con el yo humano. Los personajes de Homero están entretejidos en los hechos de los poderes divino-espirituales, como de hecho Homero se sentía a sí mismo, de modo que dice: «Que la Musa cante la historia que tengo que contar». Dante, a solas con su alma, sabe que las fuerzas que le conducirán al mundo espiritual deben salir de su interior. Podemos ver cómo cada vez es menos posible que la imaginación dependa de influencias externas. Un pequeño hecho demostrará que en este punto no se trata de meras opiniones, sino de fuerzas profundamente arraigadas en el alma humana. Gottlieb Friedrich Klopstock era un hombre profundamente religioso y un espíritu más profundo incluso que Homero. Quiso escribir un poema épico sagrado, con la intención consciente de hacer por los tiempos modernos lo que Homero hizo por la antigüedad. Trató de revivir la manera de Homero, pero sin faltar a la verdad consigo mismo. De ahí que no pudiera decir: «Canta para mí, oh Musa», sino que tuviera que abrir su Mesías con las palabras: «Canta, alma inmortal, la redención del hombre pecador». Así vemos cómo el progreso en la creación artística se da efectivamente entre los hombres.

Ahora demos otro paso de gigante a lo largo de varios siglos, desde Dante hasta otro gran poeta, Shakespeare. También en este caso vemos un notable paso adelante en el sentido de una progresión. No se trata de criticar a Shakespeare ni de poner a un poeta por encima de otro, sino únicamente de hechos que apuntan a un avance necesario y legítimo.

¿Qué fue lo que nos impresionó especialmente de Dante? Él está allí por sí mismo, con sus propias revelaciones del mundo espiritual, y describe la gran experiencia que le llegó desde el interior de su propia alma. ¿ Se imaginan que Dante hubiera expresado tan eficazmente la verdad tal como la vio si hubiera descrito sus visiones cinco o seis veces de diversas maneras? ¿No les parece que el mundo en el que Dante se ha transpuesto es tal que sólo puede describirse una vez? Eso es lo que hizo Dante. El mundo que describe es el mundo de un hombre en el momento en que se siente uno con lo que es para él el mundo espiritual. De ahí que debamos decir: Dante se sumerge en el elemento de la personalidad humana, y de tal manera que sigue siendo suyo. Y se propone recorrer este aspecto humano-personal desde todos los ángulos.

Shakespeare, por otra parte, crea una abundancia de todos los personajes posibles: Lear, Hamlet, Cordelia, Desdémona; pero no tenemos ninguna percepción directa de nada divino detrás de estos personajes, cuando el ojo espiritual los contempla en el mundo físico, con sus cualidades e impulsos puramente humanos. Sólo buscamos lo que procede directamente de sus almas en forma de pensamiento, sentimiento y voluntad. Todos ellos son individuos distintos, pero ¿podemos reconocer en ellos al propio Shakespeare, del mismo modo que Dante es siempre Dante cuando se sumerge en su propia personalidad? No: Shakespeare ha dado un paso más. Penetra aún más en el elemento personal, pero no sólo en una personalidad, sino en una gran variedad de personalidades. Shakespeare se niega a sí mismo cada vez que describe a Lear, Hamlet, etc.; nunca cae en la tentación de presentar sus propias ideas, porque como Shakespeare está completamente borrado; vive enteramente en los diversos personajes que crea. Las experiencias descritas por Dante son las de una sola persona; Shakespeare nos muestra impulsos surgidos del yo interior en la más amplia diversidad de personajes. El punto de partida de Dante es la personalidad humana; permanece en ella y desde allí explora el mundo espiritual. Shakespeare ha ido un paso más allá: él también parte de su propia personalidad y se introduce en los individuos que retrata; está totalmente inmerso en ellos. No es su propia vida anímica la que dramatiza, sino las vidas de los personajes del mundo exterior que presenta en escena, y todos ellos son representados como personas independientes con sus propios motivos y objetivos.

Así podemos ver aquí, de nuevo, cómo procede la evolución del arte. Habiéndose originado en el pasado remoto, cuando la conciencia humana estaba desprovista del sentimiento del yo, con Dante, el arte alcanzó la etapa de abarcar al hombre individual, de modo que el propio yo se convirtió en un mundo. Con Shakespeare, se expandió tanto que otros yos se convirtieron en el mundo del poeta. Para que este paso fuera posible, el arte tuvo que abandonar las alturas espirituales de las que había surgido y descender a las realidades de la existencia física. Y esto es precisamente lo que vemos que ocurre cuando pasamos de Dante a Shakespeare. Intentemos comparar a Dante y Shakespeare desde este punto de vista.

Los críticos superficiales pueden reprochar a Dante que sea un poeta didáctico. Cualquiera que comprenda a Dante y pueda responder a toda la gama y riqueza de su obra sentirá que su grandeza deriva precisamente del hecho de que toda la sabiduría y la filosofía de la Edad Media hablan desde su alma. Y para el desarrollo de tal alma, dotada del poder poético de Dante, la totalidad de la sabiduría medieval fue un fundamento necesario. Su influencia actuó primero en el alma de Dante y volvió a manifestarse, más tarde, en la expansión de su personalidad en un mundo. No podemos comprender ni apreciar adecuadamente la creación poética de Dante a menos que estemos familiarizados con las cumbres de la vida espiritual medieval. Sólo entonces podremos apreciar las profundidades y sutilezas de su obra.

Ciertamente, Dante dio un paso hacia abajo. Intentó llevar lo espiritual a niveles inferiores, y lo hizo escribiendo en lengua vernácula, no en latín como habían hecho algunos de sus predecesores. Asciende a las alturas más elevadas de la vida espiritual, pero desciende al mundo físico hasta la lengua vernácula de su lugar y su tiempo.

Shakespeare desciende aún más. El origen de sus grandes personajes poéticos es hoy objeto de todo tipo de especulaciones fantasiosas, pero si queremos entender este descenso de la poesía al mundo cotidiano -aún a menudo despreciado por los más encumbrados- debemos tener en cuenta los siguientes hechos.

Debemos imaginarnos un pequeño teatro en lo que entonces era un suburbio de Londres, donde se representaban obras por actores que, salvo Shakespeare, hoy no gozarían de gran prestigio. ¿Quién iba a este teatro? Los más humildes. En aquella época estaba más de moda asistir a peleas de gallos y otros espectáculos similares que ir a este teatro, donde la gente comía y bebía y arrojaba cáscaras de huevo para señalar su desaprobación y se desbordaba sobre el propio escenario, de modo que los actores actuaban en medio de su público. Así fue ante un público londinense de clase muy baja como se representaron por primera vez estas obras, aunque hoy en día mucha gente imagina con cariño que desde el primer momento fueron aclamadas en los círculos más altos de la vida cultural. Como mucho, los hijos solteros, que se permitían visitar disfrazados ciertos oscuros balnearios, acudían de vez en cuando a este teatro, pero para la gente respetable habría sido muy impropio. De ahí que la poesía descendiera al terreno de los sentimientos menos sofisticados.

Nada de lo humano era ajeno al genio que estaba detrás de las obras de Shakespeare y de sus personajes. Así sucedió, -incluso en lo que respecta a los detalles externos-, que el arte, después de haber sido una corriente estrecha que fluía por niveles elevados, descendió al mundo de la humanidad ordinaria y se ensanchó hasta convertirse en una corriente ancha que corría por en medio de la vida cotidiana. Y cualquiera que profundice en esto verá cuán necesario era que una elevada corriente espiritual descendiera a niveles inferiores para que aparecieran figuras tan vitales como los personajes altamente individuales de Shakespeare.

Ahora pasaremos a tiempos más cercanos, a Goethe. Intentaremos relacionarlo con su propia creación: la figura de Fausto, en la que se encarnaron todos sus ideales, esfuerzos y renuncias durante los sesenta años que trabajó en su obra maestra. Todo lo que experimentó en lo más íntimo de su alma a lo largo de su rica vida, mientras ascendía de etapa en etapa del conocimiento en su búsqueda de respuestas más elevadas a los enigmas del mundo, todo ello se funde en la figura de Fausto que encontramos hoy. ¿Qué tipo de figura es en el contexto del drama poético de Goethe?

De Dante podemos decir que lo que describe es fruto de su propia visión. Goethe no tuvo tal visión: no pretende haber tenido una revelación especial en un momento particularmente solemne, como hace Dante con respecto a la Divina Comedia. En todas partes de Fausto, Goethe muestra que ha trabajado interiormente sobre lo que presenta. Y mientras que las experiencias que llegaron a Dante sólo podían describirse de forma unilateral, las de Goethe no fueron menos individuales, pero se tradujeron en el carácter objetivo de Fausto. Dante nos ofrece su experiencia personal más íntima; también Goethe tuvo experiencias personales, pero las acciones y los sufrimientos de Fausto no son los de la vida de Goethe. Son la libre transformación poética de lo que Goethe había experimentado en su propia alma. Mientras que Dante puede identificarse con su Divina Comedia, haría falta casi un historiador de la literatura para identificar a Goethe con Fausto. Fausto es un personaje individual, pero no podemos imaginar que se haya podido crear una serie de figuras semejantes a Fausto, tan numerosas como los personajes creados por Shakespeare. El yo representado por Goethe en su Fausto sólo puede crearse una vez. Además de Hamlet, Shakespeare creó a Lear, Otelo, etcétera. Es cierto que Goethe también escribió Tasso e Ifigenia, pero la diferencia entre éstas y Fausto es obvia. Fausto no es Goethe; en el fondo es un hombre cualquiera. Encarna los anhelos más profundos de Goethe, pero como figura poética está totalmente desvinculado de la propia personalidad de Goethe. Dante nos presenta la visión de un hombre, él mismo; Fausto es un personaje que en cierto sentido vive en cada uno de nosotros. Esto supone un nuevo avance para la poesía hasta Goethe.

Shakespeare podía crear personajes tan individualizados que se sumergía en ellos y permitía a cada uno de ellos hablar con una voz distintiva. Goethe crea en Fausto una figura individualizada, pero Fausto no es un solo individuo, es todos los hombres. Shakespeare se adentró en las naturalezas anímicas de Lear, Otelo, Hamlet, Cordelia, etcétera. Goethe se adentró en el elemento humano más elevado de todos los hombres. De ahí que cree un personaje representativo relevante para todos los hombres. Y este personaje se desprende de la personalidad de Goethe como poeta y se presenta ante nosotros como una verdadera figura objetiva en el mundo exterior.

He aquí un nuevo avance del arte por el camino que hemos trazado. Partiendo de la percepción espiritual directa de un mundo superior, el arte se apodera de la vida interior del hombre en un grado cada vez mayor. Lo hace de la manera más íntima cuando, -como en el caso de Dante-, el hombre trata sólo consigo mismo. En las obras de Shakespeare, el yo sale de su interioridad y entra en otras almas. Con Goethe, el yo sale y se sumerge en la vida anímica de todo hombre, tipificada por Fausto. Y puesto que el yo sólo puede salir de sí mismo y comprender a otras almas si desarrolla sus propias fuerzas anímicas y se sumerge en la espiritualidad ajena, es acorde con el continuo avance de la creación artística que Goethe se viera impulsado a describir no sólo los actos y experiencias físicas del mundo exterior, sino también los acontecimientos espirituales que todo el mundo puede experimentar si abre su yo al mundo espiritual.

La poesía vino del mundo espiritual y entró en el yo humano; con Dante se apoderó del yo en el nivel más profundo de la vida interior. Con Goethe vemos cómo el yo vuelve a salir de sí mismo y encuentra su camino hacia el mundo espiritual.

Las experiencias espirituales de la humanidad antigua se reflejan en la Ilíada y la Odisea; y en el Fausto de Goethe, el mundo espiritual surge de nuevo y se presenta ante el hombre. Así es como debemos responder al gran cuadro final de Fausto, en el que el hombre, tras haber descendido a las profundidades, vuelve a ascender desarrollando sus fuerzas interiores hasta que el mundo espiritual se abre de nuevo ante él. Es como un coro de tonos primigenios, pero siempre renovados en formas cada vez más avanzadas. Del mundo espiritual imperecedero resuena la imaginación, otorgada al hombre como sustituto de la visión espiritual y plasmada en las creaciones perecederas del genio humano. De lo imperecedero nacieron las perecederas figuras poéticas creadas por Homero y Esquilo. Una vez más la poesía asciende de lo perecedero a lo imperecedero, y en el coro místico del final de Fausto oímos:

Todo lo pasajero no es más que una parábola ...

Y así, tal como nos muestra Goethe, la fuerza del espíritu del hombre asciende de nuevo del mundo físico al mundo espiritual.

Hemos visto la conciencia artística avanzar a grandes pasos por el mundo y en poetas representativos. El arte surge de lo espiritual, su fuente original de conocimiento. La visión espiritual se aleja cada vez más en la medida en que el mundo de los sentidos reclama una atención cada vez mayor, estimulando así el desarrollo del yo. La conciencia humana sigue el curso de la evolución del mundo y por ello tiene que hacer el viaje del mundo espiritual al mundo del yo y de los sentidos. Si el hombre estudiara el mundo de los sentidos sólo a través de los ojos de la ciencia externa, llegaría a comprenderlo sólo intelectualmente en términos científicos. Pero en lugar de la clarividencia, cuando ésta desaparece, se le concede la imaginación, que crea para él una especie de reflejo sombrío de lo que ya no puede percibir. La imaginación ha tenido que seguir el mismo camino que el hombre, entrando finalmente en su autoconciencia, como en el caso de Dante. Pero los hilos que unen a la humanidad con el mundo espiritual nunca pueden romperse, ni siquiera cuando el arte desciende al aislamiento del yo humano. El hombre lleva consigo la imaginación en su camino; y cuando aparece Fausto, vemos el mundo espiritual creado de nuevo a partir de la imaginación.

Así, el Fausto de Goethe se sitúa en el comienzo de una época durante la cual el hombre debe volver a entrar en el mundo espiritual donde se originó el arte. Y así, la misión del arte, para todos aquellos que no pueden alcanzar el mundo espiritual mediante una formación superior, es hilar los hilos que unirán la espiritualidad del pasado lejano con la espiritualidad del futuro. De hecho, el arte ya ha avanzado tanto que puede dar una visión del mundo espiritual en la imaginación, como en la segunda parte de Fausto. Aquí tenemos una insinuación de que el hombre en su evolución se encuentra en el punto en el que debe aprender a desarrollar los poderes que le permitirán volver a entrar en el mundo espiritual y obtener un conocimiento consciente de él. Además, al haber conducido al hombre hacia el mundo espiritual con la ayuda de la imaginación, el arte ha preparado el camino para la ciencia espiritual, que presupone una visión clara del mundo espiritual, basada en la plena conciencia del yo. Señalar el camino hacia ese mundo, -el mundo que los seres humanos anhelan, como hemos visto en los ejemplos extraídos del reino del arte-, esa es la tarea de la ciencia espiritual, y ha sido también la tarea de las conferencias de este invierno.

Así vemos cómo los grandes artistas pueden estar justificados al sentir que los reflejos del mundo espiritual son lo que tienen que dar a la humanidad. Y la misión del arte es mediar en estas revelaciones durante el tiempo en que las revelaciones directas del mundo espiritual ya no eran posibles. Por eso Goethe podía decir de las obras de los antiguos artistas: «¡Hay necesidad, hay Dios!». En ellas salen a la luz las leyes ocultas de la naturaleza que, de otro modo, nunca se encontrarían. Y también Richard Wagner pudo decir que en la música de la Novena Sinfonía podía oír revelaciones de otro mundo, un mundo al que una conciencia principalmente intelectual nunca puede llegar. Los grandes artistas se han sentido portadores del espíritu, la fuente original de todo lo humano, desde el pasado hasta el futuro, pasando por el presente. Y así, con profunda comprensión, podemos estar de acuerdo con las palabras pronunciadas por un poeta, (Schiller), que se sentía artista: «La dignidad de la humanidad está en vuestras manos».

De este modo hemos intentado describir la naturaleza y la misión del arte en el curso de la evolución humana, y demostrar que el arte no está tan separado del sentido de la verdad del hombre como la gente de hoy puede suponer a la ligera. Por el contrario, Goethe tenía razón cuando se negaba a hablar de la idea de verdad y de la idea de belleza como ideas separadas. Hay, decía, una sola idea, la de la necesaria actuación de lo divino-espiritual en el mundo, y la verdad y la belleza son dos revelaciones de ella.

En todas partes, los poetas y otros artistas están de acuerdo con la idea de que los fundamentos espirituales de la existencia humana encuentran su expresión en el arte; o hay artistas con sentimientos más profundos que dirán que el arte les permite creer que su obra lleva un mensaje del mundo espiritual a la humanidad. Y así, incluso cuando los artistas son más personales en la expresión, sienten que su arte se eleva a un nivel humano universal, y que en un sentido verdadero hablan en nombre de la humanidad cuando los personajes y las revelaciones de su arte dan efecto a las palabras pronunciadas por el Coro Místico de Goethe:

Todo lo pasajero no es más que una parábola...

Y con la fuerza de nuestras consideraciones científico-espirituales podemos añadir: El arte está llamado a transfundir lo transitorio y lo perecedero con la luz de lo eterno, de lo imperecedero. Esa es la misión del arte.

Traducido por J.Luelmo jun,2024

GA059 Berlín, 3 de marzo de 1910 Enfermedad y Curación - La importancia del dormir

   Índice 

CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

ENFERMEDAD Y CURACIÓN - LA IMPORTANCIA DEL DORMIR

RUDOLF STEINER


XIV conferencia

Berlín, 3 de marzo de 1910

Por las conferencias que pude dar aquí este invierno, los que han sido oyentes más o menos permanentes probablemente se hayan dado cuenta con claridad de que dicho ciclo de conferencias trataba una serie de incisivas cuestiones del alma. La exposición de hoy sobre la naturaleza de la enfermedad y la naturaleza de la curación, debe darse también desde el punto de vista de una cuestión del alma. 

Lo que se puede decir desde el punto de vista de la ciencia espiritual sobre los hechos correspondientes de la vida, en la medida en que no son más que manifestaciones físicas de causas espirituales, se ha tratado aquí en conferencias anteriores - por ejemplo en la conferencia "¿Cómo comprendemos la enfermedad y la muerte?", sobre la "falsa enfermedad" y la "febril búsqueda de la salud". Hoy trataremos cuestiones mucho más profundas en la comprensión de la enfermedad y la curación. 

La enfermedad, la curación o incluso el desenlace fatal de tal o cual enfermedad tienen un profundo efecto en la vida humana. Y si nos hemos preguntado repetidamente por todas las condiciones previas, por los fundamentos espirituales de las cosas en las que se basan nuestras observaciones aquí, entonces también podemos preguntar por las causas espirituales de estos incisivos hechos y experiencias de la existencia humana. En otras palabras, podemos plantear la pregunta:  ¿Qué tiene que decir la ciencia espiritual sobre estas experiencias? 

Sin embargo, aquí una vez más tendremos que profundizar en todo el significado del desarrollo de esta vida humana, para darnos cuenta de cómo pueden producirse en el transcurso normal del desarrollo humano, la enfermedad, la salud, la muerte y la curación.  Porque en el fondo vemos los fenómenos mencionados como si formaran parte del desarrollo normal del ser humano. ¿Aportan acaso algo a nuestro desarrollo? En otras palabras, ¿Nos hacen avanzar o retroceder en nuestro desarrollo? Sólo podemos llegar a un concepto claro de estos fenómenos si consideramos también la naturaleza global del ser humano. 

A menudo hemos descrito aquí esta naturaleza total, de tal manera que está compuesta por los cuatro miembros reales del ser humano: en primer lugar, el cuerpo físico, que el hombre tiene en común con todos los seres minerales de su entorno, los cuales tienen sus formas a partir de las fuerzas y leyes físicas y químicas que les son inherentes. Siempre hemos llamado al segundo miembro del ser humano cuerpo etérico o vital y podríamos decir que, tal como hablamos de él, el hombre lo tiene en común con todos los seres vivos, es decir, con las entidades vegetales y animales de su entorno. Después nos hemos referido al cuerpo astral, que el hombre tiene como tercer miembro de su ser; éste tercer miembro es el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, de todas las sensaciones, ideas, pensamientos, etc., que suben y bajan en nuestro interior desde la mañana hasta la noche. El ser humano sólo tiene este cuerpo astral en común con el mundo animal que le rodea. Y luego hemos considerado siempre el miembro más elevado del ser humano, que hace de él la cumbre de la creación terrestre, el portador de su yo, de su autoconciencia. Cuando consideramos estos cuatro miembros, en primer lugar podemos decirnos: Nos parece, -incluso en la observación superficial-, que hay una cierta diferencia entre estos cuatro miembros.  Tenemos ante nosotros el cuerpo humano físico cuando miramos al ser humano, cuando nos miramos a nosotros mismos desde fuera. Los órganos de los sentidos físicos externos pueden percibir lo que llamamos el cuerpo humano físico. Con el pensar que está ligado a estos órganos físicos, es decir, con el pensar que está ligado al instrumento del cerebro, podemos comprender este cuerpo físico del hombre. Por tanto, él se nos muestra cuando lo miramos desde fuera.

La relación con el cuerpo astral humano es muy diferente. Ya habremos comprendido por las descripciones precedentes, que el cuerpo astral es, por así decirlo, un hecho exterior sólo para la verdadera conciencia clarividente; que sólo ésta, mediante el entrenamiento de la conciencia ya muchas veces caracterizado, puede ver el cuerpo astral en cierto modo igual que ve el cuerpo físico.  Para la vida normal, el cuerpo astral del hombre no es perceptible desde el exterior; el ojo sólo puede ver las manifestaciones de los impulsos, deseos, pasiones, pensamientos, sentimientos, etc., que suben y bajan dentro de él. En cambio, el propio hombre percibe estas experiencias de su cuerpo astral en su interior. Percibe lo que llamamos instintos, deseos, pasiones, alegría y dolor, placer y sufrimiento. Por tanto podemos decir que el cuerpo astral se relaciona con el cuerpo físico de tal manera, que en la vida humana normal miramos al primero desde dentro, pero al cuerpo físico desde fuera. 

Los otros dos miembros de la naturaleza humana, el cuerpo etérico y el portador del yo, se sitúan en cierta relación entre estos extremos exteriores. El cuerpo físico debe percibirse puramente externo, el cuerpo astral puramente interno. Pero el eslabón intermedio entre el cuerpo físico y el cuerpo astral es el cuerpo etérico. Éste no puede ser percibido desde el exterior, pero actúa exteriormente. En la vida ordinaria del hombre actúa exteriormente de tal manera que podemos decir: "Lo que el cuerpo astral desarrolla en facultades, en experiencias internas, debe transferirse primero al cuerpo etérico; sólo entonces puede intervenir en las herramientas físicas, en el cuerpo físico". Así pues, el cuerpo etérico actúa como eslabón intermedio entre el cuerpo astral y el cuerpo físico. Este cuerpo etérico o cuerpo vital conduce, pues, del exterior al interior. Ya no podemos verlo con los ojos físicos. Pero lo que podemos ver con los ojos físicos es sólo un instrumento del cuerpo astral porque el cuerpo etérico trabaja hacia fuera en el cuerpo físico. 

En cierto sentido, lo que llamamos el yo humano va de nuevo de dentro hacia fuera, mientras que el cuerpo etérico va de fuera hacia dentro, hacia el cuerpo astral. Porque a través del yo, y de lo que éste hace del cuerpo astral, el hombre se convierte en conocedor del mundo exterior, del medio físico del cual se toma el propio cuerpo físico. La vida animal procede sin individualidad, sin cognición personal, porque el animal no tiene este yo personal; porque el animal vive todas sus experiencias del cuerpo astral interiormente, pero no utiliza su placer ni su sufrimiento, simpatía o antipatía, para adquirir cognición del mundo exterior. Lo que llamamos placer y sufrimiento, alegría y dolor, simpatía o antipatía, son en verdad experiencias del cuerpo astral en el animal; pero el animal no utiliza su placer para exultar en la belleza del mundo, sino que permanece dentro de ese elemento que le proporciona placer. El animal vive directamente en su dolor; el dolor del hombre le conduce más allá de sí mismo a un mayor esclarecimiento sobre el mundo, porque el yo le lleva de nuevo fuera y le reúne con el mundo exterior. Así vemos cómo, por un lado, el cuerpo etérico apunta hacia dentro, hacia el cuerpo astral, en cambio el yo del hombre conduce hacia fuera, hacia el mundo exterior, hacia el mundo físico que nos rodea. 

Ahora bien, hemos subrayado a menudo que el hombre lleva una vida alternante. Podemos observar esta vida alternante todos los días. Desde que se despierta por la mañana, en el alma del hombre vemos, todas las experiencias del cuerpo astral que fluyen arriba y abajo, alegría y dolor, placer y sufrimiento, sensaciones, representaciones, etcétera. Vemos cómo estas experiencias se hunden por la noche en una oscuridad indefinida, vemos cómo el cuerpo astral y el yo pasan al estado de inconsciencia o, quizás mejor dicho, de subconsciencia. Ya hemos subrayado la razón de que el hombre pase cada día por estos estados alternos. Si consideramos al ser humano despierto tal como se presenta desde la mañana hasta la noche, el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo están entrelazados y son interdependientes en sus efectos. Cuando el ser humano se duerme por la noche, desde la consciencia del ocultista se apercibe que mientras el cuerpo físico y el cuerpo etérico permanecen acostados en la cama, en cambio el cuerpo astral y el yo, se desprenden de los cuerpos físico y etérico y entran en su verdadero hogar, el mundo espiritual. Es posible describir esto de una manera aún diferente que nos permitirá abordar el presente tema de la manera apropiada.

Podemos decir que lo que hemos llamado cuerpo físico, y que debíamos llamar aquello que sólo nos presenta su lado exterior, sale al mundo físico como el hombre exterior cuando duerme y se lleva consigo el cuerpo etérico, el mediador entre lo exterior y lo interior. Por lo tanto, en el ser humano dormido no puede haber mediación entre lo exterior y lo interior, porque el cuerpo etérico, el mediador, ha salido al mundo exterior. Por consiguiente, podemos decir en cierto sentido que en el ser humano durmiente el cuerpo físico y el cuerpo etérico sólo son el ser humano exterior; podemos, por así decirlo, describir el cuerpo físico y el cuerpo etérico como el "ser humano exterior", aunque el cuerpo etérico sea el mediador de lo exterior a lo interior. Por el contrario, para la persona dormida podemos describir el cuerpo astral y el yo como "el hombre interior". Y también podemos hacer esto con el ser humano despierto debido a que todas las experiencias del cuerpo astral se experimentan interiormente en el estado normal, y porque aquello que el yo puede reconocer del mundo exterior en la vida de vigilia también es absorbido por el ser humano interior para ser procesado allí como conocimiento. Mediante el yo lo exterior se convierte en interior. Todo esto muestra que podemos hablar de un ser humano "exterior" y un ser humano "interior"; el ser humano exterior consiste en el cuerpo físico y el cuerpo etérico, el ser humano interior consiste en el yo y el cuerpo astral. 

Ahora echemos un vistazo a la llamada vida humana normal en lo que respecta a su desarrollo. Preguntémonos: ¿Por qué un ser humano regresa cada noche con su cuerpo astral y su yo a un mundo espiritual? ¿Tiene esto algún sentido? ¿Tiene este recogerse al estado dormido un significado para el hombre? Estas cosas ya han sido insinuadas aquí, pero las necesitamos para nuestras exposiciones actuales. Debemos aprender sobre el desarrollo normal para que, mediante las leyes aparentemente anormales de la naturaleza, poder ver que es lo que se manifiesta tanto en la enfermedad como en la curación. ¿Por qué el hombre entra al estado de dormir cada noche? 

Esto podemos comprenderlo sólo cuando visualizamos toda la relación del cuerpo astral y del yo con lo que hemos llamado el "ser humano exterior". Hemos llamado al cuerpo astral el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, del instinto, del deseo, de la pasión, de todos los vaivenes de concepciones, percepciones, representaciones y sensaciones. Pero puesto que el cuerpo astral es el portador de todo esto, ¿Cómo es que por la noche el hombre no tiene estas experiencias en absoluto, cuando el hombre interior real está unido de tal modo con su cuerpo astral y cuando los cuerpos físico y etérico no están presentes? Entonces ¿Cómo es que estas experiencias se hunden en una oscuridad indefinida? ¿Cuál es la razón? La razón es que el cuerpo astral y el yo, aunque son portadores de alegría y dolor, juicio, imaginación y demás, no pueden experimentar directamente todo aquello de lo que son portadores. En nuestra vida humana, el cuerpo astral y el yo, para tener sus propias experiencias, dependen de sumergirse en los cuerpos físico y etérico en estado normal, (de vigilia). Eso que tenemos ante nosotros como nuestra vida anímica no es algo que el cuerpo astral experimente directamente. Si así fuera, también tendríamos que experimentarlo por la noche, cuando estamos con nuestro yo junto al cuerpo astral. Eso es como un reflejo o imagen especular de lo que tenemos ante nosotros en la vida anímica diurna. Los cuerpos físico y etérico nos reflejan lo que experimentamos en el cuerpo astral, como a través de un espejo o a través de un eco. Todo lo que nuestra alma evoca en nosotros desde que nos despertamos hasta que nos dormimos, sólo nos lo puede evocar, gracias a ver sus propias experiencias reflejadas en ese espejo que está formado por el cuerpo físico y el cuerpo etérico o vital. En el momento en que salimos del cuerpo físico y del cuerpo etérico por la noche, tenemos todas las experiencias del cuerpo astral dentro de nosotros, pero no somos conscientes de ellas, porque nos falta el efecto espejo o eco del cuerpo físico y del cuerpo etérico que son causantes de la toma de conciencia, y sin ellos no hay conciencia. 

De modo que en toda nuestra vida, a medida que transcurre desde la mañana cuando nos despertamos hasta la noche cuando nos vamos a dormir, vemos una interacción entre el hombre interior y el exterior, o sea entre el yo y el cuerpo astral por un lado y el cuerpo físico y el cuerpo etérico por el otro. Las fuerzas que actúan en esta interacción son las fuerzas del cuerpo astral y del yo. Pues el cuerpo físico, como suma total de órganos físicos, nunca podría hacer surgir desde sí mismo nuestra vida anímica, ni tampoco el cuerpo etérico. Las fuerzas para provocar esta imagen especular proceden del cuerpo astral y del yo, igual que lo que vemos en el espejo no procede del espejo, sino de lo que se refleja en el espejo. Así pues, todas las fuerzas que hacen surgir nuestra vida anímica se hallan en el cuerpo astral y en el yo, en el hombre interior; y están activas en esa interacción entre los mundos exterior e interior. Vemos que estas fuerzas trabajan en nuestra vida anímica durante el día, interactuando, irradiando, por así decirlo, hacia el cuerpo físico y el cuerpo astral. Pero también las vemos entrar en un estado hacia el atardecer que llamamos "fatiga". Las vemos desgastarse, consumirse Y no podríamos continuar nuestras vidas si no fuéramos capaces de entrar cada noche en un mundo diferente de aquel en el que vivimos desde la mañana hasta la noche. En ese mundo podemos, por así decirlo, reconstruir la vida del alma. Esto podemos hacer con las fuerzas del cuerpo astral. Pero estas fuerzas también se gastan y no podemos reemplazarlas desde la vida cotidiana. Sólo podemos reemplazarlas desde el mundo espiritual; desde el mundo en el que entramos cada noche. Este es el significado del dormir. No podríamos vivir sin entrar en el mundo nocturno y extraer de allí la energía que consumimos durante el día. De modo que podemos decir que cada noche extraemos del mundo espiritual la energía que utilizamos desde la mañana hasta la noche. Esto responde a la pregunta: ¿Qué traemos al mundo físico cuando entramos en nuestros cuerpos etérico y físico? Así que ahora lo sabemos.  

Acaso ¿No llevamos nada del mundo físico al mundo al que vamos cuando dormimos? Esta es la otra pregunta, y es tan importante como la primera. 

Para responder a esta pregunta, sin embargo, tenemos que fijarnos en algunas cosas que ya son evidentes en la vida humana ordinaria. En la vida ordinaria tenemos las llamadas experiencias. Estas experiencias toman un extraño rumbo en nuestras vidas entre el nacimiento y la muerte. ¿Cómo se nos presenta este rumbo? Podemos verlo utilizando un ejemplo que se ha mencionado a menudo aquí: el ejemplo del aprendizaje de la escritura. Cuando ponemos la pluma sobre el papel para expresar nuestros pensamientos, estamos practicando el arte de escribir. Podemos escribir. ¿Pero qué presupone eso? Presupone haber tenido toda una serie de experiencias en un cierto período de existencia entre el nacimiento y la muerte. Recuerden cuanto tuvimos que pasar para poder expresar nuestros pensamientos poniendo el bolígrafo sobre el papel y simplemente "escribiendo". Piensen en lo que tuvieron que pasar cuando eran niños, desde el primer intento torpe de coger el bolígrafo y ponerlo en el papel, etcétera. A continuación podrían decir: menos mal que no tenemos que recordar todo eso, porque sería terrible que cada vez que escribiéramos tuviéramos que recordarlo todo, todos los intentos fallidos de hacer trazos, quizá también los castigos que conllevaron, etcétera, para desarrollar lo que llamamos el arte de escribir. ¿Qué ocurrió allí? Lo que llamamos, en un sentido eminente, un desarrollo en la vida humana entre el nacimiento y la muerte. Hemos pasado por toda una serie de experiencias. Estas experiencias duraron mucho tiempo; luego se aglutinaron, por así decirlo, y formaron un extracto, y este extracto es lo que llamamos la "habilidad" de escribir. Todo lo demás se ha hundido en una vaga oscuridad de olvido. Pero no necesitamos recordarlo, porque a partir de ello ha evolucionado una fase de desarrollo de nuestra alma. Así que nuestras experiencias se aglutinan en extractos, en esencias, que aparecen como nuestra capacidad, como nuestra eficiencia y nuestras habilidades en la vida.  Este es nuestro desarrollo en la existencia entre el nacimiento y la muerte. Las experiencias se transforman inicialmente en habilidades espirituales, que pueden, sin embargo, llevarse a cabo mediante herramientas físicas externas. Toda experiencia personal entre el nacimiento y la muerte tiene lugar de tal manera que las experiencias se transforman en habilidades o también en lo que llamamos sabiduría. 

Podemos visualizar cómo se produjo la transformación si observamos el periodo comprendido entre 1770 y 1815 (*). Durante este periodo, tuvo lugar un gran y poderoso acontecimiento en la historia del mundo. Un gran número de personas fueron contemporáneas de este acontecimiento. Preguntémonos cómo se sintieron estos contemporáneos al respecto. Para algunos de ellos, las experiencias pasaron desapercibidas. No transformaron las experiencias en conocimiento del mundo, en sabiduría del mundo. Otros se formaron una profunda sabiduría de la vida, es decir, un extracto de ella. 

¿Cómo se forman en el alma las capacidades y la sabiduría a partir de las experiencias? Tomando las experiencias, tal y como nos llegan por primera vez, noche tras noche en nuestro estado dormido; en esas regiones en las que el alma o el hombre interior habita entre la noche y la mañana. Allí él transforma en extractos, en esencias, lo que es experiencia durante un cierto período de tiempo. Quien puede observar la vida sabe que si ha de dominar una serie de experiencias y encadenarlas en un solo arte, entonces es necesario transformar estas experiencias en los correspondientes períodos durmiendo. Por ejemplo, la mejor manera de memorizar algo es aprenderlo, consultarlo con la almohada, aprenderlo de nuevo, consultarlo de nuevo con la almohada. Cuando él no puede sumergir las experiencias mientras duerme para dejarlas salir como habilidades o en forma de sabiduría o arte, entonces no es capaz de experimentar un desarrollo en estas experiencias. 

En este caso nos enfrentamos, en un nivel superior, a lo mismo que hace la planta por necesidad en un nivel inferior: la planta de este año no puede convertirse en la planta del año siguiente si no regresa a la indeterminación del vientre de la tierra y vuelve a crecer al año siguiente. La evolución en este caso consiste en una repetición. Allí donde lo hemos iluminado en el caso del hombre, se trata de un verdadero "desarrollo"; allí las experiencias se hunden en la matriz nocturna del inconsciente, y vuelven a salir, ciertamente en una repetición, pero para ser finalmente transformadas a tal punto, que puedan surgir como sabiduría, como capacidades, como experiencias vitales. 

Así se entendía la vida en tiempos en los que se podía ver más profundamente en los mundos espirituales de lo que hoy puede hacer la observación externa. Por eso cuando los guías culturales de la antigüedad nos quieren contar cosas especiales en imágenes, encontramos alusiones a principios tan extraños de la vida humana. Preguntémonos: ¿Qué tendría que hacer si alguien quisiera evitar que una serie de experiencias cotidianas prendieran en su alma y se transformaran en algún tipo de habilidad? Preguntémonos esto, por ejemplo, acerca de una experiencia muy significativa del alma, la experiencia que se desarrolla cuando alguien experimenta una determinada relación con otra personalidad durante un largo período de tiempo. En el caso de experiencias con otra personalidad, éstas se hunden en la conciencia nocturna y a partir de ella vuelven a nacer como lo que llamamos amor por la otra personalidad, que, cuando es sano, es como un extracto de las experiencias sucesivas. El sentimiento de amor por la otra personalidad ha surgido porque la suma de las experiencias se ha acumulado en un extracto, como cuando moldeamos las experiencias en una urdimbre. ¿Qué tendría que hacer alguien si quisiera impedir que una serie de experiencias se convirtiera en amor? Él tendría que aplicar un arte especial: Tendría que impedir el proceso natural en la noche, a causa del cual nuestras vivencias se transformen en la esencia, en el sentimiento de amor; disolviendo de nuevo en la noche lo que él ha entretejido de las vivencias diurnas. Si es capaz de hacer esto, entonces consigue que su alma pase sin dejar rastro, lo que es apto para transformar la experiencia de la otra personalidad en su alma en un sentimiento de amor. 

Homero quiso señalar estas profundidades del alma humana presentando la imagen de Penélope, que tiene la experiencia con la hueste de pretendientes: ella  ha prometido casarse con cada uno de ellos cuando haya terminado un determinado tejido; sólo que evita cumplir la promesa desenredando siempre de noche lo que ha tejido de día. Vemos inmensas profundidades de experiencia donde los videntes son también artistas. Hoy tenemos poca sensibilidad para esto y declararemos arbitrarias tales interpretaciones de poetas que también fueron videntes o incluso las interpretaremos como fantasías. Esto no afecta en nada a los antiguos poetas ni tampoco a la verdad, sino a lo sumo a nuestra época, a la que así se le impide adentrarse en las profundidades de la vida humana. 

Por la noche llevamos algo al alma, que también volvemos a sacar. En ella tomamos lo que el alma desarrolla entre el nacimiento y la muerte y la eleva a niveles cada vez más altos de capacidades. Pero ahora nos preguntamos: ¿Dónde está el límite de este desarrollo del ser humano? Podemos aprender a reconocer este límite si tenemos en cuenta que cuando el hombre se despierta por la mañana, siempre encuentra el mismo cuerpo físico y el mismo cuerpo etérico con sus capacidades y disposiciones, con la configuración interior con la que fueron dotados desde el nacimiento del hombre.  El hombre no puede cambiar nada en esta conformación, en estas configuraciones y formas internas del cuerpo físico y del cuerpo etérico. Si él pudiera llevarse el cuerpo físico, o al menos el cuerpo etérico, consigo al estado de dormido, entonces podría cambiarlos. Se los encuentra por la mañana tal y como los dejó por la noche. Aquí tenemos un claro límite de lo que es capaz el desarrollo en la vida entre el nacimiento y la muerte. Este desarrollo entre el nacimiento y la muerte se limita esencialmente a la experiencia espiritual; no puede extenderse a la experiencia física. 

No tenemos más que darnos cuenta de que por muchas oportunidades que tenga una persona de someterse a experiencias externas que puedan enriquecerle musicalmente, que puedan desarrollar una profunda vida musical en su alma, no podría desarrollarla si no hubiera recibido un oído musical, si la formación tanto física como etérica de su oído no le permitiera establecer una armonía entre el hombre exterior y el interior. Pero debemos ser claros al respecto: Para que el hombre sea un todo, todas las partes individuales de su naturaleza deben formar una unidad, una armonía. Por eso podemos decirnos a nosotros mismos: "Todo lo que una persona, -sin aptitudes musicales-, tiene la oportunidad de recibir como experiencias en sí mismo, experiencias que pudieran elevarlo a un nivel superior de experiencia musical, debe permanecer restringido al interior del alma, debe resignarse; no puede salir, porque en lo que constituyen la forma y la figura de los órganos internos traídos consigo, se traza el límite cada mañana". Entenderemos tal cosa cuando nos demos cuenta de que no se trata simplemente de la forma más grosera del cuerpo etérico y del cuerpo físico, sino de configuraciones muy sutiles. Debemos darnos cuenta de que, en nuestra vida actual, cada facultad anímica del ser humano debe expresarse a través de un órgano; y si el órgano no está formado de la manera apropiada, ésta no puede expresarse. Lo que la fisiología y la anatomía no pueden probar, ese sutil moldeado plástico en los órganos, eso es precisamente lo esencial; éstos escapan naturalmente a la anatomía y a la fisiología; pero precisamente es imposible transformarlos entre el nacimiento y la muerte. 

¿Es pues el hombre completamente incapaz de trabajar en sus cuerpos físico y etérico lo que recibe como experiencias y vivencias en su cuerpo astral y en su yo? 

Cuando observamos al hombre sabemos que, hasta cierto punto, es capaz incluso de moldear su cuerpo físico. Basta con mirar a una persona que haya pasado diez años de su vida en un profundo trabajo de pensamiento interior; sus gestos y su fisonomía habrán cambiado. Pero todo esto está ligado a estrechos límites. ¿Siempre está ligado a límites tan estrechos? 

Sólo podemos comprender que no siempre se ciñe a los límites más estrechos si apelamos a una ley que se ha mencionado aquí a menudo, pero que hay que señalar una y otra vez porque está muy alejada de nuestra vida contemporánea. Una ley que se puede comparar con la otra ley que se conquistó para la humanidad en el siglo XVII en un nivel inferior. 

Hasta el siglo XVII, la gente creía que los animales inferiores, los insectos y demás podían crecer a partir del barro del río. Creían que era mera materia lo que permitía que lombrices e insectos crecieran de él. Esta no era sólo una creencia de los legos, sino también de los sabios. Si nos remontamos a épocas anteriores, podemos encontrar cómo todo estaba sistematizado de tal manera que, por ejemplo, se indicaba lo que había que hacer para que la vida surgiera puramente del entorno. Por ejemplo, en un libro del siglo VII d.C. se describe que bastaba con golpear el cadáver de un caballo para obtener abejas; se podían obtener avispones de los bueyes y avispas de los burros. En aquella época se creía que los seres vivos crecían a partir de la sustancia del entorno inmediato. Y fue en el siglo XVII cuando el gran naturalista Francesco Redi pronunció por primera vez la frase: ¡Los seres vivos sólo pueden proceder de seres vivos! Por esta verdad, que hoy se da por sentada, de modo que nadie puede entender que alguien creyera alguna vez otra cosa, Redi fue considerado todavía en el siglo XVII como un grave hereje, que se libró por los pelos del destino de Giordano Bruno. 

Así sucede con tales verdades: Al principio, quienes las proclamaban eran considerados herejes y estaban sujetos a la Inquisición. En aquellos días, eran quemados o amenazados con la hoguera. Hoy en día, este tipo de inquisición se ha abandonado. Ya no son quemados. Pero aquellos que se sientan en la poltrona de la ciencia hoy en día, consideran como tontos y soñadores a aquellas personas que comunican una nueva verdad a un nivel superior. Hoy consideran tontos y soñadores a los que defienden la proposición que Francesco Redi expuso para los vivos en el siglo XVII de una manera diferente. Así como Redi hizo ver que es una manera inexacta de ver las cosas, creer que lo viviente puede crecer directamente de lo inanimado, sino que hay que retrotraerse a un viviente semejante, al germen que extrae las sustancias y las fuerzas de su entorno para desarrollarse en su propio sentido. Así también, quien hoy se sitúa en el terreno de la ciencia espiritual tiene que demostrar que lo que llega a la existencia al nacer como un ser anímico-espiritual deriva de un ser anímico-espiritual del mismo tipo, y que no está compuesto meramente de características heredadas. Del mismo modo que el germen de la lombriz de tierra se nutre de las sustancias para desarrollarse, así también el germen anímico-espiritual debe nutrirse de las sustancias de su entorno para desarrollarse. En otras palabras, si retrocedemos hasta lo anímico-espiritual en el hombre, llegamos a algo anímico-espiritual anterior, que está ahí antes del nacimiento, y que no tiene nada que ver con la herencia. Lo que en última instancia se deduce de la frase: Lo anímico-espiritual sólo puede provenir de lo anímico-espiritual - esto conduce al principio de las vidas terrenales repetidas, del que pueden convencerse si se involucran más profundamente en la ciencia espiritual. Nuestra vida entre el nacimiento y la muerte conduce de vuelta a otras vidas por las que hemos pasado anteriormente. Lo anímico-espiritual proviene de lo anímico-espiritual, y en lo anímico-espiritual del pasado radican las causas de lo que ahora experimentamos entre el nacimiento y la muerte. Y cuando atravesamos la puerta de la muerte, nos llevamos con nosotros aquello que hemos absorbido en esta vida y desarrollado en capacidades a partir de causas. Lo que nos llevamos con nosotros cuando entramos en un mundo anímico-espiritual a través de la puerta de la muerte, lo traemos de vuelta cuando entramos en la existencia mediante un nuevo nacimiento en el futuro. 

En el periodo entre la muerte y el nuevo nacimiento nos encontramos en una situación diferente a cuando entramos en el mundo espiritual cada noche a través del estado durmiente, del que volvemos a despertar por la mañana. Cuando nos despertamos por la mañana, encontramos nuestros cuerpos etérico y físico tal como estaban por la noche. No podemos trabajar en ellos lo que nos ha pasado en la vida entre el nacimiento y la muerte. En el cuerpo etérico y el cuerpo físico ya terminados hemos encontrado un límite. Pero cuando atravesamos la puerta de la muerte hacia un mundo espiritual, desechamos el cuerpo físico y etérico y nos llevamos sólo la esencia del cuerpo etérico. Ya estamos en el mundo espiritual y no necesitamos tener en cuenta un cuerpo físico ni un cuerpo etérico existentes. En todo el tiempo desde la muerte hasta el nuevo nacimiento el hombre puede entonces trabajar con fuerzas puramente espirituales; porque allí trata con sustancias puramente espirituales. Él saca del mundo espiritual lo que necesita para formar un arquetipo de un nuevo cuerpo físico y etérico, en el que se trabajan ahora las cosas que no pudo trabajar en el cuerpo físico y etérico anterior. Así el hombre forma un prototipo de sus cuerpos físico y etérico hasta el nuevo nacimiento, un arquetipo puramente espiritual en el que se entretejen las experiencias en relación con las cuales el alma tuvo que resignarse entre el nacimiento y la muerte. Después llega el momento en que el arquetipo ha llegado a su conclusión, y en que el ser humano podrá formar en el cuerpo físico y etérico plástico aquello que ha absorbido en su arquetipo; es cuando el arquetipo espiritual coopera en ese estado dormido que el ser humano experimenta ahora. 

Si el hombre pudiera traer consigo el cuerpo físico y el cuerpo etérico cada mañana al despertar, entonces podría formarlo a partir del mundo espiritual; pero entonces también tendría que volver a moldearlo. Pero con el nacimiento el hombre despierta de un estado dormido; pues nacer significa despertar de un estado dormido que de hecho incluye el cuerpo físico y el cuerpo etérico en el estado prenatal. Aquí es donde el cuerpo astral y el yo descienden al mundo físico, al cuerpo físico y al cuerpo etérico, que ahora pueden formar plásticamente, y donde pueden moldear en el cuerpo terminado todo lo que no pudieron moldear en él en la vida anterior. Ahora, en una nueva vida, pueden expresar en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico aquello que pueden ascender como etapa superior de desarrollo, pero que no pudieron ascender en la vida anterior porque el cuerpo etérico y el cuerpo físico acabados se lo impidieron. 

Así vemos cómo el hombre efectivamente se despierta del mundo espiritual al nacer, pero de tal manera que ahora trae consigo otras fuerzas de las que traería por la mañana de este mismo mundo espiritual en los períodos en los que duerme. En la mañana sólo traemos con nosotros las fuerzas que pueden desarrollar nuestra vida anímica entre el nacimiento y la muerte. Aquí no somos capaces de influir en los otros miembros de nuestro ser. Pero cuando venimos a la existencia desde el mundo espiritual al nacer, traemos con nosotros las fuerzas que tienen un efecto remodelador plástico sobre el cuerpo físico y el cuerpo etérico, es decir, que aseguran un desarrollo en el que ahora si están incluidos el cuerpo físico y el cuerpo etérico.  

Si no se pudieran destruir los cuerpos físico y etérico, si el cuerpo físico no pudiera pasar por la muerte, entonces no podríamos incluir nuestras experiencias en el desarrollo. Aquí es donde debemos decir que por mucho que esperemos la muerte con miedo y horror y sintamos sufrimiento y dolor ante la muerte que nos ha de sobrevenir, sólo podemos decir esto si miramos el mundo desde un punto de vista más que personal: ¡Casi debemos desear la muerte! Pues sólo ella nos da la oportunidad de destruir este cuerpo para construir uno nuevo en la siguiente vida, de modo que podamos traer a la vida todos nuestros frutos terrenales. 

Así pues, en el curso normal de la evolución humana actúan conjuntamente dos corrientes: una interior y otra exterior. Estas dos corrientes se nos muestran lado a lado en el cuerpo físico y el cuerpo etérico por un lado y en el cuerpo astral y el yo por el otro. ¿Qué puede hacer el ser humano entre el nacimiento y la muerte en relación con el cuerpo físico y el cuerpo etérico? No sólo se desgasta el cuerpo astral por la vida del alma, sino que también se desgastan los órganos del cuerpo físico y del cuerpo etérico. Ahora se hace evidente lo siguiente: Mientras el cuerpo astral está en un mundo espiritual durante la noche, también trabaja simultáneamente sobre el cuerpo físico y el cuerpo etérico para devolverlos al estado en que se encuentran normalmente. Sólo en el estado dormido por la noche, puede restaurarse en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico lo que ha sido destruido durante el día. Así vemos cómo el cuerpo físico y el cuerpo etérico también se crean a partir del mundo espiritual. Pero hay un límite: la constitución y configuración del cuerpo físico y del cuerpo etérico se dan al nacer y permanecen iguales dentro de estrechos límites.  Vemos, por así decirlo, dos corrientes trabajando juntas en el desarrollo del mundo, que no podemos armonizar fácilmente de forma abstracta. Quien tratara de pensar estas dos corrientes juntas con pensamientos abstractos, quien quisiera desarrollar una filosofía con un corazón ligero y decir: Bueno, sí, el hombre debe ser armonioso; por lo tanto las dos corrientes en el hombre deben estar en armonía - estaría muy equivocado. La vida no funciona según abstracciones; la vida funciona de tal manera que aquello con lo que soñamos en nuestras abstracciones sólo puede alcanzarse tras largos desarrollos. La vida funciona de tal manera que sólo produce estados de equilibrio, armonías, pasando por desarmonías. Así es el juego vivo en el hombre, que no ha de ser armonizado por el pensamiento sin más. Siempre significa pensar abstractamente y sobrio si queremos soñar armonía en una situación en la que la vida se desarrolla a través de la desarmonía hasta un estado de equilibrio. Pero este es el destino del desarrollo humano en general, que debemos tener la armonía en mente como meta, pero no la alcanzaremos si simplemente la soñamos en cualquier estado del desarrollo humano. 

Así que tal vez no nos resulte incomprensible que la ciencia espiritual diga que la vida es diferente, sin embargo, dependiendo de si la miramos desde el punto de vista del hombre interior o del exterior. Son dos puntos de vista diferentes. Quien quisiera unir estos dos puntos de vista con cualquier abstracción no tendría en cuenta que no existe un solo ideal, un solo criterio, sino tantos criterios como puntos de vista, y que es precisamente a través de la interacción de los diversos criterios como se puede encontrar la verdad. Podemos suponer, por tanto, que el punto de vista de la vida es quizá distinto en relación con el hombre interior que en relación con el hombre exterior. Podría tal vez aclararse por comparación que las verdades son bastante relativas, según se las mire desde aquí o desde allá. 

Sin duda es apropiado que un gigante con una mano tan grande como un niño pequeño hable de su dedo meñique Pero si el enano, que es igual de grande que un niño pequeño, puede hablar también del dedo meñique del gigante: eso es otra cuestión. Las cosas son necesariamente como verdades complementarias. No existe una verdad absoluta en relación con las cosas externas. Las cosas deben ser miradas desde diferentes puntos de vista, y la verdad debe ser encontrada a través de las verdades individuales que se iluminan mutuamente.

Por lo tanto, en la vida tal como se nos presenta, el hombre exterior, cuerpo físico y cuerpo etérico, y el hombre interior, cuerpo astral y yo, no tienen por qué estar en perfecta armonía en ninguna etapa del desarrollo de la vida. Si la armonía fuera perfecta, entonces sucedería que el hombre, al entrar en el mundo espiritual por la noche, se llevaría consigo las experiencias del día y las transformaría de un modo regular en las esencias de la capacidad, la sabiduría, etcétera. Sería entonces el caso que aplicaría las fuerzas que trae del mundo espiritual de la mañana al mundo físico en relación con la vida del alma; pero el límite que hemos caracterizado y que está trazado para el cuerpo físico nunca sería traspasado. Pero entonces tampoco habría desarrollo humano. El hombre debe aprender a observar él mismo estos límites; debe incluirlos en su juicio. Debe existir la posibilidad de que trascienda estos límites en la mayor medida posible. 

¡Y él los transgrede continuamente! En la vida real, los límites se transgreden constantemente, de modo que, por ejemplo, el cuerpo astral y el yo, cuando actúan sobre el cuerpo físico, no observan los límites. Así, sin embargo, transgreden las reglas implantadas en el cuerpo físico. Después lo que ha sucedido en tales transgresiones de los límites, las vemos en las irregularidades, en las desorganizaciones del cuerpo físico, en el surgimiento de lo que se presenta como las enfermedades que han sido provocadas desde el espíritu, desde el cuerpo astral y el yo. Hay otra forma en que se puede traspasar un límite, a saber, cuando el hombre interior no logra armonizarse con el mundo exterior, cuando no logra armonizarse completamente con el mundo exterior.  Podemos visualizarlo con un ejemplo drástico.

Cuando hace unos años se produjo la famosa erupción del Monte Pelé, en América Central, se encontraron después entre los escombros unos documentos muy curiosos e instructivos. Uno de ellos decía: Ya no debéis temer, pues los peligros han terminado; ¡no habrá más erupciones! Esto nos lo muestran las leyes que hemos reconocido como leyes naturales. -Estos documentos, en los que estaba escrito que más erupciones volcánicas serían imposibles según el conocimiento de la naturaleza, habían sido enterrados-, y con ellos los sabios que habían escrito estos documentos a partir del conocimiento ordinario de los sabios. Vemos aquí que tiene lugar un acontecimiento trágico. Pero es precisamente en esto donde podemos ver claramente la desarmonía del hombre con el mundo físico. Nadie puede dudar de que el intelecto de aquellos sabios que investigaron estas leyes de la naturaleza habría sido suficiente para encontrar la verdad con sólo haber recibido la formación adecuada. Porque no carecían de intelecto. Es de remarcar que el intelecto forme parte de ello, pero que por sí solo no pueda hacer nada. ¡Porque los animales que se enfrentan a tales catástrofes emigran! Este es un hecho bien conocido. Sólo los animales domésticos perecen con los humanos. Así que el llamado instinto animal es suficiente para desarrollar mucha más sabiduría ante tales acontecimientos venideros que la sabiduría humana actual. Lo que es "intelecto" no importa; nuestro intelecto actual también está suficientemente presente en aquellos que cometen las mayores locuras. Por lo tanto, nuestro intelecto es suficiente; pero las experiencias de las vivencias no son suficientes porque no han madurado.  En el momento en que el intelecto establece con experiencias estrechamente limitadas algo que le parece plausible, puede entrar en esta desarmonía con las experiencias exteriores reales, y entonces las experiencias exteriores se derrumban sobre él. Pues existe una relación entre el cuerpo físico y el mundo que el hombre reconocerá y comprenderá gradualmente con las facultades que ya tiene hoy; pero sólo entonces será capaz de hacerlo cuando haya recogido experiencia tras experiencia del mundo exterior y las haya procesado. Entonces ninguna otra mente salvo la actual habrá trabajado sobre lo que ha desarrollado a partir de estas experiencias para establecer una armonía completa; pues la mente acaba de alcanzar hoy una cierta altura. Lo que falta es la maduración de las experiencias. Si esta maduración de las experiencias no corresponde al mundo exterior, entonces el ser humano entra en desarmonía con el mundo exterior y puede ser roto por los acontecimientos del mundo exterior. Hemos visto un ejemplo drástico de cómo ha surgido la desarmonía entre el cuerpo físico de los sabios en cuestión y lo que han alcanzado dentro de sí mismos como su nivel de desarrollo del alma. Hemos utilizado este ejemplo para ilustrar nuestras observaciones. Esta desarmonía no tiene por qué producirse porque nos sobrevengan acontecimientos tremendos; pero tal desarmonía está en principio y esencialmente siempre presente cuando cualquier daño externo golpea nuestros cuerpos físico y etérico; cuando el daño externo golpea al hombre exterior de tal manera que es incapaz de contrarrestar este daño externo con sus poderes desde dentro, para desterrarlo de su vida. Lo mismo ocurre siempre cuando se nos acerca cualquier daño externo, tanto si es exteriormente visible como si se trata de un supuesto daño interno, que en realidad es externo; pues si se nos estropea el estómago, en esencia es lo mismo que si nos cae un ladrillo en la cabeza. Es el caso cuando el conflicto surge, o puede surgir, entre el hombre interior y aquello que se le acerca desde fuera; cuando el hombre interior no está a la altura de este hombre exterior. 

Y en el fondo toda enfermedad constituye una desarmonía de este tipo, una transgresión de las fronteras entre el ser humano interior y el exterior. Lo que primero debe lograrse como una armonía en un futuro lejano, lo que seguiría siendo un pensamiento abstracto si quisiéramos soñarlo en la vida, se crea por el hecho de que las fronteras en realidad se traspasan constantemente. El ser humano sólo aprende a ser cada vez más maduro con respecto a su vida interior, cuando gradualmente se da cuenta de que a través de lo que ya ha alcanzado, él no es igual a la vida exterior. Esto se refiere no sólo a las cosas que impregna el yo, sino también a las que impregna el cuerpo astral. Lo que impregna el yo es experimentado conscientemente por el hombre desde que se despierta hasta que se duerme; el modo de funcionar del cuerpo astral, o la manera de poder trascender sus límites y mostrarse impotente para establecer una armonía adecuada entre el hombre interior y el exterior, esto está más allá de la conciencia ordinaria del hombre, pero sin embargo está presente. En todas estas cosas hemos dado la esencia interior más profunda de la enfermedad. 

 ¿Cuáles son los dos posibles desenlaces de la enfermedad? O se produce la curación, o la enfermedad acaba en muerte. Si observamos el desarrollo de la vida normal, podemos situar la muerte en un lado y la curación en el otro. 

¿Qué significa la enfermedad para el desarrollo global del ser humano? Debemos tener claro lo que significa la enfermedad para el desarrollo integral del ser humano. 

La enfermedad representa una desarmonía entre el hombre interior y el exterior; el hombre interior no puede entrar en armonía con el exterior cuando hay enfermedad. En cierto modo, el hombre interior debe apartarse del hombre exterior. Podemos ver esto más fácilmente cuando nos cortamos el dedo. Sólo podemos cortar el cuerpo físico, no el cuerpo astral. Pero el cuerpo astral debe intervenir continuamente en el funcionamiento ordinario, y la consecuencia es que el cuerpo astral no encuentra en el dedo cortado lo que debería encontrar si quisiera penetrar en el dedo hasta sus partes más pequeñas. Siente un rechazo desde la parte física del dedo. Esta es la esencia de todo un conjunto de enfermedades, que el hombre interior se siente repelido del exterior, que no puede tomar parte en el hombre exterior porque está destruido, porque está arrancado de él por el daño. Ahora podemos llevar el asunto tan lejos que o bien producimos el hombre exterior a través de influencias externas, -o bien hacemos al hombre interior tan fuerte que él mismo produce el hombre exterior; es decir, puede producirse la curación. Entonces la conexión entre el hombre exterior y el interior volverá a estar ahí de un modo más débil o más fuerte después de la curación; es decir, el hombre interior puede ahora en cierto modo encontrar la posibilidad de seguir viviendo en el hombre exterior corregido; puede intervenir de nuevo. 

Este es un proceso que puede compararse con el de despertarse. Hubo un repliegue artificial del hombre interior. Ahora se le ha dado la oportunidad de experimentar en el hombre exterior lo que el hombre sólo puede experimentar en el mundo exterior. La curación da al hombre la oportunidad de volver y traer lo que no podría traer si no pudiera volver. Por lo tanto, lo que constituye el proceso de curación es absorbido en el ser humano interior y ahora forma un componente interno de este ser humano interior. La recuperación, la curación es lo que podemos mirar hacia atrás con satisfacción, con contento, porque podemos decirnos a nosotros mismos: Así como cuando nos dormimos nos llevamos algo con nosotros para el hombre interior, a través de lo cual lo llevamos más alto, así también a través de la curación nos llevamos algo con nosotros, a través de lo cual llevamos más alto al hombre interior. Aunque no sea inmediatamente visible, está ahí: Somos elevados en nuestro hombre interior, en nuestra experiencia espiritual bajo todas las circunstancias; experimentamos un aumento en nuestro hombre interior a través de la recuperación. Llevamos al mundo espiritual, que experimentamos durante el sueño, aquello que tenemos a través de la recuperación. La curación es, por tanto, algo que entra durante el estado dormido, algo que nos fortalece con respecto a los poderes que desarrollamos durante el estado dormido. Todo acerca de la misteriosa relación entre curación y dormir podría explicarse si tuviéramos tiempo para ampliar completamente estos pensamientos. De esto ya se puede ver cómo podemos equiparar la curación con lo que llevamos al mundo espiritual por la noche, y lo que promueve los procesos de desarrollo, en la medida en que pueden ser promovidos en absoluto entre el nacimiento y la muerte. Lo que extraemos hacia dentro de las experiencias exteriores en la vivencia normal debe salir como desarrollo superior en nuestra vida anímica entre el nacimiento y la muerte. Sin embargo, lo que absorbemos como curación no siempre tiene que salir; podemos muy bien llevarlo con nosotros a través de la puerta de la muerte, y sólo puede beneficiarnos en la próxima vida. Lo que la ciencia espiritual nos muestra, sin embargo, es que debemos estar agradecidos por cada curación, porque cada curación significa una elevación del hombre interior, que sólo podemos lograr con las fuerzas que se absorben en el interior. 

La otra pregunta es la siguiente: ¿Qué significado tiene para una persona una enfermedad que acaba en muerte? 

En cierto sentido significa lo contrario, que somos incapaces de restablecer la armonía destruida entre el hombre interior y el exterior: que no podemos cruzar la frontera en esta vida entre el hombre interior y el exterior; que este cruce de la frontera de la manera correcta nos es imposible en esta vida. Así como debemos permanecer inmóviles ante el cuerpo sano por la mañana al despertarnos, cuando una enfermedad termina en muerte debemos permanecer inmóviles ante el cuerpo dañado, no podemos volver a provocar un cambio en él. Así como el cuerpo sano permanece tal como es y nos recibe por la mañana, así el cuerpo dañado no nos recibe, es decir, debemos terminar con la muerte. Tenemos que dejar este cuerpo porque no somos capaces de restablecer la armonía. Pero ahora nos llevamos estas experiencias al mundo espiritual, al que entramos sin tener un cuerpo exterior a nuestra disposición. Lo que hemos tomado en nosotros como fruto, que un cuerpo dañado no nos vuelve a tomar, se convierte en un enriquecimiento de la vida que transcurre entre la muerte y un nuevo nacimiento. Así que también debemos estar agradecidos por una enfermedad que termina en muerte, porque nos ofrece la oportunidad de aumentar nuestra vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, para reunir los poderes y experiencias que sólo pueden madurar entre la muerte y un nuevo nacimiento. 

He ahí la consecuencia espiritual de una enfermedad que termina en muerte, y la consecuencia espiritual de una enfermedad que termina en curación. Los procesos de curación intervienen en toda la vida interior y nos hacen avanzar; las enfermedades que acaban en muerte intervienen en todo lo que significa desarrollo en el mundo exterior. Esto nos da dos puntos de vista: Podemos estar agradecidos a una enfermedad que acaba en curación, porque nos ha hecho más fuertes en nuestro interior; y podemos estar agradecidos a una enfermedad que acaba en muerte, porque sabemos: Cuando nos elevemos a un nivel superior en la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento, la muerte tendrá una importancia infinita para nosotros, y habremos aprendido que nuestro cuerpo no debe ser así cuando lo reconstruyamos. Y evitaremos aquellos daños de los que hemos fallado. Por lo tanto, tenemos efectivamente la necesidad de enfocar dos puntos de vista. A nadie debería ocurrírsele decir, por ejemplo, desde la ciencia espiritual: ¡Si la muerte con la que termina una enfermedad es algo a lo que debemos estar agradecidos, si el desenlace fatal de una enfermedad es algo que nos eleva en la próxima vida, entonces debemos dejar que la enfermedad termine con la muerte y no curarla! Quien dijera esto no estaría hablando en el espíritu de la verdadera ciencia espiritual, pues tal ciencia no se ocupa de abstracciones, sino de aquellas verdades que se obtienen desde los más diversos puntos de vista. Tenemos el deber de asegurar la curación con todos los medios a nuestro alcance. Dentro de la conciencia humana se encuentra la tarea de curar tanto como se pueda. Pues el punto de vista de que también podemos estar agradecidos a la muerte cuando ésta se ha producido, no es algo que entre dentro de la conciencia humana ordinaria, sino algo que sólo puede obtenerse elevándose por encima de la conciencia humana ordinaria. Desde un "punto de vista de dios" está justificado dejar que tal o cual enfermedad acabe en muerte; desde un punto de vista humano sólo está justificado gastar todo lo que pueda provocar la curación. Una enfermedad que termina en muerte debe ser juzgada desde un punto de vista diferente. Al principio no hay unión entre estos dos puntos de vista; deben ir uno al lado del otro. Toda armonización abstracta es inútil aquí. La ciencia espiritual debe avanzar hasta el reconocimiento de aquellas verdades que representan la vida desde cierto lado, y otras verdades que la representan desde otro lado

La frase es correcta: ¡Curar es bueno! ¡Curar es un deber! Pero la otra frase también es correcta: ¡La muerte es buena cuando se produce como final de una enfermedad; la muerte es beneficiosa para el conjunto de la evolución humana! A pesar de que ambas frases se contradicen, ambas contienen verdades vivas para la cognición viva. Justo donde brillan dos corrientes semejantes en la vida humana, que primero deben armonizarse, vemos cómo no debemos estereotipar y sistematizar, sino que debemos contemplar la vida en su más amplio alcance. Debemos tener claro que las llamadas contradicciones, si sólo se basan en la experiencia, en la vivencia y en el conocimiento más profundo de la materia, no perjudican nuestro conocimiento, sino que nos conducen poco a poco a un conocimiento vital, porque la propia vida se desarrolla en armonía. 

El curso normal de la vida discurre de tal manera que a partir de las experiencias formamos capacidades, y de lo que no podemos procesar interiormente entre el nacimiento y la muerte tejemos lo que luego podemos procesar entre la muerte y un nuevo nacimiento. La curación y la enfermedad mortal se entrelazan en este curso normal de la vida humana de tal manera que cada curación es una contribución para elevar al ser humano a niveles superiores, y que cada enfermedad mortal conduce a su vez al ser humano a un nivel superior; la una en relación con el interior, la otra vez en relación con el ser humano exterior. De este modo el mundo progresa, avanzando no en una sino en dos corrientes encontradas. Tanto en la enfermedad como en la curación es donde se nos revela toda la complejidad de la vida humana. Si no fuera por la enfermedad y la curación, la vida normal sólo podría transcurrir de tal manera que el ser humano continuaría su vida en el hilo de la existencia, permanecería siempre en el límite y tendría, por así decirlo, que recibir la fuerza para reconstruir su organismo desde el mundo espiritual entre la muerte y un nuevo nacimiento. Entonces el hombre nunca podría desplegar los frutos de su propio trabajo en la evolución del mundo. El sólo puede desplegarlos dentro de los límites más restringidos de la vida si puede equivocarse; pues sólo conociendo lo que es el error se llega a la convicción de la verdad. Absorber la verdad de tal manera que pase a ser asunto propio del alma, que intervenga en el desarrollo, eso sólo puede hacerse si uno saca la verdad de la tierra madre del error. El hombre también podría tener salud si no interviniera en la vida con sus propias faltas e imperfecciones transgrediendo los límites. Una salud que se produce del mismo modo que la verdad interiormente reconocida, una salud que el hombre logra por sí mismo de encarnación en encarnación a través de su propia vida, tal salud se produce a través de los errores reales, a través de las enfermedades. Así, en la curación, por un lado, el hombre aprende a superar sus errores y equivocaciones reales y, por otro lado, en la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, se enfrenta con aquellos errores que no pudo enmendar en una vida, para que aprenda a enmendarlos en la siguiente.

Podemos ahora volver a nuestro drástico ejemplo y decir: Las mentes de aquellos sabios que profetizaron tan erróneamente en aquella época no sólo se volverán cautelosas para no juzgar tan rápidamente, sino que dejarán madurar las experiencias para establecer gradualmente la armonía con la vida. 

Así vemos cómo la curación y la enfermedad intervienen en la vida humana y conducen a aquello sin lo cual el hombre nunca podría alcanzar su meta como algo propio. Cuando consideramos la enfermedad y la curación desde esta perspectiva, podemos ver cómo la intervención aparentemente anormal en nuestra evolución, -y esto incluye la enfermedad y la curación y el desenlace fatal de la enfermedad-, forma parte de la existencia humana, del mismo modo que si queremos reconocer la verdad, el error forma parte de ella. Podríamos decir de la enfermedad y la curación lo mismo que un gran poeta de una época importante dijo del error humano: "¡El hombre yerra durante su empeño!". Esto posiblemente podría parecer como si el poeta hubiera querido decir: ¡El hombre siempre yerra! Pero la frase es reversible, y podemos pronunciarla así: ¡Que el hombre se empeñe a pesar de errar! - El error engendra un nuevo empeño. La frase: "¡El hombre yerra durante su empeño!" no tiene por qué llenarnos de desesperación; pues todo error produce un nuevo empeño, y el hombre se esforzará hasta que haya superado el error. En otras palabras, ¡superando el propio error se llega a la verdad humana! Y del mismo modo podemos decir: ¡El hombre puede enfermar mientras se desarrolle! Al mismo tiempo, la enfermedad conduce a la salud. Así, en la curación, e incluso en la muerte, la enfermedad se supera a sí misma y produce la salud no como algo ajeno al ser humano, sino como una salud que ha surgido del propio ser humano y que le es propia. 

Todo lo que aparece en ámbitos tan extraños y trascendentales es muy adecuado para mostrarnos que el mundo entero en su sabiduría, está organizado de tal manera que el hombre en todos los momentos de desarrollo encuentra la oportunidad de crecer más allá de sí mismo, -muy en el sentido de aquella frase de Angelus Silesius con la que pudimos concluir la conferencia "¿Qué es la mística?". En aquella ocasión la aplicamos al desarrollo más íntimo; ahora podemos extenderla al amplio campo de la enfermedad y la curación y podemos decir que incluso allí se nos muestra verdaderamente: 

Cuando te elevas por encima de ti mismo y dejas que Dios gobierne: 

¡Entonces es cuando la ascensión se lleva a cabo en tu espíritu! 

Traducido por J.Luelmo feb,2024






nota *

Un período importante en la historia europea se extiende desde 1770 hasta 1815. Aquí hay algunos eventos importantes de este período de tiempo:

Guerras de Coalición (1792-1815): Francia estaba en guerra con las principales potencias europeas que querían revertir la Revolución Francesa. Estas guerras tuvieron efectos de gran alcance en Europa.

Guerras napoleónicas (1799-1815): bajo el liderazgo del general Napoleón Bonaparte, Francia expandió su dominio sobre Europa y difundió los ideales de la Revolución Francesa.

Congreso de Viena (1814/15): Después de la derrota de Napoleón, en el Congreso de Viena se decidió el nuevo orden de Europa y se restauraron los antiguos órdenes. La “Santa Alianza” fue fundada para evitar nuevas revoluciones.

Guerras de Liberación (1813-1815): Prusia, Austria, Rusia y otras coaliciones hicieron retroceder a las tropas de Napoleón a Francia. Muchos voluntarios también participaron en la batalla de Leipzig, lo que generó la conciencia nacional alemana.

Fundación de la Confederación Alemana (1815): Los estados alemanes se unieron en una confederación flexible de estados, la Confederación Alemana. Sin embargo, muchos exigieron un Estado alemán unificado.

Estos acontecimientos moldearon el panorama político, social y cultural de Europa durante este período.