GA027-12 La construcción y la excreción en el organismo humano

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CAPÍTULO XII


El cuerpo humano, al igual que otros organismos, se forma a partir del estado semifluido [coloidal]. Sin embargo, para su formación es necesario un suministro constante de material gaseoso. El más importante es el oxígeno transmitido por la respiración.

Podemos considerar en primer lugar un componente sólido del cuerpo, por ejemplo, una estructura ósea. Se precipita a partir de un material semifluido. En esta separación actúa la organización del yo. Cualquiera que estudie la formación del sistema óseo puede convencerse de ello. Pues, en el período embrionario y en la infancia, el sistema óseo se desarrolla en la misma medida en que el ser humano recibe su forma y figura humanas, la expresión característica de la organización del yo. La transformación de la proteína que subyace a este proceso separa primero las fuerzas extrañas (astrales y etéricas) de la proteína; ésta pasa entonces al estado inorgánico, y al hacerlo, tiene que convertirse en fluida. En esta condición, la organización del ego, trabajando en el elemento del calor, se apodera de ella y la introduce en el propio cuerpo etérico del hombre. De este modo se convierte en proteína humana, pero todavía tiene un largo camino que recorrer antes de que se logre la transformación en sustancia ósea.

Después de su transformación en proteína humana, primero debe estar preparada para recibir y transformar carbonato de calcio, fosfato de calcio y similares. Para ello debe pasar por una etapa intermedia. Debe estar bajo la influencia de la absorción de sustancias gaseosas. Esto aporta a la proteína los productos de transformación de los hidratos de carbono. Las sustancias que surgen de este modo pueden servir de base para la forma de los órganos individuales. No representan las sustancias acabadas de los órganos, por ejemplo el hígado o la sustancia ósea, sino una sustancia más general, menos diferenciada, a partir de la cual se pueden construir los órganos individuales del cuerpo. Es la organización del yo la que actúa en el modelado de la forma final de los órganos. El cuerpo astral actúa en la mencionada sustancia orgánica indiferenciada. En el animal, este cuerpo astral también asume la tarea de moldear la forma final de los órganos; en el hombre, la actividad del cuerpo astral y, con ella, la naturaleza animal como tal, persiste sólo como fundamento general subyacente para la organización del yo. En el hombre, el desarrollo animal no se lleva a término; se interrumpe en su camino y la humanidad le es impuesta, por así decirlo, por la organización del yo.

Ahora bien, la organización del yo vive enteramente en estados de calor. Extrae los órganos individuales de la naturaleza astral indiferenciada. Trabaja sobre la sustancia indiferenciada que le proporciona la naturaleza astral, aumentando o disminuyendo los estados de calor de los órganos nacientes.

Si la organización del ego disminuye el estado de calor, los materiales inorgánicos entran en la sustancia y se inicia un proceso de endurecimiento; se proporciona la base para la formación de los huesos. Se absorben sustancias similares a la sal.

Si, por el contrario, la organización del yo aumenta el estado de calor, se forman órganos cuya acción es disolver la sustancia orgánica, llevándola a un estado líquido o gaseoso.

Supongamos que la organización del yo no encuentra suficiente calor desarrollado en el organismo, para el aumento adecuado de las condiciones de calor en aquellos órganos que lo requieren. Los órganos cuyo funcionamiento adecuado se encuentra en la dirección de un proceso de disolución caerán entonces en una actividad de endurecimiento. Asumen de forma patológica la tendencia que en los huesos es saludable

Ahora bien, el hueso, una vez formado, es un órgano que la organización del yo libera de su dominio. Entra en una condición en la que ya no está bajo la tutela de la organización del yo, sino sólo de forma externa. Se retira del dominio de los procesos de crecimiento y organización, y sirve al yo en una capacidad meramente mecánica, llevando a cabo los movimientos del cuerpo. Sólo un resto de la actividad interna de la organización del yo continúa impregnándolo a lo largo de la vida, porque el sistema óseo debe, después de todo, permanecer como una parte orgánica integral dentro del organismo; no se debe permitir que caiga completamente fuera de la esfera de la vida.

Las arterias son los órganos que, por la razón antes mencionada, pueden pasar a una actividad formativa similar a la de los huesos. Tenemos entonces la enfermedad calcificante de las arterias conocida como esclerosis. La organización del yo es, en cierto sentido, expulsada de estos sistemas de órganos

Lo contrario ocurre cuando la organización del yo no logra ese descenso del estado de calor que es necesario para la región de los huesos. Los huesos asumen entonces una condición similar a la de aquellos órganos que normalmente despliegan una actividad de tipo disolvente. Debido al deficiente proceso de endurecimiento, ya no son capaces de proporcionar una base para la incorporación de sales. Así, el proceso final en el desarrollo de las formaciones óseas, que pertenece propiamente al dominio organizador del yo, no tiene lugar. La actividad astral no se detiene en el punto adecuado de su camino. En ese caso, deben aparecer tendencias a la malformación de la forma, ya que la creación saludable de la forma y la figura humanas sólo es posible en el ámbito de la organización del yo.

Aquí nos encontramos con las enfermedades del raquitismo. Todo esto pone de manifiesto cómo los órganos humanos están conectados en sus actividades. El hueso nace en el ámbito de la organización del yo. Sigue sirviéndole incluso cuando la formación real ha concluido, cuando la organización del yo ya no forma y crea el hueso, sino que lo utiliza para los movimientos voluntarios. Lo mismo ocurre con lo que surge en el dominio de la organización astral. Allí se engendran sustancias y fuerzas indiferenciadas. Éstas aparecen en todo el cuerpo como base subyacente de los procesos de formación de órganos diferenciados. La actividad astral las lleva hasta un determinado estadio y luego las utiliza. Todo el organismo humano está impregnado de un material semifluido, en el que domina una actividad dirigida astralmente.

Esta actividad se difunde en las secreciones que se utilizan para formar el organismo en la dirección de sus miembros superiores. Las secreciones que tienden en esta dirección se ven en los productos de las glándulas que desempeñan un papel tan importante en la economía del organismo y sus funciones. Además de estas secreciones internas, tenemos entonces los procesos que son excreciones en sentido propio, hacia el mundo exterior. Pero cometemos un error si consideramos las excreciones simplemente como aquellas porciones de los alimentos consumidos que el organismo no puede aprovechar y, por tanto, desecha. Pues lo importante no es el mero hecho de que el organismo arroje determinadas sustancias, sino que realice las actividades que dan lugar a las excreciones. El ejercicio de estas actividades es algo que el organismo necesita para su subsistencia. Esta actividad es tan necesaria como aquella por la cual las sustancias son recibidas en el organismo, o depositadas internamente. En la sana relación de ambas actividades, se encuentra la esencia misma de la vida y la acción orgánica.

Así, en las excreciones externas vemos el resultado de la actividad orientada astralmente. Y si las excreciones contienen sustancias que han sido llevadas hasta la naturaleza inorgánica, entonces la organización del yo también se está expresando en ellas. De hecho, esta parte de la vida de la organización del yo es de especial importancia. Porque la fuerza que se gasta en tales excreciones crea, por así decirlo, una contrapresión interior. Y esta última es un factor necesario para la existencia saludable del organismo. Así, el ácido úrico, que se segrega a través de la orina, crea como reacción interna la tendencia correcta del organismo a dormir. Muy poco ácido úrico en la orina y demasiado en la sangre dará lugar a tan poco sueño que es insuficiente para la salud del organismo.

Traducido por J.Luelmo junio2021

GA238 Dornach 14 de septiembre de 1924 Relaciones Kármicas vol. IV de la escuela suprasensible de Michael nacen los impulsos para la vida espiritual del futuro.

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Relaciones kármicas:
GA238 - Volumen IV



V conferencia 


Un estado de ánimo crepuscular impregna el platonismo de la escuela de Chartres, mientras que de la escuela suprasensible de Michael nacen los impulsos para la vida espiritual del futuro. Estos impulsos se integran en el Movimiento Antroposófico de la actualidad. La figura de Juliano el Apóstata.

Dornach 14 de septiembre de 1924

Después de haber hablado tantas veces de la Escuela de Chartres y de su gran importancia para la vida espiritual interior de Occidente, he recibido estos últimos días un grato regalo: un regalo de imágenes, algunas de las cuales se han colocado aquí para que las vean. Otras se añadirán el próximo martes. En estas imágenes verán qué maravillosas obras arquitectónicas y de escultura en el sentido medieval, surgieron en el lugar donde floreció esa vida espiritual de la que he hablado tantas veces.

Las personalidades que se reunieron en la Escuela de Chartres todavía tenían el impulso, incluso en el siglo XII, de entrar como maestros o estudiantes en la vida espiritual viva que había surgido en el punto de inflexión del tiempo -quiero decir en la época de la evolución europea en la que la humanidad, en la medida en que eran buscadores de conocimiento, todavía lo buscaban en el tejido y el trabajo vivo de los seres de la naturaleza, y no en la concepción de leyes naturales vacías y abstractas.

Así pues, en la Escuela de Chartres existía una profunda devoción por los poderes espirituales, en particular por los que dominan la Naturaleza. Todo esto se cultivaba allí -si bien, ya no por los Iniciados en los antiguos Misterios-, sino por personalidades que tenían el corazón y la mente para recibir de la tradición mucho de lo que antes había sido experiencia espiritual directa. Y os he hablado de las misteriosas irradiaciones de luz de la Escuela de Chartres que podemos reconocer realmente en el espíritu de Brunetto Latini, el gran maestro de Dante. Traté de explicar cómo las individualidades de Chartres trabajaron en los mundos espirituales al unísono con los que después descendieron, en su mayoría en la Orden de los Dominicos, como portadores de la Escolástica. Podemos decirlo así. - Las individualidades de Chartres se vieron obligadas a ver, por los signos de los tiempos, que no habría lugar para ellas dentro de la vida terrenal hasta el momento en que el elemento de Michael, que iba a comenzar a finales del siglo XIX, hubiera estado trabajando durante un tiempo en la tierra.

En un sentido amplio, estas individualidades de Chartres tomaron parte en las enseñanzas suprasensibles de las que hablé la última vez, enseñanzas que fueron dadas bajo la égida del propio Michael, a fin de verter impulsos que debían ser válidos para la vida espiritual de los siglos venideros. Y puede decirse, en efecto, que cualquiera que se dedique hoy al cultivo de la vida espiritual debe necesariamente estar bajo la influencia de esos grandes impulsos.

En términos generales, podemos decir que hasta ahora ha habido muy pocas reencarnaciones de los espíritus de Chartres. Sin embargo, se me ha concedido volver a mirar a la Escuela de Chartres a través de un cierto estímulo, si puedo describirlo así, que me llegó de la vida del tiempo presente.

Hubo un monje en la Escuela de Chartres que se dedicó por completo al elemento vital que existía en esa escuela. Pero en la Escuela de Chartres, sobre todo si uno era verdaderamente devoto de ella, se sentía como un estado de ánimo crepuscular de la vida espiritual. Todo lo que recordaba aún los grandes y profundos impulsos del platonismo espiritual que se había transmitido, todo esto vivía en Chartres. Pero vivía de tal manera que los portadores de la vida espiritual de Chartres se decían a sí mismos: En el futuro, por desgracia, la civilización de Europa ya no será receptiva a esta espiritualidad platónica viva.

Es conmovedor ver cómo la Escuela de Chartres conserva como si dijéramos, los retratos de los genios inspiradores de las Siete Artes Liberales, como se las llamaba: Gramática, Dialéctica, Retórica, Aritmética, Geometría, Astronomía y Música. Incluso en la recepción de lo espiritual que contenían las Siete Artes Liberales, seguían viendo en ellas los dones vivos de los dioses, que llegaban al hombre a través de seres espirituales. No veían la mera comunicación de pensamientos muertos sobre leyes muertas de la Naturaleza. Y podían ver que Europa en el futuro ya no sería receptiva a estas cosas. De ahí que hubiera un sentimiento de crepúsculo en la vida espiritual.

Ahora bien, uno de esos monjes, especialmente dedicado a las enseñanzas y a las obras de Chartres, se reencarnó en nuestra época. Se reencarnó, además, de tal manera que se podía encontrar en este caso de manera más maravillosa el eco y el reflejo de la vida anterior en el presente. Esta personalidad vivió en nuestro tiempo como una autora que no sólo era mi conocida, sino mi amiga. Murió hace mucho tiempo. Llevaba en su interior un extraño estado de ánimo, del que no debería haber hablado hasta ahora, aunque lo observé hace muchos años. Hablar de estas cosas sólo ha sido posible desde que el sentimiento navideño se apoderó de nuestra Sociedad Antroposófica. Porque esto ha traído una iluminación peculiar sobre estas cosas, y es posible, como ya he dicho, hablar de tales asuntos abiertamente y sin pudor hoy en día.

Cuando uno conversaba con esa autora, ella volvía una y otra vez al tema de que le gustaría morir. Pero su deseo de morir no surgía de un estado de ánimo sentimental o hipocondríaco, es más, ni siquiera de un estado de ánimo melancólico. Si uno tenía la visión psicológica para entrar en tales cosas, se encontraba el camino muy, muy atrás en su alma hasta que al final se tenía que decir: Es el eco y el reflejo de una vida anterior en la tierra. En una vida anterior en la tierra se plantó una semilla que ahora brota, no diré en la añoranza de la muerte, sino en este sentimiento de que el alma, estando ahora encarnada, no tiene nada que ver realmente con esta época presente.

Sus escritos también son de esta naturaleza. Parecen haber sido escritos desde un mundo diferente, no en cuanto a sus hechos y comunicaciones, sino en cuanto a su estado de ánimo y sentimiento. Y sólo podemos entender este estado de ánimo si encontramos el camino desde la tenue luz de sus escritos, desde la tenue luz que vivía como una disposición fundamental en su propia alma, hasta aquel monje de Chartres que sintió en Chartres el estado de ánimo crepuscular de un platonismo vivo.

En esta autora no se trataba de una cuestión de temperamento o melancolía o sentimentalismo; era el reflejo de una vida anterior en la tierra. Y su alma actual era como un espejo en el que penetraba realmente la vida de Chartres. En efecto, no el contenido de las enseñanzas de Chartres, sino sus estados de ánimo y sus sentimientos, se habían transmitido de una vida a otra en esta personalidad. Transplantándose a estos estados de ánimo, y mirando hacia atrás, uno podía recibir en ellos como si fueran fotografías espirituales de las personalidades que también se encuentran por la investigación espiritual directa en los mundos donde ahora se encuentran - las personalidades que enseñaron en Chartres.

Como veis, la vida le trae a uno de muchas maneras las posibilidades kármicas de contemplar estos asuntos. La última vez describí mis experiencias con la Orden del Císter. Hoy complementaré lo que entonces dije refiriéndome al ambiente crepuscular de la Escuela de Chartres que penetró en el corazón y en el alma de una personalidad extraordinariamente interesante, que volvió a vivir en el tiempo presente. Hace tiempo que encontró el camino de vuelta a los mundos que anhelaba. Ha encontrado el camino de vuelta a los Padres de Chartres. Y si toda su vida anímica no hubiera estado dominada por una especie de cansancio como resultado kármico del estado de ánimo de aquel monje de Chartres, difícilmente podría imaginar una personalidad más adecuada para contemplar la vida espiritual de la época actual en relación con la vida tradicional de la Edad Media.

Hay otra cosa que quiero mencionar aquí. Cuando tales impulsos kármicos actúan en lo más profundo de los cimientos del alma, encontramos lo que, por lo demás, es un hecho muy raro: encontramos en la expresión física del rostro en una encarnación posterior, una semejanza con la anterior. El rostro de aquel monje y el de la autora de la época actual eran, en efecto, extraordinariamente parecidos.

Ahora, en estas relaciones, pasaré gradualmente al karma de la Sociedad Antroposófica, o de las individualidades de sus miembros. Pues, como dije la última vez, un gran número de las almas que están sinceramente dentro del Movimiento Antroposófico estuvieron conectadas en alguna parte y en algún momento con aquella corriente Micaelica que ahora debo caracterizar. Recordaréis todo lo que he dicho a este respecto sobre Alejandro y Aristóteles y sobre los acontecimientos en los mundos suprasensibles en la época en que tuvo lugar el VIII Concilio en Constantinopla aquí en este mundo de los sentidos. Recordaréis lo que dije sobre la continuación, en lo espiritual y en lo físico, de la vida de la Corte de Haroun al Raschid, hasta que hablé de aquella Escuela suprasensible que estaba bajo la égida del propio Michael. La enseñanza de aquella Escuela era profundamente significativa. Por un lado, señalaba una y otra vez las conexiones con los antiguos Misterios, todo lo que ahora debe surgir una vez más, en una nueva forma, del contenido de los antiguos Misterios, para impregnar de espiritualidad a la civilización moderna. Por otra parte, señalaba los impulsos que las almas, dedicadas a la vida espiritual, deben tener para su trabajo en el futuro. Y sabemos que a partir de la comprensión de la corriente espiritual también podemos llegar a entender cómo la Antroposofía, en su verdadera esencia, significa el impulso para una renovación, para una verdadera y sincera comprensión del impulso de Cristo.

Pues en el Movimiento Antroposófico encontramos dos tipos de almas. Un gran número de ellas ha participado en aquellas corrientes que fueron, por así decirlo, las oficialmente cristianas en los primeros siglos. Fueron testigos de todo lo que vino al mundo como cristianismo, especialmente en los tiempos de Constantino, e inmediatamente después de él. Muchos de los que se acercaron al cristianismo con la más profunda sinceridad en aquella época y lo recibieron con profundidad y penetración interior, muchos de ellos se encuentran hoy en la Sociedad Antroposófica con el profundo impulso hacia la comprensión del cristianismo. No me refiero tanto a los cristianos que siguieron movimientos como el del propio Constantino; me refiero más bien a los cristianos que pretendían ser los verdaderos cristianos, que estaban distribuidos en diferentes sectas cristianas. En esas sectas cristianas se encuentran muchas de las almas que hoy se acercan al Movimiento Antroposófico con sinceridad, aunque a menudo a través de impulsos subconscientes que la conciencia superficial puede incluso malinterpretar en gran medida.

Pero hubo otras almas: almas que no participaron directamente en ese desarrollo del cristianismo. O bien participaron en el cristianismo en una etapa posterior de su desarrollo, cuando ya no existía la profunda vida interior de las sectas, o bien, por otra parte -y esto es lo más importante- todavía tenían, vivo e inextinguible en las profundidades de sus almas, mucho de lo que se experimentó en el tiempo precristiano como la antigua sabiduría de los Misterios paganos. También participaban a menudo en el cristianismo; pero éste no les causaba una impresión tan profunda como a las otras almas antes descritas. Pues aún permanecía viva en ellas la impresión de las enseñanzas, los rituales y las prácticas de los antiguos Misterios. Ahora, entre los que han entrado en el Movimiento Antroposófico de esta manera, encontramos a muchos que buscan al Cristo en sentido abstracto. Las otras almas antes descritas se alegran, por así decirlo, de encontrar de nuevo el cristianismo dentro del Movimiento Antroposófico. Pero muchas de las almas a las que me refiero ahora captan con verdadera comprensión interior el cristianismo cósmico que contiene la Antroposofía. El Cristo como Espíritu Cósmico del Sol es captado sobre todo por las almas (y son muy numerosas en el Movimiento Antroposófico) en cuyo fondo aún se conserva mucho de lo que vivieron en relación con los antiguos Misterios paganos.

Todo esto está profundamente relacionado con las corrientes de toda la vida espiritual de la humanidad en la época actual -me refiero a la época actual en un sentido más amplio, que abarca décadas y siglos.

La Antroposofía, después de todo, ha surgido de la vida espiritual de la época actual, y aunque en su contenido no tiene nada directamente en común con esta vida espiritual, kármicamente ha surgido de ella de muchas maneras. Debemos volver los ojos a muchas cosas que aparentemente no pertenecen a lo que actúa en la Antroposofía directamente, si queremos incluir en nuestro horizonte espiritual todo lo que participó en las diferentes corrientes que he mencionado. Decía hace poco, que sólo comprendemos verdaderamente lo que ocurre exteriormente en el plano físico si vemos en el fondo lo que se derrama desde los campos del espíritu en estos acontecimientos mientras se producen en el plano físico. Debemos recuperar el valor para traer a nuestra vida actual ese sentimiento de los antiguos Misterios. Debemos conectar los acontecimientos físicos no sólo de forma abstracta con una vida espiritual vagamente panteísta o teísta o lo que sea. Debemos llegar a ser capaces de rastrear los acontecimientos detallados, es más, las experiencias internas de los hombres dentro de estos acontecimientos, hasta la fuente y el fondo espirituales.

Somos llevados a ello, entre otras cosas, por algo que pertenece a las tareas más profundas de la época actual. Porque en la actualidad debemos buscar de nuevo un verdadero conocimiento del hombre en cuerpo, alma y espíritu, no un conocimiento basado en ideas o leyes abstractas, sino uno que sea capaz de mirar el verdadero fundamento del ser humano en su totalidad. Para obtener tal conocimiento, el hombre debe ser examinado a fondo en sus condiciones de salud y enfermedad; y no en un sentido meramente físico como se acostumbra hoy en día, pues entonces no aprenderíamos a conocer al ser humano. Mediante el conocimiento meramente físico nunca podremos aprender a conocer lo que actúa tan profundamente en la vida del hombre, determinando su destino: su infelicidad, su enfermedad, sus capacidades o la ausencia de ellas. El karma en todas sus formas - esto sólo lo podemos saber si desde el punto de partida de lo físico podemos rastrear la vida espiritual de un hombre y su vida interior del alma.

¿Cómo trabaja la gente, en el esfuerzo científico ordinario de hoy en día? Estudian al ser humano de forma bastante externa en cuanto a sus órganos y vasos, sus nervios, los vasos de la circulación de la sangre y demás. Pero cuando se estudia la salud y la enfermedad del hombre de esta manera no se puede encontrar el espíritu y el alma en todas estas cosas.

En efecto, el anatomista o el fisiólogo de hoy en día puede poner en su boca las mismas palabras de un famoso astrónomo del pasado, quien, en respuesta a una pregunta que le había formulado su soberano, contestó: "¡He buscado en todo el universo, en todas las estrellas y en todos sus movimientos, pero no he encontrado a Dios!". Así dijo el astrónomo. Y el anatomista o fisiólogo de hoy en día podría decir: "He buscado en todo, en el corazón y en los riñones, en el estómago y en el cerebro, en los vasos sanguíneos y en los nervios, pero no he encontrado ni alma ni espíritu".

Todos los problemas y dificultades de la medicina moderna, por ejemplo, están sujetos a esta influencia. Y todas estas cosas deben ser tratadas hoy en el Movimiento Antroposófico, según las tareas que se le plantean. En términos generales, estas cuestiones deben desplegarse ante la Sociedad Antroposófica en su conjunto; en detalle, deben ser tratadas de manera experta dentro de los diversos grupos. Así, por ejemplo, ahora estoy hablando sobre la Medicina Pastoral a un grupo que está preparado para ello por su formación y profesión. Aquí debemos buscar el camino hacia esas grandes conexiones que proceden en última instancia del funcionamiento de las corrientes del karma. En el tiempo venidero se verá cómo la patología y la terapéutica, cómo la observación del hombre en la enfermedad y el malestar, harán absolutamente necesario entrar en las cuestiones profundas del alma y del espíritu. Como he dicho una y otra vez, lo externo y físico -lo físico tal como lo presenta la ciencia natural- debe ser respetado en el sentido más completo. Sin embargo, los hombres se verán obligados a tener en cuenta los miembros superiores de la naturaleza del hombre al considerar la enfermedad y la salud. Esto se verá en el libro [ Fundamentos de la terapia; una extensión del arte de curar a través del conocimiento espiritual, GA027. en la que mi querida compañera Frau Dr. Wegman y yo estamos trabajando juntos, sobre el tema del hombre en la salud y en la enfermedad. Ahora bien, estas investigaciones, que buscan las vías de entrada del hombre físico en lo espiritual, sólo pueden conducir a resultados buenos y prometedores si las emprendemos de manera correcta. Porque en este trabajo no sólo debemos utilizar las fuerzas del conocimiento del presente, sino que debemos utilizar las fuerzas del conocimiento que surgen al recoger los hilos del karma, los hilos kármicos que proceden de la historia y la evolución de la humanidad. En efecto, debemos trabajar con las fuerzas del karma para penetrar en estos secretos.

En el primer volumen sólo se publicarán los comienzos de nuestro trabajo. Luego, la obra avanzará y a partir de las exposiciones más elementales procederemos a desplegar el conocimiento particular del hombre que puede surgir de este aspecto médico, terapéutico y patológico de la ciencia espiritual. Este trabajo sólo ha sido posible gracias a la presencia de la Dr. Wegman de una personalidad cuyos estudios médicos han entrado en ella de tal manera que evolucionan con toda naturalidad, como algo natural, hacia una concepción y percepción espiritual del ser humano.

Ahora bien, en el transcurso de estas investigaciones, es cuando contemplamos en perspectiva espiritual todo el funcionamiento de los órganos humanos, y también surgen esas percepciones que nos llevan a su vez a las conexiones kármicas más profundas. La misma forma de percepción debe desarrollarse para percibir las realidades espirituales que subyacen, no a todo el hombre, sino a sus diversos órganos. (Porque, si se quiere, es el mundo de Júpiter el que subyace a un órgano, el mundo de Venus el que subyace a otro, y así sucesivamente). La misma percepción que debemos desarrollar en esta dirección, nos lleva también a la posibilidad de percibir las personalidades humanas en las vidas terrenales pasadas. Pues en la presente vida terrenal el hombre se presenta ante nosotros dentro de los límites de su piel. Pero cuando somos capaces de contemplar sus órganos individuales, lo que estaba contenido en la piel se expande y se amplía. Cada uno de los órganos individuales nos señala una dirección diferente del universo. Los órganos preparan los caminos que nos conducen al macrocosmos, hasta que, allá lejos, el ser humano vuelve a aparecer como un todo completo y redondo. Es el ser humano construido de nuevo en el espíritu, habiendo trascendido la forma actual, la forma que está encerrada en la piel - es esto lo que necesitamos. Pues la suma de los órganos humanos -que incluso físicamente es totalmente diferente de lo que concibe el anatomista o fisiólogo actual- cuando la trazamos hacia el cosmos, nos lleva a percepciones que corresponden a su vez a la percepción espiritual de las antiguas vidas terrenales del hombre. Entonces experimentamos las conexiones internas que arrojan su luz sobre la evolución y la historia de la humanidad, explicando lo que existe físicamente hoy en día. Porque en realidad todo el pasado de los seres humanos vive en el tiempo presente. Sin embargo, la afirmación vaga y abstracta por sí misma no sirve de nada. También los materialistas dirán lo mismo. La cuestión es percibir cómo el pasado vive en el presente.

Y de esto quiero daros ahora un ejemplo, un ejemplo que es en sí mismo tan maravilloso que suscitó en mí el mayor asombro imaginable cuando llegué a él por primera vez como resultado de la investigación espiritual. Y muchas cosas que he dicho antes deben ser rectificadas ahora, o en todo caso deben ser completadas, por lo que ahora expondré.

Como ven, para quien estudia la historia con el sentimiento de su significado interno, cierto acontecimiento de los primeros siglos del cristianismo está envuelto en la atmósfera de un extraño misterio. Vemos, por un lado, a una personalidad de la que bien podemos pensar que en su vida interior era poco apta para apropiarse del cristianismo o para hacer de él lo que entonces llegó a ser, el cristianismo oficial de Occidente. Me refiero al emperador Constantino, del que tantas veces hemos hablado. Luego, al lado de él (no literalmente, por supuesto, pero mirando hacia atrás en esa época desde una distancia considerable en el tiempo), al lado de Constantino vemos a Juliano el Apóstata. Juliano el Apóstata, él en verdad era alguien en quien vivía la sabiduría de los Misterios, como es sabido. Juliano el Apóstata podía hablar de un Sol Triple. De hecho, perdió su vida por ser considerado un traidor de los Misterios, porque habló del Sol Triple. De estas cosas ya no se permitía hablar en su época; menos aún se habría permitido en épocas anteriores. Pero Juliano el Apóstata se encontraba en una relación peculiar con el cristianismo. En cierto sentido debemos sorprendernos una y otra vez de que el genio, la fina espiritualidad y el intelecto de Juliano fueran tan poco receptivos a la grandeza del cristianismo. Se debió simplemente al hecho de que en su entorno vio muy poco de lo que él concebía como una verdadera sinceridad interior, mientras que entre los que le introdujeron en los antiguos Misterios encontró una gran sinceridad, una sinceridad positiva y activa. Tal fue el caso de Juliano el Apóstata.

Allá en Asia fue asesinado. Se cuentan muchas fábulas sobre el asesinato. La verdad es que tuvo lugar porque se le consideraba un traidor de los Misterios. Fue un asesinato totalmente planificado.

Ahora bien, si nos familiarizamos hasta cierto punto con lo que vivía en Juliano, no podemos dejar de estar profundamente interesados en la cuestión: ¿Cómo habría vivido su individualidad en tiempos posteriores? Porque la suya era una individualidad peculiar, de la que hay que decir que habría sido más adecuada que Constantino, mejor que Clodvig y todos los demás, para enderezar los caminos del cristianismo. Esto era inherente a su alma. Si el tiempo hubiera sido favorable, si las condiciones hubieran existido, podría haber sacado de los antiguos Misterios una continuación directa del Cristo precristiano, el verdadero Logos macrocósmico, hasta el Cristo que debía actuar en la humanidad después del Misterio del Gólgota. Era, en efecto, un recipiente bien preparado. Por extraño que parezca, lo encontramos así, si entramos en su verdadero espíritu. Encontramos en los fundamentos de su alma el verdadero impulso para apoderarse del cristianismo. Pero no lo dejó aflorar, lo reprimió, engañado por las estupideces que Celso había escrito sobre Jesús. En efecto, de vez en cuando ocurre que hombres de verdadero genio se extravían por las efusiones más estúpidas de sus semejantes. Así podemos tener la sensación: Juliano habría sido realmente el alma para enderezar los caminos del cristianismo y llevar al cristianismo a su verdadero y apropiado cauce.

Dejamos ahora el alma de Juliano el Apóstata en esa vida terrenal y seguimos a la misma individualidad con el mayor interés a través de los mundos espirituales. Pero siempre hay algo vago y poco claro en ello. Sólo el esfuerzo espiritual más intenso puede llegar a una percepción clara de su curso posterior.

En la Edad Media existían ideas muy adecuadas sobre muchos asuntos. Podían ser legendarias, pero eran adecuadas; correspondían a los hechos reales. Por muy legendarias que sean, qué adecuadas son las narraciones centradas en la personalidad de Alejandro Magno. Como ya he dicho, ¡qué vívida es su vida en la descripción del sacerdote Lamprecht!

Pero aquello que vive de Julián, vive de tal manera que debemos decir una y otra vez: Busca desaparecer ante la visión de la humanidad. Y cuando tratamos de seguirlo tenemos la mayor dificultad, por así decirlo, para mantenerlo dentro de nuestro campo de visión espiritual. Una y otra vez se nos escapa. Lo rastreamos a través de los siglos hasta la Edad Media y se nos escapa. Pero cuando por fin conseguimos seguirlo hasta el final, llegamos a un lugar extraño, que aunque no sea histórico en el sentido propio, es en realidad más que histórico. Llegamos por fin a la figura de una mujer, en la que encontramos de nuevo el alma de Juliano el Apóstata. Se trata de una mujer que realizó un acto importante en su vida bajo la impresión de un acontecimiento esencialmente doloroso. Porque ella contempló, no en sí misma, sino en la persona de otro, una imagen del destino de Juliano el Apóstata, ya que éste se fue de campaña a Oriente y allí perdió la vida por traición.

La mujer a la que me refiero es Herzeleide, la madre de Parsifal, que fue un personaje histórico aunque la propia historia no dice nada de ella. Gamuret, con quien se casó y que perdió la vida por traición en una campaña oriental, fue a raiz de ese suceso donde se le señaló su propio destino en la vida anterior como Juliano el Apóstata. Esto llegó a lo más profundo de su alma, y bajo esta impresión logró lo que se nos cuenta de manera legendaria -aunque es histórica en el sentido más verdadero- de la educación de Parsifal por parte de Herzeleide.

El alma de Juliano el Apóstata, que había permanecido así en las profundidades y de quien se creería que debió ser su propia misión preparar el camino correcto para el cristianismo - esta alma se encuentra de nuevo en la Edad Media en el cuerpo de una mujer que envió a Parsifal, a buscar y encontrar los caminos esotéricos para el cristianismo.

Misteriosos así, y llenos de enigmas, son los caminos de la humanidad en el fondo, en los fundamentos de la existencia. Este ejemplo -y se entrelaza extrañamente con el que ya os conté a propósito de la Escuela de Chartres-, este ejemplo puede haceros comprender lo maravillosos que son los caminos del alma humana y los caminos de la evolución de toda la humanidad.

Seguiremos hablando de ello en la próxima conferencia, cuando tenga más que decir sobre la vida de Herzeleide y de lo que entonces fue enviado, físicamente, en Parsifal. La próxima vez comenzaré en este punto en el que debemos interrumpir hoy.

Traducido por J.Luelmo junio2021

GA027-11 La formación del cuerpo humano y la gota

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CAPÍTULO XI


La ingestión de albúmina es un proceso relacionado con un aspecto de las actividades internas del organismo humano. Este aspecto es el que se produce sobre la base de la absorción de la sustancia física. Todas estas actividades tienen como resultado el crecimiento, la creación de la forma o la formación de un nuevo contenido material. Todo lo que está relacionado con las funciones inconscientes del organismo, pertenece a este dominio.

A los procesos de este tipo se oponen los que consisten en la excreción. Pueden ser excreciones dirigidas hacia el exterior; pero también pueden ser procesos de secreción en los que el producto se elabora más internamente, en la formación o depósito de sustancias en el cuerpo. Estos son los procesos que proporcionan la base material de la experiencia consciente. A través del primer tipo de procesos, la fuerza de la conciencia es silenciada si excede lo que puede ser mantenido en equilibrio por medio del segundo tipo de procesos.

Uno de los procesos excretores más notables es el del ácido úrico. En este proceso de excreción interviene el cuerpo astral. Esto debe llevarse a cabo en todo el organismo. Tiene lugar en un grado particular a través de la orina, en una forma muy finamente dividida, por ejemplo, en el cerebro. En la secreción de ácido úrico en la orina interviene principalmente el cuerpo astral, mientras que el papel que desempeña la organización del yo es sólo subsidiario. En cambio, en la secreción de ácido úrico en el cerebro, la organización del yo es el factor importante y el cuerpo astral está en segundo plano.

Ahora, en el organismo, el cuerpo astral es el intermediario entre la actividad de la organización del yo y los cuerpos etérico y físico. La organización del yo debe llevar sustancias y fuerzas sin vida a los órganos. Sólo mediante esta impregnación de los órganos con material inorgánico puede el hombre convertirse en el ser consciente que es. La sustancia orgánica y la fuerza orgánica rebajarían la conciencia humana al tenue nivel del animal.

La acción del cuerpo astral inclina los órganos a recibir las impregnaciones inorgánicas de la organización del yo. Su función es, de hecho, preparar el camino.

Vemos, por lo tanto, que en las partes inferiores de este organismo humano la actividad del cuerpo astral tiene la ventaja. Aquí las sustancias de ácido úrico no deben ser recibidas en el organismo. Deben ser excretadas copiosamente. Bajo la influencia de esta excreción se debe impedir la impregnación con material inorgánico. Cuanto más ácido úrico se excreta, más viva es la actividad del cuerpo astral, mientras que la de la organización del yo que impregna el cuerpo con materiales inorgánicos disminuye proporcionalmente.

En el cerebro, en cambio, la actividad del cuerpo astral es escasa. Se excreta poco ácido úrico, mientras que se deposita más material inorgánico en el sentido de la organización del yo.

La organización del yo no puede dominar grandes cantidades de ácido úrico, por lo que caen bajo la acción del cuerpo astral; en cambio, pequeñas cantidades entran en la organización del yo y allí proporcionan la base para la formación de lo inorgánico en el sentido de la organización del yo.

En el organismo sano debe haber una correcta economía en la distribución del ácido úrico en las diferentes regiones. Todo lo que pertenece al sistema de organización de los sentidos nerviosos debe recibir tanto ácido úrico como la actividad del yo pueda utilizar y no más; mientras que, para el sistema del metabolismo y los miembros, la actividad del yo debe ser suprimida y el astral debe poder desplegar su acción en la secreción más copiosa del ácido úrico.

Ahora bien, puesto que es el cuerpo astral el que da paso a la actividad del yo en los órganos, una correcta distribución en la deposición del ácido úrico debe ser considerada como un factor esencial en la salud humana. Pues en ello se expresa si existe la relación correcta entre la organización del yo y el cuerpo astral en algún órgano o sistema de órganos en particular.

Supongamos que en algún órgano, en el que la organización del yo debería predominar sobre la actividad astral, esta última empieza a ganar la partida. Esto sólo puede aplicarse a un órgano en el que la excreción de ácido úrico más allá de cierta medida es imposible en virtud de la disposición estructural del órgano. El órgano se sobrecarga de ácido úrico incontrolado por la organización del yo. Sin embargo, el cuerpo astral comienza a provocar una secreción de ácido úrico. Como los órganos de excreción faltan en tal región, el ácido úrico no se deposita en el exterior sino en el propio organismo. Y si encuentra su camino hacia lugares del cuerpo donde la organización del yo no puede tomar una parte suficientemente activa, encontramos sustancia inorgánica, es decir, algo que sólo es propio de la organización del yo, pero que éste deja a la acción de la actividad astral. Surgen focos, donde los procesos subhumanos (animales) se insertan en el organismo humano.

Se trata de la gota. Si la gota tiene frecuentemente la reputación de haberse desarrollado como resultado de tendencias hereditarias, se debe al simple hecho de que cuando las fuerzas de la herencia predominan, la naturaleza astral-animal se vuelve especialmente activa y la organización del yo es por tanto reprimida.

Sin embargo, comprenderemos mejor el asunto si buscamos la verdadera causa de la gota en esto: en el proceso de alimentación se introducen en el cuerpo humano sustancias que la actividad del organismo no es lo suficientemente fuerte como para despojarlas de su naturaleza extraña. La organización del yo, siendo débil, es incapaz de conducirlas al cuerpo etérico, y así permanecen en la región de las actividades astrales. Si un cartílago articular o una porción de tejido conjuntivo se sobrecargan con ácido úrico y, como resultado, se sobrecargan con materiales y fuerzas inorgánicas, esto muestra que en estas partes del cuerpo la actividad del yo va por detrás de la del astral. Y como toda la forma del organismo humano es un resultado de la organización del yo, esta anormalidad debe necesariamente dar lugar a una deformación de los órganos. En efecto, el organismo humano se alejará entonces de su forma verdadera y propia.

Traducido por J.Luelmo junio2021

GA027-10 Función de la grasa en el organismo humano y los engañosos síndromes locales

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CAPÍTULO X


De todas las sustancias en el organismo, la grasa, cuando se toma del mundo exterior es la que menos resulta ser un cuerpo extraño. Pasa más fácilmente que cualquier otra sustancia, de la calidad que trae consigo cuando se toma como alimento, al modo de acción del propio organismo humano. El 80% de la grasa contenida, por ejemplo, en la mantequilla, pasa sin cambios por los dominios de la ptialina y la pepsina y únicamente es transformada por el jugo pancreático en glicerina y ácidos grasos.

Este comportamiento de la grasa sólo es posible porque es la que menos propiedades de la naturaleza específica de un organismo extraño, (de sus fuerzas etéricas, etc.) lleva consigo al organismo humano, pudiendo este último incorporarla fácilmente a su propia actividad.

Esto también se debe al hecho de que la grasa desempeña su papel sobre todo en la producción del calor interior. Ahora bien, el calor interior es el elemento del organismo físico en el que la organización del yo prefiere vivir. De todas las sustancias que se encuentran en el cuerpo humano, sólo aquellas que dan lugar al desarrollo del calor son apropiadas para la organización del yo. Por su comportamiento total, la grasa demuestra ser una sustancia que meramente llena el cuerpo, es meramente transportada por el cuerpo, y es importante para la organización activa a través de aquellos procesos en los que sólo engendra calor. Derivado como alimento, por ejemplo, de una fuente animal, la grasa no aportará nada del organismo animal en el humano, excepto solamente su facultad inherente de desarrollar calor.

Ahora bien, este desarrollo del calor es uno de los últimos procesos del metabolismo. La grasa recibida como alimento se preserva por lo tanto como tal a través de los procesos iniciales y medios del metabolismo; su absorción sólo tiene lugar en la región de las actividades más internas del cuerpo, comenzando con el líquido pancreático.

La presencia de grasa en la leche humana indica una actividad muy importante del organismo. El cuerpo no consume esta grasa, sino que la convierte en un producto de secreción (a través de las glándulas mamarias). Ahora bien, a esta grasa secretada también pasa la organización del yo. En esto consiste la capacidad plástica de la leche materna. La madre transmite así sus propias fuerzas formativas de la organización del yo al niño, y añade así algo más a las fuerzas formativas que ya ha transmitido por herencia.

El proceso saludable se produce cuando las fuerzas formadoras humanas consumen la reserva de grasa presente en el cuerpo en el desarrollo del calor. Por otro lado, cuando la grasa no es utilizada por la organización del yo en los procesos de calor, sino que es arrastrada sin usar al organismo, no es saludable. Dicha grasa dará lugar en un punto u otro del cuerpo a un poder excesivo de producción de calor. El calor así engendrado confundirá otros procesos vitales interfiriendo en el organismo aquí y allá sin ser captado por la organización del yo. Puede surgir lo que puede llamarse focos parasitarios de calor. Estos llevan en sí mismos la tendencia a las condiciones inflamatorias. El origen de los mismos debe buscarse en el hecho de que el cuerpo desarrolla una tendencia a acumular más grasa de la que la organización del yo requiere para su vida en el calor interior.

En el organismo sano, las fuerzas astrales 1 producirán o recibirán tanta grasa como la organización del yo sea capaz de traducir en procesos de calor y, además, tanta como sea necesaria para mantener el mecanismo de los músculos y los huesos en orden. Entonces se creará el calor que el cuerpo necesita. Si las fuerzas astrales suministran a la organización del yo una cantidad insuficiente de grasa, la organización del yo experimentará hambre de calor. El calor necesario debe ser retirado de las actividades de los órganos. Estos últimos se vuelven entonces internamente rígidos y frágiles. Sus procesos esenciales se desarrollan con demasiada lentitud. Vemos la aparición, en un momento u otro, de procesos patológicos para una comprensión de los cuales será necesario reconocer si se deben a una deficiencia general de grasa.

Si por el contrario, como en el caso ya mencionado, hay un exceso de grasa, dando lugar a focos parasitarios de calor, los órganos se adueñarán de tal manera que se volverán activos más allá de lo normal. Surgirán entonces tendencias a la alimentación excesiva, de modo que se sobrecargue el organismo. Esto no implica necesariamente que la persona se convierta en un comedor excesivo. Puede ser, por ejemplo, que la actividad metabólica del organismo suministre demasiada sustancia a un órgano de la cabeza, retirándola de los órganos de la parte inferior del cuerpo y de los procesos de secreción. La acción de los órganos así privados se verá entonces disminuida en su vitalidad. Las secreciones de las glándulas, por ejemplo, pueden ser deficientes. Los constituyentes fluidos del organismo entran en una relación no saludable en su mezcla. Por ejemplo, la secreción de bilis puede llegar a ser demasiado grande en comparación con la del líquido pancreático. Una vez más será importante reconocer cómo un síndrome que surge localmente debe ser juzgado en que puede proceder de una manera u otra de una actividad insalubre de la grasa.

Traducido por J.Luelmo junio2021


1  En el texto original en alemán aparece con el término die animalischen (astralischen)

GA027-7 La naturaleza de los efectos curativos

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CAPÍTULO VII


La organización humana no consiste en un sistema autónomo de procesos entrelazados. Si fuera un sistema así, no podría ser portador del alma o del espíritu. Es gracias a que el organismo humano se descompone continuamente o entra en el camino de la actividad mineral sin vida en su sustancia nerviosa y ósea y en los procesos con los que estas sustancias se incorporan, lo que hace que el alma y el espíritu pueden tener al organismo humano como base.

En los tejidos nerviosos la proteína se desintegra. Pero en estos tejidos, a diferencia de lo que ocurre en la célula huevo y en otras formas orgánicas, no se reconstruye entrando en el dominio de las influencias que irradian hacia la tierra. Simplemente se desintegra. De este modo, las influencias del éter que se irradian a través de los órganos de los sentidos desde los objetos y procesos del entorno, así como las que se forman cuando intervienen los órganos del movimiento, pueden utilizar los nervios como órganos a lo largo de los cuales se transportan por todo el cuerpo.

En los nervios hay dos tipos de procesos: la desintegración de las proteínas y la permeabilización de esta sustancia desintegradora con la sustancia etérica, cuyo flujo es iniciado y estimulado por los ácidos, las sales y los materiales del carácter del fósforo y del azufre. El equilibrio entre los dos procesos está mediado por las grasas y el agua.

Vistos en su naturaleza esencial, estos son procesos de enfermedad que impregnan el organismo todo el tiempo. Deben ser equilibrados por procesos no menos continuos de curación.

Este equilibrio se produce a través de la sangre, que contiene no sólo aquellos procesos que constituyen el crecimiento y el metabolismo, sino además una acción curativa constante mediante la cual se oponen a los procesos nerviosos que inducen a la enfermedad.

En la sustancia plasmática y en el fibrinógeno la sangre contiene aquellas fuerzas que sirven al crecimiento y al metabolismo en sentido estricto. En lo que aparece como contenido de hierro cuando se examinan los glóbulos rojos, está el origen de la propiedad curativa de la sangre. En consecuencia, el hierro también aparece en el jugo gástrico, y como óxido de hierro en el quilo. En todos ellos se crean fuentes para los procesos que contrarrestan los procesos de los nervios.

El hierro se revela, al examinar la sangre, como el único metal que, dentro del organismo humano, conserva cierta tendencia a la cristalización. De este modo, afirma, incluso dentro del cuerpo, fuerzas que, de hecho, no son otras que las fuerzas externas, físicas y minerales de la naturaleza. Dentro del organismo humano forman un sistema de fuerzas que se orienta en el sentido de la naturaleza física exterior. Sin embargo, esto es superado perpetuamente por la organización del yo.

Tenemos, pues, dos sistemas de fuerzas. Uno tiene su origen en los procesos nerviosos; el otro en la formación de la sangre. En los procesos nerviosos, sólo se desarrollan procesos patógenos en la medida en que la perpetua contrainfluencia de los procesos sanguíneos es capaz de curarlos. Estos procesos nerviosos son provocados en la sustancia nerviosa, y por tanto en el organismo en su conjunto, por el cuerpo astral. Los procesos sanguíneos, por otra parte, son aquellos en los que la organización del yo dentro del organismo humano se enfrenta a la naturaleza física exterior, que aquí se continúa en el cuerpo y es subyugada por la organización del yo a su propio proceso formativo.

En esta interrelación podemos captar directamente los procesos esenciales de enfermar y sanar. Si surgen en el cuerpo aumentos de aquellas actividades que están presentes en su medida normal en todo lo que es estimulado por el proceso nervioso, entonces hay enfermedad. Y si podemos confrontar tales procesos por otros que presenten el refuerzo de ciertos efectos de naturaleza externa en el organismo, entonces puede producirse un efecto de curación si estos efectos de naturaleza externa pueden ser dominados por el organismo del yo y son tales como para contrarrestar los procesos dirigidos en oposición.

La leche sólo contiene pequeñas cantidades de hierro, por ello es la sustancia que, como tal, representa menos posibilidades de actividad de las fuerzas patógenas. La sangre debe exponerse perpetuamente a todo lo que produce la enfermedad; por lo tanto, requiere el hierro organizado, es decir, el hierro que ha sido recibido en la organización del yo -la hematina- como un remedio que actúa continuamente.

Para un remedio que ha de influir en una condición patológica que aparezca en la organización interna, o que se produzca externamente pero que siga su curso dentro del organismo, el primer punto es descubrir cómo y hasta qué punto está trabajando la organización astral para provocar, en algún punto del cuerpo, una desintegración de la proteína como la que induce la organización nerviosa de forma normal. Supongamos que se trata de obstrucciones en el bajo vientre. Podemos observar en el dolor que se presenta una actividad excesiva del cuerpo astral. En este caso estamos ante una situación característica del organismo intestinal.

La pregunta importante ahora es: ¿cómo se puede contrarrestar la influencia astral intensificada? Esto puede hacerse introduciendo en la sangre sustancias que puedan ser absorbidas por la parte de la organización del yo que trabaja en el sistema intestinal. Son el potasio y el sodio. Si las introducimos en el organismo en algún preparado -o a través de la organización de una planta, por ejemplo, Anagallis arvensis- eliminamos el excesivo efecto nervioso del cuerpo astral y, a través de la sangre, provocamos la transición del exceso de acción del cuerpo astral a la actividad de las sustancias nombradas que domina la organización del yo.

Si la sustancia se da en forma mineral, tendremos que tener cuidado de que el potasio o el sodio entren en la circulación de la sangre de la manera correcta, a fin de detener la metamorfosis de la proteína antes del punto de desintegración; esto puede hacerse mediante el uso de remedios auxiliares, o mejor aún mediante la combinación de potasio o sodio en la preparación con azufre. El azufre tiene la propiedad peculiar de ayudar a detener la desintegración de la albúmina; mantiene, por así decirlo, las fuerzas organizadoras de las proteínas juntas. Introducido en la circulación de manera que mantenga su unión con el potasio o el sodio, hará sentir su efecto en la región de aquellos órganos a los que el potasio o el sodio tienen una afinidad especial. Esto se aplica a los órganos intestinales.

Traducido por J.Luelmo junio2021

GA027-6 La sangre y los nervios

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CAPÍTULO VI


En la formación de la sangre y de los nervios se expresan de forma llamativa las actividades de los diversos organismos humanos en relación con el organismo en su conjunto. Cuando los alimentos son absorbidos por el cuerpo, éstos se transforman progresivamente en el proceso de formación de la sangre, todo este proceso está bajo la influencia de la organización del yo. La organización del yo actúa desde los procesos que tienen lugar en la lengua y el paladar, acompañados por la sensación consciente, hasta los procesos inconscientes y subconscientes en el funcionamiento de la pepsina, el jugo pancreático, la bilis, etc. Luego el trabajo de la organización del ego se retira, y en la posterior transformación de los alimentos en lo que es la sustancia de la sangre, predomina la actividad del cuerpo astral. Esto continúa hasta el punto en que, en el proceso de respiración, la sangre se encuentra con el aire, el oxígeno. En este punto el cuerpo etérico realiza su actividad principal. En el ácido carbónico que está a punto de ser exhalado, pero que aún no ha salido del cuerpo, tenemos una sustancia que, en su mayor parte, sólo está viva, es decir, no es ni sensible ni muerta. La cantidad principal de este ácido carbónico vivo abandona el organismo; una pequeña parte continúa trabajando en los procesos que tienen su centro en la organización de la cabeza. Esta porción muestra una fuerte tendencia a pasar a la naturaleza inorgánica sin vida, pero no se vuelve totalmente sin vida.

El sistema nervioso muestra un fenómeno opuesto. En el sistema nervioso simpático que recorre e impregna los órganos de la digestión, el cuerpo etérico es primordial. Los órganos nerviosos de los que nos ocupamos aquí son principalmente órganos vivos. La organización astral y del ego no los organizan desde dentro sino desde fuera. Por esta razón, la influencia de la organización astral y del ego que trabajan en estos órganos nerviosos es poderosa. Las pasiones y las emociones tienen un efecto profundo y duradero sobre el sistema nervioso simpático. El dolor y la ansiedad lo destruirán gradualmente.

El sistema nervioso espinal, con sus muchas ramificaciones, es en el cual interviene principalmente la organización astral. Por lo tanto, es el portador de todo lo que es psicológico en el hombre, es decir, los procesos reflejos, pero no de lo que tiene lugar en el ego, en el espíritu autoconsciente.

En realidad, son los nervios craneales los que subyacen a la organización del yo. En ellos se repliegan las actividades de la organización etérica y astral.

Podemos distinguir tres regiones distintas que surgen en el organismo como un todo. En una región inferior, los nervios impregnados desde el interior principalmente por la acción del organismo etérico trabajan con una sustancia sanguínea que está sujeta predominantemente a la actividad de la organización del ego. En esta región, durante el período de desarrollo embrionario y post-embrionario, tenemos el punto de partida de todas las formaciones de órganos relacionadas con la dotación de vida interior al organismo del hombre. En la formación del embrión, esta región, siendo todavía débil, recibe influencias formativas y vivificantes del organismo materno circundante. Luego hay una región intermedia, donde los nervios, influidos por la organización astral, trabajan con procesos sanguíneos que dependen igualmente de esta organización astral y, en sus partes superiores, de la etérica. Aquí, en los períodos de formación del hombre, se encuentra el punto de partida para la formación de aquellos órganos que son instrumentales en los procesos del movimiento exterior e interior, esto se aplica no sólo a los músculos por ejemplo, sino a todos los órganos que son causas de la movilidad, sean o no músculos en el sentido propio. Por último, hay una región superior donde los nervios, sujetos a la actividad organizadora interna del yo, trabajan con procesos sanguíneos que tienen una fuerte tendencia a pasar al reino mineral sin vida. Aquí se encuentra el punto de partida, durante la época de formación del hombre, para la formación de los huesos y todo lo que sirve al cuerpo humano como órganos de soporte.

Sólo entenderemos el cerebro del hombre si vemos en él una tendencia a la formación de huesos interrumpida en su primer comienzo. Y sólo comprenderemos la formación de los huesos cuando reconozcamos en ella el funcionamiento de los mismos impulsos que en el cerebro; en la formación de los huesos, el impulso cerebral es llevado a su conclusión final e impregnado desde fuera por los impulsos del organismo medio, donde los órganos nerviosos determinados astralmente trabajan junto con la sustancia sanguínea determinada etéricamente. En la ceniza ósea que permanece con su configuración particular cuando los huesos son sometidos a la combustión, vemos los resultados de la región superior de la organización humana. Mientras que en el residuo orgánico cartilaginoso que queda cuando los huesos son tratados con ácido clorhídrico diluido, tenemos el resultado de los impulsos de la región media.

El esqueleto es la imagen física de la organización del ego. En el proceso de creación del hueso, la sustancia orgánica humana, al tender hacia el mineral sin vida, está totalmente sujeta a la organización del ego. En el cerebro, el ego está activo como un ser espiritual. La capacidad del ego para crear la forma en la sustancia física es aquí desbordada por completo por la actividad organizadora de lo etérico, incluso por las fuerzas propias de lo físico. El cerebro se basa sólo mínimamente en el poder organizador del ego, que aquí se sumerge en los procesos de la vida y en el funcionamiento de lo físico. Sin embargo, esta es la misma razón por la que el cerebro es el portador del trabajo espiritual del ego. Porque, en la medida en que las actividades orgánicas y físicas del cerebro no implican a la organización del ego, ésta puede dedicarse libremente a sus propias actividades. En el sistema óseo del esqueleto, por perfecto que sea como imagen física de la organización del ego, ésta se agota en el acto de formar y organizar lo físico, y como actividad espiritual, no queda nada. Por lo tanto, los procesos en los huesos son los más inconscientes

Mientras esté en el organismo, el ácido carbónico que se expulsa en la respiración sigue siendo una sustancia viva; la actividad astral que tiene su sede en la región media o espinal del sistema nervioso lo toma y lo impulsa hacia el exterior. La porción de ácido carbónico que el metabolismo lleva a la cabeza se combina allí con el calcio, y así desarrolla una tendencia a entrar en la esfera de acción de la organización del yo. A través de esto, el carbonato de calcio es conducido bajo la influencia de los nervios de la cabeza, motivado interiormente por la organización del ego, hacia la formación de huesos.

Las sustancias miosina y miógeno producidas a partir de los alimentos, tienden a depositarse en la sangre; son sustancias condicionadas astralmente para empezar, y están en interacción recíproca con el simpático, que está organizado desde dentro por el cuerpo etérico. Sin embargo, estas dos proteínas también son tomadas en cierta medida por la actividad del sistema nervioso medio, que está bajo la influencia del cuerpo astral. Entran así en relación con los productos de descomposición de la albúmina, con las grasas, el azúcar y otras sustancias similares al azúcar. Esto les permite, bajo la influencia del sistema nervioso medio, encontrar su camino en el proceso de formación de los músculos.