GA216- Dornach 30 de septiembre de 1922 La necesidad de avivar el pensamiento muerto de hoy.

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RUDOLF STEINER

Impulsos básicos de la historial mundial de la humanidad

Conferencia nº 7 de una serie de ocho conferencias, celebradas del 16 de septiembre al 1 de octubre 1922, en Dornach.


GA216 SÉPTIMA CONFERENCIA

La necesidad de avivar el pensamiento muerto de hoy.


Dornach 30 de septiembre de 1922

En las últimas conferencias hemos escuchado cómo los impulsos fundamentales en el desarrollo de la historia se expresan en fenómenos como la extraña costumbre en la cultura egipcia de momificar el cuerpo humano y en la época moderna la conservación de los cultos antiguos, que es también una especie de "momificación", en este último caso de ceremonias y ritos.
Hemos visto cómo los impulsos básicos del desarrollo histórico de la humanidad se expresan en fenómenos como la extraña tendencia de la cultura egipcia hacia la momificación de la forma humana y, en tiempos más recientes, hacia la conservación de antiguas formas de culto, lo que también representa en cierto sentido una especie de momificación, pero una momificación del hecho ritual. Si volvemos con algunas reflexiones a la cultura egipcia tal y como se revela exteriormente en la momia, debemos conectar lo que hemos obtenido allí como visión con una exposición que di durante el curso celebrado recientemente en el Goetheanum, pero que también he dado aquí varias veces. Me refiero a la descripción de la actividad humana ordinaria del pensamiento tal y como la ejerce el hombre de manera que la desarrolla gradualmente en sí mismo durante su infancia, adquiere cierta habilidad en ella y la lleva a cabo entre su adolescencia y su muerte. Esta actividad de pensar, esta actividad intelectual, como la he llamado a menudo, la hemos conocido como actividad intelectual. Nos hemos familiarizado con ella como una especie de cadáver interior del alma. El pensamiento, tal y como lo ejerce el ser humano en la vida terrenal, sólo se ve bajo la luz correcta cuando se compara, en lo que respecta a su relación con el verdadero ser del hombre, con el cadáver que queda al morir.
El principio que hace que el hombre sea verdaderamente hombre, se va con la muerte, y en el cadáver queda algo que sólo puede tener esta forma particular porque un ser humano vivo la ha dejado tras de sí. Nadie podría ser tan tonto como para creer que el cadáver humano, con su forma característica, podría haber sido producido por ningún acto de la naturaleza, por ninguna combinación de fuerzas de la naturaleza. Un cadáver es evidentemente un resto, un residuo. Algo debe haberle precedido, a saber, el ser humano vivo. La naturaleza exterior tiene, es cierto, el poder de destruir la forma del cadáver humano, pero no el poder de producirlo. Esta forma humana es producida por los miembros superiores del ser humano, pero con la muerte éstos desaparecen.

Así como nos damos cuenta de que un cadáver deriva de un ser humano vivo, la verdadera concepción del pensamiento, del pensamiento humano, es que no puede, por sí mismo, haber llegado a ser lo que es en la vida terrenal, sino que es una especie de cadáver en el alma - el cadáver de lo que era antes de que el ser humano bajara de los mundos anímicos-espirituales a la existencia física en la tierra. En la existencia preterrenal el alma estaba viva en el sentido más verdadero, pero algo murió al nacer, y el cadáver, que queda de esta muerte en la vida del alma, es nuestro pensar humano. Los que mejor han conocido lo que significa vivir en el mundo del pensar han sentido, además, el carácter mortífero del pensar abstracto. Basta recordar el conmovedor pasaje con el que Nietzsche comienza su descripción de la filosofía en la época de la tragedia griega. Describe cómo el pensamiento griego, ejemplificado por filósofos presocráticos como Parménides o Heráclito, se eleva a las nociones abstractas de ser y devenir. Aquí, dice, se siente el inicio de una frialdad glacial. Y así es, en efecto.

Pensemos en los hombres del antiguo Oriente y en cómo trataban de comprender la naturaleza exterior en imágenes vivas, interiormente móviles, aunque estas imágenes fueran oníricas. En comparación con este pensamiento vivo e interiormente móvil, que vivificaba todo el ser humano y que floreció en la filosofía Vedanta, el pensar abstracto de los tiempos posteriores es verdaderamente un cadáver. Nietzsche fue consciente de ello cuando sintió el impulso de escribir sobre aquellos filósofos presocráticos que, por primera vez en la evolución de la humanidad, se adentraron en el reino de los pensamientos abstractos.
Estudien ustedes a los sabios de Oriente que precedieron a los filósofos griegos y no encontrarán en ellos ningún rastro de duda de que el ser humano vivió en mundos anímico-espirituales antes de descender a la tierra. Simplemente no es posible experimentar el pensamiento como una realidad viva y no creer en la existencia preterrenal del hombre. Experimentar el pensamiento vivo es como conocer a un ser humano vivo en la tierra. Aquellos que ya no experimentaron el pensamiento vivo -y esto se aplica a los filósofos griegos incluso antes de los días de Sócrates- tales hombres pueden, como Aristóteles, tener dudas sobre el hecho de que el ser humano no llega a existir por primera vez al nacer. Por lo tanto, hay que distinguir entre el pensamiento interiormente móvil y vivo de Oriente, con el cual se sabía que el hombre desciende de los mundos espirituales a la existencia terrenal, y aquel otro pensamiento que es un cadáver y que sólo aporta el conocimiento de lo que es accesible al hombre entre el nacimiento y la muerte.

Traten de ponerse en la posición de un sabio egipcio, que viviera, digamos, hacia el año 2000 antes de Cristo. Habría dicho: Hace tiempo, en Oriente, los hombres experimentaban el pensar vivo. Pero el sabio egipcio se encontraba en una situación extraña; su vida anímica no era como la nuestra hoy en día; la experiencia del pensar vivo se había desvanecido, ya no estaba a su alcance, y el pensar abstracto aún no había comenzado. Mediante el embalsamamiento de las momias se creó un sustituto por medio del cual, de la manera que he descrito, se hacía posible una imagen, un concepto de la forma humana. Los hombres se ejercitaban en desplegar una imagen de la forma humana muerta en la momia y comenzaban, por primera vez, a desarrollar un pensar abstracto, muerto. Fue a partir del cadáver humano cuando surgió el pensar muerto.

La contrapartida de esto en los tiempos modernos es que, en las sociedades ocultas de aquí y de allá, los rituales, los cultos y los actos ceremoniales que en su día estaban llenos de realidad viva se han conservado como tradiciones muertas. No hay más que pensar en los rituales que ustedes hayan leído, tal vez los de los francmasones. Encontrarán que hay ceremonias del Primer Grado, del Segundo Grado, del Tercer Grado, y así sucesivamente. Todas ellas se aprenden, se escriben o se representan de forma externa. Sin embargo, antaño estos cultos estaban cargados de vida tan real como el principio vital que actúa en las plantas. Hoy, las ceremonias y los ritos son formas muertas. Incluso el Misterio del Gólgota sólo pudo suscitar en ciertas naturalezas sacerdotales, aquí y allá, aquellas experiencias interiores y vivas que a veces surgían en relación con los ritos de las Iglesias cristianas después de la época de Cristo. Pero hasta ahora la humanidad no ha sido capaz de infundir una vida real en las ceremonias y los ritos, y de hecho aquí es necesario algo más.

Todo el pensamiento actual se dirige esencialmente al mundo muerto. En nuestra época simplemente no se comprende la naturaleza del pensamiento vivo que existió en otro tiempo. El pensamiento intelectualista vigente desde mediados del siglo XV de nuestra era es, en verdad, un cadáver y por eso se aplica sólo a lo que está muerto en la naturaleza, al reino mineral. La gente prefiere estudiar las plantas, los animales e incluso el ser humano, simplemente desde el aspecto de las fuerzas minerales, físicas, químicas, porque sólo quieren utilizar este pensamiento muerto, este cadáver de pensamientos que habita en el hombre puramente intelectualista.

En la presente serie de conferencias he mencionado el nombre de Goethe. Goethe era, como ustedes saben, miembro de la comunidad de los masones y conocía sus ritos. Pero experimentó estos ritos de una manera que sólo él era capaz de hacer. Para él, la vida real brotaba de los ritos que, para otros, no eran más que formas conservadas por la tradición. Pudo establecer una conexión real con esa realidad espiritual del ser, que fluía de la forma descrita desde la existencia pre-terrenal a la terrenal y que, como he dicho, siempre le rejuvenecía. Pues Goethe se rejuveneció realmente más de una vez en su vida. De ahí surgió para él la idea de la metamorfosis i, uno de los pensamientos más significativos de toda la vida espiritual moderna y cuya importancia aún no se reconoce.

¿Qué había logrado Goethe en realidad cuando desarrolló la idea de la metamorfosis? Había reavivado un pensamiento interiormente vivo, capaz de penetrar en el cosmos. Goethe se rebeló contra la botánica de Linneo, en la que las plantas están dispuestas en yuxtaposición, cada una de ellas colocada en una categoría definida y un sistema hecho a partir de todo ello. Goethe no podía aceptar esto; no quería estos conceptos muertos. Quería un tipo de pensar vivo, y lo consiguió de la siguiente manera. 

En primer lugar, observó la planta misma y pensó que abajo la planta desarrolla hojas crudas, sin forma, luego, más arriba, hojas que tienen formas más desarrolladas, pero que son transformaciones, metamorfosis de las de abajo; luego vienen los pétalos de las flores con su color diferente, luego los estambres y el pistilo en el centro - todos son transformaciones de la forma fundamental única de la propia hoja. Goethe no dijo: Aquí hay una hoja de una planta y aquí una hoja de otra planta diferente. No consideraba la planta de esta manera, sino que decía: El hecho de que una hoja tenga una forma particular y otra hoja una forma diferente, es una mera externalidad. Visto interiormente, el asunto es el siguiente. La propia hoja tiene un poder interno de transformación, y es tan posible que aparezca exteriormente con una forma como con otra. En realidad no hay dos hojas, sino una hoja, en dos formas diferentes de manifestación. Una planta tiene la hoja verde abajo y el pétalo arriba. 

Los pedantes intelectualistas dicen: "La hoja y el pétalo son dos cosas muy diferentes". Nada más obvio, para los pedantes, pues una forma es roja y la otra verde. Ahora bien, si alguien lleva una camisa verde y una chaqueta roja, aquí sí que hay una diferencia real. En lo que respecta a la vestimenta, en todo caso en la época moderna, el filisteísmo prevalece y está, además, en su justo lugar. En ese ámbito uno no puede evitar ser un filisteo. Pero Goethe se dio cuenta de que la planta no puede estar comprendida en tales teorías. Se decía a sí mismo: El pétalo rojo es lo mismo, fundamentalmente, que la hoja verde; no son dos fenómenos separados y distintos. Sólo hay una hoja, que se manifiesta en diferentes formaciones. La misma fuerza actúa, unas veces abajo y otras arriba. Abajo trabaja de tal manera que las fuerzas son, en su mayoría, extraídas de la tierra. 

Aquí la planta extrae fuerzas de la tierra, las aspira hacia arriba, y la hoja, creciendo bajo la influencia de las fuerzas de la tierra, se vuelve verde. La planta continúa creciendo; más arriba los rayos del sol son más fuertes que abajo, y el sol tiene el dominio. Así, el mismo impulso llega a la esfera de la luz solar y produce los pétalos rojos.

Goethe podría haber hablado de la siguiente manera. Supongamos que un hombre que no tiene nada que comer ve a otro que tiene cantidades de comida y se pone envidioso, literalmente pálido de envidia. En otra ocasión alguien le da un golpe y entonces enrojece. Según el principio que habla de dos hojas distintas y diferentes, se podría argumentar: Aquí hay dos hombres - dos, porque uno es pálido y el otro es rojo. Así como no existen dos hombres, uno que está rojo a causa de un golpe y otro que está pálido a causa de la envidia - tampoco existen dos hojas. Hay una hoja; en un lugar tiene una forma particular, en otro lugar una forma diferente. Goethe no consideraba esto particularmente maravilloso, pues, después de todo, un hombre puede correr de un lugar a otro y los hombres que se ven en diferentes lugares no son ciertamente dos personas diferentes. Brevemente, Goethe se dio cuenta de que esta observación de las cosas en estricta yuxtaposición no es una verdad, sino una ilusión, que sólo hay una hoja: verde en un lugar, roja en otro; y aplicó a las diferentes plantas el mismo principio que aplicaba a las diversas partes de la planta única. Piénsese en lo siguiente. Supongamos que una planta vive en condiciones favorables. A partir de la semilla forma una raíz, un tallo, hojas en el tallo, luego pétalos, estambres y pistilo dentro de los estambres. Goethe sostenía que también los estambres son sólo diferentes formaciones de la hoja. 

También podría haber dicho: Los intelectuales sostienen que, al fin y al cabo, los pétalos rojos son anchos y los estambres finos como un hilo, salvo quizá la antera de la parte superior. A pesar de ello, Goethe sostenía que el pétalo ancho de la flor y el estambre delgado son sólo formaciones diferentes de una misma hoja fundamental. Podría haber preguntado: ¿No os habéis fijado en alguna persona que en un momento de su vida era tan delgada como un junco y después se ha vuelto muy corpulenta? Ciertamente no se trataba de dos personas diferentes. Los pétalos y los estambres son básicamente uno, y el hecho de que estén situados en dos lugares diferentes de la planta es irrelevante. Ningún hombre puede correr lo suficientemente rápido como para estar en dos lugares a la vez, aunque se cuenta que un inteligente banquero de Berlín, cuando lo molestaban por todos lados, exclamó una vez: "¿Creen que soy un pájaro que puede estar en dos sitios a la vez?" Un ser humano no puede estar en dos lugares simultáneamente. La cuestión es que Goethe buscaba en todas partes manifestaciones del principio de metamorfosis, de la unidad en la multiplicidad, de la unidad en lo múltiple. Y así imprimió vida al concepto.

Si comprendéis lo que he dicho ahora, mis queridos amigos, comprenderéis la idea del Espíritu. He dicho que toda la planta es realmente una hoja que se manifiesta en diferentes formaciones. Esto no puede imaginarse en el sentido físico; hay que captarlo espiritualmente, algo que se transforma en todas las formas imaginables. Es el espíritu el que vive en el reino vegetal. Ahora podemos ir más allá. Podemos tomar una planta que es normal y sana porque su semilla ha sido colocada correctamente en la tierra, ha absorbido el sol suave de la primavera, luego el sol pleno del verano y ha podido desarrollar sus semillas bajo el sol debilitado del otoño. Pero supongamos que una planta existe en tales condiciones de la naturaleza que no tiene tiempo para desarrollar una raíz, un tallo adecuado, hojas o pétalos, sino que se ve obligada a desarrollarse muy rápidamente, tan rápidamente que todo en ella carece de definición. Esa planta se convierte en una seta, en un hongo.

Ahí tenemos dos extremos: una planta que tiene tiempo para diferenciarse en todas sus partes detalladas, para desarrollar raíces, tallo, hojas, flores, frutos; y una planta colocada en tales condiciones de la naturaleza que no tiene tiempo para formar una raíz, con el resultado de que todo en ella permanece sólo como indicación; no puede desarrollar tallo y hojas, y está obligada a desplegar rápidamente y sin definición el principio que subyace a la formación de pétalos, frutos y semillas. Una planta de este tipo apenas consigue ocupar su lugar en la tierra y despliega con asombrosa rapidez lo que otras plantas despliegan lentamente. Pensemos, por ejemplo, en la amapola de maíz. Después de echar lentamente sus hojas verdes, puede proceder a desplegar sus pétalos, luego los estambres, luego el pistilo alegre en el centro. Pero un hongo debe hacer todo esto muy rápidamente; no hay tiempo para la diferenciación, no hay tiempo para la exposición al sol, que traería los hermosos colores, porque el sol está ausente durante su breve período de desarrollo. En el hongo tenemos una flor sin definición; el desarrollo se ha producido con demasiada rapidez. También aquí hay una unidad fundamental. Dos plantas muy diferentes son básicamente iguales.

Pero antes de que todo esto pueda ser realmente pensado, hay que cambiar un poco, interiormente. Un intelectualista - Goethe podría haber dicho, un "filisteo rígido" - mira una amapola con su flor roja y áspera y su pistilo bien desarrollado en el centro. Lo que realmente debería hacer es mirar al mismo tiempo una seta y mantener el concepto que se ha formado de la amapola tan móvil y flexible que sea capaz de ver dentro de la propia amapola, al menos en tendencia, una especie de seta o de hongo. Pero eso, por supuesto, es pedirle demasiado a un pedante. Tendrás que poner ante él la seta real para que su intelecto pueda alejarse de la amapola sin esfuerzo interior, sin encenderse a la vida, pues todo lo que tiene que hacer es inclinar la cabeza muy ligeramente. Entonces será capaz de visualizar un objeto junto al otro por separado, ¡y todo está bien!

Tal es la diferencia entre el pensamiento muerto y el pensamiento vivo, interiormente alerta, que Goethe desarrolló en relación con el principio de la metamorfosis. Él enriqueció el mundo del pensamiento con un glorioso descubrimiento. Por esta razón, en las Introducciones a las obras de Goethe sobre Ciencias Naturales que escribí en los años ochenta del siglo pasado, se encuentra la frase: Goethe es a la vez el Galileo y el Copérnico de la ciencia de la naturaleza orgánica, y lo que Galileo y Copérnico lograron en relación con la naturaleza muerta y exterior, es decir, la aclaración del concepto de naturaleza para que pudiera abarcar tanto los aspectos astronómicos como los físicos, Goethe lo logró para la ciencia de la naturaleza orgánica con su concepto vivo de metamorfosis. Tal fue su descubrimiento supremo.
Este concepto de metamorfosis puede aplicarse, si se quiere, a toda la naturaleza. Cuando a Goethe se le ocurrió una imagen de la forma vegetal a partir de este concepto de metamorfosis, inmediatamente se le ocurrió que el principio debía ser también aplicable al animal. Pero esto es un asunto más difícil. Goethe pudo concebir que una hoja procediera de otra; pero le resultó mucho más difícil imaginarse la forma de una de las vértebras de la columna vertebral, por ejemplo, metamorfoseada, transformada, en un hueso de la cabeza, lo que habría supuesto la aplicación del principio de metamorfosis al animal y también al ser humano. Sin embargo, Goethe también tuvo un éxito parcial en esto, como ya he contado a menudo. En el año 1790, mientras paseaba por un cementerio de Venecia, tuvo la suerte de toparse con un cráneo de oveja, cuyos huesos se habían deshecho de forma muy favorable para su observación. Al examinar estos huesos de animal, se le ocurrió que se parecían a las vértebras de la columna vertebral, aunque muy transformadas. Y entonces concibió la idea de que los huesos, al menos, también pueden imaginarse como la representación de un impulso básico creador de huesos, que simplemente se manifiesta en diferentes formas.

Sin embargo, con respecto al ser humano, Goethe no llegó muy lejos porque no logró pasar de su idea de metamorfosis a la verdadera Imaginación. Cuando la imaginación real avanza hacia la inspiración y la intuición, el principio de uniformidad se revela de manera aún más sorprendente. Y ya he indicado cómo se revela esta uniformidad en el ser del hombre cuando se comprende verdaderamente el concepto de metamorfosis. Cuando Goethe contempló las dicotiledóneas y visualizó las flores de tales plantas en formas más simples e indefinidas, pudo finalmente verlas como un hongo o seta. Y desde este mismo punto de vista, cuando estudiamos la cabeza humana, podemos concebirla como una metamorfosis del resto del esqueleto.

Intenten ustedes observar una de las mandíbulas inferiores de un esqueleto humano con el ojo de un artista. Difícilmente podrán hacer otra cosa que compararla con los huesos del brazo y de la pierna. Piensen en los huesos de la pierna y del brazo transformados y después, en las mandíbulas inferiores, tienen dos "piernas", sólo que aquí se han anquilosado. La cabeza es un hueso perezoso que nunca camina, sino que siempre está sentado. La cabeza está "sentada" sobre sus dos piernas anquilosadas. Imagínense a un hombre en la incómoda posición de estar sentado con las piernas unidas por una especie de cuerda, y tendrán prácticamente una réplica de la formación de las mandíbulas. Observe todo esto con el ojo de un artista y podrá imaginar fácilmente que las piernas se vuelven tan inmóviles como los huesos de la mandíbula inferior, y así sucesivamente.

Pero la verdad de la cuestión se hace realidad por primera vez cuando se concibe la cabeza humana como una transformación del resto del cuerpo. Os he dicho que la cabeza de nuestra vida terrestre actual es el cuerpo transformado (el cuerpo aparte de la cabeza) de nuestra vida terrestre anterior. La cabeza, o más bien las fuerzas de la cabeza, tal como eran entonces, han desaparecido. En algunos casos, incluso, ¡pasan durante la vida! La cabeza -estoy hablando, por supuesto, de fuerzas, no de sustancias- las fuerzas de la cabeza no se conservan; las fuerzas que ahora están encarnadas en tu cabeza eran las fuerzas que estaban encarnadas en las otras partes de tu cuerpo en tu vida anterior. En esa vida, a su vez, las fuerzas de la cabeza eran las del cuerpo de la vida anterior; y el cuerpo que ahora es tuyo se transformará, se metamorfoseará, en la cabeza de la futura vida terrestre. Por esta razón, la cabeza se desarrolla primero. Piénsese en el embrión en el cuerpo de la madre. La cabeza se desarrolla primero y el resto del organismo, al ser una nueva formación, se adhiere a la cabeza. La cabeza proviene de la vida terrestre anterior; es el cuerpo transformado, una forma que ha sido llevada a través de todo el lapso de existencia entre la muerte y un nuevo nacimiento; después se convierte en la estructura de la cabeza y se adhiere a ella los otros miembros. Aceptando el hecho de las repetidas vidas terrestres, podemos ver así al ser humano como una metamorfosis recientemente perfeccionada. La idea de la metamorfosis vegetal descubierta por Goethe a principios de la década de los ochenta del siglo XVIII conduce al concepto vivo del desarrollo a través de todo el reino animal hasta el ser humano, y la contemplación de éste conduce a la idea de las vidas terrenales repetidas.
La participación de Goethe en los actos ceremoniales del culto al que pertenecía fue la responsable de esta aceleración interior en su vida de pensamiento. Aunque no estaba del todo claro para su conciencia, tenía sin embargo un indicio de cómo el ser humano, que aún vive enteramente como alma en la vida preterrenal, arrastra fuerzas que han quedado de la estructura corporal de la vida terrenal anterior y que, habiendo entrado en la vida presente, se desarrollan dentro de las envolturas protectoras del cuerpo materno en la estructura de la cabeza.

Goethe no lo sabía conscientemente, pero lo intuía y lo aplicó, en primer lugar, a los fenómenos más simples de la vida vegetal. Como no había llegado el momento, no pudo extender el principio hasta el punto que es posible hoy en día, es decir, hasta el punto en que se puede comprender la metamorfosis del ser humano de una vida terrestre a la siguiente. Por lo general, se dice, con una sugerencia de compasión, que Goethe desarrolló esta idea de la metamorfosis porque, debido a su naturaleza artística, algo le había salido mal. Los pedantes y los filisteos hablan así por condescendencia. Pero los que no son ni pedantes ni filisteos se darán cuenta con alegría de que Goethe supo añadir el elemento del arte a la ciencia y, precisamente por ello, fue capaz de dar movilidad a sus conceptos. Los pedantes insisten, sin embargo, en que la naturaleza no puede ser captada por este tipo de pensamiento; los conceptos estrictamente lógicos son necesarios, dicen, para la comprensión de la naturaleza. Sí, pero qué pasa si la propia naturaleza es una artista... suponiendo esto, toda la ciencia natural que excluye el arte y se basa sólo en los conceptos de la deducción lógica podría encontrarse en una posición similar a la que una vez escuché cuando hablaba con un artista en Munich. Había sido contemporáneo de Carriere, el conocido escritor de Estética. Comenzamos, por casualidad, a hablar de Carriere y este hombre dijo: "Sí, cuando éramos jóvenes, los artistas no solíamos asistir a las conferencias de Carriere; si íbamos una vez, no volvíamos a ir; le llamábamos 'el embelesador de la estética'". Ahora bien, de la misma manera que un escritor de Estética puede ser llamado "embelesador" por los artistas, si la propia naturaleza hablara de sus secretos podría llamar al investigador estrictamente lógico... bueno, no embelesador, sino tal vez miserable, pues la naturaleza crea como un artista. No se puede ordenar a la naturaleza que se deje comprender según las leyes de la lógica estricta. La naturaleza debe ser comprendida tal y como es.
Así es el curso de la evolución histórica. Hace tiempo, en el antiguo Oriente, los conceptos y pensamientos estaban llenos de vida. He descrito cómo, inicialmente, estos conceptos vivos se convertían en percepción real a través de una metamorfosis del proceso respiratorio. Pero los seres humanos se vieron obligados a abrirse camino hasta los conceptos muertos y abstractos. Los egipcios no pudieron llegar a este estadio, sino que se forzaron en la dirección de los conceptos muertos a través de la contemplación del propio ser humano en el estado de muerte, en la momia. Nosotros, en nuestros días, tenemos que despertar los conceptos a una nueva vida. Esto no puede ocurrir mediante la mera elaboración de antiguas tradiciones ocultas, sino creciendo y elaborando el concepto vivo que Goethe fue el primero en desarrollar en forma de idea de metamorfosis. Aquellos que dominan el concepto vivo, es decir, aquellos que son capaces de captar lo Espiritual en su vida anímica - son capaces, desde el Espíritu, de llevar un nuevo y vivo impulso a las acciones externas de los hombres. Esto conducirá a algo de lo que he hablado a menudo a los antropósofos, a saber, que los hombres ya no se quedarán en el laboratorio o en la mesa de operaciones con la indiferencia engendrada por el materialismo, sino que sentirán los secretos revelados por la naturaleza a los oídos que la escuchan como hechos del Espíritu que la impregna y está activo en ella. Entonces la mesa del laboratorio se convertirá en un altar. Las fuerzas que conducen al progreso y a la ascensión no podrán actuar en la evolución de la humanidad hasta que la verdadera reverencia y la piedad entren en la ciencia, ni hasta que la religión deje de ser un mero refuerzo del egoísmo humano y sea considerada como un reino totalmente distinto de la ciencia. La ciencia debe aprender, al igual que los alumnos de los antiguos Misterios, a tener reverencia por lo que se investiga. He hablado de esto en el libro El cristianismo como hecho místico. Toda investigación debe ser considerada como una forma de relación con el mundo espiritual y entonces, escuchando a la naturaleza, aprenderemos de ella aquellos secretos que, en verdad, promueven la evolución ulterior de la humanidad. Y entonces se invertirá el proceso de momificación, que antes era una experiencia necesaria para el hombre. Los egipcios embalsamaban el cadáver humano, con el resultado de que incluso ahora podemos presenciar el espectáculo casi aterrador de series enteras de momias traídas por los europeos desde Egipto y depositadas en los museos. Al igual que el pensamiento humano se rigidizó en su día como resultado de la costumbre de la momificación, ahora hay que despertarlo a la vida.

Los antiguos egipcios tomaban los cadáveres de los hombres, los embalsamaban, conservaban la muerte. Nosotros, en nuestros días, debemos sentir que tenemos una verdadera muerte del alma dentro de nosotros si nuestros pensamientos son puramente abstractos e intelectualistas. Debemos sentir que estos pensamientos son la momia del alma, y aprender a comprender la verdad vislumbrada por Paracelso cuando tomó alguna sustancia del organismo humano y la llamó "momia". En el diminuto residuo material del ser humano, vio la momia. Paracelso no necesitaba un cadáver embalsamado para ver la momia, pues consideraba que la momia era la suma de las fuerzas que podían llevar al hombre a la muerte en cualquier momento si la nueva vida no lo animaba durante la noche.

El pensamiento muerto domina en nosotros; nuestro pensamiento representa la muerte del alma. En nuestro pensamiento llevamos la momia del alma que produce precisamente las cosas más apreciadas en la civilización moderna. Si tenemos un tipo de percepción más amplio, el tipo de percepción, por ejemplo, que permitió a Goethe ver las metamorfosis, podemos pasar por las salas donde se exponen las momias en los museos y luego salir a la calle y ver allí lo mismo... es simplemente una cuestión del nivel desde el que miramos, ya que en la era moderna del intelectualismo hay poca diferencia - el hecho de que las momias no caminen como los seres humanos en la calle, es sólo una externalidad. Las momias de los museos son momias de cuerpos; los seres humanos que andan por las calles en esta época de intelectualismo son momias de alma porque están llenos de pensamientos muertos, de pensamientos incapaces de vida. La vida primigenia se rigidizó en las momias de Egipto y esta vida de alma rigidizada debe volver a ser vivificada por el bien del futuro de la humanidad. No debemos seguir estudiando la anatomía y la fisiología en la forma en que se ha acostumbrado hasta ahora. Esto era permisible entre los antiguos egipcios cuando los cadáveres del ser humano físico yacían ante ellos. No debemos momificar más el cadáver de la vida anímica abstracta que llevamos en nuestro pensamiento intelectualista. Hoy en día existe una verdadera tendencia a embalsamar el pensamiento para que se convierta en algo pedantemente lógico, sin una sola chispa de vida ardiente.
Las fotografías de las momias son tan rígidas y acartonadas como la propia momia. Una típica obra estándar de hoy en día sobre alguna rama del conocimiento moderno es una fotografía, una imagen del alma momificada; en este caso es el alma la que ha sido embalsamada. Y si la duda surge porque además del intelecto, que ciertamente está momificado, el ser humano tiene otras características, todo tipo de impulsos corporales y de otro tipo, por ejemplo, de modo que la imagen de la momia no es muy clara... sin embargo está ahí, inequívocamente, en los libros de texto estándar. El proceso de embalsamamiento en tales escritos es muy perceptible. Este embalsamamiento del pensamiento debe cesar. En lugar del proceso de embalsamamiento aplicado por los egipcios a las momias, necesitamos algo diferente, a saber, un elixir de vida - no como muchos piensan hoy en día, como un medio para perfeccionar el cuerpo físico, sino en una forma que haga que los pensamientos estén vivos, que los desmemorice. Cuando entendemos esto, tenemos una imagen de un impulso profundamente significativo en la evolución histórica. Es una imagen de cómo la cultura espiritual se rigidizó una vez en el embalsamamiento de las momias y de cómo un elixir de espíritu y alma debe ser vertido en todo lo que ha sido momificado en el hombre moderno en el curso de su educación y desarrollo, para que la cultura pueda fluir hacia el futuro. Hay dos fuerzas: una se manifiesta en la costumbre egipcia del embalsamamiento y la otra en el proceso de "desembalsamamiento" que el hombre moderno debe aprender a aplicar.

Aprender a "desembalsamar" las fuerzas muertas y rígidas del alma - es una tarea de la mayor importancia posible hoy en día. Si no se consigue, se producen fenómenos de los que he dado un ejemplo aquí hace poco. Un hombre como Spengler se dio cuenta de que los conceptos y pensamientos rígidos no sirven, que conducen a la muerte de la cultura. En un artículo de Das Goetheanum mostré lo que realmente le ocurrió a Spengler. Se dio cuenta de que los conceptos estaban muertos, ¡pero los suyos no estaban vivos! Su destino era el mismo que el de la mujer del Antiguo Testamento que miraba hacia atrás. Spengler miró a todos los pensamientos muertos y momificados de los hombres y él mismo se convirtió en una estatua de sal. Al igual que la mujer del Antiguo Testamento, Spengler se convirtió en una estatua de sal, porque sus conceptos no tienen más vida que los de los demás.

Hay una antigua máxima ocultista que dice que "la sabiduría vive en la sal"... pero sólo cuando la sal se disuelve en mercurio y fósforo humanos. La sabiduría de Spengler es una sabiduría que se ha rigidizado en la sal. Pero el mercurio que pone la sal en movimiento, haciéndola cósmica, universal - esto falta; y el fósforo, también, falta en un grado aún mayor. Porque cuando se lee a Spengler con sentimiento, sobre todo con sentimiento artístico, es imposible que sus ideas enciendan el entusiasmo interior, el fuego interior. Todas permanecen saladas y rígidas e incluso producen un sabor amargo. Hay que dejarse impregnar interiormente por las fuerzas mercuriales y fosfóricas si se trata de "digerir" este trozo de sal que se llama a sí mismo La decadencia de Occidente. Pero no se puede digerir realmente... No me extenderé sobre este tema en particular porque en la sociedad educada no se menciona lo que se hace con la materia indigesta. Lo que tenemos que hacer es alejarnos de la sal, de la rigidez, y administrar un elixir de vida al alma momificada, a nuestros conceptos abstractos y sistematizados. Esa es la tarea que tenemos por delante.
Traducido por J.Luelmo jun.2022


i     Véase El Misterio de la Trinidad, segunda conferencia por Rudolf Steiner



GA216 Dornach 24 de septiembre de 1922 El significado de la momia para la vida espiritual del antiguo Egipto

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RUDOLF STEINER

Impulsos básicos de la historial mundial de la humanidad

Conferencia nº 5 de una serie de ocho conferencias, celebradas del 16 de septiembre al 1 de octubre 1922, en Dornach.


GA216 QUINTA CONFERENCIA

El significado de la momia para la vida espiritual del antiguo Egipto y el significado para la vida espiritual del presente de las antiguas ceremonias que han sido la vida espiritual del presente.


Dornach 24 de septiembre de 1922

Un sabio del antiguo Egipto le dijo una vez a un sabio de Grecia unas palabras que decían lo siguiente: Vosotros los griegos sois un pueblo que vive sólo en el presente, sin tener en cuenta la historia. Habláis de lo que ocurre inmediatamente a vuestro alrededor y no pensáis en cómo el presente ha ido tomando forma desde los tiempos primitivos.

¿Qué quería decir el sabio egipcio con esto? Quería transmitir que el pensamiento de los egipcios se ocupaba de los grandes problemas del cosmos, de la evolución de la tierra a través de diferentes formas, y que los griegos, a lo sumo, sólo tenían imágenes de estas cosas en el mito y la saga. Pero en realidad el sabio egipcio quería indicar lo que había resultado del uso que se hacía del ser humano momificado, como he tratado de explicar en las dos últimas conferencias. Los egipcios se propusieron llevar al ritmo de la inhalación, impulsos derivados de ciertos Seres Espirituales para los cuales se habían creado moradas en las momias. Tratemos de imaginarnos lo más claramente posible el significado de la momia en los días en que la cultura iniciática egipcia estaba en su apogeo.

La momia era el ser humano después de que el espíritu y el alma habían abandonado su forma física. Mientras el hombre está vivo, las fuerzas activas en su organismo etérico, su organismo astral y su yo, trabajan dentro de esta forma. La forma está irradiada e impregnada por la "tintura" humana procedente de la sangre y del resto del organismo. La momia era una forma desnuda, una forma que sólo podía existir en la tierra porque el ser humano existe en la tierra. Los iniciados egipcios utilizaban esta forma -en la que el alma y el espíritu no estaban realmente presentes- para adquirir un poder que, sin el culto a la momia, no habrían podido poseer.
Debemos tratar de imaginarnos tiempos en los que la vida del alma era muy distinta a la de hoy. Antes de la época egipcia, todas las ideas y pensamientos del hombre, todas las experiencias de su vida interior, le eran impartidas directamente desde el mundo espiritual. Por lo tanto, incluso cuando estaba inmerso en sus pensamientos, vivía en revelaciones del mundo espiritual. En los días de las antiguas civilizaciones india y persa, todos los pensamientos del hombre eran revelaciones del mundo espiritual. Ningún pensamiento era estimulado en él por el mundo exterior, por las plantas, los animales u otros seres humanos. Su vida anímica estaba repleta de pensamientos que procedían de lo espiritual y que arrojaban abundante luz sobre el mundo. El hombre vivía en comunión con las plantas y los animales y también les daba nombres. Pero también estos nombres le llegaban como revelaciones de los dioses. Cuando, en las épocas de la antigua India y de la antigua Persia, el hombre daba un nombre a una flor, le parecía que una voz divina le decía claramente: Este es el nombre por el que la flor debe ser conocida. Cuando daba un nombre a un animal, era consciente de haber oído en su interior: Este es el nombre por el que el animal debe ser conocido. En las civilizaciones de la antigua India y de la antigua Persia, todos estos nombres llegaban a los hombres a través de su vida interior del alma.

En la civilización del antiguo Egipto era diferente. Las experiencias clarividentes se desvanecían cada vez más en la penumbra y el hombre ya no tenía una percepción clara de lo que se le revelaba desde el mundo espiritual. En consecuencia, sentía cada vez más necesario vivir en comunión con la naturaleza exterior, con los reinos de los animales, las plantas y los minerales. Pero también esto estaba fuera de su alcance, pues aún no había llegado el momento. Sólo llegaría en sentido real después del Misterio del Gólgota. El desarrollo del ser humano en el antiguo Egipto no había alcanzado el punto en el que hubiera podido vivir en comunión directa con el mundo exterior. Se vio obligado, por tanto, a momificar el cuerpo humano. Porque a partir de lo que estaba presente en la forma momificada, de la que el alma y el espíritu habían partido, podía recibir la iluminación sobre la naturaleza que le rodeaba, sobre las plantas, los animales, los minerales. Los primeros conocimientos sobre estos reinos de la naturaleza le llegaron al hombre a través de los Espíritus que le hablaban desde las moradas que les proporcionaban las momias en la tierra. En los días en que los Dioses dejaron de hablar al hombre desde el mundo suprasensible, éste recurrió a ayudantes que ahora podían vivir en la tierra porque la forma humana se conservaba mediante la momificación.
Pero el asunto estaba lleno de complicaciones. Es cierto que los Iniciados habrían podido recibir de los Seres Lunares que moraban en las momias, la iluminación sobre lo que debería introducirse en la vida humana y las directivas para la orientación y educación de los hombres. Pero como las necesarias facultades del alma estaban todavía sin desarrollar, no habría sido posible, ni siquiera para los Iniciados, obtener de los Seres Lunares en las momias, sin más medidas, la iluminación sobre la naturaleza, sobre los reinos de las plantas, los animales y los minerales. Y sin embargo, en este mismo ámbito los egipcios eran grandes. Con la ayuda de la cultura relacionada con las momias, fundaron, por ejemplo, un maravilloso arte de la medicina.

Por supuesto, cuando un hombre "inteligente" de hoy interpreta estas cosas, dice: Al conservar las momias, los egipcios obtuvieron el conocimiento de los distintos órganos y fundaron una ciencia de la anatomía, no sólo de la medicina. Esto, sin embargo, es una concepción ilusoria. La verdad es que la investigación puramente empírica y la deliberación lógica no habrían servido de nada a los egipcios, ya que su relación con el mundo exterior no era de este carácter; era mucho más delicada, mucho más sutil. Pero algo se conseguía con esta cuidadosa conservación de la forma momificada, a saber, que las almas de los Muertos quedaran encadenadas durante un tiempo a sus momias.

Aquí radica el carácter dudoso de la cultura egipcia, un recordatorio perpetuo de que era una cultura en decadencia, en degeneración, y no puede decirse que represente una edad de oro en la evolución humana. Era una cultura que invadía los destinos suprasensibles de los hombres, pues las almas humanas después de la muerte estaban encadenadas, por así decirlo, a la forma conservada y momificada. Y mientras que a través de los Seres Espirituales que moraban en las momias, se podían recibir directivas para los asuntos humanos, no era posible obtener la iluminación sobre la naturaleza, sobre los reinos animal, vegetal y mineral directamente, sino sólo indirectamente, en este sentido, que los Seres Lunares podían comunicar secretos de la naturaleza a las almas humanas todavía encadenadas a las momias. Y así, fue de las almas humanas que permanecían con sus momias que los Iniciados de Egipto, a su vez, obtuvieron la iluminación sobre los reinos de las plantas, los animales y los minerales. Una extraña atmósfera impregnaba la cultura egipcia. Los Iniciados se decían a sí mismos: Antes de la muerte nuestros cuerpos no son aptos para recibir la iluminación sobre la naturaleza; una ciencia de la naturaleza está fuera de nuestro alcance; esto sólo puede venir más tarde, después de que haya tenido lugar el Misterio del Gólgota; nuestros cuerpos ahora no son aptos. Sin embargo, necesitamos la iluminación. Tal como son ahora los cuerpos humanos, los hombres sólo pueden adquirir conocimientos sobre la naturaleza después de su muerte. Aquí viven en medio de la naturaleza, pero no pueden utilizar el cuerpo para formarse conceptos sobre la naturaleza. Después de la muerte, sin embargo, tales conceptos pueden surgir. Por lo tanto, detengamos a los Muertos durante un tiempo para que nos den iluminación sobre la naturaleza.
De este modo se introdujo un elemento dudoso en el desarrollo histórico de la humanidad a través de la cultura egipcia. La cultura caldea se mantuvo al margen en este aspecto y fue, por así decirlo, una cultura de mayor pureza.

Ahora bien, todas estas cosas -la ciencia moderna, por supuesto, las considerará como mucha fantasía, pero la ciencia moderna tiene la misma opinión de muchas cosas que son verdaderas- todas estas cosas eran conocidas, particularmente, por los hombres de la antigüedad hebrea. De ahí la aversión a la cultura egipcia indicada en el Antiguo Testamento, aunque, a través de Moisés, muchos elementos de la cultura egipcia encontraron su camino en los acontecimientos allí registrados. El Antiguo Testamento indica el tipo de actitud que prevalecía con respecto a todas aquellas cosas que he descrito como tipificadoras del desarrollo egipcio. La actitud de los iniciados en el antiguo Egipto era ésta. Decían: Para adquirir los poderes esenciales para la dirección y educación de los hombres, debemos crear medios externos, ya que los medios internos ya no están a nuestra disposición. Pero también debemos prever algo que sólo surgirá en el futuro, a saber, una ciencia de la naturaleza. Y no hay otra manera de conseguirlo que dejando que los Muertos, a los que encadenamos a sus momias, nos la impartan. El tiempo transcurrió y el Misterio del Gólgota tuvo lugar. En el siglo IV o V d.C., la antigua constitución del alma, con su concepción pictórica del mundo, había desaparecido por completo. Ya aparecían indicios de una época en la que los hombres debían formar sus conceptos de la naturaleza exterior a partir de la propia naturaleza exterior y, además, cuando serían capaces de hacerlo. Toda la organización del hombre se transformó interiormente. Sentía cada vez más que su alma permanecía vacía cuando esperaba que los pensamientos e ideas se le revelaran directamente desde el mundo espiritual. Así que se dedicó a la observación de los fenómenos externos; formó sus conceptos e ideas a partir de observaciones y, más tarde, de experimentos. El proceso fue exactamente inverso.

Y ahora, una vez más se trataba de adquirir por otros medios algo que ya no estaba al alcance de las propias fuerzas del hombre. Cada vez más, desde los siglos IV y V d.C., se ha ido imponiendo a los hombres que debe llegar un futuro en el que, a pesar del don del intelecto y de la capacidad de formar pensamientos e ideas sobre la naturaleza externa a través del intelecto, este intelecto debe ser espiritualizado, de modo que los pensamientos vuelvan a conducir directamente a la realidad Divino-Espiritual y el poder inherente a tales pensamientos pase a la exhalación. Pero este poder aún no ha llegado a existir. Por el momento sólo podemos recurrir al intelecto que está ligado al cuerpo físico.
Ciertas concepciones tradicionales que hoy se han extinguido casi por completo y de las que la historia no sabe nada, estuvieron vivas durante toda la Alta Edad Media, desde los siglos IV y V hasta el XII, XIII y XIV, e incluso después, aunque ocultas en la oscuridad. Los hombres procedieron ahora a hacer "momias" de cierto tipo, a partir de estas concepciones -momias que son análogas a las de Egipto, aunque tengan una forma diferente y no se perciba la analogía. La humanidad moderna no habría ganado nada conservando la forma humana en la momia, como era la costumbre en Egipto. Lo que la humanidad moderna conservó fue algo diferente, a saber, los cultos antiguos, principalmente los precristianos. Y sobre todo a partir de los siglos XIV y XV, con el nacimiento de una cultura completamente intelectualista, se conservaron antiguas ceremonias y ritos en todo tipo de órdenes ocultas. Los maravillosos cultos de la antigüedad, los ritos y las ceremonias ocultas se han continuado en Órdenes y Logias de diferentes tipos. Son momias, como las momias de los seres humanos en el antiguo Egipto, mientras no sean irradiadas y vivificadas por el Misterio del Gólgota. Hay mucho en estos cultos y ceremonias, pero de la sabiduría que contenían en la antigüedad sólo se han conservado elementos muertos, como la momia conservaba la forma muerta del hombre. Y en muchos aspectos es así hasta el día de hoy. Hay innumerables órdenes en las que se representan ceremoniales y rituales de todo tipo; pero la vida se ha ido de ellos, están momificados. Al igual que el egipcio sentía una especie de asombro cuando contemplaba una momia, en el hombre moderno no hay exactamente asombro, pero sí una sensación de inquietud cuando se encuentra con estos procedimientos momificados en su civilización. Los siente como algo misterioso, como la momia era sentida como algo misterioso.

Ahora bien, así como entre los Iniciados de Egipto hubo algunos que actuaron ilegalmente, que utilizaron la información que les transmitían los Espíritus que moraban en las momias para dar falsas instrucciones y orientaciones a la humanidad, así en las ceremonias momificadas de muchas Órdenes ocultas se da un impulso para introducir un falso giro aquí o allá en la orientación de la humanidad. Les dije que algo que se hace posible por la momificación del cadáver, pasa al ser humano por medio de la inhalación. Como dije ayer, los Seres Espirituales que necesitaban los egipcios no tenían morada en la tierra. Y esto lo proporcionaban las momias. Esos Seres Espirituales y fuerzas que por medio de la exhalación han de llevar la configuración interna del hombre al mundo del éter, no encuentran caminos en el mundo cotidiano, pero son capaces de moverse a lo largo de los caminos creados en estas ceremonias - aunque no sean comprendidos y estén momificados.
En la época de la civilización egipcia, los Espíritus de la Luna se encontraban sin hogar durante las horas del día. Los Espíritus que trabajan en la exhalación del hombre, estos Espíritus elementales de la Tierra que han de ser los ayudantes de la humanidad hoy en día, no tienen morada durante la noche, sino que se deslizan en estas ceremonias y representaciones rituales. Allí encuentran caminos y pueden vivir. Durante el día todavía es posible que estos Seres vivan como una existencia honorable, porque durante el día el ser humano piensa, y sus formas de pensamiento intelectualistas están pasando hacia afuera todo el tiempo con el aliento cuando, conducido a través del fluido cerebral, a través del canal espinal, es luego nuevamente exhalado. Sin embargo, durante las horas de la noche, cuando el hombre no piensa, no salen de él formas de pensamiento; no hay pequeñas "naves de éter" en las que los Espíritus de la Tierra puedan salir al mundo para imprimir la forma del hombre en el cosmos de éter. Y así se han creado caminos y direcciones para los demonios de la Tierra a través de estas ceremonias momificadas. Lo que contienen toda clase de órdenes ocultas, especialmente desde el nacimiento del intelectualismo moderno, tiene una base similar a la del culto a la momia en Egipto, que tan repentinamente hizo su aparición. Pues el ser humano no puede tener conocimiento de la naturaleza exterior sin el conocimiento de sí mismo y de su propia forma. Cuando los egipcios se propusieron adquirir un conocimiento de la naturaleza, pudieron tener ante sí la forma humana momificada. Cuando a los hombres de la edad moderna les correspondió encontrar algo que no fuera meramente un pensamiento pasivo e ineficaz elaborado por el intelecto, sino que pudiera realmente salir al mundo y producir un efecto en él, entonces se vieron obligados a rodearse de simbolismo, un simbolismo que apunta a lo que realmente debe tomar forma en su interior en un sentido espiritual.

Estas formas ceremoniales y los actos en las Logias y Órdenes están desprovistos de alma - el alma ha salido de ellos. De la misma manera en que el alma de un hombre no habitaba en su momia, así tampoco está en estas ceremonias el poder del alma que una vez estuvo presente cuando eran conducidas por los Iniciados de antaño. La vida espiritual latía a través de las ceremonias cuando eran representadas por los antiguos Iniciados - una vida espiritual fluía desde los seres humanos hacia las ceremonias. En aquellos tiempos, el hombre y la ceremonia eran uno. Piensa, a modo de comparación, en lo externalizadas que se han vuelto las ceremonias en las órdenes de la era moderna.
El hombre moderno no puede salir de su intelecto. Ya les dije ayer cómo incluso un padre benedictino, cuya vocación es ser siervo del Espíritu, ni tan siquiera él puede salir del intelectualismo. Al igual que el hombre moderno no puede salir del intelectualismo, tampoco el antiguo egipcio podía entrar en él. Los antiguos egipcios necesitaban las almas de los hombres ya muertos para que se les impartiera una ciencia de la naturaleza. El hombre de los tiempos modernos necesita algo que le imparta de nuevo una ciencia espiritual, un conocimiento del Espíritu, porque todavía es incapaz de desplegarlo por sí mismo.

Ahora bien, aparte de las muchas Órdenes ocultas que se han convertido en puras momias, que no tienen un fondo profundo y que se llevan a cabo más bien por el gusto de incursionar en los misterios, encontramos que hasta la primera mitad del siglo XIX siempre existieron, además de estas otras, Órdenes muy serias y sinceras, en las que se impartía más de lo que, por ejemplo, un francmasón promedio recibe hoy de su Orden. Las Órdenes a las que me refiero podían impartir más, porque prevalecían ciertas necesidades en el mundo espiritual entre los Seres pertenecientes a la Jerarquía de los Angeles que son de menor interés para nosotros en la tierra, pero muy importantes en nuestra existencia preterrenal. También ciertos Seres de la Jerarquía de los Angeles tienen necesidades de conocimiento, y sólo pueden satisfacerlas dejando que los seres humanos se acerquen, por así decirlo, a estas genuinas Órdenes ocultas antes de que hayan bajado de la existencia preterrenal a la terrenal. Ha sucedido realmente que en relación con ciertas Logias que trabajan con antiguas formas ceremoniales, los hombres de visión han podido afirmar: Aquí está presente el alma de un ser humano que sólo descenderá a la tierra en el futuro. Antes de que el hombre nazca, el alma puede estar presente en dicha Logia y, a través de sus sentimientos, los hombres pueden adquirir mucho de esta fuente. Del mismo modo que el alma humana revoloteaba alrededor de la momia, estaba todavía ligada en cierto modo a la momia, así también en determinadas Logias ocultas los espíritus de los seres humanos aún no nacidos revolotean en una especie de existencia anticipada. Lo que ocurre en un caso como éste no estimula los pensamientos intelectuales, pues los hombres modernos tienen estos pensamientos de forma natural y no necesitan tal estímulo. Pero cuando trabajan en sus Logias ocultas con el ánimo adecuado, pueden recibir comunicaciones de seres humanos aún no nacidos, que todavía están en su existencia preterrenal y que pueden estar presentes como resultado de las ceremonias. Tales hombres sienten la realidad del mundo espiritual y pueden, además, ser inspirados por el mundo espiritual.
Hay algo en la biografía de Goethe que resulta muy significativo para cualquiera que tenga sensibilidad por estas cosas, sobre todo cuando lo mencionan personas que, aunque no saben toda la verdad, lo indican sin embargo por una especie de conocimiento semiconsciente. Karl Julius Schröer, de quien les he hablado a menudo, era bastante notable en este sentido cuando hablaba de Goethe. Una y otra vez, cuando daba una conferencia sobre las obras y la biografía de Goethe, salía de sus labios una frase sorprendente. Schröer decía: "Goethe lo experimentó una vez más y la experiencia le rejuveneció". Schröer hablaba de Goethe como una personalidad que, digamos a la edad de siete años, había tenido una determinada experiencia; luego, a los catorce años, quizás, experimentó algo diferente, pero la segunda experiencia le devolvió realmente un poco más cerca de la infancia. Goethe rejuveneció, se rejuveneció. A los veintiún años, por ejemplo, volvió a rejuvenecer. Schröer representó a Goethe como si, de etapa en etapa, se rejuveneciera constantemente.

Estudien ustedes con atención la biografía de Goethe y encontrarán claros indicios de ello. Incluso cuando se convirtió en un corpulento funcionario de Weimar con papada, incluso en los días en que en su trato con ciertas personas era un viejo huraño y malhumorado -y hay muchos indicios de que en su trato con los demás era todo menos agradable-, incluso entonces, en la edad avanzada, Goethe experimentó un rejuvenecimiento. Le habría sido imposible, a una edad avanzada, escribir la segunda parte de Fausto si no se hubiera rejuvenecido de este modo. Hacia el año 1816 o 1817, Goethe no era una personalidad de la que se pudiera esperar algo parecido a la segunda parte de Fausto, que fue escrita a partir del año 1824. En realidad se había producido un rejuvenecimiento. Además, el propio Goethe lo intuyó, al menos en sus años de juventud, cuando describe a Fausto recibiendo una dosis de juventud. Esto forma parte de su propia biografía.

Cuando investigamos a qué se debe esto, nos damos cuenta de que fue la pertenencia de Goethe a una logia. Otras figuras venerables de Weimar, quizá sólo con la excepción de Wieland, el canciller von Muller y uno o dos más, eran miembros ordinarios de la Logia como muchos funcionarios de buena fe en Weimar. Tenían la costumbre de ir a la iglesia los domingos y ser también miembros de la logia, ¡la contradicción no les preocupaba! Era la costumbre en esos círculos. Pero fue diferente en el caso de Goethe, diferente también, en los casos del Canciller von Muller, Wieland y uno o dos más. Ellos experimentaron realmente estos rejuvenecimientos porque en sus almas tenían relaciones con hombres aún no nacidos. Así como los sacerdotes de los templos del antiguo Egipto tenían relaciones con las almas de los hombres después de su muerte, así las personas como las que he nombrado tenían relaciones con los seres humanos que aún vivían en la existencia preterrenal. Y desde esta existencia anterior al nacimiento, los seres humanos pueden traer la espiritualidad al mundo del presente. Traen, no el intelectualismo, sino la espiritualidad, que el hombre recibe entonces a través de sus sentimientos y que puede impregnar toda su vida.
Así, puede decirse que los primeros elementos del pensamiento intelectual desplegados por la humanidad en el curso de la evolución, fueron aprendidos por los egipcios de los muertos, y los primeros elementos de las verdades espirituales, que han sido aprendidos de nuevo por los hombres en la era moderna, fueron adquiridos de los seres humanos no nacidos por ciertas personalidades destacadas a partir de las enseñanzas iniciáticas impartidas en las Órdenes ocultas. Estudien ustedes las obras de Goethe y una y otra vez encontrarán destellos de sabiduría espiritual que no puede expresar en forma de pensamientos, pero que reviste de imágenes que a menudo recuerdan a los símbolos utilizados en las Órdenes ocultas. Las imágenes llegaron a Goethe de la manera descrita. Y hay muchos otros casos de este tipo.

Ahora bien, estas almas humanas no nacidas sólo pueden dar luz sobre las verdades espirituales que pueden ser experimentadas en el mundo no terrenal - sobre las cosas del cielo y lo que está fuera de la arena actual de la evolución terrestre. Pero como los Espíritus Terrestres elementales encuentran un punto de apoyo en las ceremonias, los No Nacidos pueden comunicarse con estos Espíritus Terrestres. Y si hay alguien presente en las ceremonias con el don de escuchar de los Espíritus de la Tierra lo que les ha sido comunicado por los No Nacidos, tales hombres pueden, a su vez, dar voz a lo que los No Nacidos dicen a los Espíritus de la Tierra. Piensen en la maravillosa comprensión de la naturaleza que poseían Goethe y otros hombres de la época, por ejemplo, el escritor danés Steven, u hombres como Troxler, o Schubert que escribieron tan prolíficamente sobre el tema de los sueños y cuyas mejores inspiraciones provenían de los Espíritus de la Naturaleza. Y hubo muchos otros -más numerosos en la primera mitad del siglo XIX que después- que son ejemplos de lo que llegó a los hombres por este medio. A menudo, también, ocurrió algo más. Las comunicaciones hechas de esta manera por los No Nacidos a los Espíritus de la Naturaleza no siempre resultaron en la expresión de secretos espirituales de la naturaleza. En algunos seres humanos estas comunicaciones se convirtieron en parte de su propia alma. Las fuerzas de los Espíritus de la Naturaleza fueron recibidas en sus cualidades individuales del alma y esto se expresó en el estilo en que tales hombres escribieron. Cualquiera que tenga un sentimiento por estas cosas hoy en día se dará cuenta de que el propio estilo de historiadores como Ranke o Taine o un historiador inglés típicamente moderno, es intelectualista. El estilo de Ranke es en sí mismo intelectualista. Las frases están encadenadas de forma intelectualista; el sujeto está hábilmente colocado, el predicado justo donde debe estar, y así sucesivamente. Todo es tan inteligente que incluso un maestro de escuela podría estar satisfecho con él, pero compare este tipo de estilo con el de Johannes Muller en sus veinticuatro volúmenes de historia del mundo: ese es un estilo... bueno... como si un ángel estuviera hablando. Y también en otros ámbitos, en el siglo XVIII, se escribieron muchas cosas en un estilo que no tiene rastro de esta falta de individualidad, de esta irritante objetividad, sino que, por el contrario, tiene una cualidad que nos hace sentir que las fuerzas elementales de la naturaleza fluyen a través del escritor, de modo que su estilo parece fluir del cosmos, del universo. En tales casos, algo parecido a lo que salía de las momias a los iniciados del antiguo Egipto, llega al hombre moderno. Estos son hechos de gran importancia, que tienen lugar detrás de los velos de la historia exterior, y deben ser reconocidos por cualquiera que desee comprender realmente la evolución de la humanidad. Y así, aunque estas cosas han permanecido sin reconocer durante un tiempo, porque hoy en día no hay oídos para escucharlas, vemos cómo se preparó el poder espiritual que debe entrar y vivir dentro del intelecto en las épocas futuras, si la humanidad no desea tomar el camino que conduce a la decadencia de Occidente descrita por Spengler.
Los antiguos egipcios momificaban la forma humana. Desde los siglos IV y V d.C., la humanidad ha momificado los antiguos cultos, haciendo posible, de esta manera, que fuerzas de más allá de la tierra trabajen en el ceremonial de estos antiguos cultos. Los propios seres humanos contribuyeron poco a estos cultos; pero los seres sobrehumanos a menudo contribuyeron mucho. Lo mismo ocurre con los cultos de las Iglesias, y los que tienen visión de las realidades pueden a menudo prescindir de la persona de carne y hueso ante el altar, porque - aparte de los sacerdotes oficiantes - son capaces de percibir la presencia de esos Seres Espirituales en las ceremonias.

Cuando pensemos en estas cosas, nos quedará claro que si realmente deseamos acercarnos a lo que nos rodea espiritualmente, es necesario un tipo de lenguaje bastante diferente al que el hombre moderno está acostumbrado. Tampoco debe sorprendernos la aparición de una obra como la Kritik der Sprache de Fritz Mauthner, que se propone demostrar que las ideas que los hombres han concebido de los Seres Espirituales son palabras y nada más. Y si no hay que creer en las palabras, entonces, obviamente, no se puede creer en los Seres Espirituales. Tal es el propósito de la Kritik der Sprache de Mauthner.

Sí, pero en lo que respecta a una gran proporción de la humanidad moderna, Mauthner tiene mucha razón. Una gran parte de la humanidad moderna no tiene más que palabras para hablar de lo suprasensible. Aquí, por desgracia, la Kritik der Sprache tiene razón. Lo que es necesario es que la verdadera sustancia espiritual vuelva a ser llevada a las palabras. Y así fue también necesario en el curso de la evolución histórica que durante un período en el que los hombres mismos eran incapaces de apoderarse de esta sustancia espiritual, ésta fuera continuada y desarrollada para ellos por Seres sobrehumanos y por seres humanos no nacidos, tal como la intelectualidad fue preparada para los egipcios por aquellos que ya habían pasado por la muerte. Los egipcios recibieron de los muertos la intelectualidad en la que ahora estamos empapados. Nosotros, en la época actual, tenemos que aprender, o al menos estudiar por medio del culto ahora momificado, la espiritualidad que aún no hemos adquirido, pues el culto tiene muchas cosas que decirnos. A través de este tipo diferente de momia debemos complementar nuestro conocimiento intelectual con la espiritualidad del futuro. Los actos momificados han ocupado el lugar del ser humano momificado; las ceremonias momificadas han sustituido a la forma humana momificada.
De este modo, debemos estudiar lo que se esconde detrás de los velos de la historia del mundo; de lo contrario, todo relato del flujo de la historia sigue siendo un revoltijo de sucesos externos, aparentemente fortuitos. Pero no son fortuitos cuando se conocen y comprenden sus antecedentes; sólo lo son si los hombres se niegan a reconocer sus antecedentes. Se trata de olas que el hombre cree separadas y distintas unas de otras, cuando la verdad es que todas ellas surgen juntas de las profundidades de un océano. En realidad, los procesos de la historia son olas lanzadas a la superficie, a la esfera de la vida del hombre, desde las profundidades de un mar espiritual de evolución mundial. En cada hecho histórico debemos percibir una de esas olas, y abandonar la creencia de que una ola surge fortuitamente al lado de otra. Cada ola, es decir, cada hecho histórico, surge de las profundidades espirituales de esa evolución histórica que fluye eternamente, de edad en edad.
Traducido por J.Luelmo jun.2022


GA216 Dornach 23 de septiembre de 1922 Vinculación de la vida histórica de la humanidad con los mundos espirituales (II)

  Índice

RUDOLF STEINER

Impulsos básicos de la historial mundial de la humanidad

Conferencia nº 4 de una serie de ocho conferencias, celebradas del 16 de septiembre al 1 de octubre 1922, en Dornach.


GA216 CUARTA CONFERENCIA

necesidades para el presente y para el futuro


Dornach 23 de septiembre de 1922

Ayer hablé de ciertos acontecimientos de la historia que conducen sobre nuestro estudio de la vida y el ser del hombre a los mundos espirituales y me referí a dos épocas tempranas de la historia (la egipcio-caldea y la griega) a este respecto. Os conté cómo los antiguos iniciados trataban de orientar a los hombres no sólo en materia de religión, sino también en otros ámbitos, incluido el de la vida social, llamando en su ayuda a los Seres Espirituales que están conectados con la inhalación. Y escuchamos que estos Seres a su vez están conectados en el cosmos con lo que se manifiesta, externamente, en la Luna y su luz. Ciertos Seres Lunares, en los tiempos en que tal intervención se hizo necesaria, a saber, en la época egipcia, fueron utilizados por los Iniciados para orientar la vida religiosa y social en el antiguo Egipto y también en otras esferas del antiguo desarrollo histórico. También oímos hablar de la importancia asumida en la cultura griega por los Seres Luciféricos, Seres elementales que fueron utilizados por los Iniciados griegos, por ejemplo por los Iniciados de los Misterios Órficos, como sus ayudantes en la inauguración del arte griego.

Indiqué que incluso hoy, para aquellos cuya facultad perceptiva es más profunda y más interna de lo que normalmente es el caso, las tradicionales cabezas de Homero en la escultura dan la impresión de una especie de escucha, de oír que también es tocar, de tocar que también es oír. Homero escucha a esos Seres Espirituales del aire que utilizan el estado de equilibrio entre la inhalación y la exhalación del hombre para crear un ritmo entre la respiración y la sangre circulante. El hexámetro griego se basa en la maravillosa relación numérica existente entre el ritmo de la respiración y el pulso en el ser humano, como lo son todas las medidas del verso griego que, por esta razón, además de ser creaciones del hombre también han sido creadas por el misterioso ritmo que surge y brilla a través del cosmos. He dicho que cuando los griegos hablan de la lira de Apolo, podemos imaginarnos que sus cuerdas están en función de las impresiones que llegaron a los hombres de este ritmo compuesto.
Desde aquellos días, la humanidad ha entrado en una fase de evolución muy diferente, cuyas características he descrito desde muchos puntos de vista. Desde el siglo XV, la humanidad se ha dejado dominar por el intelectualismo que ahora domina toda la cultura y la civilización humanas, y que surgió porque una forma más antigua de hablar -la lengua latina en su forma original, que todavía estaba conectada con esa audición del ritmo en la época grecorromana de la que he hablado- continuó hasta la Edad Media y se volvió totalmente intelectual. En muchos aspectos, la lengua latina fue la responsable de educar al hombre en el intelectualismo moderno. Este intelectualismo moderno, basado en pensamientos que dependen totalmente del desarrollo del cuerpo físico, expone a toda la humanidad al peligro de alejarse del mundo espiritual. Y puede decirse con verdad que, así como los credos anteriores hablan de una Caída en el Pecado, significando una Caída más en el sentido moral, así, ahora, debemos hablar del peligro al que está expuesta la humanidad moderna, el peligro de una Caída en el Intelectualismo.

La clase de pensamientos que son universales hoy en día, los llamados pensamientos astutos de la ciencia moderna a los que se les atribuye tanta autoridad - estos pensamientos son totalmente intelectualistas, teniendo su fundamento en el cuerpo físico humano. Cuando el hombre moderno está pensando, sólo tiene el cuerpo físico para ayudarle. En épocas anteriores de la existencia terrestre, los pensamientos tenían un carácter totalmente diferente, pues iban acompañados de visiones espirituales. Las visiones espirituales eran reveladas por el cosmos al hombre o brotaban de su interior. En las ondas de estas visiones espirituales, los pensamientos eran impartidos a los hombres desde el mundo espiritual. Los pensamientos se revelaron a los hombres y tales pensamientos "revelados" no son accesibles al intelectualismo. Un hombre que construye sus propios pensamientos meramente según la lógica por la que se esfuerza la humanidad moderna - la conciencia de tal hombre está atada al cuerpo físico. No es que los pensamientos en sí mismos surjan de su cuerpo físico - eso, por supuesto, no es el caso. Pero el hombre moderno no es consciente de las fuerzas que están trabajando en estos pensamientos. No sabe lo que son estos pensamientos, en su verdadera naturaleza; ignora por completo la verdadera sustancia de los pensamientos que le son inculcados, incluso en su época escolar, por las formas popularizadas de la ciencia y la literatura. Sólo los conoce en forma de imágenes reflejadas. El cuerpo físico actúa como espejo y el ser humano no sabe lo que realmente vive en sus pensamientos; sólo conoce lo que el cuerpo físico le devuelve de estos pensamientos. Si realmente viviera dentro de estos pensamientos, sería capaz de percibir la existencia preterrenal, y esto no puede hacerlo. No puede percibir la existencia preterrenal porque sólo vive en las imágenes reflejadas de los pensamientos, no en su sustancia real. Los pensamientos del hombre moderno no son realidades.
El elemento de peligro para la evolución moderna reside en el hecho de que, mientras que, en verdad, lo espiritual, la vida preterrenal, está contenida en la sustancia de los pensamientos, el ser humano no sabe nada de esto; conoce las imágenes reflejadas. Y, como resultado, algo que está realmente en sintonía con el mundo espiritual cae. Estos pensamientos están en sintonía y tienen sus raíces en el mundo espiritual y son reflejados por el cuerpo físico; lo que reflejan es simplemente el mundo externo de los sentidos. Por lo tanto, con respecto a la era moderna, podemos hablar de una Caída en pecado en el ámbito del intelectualismo. La gran tarea de nuestra época es volver a introducir la espiritualidad, la realidad del Espíritu, en el mundo del pensamiento y hacer que el hombre sea consciente de ello. Si quiere vivir plenamente en el mundo moderno, el hombre no puede librarse totalmente del intelectualismo, sino que debe espiritualizar su pensamiento, debe introducir la sustancia espiritual en sus pensamientos.

Porque esta es nuestra tarea, nuestra posición es la inversa de la de los Iniciados del antiguo Egipto. Los Iniciados de Asia, antes de la época egipcia, pudieron, porque los hombres estaban dotados de la antigua clarividencia, utilizar el estado intermedio de conciencia entre el sueño y la vigilia para tener como ayudantes a los Espíritus de la Luna que vivían en la inhalación. Pero durante el período egipcio los hombres perdieron gradualmente esta antigua clarividencia y los Iniciados se vieron obligados a proporcionar a sus ayudantes moradas en la tierra, porque estos Espíritus de la Luna, como dije ayer, se habían quedado sin hogar. <Ya les dije que las moradas proporcionadas por los Iniciados egipcios a estos Espíritus de la Luna eran los cuerpos momificados de los hombres, las momias. Las momias desempeñaron un papel de la mayor importancia imaginable durante el Tercer Período Post-Atlante de la evolución, porque en las momias habitaban esos Espíritus elementales sin cuya ayuda los Iniciados de la tierra podían hacer muy poco para influir en la vida social de los hombres. En épocas más antiguas aún, había sido posible obtener la ayuda de los Espíritus de la Luna que vivían en la respiración de los hombres para la dirección espiritual de la evolución terrestre; y cuando esto ya no fue posible, se creó un sustituto en el antiguo Egipto, haciendo uso de los Espíritus que tenían una morada en las momias.
Hoy nos encontramos en la posición contraria. Los Iniciados de Egipto miraban hacia atrás, hacia lo que había sido posible en una época pasada, y se vieron obligados a crear un sustituto. Nosotros, en nuestros días, tenemos que mirar hacia el futuro, hacia ese futuro en el que de nuevo habrá hombres que vivan en comunión con el mundo espiritual, que lleven los impulsos de su moral en su propia individualidad, que vivan en el mundo exterior como he descrito en mi Filosofía de la Actividad Espiritual, (GA004) diciendo que los impulsos morales deben nacer en el individuo y desde el individuo obrar en el mundo. Esto sólo es posible cuando la exhalación de los hombres es tal que el aire exhalado por un individuo que tiene en su interior impulsos morales vivificados, imprime las imágenes de esta moralidad en la vida externa del cosmos. Así como con la inspiración, como describí ayer, las formas cósmicas del éter entran en el hombre y trabajan para la preservación de sus órganos, lo que se desarrolla dentro del propio individuo debe entrar como un impulso en la exhalación y pasar, junto con el aire exhalado, al cosmos externo. Y cuando, en un futuro lejano, la sustancia física de la tierra se disperse en el espacio cósmico -como lo hará- debe existir una vida que haya tomado forma en el éter cósmico a partir de estas imágenes de Intuiciones morales que han pasado al éter con el aire exhalado. Como he descrito en la Ciencia Oculta, cuando la sustancia física de la tierra se dispersa en el universo, una nueva tierra, un planeta "Júpiter" surgirá de las formas densificadas exhaladas por los individuos en tiempos venideros. Así pues, debemos mirar hacia un futuro en el que la exhalación desempeñará un papel de importancia predominante, en el que el ser humano impartirá a su exhalación los impulsos por los que debe construir un futuro.

Aquí se puede arrojar nueva luz sobre las palabras del Evangelio: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". A menudo he indicado el significado de este pasaje, a saber, que lo que nos rodea físicamente, incluido el mundo de las estrellas, dejará de existir un día; su lugar lo ocupará lo que fluya, espiritualmente, del alma de los hombres para construir la futura encarnación de la tierra, la encarnación de Júpiter. Las palabras: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán", pueden complementarse diciendo: Los hombres deben estar tan impregnados de Cristo que sean capaces de impartir al aire exterior los impulsos morales avivados dentro del alma por las palabras de Cristo, impulsos que construirán el nuevo mundo a partir de las formas que proceden del propio ser humano.
A partir de los siglos IV y V de nuestra era, entraron en la esfera de la tierra Seres espirituales elementales de otros mundos, que antes no estaban allí. Podemos llamarlos Espíritus de la Tierra, en contraste con los Seres de la Luna que en las épocas de la antigua India y de la antigua Persia cumplían una importante función y que luego, habiéndose quedado sin hogar en la tierra, tomaban su morada en las momias; en contraste también con los demonios del aire que desempeñaban un importante papel en la antigua Grecia y a los que Homero "escuchaba". Podemos hablar de Espíritus de la Tierra elementales en contraste con los Seres de la Luna que vivían en el aire inhalado y con los Seres del Aire que se movían, en su danza cósmica, en el estado de equilibrio entre la inhalación y la exhalación, y que se reflejaban en el arte griego. Estos Espíritus de la Tierra serán un día los mayores ayudantes del ser humano individual con sus propios impulsos morales - le ayudarán a construir un nuevo planeta Tierra a partir de sus impulsos morales. Podemos llamar a estos ayudantes "Espíritus-Tierra", Espíritus-Tierra elementales, porque están íntimamente relacionados con la vida terrestre. Esperan recibir de la vida terrestre un estímulo que les permita deshacer su actividad en la futura encarnación de la tierra. Como ya se ha dicho, estos Seres han entrado en la esfera de la evolución terrestre desde los siglos IV y V de nuestra era. En conferencias públicas, así como en otros lugares, he subrayado que los restos de la antigua clarividencia persistieron durante algún tiempo después de que el Misterio del Gólgota hubiera tenido lugar. En aquella época todavía existían instituciones externas, cultos ceremoniales y similares, por medio de los cuales estos Seres que habían llegado a la esfera de la evolución terrestre mantenían su posición - si se me permite usar una expresión trivial. La tendencia particular de estos Seres es la de ayudar al hombre a ser muy individual, de tal manera de moldear todo el organismo de un hombre que tiene dentro de sí alguna idea moral fuerte que esta idea moral puede convertirse en parte de su propio temperamento, carácter y sangre, que las ideas morales y la calidad moral individual pueden derivarse de la propia sangre. Estos Seres Terrestres elementales pueden prestar una ayuda importante a los hombres que están adquiriendo la libertad individual en una medida cada vez mayor. Pero un gran y poderoso obstáculo enfrenta a estos Seres.
Si, en lugar de hablar a partir de teorías -las teorías nunca deben tomarse del todo en serio-, hablamos del mundo espiritual a partir de la experiencia real, difícilmente podremos referirnos a estos Seres Espirituales de otra manera que no sea aquella en la que nos referimos a los hombres, ya que están presentes en la tierra al igual que los hombres están presentes en ella. Así podemos decir: Estos Seres se sienten especialmente desviados de su objetivo por el factor de la herencia humana. Cuando la superstición de la herencia es muy potente, esto va en contra de todas las inclinaciones y propensiones internas de estos Seres elementales que son por naturaleza turbulentos y apasionados. Cuando Ibsen sacó una obra como sus Fantasmas, que contribuyó a hacer de la herencia una superstición fija, estos Seres se encolerizaron. (Como he dicho, hay que acostumbrarse a oír hablar de ellos como si fueran hombres). Permítanme expresarlo pictóricamente. La cabeza desordenada de Ibsen, su barba enmarañada, la mirada extrañamente salvaje de sus ojos, su boca distorsionada, todo esto proviene de los estragos causados por estos Seres porque no podían soportar a Ibsen, porque en este aspecto era uno de esos típicos modernos que se empeñan en sostener la superstición de la herencia. Los que son víctimas de este "fantasma" creen que un hombre hereda de sus padres, abuelos y demás, propensiones en su sangre de las que no puede deshacerse, que su constitución particular se debe enteramente a cualidades heredadas. Y lo que en Ibsen salió a la luz sólo en forma grotesca, poética y también con cierta grandeza, esta tendencia impregna toda la ciencia moderna. La ciencia moderna sufre, en efecto, de la superstición de la herencia. Pero el objetivo que realmente debe perseguir el hombre moderno es liberarse de las cualidades heredadas y abandonar la superstición de que todo proviene de la sangre que desciende de sus antepasados. El hombre moderno debe aprender a funcionar como individuo en el verdadero sentido, de modo que sus impulsos morales estén ligados a su individualidad en esta vida terrenal, y pueda ser creativo mediante sus propios impulsos morales individuales. Los Seres elementales Terrestres sirven a este objetivo y pueden convertirse en ayudantes del hombre en su consecución.
Pero en nuestro mundo moderno, las circunstancias para estos Seres elementales de la Tierra no son las mismas que para los Seres de la Luna que, al quedarse sin hogar, se vieron obligados a encontrar morada en las momias. Estos Seres de la Tierra, a los que debemos mirar como la esperanza del futuro, no están desamparados en la humanidad, sino que vagan como peregrinos extraviados, encontrándose en todas partes con condiciones poco favorables. Se sienten constantemente repelidos, sobre todo por los cerebros de los académicos, que tratan de evitar a toda costa. Encuentran condiciones desagradables en todas partes, porque la creencia en la omnipotencia de la materia les resulta totalmente aborrecible. La creencia en la omnipotencia de la materia está, por supuesto, relacionada con la "Caída" en el intelectualismo, con el hecho de que el ser humano se aferra a pensamientos que, fundamentalmente, no tienen ninguna importancia porque sólo son imágenes reflejadas y es totalmente inconsciente de su verdadera naturaleza y contenido.

Así como los Iniciados egipcios se vieron obligados a luchar con el problema de cómo hacer descender a los Seres de la Luna que se habían quedado sin hogar, así también es nuestra tarea ahora ayudar a estos otros Espíritus a encontrar en la tierra un campo fructífero y no infructuoso. El peor rechazo posible para estos Seres lo constituyen todos los artilugios mecánicos de la vida moderna que forman una especie de segunda tierra, una tierra desprovista de Espíritu. Lo Espiritual mora en los minerales, las plantas y los animales, pero en estos artefactos mecánicos modernos sólo hay pensamientos reflejados. Este mundo mecanizado es una fuente de dolor perpetuo para estos Seres mientras vagan por la tierra. El caos total prevalece en la respiración de los hombres durante las horas de sueño en la noche. Estos Seres que deberían poder encontrar caminos en el aire carbonizado que respiran los hombres, se sienten aislados, aislados por lo que el intelectualismo crea en el mundo. Y así, por mucho que vaya a contracorriente, por mucho que el hombre moderno luche contra ello, sólo hay una cosa que hacer, a saber, esforzarse por espiritualizar sus acciones en el mundo exterior. Esto será difícil y tendrá que ser educado para ello. El hombre moderno es extremadamente inteligente, pero en el sentido real no sabe nada, pues el intelecto por sí solo no crea conocimiento. El intelectual moderno, rodeado de sus artilugios mecánicos en los que se plasman los pensamientos reflejados, va camino de perder su verdadero ser, de no saber nada de lo que realmente es. La realidad interior, la moral interior en su vida intelectual, eso es lo que el hombre moderno debe adquirir, les diré lo que quiero decir con esto.
Los seres humanos de hoy en día son extremadamente inteligentes, pero en realidad no hay mucha sustancia en su inteligencia. Se habla de todos los temas imaginables, y la gente se enorgullece de su palabrería. Los ejemplos están muy cerca. Uno curioso en la literatura europea es un volumen de correspondencia, en ruso, entre dos hombres: Herschenson e Ivanow. El escenario literario es que estos dos hombres viven en la misma habitación, pero ambos son tan inteligentes que, cuando hablan, sus pensamientos se entremezclan hasta tal punto que ninguno de ellos escucha al otro; ambos están hablando siempre al mismo tiempo. No se me ocurre ninguna otra razón para que se escriban cartas, porque ahí están, en la misma habitación cuadrada, uno en una esquina y el otro en la esquina de enfrente. Se escriben cartas, cartas muy largas que contienen un gran número de palabras, pero ninguna sustancia real. Uno de ellos dice: Nos hemos vuelto demasiado inteligentes. Tenemos el arte, tenemos la religión, tenemos la ciencia, nos hemos vuelto terriblemente inteligentes... El otro hombre, al leer estos comentarios, sólo se asombra de la estupidez del escritor, aunque es cierto que es inteligente en el sentido moderno. Pero, en su opinión, se ha vuelto tan inteligente que no sabe por dónde empezar con su inteligencia y anhela volver a los tiempos en que los hombres no tenían ideas sobre la religión, ni ciencia, ni arte, cuando la vida era totalmente primitiva. El segundo hombre no puede estar de acuerdo, pero su opinión es que, a medida que se desarrolla todo este popurrí de la cultura, debe abandonar ciertas ideas fundamentales si se quiere obtener algo de ella. Los dos hombres no hablan realmente de nada, pero se deshacen en palabras ingeniosas. Este es sólo un ejemplo y hay muchos.
El intelectualismo ha llegado a tal punto que este tipo de discusión es posible. Es como si un hombre se propusiera sembrar un campo con avena ... nunca se le ocurre a la gente que le corresponde sembrar semillas en la cultura y en la civilización - se limita a criticar lo que ha sido y lo que no debería haber sido y lo que, en su opinión, debería ser diferente ... Muy bien, entonces, un hombre se propone sembrar un campo con avena y discute con otra persona si sería bueno hacerlo. Comienzan a debatir: ¿Hay que sembrar avena aquí? Antes el campo estaba sembrado de maíz. ¿Hay que sembrar avena en un campo que antes estaba sembrado de maíz, o el campo se ha estropeado por haber tenido maíz en su suelo? ¿No había personas que vivían cerca del campo y que sabían que el campo contenía maíz? ¿Y no se estropea la idea de sembrar ahora avena por el hecho de que ciertas personas sabían que se había sembrado maíz en el campo? Estas personas pueden ser agradables. ¿No hay que tener en cuenta también que las personas que sabían lo del maíz en el campo eran bastante agradables? ... y así sucesivamente. Este es más o menos el tipo de conversación que se mantiene; ¡porque lo que nadie se da cuenta es que su tarea es sembrar la avena! Cualquiera que sea el valor de nuestra cultura - si uno desea volver a la condición de Adán o que el mundo se acabe - un hombre que tiene algo real que aportar a la cultura no se sentará a escribir cartas a su vecino al estilo de la correspondencia de la que he hablado. Este tipo de cosas es uno de los peores productos de la mentalidad moderna; es sintomático del deplorable estado de la vida cultural moderna.
Estas cosas deben ser afrontadas con justicia y franqueza. Las personas que ocupan una determinada posición en la vida suelen ser capaces de hacer mucho; pero lo importante es que hagan lo correcto en cada oportunidad que se les presente. Hay innumerables posibilidades de acción en este mismo instante -las 11:45 horas del 23 de septiembre de 1922-, pero a cada individuo le corresponde hacer lo que la situación concreta le exige. Este principio debe operar también en la vida del pensamiento. La gente debe aprender que ciertos pensamientos son inadmisibles y otros permisibles. Así como hay cosas que deben hacerse y cosas que deben dejarse de hacer, la gente debe aprender a darse cuenta de que no todos los pensamientos son permisibles. Esta actitud provocaría muchos cambios en la vida. Si se cultivara universalmente, los periódicos escritos al estilo moderno serían prácticamente imposibles, pues los que se disciplinan en absoluto darían la espalda a los pensamientos expresados en tales periódicos. Así como debe haber moralidad en las acciones de los hombres en el mundo de los asuntos prácticos, así también la moralidad debe impregnar la vida del pensamiento. Hoy escuchamos de labios de todos: Este es mi punto de vista, creo que tal y cual... Sí, pero quizás no es necesario en absoluto pensarlo, o sostener tal punto de vista. Sin embargo, en su vida de pensamiento, las personas aún no han comenzado a adoptar principios morales. Deben aprender a hacerlo y entonces no nos encontraremos con avalanchas de pseudo-pensamientos como en la correspondencia que he mencionado... Todas estas cosas están relacionadas con el hecho de que el intelectualismo ha alejado a los hombres del Espíritu, de la comprensión de lo verdaderamente espiritual. Un buen ejemplo de esto está a la mano, y se lo daré, antes de hablar en la conferencia de mañana, sobre lo que debe suceder para que el intelectualismo pueda ser impedido de expulsar a los hombres por completo del mundo de las realidades.ç
Cierto monje benedictino, de nombre Mager, escribió un pequeño libro bastante bueno sobre el comportamiento del hombre a los ojos de Dios. Este pequeño libro no hace más que demostrar que la Orden Benedictina era una institución magnífica en el período inmediatamente posterior a su fundación, pues la influencia de las reglas de la Orden de San Benito sigue siendo fuerte en los escritos de este monje moderno. Se puede tener un cierto respeto por este pequeño libro (no es caro como los precios de hoy en día, ya que salió en una edición barata) y, en comparación con mucha de la basura que se publica hoy en día, se puede recomendar como materia de lectura. Es realmente un ejemplo de lo mejor que se ha escrito en esos círculos, aunque toda esa literatura es, por supuesto, anticuada, bastante atrasada. Y ahora este monje benedictino también se ha sentido inspirado para hablar de la Antroposofía. Lo mismo ocurre con todo tipo de personas y desde todos los ángulos posibles. No se puede esperar que se abstengan de ello en sus pensamientos porque no se dan cuenta de que no tienen ninguna comprensión de la Antroposofía. Sin embargo, hay que admitir que lo que Mager escribe sobre la Antroposofía no es en absoluto de la peor categoría, y es útil considerar su libro porque es característico del intelectualismo que prevalece en nuestro tiempo. Mager dice El antropósofo trata de desarrollar sus facultades de conocimiento para poder contemplar realmente lo espiritual. Ciertamente, la Antroposofía aspira a ello y, además, puede lograrlo. Alois Mager admite que sería extremadamente bueno que los hombres pudieran desplegar realmente la percepción del mundo espiritual, pero sostiene que son incapaces de ello. Incluso opina que no es, en principio, imposible, sino que la generalidad de los seres humanos no puede alcanzar la visión real del mundo espiritual. Demuestra que no se opone, fundamentalmente, a este objetivo, porque dice: Dos hombres fueron realmente capaces de desarrollar sus facultades de cognición hasta tal punto que pudieron contemplar el mundo espiritual: Buda y Plotino.
Es muy notable que un monje católico sostenga la opinión de que los dos únicos hombres realmente capaces de ver en el mundo espiritual fueron Buda y Plotino - Plotino que, naturalmente, es considerado por la Iglesia católica como un visionario y un hereje, y Buda, una de las tres grandes figuras de las que, en la Edad Media, se hacía abjurar a los fieles. Sin embargo, Mager dice de Buda y de Plotino que sus almas eran capaces de ver el mundo espiritual. Utiliza una extraña imagen como comparación, que recuerda mucho a las tendencias modernas de pensamiento, especialmente al pensamiento militarista. Compara el mundo espiritual con una ciudad, y a los que desean acercarse a ella los compara con soldados que asaltan esta Ciudad Divina. Dice que es como si un ejército se hubiera equipado para asaltar una ciudad; pero sólo dos de los soldados más valientes consiguen escalar las almenas, por lo que el ataque se desmorona. Durante la guerra mundial, cuántas veces no leímos, en los comunicados, que los ataques se derrumbaban... y hoy un monje benedictino habla de los conocedores del Espíritu como de soldados que quieren asaltar la ciudad de la vida espiritual, pero el ataque fracasa, con la excepción de lo que lograron los dos valientes soldados, Buda y Plotino. Mager, como ves, simplemente no es capaz de admitir que el hombre pueda acercarse al mundo espiritual; su intelectualismo le hace incapaz de ello. Uno se sorprende, sin embargo, de su negativa a admitir que cualquier cristiano pueda acercarse a Dios con un conocimiento real. Siendo bastante sincero en este sentido, se vería naturalmente obligado a rechazar un libro como mi Filosofía de la Actividad Espiritual, pues su objetivo es mostrar que el individuo, a partir de sí mismo, puede dar a luz impulsos morales en el sentido más verdadero. El punto de vista de Mager es que esto nunca puede ser así, pues sostiene que cuando el ser humano es dejado enteramente a sus propios recursos, nada espiritual puede salir de él. Por eso dice que tanto la vida privada como la pública se basarán, con el paso del tiempo, en los preceptos de los Evangelios. Quiere decir, en otras palabras, que sin comprender lo que dicen los Evangelios, la vida privada y pública se organizará según los preceptos evangélicos, que están fuera del alcance de las facultades humanas de conocimiento.
Realmente no es de extrañar, cuando con el intelectualismo de hoy, Mager dice: Es mi más íntima y fundada convicción que la Antroposofía de Steiner sólo puede ser descrita como una inteligente sistematización de alucinaciones en una imagen del mundo, como una materialización de lo espiritual ... Es grotesco que esto provenga de un hombre que, en sí mismo, es honesto y sincero y no se encuentra en absoluto entre los pensadores más triviales de la actualidad. Para hacerle justicia, les he dicho que hace poco escribió un buen librito. Esta crítica de la Antroposofía es su última producción. Piensen una vez más en la frase: Estoy convencido de que la Antroposofía de Steiner sólo puede describirse como una hábil sistematización de alucinaciones en una imagen del mundo, como una materialización de lo espiritual... Mi respuesta sería: "Muy bien, supongamos que usted va en serio con sus concepciones de Dios y del Espíritu. Debes situar lo espiritual en algún lugar cuando aspiras a alcanzarlo ... pero no admites que las facultades de conocimiento del hombre sean capaces de ello. ¿Por qué, entonces, eres un sacerdote que desea dedicar toda su vida al servicio de lo espiritual? Admites que lo material procede de lo espiritual. Si, ahora, alguien alcanza un conocimiento del Espíritu, ¿cuál es la naturaleza de tal conocimiento?" Aquellos que se adhieren meramente al conocimiento de lo material, bueno, tienen lo material ante ellos y lo espiritual equivale sólo a un número de pensamientos. Pero el hombre que se vuelve verdaderamente hacia lo espiritual experimenta su realidad. Dentro de lo espiritual, las cosas que se pueden ver con los ojos físicos están presentes sólo como indicación. El Padre Mager considera esto como una alucinación, por lo que dice que la Antroposofía sistematiza las alucinaciones. Su opinión es bastante comprensible, porque al hablar de lo espiritual no podemos hablar como lo hacemos de una mesa material que los ojos pueden ver y las manos pueden tocar. Un objeto material existe en lo espiritual meramente como indicación, por lo que a Mager le parece una alucinación.
Y ahora vayamos más allá, y digámosle: "Tú, Padre, dedicas tu vida y tu servicio a lo espiritual y reconoces con toda seguridad que el creador de lo material es lo espiritual. ¿Qué es, entonces, el mundo desde tu punto de vista: la materialización de lo espiritual? Sí, pero eso es exactamente lo que usted censura en la Antroposofía. Usted habla de una imagen del mundo que es una materialización de lo espiritual, pero cree de hecho que este mundo ha sido creado a partir del Espíritu, mediante la materialización. Esto es lo que la Antroposofía trata de comprender. Su más fuerte censura a la Antroposofía es que ésta toma en serio algo que usted mismo debería tomar en serio, pero no está dispuesto a hacerlo. Por eso censura a la Antroposofía. Según su punto de vista, el Dios en el que usted cree debe haber tomado en serio alguna vez una materialización de lo espiritual. De lo contrario, no habría existido la Creación. Por lo tanto, ¿tomáis en serio vuestra religión cuando censuráis a la Antroposofía por intentar comprender cómo lo espiritual puede convertirse gradualmente en lo material?"

¡Qué abismo contemplamos cuando vemos cómo un hombre como éste se acerca a la Antroposofía! Este hombre es realmente inteligente, además no es como otros que son todo inteligencia y nada más; sabe un poco y también ha aprendido a pensar. Pero basta con darse cuenta de lo que implica su juicio sobre la Antroposofía y comprenderá qué tipo de fruto produce el intelectualismo, incluso cuando se dedica al servicio del Espíritu hoy en día. Te darás cuenta, además, de que este intelectualismo debe ser superado por métodos diferentes a los adoptados por los sacerdotes de Egipto para superar el dilema espiritual surgido en su época. De las Potencias a las que debe dirigirse el intelectualismo hablaremos en la conferencia de mañana.
Traducido por J.Luelmo jun.2022