GA027-5 La planta, el animal y el ser humano

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CAPÍTULO V


En el cuerpo astral surge la forma animal, exteriormente la forma como un todo, interiormente la formación de los órganos. La sustancia animal sensible es, por tanto, un resultado de la actividad formadora de este cuerpo astral. Cuando este proceso de formación se lleva a su conclusión, se produce el animal.


En el hombre no se llega a concluir. En un punto determinado de su camino se detiene, se bloquea.

En la planta tenemos una sustancia material transformada por las fuerzas que penetran en la tierra. Esta es la sustancia viva. Está continuamente interactuando con la [materia] sin vida. Debemos concebir que en la planta, la sustancia viva se separa perpetuamente de la sin vida. En la sustancia viva es donde aparece la forma de la planta como producto de las fuerzas que se dirigen hacia la tierra. Así tenemos una corriente de sustancia. La sustancia sin vida se transforma en viva; la viva se transforma en sin vida. En esta corriente surgen los órganos vegetales.

En el animal la sustancia sensible surge de lo vivo, tal como en la planta lo vivo surge de lo sin vida. Así pues, existe una doble corriente de sustancia. En lo etérico, la vida no es llevada hasta el punto de la vida formada. Se mantiene en el flujo, y la forma se inserta a través de la organización astral en la vida que fluye.

En el hombre, este último proceso también se mantiene en flujo. La sustancia sensible es arrastrada hacia el ámbito de una organización aún mayor. A ésta podemos llamarla organización del ego. La sustancia sensible se transforma una vez más. Se produce una triple corriente de sustancia. En ella surge la forma interior y exterior del hombre. A través de ella se convierte en el portador de la vida espiritual autoconsciente. Hasta la más pequeña partícula de su sustancia, el ser humano en su forma es un resultado de esta organización del yo.

Ahora podemos seguir estos procesos de formación en su aspecto material. La transformación de la sustancia de un nivel a otro aparece como una separación del nivel superior del inferior, y una construcción de la forma a partir de esta sustancia separada. En la planta, se separa lo vivo de la sustancia sin vida. En esta sustancia separada, las fuerzas etéricas trabajan, irradiando hacia el interior de la tierra, creando la forma. Para empezar, no tiene lugar una separación real, sino una transformación completa de la sustancia física por parte de las fuerzas etéricas. Sin embargo, esto sólo ocurre en la formación de la semilla. Aquí la transformación puede ser completa, porque la semilla está protegida por la organización materna circundante de las influencias de las fuerzas físicas. 

Pero cuando la formación de la semilla se libera de la organización materna, el trabajo de las fuerzas en la planta se divide; en una dirección, la formación de la sustancia es tal que se esfuerza por ascender al reino de lo etérico, mientras que en la otra se esfuerza por volver a la formación física. Surgen partes del ser de la planta que están en camino a la vida y aquellas que están en camino a la muerte. Estas últimas aparecen entonces como los miembros excretores del organismo vegetal. La formación de la corteza del árbol es un ejemplo particularmente característico en el que podemos observar este proceso excretor.

En el animal hay dos procesos de separación y dos procesos de excreción. El proceso vegetal de excreción no se lleva a término, sino que se mantiene en flujo, y a él se añade la transformación de la sustancia viva en sensible. Esta sustancia sensible se separa de la meramente viva. Por lo tanto, tenemos, por un lado, la sustancia que se esfuerza hacia la existencia sensible, y por el otro, la sustancia que se aleja de ella hacia la condición de mera vida.

En un organismo vivo existe, sin embargo, una relación recíproca de todas las partes. De ahí que en el animal la excreción hacia el reino sin vida, que en la planta se aproxima mucho al mundo exterior sin vida, el mineral, siga estando muy alejada de la naturaleza mineral. En el proceso de formación de la corteza de la planta, vemos la formación de una sustancia que ya está en camino a la naturaleza mineral y se desprende del organismo vegetal cada vez más, cuanto más mineral se vuelve; esto aparece en el animal como los productos excretados de la digestión. Estos están más alejados de la naturaleza mineral que las excreciones de la planta.

En el hombre, esa parte se separa de la sustancia sensible que luego se convierte en portadora del espíritu autoconsciente. Pero también se produce una separación continua, pues en el proceso se produce una sustancia que se esfuerza por alcanzar la facultad meramente sensible. La naturaleza animal está, pues, presente en el organismo humano como una excreción perpetua.

En el organismo animal, en la etapa de vigilia, la separación y la formación de lo que se excreta, así como la excreción de la sustancia sensible, están bajo la influencia de la actividad astral. En el hombre se añade la actividad del organismo del ego. En el sueño, el astral y el organismo del ego no están directamente activos. Pero la sustancia ha sido tomada por su actividad y continúa en ella como por inercia. Una sustancia, una vez formada de principio a fin, como ocurre por la actividad del organismo astral y del ego, continuará trabajando en la forma de estos organismos en el estado de sueño, por así decirlo, por inercia.

Por lo tanto, no podemos hablar de ninguna acción meramente vegetativa del organismo en el hombre dormido. Incluso en el sueño, las organizaciones astrales y del yo actúan en la sustancia que se ha formado bajo su influencia. La diferencia entre el sueño y la vigilia no debe representarse como una alternancia de modos de acción humanos y animales con físicos y vegetativos. La realidad es totalmente diferente. En la vida de vigilia, la sustancia sensitiva y la que puede actuar como portadora del espíritu autoconsciente, son levantadas del organismo como un todo y puestas a disposición del cuerpo astral y de la organización del ego. El organismo físico y el etérico deben entonces trabajar de tal manera que las fuerzas que salen de la tierra y se dirigen hacia ella, sean las únicas activas en ellos. Es cierto que el cuerpo astral y la organización del ego también se apoderan de ellas, pero sólo desde fuera. En el sueño, son tomadas interiormente por las sustancias que vienen a la existencia bajo la influencia del cuerpo astral y de la organización del ego; mientras el hombre está durmiendo, desde el universo como un todo, sólo las fuerzas que irradian desde la tierra y hacia ella trabajan sobre él, allí están trabajando en él desde el interior, las fuerzas de la sustancia que el cuerpo astral y la organización del ego han preparado.

Si llamamos a la sustancia sensible el residuo del cuerpo astral, y a lo que ha surgido bajo la influencia de la organización del ego su residuo, entonces podemos decir: en el organismo humano despierto están trabajando el cuerpo astral y la organización del ego mismos, y en el organismo humano dormido están trabajando sus residuos sustanciales.

En la vida de vigilia el hombre vive en actividades que lo ponen en conexión con el mundo exterior a través de su cuerpo astral y de su organización del yo; en el sueño sus organismos físico y etérico viven de lo que se ha convertido en el residuo material de estas dos organizaciones. Una sustancia absorbida por el hombre, tanto en el estado de sueño como en el de vigilia, como el oxígeno en la respiración, debe, pues, diferenciarse en cuanto a su modo de acción en las dos condiciones. Según estas dos condiciones, el oxígeno absorbido desde el exterior tiene el efecto no de despertar, sino de dormir al hombre. El aumento de la absorción de oxígeno conduce a una somnolencia anormal. En la vida de vigilia el cuerpo astral lucha perpetuamente contra la influencia soporífera de la absorción de oxígeno. Cuando el cuerpo astral suspende su trabajo sobre el físico, el oxígeno despliega su propia naturaleza y manda al hombre a dormir.

Traducido por J.Luelmo junio2021

GA027-9 La función de las proteínas en el cuerpo y el exceso de albúmina

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CAPÍTULO IX


La proteína es la sustancia del cuerpo vivo que mejor se presta a las diversas transformaciones provocadas por las fuerzas formativas del cuerpo, de modo que lo que resulta de la sustancia proteica transformada aparece en las estructuras de los órganos y de todo el organismo. Para ser apta para tal uso, la proteína debe tener la capacidad inherente de perder cualquier forma que pueda resultar de la naturaleza de sus constituyentes materiales en el momento en que es requerida, dentro del organismo, para estar al servicio de una forma que el organismo necesita.

Así, percibimos que en la proteína se desintegran las fuerzas procedentes de las naturalezas y relaciones mutuas del hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono. El enlace químico inorgánico cesa y comienzan a actuar las fuerzas formativas orgánicas en la desintegración de la proteína.

Ahora bien, estas fuerzas formativas dependen del cuerpo etérico. La proteína está constantemente a punto de ser tomada en la actividad del cuerpo etérico o de ser precipitada. Separada del organismo al que pertenecía, asume la tendencia a convertirse en un compuesto, sujeto a las fuerzas químicas del hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono. La proteína que permanece como constituyente del organismo vivo suprime esta tendencia en sí misma y se alinea con las fuerzas formativas del cuerpo etérico.

El hombre consume proteínas como constituyente de los alimentos que toma. La Pepsina del estómago transforma la proteína que se toma del exterior, en péptidos, estos, para empezar, son sustancias proteicas solubles. Esta transformación es continuada por el jugo pancreático.

La proteína ingerida como componente de los alimentos es, para empezar, un cuerpo extraño en el organismo humano. Todavía contiene actividades residuales de los procesos etéricos del ser vivo de donde se derivó. Estas deben ser eliminadas por completo. Ahora tiene que ser absorbido por las actividades etéricas del organismo humano.

Por lo tanto, a medida que el proceso humano de la digestión sigue su curso, estamos tratando con dos tipos de sustancias proteicas. Al principio de este proceso, la proteína es extraña al organismo humano. Al final pertenece al organismo. Entre estas dos condiciones hay una intermedia, en la que la proteína recibida como alimento aún no ha desechado del todo sus acciones etéricas anteriores, no ha asumido del todo las nuevas. En esta etapa es prácticamente inorgánica por completo. Entonces está sujeta únicamente a las influencias del cuerpo físico del hombre. Este cuerpo físico del hombre, en su forma un producto de la organización del ego, es el portador de fuerzas inorgánicamente activas. Por lo tanto, tiene un efecto letal sobre todo lo que está vivo. Todo lo que entra en el ámbito de la organización del ego muere. Por lo tanto, en el cuerpo físico la organización del ego incorpora sustancias puramente inorgánicas. En el organismo físico humano éstas no actúan de la misma manera que en la naturaleza sin vida fuera del hombre; pero actúan inorgánicamente, es decir, causando la muerte. Este efecto mortífero sobre la albúmina tiene lugar en la parte del tubo digestivo donde actúa la tripsina, componente del jugo pancreático. Que las fuerzas inorgánicas están implicadas en la acción de la tripsina, puede deducirse también del hecho de que despliega su actividad con la ayuda del álcali.

Hasta que se encuentra con la tripsina en el líquido pancreático, el alimento albuminoso continúa viviendo de una manera extraña al organismo humano, es decir, de acuerdo con el organismo del que se deriva. Al encontrarse con la tripsina, se queda sin vida. Pero es sólo por un momento, por así decirlo, que la proteína está sin vida en el organismo humano. Luego es absorbida por el cuerpo físico de acuerdo con la organización del ego. Este último debe tener la fuerza para llevar lo que la albúmina se ha convertido ahora, al dominio del cuerpo etérico humano. De este modo, los componentes proteicos de los alimentos se convierten en material formativo para el organismo humano. Las influencias etéricas extrañas, pertenecientes a ellos originalmente, salen del ser humano.

Para que la digestión de los componentes proteicos de los alimentos sea saludable, el hombre debe poseer una organización del yo lo suficientemente fuerte como para permitir que toda la proteína, que el organismo humano necesita, pase al dominio del cuerpo etérico humano. Si no es así, el resultado es una actividad excesiva de este cuerpo etérico. La cantidad de proteína preparada por la organización del ego, que recibe el cuerpo etérico, es insuficiente para su actividad. La consecuencia es que la actividad orientada a avivar esa proteína absorbida por la organización del ego abruma esa proteína que aún contiene efectos etéricos extraños. El ser humano recibe en su propio cuerpo etérico una multitud de influencias que no le pertenecen. Estas deben ser ahora excretadas de manera anormal. Esto resulta en un proceso patológico de excreción.

Esta excreción patológica aparece en la albuminuria. La albúmina que debería ser recibida en el dominio del cuerpo etérico es excretada. Es albúmina que, debido a la debilidad de la organización del ego, no ha podido asumir el estado intermedio casi sin vida.

Ahora bien, las fuerzas que en el hombre provocan la excreción están ligadas al dominio del cuerpo astral. En la albuminuria, el cuerpo astral se ve obligado a llevar a cabo una actividad para la que no está debidamente adaptado, su actividad se atrofia en aquellas regiones del organismo en las que debería desarrollarse adecuadamente. Esto ocurre en los epitelios renales. La degeneración de los epitelios en los riñones es un síntoma que demuestra que la actividad del cuerpo astral destinada a estos órganos ha sido desviada.

De todo esto se desprende dónde debe intervenir el proceso de curación de la albuminuria. Es necesario reforzar el poder de la organización del yo en la glándula del páncreas, que es débil.


traducido por J.Luelmo junio2021


GA027-8 Actividades dentro del organismo humano -Diabetes Mellitus -

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CAPÍTULO VIII


En todos sus miembros, el organismo humano despliega actividades que sólo pueden tener su origen en el propio organismo. Todo lo que se recibe del exterior, o bien sólo debe proporcionar la ocasión para que el organismo despliegue sus propias actividades, o bien su actividad en el cuerpo debe ser tal que la actividad extraña no pueda distinguirse de una actividad interna del cuerpo una vez que ha penetrado en él.

El alimento esencial del hombre contiene, por ejemplo, hidratos de carbono. Hasta cierto punto, éstos son similares al almidón. Como tales son sustancias que despliegan su actividad en la planta. Entran en el cuerpo humano en el estado que pueden alcanzar en la planta. En este estado el almidón es un cuerpo extraño. El organismo humano no desarrolla ninguna actividad que esté en la dirección de lo que el almidón puede desarrollar como actividad en el estado en el que entra en el cuerpo. Por ejemplo, lo que se desarrolla en el hígado humano como una sustancia similar al almidón (glucógeno), es algo diferente del almidón vegetal. Por otro lado, el azúcar de uva es una sustancia que estimula actividades de naturaleza similar a las del cuerpo humano. Para desarrollar un efecto que desempeñe un papel real en el cuerpo, primero debe transformarse. Se transforma en azúcar por la actividad de la ptialina en la boca.

Las proteínas y las grasas no son alteradas por la ptialina. Para empezar, entran en el estómago como sustancias extrañas. Aquí las proteínas son transformadas de tal manera por la pepsina gástrica secretada que surgen productos de descomposición hasta llegar a los péptidos. Los péptidos son sustancias cuyos impulsos de acción coinciden con los del organismo. La grasa, por otra parte, también permanece sin cambios en el estómago. Sólo se modifica cuando entra en contacto con la secreción pancreática, donde da lugar a sustancias que aparecen al examinar el organismo muerto como glicerina y ácidos grasos.

Ahora bien, la transformación del almidón en azúcar continúa durante todo el proceso de la digestión. La transformación del almidón también tiene lugar a través del jugo gástrico si no ha sido ya realizada por la ptialina.

Cuando la transformación del almidón se lleva a cabo por la ptialina, el proceso se sitúa en el límite de lo que tiene lugar, en el hombre, en el dominio referido en el segundo capítulo como la organización del ego. Es en este dominio donde tiene lugar la primera transformación de los materiales recibidos en el cuerpo humano desde el mundo exterior. La glucosa es una sustancia que puede actuar en la esfera de la organización del ego. A ella le corresponde el sabor de la dulzura, que tiene su ser en la organización del yo.

Si el azúcar se produce a partir del almidón a través del jugo gástrico, esto demuestra que la organización del yo penetra en la región del sistema digestivo. Para la experiencia consciente, la sensación de sabor dulce está ausente en este caso; sin embargo, lo mismo que ocurre en la conciencia -en el dominio de la organización del ego- mientras se experimenta la sensación "dulce", penetra ahora en las regiones inconscientes del cuerpo humano, donde la organización del ego se vuelve activa.

Ahora, en las regiones inconscientes, entra en juego el cuerpo astral, en el sentido explicado en el capítulo II. El cuerpo astral se activa cuando el almidón se transforma en azúcar en el estómago.

El hombre sólo puede ser consciente a través de aquello que actúa en su organización del yo de tal manera que ésta no se vea abrumada o perturbada por nada, sino que pueda desplegarse plenamente. Este es el caso en el dominio donde se encuentran las influencias de la ptialina. En el ámbito de las influencias de la pepsina, el cuerpo astral abruma a la organización del ego. La actividad del ego se sumerge en el astral. Así, en la esfera de la sustancia material, podemos rastrear la organización del ego por la presencia del azúcar. Donde hay azúcar, está la organización del ego; la organización del ego surge donde surge el azúcar para dirigir la materia subhumana (vegetativa y animal) hacia lo humano.

Ahora el azúcar aparece como producto de la excreción en la diabetes mellitus. Aquí la organización del ego aparece en el cuerpo humano en una forma tal que funciona destructivamente. Si lo observamos en cualquier otra región de su actividad, encontramos que la organización del ego se sumerge en el astral. El azúcar, consumido directamente, está en la organización del ego. Allí induce el sabor dulce. El almidón, consumido y transformado en azúcar por la ptialina o en el jugo gástrico, revela la acción en la boca o en el estómago, del cuerpo astral trabajando con la organización del ego y sumergiendo a esta última.

Sin embargo, el azúcar también está presente en la sangre. La sangre, al circular con su contenido de azúcar, lleva la organización del ego por todo el cuerpo. Pero allí, mediante el funcionamiento del organismo humano, la organización del yo se mantiene en equilibrio en todas partes. En el capítulo II vimos cómo el ser humano contiene, además de la organización del ego y el cuerpo astral, el cuerpo etérico y el físico. Éstos también toman la organización del ego y la retienen en sí mismos. Mientras esto sea así, el azúcar no se segrega en la orina. Cómo es capaz de vivir la organización del ego que lleva el azúcar, se muestra mediante procesos en el organismo ligados al azúcar.


En un hombre sano el azúcar sólo puede aparecer en la orina si se consume muy copiosamente como azúcar, o si se consume demasiado alcohol. El alcohol entra directamente en los procesos del organismo sin productos intermedios de transformación. En ambos casos el proceso del azúcar aparece de forma independiente como tal, junto a las demás actividades del ser humano.


En la diabetes mellitus el caso es el siguiente: la organización del ego, al sumergirse en el reino astral y etérico, está tan debilitada que ya no puede cumplir eficazmente su acción sobre la sustancia azúcar. El azúcar sufre entonces los procesos en los reinos astral y etérico que deberían tener lugar en la organización del ego


La diabetes se ve agravada por todo lo que aleja a la organización del ego y perjudica su penetración efectiva en las actividades corporales: la sobreexcitación que se produce no una vez sino repetidamente; el sobreesfuerzo intelectual; las predisposiciones hereditarias que dificultan la coordinación normal de la organización del ego con el cuerpo en su conjunto. Al mismo tiempo y en relación con estas cosas, se producen en el sistema de la cabeza procesos que deberían ser propiamente paralelos a los procesos que acompañan a la actividad del alma y del espíritu; se salen de su verdadero paralelismo porque esta última actividad tiene lugar demasiado lentamente o demasiado rápidamente. Es como si el sistema nervioso pensara independientemente al lado del ser humano pensante. Ahora bien, esta es una actividad que el sistema nervioso sólo debería realizar durante el sueño. En el diabético, una forma de sueño en las profundidades del organismo corre paralela al estado de vigilia. De ahí que en el curso posterior de la enfermedad se produzca una degeneración mórbida de la sustancia nerviosa. Es una consecuencia de la deficiente penetración de la organización del yo.


La formación de forúnculos es otro síntoma colateral en la diabetes. Los forúnculos surgen por una actividad excesiva en el dominio de lo etérico. La organización del ego falla donde debería trabajar. La actividad astral no puede desplegarse porque en ese lugar sólo tiene poder cuando está en armonía con la organización del ego. El resultado es un exceso de actividad etérica que se revela en la formación de forúnculos.

De todo esto vemos que un verdadero proceso de curación de la diabetes mellitus sólo puede iniciarse si estamos en condiciones de fortalecer la organización del ego del paciente.


traducido por J.Luelmo junio2021






GA027-4 Sobre la esencia del organismo sensible

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CAPÍTULO IV


La forma y la organización de las plantas en el reino vegetal son exclusivamente el resultado de los dos campos de fuerza: el que irradia hacia fuera de la tierra y el que irradia hacia dentro; esto no es exclusivo en el caso del animal o del hombre. La hoja de una planta está bajo la influencia exclusiva de estos dos campos de fuerza; el pulmón de un animal está sometido a las mismas influencias, pero no de forma exclusiva. Para la hoja, todas las fuerzas creativas formativas se encuentran dentro de estos dos dominios, mientras que para el pulmón hay otras fuerzas formativas además de éstas. Esto se aplica tanto a las fuerzas formativas que dan la forma exterior, como a las que regulan los movimientos interiores de las sustancias, dándoles una dirección definida, combinándolas o separándolas.

De las sustancias que la planta absorbe puede decirse que no es indiferente que estén vivas o no, porque pertenecen al ámbito de las fuerzas que irradian a la tierra. Dentro de la planta no tienen vida si las fuerzas del universo no actúan sobre ellas; cobran vida si están bajo la influencia de estas fuerzas.

Pero para la sustancia vegetal, incluso cuando está viva, la posición relativa pasada, presente o futura de sus miembros es una cuestión indiferente en lo que respecta a cualquier acción propia. Se abandonan a la acción de las fuerzas externas que entran y salen. La sustancia animal está sometida a influencias independientes de estas fuerzas. Se mueve dentro del organismo, o se mueve como un organismo completo de tal manera que los movimientos no siguen sólo las fuerzas que irradian hacia afuera y hacia adentro. Por ello, la configuración animal surge independientemente de los dominios de fuerzas que irradian hacia fuera y hacia dentro de la tierra.

En la planta, el juego de fuerzas aquí descrito da lugar a una alternancia entre las condiciones de estar conectado y desconectado con la corriente de las fuerzas que se vierten desde la periferia. El ser singular de la planta se divide así en dos partes. La primera tiende a la vida y está totalmente bajo el dominio de la circunferencia del mundo; son los órganos de brotación, de crecimiento y de florecimiento. La otra se inclina hacia lo inerte, permanece en el dominio de las fuerzas que salen de la tierra; esta parte comprende todo lo que endurece el crecimiento, proporciona un soporte firme para la vida, etc. Entre estas dos partes, la vida se enciende y se apaga constantemente; y la muerte de la planta no es más que un aumento de los efectos de lo que irradia hacia fuera sobre las fuerzas que irradian hacia dentro.

En el animal, una parte de la naturaleza sustancial queda fuera del dominio de estos dos tipos de fuerzas. Se produce así otra parte distinta de la que encontramos en la planta. Surgen formaciones orgánicas que permanecen en el dominio de los dos reinos de fuerzas, pero también surgen otras que se elevan fuera de este dominio. Entre estas dos formaciones se producen relaciones recíprocas, y en estas relaciones recíprocas está la causa de que la sustancia animal pueda convertirse en portadora de sentimientos. Una consecuencia es la diferencia, tanto en apariencia como en constitución, entre la sustancia animal y la vegetal.

Por consiguiente, en el organismo animal tenemos un conjunto de fuerzas independientes de aquellas que irradian hacia el exterior y hacia el interior de la tierra. Además del físico y del etérico, existe, en efecto, el dominio astral de las fuerzas, del que ya hemos hablado desde otro punto de vista. El término "astral" no debe desanimarnos. Las fuerzas que irradian hacia el exterior son las terrestres, las que irradian hacia el interior son las de la circunferencia cósmica en torno a la tierra; en el "astral" está presente algo de orden superior a estos dos tipos de fuerzas. Esta presencia superior hace primero de la propia tierra un cuerpo celeste - una "estrella" (Astrum). Por medio de las fuerzas físicas la tierra se separa del universo; por medio de las etéricas se somete a la influencia del universo sobre ella; con las fuerzas "astrales" se convierte en una individualidad independiente dentro del universo.

En el organismo animal, el principio "astral" es una parte independiente y autónoma como el físico y el etérico. Por lo tanto, podemos hablar de esta parte como un "cuerpo astral".

La organización animal sólo se hace inteligible estudiando las relaciones recíprocas entre los cuerpos físico, etérico y astral. Pues todos ellos están presentes, de forma independiente, como sus tres partes; además, los tres son diferentes de lo que existe en el exterior a modo de cuerpos sin vida (minerales) o cuerpos vivos de naturaleza vegetal.

Es cierto que se puede hablar del organismo físico animal como sin vida; sin embargo, es diferente de la naturaleza sin vida del mineral, porque antes es alejado por el organismo etérico y astral de la naturaleza mineral, y luego, debido a una retirada de las fuerzas etéricas y astrales, es devuelto al reino sin vida. Se trata de una entidad sobre la que las fuerzas minerales, las que actúan únicamente en el dominio de la tierra, sólo pueden actuar de forma destructiva. Este cuerpo físico sólo puede servir a la organización animal en su conjunto mientras las fuerzas etéricas y astrales mantengan el dominio sobre la intervención destructiva de las fuerzas minerales.

El organismo etérico animal vive como el de la planta, pero no de la misma manera. Porque, por medio de las fuerzas astrales, la vida ha sido llevada a una condición extraña a sí misma; de hecho, ha sido arrancada de las fuerzas que penetran hacia la tierra y luego devuelta de nuevo a su dominio. El organismo etérico es una estructura en la que las fuerzas meramente vegetales tienen una existencia demasiado embotada para la naturaleza animal. Sólo a través de las fuerzas astrales que iluminan continuamente su forma de actividad puede servir al organismo animal en su conjunto. Cuando las actividades del etérico se imponen, sobreviene el sueño; cuando el organismo astral se vuelve predominante, prevalece la vigilia.

Ni el sueño ni la vigilia pueden sobrepasar un determinado límite en sus efectos. Si esto ocurriera en el caso del sueño, la naturaleza vegetal del organismo en su conjunto se inclinaría hacia lo mineral; surgiría una condición enferma, una hipertrofia de la naturaleza vegetal. Y si ocurriera en el caso de la vigilia, la naturaleza vegetal se alejaría por completo del mineral, este último asumiría formas dentro del organismo que no le pertenecen, sino a la esfera externa, inorgánica y sin vida. Se trataría de un estado enfermo por hipertrofia de la naturaleza mineral.

En los tres organismos, físico, etérico y astral, la sustancia [material] penetra desde el exterior. Cada uno de los tres, a su manera, debe superar la naturaleza especial de la [materia]. A través de esto hay una triple organización de los órganos. La organización física produce órganos que han pasado por las organizaciones etérica y astral, pero que están en camino de vuelta a su reino. No pueden haber llegado allí del todo, porque esto significaría la muerte de todo el organismo.

El organismo etérico forma órganos que han pasado por la organización astral, pero que se esfuerzan una y otra vez por retirarse de ella; tienen en ellos una fuerza hacia el embotamiento del sueño, se inclinan a desarrollar esta vida meramente vegetativa.

El organismo astral forma órganos que se alejan de la vida vegetativa. Sólo pueden existir si esta vida vegetativa se apodera de ellos una y otra vez. Al no tener ninguna relación con las fuerzas radiantes hacia el exterior ni con las fuerzas radiantes hacia el interior [campo] de la tierra, caerían por completo fuera del reino terrenal si éste no se apoderara de ellos una y otra vez. En estos órganos debe producirse una interacción rítmica de las naturalezas animal y vegetal. Esto determina la alternancia de los estados de sueño y vigilia. En el sueño, los órganos de las fuerzas astrales también se encuentran en el sopor de la vida vegetal. No tienen ninguna influencia activa en el reino etérico y físico. Están entonces enteramente abandonados a los dominios de las fuerzas [de campo] que entran y salen de la tierra.

Traducido por J.Luelmo junio 2021

GA027-3 Las manifestaciones de la vida

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CAPÍTULO III


No podemos llegar a entender el organismo humano, en la salud o en la enfermedad, si creemos que los efectos de la acción de cualquier sustancia, ingerida con el alimento de la naturaleza externa, continúa simplemente en las partes internas del organismo. No se trata de que continúe dentro del organismo humano, sino, por el contrario, de que se superen las reacciones que, mientras está fuera del organismo, se observan en la sustancia.

La ilusión de que las sustancias del mundo exterior simplemente continúan trabajando por su propia naturaleza en el organismo, se debe al hecho de que para la concepción química ordinaria de hoy en día parece ser así. Esto, según sus investigadores, se dedica a la creencia de que el hidrógeno, por ejemplo, está presente en el cuerpo en la misma forma que en la naturaleza externa, ya que se presenta primero en las sustancias consumidas como alimentos y bebidas, y luego en los productos de excreción: aire, sudor, orina, heces, o en secreciones como la bilis.

No se siente la necesidad de preguntar qué ocurre dentro del cuerpo vivo con lo que aparece como hidrógeno antes de su entrada y después de su salida del organismo.

No se pregunta: ¿Qué experimenta lo que aparece como hidrógeno dentro del organismo?

Sin embargo, cuando uno se plantea esta cuestión, se ve impelido a dirigir su atención al contraste entre el organismo despierto y el dormido. Cuando el organismo está dormido, su naturaleza física no proporciona ninguna base para el desarrollo de la experiencia consciente o autoconsciente, pero sigue proporcionando una base para el desarrollo de la vida. En este sentido, el organismo dormido se distingue del muerto. Pues la base sustancial de este último ya no es de vida. Y mientras uno sólo vea este contraste en la diferente composición de las sustancias en el organismo muerto y en el vivo, no progresará en su comprensión.

Hace medio siglo, el eminente fisiólogo Du Bois Reymond señaló que la conciencia nunca puede explicarse por las reacciones de la sustancia material. Nunca se entenderá, declaró, por qué para tantos átomos de carbono, de oxígeno, de hidrógeno y de nitrógeno no es indiferente cuál es su posición relativa, o lo fue, o lo será, o por qué, por estos sus cambios de posición, deben hacer surgir en el hombre las sensaciones: Veo el rojo, huelo el aroma de las rosas. Siendo así, sostenía Du Bois Reymond, el pensamiento científico-natural nunca puede explicar al ser humano despierto, lleno como está de sensaciones; sólo puede explicar al hombre dormido.

Sin embargo, en este punto de vista cayó en una ilusión. Creía que los fenómenos de la vida, aunque no de la conciencia, serían inteligibles como resultado de las reacciones de la sustancia material. Pero en realidad, debemos decir de los fenómenos de la vida, lo mismo que él dijo de los de la conciencia: ¿Por qué habría de ocurrírsele a tantos átomos de carbono, oxígeno, hidrógeno y nitrógeno producir, por la forma de sus posiciones relativas presentes, pasadas o futuras, el fenómeno de la vida?

La observación muestra, al fin y al cabo, que los fenómenos de la vida tienen una orientación totalmente diferente de los que se desarrollan en el ámbito sin vida. De estos últimos podremos decir: Revelan que están sometidos a fuerzas que irradian hacia el exterior desde la esencia de la sustancia material. Estas fuerzas irradian desde el centro relativo de la tierra hacia la periferia. Pero las manifestaciones de la vida muestran que la sustancia material aparece sometida a fuerzas que actúan desde fuera hacia dentro, hacia el centro relativo. Al pasar a la esfera de la vida, la sustancia debe retirarse de las fuerzas que irradian hacia fuera y someterse a las que irradian hacia dentro.

Ahora bien, toda sustancia terrestre, o proceso terrestre, debe a la tierra sus fuerzas que son del tipo que irradian hacia el exterior; comparte estas fuerzas en común con la tierra. En efecto, sólo porque forma parte del cuerpo terrestre, cualquier sustancia tiene la naturaleza que la química descubre en ella. Cuando llega a la vida, entonces debe dejar de ser simplemente un pedazo de tierra, ahí termina su equiparación con la tierra. Pasa a integrarse en las fuerzas que irradian hacia el interior de la tierra procedentes de todos los lados, desde más allá del ámbito terrestre. Siempre que veamos que una sustancia o un proceso se despliega en formas de vida, debemos concebir que se retira de las fuerzas que actúan sobre ella, tales como las del centro de la tierra, y entra en el dominio de otras, que tienen, no un centro, sino una periferia.

Estas fuerzas actúan desde todos los lados, como si se esforzaran por alcanzar el punto central de la tierra. Desgarrarían la naturaleza material del reino terrestre, la disolverían en la más completa falta de forma, si no fuera por los cuerpos celestes más allá de la tierra que mezclan sus influencias en el campo de estas fuerzas y modifican el proceso de disolución. En la planta podemos observar lo que sucede. En las plantas, las sustancias de la tierra son apartadas lejos del dominio de las influencias terrestres. Se dirigen hacia lo informe. Pero esta transición hacia lo informe es modificada por las influencias del sol y efectos similares del cosmos. Cuando éstas ya no actúan, o cuando actúan de manera diferente, como en la noche, entonces, en las sustancias en cuestión, las fuerzas que tienen origen en comunión con la tierra, comienzan a agitarse de nuevo. De la cooperación de las fuerzas terrestres y cósmicas surge la naturaleza vegetal. Si comprendemos en el término físico el dominio de todas aquellas fuerzas y reacciones que las sustancias despliegan bajo la influencia de la tierra, tendremos que designar las fuerzas completamente diferentes que no irradian hacia fuera de la tierra, sino hacia dentro, con un nombre en el que este carácter diferente debe encontrar su expresión. Aquí llegamos desde un nuevo aspecto a ese elemento de la organización del hombre que fue indicado desde otro en el capítulo anterior. En armonía con un uso más antiguo, que ha caído en la confusión bajo el modo de pensar puramente físico moderno, hemos acordado denotar esta parte del organismo humano como lo etérico. Así pues, tendremos que decir: en la naturaleza vegetal, en la medida en que aparece viva, lo etérico se impone.

También en el hombre, en la medida en que es un ser vivo, rige el mismo principio etérico. Sin embargo, incluso en lo que respecta a los meros fenómenos de la vida, se aprecia una importante diferencia en su naturaleza frente a la de la planta. En efecto, la planta deja que lo físico se imponga en ella cuando lo etérico ya no despliega su influencia desde los espacios cósmicos, como ocurre cuando el éter solar deja de actuar por la noche. El ser humano, en cambio, sólo deja que lo físico se imponga en su cuerpo cuando sobreviene la muerte. En el sueño, aunque los fenómenos de la conciencia y de la autoconciencia se desvanecen, los fenómenos de la vida permanecen, incluso cuando el éter solar ya no trabaja en los espacios cósmicos. Perpetuamente, a lo largo de su vida, la planta está recibiendo en sí misma las fuerzas del éter a medida que se dirigen hacia la tierra. El hombre, sin embargo, las lleva dentro de sí de manera individualizada, desde el período embrionario de su existencia. Durante su vida, saca de sí mismo lo que la planta recibe continuamente del universo, porque lo recibió para su posterior desarrollo ya en el vientre de la madre. Una fuerza cuya naturaleza propia es originalmente cósmica, destinada a verter sus influencias hacia la tierra, actúa desde el pulmón o el hígado. Ha realizado una metamorfosis de su dirección.

Así, tendremos que decir que el hombre lleva lo etérico en su interior en forma individualizada. Así como lleva lo físico en la forma individualizada de su cuerpo físico y sus órganos, lo mismo ocurre con lo etérico. Tiene su propio cuerpo etérico especial, como tiene su físico. En el sueño, el cuerpo etérico del hombre permanece unido al físico y le da vida; sólo se separa de él en la muerte.

traducido por J.Luelmo junio2021

GA027-2 ¿Por qué se enferma el ser humano?

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CAPÍTULO II


Quien reflexione sobre el hecho de que el ser humano pueda enfermarse, se verá envuelto en una paradoja que no podrá evitar si se limita a pensar puramente en la línea de la ciencia natural, tendrá que asumir para empezar que esta paradoja radica en la propia naturaleza de la existencia. Pues, considerado superficialmente, aquello que tiene lugar en el curso de la enfermedad no deja de ser un proceso natural. Lo que tiene lugar en el estado de salud es también un proceso natural.

En primer lugar, los procesos de la naturaleza sólo los conocemos a través de la observación del mundo externo al ser humano, y del propio ser humano en la medida en que lo observamos del mismo modo como una parte de la naturaleza; concebimos que los procesos que tienen lugar en su interior, por complicados que sean, son sin embargo del mismo tipo que los procesos que podemos observar fuera de él, los procesos externos de la naturaleza.

Sin embargo, aquí surge una pregunta que no tiene respuesta desde este punto de vista. ¿Cómo surgen en el hombre (por no hablar, en este punto, del animal) procesos de la naturaleza que van en contra de los procesos saludables?

El organismo humano saludable parecería ser inteligible como parte de la naturaleza; no así el enfermo. Por lo tanto, de alguna manera debe ser inteligible por sí mismo, en virtud de algo que no obtiene de la naturaleza.

La idea que predomina es que lo espiritual en el hombre tiene como base física un proceso muy complicado de la naturaleza, como una continuación de los procesos naturales que encontramos fuera del hombre. Sin embargo, veamos si la continuación de cualquier proceso de la naturaleza basado en el organismo humano sano, suscita alguna vez experiencias espirituales como tales. Es mas bien lo contrario. Cuando el proceso natural continúa de forma ininterrumpida, la experiencia espiritual se extingue. Esto es lo que sucede en el sueño y también en la inconsciencia.

Consideremos, por otra parte, cómo se agudiza la vida espiritual consciente cuando un órgano se enferma. Sobreviene el dolor, o al menos el malestar y el disgusto. La vida del sentimiento recibe un contenido que de otro modo no tiene. La vida de la voluntad se ve perjudicada. El movimiento de un miembro que se produce de forma natural en el estado sano ya no puede realizarse correctamente, el dolor o la incomodidad lo dificultan y lo impiden.

Observa ahora la transición del movimiento doloroso de un miembro a su parálisis. En el movimiento acompañado de dolor tenemos las etapas iniciales de un movimiento paralizado. El espíritu activo interviene en el organismo. En la salud, esta actividad se revela al principio en la vida del pensamiento o de la representación. Activamos una determinada representación y se produce el movimiento de un miembro. Con la representación no entramos conscientemente en los procesos orgánicos que culminan en el movimiento. La representación se sumerge en el inconsciente. Entre la representación y el movimiento interviene el sentimiento a nivel anímico en el estado sano. No se vincula a ningún órgano físico concreto. Sin embargo, en el estado de enfermedad no ocurre lo mismo. El sentimiento que se experimenta en la salud como libre del organismo físico, al sentir la enfermedad este sentimiento se experimenta unido a lo físico.

Esto muestra la relación del proceso de la sensación de salud y la experiencia de la enfermedad. Tiene que haber algo que, cuando el organismo está sano, está menos intensamente unido a él que cuando está enfermo. Para la percepción espiritual este algo se revela como el cuerpo astral. El cuerpo astral es una organización suprasensible dentro de la organización física. Puede intervenir vagamente en un órgano cuando conduce a una experiencia anímica que se sostiene por sí misma y no se experimenta en conexión con el cuerpo. O interviene intensamente en un órgano; entonces conduce a la experiencia de la enfermedad. Una de las formas de enfermedad debe ser concebida como una apropiación anormal del organismo por parte del cuerpo astral, que hace que la parte espiritual del hombre se sumerja en el cuerpo más profundamente que en el caso de la salud.

Pero el pensar también tiene su base física en el organismo. En el estado de salud está aún más libre de lo físico que el sentir. Además del cuerpo astral, la percepción espiritual descubre una especial organización del yo que se expresa libremente en el alma al pensar. Si, con esta organización del yo, el hombre se sumerge intensamente en su naturaleza corporal, la condición resultante hace que la observación de su propio organismo se asemeje a la del mundo exterior - es un hecho que cuando observamos un objeto o proceso del mundo exterior, la idea en el hombre y lo que observa no están en una relación recíproca viva, sino que son independientes entre sí. En un miembro humano esta condición sólo tiene lugar cuando está paralizado. El miembro se convierte entonces en una pieza del mundo exterior. La organización del yo ya no está ligeramente unida a él como lo está en la salud, cuando puede unirse al miembro en el acto del movimiento y retirarse de nuevo en seguida; se sumerge en el miembro permanentemente y ya no es capaz de retirarse.

También en este caso el proceso de movimiento sano de un miembro y el de la parálisis se encuentran uno al lado del otro en su relación. Se ve claramente que la etapa inicial del movimiento sano es el primer comienzo de una parálisis, una parálisis que se libera tan pronto como comienza.

En esta unión intensiva del cuerpo astral o de la organización del ego con el organismo físico debemos ver la esencia misma de la enfermedad. Sin embargo, esta unión no es más que una intensificación de la que existe de una manera más leve en un estado de salud. Incluso la forma normal en que el cuerpo astral y la organización del ego se adueñan del cuerpo humano, está relacionada no con los procesos sanos de la vida, sino con los enfermos. Allí donde el alma y el espíritu actúan, anulan el funcionamiento ordinario del cuerpo, transformándolo en su contrario. Al hacerlo, llevan al organismo a una línea de acción en la que la enfermedad tiende a instalarse. En la vida normal esto se regula directamente, ya que surge por un proceso de auto curación.

Una cierta forma de enfermedad se produce cuando el espíritu, o el alma, se abre paso demasiado en el organismo, con el resultado de que el proceso de auto curación no puede tener lugar en absoluto o es demasiado lento.

Por lo tanto, hay que buscar las causas de la enfermedad en las facultades del alma y del espíritu. La curación debe consistir entonces en liberar [soltar] este elemento anímico o espiritual de la organización física.

Este es un tipo de enfermedad. Hay otro. La organización del ego y el cuerpo astral pueden verse impedidos de alcanzar incluso esa unión más suelta con la naturaleza corporal que está condicionada, en la vida ordinaria, por las actividades independientes del sentir, el pensar y la voluntad. Entonces, en los órganos o procesos a los que el alma y el espíritu no pueden acercarse, habrá una continuación de los procesos sanos más allá de la debida medida que es apropiada para el organismo. Pero la percepción espiritual muestra que en tal caso el organismo físico no se limita a realizar los procesos sin vida de la naturaleza externa. Pues el organismo físico está impregnado de un éter. El organismo físico, por sí solo, nunca podría suscitar un proceso de auto curación. Es en el organismo etérico donde se desencadena este proceso. Por lo tanto, nos lleva a reconocer la salud como aquella condición que tiene su origen en lo etérico. Por consiguiente, la curación debe consistir en un tratamiento del organismo etérico.

Traducido por J.Luelmo junio2021

GA027-1 el verdadero conocimiento del ser humano como fundamento de la medicina

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CAPÍTULO I


Este libro indicará nuevas posibilidades para la ciencia y el arte de la Medicina. Sólo será posible formarse una idea exacta de lo que se describe si el lector está dispuesto a aceptar los puntos de vista que predominaban en la época en la que surgió el enfoque médico aquí esbozado.

No se trata de una oposición a la medicina moderna [homologada] que trabaja con métodos científicos. Reconocemos plenamente el valor de sus principios. También es nuestra opinión que lo que ofrecemos sólo debe ser utilizado en el trabajo médico por aquellos individuos que pueden ser plenamente activos como médicos calificados en el sentido de esos principios.

Por otra parte, a todo lo que puede conocerse del ser humano con los métodos científicos hoy reconocidos, añadimos un conocimiento más, cuyos descubrimientos se realizan por métodos diferentes. Y a partir de este conocimiento más profundo del Mundo y del Hombre, nos vemos obligados a trabajar por una ampliación del arte de la medicina.

Fundamentalmente hablando, la medicina [homologada] de hoy no puede ofrecer ninguna objeción a lo que tenemos que decir, ya que por nuestra parte no negamos sus principios. Sólo podría rechazar nuestros esfuerzos a priori aquel que nos exigiera no sólo afirmar su ciencia, sino no aducir ningún otro conocimiento que se extienda más allá de los límites de la suya.

Esta ampliación del conocimiento del mundo y del hombre la vemos en la Antroposofía, fundada por Rudolf Steiner. Al conocimiento del hombre físico, que es el único accesible a los métodos científico-naturales de hoy, la Antroposofía añade el del hombre espiritual. Tampoco se procede desde el conocimiento de lo físico hasta el conocimiento de lo espiritual simplemente por medio del pensamiento reflexivo. En tal camino, uno sólo se encuentra frente a hipótesis más o menos bien concebidas, de las cuales nadie puede probar que haya algo que se corresponda con la realidad.

Antes de hacer afirmaciones sobre lo espiritual, la Antroposofía desarrolla los métodos que le dan derecho a hacer tales afirmaciones. Se podrá comprender la naturaleza de estos métodos si se considera lo siguiente: todos los resultados de la ciencia aceptada de nuestro tiempo se derivan en última instancia de las impresiones de los sentidos humanos. Por mucho que el hombre amplíe la esfera de lo que le proporcionan sus sentidos, en la experimentación o en la observación con ayuda de instrumentos, nada esencialmente nuevo se añade por estos medios a su experiencia del mundo en el que los sentidos le sitúan.

Su pensamiento, también, en la medida en que lo aplica en sus investigaciones del mundo físico, no puede añadir nada nuevo a lo que le dan los sentidos. En el pensamiento él lo que hace es combinar y analizar las impresiones de los sentidos para descubrir leyes (las leyes de la naturaleza), y sin embargo, como investigador del mundo material debe admitir: este pensamiento que brota de mi interior no añade nada real a lo que ya es real en el mundo material de los sentidos.

Pero si no nos detenemos en el pensamiento que el hombre adquiere a través de su experiencia de la vida ordinaria y de la educación, entonces todo cambia inmediatamente. Este pensamiento puede fortalecerse y reforzarse dentro de nosotros mismos. Colocamos en el centro de la conciencia alguna idea sencilla y fácilmente abarcable y, con exclusión de todos los demás pensamientos, concentramos toda la fuerza del alma en tales representaciones. Lo mismo que un músculo se fortalece cuando se ejerce una y otra vez en la dirección de la misma fuerza, así nuestra fuerza del alma se fortalece cuando se ejercita de esta manera con respecto a esa esfera de la existencia que, por lo demás, domina el pensamiento. Hay que subrayar de nuevo que estos ejercicios deben basarse en pensamientos sencillos y fácilmente abarcables. Porque al realizar los ejercicios el alma no debe estar expuesta a ninguna clase de influencias del subconsciente o del inconsciente. (Aquí sólo podemos indicar el principio de tales ejercicios; una descripción más completa, y las instrucciones que muestran cómo deben hacerse tales ejercicios en casos individuales, se encontrarán en los libros, tales como Conocimiento de los Mundos Superiores y Ciencia Oculta, y otras obras antroposóficas.

Es tentador objetar que quien se entrega así con todas sus fuerzas a ciertos pensamientos colocados en el foco de la conciencia, se expondrá así a toda clase de autosugestiones y cosas semejantes, y que entrará simplemente en un reino de fantasía. Pero la Antroposofía muestra cómo deben hacerse los ejercicios desde el principio, de modo que esta objeción pierde su validez. Muestra la manera de avanzar dentro de la esfera de la conciencia, paso a paso y con plena conciencia en la realización de los ejercicios, igual que para resolver un problema aritmético o geométrico. En ningún momento de la resolución de un problema de aritmética o de geometría nuestra conciencia puede desviarse hacia regiones inconscientes; tampoco puede hacerlo durante las prácticas aquí indicadas, siempre que se observen debidamente las sugerencias antroposóficas.

Con esta práctica conseguimos fortalecer un poder de pensamiento del que antes no teníamos ni la más remota idea. Sentimos este poder de pensamiento como un nuevo contenido de nuestro ser humano que se impone dentro de nosotros. Y con este nuevo contenido de nuestro propio ser humano se revela al mismo tiempo un contenido del mundo que, aunque tal vez hayamos adivinado su existencia antes, nos era desconocido por la experiencia real hasta ahora. Si en momentos de introspección consideramos nuestra actividad cotidiana de pensamiento, encontramos que los pensamientos son pálidos y sombríos al lado de las impresiones que nos dan nuestros sentidos.

En cambio, lo que experimentamos en la ahora fortalecida capacidad del pensamiento no es ni mucho menos pálido o sombrío. Está lleno de contenido interno, vívidamente real y gráfico; es, de hecho, de una realidad mucho más intensa que los contenidos de nuestras percepciones sensoriales. Un nuevo mundo comienza a amanecer para la persona que ha potenciado así la fuerza de su facultad perceptiva.

Aquel que hasta ahora sólo era capaz de percibir en el mundo de los sentidos, aprende a percibir en este nuevo mundo; y al hacerlo, descubre que todas las leyes de la naturaleza que conocía antes sólo son válidas en el mundo físico; porque correponde a la naturaleza intrínseca del mundo en el que ha entrado el hecho de que sus leyes sean diferentes, de hecho, todo lo contrario a las del mundo físico. En este mundo, por ejemplo, no se aplica la fuerza de gravedad terrestre, sino que, por el contrario, surge otra fuerza que no actúa desde el centro de la tierra hacia fuera, sino en sentido inverso, desde la circunferencia del universo hacia el centro de la tierra. Y lo mismo ocurre con las demás fuerzas del mundo físico.

La facultad del hombre de percibir en este mundo, alcanzable como lo es por el ejercicio y la práctica, se denomina, en Antroposofía, facultad imaginativa del conocimiento. Imaginativa no porque se trate de "fantasías", la palabra se utiliza porque el contenido de la conciencia está lleno de imágenes, en lugar de las meras sombras del pensamiento. Y como en la percepción de los sentidos sentimos como experiencia inmediata que estamos en un mundo de realidad, así es en la actividad del alma, que aquí se llama conocimiento imaginativo. El mundo con el que se relaciona este conocimiento se denomina en Antroposofía mundo etérico. No se trata de sugerir el éter hipotético de la física moderna, sino de algo que se ve realmente en el espíritu. El nombre se utiliza en consonancia con los presentimientos más antiguos e instintivos con respecto a ese mundo. Frente a lo que ahora se puede conocer con total claridad, estos antiguos presentimientos ya no tienen valor científico; pero si queremos designar una cosa tenemos que elegir algún nombre.

Dentro del mundo etérico es perceptible una naturaleza corporal etérica del hombre, que existe además de la naturaleza corporal física.

Este cuerpo etérico también se encuentra en su naturaleza esencial en el mundo vegetal. Las plantas también tienen su cuerpo etérico. Las leyes físicas sólo son válidas para el mundo de la naturaleza mineral sin vida.

Debido a que hay sustancias en el reino terrenal que no se quedan encerradas o limitadas a las leyes físicas, sino que pueden dejar de lado todo el complejo de la ley física y asumir una que se oponga a ella, hace que el mundo vegetal sea posible en la tierra. Las leyes físicas actúan a partir de la tierra; las etéricas actúan desde todos los lados del universo hacia la tierra. No es posible que el hombre comprenda cómo surge el mundo vegetal, hasta que no ve en éste la interacción de lo terrenal y físico con lo cósmico-etérico.


Lo mismo ocurre con el cuerpo etérico del propio hombre. A través del cuerpo etérico se produce en el hombre algo que no es una simple continuación de las leyes y el funcionamiento del cuerpo físico con sus fuerzas, sino que se apoya en un fundamento muy diferente: en efecto, las sustancias físicas, al verterse en el reino etérico, se despojan, para empezar, de sus fuerzas físicas.

Las fuerzas que prevalecen en el cuerpo etérico están activas al principio de la vida del hombre en la tierra, y más claramente durante el período embrionario; son las fuerzas del crecimiento y del desarrollo formativo. En el transcurso de la vida terrestre, una parte de estas fuerzas se emancipa de esta actividad formativa y de crecimiento y se convierte en las fuerzas del pensamiento, justo aquellas fuerzas que, para la conciencia ordinaria, hacen surgir el mundo de sombras de los pensamientos del hombre.

Es de suma importancia saber que las fuerzas ordinarias del pensamiento del hombre son fuerzas formativas y de crecimiento refinadas. En la formación y el crecimiento del organismo humano se revela algo espiritual. Así pues, el elemento espiritual aparece en el curso de la vida como la fuerza espiritual del pensamiento. Y esta fuerza del pensamiento es sólo una parte de la fuerza humana formativa y de crecimiento que actúa en el etérico.

La otra parte permanece fiel al propósito que desempeñó en el comienzo de la vida del ser humano. Pero debido a que el ser humano continúa evolucionando incluso cuando su crecimiento y formación han alcanzado una etapa avanzada, es decir, cuando se han completado en cierto grado, la fuerza espiritual etérica, que vive y actúa en el organismo, hace posible que en la vida posterior emerja como capacidad de pensamiento.

Por tanto, la fuerza formativa o esculpidora, que aparece por un lado en el contenido anímico de nuestro pensamiento, se revela a la visión espiritual imaginativa desde el otro lado como una realidad etérico-espiritual.

Si ahora seguimos la sustancia material de la tierra en el proceso formativo etérico, encontramos que dondequiera que entren en este proceso formativo, estas sustancias asumen una forma de ser que las aleja de la naturaleza física. Mientras están así alejadas, entran en un mundo donde lo espiritual sale a su encuentro transformándolas en su propio ser.

La forma de ascender a la naturaleza etéricamente viviente del hombre, tal y como se describe aquí, es algo muy diferente a la postulación no científica de una "fuerza vital" que era habitual incluso hasta mediados del siglo XIX para explicar las entidades vivientes. Aquí se trata de la visión real -es decir, la percepción espiritual- de una realidad que está presente, al igual que el cuerpo físico, en el hombre y en todo lo que vive. Para lograr la percepción espiritual de lo etérico no nos limitamos a continuar con el pensamiento ordinario ni inventamos otro mundo a través de la fantasía. Más bien ampliamos los poderes humanos de cognición de una manera exacta; y esta extensión produce la experiencia de un universo extendido.

Los ejercicios que conducen a la percepción superior pueden llevarse más lejos. Así como ejercemos un poder mejorado al concentrarnos en pensamientos colocados deliberadamente en el centro de nuestra conciencia, ahora podemos aplicar tal poder mejorado para suprimir las imaginaciones - (imágenes de una realidad espiritual-etérica) - logradas por el proceso anterior. Entonces alcanzamos un estado de conciencia completamente vaciada. Estamos despiertos y conscientes, pero nuestra vigilia, para empezar, no tiene contenido. Pero esta vigilia no se queda sin contenido. Nuestra conciencia, vaciada como está de cualquier impresión pictórica física o etérica, se llena de un contenido que se vierte en ella desde un mundo espiritual real, al igual que las impresiones del mundo físico se vierten en los sentidos físicos.

Mediante el conocimiento imaginativo hemos llegado a conocer un segundo miembro del ser humano; cuando la conciencia vaciada se llena de contenido espiritual aprendemos a conocer un tercer miembro. La Antroposofía llama al conocimiento que se produce de este modo conocimiento por inspiración. (El lector no debe dejarse confundir por estos términos, que han sido tomados de las formas instintivas de mirar a los mundos espirituales que pertenecían a épocas más primitivas, pero el sentido en que aquí se emplean está expresado con exactitud). El mundo al que el hombre accede por "inspiración" se llama "mundo astral". Cuando se habla en el sentido aquí explicado de "mundo etérico", se trata de aquellas influencias que actúan desde la circunferencia del universo hacia la tierra. Si hablamos de "mundo astral", procedemos, como se ve por la percepción de la conciencia inspirada, de las influencias del cosmos hacia ciertos seres espirituales que se revelan en estas influencias, así como los materiales de la tierra se revelan en las fuerzas que irradian desde la tierra. Hablamos de verdaderos seres espirituales que actúan desde el universo lejano, del mismo modo que hablamos de las estrellas y las constelaciones cuando miramos físicamente al cielo por la noche. De ahí la expresión "mundo astral". En este mundo astral el hombre lleva el tercer miembro de su naturaleza humana, es decir, su cuerpo astral.

Las sustancias de la tierra también deben fluir en este cuerpo astral. Mediante este fluir se alejan de su naturaleza física. - Así como el hombre tiene el cuerpo etérico en común con el mundo de las plantas, también tiene su cuerpo astral en común con el mundo de los animales.


Lo que esencialmente eleva al ser humano por encima del mundo animal puede ser reconocido a través de una forma de cognición aún más elevada que la inspiración. En este punto la Antroposofía habla de intuición. En la inspiración se manifiesta un mundo de seres espirituales; en la intuición, la relación del ser humano que discierne con el mundo se hace más íntima. Ahora lleva a la máxima conciencia dentro de sí lo que es puramente espiritual, y en la experiencia consciente de ello, se da cuenta inmediatamente de que no tiene nada que ver con la experiencia de la naturaleza corporal. De este modo, se traslada a una vida que sólo puede describirse como una vida del espíritu humano entre otros seres espirituales. En la inspiración se revelan los seres espirituales del mundo; a través de la intuición nosotros mismos vivimos con estos seres.

A través de esto llegamos a reconocer el cuarto miembro del ser humano, el "yo" esencial. Una vez más nos damos cuenta de cómo la materia de la tierra, al adaptarse a la vida y al ser del "yo", se aleja aún más de su naturaleza física. La naturaleza que esta materia asume como "organización del yo" es, para empezar, la forma de sustancia terrestre en la que más se aleja de su carácter físico terrenal.

En la organización humana, lo que así aprendemos a conocer como "cuerpo astral" y "yo" no está ligado al cuerpo físico de la misma manera que el cuerpo etérico. La inspiración y la intuición muestran cómo en el sueño el "cuerpo astral" y el "yo" se separan del físico y del etérico, y que sólo en el estado de vigilia se produce la plena impregnación mutua de los cuatro miembros de la naturaleza del hombre para formar una entidad humana.

En el sueño, el cuerpo físico y el cuerpo etérico del hombre quedan en el mundo físico y etérico. Sin embargo, no están en la misma posición que el cuerpo físico y etérico de una planta o de un ser parecido a una planta. Porque llevan en su interior los efectos subsiguientes derivados de la naturaleza astral y yoica. En efecto, desde el momento en que ya no llevan dichos efectos en su interior, el ser humano debe despertar. Un cuerpo físico humano nunca debe ser sometido a lo meramente físico, ni un cuerpo etérico humano a los efectos meramente etéricos. Con ello se desintegrarían.

Sin embargo, la inspiración y la intuición también muestran algo más. La sustancia física experimenta un mayor desarrollo de su naturaleza en su transición a vivir y moverse en lo etérico. Es una condición de la vida que el cuerpo orgánico sea arrebatado del estado terrenal para ser construido por el cosmos extraterrestre. Sin embargo, esta actividad de construcción da lugar a la vida, pero no a la conciencia, ni a la autoconciencia.

El cuerpo astral debe construir su organización dentro de lo físico y lo etérico; el ego debe hacer lo mismo con respecto a la organización del ego. Pero en esta construcción no hay desarrollo consciente de la vida anímica. Para que esto ocurra, debe oponerse al proceso de construcción un proceso de destrucción. El cuerpo astral construye sus órganos; los destruye permitiendo que el alma desarrolle una actividad de sentimiento dentro de la conciencia; el ego construye su "organización del ego"; lo destruye, en cuanto la actividad de la voluntad se activa en la autoconciencia.

En el sueño, el cuerpo físico y el cuerpo etérico del hombre quedan en el mundo físico y etérico. Sin embargo, no están en la misma posición que el cuerpo físico y etérico de una planta o de un ser parecido a una planta. Porque llevan en su interior los efectos subsiguientes derivados de la naturaleza astral y yoica. En efecto, desde el momento en que ya no llevan dichos efectos en su interior, debe producirse el despertar. Un cuerpo físico humano nunca debe ser sometido a lo meramente físico, ni un cuerpo etérico humano a los efectos meramente etéricos. Con ello se desintegrarían.

Sin embargo, la inspiración y la intuición también muestran algo más. La sustancia física experimenta un mayor desarrollo de su naturaleza en su transición a vivir y moverse en lo etérico. Es una condición de la vida que el cuerpo orgánico sea arrebatado del estado terrenal para ser construido por el cosmos extraterrestre. Sin embargo, esta actividad de construcción da lugar a la vida, pero no a la conciencia, ni a la autoconciencia.

El cuerpo astral debe construir su organización dentro de lo físico y lo etérico; el ego debe hacer lo mismo con respecto a la organización del ego. Pero en esta construcción no hay desarrollo consciente de la vida anímica. Para que esto ocurra, debe oponerse al proceso de construcción un proceso de destrucción. El cuerpo astral construye sus órganos; los destruye al permitir que el alma desarrolle una actividad de sentimiento dentro de la conciencia; el ego construye su "organización del ego"; lo destruye, en cuanto la actividad de la voluntad se activa en la autoconciencia.

El espíritu dentro del ser humano no se desarrolla sobre la base de la actividad material constructiva, sino sobre la base de lo que destruye. Allí donde el espíritu ha de actuar en el hombre, la materia debe retirarse de su actividad.

Incluso el origen del pensamiento en el cuerpo etérico no depende de un desarrollo posterior sino, por el contrario, de una destrucción del ser etérico. El pensamiento consciente no tiene lugar en los procesos de crecimiento y formación, sino en los procesos de deformación, desvanecimiento y muerte que se entrelazan continuamente con los acontecimientos etéricos.

En el pensar consciente, los pensamientos se liberan de la forma física y se convierten en experiencias humanas como formaciones del alma.

Si consideramos al ser humano sobre la base de tal conocimiento del hombre, nos damos cuenta de que la naturaleza de todo el hombre, o de cualquier órgano individual, sólo se ve con claridad cuando se conoce cómo funcionan en él el cuerpo físico, el etérico, el astral y el ego. Hay órganos en los que el agente principal es el ego; en otros, el ego trabaja muy poco, y la organización física es predominante.

Así como el hombre sano sólo puede ser comprendido reconociendo cómo los miembros superiores del ser humano se apoderan de la sustancia terrestre, forzándola a su servicio, y a este respecto también reconociendo cómo la sustancia terrestre se transforma cuando entra en la esfera de acción de los miembros superiores de la naturaleza del hombre; así también sólo podemos comprender al hombre enfermo si entendemos la situación en que se encuentra el organismo en su conjunto, o un determinado órgano o serie de órganos, cuando el modo de acción de los miembros superiores cae en la irregularidad. Sólo podremos pensar en sustancias terapéuticas cuando desarrollemos un conocimiento de cómo alguna sustancia terrestre o proceso terrestre se relaciona con lo etérico, con lo astral y con el ego. Sólo entonces seremos capaces de lograr el resultado deseado, introduciendo una sustancia terrenal en el organismo humano o mediante un tratamiento con un proceso terrenal de actividad, que permita a los miembros superiores del ser humano desplegarse de nuevo sin obstáculos, o bien que la sustancia terrenal (del cuerpo físico) encuentre, en lo que se ha añadido, el apoyo necesario para llevarla al camino en el que se convierte en una base para el trabajo terrenal de lo espiritual.

El hombre es lo que es en virtud del cuerpo físico, el cuerpo etérico, el alma (cuerpo astral) y el ego (espíritu). En la salud, debe ser visto y comprendido desde el aspecto de estos sus miembros; en la enfermedad debe ser observado en la perturbación de su equilibrio, y para su curación debemos encontrar las sustancias terapéuticas que puedan restaurar el equilibrio.

En este libro se va a sugerir un enfoque médico construido sobre esta base.

Traducido por J.Luelmo junio2021

GA027 Fundamentos Terapéuticos - PREFACIO-

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PREFACIO


Rudolf Steiner, el maestro, guía y amigo, ya no está entre los vivos de la Tierra. Una grave enfermedad, que comenzó por puro agotamiento físico, le arrebató. En medio de su trabajo tuvo que acostarse en el lecho de la enfermedad. Las fuerzas que había dedicado tan copiosamente, sin escatimar esfuerzos, al trabajo de la Sociedad Antroposófica, ya no bastaban para superar su propia enfermedad. Con una pena y un dolor indecibles, todos los que le amaban y honraban tuvieron que presenciar cómo él, que era amado por tantos, que había sido capaz de ayudar a tantos otros, tuvo que dejar que el destino siguiera su curso cuando llegó su propia enfermedad, sabiendo bien que los poderes superiores guiaban estos acontecimientos.

En este pequeño volumen se recogen los frutos de nuestro trabajo conjunto.

La enseñanza de la Antroposofía es para la ciencia médica una verdadera mina de inspiración. Desde mi conocimiento y experiencia como médico, pude confirmarla sin reservas. Encontré en ella una fuente de sabiduría de la que era posible extraer incansablemente, y que era capaz de resolver e iluminar muchos problemas aún no resueltos en la Medicina. Así surgió entre Rudolf Steiner y yo una cooperación viva en el campo de los descubrimientos médicos. Nuestra cooperación se profundizó gradualmente, especialmente en los dos últimos años, de modo que la autoría conjunta de un libro se convirtió en una posibilidad y un logro. Siempre había sido el empeño de Rudolf Steiner -_y en esto pude encontrarme con él con la más plena simpatía de comprensión- renovar la vida de los antiguos Misterios y hacer que fluyera de nuevo en la esfera de la Medicina. Desde tiempos inmemoriales, los Misterios estaban íntimamente unidos con el arte de curar, y el logro del conocimiento espiritual fue puesto en conexión con la curación de los enfermos. No pretendíamos, al estilo de los charlatanes y diletantes, menospreciar la Medicina científica de nuestro tiempo. La reconocimos plenamente. Nuestro objetivo era complementar la ciencia ya existente mediante la iluminación que puede fluir de un verdadero conocimiento del Espíritu, hacia una comprensión viva de los procesos de la enfermedad y de la curación. Ni que decir tiene que nuestro propósito era dar nueva vida, no al hábito instintivo del alma que aún existía en los Misterios de la antigüedad, sino a un método de investigación correspondiente a la conciencia plenamente evolucionada del hombre moderno, que puede elevarse a las regiones espirituales.


Así se dieron los primeros comienzos de nuestro trabajo. En el Instituto Clínico y Terapéutico fundado por mí en Arlesheim. en Suiza, se dio una base en la práctica para las teorías expuestas en este libro. Y nos esforzamos por desplegar nuevos caminos en el arte de curar a aquellos que buscaban, en el sentido aquí indicado, una ampliación de sus conocimientos médicos.


Teníamos la intención de seguir este pequeño volumen con otras producciones de nuestro trabajo conjunto. Esto, por desgracia, ya no fue posible. En cuanto a este primer volumen, cuyo manuscrito fue corregido con alegría y satisfacción interior por Rudolf Steiner sólo tres días antes de su muerte, ojalá llegue a los destinatarios que se esfuerzan por salir de los profundos enigmas de la vida para comprenderla en su verdadera grandeza y gloria.


Ita Wegman


Arlesheim-Dornach, Septiembre de 1925


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Hace unos sesenta años Rudolf Steiner trabajó en este libro junto con el entonces jefe de la Sección Médica del Goetheanum de Dornach, Suiza. El entusiasmo de la Dra. Ita Wegman por este trabajo era enorme. Se la podía ver conduciendo después de una cena muy rápida hasta el lugar donde la esperaba el gran hombre. Con la ayuda de este libro, la profesión médica tiene la oportunidad de aprender el nuevo camino de una medicina que considera al hombre, no sólo como un ser físico, sino también compuesto de alma y espíritu. Este conocimiento muestra claramente la conexión del hombre con las fuerzas de la naturaleza y el universo.

Tras la muerte de Rudolf Steiner, fue Ita Wegman quien ayudó a difundir la obra que dio lugar a todo un movimiento médico. Muchos médicos de todo el mundo pertenecen actualmente a él. En consecuencia, hubo que ampliar diferentes clínicas y fundar otras nuevas. La pequeña casa original en Arlesheim para los pacientes se convirtió en la gran Clínica Ita Wegman con muchas camas para enfermos. La Clínica Lucas de Arlesheim se construyó para la investigación en el tratamiento del cáncer y se ganó el respeto de los especialistas médicos oficiales de diferentes países. En la actualidad existe un número impresionante de clínicas en todo el mundo cuyo trabajo sigue las líneas indicadas por Steiner y Wegman (al final de este libro se incluye una lista de clínicas con sus direcciones). Entre las que han hecho enormes progresos en el fomento de la medicina antroposófica se encuentran, en Alemania Occidental, la Clínica Fielder de Stuttgart y otras dos en Herdecke y Pforzheim. En Sao Paulo, Brasil, se ha establecido la Clínica Tobías. Es importante saber que existen lugares donde los médicos y los estudiantes de medicina pueden recibir una enseñanza exhaustiva en consecuencia. Hay un seminario médico regular durante varios meses al año en Arlesheim al que han asistido cientos de médicos hasta ahora, y otro lugar con cursos similares está en Holanda. Recientemente se ha abierto en Alemania Occidental una universidad basada en el trabajo de la Clínica Herdecke, con una facultad de medicina para impartir clases y practicar la nueva forma de medicina.

Gracias al esfuerzo de Ita Wegman, se han fundado muchos nuevos hogares para el tratamiento de niños discapacitados mentales. Estos hogares existen en casi todos los países europeos, pero también en EE.UU., África del Sur, Australia y Nueva Zelanda.



N. Glas, M.D  -  Gloucester  Junio de 1983