GA175 Berlín, 13 de febrero de 1917 - La metamorfosis de las fuerzas anímicas.

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LA METAMORFOSIS DE LAS FUERZAS ANÍMICAS.

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner



Berlín, 13 de febrero de 1917


Conferencia II

Las consideraciones que hicimos aquí hace ocho días, culminaron en el hecho de que el investigador espiritual es muy consciente de que actualmente, a pesar de que en el mundo exterior prevalece el clímax, el punto culminante, por así decirlo, de la visión y de la actitud materialistas, sin embargo, espiritualmente
 nos encontramos, en la fase inicial de una desmaterialización de los pensamientos, de los mundos de la ideación, que en el transcurso del tiempo debe conducir también a una espiritualización, a una penetración con el espíritu de la vida terrena como tal. Pues lo que ha de apoderarse de la vida exterior del plano físico debe ser captado primero por algunos y luego por más y más hombres en el entendimiento espiritual, en la comprensión espiritual. Y en este sentido, la ciencia espiritual debería ser un comienzo, para que los hombres se eleven en su alma a aquello a lo que las almas ya pueden elevarse hoy si lo desean, y de lo que la vida física exterior todavía no es un reflejo, pero en lo que debe convertirse para que la Tierra no quede empantanada, por así decirlo, en la decadencia del desarrollo materialista. La situación del hombre actual podría describirse diciendo que, en realidad, su alma está en general muy cerca del mundo espiritual; pero las ideas y sobre todo los sentimientos que provienen de la visión materialista del mundo y de la mentalidad materialista del mundo han tejido un velo sobre lo que en el fondo está muy cerca del alma humana actual. La conexión entre la existencia física en la tierra, -en la cual el hombre de hoy, a pesar de muchas declamaciones que se hacen en una dirección diferente, se encuentra con todo su ser-, esta conexión entre esta existencia materialista terrenal y el mundo espiritual puede ser encontrada por el hombre si éste se propone desarrollar poderes internos y valientes, para captar no sólo lo que puede captar pintándolo ante sus sentidos exteriores como naturaleza, sino también para captar lo que permanece invisible, lo que permanece suprasensible, pero con lo que uno puede unirse y experimentarlo cuando uno agita la fuerza interior del alma hasta tal punto que uno se da cuenta de que en esta fuerza interior del alma vive algo espiritual suprahumano.

Esta conexión no debe buscarse del mismo modo en que hoy se buscan las conexiones humanas y se persiguen las conexiones humanas en la burda existencia sensorial externa. Pues la conexión entre el alma humana y el mundo espiritual se hallará en facultades íntimas del alma humana; en facultades que esta alma humana desarrolla cuando despliega la atención, la atención interior, tranquila, sosegada, a la que el hombre debe primero educarse de nuevo, después de haberse acostumbrado en la época materialista a dedicar la atención únicamente a lo que se le impone desde fuera, que, por así decirlo, se esfuerza hacia la facultad de comprensión. El espíritu que hay que experimentar en el interior no vocifera, nos espera, y nos acercamos a él cuando tratamos de prepararnos para este acercamiento.Mientras que se puede decir de las cosas del mundo exterior que se presentan a nuestros sentidos, que se imponen a nuestra percepción exterior: se acercan a nosotros, nos hablan, en cambio no se puede aplicar una palabra similar a la forma en que el espíritu, el mundo espiritual, se acerca a nosotros. Puesto que el lenguaje actual, como he dicho a menudo, está más o menos caracterizado por el mundo físico exterior, es difícil encontrar palabras que sean un reflejo exacto de lo que se presenta ante el alma en el mundo espiritual. Pero se puede intentar mostrar aproximadamente de qué manera tan diferente que lo físico, se acerca lo espiritual al ser humano. Uno quisiera decir que lo espiritual se experimenta en el sentido de que uno tiene la sensación en el momento en que lo experimenta de que se debe a ello. Tomen esta palabra exactamente: Uno se debe al mundo espiritual.

El mundo físico se nos presenta de tal manera que decimos: Ante nuestros sentidos se extiende el reino mineral, del que surgen el reino vegetal, el reino animal y luego nuestro propio reino, el reino humano. Y dentro del reino humano sentimos que estamos, por así decirlo, en la cima de una sucesión de estos reinos exteriores. Sentimos que estamos por debajo de los reinos espirituales y que los otros reinos están por encima de nosotros, los reinos de los Ángeles, Arcángeles, Archai y así sucesivamente. Y uno siente de tal manera que en cada momento se siente a sí mismo en relación con estos reinos como llevado por ellos y básicamente llamado continuamente a la existencia. Uno se debe a estos reinos. Uno mira hacia ellos diciendo: La propia vida, el propio contenido anímico fluye desde los pensamientos volitivos de los seres de estos reinos para formarnos continuamente. Este sentimiento de estar en deuda con los reinos superiores debería desarrollarse en las personas tan vívidamente como el sentimiento, digamos, de que uno recibe impresiones del exterior en la percepción física. Si estas dos sensaciones, -lo sensual externo tiene efecto en nosotros, y lo que vive en el centro de nuestro ser se debe a las jerarquías superiores-, están igualmente vivas en nuestra alma, entonces el alma se encuentra en ese equilibrio en el que puede percibir continuamente de forma correcta la cooperación de lo espiritual y lo físico, que efectivamente tiene lugar continuamente, pero que no puede percibirse sin el equilibrio de estas dos sensaciones caracterizadas.

El avance hacia el futuro debe producirse ahora de tal manera que, mediante la presencia de estos dos sentimientos en el alma humana, la evolución terrena adquiera poderes que no puede adquirir en la época materialista actual. Sabemos que lo que aquí se quiere decir apunta a algo que ha cambiado considerablemente en el curso de la evolución humana. La conexión con el mundo espiritual sólo estaba presente, aunque de forma tenuemente consciente, en el período primitivo de la evolución humana. En el período primitivo de su desarrollo, los hombres no sólo tenían los dos estados que tienen ahora, vigilia y sueño, y entre ellos una ensoñación caótica, sino que tenían un tercer estado intermedio de la realidad, que no era meramente una ensoñación, sino una captación en imágenes, aunque la conciencia estuviera sometida; una captación en imágenes, pero en imágenes que correspondían a una realidad espiritual. Para que se desarrollara la plena conciencia humana en la Tierra, como sabemos, este tipo de percepción del mundo tuvo que retroceder en el hombre. El hombre no habría llegado a ser libre si se hubiera mantenido este estado. Si el hombre no hubiera estado expuesto a todos los peligros y tentaciones del materialismo, no habría llegado a ser libre. Pero el hombre también debe encontrar su camino de regreso al mundo espiritual, que debe aprovechar en plena conciencia terrenal.

Esto guarda relación con muy amplios y complejos conceptos que han ido cambiando con todo en el curso del desarrollo humano, que ha cambiado como hemos indicado ahora. Para los tiempos primigenios de la humanidad, la coexistencia con las almas que ya habían partido de esta existencia física, era simplemente algo natural, que no necesitaba ser demostrado, pues en aquel estado de conciencia en el que las personas percibían el mundo espiritual en imágenes, también convivían con aquellos que de alguna manera estaban conectados con ellos en vida a través del karma y habían atravesado la puerta de la muerte hacia el mundo espiritual. Ellos simplemente sabían que: Los muertos están presentes; no están muertos, están vivos; sólo que viven en una forma diferente de existencia. Lo que se percibe no necesita ser probado a priori. En los tiempos antiguos del desarrollo humano, no había necesidad de pensar en la inmortalidad porque se experimentaba con los llamados muertos. Pero esta convivencia con los muertos tenía otros efectos de gran alcance. Los muertos encontraron la oportunidad más fácilmente que en el presente, -no digo que no la encuentren en el presente, sino que encontraban la oportunidad más fácilmente que en el presente-, de cooperar aquí en la tierra en lo que sucede en la tierra, pues ésta es la manera en que puede suceder. De modo que en aquellos tiempos primitivos de la humanidad, lo que sucede en la tierra, entonces sucedía de tal manera que los muertos colaboraban con los hombres en los impulsos de voluntad, en lo que los hombres se proponían hacer, en lo que hacían.

En verdad, el materialismo no sólo ha traído ideas materialistas -eso sería lo menos perjudicial, pues las ideas materialistas como tales son las menos perjudiciales-, el materialismo ha traído una forma de coexistencia completamente diferente con el mundo espiritual. Se ha dificultado la posibilidad de que los así llamados muertos actúen aquí en la evolución de la Tierra a través de los así llamados vivos. La humanidad también debe recuperar esta conexión con los muertos. Pero esto sólo será posible si la humanidad aprende, por así decirlo, a comprender el lenguaje de los muertos. Y el lenguaje en el que uno puede comunicarse con los muertos no es otro que el lenguaje de la ciencia espiritual. Ciertamente, al principio parece como si lo que nos transmite la ciencia espiritual tratara de cosas que hablan más o menos meramente a la erudición espiritual, del desarrollo del mundo, del desarrollo de la humanidad, de la organización de la naturaleza humana, que son cosas que quizá algunos quisieran decir que no les interesan; quieren otra cosa que les caliente el corazón, la mente. Ciertamente, esta última es una buena petición; es cuestión de hasta dónde se llega en todo el contexto con un cierto tipo de satisfacción de tal petición. Aparentemente sólo aprendemos cómo se ha desarrollado la Tierra en Saturno, el Sol y la Luna, cómo se han desarrollado las distintas épocas culturales en la Tierra, cómo está organizado el ser humano. Pero entregándonos al pensamiento de estas cosas sólo aparentemente abstractas, en realidad muy concretas, esforzándonos por pensar de tal manera que estas cosas se presenten realmente ante nuestra alma en imágenes, aprendemos a movernos de una determinada manera en pensamientos e ideas que no podemos enseñar de ninguna otra manera a nuestra alma. Cuando sentimos realmente que toda nuestra concepción se vuelve diferente al ocuparnos de tales cosas espirituales-científicas, entonces llega un momento en que nos parece igualmente absurdo decir: No nos interesa ocuparnos de estas cosas, del mismo modo que nos parecería absurdo que un niño dijera: ¡No me interesa aprender el indiferente abecedario, pero quiero saber hablar! Comparado con lo que nos transmite el lenguaje vivo, lo que el niño debe unir a su existencia corporal para aprender a hablar es tan abstracto como lo que nos proporciona la ciencia espiritual en cuanto a ideas sobre lo que llega a ser el pensamiento, toda la imaginación y el sentimiento del alma bajo la influencia de estas ideas científico-espirituales.

Para ello, sin embargo, es necesario tener paciencia y aceptar lo que contiene la ciencia espiritual, no según su contenido abstracto, sino según su contenido vital. Con respecto a lo que estamos considerando ahora, esto está particularmente alejado del hombre de hoy. En otros aspectos, por supuesto, también está naturalmente cerca. Pues el hombre de hoy está acostumbrado a sentirse lo más satisfecho posible cuando una vez ha puesto ante su alma una cosa determinada, una obra de arte en algún campo o algún contenido científico. Y cuando la misma cosa se presenta ante el alma por segunda vez, es tan obvio hoy en día decir, eso ya lo sé, ya me he ocupado de ello una vez. Eso es la vida en abstracto. En otro ámbito, donde se toma la vida según su contenido, según su realidad, no se procede así. Porque no es fácil encontrarse con una persona a la que le sirven la comida del mediodía y que se excusa diciendo que no quiere comer porque ya comió ayer o anteayer. La persona hace lo mismo una y otra vez. La vida vive en la repetición de lo mismo. Para que lo espiritual se convierta también en vida real, -y sin que se convierta en vida no puede ponernos en conexión con el mundo espiritual universal-, debe modelarse en nuestra alma, por así decirlo, según lo que son las leyes de la vida en el mundo físico, que también está formado por el espíritu, pero que se ha vuelto rígido. Y en particular nos damos cuenta de que cuando permitimos que tales impresiones afecten a nuestra alma con cierta regularidad rítmica, le suceden muchas cosas lo que presupone cierta libertad de pensamiento, cierta emancipación del pensamiento del mundo físico. Toda la salvación, se podría decir, -si se puede usar esta palabra sentimental-, toda la salvación del desarrollo espiritual del hombre depende de que el hombre se sienta lo suficientemente cómodo como para no tomar lo espiritual meramente en el sentido en que se lo toma hoy en día, lo cual se puede caracterizar de la siguiente manera: Oh, eso ya lo sé, ya me he ocupado de ello, -sino tomándolo en el sentido de la vida, que siempre está relacionada con la repetición, con, me gustaría decir, pisar el mismo lugar con el mismo efecto. Precisamente cuando nos permitimos ocuparnos de impregnar nuestra alma de vida espiritual, también aumenta nuestra capacidad de atención espiritual interior. Se vuelve tan íntima que podemos visualizar interiormente esos momentos importantes en los que pueden desarrollarse las conexiones con el mundo espiritual que van más dirigidas al corazón.

Por ejemplo, un momento significativo para el contacto con el mundo espiritual es el momento de quedarse dormido y el momento de despertarse. Ahora bien, para la mayoría de las personas el momento de quedarse dormido será menos provechoso al principio de su desarrollo espiritual, porque uno acaba de dormirse después y, por tanto, la conciencia está tan nublada que no percibe lo espiritual. Pero el momento de pasar del sueño a la vigilia puede llegar a ser muy provechoso si adquirimos el hábito de no pasar simplemente por alto este momento sin prestar atención, sino si intentamos prestarle atención, si intentamos despertarnos de tal manera que la conciencia haya llegado, pero el mundo exterior no se nos acerque inmediatamente con su tosca brutalidad. A este respecto, hay mucho de cierto en las costumbres populares que tienen su origen en la antigüedad, que aún hoy se comprende poco. La gente común, que aún no ha sido contaminada por la cultura intelectual, dice: Cuando te despiertes, no debes mirar inmediatamente a la luz. Para que así no tengas inmediatamente una impresión brutal del exterior, sino que permanezcas un rato en el estado de estar despierto, pero sin recibir todavía impresiones del mundo exterior.

Si observan ustedes esto, todavía existe la posibilidad de ver a los muertos conectados kármicamente acercándose a nosotros en este mismo momento de despertar. No sólo se nos acercan en este momento, sino que este momento es en el que mejor podemos percibirlos. Y no sólo lo percibimos en esos momentos, sino que también percibimos lo que ocurre entre los muertos y nosotros en el tiempo fuera de esos momentos. Pues la percepción, la captación del mundo espiritual, no está ligada al tiempo del mismo modo que la percepción del mundo físico. Esto constituye incluso una dificultad para la comprensión del mundo espiritual y de su esencia. Un momento de percepción puede revelarnos algo del mundo espiritual que se prolonga durante un largo período de tiempo de forma bastante momentánea, bastante instantánea. La dificultad estriba en tener la suficiente presencia de ánimo para captar en el momento lo que se prolonga durante períodos de tiempo más largos. Pues el momento puede, como suele ocurrir, pasar en el status nascens. Al surgir, la cosa vuelve a olvidarse simultáneamente. Esta es una dificultad general para captar el mundo espiritual. Si esta dificultad no existiera, muchas personas, especialmente en el presente, ya habrían recibido las impresiones del mundo espiritual.

Pero también existen otros momentos de la vida en los que el mundo espiritual puede penetrar en nosotros. Por ejemplo, cada vez que desarrollamos un pensamiento de tal manera que éste brota de nosotros. Si simplemente nos abandonamos a la vida, si flotamos en la vida de esta manera, entonces hay pocas probabilidades de que el mundo espiritual real, verdadero, interiormente vivo, se abra camino en nosotros; pero en el momento en que tomamos una iniciativa interior, en el momento en que nos enfrentamos a una decisión que debemos tomar nosotros mismos, incluso en las cosas más pequeñas, entonces de nuevo se da el momento más favorable para que los muertos que están kármicamente conectados con nosotros entren en nuestra esfera de conciencia. Tales momentos no tienen por qué ser momentos importantes en el sentido a lo que llamamos «importante» en la vida material exterior. Realmente ocurre que a veces lo que es importante para la experiencia espiritual no parece importante en la vida exterior. Pero para aquellos que ven a través de tales cosas, parece extraordinariamente claro que tales, quizás exteriormente sin importancia, interiormente extraordinariamente importantes acontecimientos que ocurren están profundamente condicionados kármicamente. Por eso si se quiere llegar a comprender el mundo espiritual es necesario observar procesos anímicos más íntimos. Por ejemplo, puede resultar que una persona esté caminando por la calle o sentada en su habitación y se produzca algún golpe inesperado, algún sonido inesperado. Se asusta. Después de este susto, se puede tener un momento de reflexión que muestra: Durante este susto, algo importante se ha revelado a él desde el mundo espiritual. Sólo hay que prestar atención a estas cosas. La mayoría de las veces, la gente no dirige su atención a estas cosas porque sólo está preocupada por el susto. Sólo piensa en que está asustado. Por eso es tan importante adquirir el equilibrio del alma de la manera que encontrarán indicada en mi libro «Teosofía» al final, o en «Cómo Alcanzar el Conocimiento de los Mundos Superiores»Porque si uno adquiere este equilibrio del alma, si uno no se queda tan perplejo tras el susto que sólo se rinde a este susto, entonces lo que uno acaba de experimentar en un momento tan aparentemente sin importancia, pero interiormente bastante importante, ya se impondrá, aunque sea de un modo íntimo. Porque si uno adquiere este equilibrio del alma, si uno no se queda tan perplejo tras el susto que sólo se rinde a este susto, entonces lo que uno acaba de experimentar en un momento tan aparentemente sin importancia, pero interiormente bastante importante, ya se impondrá, aunque sea de un modo íntimo.

Todo esto son los comienzos, por supuesto, que deben seguir desarrollándose. Porque al desarrollar estas cosas: atención al momento del despertar, atención al momento en que somos sacudidos desde fuera hacia un lado o hacia otro aprendemos a encontrar de nuevo la conexión con el gran cosmos, que es material y espiritual, en el que estamos como un miembro dentro y del que hemos salido; hemos salido, sin embargo, para convertirnos en seres humanos libres, pero acabamos de salir. En verdad, ya es el caso, como también lo supuso el hombre en los tiempos primitivos, que no anda por la tierra como perdido, por así decirlo como un ermitaño del mundo, como ahora se cree. Pero es bien cierto lo que el hombre de los tiempos primitivos suponía, que él no es más que un eslabón en todo el gran contexto cósmico, del mismo modo que un dedo es un eslabón en nuestro organismo. Hoy ya hemos perdido este sentimiento, al menos la mayoría de las personas no lo tienen, de ser un miembro del gran organismo mundial, en la medida en que se vive como espiritual en lo visible. Sin embargo, la reflexión científica ordinaria podría ya hoy enseñar al hombre que con su vida es tal miembro de todo el orden mundial en el que se encuentra como organismo. Tomemos algo muy simple, que cualquiera puede decirse a sí mismo mediante un simple cálculo. 

No es acaso sabido por todos que en primavera, el 21 de marzo, el sol sale por un punto determinado del cielo. A este punto lo llamamos equinoccio de primavera. Pero también sabemos que este equinoccio de primavera no es el mismo todos los años, sino que se desplaza. Sabemos que el Sol sale ahora en Piscis. Antes del siglo XV salía en Aries. La astronomía ha conservado la práctica de decir «en Aries», pero esto no se corresponde con la realidad. - Este inciso no es importante en este momento. Así que este equinoccio vernal se mueve hacia adelante; siempre un poco más adelante en el zodíaco sale el sol en primavera. De esto es fácil ver que se mueve a través de todo el zodíaco en un cierto tiempo, que el punto de salida se mueve a través de todo el zodíaco. Ahora bien, el tiempo necesario para que el sol recorra todo el zodíaco de esta manera es de unos 25.920 años. Así que si se toma el equinoccio de primavera en un año determinado: al año siguiente se adelanta, al otro año se vuelve a adelantar. Si pasan 25.920 años, el equinoccio de primavera vuelve al mismo punto. Así que 25.920 años es un periodo extraordinariamente significativo para nuestro sistema solar: el sol completa un paso mundial, me gustaría decir, volviendo al mismo punto en su salida de primavera. Platón, el gran filósofo griego, llamó a estos 25.920 años un año mundial, el gran año mundial platónico. Ahora bien, lo que resulta extraño, -muy extraño, por cierto, pero si se observa toda esta rareza, parece tener un significado infinitamente profundo-, es lo siguiente.

Una persona realiza normalmente 18 respiraciones por minuto. Éstas cambian: en la infancia son algo más numerosas, en la vejez menos, pero por término medio 18 respiraciones son correctas para una persona normal. Calculemos cuántas respiraciones hacemos al día. Es un cálculo sencillo: 18 veces 60, entonces tenemos 1080 respiraciones en una hora; eso multiplicado por 24, las horas de un día, da 25.920 respiraciones en un día. Pueden ver de esto que el mismo número gobierna el día humano, por así decirlo, en relación a sus respiraciones, así como el gran año mundial es gobernado por este número en la forma en que el equinoccio vernal es gestionado por el zodíaco.

Este es uno de los testimonios que nos demuestra que no nos limitamos a utilizar una expresión tan general, tan vaga, tan oscuramente mística, cuando decimos: microcosmos - imagen del macrocosmos, sino que el hombre está realmente regido por el mismo número, regido por la misma medida, en una actividad importante de la que depende su vida en cada momento, como la órbita solar en la que está situado.

Pero ahora veamos otra cosa: ¿no es cierto que la edad patriarcal, como se la suele llamar, es de 70 años humanos? Por supuesto, 70 años humanos no es necesariamente un número vinculante para un ser humano. Por supuesto, se puede envejecer mucho más, pero el hombre es un ser libre y a veces supera con creces esos límites. Pero ciñámonos a esta edad patriarcal y digamos: Una persona vive una media, normal, de 70 a 71 años. Y si analizamos cuántos días son, entonces tenemos 365,25 días para el año, ¿no? Si primero tomamos este tiempo 70, tenemos 25.567,5; y si tomamos 71, tenemos 365,25 veces 71 = 25.932,75. Como ven, a los 70 años tenemos 25.567,5 días, a los 71 años 25.932,75 días. De esto, sin embargo, pueden ver que entre los 70 y los 71 años se encuentra el punto en el tiempo en el que la vida humana consta exactamente de 25.920 días, de modo que la edad patriarcal es precisamente la que consta de 25.920 días. De modo que han determinado el día humano por el hecho de que tiene 25.920 respiraciones. Han determinado la vida humana contando 25.920 días.

Ahora nos proponemos investigar otra cosa. Y eso no es difícil. Ustedes se darán cuenta fácilmente de que si divido 25.920 años, que necesita el equinoccio vernal solar para pasar por el zodíaco, entre 365,25, debo obtener unos 70 ó 71. Obtengo 70 entre 71, porque también lo he obtenido por multiplicación. Es decir, si trato el año platónico como un año grande y lo divido de forma que me salga un día, obtendré lo que es entonces el día para el año platónico. ¿Qué es eso? Es el curso de la vida humana. Un curso de la vida humana se relaciona con el año platónico como un día humano se relaciona con un año.

El aire nos rodea. Lo inhalamos y lo exhalamos. Está regulado numéricamente de tal manera que al respirarlo 25.920 veces, nos da nuestro día de vida. Pero, ¿qué es en realidad un día de vida? Un día de vida consiste en que nuestro yo y nuestro cuerpo astral salen de nuestros cuerpo físico y etérico y vuelven a entrar en ellos. Así que el día sigue al día: El yo y el cuerpo astral salen, entran, salen, entran, igual que la respiración sale y entra. Muchos de nuestros amigos recordarán que en conferencias públicas he llegado a comparar esta alternancia de vigilia y sueño con una larga respiración, a fin de dejar claro el punto. Del mismo modo que cuando respiramos exhalamos e inhalamos el aire, cuando nos despertamos y nos dormimos, el cuerpo astral y el ego entran y salen del cuerpo etérico y del cuerpo físico. Pero esto no dice otra cosa que: Hay un ser, un ser se supone que puede respirar, tal como nosotros respiramos en un dieciochoavo de minuto, un ser que respira y cuya respiración representa nuestra salida y entrada del cuerpo astral y del yo. Este ser no es otra cosa que el ser verdaderamente viviente que llamamos Tierra. Como la tierra experimenta el día y la noche, respira, y su proceso de respiración conlleva nuestro dormir y despertar en sus alas. Este es el proceso de respiración de un ser mayor. Y ahora tomemos el proceso de respiración de un ser mayor, el sol, que da vueltas por ahí. Así como la tierra pasa un día dejando salir y haciendo entrar el yo y el cuerpo astral en el ser humano, así el gran ser, pero espiritualmente correspondiente al sol, nos hace nacer a los seres humanos; pues los 70 a 71 años son, como hemos mostrado, un día del año solar, el gran año platónico. Toda nuestra vida humana es una exhalación e inhalación de este gran ser al que está asignado el año platónico. Como Ven: Tenemos una pequeña respiración en un dieciochoavo de minuto que regula nuestra vida; estamos dentro de la vida de la tierra, cuya respiración abarca el día y la noche: que se corresponde con nuestra salida y entrada del yo y del cuerpo astral en el cuerpo físico y etérico; y nosotros mismos somos insuflados por el gran ser a quien corresponde la órbita del sol como su vida, y nuestra vida es una respiración de este gran ser. Ahora se ve cómo estamos dentro del macrocosmos, realmente dentro de él como un microcosmos, sujetos a las mismas leyes en relación con los seres universales que el aliento en nosotros está sujeto a nuestro ser humano. Se rige por el número y la medida. Pero lo que es magnífico, significativo y profundamente conmovedor para nosotros es que el número y la medida gobiernan el gran cosmos, el macrocosmos y el microcosmos de la misma manera. No es una mera figura retórica, no es sólo algo que se percibe místicamente, sino algo que la sabia contemplación del mundo nos enseña, que nosotros como microcosmos estamos dentro del macrocosmos.

Si uno hace esos cálculos tan sencillos, -pues, naturalmente, pueden lograrse con las cifras científicas más comunes-, y no tiene un corazón como un bloque de madera, sino un corazón que siente por los misterios de la existencia del mundo, entonces la frase: Hemos sido colocados en el universo, deja de ser una frase meramente abstracta; se convierte en una frase muy viva. Florece un conocimiento, un sentimiento, y da su fruto en los impulsos de la voluntad, y todo el ser humano vive la gran vida del ser-mundo divino. Pero este es el camino por el que encontramos la conexión, por así decirlo, con el mundo espiritual, y esto debe encontrarse en el tiempo al que nos referimos en la última contemplación, en el que el Cristo camina etéricamente sobre la tierra. Incluso recientemente me referí al año en que comenzó a caminar etéricamente sobre nuestra tierra. ¡Debe ser encontrado! La gente sólo tiene que acostumbrarse a percibir la conexión, la íntima conexión, que ya surge de la existencia en el mundo y que, cuando se percibe, debe provocar la necesidad, el intenso impulso, de buscar esta conexión con el mundo espiritual. Pues no pasará mucho tiempo antes de que la gente se vea obligada, al menos, a darse cuenta de una cosa, y es lo siguiente. 

 Si se está embotado por el materialismo, puede uno en efecto, negar el mundo espiritual, pero no puede eliminar las fuerzas dentro de uno mismo que son capaces de buscar una conexión con el mundo espiritual. Uno puede engañarse sobre la existencia de un mundo espiritual, pero no puede disimular las fuerzas anímicas capaces de unir al hombre con el mundo espiritual. Pero esto tiene algo muy significativo y que debe tenerse en cuenta, sobre todo en nuestro tiempo: las fuerzas que están ahí actúan, aunque sean negadas. El materialista no prohíbe que las fuerzas espirituales de su alma actúen; no puede prohibírselo; tales fuerzas actúan. Por lo tanto, se puede ser materialista, diréis, y las fuerzas espirituales siguen actuando en él. Sí, así es. Trabajan en él. No ayuda, trabajan en él. ¿Y qué efecto tienen? Las fuerzas que están ahí pueden, en efecto, ser suprimidas en lo que se refiere a su propia eficacia, pero entonces se transforman en otras fuerzas. Y si no se utilizan las fuerzas que persiguen lo espiritual para buscar la comprensión de lo espiritual, -ahora sólo digo «buscar la comprensión» de lo espiritual, eso es todo lo que se necesita al principio-, si no se utilizan estas fuerzas para este fin, entonces se transforman en fuerzas ilusorias en la vida humana. Entonces actúan de tal manera que en la vida ordinaria el hombre se entrega a toda clase de ilusiones en relación con el mundo exterior. Esto no es tan irrelevante para darse cuenta en nuestra época, porque en ninguna época antes la gente ha fantaseado más que en la nuestra, aunque no le guste la fantasía. La «fantasía» no sólo se extiende a ciertos ámbitos. Y si uno empezara a dar ejemplos de lo que la gente fantasea, ya que sólo quieren ser realistas, materialistas, uno podría realmente arrojar luz sobre todas las áreas posibles; uno no llegaría a ningún fin. Uno podría empezar -bueno, no queremos ser heréticos, pero si uno empezara, por ejemplo, a echar un vistazo a lo que ciertos, digamos estadistas, predijeron sobre el curso probable de los acontecimientos en el mundo, quizás hace sólo unas semanas, y lo que luego se materializó; si uno compara estas cosas, encontrará que la capacidad de ilusión no ha sido pequeña durante muchos años.

Ahora, uno puede investigar todas las áreas de la vida de esta manera, es bastante notable cómo por doquier, en todas partes hoy en día uno encuentra la capacidad ilusoria desarrollada bastante significativamente. Esta capacidad de ilusión confiere a veces una cualidad infantil, por no decir pueril, a las opiniones y actitudes ante la vida de las personas de mentalidad materialista. Cuando hoy se ve lo que se necesita para que la gente se dé cuenta de una cosa o de otra, lo que se necesita para empujarla en la dirección correcta, entonces se tendrá una idea de lo que aquí se entiende por «infantil», por no decir «pueril». Pues es así. Si la gente se aleja del mundo espiritual, entonces tiene que pagar por ello volviéndose capaz de ilusionarse, perdiendo la capacidad de tener conceptos precisos sobre la realidad física externa y su curso. Ellos tienen que fantasear en un área diferente porque no quieren adherirse a la verdad, ya sea en relación con la vida espiritual o física.

Les he puesto un ejemplo obvio, y aunque se hable pro domo, no deja de ser un ejemplo típico: siempre se pueden encontrar críticas completamente sentenciosas de la ciencia espiritual que yo represento. La razón que dan los interesados es que dicen: ¡Él sólo fantasea! Y eso no está permitido, ¡sólo fantasear! - Así que la gente no quiere entrar en el mundo espiritual real porque lo consideran fantasía, y desprecian fantasear. Y luego siguen con todo tipo de argumentos que corresponden a la realidad como el blanco y el negro, por ejemplo sobre mi ascendencia, sobre la forma en que hice esto o aquello. Ahí es donde desarrollan la imaginación más audaz. Pueden ver lo uno al lado de lo otro: ¡Escapar del mundo espiritual con la capacidad de ilusión! La persona en cuestión no se da cuenta de ello, pero es muy natural. Una cierta cantidad de poder se dirige hacia el mundo espiritual; una cierta cantidad de poder se dirige hacia el mundo físico. Si el quantum dirigido hacia el mundo espiritual no se aplica, entonces se dirige hacia el mundo físico, no para captar allí lo real y verdadero, sino para sumir al ser humano en ilusiones de la vida.

Esto en casos individuales no puede ser observado inmediatamente, de manera que uno pueda decir: Ajá, ahí está; ¡está sumido en ilusiones por su aversión al mundo espiritual! - Se pueden encontrar ejemplos así, pero hay que buscarlos; pero el hecho de que no se pueda comprobar tan fácilmente en la vida se debe a que la vida es complicada y una cosa influye en la otra. Siempre ocurre que el alma más fuerte influye en el alma más débil. por tanto, cuando en un alma se encuentra una parte de capacidad ilusoria, la razón de esta capacidad ilusoria reside ya de alguna manera en un odio o una aversión al mundo espiritual; no tiene por qué residir en la propia alma, que es ilusoria, pero puede ser sugerida. Pues el poder de contagio es mucho mayor en los ámbitos espirituales que en cualquier ámbito físico.

De qué manera se relaciona esto con el karma general de la humanidad, cómo funcionan estas cosas en general, si uno las considera y tiene en cuenta esta importante ley de la metamorfosis de las fuerzas anímicas, donde una metamorfosis, una transformación de las fuerzas volcadas hacia lo espiritual pasan a la fuerza ilusoria, en todo el contexto de la vida y se relacionan con las condiciones de desarrollo de nuestro presente y del futuro próximo, Este será el tema de la próxima conferencia, en la que continuaremos profundizando en este tema y lo relacionaremos con el Misterio de Cristo y también con el Misterio del tiempo presente, para poder obtener de nuevo algunas perspectivas sobre el significado de la visión espiritual en general.

Traducido por J.Luelmo abr,2025

GA175 Berlín, 10 de abril de 1917 - Los secretos de los reinos de los cielos

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Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 10 de abril de 1917



Conferencia X

Hoy quisiera señalar, en primer lugar, que es muy fácil juzgar mal la naturaleza del Misterio del Gólgota, en nuestro tiempo, en la medida en que no es fácil darse cuenta de lo difícil que es para el conocimiento ordinario que buscamos hoy obtener una relación, una relación más profunda con este Misterio del Gólgota. Por ejemplo, es muy fácil creer que si uno se sumerge místicamente, si busca una vida interior mística, al Dios que lleva dentro, encontrará al Cristo. La mayoría de las personas que hablan así en nuestros días y que llevan haciéndolo mucho tiempo no encuentran al Cristo de esta manera. No encontrarán al Cristo si, como algunos que se llaman a sí mismos teósofos, dicen que hay que reconocer lo divino dentro de uno mismo, que está conectado con el propio ser interior, en ese caso el Cristo sería absorbido por el ser humano. No es así. Aquello que entonces puede surgir a lo sumo, aquello que puede aparecer dentro como una luz interior, por así decirlo, nunca puede, propiamente entendido, ser llamado el Cristo, sino que sólo podría ser llamado un ser divino en general. Y sólo porque la gente hoy en día no está acostumbrada a distinguir las cosas ni siquiera teóricamente, algunos místicos creen que pueden llegar al Cristo a través de lo que suele llamarse misticismo, a través de un misticismo que, por así decirlo, se abandona a sí mismo. Este no es el caso. Y es importante poner esto ante el alma, del mismo modo que es importante observar que las filosofías del período transcurrido desde el siglo XIX hasta nuestros días también han producido filosofías religiosas como partes de sí mismas, y que estas filosofías a menudo creen que pueden hablar del Cristo. En realidad no pueden encontrar otra cosa, -y tampoco se encuentra otra cosa en estas filosofías-, que lo que puede llamarse un ser divino en general, pero no el Cristo. Tomemos incluso a un filósofo que ha buscado cierta profundidad, como Lotze. Lean su filosofía de la religión y encontrarán que habla de un ser divino en general, pero no habla de tal manera que pueda designar a este ser divino, en el que piensa y contempla, con el nombre de Cristo. - Menos aún se puede encontrar la esencia del Misterio del Gólgota en los caminos buscados a través de tal misticismo, a través de tal filosofía. Para comprenderlo mejor, consideremos algunas de las características de las ideas del Misterio del Gólgota. Quisiera decir que, en primer lugar, visualicemos esas ideas del Misterio del Gólgota como meras afirmaciones.

En primer lugar, si el Misterio del Gólgota ha de ser lo que la humanidad necesita en su desarrollo histórico en la tierra, parte de la esencia de este Misterio del Gólgota es que el ser, es decir, el ser Crístico, que pasó por el Misterio del Gólgota, ha hecho con el Misterio del Gólgota algo que guarda relación con todo el orden mundial. Si no queremos usar el término, podemos decir con todo el orden cósmico. Si prescindimos de la relación del ser que pasó por el Misterio del Gólgota con todo el mundo, entonces ya no tenemos este ser, entonces podemos hablar de algún ser divino en general, pero no podemos hablar del ser de Cristo.

Hay muchas cosas que deben comprenderse, hoy citaremos algunas. Otra cosa que hay que comprender si queremos acercarnos correctamente al misterio del Gólgota es la siguiente: ¿Cuál es en realidad el concepto de lo que el propio Cristo Jesús llama fe, confianza? Hoy tenemos una idea demasiado teórica, demasiado abstracta de la fe. Basta pensar en lo que la gente de hoy se imagina muy a menudo que es la fe cuando habla del contraste entre la fe y el conocimiento. Pues él sostiene que lo que se puede demostrar con algo es conocimiento, y lo que no se puede demostrar con nada, pero se cree que es verdad, es fe. Para el hombre es importante conocer algo de una determinada manera, comprenderlo. Sólo cuando a esta comprensión, a este entendimiento lo llama creencia, se acuerda de que esta comprensión, este entendimiento, no puede demostrarse plenamente.

Hagan una comparación muy superficial entre esta idea de la fe y la idea que evoca Cristo Jesús. Permítanme señalar el pasaje evangélico que dice: Si creéis que la montaña que está ante vosotros será arrojada al mar, y tenéis fe verdadera, ¡será arrojada al mar! - ¡Qué enorme distancia hay entre esta idea de fe, de la humanidad de hoy, que en realidad es una mera idea sustitutiva del conocimiento, y esa idea de fe que, me gustaría decir, es quizá paradójica, pero radicalmente expresada en esta frase de Cristo! Pero, si se está un poco atento, se puede descubrir enseguida dónde está en realidad la esencia del concepto de fe que da Cristo. ¿Qué se supone que debe hacer la fe? Debería provocar algo, producir algo. No debería simplemente generar una idea, un conocimiento; cuando se tiene fe, debería poder suceder algo por medio de la fe. Miren entonces el Evangelio. Dondequiera que lo abran, y dondequiera que encuentren las expresiones «confianza» y «fe», encontrarán en todas partes que se trata de este concepto activo, de que uno debe tener algo por lo cual algo se realiza, algo se hace, por lo cual algo sucede. Esto es sumamente importante.

Y de todas estas cosas importantes, hoy quisiera mencionar una tercera. Los Evangelios hablan muy a menudo de los secretos del reino de Dios o del reino de los cielos, de los misterios del reino de Dios, del misterio del reino de los cielos. ¿En qué sentido se habla aquí de secretos? ¿En qué sentido se habla del reino de Dios o del reino de los cielos? Esta es una idea a la que es algo difícil llegar. Pero quien ha estudiado mucho los Evangelios, sobre todo desde el punto de vista ocultista, llega cada vez más a la conclusión de que cada frase de los Evangelios está construida como de granito, y ni siquiera la floritura de una frase es algo indiferente, sino algo tremendamente importante. Toda crítica que pueda entenderse cuando se parte de una visión de los Evangelios, toda crítica cesa cuando se penetra cada vez más profundamente en los Evangelios precisamente desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Ahora bien, para poder hablar de este secreto, de este misterio del que estamos hablando, quisiera señalar algo extraordinariamente característico.

En anteriores discusiones sobre los Evangelios, ya me referí al significativo pasaje sobre la curación, o también podría llamarse renacimiento, de la hija de Jairo, de doce años de edad. Estamos hablando aquí entre adultos, por lo que puedo citar este, digamos, más profundo conocimiento médico-oculto que surge de este revivir para aquellos que lo penetran espiritual y científicamente. La hija pequeña tiene doce años. Cristo Jesús se acerca a ella, -se pueden leer los detalles en los Evangelios-, para curarla, a la cual ya se tenía por muerta. Es extraño que uno nunca pueda llegar a comprender tales cosas si no examina tal pasaje según lo que precede y también según lo que sigue. En el Evangelio en particular, a la gente le gusta demasiado desgranar los pasajes separadamente, leyendo siempre esto o aquello, pero sin tener en cuenta que están conectados entre sí. Inmediatamente antes, -como recordarán-, hay un pasaje en los Evangelios donde Cristo acude a la llamada por la hija de Jairo, de doce años de edad, donde es tocado, su manto es tocado por la mujer con flujo de sangre mencionada, por la mujer que durante doce años tuvo flujo de sangre. Ella toca su manto.¿Qué sucede? Queda curada. Siente que de él emana un poder. Nuevamente vuelve a aparecer la palabra, que sólo puede entenderse si se comprende correctamente el concepto anteriormente mencionado: Tu confianza, tu fe te ha curado. Ahora se dice profundamente en este pasaje del Evangelio: Doce años tuvo la enfermedad; y la hijita tiene doce años, doce años vivió aquí en la tierra física. ¿Qué no tenía la hijita de Jairo, qué le faltaba? Ella no puede madurar, no puede alcanzar la madurez; no puede alcanzar lo que tuvo la mujer con doce años de más. Y al curar a la mujer que lleva doce años padeciendo, él siente fluir de sí mismo el poder. Él dirigiéndose hacia la chica de doce años, ahora lo transfiere le da la oportunidad de madurar, es decir, despierta en ella la fuerza sin la cual tendría que marchitarse, y así la despierta a la vida, por así decirlo. ¿Qué es lo que está pasando allí? Nada menos que el Cristo, quien con todo su ser sustancial no vive encerrado en sí mismo, sino vertido en todo su entorno, y es capaz de transferir las fuerzas de una persona a otra; que él traslada altruistamente hacia el exterior, de una persona a otra, las fuerzas en las que vive. Eso es lo que hace allí. Él puede salir de sí mismo, activamente salir de sí mismo. Esto reside en el poder que siente tal como surge en él cuando la mujer toca su manto y tiene una gran confianza.

Esto está relacionado con el hecho de que a menudo les decía a sus discípulos: "Vosotros que sois mis discípulos, podréis experimentar los misterios del reino de los cielos, el reino de Dios; pero los que están fuera no podrán experimentarlo". Supongamos que el secreto del que hemos estado hablando ahora, -no me refiero sólo a la descripción teórica, sino a lo que hay que hacer para que se produzca esta transformación-, supongamos que les contara el secreto a los escribas y fariseos. ¿Qué pasaría si ellos fueran capaces de transformar las fuerzas que se adhieren a una persona? No siempre las transformarían correctamente. Pueden ustedes ver, si leen a través del Evangelio, que el Cristo no siempre requiere esto de los fariseos, menos aún de los saduceos y otros. No siempre usarían los poderes, cuando se los quitan a una persona, para dárselos correctamente a otra, sino que harían maldad sobre maldad. Pues eso forma parte de su disposición. Por lo tanto debe permanecer el secreto de los iniciados, lo que él quiere decir. Quería usar un ejemplo particularmente drástico para explicar de qué va todo esto. 

Como ven, hay tres cosas importantes por encima de todo. Podría enumerar muchas más. Pasado mañana diremos algunas cosas más, pero quiero pasar a lo más importante. Tenemos tres cosas que debemos caracterizar cuando hablamos de todo lo que está relacionado con el gran y extraordinario significado universal del Misterio del Gólgota. Esta noche me veré obligado a hablar de forma más abreviada para al menos aportar algo a nuestro tema.

Acabo de decir que tenemos que visualizar lo que encierra la frase: el misterio del reino de los cielos. Se trata de algo muy concreto, como hemos podido explicar con este ejemplo. Ahora bien, Juan el Bautista dice con ocasión de su bautismo que los reinos de los cielos o los reinos de Dios están cerca. Así que tenemos esta idea. ¿Y qué hace Juan el Bautista? Aparentemente, -esto se desprende de todo el contexto-, puesto que el reino de los cielos, los reinos de Dios, están cerca, él hace lo siguiente. Bautiza con agua, como él mismo lo define. Bautiza con agua para la remisión de los pecados; y predice que vendrá uno que bautizará con el Espíritu Santo. ¿Cuál es la diferencia entre el bautismo que realiza Juan el Bautista y el bautismo que él dice que es el bautismo con el Espíritu Santo?

No se entiende lo que significa realmente el bautismo en agua, -he explicado a menudo la forma en que se realizaba-, ni a qué se alude si no se intenta abordar el asunto desde una perspectiva científico-espiritual. Durante años me he esforzado por llegar al fondo de estas cosas con la ayuda de los medios que proporciona la ciencia espiritual. De repente uno se da cuenta de que toda la caracterización con la que Juan el Bautista se nos presenta es algo muy, muy significativo. ¿Con qué tipo de agua bautiza Juan? Exteriormente, por supuesto, son las aguas del Jordán. Pero sabemos que los bautizados se sumergían completamente, de modo que durante la inmersión se producía una especie de desprendimiento de su cuerpo etérico del cuerpo físico, de modo que por un momento podían verse a sí mismos de forma clarividente. Este era el verdadero significado del bautismo de San Juan y de bautismos similares. Pero cuando Juan habla del bautismo en agua, no se refiere sólo a esto sino que se refiere sobre todo a ese pasaje del Antiguo Testamento donde se dice: El espíritu de los dioses se cernía sobre las aguas. Porque, ¿Qué se consigue con el bautismo de agua en el Jordán? El bautismo con agua en el Jordán pretende conseguir esto, de modo que los bautizados, a través del desprendimiento del cuerpo etérico, a través de todo lo que les sucede, se sientan transportados al tiempo anterior a lo que se llama la Caída. Hasta cierto punto, todo lo que ha sucedido desde la Caída debe ser completamente borrado de su conciencia; deben ser devueltos a su estado original de inocencia para que puedan ver lo que el hombre era antes de la Caída. En cierto sentido, los bautizados deben darse cuenta de ello: El hombre se ha extraviado a causa de la Caída, y si continúa por este camino equivocado, no puede acabar bien con él. Debe volver al principio, debe, por así decirlo, arrancar de su alma todo lo que ha entrado en ella por el camino equivocado.

Era una tendencia de muchos hombres de aquella época, -la historia no lo describe con exactitud-, volver al tiempo de la inocencia, desprenderse de lo que habían traído los caminos equivocados, comenzar de nuevo la vida de la tierra, por así decirlo, desde el principio, antes de que se cometiera el pecado original; no experimentar lo que había tenido lugar y estaba establecido en el orden social y nacional desde la caída del hombre y hasta aquel Imperio romano o hasta aquel reino judío en el que vivió Juan el Bautista. Por eso, quienes sostienen que, tras la caída en el pecado, hay que apartarse de lo que el mundo ha traído consigo, se retiran a los desiertos y a la soledad y llevan una vida monástica. Esto se nos describe con mucha precisión en Juan el Bautista, al que se retrata viviendo en el desierto y alimentándose sólo de miel y animales como los que se encuentran en el desierto, vestido con pelo de camello. Juan el Bautista es realmente el hombre del desierto, el hombre de la soledad.

Compárese con una amplia corriente de la época, que expresaba de diversas maneras lo que se indica en el Evangelio de Juan. Se decía que había que apartarse de la materia, que había que espiritualizarse. En el gnosticismo esto todavía tiene, yo diría, su eco más espiritual, este no-querer-vivir-con-el-mundo. Y se expresó en el monasticismo. Sí, pero ¿por qué? ¿Por qué este fuerte rasgo de San Juan, -era relativamente joven-, por qué este rasgo llegó al mundo? La respuesta está en la frase: El reino de los cielos o el reino de Dios está cerca.

Y aquí debemos comprender lo que dijimos la última vez sobre las almas, que desde la Caída se han vuelto cada vez peores, que son cada vez menos aptas para ser lo que deberían ser para el cuerpo humano, que en cierto modo se han corrompido cada vez más. Durante la evolución terrena, esto podía continuar durante un cierto tiempo, pero un día tenía que llegar a su fin, tenía que llegar a su fin cuando toda esta evolución terrena fuera tomada por la evolución celestial, cuando la evolución celestial tomara posesión de la evolución terrena. Personas como Juan lo previeron proféticamente: Ahora llega el tiempo en que ya no es posible que las almas se salven; ahora llega el tiempo en que las almas deben perecer a menos que suceda algo especial. O bien las almas deben retirarse de toda la vida desde el pecado original, que trajo aquello por lo que las almas se corrompieron, -es decir, el desarrollo terrenal debe ser en vano-, o bien debe suceder otra cosa. Esto era lo que expresaba Juan el Bautista cuando decía: «Vendrá uno que bautizará con el Espíritu Santo». Juan sólo podía salvar a las personas de las consecuencias de la Caída arrancándolas del mundo. Cristo Jesús quería salvarlos de otra manera; quería dejarlos en el mundo y aun así salvarlos. No quería llevarlos de vuelta al tiempo anterior a la caída en el pecado, sino que quería dejarlos pasar por las etapas posteriores del desarrollo terrenal y aun así permitirles participar en el reino de los cielos.

Otra cosa que hay que entender ahora es: ¿Qué había realmente en la voluntad de Cristo? Lo que hay en la voluntad de Cristo Jesús ya late a través de los Evangelios, pero hay que sentirlo realmente con toda la seriedad más profunda. Tenemos los cuatro Evangelios. A pesar de todas las aparentes contradicciones, cada uno de estos cuatro Evangelios contiene un cierto acervo básico de hechos y verdades que fueron hechos o proclamados por Cristo Jesús, pero cada Evangelio contiene, diría yo, este acervo básico moldeado en un estado de ánimo muy específico. Y aquí es donde entra realmente en consideración lo que les mencioné cuando me referí a Richard Rothe. Hay que tener en cuenta que hay que leer los Evangelios de forma diferente a como se hace hoy en día: hay que leerlos con ese aliento que los impregna, con ese peculiar estado de ánimo que prevalece en ellos. Hoy, sin embargo, leemos los Evangelios de tal manera que soñamos en ellos lo que consideramos un ideal humano general. En el Siglo de las Luces, se veía en el Cristo Jesús a un hombre ilustrado; ha surgido una imagen de Jesús de las corrientes protestantes-unificacionistas, donde Jesús es un verdadero protestante-unificacionista del siglo XIX; Ernst Haeckel incluso consiguió convertir a Jesús en un verdadero monista de su clase. Son cosas que la humanidad tendrá que superar. Se trata de sentir realmente lo que está en los Evangelios con la atmósfera de la época. Pero esto debe sentirse más o menos.

En primer lugar, tomemos el Evangelio de Mateo. Se puede plantear la pregunta: ¿Con qué propósito está escrito, qué pretende el Evangelio de Mateo? Es muy fácil dejarse engañar por todo tipo de cosas que nos gusta suponer en estos evangelios, pero que malinterpretamos. A pesar de que la frase está ahí, -de hecho, precisamente porque la frase está ahí: No se cambiará ni un ápice ni una tilde de la ley-, no es menos cierto que el Evangelio de Mateo fue escrito por su autor con la intención de desarrollar una oposición total al judaísmo tradicional. Es una refutación del judaísmo convencional. El autor del Evangelio de Mateo se enfrenta a todo el judaísmo tradicional y declara que fue voluntad de Cristo Jesús acabar por completo con el judaísmo tradicional.

¿Y el Evangelio de Marcos? El Evangelio de Marcos está escrito para los romanos, contra lo que se había desarrollado en el Imperio romano exterior, en el imperio del mundo. Está escrito contra el orden jurídico del Imperio romano, contra el orden social del Imperio romano; es una contraescritura contra el Imperio romano. Aquellos judíos sabían muy bien lo que querían decir, o más bien lo que sentían, cuando decían de Jesús: "Debemos matarlo, de lo contrario toda la nación se convertirá en sus seguidores, y entonces vendrán los romanos y se apoderarán de nuestra tierra y de nuestro imperio". - Los Evangelios de Mateo y Marcos están escritos contra el judaísmo, contra el romanismo. Corregir los escritos opuestos de la clase más seria, no contra el judaísmo en su esencia, por supuesto, ni contra el romanismo en su esencia, sino contra lo que el judaísmo y el romanismo se han convertido externamente, lo que eran como reinos del mundo en comparación con el reino de los cielos o de Dios en ese tiempo. En nuestro tiempo, sin embargo, estas cosas, como cosas semejantes, no se toman verdaderamente con la seriedad con que se quieren tomar; Ni siquiera se sabe que no se les toma con la seriedad con la que se quieren tomar. El Zar, que ahora ha sido depuesto, escribió de su puño y letra, pocos años antes de la guerra, en uno de sus decretos, las siguientes palabras de su puño y letra: ¡Aparecerán gigantes del pensamiento y de la acción, confío firmemente en ellos, y traerán la salvación y la prosperidad de Rusia! ¡Imagínense, si aquel en lo que el Zar hubiera confiado firmemente, gigantes de pensamiento y acción, los habría enviado a la Fortaleza de Pedro y Pablo o a Siberia, por supuesto! Esa es la seriedad que hoy se esconde detrás de las palabras. Pero las profundidades de los Evangelios no se comprenden con esta seriedad.

¿Y el Evangelio de Lucas, el tercer Evangelio? Ya se puede apreciar su seriedad con sólo tomar el pasaje que está ahí, después de que Jesús ha leído a Isaías en la sinagoga, después de que leyera un pasaje de Isaías, y a continuación del pasaje de Isaías, pronunciara las palabras:
  • «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido, y me ha enviado a dar buenas nuevas a los pobres, libertad a los cautivos, vista a los ciegos y liberación a los oprimidos.»

Pero luego él interpretó lo que realmente quería decir; o mejor dicho, interpretó toda la profundidad que quería decir en estas palabras. Y al interpretarlo, contrastó lo que vivía en las palabras con lo que vivía a su alrededor. Quiso hablar desde el reino de los cielos en contraste con los reinos del mundo y caracterizó esto hablando primero al reino del mundo de los judíos, hablando en la sinagoga de los judíos. Dijo:
  • «Por supuesto que me echarás en cara el proverbio: Médico, ¡ayúdate a ti mismo! Lo que se dice que sucedió en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu ciudad natal. En verdad os digo que ningún profeta es reconocido en su propia ciudad. En los días de Elías había muchas viudas en Israel, cuando durante tres años y seis meses el cielo no dio lluvia y hubo gran hambre en el país; pero Elías no fue enviado a ninguna, salvo a una viuda de Sarepta, en tierra de Sidón. Y había muchos leprosos en Israel en los días del profeta Eliseo, y ninguno fue limpiado sino Naamán el sirio.»
Ni Elías ni Eliseo limpiaron y curaron a los judíos, sino a los que no lo eran. Dijo esto para interpretar sus palabras a fin de caracterizar el ambiente en contraste con el reino de los cielos. ¿Y qué ocurrió?
  • «Todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron al oír esto, se levantaron y le empujaron fuera de la ciudad, le llevaron al precipicio de la colina sobre la que estaba edificada la ciudad y querían arrojarle. Pero él escapó de sus manos».
Como ven, aquí en el Evangelio de Lucas todo el contrapunto, no es sólo con los judíos como en el Evangelio de Mateo, ni con los romanos como en el Evangelio de Marcos, -todo el contrapunto es con las pasiones, las emociones de la gente en general, mientras vivían alrededor de Cristo Jesús. Por eso hay que tomar todo el gran impulso significativo que había en las palabras de Cristo Jesús. Ese impulso que no iba con el mundo, sino que procedía del reino de los cielos.

El Evangelio de Juan, el impulso del Evangelio de Juan, va aún más allá. El Evangelio de Juan no se limita a hablar contra un pueblo pequeño como el judío, o grande como el romano, o contra toda la humanidad tal como ha vivido con sus características desde el pecado original, sino que el Evangelio de Juan se pronuncia también contra los espíritus que viven detrás del mundo físico, en la medida en que se han apartado del camino recto. Y el Evangelio de Juan sólo puede entenderse correctamente si sabemos que, así como el Evangelio de Mateo habla a los judíos, el Evangelio de Marcos habla a los romanos, el Evangelio de Lucas habla a las personas que sufrieron la caída de la humanidad, el Evangelio de Juan habla a los espíritus de la humanidad e incluso a los espíritus colindantes que cayeron junto con la humanidad. Cristo Jesús también cuenta con el propio mundo espiritual. En este tiempo materialista es muy fácil encontrar: quien habla así es un fanático. Hay que aguantarse si se dice eso, ¡pero es la verdad! Y cuanto más se examinan estas cosas, más se ve que es la verdad.

Este significativo impulso, que se expresa así por partida cuádruple, nos muestra que por medio de Cristo se va a traer realmente al mundo algo que no está en él. El mundo no ama eso. Nunca lo ha amado. Pero debe ser dado en diferentes momentos. Y en los Evangelios se nos muestra suficientemente que la palabra de estos Evangelios sólo puede entenderse correctamente si se la sitúa en todo el cosmos, si se la considera como perteneciente a los acontecimientos cósmicos. La mejor manera de ver esto, -tomando el Evangelio de Marcos, el más breve y conciso-, es responder a la pregunta del Evangelio de Marcos: ¿Quién reconoce realmente en primer lugar que a través de Cristo Jesús ha venido al mundo algo que es un impulso grandioso del tipo que se acaba de decir? ¿Quién lo reconoce? Se podría decir: Juan el Bautista. Pero él tiene una idea mejor; esto es particularmente evidente en la descripción del encuentro de Cristo Jesús con Juan en el Evangelio de Juan. ¿Quién es el primero en reconocerlo? Los demonios de los poseídos a los que cura Jesús el Cristo. Son ellos los que primero dicen: «Tú eres el enviado de Dios» o «Tú eres el Hijo de Dios» o algo parecido. Son los demonios. El Cristo debe prohibir primero a los demonios que le traicionen. Los seres espirituales son los primeros. Ahí se ve que primero se nos señala una relación entre la Palabra de Cristo y el mundo espiritual. Antes de que los hombres sepan ni un ápice de lo que vive en el mundo por medio de Cristo, los demonios lo dicen por su conocimiento suprasensorial. Lo saben por el hecho de que él los puede expulsar.

Retomemos ahora lo que caractericé antes en un caso concreto, los misterios del reino de los cielos, a partir de los cuales Cristo Jesús dio tales impulsos. Ya ven, si nos preguntamos, según el método del conocimiento actual: ¿Cuál era el poder mágico especial por medio del cual obró Cristo Jesús? - entonces no conseguiremos nada con los medios que la ciencia histórica actual suele buscar cuando pretende conocer. No conseguirá nada, porque los tiempos han cambiado mucho, mucho más de lo que suponemos hoy. Hoy lo suponemos: Bueno, hace dos mil, cuatro mil años, la gente tenía más o menos el mismo aspecto que ahora, puede que se hubieran vuelto mucho más inteligentes, pero en términos generales, las almas humanas eran como son ahora. Y luego haces cuentas y acabas con millones de años. Como dije el otro día en una conferencia pública: sumas los millones de años y llegas al fin del mundo. Se han hecho cálculos muy precisos sobre cómo serán las sustancias individuales: cómo la leche será sólida, pero brillará -me gustaría saber cómo se ordeña esta leche, pero no tocaremos ese tema-, cómo se utilizará la clara de huevo pintando las paredes con ella, porque brillará para que se pueda leer el periódico. Dewar, de la Royal Institution, planteó esto hace unos años al exponer el fin de la Tierra calculado por los físicos. Bueno, en su momento utilicé una comparación, diciendo que esos cálculos de los físicos son como si alguien se pusiera a observar qué cambios se producirán en el estómago o en el corazón del ser humano dentro de dos o tres años, y luego multiplicara y calculara qué cambios se producirán entonces dentro de doscientos años, es decir, qué aspecto tendrá el cuerpo humano dentro de doscientos años. Son igual de ingeniosos: sólo que dentro de doscientos años el ser humano habría muerto hace mucho tiempo. Pero lo mismo ocurre con nuestra Tierra. Lo que los físicos calculan tan maravillosamente, lo que sucederá después de millones de años, está correctamente calculado, pero la humanidad de la tierra como humanidad física habrá muerto mucho antes. Y lo que los geólogos calculan para millones de años atrás es exactamente lo mismo, calculado con el mismo método, que si se tomara un estómago y se calculara para atrás, después de que el niño haya cumplido siete años, cómo era el organismo del niño hace setenta y cinco años. Sólo que la gente no se da cuenta de lo que realmente está haciendo en su pensamiento, porque en aquellos tiempos a los que los geólogos calculan hacia atrás, la humanidad ni siquiera existía como humanidad física. Puesto que se necesitan remedios fuertes contra muchos errores de nuestro tiempo, que aparecen con gran autoridad, no hay que tener miedo de usar a veces un remedio fuerte contra estas cosas para aquellos que puedan necesitarlo. Remedios fuertes como decir: «Calcula cómo será un organismo humano dentro de doscientos años después de sus cambios; ¡pero por supuesto que ya no estará vivo como organismo humano dentro de doscientos años! Según he aprendido de investigaciones puramente ocultas, se puede contrarrestar, -sé, por supuesto, que esto es considerado una tontería por la ciencia actual, pero es cierto-, que, tal como es la humanidad ahora, ya no podrá ser como es hoy dentro de 4000 años, al igual que tampoco una persona que hoy tenga veinte años seguirá viva dentro de doscientos años. Pues a través de la investigación oculta, se puede saber que en el transcurso del sexto milenio las mujeres humanas, tal como es hoy su organismo, serán estériles, ya no tendrán hijos. En el sexto milenio se establecerá un orden completamente diferente. Las investigaciones ocultas nos lo demuestran. Sé que a los que piensan en términos de la ciencia actual les parecerá un disparate decir esto, pero es cierto. Y por eso hay que decir que lo que es la historia, lo que es el proceso histórico del devenir terrestre, es objeto de los conceptos más confusos, sobre todo hoy en la era materialista. Por eso ya no comprendemos ni siquiera las sutiles alusiones a otros tipos de disposiciones anímicas en tiempos relativamente recientes que nos han llegado a través de la historia.

Verán, hay un pasaje muy hermoso en el escritor eclesiástico Tertuliano, hacia finales del siglo II o III, dos o tres siglos después del Misterio del Gólgota. Dice que él mismo había visto todavía las sillas de los apóstoles, donde sus sucesores en varios lugares leían las cartas de los apóstoles, que todavía estaban escritas de puño y letra de los apóstoles. Y mientras se leían en voz alta, dice Tertuliano, la voz de los apóstoles cobraba vida. Y al mirar las cartas, las figuras de los apóstoles cobraban vida ante la mente. - Para los que investigan estas cosas ocultamente, esto no es sólo una frase. Los creyentes se sentaban frente a estas sillas de tal manera que podían oír el sonido de la voz de los apóstoles a partir del timbre de la voz de los sucesores de los apóstoles, y que podían formarse ideas sobre las figuras de los apóstoles a partir del manuscrito. De modo que cuando comenzó el siglo III, las figuras de los apóstoles aún podían cobrar vida de forma bastante externa y sus voces podían oírse en sentido figurado. Y hasta Clemente I, el papa romano que ocupó la silla papal del 92 al 101, todavía conocía él mismo a discípulos de los apóstoles, conocía a los que todavía habían visto a Cristo Jesús. ¡En este tiempo ya tenemos una tradición en curso! Y a través de este pasaje resuena algo que se puede verificar ocultamente. Quienes escuchaban a los apóstoles como discípulos de los apóstoles oían por el sonido de las palabras el tipo de tono en que hablaba el Cristo Jesús. Y eso es algo tremendamente importante. Porque si se quiere entender por qué los oyentes decían que había un poder mágico especial inherente a sus palabras, es preciso reflexionar sobre todo en ese sonido, en toda esa esencia peculiar que había en el hablar de Cristo Jesús,. Era algo así como un poder elemental lo que se apoderaba de los oyentes, algo así como un poder elemental de las palabras como no ocurría con ningún otro. ¿Pero por qué? ¿Por qué eso, en realidad?

Ya les he hablado de San Martín. Saint-Martin es uno de aquellos que comprendieron la expresión en las palabras del Espíritu de Cristo. Se ve que él lo entendió. Las sociedades masónicas del siglo XIX no lo entendían. Se ve que Saint-Martin si comprendió, la expresión en aquellas palabras, aquel lenguaje que una vez fue común a todos los hombres, a todos los seres de la tierra, que primero se diferenció en varios lenguajes particulares; que estaba cerca de lo que es la palabra interior. Exteriormente, por supuesto, Cristo Jesús tenía que expresarse tal como era en el lenguaje de los que le escuchaban; pero lo que tenía ante su alma como palabra interior era tal que no correspondía al modo en que se caracterizan exteriormente las palabras del habla, sino que tenía en sí la fuerza perdida de la palabra, la fuerza indiferenciada del lenguaje. Y sin formarse una idea de este poder, independiente de los lenguajes individuales diferenciados, que está en el hombre cuando el Verbo lo espiritualiza completamente, no se puede ascender al poder que vivía en Cristo, ni al sentido de lo que realmente se quiere decir cuando se habla de Cristo como del «Verbo» con el que se identificó completamente, a través del cual obraba, a través del cual también realizaba sus curaciones y la expulsión de los demonios. Por supuesto, esta palabra tenía que perderse, pues eso forma parte de la evolución de la humanidad desde el Misterio del Gólgota. Esta palabra sólo debe buscarse de nuevo. Pero, por el momento, nos encontramos en una evolución que todavía no ofrece muchas perspectivas de encontrar el camino de vuelta.

Permítanme recordarles sólo una cosa. Hay un hecho significativo que atraviesa todo el Evangelio y que debe ser subrayado con mucha fuerza. Se trata de que Cristo Jesús nunca escribió nada. No hay nada que él haya escrito. Los eruditos incluso han discutido sobre si era capaz de escribir, y los que quieren afirmar que era capaz de escribir sólo pueden citar el pasaje sobre la adúltera, donde hizo señales en la tierra. Por lo demás, no hay pruebas de que supiera escribir. Pero aparte de eso, no escribió sus enseñanzas como otros fundadores religiosos. Esto no es casualidad, sino que está íntimamente relacionado con el poder de la palabra, el pleno poder de la palabra.

Sin embargo, sólo con referencia al Cristo Jesús, es necesario que esto sea esclarecido, de lo contrario uno se vuelve demasiado insinuante, sobre todo con referencia a nuestro tiempo. Veamos, si el Cristo Jesús hubiera escrito o puesto por escrito sus palabras, traduciéndolas a los signos que el lenguaje tenía en aquel tiempo, entonces lo Ahrimánico habría entrado; porque es lo Ahrimánico lo que se fija en cualquier forma. Las palabras escritas tienen un efecto diferente que cuando el grupo de discípulos permanece de pie y confía únicamente en su propia fuerza de espíritu. No debemos imaginar que el escritor del Evangelio de Juan se sentara mientras el Cristo Jesús hablaba mientras él transcribía sus palabras como hacen los maestros aquí. El mero hecho de que esto no sucediera es la base de un tremendo poder, de un tremendo significado. Este significado sólo puede ser plenamente comprendido cuando a partir de la Crónica Akáshica, uno aprende a entender, diría yo, lo que realmente encierran las palabras que Cristo Jesús siempre tiene que decir contra los escribas, contra aquellos que obtienen su sabiduría a partir de lo escrito. Su objeción contra ellos es que lo obtienen a partir de escritos, que no están directamente conectados en sus almas con la fuente de la que fluye directamente, o sea la Palabra viviente. En esto él ve, y debe ver, la distorsión de la Palabra viva.

Pero si se piensa que la memoria de las gentes que vivían en aquella época, en torno al Misterio del Gólgota, era como el tamiz del alma que hoy se llama memoria, es que no se comprende todo el significado del hecho. Quienes escuchaban las palabras de Cristo Jesús las guardaban fielmente en su corazón y las conocían al pie de la letra. Porque el poder de la memoria en aquellos tiempos era muy, muy distinto del de hoy; pero también el poder del alma era muy distinto. Pero era una época en la que se producían grandes cambios muy rápidamente. Hoy la gente no se da cuenta de ello. ¿Acaso no es así? que, hoy en día no se presta atención en absoluto al hecho de que la historia oriental ya fue escrita de tal manera que la gente veía en ella lo que hoy tiene, o lo que a lo sumo ha tomado de la historia griega. La historia griega ya procedía de tal manera que era muy parecida a la historia judía; pero la historia oriental procedía de manera muy diferente, es decir, en los tiempos orientales las capacidades del alma eran muy diferentes. Y así, uno no tiene ni idea de cómo se produjeron enormes cambios en poco tiempo, cómo ese enorme poder de la memoria, que la gente tenía en aquel tiempo en este estado crepuscular de la antigua clarividencia atávica, se perdió relativamente rápido, de modo que entonces surgió la necesidad de que la gente escribiera las palabras de Jesús. Así pues, estas palabras de Jesús corrieron la misma suerte que Cristo Jesús corrió con los escribas contra los que se rebeló. Y dejo que ustedes reflexionen sobre lo que sucedería si algún discípulo que de alguna manera sólo se pareciera remotamente a Cristo Jesús apareciera hoy y hablara con el mismo impulso con el que Cristo Jesús hablaba en aquel tiempo. Si los que hoy se llaman cristianos se comportarían de forma diferente a los sumos sacerdotes de entonces, se lo dejo a ustedes para que reflexionen.

Ahora, sin embargo se trata precisamente de que a partir de estas premisas, profundicemos en el misterio de que Cristo morase en el propio Jesús. Aquí hay que recordar, como hemos dicho, que es importante volver en cierto sentido sobre el camino recorrido desde el Concilio VIII de 869, para redescubrir el cuerpo, el alma y el espíritu como miembros del ser humano. Sin considerar esto, no será posible acercarse al Misterio del Gólgota.

El Cuerpo:
Observamos lo que es el cuerpo humano desde fuera. Sólo se nos aparece en el mundo exterior; y cuando nosotros mismos observamos nuestro propio cuerpo, también sólo lo observamos desde fuera. La percepción desde el exterior nos proporciona el cuerpo. Y la ciencia, lo que se llama ciencia, se ocupa de este cuerpo.

El Alma: 
      Les he intentado guiar hacia el alma señalándoles a Aristóteles. Cuando se trata del alma, hay que darse cuenta de que las ideas de Aristóteles no están del todo equivocadas. Pues el alma, lo que puede llamarse alma, surge más o menos con cada ser humano individual. Pero Aristóteles vivió en una época en la que ya no podía darse cuenta plenamente de la conexión entre el alma y el cosmos. Por eso él dice: En el momento de la concepción de un ser humano, la existencia del alma nace con el ser físico. Él defiende lo que puede llamarse creacionismo, pero permite que el alma siga viviendo después de la muerte de forma indeterminada. Aristóteles no dice nada más al respecto, porque el conocimiento del alma ya estaba enturbiado en su época. El modo en que el alma sigue viviendo después de la muerte está relacionado con lo que ahora se denomina más o menos simbólicamente, -o como se quiera llamar, ya que esto no tiene ninguna importancia-, el pecado original. Pues eso que se llama pecado original tiene un efecto real sobre el alma. Y esto tuvo el efecto de que en el momento en que se produjo el Misterio del Gólgota, las almas de los hombres estaban en peligro, se habían corrompido hasta tal punto que no podían encontrar su camino de regreso a los reinos del cielo, que estaban conectados con estar en la tierra, o con lo que se convierte de estar en la tierra. Así que esta alma sigue su propio camino. La caracterizaremos con más detalle en estas conferencias.

El espíritu. 
El físico lo encontramos cuando seguimos el camino: De padre a hijo. El hijo vuelve a ser padre, el cual vuelve a ser padre y así sucesivamente, y las características se transmiten de generación en generación. Tras la muerte queda el alma, que se crea como tal con la concepción de un ser humano. Su destino depende de la relación que el alma pueda mantener con el reino de los cielos. El tercero es el espíritu. El espíritu vive en repetidas vidas en la tierra. Como ven, para el espíritu depende de qué cuerpos encuentre en sus repetidas vidas terrenales. Por un lado, está la línea de herencia de abajo. Ciertamente, está implicada; pero la línea de herencia está entretejida con las cualidades heredadas físicamente. Las cualidades que encuentran los espíritus que se encarnan en las reencarnaciones dependen de cómo ascienda o degenere la humanidad. No se pueden hacer los cuerpos como se desea desde el espíritu. Se pueden elegir los que sean relativamente más adecuados para el espíritu que quiere encarnar, pero no se pueden hacer como se desee.

Eso es lo que quise expresar en mi «Teosofía» cuando escribí el pasaje que les leí el otro día sobre los tres caminos: Espíritu, alma, cuerpo. Aquí hay algo que debe reconocerse claramente. Pues uno siempre llega a la idea general de Dios si sólo sigue el camino de la contemplación externa hasta el final contemplando lo físico. Contemplando lo físico, se llega a la idea general de Dios, a esa idea que esta mística, que he mencionado hoy al principio, y sólo esta filosofía encuentran. Pero si se quiere contemplar el alma, entonces se necesita el camino hacia esa entidad llamada el Cristo, que no se puede encontrar en la naturaleza, aunque tenga relaciones con la naturaleza; que hay que encontrar en la historia como ser histórico. La auto-observación se relaciona entonces con el espíritu y con las repetidas vidas terrestres del espíritu.

  • La contemplación del cosmos y de la naturaleza conduce a la esencia divina en general, que subyace a nuestro nacimiento: Ex deo nascimur. 
  • La contemplación de la historia real conduce al conocimiento de Cristo Jesús, si vamos lo suficientemente lejos; al conocimiento que necesitamos si queremos saber sobre el destino del alma: In Christo morimur. 
  • La contemplación interior, la experiencia espiritual, conduce al conocimiento de la esencia del espíritu en las repetidas vidas terrenas y, cuando se pone en conexión con aquello en lo que vive, con lo espiritual, conduce a la contemplación del Espíritu Santo: Per spiritum sanctum reviviscimus.
No sólo subyace lo que es la tricotomía de cuerpo, alma y espíritu, también es la tricotomía que subyace en los caminos que tenemos que tomar si realmente queremos llegar a un acuerdo con el mundo. Como ven, nuestra época, que piensa caóticamente, naturalmente no llega a un acuerdo con estas cosas fácilmente y a menudo ni siquiera las busca. Como saben, hay ateos, negadores de Dios; también hay negadores de Jesús; hay negadores del espíritu, materialistas. Convertirse en ateo, en realidad, sólo es posible si uno carece de disposición para observar con claridad los procesos de la naturaleza externa, de la corporeidad. Pero de nuevo, sólo puedes hacer eso si tus facultades corporales están demasiado embotadas. Pues a menos que las facultades corporales estén embotadas, uno no puede convertirse realmente en ateo; uno experimenta a Dios continuamente. El ateísmo es una verdadera enfermedad del alma. Negar a Jesucristo no es una enfermedad, pues hay que encontrarlo en el desarrollo de la humanidad. Si no se lo encuentra, entonces no se encuentra ese poder que salva el alma más allá de la muerte. Eso es una desgracia del alma. Ser ateo es una enfermedad del alma, una enfermedad del ser humano. Ser un negador de Jesús, un negador de Cristo, es una desgracia del alma humana. ¿Te das cuenta de la diferencia?  Negar el espíritu es autoengañarse.

Es importante meditar sobre estos tres términos: ser ateo es una enfermedad del alma; ser negador de Jesús es una desgracia del alma; ser negador del espíritu es autoengañarse. Así que de nuevo se tienen las tres aberraciones significativas del alma humana: enfermedad del alma, desgracia del alma, engaño del alma - autoengaño.

Todo esto es básicamente necesario si se quieren reunir los elementos para acercarse al misterio del Gólgota, porque hay que llegar a conocer la relación de Cristo Jesús con el alma humana. Luego, sin embargo, hay que considerar el destino de la propia alma humana en el curso de su vida en la tierra. Luego hay que considerar también las repercusiones en el espíritu humano del impulso que emana de Cristo hacia el alma humana.

Ahora, para concluir el día de hoy, de modo que todos podamos reflexionar un poco sobre esto hasta pasado mañana, quizá pueda darles algo que les prepare para considerar aquí la profundidad del Misterio del Gólgota.

La gente de hoy ve la naturaleza según su educación. Procede según sus leyes naturales. Pensamos en el principio, el medio y el fin de la tierra de acuerdo con estas leyes naturales. Todo es visto de acuerdo a estas leyes naturales. Además, tenemos el orden moral del mundo. Ciertamente, uno se siente, -los kantianos en particular lo hacen, por ejemplo-, sujeto al imperativo categórico: uno se siente ligado al orden moral del mundo. Pero pensemos en lo débil que se ha vuelto esta idea en nuestro tiempo, la idea de que este orden moral del mundo tiene una realidad objetiva propia, como la naturaleza. No es cierto, incluso Haekkely, incluso Arrhenius y demás, por muy materialistas que sean, piensan: «Ciertamente, la tierra está sufriendo un proceso de glaciación o un proceso similar o una entropía, o como quieran llamarlo». Pero piensan: los pequeños ídolos que llaman átomos se desintegrarán, pero al menos se conservarán. Así que también la preservación de la materia, ¡de la sustancia! Eso está bastante bien con la visión actual del mundo. Pero estas ideas sobre la materia no permiten considerar que, una vez que la Tierra se haya helado o haya alcanzado la entropía, ¿qué ocurrirá con el orden moral del mundo? ¡Éste no tiene cabida en toda la existencia terrenal así concebida! Una vez desaparecido el género humano físico, ¿dónde queda todo el orden moral del mundo? Es decir: las ideas morales a las que uno se siente ligado, a las que la conciencia se impulsa a sí misma, impulsa al hombre, estas ideas morales parecen ciertamente necesarias; pero con el orden natural, con aquello que es realmente necesario, que es llamado necesario por la visión de la naturaleza, ¡no hay ninguna conexión, si uno es bastante honesto! Las ideas se han vuelto débiles. Son tan fuertes que uno organiza sus acciones en consecuencia; son tan fuertes que uno se siente ligado a esas ideas por su conciencia; pero no son tan fuertes como para poder pensar: Lo que se piensa hoy sobre alguna idea moral ¡es algo realmente eficaz! Hace falta algo para que sea realmente eficaz. ¿Dónde está lo que hace que lo que vive en nuestra idea moral sea realmente eficaz? Eso es Cristo, ¡eso es Cristo! Esa es una cara del ser-Cristo.

Que todo lo que vive en piedra, planta, animal, en el cuerpo humano, que vive en el elemento calor y aire de la tierra, siga los caminos de los que habla la ciencia natural, y que todos los cuerpos humanos encuentren la tumba al final de la tierra -según la ciencia natural, aquello según lo cual hemos vivido moralmente debería entonces, sí, ni siquiera se puede decir, ser destruido, pues eso ya sería una idea demasiado fuerte-, según la idea cristiana, en el ser de Cristo reside el poder que toma nuestras ideas morales y forma un mundo nuevo a partir de ellas: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.» Es el poder que lleva a Júpiter la moralidad de la tierra a lo largo y ancho. 

Ahora, imaginen la tierra como la naturaleza física, tal como imaginan la planta, el orden moral como el germen de la planta, y el poder de Cristo como aquello que hace surgir el germen como la tierra futura, como Júpiter: ¡entonces han construido de nuevo toda la concepción evangélica a partir de la ciencia espiritual!

Pero, ¿Cómo puede ser eso? ¿Cómo puede aquello que sólo vive en el pensar? según las ideas naturalistas, que sólo es una idea a la que uno se siente unido moralmente, ?cómo tal cosa puede transformarse en una realidad como la del carbón que arde, o vuela por los aires con un perdigón de escopeta? ¿Cómo puede una idea ser densa, algo como una idea moral que es tan delgada? Necesita un impulso. Esta idea moral debe ser tomada por un impulso. ¿Dónde está ese impulso? Recuerden lo que decíamos antes: La fe no debe ser un mero sustituto del conocimiento; la fe debe tener un efecto. Lo que la fe debería hacer es convertir nuestras ideas morales en realidad. Debe transmitirlas y crear un mundo nuevo a partir de ellas. Lo que importa es que el concepto de fe no sea un mero conocimiento indemostrable, algo que uno cree porque lo desconoce, sino que en eso que uno cree reside la fuerza capaz de hacer realidad la semilla de la "moralidad" en el planeta. Este poder tuvo que ser traído a la evolución terrenal a través del Misterio del Gólgota. Este poder tuvo que sumergirse en las almas de los discípulos, hablándoles de aquello de lo que carecían aquellos que sólo tenían las Escrituras. Depende del poder de la fe. Y si no se comprende lo que trae el Cristo, precisamente porque se habla tanto de la palabra «confianza», «fe», no se comprende lo que se introdujo en la evolución terrena en el momento en que se produjo el Misterio del Gólgota.

Y ahora también se puede ver que se trata de un significado cósmico. Pues lo que tenemos como orden externo de la naturaleza sigue su curso natural. Pero al igual que en una determinada etapa del desarrollo la planta natural desarrolla su semilla  dentro de sí misma, así el Misterio del Gólgota surgió como una nueva semilla que se convertirá en la futura evolución de Júpiter, en la cual participará entonces el ser humano reencarnado.

Aquí tienen ustedes, yo diría, indicado a partir de la contemplación de la propia naturaleza del ser Crístico, cómo se sitúa dentro de todo lo cósmico este ser Crístico, cómo lleva una fuerza joven a este devenir terrenal en un determinado punto del devenir terrenal. Esto a veces sale a la luz de forma grandiosa, pero sólo para aquellos que lo captan en el conocimiento imaginativo. Así lo hizo, por ejemplo, el escritor del Evangelio de Marcos. Cuando Cristo es capturado tras la traición de Judas, cuando el escritor del Evangelio de Marcos contempla esta escena en el Espíritu, ve a un joven entre los que huyen, vestido sólo con una camisa. Le arrancan la camisa, pero él se suelta y escapa. Es el mismo joven que, en el Evangelio de Marcos, anuncia en el sepulcro con su toga y su túnica blanca que el Cristo ha resucitado. El pasaje figura en el Evangelio de Marcos precisamente por medio del conocimiento imaginativo. Ahí se ha visto el encuentro del antiguo cuerpo de Cristo-Jesús y la nueva semilla de un nuevo orden universal en el conocimiento imaginativo.

Sientan esto en conexión, -con esto queremos concluir la conferencia de hoy-, en relación con lo que dije el otro día, que en realidad el cuerpo humano en su significado original no está organizado para morir, sino que está organizado como un cuerpo para la inmortalidad. Y piensen en esto en relación con la verdad de que el animal es mortal debido a su organismo, pero que el hecho de que el hombre sea mortal, no se debe a su organismo, sino a su alma, que está corrompida, pero cuya corrupción es eliminada de nuevo por Cristo. Piensen en ello, entonces se darán cuenta de que algo debe sucederle al cuerpo humano a través del poder real que se derrama en la evolución terrenal a través del Misterio del Gólgota. Al final de la evolución terrena, el poder que se perdió por la caída del hombre, que disuelve el cuerpo humano, se recuperará, se devolverá mediante el poder de Cristo, y los cuerpos humanos aparecerán entonces realmente en su forma física. Si se reconoce la tricotomía de cuerpo, alma y espíritu, la «resurrección de la carne» adquiere también su significado. De lo contrario, no puede reconocerse. Ciertamente, los pensadores actuales de la Ilustración considerarán que ésta es una de las ideas más reaccionarias, pero quienes reconocen las repetidas vidas terrenas desde la fuente de la verdad también reconocen el significado real de la resurrección de los cuerpos humanos al final de la existencia terrenal. Y si Pablo dijo con razón: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es vuestra fe», entonces esto da testimonio de la verdad, como también sabemos por consideraciones científico-espirituales. Si esto es verdad, entonces la otra parte también lo es: Si el desarrollo terreno no condujera a la conservación de la forma que el hombre puede formar corporalmente dentro del devenir terreno, si esta forma pereciera en el devenir terreno, si el hombre no pudiera resucitar por el poder de Cristo, entonces el Misterio del Gólgota sería vano y la fe que trajo sería vana. Este es el complemento necesario a las palabras de San Pablo.
Traducido por J.Luelmo abr,2025