GA109 Budapest, 11 de junio de 1909 Teosofía y Ocultismo Rosa-Cruz - Experiencias del ser humano tras su muerte

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Teosofía y Ocultismo Rosa-Cruz

RUDOLF STEINER

EXPERIENCIAS DEL SER HUMANO TRAS SU MUERTE

Budapest, 11 de junio de 1909

A menudo se ha insistido en que el presente puede comprenderse mejor a la luz del pasado y de sus acontecimientos, y que descubriremos y comprenderemos más fácilmente las características de nuestros ideales espirituales para el futuro si miramos hacia atrás, hacia épocas de la remota antigüedad. Hoy, por lo tanto, consideraremos los desarrollos que tuvieron lugar después de la destrucción de la antigua Atlántida y, relacionado con esos desarrollos, la experiencia del hombre durante la vida después de la muerte.

Las condiciones experimentadas por el alma entre la muerte y el nuevo nacimiento no siempre han sido las mismas. También han cambiado en el curso de la evolución. Durante las grandes épocas culturales, -la antigua India, la época de los Santos Rishis; la antigua Persia, época de la cultura Zaratustriana; la egipcio-caldea, la greco-latina y nuestra época actual-, el ser humano se ha relacionado cada vez más estrechamente con el plano físico, al que ha llegado a amar cada vez más intensamente. En cada una de estas épocas, el alma humana ha ido hundiéndose cada vez más en el mundo material. Cuanto mayor era la comprensión adquirida por el hombre hacia este mundo, más extraño le resultaba el mundo espiritual después de la muerte. Este fue el caso con más fuerza en la época grecolatina. Los griegos amaban el mundo físico porque en su glorioso arte, en ese espléndido adorno de la existencia física, toda su alma podía vivir gozosamente. El mundo físico era querido por el romano porque en su descubrimiento del ego, del "yo", podía desarrollarse plenamente el sentimiento de su propia personalidad.

Los conceptos de ciudadanía romana y derechos romanos son señas de identidad de esta época cultural. El romano se sentía cómodamente en este mundo físico y material. El concepto del derecho sólo existe desde esa época, por lo que es bastante correcto afirmar que la jurisprudencia comenzó en el Imperio Romano; es el signo de la reverencia a la personalidad individual. La muerte era la gran desconocida y evocaba temor. La frase de Aquiles: "Es mejor ser un mendigo en el mundo superior que un rey en el reino de las sombras", indica acertadamente la concepción que prevalecía en aquella época sobre la experiencia del alma durante la vida después de la muerte en el mundo espiritual. Cuanto más plenamente estas almas habían dado expresión en el reino de la tierra a todas sus facultades, tanto más se alejaba de ellas la capacidad de orientarse en el mundo espiritual después de la muerte. El alma se sentía aislada en las esferas en las que ahora había entrado. Incluso en el mundo de los espíritus (Devacán), el alma sentía que todo a su alrededor era oscuro, vacío y frío.

El alma ya no era capaz de experimentar la espiritualidad de aquel mundo. Ni siquiera los grandes líderes de la humanidad, -los iniciados-, podían cambiar esta condición, y sin embargo ellos son los maestros de los hombres, no sólo aquí en la tierra, sino también en los mundos de ultratumba. Cuando contaban a los muertos algo sobre el mundo de este lado del umbral, estas almas sentían un dolor aún mayor por haberse visto obligadas a abandonar el mundo físico que les había llegado a ser tan querido. Los maestros no podían traer consigo nada que pudiera ayudar o ser de valor para los muertos, todos los cuales anhelaban la reencarnación. El ser humano se sentía como apartado de sus hermanos, abandonado incluso en el reino del espíritu. Si estas condiciones hubieran permanecido, el amor y la fraternidad también habrían desaparecido gradualmente de la tierra. Porque esta estancia en el reino del espíritu habría significado que estas almas llevarían consigo el egoísmo al mundo físico y a una vida totalmente centrada en el yo individual.

En el período de la antigua india el hombre seguía considerando el mundo terrenal como maya, pero las cosas cambiaron en el curso de la evolución. Zaratustra ya proclamó que el hombre también puede encontrar lo espiritual en el mundo físico. Él reveló el camino por el cual la gente debía finalmente darse cuenta de que el sol con su luz no es más que el cuerpo externo de un ser espiritual sublime al que él denominó Ahura Mazdao, la Gran Aura, en contraste con la pequeña aura humana. Su objetivo era proclamar que este ser, aún distante, descendería un día a la tierra para unirse a la sustancia propia de ésta y seguir trabajando en la evolución de la humanidad. Para el pueblo de Zaratustra esto anunciaba al mismo ser que en la historia posterior vivió en la tierra como Cristo. Zaratustra proclamaba a sus alumnos: "Si aprendéis a comprender que lo espiritual está presente en todo lo físico y material, que lo físico está impregnado por la gran Aura del Sol, por Ahura Mazdao, entonces Ahrimán ya no os confundirá".

En otras ocasiones Zaratustra decía: "Tan grande, tan poderoso es Aquel que se me ha revelado en el sol, que todo lo sacrifico a Él. Con alegría le ofrezco la vida de mi cuerpo, la existencia etérica de mis sentidos, la expresión de mis actos, el cuerpo astral".

Esta fue la promesa que una vez hizo el gran Zaratustra. Él anunció a sus alumnos que el gran Espíritu del Sol se revelaría directamente en la tierra misma, en las realidades de la existencia terrena. Así inauguró Zaratustra la enseñanza de que lo material es sólo la fisonomía, la expresión de lo espiritual.

Después vino el tiempo en que el ser que había sido anunciado por Zaratustra se reveló a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí. Moisés enseñó que este Ser del Sol es también el Ser del Yo, el principio más elevado que puede ser incorporado al hombre. Pero no sólo en el hombre ha descendido una partícula del Espíritu del Sol; también ha descendido en todo lo que hay en la naturaleza externa, en los elementos, en todas partes. La misma divinidad que, en nombre del "Yo soy el Yo soy", el principio revelado una vez a Zaratustra como Ahura Mazdao, como el núcleo más íntimo, el fundamento primordial de toda existencia, fue proclamada por Moisés a todo un pueblo como el ser supremo cuyo nombre era inexpresable y sólo podía ser pronunciado en el santuario más íntimo por el sacerdote oficiante. La Divinidad que habita en el hombre, que no se revela sólo en los elementos, en el fuego ardiente, es Aquel que aquí se proclama.

Así pues, podemos considerar a Zaratustra como el heraldo de Jehová, de aquel mismo ser que, al principio de nuestra era, habitó durante tres años en el cuerpo de Jesús de Nazaret. Este es el mismo Dios que había sido proclamado por Moisés y Zaratustra.

Cristo dice: "¿Cómo me creeréis a mí, si no habéis creído a Moisés ni a los profetas?". Con esto Cristo confirma que el Antiguo Testamento había anunciado de antemano, (sólo que con nombres diferentes), al mismo Dios que Él, Cristo, también anunciaba. Todos los acontecimientos del mundo necesitan un cierto tiempo para surtir efecto. En el Sinaí, en la zarza ardiente, este Ser del Sol, descendiendo de las alturas del mundo espiritual, había llegado al punto en que podía anunciarse al hombre a través de los elementos. Ahora se acercó más y más a la tierra, a las envolturas de Jesús de Nazaret en el Bautismo en el Jordán, y cuando el Misterio del Gólgota tuvo lugar en la tierra y la sangre brotó de las heridas del Redentor, esto no sólo fue la expresión de un gran acontecimiento cósmico, sino también del más grande de todos los acontecimientos terrenales: el Cristo pasó al aura de la tierra como el Espíritu de la tierra.

Se había dado un nuevo impulso que podía percibirse mediante la clarividencia, pues en aquel preciso instante el aura de la tierra cambió, revelando colores particulares. Se revelaron nuevos colores y se incorporaron nuevos poderes al aura de la tierra. En el momento en que la sangre que es la expresión física del Yo fluyó de las heridas del Redentor en el Gólgota, en ese momento el Yo de Cristo se unió con la tierra. Pero también había llegado el momento en que las condiciones en el mundo espiritual podían empezar a cambiar para las almas después de la muerte. Este fue el significado del descenso de Cristo a los infiernos.

Un clarividente, que viviera antes del acontecimiento del Gólgota, no habría visto en el aura de la tierra lo que podría verse allí más tarde, cuando Cristo Jesús hubo pasado por la muerte en el Gólgota. Pensemos ahora en el acontecimiento de Damasco. Saulo que, como iniciado de los Misterios judíos, sabía muy bien que la "Gran Aura", Ahura Mazdao, se uniría un día con la tierra, se rebeló contra la creencia de que este ser hubiera podido morir en la vergonzosa cruz. Aunque había participado en los acontecimientos de Palestina, no creía que este gran espíritu hubiera morado en la tierra en Jesús de Nazaret. Fue cuando se volvió clarividente cerca de las puertas de Damasco que en el aura de la tierra contempló al espíritu Crístico, al Cristo vivo, que antes no había podido ser visto allí. Entonces se dijo a sí mismo: "Sí, se predijo que el aura de la tierra cambiaría, y eso se ha cumplido". Entonces Saulo se convirtió en Pablo. Pablo hablaba de sí mismo como de alguien que había nacido prematuramente, alguien que se había vuelto clarividente a través de la gracia; el suyo fue un nacimiento prematuro porque aún no se había alcanzado plenamente la madurez; no había descendido tan profundamente en la materia y estaba menos firmemente conectado con el cuerpo físico. Los que siguen el curso del cristianismo saben que la personalidad en él de suprema importancia es Pablo. Él consiguió más que nadie su propagación.

Fue un hecho oculto, un acontecimiento oculto, por el cual Pablo se convirtió, y puede decirse con justicia que a través de esa experiencia clarividente la humanidad fue conducida a Cristo. En aquel momento se produjo un cambio en el aura terrestre, y desde entonces ha cambiado. Se cumplieron así las palabras del Evangelio de San Juan: "El que come mi pan me pisa con sus pies". Desde entonces Cristo es el Espíritu de la tierra, el Espíritu planetario. La tierra es el cuerpo de Cristo; su morada está dentro de la tierra. Esta profunda expresión del Evangelio de San Juan no debe entenderse en un sentido adverso o como una alusión a Judas, que traicionó a Cristo. Se refiere más bien a la Divinidad Cristo-Jehová y a su relación con la tierra.

Cuando el investigador ocultista compara el efecto del arte de los griegos y del arte post cristiano sobre el mundo en el que el hombre entra después de la muerte, todavía encuentra que cuando un clarividente contempla con sus ojos físicos un templo griego con sus pilares dóricos, -por ejemplo, las ruinas de Paestum-, bien puede quedarse embelesado por las formas armoniosas que siguen las líneas espirituales de dirección y que, por lo tanto, hacen de este templo una morada real del dios. Del mismo modo que el alma se siente atraída por el cuerpo que le corresponde, el dios desciende a esas formas que armonizan tan perfectamente con su naturaleza y su ser. Pero cuando un vidente vuelve sus ojos a la contraparte espiritual de su templo, no encuentra nada en el mundo espiritual. El templo parece haber sido borrado de ese mundo y dejado allí un espacio vacío: no se ve nada del templo. Si, por el contrario, un vidente contempla obras de arte de la era post cristiana o, por ejemplo, contempla el Evangelio de San Juan o los pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento que tienen que ver con Cristo-Jehová o las Madonas de Rafael - si el vidente contempla estas creaciones primero con ojos físicos y luego con visión clarividente, no son en absoluto invisibles en el mundo espiritual, sino que irradian allí con un esplendor aún mayor. Esto es especialmente cierto en el caso del Evangelio de San Juan. Es en el mundo espiritual donde se realiza por primera vez la grandeza de esa creación. Es en el mundo espiritual donde todo lo que está relacionado con el Misterio del Gólgota se vuelve radiante y claro en el sentido más pleno.

Simultáneamente al acontecimiento histórico en el plano físico, tuvo lugar un acontecimiento espiritual, que fue también un acontecimiento simbólico, cuando la sangre brotó de las heridas del Redentor. Cuando Cristo ya no vivía en el cuerpo físico de Jesús de Nazaret, en el momento en que murió en el Gólgota, se apareció en el mundo espiritual a las almas que vivían entre la muerte y el renacimiento, y las tinieblas se disiparon. El mundo espiritual de repente se llenó de luz. Al igual que los objetos en una habitación oscura de repente se hacen visibles cuando un rayo de luz brilla en la habitación y ves los objetos que siempre estuvieron allí aunque antes no podías detectarlos, así la luz se derramó en el mundo de los muertos. Las almas volvieron a percibir lo que les rodeaba, se sintieron unidas a sus hermanos en el reino de los espíritus y pudieron traer al mundo físico las cualidades del amor y la fraternidad. Así llegó una nueva luz a este mundo de los muertos, pues el Misterio del Gólgota tiene significado no sólo para el mundo en el que tuvo lugar físicamente, sino para todos los mundos con los que el hombre está conectado en el curso de su evolución. Si el mundo espiritual hubiera permanecido tal como lo vivían los muertos durante la época grecolatina, si el alma humana hubiera permanecido en la gélida frialdad y soledad entonces imperantes, la fraternidad y el amor habrían desaparecido gradualmente del mundo. El hombre habría traído consigo del Devacán el anhelo de reclusión. Porque la luz que entonces irrumpió en el mundo terrenal y también en el mundo de los muertos tenía por objeto establecer el reino de la fraternidad y el amor en la tierra. Esa es la misión del impulso Crístico.

Consideraremos ahora desde otro punto de vista el Misterio del Gólgota y el secreto de la sangre que mana de las heridas del Redentor.

Sabemos que el hombre terrestre recibió una herencia de la Antigua Luna. Los tres cuerpos inferiores, cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral habían sido preparados para él y fue en la tierra donde se añadió por primera vez el yo, -el yo como expresión de la libertad e independencia humanas. En la antigüedad era importante establecer la homogeneidad de la humanidad. Al principio, las condiciones eran tales que las relaciones de un ser humano con otro sólo se salvaban si se les daba una base física. La sangre es la expresión del yo. El parentesco y los lazos de sangre eran los principios rectores. La sangre física era el medio que operaba de hombre a hombre. Así eran las cosas en tiempos de la antigüedad. Pero a través de Cristo Jesús el amor se convirtió en un vínculo no material. La actividad del yo grupal humano decayó. En épocas anteriores, el ser humano pertenecía a un yo tribal comunitario y se sentía a salvo y seguro dentro de él, en el seno del Padre Abraham. Este parentesco era mucho más importante para él que su identidad personal. Su yo superior seguía existiendo en los lazos del parentesco consanguíneo. En el Antiguo Testamento oímos de Noé y otros padres de tribus que vivieron durante cientos de años. Nos remontamos a tiempos en los que el ser humano no sólo tenía memoria de lo que él mismo había experimentado, sino también a una época en la que esta memoria se extendía mucho más atrás en las generaciones. No decía "yo" de sí mismo, sino que vivía en su "yo" hasta remotos antepasados. Su vida no comenzaba con su nacimiento; no era entonces cuando empezaba a decir "yo" de sí mismo, sino que decía "yo" de todo lo que habían vivido sus antepasados.

Los seres luciféricos dirigieron en todo momento sus ataques más agudos contra el amor basado en la sangre. Su objetivo era hacer que cada ser humano dependiera únicamente de sí mismo, inculcar en el hombre la conciencia de sí mismo incluso entre la muerte y un nuevo nacimiento. Pero los seres divinos, portadores de amor, se esforzaron por unir a los individuos mediante vínculos distintos de los basados en la sangre, que no tienen en cuenta la libertad. El principio crístico une a la plena expresión del "yo" la fuerza que brota del espíritu de amor y la hace dominar de individuo a individuo. De ahí que se diga que Cristo es el verdadero Lucifer (Christus verus Luciferus) o portador de la Luz, y finalmente el adversario del Lucifer caído. El amor basado en la sangre fue transformado por Cristo en amor espiritual, en el amor fraternal que fluye de alma a alma. La frase de Cristo: "Quien no abandona a su padre y a su madre no puede ser mi discípulo", debe entenderse en el sentido de que el amor basado en la sangre debe transformarse en el amor fraternal que abraza a todos los seres humanos con la misma fuerza.

La ciencia espiritual no resta nada a ninguna de estas afirmaciones bíblicas, sino que, bien entendida, sólo puede enriquecerlas con una comprensión más profunda de la gracia cristiana. El poder del amor espiritual fue traído a las almas de los hombres por primera vez por Cristo cuando apareció en la tierra; y con la sangre que fluyó en el Gólgota de las heridas del Redentor la sangre superflua de la humanidad fue como sacrificada. Con este acto se confirmó la enseñanza de que el individuo debe enfrentarse al individuo como hermanos humanos. En el mundo de hoy todavía hay poca comprensión de Cristo. La humanidad tiene que aprender primero a darse cuenta de la grandeza de este poderosísimo acontecimiento cósmico. Unos pocos individuos han tenido siempre una adivinación de todo el significado del Ser Cristo y de Su aparición en la tierra. ¿Cómo han pensado en ese acontecimiento? Pensemos en los seres humanos y en los pueblos que conservaron durante un tiempo considerable la conexión con el mundo espiritual. El antiguo indio daba poca importancia a su conexión con el mundo físico. Estaba empeñado en la adquisición de verdades suprasensibles y de una vida espiritual elevada en el mundo espiritual, pero no tenía ningún deseo de amar la existencia física. Permítanme contarles acerca de una saga oriental, que indica de una manera espléndida cómo el principio Crístico fue captado tentativamente allí.

En el transcurso del tiempo, según cuenta esta saga, apareció el poder que guía nuestra tierra. Una leyenda oriental, que da cuenta de ello, fue narrada en los templos del norte del Tíbet al alumno de la sabiduría de Buda, y se ha conservado desde entonces. Esta leyenda oriental narra que Kashyapa, el más digno alumno del Buda, vivió en una época en la que, incluso en Oriente, se encontraba poca comprensión de la sabiduría. Cuando sintió que se acercaba su fin, se retiró a una cueva donde vivió durante largos siglos; su cadáver debía ser conservado allí para esperar la aparición del Buda Maitreya, a fin de ascender entonces al cielo.

Lo esencial de esta leyenda es lo siguiente. Si no hubiera habido ningún acontecimiento especial, es decir, si Cristo no hubiera aparecido en la tierra, ni Oriente ni Occidente habrían podido encontrar el camino hacia el mundo espiritual. El cuerpo de Kashyapa se preserva hasta que el Buda Maitreya libere el cadáver de la tierra. Esto significa que en el futuro el hombre volverá a tener poderes por medio de los cuales podrá espiritualizar lo terrenal. El ser sublime que conduzca el cuerpo de Kashyapa al mundo espiritual habrá descendido más profundamente de lo que ningún ser lo haya hecho jamás. Cristo mismo libera el cuerpo de Kashyapa. En el período que sigue a este acontecimiento, el cuerpo ya no existe. ¿Qué significa esto? Significa que el cuerpo fue transportado inmediatamente al mundo espiritual. El cuerpo de Kashyapa puede ser liberado en el elemento del fuego. ¿Dónde está este fuego? Cuando fue visto por Pablo ante Damasco estaba espiritualizado. Así pues, la aparición de Cristo en la tierra es el gran punto de inflexión cuando el hombre puede ascender de nuevo del mundo físico al espiritual.

Piensen ahora en las enseñanzas de Buda. A través de la observación de la vejez, la enfermedad, la muerte, etc., surgió en él la gran verdad sobre el sufrimiento. Él enseñó ahora la cesación del sufrimiento, la liberación del sufrimiento a través de la eliminación del deseo de nacer, de la encarnación física.

Ahora piensen en la humanidad seiscientos años después. ¿Qué es lo que encuentran? La humanidad venera un cadáver. Los hombres contemplan a Cristo en la cruz, a Cristo que muere y que con su muerte trajo la vida. La vida ha vencido a la muerte.

Uno: ¿Nacer es sufrir? No, porque Cristo entró en nuestra tierra y en adelante para mí, que soy cristiano, nacer ya no es sufrir.

Dos: ¿La enfermedad es sufrimiento? Pero existirá la gran medicina, es decir, la fuerza del alma que ha sido encendida por el impulso Crístico. Al unirse con el impulso Crístico, el hombre espiritualiza su vida.

Tres: ¿La vejez es sufrimiento? Pero mientras que el cuerpo del hombre se vuelve frágil y enfermizo, en su verdadero ser se hace cada vez más fuerte y poderoso.

Cuatro: ¿Es la muerte sufrimiento? Pero a través de Cristo el cadáver se ha convertido en el símbolo de que la muerte, la muerte física, ha sido vencida por la vida, por el espíritu; la muerte ha sido finalmente vencida por la vida.

Quinto: ¿Estar separado del ser que uno ama es sufrimiento? Pero el hombre que ha comprendido a Cristo nunca está separado de la persona que ama, porque Cristo ha traído la luz al mundo que se extiende entre la muerte y un nuevo nacimiento; así, el hombre permanece unido al objeto de su amor.

Sexto: ¿No es sufrimiento recibir aquello que uno anhela? Quien vive con Cristo ya no ansiará lo que no le llega o no le es dado.

Siete: ¿Estar unido a lo que no se ama es sufrimiento? Pero el hombre que ha reconocido a Cristo enciende en sí mismo ese amor universal que envuelve a todo ser, a todo objeto según su valor.

Octavo: Estar separado de lo que se ama ya no es sufrimiento, pues en Cristo ya no hay separación.

Así, para la condición de sufrimiento, que Buda proclamó y reconoció, Cristo nos ha dotado del remedio.

Este volverse de la humanidad a Cristo y al cuerpo muerto en la cruz es la mayor transformación que se ha producido en la evolución.

Traducido por J.Luelmo dic,2023

GA109 Budapest, 10 de junio de 1909 - Teosofía y Ocultismo Rosa-Cruz - Etapas evolutivas de nuestra tierra: Épocas Lemúrica, Atlante y Post-atlante.

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RUDOLF STEINER

ETAPAS EVOLUTIVAS DE NUESTRA TIERRA=  ÉPOCAS LEMÚRICA, ATLANTE Y POST ATLANTE

Budapest, 10 de junio de 1909

Ayer, en nuestras observaciones, llegamos a la época que se conoce como la época Lemúrica de nuestro desarrollo terrestre. En esa época tenemos que registrar un gran acontecimiento cósmico: la salida de la Luna de nuestra sustancia terrestre. Fue precisamente este acontecimiento el que marcó el ritmo adecuado para el desarrollo del hombre. En aquella época nuestra tierra era muy diferente en forma y temperatura a la de hoy. La temperatura era mucho más alta, por lo que los humanos de hoy no podrían haber vivido en esta tierra. La forma también era muy diferente. Muy gradualmente la tierra se hizo tan densa que se formaron sustancias sólidas en ella. Y cuando ayer dijimos que los cuerpos se endurecieron, no debe entenderse físicamente, sino en términos de fuerza y calidad. Algunas materialidades se disolvieron. Toda la tierra estaba en un estado ardiente-líquido y sólo gradualmente se hizo más y más firme. Esto no debe entenderse como si se hubiera vuelto dura y gruesa en el sentido físico actual, sino que tiene que ver con la fuerza y la calidad. Estas fuerzas son tales que habrían momificado al hombre. Del estado fundido de la tierra surgieron mas tarde formaciones semejantes a islas, y las criaturas que en ellas habitaban guardaban un lejano parecido con nuestros animales y plantas actuales. Durante la primera mitad de la época Lemúrica, sin embargo, el propio hombre no moraba directamente sobre la tierra, sino en la esfera sobre la tierra en un cuerpo delgado y finísimo; se trataba de seres humanos más espirituales. Al principio de la época Lemúrica el hombre todavía no tenía la fisicalidad posterior ni comía el tipo de alimento más sólido.  De hecho, incluso al final de la Lemuria no se encontraban las formas del cuerpo humano, que ya se había convertido en el más denso en sustancia, dotado de los huesos de hoy en día. La sustancia de que se componía el cuerpo físico humano era todavía blanda, gelatinosa, de modo que exteriormente apenas se diferenciaba del resto de la sustancia. Aquellas almas que habían descendido a la tierra demasiado pronto tomaron este tipo de sustancia terrestre más densa en sus cuerpos. Las personas menos espirituales ya vivían entonces en la tierra, las demás aún por encima de la tierra. 

Fue sólo ahora, durante la época Lemúrica, debido a la eyección de finas cenizas y masas metálicas fluido-ferrosas, cuando se pusieron los primeros cimientos del reino mineral. Estas masas formaron el principio, por así decirlo, de las islas. Esta es una manera más pictórica de expresarlo, pero así es como el proceso de densificación gradual se presenta a la visión clarividente. De estas masas surgió lo que podemos llamar un reino vegetal y sólo más tarde el reino animal. Llevaría demasiado lejos si intentara contarles en detalle cómo se densificó el mundo físico. Todo descendió realmente de esferas superiores, incluso los continentes al densificarse. Pero el ser que hoy es el hombre aún permanecía, por así decirlo, en una esfera por encima de la tierra. Los hombres vivían en esta esfera más etérea y allí desarrollaban sus cuerpos más finos. Los cuerpos etérico y astral del hombre no estaban aún fuertemente ligados al cuerpo físico, sino más libres de él. Sin embargo, con la solidificación del cuerpo físico, que ahora se hacía progresivamente más denso, la conexión con los cuerpos etérico y astral se hizo más estrecha. En lugar de flotar sobre la tierra, el hombre se convirtió en un ser que pisaba la propia tierra.

En aquel tiempo, una importante influencia se estableció sobre el hombre. Si no hubiera existido tal influencia, ¿Qué habría sido de él? Durante largos, largos siglos habría permanecido como un ser sin iniciativa, sin independencia interior, como un autómata, impulsado por las fuerzas de los seres espirituales superiores. Las fuerzas de los seres espirituales afluían perpetuamente a sus cuerpos físico, etérico y astral. Entre estos seres había algunos que trabajaban principalmente sobre su cuerpo astral y que ellos mismos habían permanecido atrasados en su propia evolución; éstos eran los seres luciféricos. Éstos arrastraron al hombre al plano físico más rápidamente de lo que lo habían hecho los seres espirituales buenos y normalmente evolucionados.

Los seres luciféricos eran espíritus que en realidad deberían haber concluido su cometido en la Antigua Luna. Si hubieran ejercido entonces su influencia sobre los hombres, sólo habrían podido obrar sobre el cuerpo astral, porque éste era el miembro más elevado de la constitución del hombre en la Antigua Luna. Sin embargo, eran incapaces de hacerlo porque eran seres rezagados. Tampoco podían afectar al yo, porque en la Antigua Luna no conocían su existencia. Los seres luciféricos habían evolucionado hasta el punto de poder trabajar sobre el cuerpo astral del hombre, pero mientras tanto el hombre mismo había progresado y el yo se había incorporado a él. Los seres luciféricos todavía no podían trabajar sobre el yo; los seres superiores lo hacían, y también sobre el cuerpo astral, pero sólo a través del yo. Estos seres superiores no se habrían permitido trabajar directamente sobre el cuerpo astral, pues esa era una tarea que ya habían realizado durante el período de la Antigua Luna.

Si los seres luciféricos no hubiesen ejercido ninguna influencia sobre el hombre, sólo los seres superiores habrían trabajado sobre su cuerpo astral por medio del yo, purificando así el cuerpo astral. Sin embargo, en lugar de esto, durante la época Lemúrica los seres luciféricos trabajaron directamente sobre el cuerpo astral del hombre desde todos los lados y, en consecuencia, el cuerpo astral estuvo expuesto a todas las influencias que deberían haber sido trabajadas en la Antigua Luna. Como resultado, se implantaron en el hombre impulsos, deseos y pasiones que no le habrían tocado en suerte si sólo sobre él solo hubiesen trabajado los seres superiores. Los dioses no habrían permitido que estas influencias tuvieran acceso a él. La influencia luciférica tuvo un doble efecto sobre el hombre. En primer lugar, un cierto entusiasmo, un cierto celo podía encenderse en él para hacer una cosa u otra; pero este celo no estaba guiado por su yo, no estaba influido por los seres superiores que trabajaban en él. En segundo lugar, se le permitía separarse de los seres superiores, hacer el mal, pero también tener libertad. Así, la iniciativa, el entusiasmo y la libertad del hombre se debían a los seres luciféricos, pero también existía la posibilidad de hacer el mal. Los seres luciféricos se insinuaron en el cuerpo astral del hombre. En el fondo, esto sigue siendo así hoy en día; son ellos los que, por un lado, hacen al hombre libre y, por otro, le incitan al mal.

Debido al hecho de que el cuerpo astral del hombre estaba impregnado por los seres luciféricos, fue conducido prematuramente a la tierra desde la atmósfera superior. De ello son esencialmente culpables los seres luciféricos. Ellos fueron la causa del deterioro y la densificación prematura del cuerpo astral del hombre; de lo contrario, éste habría permanecido durante mucho tiempo en la atmósfera. Esto, en la Biblia, se llama Paraíso.

Así pues, la expulsión del Paraíso se debió a la influencia de los dioses. Hay que imaginarse, pues, la tierra en su estado de fluido hirviente y al hombre siendo conducido por los seres luciféricos demasiado pronto hacia la tierra en la que se estaban formando los continentes. En aquella época, el cuerpo astral del hombre todavía tenía una influencia mucho mayor sobre su entorno, mayores poderes mágicos que los que tuvo más tarde; todavía no existía una separación tan drástica entre las leyes de la naturaleza y la voluntad del hombre. En este sentido, un hombre malvado hoy no podría causar ningún daño especial a la naturaleza. Sería incapaz de ello. En aquella época era diferente. Los deseos malignos en el alma del hombre tenían un efecto visible y mágico en la naturaleza; atraían las fuerzas del fuego por encima y sobre la tierra. Con sus malos deseos y su voluntad mágica, el hombre hacía arder las fuerzas de la naturaleza. Hoy en día esto ya no es posible, pero en aquella época el fuego brillaba en el aire cuando los hombres eran malvados.

A través de la maldad de masas de seres humanos y del hecho de que el hombre sucumbió demasiado completamente a la influencia de los seres luciféricos y se prestó al mal, se encendieron las fuerzas del fuego en Lemuria. Así, Lemuria pereció como resultado de los voraces incendios y de la maldad de una gran parte de su población. Los seres humanos que se salvaron se dirigieron a Occidente, a un continente situado entre las actuales África, Europa y América, la Atlántida. Allí continuó la evolución de la humanidad durante largos, largos siglos. El número de seres humanos aumentó gradualmente y las almas que habían ido a Júpiter, Marte, etc., durante el período de desolación, bajaron a este continente. El proceso duró mucho tiempo. Fue así como se desarrolló el concepto de raza en la antigua Atlántida. En ocultismo se dice que en la Atlántida había seres humanos cuyos cuerpos estaban habitados por almas que antes habían estado en Marte, Júpiter, Venus, etcétera.

Se les llamaba hombres de Marte, hombres de Júpiter, por ejemplo. Las formas externas de los cuerpos diferían por esta razón. Durante toda la primera mitad de la Atlántida, la textura del cuerpo humano era mucho más blanda, mucho más flexible, y cedía a las fuerzas del alma. Estas fuerzas del alma eran esencialmente más poderosas de lo que son hoy, y tanto moldeaban como dominaban al cuerpo físico. Un hombre de la antigua Atlántida habría sido capaz de romper una vía férrea, digamos, con facilidad, no porque sus fuerzas físicas fueran fuertes, ya que su sistema óseo aún no se había desarrollado, sino a través de sus fuerzas mágicas, psíquicas. Una bala de cañón, por ejemplo, podría haber sido repelida por esta fuerza psíquica. La densidad de la carne no se desarrolló hasta más tarde. Un fenómeno similar se encuentra todavía hoy en ciertos lunáticos que, debido a la liberación de fuertes fuerzas psíquicas -en esa condición el cuerpo físico no está debidamente conectado con los cuerpos superiores- pueden levantar y lanzar objetos pesados.

Como en la Atlántida el cuerpo físico del hombre era todavía flexible, podía ajustarse más fácilmente a los procesos de la vida del alma; la estatura física podía hacerse disminuir o aumentar de tamaño. Si, por ejemplo, un hombre en la Atlántida era, digamos, estúpido o sensual, caía en la materia, por así decirlo, y se convertía en un gigante de estatura. Los seres humanos más inteligentes desarrollaban una constitución delicada y eran de menor estatura; los que eran torpes eran gigantes. La forma externa del hombre estaba mucho, mucho más fuertemente influenciada por las fuerzas del alma que en la actualidad, donde la sustancia se ha vuelto rígida. Los cuerpos de los hombres se desarrollaban de acuerdo con las cualidades del alma, y esto explicaba las grandes diferencias entre las razas.

Cuando los mitos y leyendas han descrito a los enanos como inteligentes y a los gigantes como torpes, reconocemos una vez más el reflejo de una tendencia profunda y oculta. Cuando un alma bajaba de nuevo a la Tierra desde Marte, las cualidades con las que había estado conectada allí continuaban durante mucho tiempo influyendo en ella y en el cuerpo que habitaba. Este hecho explica las diferencias de razas y características raciales. Si la evolución de la humanidad hasta la mitad de la época atlante hubiera transcurrido sin la influencia de Lucifer, el hombre habría desarrollado entonces una conciencia pictórica imbuida de un alto grado de clarividencia. Habría habido en su alma algo que, a través de su poder, le habría revelado el mundo exterior en imágenes internas; no habría percibido los objetos exteriores a través de sus ojos. 

Como resultado de la influencia luciférica el hombre había percibido el mundo físico en una etapa temprana, pero no correctamente. Veía el mundo exterior a través de un velo, por así decirlo. La evolución que le proporcionaron los seres divino-espirituales consistió en que, en lugar de la conciencia embotada y clarividente con la que percibía su mundo interior en imágenes, habría visto el mundo exterior pero de tal manera que detrás de todo lo material habría estado presente el espíritu. Habría visto el espíritu detrás del mundo físico. De repente, -pero, por favor, no se lo tomen al pie de la letra, pues el proceso fue evidentemente largo-, el mundo exterior se le habría aparecido al hombre en un momento determinado; él se habría despertado. El mundo interior se habría desvanecido de repente, pero la conciencia del espíritu de donde se originó ese mundo habría permanecido. El hombre no sólo habría visto las plantas, los animales, etc., sino también el espíritu del que procedían. 

Debido a que los seres luciféricos hicieron descender al hombre a la tierra demasiado pronto, el mundo exterior tuvo el efecto de ocultarle el mundo del espíritu; la materia física se volvió opaca para él. De lo contrario, habría visto a través de ella el fundamento espiritual primordial del mundo. Como el hombre descendió demasiado pronto a la materia, ésta le resultó demasiado densa y no pudo penetrar en ella. Pero desde mediados de la época atlante en adelante, otros seres espirituales rezagados pudieron impregnar esta materia, a consecuencia de lo cual quedó como enturbiada, se volvió turbia, y el hombre ya no pudo contemplar lo espiritual. Estos eran los seres ahrimánicos o mefistofélicos. Mefistófeles, - Ahrimán no es el mismo ser que Lucifer. A través de la falsedad Zaratustra llama a Ahriman el mentiroso. Él enturbia la pureza del espíritu del hombre, le oculta lo espiritual.

Ahriman viene después de Lucifer e infunde en el hombre la ilusión de que la materia es una realidad en sí misma. Así pues, en su progreso, durante el cual los seres divino-espirituales quisieron que su influencia actuara sobre él, el hombre se dejó someter a otras dos influencias: las de Lucifer, que asalta al hombre en su naturaleza interior, en el cuerpo astral, esforzándose por confundirlo y extraviarlo, y la de Ahrimán, que, actuando desde el exterior, engaña al hombre hasta cierto punto, haciendo que el mundo exterior se le aparezca como maya, como materia, Debemos hablar de Lucifer como el espíritu que actúa en el interior del hombre. Ahriman, por el contrario, es el espíritu que extiende la materia como un velo sobre lo espiritual y hace imposible el reconocimiento del mundo espiritual. Estos dos espíritus frenan al hombre en su desarrollo hacia la espiritualidad. Fue especialmente la influencia ahrimánica la que se afirmó en el hombre e hizo perecer la parte atlante de la tierra.

En Lemuria, con sus fuerzas mágicas, los hombres tenían un fuerte efecto sobre la naturaleza. Podían, por ejemplo, controlar el fuego. Los atlantes ya no eran capaces de esto. Pero con su voluntad podían controlar las fuerzas germinales en las que se esconden profundos secretos: las fuerzas del aire y del agua. El fuego estaba fuera de su control. Tengamos claro que cuando hoy miramos una locomotora, construida y controlada por el hombre, se trata de algo muy diferente. Hoy en día el hombre sabe cómo hacer que las fuerzas contenidas en el carbón sirvan a sus propósitos, para convertirlas en fuerza propulsora. Este proceso significa que controla la fuerza mineral sin vida del carbón. Los atlantes, sin embargo, controlaban la fuerza vital contenida en las semillas. Piensen en la fuerza vital que hace que las briznas de hierba broten de la tierra. Esta fuerza vital era extraída de la semilla por los Atlantes y puesta en uso. En los cobertizos donde los atlantes guardaban sus "naves aéreas" almacenaban enormes reservas de semillas, igual que hoy almacenamos carbón.

Con la fuerza acumulada de las semillas propulsaban sus vehículos. Cuando el clarividente mira retrospectivamente a aquella época, ve estos vehículos cerca de la tierra, en el aire que todavía era denso hasta cierto punto; equipados con una especie de aparato de gobierno, se elevaban y se movían. Los atlantes controlaban estas fuerzas. Ahora bien, es impensable imaginar que las fuerzas de las plantas, -las fuerzas del alma, es decir-, puedan aplicarse por medios mágicos sin influir al mismo tiempo en las fuerzas del aire y del agua. Cuando la voluntad del atlante se volvió hacia el mal y utilizó estas fuerzas con fines egoístas, evocó simultáneamente las fuerzas del agua y del aire, las liberó, y como resultado la antigua Atlántida pereció. Los continentes llegaron a existir gracias a la cooperación de los elementos y el hombre. Pero ahora la influencia ahrimánica pudo hacerse gradualmente tan fuerte que el hombre ya no podía ver lo espiritual. Detrás de la materia física no podía ver nada excepto el elemento mineral, lo inorgánico, y con ello los poderes mágicos se desvanecieron cada vez más completamente de él.

En la época atlante, el hombre era capaz de controlar y dominar la fuerza vital del reino vegetal. En la época Lemúrica estaba dentro de su poder controlar las fuerzas seminales de los animales, y de hecho llegó al punto en que el hombre Lemúrico aplicó estas fuerzas seminales de los animales para transformar formas animales en formas humanas. Cada acción mágica de este tipo realizada por el hombre con las fuerzas seminales, provoca una liberación de las fuerzas del fuego. Cuando tal voluntad se vuelve maligna, se generan y evocan las peores fuerzas de la magia negra. Hoy en día, las fuerzas más malignas de la tierra siguen siendo liberadas cuando los magos negros manipulan mal las fuerzas que, en general, son ocultadas a la humanidad. Estas fuerzas son poderosas y al mismo tiempo sagradas. Son fuerzas que, en las sabias manos de guías dignos, pueden aplicarse al servicio más elevado y puro de la humanidad.

El hombre se volvió gradualmente incapaz de moldear su cuerpo. Los cartílagos y los huesos, los componentes duros, se integraron en él y el parecido del hombre con su estatura actual aumentó constantemente. Fue en la época atlante cuando tuvo lugar por primera vez lo que se ha descrito y, por lo tanto, es comprensible que la antigua Atlántida no pueda ser encontrada por los investigadores modernos. Las esperanzas abrigadas por los sabios de poder encontrar todavía huellas de la evolución humana en aquellos tiempos antiguos, nunca se cumplirán, porque el hombre era entonces un ser cuyos miembros consistían todavía en una sustancia blanda y flácida. Un cuerpo así no puede conservarse, del mismo modo que después de cien años no se encuentran restos de los moluscos de cuerpo blando. Todavía se pueden encontrar restos de animales de épocas antiguas porque los animales ya se habían endurecido mientras que la constitución del hombre era todavía blanda y flexible. Los animales descendieron a la materia demasiado pronto; no pudieron esperar. De las primeras figuras humanas que se habían hecho físicas demasiado pronto han surgido las figuras humanas más raquíticas. Las figuras humanas más nobles permanecieron más tiempo sobre la tierra y se mantuvieron blandas y flexibles. Esperaron hasta que pudieron evitar una época durante la cual se habrían visto obligadas a permanecer inmóviles en una cierta fase de endurecimiento, como en el caso de los animales. Como no pudieron esperar, los animales han permanecido en un estadio de rigidez y endurecimiento.

Hasta aquí se ha descrito la evolución de la Tierra hasta el momento en que se desencadenaron las fuerzas del agua y pereció la antigua Atlántida. Los seres humanos que se salvaron de la Atlántida se dirigieron, por un lado, hacia América y, por otro, hacia Europa, Asia y África. Estas grandes migraciones continuaron durante largas eras.

Pensemos una vez más en la antigua cultura atlante. En el período más antiguo, el hombre poseía fuertes poderes mágicos. Con estos poderes controlaba las fuerzas de la semilla, dominaba las fuerzas de la naturaleza y, en cierto modo, aún era capaz de ver en el mundo espiritual. La clarividencia se desvaneció entonces gradualmente. Los hombres estaban destinados a fundar la cultura perteneciente a la tierra; debían descender a la tierra en sentido real. Así, al final de la Atlántida había dos tipos de seres humanos dentro de los pueblos y razas. En primer lugar, en el apogeo de la cultura atlante había videntes, clarividentes y poderosos magos que trabajaban por medio de fuerzas mágicas y eran capaces de ver en el mundo espiritual. Junto a ellos había personas que se preparaban para ser los fundadores de la humanidad actual. Ya tenían en su interior los rudimentos de las facultades que poseen los hombres de hoy. Rotundamente, ya no podían igualar los logros de los antiguos atlantes, pero eran capaces de prepararse para la inteligencia, para la facultad de juicio. Poseían las facultades elementales de cálculo, computación, análisis, etcétera. Fueron ellos quienes desarrollaron los rudimentos de la inteligencia actual y dejaron de utilizar las fuerzas mágicas aplicadas por los magos atlantes en una época en que su aplicación ya estaba cargada de peligros a causa de la poderosa influencia ahrimánica. Eran aquellos "otros", el pueblo despreciado, más bien como los antropósofos de hoy que se reúnen en pequeños grupos, o como los primeros cristianos de la antigua Roma que se reunían en las catacumbas.

Ahora bien, en la Atlántida había también centros de cultura y rituales -los llamaremos los Oráculos Atlantes- donde se albergaba y practicaba lo que se denomina la sabiduría atlante. De acuerdo con las diferencias en las almas humanas debido a que habían descendido a la tierra desde diferentes planetas, había necesariamente diferentes Oráculos para hombres de diferentes constituciones. Había un Oráculo de Marte, un Oráculo de Júpiter, un Oráculo de Venus, etcétera. Estos Oráculos eran santuarios donde los iniciados, que eran sabios de cierto grado, guiaban y conducían a la raza de Marte, a la raza de Júpiter, etcétera. Todos estos Oráculos, sin embargo, eran dirigidos a su vez por el aún más poderoso Oráculo del Sol. Éste era el centro dirigente de los Misterios, de donde procedían las instrucciones culturales para los demás Oráculos. Además de esta dirección superior, todos los hombres de Marte estaban bajo la del centro donde residía el iniciado del Oráculo de Marte, junto con sus pupilos; todas las almas de Mercurio eran dirigidas desde el Oráculo de Mercurio, todas las almas de Júpiter desde el Oráculo de Júpiter, y así sucesivamente. Todos estos centros del Oráculo, sin embargo, estaban sujetos a la autoridad del gran iniciado del Oráculo del Sol.

Este gran líder del Oráculo del Sol, el mayor iniciado de la Atlántida, dirigió su atención sobre todo a ese sector de seres humanos que difería de la población ordinaria de la antigua Atlántida. Eran gentes sencillas que eran menospreciadas y que ya no poseían poderes mágicos. Pero fue a ellos a quienes reunió el gran iniciado porque habían desarrollado las nuevas facultades, aunque sólo fuera de forma primitiva. De ellos debía esperarse la comprensión de la nueva era. El gran iniciado reunió este material útil para el futuro, y también a los antiguos iniciados o magos que no habían persistido en aferrarse egoístamente a las prácticas anteriores. Nuestra época actual presenta un cuadro similar y puede compararse con las condiciones que prevalecían en la Atlántida en aquella época. También hoy existen, por un lado, las figuras influyentes en las formas de cultura imperantes, personas que a su manera son magos, que sólo trabajan con lo inorgánico; por otro lado, están las personas despreciadas que todavía hoy quieren trabajar para el futuro. En aquella época, en la Atlántida, los representantes de la cultura, los antiguos magos, también miraban con desprecio al pequeño número de los que habían desarrollado la nueva facultad, inútil en la antigua Atlántida. Sin embargo, el gran iniciado del Oráculo del Sol no despreciaba a estas personas; hoy en día, también, los orgullosos portadores de nuestra cultura miran con desprecio a un pequeño número de seres humanos, a los antropósofos que se reúnen en pequeños e insignificantes lugares de reunión y de los que se dice que se dedican a todo tipo de actividades insensatas. En general, son laicos poco profesionales que pretenden inaugurar el futuro. Son las personas que están desarrollando y preparando en sí mismas una facultad que a los demás les parece inútil, pero que por tener un presentimiento del futuro es capaz de crear de nuevo una conexión con el mundo espiritual. En la Atlántida de antaño se trataba de encontrar la conexión con el mundo físico, material; la tarea de hoy es descubrir de nuevo lo espiritual. Así como en aquel tiempo el antiguo iniciado reunió a su hueste localmente, dirigiendo su llamado a la gente simple y despreciada, así también hoy, bajo condiciones diferentes, -no locales-, surge un llamado de los grandes Maestros de Sabiduría que están permitiendo que ciertos tesoros espirituales de sabiduría fluyan hacia la humanidad. Aquellos que poseen ciertas cualidades responden a este llamado como lo hicieron ciertos seres humanos hace mucho tiempo; eran individuos que tenían dentro de sí talentos primitivos para el cálculo, la computación y demás.

Esta sabiduría no se imparte para que los dogmas teosóficos sean captados por el intelecto, sino para que sean comprendidos por el corazón. Un hombre es entonces lo suficientemente fuerte como para saber por qué la teosofía está ahí hoy. Está ahí para hacer frente a un gran desafío de la evolución, y quien sabe esto también encuentra la fuerza para vencer todos los obstáculos, pase lo que pase. Avanza en su camino porque sabe que lo que está destinado a suceder a través de la teosofía debe suceder para el progreso ulterior de la humanidad en el camino hacia el espíritu.

El gran iniciado del Oráculo del Sol dirigió al pequeño grupo de seres humanos y fundó una especie de centro cultural en Asia. Atrajo hacia sí a estos individuos para hacerlos capaces de fundar la cultura post-atlante. Durante la gran migración, todo lo que había surgido en la Atlántida se había mezclado, revuelto. De ello se deduce que en la época postatlante ya no hay que hablar de razas, sino de civilizaciones, de culturas.

Consideraremos ahora las civilizaciones consecutivas de la época postatlante, la primera de las cuales es la antigua India. Tras la catástrofe atlante se había salvado una notable mezcla de pueblos, que se congregaron en la India primitiva. Los seres humanos que vivían allí aún sentían el anhelo más profundo y abrumador por el mundo espiritual, sabiendo que de él habían nacido y que ahora lo habían perdido. El gran iniciado del Oráculo del Sol envió allí a los siete Rishis Sagrados. Con anhelo cargado de dolor, el hombre de la antigua India sostenía que el mundo de los sentidos es falso y que el mundo espiritual del que ha descendido es el único mundo verdadero. Por lo tanto, era fácil para los Santos Rishis enseñar lo que tenían que decir sobre la sabiduría primitiva, sobre los Misterios, a aquellos que todavía albergaban el anhelo del mundo espiritual. Para los antiguos indios, el mundo material era maya, la gran ilusión.

Ya en la segunda época cultural postatlante, la antigua época persa, prevalecía una actitud anímica diferente. El pensamiento occidental y la investigación del mundo físico se dan cuenta de que este mundo maravilloso, construido como está según leyes de perfecta armonía, es digno de ser penetrado por el espíritu. El pueblo de Zaratustra tenía una comprensión premonitoria de esto. Aquellos que tengan conocimiento del pueblo de la antigua Persia podrán distinguir claramente entre ellos y el pueblo de la India. Para estos últimos, todo lo que les rodeaba era maya, ilusión; sólo el mundo espiritual era real y una meta digna de aspiración; sólo ese mundo estaba impregnado por el yo más elevado. Tal actitud del alma no podía dominar el mundo físico. Esto fue posible por primera vez con la cultura inaugurada por Zaratustra, el gran discípulo del poderoso iniciado del Oráculo del Sol. Él sabía y enseñaba que el mundo exterior no es maya, sino la expresión de la realidad divino-espiritual, que detrás de él yace lo que Ahriman había ocultado al hombre. Lo que hay detrás del mundo de los sentidos debe ser revelado y el objetivo de Zaratustra era encontrar el espíritu en el mundo material. Esa era su misión. En Ormuzd y Ahriman se enfrentan la luz y las tinieblas.

En la tercera época, la egipcio-caldea-asirio-babilónica, el hombre ya había establecido un estrecho vínculo con el mundo físico. Levantando los ojos hacia la escritura estelar de los cielos, se le revelaron los hechos y la sabiduría de los dioses y trató de entenderlos y comprenderlos. La maravillosa sabiduría estelar del sacerdocio caldeo es un recuerdo de estos esfuerzos.

La cuarta cultura, la de Grecia y Roma, lleva al hombre hasta el plano físico. Ha llegado a amarlo tanto que ha olvidado por completo su origen. Ya no comprende el mundo espiritual. Esto se ve claramente en el dicho del héroe griego Aquiles: "Mejor ser un mendigo en el mundo superior que un rey en el reino de las sombras". La maravillosa escultura de Grecia y la ciudadanía de Roma son las señas de identidad de esta cuarta época cultural. La quinta época cultural es la nuestra. El materialismo y los grandes almacenes le dan un cierto sello característico.

El propósito de todas estas culturas es, después de todo, que el plano físico sea dominado gradualmente por el hombre. Dos corrientes fundamentales se expresan en las culturas que han existido hasta hoy. Los puntos de vista y las tendencias de sentimiento de los mundos oriental y occidental se enfrentan en la actualidad. El mundo oriental llama maya o ilusión al plano físico y no quiere enredarse con él ni en pensamientos, ni en actos, ni en sentimientos. Sin embargo, el objetivo básico de la concepción occidental del mundo es penetrar en este mundo material, llegar a comprenderlo. Exteriormente, por tanto, las cosas pueden llegar a enfrentarse, pero cada mundo tiene su propia y plena justificación. Que el mundo occidental se ocupe de la cultura exterior y desarrolle por este medio las fuerzas del alma, y que el oriental siga su camino. En la cumbre se unen.

Pensemos pues en el indio, que lleva una vida interior y espiritual, alejado del mundo exterior y material, y en el persa, que sigue viendo algo inicuo en la materia pero que, sin embargo, infunde espíritu en ella. El egipcio contempla el espíritu y sus leyes; el caldeo ve en los movimientos de las estrellas la escritura de los dioses en el espacio y venera la sabiduría estelar como la expresión. de seres divino-espirituales. Vemos al griego que supo imprimir en la propia materia el ideal de belleza y perfección de lo creado por la naturaleza; el griego personifica la época en que podemos maravillarnos ante el matrimonio entre el espíritu y la materia en las obras maestras físicas del arte. Hay que referirse aquí a un trasfondo profundo y oculto. Pensemos en el templo griego en su majestuosa pureza y belleza; es la verdadera morada del dios. La diferencia esencial entre estas obras de arquitectura y escultura y las de otras épocas culturales es que el templo griego en su forma pura es tan supremo en la perfección de sus líneas, incluso desde el punto de vista arquitectónico, artístico, que nada puede igualarlo. Cuando el alma se sumerge en estas líneas, -en las ruinas del templo en esto todavía se puede ver-, si contempla un templo dórico o jónico y tiene algo de lo que se llama conciencia espacial, percibe cómo estas líneas están realmente integradas en el espacio. Ustedes mismos son conscientes de que ciertas corrientes, están presentes en el espacio. El templo griego sigue los cursos inevitables de estas corrientes y las presenta en la realidad física. El griego crea en el espacio lo que realmente ha encontrado allí. El secreto esencial del templo griego es la presencia en él del propio dios. Mientras que la congregación de fieles es parte integrante de la catedral gótica, el templo griego es un todo en sí mismo. La catedral gótica, con sus arcos apuntados y sus ventanas, sólo es concebible junto con su congregación, cuyas manos, cruzadas en devoción, reflejan sus formas y junto con ella constituyen un todo. La espiritualidad estaba realmente presente en el templo griego; ofrecía al ser espiritual la oportunidad de descender y encontrar una morada.

Pero durante esta época, que tan bien ha sabido adornar la tierra con obras maestras del arte, los hombres perdieron cada vez más la conexión con el mundo espiritual. El mundo físico estaba lleno de brillo y luz para el hombre, pero cuando pasaba por la muerte durante la época de la cultura grecolatina, el mundo espiritual le resultaba estéril, frío y oscuro. Durante la era post-atlante, el hombre había conquistado el mundo físico pero en el mundo espiritual la tristeza y la penumbra eran su suerte. Ni siquiera los iniciados, que tanto aquí como en el otro mundo son los maestros de la humanidad, podían consolarle. Cuando contaban a los que vivían entre la muerte y un nuevo nacimiento lo que ocurría en el mundo físico, esas almas humanas se entristecían aún más; con cada fibra de su ser se aferraban al mundo material que ahora les era arrebatado. También aquí se produjo un cambio mediante el acontecimiento del Gólgota y la aparición de Cristo Jesús en la tierra. Después de su muerte en la cruz descendió a los infiernos, y a los que ya no vivían en un cuerpo físico les anunció que la vida había vencido a la muerte. De este modo, las almas pudieron ascender de nuevo al mundo espiritual.

Traducido por J.Luelmo dic.2023