GA234 Dornach, 19 de Enero de 1924 Introducción a la Antroposofia ¿Que anhela el ser humano hoy?


Antroposofía, Introducción


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¿QUE ANHELA EL SER HUMANO HOY?

GA 0234 Conferencia I Dornach 19 de Enero de 1924


Al intentar dar una especie de introducción a la Antroposofía, procuraré indicar, en la medida de lo posible, la forma en que puede presentarse al mundo de hoy. Permítanme comenzar, sin embargo, con algunas observaciones preliminares. Por lo general no tenemos suficiente consideración para con lo espiritual como realidad viviente; Y una realidad viviente debe ser comprendida en la plenitud de la vida. Al sentirnos miembros de la Sociedad Antroposófica y portadores del Movimiento, no debemos actuar cada día suponiendo que el Movimiento Antroposófico acaba de comenzar. De hecho, ha existido durante más de dos décadas, y el mundo ha tomado una actitud hacia ella. Por lo tanto, sea cual sea la postura que tomen ante el mundo como antropósofos, deben tener esto en mente. La sensación de que el mundo ya ha adoptado una actitud hacia la antroposofía debe dejarse en segundo plano. Si no tienen esa sensación y piensan que pueden simplemente presentar el asunto en un sentido absoluto -como uno podría haberlo hecho hace veinte años- se encontrarán cada vez más presentando la Antroposofía con un tinte falso. Esto se ha hecho bastante a menudo, y es hora de que se detenga. Nuestra reunión de Navidad deberá marcar un comienzo en la dirección opuesta; No debe permanecer ineficaz, como ya he indicado en muchas direcciones diferentes.
Por supuesto, no podemos esperar que cada miembro de la Sociedad desarrolle, de una u otra manera, nuevas iniciativas, si así no está constituido. Podría decirlo de esta manera: Todo el mundo tiene derecho a seguir siendo un miembro pasivamente interesado, contento de recibir lo que se le da. Pero cualquiera que comparta, de cualquier manera, la antroposofía ante el mundo, no puede ignorar lo que acabo de explicar. Desde ahora en adelante la verdad completa debe gobernar en palabras y hechos.
Sin duda repetiré muchas veces tales comentarios preliminares. Comenzaremos ahora una especie de introducción a la visión antroposófica del mundo.
Quien decida hablar de Antroposofía debe asumir, en primer lugar, que lo que quiere decir es realmente justo lo que el corazón de su oyente se está diciendo. De hecho, ninguna ciencia basada en la iniciación ha tenido la intención de proferir nada excepto lo que realmente ya estaba hablando en el corazón de aquellos que deseaban oírlo. Satisfacer las necesidades más profundas de los corazones de aquellos que requieren la antroposofía debe ser, en el sentido más pleno, la nota fundamental de toda presentación de esta.

Si observamos hoy a aquellos que superan el aspecto superficial de la vida, encontramos que los antiguos sentimientos, presentes en cada alma humana de época en época, han revivido. En su vida subconsciente, los hombres y mujeres de hoy albergan serias preguntas. Ni siquiera pueden expresarlas en pensamientos claros, y mucho menos encontrar respuestas en lo que el mundo civilizado les pueda ofrecer; Pero estas preguntas están ahí, y un gran número de personas las sienten profundamente. De hecho, estas preguntas están presentes hoy en todos los que realmente piensan. Pero cuando las formulamos con palabras aparecen, al principio, extravagantes. A pesar de, estar tan cerca, tan íntimamente cerca del alma de todo hombre pensante.
Podemos comenzar con dos preguntas elegidas de entre todos los enigmas que abruman al hombre hoy. La primera se presenta ante el alma del hombre cuando contempla el mundo que le rodea y su propia existencia humana. Ve a los seres humanos entrar en la vida terrenal a través del nacimiento; Ve transcurrir la vida entre el nacimiento (o concepción) y la muerte física, y sujeta a múltiples experiencias, interiores y exteriores; Y ve la naturaleza externa con toda la plenitud de impresiones a las que se enfrenta el hombre y que gradualmente llenan su alma.
Tenemos un alma humana en un cuerpo humano. Hay una cosa que el alma ve antes que todas las demás cosas: que la naturaleza recibe para sí misma todo lo que alma humana percibe de la existencia física, terrenal. Cuando el hombre ha pasado por el portal de la muerte, la naturaleza recibe el cuerpo humano ¿Y qué hace la naturaleza con este cuerpo físico? Disgrega sus elementos uno tras otro (no hace diferencia si a través del entierro o la cremación), lo destruye. No solemos estudiar los caminos que toman las sustancias individuales del cuerpo. Pero si hacemos observaciones en lugares donde se ha practicado un tipo peculiar de entierro, profundizamos esta impresión mediante el estudio de lo que la naturaleza hace con la parte física y sensible del hombre cuando ha pasado por el portal de la muerte. Ustedes saben que hay bóvedas subterráneas donde los restos humanos que se han mantenido aislados, se secan. ¿Y qué queda después de cierto tiempo? Una forma humana distorsionada que consiste en carbonato de cal, que está desintegrado interiormente. Esta masa de carbonato de cal todavía se asemeja, en una forma distorsionada, al cuerpo humano, pero si se le sacude un poco, se vuelve polvo.
Esto nos ayuda a comprender vívidamente la experiencia del alma al ver lo que sucede con el instrumento físico con el cual el hombre hace todas las cosas entre el nacimiento y la muerte. Luego nos dirigimos a la Naturaleza, a la que debemos todo nuestro conocimiento y discernimiento, y decimos: La naturaleza, que produce en su seno las más maravillosas formas de los cristales, que cada primavera hace brotar las plantas, aun en ciernes despues de un largo invierno, que mantiene durante décadas los árboles con su corteza y cubre la tierra con especies animales de los más diversos tipos, desde las bestias más grandes hasta los bacilos más pequeños, que eleva sus aguas a las nubes y sobre las cuales las estrellas envían sus misteriosos rayos - ¿Cómo se relaciona este reino de la Naturaleza al cual el hombre, como parte de ella, lleva consigo entre el nacimiento y la muerte? Ella lo destruye, lo reduce a polvo sin forma.
Para el hombre, la naturaleza con sus leyes es la destructora. Aquí, por un lado, está la forma humana; La estudiamos en todo su esplendor. Es, de hecho, maravillosa, porque es más perfecta que cualquier otra forma, que se pueda encontrar en la tierra. Allí, por otra parte, está la Naturaleza con sus piedras, plantas, animales, nubes, ríos y montañas, con todo lo que irradia desde ese mar de estrellas, con todo lo que desciende, como luz y calor, del sol a la tierra. Sin embargo, este mismo reino de la naturaleza no puede sostener la forma humana dentro de su propio sistema de leyes. [1] El ser humano ante nosotros se reduce a polvo cuando se le deja a su cargo. Vemos todo esto. No nos formamos ideas al respecto, pero esa imagen, está profundamente arraigada en nuestra vida de sentimientos. Cada vez que estamos en presencia de la muerte, este sentimiento se arraiga firmemente en la mente y en el corazón.
No es por un sentimiento meramente egoísta ni por una esperanza meramente superficial de supervivencia, que tome forma en la mente y el corazón una pregunta subconsciente -una pregunta de significación infinito para el alma, que determina su felicidad y su infelicidad, aun cuando no se exprese en palabras. Para nuestra vida consciente, todo lo que hace la felicidad o la infelicidad de nuestro destino en la tierra, es trivial en comparación con la incertidumbre del sentimiento engendrado por la visión de la muerte. Pues entonces la pregunta toma forma: ¿De dónde viene esta forma humana?
Miro el cristal maravillosamente formado, las formas de las plantas y los animales. Veo los ríos serpenteando sobre la tierra, veo las montañas, y todo lo que las nubes revelan y las estrellas envían a la tierra. Veo todo esto -dice el hombre-, pero la forma humana no puede venir de ninguna de estas. Éstas sólo tienen fuerzas destructivas para la forma humana, fuerzas que la convierten en polvo.
De esta manera la angustiosa pregunta se presenta a la mente y al corazón humanos: ¿Dónde está, entonces, el mundo del cual proviene la forma humana? Y al ver la muerte también surge la angustiosa pregunta: ¿Dónde está el mundo, ese otro mundo, del cual proviene la forma humana?
No digan, queridos amigos, que todavía no han oído esta pregunta formulada de esta manera. Si sólo escuchan lo que la gente pone en palabras de la conciencia de sus cabezas, no la escucharán. Pero si se acercan a la gente y esta les expone las quejas de sus corazones, si entienden el lenguaje del corazón, pueden escuchar la pregunta surgiendo desde su vida inconsciente: ¿Dónde está el otro mundo del cual proviene la forma humana? - porque el hombre, con su forma, no pertenece a este. La gente a menudo revela las quejas de sus corazones embargados por alguna trivialidad de la vida, considerándola desde varios puntos de vista y permitiendo que tales consideraciones coloreen toda la cuestión de su destino.
Así, se enfrenta el hombre al mundo que ve, a los sentidos y a los estudios, y sobre el cual construye su ciencia. Este, le proporciona la base para sus actividades artísticas y los fundamentos para su culto religioso. Se enfrenta a él; erguido sobre la tierra, sintiendo en lo profundo de su alma: Yo no pertenezco a este mundo; Debe haber otro de cuyo vientre mágico he nacido en mi forma actual. ¿A qué mundo pertenezco? Esto suena en los corazones de los hombres hoy. Es una pregunta integral; Y si los hombres no están satisfechos con lo que las ciencias le dan, es porque esta pregunta está ahí y las ciencias están lejos de tocarla. ¿Dónde está el mundo al que el hombre realmente pertenece? - porque no es el mundo visible.
Mis queridos amigos, sé muy bien que no soy yo quien ha pronunciado estas palabras. Sólo he formulado lo que dicen los corazones humanos. Ese es el punto. No se trata de aportar a los hombres algo desconocido a sus propias almas. Una persona que hace esto puede funcionar sensacionalmente; Pero para nosotros sólo puede ser cuestión de poner en palabras lo que las propias almas humanas están diciendo. Lo que percibimos de nuestros propios cuerpos, o en los de los demas, en la medida en que se hace visible, no tiene lugar apropiado en el resto del mundo visible. Podríamos decir: Ningún dedo de mi cuerpo pertenece realmente al mundo visible, puesto que éste solo contiene fuerzas destructivas para cada dedo.
Por lo tanto, para empezar, el hombre se encuentra ante el gran Desconocido, pero debe considerarse como parte de él. Con respecto a todo lo que no es el hombre, hay - espiritualmente - luz alrededor de él; En el momento en que mira hacia sí mismo, el mundo entero se oscurece, y él tantea en la oscuridad, llevando consigo el enigma de su propio ser. Y es lo mismo cuando el hombre se observa desde fuera, encontrándose como un ser externo dentro de la Naturaleza; No puede, como ser humano, entrar en contacto con este mundo.
Además: no son nuestras cabezas, sino las profundidades de nuestra vida subconsciente las que ponen las preguntas subsidiarias a la pregunta general que acabo de debatir. Al contemplar su vida en el mundo físico, que es su instrumento entre el nacimiento y la muerte, el hombre se da cuenta de que no podría vivir en absoluto sin tomar prestado continuamente este mundo visible.
Cada pedazo de comida que pongo en mi boca, cada sorbo de agua viene del mundo visible al que no pertenezco en absoluto. Yo no puedo vivir sin este mundo; Y sin embargo, si acabo de comer un bocado de alguna sustancia (que debe ser, por supuesto, una parte del mundo visible) e inmediatamente después paso a través del portal de la muerte, este bocado se convierte enseguida en parte de las fuerzas destructivas del mundo visible. Esto no me pasa mientras estoy vivo; Por consiguiente mi propio ser debe conservarlo ahí dentro. Sin embargo, mi propio ser no se encuentra en ninguna parte del mundo visible. Entonces, ¿Qué hago con el bocado de comida, con el trago de agua, que tomé en mi boca? ¿Quién soy yo que recibe las sustancias de la Naturaleza y las transforma? ¿Quién soy? Esta es la segunda pregunta y surge de la primera.
Cuando entro en relación con el mundo visible, no sólo camino en la oscuridad, sino que actúo en la oscuridad sin saber quién actúa, o quién es el ser que designo como yo. Me someto al mundo visible, pero no pertenezco a él.


Todo esto eleva al hombre por encima del mundo visible, lo que le hace aparecer como miembro de un mundo completamente distinto. Pero el gran enigma, la duda angustiosa se enfrenta a él: ¿Dónde está el mundo al que pertenezco? Cuanto más ha avanzado la civilización humana y más los hombres han aprendido a pensar intensamente, mas angustiosamente han sentido esta pregunta. Está profundamente arraigada en los corazones de los hombres de hoy, y divide el mundo civilizado en dos clases. Hay quienes reprimen esta pregunta, la ahogan, no la sacan de sus adentros. Pero sin embargo, sufren por ello, como un terrible anhelo por resolver este enigma del hombre. Otros se evaden frente a esta cuestión, dopándose a sí mismos con todo tipo de cosas de la vida exterior. Pero al mitigar este anhelo, matan en ellos el sentimiento de seguridad de su propio ser. El vacío viene sobre sus almas. Este sentimiento de vacío está presente en la subconsciencia de innumerables seres humanos de hoy.
Este es uno de los aspectos - la gran pregunta con la pregunta subsidiaria mencionada. Se presenta cuando el hombre se mira desde afuera, y sólo de manera oscura, subconsciente, percibe su relación con el mundo, como ser humano entre el nacimiento y la muerte.
La otra pregunta se presenta cuando el hombre mira a su propio ser interior. Aquí está el otro polo de la vida humana. Aquí los pensamientos, están copiando la naturaleza externa y el hombre través de ellos se forma representaciones. Desarrolla sensaciones y sentimientos sobre el mundo exterior y actúa sobre él a través de su voluntad. En primer lugar, dirige su mirada atrás a ese ser interior suyo, para enfrentarse a oleadas de pensamientos, de sentimientos y de impulsos de voluntad. Así se sitúa con su alma en el presente. Pero, además, están los recuerdos de experiencias sufridas, los recuerdos de lo que ha visto con anterioridad en su vida presente. Todo esto llena su alma. Pero, ¿Qué son? Pues bien, el hombre no suele formarse ideas claras de lo que retiene en su interior, sino que en su subconsciente se forman tales ideas.
Si bien es cierto, que un simple ataque de migraña disipa sus pensamientos, hace que su ser interior de inmediato sea un enigma. Su estado cada vez que se duerme, tendido inmóvil e incapaz de relacionarse, a través de sus sentidos, con el mundo exterior, hace que su ser interior se vuelva de nuevo un enigma. El hombre siente que su cuerpo físico debe estar activo pues entonces los pensamientos, los sentimientos y los impulsos de la voluntad surgen en su alma. Me aparto de la piedra que acabo de observar y que quizás tiene tal o cual forma cristalizada; Después de un intervalo de tiempo vuelvo a mirarla otra vez. Permanece tal como estaba. Sin embargo, surge mi pensamiento y aparece como una imagen en mi alma, y ​​se desvanece. Siento que es infinitamente más valiosa que los músculos y huesos que llevo en mi cuerpo. Sin embargo, es una mera imagen efímera; Mejor dicho, es menos que el cuadro pintado de una pared, porque este persistirá por un tiempo hasta que su sustancia se desmorone. Mi pensamiento, sin embargo, revolotea - entre imágenes que van y vienen continuamente. Y cuando miro el ser del interior de mi alma, no encuentro nada más que estas imágenes (o representaciones mentales). Debo admitir que mi vida del alma consiste en ellos.
Miro la piedra de nuevo. Está ahí fuera en el espacio; continua estando ahi. Me la imagino ahora, dentro de una hora, dentro de dos horas. Durante este tiempo, el pensamiento desaparece y debe renovarse siempre. La piedra, sin embargo, permanece afuera. ¿Qué sostiene la piedra de hora en hora? ¿Y qué es lo que permite a ese pensamiento fluctuar de hora en hora? ¿Qué mantiene la piedra de hora en hora? Por otra parte ¿Qué aniquila ese pensamiento una y otra vez para que se encienda nuevamente por la percepción exterior? Nosotros decimos que la piedra 'existe'; La existencia debe atribuirse a ella. La existencia, sin embargo, no puede ser atribuida al pensamiento. El pensamiento puede captar el color y la forma de la piedra, pero no por lo cual la piedra existe como piedra. Eso permanece externo a nosotros, sólo entra en el alma la mera imagen.
Lo mismo ocurre con cada cosa de la naturaleza externa en relación con el alma humana. En su alma, que el hombre puede considerar como su propio ser interior, se refleja toda la Naturaleza. Sin embargo, sólo tiene imágenes fugaces, una fina capa, como si se tratara de las superficies de las cosas; En estas imágenes el ser interior de las cosas no entra. Con mis imágenes mentales (o representaciones) paso por el mundo, apenas rozando por todas partes la superficie de las cosas. Lo que las cosas son, sin embargo, permanece fuera. El mundo externo no entra en contacto con lo que hay dentro de mí.
Ahora bien, cuando el hombre, a la vista de la muerte, se enfrenta al mundo que lo rodea de esta manera, debe decir: Mi ser no pertenece a este mundo, porque no puedo entrar en contacto con él mientras viva en un cuerpo físico. Además, cuando mi cuerpo entra en contacto con este mundo exterior después de la muerte, a medida que transcurre el tiempo, significa destrucción. Ahí, afuera, está el mundo. Si el hombre entra en el completamente, es destruido; No sufre su interior dentro de él. Tampoco puede entrar el mundo exterior en el alma del hombre. Los pensamientos son imágenes y permanecen fuera de la existencia real de las cosas. El ser de las piedras, el ser de las plantas, de los animales, las estrellas y las nubes - éstos no entran en el alma humana, el hombre está rodeado por un mundo que no puede entrar en su alma sino que permanece fuera.
Por un lado, el hombre permanece fuera de la Naturaleza. Esto deviene claro para el ser humano cuando traspasa el portal de la muerte. Por otro lado, la Naturaleza permanece externa a su alma.
En lo concerniente a sí mismo como objeto, el hombre se enfrenta a la inquietante pregunta sobre otro mundo. Contemplando lo que es más íntimo en su propio ser interior -sus pensamientos, imágenes mentales, sensaciones, sentimientos e impulsos de voluntad- ve que la Naturaleza, en la que vive, permanece externa a todos ellos. No la posee, ni le pertenece.
Aquí está el nítido límite entre el hombre y la naturaleza. El hombre no puede acercarse a la Naturaleza sin ser destruido; La naturaleza no puede entrar en el ser interior del hombre sin convertirse en una mera apariencia. Cuando el hombre se proyecta con el pensamiento en la naturaleza, se ve obligado a imaginar su propia destrucción; Y cuando mira dentro de sí mismo, preguntando: ¿Cómo está relacionada la Naturaleza con mi alma? Sólo encuentra la apariencia vacía de la Naturaleza.
Sin embargo, mientras el hombre lleva en sí todas estas apariencias de minerales, plantas, animales, estrellas, sol, nubes, montañas y ríos, mientras lleva grabada en su memoria la apariencia de las experiencias a las que se ha visto sometido con estos reinos de la Naturaleza, experimentando todo esto en su fluctuante mundo interior, su propia razón de ser emerge en medio de todo.
¿Cómo es esto? ¿Cómo experimenta el hombre esta razón de su propia existencia? Lo experimenta como algo así. Tal vez sólo puede expresarse en una imagen:
Imagínense que estamos mirando un vasto océano. Las olas se levantan y caen. Aquí hay una ola, allá otra ola; Hay olas por todas partes, debido a la agitación del mar. Una ola en particular, sin embargo, llama nuestra atención, porque vemos que algo está viviendo en ella, que no es meramente el agitarse del agua. Sin embargo, el agua rodea a este algo viviente por todos lados. Sólo sabemos que algo está viviendo en esta ola, aunque incluso aquí sólo podemos ver el agua que lo envuelve. Esta ola se parece a las otras; Pero la fuerza de su agitación, la fuerza con la que se eleva, da una impresión de algo especial viviendo en su interior. Esta ola desaparece y reaparece en otro lugar; y de nuevo el agua esconde lo que lo anima desde dentro.
Así es con la vida del alma del hombre. Las imágenes, los pensamientos, los sentimientos y los impulsos de la voluntad se agitan; Olas por todas partes. Una de las olas emerge en un pensamiento, en un sentimiento, en un impulso de la voluntad. El yo está dentro, pero oculto por los pensamientos, o sentimientos, o impulsos de la voluntad, como el agua esconde lo que está viviendo en la ola. En el lugar donde el hombre sólo puede decir: «Allí mi propio yo se agita», se enfrenta a meras apariencias; Él no sabe lo que él es. Su verdadero ser está ciertamente allí y es sentido y experimentado interiormente, pero estas "apariencias" en el alma lo ocultan, como el agua de la ola, al desconocido objeto vivo de las profundidades del mar. El hombre siente su verdadero ser escondido por las imágenes irreales de su propia alma. Es más, es como si quisiera aferrarse continuamente a su propia existencia, como si quisiera apoderarse de ella en algún momento, porque sabe que está allí. Sin embargo, en el mismo momento en que lo pudiese agarrar, este le esquivase. El hombre no es capaz, dentro de la vida fluctuante de su alma, de captar el ser real que sabe que es. Y cuando descubre que esta agitada vida irreal de su alma tiene algo que ver con ese otro mundo representado por la naturaleza, se queda más que nunca perplejo. El enigma de la naturaleza es, al menos, solo lo que está presente en la experiencia; El enigma de la propia alma del hombre no está presente en la experiencia porque está viva. Es, por así decirlo, un enigma viviente, porque a la pregunta constante del hombre: "¿Qué soy yo?" Responde poniendo una mera apariencia ante él.
Al contemplar su propio ser interior, el hombre recibe la respuesta constante: sólo te muestro una apariencia de ti mismo; Y si te atribuyes un origen espiritual, solo te muestro una apariencia de esta existencia espiritual dentro de tu vida del alma.
Así, la búsqueda de preguntas se enfrentan al hombre hoy a partir de dos direcciones. Una de estas preguntas surge cuando se da cuenta de que:
La naturaleza existe, pero el hombre sólo puede acercarse a ella dejándose destruir; La otra cuando ve: Que el alma humana existe, pero la Naturaleza sólo se puede acercar a esta alma humana convirtiéndose en mera apariencia.
Estas dos verdades viven en la subconsciencia del hombre de hoy. Por un lado, tenemos el mundo desconocido de la Naturaleza, la destructora del hombre; Por el otro, la imagen irreal del alma humana a la que la naturaleza no puede acercarse, a pesar de que el hombre sólo pueda completar su existencia física cooperando con ella. El hombre se sitúa, por así decirlo, en esa doble oscuridad, y surge la pregunta:
¿Dónde está el otro mundo al que pertenezco?
El hombre se vuelve, ahora, a la tradición histórica, a lo que ha sido transmitido desde tiempos antiguos y sigue en vigor. Aprende que hubo una vez una ciencia que hablaba de este mundo desconocido. Mira a la antigüedad y siente profunda reverencia por lo que nos trataron de enseñar sobre el otro mundo dentro del mundo de la Naturaleza. Si uno sabe cómo tratar con la naturaleza de la manera correcta, este otro mundo se revela a la mirada humana.
Pero la conciencia moderna ha descartado este conocimiento antiguo. Ya no se considera válido. Se nos ha sido transmitido, pero ya no se cree en ello. El hombre ya no puede sentirse seguro de que el conocimiento adquirido por los hombres de una época antigua como su ciencia, puede responder hoy a su propia pregunta angustiosa que surge de los mencionados hechos subconscientes.
Así que volvamos al arte.
Pero también aquí encontramos algo significativo. El tratamiento artístico de la materia física - la espiritualización de la sustancia física - nos viene desde la antigüedad. Gran parte de este tratamiento se ha conservado y se puede aprender de la tradición. Sin embargo, es justo el hombre con una naturaleza subconsciente realmente artística quien se siente más insatisfecho hoy; Porque ya no puede entender lo que Raphael todavía podía plasmar en la forma terrenal humana, el reflejo de otro mundo al que el hombre pertenece verdaderamente. ¿Dónde está hoy el artista que puede manejar la sustancia física y terrenal de una manera tan artística?
En tercer lugar, existe la Religión. Esta, también, se nos ha transmitido a través de la tradición desde tiempos antiguos. Ella dirige el sentimiento y la devoción del hombre hacia ese otro mundo. Se originó en una edad pasada a través de las revelaciones que el hombre recibió de ese reino de la naturaleza que es realmente tan extraño para él. Porque si volvemos nuestra mirada espiritual a lo largo de miles de años, encontramos seres humanos que también sentían: La naturaleza existe, pero el hombre sólo puede acercarse a ella permitiendola que nos destruya. De hecho, los hombres que vivieron hace miles de años sentían esto en lo profundo de sus almas. Miraban cómo el cadáver pasaba a la naturaleza exterior como a un vasto Moloch ( Dios de la antiguedad al que se hacian sacrificios humanos), y veían cómo era destruido. Pero también veían el alma humana pasar por ese mismo portal más allá del cual el cuerpo es destruido. Hasta los egipcios vieron esto, o nunca habrían embalsamado a sus muertos. Vieron al alma ir aún más lejos. Estos hombres de la antigüedad sentían que el alma crecía cada vez más y pasaba al cosmos. Y entonces vieron el alma, que se disolvía en los elementos, volviendo de los espacios cósmicos, de las estrellas. Vieron que el alma humana se desvanecía al morir -al principio a través de la puerta de la muerte, luego en el camino hacia el otro mundo, luego volviendo de las estrellas. Tal era la antigua religión: una revelación cósmica - la revelación cósmica desde la hora de la muerte, la revelación cósmica desde la hora del nacimiento. Las palabras se han mantenido; Se ha mantenido la creencia, pero ¿Tiene su contenido todavía alguna relación con el cosmos? Esto se conserva aun en la literatura religiosa, en las tradiciones religiosas extrañas al mundo.
El hombre de nuestra civilización actual ya no puede ver ninguna relación entre lo que la tradición religiosa le ha transmitido y la inquietante pregunta a la que se enfrenta hoy. Mira a la Naturaleza y sólo ve el cuerpo físico humano atravesando la puerta de la muerte y cayendo presa de la destrucción. Ve, además, la forma humana entrar por la puerta del nacimiento, y se ve obligado a preguntar de dónde viene. Donde quiera que mire, no puede encontrar la respuesta. Ya no lo ve venir de las estrellas, como ya tampoco puede verlo después de la muerte. Así que la religión se ha convertido en una palabra vacía.
Así, en su civilización, el hombre tiene a su alrededor lo que en los tiempos antiguos poseían como ciencia, arte y religión. Pero la ciencia de los antiguos ha sido descartada, su arte ya no se siente en su interioridad, y lo que ocupa su lugar hoy es algo que el hombre no es capaz de elevar por encima de la materia física, haciendo de éste un vehículo para la radiante expresión de lo espiritual.
El elemento religioso ha permanecido desde tiempos antiguos. Sin embargo, no tiene ningún punto de contacto con el mundo, ya que, a pesar de ello, permanece el enigma de la relación del mundo con el hombre. El hombre mira su ser interior, y oye la voz de la conciencia; Pero en tiempos antiguos era la voz de aquel Dios quien guiaba al alma a través de aquellas regiones en las que el cuerpo era destruido, y lo conducía nuevamente a la vida terrenal, dándole su forma apropiada.
Era este Dios el que hablaba en el alma como la voz de la conciencia. Hoy incluso la voz de la conciencia se ha convertido en externa, y las leyes morales ya no le quedan trazas de los impulsos divinos. El hombre examina la historia, para empezar; Estudia lo que se nos ha transmitido desde tiempos antiguos y, a lo sumo, puede sentir vagamente: Los antiguos experimentaron los dos grandes enigmas de la existencia de manera diferente a como los siento hoy. Por esta razón podían responderlos de una cierta manera. Yo ya no puedo responderlos. Ellos se ciernen ante mí y oprimen mi alma, porque sólo me muestran mi destrucción después de la muerte y la apariencia de la realidad durante la vida.
Así es como el hombre se enfrenta al mundo hoy. De ese estado de ánimo surgen las preguntas que la Antroposofía tiene que responder. Los corazones humanos están hablando de la manera que hemos descrito y preguntando dónde pueden encontrar ese conocimiento del mundo que satisfaga sus necesidades.
La antroposofía surge como tal conocimiento y habla del mundo y del hombre para que tal conocimiento pueda surgir nuevamente; el conocimiento que puede ser entendido por la conciencia moderna, como la ciencia antigua, el arte y la religión fueron entendidos por la conciencia antigua. La antroposofía recibe su poderosa tarea desde la voz del propio corazón humano, y esto es sin más lo que la humanidad anhela hoy en día. Debido a esto, la Antroposofía tendrá que vivir. Responde a lo que el hombre anhela más fervientemente, tanto para su vida exterior como para la interior. Uno puede preguntar. "¿Puede haber tal concepción del mundo hoy?" La Sociedad Antroposófica tiene que dar la respuesta. Debe encontrar el camino para dejar que los corazones de los hombres hablen desde sus anhelos más profundos; Entonces experimentarán el anhelo más profundo por las respuestas.



Notas:
[1.] Esta oración y el resto del párrafo en el que se produce deben, por supuesto, ser leídos en el contexto de la conferencia en su conjunto. Tomado por sí mismo puede despertar la objeción: "La forma humana está tanto dentro del sistema de leyes de la Naturaleza como las plantas y los animales. Ciertamente la Naturaleza la destruye después de la muerte; Pero es que acaso no es tambien ella, quien nos lleva a nacer? "Puede ser útil recordar al lector que el Dr. Steiner está en esta etapa simplemente poniendo en palabras un sentimiento que, dice expresamente, surge cuando estamos en presencia de la muerte. Más adelante en el libro, cuando trata de la relación en la que el cuerpo humano se alza al mundo de la naturaleza, muestra cómo la forma humana, de hecho, tiene un origen muy diferente de los de otras criaturas vivientes.




***** fuente *****

http://www.rsarchive.org/

GA010 la iniciación prefacio

 

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Prologo


Este libro de Rudolf Steiner, constituido por una serie de artículos escritos en diferente tiempo y ocasión, constituye sin embargo un todo unitario y, por supuesto, una de las obras, entre las del autor, que mejor sirven a las personas que se acercan por primera vez a la ciencia espiritual, al ocultismo, que está en la base de la doctrina antroposófica, creada por Steiner, después de separarse de la Teosofía.
Muchos de los lectores de este libro se habrán preguntado alguna vez cómo se adquiere el conocimiento de las vías de acceso a los mundos suprasensibles y como han adquirido quienes dicen poseerlo. Y se hacen estas preguntas con suspicacia, tan alejadas ven las afirmaciones de quienes se presentan como iniciados y los hechos de la cotidianidad.
Para vencer esta suspicacia, compuso el gran filósofo y pedagogo que fue Rudolf Steiner esta serie de textos y luego los recopiló, formando con ellos un tratado verdaderamente introductorio a la Iniciación.
El autor parte de la base de que todo hombre posee, en forma latente, facultades, merced a las cuales le es posible acceder al mundo suprasensible, a ese mundo espiritual, lugar propio del alma y del espíritu, tan real y consistente como el mundo físico, y de que, para acceder a él, lo que hace falta es llevar a cabo el entrenamiento necesario. Entrenamiento que para llevar a cabo hace falta una guía espiritual, pues intentar llevar a cabo el acceso a los mundos superiores por la propia cuenta y riesgo de cada uno puede conllevar auténticos peligros o, al menos la posibilidad de graves desviaciones difíciles de enderezar.
Ahora bien, ese guía necesario no tiene porque ser forzosamente una persona dedicada exclusivamente al alumno, y con la que este tenga que tener un encuentro o una serie de ellos. Precisamente una de las novedades importantes de esta obra, en esta edición que traducimos —en la primera, diez años anteriores, se afirmaba otra cosa— consiste en demostrar que la lectura y comprensión de un manual como el presente puede ser un vehículo idóneo y suficiente para adquirir la iniciación.
Paso por paso, va advirtiendo Steiner de los cambios que se pueden producir en el estudiante de ocultismo según vaya avanzando por el sendero, y lo hace con extremada claridad, con gran exactitud, pues, como es sabido, el fundador de la Antroposofía pensaba —y lo demostraba con hechos— que la investigación espiritual se basa en la precisión tanto como la matemáticas o las ciencias de la naturaleza. Más aún, él estaba convencido —y hasta tal punto, que lograba comunicar su convencimiento a los oyentes de sus conferencias y a los lectores de sus libros— de que allí donde la investigación científica encuentra sus límites comienza el trabajo de la investigación espiritual.
Haciendo gala de una gran honestidad, no hace falsas promesas, no promete <<milagros>>, sino que se deja bien sentado hasta que punto es necesaria una buena disposición, la colaboración de quien quiera llegar a convertirse en un iniciado, primero, y en un clarividente, después; poniendo el necesario énfasis en que todo cuanto se haga en este sentido debe hacerse con total desinterés. A quien busque adquirir determinadas facultades superiores para un provecho personal éstas les serán negadas. Sólo se beneficiará de ellas quien este dispuesto a ponerse al servicio del prójimo; en definitiva, de toda la humanidad.
Advierte Steiner sobre el encandilamiento que pueden producir ciertas obras falsamente ocultistas y, en consecuencia nada espirituales, y señala el camino recto, que solamente se puede alcanzar a través de la paz interior y de la armonía con la naturaleza y con los demás.
Aunque parte del conocimiento perfecto de unos saberes milenarios, escribe con clara conciencia de a quienes se está dirigiendo: a lectores del siglo XX, muchos de ellos habitantes de megalópolis deshumanizadas. Para ellos tiene un mensaje especial: si no se puede acceder a la suma serenidad que lograr comunicar el firmamento estrellado, contemplado desde la alta montaña o a la orilla del mar, búsquese en el recogimiento de una habitación alejada del ruido y el ajetreo constante de la vida moderna, mediante la lectura de los grandes maestros espirituales de la humanidad. Asentado en el carácter sincrético de su doctrina, él recomienda especialmente los grandes textos sagrados del hinduismo, los discursos de Buda y los evangelios, dando normas muy certeras acerca de la forma en que se deben leer.
Si el libro Antroposofía constituye una introducción teórica muy asequible, este sobre La Iniciación viene a ser un magnífico complemento. Se trata fundamentalmente de un libro práctico, en el que no sólo se explica con claridad la manera de adquirir conocimiento de los mundos superiores, sino en el que también se advierte sobre los escollos que se pueden encontrar en el sendero y la forma de sortearlos, sin que ello deba suponer un retroceso ni, mucho menos, una tentación de abandono. De hecho, como muy bien dice y repite Rudolf Steiner, quien en la vida ordinaria se comporta con honestidad hacia sí mismo y hacia los demás es ya un iniciado en potencia. A alguien así no le costará excesivo esfuerzo llevar a cabo los ejercicios que en esta obra se recomiendan, en la seguridad de que, sea cual sea el punto del sendero que se alcance, siempre se saldrá beneficiado, en el sentido de que se habrá llegado a ser mejor de lo que se era antes de empezar. Si no se hace trampa, si la conducta exterior se corresponde de veras con la disposición interior —esto, para el Maestro, resulta fundamental—se avanzará siempre; con mayor o menor esfuerzo, con mayores o menores dificultades, pero se avanzará.
Una de las virtudes de esta obra es su extraordinaria claridad. Que nadie confunda con falta de profundidad. Por otra parte, téngase presente que, en muchos pasajes, lo que, expresado en forma sencilla, parezca no corresponderse con la realidad de lo observable en el mundo físico, es porque está tratado simbólicamente, analógicamente, ya que las reglas y enseñanzas de la ciencia espiritual aluden a un mundo que no es el nuestro, pero al que no hay más remedio que aludir con un lenguaje que si pertenece a él.
En fin, si se toma este libro como lo que realmente es y el propio Steiner señala, es decir, como un diálogo entre el autor y el lector, se logrará extraer de él toda la riqueza espiritual que encierra y servirá de vehículo para el acceso al mundo supra—sensible, donde el alma y el espíritu encontrarán su morada.
¡DETENTE TU QUE PASAS…

Este libro que ahora tomas en tus manos, lector, no es un libro corriente.
Es un libro que tiene una vida, un destino, y quizá actuará sobre tu vida y tu destino.
¿No se te ocurrió nunca pensar que ese juego que realizas, esforzándote en vivir, pueda no ser más que el reverso de un decorado, porque finalmente se te presenta como irrisorio, comparado con lo que esperabas de él? Pero ¿tú dudas de que sea posible contemplar el anverso? ¿Y si hubiese una VÍA ABIERTA hacia él? ¿Si existiese ese MUNDO DE LAS CAUSAS en el que todo cae bajo nuestros ojos y que parece aberrante, encuentra su razón de ser, y nos fuera posible conocerlo? Quizá en él encontrarías el sentido de la existencia humana e inclusive el de la propia vida sobre la tierra. Pero, por desgracia, demasiados falsos profetas y magos han desacreditado a tus ojos <<lo oculto>>. Desconfías de las evasiones hacia un <<esoterismo>> que te deja desarmado ante las realidades de la vida. En el caso presente, aparta de ti, aleja de tu mente esos prejuicios. Si en este breve libro se habla de experiencias <<ocultas>>, es precisamente para <<desocultarlas>>. Ese y no otro, es su principal objetivo. Y si él revela el espíritu como algo real, no es con otro fin de volvernos de espaldas a lo terreno, sino, por el contrario, para hacernos captar mejor la vida. Porque, si no existiera el espíritu, ¿qué quedaría de la tierra?
Piensa también que una semilla encierra en sí más fuerza en potencia de la que realizará la planta, y que en ti se encuentra un potencial de espíritu latente mucho más grande de lo que puedes sospechar. Si quieres liberarlo, aparta de ti toda duda, toda desconfianza y ansiedad, y toma en tus manos este libro sabiendo que ya ha despertado a su vez a muchos hombres y mujeres en numerosos países; hombres y mujeres que, como tú, buscaban comprenderse a sí mismos y realizar plenamente su destino sobre la tierra. Abre pues el libro y comienza a leer…

PREFACIO A LA QUINTA EDICIÓN
Para esta nueva edición, se ha revisado en todos sus detalles la exposición que se redactó hace más de diez años. Esta revisión se impone por sí misma cuando se trata de revelaciones sobre experiencias y métodos psíquicos de la naturaleza de los que aquí se tratan. Todo en ellas permanece íntimamente ligado al alma que aquél que las ha comunicado y lo que ellas contienen continúa haciendo efecto en él. Por otra parte no podría ser de otra manera, porque a ese efecto interior se une la aspiración de una claridad y una precisión cada vez más perfectas. Esto es lo que me ha dictado los retoques que me he esforzado en hacer a esta nueva edición.
Las partes esenciales de la exposición ha permanecido, por supuesto, inmutables; pero, sin embargo, he llevado modificaciones importantes. En más de un punto he podido precisar determinados detalles, y esto me ha parecido bueno, porque si alguien desea aplicar a su propio desarrollo espiritual los consejos que se dan en este libro, es absolutamente necesario que pueda representarse, de la manera más precisa posible, el camino que en él se describe. Los malentendidos surgen con mayor facilidad en el caso de los fenómenos espirituales que cuando se trata de hechos pertenecientes al mundo físico. Porque la vida del alma es cambiante y nunca hay que perder de vista que es algo muy diferente de todos los demás aspectos de la vida tal como se desarrolla en el mundo físico. Pero también hay otras cosas que pueden dar lugar a malentendidos. En esta nueva edición me he esforzado precisamente en descubrir aquellos puntos en que podían surgir este tipo de malentendidos y a remediarlos.
Cuando escribí los artículos que se reúnen en este libro, muchas cosas tuvieron que ser redactadas de manera diferente a como deben serlo hoy, porque entonces no podía referirme a lo que se ha venido publicando durante diez años sobre los resultados del conocimiento espiritual. En otras obras, tales como La Ciencia de lo Oculto, Dirección Espiritual del Hombre y de la Humanidad, Un Camino hacia el Conocimiento de sí mismo y, Sobre todo, El Umbral del Mundo espiritual, aunque también en otros escritos, he reelaborado la descripción de determinados hechos espirituales que este libro mencionaba hace ya más de diez años, pero en un lenguaje que me ha parecido más apropiado.
Por ejemplo, a propósito de muchas descripciones que aquí se hacen, hace diez años tuve que decir que se podían aprender por <<Comunicación oral>>. Ahora bien, hoy día, la mayor parte de lo que entonces se confiaba oralmente, está ya publicado. Pero los lectores quizá han concebido la errónea idea de que, era absolutamente necesario el contacto personal con un maestro, y no es así. En esta nueva edición espero haber conseguido demostrar, mediante la precisión de ciertos detalles, cual es la realidad de ese tema: en el fondo, el que busca un, podríamos llamar entrenamiento espiritual, conforme a lo que exige el espíritu del tiempo presente, tiene mucha más necesidad de entrar en una relación personal con un maestro. Por otra parte, éste adoptará siempre más la posición de un consejero que ayuda con sus consejos, como lo suelen hacer ordinariamente los maestros de cualquier rama del saber, conforme al espíritu moderno.
Espero haber demostrado que la autoridad del maestro, la fe en él, no desempeñan ya un papel más importante en el entrenamiento espiritual que en cualquier otro dominio de la ciencia o de la vida. Me parece muy importante que se posea una noción cada vez más clara entre el investigador espiritual y aquellos que se interesan por los resultados de sus investigaciones. Creo pues haber reelaborado este libro en todas aquellas partes que, al cabo de diez años, he comprendido que necesitan serlo.
A esta primera parte, se ha hecho preciso añadir una segunda, que aportará nuevos esclarecimientos sobre el estado de ánimo que permite al hombre llevar a cabo la experiencia de los mundos superiores.
Septiembre 1914
PREFACIO A LAS EDICIONES OCTAVA A UNDÉCIMA
Al revisar el texto para esta nueva edición he comprobado que tenía que hacer muy pocos retoques. En cambio, he añadido un apéndice en el que me he esforzado por dotar de mayor precisión lo concerniente a las bases de naturaleza Psicológica sobre las que reposa cuanto se comunica en este volumen, y esto a fin de evitar cualquier malentendido. Este apéndice puede igualmente, me parece a mí, hacer comprender a todos aquellos que tuviesen la tentación de criticar la ciencia espiritual antroposófica que sus críticas no estaban fundadas; porque ellos tomaban la ciencia espiritual por lo que no es y sin tener atisbo de lo que sí es en realidad.

GA010 la vida interior - la calma interior

LA VIDA INTERIOR

Lo que debe ser obtenido por medio de la devoción, se hace todavía más eficaz cuando se añade a ello otro tipo de sentimiento que consiste en lo siguiente: se aprende a entregarse cada vez menos a las impresiones del mundo exterior y a desarrollar a cambio una vida interior más intensa. El hombre que busca sin cesar sensaciones nuevas y corre de la una a la otra, que no busca otra cosa que distraerse, sería incapaz de encontrar el camino de la ciencia espiritual. Por el hecho de serlo, el discípulo no debe hacerse menos sensible con respecto al mundo exterior; pero su vida interior debe ser lo bastante rica para dictarle la manera justa de entregarse a las sensaciones exteriores.
El hombre cuyos sentimientos son intensos y profundos experimenta, ante un bello paisaje de montañas, por ejemplo, algo que no es capaz de experimentar otro con sentimientos más pobres. Unicamente lo que pasa en el interior de nosotros mismos puede suministrarnos la llave de las bellezas de este mundo. Mientras que a unos seres un viaje por mar les deja absolutamente indiferentes, a otros les revela el lenguaje eterno del espíritu del universo; los misterios de la creación se revelan entonces para ellos. Es preciso aprender a acercarse al mundo exterior con sentimientos e ideas dotados de una vida personal intensa, si de verdad se quiere desarrollar una relación real con él. En todos sus fenómenos, este mundo está lleno del esplendor divino; pero es preciso haber hecho, en el interior de la propia alma, la experiencia de lo divino para ser capaces de encontrarlo en todo cuanto nos rodea.
Por todo esto, es muy recomendable procurarse momentos de silencio y de soledad que nos permitan sumergirnos en el interior de nosotros mismos. Pero no se debe uno poner entonces, sin embargo, a la escucha del propio yo. El efecto sería completamente el opuesto del que se debería obtener. En estos momentos de silencio, se debe por el contrario dejar resonar en sí el eco de lo que el mundo exterior nos ha comunicado. Cualquier flor, cualquier animal, cualquier acontecimiento nos va a descubrir, en medio de esta soledad y este silencio, secretos insospechados. De este modo se prepara uno, se pone en disposición de llevar adelante nuevas impresiones del mundo exterior con ojos distintos, con mirada diferente a la que antes se tenía. Si no se busca otra cosa que gozar de las impresiones, uno oculta a la otra y se termina perdiendo la facultad de comprender. En cambio, cuando se sabe extraer la lección de lo que el gozo puede revelar, se ejerce y, en consecuencia, se eleva el propio poder del conocimiento.
El ejercicio no consiste solamente en prologar el eco del goce que se experimenta; es preciso inclusive renunciar a este goce para dejar que la actividad interior elabore libremente las sensaciones. Y aquí se puede presentar un verdadero escollo, un auténtico peligro: en lugar de trabajar sobre sí mismo, se puede fácilmente, por el contrario, distraerse y permanecer en el intento de prolongar el disfrute de un gozo que en realidad ya ha pasado. No hay que subestimar esta posibilidad porque de ello pueden surgir infinitos errores. Es necesario continuar por el propio camino, a pesar de todo el cúmulo de tentaciones que pueda asaltar al investigador; tentaciones que tenderían a endurecer él yo y al encerrarlo sobre sí mismo. Y lo saludable es lo contrario: que se abra a todo lo que le llega de fuera.
Debe, ciertamente, buscar el gozo, porque es a su través como el mundo exterior viene a situarse delante de él, y si se cierra a sus incitaciones se convierte en algo semejante a una planta que no tiene fuerza para extraer de la tierra las savias nutritivas. Pero, por otra parte, si se detiene en el solo goce, se confina en sí mismo. A partir de entonces, no significará ya nada para el universo y no tendrá importancia más que para sí mismo. A quien continúe confinándose de este modo en sí mismo, a quien se limite a consagrar todos sus cuidados al propio yo, el universo lo repudiará; de él puede decirse que está muerto para el universo. El investigador no considera el gozo más que como un medio, como una manera de ennoblecerse para el universo. El gozo le sirve de información, una información que le ilustra sobre el mundo. Pero, una vez recibida la enseñanza, es preciso que uno mismo ponga manos a la obra por medio del gozo. Si se aprende, no es para acumular tesoros dentro de uno mismo, sino para poner todo lo que se haya adquirido al servicio del mundo.
Este es uno de los principales principios de la ciencia oculta; un principio que nadie tiene derecho a transgredir, sea cual sea el fin que pretenda alcanzar. Debe imprimirse en el corazón de los neófitos de cualquier disciplina perteneciente al ocultismo.
Se enuncia de la siguiente manera:
Todo conocimiento que busques con el único fin de aumentar tu saber, de acumular tesoros en tu interior, se aparta de tu camino. Y, por el contrario, todo conocimiento que busques para estar dispuesto a servir mejor al ennoblecimiento del hombre y a la evolución del universo, te hace adelantar un paso.
Es ésta una ley que debe ser rigurosamente observada. Y no se será un auténtico discípulo antes de haber hecho de ella el eje de la propia existencia. Es ésta una verdad fundamental que se puede condensar en esta simple frase:
Toda idea que no se convierta para ti en un ideal mata una fuerza en tu alma; Toda idea que se convierte en un ideal crea en ti fuerzas de vida.

LA CALMA INTERIOR
Practicar el sendero de la devoción, desarrollar la vida interior, tales son las primeras indicaciones que se deben dar al debutante. Pero la ciencia espiritual provee además reglas prácticas cuya observación permite el acceso al sendero y la intensificación de la vida interior.
Estas reglas no han sido concebidas arbitrariamente. Reposan sobre una experiencia y un saber de los más antiguos y son dadas además por todas partes por donde se indica el camino hacia el conocimiento superior. Todos los verdaderos instructores de la vida espiritual están de acuerdo sobre el contenido de estas reglas, inclusive si no las enuncian siempre en los mismos términos. Por otra parte, las diferencias no son más que aparentes, y provienen de causas que no es el caso comentar aquí.
Ningún maestro de la vida espiritual intentará ejercer, mediante reglas, un dominio sobre sus semejantes, ni estorbarles en su independencia, porque nadie sabe mejor que un Maestro de la vida espiritual estimar y defender la autonomía personal.
Se ha dicho que el lazo que une a todos los iniciados es un lazo de naturaleza espiritual y que dos leyes conformes a la naturaleza de la cosa anudan entre sí los cabos de este lazo. Ahora bien, si un iniciado se sale de su dominio puramente espiritual para entrar en la vida pública, hay una tercera ley que se impone a él inmediatamente: “Haz de manera que ninguno de tus actos, que ninguna palabra pueda atentar al libre arbitrio de nadie”.
Un verdadero maestro de la vida espiritual está bien penetrado de este espíritu. Cuando, a través de él, se ha adquirido la convicción de que así deben ser las cosas, uno se da cuenta igualmente de que no se perderá nada de la propia independencia siguiendo las reglas prácticas indicadas por él.
He aquí cómo una de las primeras reglas prácticas puede revestirse del ropaje de la lengua de las palabras “Asegúrate la posibilidad de gozar de momentos de calma interior y sácales provecho para aprender a distinguir lo esencial de lo accesorio”. Es así, repetimos, como se puede expresar, mediante el lenguaje, esta regla práctica. Bajo su forma original, todas las reglas y lecciones de la ciencia espiritual son dadas mediante un lenguaje de signos y de símbolos, no mediante un lenguaje de palabras. Para comprender el sentido y el alcance de esos signos y esos símbolos, para alcanzar toda su inteligencia, es preciso haber dado ya los primeros pasos en la ciencia oculta. Ahora bien, estos primeros pasos pueden ser cumplidos si se observan con exactitud estas reglas bajo la forma en que son expresadas aquí. El camino está abierto a todo hombre que esté firmemente resuelto a transitar por él.
La regla que ha sido enunciada más arriba, concerniente a los momentos de calma interior es muy simple, y también es sencilla su observancia. Pero no tendrá ninguna eficacia si no se aplica con un rigor que sea tan grande como su sencillez. Por el contrario, quien busque de forma exacta, justa, estos instantes de aislamiento, advertirá pronto que sólo ellos le procuran toda la fuerza necesaria para poder llevar a cabo con bien su tarea cotidiana. Y tampoco hay por qué creer que la observación de esta regla nos tiene que llevar forzosamente a sacrificar parte de tiempo que necesitamos para cumplir con nuestros deberes; porque, si verdaderamente no se dispusiera más que de cinco minutos por día, ellos ya serían suficientes. Todo depende de cómo se empleen esos cinco minutos.
Durante este tiempo, eso sí, es preciso abstraerse por completo de la vida que uno lleva diariamente. El movimiento de los pensamientos y los sentimientos deben tomar un matiz completamente diferente. Entonces se pasa revista ante la propia alma de todas las alegrías, todos los dolores, preocupaciones, experiencias y actividades....Y para poder hacerlo, es preciso acceder a un punto de vista que le eleve a uno por encima del nivel en que todas esas cosas— alegrías, dolores, preocupaciones, experiencias y actividades— se experimentan habitualmente. Piénsese sólo en hasta qué punto las cosas de la vida ordinaria se las puede presentar distintas según sea usted u otra persona quien pasa por ellas. Y no podría ser de otra manera, porque uno está comprometido con lo que siente, con lo que hace, mientras que lo que hace o experimenta otra persona únicamente se observa.
Ahora bien, en los momentos de aislamiento deberá uno esforzarse en encarar y juzgar los acontecimientos de la propia vida y las propias acciones como si no nos concernieran, como si fueran de otro. Imaginemos que alguien ha recibido un terrible golpe del destino, ¿no es cierto que se ve de una forma completamente diferente que cuando un golpe del mismo tipo le ocurre a alguien del círculo más intimo?. Nadie podría considerar injustificada una conducta semejante. Es algo que pertenece a la naturaleza humana. Y esto lo mismo si se trata de casos excepcionales que si se trata de circunstancias ordinarias de la existencia. El discípulo debe intentar poseer la fuerza necesaria para saber situarse en determinados momentos frente a sí mismo como se situaría delante de un extraño. Debe considerarse con la serenidad de un juez. Si lo consigue, todas sus experiencias personales se le presentarán bajo una nueva luz. Mientras que estuviese prendido en sus redes, le sería imposible distinguir lo esencial de lo que no lo es. En cuanto se posee la calma interior que permite observar las cosas con distanciamiento y objetividad, lo esencial se presenta separado de lo accesorio. Preocupaciones y alegrías, pensamientos, sucesos, decisiones toman un aspecto completamente distinto para quién los contempla desde afuera.
Es como si, después de haber caminado durante toda una jornada a través de una comarca, observando igual de cerca las cosas pequeñas que las grandes, se subiera al final de la tarde a una prominencia del terreno desde la que se pudiera observar de un solo vistazo todo el panorama. Las relaciones entre tales o cuales puntos del paisaje adquieren entonces unas proporciones completamente distintas. Una mirada tan amplia, tan libre de prejuicios, no se puede obtener respecto a circunstancias del destino en las que se está personalmente inmerso, cosa que, por otra parte, no es absolutamente necesaria. Pero si es preciso tenerla de esa índole respecto a los acontecimientos pasados.
Lo que otorga su valor a la calma de la mirada interior que se lleva sobre uno mismo tiene por otra parte menos que ver con lo que se observa que con la fuerza que es preciso ejercer para hacer que dentro de uno mismo reine esa serenidad.
Porque todo ser humano porta en sí, junto a su personalidad de “todos los días”, una naturaleza superior. Este hombre superior sólo se manifiesta cuando se le logra despertar. Cada uno le puede despertar, pero él solo. Mientras que este hombre superior permanece dormido, todas las posibilidades de adquirir conocimientos suprasensibles duermen con él.
Por mucho tiempo que haga que no se hayan experimentado los frutos de la calma interior, hay que perseverar en la observancia de esta regla. Y cuanto más tiempo haga, con más intensidad. Para quien persevere de este modo, llegará el día en que le penetre la luz espiritual, en que un ojo cuya presencia en uno se ignoraba verá abrirse ante sí un mundo completamente nuevo.
El investigador que comienza a seguir esta regla no tiene porque llevar a cabo ningún cambio en su vida exterior. Se ocupa de sus obligaciones como antes, sufre las mismas penas, experimenta las mismas alegrías. De ninguna manera se puede convertir en un extraño para la vida. Por el contrario, más bien puede tomar parte en ella, durante el resto de la jornada, con tanta mayor intensidad cuanto que en esos momentos privilegiados él se entrega a una vida superior. Esta va influyendo poco a poco en la vida corriente. La serenidad de estos instantes excepcionales se extiende sobre el conjunto de la existencia. El ser entero se hace más apacible, adquiere seguridad en todas sus acciones y no se deja desanimar por las contrariedades. Quien se compromete en esta vía, va sabiendo progresivamente cada vez mejor guiarse a sí mismo y, en consecuencia, cada vez también depende menos de las contingencias y las circunstancias exteriores. Muy pronto descubre hasta qué punto estos momentos privilegiados se convierten en un manantial de fuerza. Todo aquello que antes hacia montar en cólera, ya no le produce la menor irritación. Numerosos detalles que con anterioridad le aterrorizaban, ahora ya no le causan temor. Concibe las cosas de la vida desde un ángulo completamente nuevo. Antes, no emprendía determinadas tareas sin una secreta aprehensión. Se decía a sí mismo: “Nunca seré capaz de hacer esto como desearía hacerlo”. Ahora, un pensamiento semejante ya no se le pasa por la mente; por el contrario, se dice: “Quiero hacer acopio de todas mis fuerzas para llevar a cabo mi tarea tan bien como sea posible”. Reprime las dudas que en otro tiempo le debilitaban. Y es que, efectivamente, ahora sabe que el solo temor de no estar a la altura de las circunstancias le paralizaba; en el mejor de los casos, no ejercía precisamente una buena influencia sobre su actividad. De este modo, uno detrás de otro, pensamientos fecundos y estimulantes penetran su vida y la idea que él se hace de ella. Estos pensamientos positivos ocupan el lugar que antes ocupaban los que le paralizaban. Y la persona comienza a saber dirigir su barca de una manera segura, en lugar de dejarla ir a la deriva, a merced del empuje de las olas.
El efecto de esta calma segura y tranquila repercute sobre la totalidad del ser. El hombre interior crece y, al propio tiempo maduran esas facultades del alma que conducen a los más altos conocimientos. Porque los progresos que va consiguiendo en esa dirección permiten al investigador ir determinando progresivamente por sí mismo en qué medida las impresiones del mundo exterior deben actuar sobre él.
Por ejemplo, alguien le dice unas palabras con intención de herirle, de molestarle, de irritarle; y no cabe duda de que sí le hubiese dicho lo mismo antes de haber seguido una disciplina interior, se habría sentido herido, molesto o irritado. Pero desde que sigue el sendero del ocultismo, se encuentra en disposición de desproveer a esas palabras de su matiz hiriente, molesto o irritante, antes aún de que haya encontrado el camino para llegar al fondo de su alma.
Y todavía otro ejemplo; una persona se impacienta con facilidad cuando tiene que esperar. Pero he aquí que comienza su aprendizaje interior. Entonces empieza a darse cuenta de la inutilidad de sus enervamientos, y esta idea se le impone con tal fuerza en los momentos de calma, que ante un hecho concreto que normalmente le produciría impaciencia, se le hace presente. En consecuencia, el enervamiento que comenzaba a despuntar se extingue y aquellos minutos que en otras circunstancias hubiese pasado estúpidamente rumiando los motivos de su nerviosismo, los puede usar provechosamente en otro tipo de observaciones o pensamientos provechosos.
Reflexionad sobre el alcance de todo cuanto acabamos de decir. Pensad que el hombre superior está en constante evolución en el interior de vosotros. Pero únicamente la calma y la seguridad tal y como han sido descritas en las páginas anteriores aseguran su normal evolución. Los avatares de la vida exterior llegarían a perturbar el alma por todos sus costados, si el individuo, en lugar de regular esta vida y dominarla, se dejase gobernar por ella. Es lo mismo que esas plantas que deben pujar por entre los intersticios de unas rocas. Ellas se debilitan hasta que logran una salida al aire libre. Para el ser interior, ninguna fuerza exterior puede propiciar esa liberación; únicamente la calma interior puede proporcionarla. Las condiciones exteriores únicamente pueden modificar la forma de vida externa, pero jamás podrían despertar al hombre espiritual. El estudiante de ocultismo debe engendrar en sí al hombre nuevo por medio de su actividad interna.
Una vez nacido, el hombre superior toma en sus manos el timón y dirige con seguridad el comportamiento del ser exterior. Cuando era éste el que gobernaba la barca, el hombre interior era su esclavo y, evidentemente, no podía expandir sus fuerzas; porque, mientras que una intervención externa pueda irritarme, no puedo decir que yo sea dueño de mí mismo o, por mejor decir, no se puede decir que haya logrado mi propio dominio. Debo desarrollar la facultad de no dejarme impresionar por el mundo exterior más que dentro de los límites que yo mismo haya fijado. Solamente entonces podré convertirme en un discípulo.
El discípulo no puede alcanzar su meta más que si busca conscientemente esta fuerza. Y lo esencial no es que alcance su objetivo en un tiempo determinado, sino sólo que tienda hacia él con perseverancia. Son muchos los que han luchado y perseverado durante años sin notar en sí ningún cambio apreciable; pero los que no han desesperado, los que no se han dejado perturbar, se han encontrado en un determinado momento, de golpe, conque habían logrado la victoria interior.
Ciertamente, es necesaria una gran energía para crear, en determinadas situaciones, algunos instantes de calma interior. Pero cuanto mayor es la fuerza que se necesita, más importante es también el resultado que se obtiene. En este terreno, todo depende de la siguiente condición; saber situarse enérgicamente frente a sí mismo como un extraño, para observar el propio comportamiento en su conjunto, con entera buena fe y con plena lucidez.
Mediante la descripción de nacimiento del propio ser superior no se ha descrito sin embargo más que un aspecto de la actividad interior. Es necesario añadir todavía otra cosa. Cuando uno se sitúa frente a sí mismo como frente a un extraño, no se considera todavía más que a sí mismo. Se vuelve a ver lo que se ha vivido y realizado, el medio en el que uno se ha comprometido. Es completamente necesario elevarse hacia una esfera globalmente humana que no dependa ya de una posición personal. Es preciso alcanzar el nivel de lo que le concierne a uno como ser humano en general, como si se llevase otra existencia distinta en condiciones completamente diferentes. Es así como llega a emerger una visión de las cosas que sobrepasa el elemento personal. El investigador dirige así sus miradas hacia mundos superiores a aquéllos en los que se desarrolla su vida cotidiana. Comienza a tener entonces la experiencia de pertenecer a estos mundos. Ciertamente, ni sus sentidos, si sus contactos ordinarios le enseñan nada al respecto. En adelante, es en su vida interior donde coloca su centro de gravedad. Escucha entonces las voces que le hablan en los momentos de calma y cultiva en sí las relaciones con el mundo espiritual. Se abstrae del medio exterior, cuyo ruido ya no le alcanza. Todo se torna silencioso a su alrededor. Aparta de si los pensamientos que le recordarían las impresiones exteriores. En sus adentros, se colma de esta “apacible contemplación interior”, de este diálogo con las realidades del espíritu.
Una tal contemplación silenciosa debe convertirse en algo natural, en una necesidad vital para el investigador. Al principio, se encuentra enteramente sumergido en un mundo de pensamientos. A continuación debe experimentar, mediante este tranquilo movimiento de los pensamientos, un vivo sentimiento. Debe aprender a amar lo que el espíritu derrama dentro de él. Pronto deja de experimentar este mundo de los pensamientos como algo menos real que las cosas que le rodean en la vida; comienza a hacer caminar sus pensamientos como manejaría objetos en el espacio. Se aproxima el momento en que las verdades que se le revelan mediante este trabajo interior apacible de los pensamientos se le van a presentar bajo un aspecto mas real que el de los objetos materiales. Siente que una vida se expresa en este mundo de las ideas. Las ideas no son sombras, reflejo, sino que sirven para la expresión de entidades ocultas. Ellas comienzan a hablarle en medio del silencio. Con anterioridad, los sonidos no le llegaban más que desde el exterior, a través de los oídos; ahora resuenan dentro de su alma, un lenguaje interior— un verbo interior— se abre a él. Cuando vive por primera vez uno de tales momentos, se siente colmado de alegría. Sobre todo cuanto le rodea se expande la luz interior. Comienza, puede decirse, una segunda existencia. Un torrente de fuerzas divinas, de felicidad divina, le inunda. Solamente un ser que posea ojos y oídos puede percibir colores y sonidos. Y todavía el ojo no puede discernir nada si falta la luz que hace que las cosas sean visibles. La ciencia espiritual proporciona los medios necesarios para desarrollar oídos y ojos interiores, hacer surgir la luz del espíritu.
Estos medios de la disciplina interior comportan tres etapas: 
1º. LA PREPARACIÓN, que desarrolla el sentido interior, 
2º. LA ILUMINACIÓN, que hace brotar la luz espiritual; 
3º. LA INICIACIÓN, que establece el contacto con las altas realidades del espíritu.

GA010 las condiciones- la devoción

¿CÓMO ADQUIRIR EL CONOCIMIENTO DE LOS MUNDOS SUPERIORES?
LAS CONDICIONES

En todo hombre duermen facultades latentes gracias a las cuales le es posible adquirir un conocimiento de los mundos espirituales.
Místicos, gnósticos, teósofos, han afirmado en todo tiempo y lugar la existencia de un mundo de las almas y de un mundo de los espíritus, para ellos tan consistente y tan presente como éste que puede ver físicamente con sus ojos y tocar con sus manos.
La ciencia secreta no es más misteriosa para el profano que pueda serlo el arte de escribir, de pintar o de esculpir para quién no haya aprendido sus reglas. Se podrá aprender a escribir o a pintar cuando se tomen medidas necesarias para ello. Del mismo modo, si se sigue el buen camino, se puede llegar a convertirse en un discípulo, y hasta en un maestro de la ciencia oculta.
Sólo en un punto de vista se distingue ésta de las demás ciencias humanas; se puede comprender que una gran pobreza o un medio muy primitivo puedan impedir a alguien que aprenda a escribir; en cambio, ningún obstáculo exterior podrá detener la marcha de quien aspire profundamente a adquirir los conocimientos y habilidades necesarios en los mundos superiores.
A menudo se piensa que es necesario buscar en algún lugar a los maestros del conocimiento superior para obtener sus consejos. Pero de hecho, más vale tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, el que avance seriamente hacia el conocimiento no retrocederá ante ningún esfuerzo, ante ningún obstáculo, para llegar a descubrir a un iniciado que le pueda introducir en los secretos del universo. Por otra parte, si su aspiración al conocimiento es tan sincera como noble, el momento de la iniciación llegará para él cualquiera que sea la situación en que se encuentre. Porque a ningún espíritu que busca le puede ser negado el conocimiento a cuya conquista ha adquirido el derecho. Es ésta una ley natural para todo iniciado. Pero otra ley, igualmente natural, prescribe no entregar ningún secreto a quien no esté preparado para recibirlo. Un iniciado está mucho más realizado como tal cuanto más rigurosamente observe estas dos leyes. El lazo espiritual que une a todos los iniciados no tiene nada de exterior; pero estos dos preceptos constituyen las sólidas ataduras que enlazan entre sí los cabos de esos dos lazos. Usted puede ser íntimo amigo de un iniciado, pero, en el fondo, estará separado de él hasta tanto no se convierta en iniciado también usted mismo. Puede gozar de todo su afecto, de toda su estima; sin embargo, él no le confiará un secreto hasta que usted no se encuentre maduro para recibirlo. Puede halagarle, puede amenazarle, puede torturarle; nada le hará traicionar la más mínima parcela de lo que no debe decir porque, en el grado de desarrollo en que usted se encuentra, esta revelación no despertaría aún en su alma la resonancia justa.
Los caminos que hay que recorrer para adquirir la madurez que exigen estas revelaciones están establecidos de una manera precisa. Ellos han sido trazados con anterioridad, en caracteres eternos e inefables, en los mundos espirituales donde los iniciados vigilan los misterios supremos.
En los tiempos antiguos, que han precedido a los tiempos históricos, los hombres podían ver externamente los templos del espíritu. Hoy día, al haber perdido la vida humana toda espiritualidad, estos templos ya no son visibles a nuestros ojos. Pero por todas partes existen bajo una forma espiritual y todo el que los busque los puede encontrar.
Sólo en el interior de sí mismo encontrará un hombre los medios necesarios para hacer hablar a un iniciado. Si lleva consigo determinadas cualidades interiores hasta un cierto grado de desarrollo, podrá tomar la parte que le corresponde de los tesoros de la sabiduría.
LA DEVOCION
Antes que nada, se debe establecer en el alma una cierta disposición fundamental. A esta fundamental disposición, el investigador espiritual la llama sendero de la devoción: devoción por la verdad, por el conocimiento. Solamente
esta actividad espiritual puede hacer de alguien un verdadero discípulo.
Quien posea experiencia en este dominio conoce perfectamente qué tipo de disposiciones se hacen notar desde su infancia en los verdaderos ocultistas. Desde la infancia, ya experimentan como una especie de veneración por las grandes personas que admiran. Las miran con un respeto que hace desaparecer hasta el fondo más profundo de su corazón toda idea de crítica o de oposición. Llegados a la adolescencia, todo cuanto pueda animar en ellos esta veneración les resulta beneficioso. Es entre este tipo de personas entre las que se reclutan numerosos discípulos de la ciencia espiritual. ¿No ha experimentado usted alguna vez temor ante el umbral de la puerta ni a franquear la entrada del “santuario”? Pues bien, en el sentimiento que ese ser le inspiraba entonces se percibía en germen lo que puede conducirle a seguir la senda del ocultismo. Es una auténtica felicidad para el ser en vías de crecimiento el poseer estas disposiciones y, en este orden de cosas, es preciso tener muy presente que no hay por qué creer que ellas se inclinan hacia ningún tipo de sumisión ni, mucho menos, de esclavitud. Este respeto del niño por los hombres mayores se metamorfoseará más tarde en un respeto por la verdad y por el conocimiento. La experiencia demuestra que los hombres que saben comportarse de la manera más libre en la vida son también los que han conocido la veneración para con quien de verdad la merecía. El respeto resplandece en todo aquello que brota del fondo del corazón.
Si no fortificamos en nosotros ese sentimiento profundo de que existe una realidad que nos sobrepasa, no encontraremos la energía necesaria para crecer de forma que podamos acceder a ella. El iniciado conquista la fuerza necesaria para elevar su pensamiento hacia las cimas porque su corazón, en contrapartida, ha penetrado en las profundidades del respeto y de la devoción. Las cumbres del espíritu no pueden ser conquistadas más que después de pasar a través de la puerta de la humildad. Nadie podrá adquirir un justo saber si antes no ha aprendido a respetarlo. En principio, el hombre posee el derecho de mirar a la luz cara a cara; pero es preciso que se gane ese derecho. La vida espiritual tiene sus leyes, como las tiene la vida material. Frotad una varilla de vidrio con una substancia apropiada y se cargará de electricidad, adquiriendo la propiedad de atraer pequeños cuerpos. Se trata, ni más ni menos, que de la consecuencia de una ley muy bien conocida por los físicos. Se sabe igualmente, cuando se conocen las bases del ocultismo, que si se cultiva en sí la verdadera devoción, de ella nacerá una fuerza que, más pronto que tarde, nos elevará al conocimiento.
Aquel que posee naturalmente estos sentimientos de devoción, o que ha tenido suerte de adquirirlos mediante su educación, encontrará en ellos, durante el transcurso de su vida, un precioso auxiliar en el momento de buscar el acceso a los conocimientos superiores. Mientras que si no se posee esta preparación, desde los primeros pasos se ven surgir dificultades, a menos que se emprenda, a través de una enérgica disciplina, las tareas de hacer brotar en sí esta disposición.
En nuestra época, resulta verdaderamente importante insistir sobre este punto. La civilización actual está más inclinada a criticar, a juzgar, a condenar, que a confiar y a respetar. Nuestros propios hijos, en lugar de creer en lo que se les dice, se entregan con verdaderas ganas a la contestación, a la protesta. Ahora bien, toda crítica, todo juicio sin apelación, hace salir del alma unas fuerzas que la habrían podido llevar hacia el conocimiento superior, mientras que la devoción las hace crecer, aumentar. No se trata aquí de hacer un proceso a nuestra civilización. Por otra parte, ¿no debemos todos los grandes descubrimientos modernos al espíritu crítico, a la observación independiente, a la preocupación por experimentarlo todo para no quedarse más que con lo mejor? Nunca se hubiesen producido los progresos en las ciencias, la industria, los transportes, la legislación que todos conocemos, si el hombre moderno, según sus propias normas, no lo hubiese puesto todo en cuestión; pero lo que de este modo hemos ganado en las formas modernas de la civilización, hemos tenido que pagarlo con una pérdida proporcional de conocimientos superiores, de vida espiritual. Hagamos notar aquí con la debida fuerza que este respeto por los conocimientos superiores se dirige no ya a personas concretas, sino a la verdad y al conocimiento en sí mismos.
Es preciso darse cuenta claramente de que el hombre que está completamente cogido por las formas exteriores de la civilización actual tendrá grandes dificultades para remontar la corriente y acceder al conocimiento de los mundos del espíritu. Esto no lo conseguirá más que trabajando enérgicamente sobre sí mismo. En una época en que las condiciones materiales eran más sencillas, era también más fácil lograr un proceso espiritual. La esfera de lo sagrado planeaba por encima de las contingencias de este mundo. Pero, en un siglo de espíritu crítico, el ideal ha descendido. Otros sentimientos han ocupado el lugar de la devoción, del respeto, de la veneración, de la admiración, virtudes éstas que nuestra época rechaza cada vez más. La vida corriente no suministra ya las ocasiones de ejercerlas sino en muy débil medida; por tanto, es necesario que cada uno las haga brotar dentro de sí. Se hace absolutamente necesario que cada uno impregne su alma de ellas si las quiere poseer. Y esto, no se puede hacer solamente mediante el estudio; hay que conseguirlo mediante la práctica de la vida. Es por esto por lo que todo aquel que quiera convertirse en estudiante del ocultismo deberá trabajar enérgicamente para educar en sí mismo la actitud devocional. Por todas partes, en su entorno, en las experiencias que lleva a cabo, deberá buscar todo aquello que pueda forzar su admiración y su respeto. Si, en los hombres con que me encuentro, no veo más que sus debilidades, para criticarlas, doy al traste con una fuerza de conocimiento superior. Por el contrario, si me aplico con amor a descubrir sus cualidades, concentro esta fuerza en mí. No debo pues perder ninguna ocasión de seguir este precepto si quiero seguir el buen camino. Ocultistas experimentados saben muy bien cuánto deben al hábito de ver el lado bueno de todas las cosas y de ser reservados en sus juicios.
Por otra parte, esta regla no debe aplicarse sólo a nuestras relaciones exteriores, sino que debe también gobernar las profundidades de nuestra alma. El hombre tiene entre sus manos el poder de perfeccionarse e inclusive, con el tiempo, de transformarse enteramente. Pero esta transformación debe alcanzar hasta su vida interior, sus pensamientos. No basta con que su comportamiento exterior testimonie, dé muestras de un cierto respeto por los demás; también en su interior debe vivir este respeto. El estudiante del ocultismo debe pues comenzar por introducir la devoción en su vida mental; debe vigilar los movimientos de su conciencia para que entre ellos no aparezca el desprecio ni la crítica destructiva, sino que, por el contrario en ella, en su conciencia, sólo se cultive metódicamente la devoción.
Los momentos de calma en que, en un movimiento de retorno sobre uno mismo, se toma conciencia de la acción deformante que ejercen la crítica, las censuras, las prevenciones respecto a la vida del universo, estos momentos, iba a decir, nos acercan al conocimiento espiritual. Y progresaremos rápidamente si, en estas ocasiones, no dejamos que en nuestra conciencia se establezcan más que ideas impregnadas de admiración, de estima y de respeto hacia las cosas y los seres de este mundo.
Todo el que tenga experiencia en estas cuestiones sabe bien que, en instantes como los descritos, se despiertan en el hombre unas fuerzas que, de otro modo, hubiesen permanecido sólo latentes, pero no actuantes. Es así como se abre la mirada del espíritu. Realidades que nos rodean y que con anterioridad no habíamos sabido discernir, comienzan a revelarse. Se nos hace claro, diáfano, que, hasta entonces, no habíamos percibido más que una parte del mundo en que vivimos. Los seres humanos con los que nos encontramos entonces se nos aparecen igualmente bajo una nueva luz. Ciertamente, no basta con esta actitud devocional para percibir en un ser fenómenos tan sutiles como, por ejemplo, su aura; para conseguir esto, hace falta una disciplina mucho más fuerte y estricta. Pero el primer paso para adquirir esta imprescindible disciplina es dedicarse enérgicamente al aprendizaje de la devoción.
El ingreso del discípulo en la senda del conocimiento se cumple sin ruido, inadvertido por el mismo entorno. Nadie advierte el cambio que se opera en él. Asume sus deberes y continúa ocupándose de sus asuntos como de ordinario. La metamorfosis sólo tiene lugar en la intimidad de su alma, completamente sustraída a las miradas exteriores. La actitud devocional con respecto a todo cuanto es digno irradia sobre el conjunto de la vida afectiva; toda la vida afectiva de quien pasa por esta experiencia encuentra aquí su centro. De la misma manera que el sol anima con sus rayos todo lo que vive, esta facultad de venerar vivifica todas las fibras de la vida afectiva.
A primera vista, cuesta trabajo creer que sentimientos tales como el respeto, la estima, la veneración, tengan una relación con el conocimiento. La razón de ello no es otra que la de que solemos estar inclinados a considerar el conocimiento como una facultad en sí, independiente de todo lo que acontece en la vida interior. Se olvida que es el alma la que conoce. Y los sentimientos constituyen los alimentos del alma de la misma manera que las viandas constituyen el alimento del cuerpo. Si al cuerpo se le dan piedras en lugar de pan, se extinguirá su actividad. Lo mismo sucede con el alma. El respeto, la estima, la devoción son substancias nutritivas que aseguran la salud y el vigor al conjunto de las actividades de uno y, antes que a ninguna otra, a la actividad del conocimiento. Por el contrario, el menosprecio, la antipatía, la denigración de lo que es por sí estimable paralizan y matan la fuerza de conocer.
Para el investigador espiritual, este hecho se traduce hasta en los colores del aura. En la del discípulo que asimila sentimientos de veneración y de devoción se produce una transformación. Determinadas tonalidades espirituales semejantes al rojo amarillento, al marrón rojizo desaparecen para dejar su lugar a un rojo azulado. Esta transformación es señal de que se ha abierto el poder de conocer; ciertos acontecimientos que hasta el momento hacían pasado inadvertidos para el discípulo, aunque estaban cerca de él, a su alrededor, se le vuelve repentinamente accesibles. Es que la devoción ha despertado en el alma una fuerza de simpatía mediante la cual atraemos, en los seres que nos rodean, la manifestación de cualidades que, sin esto, hubiesen permanecido ocultas.