GA060-2 Berlín, 27 de octubre de 1910 -Vida y muerte

 

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VIDA Y MUERTE

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 27 de octubre de 1910


Si tomamos nota de muchas observaciones que se hacen hoy en día sobre la relación del hombre con la Vida y la Muerte, podemos recordar una frase que Shakespeare hace decir al sombrío Hamlet:

El imperioso César, muerto y convertido en arcilla...

podría tapar un agujero para alejar el viento;

Oh, esa tierra, que mantuvo al mundo en vilo,

remendara un muro para expulsar el defecto del invierno.

 Tal afirmación podría ser hecha por muchos que están sujetos al efecto sugestivo de las muchas concepciones de los tiempos que se adquieren en el campo de la ciencia natural, y que, podrían sentirse movidos a seguir todos los movimientos después de la muerte de las sustancias separadas que componen el cuerpo humano. Podría sentirse justificado al preguntarse en primer lugar: "¿Qué pasa, después de la muerte del hombre, con el oxígeno, el nitrógeno, el carbono, etc., que constituyen el cuerpo humano?". Aparte del hecho de que hay muchas personas hoy en día que están influenciadas por la sugestiva frase: "la indestructibilidad de la Materia", hay, a su vez, otras que pierden por completo la capacidad de imaginar algo en todo el vasto espacio interminable que no sea la materia y sus procesos.

Podemos ver en muchas observaciones sobre la naturaleza de la muerte, o que establecen la idea de una antítesis entre la vida y la muerte, cuánto depende, en exposiciones de este tipo, de establecer concepciones e ideas de la manera más exacta posible. Sucede una y otra vez que no se tiene en cuenta el hecho de que "muerte" y "vida" forman una antítesis que depende de la naturaleza de aquello a lo que se refiere, y que, quien hace una observación más atenta no se atreve a hablar de la misma manera de la muerte de una planta o de un animal que de la de un hombre. En esta conferencia se explicará en qué medida esto es así. Se puede ver lo poco que entendemos las expresiones utilizadas en esta esfera, por el hecho de que en la fisiología del gran naturalista Huxley, por ejemplo, se encuentra lo siguiente. Allí se dice que debemos distinguir entre la muerte local y la muerte del tejido en un organismo, y se afirma expresamente que la vida del hombre depende del cerebro, los pulmones y el corazón, pero que ésta es una condición triple que en realidad podríamos reducir a una doble; que, de hecho, si pudiéramos mantener la respiración por medios artificiales, podríamos perfectamente quitarle el cerebro a un hombre y éste seguiría viviendo. Es decir, que la vida continuaría, aunque se le quitara el cerebro. Es decir, que cuando un hombre ya no es capaz de formarse una concepción de lo que le rodea o de lo que ocurre en su interior, y si la vida pudiera mantenerse meramente como un proceso vital en el organismo mediante la respiración artificial, el organismo seguiría viviendo en el sentido de esta definición de la ciencia natural, y no podríamos hablar realmente de muerte, aunque no hubiera cerebro en absoluto. Esta es una idea que debería dejar claro a cualquiera que, -aunque no le interese una vida sin cerebro, al menos encuentre plausible tal definición-, que esta explicación sólo muestra que la definición de vida dada por la ciencia natural no es en absoluto aplicable al hombre en esta forma. Pues nadie podría llamar vida de un organismo -incluso humano- a la vida del propio hombre, aunque en otros aspectos los hechos apuntados fueran del todo correctos.

Hoy en día estamos, quizás, algo más avanzados en el campo de las ciencias naturales que hace diez años, cuando casi daba vergüenza hablar de vida y cuando toda la vida se remontaba a la vida de los seres vivos más pequeños. Esta vida en los organismos más pequeños se consideraba un complicado proceso químico. Según este punto de vista, si esta definición se extendía a una concepción del universo, sólo se podía hablar de las partes más pequeñas de la vida como vivientes, de modo que sólo se podía hablar entonces de una conservación de la materia. Hoy en día, debido a las investigaciones sobre el radio, por ejemplo, la idea de la indestructibilidad de la materia se ha vuelto más incierta.

Ahora sólo llamaré su atención sobre el hecho de que la ciencia natural ya está intentando hablar de una especie de independencia, al menos de los seres vivos más pequeños. Se afirma que los seres vivos más pequeños se propagan por fisión; uno se divide en dos, dos en cuatro, y así sucesivamente. Ahí no podríamos admitir una muerte, pues el primero vive en el segundo y cuando éstos mueren ambos viven en los siguientes.

Ahora bien, los que han querido hablar de la inmortalidad de los seres unicelulares han buscado una definición de la muerte, y justamente esta definición de la naturaleza de la muerte es extremadamente característica. Han descubierto que la principal característica de la muerte es que deja tras de sí un cadáver, y como los seres unicelulares no dejan tras de sí ningún cadáver, no pueden morir realmente. Así pues, la característica de aquello que tiene que ver con los fundamentos más profundos de la vida se busca en lo que la vida deja tras de sí. Es evidente, sin necesidad de más explicaciones, que lo que queda de la vida se convierte gradualmente en materia inerte. Así, la materia sin vida se convierte en la muerte en el organismo exterior de la criatura viviente más pequeña y complicada. Sin embargo, si queremos tener en cuenta el significado que la muerte tiene para la vida, no debemos fijarnos en lo que queda, en lo que se convierte en materia sin vida; sino que debemos buscar la causa, los principios de la vida, en la propia vida, mientras está ahí.

He dicho que no se puede hablar en el mismo sentido de la muerte en las plantas, que en los animales y en el hombre, porque allí no se tiene en cuenta un fenómeno importante. Se encuentra también en algunos de los animales inferiores, por ejemplo, en los efímeros; y consiste en el hecho de que la mayoría de las plantas y de los animales inferiores tienen la particularidad de que tan pronto como se establece el proceso de fecundación y se crea la posibilidad de un nuevo ser vivo, comienza entonces la muerte del antiguo. En la planta, el proceso de retroceso, el proceso de extinción, comienza en el momento en que ha tomado en sí la posibilidad de formar una nueva planta. Por lo tanto, se puede decir con toda seguridad de las plantas en las que se observa esto, que la causa que les ha quitado la vida reside en el nuevo ser o seres vivos, que no dejan vida tras de sí en el antiguo ser.

Con simples reflexiones uno puede convencerse de que es así. Hay ciertas plantas que perduran, que florecen una y otra vez y dan fruto; y en las que se plantan siempre nuevas formas vegetales, como parásitos, sobre el viejo tallo. Pero ahí pueden convencerse de que adquieren la posibilidad de recrearse empujando ciertas partes de sí mismas hacia el reino de lo inerte, hacia la muerte, es decir, se rodean de corteza. De una planta que puede rodearse de corteza, que puede soportar materia inerte y, sin embargo, seguir viviendo, se puede decir con razón que tiene un excedente de vida; y debido a este excedente, al que no renunciará -sólo renunciará a lo que sea necesario para el organismo joven-, debe asegurarse a sí misma empujando la muerte hacia el exterior. Así también puede decirse que todo ser vivo que posee la posibilidad en sí mismo más allá de dar a luz una nueva creación, se ve confrontado con la necesidad de dominar continuamente la vida en sí mismo, ya que toma materia inorgánica sin vida. Esto puede observarse adecuadamente tanto en el animal como en el hombre.

Allí tenemos una separación entre la vida y la muerte en el propio ser. Tenemos un intercambio entre un miembro vivo que se desarrolla en una dirección, y un continuo hundimiento en sí mismo de otro miembro que se desarrolla en la dirección de la muerte. Si ahora queremos acercarnos al ser íntimo del hombre desde este punto de vista, debemos ciertamente tener en cuenta algo de lo que se ha dicho a menudo antes, pero que nunca es superfluo, porque no pertenece todavía a la verdad ordinaria reconocida.

Si nos apoyamos en concepciones bastante ordinarias, -como lo haremos hoy en la primera mitad de la conferencia-, y luego procedemos a la cuestión de la vida y la muerte desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual, debemos recordar que lo que se tiene en cuenta aquí es ciertamente muy poco reconocido hoy en día, porque tiene que ver con una verdad que es tan nueva para el hombre de hoy como otra verdad, que ahora pertenece a las trivialidades, era nueva, e incluso desconocida, para el mundo de hace tres siglos. A menudo he señalado que el científico natural, o el que basa sus observaciones en concepciones científico-naturales, da hoy por sentado que es un hecho reconocido que "todo lo vivo nace de lo vivo". (Por supuesto, estoy hablando aquí con la limitación que esta frase tiene en el mundo de la ciencia natural. No necesitamos embarcarnos en la cuestión de la generación primitiva, por ejemplo, ya que se puede notar de inmediato que la frase análoga que se menciona allí también se utiliza en el mundo de la Ciencia Espiritual). No hace mucho tiempo, el gran científico naturalista Francesco Redi tuvo que luchar con toda su energía por esta frase: "Todo lo viviente nace de lo viviente". Porque antes de la aparición de este naturalista del siglo XVII, se consideraba muy posible, no sólo en los círculos profanos, sino incluso en los científicos, que se generasen nuevos organismos a partir del lodo fluvial putrefacto o de materia orgánica en descomposición. Esto se creía de los gusanos y los peces. La idea de que lo vivo sólo puede desarrollarse a partir de lo vivo no es todavía antigua, pues hace sólo unos siglos Francesco Redi provocó tal tormenta de pasiones que apenas escapó al destino de Giordano Bruno. Cuando consideramos cómo se alteran las "modas de la época", podemos juzgar del destino de esta verdad que debemos proclamar de nuevo aquí. Pues esta verdad, "La vida sólo puede originarse en la vida", suscitó en su momento una tormenta de cólera. Aquellos que se sienten impelidos a extraer del pozo del conocimiento verdades similares en otras esferas, ya no son entregados hoy a las llamas de la pira funeraria. Eso ya no está de moda. Pero se burlan de ellos; un hombre que comunica tales cosas se convierte en ridículo; los que se sienten impulsados a proclamar tales cosas que se relacionan con el desarrollo espiritual, están condenados a sufrir una muerte espiritual. Pero el destino de la mencionada verdad consiste también en haberse convertido en un hecho evidente, una, trivialidad, para aquel que es capaz de juzgar.

¿Ese error, entonces, fue la causa de que no se reconociera esta verdad: "La vida sólo puede originarse a partir de la vida"? Un simple error de observación. Los científicos observaron lo que estaba inmediatamente antes, pero no intentaron penetrar en el hecho de que el origen de una criatura viviente reside en una semilla dejada por otra criatura viviente; de modo que un nuevo organismo viviente de un cierto tipo sólo puede originarse porque un organismo viviente anterior deja tras de sí una semilla de un tipo similar. Es decir, se fijaron en el entorno del organismo en desarrollo, pero en realidad deberían haberse fijado en lo que dejó tras de sí otro organismo vivo que se desarrollaba en ese entorno. Así se hizo durante siglos, hasta la época de Francesco Redi. En libros que tenían tanto peso en los siglos VII y VIII como los escritos autorizados de los científicos naturales más modernos de hoy en día, se podían encontrar detalles muy interesantes, y en ellos se señalaba y clasificaba exactamente cómo, por ejemplo, los avispones se desarrollan a partir del cadáver en descomposición de un buey; las avispas, a partir del cadáver de un burro, etc. Todo estaba muy bien explicado. Exactamente de la misma manera en que se cometieron errores en aquellos tiempos, se cometen errores hoy en día con respecto al alma y al espíritu del hombre. ¿Cómo es esto?

Un ser humano entra en la existencia y su desarrollo individual, que da comienzo con el nacimiento, se observa en la vida posterior. Se ve cómo se desarrollan la forma, las diferentes capacidades y talentos. (Hablaremos más exactamente de este desarrollo en una conferencia posterior). Pero si los científicos desean conocer la naturaleza de la forma humana, la naturaleza de lo que estamos tratando, se hacen la pregunta: "¿Cuáles son las relaciones hereditarias? ¿De qué tipo de ambiente nació el hombre?". Es el mismo método que cuando miran el barro que rodea al gusano que está saliendo de él, y no sobre el huevo. En lo que se forma como disposición, como capacidades diferentes en el hombre, debe hacerse una distinción exacta entre lo que es característico, lo que se trae de los padres y abuelos, etc., y un cierto núcleo que quien observa verdaderamente no dejará de reconocer. Sólo quien se acerque al elemento anímico-espiritual como lo hicieron los naturalistas antes de Francesco Redi podrá negar que hay un núcleo en el hombre que se presenta claramente y que no puede remitirse a lo heredado de padres y abuelos, etc. En lo que se desarrolla en el hombre hay que distinguir, pues, entre lo que procede del entorno y lo que nunca puede producirse a partir de ese entorno.

En lo que respecta al exterior de una planta o animal vivo, siempre encontraremos que el nuevo ser que surge se ocupa en realidad de desarrollarse conforme a la especie de sus predecesores. Tomemos los animales más elevados. ¿En qué medida lo hacen? En la medida en que es conforme a la especie, y para ello están planificados. Ciertamente muchos dirán: "Entonces, ¿un caballo, un perro o un gato no tienen individualidad?" Y supondrán que se podría describir tan bien la individualidad de un gato, un caballo, etc., -quizá incluso escribir su biografía-, como la de un ser humano. Si a alguien le gusta hacer esto, que lo haga, pero no debemos tomarlo como real, sino sólo como simbólico, como cuando, por ejemplo, se plantea a los alumnos una tarea escolar, como la que se nos planteó a mí y a mis compañeros de escuela, ¡para la que teníamos que escribir la biografía de nuestras plumas! Se podría hablar incluso de la biografía de una pluma: Pero cuando se trata de la verdad no es cuestión de atender a analogías y comparaciones, sino de asirse a lo esencial. Lo individual en el hombre no es lo que lo convierte en una especie, sino aquello que hace de él el individuo completamente distinto que es todo hombre. Cada hombre trabaja en la formación de lo que es individual en él, del mismo modo que la planta trabaja en la formación de la especie. Todo desarrollo, todo avance en la educación o en la evolución histórica, se basa en el hecho de que el hombre va una etapa más allá de la mera especie, en el desarrollo de la individualidad.

Si no hubiera en cada hombre un núcleo individual anímico-espiritual que se desarrollara de manera espiritual, como el animal se desarrolla en su especie, no habría historia. Entonces sólo se podría hablar de una evolución de la raza humana, pero no de una historia o de un desarrollo cultural. Por eso, la ciencia natural habla del desarrollo de la especie, de una especie de evolución en el caballo, pero no de una historia.

En el desarrollo de cada hombre está presente un núcleo anímico-espiritual que tiene el mismo significado que la especie para un animal. La especie en el reino animal corresponde al individuo en el hombre. Ahora bien, en el reino animal cada criatura que tiende a lo que es según la especie, repite la especie de sus antepasados y sólo puede originarse sobre la base de la naturaleza física de la semilla de sus antepasados; así que la parte individual de cada hombre por separado no puede originarse de nada que esté aquí en el mundo físico, sino únicamente de algo que es de naturaleza Espiritual. Es decir que un núcleo Espiritual, que entra en la existencia en el nacimiento del hombre, no se refiere meramente a la especie "hombre", en la medida en que el hombre se remonta a un antepasado Espiritual, a un ser que ha progresado, que no pertenece individualmente a la especie "hombre", no, de hecho, a ninguna "especie", sino a esta misma individualidad humana. Si, pues, nace un hombre, nace con él un núcleo individual que no está unido a nada más que a esta sustancia humana individual. Como el animal busca su especie, así el hombre busca su propio ser humano individual. Es decir, que este núcleo individual, cuando aparece al nacer, ha estado aquí antes, igual que el germen de la especie estaba ahí para el animal. Debemos buscar en el pasado el espíritu y la sustancia anímica, que es el núcleo Espiritual - no físico - de esta individualidad que se está desarrollando Espiritualmente. Sólo un hombre que no pueda ver que el alma y el espíritu no se desarrollan desde dentro del organismo humano general, dirá que las conclusiones que acabamos de sacar son incorrectas.

Cada vida humana individual lleva, por tanto, en sí misma la prueba de que ya existía antes. Por lo tanto, de una vida humana individual somos conducidos retrospectivamente a una semilla espiritual individual y de ésta a otra semilla espiritual; es decir, de nuestra propia vida individual somos conducidos retrospectivamente a una vida individual anterior - y luego, por supuesto, a nuestra siguiente vida. Una observación imparcial de la vida humana demuestra que esto es tan necesario como la verdad proclamada en la esfera de la ciencia natural. Supongamos que alguien con una mente desprejuiciada dijera: "No se puede saber nada de eso", entonces si saca esta conclusión una y otra vez podría terminar diciendo: "No puedo hacer otra cosa que aceptar esta conclusión; si no lo hago estoy pecando contra toda observación y lógica". A pesar de esto, sin embargo, esta verdad sobre las repetidas vidas terrestres es todavía muy poco reconocida; pero esta verdad de que lo Espiritual sólo puede originarse de lo Espiritual, ciertamente dejará su huella en la vida cultural humana y será aceptada más rápidamente que la otra verdad que ha sido caracterizada. Llegará el momento en que los hombres se darán cuenta de que las creencias han cambiado a este respecto, del mismo modo que ahora no creemos que los animales inferiores, los peces, etc., puedan originarse del fango de los ríos.

Si seguimos, en el curso ulterior de su vida, este núcleo individual del ser humano que uno puede ver, por así decirlo, nacer, aparece hasta cierto punto en un doble aspecto; y esto más especialmente en el ser humano en crecimiento, en la juventud. Aparece allí como algo que requiere un desarrollo progresivo de todo el hombre. Y quien pueda observar realmente la vida íntima de la juventud, quien haya aprendido a observar al niño, no sólo desde fuera sino también desde dentro, quien recuerde lo que él mismo experimentó a este respecto, admitirá que lo que hay en él ahora no estaba allí hasta cierta edad, sino que sólo se mostró más tarde como un sentimiento de poder, como un sentimiento de vida, como un contenido de vida que actúa de un modo extremadamente elevador. Lo que llevamos dentro como núcleo individual de nuestro ser actúa no sólo sobre la forma viva exterior, sino que sigue actuando incluso en las formaciones y funciones más elementales de la vida. Cuando el hombre llega a una cierta madurez y tiene la oportunidad de tomar muchas cosas en el mundo exterior, entonces este núcleo individual de su ser trabaja para que se enriquezca, se adapte al mundo exterior y acumule experiencias. Sin embargo, cuando observamos esta correlación entre el núcleo individual del ser del hombre y lo que acontece en el curso de su vida - no sólo a través de lo que aprende y oye, sino también a través de experiencias tales como la felicidad y la tristeza, el dolor y la alegría, veremos entonces en esta vida Espiritual misma la misma correlación en un plano superior, a la que existe entre el nuevo embrión de la planta que se desarrolla en la flor de la vieja planta cuya vida le es arrebatada por la nueva semilla.

Si extendemos esta observación al árbol, podremos decir: "Allí también se quita siempre la vida, en que el árbol se convierte en madera del reino vegetal, pero en su lugar ciertas cosas del árbol se transforman en productos muertos sin vida: la corteza inorgánica rodea al árbol". De la misma manera vemos, cuando observamos la vida humana más de cerca, no sólo un desarrollo progresivo, sino uno que permite al ser Espiritual del hombre avanzar y crecer, le permite unirse al mundo exterior; y a medida que crece cada vez más, lo vemos entrar en conflicto con la vieja condición; es decir, entra en conflicto con su propio yo. Esto sucede porque en su juventud podía construir y formar órganos según sus necesidades, mientras que ahora, en el curso ulterior de la vida, este proceso ya no es posible; ahora debe seguir viviendo en una condición de vida endurecida. Así vemos que cuando nuestra vida se enriquece por el desarrollo en el curso del tiempo, cuando tomamos lo nuevo y enriquecemos así el núcleo individual de nuestro ser, entramos en conflicto con lo que envuelve este núcleo, con lo que hemos construido a su alrededor, y que está en proceso de crecimiento. Mientras crecemos, y en la medida en que así crecemos, no asumimos en nosotros ningún proceso Espiritual de muerte. Sólo cuando recibimos lo que es exterior a nosotros, asumimos el proceso espiritual de muerte. Esto es realmente así durante toda la vida, aunque es menos evidente en la infancia que en la edad madura. Así que podemos decir que en el reino de lo espiritual, tiene lugar un crecer y morir Espiritual en el ser interior del hombre. Pero, ¿en qué consiste ese proceso que allí tiene lugar? Podemos comprenderlo bien si lo consideramos por una vez en forma inferior y tomamos bajo observación cualquier cosa del reino de la vida ordinaria, a fin de formarnos, por así decirlo, concepciones e ideas relativas a los reinos superiores del ser. Tomemos, por ejemplo, el cansancio. Hablamos de fatiga tanto en el animal como en el ser humano. Primero debemos hacernos una idea de la naturaleza de la fatiga. No puedo entrar ahora en todas las ideas que se han recogido sobre el tema, pero observaremos todo el proceso de la fatiga en relación con el proceso de la vida. Podemos decir que el hombre se cansa porque utiliza sus músculos, y por lo tanto deben llevarse fuerzas renovadas a los músculos. En este caso podríamos decir que el hombre se cansa porque agota sus músculos mediante algún tipo de trabajo. Tal definición parece muy plausible a primera vista, sólo que no es cierta. Pero sucede hoy que trabajamos con ideas que sólo tocan ligeramente la superficie de las cosas, no queremos penetrar hasta las profundidades, Pues pensemos que si los músculos pudieran fatigarse realmente, ¿Cómo sería entonces con los músculos del corazón? No se cansan en absoluto; trabajan día y noche continuamente, y lo mismo ocurre con otros músculos del cuerpo humano y animal. Esto hace pensar que no es correcto decir que en la relación entre trabajo y músculo haya algo que pueda explicar la fatiga.

¿Cuándo se cansa un animal o un hombre? Cuando su trabajo no es ocasionado por el organismo ni por el proceso vital, sino por el propio mundo exterior; es decir, por el mundo con el que un ser vivo puede entrar en relación a través de sus órganos. Así, cuando un ser vivo realiza un trabajo por medio de su conciencia, los órganos afectados se fatigan:. En el proceso vital mismo no hay nada que pueda causar fatiga. De modo que el proceso vital, el conjunto de los órganos vitales" debe ser puesto en contacto con algo que no le pertenece, para que se fatigue.

Sólo puedo llamar su atención sobre este hecho importante, en cuyo desarrollo se pueden encontrar algunos puntos de vista extremadamente provechosos. En efecto, sólo lo que llega a un ser vivo por medio de un proceso consciente, de una incitación a la conciencia, puede provocar fatiga. Por consiguiente, sería absurdo hablar de la fatiga de las plantas. Podemos, pues, decir que en todo lo que puede fatigar a un ser vivo debe estar realmente presente algo que le es extraño, algo que no pertenece a su propia naturaleza debe ser introducido en él.

Podemos, pues, decir que toda perturbación del proceso vital que se produce a través de la fatiga, señala el hecho, incluso en un ámbito muy inferior, de que lo que tenemos en nuestra vida anímica no nace simplemente de nuestra vida física, sino que está positivamente en contradicción con las leyes de esa vida. La contradicción entre las leyes de la vida de conciencia y las de la vida y el proceso vital explica por sí sola lo que hay en la fatiga, de lo cual pueden ustedes convencerse si lo consideran con más exactitud. Por esta razón podemos decir que la fatiga es una expresión que atestigua que lo que llega a un proceso vital debe serle extraño, si es capaz de perturbarlo. Ahora bien, el proceso vital puede realmente compensar lo que se agota por la fatiga, mediante el sueño y el descanso. Lo que se agota es compensado por algo nuevo, que entra en lugar de los procesos vitales.

Ahora bien, la razón por la que aparece un proceso interno de agotamiento en la vida humana individual se debe a que el hombre entra en relación con el mundo exterior. Lo viejo, que estaba presente en el germen, entra en un intercambio con lo nuevo. El resultado se expresa en que el núcleo vital individual se transforma durante la vida individual, pero también por esta razón debe desprenderse de lo que se ha convertido en madera, por así decirlo, de lo que él mismo ha formado desde su nacimiento. La causa de la muerte es la llamada a una nueva vida dentro del alma humana, del mismo modo que en el organismo animal la disposición a la fatiga sólo puede ser causada por su entrada en relación de intercambio con lo que le es nuevo y extraño. Podríamos decir, por tanto, que el proceso de la muerte, de ir apagándose poco a poco, se comprende mejor si se tiene en cuenta su contrario, en el que el alma se pone en relación con lo orgánico, y que se expresa en la fatiga. Así pues, tenemos realmente el germen de la muerte en lo más íntimo de nuestro ser durante toda nuestra vida individual. Sin embargo, no podríamos desarrollarnos más, no podríamos llevar un paso más allá lo que ya somos al nacer, si no asociáramos en nosotros mismos la muerte con la vida. Así como la fatiga está relacionada con la ejecución del trabajo exterior, así también el desprendimiento, la muerte de la envoltura exterior, está relacionada con el enriquecimiento y el desarrollo superior del núcleo vital individual. El proceso psíquico y espiritual de la vida y la muerte - representa con gran claridad lo que podríamos expresar así: "Adquirimos la forma superior, el desarrollo ulterior de nuestra vida, mediante el acto benéfico de expulsar de nosotros lo que éramos antes. Ningún desarrollo sería posible si no pudiéramos desprendernos de lo viejo, porque avanzamos a través de lo que hemos trabajado y, junto con ello, nos convertimos en lo nuevo de nuestra alma y espíritu. ¿Qué fuerzas hay en ello? Fuerzas tales como los frutos de nuestra vida pasada. Ciertamente podemos experimentar las semillas de estos frutos, y podemos experimentar nuestras observaciones de la vida, podemos hacer muchas otras cosas en la vida, pero no podemos organizarlas en nosotros mismos ni llevarlas realmente a nuestra cubierta externa. Porque no construimos nuestra envoltura a partir de lo que aprendemos en una vida -o, a lo sumo, sólo hasta cierto punto-, sino que la construimos de acuerdo con lo que hemos llegado a ser en nuestra última vida. Por tanto, sólo podemos construir nuestra vida haciendo uso de lo que hemos adquirido en nuestra vida pasada, y podemos seguir desarrollándonos desprendiéndonos de lo viejo -como el árbol de su corteza- y pasando a la muerte. Con lo que nos llevamos con nosotros a través de la muerte, somos capaces de construir nuestra próxima vida, ya que contiene en sí misma las mismas fuerzas que han construido nuestro crecimiento espiritual cuando nos desarrollamos fresca y felizmente en nuestra juventud. Es de la misma naturaleza que éstas. Lo hemos absorbido de nuestras experiencias vitales y con él nos construimos un futuro organismo vivo, una futura envoltura corporal, que llevará en sí, como germen de un futuro florecimiento, lo que hemos ganado en una vida. Con respecto a cosas como éstas siempre se plantea la pregunta, una y otra vez: "¿De qué le sirve al hombre, después de todo, oír hablar de repetidas vidas terrestres, si no es capaz de recordar sus vidas anteriores, si el recuerdo de sus vidas anteriores no está presente?".

En efecto, la naturaleza de la cultura espiritual actual nos impide meditar y reflexionar sobre las cuestiones del alma y de la vida espiritual con la misma libertad que sobre las cosas de la vida natural. Pero debemos tener claro que es posible desarrollar ideas y conceptos sobre estas cuestiones del alma y de la vida espiritual, exactamente de la misma manera. Sólo podremos hacerlo si realmente lo observamos con más exactitud, si nos preguntamos cuál debe ser la posición de la memoria humana en general; ¿cuál es la naturaleza de la memoria humana? Hay un momento en la vida humana personal, que puede conducir muy fácilmente a la obtención de opiniones sobre estas cuestiones. Es el siguiente:

Todos sabemos que hay una época en la vida normal del ser humano de hoy en día, de la cual no hay memoria en la vida posterior. Es la época de su más tierna infancia. En la vida normal de hoy en día, el ser humano recuerda hasta cierto punto de su infancia, y luego la memoria desaparece.

Aunque tiene muy claro que es su propio yo espiritual, o ego, el que ha construido su vida, carece del poder de extender su memoria más allá de este punto. Quien examine muchas vidas de niños, podrá hacer una observación a partir de ellas. Por supuesto, sólo puede corroborarse en la vida externa, pero a pesar de ello, es correcta. De la observación del alma de un niño descubrimos que el recuerdo se remonta hasta el momento en que surge en él la idea del "yo", la noción de su propio yo. En el momento en que el niño, por su propia voluntad, ya no dice: "Carlos quiere esto" o "Mario quiere aquello", sino que dice "Yo quiero esto", desde el momento en que comienza la noción consciente del Yo, comienza también el recuerdo. ¿De dónde viene este hecho notable? Porque para el recuerdo es necesario algo más que entrar en contacto, por así decirlo, una vez o siempre con un objeto. Podemos entrar en contacto con un objeto muy a menudo sin que se produzca necesariamente ningún recuerdo de él. El recuerdo se basa, a saber, en un proceso anímico bastante definido, en un proceso de vida espiritual interior bastante definido, del que podemos darnos cuenta si tenemos en cuenta lo siguiente.


Hay que distinguir entre la percepción de un objeto o experiencia y la concepción o idea de este objeto o experiencia. En el proceso de percepción tenemos algo que siempre puede repetirse si volvemos a situarnos ante el objeto; pero en la experiencia tenemos algo más. Cuando entramos en contacto con algo y recibimos una impresión de ello a través del ojo o del oído, hemos recibido algo más que una impresión interna de ello; lo que nos llevamos es lo que permanece en el concepto o idea y que puede incorporarse a la memoria. Sin embargo, eso tiene que nacer primero. Sé que lo que acabo de decir será muy puesto en duda por los valientes seguidores de Schopenhauer, por aquellos que afirman que nuestra concepción del universo es sólo nuestra idea de él. Pero eso radica en la confusión de la percepción con la idea. Ambas deben diferenciarse enfáticamente. La idea es algo que se reproduce. Cuando, por otra parte, se afirma que la idea no es más que lo que se presenta a la percepción, sólo tenemos que hacer notar que la idea de un trozo de acero caliente, por muy caliente que esté, no quemará a nadie; pero la experiencia sensorial de ello sí lo hará. He aquí la diferencia entre idea y percepción sensorial. Por lo tanto, podemos decir que la idea es una experiencia sensorial vuelta interiorizada. Pero con esta interiorización, con este rebote exterior del objeto, que está en relación recíproca con el ser interior del hombre, y a través del cual se ocasiona la impresión interior, algo más entra en consideración. Todo lo que se experimenta interiormente en nuestra vida sensorial, se incorpora a nuestro Yo por medio de cada impresión sensorial y por medio de todo lo que podemos experimentar en el mundo exterior. Una sensación-percepción puede incluso estar allí sin ser incorporada en el Yo. En el mundo exterior es imposible que una idea se mantenga en la memoria, si no es recibida interiormente en el reino del Yo. Por lo tanto, en cada concepción que formamos a partir de una experiencia sensorial y que puede ser retenida en la memoria, el Yo es el punto de partida. Una idea que llega a nuestra vida anímica desde el exterior no puede separarse en modo alguno del Yo. Sé que estoy hablando en sentido figurado, pero de todos modos estas cosas significan una realidad, como veremos en el curso de las próximas conferencias.

Podemos imaginar que la experiencia del Yo presenta algo así como la superficie interior de una esfera, vista desde fuera; luego vienen las experiencias sensoriales y el autorreflejo de estas experiencias dentro de la esfera da lugar a la idea. Para ello, sin embargo, el yo debe estar presente en cada percepción sensorial. La experiencia del Yo está en todo lo que puede plasmarse en la memoria; en realidad es como un espejo que nos devuelve las experiencias a nuestro interior; pero el propio Yo debe estar allí. De esto aprendemos que mientras el niño no reciba las percepciones de las ideas de tal manera que se conviertan en concepciones, mientras sólo se acerquen al niño desde el exterior como percepciones de los sentidos, y sólo se experimenten externamente entre el Yo y el mundo exterior sin transformarse en una experiencia del Yo, mientras el niño no tenga una concepción del Yo, entonces ningún espejo del Yo, por así decirlo, le oculta lo que le rodea. Mientras eso dure, uno se da cuenta de que el niño imagina en el entorno muchas cosas que los adultos no comprenden. Sólo a través del recuerdo de lo pasado puede surgir aquello que el yo ya ha asumido, de modo que de esa manera queda grabado en la memoria. Cuando aparece la percepción del Yo, el Yo se sitúa ante las ideas como un espejo; pero lo que yace antes del tiempo de la percepción del Yo no puede ser llamado a la memoria. Por lo tanto, el hombre siempre entra en contacto con el mundo exterior de tal manera que su Yo experimenta todos los acontecimientos con él, su Yo siempre está ahí. Esto no implica que todo deba entrar en su conciencia, sólo que sus experiencias no permanecen meramente como percepciones sensoriales, sino que se transforman en ideas.

Así pues, ahora podemos decir que el núcleo más íntimo del hombre, desde cuyo centro se ha desarrollado lo que ahora se ha descrito como pasar de encarnación en encarnación, está velado por la concepción del Yo, tal como se encuentra habitualmente en el hombre. El hombre se sitúa ante su memoria con su yo desarrollado de hoy. Es, pues, perfectamente explicable que su memoria sólo se extienda hasta el mundo de los sentidos.

Ahora bien, a través de la propia experiencia, ¿puede ofrecerse una prueba de que esto puede llegar a ser distinto de como es? ¿Podemos hablar de una "extensión de la memoria" hacia encarnaciones anteriores? Esto se desprende de la mera definición, si se comprende, de lo que hay detrás del centro individual del yo, que nosotros mismos cubrimos, por así decirlo. Si empezamos a captarlo, percibiremos también nuestra naturaleza y nuestro ser más íntimos, veremos lo que el hombre hace en la vida humana; no sólo lo que hace en común, sino en su propia vida individual. ¿Existe la posibilidad de mirar detrás del yo, por así decirlo? Sí, ciertamente la hay. Esto reside en la vida interior del alma, de la que ya he hablado en la conferencia introductoria. Si un hombre realmente se compromete a desarrollar su Alma, mediante un entrenamiento severo y metódico, de tal manera que las fuerzas adormecidas dentro de ella comiencen a germinar, y el alma se extienda más allá de sí misma, sólo puede hacerlo apropiándose, con cierta renuncia interior, de ideas que no sean tales como aquellas en las que la experiencia del yo está inmediatamente presente. La experiencia del yo sitúa todo aquello en lo que participa ante el núcleo del propio ser. Por lo tanto, para la formación del alma, el hombre debe apropiarse de ideas en las que no esté presente la experiencia del yo. Por esta razón, los ejercicios anímicos internos que el hombre emprende deben realizarse de una manera muy definida. Lo que él encarna en su vida anímica depende del contenido de la meditación, y debe encarnar algo que ciertamente acepte la naturaleza interna del alma, pero que no se relacione con nada externo. ¿Qué es lo que no se relaciona con nada externo? Sólo la meditación; pero la meditación se aplica por regla general al mundo exterior, por lo tanto no es útil para quien desea elevarse a los mundos superiores. Por lo tanto, debe desarrollarse una vida de ideas que suscite, en las imágenes y símbolos que se ponen continuamente ante el alma, una actividad tal en el yo, que forme ideas que nunca antes podría haber formado cuando deseaba adquirir la verdad del mundo ordinario de los sentidos. Por lo tanto, el alma debe incorporar en sí misma imágenes y símbolos que no aparecen cuando observamos lo externo a través de la experiencia yoica.

Cuando observamos esto, tenemos la siguiente experiencia, acerca de la cual sólo podemos decir algo definitivo señalando esa condición en la que el hombre entra una y otra vez, a saber, la condición del sueño. Al quedarse dormido, todas las ideas, todos los dolores y penas, etc., que el hombre ha experimentado durante el día, se hunden en una oscuridad indefinida, Toda la vida consciente del hombre desciende a una oscuridad indefinida y regresa cuando el hombre se despierta de nuevo por la mañana. Compara la vida de conciencia al despertar y al ir a dormir. Mientras el hombre sólo obtenga impresiones conscientes de la vida externa de los sentidos, por la mañana sólo traerá consigo lo que tenía en su conciencia por la noche. Se despierta de nuevo con el mismo contenido en su conciencia; recuerda las mismas cosas, piensa los mismos pensamientos, y así sucesivamente. Pero cuando un hombre emprende, de la manera especificada, un entrenamiento interior en el que el yo no está presente, la posición es diferente. Entonces nota, ciertamente, que su primer paso en el progreso consiste en sentirse, al despertar, enriquecido por el sueño; siente que lo que había asimilado antes de dormirse vuelve a él con un contenido más rico. De modo que ahora puede decir: "Ahora he mirado detrás del mundo espiritual que el yo no encubre y, como fruto de ello, incorporo a la vida de mi conciencia algo que no había sacado del mundo de los sentidos, pues lo he traído conmigo a través del mundo del sueño."

Tales son los primeros pasos del progreso de quien lleva una vida espiritual del alma.

Ahora, la posibilidad adicional consiste en que él puede ahora, incluso durante la vida de vigilia, llenarse de un contenido no impregnado por la experiencia del Yo, aunque el Yo esté presente. La experiencia yoica debe ocupar su lugar junto a este contenido, tal como lo hace con el contenido de todas las experiencias físicas. Si tenemos esto en cuenta, debemos decir que sólo aquel que es capaz de mirar detrás del Yo puede contemplar el contenido Espiritual de un ser humano - aquel que recorre tal camino a menudo se acercará al desarrollo de ciertos sentimientos. La naturaleza de estos sentimientos mostrará también la naturaleza del camino. Así debemos aprender - a liberarnos del deseo y, sobre todo, a superar el miedo y la ansiedad ante los acontecimientos venideros. Debemos aprender a decir con calma y sin pasión: "No importa lo que me venga, lo aceptaré", y no sólo debemos plantearnos esto como una árida concepción abstracta, sino que debemos hacer que forme parte de nuestro sentimiento más íntimo. No tenemos por qué convertirnos en fatalistas (un fatalista piensa que todo sucede por sí mismo), sino que debemos utilizar este medio para intervenir en la vida. Si somos capaces de infundir en el Yo este equilibrio absoluto en cuanto a sentimiento y sensación, éste impulsa con tal fuerza hacia el ser Espiritual del hombre que separa al Yo de las percepciones que ya están en nuestra conciencia. Así, permanecemos en el mundo del yo, pero recibimos un nuevo mundo de experiencias interiores del alma. Sólo éstas nos permiten ver, en su verdadera forma individual, el núcleo más íntimo del ser humano, que ciertamente se desarrolla a partir del nacimiento como aquello que brota de una vida anterior, pero que antes no podía ser reconocido en su verdadera realidad. Primero debemos verlo tal como es, como es realmente en el presente, y cómo funciona. Ahora bien, ¿podemos recordar algo hacia lo que nunca habíamos vuelto los ojos? Así como el niño no tiene en su conciencia aquello que tuvo lugar antes del desarrollo de su percepción del yo, tampoco el hombre puede guardar en su memoria aquellas experiencias de sus nacimientos anteriores que no se basan en el conocimiento del núcleo interno del ser del hombre, en los sentimientos y sensaciones del núcleo anímico-espiritual, que hay en cada hombre.

Así, la Ciencia Espiritual apunta de manera nada simple, pero sustancialmente correcta, a lo que, es eterno en el hombre en lo que se refiere a la "vida" y a la "muerte". Y podemos decir que la conclusión lógica sobre la muerte y la vida en lo que respecta al ser humano indica de inmediato que en esta individualidad humana también existe la posibilidad de obtener el recuerdo de vidas pasadas. Entonces ya no es necesario decir que las vidas pasadas no sirven de nada si no las recordamos. ¿Sólo nos sirve lo que podemos recordar? Llevamos en nosotros los frutos de vidas pasadas; desarrollamos en nosotros mismos en la vida presente, sin nuestro conocimiento, lo que hemos traído de vidas anteriores; y cuando empezamos a mirar hacia atrás en vidas terrestres anteriores, el recuerdo de ellas está ciertamente allí. Entonces podemos decirnos a nosotros mismos qué bueno fue que en tiempos pasados no pudiéramos recordar hacia atrás. Este recuerdo del pasado sólo puede conseguirse de la manera que he caracterizado en cuanto a sentimientos y sensaciones hacia la vida futura, pero eso no es todo; sólo puede hacerse soportable mediante una actitud del alma como la que se ha descrito. Si se despierta por medios artificiales y si el hombre lleva al mismo tiempo una vida de deseos y apetitos impregnada de egoísmo, entonces su alma y su vida espiritual deben perder su equilibrio y debe desquiciarse. Porque ciertas cosas van juntas y otras se repelen.

Lo que es eterno en el hombre, lo que viene a la vida a través del nacimiento, lo que pasa de la vida a los mundos espirituales a través de la muerte y reaparece en nuevas encarnaciones; y ligado a esto está el hecho de que sólo podemos evolucionar más alto en nuevas encarnaciones si hacemos uso de los frutos de la vida anterior. Hoy he querido señalar las relaciones entre el núcleo del ser humano y estas dos ideas. Si tenemos esto en cuenta, ya no responderemos a la pregunta sobre la naturaleza de la vida y de la muerte: "La naturaleza de la muerte se aprende del cadáver". Más bien diremos: Buscamos en lo más íntimo del ser humano lo que ha de engendrar nueva vida; pero para que la nueva vida pueda nacer, lo viejo debe morir gradualmente y finalmente extinguirse del todo, igual que la planta vieja cuando tiene un año muere, para que la nueva planta pueda tomar vida de ella. Quien observa el mundo de la muerte de esta manera no considerará lo que queda como un cadáver, sino que buscará en cada ser las características de la vida que se trasladan a una nueva vida. Aunque Shakespeare haga decir al sombrío príncipe danés lo que a muchos les parece evidente por los hechos absolutos de la ciencia actual:

El imperioso César, muerto y convertido en arcilla...

podría tapar un agujero para alejar el viento;

Oh, esa tierra, que mantuvo al mundo en vilo,

remendara un muro para expulsar el defecto del invierno.

Si tal observación se aplica al proceso de la muerte, aún nos volveremos, mientras observamos al hombre desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual, al núcleo Espiritual del ser humano que pasa por el nacimiento y la muerte y por una vida siempre nueva. Entonces obtendremos la seguridad, si no seguimos los caminos del Oxígeno, del Carbono y del Nitrógeno, sino que buscamos los caminos de la vida considerando lo que experimenta el núcleo real del ser del Hombre, de que podemos colocar frente a las palabras de Shakespeare este otro punto de vista.


El hombre más humilde de la Tierra

es hijo de la Eternidad,

Y vence en vida siempre nueva

La antigua muerte.

Quien realmente pase por esto, quien aprenda sobre todo a adquirir para sí mismo una retrospección de las vidas anteriores mirando hacia el futuro con ecuanimidad y resignación, verá que las vidas terrenas anteriores no son una mera secuencia lógica, sino que resultan ser una realidad a través de una memoria recién nacida, que es realmente invocada. Para ello, sin embargo, es necesaria una cosa. La posibilidad de mirar al pasado sólo puede adquirirse mediante la ausencia de deseos, la ecuanimidad y la pasividad ante el futuro. En la medida en que estemos preparados para experimentar el futuro en nuestros sentimientos y sensaciones y seamos capaces de excluir a nuestro yo con respecto a la experiencia del futuro, en esa misma medida estaremos en condiciones de mirar al pasado. Cuanto más desarrolla el hombre esta ecuanimidad, tanto más se aproxima al momento en que las vidas terrenas pasadas se harán realidad para él. Así podemos dar la razón a la objeción que se hace a menudo, de que para la vida humana ordinaria no existe el recuerdo. Esta objeción es como si nos trajeran a un niño de cuatro años, con la observación: "Este niño no sabe contar", concluyendo de ello que, en consecuencia, ¡un hombre tampoco sabe contar! A esto sólo se podría responder: "Esperad a que el niño tenga diez años, entonces sabrá contar; por lo tanto, el hombre puede contar". El recuerdo de vidas anteriores es una cuestión de desarrollo. Por eso es necesario que uno aprenda a reflexionar sobre lo que, por la fuerza de la conclusión lógica. se ha tomado como punto de la conferencia de hoy. Entonces se descubrirá que en el hombre puede haber un núcleo espiritual vivo del alma y que lo llevamos a través de la muerte a una nueva vida, como lo hemos llevado a través del nacimiento a esta vida.


Traducido por J.Luelmo feb.2023


GA060-1 Berlín, 20 de octubre de 1910 -La naturaleza de la Ciencia espiritual y su significado para el presente

 

Índice

LA NATURALEZA DE LA CIENCIA ESPIRITUAL Y SU SIGNIFICADO PARA EL PESENTE

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 20 de octubre de 1910


Desde hace varios años, he intentado dar conferencias aquí en este lugar durante los meses de invierno sobre un área que me he permitido llamar ciencia espiritual. También este invierno, en la serie de conferencias que os he anunciado, se dará una imagen de los hechos del mundo espiritual desde este punto de vista. Consideraremos lo que pertenece a las grandes cuestiones de la existencia: la relación entre la vida y la muerte, entre el sueño y la vigilia, entre el alma humana y el alma animal, el espíritu humano y el espíritu animal, y el espíritu en el reino vegetal. Posteriormente se considerará la esencia del desarrollo humano a través de las diferentes épocas, a través de la infancia, la juventud y los últimos años de la vida, la parte de la educación en el carácter principal del ser humano.  La vida espiritual se iluminará volviendo la mirada a las grandes individualidades del desarrollo humano, a Zaratustra, Moisés, Galileo, Goethe. Se intentará mostrar, mediante ejemplos individuales, la relación de lo que se llama ciencia espiritual con la ciencia natural: mediante los ejemplos de la astronomía y la geología. Y luego intentaremos decir lo que se puede decir sobre los enigmas de la vida a partir de las fuentes de la propia ciencia espiritual. Estas reflexiones iban precedidas cada año de una especie de reflexión orientativa, general. También este año seguiremos esta costumbre hablando hoy del significado de la ciencia espiritual, de su esencia y de su relación o -podríamos decir también- de su tarea dentro de las diversas necesidades espirituales del presente.
En el sentido en que aquí se habla de ciencia espiritual, bien puede decirse que la ciencia espiritual sigue siendo algo bastante impopular en amplios sectores de nuestra humanidad. Es cierto que también se habla de "ciencia espiritual" fuera de los puntos de vista que se van a tener en cuenta aquí. Por historia, por ejemplo, se entiende algo que se llama ciencia espiritual, y probablemente también otros campos contemporáneos del saber. Esto debe hacerse aquí en un sentido diferente de aquel en el que solemos hablar de ciencia espiritual. Si hoy se habla de "ciencia espiritual" y se aplica el nombre a la historia, por ejemplo, se admitirá en el caso extremo que, además de lo que está a disposición de la observación humana, de la experiencia sensorial e intelectual, entran en consideración para la historia ciertas grandes tendencias, que se muestran eficaces como fuerzas en la corriente de los acontecimientos mundiales y, por así decirlo, provocan los destinos de los pueblos individuales y de los Estados individuales. También se habla de ideas generales en la historia y en la vida humana. Quien reflexione sobre lo que se quiere decir en tal caso, llegará pronto a la conclusión de que se trata de ideas abstractas, a las que se apela cuando se habla de las fuerzas, de lo esencial, de lo que guía los destinos humanos. Son, en cierto sentido, ideas generales con las que la facultad humana de comprender puede establecer una relación de cognición.
Aquí se habla de ciencia espiritual en otro sentido, en el sentido de que se presupone un mundo como mundo espiritual que es esencial, del mismo modo que el mundo humano es esencial dentro de la existencia física. Se demostrará que cuando la facultad humana de conocimiento va más allá de lo que se presenta a la observación sensorial exterior, a la experiencia del intelecto, y se dirige a las fuerzas rectoras de la existencia del hombre y del mundo en general, no se llega a abstracciones, a conceptos desprovistos de sustancia y poder, sino a algo esencial, a algo que está vivo, lleno de contenido, espiritualmente saturado de existencia, como la esencia del hombre mismo. Hablamos, pues, de un mundo espiritual con existencia real. Y es precisamente por esta razón que la ciencia espiritual no es un tema popular en los círculos más amplios de nuestro empeño espiritual actual. Llamar parlanchines, soñadores o fantasiosos a los que emprenden tales caminos de investigación científico-espiritual es lo de menos. Y todavía hoy es algo común decir que todo lo que se presenta como un método estricto, que se presenta como verdadera cientificidad en este terreno, o quiere pretender serlo, es algo bastante dudoso. 
Los grandes y tremendos progresos han tenido siempre, en todos los tiempos, un gran efecto sugestivo sobre la humanidad, también en lo que se refiere a todo pensamiento, sentimiento y sensación. Y cuando observamos los grandes avances de la vida humana en general en los últimos tiempos, -casi podemos decir en los últimos siglos-, no son en el campo espiritual-científico del que hablaremos aquí, sino más bien en ese campo del que la humanidad actual, -y con razón, como se subrayará dentro de un momento-, está tan orgullosa y en el que aún deposita grandes esperanzas para el ulterior desarrollo de la humanidad en el futuro. Estos avances de los últimos siglos, hasta nuestros días, se han producido en el campo de las ciencias naturales. Cuando se considera lo enorme que es hoy todo lo que se ha ganado no sólo teóricamente en el campo de las ciencias naturales para el conocimiento humano y lo que promete ganarse en el terreno de las ciencias naturales, y cuando se sopesa también el gran significado de estos logros científicos para la vida exterior, entonces hay que decir:  La ventaja, el significado de este progreso científico podía y debía ejercer un poder sugestivo en la mente humana de nuestro tiempo. Pero este poder sugestivo se ha expresado también de otra manera. Si sólo se hubiera manifestado de tal manera que la mente humana sintiera ante todo algo así como una especie de culto mundano hacia estos tremendos avances, ¿Quién podría decir una palabra en contra? Pero este poder sugestivo se ha expresado también en el sentido no sólo de reconocer la importancia de la investigación científica y los progresos que ha traído para nuestra época, sino también en el sentido de fomentar en los círculos más amplios la creencia de que todo el conocimiento de la humanidad sólo puede obtenerse sobre la base de lo que ahora se reconoce como el conocimiento científico. Y como, sobre la base de esta creencia, uno se cree con derecho a llegar a la conclusión de que los métodos científicos espirituales están en contradicción con estos métodos científicos naturales, que es imposible que alguien que se encuentra en terreno científico natural pueda hablar en absoluto de la exploración de un mundo espiritual, en los círculos más amplios está muy extendido el prejuicio de que la ciencia espiritual debe ser rechazada frente a las exigencias argumentadas por la ciencia natural. En este rechazo se nota sobre todo que se está afirmando algo extraordinariamente pesado en el fiel de la balanza.
El método de la ciencia natural, se dice, es aquel cuyos resultados de investigación, cuyos hallazgos pueden ser verificados por cualquier ser humano en cualquier momento, y que en la adquisición de estos hallazgos, de estos resultados de investigación, nada de lo que prevalece en el ser humano subjetivo como sentimiento, simpatía o antipatía, anhelo o deseo puede interferir. Que nada interfiera en la presuposición: a uno le gustaría tener este resultado de una u otra manera; el elemento humano debe ser excluido de la investigación y debe dejarse hablar puramente a la objetividad de las cosas cuando se trata de los resultados de la investigación científica. La ciencia espiritual no puede hacer esta demanda tan fácilmente. Para quienes se formen rápidamente un juicio sobre la validez general de esta exigencia, la razón para rechazar la ciencia espiritual será simplemente que no puede satisfacerla. ¿Por qué? La ciencia natural dispone los objetos de su investigación, de los que habla, en torno al ser humano. Ella parte de lo que se puede poner delante de cada ser humano, de lo que cada ser humano puede pensar con los métodos de la ciencia natural cuando se le pone delante de la cosa. Y aparentemente es bastante indiferente con qué presupuestos el hombre se acerca a lo que se presenta al campo de visión en su entorno. Precisamente esto es lo que se expresa en la exigencia general: El conocimiento científico natural debe ser verificable para todo ser humano en cualquier momento.
En la forma en que la ciencia natural obtiene sus resultados, en la forma en que procede, la verdadera ciencia espiritual no puede proceder en absoluto. En primer lugar, no puede decir: Es necesario que sus resultados puedan ser verificados por todo ser humano en cualquier momento. Pues debe presuponer que estos resultados, estas conclusiones de la investigación, se obtienen por el hecho de que el ser humano no considera su ser interior como algo sólido, como algo cerrado, que no considera su ser subjetivo como algo acabado, sino que se dice a sí mismo: Mi ser subjetivo, toda esta suma de la existencia de mi alma, tal como puedo contraponerla al mundo, no es nada cerrado, nada acabado, puede desarrollarse, la vida anímica puede profundizarse. La vida anímica puede desarrollarse de tal modo que lo que uno encuentra cuando dirige los sentidos al mundo exterior y aplica el intelecto a lo que dicen los sentidos es sólo, por así decirlo, una base para ulteriores experiencias anímicas. Las experiencias ulteriores del alma surgen cuando el alma profundiza en sí misma, trabaja sobre sí misma, cuando considera la aprehensión inmediata de la vida sólo como un punto de partida y luego, a través de fuerzas que al principio yacen latentes en ella pero que pueden ser sacadas a la luz, lucha a lo largo de etapas de la existencia que no pueden ser contempladas de tal manera que pudieran ser verificadas por un ojo externo.
Lo que el investigador espiritual tiene que experimentar en la preparación de sus estudios es una lucha interior del alma, que es completamente independiente de lo que el propio ser humano tiene dentro de sí. Si, por tanto, se exigiera de la ciencia en general que el ser humano no añadiera nada a los resultados que se le presentan externamente, entonces no podría hablarse en absoluto de ciencia espiritual. Pero quien reflexione un poco y se pregunte: ¿Cuál es la parte más importante de las exigencias que se plantean a la ciencia espiritual, - podría decirse a sí mismo que sus resultados son válidos para todo ser humano, que no están sujetos a la arbitrariedad personal de tal o cual individualidad humana, y no sólo tienen un significado para la vida interior de tal o cual ser humano, sino que tienen un significado para todos los seres humanos. 
Eso es lo importante de todo lo científico, que no sólo es válido para aquellos ante quienes se presentan los objetos de la ciencia, sino que, cuando los objetos han sido investigados, ello puede conducir a un conocimiento que pueden ser válidas para todos los seres humanos. 
Si fuera cierto que lo que se ha considerado como el desarrollo del ser humano sólo es subjetivo, que sólo es válido para una u otra persona y que sólo es una creencia personal, entonces no podríamos hablar de ciencia espiritual. Pero este invierno también se nos hará evidente que esta vida interior del ser humano, la lucha del alma a partir de fuerzas que al principio permanecen latentes pero que pueden despertar, puede desplegarse y desarrollarse y conducir al ser humano de experiencia en experiencia, y que esta vida del alma aún puede ascender hasta un estadio en el que sus experiencias tengan una peculiaridad totalmente determinada.
Cuando contemplamos la vida humana tal como se desarrolla en el alma humana, es ante todo una vida muy personal, para uno es de una manera, para otro de otra. Quien tiene una sana autocontemplación podrá tener, por así decirlo, sobre esto o aquello que surge en su alma en simpatía o antipatía, sólo una nota personal. Pero la experiencia interior conduce a un cierto punto en el que el autoconocimiento metódicamente conducido, el autoconocimiento puro no influido por lo personal, debe decirse a sí mismo: lo personal acaba de ser despojado, forma un ámbito especial, pero entonces se llega a un cierto punto en el que para la experiencia interior, para la experiencia suprasensible, cesa la arbitrariedad del mismo modo que cesa cuando uno se enfrenta a estos o aquellos fenómenos sensibles, y en el que tampoco se puede pensar como se quiera, sino que hay que pensar de acuerdo con el objeto. De ese modo, el ser humano entra en una cierta esfera, en un cierto ámbito, en el que toma clara conciencia de que ya no es su subjetividad personal la que habla, sino que ahora hablan seres y fuerzas suprasensibles, para los cuales su individualidad es tan insignificante como lo es para lo que dicen los objetos exteriores de los sentidos. Sin embargo, si queremos afirmar que lo que se dice sobre el mundo espiritual tiene derecho a llevar el nombre de ciencia, debemos adquirir este conocimiento. También este invierno, estas conferencias han de ser la prueba de que las reflexiones sobre el prueba de que el estudio del mundo espiritual puede llamarse ciencia.
Así pues, debemos decir que la ciencia espiritual se basa esencialmente en lo que el alma humana puede investigar cuando ha llegado a un punto en su lucha interior y en su experiencia en el que lo personal ya no tiene voz en las contemplaciones del mundo espiritual, sino que deja que el propio mundo espiritual le diga sus peculiaridades. Cuando se compara la ciencia espiritual con la ciencia natural, algunos dirán quizás: Pero entonces la ciencia espiritual carece de la importante característica de que puede causar una impresión convincente en todas las personas, que por contra sí está presente en la ciencia natural por la razón de que se tiene conciencia en todas partes donde se producen resultados científicos naturales: Aunque no lo hayan investigado ni visto ustedes mismos, si fueran al observatorio o al laboratorio y utilizaran el telescopio y el microscopio, podrían reconocerlo de la misma manera que el que les proporcionó la información. Y podría decirse aún más:  Si, en el camino de la ciencia espiritual, la prueba es puramente interior, y el alma lucha consigo misma hasta decir: ahora no añadas nada de tu personalidad a lo que te dicen los objetos,-sigue siendo una sola lucha. Y a aquel que ha llegado a ciertos resultados de esta manera, o a quien el investigador científico-espiritual comunica estos resultados, habría que decirle: para mí, estos resultados siguen siendo un terreno desconocido. ¡hasta que yo mismo ascienda al mismo punto!
También ésta -como veremos- es una objeción incorrecta. Ciertamente, esta lucha solitaria del alma humana, este descubrimiento de fuerzas adormecidas en el alma humana, es necesario para penetrar en el mundo espiritual, donde éste nos habla objetivamente. Pero el mundo espiritual es así: Cuando se comunican los resultados de la ciencia espiritual, éstos no quedan sin efecto. Lo que sale de un alma humana comprobado por la investigación científico-espiritual como comunicación a otras almas puede ser comprobado de nuevo por cada alma, en cierto sentido, sin embargo, no de tal manera que se pueda ver en el laboratorio lo que el otro ha encontrado>, sino de tal manera que uno pueda verlo. Porque en cada alma vive un sentido imparcial de la verdad, una sana lógica, una sana razonabilidad. Y cuando los resultados de la investigación espiritual se revisten de sana lógica, de aquello que habla a nuestro sano sentido de la verdad, entonces en cada alma, o al menos en cada alma humana imparcial, puede resonar una sintonía con el alma comunicadora. Se puede decir que toda alma está predispuesta en sí misma, aunque todavía no se haya entregado a la marcada lucha solitaria, a absorber mediante una lógica imparcial y mediante un sano sentido de la verdad lo que comunica la ciencia espiritual. Aunque haya que admitir que actualmente, en amplios círculos en los que se hace esto o aquello por la ciencia espiritual, este sano sentido de la verdad y esta sana lógica no prevalecen en todas partes en la recepción de los mensajes de la investigación espiritual, esto es una deficiencia de todo movimiento espiritual. En principio, sin embargo, lo que se ha dicho es bastante correcto. Sí, en principio incluso debe señalarse que debe conducir a error sobre error si se acepta a la ligera y con fe ciega lo que tan a menudo se presenta hoy a la humanidad como ciencia espiritual. Quien realmente se sitúa en el terreno de la ciencia espiritual se siente estrictamente obligado a comunicar lógica y racionalmente lo que tiene que decir, para que pueda ser realmente examinado por un sano sentido de la verdad y por toda lógica. -Así, de un lado, hemos descrito la esencia de la ciencia espiritual mostrando cómo deben encontrarse sus resultados.
Que tal hecho objetivo del espíritu existe, sólo puede ser demostrado por esta ciencia misma. Pero ya hay que llamar la atención sobre el hecho de que esta ciencia conduce a lo que llamamos el contenido real, actual, del mundo espiritual, un contenido que está lleno de esencia viva, igual que el ser humano está él mismo lleno de esencia. Desde este punto de vista, la ciencia espiritual tiene claro que toda la existencia exterior, físico-sensorial, toda la existencia de la que nos hablan los sentidos y la experiencia racional, se basa en última instancia en un mundo espiritual, que el hombre, al igual que todas las demás cosas, ha nacido de este mundo espiritual, se ha desarrollado a partir de él, de modo que detrás del mundo sensorial, detrás de lo que suele llamarse la existencia exterior física, se extiende la región del mundo espiritual. Cuando la ciencia espiritual comienza gradualmente a mostrar a partir de sus observaciones cómo son las cosas en este mundo espiritual, cómo el mundo espiritual subyace a nuestro mundo sensible, entonces en muchos círculos de nuestro tiempo actual comienza la aversión, la antipatía, que se describió al comienzo de la consideración de hoy: En amplios círculos de la actualidad, la ciencia espiritual es algo bastante impopular. Y no es en absoluto difícil comprender que esta ciencia espiritual se encuentre todavía hoy con una tremenda resistencia. Es muy natural y no sólo natural por esa razón, 
Es bastante evidente, y no sólo evidente porque aquello que en cierto sentido, como la ciencia espiritual, está recién incorporado a la vida cultural humana, siempre ha sido tratado con cierta represión, como todos los pequeños y grandes logros de la humanidad; sino porque, en efecto, hay muchas cosas en el círculo de las ideas que el hombre adquiere hoy, por ejemplo, de la observación científica, que precisamente dan lugar a la necesidad de que quien cree situarse enteramente en el terreno de la ciencia natural se encuentre enredado en toda clase de contradicciones cuando oye lo que dice la ciencia espiritual. El que se encuentra sobre el terreno de la ciencia espiritual no duda de que se puedan plantear, con cierto derecho, cientos y cientos de supuestas refutaciones de esta ciencia espiritual. Sólo como un paréntesis, quisiera agregar que en un futuro próximo yo mismo daré dos conferencias en diversos lugares y también aquí, para que se aclare la cuestión planteada, la primera de las cuales será: "¿Cómo se refuta la Teosofía?" y la otra: "¿Cómo se afianza la Teosofía?". Esto se hará sobre una base de prueba, para que pueda demostrarse cómo alguien que se encuentra en el terreno de la ciencia espiritual puede realmente reunir todo lo que puede plantearse en refutación de la ciencia espiritual. Sí, me gustaría decir, incluso más de lo que ya se ha mencionado, que este es el caso, que las refutaciones de la ciencia espiritual, como se suele hablar de refutaciones hoy en día, no son tan difíciles con respecto a sus diversos resultados. Es fácil refutar las investigaciones de la ciencia espiritual.
No quiero comparar directamente estas refutaciones, pero para aclarar lo que quiero decir, quiero enlazar con algo que a menudo llama la atención cuando uno lee obras de ciertos filósofos sobre la filosofía de Hegel. - No quiero hablar aquí de lo que hay de significativo en la filosofía hegeliana, de lo que es verdad y de lo que es error; eso lo dejaremos a un lado. - Habrá pocos entre los que conocen a Hegel que no reconozcan que en Hegel están tratando con un espíritu importante. Ahora bien, hay una frase extraña en los escritos de Hegel que puede, por así decirlo, causar una profunda impresión en aquellos que quieren refutar a Hegel con un corazón ligero. Y esta frase dice: "¡Todo lo que es real es razonable!". Ahora pensemos, uno quisiera decir, ¡qué risa interior debe evocar tal frase en quien gusta de refutar! Que sea grande el filósofo que diga semejante disparate: "¡Todo lo real es razonable!". ¡Basta dirigir una sola mirada al mundo y se verá cuán irrazonable es esta frase! Hay un método sencillo de refutar la corrección de esta proposición, y consiste en que es hacer uno mismo algo estúpidamente estúpido. Pues se puede afirmar que ciertamente no es razonable. El hecho de que una refutación resulte fácil, ¿debe llevar también a tomarla a la ligera y fácilmente como significativa? Esa es otra cuestión, que quizá pueda responderse considerando lo siguiente: ¿Realmente Hegel era tan estúpido -se puede tener la opinión que se quiera de Hegel- que no fue capaz de ver lo que hay en contra de esta proposición como refutación? ¿Debería haber creído realmente que ningún ser humano puede hacer otra cosa que no sea la estupidez? ¿No deberíamos nosotros mismos ser inducidos a considerar en qué sentido Hegel podría haber querido decir esta proposición, y que con tal refutación no acertamos en absoluto a lo que quería decir?
Lo mismo podría ocurrir con muchas cosas en la ciencia espiritual. Para retomar algo concreto: la ciencia espiritual debe presuponer, -esto sólo se puede afirmar hoy-, que lo que reconocemos en el hombre como instrumento del pensar, imaginar, sentir y querer, a saber, el sistema nervioso con el cerebro, está construido a partir de algo espiritual, que cerebro y sistema nervioso son instrumentos de una esencia que no se puede mostrar en el mundo sensorial, sino que debe ser investigada por los métodos caracterizados de la ciencia espiritual. Por tanto, la ciencia espiritual debe retroceder desde lo que la ciencia externa, basada en los fenómenos sensoriales, sabe decir sobre el cerebro y el sistema nervioso, hasta algo que actúa en el ser humano como alma-espiritual en sí, que ya no puede investigarse con los sentidos, que sólo puede investigarse en los caminos interiores del alma. Ahora es realmente un juego de niños refutar lo que la investigación espiritual nos dice sobre algo suprasensible que subyace en el cerebro humano. Ustedes pueden decir: Todo lo que usted está diciendo es en sí mismo sólo un producto del cerebro. Si no lo ve así, observe cómo aumentan las facultades mentales en la secuencia evolutiva. En los animales inferiores las facultades espirituales son todavía bastante imperfectas, en los animales superiores y especialmente en los mamíferos superiores son ya más importantes y más perfectas, y en el hombre parecen más perfectas porque su cerebro ha alcanzado la mayor perfección. Esto demuestra que lo que aparece como vida espiritual nace del cerebro. Y si aún no creen eso, acudan a quien pueda mostrarles cómo, en ciertos casos de enfermedad, ciertas partes del cerebro se vuelven ineficaces y ciertas facultades ya no pueden ser ejercitadas por el hombre, de modo que, por así decirlo, ciertas partes del cerebro se desgastan y la vida espiritual se apaga. ¡Así se ve cómo poco a poco la vida espiritual puede ser erosionada por lo que es un órgano sensorial! ¿Por qué, entonces, seguís hablando de seres espirituales que se supone que están detrás de las cosas sensoriales?
Esta objeción es realmente un juego de niños. Pero que no se hace a partir de resultados científicos, sino de la sugestión, -que para muchos se forma a partir de ciertas teorías científicas-, debe parecernos evidente en la actualidad. Todo esto está relacionado con el hecho de que nuestro tiempo está bajo el poder sugestivo de la idea de que la verdad y el conocimiento sólo pueden obtenerse volviendo los sentidos hacia fuera y encendiendo la mente con lo que se ha obtenido. Aunque, -y esto debe decirse con respecto a la ciencia espiritual-, estos resultados deben hacer que las refutaciones de los resultados de la ciencia espiritual broten desde todos los puntos, puede decirse, sin embargo, que por otra parte hay una profunda necesidad, un profundo anhelo en nuestro tiempo actual de oír algo de aquellas tierras de las que la ciencia espiritual sabe informar. Al mismo tiempo, un profundo anhelo por esto se ha desarrollado y está vivo y consciente en un grupo de personas. En la mayoría de las personas permanece latente, por así decirlo, bajo la superficie de la conciencia, pero aparecerá cada vez más. 
La necesidad de resultados en las ciencias espirituales será cada vez mayor. Este anhelo, esta necesidad de resultados científico-espirituales se produce -podemos decir- como efecto secundario junto a la admiración, la devoción hacia los logros de las ciencias naturales. Precisamente porque los logros de las ciencias naturales deben necesariamente dirigir la mirada del hombre hacia el exterior, se despierta como un contrapunto el anhelo de los resultados de las ciencias espirituales. En este sentido, dentro del desarrollo que ha tenido lugar en el siglo XIX y en nuestro propio siglo XX, hemos llegado a un punto de vista completamente distinto del que tenía la humanidad hace tan sólo un siglo. 
Si se quiere hablar del valor de la investigación científico-espiritual para el presente, es significativo recordar que mentes aún más grandes hace un siglo no sentían la necesidad de hablar de resultados científico-espirituales en la forma en que se debe hacer hoy en el sentido de esta serie de conferencias. Y puesto que las grandes individualidades sólo marcan la pauta de la humanidad, y en cierto sentido sólo expresan lo que es la necesidad de todo el tiempo, es decir, también de las pequeñas individualidades, tal cosa puede presentársenos vívidamente si nos fijamos en las individualidades mayores.
Se puede decir con razón que hace un siglo, una persona como Goethe no sentía la necesidad de hablar de los resultados de la ciencia espiritual, como se hace hoy en día sobre la base de la ciencia espiritual. Cuando se planteaba la cuestión de hablar de algo que está por encima de lo exteriormente sensorial, Goethe, como tantas otras personas, solía alegar que se trataba de una cuestión de fe, pero no de una ciencia estricta. Y que básicamente la comunicación de resultados generalmente válidos difícilmente puede ser muy provechosa si se hace de una persona a otra, también lo ha expresado Goethe a menudo. En el transcurso de un siglo, no sólo hemos progresado tanto en el desarrollo general de la humanidad que Goethe vivió en una época en la que no había telégrafos, teléfonos, ferrocarriles ni perspectivas como las que se ofrecían a los viajes en dirigible; también nos enfrentamos a resultados en términos de desarrollo espiritual que son diferentes a los de la época de Goethe. Esto se puede ver en un caso concreto. Existe una hermosa conversación que Goethe mantuvo con un tal Falk con motivo de la muerte de Wieland. En ella hablaba de los ámbitos de los que debía extraerse un cierto conocimiento de lo que sobrevive más allá del nacimiento y la muerte en el hombre, de lo que no caduca con la envoltura sensorial, de lo que es inmortal en relación con la parte mortal del hombre. La ocasión inmediata de la muerte de Wieland, a quien tenía en tan alta estima, había impulsado a Goethe a expresarse de un modo popular ante alguien como Falk, que le comprendía. Y lo que dijo allí es de lo más significativo cuando llegamos a la cuestión de de la importancia de la ciencia espiritual para el presente. 
" . . . Usted sabe desde hace mucho tiempo que las ideas que carecen de un fundamento firme en el mundo sensorial, por todo su otro valor, no llevan consigo ninguna convicción para mí, porque yo quiero saber, no simplemente suponer y creer, en relación con la naturaleza. En cuanto a la permanencia personal de nuestra alma después de la muerte, he llegado a la conclusión de que no se contradice en absoluto con las observaciones que he hecho durante muchos años sobre la naturaleza nuestra y de todos los seres de la naturaleza; al contrario, incluso surge de ellas con una nueva fuerza concluyente. Cuánto, sin embargo, o cuán poco de esta personalidad, por cierto, merece perdurar, es otra cuestión y un punto que debemos dejar a Dios. Por el momento, sólo señalaré esto primero: Asumo diferentes clases y órdenes de rango de los últimos constituyentes originarios de todos los seres, por así decir de los puntos iniciales de todas las apariencias de la naturaleza, a los que quisiera llamar almas, porque de ellas procede el ensamblaje del todo, o mejor aún mónadas -¡retengamos siempre esta expresión leibniziana! Para expresar la simplicidad del ser más simple, difícilmente podría haber otra mejor.
Ahora bien, algunas de estas mónadas o puntos de partida, como nos demuestra la experiencia, son tan pequeñas, tan insignificantes, que a lo sumo sólo sirven para un servicio y una existencia subordinados; otras, en cambio, son bastante fuertes y poderosas. Estos últimos, por lo tanto, suelen atraer a su círculo todo lo que se les acerca y transformarlo en algo que les pertenece, es decir, en un cuerpo, una planta, un animal, o incluso más arriba, en una estrella. Continúan así hasta que el pequeño o gran mundo, cuya intención reside espiritualmente en ellos, aparece también exteriormente en la carne. Sólo a los últimos los llamaría realmente almas. De esto se deduce que hay mónadas del mundo, almas del mundo, así como hay mónadas hormiga, almas hormiga, y que ambas están relacionadas en su origen, si no completamente una, sin embargo en el ser primordial. Cada sol, cada planeta lleva en sí una intención superior, una misión superior, en virtud de la cual sus desarrollos deben producirse con la misma regularidad y según la misma ley que los desarrollos de un rosal a través de la hoja, el tallo y la copa. Pueden ustedes llamar a esto idea o mónada, como quieran, no tengo nada en contra de ello; basta con que esta intención sea invisible y exista antes que el desarrollo visible a partir de ella en la naturaleza.... existía... "
En cierto sentido, pues, Goethe habla entonces de lo que hablaremos a menudo aquí en estas conferencias: de la reencarnación del alma humana. Y hace la observación: después de todo lo que él se había formado como visión del mundo humano, del mundo animal, etc., tal visión no contradiría lo que él había construido como ciencia. 
Es fácil pensar en lo que significa tal afirmación en boca de Goethe cuando se recuerda que en 1784 Goethe había hecho un descubrimiento que por sí solo habría bastado para preservar su nombre hasta los confines del tiempo, aunque no hubiera hecho nada más: el descubrimiento del llamado hueso intermaxilar en el maxilar superior del hombre. Existe un hueso intermaxilar en el maxilar superior de los humanos, al igual que en los animales. Esto se negaba en la época en que Goethe entró en el campo de las ciencias naturales. Cuando se trataba de distinguir entre el ser humano y los animales, sólo se buscaban rasgos distintivos externos y se pensaba que los animales tenían un hueso intermedio en el maxilar superior, y que éste no estaba presente en el ser humano. Esto es lo que distingue al ser humano de la organización animal. Goethe no quería admitirlo, no podía creer que la diferencia entre el hombre y el animal se encontrara en esta cualidad subordinada, y se esforzó mucho por demostrar que lo que se llama hueso intermaxilar crece en el hombre poco después del nacimiento, pero que, sin embargo, está presente en la disposición y no está ausente en el hombre. Realmente había conseguido demostrar que la diferencia entre el hombre y el animal no residía en algo tan externo.
Desde este punto de partida, Goethe se adentró en todos los ámbitos de las ciencias naturales y, por tanto, conocía bien el pensamiento científico de su época. De hecho, se adelantó tanto a su tiempo que los darwinistas que han querido reinterpretar a Goethe en el sentido de Darwin pueden afirmar hoy en día: Goethe fue un precursor de Darwin. Aunque Goethe estuviera tan arraigado en la ciencia de su época y fuera más allá de ella, podía sin embargo decir que lo que se había formado como visión de la parte inmortal del hombre, lo que aludía a la reencarnación, era totalmente compatible con sus ideas científicas. Y lo que Goethe podía decir en aquel tiempo, básicamente podía decirlo cualquier ser humano. En la misma situación se encontraban otros investigadores que pretendían conocer la vida de forma científica. Es característico que en el terreno de Haeckel se haga referencia a una gran hazaña de Kant, a la fundamentación de la concepción mecánica del mundo por Kant, y se señale la obra de Kant "Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des Himmels oder Versuch von der Verfassung und dem mechanischen Ursprünge des ganzen Weltgebäudes", escrita en 1775. Basta con coger el librito de Reclam, echar un vistazo a la conclusión y preguntarse: ¿Cómo se relacionan con Kant los que se apoyan en el mero haeckelismo cuando habla de la inmortalidad del alma humana, cuando él habla de los grandes misterios del alma humana, de la perspectiva que ofrece la habitabilidad de otros cuerpos celestes y la supervivencia del alma humana en otros planetas? ¿Qué piensan tales seguidores de Haeckel de la posibilidad de una reincorporación del hombre, tal como aparece en este escrito de Kant publicado en 1775? ¡Hoy se refieren a las cosas de tal manera que uno tendría que asombrarse si los que citan a Kant hubieran leído realmente estas cosas!
Las cosas ya son diferentes en el presente de lo que eran hace un siglo o siglo y medio. En aquella época, la gente hablaba de las cosas de la vida espiritual de una manera que no tenía nada que ver con la ciencia, porque sentían que hablaban de algo que no estaba en contradicción con lo que la ciencia podía afirmar. Cualquiera que esté expuesto a la ciencia del cambio de los siglos XVIII y XIX siente, si sólo absorbe la ciencia a través de descripciones populares, que podría hablar como Goethe: Las convicciones que me he formado sobre una vida espiritual, aunque sólo sean una creencia personal, no contradicen en absoluto lo que hoy se ofrece como ciencia.
Las cosas han cambiado y ahora son muy difíciles para la ciencia. Hay que recordar que después de la muerte de Goethe se produjeron los grandes descubrimientos de
Schieiden y Schwann sobre la célula humana y animal, y que por primera vez se presentó a los sentidos un organismo elemental. ¡Qué necesidad hay de hablar de "vida en otros cuerpos celestes" y demás, cuando se puede ver cómo se construyen los cuerpos de un animal o de una planta mediante la interacción de células puramente materiales, sensuales! Luego vinieron los otros tremendos logros. Basta pensar en la impresión que causó en el pensamiento humano el que Kirchhoff y Bunsen aportaran el análisis espectral, que amplió la visión del hombre sobre mundos distantes, y donde se pudo llegar a la conclusión de que la existencia material que encontramos en la tierra es la misma también en los cuerpos del mundo más distantes, de modo que era lícito hablar de una unidad de sustancia en toda la existencia del mundo. Y cada día aumenta lo que podemos encontrar en este campo. Podría señalar cientos y cientos de cosas de este tipo que han tenido un efecto revolucionario, no en el mundo de los hechos, sino en la manera en que la gente se imagina las cosas, de modo que tuvo que surgir la convicción de que no se tiene derecho a hablar de otra manera que no sea así frente a lo que ofrece el método científico: Esperen y vean lo que la investigación científica tiene que decirles sobre las causas de la vida, sobre el origen de la vida espiritual a partir de la actividad cerebral, ¡y no hablen de manera fantástica de un mundo espiritual que supuestamente subyace a todo esto! ¡Subyacente a todo esto! - Todo esto es demasiado fácil de comprender. 
Por tanto, para la persuasión humana, la visión de lo científico natural ha cambiado. En este sentido, Goethe es verdaderamente un predecesor de Darwin. Pero sin embargo, de acuerdo con el espíritu de su época, pasó de sus investigaciones científicas, del desarrollo de los seres vivos de lo imperfecto a lo perfecto, a una visión del mundo puramente espiritual, que busca en definitiva lo suprasensible, lo espiritual detrás de todo lo sensorial. Quienes proceden del mismo modo en nuestra época creen que los resultados de la ciencia natural les impulsan a detenerse en lo que se supone que son estos resultados de la ciencia natural, y que todo lo espiritual surge como del fondo sensorio. Hoy el hombre no podría decir del mismo modo que hace un siglo que lo que sabe o cree saber o ha adquirido por su convicción personal de fe sobre el mundo suprasensible no contradice los resultados de la ciencia natural, sino que parece que debe contradecirlos mucho. Y no sólo le parece así a tal o cual serio y digno investigador de la verdad y aspirante a ser humano.
Si es así, debemos decir que, para nuestro tiempo actual, el poder de convicción, las razones de convicción que podían esgrimirse hace un siglo o incluso más tarde sin contradecir los resultados científicos externos, ya no son directamente decisivas. Hoy se necesitan impulsos de más peso para sostener lo que se dice sobre el mundo suprasensible frente a los estrictos resultados científicos de la ciencia. Lo que consideramos que estamos autorizados a creer sobre el mundo espiritual, debemos poder revestirlo de la misma manera, ganarlo de la misma forma objetiva, como se pueden ganar los resultados de la ciencia natural, -sólo que sobre un terreno diferente. Sólo una ciencia espiritual que trabaje con la misma lógica, con el mismo sano sentido de la verdad que la ciencia natural, puede sentirse capaz de estar codo con codo con la enormemente avanzada ciencia natural. Cuando se tiene esto en cuenta, se comprende en qué sentido la ciencia espiritual se ha convertido en una necesidad para nuestro presente. También se comprende que esta ciencia espiritual sólo puede satisfacer los anhelos de los que se ha hablado. Y estos anhelos están presentes porque muchas almas humanas se ven afectadas inconscientemente por lo que se acaba de describir - especialmente entre los mejores buscadores de la verdad y en un campo en el que ni siquiera se piensa en ello - cuando se afirma cómo el impulso humano por el conocimiento se esfuerza por salir de lo que siempre había que decir en el campo científico en el pasado.
Ciertamente, el campo matemático, el campo de la geometría, parece ser uno en el que lo que se adquiere parece seguro en su aplicación al mundo sensorial. ¿Quién podría, por así decirlo, creer a pies juntillas que alguien podría afirmar que lo que el mundo tiene que decir sobre las matemáticas, sobre la geometría, podría de alguna manera ser cuestionado? Y, sin embargo, es característico que en el transcurso del siglo XIX haya habido espíritus que, puramente matemáticos, a través de investigaciones estrictamente matemáticas, se hayan elevado a pensar geometrías, matemáticas, que no tienen validez dentro de nuestro mundo sensible, pero que tienen validez para mundos muy distintos. Entonces pensamos: ¡ha habido espíritus estrictamente matemáticos que han sentido que podían ir más allá de lo que hasta ahora existía como matemáticas y geometría en el campo del mundo sensorial, podían inventar una geometría que se aplica a un mundo sensorial completamente diferente! Y no hay una, sino varias geometrías de este tipo. Las personas con formación matemática saben algo de nombres como Riemann, Lobachevsky o Bolyai. No queremos entrar aquí en detalles, porque lo que nos importa es que la cognición humana podría llegar a ser algo así. - Por ejemplo, hay geometrías que no reconocen la proposición: Los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados, sino para las cuales los triángulos tienen una propiedad muy distinta, de modo que, por ejemplo, los tres ángulos de un triángulo son siempre menores que 180 grados.  U otro caso: para nuestra geometría euclidiana, sólo se puede trazar una paralela por un punto a una recta dada. Se han ideado geometrías en las que se puede trazar un número infinito de paralelas entre un punto y otra recta. Esto significa que ha habido espíritus que se han visto impulsados no sólo a delirar sobre otros mundos, ¡sino incluso a idear geometrías para ellos! Esto habla con fuerza del hecho de que incluso en las cabezas de los matemáticos existía el anhelo de ir más allá de lo que hay en el mundo que nos rodea inmediatamente.
Sólo hay que decir una cosa sobre el hecho de que nuestro tiempo necesita algo que se puede obtener de la ciencia espiritual. Se nos hará evidente que, de hecho, el propio hombre, en lo que se refiere a su esencia anímica espiritual, aparece una y otra vez en vidas renovadas en nuestra Tierra. Que lo que se llama reencarnación es un hecho similar en la esfera de lo anímico-espiritual a lo que es para el reino animal, la teoría del desarrollo o de la evolución en un nivel subordinado. Que el alma humana evoluciona a través de encarnaciones que ha experimentado durante pasados distantes, y vivirá a través de las que experimentará en encarnaciones futuras distantes. Ciertamente, es precisamente contra tales cosas contra las que el arte de la refutación girará todavía mucho en el presente. Pero puede decirse que el presente tiene una profunda necesidad de tales resultados, que están relacionados con aquello a través de lo cual el hombre puede orientarse acerca de su destino, de toda su situación en relación con el mundo exterior.
Hace poco que el hombre ha empezado a situarse correctamente como ser histórico en el desarrollo del mundo. Esto se ha conseguido a través de los medios externos de la educación. Pensemos en el limitado campo de visión de la humanidad en los siglos XIV y XV, antes de que el arte de la imprenta difundiera los medios de educación. Esto significaba que el corazón humano aún no se había enfrentado a cuestiones como: ¿Cómo puede nuestra alma afrontar con satisfacción lo que reconocemos como progreso histórico? He aquí el origen de una pregunta que ya se ha convertido en una cuestión del corazón para muchas personas hoy en día. El progreso histórico nos muestra que logros siempre nuevos, que son también de valor para el desarrollo interior de la propia alma, que hechos nuevos y siempre nuevos entran en la corriente del avance de la humanidad. El hombre debe preguntarse: ¿Cuál es el estado del hombre en lo más íntimo de su ser? ¿Estaban los seres humanos del pasado condenados a vivir sus vidas en una existencia aburrida y a no participar en los productos de desarrollo del progreso posterior? ¿Cuál es entonces la parte del ser humano en los sucesivos desarrollos de la raza humana?
Esta puede ser una pregunta a la que se podrían plantear muchas objeciones, pero aquí sólo hablaremos del hecho de que la pregunta, el enigma, surge de un sentimiento profundo del alma humana: ¿Es posible que viva hoy un alma humana que, por estar encerrada su vida entre el nacimiento y la muerte, no puede asimilar logros que sólo se imprimirán en la corriente del desarrollo humano en el futuro? 
Esta cuestión asume una importancia fundamental para quienes profesan el cristianismo. Quien se sitúa en el terreno de un cristianismo purificado distingue en el desarrollo de la humanidad la época precristiana de la post-cristiana y habla de que a partir del acontecimiento de Cristo emanó una corriente de vida espiritual nueva, que antes no existía para la humanidad terrena. Para tal hombre debe surgir la pregunta: ¿Qué hay de las almas que vivieron antes del acontecimiento de Cristo, antes de la proclamación de lo que emanó del acontecimiento de Cristo?
El hombre puede hacerse esa pregunta. La ciencia espiritual la responde no sólo teóricamente, sino de tal manera que también le resulta satisfactoria, al mostrar que las mismas personas que asimilaron los logros de la era precristiana en el tiempo anterior al acontecimiento Crístico se reencarnarán después de que haya comenzado la corriente del desarrollo cristiano, de modo que nadie puede ser privado de lo que entra en la cultura. Así pues, para la ciencia espiritual, de la historia surge algo que no son meras ideas generales abstractas que se supone que atraviesan fría y abstractamente como fuerzas rígidas la corriente de la humanidad, sino que la ciencia espiritual habla de la historia como algo en lo que el hombre con su ser más íntimo está implicado en todas partes. Y puesto que el horizonte humano se ha ampliado a través de los medios modernos de educación, esta cuestión se plantea ahora en un sentido muy diferente del que tenía, digamos, hace un siglo, cuando el círculo de visión de la gente era más limitado. Existe un deseo de respuesta que sólo puede satisfacerse a través de la ciencia espiritual.
Si tomamos todo esto en consideración, -y podríamos seguir así durante horas y citar muchas cosas que hablan a favor del hecho de que la ciencia espiritual es importante para el presente porque el presente debe estar muy necesitado de sus resultados-, entonces nos haremos una idea de la importancia de la ciencia espiritual para el presente. Y todas las conferencias que se darán aquí en el transcurso de este invierno sólo pretenden reunir material de los más diversos ámbitos para mostrar los resultados de la ciencia espiritual y su importancia para la vida humana, así como para la satisfacción de las necesidades más elevadas del ser humano en general.
Sólo hay que decir esto para concluir: una de las objeciones más comunes contra la ciencia espiritual hoy en día, aunque sólo sea a partir de un eslogan, es que se dice que la ciencia natural ha conseguido felizmente explicar el mundo monísticamente a partir de un principio unificado dado por los métodos de la ciencia natural. Y casi se ha convertido en una palabra que despierta antipatía en mucha gente, ¡que la ciencia espiritual vuelva ahora y establezca un dualismo en oposición a este monismo epistemológicamente tan beneficioso! Hay mucho pecado en tales consignas. ¿Se rompe ya el principio de explicar el universo de forma unificada por el hecho de que en el universo interactúan dos corrientes, una de las cuales procede del exterior y la otra del interior y se reúne en el alma?  ¿No es de suponer que lo que se acerca al alma desde dos lados -a saber, desde la experiencia sensorial por un lado y desde la investigación científico-espiritual por otro- se funda, sin embargo, en una existencia unificada y sólo se muestra para la concepción humana al principio en dos corrientes? ¿Debe tomarse el monismo muy superficialmente? Si éste fuera el caso, que el principio monista quedaría así roto, entonces alguien sólo podría afirmar inmediatamente que el principio monista también está roto cuando admite que el agua está formada por hidrógeno y oxígeno. No obstante, el hidrógeno y el oxígeno pueden tener un origen unitario, aunque se unan en lo que llamamos agua. Del mismo modo, los mundos sensorial y suprasensorial pueden tener un origen único, aunque los hechos de la ciencia natural y de la ciencia espiritual nos obliguen a decir: En el alma del hombre se unen dos corrientes, una de las cuales procede del lado sensorial y la otra del lado espiritual. Entonces es verdad que uno no puede mostrar inmediatamente la unidad, el monon, pero esto no contradice la visión de un mundo monista. De esta manera, lo que se muestra desde dos lados sólo alcanza el poder de la plena realidad cuando lo reconocemos como compuesto de las dos corrientes.  Si dirigimos nuestra mirada al mundo exterior, vemos, a través de la disposición de nuestros sentidos y de nuestro intelecto, una imagen del mundo que no nos muestra aquello de lo que nace: el espíritu. Si seguimos los caminos de la investigación científico-espiritual y experimentamos el ascenso en el alma, encontramos el espíritu. Y es en el alma donde el espíritu y la sustancia se encuentran. Es en la unión del espíritu y la sustancia dentro de nuestra alma donde ¡yace la verdadera realidad espiritual, llena de espíritu y sustancia! 
Así, tal vez, lo que se ha dicho ahora pueda resumirse en palabras que, en forma poética, digan lo mismo que han sentido en todo momento todos los que se han esforzado desprejuiciadamente por llegar a comprender el espíritu y la sustancia. La ciencia espiritual en relación con con la ciencia natural nos enseña a reconocer que es verdad:
Los sentidos humanos son presionados
Desde las profundidades del mundo
Con la rica abundancia de lo material.
Fluyendo hacia las profundidades del alma
Desde las alturas del mundo
La palabra clarificadora del espíritu.
Ambos se unen dentro del ser humano
A la realidad llena de sabiduría.
Tarducido por J.Luelmo feb.2023