GA099- IX Munich 2 de Junio de 1907. -Evolución Planetaria I

   Índice

GA99

RUDOLF STEINER

Evolución Planetaria I

Munich 2 de Junio de 1907.

IX conferencia, 

Para comprender la evolución de la humanidad a través de las tres incorporaciones anteriores a la terrestre, las de Saturno, Sol, Luna, lo más adecuado será contemplar una vez más los estados del ser humano de sueño y ensueño. Cuando el hombre duerme, el vidente percibe el cuerpo astral y encerrado en el mismo el yo, como suspendidos sobre el cuerpo físico. El cuerpo astral está entonces fuera del cuerpo físico y el etéreo, pero permanece ligado con ellos. En cierto modo hace fluir corrientes hacia el cuerpo universal del cosmos, y al mismo tiempo está sumergido en el mismo, de modo que en el hombre que está dormido tenemos los cuerpos físico, etéreo y astral, pero este último extiende tentáculos hacia la corporalidad astral universal.

Si nos imaginamos este estado como permanente; si en este plano físico sólo se encontrasen hombres con el cuerpo físico impregnado por el cuerpo etéreo y suspendida sobre ellos un alma astral con el yo, esto sería el estado en que la humanidad se hallaba en la Luna, sólo que entonces el cuerpo astral no estaba muy separado del cuerpo físico, sino que estaba sumergido en el cuerpo físico con la misma fuerza con que se extendía en el cosmos. En cambio, si nos imaginamos el estado enteramente así como ahora reina durante el sueño, pero de tal manera que ni siquiera existe la posibilidad del ensueño, esto sería el estado en que la humanidad estaba en el Sol. Y si ahora nos imaginamos al hombre muerto, de modo que su cuerpo etéreo, unido con el cuerpo astral y el yo, también está desprendido, pero en forma tal que la ligación no está totalmente cortada, sino que lo que está fuera, en el seno de la masa cósmica circundante, irradia hacia adentro de la corporeidad física, obrando sobre ella, esto era el estado en que la humanidad se hallaba en Saturno. Abajo el globo saturnal únicamente contenía lo perteneciente a la corporeidad humana puramente física, envuelta, por así decirlo, en una atmósfera etéreo-astral, en cuyo seno se encontraban los yoes.

El ser humano efectivamente ya existió en Saturno, pero con una conciencia muy, muy opaca. La tarea de esas almas consistía en mantener activo lo que allí abajo formaba parte de ellas; desde arriba influían sobre su cuerpo físico. Así como el caracol

elabora su concha, dichas almas actuaban desde afuera como mediante un instrumento para la formación de los órganos físicos. Vamos a describir el aspecto de aquello sobre lo cual las almas influían desde arriba; y un poco tenemos que describir lo físico de Saturno y las condiciones en general de Saturno. Ya les he dicho que en la corporeidad física fueron elaborados los gérmenes de los órganos sensorios. En la superficie de Saturno las almas influían sobre lo que en el hombre vivía como germen sensorio. Ellas realmente se encontraban en el espacio cósmico alrededor de Saturno; y abajo estaba su lugar de obrar, donde ellas elaboraban los modelos típicos para ojos y oídos y otros órganos sensorios.

¿De qué consistía la calidad fundamental de la masa de Saturno? Es difícil de definirla, puesto que en el lenguaje corriente cuesta encontrar el término adecuado. Las palabras del lenguaje común están totalmente materializadas; sólo corresponden al plano físico. No obstante, hay una palabra que sirve para expresar el trabajo fino que allí se ejecutó. Se puede caracterizarlo mediante la expresión: reflejarse. La masa de Saturno tenía en todas sus partes la propiedad de reflejar lo que de afuera se le acercaba como luz, como sonido, olor, sabor. Todo se reflejaba, y este hecho en cierto modo se percibía como un reflejarse en el espejo de Saturno. Esto sólo se puede comparar con que, al mirar en el ojo del prójimo, se nos mira a nosotros, desde el mismo, nuestra propia imagen. De este modo se percibían a sí mismas todas las almas de los seres humanos, pero no solamente como imagen en colores, sino que ellas se saboreaban, percibían sus olores tenían de sí mismas una determinada sensación de calor. En esta forma Saturno era un planeta reflectante. Las almas que vivían en la atmósfera echaban en aquel sus naturalezas, y de las imágenes que así se formaban se generaban los gérmenes de los órganos sensorios, pues las imágenes ejercían un efecto creador. Quien se imagina hallarse ante un espejo en el cual se refleja la propia imagen, y que ésta empiece a obrar, porque no es una imagen muerta como en el caso de un espejo inánime como los de ahora, entonces tiene ante sí la actividad creadora de Saturno, la forma de cómo los hombres vivían en Saturno y hacían su trabajo.

Lo descrito tenía lugar abajo en el globo de Saturno; arriba las almas tenían la apagada conciencia en trance, a la que en la conferencia anterior me he referido. No sabían nada del reflejo, sino que solamente lo producían. En la apagada conciencia de trance tenían en sí todo el universo cósmico, y así su ser reflejaba todo el universo cósmico. Ellas mismas se encontraban en el seno de una substancia elemental espiritual. No eran independientes, sino tan sólo una parte integrante de la espiritualidad circundante de Saturno. Debido a ello no eran capaces de percibir espiritualmente. Espíritus superiores percibían por su intermedio. Eran los órganos de los Espíritus que en el período saturnal percibían.

Un gran número de Espíritus superiores se encontraban en torno de Saturno. Todo lo que el esoterismo cristiano ha llamado mensajeros de la Divinidad, Ángeles, Arcángeles, Principados, potencias reveladoras, pertenecía a la atmósfera de Saturno. Así como la mano forma parte del organismo, así también las almas pertenecían a dichas entidades, y así como la mano no tiene una conciencia por sí misma, así tampoco tenían aquellas una conciencia propia. Ellas obraban por influjo de la conciencia de Espíritus superiores, esto es, de la conciencia superior del universo, y de este modo configuraban las imágenes de sus órganos sensorios, imágenes que después llegaban a ser creadoras, e igualmente estructuraban la masa de Saturno. A ésta no hay que imaginársela tan densa como la actual masa de la carne humana. El estado más denso de Saturno que por último pudo alcanzar, no tuvo ni la densidad del aire físico de ahora. Saturno llegó a ser físico, pero sólo alcanzó la densidad que ahora se llama la densidad del fuego, del calor, al que la física del presente ya no considera como substancia. Pero para el ocultista el calor es una substancia más sutil que los gases, la que posee la propiedad de expandirse cada vez más. Y debido a que Saturno consistía de tal substancia, tenía la propiedad de dilatarse desde su interior, irradiarlo todo, reflejar. Tal cuerpo lo irradia todo, no tiene el deseo de retenerlo en sí.

Con todo, Saturno no fue una masa homogénea, sino de tal carácter que dentro de la misma se hubiera podido notar una diferenciación, una configuración. Más tarde los órganos e redondearon, adquiriendo el aspecto de células globulares; sólo que las células de ahora son diminutas, mientras que aquéllas eran formas esféricas grandes, similares a las de la mora, o zarzamora.

En Saturno no se hubiera podido percibir, pues todo reflejo irradiaba hacia afuera toda la luz que le llegaba. Dentro de la masa de Saturno reinaba absoluta obscuridad. Únicamente hacia el fin de su evolución Saturno despedía algún resplandor. En la atmósfera circundante de la masa de Saturno había cierto número de seres. La preparación de los gérmenes de los órganos sensorios no la hacía el hombre por sí solo, ya que la evolución del alma del hombre aún no había llegado a tal punto que hubiera podido obrar sola. Obraba juntamente con otras entidades espirituales -expresado de un modo trivial- bajo la dirección de ellas.

Determinadas entidades que en el período saturnal habían alcanzado el grado evolutivo del hombre, obraban entonces tan independientemente como el hombre de nuestro tiempo trabaja.

Ellas no podían tener la configuración del hombre actual, puesto que el calor fue la única substancia de Saturno. Pero en cuanto a su inteligencia y su conciencia del yo se hallaban en el nivel del hombre de ahora, sin que hubieran podido formar un cuerpo físico, un cerebro. Considerémoslas algo más concretamente.

El hombre del presente está constituido por cuatro principios: el cuerpo físico, el etéreo, el astral y el yo; además, preformado en el yo, el Yo espiritual, el Espíritu vital y el Hombre-Espíritu: Manas, Buddhi, Atma. La corporalidad física es el principio inferior, si bien considerándolo por sí solo, el más perfecto de nuestro planeta Tierra; le sigue el cuerpo etéreo, después el cuerpo astral y el yo. Pero también hay seres que no tienen cuerpo físico y cuyo principio inferior es el cuerpo etéreo. Ellos no tienen necesidad de un cuerpo físico para obrar en nuestro mundo sensible; en su lugar tienen un principio por encima del séptimo humano. Otras entidades tienen el cuerpo astral como principio inferior, y correspondientemente un noveno principio. Además hay entidades cuyo principio inferior es el yo y un décimo principio como el más alto. Considerando las entidades cuyo principio inferior es el yo, resulta que ellas se constituyen por el yo, el Yo espiritual, Espíritu vital y Hombre Espíritu, y después el octavo, noveno y décimo principio, o sea, lo que el esoterismo cristiano llama: Espíritu Santo, Hijo o Verbo, Padre.

En la literatura teosófica se acostumbra llamarlos los tres Logoi.

Las entidades cuyo principio inferior es el yo, fueron precisamente aquellas que entran en consideración para nuestra contemplación de la evolución saturnal. Se hallaban entonces en el nivel evolutivo en que ahora está el ser humano. Podían obrar mediante su yo bajo condiciones totalmente distintas, como las he caracterizado. Eran los precursores de nuestra humanidad del presente, los hombres de Saturno. Mediante su yoidad, su naturaleza más exterior, irradiaban hacia la superficie de Saturno. Ellas fueron quienes implantaban su yoidad en la corporalidad física que se formaba en la superficie de Saturno. Ellas velaban por la preparación del cuerpo físico de tal manera que más tarde el mismo pudiera llegar a ser el portador del yo. Únicamente un cuerpo físico como el que ahora se nos presenta, con pies, manos y cabeza, como asimismo los órganos sensorios, pudo hacerse portador del yo en el cuarto escalón, la Tierra. Para ello se le debió implantar el germen en Saturno. A esos seres de un yo, en Saturno, también se los llama Espíritus del Egoísmo. (A estos Espíritus se los llama en la "Ciencia

Oculta" Espíritus de la Personalidad, Principados)

Egoísmo es una palabra de doble aspecto: de aspecto sublime y de despreciable. Si en Saturno y en los posteriores estados planetarios no se hubiera implantado, siempre de nuevo, la naturaleza del egoísmo, el hombre no hubiera alcanzado jamás el grado de un ser independiente, capaz de decir "yo" a sí mismo. A la corporeidad humana ya desde Saturno se le ha inculcado la suma de la fuerza que le da el sello de un ser independiente y que le separa de todos los demás seres. Para este fin tuvieron que obrar los Espíritus del Egoísmo, los Asuras. Entre ellos existen dos categorías, sin contar matices insignificantes. Una de las mismas es la que ha desarrollado el egoísmo de un modo noble, independiente y que se ha elevado a grados evolutivos cada vez más altos del sentido de libertad: la independencia sublime del egoísmo. Estos Espíritus condujeron a la humanidad a través de todos los posteriores períodos planetarios; se convirtieron en los educadores del hombre a la independencia.

Pero en cada período planetario también hay Espíritus que han quedado retrasados en su evolución, que permanecieron estacionarios y no quisieron seguir progresando. Esto nos hará conocer una ley: si lo supremo cae, si comete el "gran pecado" de no seguir con la evolución, llega a ser precisamente lo peor.

Por el decaimiento el noble sentido de libertad se ha pervertido en lo opuesto. Son los Espíritus de la tentación, los que apenas entran en consideración y que inducen al egoísmo más condenable. Hasta en el presente están en el mundo circundante, dichos Espíritus malos de Saturno. Todo lo malo recibe su fuerza de los mismos.

Al haber concluido su evolución, cada uno de los planetas vuelve al estado espiritual y, por así decirlo, ya no existe, pues pasa por un estado de sueño, para salir del mismo más tarde.

También Saturno. Su próxima incorporación es el Sol, aquel Sol que se nos presentaría si mezcláramos como en un gran recipiente todo lo existente en el Sol, la Luna y la Tierra de ahora, juntamente con todos los seres terrestres y espirituales. Lo que caracteriza la evolución solar reside en que el cuerpo etéreo penetró en el cuerpo físico del hombre previamente preparado. La corporeidad del Sol es más densa que la de Saturno, la podemos comparar con la densidad del aire del presente. En el Sol la corporalidad física humana, el cuerpo propio al que el hombre se formó, resultó impregnado del cuerpo etéreo. El ser humano mismo pertenecía a un cuerpo aéreo, de un modo similar a como en Saturno a un cuerpo de calor. El cuerpo etéreo ya se encontraba abajo, pero en la atmósfera del Sol se hallaba el cuerpo astral con el yo, insertado en el gran cuerpo astral general del Sol y de allí influía hacia abajo, sobre el cuerpo físico y el etéreo, análogamente a como ahora durante el sueño, cuando el cuerpo astral está afuera y obra sobre el cuerpo físico y el etéreo. Así el ser humano preparaba los gérmenes de todo lo que en nuestro tiempo son los órganos del crecimiento, de la digestión y la procreación, y transformaba los gérmenes de los órganos sensorios, preparados en Saturno; algunos mantenían su carácter, otros se transformaban en glándulas y órganos del crecimiento. Todos los órganos del crecimiento y la procreación son órganos sensorios transformados, acogidos en el cuerpo etéreo.

Si se compara el cuerpo del Sol con Saturno, se nota cierta diferencia. Saturno todavía tenía el carácter de una superficie reflectora, reflejaba irradiando todo lo que recibía de sabor, olor, todas las percepciones sensorias. En el Sol era distinto, mientras que Saturno reflejaba directamente todo, sin apoderarse del mismo, el Sol se compenetraba de lo recibido y después lo irradiaba. Esto se debía a que tenía un cuerpo etéreo. Su cuerpo, penetrado del cuerpo etéreo, hacía lo mismo que ahora la planta hace con la luz del Sol: la recibe, se compenetra de ella y después la devuelve. Si se pone la planta en un lugar obscuro, pierde su color y se marchita. Sin luz no existiría la clorofila. En el Sol nuestro propio cuerpo se impregnaba con luz, pero también con otros ingredientes; y así como la planta devuelve la luz, después de haberse fortalecido mediante ella, el Sol de aquel período la reflejaba, después de haberla transformado. Pero se impregnaba no solamente con la luz, sino también con el sabor, olor, calor, con todo, y después lo irradiaba hacia afuera.

Por lo tanto nuestro propio cuerpo se hallaba en el Sol en el estado de los vegetales. No tenía el aspecto de una planta en el sentido actual, pues ésta no se generó sino en la Tierra. Lo que ahora tenemos en el interior de nuestro organismo, esto es, las glándulas, nuestros órganos del crecimiento y de la procreación, existía en el Sol tal como ahora en la Tierra las montañas y rocas. Transformábamos aquello como hoy se cultiva y se trabaja en una huerta. El Sol irradiaba reflejando el contenido del universo, resplandecía en los colores más hermosos. Del Sol emanaban sonidos maravillosos, un aroma delicioso. El Sol antiguo fue un ser maravilloso en el universo. Los hombres trabajaban en el Sol para desenvolver su propia corporeidad de un modo análogo a como ciertos seres, por ejemplo los corales, trabajan de afuera para la formación de su estructura. Esto se realizaba bajo la dirección de seres superiores, los que existían en la atmósfera del Sol.

Tenemos que hablar especialmente sobre una categoría de dichos seres, o sea, sobre los que en aquel período se encontraban en el nivel evolutivo en que ahora está el hombre. En Saturno existían los Espíritus del Egoísmo que implantaban el sentido de la libertad y el sentido de la independencia. Espíritus que entonces estaban en el nivel evolutivo del ser humano.

En el Sol había otros seres en este último nivel, seres cuyo principio inferior no era el yo, sino el cuerpo astral. Se constituían por el cuerpo astral, el yo, el Yo espiritual, el Espíritu vital y el Hombre Espíritu, además el octavo principio, al que el esoterismo cristiano llama Espíritu Santo, y finalmente como el noveno principio, el Hijo, el "Verbo" en el sentido del Evangelio de San Juan. Aún no poseían el décimo principio en su lugar tenían hacia abajo el cuerpo astral. Estos Espíritus obraban en el Sol, dirigiendo todo el trabajo astral. Del hombre de ahora se diferencian por el hecho de que este último respira aire, puesto que el aire forma la atmósfera de la Tierra. En cambio, aquellos Espíritus respiraban calor o fuego.

El Sol mismo era entonces algo así como una masa de aire. A su derredor se encontraba la substancialidad que antes había constituido Saturno: el fuego, el calor. La parte que se había densificado había formado el Sol gaseiforme, y lo que no podía densificarse era un mar fluctuante de fuego. Esas entidades podían entonces vivir en el Sol de tal manera que inhalaban y exhalaban calor, fuego; por lo tanto se las llama Espíritus de Fuego. En el Sol estaban en el nivel evolutivo de la humanidad y trabajaban al servicio de la misma. Se las llama Espíritus del Sol o del Fuego. El ser humano tenía entonces el grado de conciencia del sueño, mientras que los Espíritus Sol-Fuego ya tenían la conciencia del yo. Desde entonces siguieron desarrollándose y ascendieron a grados superiores de conciencia. En el esoterismo cristiano se los llama Arcángeles. y el Espíritu que alcanzó el más alto grado evolutivo, el que se hallaba en el Sol como Espíritu del Fuego y que en el presente está actuando en la Tierra, con la conciencia evolutiva suprema, ese Espíritu del Solo del Fuego, es el Cristo, lo mismo que el Espíritu saturnal de evolución suprema es el Dios Padre. Resulta pues que para el esoterismo cristiano estaba encarnado en el cuerpo físico del Cristo Jesús un Espíritu Sol-Fuego, esto es, el supremo, el Soberano de los Espíritus del Sol. Para poder venir a la Tierra debió servirse de un cuerpo físico. Para poder actuar aquí debió vivir en las mismas condiciones terrestres que el hombre.

Nuestro Sol es, por lo tanto, un cuerpo-Sol, en cierto modo un cuerpo del planeta Sol, con Espíritus de un Yo, los que son Espíritus de Fuego, y un Soberano de este Sol, el Espíritu-Sol de evolución suprema, el Cristo. Cuando la Tierra era Sol, dicho Espíritu había sido el Espíritu central del Sol. Cuando la Tierra era Luna había llegado a un grado evolutivo más alto.

Cuando la Tierra se hacía Tierra, dicho Espíritu había alcanzado el desarrollo supremo y permaneció con la Tierra, al haberse unido con ella, después del Misterio de Gólgota. De este modo El es el Espíritu planetario supremo de la Tierra. En el presente la Tierra es su cuerpo, lo mismo que entonces el Sol había sido su cuerpo. En virtud de ello se debe entender literalmente lo expresado por el evangelista Juan: "El que come pan conmigo, pone sobre mí los pies". Pues la Tierra es el cuerpo de Cristo, y cuando el hombre que come el pan tomado del cuerpo de la Tierra, camina sobre ésta, está poniendo los pies sobre el cuerpo de Cristo. Hay que tomar literalmente estas palabras tal como en general todos los documentos religiosos se deben entender literalmente. Pero primero hay que conocer el verdadero significado de la letra, para luego buscar el espíritu.

Finalmente, otro hecho: Dentro de la masa del Sol no todos los seres alcanzaron el grado evolutivo a que acabo de referirme.

Algunos quedaron retrasados en el nivel del período saturnal. No fueron capaces de acoger en sí mismos lo que irradiando penetraba en el espacio planetario y de reflejarlo, una vez acogido. Debían devolverlo directamente sin poder compenetrarse de ello. Debido a este hecho, dichos seres aparecieron en el Sol como una suerte de englobamientos obscuros, como algo incapaz de irradiar luz propia. y debido a que estaban encerrados en la masa solar, envueltos por una masa que irradiaba luz propia, aparecían como lugares obscuros. Por eso debemos distinguir entre regiones solares que irradiaban hacia el espacio cósmico lo que habían recibido, y las partes que no podían irradiar nada; estas últimas aparecían como intercalaciones obscuras dentro de la masa solar, como seres que en Saturno no habían progresado. Lo mismo que en el cuerpo humano no hay por todas partes glándulas y órganos de crecimiento, sino que en el mismo se encuentran también elementos inánimes, englobados, el Sol tenía en sí esas intercalaciones obscuras.

Nuestro Sol de ahora es la continuación de la antigua masa solar-terrenal. Ha arrojado de sí la Luna y la Tierra, reteniendo lo más excelso. Lo que en la antigua masa solar existía como restos de Saturno, se halla en el Sol de ahora como rudimentos en forma de las llamadas manchas del Sol; estas son los últimos rudimentos de Saturno, que en la luciente masa del Sol permanecieron como intercalaciones obscuras. La sabiduría oculta revela las fuentes espirituales inexploradas de los hechos físicos.

En cambio, la ciencia física registra las causas físicas de las manchas del Sol, pero las causas espirituales residen en aquellos remanentes de Saturno.

Preguntemos ahora: ¿Cuáles fueron los reinos de Saturno? Uno solo, cuyos últimos rudimentos se conservan en el mineral de ahora. Cuando hablamos del paso evolutivo del hombre por el reino mineral, no debemos pensar en el mineral de ahora, antes bien hemos de imaginarnos que nuestros ojos, oídos y demás órganos sensorios son los últimos estados evolutivos del mineral de Saturno, los que en nuestro organismo son en el mayor grado de carácter físico, mineral. El aparato del ojo es como un instrumento físico que después de la muerte permanece incólume durante cierto tiempo.

En el Sol el reino único de Saturno asciende a cierto estado vegetal. El cuerpo propio del ser humano se le presenta como una planta. Lo retrasado como reino saturnal fue una suerte de reino mineral del Sol y tenía el carácter de órganos sensorios atrofiados que no podían llegar a cumplir su finalidad. Pero todos los seres del Sol con carácter de cuerpos humanos en desarrollo, aún no tenían en sí un sistema nervioso; este último sólo llegó a englobarse en la Luna, por el actuar del cuerpo astral.

Los vegetales de ahora tampoco poseen un sistema nervioso, y debido a ello tampoco tienen la facultad de sentir. Es un error atribuirles sensación.

Pero los referidos cuerpos astrales, particularmente los de los Espíritus del Fuego hacían fluir cierta corriente en la corporeidad que existía allí abajo como cuerpos físicos y etéreos. Estas corrientes luminosas se dividían de un modo arboriforme. El último rudimento de estas afluencias en el Sol, las que más tarde se densificaron para tomar formas exteriores, es el órgano que conocemos como el plexo solar, como la última reminiscencia de las antiguas afluencias en el Sol, densificadas a la substancialidad. De ahí el nombre plexus solaris. Los cuerpos de los seres humanos en el Sol los debemos imaginarnos como si de arriba penetrasen en ellos rayos que se entrelazan de un modo arboriforme, quiere decir que el Sol se nos presenta en las numerosas ramificaciones de nuestro plexo solar. Las mismas se representan en la mitología germana por medio del Fresno del Mundo, el que, por cierto, tiene además otros significados.

Finalmente el Sol pasó al estado de sueño y se transformó en lo que en sentido oculto llamamos la Luna. Con ella se nos presenta una tercera incorporación de la Tierra con la cual nuevamente aparece un Espíritu central. Así como el soberano supremo de Saturno, el Espíritu- Yo, nos aparece como Dios Padre; el soberano supremo, el Dios supremo del Sol, el Dios Sol, aparece como el Cristo, así nos aparecerá el soberano de la configuración lunar de la Tierra, como Espíritu Santo, con sus huestes que en el esoterismo cristiano se llaman los Mensajeros de la Divinidad, los Ángeles. Con lo ahora expuesto hemos descripto dos días de la Creación que en el lenguaje esotérico se denominan Dies Saturni y Dies Solis. A estos sigue Dies Lunae, el Día Luna. Siempre se ha sido consciente de que existían divinidades dirigentes de Saturno, Sol y Luna.

La palabra "dies"=día y "deus"=Dios tienen el mismo origen, de modo que "dies" se puede traducir lo mismo con "día" como con "divinidad"; quiere decir que en lugar de "Dies Solis" lo mismo podemos decir día Sol como Dios Sol, la que al mismo tiempo significa Espíritu Cristo.


GA099-V Munich 29 de Mayo de 1907. -La vida en común de los hombres entre la muerte y un nuevo nacimiento. El nacimiento en el mundo físico.

  Índice

GA099

RUDOLF STEINER

La vida en común de los hombres entre la muerte y un nuevo nacimiento. El nacimiento en el mundo físico.

Munich 29 de Mayo de 1907.

V conferencia, 

Nuestra contemplación nos ha conducido hasta el punto en que el hombre, al descender de las regiones espirituales, se siente envuelto en un cuerpo etéreo, lo que coincide con el instante de tener una suerte de previsión sobre la vida que aquí le espera. También hemos visto que en tal momento pueden producirse para el hombre ciertos estados anormales. Antes de proseguir contestaremos a una pregunta que para algunos puede ser de importancia cuando elevan la mirada espiritual hacia el devacán. Me refiero a la pregunta: ¿qué tiene lugar en cuanto a la convivencia de los hombres entre la muerte y un nuevo nacimiento? Debemos tener en cuenta que hay una convivencia, un estar juntos los hombres, no solamente aquí en la Tierra física, sino también allá en los mundos superiores. Exactamente de la misma manera como el trabajo de los hombres en la región espiritual guarda relación con el mundo físico, así también ejercen su efecto sobre el país espiritual, todas las relaciones entre hombre y hombre, todos los conexos, todos los vínculos recíprocos que aquí abajo se tejen.

Vamos a ilustrarlo mediante un ejemplo concreto: el vínculo entre madre e hijo. Puede surgir la pregunta: ¿existe entre ellos una relación que perdura hasta en el más allá? Ciertamente existe e incluso mucho más íntima, más firme que cualquier relación que aquí en la Tierra se puede tejer. Al principio el amor materno tiene un carácter animal, pues se manifiesta como una especie de instinto natural. A medida que el niño va creciendo este vínculo toma un carácter moral, ético, espiritual. Cuando madre e hijo aprenden a pensar y tener sentimientos en común, el instinto natural va manifestándose cada vez menos, pues sólo había dado la oportunidad para que pudiera enlazarse el bello vínculo que en el sentido más profundo encierran en sí el amor materno y el cariño infantil. Lo que así se desenvuelve como comprensión mutua e íntimo amor, continúa viviendo hasta en las regiones espirituales, si bien por el hecho de que una de ambas partes muera antes que la otra, esta última aparentemente queda separada del difunto durante cierto tiempo. Después de tal período el lazo que aquí se ha tejido sigue siendo vivaz e íntimo; las dos partes están juntas, sólo que ambas primero deben desprenderse de todos los instintos animales y puramente naturales. Lo que aquí en la Tierra se teje entre un ser y el otro como sentimiento y pensamiento del alma, no se reprime allí arriba por las limitaciones que aquí existen. Por el contrario, al devacán se le da un cierto aspecto, una cierta estructura por las relaciones que aquí se han tejido. Consideremos otro ejemplo. Se contraen amistades o vínculos que se originan en afinidades anímicas. Tales vínculos tienen su continuación hasta en el devacán, y de ellos surgen los nexos sociales de la próxima vida terrenal. De esta manera, enlazando vínculos del alma, trabajamos con respecto a la configuración que se da al devacán. Todos nosotros, sin excepción, hemos trabajado así, enlazando vínculos de amor de hombre a hombre, creando algo que no solamente tiene importancia para la Tierra sino que también genera las relaciones en el devacán. Se podría decir: lo que aquí tiene lugar sobre la base del amor, amistad, íntimo entendimiento mutuo, todo esto son piedras de edificar templos allí arriba en la región espiritual; y para los hombres compenetrados de tal certidumbre ha de ser un sentimiento de íntima satisfacción el saber que, al enlazarse ya en la Tierra vínculos de alma a alma, esto constituye el fundamento de un eterno devenir.

Supongamos que algún otro planeta físico tuviera seres carentes de simpatía mutua y sin poder enlazar vínculos de amor: ellos tendrían un devacán muy pobre. Sólo en los territorios planetarios en los que se enlazan vínculos de amor de hombre a hombre, puede haber un devacán substancial y ampliamente estructurado. El que ya está en lo alto del devacán, sin que los hombres comunes sean capaces de percibirle, posee, según su grado evolutivo, la conciencia más o menos clara de su vínculo con los seres que todavía están en la Tierra, e incluso existe la posibilidad de incrementar la unión. Si a nuestros difuntos les hacemos llegar pensamientos de amor, pero no de índole egoísta, fortalecemos el sentimiento de estar unidos con ellos.

Es un error creer que en el devacán el hombre tiene una conciencia vaga y opaca. Por el contrario, hemos de subrayar que el grado de conciencia que el hombre haya alcanzado, ya no lo podrá perder, si bien en ciertos momentos de tránsito pueden producirse mitigaciones, de modo que en definitiva el hombre efectivamente tiene en el devacán, por medio de sus órganos espirituales, una conciencia clara de lo que sucede aquí en lo terrestre. El ocultismo nos enseña que el ser humano que vive en el mundo espiritual, vive conscientemente con lo que acontece aquí en la Tierra.

Vemos pues que la vida en el devacán, considerándola de acuerdo con la verdad, pierde todo la no satisfactorio, y que el hombre, si no la considera desde el punto de vista egocéntrico terrestre, la podrá sentir como algo inmensamente sublime, aparte de que el estar libre del cuerpo físico, libre de los miembros inferiores en que el hombre terrestre está encerrado, da un sentimiento de intensa satisfacción. El hecho de por sí de que las limitaciones ya no existen y que el hombre ya no está restringido por esas ataduras, encierra en sí un sentimiento de felicidad. Todo esto hace del tiempo en el devacán un libre desplegarse hacia todos los lados, de un modo tan fecundo, tan amplio, sin impedimentos, como el hombre jamás lo ha conocido en la Tierra. Hemos visto que, al descender el hombre a un nuevo nacimiento, entidades espirituales de jerarquía parecida a la de los Espíritus de Pueblo le han dado la envoltura de un nuevo cuerpo etéreo. Este cuerpo etéreo no resulta enteramente adaptado al hombre. Aún menos adaptado le queda lo que él recibe como envoltura física. A grandes rasgos vamos a elucidar la incorporación del hombre en el mundo físico. Algunos aspectos de la misma escapan en cierto respecto a la consideración pública.

Sabemos que según las cualidades que le son inmanentes el hombre se envuelve en un cuerpo astral. En virtud de lo que hay en este cuerpo astral el hombre posee una fuerza de atracción referente a determinados seres de la Tierra. Por el cuerpo etéreo se le atrae al pueblo ya la familia (en el sentido más amplio) en los cuales nace nuevamente. Por la característica del desarrollo de su cuerpo astral se le atrae a la parte materna de sus padres, quiere decir que la esencia, la substancia, la estructuración del cuerpo astral, le atraen a la madre. El yo atrae al nuevo hombre hacia la parte paterna de los padres. Sabemos que el yo estuvo presente en tiempos remotos cuando el alma desde el seno de la divinidad descendió por primera vez en un cuerpo terreno. Este yo se ha desarrollado a través de muchas encarnaciones. El yo de cada individualidad es diferente del yo de otra, y en su estado de nuestro tiempo ejerce particularmente la fuerza de atracción hacia e! padre. El cuerpo etéreo atrae hacia el pueblo, la familia; el cuerpo astral ante todo hacia la madre; el yo hacia el padre. De todo lo descrito depende la configuración del individuo que se propone descender a la nueva encarnación.

Puede suceder que el cuerpo astral es atraído a la parte materna, mientras que el yo no quiere unirse con el padre correspondiente. En tal caso el yo continúa su peregrinación hasta que encuentre una pareja adecuada.

En el ciclo evolutivo del presente el yo representa el elemento de la voluntad, de los impulsos sensitivos; en el cuerpo astral se hallan las cualidades de la fantasía y las del pensar. Por lo tanto la madre transmitirá por herencia -como se dice- éstas últimas cualidades, y el padre las primeras. Esto nos indica que la individualidad que va a encarnarse escoge, por sus fuerzas inconscientes, al padre y la madre que le deben dar el cuerpo físico.

Lo que acabo de describir tiene lugar en tal forma que en lo esencial queda concluido aproximadamente hasta al cabo de la tercera semana después de la concepción. Si bien desde el instante de la concepción este ser humano constituido por el yo, el cuerpo astral y el etéreo está absolutamente cerca de la madre que tiene en sí el germen humano fecundado, esta individualidad, no obstante, influye desde afuera. Al cabo de dicho tiempo, aproximadamente en la tercera semana, el cuerpo astral y el etéreo en cierto modo se apoderan del germen humano y empiezan a participar en la formación del organismo humano. Hasta tal instante el desarrollo del cuerpo físico humano se realiza sin el influjo del cuerpo astral y el etéreo; ya partir de entonces estos últimos participan en el desarrollo de la criatura, y ellos mismos estructuran la ulterior conformación del germen humano.

De esto se infiere que con respecto al cuerpo físico en mayor grado es válido lo que se ha dicho referente al cuerpo etérico; quiere decir que con relación. a aquél es aún menos posible el que haya una adaptación concordante. Este importante hecho hace comprender mucho de lo que acontece en el mundo.

Hasta ahora hemos descrito el desarrollo normal del hombre común del presente. Esto no es válido para todo lo referente a un individuo que en la última encarnación anterior haya comenzado un desarrollo oculto. Cuanto más haya avanzado en tal desarrollo tanto más temprano llegará al punto en que él mismo comenzará a influir sobre su cuerpo físico, a fin de hacerlo más apto para la misión que le toca cumplir en la Tierra. Cuanto más tarde logre apropiarse del germen físico, tanto menos podrá ejercer el dominio sobre el cuerpo físico. En las individualidades humanas del más alto grado evolutivo, los que son los conductores de la parte espiritual de nuestro mundo, dicho apropiarse ya tiene lugar con la concepción. Para ellas no sucede nada sin su propia acción. Ellas guían su cuerpo físico hasta la muerte y comienzan a formar el nuevo, tan pronto que se presente el primer estímulo.

Las substancias que constituyen el cuerpo físico cambian constantemente. Al cabo de aproximadamente siete años quedan renovadas todas las partículas. Se cambia la substancia, pero la forma se conserva inalterada. Entre el nacimiento y la muerte tenemos que volver a generar la substancia continuamente, pues ella es lo cambiante. Lo que entre el nacimiento y la muerte se desarrolla hacia un estado superior, hasta más allá de la muerte, se mantiene incólume y forma un organismo nuevo.

Lo que el hombre hace inconscientemente entre el nacimiento y la muerte, el iniciado lo realiza conscientemente desde la muerte hasta el nuevo nacimiento: conscientemente ya formando su nuevo cuerpo físico. Por esta razón el nacimiento es para él nada más que un acontecimiento radical. A este hecho se debe la gran semejanza de la figura (Gestalt) de tales individualidades de una encarnación a otra, mientras que en los hombres poco desarrollados no existe absolutamente ninguna semejanza entre las figuras de sus distintas encarnaciones. Cuanto más se desarrolla el hombre, tanto más semejantes resultan ser dos encarnaciones sucesivas. El ojo clarividente permite observarlo decididamente. Existe una expresión bien definida para esta condición que se forma para el hombre de un grado superior de desarrollo. Se dice que él de ninguna manera nace en otro cuerpo, como de un hombre común tampoco se dice que cada siete años recibe un cuerpo nuevo. Con respecto al maestro se dice: ha nacido en el mismo cuerpo. Lo usa durante siglos y hasta milenios. Esto tiene lugar en la gran mayoría de las individualidades conductoras. Una excepción se nos presenta en ciertos maestros los que tienen una misión peculiar. En ellos se mantiene incólume el cuerpo físico, de modo que para ellos no sobreviene la muerte. Son los maestros que tienen que velar por la transición de una raza (período cultural) a otra.

Ahora se nos presentan dos preguntas más, o sea la pregunta: ¿Cuánto tiempo dura la permanencia en otros mundos? y la otra se refiere al sexo en encarnaciones sucesivas.

De la investigación oculta resulta que por término medio el hombre reencarna al cabo de 1000 a 1300 años. El sentido de esto consiste en que el hombre, cuando retorne, encontrará la faz de la Tierra cambiada, lo que da la posibilidad para nuevos hechos. Lo que en la Tierra cambia está en íntima relación con determinadas constelaciones estelares; y esto es un hecho muy importante. Al comienzo de la primavera (del hemisferio septentrional) el Sol sale en un determinado signo del zodíaco. Ochocientos años antes de J.C. el Sol salía en la constelación de Aries (el Cordero), anteriormente en la constelación continua, la de Tauro. En el curso de 2160 años pasa por una constelación, y el paso por las doce constelaciones del zodíaco se llama en el ocultismo un año del mundo.

Los pueblos antiguos siempre sentían profundamente lo relacionado con este paso por el zodíaco. Con devoción sentían en el alma: En la primavera asciende el Sol, la naturaleza se renueva después del reposo hibernal. El divino rayo solar de la primavera la despierta del sueño profundo. Esta nueva fuerza de primavera se unía con la constelación desde la que resplandecía el Sol.

Ellos decían: Esta constelación es quien nos envía las fuerzas nuevas del Sol, la nueva fuerza divina creadora. Para los hombres de una época, hace dos mil años, apareció así el Cordero como benefactor de la humanidad. Todas las sagas relativas al Cordero tienen su origen en esa época. Con este símbolo se relacionan conceptos divinos. En los primeros siglos de nuestra era se ha simbolizado al Redentor mismo, al Cristo Jesús por medio del símbolo de la Cruz y al pie de la misma el Cordero; y sólo en el siglo VI se presenta al Redentor en la Cruz. También la conocida saga de Jasón, la conquista de la pelleja de oro del cordero, el Vellocino de Oro, se origina en aquel hecho.

En la época que terminó aproximadamente en el año 800 antes de Jesucristo el Sol pasaba por la constelación de Tauro, y en ese período teníamos en Egipto la veneración del Toro Apis y en Persia la del Toro de Mithra. En el período anterior a éste el Sol pasaba por la constelación de Géminis. En mitos indios y germánicos efectivamente se alude a los Gemelos. Los carneros gemelos del carruaje del Dios Donar representan un tardío remanente de ello. Remontándonos aún más llegamos al período del Cáncer el que ya nos aproxima al cataclismo atlante. Cayó en la decadencia una cultura antigua y surgió otra nueva. Este hecho se caracteriza mediante un determinado signo oculto, la vértebra, signo que a la vez representa el símbolo de Cáncer, tal como figura en cada calendario.

De la manera descrita los pueblos siempre tuvieron la clara conciencia de lo que sucede en el firmamento, paralelamente a los cambios en la Tierra. Cuando el Sol termina de pasar por una constelación zodiacal, la faz de la Tierra también ha cambiado en el sentido de que para el hombre resulta importante volver a la vida terrenal; y en virtud de ello el momento de la reencarnación depende del cambio del punto vernal. El tiempo que el Sol necesita para pasar por una constelación zodiacal, es el período aproximado durante el cual el ser humano se reencarna dos veces, una vez como varón, la otra como mujer, pues las experiencias y acontecimientos que al hombre le pueden tocar en un organismo masculino o femenino, son tan profundamente diferentes para la vida espiritual del hombre, que él se incorpora una vez como mujer y otra vez como varón, en la misma faz de la Tierra. De ello resulta el tiempo aproximado entre dos encarnaciones de unos 1000 a 1300 años, término medio.

Lo que precede contesta a la vez la pregunta referente al sexo: por regla hay alternación, pero de esta regla se producen excepciones, de tal manera que pueden sucederse tres, hasta cinco, pero nunca más de siete encarnaciones del mismo sexo.

Es contrario a todas las experiencias ocultas, si se afirma que existe la regla de siete encarnaciones sucesivas del mismo sexo.

Antes de pasar ahora a estudiar el karma del individuo, debemos tomar en consideración un hecho fundamental. Existe un karma colectivo, no determinado por un hombre individualmente, si bien encuentra su compensación en el curso de las encarnaciones del individuo. Voy a dar un ejemplo concreto.

Cuando en la edad media los hunos invadieron los países europeos, causando guerras perturbadoras, esto fue algo de significado espiritual. Los Hunos son los últimos restos de antiguos pueblos atlantes. Se hallan en profunda decadencia, la que se pone de manifiesto en cierto proceso de descomposición de sus cuerpos astral y etéreo. Las substancias de tal descomposición encontraron suelo vegetativo favorable en el miedo y el terror que los hunos causaron en todos los pueblos respectivos, y debido a ello estos últimos inocularon a sus cuerpos astral es semejantes substancias en descomposición; y esto a su vez se transmitió al cuerpo físico de una generación posterior. La epidermis aspira lo astral acogido, y la consecuencia de ello fue una enfermedad de la edad media: la lepra. Naturalmente, el médico físico aduciría causas físicas de la lepra. No voy a combatir lo que dice el médico, pero él emplea una deducción como la siguiente: En una pelea a raíz de un viejo sentimiento de venganza, una persona lesiona a otra con un cuchillo. Alguien dice después que la lesión fue causada por el sentimiento de venganza; otro dice que el cuchillo fue la causa. Ambos tienen razón. El cuchillo fue la causa física definitiva, pero detrás de la misma se halla la espiritual. Quien busca causas espirituales siempre reconocerá las físicas. Lo expuesto nos enseña de qué manera acontecimientos históricos ejercen un significativo efecto que se extiende sobre generaciones, y de ello aprendemos cómo podemos actuar corrigiendo, por largos tiempos, hasta en lo profundo de las condiciones de la salud.

En el curso de los últimos siglos, a raíz de los progresos técnicos, se ha generado un proletariado de la industria en la población europea, y paralelamente se ha formado un inmenso odio de raza y de posición social. Estos sentimientos de odio están localizados en el cuerpo astral humano y repercuten físicamente en la tuberculosis pulmonar. La investigación oculta conduce a este conocimiento. Dentro de semejante karma colectivo muchas veces no es posible prestar ayuda al individuo, de modo que con el corazón oprimido debemos ver el sufrimiento del enfermo; no podemos darle salud ni felicidad puesto que él está sujeto al karma colectivo. Sólo podemos ayudar al individuo si logramos mejorar el karma en común. No se trata de favorecer al ser egoísta individual, sino que debemos actuar en beneficio de toda la humanidad.

Voy a dar otro ejemplo que se relaciona directamente con la situación general de nuestro tiempo: Observaciones ocultas dieron por resultado que entre los seres astrales que en la guerra ruso-japonesa (1904/05) intervinieron en diversas batallas, hubo rusos difuntos que actuaron contra su propio pueblo. Esto se debía a que en los últimos tiempos históricos del pueblo ruso perecieron muchos nobles idealistas por su encarcelamiento y el cadalso. Eran hombres de altos ideales, pero aún no desarrollados lo suficiente como para poder perdonar. Habían muerto llenos de un profundo sentimiento de odio contra los que habían causado su muerte. Esto repercutía en el período de kama-loka, pues esos sentimientos sólo allí encuentran su respuesta.

Después de la muerte estos difuntos rusos influyeron sobre las almas de los japoneses combatientes, infundiéndoles odio y sentimientos de venganza contra el pueblo al que aquellos mismos habían pertenecido. Si ya hubieran estado en el devacán, habrían dicho: perdono a mis enemigos, pues en el devacán habrían reconocido lo pavoroso e indigno de los sentimientos que entonces se les habían presentado desde afuera. Este ejemplo nos muestra de cómo pueblos enteros están bajo la influencia de sus antepasados.

Las aspiraciones ideales del tiempo moderno no pueden alcanzar su realización, porque únicamente quieren trabajar con medios físicos en el plano físico. Así, por ejemplo, el movimiento pacifista, el que meramente con medios físicos quiere alcanzar la paz. Sólo si llegamos a aprender a influir también sobre el plano astral, podremos saber cuáles son los medios adecuados.

Sólo entonces podremos actuar en forma tal que el hombre, cuando vuelva a nacer en el mundo terreno, lo encuentre en las condiciones que le permitirán trabajar en el mismo saludablemente.


GA099-III Munich 26 de Mayo de 1907. -El mundo elemental y el mundo celestial. La vida despierta, el sueño y la muerte.

  Índice

GA099

RUDOLF STEINER

El mundo elemental y el mundo celestial. La vida despierta, el sueño y la muerte.

Munich 26 de Mayo de 1907.

III conferencia, 

En esta conferencia vamos a contemplar al ser humano en su estado de vigilia aquí en el mundo físico, en sus estados del sueño y de lo que se llama la muerte. El estado de vigilia es bien conocido para todos.

Cuando el hombre cae en el sueño, en cierto modo se desprende del cuerpo físico y el etéreo, todo lo que pertenece al cuerpo astral, el yo, más el resultado del obrar del yo sobre el cuerpo astral. Si se observa clarividentemente al hombre durmiente, se presenta en la cama el cuerpo físico y el etéreo, y estos dos principios permanecen unidos como siempre, mientras que el cuerpo astral arranca de los mismos todo lo perteneciente a principios superiores, de modo que por la capacidad clarividente se puede observar que, al dormirse el hombre, el cuerpo astral con cierta luminosidad se desprende de los dos cuerpos que acabo de nombrar. Para describirlo más exactamente hay que decir que en el ser humano del presente el cuerpo astral aparece estructurado por el efecto de múltiples corrientes y fenómenos luminosos; ya la observación global el todo se presenta como dos espirales entrelazadas, aproximadamente como dos cifras 6 que se entrelazan, perdiéndose una de las mismas en el cuerpo físico, la otra, en cambio, extendiéndose, cual la cola de un cometa, hasta muy lejos en el cosmos; pero pronto los dos arcos del cuerpo astral se vuelven imperceptibles en su extensión, de modo que el fenómeno se torna comparable con la forma de un huevo. Cuando el hombre despierta, se borra el arco (la cola), que va hacia el cosmos y todo vuelve a introducirse en los cuerpos etéreo y físico.

Un estado intermedio entre la vigilia y el sueño lo conocemos como el ensueño. Este estado se produce durante el sueño cuando el cuerpo astral ya ha disuelto totalmente su unión con el cuerpo físico, cuando de éste ha sacado sus tentáculos, por decirlo así, pero aún está unido con el cuerpo etéreo. En tal caso aparecen en el campo visual del hombre las imágenes a las que llamamos sueños, o ensueños. Objetivamente se lo puede llamar un estado intermedio, puesto que el cuerpo astral ha cortado su unión con el cuerpo físico, mientras que aún está en conexión con el cuerpo etéreo.

Hablamos pues del hombre durmiente, como del que vive en su cuerpo astral, fuera de su cuerpo físico y el etéreo. El hecho de que el hombre debe caer en el sueño tiene profunda justificación dentro de toda la naturaleza. No hay que pensar que el cuerpo astral, mientras durante el sueño se encuentra fuera de los cuerpos físico y etéreo, estuviese inactivo y que no hiciese ningún trabajo. Durante el día, cuando el cuerpo astral se halla en el físico y el etéreo, aquél está expuesto al mundo exterior, a los influjos que ejercen efecto sobre el hombre por las impresiones sensorias y la propia actividad del cuerpo astral en el mundo físico. Todo cuanto de esta manera le toca al hombre como sentimientos y sensaciones; quiere decir todo lo que desde afuera le llega, influye sobre el cuerpo astral, y este es verdaderamente la parte sensible y pensante del hombre, mientras que el cuerpo físico lo mismo que lo perteneciente al cuerpo etéreo, solamente son sus intermediarios, sus instrumentos. Todo lo que piensa y quiere se halla en el cuerpo astral.

De este modo, mientras durante el día el hombre actúa en el mundo exterior, el cuerpo astral recibe constantemente impresiones de ese mundo. Por otra parte hay que tener presente que el cuerpo astral es el verdadero constructor del cuerpo etéreo y del físico. Así como el cuerpo físico con todos sus órganos ha recibido del cuerpo etéreo su forma solidificada y endurecida, así también lo que fluye y obra en el cuerpo etéreo, ha nacido proveniente del cuerpo astral.

Y el cuerpo astral mismo: ¿de qué ha nacido? Ha nacido del organismo astral universal el que entreteje todo nuestro cosmos.

Para representarse, por medio de una comparación, la relación de la pequeñísima parte de corporalidad astral perteneciente al cuerpo humano, con toda la enorme extensión del mar astral en que se hallan suspendidos y del que han nacido todos los hombres, animales, vegetales, minerales, como asimismo los planetas; repito: para representarse la relación del cuerpo astral con dicho organismo astral, hay que imaginarse una gota de un líquido en un recipiente. Así como todo lo que es la gota lo tiene del líquido en el recipiente, así también lo que constituye un cuerpo astral estuvo una vez encerrado en todo el mar astral del cosmos. De este mar se ha desprendido, y por el haber penetrado en el cuerpo etéreo y el físico, se ha apartado tal como la gota del recipiente. Mientras el cuerpo astral estuvo en el seno del cuerpo astral general, recibía sus leyes, sus impresiones de la totalidad del cuerpo astral cósmico. Tenía su vida dentro del cuerpo astral cósmico. Desde su apartarse de este último, depende durante la vigilia de las impresiones que él recibe del mundo físico, de modo que tiene que repartir el fundamento de su naturaleza entre las impresiones que él ha traído del cuerpo astral cósmico y las que ahora recibe. por la actividad que el mundo físico le asigna. Cuando el hombre haya llegado a la meta de su evolución terrestre, esos dos aspectos formarán una armonía, la que ahora no existe, puesto que los dos influjos no están en consonancia.

Hemos dicho que el cuerpo astral es el constructor del cuerpo etéreo y debido a ello indirectamente -puesto que el cuerpo etéreo a su vez construye el cuerpo físico- también el constructor del cuerpo físico. Todo lo que en el curso del tiempo el cuerpo astral palmo a palmo ha construido, ha nacido del seno del cósmico gran mar astral. Debido a que de este último sólo ha llegado armonía y leyes sanas, el trabajo del cuerpo astral para construir el cuerpo etéreo y el físico, originariamente es un obrar sano y armónico; pero por las influencias que el cuerpo astral recibe de afuera, del mundo físico, y que afectan su armonía originaria, se producen todas las perturbaciones del cuerpo físico, las que existen en el hombre de nuestro tiempo.

Si el cuerpo astral estuviera constantemente en el ser humano, la fuerte influencia del mundo físico destruiría dentro de breve tiempo toda la armonía que el cuerpo astral ha traído consigo del mar cósmico; el organismo humano sufriría rápidamente el desgaste debido a enfermedad y cansancio. Durante el sueño el cuerpo astral se retira de las impresiones del mundo físico, el que no contiene nada de lo cual podría recibir armonía, y entra en la armonía general del cosmos, de donde él ha nacido; y esto conduce a que al despertarse a la mañana traiga consigo la repercusión de la renovación recibida durante la noche.

Durante el sueño nocturno el cuerpo astral renueva su armonía con el cósmico gran mar astral; de modo que para el clarividente el cuerpo astral no se presenta como no activo, sino con el nexo entre el mar astral y una de las colas, parecida a la de un cometa, del cuerpo astral, y él percibe además que esta parte del cuerpo astral se encarga de hacer desaparecer el debilitamiento producido por el mundo que trae la desarmonía. Esta actividad del cuerpo astral encuentra su expresión en el hecho de que a la mañana nos sentimos fortalecidos. Pero también es cierto que el cuerpo astral, después de haber vivido durante la noche dentro de la gran armonía, debe volver a acostumbrarse al mundo físico, y debido a ello el máximo grado de sentirse fortalecido sólo aparece algunas horas después de la reincorporación del cuerpo astral en el físico.

Ahora hemos de contemplar lo que se refiere al hermano del sueño, la muerte, a fin de comprender cuál es el estado del ser humano después de la muerte. La diferencia entre el hombre muerto y el hombre durmiente consiste en que, al producirse la muerte, el cuerpo etéreo se desprende conjuntamente con el cuerpo astral, dejando en este mundo físico el cuerpo físico solamente. El desprenderse el cuerpo etéreo del físico jamás tiene lugar en la vida del hombre desde el nacimiento hasta la muerte, a no ser que experimente ciertos estados de iniciación.

Un momento de mucha importancia para el hombre fallecido es aquel inmediatamente después de la muerte, momento que ciertamente dura algún tiempo, horas y hasta días. En tal estado pasa delante el alma del difunto, como un gran cuadro recordativo, toda la vida de la última encarnación. Esto es algo que para todos los hombres se produce después de la muerte. La peculiaridad de este cuadro consiste en que, en tanto transcurre de la manera en que se produce inmediatamente después de la muerte, resultan como borradas todas las experiencias que el hombre ha tenido subjetivamente en el transcurso de su vida terrenal.

Juntamente con nuestras diversas experiencias, siempre tuvimos también el sentimiento de placer o de dolor, del recogimiento o de la tristeza. Nuestra vida exterior siempre estuvo vinculada con una vida interior. Toda la alegría y todos los dolores vinculados con el cuadro de la vida no aparecen en dicho recuerdo retrospectivo, de modo que frente al cuadro recordativo se está situado tan objetivamente como frente a una obra pictórica. Si ésta es el retrato de una persona que está triste y llena de sufrimiento, la observamos, no obstante, objetivamente. Si bien podemos sentir su tristeza, no sentimos directamente su dolor. Lo mismo ocurre con las imágenes del cuadro recordativo inmediatamente después de la muerte: el mismo se extiende y dentro de lapsos de tiempo sorprendentemente breves, se perciben todos los pormenores de la vida pasada. La separación del cuerpo físico del etéreo por lo común sólo se produce para.el iniciado; no obstante hay ciertos instantes en los que como de un tirón el cuerpo etéreo se desprende del físico. Esto ocurre cuando una persona vive instantes particularmente horrorosos, como por ejemplo al caer en un precipicio, o por el peligro de ahogarse. En semejante caso, debido al gran shock, se produce una suerte de desprendimiento del cuerpo etéreo del físico; ya consecuencia de ello en tal instante se halla ante el alma del hombre toda la vida pasada como una recordación. Esto es algo análogo a lo que se experimenta después de la muerte.

Cuando se adormece un miembro del cuerpo tiene lugar una separación parcial del cuerpo etéreo. Por ejemplo, el adormecerse la mano, el vidente observa que la parte etérea de la mano está colgada de ésta como un guante. Igualmente en caso de un estado hipnótico, cuelgan hacia afuera partes del cerebro etéreo de la persona respectiva. El conocido sentimiento extraño del comezón, cuando existe un miembro adormecido, se debe a que el cuerpo etéreo está entonces metido en el cuerpo físico en pequeñísimas formaciones, como puntos.

Una vez transcurrido el tiempo durante el cual el cuerpo etéreo unido con el cuerpo astral se ha desprendido del cuerpo físico, llega el instante en el que el cuerpo astral con todo lo formado en él como principios superiores, vuelve a separarse del cuerpo etéreo. Este último se desprende y el cuadro recordativo se desvanece. Pero algo del mismo permanece con el ser humano, no todo se pierde. Si bien todo lo que se podría llamar substancia etérea, o vital, se dispersa en todo el éter universal, queda, no obstante, algo como una esencia, la que para el hombre jamás puede perderse en el curso posterior de su existencia; él la lleva consigo, como una especie de extracto sacado del cuadro recordativo de su vida, a todas sus futuras encarnaciones, si bien no lo puede recordar. Como una realidad concreta se llama cuerpo causal lo que del extracto recordativo se forma. Después de cada vida terrenal se añade una hoja nueva al libro de las vidas. Esto incrementa la esencia de las mismas y si las vidas pasadas fueron fructíferas, hace que la subsiguiente se desarrolle de la manera correspondiente, En este elemento ha de buscarse la causa del porqué una vida sea rica o pobre en talentos, disposiciones, etc. Para poder comprender la vida del cuerpo astral después de su separación del cuerpo etéreo es preciso echar una mirada sobre condiciones físicas. En la vida física resulta que es el cuerpo astral en que se produce la alegría y el dolor y la satisfacción de sus apetencias, impulsos y deseos, por medio de los órganos del cuerpo físico. Después de la muerte le faltan estos instrumentos físicos; el gourmet ya no puede satisfacer su gusto de cosas finas, pues le falta el paladar que desapareció con el cuerpo físico. Pero la apetencia sigue existiendo en el hombre, puesto que la misma está ligada al cuerpo astral, y de ello resulta la sed ardiente en el kama-loka. Kama significa apetencia, deseo; loka sería el lugar, pero en realidad no se trata de ningún lugar, sino de un estado.

Quien ya durante la vida física se eleve sobre el cuerpo físico, abrevia su período del kama-loka; un efectivo y real elevarse tiene lugar, si nos encantan los objetos de lo hermoso y de la armónico, pues ya durante la vida nos hacen salir del mundo sensible. El arte sensual-materialista significa una agravación del estado en el kama-loka, mientras que el arte espiritual conduce a un alivio del mismo. Todo placer noble y espiritualizado abrevia el período del kama-loka, y por esta razón es necesario que ya en esta vida nos deshagamos de los apetitos y deseos que únicamente pueden satisfacerse por medio del instrumento sensorio.

El tiempo de kama-loka significa precisamente un período del deshacerse de los apetitos e instintos sensuales. Dicho período dura aproximadamente un tercio de la vida común. Durante la vida en el kama-loka se manifiesta algo singular. En el mismo el ser humano comienza a revivir toda la vida pasada. Mientras que inmediatamente después de la muerte se le presentaba un cuadro recordativo exento de placer y desplacer, experimenta ahora, en sentido inverso y de tal manera que debe vivir en sí mismo todo placer y todo sufrimiento que él ha causado a otros.

Esto no tiene nada que ver con la ley del karma. La vida retrógrada comienza con la última experiencia antes de la muerte y va hacia el nacimiento con triple velocidad. En el instante en que el recuerdo retrospectivo del hombre llega al nacimiento, sucede que la parte del cuerpo astral transformada por el yo, se añade al cuerpo causal, mientras que lo todavía no transformado se desprende como una sombra pasajera. Estas sombras las llamamos los cadáveres astrales de los hombres. Resulta entonces que el hombre se ha quitado el cuerpo físico, el etéreo y el cadáver astral. Ahora pasa a vivir nuevos estados, los del devacán, que es un mundo que nos circunda lo mismo que el mundo astral. Cuando el hombre haya terminado la vida retrógrada hasta la niñez. quiere decir cuando se haya desprendido de los tres cadáveres, ha alcanzado el estado a que el documento bíblico alude misteriosamente con las palabras: Si no os volviereis y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. El devacán, el mundo espiritual, es el reino de los cielos en sentido cristiano.

Ahora nos incumbe describir el mundo del devacán mismo. Es un mundo de diversidad y estructura de un modo análogo a nuestro mundo físico. Así como en el mundo físico hacemos distinción entre formaciones sólidas, los continentes, como en derredor de lo sólido tenemos una masa de agua, después el aire, y además de ello estados más sutiles, así también tenemos en el devacán, en el reino espiritual, una diversidad análoga. Por analogía con las condiciones terrestres se ha asignado nombres similares a lo que se halla en el devacán.

En primer lugar tenemos una región que se puede comparar con las regiones físicas sólidas. Todo lo que en la tierra es físico se encuentra allí como entidades espirituales. Por ejemplo, imaginémonos a un hombre físico. Si se observa a este hombre por la visión correspondiente al devacán, él aparece como sigue, desaparece lo que perciben los sentidos físicos, mientras que comienza a presentarse luminoso en donde no hay nada del hombre físico. El ámbito alrededor del hombre comienza a brillar y a lucir. En el medio, donde está el cuerpo físico hay un espacio vacío, algo así como un espacio libre, negativo, una figura de sombra. Los animales y los hombres, percibiéndolos de tal manera aparecen como imagen negativa, la sangre aparece verdosa, mostrando el color complementario. Todos los objetos que aquí en la tierra son físicos, existen allí arriba de algún modo como sus arquetipos.

La segunda región, no delimitada, sino como un segundo grado, es la región del mar, la región oceánica del devacán. No consiste de agua, sino de una substancia extraordinaria, la que como corrientes regulares impregna la región del devacán, de un color comparable con la recién abierta flor de durazno en la primavera. Es vida líquida la que cubre todo el devacán. Lo que aquí abajo aparece repartido entre los hombres y animales individuales, existe allí arriba como una suerte de elemento líquido. De ello tenemos un cuadro, una expresión, si nos imaginamos la distribución de la sangre en el organismo humano.

La tercera región se caracteriza lo mejor posible diciendo que en la misma existe exteriormente todo lo que aquí vive en el interior de los seres como sensaciones, sentimientos, placer y pena, alegría y dolor. Si aquí por ejemplo se libra una batalla, existen en el plano físico cañones, fusiles, etc., pero en el interior de los seres en el plano físico existen sentimientos mutuos de venganza, dolores, pasiones. Los dos ejércitos se enfrentan con profusión de pasiones mutuas. Si nos imaginamos todo esto convertido en fenómenos exteriores, tenemos el cuadro que se presenta en el devacán. Al igual que aquí se desenfrena una gran tempestad, se percibe allí lo que aquí tiene lugar en un campo de batalla. Esto es la atmósfera del devacán. Así como nuestra tierra está envuelta en una atmósfera (una capa aérea), se halla allí extendida como una atmósfera todo lo que en el plano físico se expresa como sentimientos, no importa si esto llega o no a una realización en el plano físico.

La cuarta región del devacán contiene las formas y las causas primarias de todo cuanto aquí en la tierra se ha realizado de un modo original. Si averiguamos, si examinamos los acontecimientos del mundo físico, nos damos cuenta de que la gran mayoría de los sucesos interiores son causados desde afuera. Una flor, un animal, nos dan alegría, la que no sentiríamos sin la flor, o sin el animal. Pero también hay sucesos que no se causan desde afuera. Un nuevo pensamiento, una obra de arte, una nueva máquina, traen algo al mundo que antes aún no existía.

En todos esos campos se producen creaciones originales, y la humanidad no progresaría, si al mundo no se dieran novedades.

Las cosas particularmente originales dadas por los grandes artistas o inventores del mundo, sólo por grados son más grandes que cualquier otra acción original, inclusive las más insignificantes. Lo que importa es que algo original se genere en el interior humano. Hasta para las acciones originales más insignificantes ya existen prototipos en el devacán; todo lo respectivo ya está perfilado en la altura. Lo que los hombres realizan de un modo original, ya está delineado allí arriba, antes del nacimiento del hombre.

Según lo expuesto encontramos en el devacán cuatro regiones cuyas contra-imágenes en el plano físico son tierra, agua, aire y fuego: la región continental, hablando en sentido espiritual, como crosta sólida del devacán; luego la región oceánica que se corresponde con nuestros mares y corrientes de agua; la región aérea, las corrientes de las pasiones y lo demás; (lo hermoso, pero también lo tempestuoso se encuentran allí), y finalmente lo que penetra todo, el mundo de los arquetipos. Todo aquello que más tarde, en el mundo físico los seres que retornan a este mundo realizan en forma de impulsos volitivos e ideas originales; todo esto el alma lo debe vivir y tejer con el fin de recoger allí nueva fuerza para la nueva vida terrenal.