GA018 Berlín, 1914 - Enigmas de la filosofía - prefacio a la edición de 1918

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ENIGMAS 
DE LA
FILOSOFIA

RUDOLF STEINER

 No es una "historia de la filosofía", aunque el enfoque sea histórico. Es una revisión de las concepciones históricas y actuales del mundo.

Prefacio a la nueva edición 1918

Los pensamientos de los que ha partido la presentación del contenido de este libro y que constituyen su soporte básico han sido indicados en el Prefacio de la edición de 1914 que sigue a ésta. A lo dicho entonces quisiera añadir algo relacionado con una cuestión que vive más o menos conscientemente en el alma de quien se dirige a un libro sobre los enigmas de la filosofía. Es la cuestión de la relación de la contemplación filosófica con la vida inmediata. Todo pensamiento filosófico que no sea exigido por esta vida está condenado a permanecer estéril, aunque atraiga por un tiempo a algunos lectores de inclinación contemplativa. Un pensamiento fecundo debe tener sus raíces en los procesos de desarrollo que la humanidad en su conjunto ha de experimentar en el curso de su evolución histórica. Quien pretenda describir la historia de la evolución del pensamiento filosófico desde cualquier tipo de punto de vista, sólo puede apoyarse, para ello, en los pensamientos que exige la vida misma. Deben ser pensamientos que, llevados a la conducta de la vida, penetren en el hombre de tal manera que obtenga de ellos energías capaces de dirigir su conocimiento. Deben convertirse en sus consejeros y ayudantes en la tarea de su existencia. Porque la humanidad necesita tales pensamientos, han surgido las cosmovisiones filosóficas. Si fuera posible dominar la vida sin ellas, el hombre nunca se habría justificado interiormente para pensar en los "Enigmas de la Filosofía". Una época que no está dispuesta a pensar tales cosas muestra con este hecho simplemente que no siente la necesidad de formar la vida humana de tal manera que realmente pueda desplegarse en todas direcciones según su destino original. Pero por tal desgana debe pagarse una pesada pena en el curso de la evolución humana. La vida permanece sin desarrollar en tales edades, y los hombres no se dan cuenta de su estado enfermizo porque no están dispuestos a reconocer las exigencias que, sin embargo, siguen existiendo profundamente arraigadas en ellos y que simplemente no logran satisfacer. La etapa siguiente muestra el efecto de tal negligencia. Los nietos encuentran en la formación de una vida atrofiada algo que fue causado por la omisión de los abuelos. Esta omisión de la etapa anterior se ha convertido en la vida imperfecta de la etapa posterior en la que se encuentran los nietos. En la vida en su conjunto, la filosofía debe regir. Se puede pecar contra esta exigencia, pero es inevitable que este pecado produzca sus efectos.
Sólo entenderemos el curso del desarrollo del pensamiento filosófico, la existencia de los "Enigmas de la Filosofía", si tenemos un sentimiento del significado que la contemplación filosófica del mundo posee para una existencia humana completa y plena. Es por este sentimiento que he escrito sobre el desarrollo de los enigmas de la filosofía. A través de la presentación de este desarrollo he intentado mostrar que tal sentimiento está interiormente justificado.

Contra este sentimiento surgirá desde el principio en la mente de algunos lectores una cierta objeción amortiguadora que a primera vista parece estar basada en hechos. Se supone que la contemplación filosófica es una necesidad de la vida, pero a pesar de ello, el esfuerzo del pensamiento humano en el curso de su desarrollo no produce soluciones claras y bien definidas a los enigmas de la filosofía. Más bien son ambiguos y aparentemente contradictorios. Hay muchos análisis históricos que intentan explicar las contradicciones sólo demasiado aparentes a través de ideas de evolución superficialmente formadas. No resultan convincentes. Para abrirse camino en este campo, hay que tomarse la evolución mucho más en serio de lo que suele hacerse. Hay que llegar a la conclusión de que no puede haber ningún pensamiento que sea capaz de resolver los enigmas del universo de una vez por todas de una manera que lo abarque todo. Tal es la naturaleza del pensamiento humano que una idea recién descubierta pronto se transformará a su vez en un nuevo enigma. Cuanto más significativa sea la idea, más luz arrojará durante cierto tiempo; cuanto más enigmática, más cuestionable se volverá en una época posterior.

Quien quiera contemplar la historia del desarrollo del pensamiento humano desde un punto de vista fructífero debe ser capaz de admirar la grandeza de una idea en una época y, sin embargo, ser capaz de producir el mismo entusiasmo al observar esta idea cuando revela sus deficiencias en un período posterior. También debe ser capaz de aceptar la idea de que el modo de pensar al que él mismo se adhiere será sustituido en el futuro por otro totalmente distinto. Este pensamiento no debe impedirle reconocer plenamente la "verdad" del punto de vista que ha conquistado para sí. La disposición de ánimo que se inclina a creer que los pensamientos de una época anterior han sido desechados como imperfectos por los "perfectos" de la época actual, no es de ninguna ayuda para comprender la evolución filosófica de la humanidad.

He intentado comprender el curso del desarrollo del pensamiento humano captando el significado del hecho de que una época siguiente contradiga filosóficamente a la precedente. En la exposición introductoria, Pensamientos orientadores de la presentación, he expuesto qué ideas hacen posible tal comprensión. Las ideas son de tal naturaleza que necesariamente encontrarán mucha resistencia. A primera vista tendrán el aspecto de algo que se me acaba de ocurrir y que ahora he querido imponer de manera fantástica a todo el curso de la historia de la filosofía. Sin embargo, sólo puedo esperar que uno encuentre que las ideas no son pensadas como preconcebidas y luego superpuestas a la vista del desarrollo filosófico, sino que han sido obtenidas de la misma manera en que el científico natural encuentra sus leyes. Tienen su fuente en la observación de la evolución de la filosofía. Uno no tiene derecho a rechazar los resultados de una observación porque estén en desacuerdo con ideas que uno acepta como correctas debido a algún tipo de inclinación del pensamiento sin observación. La oposición a mi exposición se basará en la negación supersticiosa de la existencia de fuerzas en la historia humana que se manifiestan en ciertas épocas específicas y dominan efectivamente el desarrollo del pensamiento humano de manera significativa y necesaria. Tuve que aceptar tales fuerzas porque la observación de este desarrollo me había demostrado su existencia, y porque esta observación me hizo evidente el hecho de que la historia de la filosofía sólo se convertirá en una ciencia si no se retrocede ante el reconocimiento de fuerzas de este tipo.
Me parece que sólo entonces es posible adquirir una actitud defendible ante los enigmas de la filosofía, fecundos para la vida en el tiempo presente, si se conocen las fuerzas que dominaron las épocas del pasado. En la historia del pensamiento, más que en cualquier otra rama de la reflexión histórica, es necesario dejar que el presente crezca a partir del pasado. Pues en la comprensión de aquellas ideas que satisfacen la demanda del presente, tenemos el fundamento para la percepción que difunde la luz correcta sobre el pasado. El pensador que es incapaz de obtener un punto de vista filosófico adecuado a los impulsos dominantes de su propia época tampoco podrá descubrir el significado de la vida intelectual del pasado. Dejaré aquí sin resolver la cuestión de si en algún otro campo de la reflexión histórica puede o no ser fructífera una exposición que no tenga al menos como fundamento una imagen de la situación actual en este campo. En el campo de la historia del pensamiento, tal procedimiento carecería de sentido. Aquí el objeto de la reflexión debe estar necesariamente relacionado con la vida inmediata, y esta vida, en la que el pensamiento se hace actual como práctica de la vida, sólo puede ser la del presente.

Con estas palabras he querido caracterizar el sentimiento del que surgió esta presentación de los enigmas de la filosofía. Debido al poco tiempo transcurrido desde la última edición, no hay ocasión para cambios o adiciones al contenido del libro.

Rudolf Steiner
Mayo de 1918

Traducido por J.Luelmo may2023

GA018 Berlín, 1914 Enigmas de la filosofía - Prefacio a la edición de 1914

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ENIGMAS 
DE LA
FILOSOFIA

RUDOLF STEINER

 No es una "historia de la filosofía", aunque el enfoque sea histórico. Es una revisión de las concepciones históricas y actuales del mundo.

Prefacio a la edición 1914

Cuando me dispuse a esbozar las Concepciones del mundo y de la vida del siglo XIX, que aparecieron en 1901, no tenía la sensación de estar escribiendo un "libro centenario" que marcara el comienzo del siglo. La invitación a presentar este libro como contribución a una colección de obras filosóficas sólo me proporcionó el reto de resumir los resultados de los desarrollos filosóficos desde la época de Kant, a los que había llegado hacía tiempo, y que tenía intención de publicar. Cuando se hizo necesaria una nueva edición del libro y volví a examinar su contenido, me di cuenta de que sólo mediante una ampliación considerable de la exposición, tal y como la había presentado originalmente, podría dejar completamente claro lo que había pretendido mostrar. En aquel momento me había limitado a la descripción de los últimos ciento treinta años de desarrollo filosófico. Tal limitación es justificable porque este período constituye, en efecto, una totalidad bien redondeada que se cierra en sí misma y podría ser retratada como tal aunque uno no pretendiera escribir un "libro centenario". Pero las visiones filosóficas del siglo pasado vivían en mí de tal manera que, al presentar sus problemas filosóficos, sentía resonar como trasfondos en mi alma las soluciones que se habían intentado desde el principio del curso de la historia de la filosofía. Esta sensación apareció con mayor intensidad cuando retomé la revisión del libro para una nueva edición. Esto indica la razón por la que el resultado no fue tanto una nueva edición como un nuevo libro.

Ciertamente, el contenido del antiguo libro se ha conservado en lo esencial palabra por palabra, pero se ha introducido una breve exposición del desarrollo filosófico desde el siglo VI a.C. En el segundo volumen se continuará la descripción de las sucesivas filosofías hasta la actualidad. Además, las breves observaciones del final del segundo volumen, tituladas Perspectivas, se han ampliado en una presentación detallada de las posibilidades filosóficas del presente. Se pueden hacer objeciones contra la composición del libro porque las partes de la versión anterior no se han abreviado, mientras que la descripción de las filosofías desde el siglo VI a.C. hasta el siglo XIX d.C. sólo se ha dado en el más breve esbozo. Pero dado que mi objetivo no es sólo dar un breve esbozo de la historia de los problemas filosóficos, sino discutir estos problemas y el intento de su solución por sí mismos a través de su tratamiento histórico, creí correcto mantener el relato más detallado para el último período. El modo de enfocar estas cuestiones en que fueron vistas y presentadas por los filósofos del siglo XIX sigue estando próximo a las corrientes de pensamiento y a las necesidades filosóficas de nuestro tiempo. Lo que precede a este período sólo tiene la misma importancia para la vida anímica moderna en la medida en que esparce luz sobre el último intervalo de tiempo. La Perspectiva al final del segundo volumen tuvo su origen en la misma intención, a saber, la de desarrollar a través del relato de la historia de la filosofía, la filosofía misma.
El lector echará de menos en este libro algunas cosas que podría buscar en una historia de la filosofía: las opiniones de Hobbes y otros, por ejemplo. Mi objetivo, sin embargo, no era enumerar todas las opiniones filosóficas, sino presentar el curso del desarrollo de los problemas filosóficos. En tal presentación es inapropiado registrar una opinión filosófica del pasado si sus puntos esenciales han sido pormenorizados en otra conexión.

Quien quiera encontrar también en este libro una nueva prueba de que he "cambiado" mis puntos de vista en el curso de los años, probablemente ni siquiera entonces se disuadirá de tal "opinión" si le señalo que la presentación de los puntos de vista filosóficos que hice en Concepciones del mundo y de la vida ha sido, ciertamente, ampliada y complementada, pero que el contenido del libro anterior ha sido recogido en el nuevo en todos los puntos esenciales, literalmente sin cambios. Los ligeros cambios que se producen en algunos pasajes me parecieron necesarios, no porque después de quince años sintiera la necesidad de presentar algunos puntos de manera diferente, sino porque me di cuenta de que era necesario un nuevo modo de expresión debido a la conexión más amplia en la que aquí y allá aparece un pensamiento en el nuevo libro, mientras que en el antiguo tal conexión no se daba. Sin embargo, siempre habrá personas a las que les guste interpretar contradicciones entre los escritos sucesivos de una persona, porque no pueden o no quieren considerar la extensión ciertamente admisible del desarrollo del pensamiento de dicha persona. El hecho de que en dicha extensión muchas cosas se expresen de forma diferente en años posteriores no puede constituir una contradicción si por coherencia no se entiende que la última expresión sea una mera copia de la anterior, sino que se está dispuesto a observar un desarrollo coherente de una persona. Para evitar el veredicto de "cambio de opinión" de los críticos que no tienen en cuenta este hecho, habría que reiterar, cuando se trata de pensamientos, las mismas palabras una y otra vez.

Rudolf Steiner
Abril de 1914
Traducido por J.Luelmo may2023

GA018 Berlín, 1914 Enigmas de la filosofía - Para orientarse sobre las directrices de la presentación

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ENIGMAS 
DE LA
FILOSOFIA

RUDOLF STEINER

 No es una "historia de la filosofía", aunque el enfoque sea histórico. Es una revisión de las concepciones históricas y actuales del mundo.

Para orientarse sobre las directrices de la presentación

Si seguimos el trabajo intelectual invertido por el hombre en sus intentos de resolver el enigma del mundo y de la vida, las palabras "Conócete a ti mismo", que estaban inscritas como lema en el templo de Apolo, se sugerirán al alma en su contemplación. La comprensión para una concepción del mundo radica en el hecho de que el alma humana puede ser sacudida por la contemplación de estas palabras. La naturaleza de un organismo vivo implica la necesidad de sentir hambre. La naturaleza del alma humana en una determinada etapa de su desarrollo provoca una necesidad similar. Se manifiesta en la necesidad de obtener de la vida un cierto rendimiento espiritual que, al igual que el alimento sacia el hambre, satisfaga el desafío del alma: "Conócete a ti mismo". Este sentimiento puede apoderarse del alma humana tan poderosamente que puede verse obligada a pensar: "Sólo entonces soy plenamente humano en el verdadero sentido de la palabra, cuando desarrollo dentro de mí una relación con el mundo que expresa su carácter fundamental en el desafío, "Conócete a ti mismo"." El alma puede llegar al punto de considerar este sentimiento como un despertar del sueño de la vida que soñaba antes de esta experiencia particular.

Durante el primer período de su vida, el hombre desarrolla el poder de la memoria, gracias al cual, más adelante, recordará sus experiencias hasta un determinado momento de su infancia. Lo que hay antes de este momento lo siente como un sueño de la vida del que ha despertado. El alma humana no sería lo que debería ser si el poder de la memoria no surgiera de la tenue vida anímica del niño. De manera similar, el alma humana puede, en una etapa más desarrollada, pensar en su experiencia del desafío expresado en las palabras: "Conócete a ti mismo". Puede tener la sensación de que una vida anímica que no despierta de su sueño de vida a través de esta experiencia no está a la altura de sus potencialidades internas.

Los filósofos han señalado a menudo que se sienten perdidos cuando se les pregunta por la naturaleza de la filosofía en el verdadero sentido de la palabra. Sin embargo, una cosa es cierta, a saber, que uno debe ver en la filosofía una forma especial de satisfacer la necesidad del alma humana expresada en el desafío: "Conócete a ti mismo". De este desafío se puede saber con tanta claridad como se puede saber qué es el hambre, aunque no se pueda dar una explicación del fenómeno del hambre que sea satisfactoria para todos.
Probablemente fue un pensamiento de este tipo el que motivó a Johann Gottlieb Fichte cuando afirmó que la filosofía que elige un hombre depende de la clase de hombre que es. Animados por este pensamiento, podemos examinar los intentos que se han hecho a lo largo de la historia para encontrar soluciones a los enigmas de la filosofía. En estos intentos se revela la naturaleza misma del ser humano. Pues aunque el hombre intente acallar por completo sus intereses personales cuando pretende hablar como filósofo, aparecerá, sin embargo, inmediatamente en una filosofía lo que la personalidad humana puede hacer de sí misma desplegando aquellas fuerzas que le son más central y originariamente propias.

Visto desde este punto de vista, el examen de los logros filosóficos en relación con los enigmas del mundo puede suscitar ciertas expectativas.

Podemos esperar que tal examen pueda arrojar resultados relativos a la naturaleza del desarrollo del alma humana, y el escritor de este libro cree que al explorar los puntos de vista filosóficos de occidente ha encontrado tales resultados. Cuatro épocas claramente discernibles en la evolución de la lucha filosófica de la humanidad se presentaron a su vista. Tuvo que reconocer la diferencia de estas épocas tan distintas como la diferencia de las especies de un reino de la naturaleza. Esta observación le llevó a reconocer en el ámbito de la historia del desarrollo filosófico del hombre la existencia de impulsos espirituales objetivos que siguen una ley definida de evolución propia, independiente de los hombres individuales en los que se observan. Los logros de estos hombres como filósofos aparecen así como la manifestación de estos impulsos que dirigen el curso de los acontecimientos bajo la superficie de la historia externa. Se sugiere entonces la convicción de que tales resultados surgen de la observación imparcial de los hechos históricos, del mismo modo que una ley natural se basa en la observación de los hechos de la naturaleza. El autor de este libro cree que no se ha dejado engañar por ideas preconcebidas para presentar una construcción arbitraria del proceso histórico, sino que los hechos obligan a reconocer resultados del tipo indicado.

Se puede demostrar que en el curso evolutivo de la lucha filosófica de la humanidad se distinguen épocas, cada una de las cuales dura entre siete y ocho siglos. En cada una de estas épocas actúa un impulso claramente diferente, como si estuviera bajo la superficie de la historia externa, enviando sus rayos a las personalidades humanas y provocando así la evolución del modo de filosofar del hombre, al tiempo que toma su propio curso definido de desarrollo.

La forma en que los hechos apoyan la diferenciación de estas épocas se mostrará en el presente libro. Su autor desea, en la medida de lo posible, dejar que los hechos hablen por sí mismos. En este punto, quiere ofrecer algunas líneas directrices de las que, sin embargo, no parten los pensamientos expresados en este libro, sino que son los resultados del mismo.

Se puede opinar que estas líneas directrices deberían haberse colocado correctamente al final del libro porque su verdad se desprende únicamente del contenido de la presentación completa. Sin embargo, deben preceder al tema como una declaración preliminar porque justifican la estructura interna del libro. Aunque son el resultado de la investigación del autor, estaban naturalmente en su mente antes de que escribiera el libro y ejercieron su efecto sobre su forma. Para el lector, sin embargo, puede ser importante saber no sólo al final del libro por qué el autor presenta su tema de una determinada manera, sino formarse su juicio sobre este método de presentación ya durante la lectura. Pero aquí sólo se dirá lo necesario para comprender la organización del libro.

La primera época del desarrollo de los puntos de vista filosóficos comienza en la antigüedad griega. Puede rastrearse claramente hasta Pherekydes de Syros y Thales de Miletos y llega a su fin en la era del cristianismo inicial. La aspiración espiritual de la humanidad en esta época muestra un carácter esencialmente diferente al de épocas anteriores. Es la época del despertar de la vida del pensamiento. Antes de esta era, el alma humana vivía en imágenes de pensamiento imaginativas (simbólicas) que expresaban su relación con el mundo y la existencia.
Todos los intentos de encontrar la vida del pensamiento filosófico desarrollada en la época anterior a Grecia fracasan tras una inspección más minuciosa. La auténtica filosofía no puede datarse antes de la civilización griega. Lo que podría semejarse a primera vista al elemento del pensamiento en la contemplación del mundo oriental o egipcio resulta ser, cuando se examina más de cerca, no un pensamiento real sino una concepción parabólica y simbólica. Es en Grecia donde nace la aspiración a conocer el mundo y sus leyes por medio de un elemento que también en la época actual puede reconocerse como pensamiento. Mientras el alma humana concibe los fenómenos del mundo a través de imágenes, se siente íntimamente ligada a ellos. En esta fase, el alma se siente miembro del organismo mundial; no se concibe a sí misma como una entidad independiente separada de este organismo. A medida que el pensamiento puro sin imagen despierta en el alma humana, el alma comienza a sentirse separada del mundo. El pensamiento se convierte en el educador del alma para la independencia.

Pero el griego antiguo no experimentaba el pensamiento como el hombre moderno. Este es un hecho que puede pasarse por alto fácilmente. Una visión genuina de la vida del pensamiento del griego antiguo revelará la diferencia esencial. La experiencia del pensamiento del griego antiguo es comparable a nuestra experiencia de una percepción, a nuestra experiencia de "rojo" o "amarillo". Del mismo modo que hoy atribuimos una percepción de color o tono a una "cosa", el griego antiguo percibe el pensamiento en el mundo de las cosas y como adherido a ellas. Por esta razón, el pensamiento sigue siendo en aquella época el nexo de unión entre el alma y el mundo. El proceso de separación entre el alma y el mundo apenas está comenzando; aún no se ha completado. Sin duda, el alma siente el pensamiento dentro de sí, pero debe ser de la opinión de haberlo recibido del mundo y, por lo tanto, puede esperar la solución de los enigmas del mundo de su experiencia de pensamiento. Es en este tipo de experiencia de pensamiento que procede el desarrollo filosófico que comienza con Pherekydes y Thales, culmina en Platón y Aristóteles y luego retrocede hasta que termina en la época del comienzo del cristianismo. La vida del pensamiento fluye desde las corrientes subterráneas de la evolución espiritual hacia las almas de los hombres y produce en estas almas filosofías que las educan para sentirse a sí mismas en su autodependencia independiente del mundo exterior.

Con el amanecer de la era cristiana comienza un nuevo período. El alma humana ya no puede experimentar el pensamiento como una percepción del mundo exterior. Ahora siente el pensamiento como producto de su propio ser (interior). Un impulso mucho más poderoso que la corriente de vida del pensamiento irradia ahora en el alma desde las corrientes más profundas del proceso creativo espiritual. Sólo ahora se despierta en la humanidad la autoconciencia en una forma adecuada a la verdadera naturaleza de esta autoconciencia. Lo que los hombres habían experimentado a este respecto antes de esa época sólo habían sido, en realidad, presagios y fenómenos anticipatorios de lo que, en su sentido más profundo, deberíamos llamar autoconciencia interiormente experimentada.
Es de esperar que una futura historia de la evolución espiritual llame a esta época la "Era del Despertar de la Autoconciencia". Sólo ahora el hombre llega a ser consciente, en el verdadero sentido de la palabra, de todo el alcance de su vida anímica como "Yo". El peso total de este hecho es más instintivamente sentido que claramente conocido por los espíritus filosóficos de aquel tiempo. Todas las aspiraciones filosóficas de esa época conservan este carácter general hasta la época de Escoto Erígena. Los filósofos de este período se sumergen completamente en las concepciones religiosas con su pensamiento filosófico. Mediante este tipo de formación del pensamiento, el alma humana, encontrándose en una autoconciencia despierta y enteramente abandonada a sus propios recursos, se esfuerza por adquirir la conciencia de su sumersión en la vida del organismo mundial. El pensamiento se convierte en un mero medio para expresar la convicción sobre la relación del alma del hombre con el mundo que se ha adquirido de fuentes religiosas. Impregnada de esta visión, alimentada por concepciones religiosas, la vida del pensamiento crece como la semilla de una planta en el alma de la tierra, hasta que brota a la luz.

En la filosofía griega, la vida del pensamiento despliega sus propias fuerzas interiores. Conduce al alma humana hasta el punto en que siente su autodependencia. Entonces, desde las mayores profundidades de la vida espiritual, irrumpe en la humanidad un elemento que es fundamentalmente diferente de la vida del pensamiento, un elemento que llena el alma con una nueva experiencia interior, con la conciencia de ser un mundo en sí mismo, que descansa sobre su punto interior de gravitación. Así, la autoconciencia se experimenta al principio, pero todavía no se concibe en forma de pensamiento. La vida del pensamiento continúa desarrollándose, oculta y cobijada en el calor de la conciencia religiosa. Así transcurren los primeros setecientos u ochocientos años después de la fundación del cristianismo.

El período siguiente muestra un carácter completamente diferente. Los principales filósofos sienten el despertar de la energía de la vida del pensamiento. Durante siglos el alma humana se había consolidado interiormente a través de la experiencia de su autodependencia. Ahora comienza a buscar lo que podría reclamar como su más íntima posesión de sí misma. Descubre que es su vida de pensamiento. Todo lo demás viene dado desde fuera; el pensamiento se siente como algo que el alma tiene que producir desde su propia profundidad, es decir, el alma está presente con plena conciencia en este proceso de producción. Surge en el alma el impulso de adquirir en el pensamiento un conocimiento mediante el cual pueda iluminarse sobre su propia relación con el mundo. ¿Cómo puede expresarse en la vida del pensamiento algo que no sea meramente el propio producto del alma? Esta se convierte en la pregunta de los filósofos de la época. Las corrientes espirituales del Nominalismo, el Realismo, la Escolástica y la Mística medieval revelan este carácter fundamental de la filosofía de aquella época. El alma humana intenta examinar su vida de pensamiento con respecto a su contenido de realidad.
Con el final de este tercer período cambia el carácter del quehacer filosófico. La autoconciencia del alma se ha fortalecido a través del trabajo de un siglo realizado en el examen de la realidad de la vida del pensamiento. Se ha aprendido a sentir la vida del pensamiento como algo que está profundamente relacionado con la propia naturaleza del alma y a experimentar en esta unión una seguridad interior de la existencia. Como marca de esta etapa de desarrollo, brillan como una estrella en el firmamento del espíritu las palabras "Pienso, luego existo", pronunciadas por Descartes (1596-1650). Uno siente que el alma fluye en la vida del pensamiento, y en la conciencia de esta corriente uno cree experimentar la verdadera naturaleza del alma misma. El representante de esa época se siente tan seguro dentro de esta existencia reconocida en la vida de pensamiento que llega a la convicción de que el verdadero conocimiento sólo puede ser un conocimiento que se experimente del mismo modo que el alma experimenta la vida de pensamiento apoyándose en su propio fundamento. Este se convierte en el punto de vista de Spinoza (1632-1677).

Ahora surgen filosofías que configuran la imagen del mundo tal como debe imaginarse cuando el alma humana autoconsciente, concebida por la vida del pensamiento, puede tener su posición adecuada dentro de ese mundo. ¿Cómo debe representarse el mundo para que dentro de él el alma humana pueda ser pensada de modo que corresponda adecuadamente al concepto necesario de la autoconciencia? Esta se convierte en la pregunta que, en una observación imparcial, encontramos en el fondo de la filosofía de Giordano Bruno (1548-1600). También es claramente la pregunta para la que Leibnitz (1646-1716) busca respuesta.
Con las concepciones de una imagen del mundo que surgen de tal pregunta comienza la cuarta época en la evolución de la visión filosófica del mundo. Nuestra época actual se sitúa aproximadamente en la mitad de esta época. Este libro pretende mostrar hasta qué punto ha avanzado el conocimiento filosófico en la concepción de una imagen del mundo en la que el alma autoconsciente pueda encontrar un lugar tan seguro, de modo que pueda comprender su propio sentido y significado dentro del mundo existente. Cuando, en la primera época de la búsqueda filosófica, la filosofía derivó sus poderes de la vida del pensamiento que despertaba, el alma humana se vio espoleada por la esperanza de obtener un conocimiento de un mundo al que pertenece con su verdadera naturaleza, que no se limita a la vida manifestada a través del cuerpo de los sentidos.

En la cuarta época, las ciencias naturales emergentes añaden a la imagen filosófica del mundo una visión de la naturaleza que gradualmente percibe su propio terreno independiente. A medida que esta imagen de la naturaleza se desarrolla, no retiene nada de un mundo en el que el yo autoconsciente (el alma humana que se experimenta a sí misma como una entidad autoconsciente) debe reconocerse a sí misma. En la primera época, el alma humana comienza a desprenderse del mundo exterior experimentado y a desarrollar un conocimiento relativo a la vida interior del alma. Esta vida independiente del alma encuentra su fuerza en el elemento pensamiento que despierta. En el cuarto período surge una imagen de la naturaleza que se ha separado a su vez de la vida interior del alma. Surge la tendencia a pensar la naturaleza de tal manera que no se permite mezclar en su concepción nada que haya sido derivado del alma y no exclusivamente de la naturaleza misma. Así, el alma es, en este período, expulsada de la naturaleza, y con sus experiencias interiores confinada en su mundo subjetivo. El alma no está dispuesta a verse obligada a admitir que todo lo que puede obtener como conocimiento por sí misma sólo puede tener un significado para sí misma. No puede encontrar en sí misma nada que apunte a un mundo en el que esta alma pueda tener sus raíces con su verdadero ser. Pues en la imagen de la naturaleza no puede encontrar ningún rastro de sí misma.

La evolución de la vida del pensamiento ha pasado por cuatro épocas. En la primera, el pensamiento se experimenta como una percepción procedente del exterior. En esta fase el alma humana encuentra su autodependencia a través del proceso del pensamiento. En la segunda época, el pensamiento ha agotado su poder en este sentido. Ahora el alma se fortalece en la experiencia de su propia entidad. El propio pensamiento vive ahora más en segundo plano y se funde con el conocimiento de sí mismo. Ya no puede ser considerado como si fuera una percepción externa. El alma se acostumbra a experimentarlo como su propio producto. Debe llegar a la pregunta de qué tiene que ver este producto de la actividad interior del alma con un mundo exterior. El tercer período transcurre a la luz de esta pregunta. Los filósofos desarrollan una vida cognoscitiva que pone a prueba el propio pensamiento en lo que respecta a su fuerza interior. La fuerza filosófica del período se manifiesta como una vida en el elemento del pensamiento como tal, como un poder de obrar a través del pensamiento en su propia esencia. En el curso de esta época la vida filosófica aumenta en su capacidad de dominar el elemento del pensamiento. Al comienzo del cuarto período, la autoconciencia cognoscitiva, sobre la base de su posesión del pensamiento, procede a formarse una imagen filosófica del mundo. Esta imagen se ve ahora desafiada por una imagen de la naturaleza que se niega a aceptar cualquier elemento de esta autoconciencia. El alma autoconsciente, confrontada con esta imagen de la naturaleza, siente como pregunta fundamental: "¿Cómo obtengo una imagen del mundo en la que tanto el mundo interior con su verdadera esencia como la naturaleza exterior estén firmemente arraigados al mismo tiempo?". El impulso causado por esta pregunta domina la evolución filosófica desde el comienzo del cuarto período; los propios filósofos pueden ser más o menos conscientes de este hecho. Este es también el impulso más importante de la vida filosófica de la época actual.

En este libro se van a tipificar los hechos que muestran el efecto de ese impulso. El primer volumen de la obra presenta el desarrollo filosófico hasta mediados del siglo XIX; el segundo seguirá ese desarrollo hasta la actualidad. Al final se mostrará cómo la evolución filosófica lleva al alma a aspectos hacia una futura vida humana en la cognición. A través de esto, el alma debería ser capaz de desarrollar una imagen del mundo a partir de su propia autoconciencia en la que su verdadero ser pueda concebirse simultáneamente con la imagen de la naturaleza que es el resultado del desarrollo científico moderno.

En este libro debía desplegarse una perspectiva filosófica de futuro adecuada al presente a partir de la evolución histórica de la cosmovisión filosófica.
Traducido por J.Luelmo may2023



GA018 Berlín, 1914 - Enigmas de la filosofía -Prefacio a la nueva edición 1924

ENIGMAS 
DE LA
FILOSOFIA

RUDOLF STEINER

 No es una "historia de la filosofía", aunque el enfoque sea histórico. Es una revisión de las concepciones históricas y actuales del mundo.

Prefacio a la nueva edición 1924


Cuando, con motivo de su segunda edición en 1914, amplié mi libro Concepciones del mundo y de la vida del siglo XIX, el resultado fue el presente volumen, Los enigmas de la filosofía. En este libro pretendo mostrar aquellos elementos de las concepciones del mundo que aparecen históricamente y que mueven al observador contemporáneo de estos enigmas a experiencias de mayor profundidad de conciencia al encontrarse con los sentimientos con que los experimentaron los pensadores del pasado. Tal profundización de los sentimientos es de profunda satisfacción para quien está comprometido en una lucha filosófica. Lo que él, en su propia mente, se esfuerza por alcanzar se ve reforzado por el hecho de que ve cómo este esfuerzo tomó forma en pensadores anteriores a los que la vida otorgó puntos de vista que pueden estar cerca o lejos de los suyos. De este modo, con este libro pretendo servir a quienes necesiten una presentación del desarrollo de la filosofía como complemento de sus propios caminos de pensamiento. Tal suplemento será valioso para cualquiera que, en su propio modo de pensar, desee sentirse uno con el trabajo intelectual de la humanidad, y que quiera ver que el trabajo de sus propios pensamientos tiene sus raíces en una necesidad universal del alma humana. Él puede comprender esto cuando deja que los elementos esenciales de las concepciones históricas del mundo se desplieguen ante sus ojos.
Para muchos observadores, sin embargo, tal exhibición tiene un efecto depresivo. Hace que la duda invada sus mentes. Ven a pensadores del pasado contradiciendo a sus predecesores y a su vez contradichos por sus sucesores. En mi relato de este proceso pretendo mostrar cómo este aspecto depresivo se extingue gracias a otro elemento. Consideremos a dos pensadores. A primera vista, la contradicción de sus pensamientos nos parece dolorosa. Ahora examinemos estos pensamientos más de cerca. Descubrimos que ambos pensadores dirigen su atención a ámbitos del mundo completamente diferentes. Supongamos que un pensador ha desarrollado en sí mismo el estado de ánimo que se concentra en el modo en que los pensamientos se despliegan en el tejido interior del alma. Para él se convierte en un enigma cómo pueden estos procesos internos del alma llegar a ser decisivos en una cognición relativa a la naturaleza del mundo exterior. Este punto de partida dará un color especial a todo su pensamiento. Hablará con vigor de la actividad creadora de la vida del pensamiento. Así, todo lo que diga estará teñido de idealismo. Un segundo pensador dirige su atención hacia los procesos accesibles a la percepción sensorial externa. Los procesos de pensamiento a través de los cuales mantiene estos acontecimientos externos en la percepción cognitiva no entran por sí mismos en el campo de su conciencia en su energía específica. Dará un giro a los enigmas del universo que los situará en un entorno de pensamiento en el que el fundamento del mundo mismo aparecerá en una forma que guarda semejanza con el mundo de los sentidos.

Si se aborda la génesis histórica de las visiones del mundo en conflicto con las presuposiciones que resultan de tal orientación del pensamiento, se puede superar el efecto embotador que estas perspectivas del mundo tienen entre sí y elevar el punto de vista a un nivel desde el que aparezcan apoyándose mutuamente.

Hegel y Haeckel, considerados uno al lado del otro, presentarán a primera vista la contradicción más perfecta. Penetrando en la filosofía de Hegel, uno puede recorrer con él el camino al que está abocado un hombre que vive enteramente en pensamientos. Siente el elemento pensamiento como algo que le permite comprender su propio ser como real. Frente a la naturaleza, se plantea la cuestión de su relación con el mundo del pensamiento. Será posible seguir su giro mental si uno puede sentir lo que está relativamente justificado y es provechoso en tal disposición mental. Si uno puede entrar en los pensamientos de Haeckel, puede seguirle aún parte del camino. Haeckel sólo puede ver lo que captan los sentidos y cómo cambia. Lo que es y cambia de este modo puede reconocerlo como su realidad, y sólo se da por satisfecho cuando es capaz de englobar a todo el ser humano, incluida su actividad de pensamiento, bajo este concepto de ser y transformación. Ahora bien, que Haeckel considere a Hegel como una persona que hila aireados conceptos sin sentido sin tener en cuenta la realidad. Concédase que Hegel, si hubiera vivido para conocer a Haeckel, habría visto en él a una persona completamente ciega a la verdadera realidad. De modo que quien sea capaz de adentrarse en ambos modos de pensar encontrará en la filosofía de Hegel la posibilidad de fortalecer su poder de pensamiento espontáneo y activo. En el modo de pensar de Haeckel encontrará la posibilidad de tomar conciencia de relaciones entre formaciones distantes de la naturaleza que tienden a plantear preguntas significativas en la mente del hombre. Colocados uno al lado del otro y comparados de este modo, Hegel y Haeckel ya no nos conducirán a un escepticismo opresivo, sino que nos permitirán reconocer cómo los esforzados brotes y retoños de la vida se envían desde rincones muy diferentes del universo.

Tales son los fundamentos en los que hunde sus raíces el método de mi exposición. No pretendo ocultar las contradicciones de la historia de la filosofía, sino mostrar lo que sigue siendo válido a pesar de las contradicciones.

Que Hegel y Haeckel sean tratados en este libro para revelar lo que hay de positivo y no de negativo en ambos puede, en mi opinión, ser criticado como erróneo sólo por alguien que sea incapaz de ver lo fecundo que es tal tratamiento de lo positivo.

Permítanme añadir sólo unas palabras más sobre algo que no se refiere al contenido del libro pero que, sin embargo, está relacionado con él. Este libro pertenece a las obras mías a las que se refieren las personas que pretenden encontrar contradicciones en el curso de mi desarrollo filosófico. A pesar de que sé que tales reproches no están motivados en su mayoría por una voluntad de búsqueda de la verdad, responderé a ellos brevemente.

Tales críticos sostienen que el capítulo sobre Haeckel da la impresión de haber sido escrito por un seguidor ortodoxo de Haeckel. Quien lea en el mismo libro lo que se dice sobre Hegel encontrará difícil sostener esta afirmación. Considerado superficialmente, podría, sin embargo, parecer como si una persona que escribió sobre Haeckel como yo lo hice en este libro hubiera pasado por una completa transformación de espíritu cuando más tarde publicó libros como Cómo se adquiere el conocimiento del mundo superior, La Ciencia Oculta, un bosquejo, etc.
Pero la cuestión sólo se interpreta correctamente si se recuerda que mis últimas obras, que parecen contradecir las anteriores, se basan en una intuición espiritual del mundo espiritual. Quien pretenda adquirir o conservar para sí una intuición de este tipo debe desarrollar la capacidad de suprimir sus propias simpatías y antipatías y entregarse con perfecta objetividad al tema de su contemplación. Debe realmente, al presentar el modo de pensar de Haeckel, ser capaz de ser completamente absorbido por él. Precisamente de este poder de entregarse al objeto deriva la intuición espiritual. Mi método de presentación de las diversas concepciones del mundo tiene su origen en mi orientación hacia una intuición espiritual. No sería necesario haber entrado realmente en el modo materialista de pensar sólo para teorizar sobre el espíritu. Para ello basta simplemente con mostrar todas las razones justificables contra el materialismo y presentar este modo de pensamiento revelando sus aspectos injustificados. Pero para efectuar la intuición espiritual no se puede proceder de esta manera. Hay que ser capaz de pensar idealistamente con el idealista y materialistamente con el materialista. Pues sólo así se despertará la facultad del alma que puede activarse en la intuición "espiritual".

Contra esto podría objetarse que en un tratamiento así el contenido del libro perdería su unidad. No soy de esa opinión. Un relato histórico será tanto más fiel cuanto más se permita que los fenómenos hablen por sí mismos. No puede ser tarea de una presentación histórica combatir el materialismo o distorsionarlo hasta convertirlo en una caricatura, pues dentro de sus límites está justificado. Es correcto representar materialistamente aquellos procesos del mundo que tienen una causa material. Sólo nos extraviamos cuando no llegamos a la comprensión que se produce cuando, al perseguir los procesos materiales, somos conducidos finalmente a la concepción del espíritu. Sostener que el cerebro no es una condición necesaria de nuestro pensar en la medida en que está relacionado con la percepción de los sentidos es un error. También es un error suponer que el espíritu no es el creador del cerebro a través del cual se revela en el mundo físico mediante la producción y formación del pensamiento.

noviembre de 1923
Rudolf Steiner
Traducido por J.Luelmo may2023