GA127 Mannhein, 5 de enero de 1911 - Las Diferentes épocas de la Evolución Humana y su Influencia en los Miembros del Ser Humano

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RUDOLF STEINER


Las Diferentes épocas de la Evolución Humana y su Influencia en los Miembros del Ser Humano

Mannhein, 5 de enero de 1911

Ha pasado algún tiempo desde que pudimos celebrar una reunión de la rama aquí en Mannheim, y hoy estamos de nuevo en condiciones de cumplir tal tarea. Ahora bien, queridos amigos, en los últimos tiempos habéis adquirido con atención y entusiasmo los conocimientos que pueden denominarse las ideas y percepciones más importantes de nuestra cosmovisión científico-espiritual. Por lo tanto, tal vez no sea inapropiado que hablemos hoy de algo que, por un lado, dirige nuestra atención al conjunto de nuestro movimiento científico-espiritual y, por otro, también nos da la oportunidad de utilizar un poco del conocimiento espiritual que hemos adquirido, a saber, sobre el hombre y su desarrollo, para utilizarlo, por así decirlo, en el servicio al que todo ser humano debería dedicarse, y que debería adoptar una forma especial precisamente para los antropósofos a través de sus percepciones, a través de lo que pueden obtener en sensaciones de la cosmovisión científico-espiritual. 

Ustedes saben, mis queridos amigos, que el desarrollo de la humanidad está progresando, que una época sigue a otra, una edad sigue a otra, y cada edad tiene su propia tarea especial. En el desarrollo histórico de la humanidad podemos distinguir entre edades mayores y menores, y en cada edad hay a su vez puntos muy especiales en el tiempo en los que es necesario no descuidar penetrar en la tarea real, en la misión real de esa edad. Podemos notar que en los sucesivos periodos de tiempo a la gente se le dan tareas desde los mundos espirituales, tareas que son muy especiales para esta o aquella era, y para nosotros los humanos es entonces una cuestión de hacer lo correcto para saber algo sobre estas tareas, para absorber un conocimiento de estas tareas en nuestras almas.

Realmente vivimos en una época en la que es urgentemente necesario que una serie de personas adquieran de nuevo conocimientos sobre lo que hay que hacer preferentemente en el campo espiritual hoy o en nuestro presente. Deseo ante todo poner ante vuestra alma sólo dos períodos de tiempo que nos son muy próximos, nos son próximos porque uno pertenece al pasado y mucho de él alcanza todavía a nuestro presente en cuanto a bienes espirituales y productos espirituales; el segundo período, sin embargo, apenas está comenzando. Estamos al comienzo de un nuevo periodo, un ciclo o periodo menor de la humanidad, en el límite, por así decirlo. Por eso es especialmente importante analizar un poco estos dos periodos. Un período abarca aproximadamente la época que comenzó con San Agustín y terminó con la llegada del siglo XVI. En la ciencia oculta se dice que este período abarca desde Agustín hasta Calvino, y luego tenemos otro período que le sigue, que abarca desde Calvino hasta el último tercio del siglo XIX. Y de nuevo nos encontramos en el punto de partida de un periodo con nuevas tareas, cuyo cumplimiento es extremadamente importante para el futuro próximo de la humanidad. Hagámonos una pequeña idea de lo que ocurre en estos puntos de partida de nuevos periodos. Cuando un periodo de tiempo se funde con otro, algo se vuelve viejo y algo es joven. Algo se acerca a su decadencia, y otra cosa vuelve a estar presente de forma germinal, como una raíz, como un nuevo amanecer para un sol que se prepara como el sol de una nueva era. Y la peculiaridad de tal edad de transición, -ya saben, se habla de edades de transición en varios sentidos, pero hoy estamos realmente ante una edad de transición en un sentido muy significativo-, es que deben añadirse nuevas fuerzas a la cultura de la humanidad.

Para describirlo, me gustaría centrarme en una de las principales tareas de la humanidad en su conjunto: la aparición del cristianismo. Si queremos hacernos una idea de cómo surgió el cristianismo, tenemos que decir que, en realidad, fue rechazado por quienes estaban en la vanguardia de la civilización. Pero al mismo tiempo, los que estaban a la vanguardia de la cultura estaban en declive. Intenten hacerse una idea de la cultura romana en decadencia e intenten hacerse una idea de cómo eran las iglesias a las que predicaba Pablo. Eran personas, por así decirlo, ingenuas, pero que se enfrentaban a la cultura con un vigor fresco, con un sentido vivo de lo que estaba por venir, que  ellos realmente no se contaban entre la flor y nata de la cultura de aquella época. Eran las nuevas fuerzas, pero a veces nacían incluso de los estratos más bajos del pueblo. Porque la compleja vida social de los altos círculos dirigentes, una vez que se ha desarrollado durante un tiempo, debe declinar, y la ciencia en particular, con sus conceptos, ideas y demás, llega a un punto en el que no puede desarrollarse más, algo nuevo, algo popular, debe intervenir. Tenemos ante nosotros una gran conmoción. En cierto sentido, hoy nos enfrentamos de nuevo a un viraje. Lo que se ha logrado con gran dedicación como pensamientos e ideas científicas ha llegado en realidad a un punto en el que todo aquel que tenga una visión debe decirse a sí mismo: realmente no puede ir más allá, -los conceptos e ideas científicas que se están impulsando en las corrientes oficiales hoy en día están al borde de la decadencia. Y en general, toda la forma en que se enfoca la vida espiritual, doquiera que fluyan las grandes corrientes de esta vida espiritual, está en plena decadencia. Quisiera describir en pocas y crudas palabras cómo esta decadencia podría realmente ser observada con pasos relativamente rápidos por aquellos que observan tales cosas de verdad.

Si uno participaba en la vida tal como se vivía en la literatura, a través de los libros y similares, en la ciencia, entonces crecía con una seriedad, con una cierta seriedad que ahora se considera anticuada, que ya no se entiende. El tono de las revistas semanales, por ejemplo, era muy diferente en los años setenta, (del siglo XIX). Era, si se nos permite la expresión, mucho, mucho más digno. Por aquel entonces, había puntos de vista muy específicos dentro de este movimiento intelectual sobre cómo relacionarse con el teatro, la poesía, etcétera. Así se pensaba entonces. También había una cierta forma de escribir poesía en aquellos días en la que se cumplían requisitos menos estrictos, por ejemplo escribiendo dramas para pequeñas ocasiones festivas, más para divertirse, para bromear. A veces había bastante talento en ello. En particular, los estudiantes representaban obras de teatro en sus reuniones, en las que había bastante talento. Ahora te ibas haciendo un poco mayor y podías echar un vistazo a las tendencias literarias, y entre ellas encontrabas productos valiosos, pero eran exactamente lo mismo que antes sólo considerabas maduro para el día. Esto se convirtió en literario para el movimiento intelectual. Para no ofender demasiado, no quiero mencionar nombres. Hoy ya hemos llegado a un punto en el que no tenemos más que trivialidades impresas por todas partes en el más amplio vecindario, -librerías enteras están llenas de ellas. Hace treinta o cuarenta años, uno habría lamentado la tinta para escribirlas. Cuando el hombre se encuentra en tal estado de agitación, no juzga las cosas con la suficiente severidad, pero así es como la historia cultural tendrá que caracterizar algún día el final del siglo XIX. En efecto, nos encontramos ante un declive de la vida intelectual tradicional, y esto podría demostrarse fácilmente por el declive de las teorías científicas. Por lo tanto, no debemos sorprendernos si aquello que va a aparecer como un nuevo movimiento espiritual, que va a aportar algo nuevo al desarrollo humano, encuentra poco favor entre lo que hoy se llama vida espiritual oficial; si los miembros de estos círculos dicen: «Existen tales asociaciones de medio tontos que se llaman a sí mismos teósofos, en el fondo son gente bastante inculta en su mayoría, -y cosas así. -Estas son necesidades que existen en toda época de transición. Las fuerzas frescas deben venir de abajo, y lo que brota de esta manera se convertirá en lo que es necesario para la edad posterior con el fin de establecer realmente un movimiento ascendente.

Como ya he dicho: hemos visto pasar dos épocas. La época que va de Agustín a Calvino, por ejemplo, fue una época que buscaba preferentemente interiorizar todas las potencias del alma, todas las potencias del hombre. Durante este tiempo, la interiorización se manifestaba en todos los ámbitos; se perseguía menos la ciencia natural externa, la mirada del hombre se dirigía menos hacia las leyes y fenómenos externos de la naturaleza. En el punto de partida del propio Agustín, en el que vemos en cierto modo prefigurada nuestra organización espiritual-científica del hombre, encontramos la idea de la influencia de poderes suprasensibles que utilizan al hombre como instrumento. En el curso ulterior de esta época, encontramos fenómenos extraños, el misticismo de Meister Eckhart, Suso, Johannes Tauler y muchos otros. Aunque la ciencia externa retrocedió a un segundo plano en esta época, encontramos en ella otra extraña forma de abrazar la naturaleza con una ingeniosa mirada intuitiva. Vemos cómo esto se acentúa en personas como Agrippa von Nettesheim. Fenómenos como Paracelso y Jakob Böhme se nos aparecen como frutos de esta profundización del alma humana en esos siglos. Semejante corriente sólo puede durar cierto tiempo. Tiene una dirección ascendente, una culminación, un clímax y una línea descendente. Por regla general, tal dirección es sustituida por algo que en cierto modo parece una contraimagen.

De hecho, los siglos siguientes son como una contraimagen de esta corriente. La imagen interiorizada del alma humana se olvida poco a poco. Aparecen los tiempos en los que la ciencia natural alcanzó triunfos tan infinitos. Aparecen los grandes fenómenos de Copérnico, Kepler y Galileo, hasta llegar a los del siglo XIX como Julius Robert Mayer, Darwin, etc. Sale a relucir un gran número de hechos externos. Y, sin embargo, las personas del comienzo de la nueva época eran diferentes de las que vinieron después. Un hombre como Kepler, por ejemplo, que tuvo un impacto tan significativo en la ciencia física, era un hombre piadoso, un hombre que se sentía profundamente conectado con el cristianismo. Y Kepler, el descubridor de las tres leyes de Kepler, que en el fondo no son más que las leyes del tiempo y del espacio disfrazadas de fórmulas matemáticas, es decir, algo bastante mecánico, oh, este Kepler, -dedicó mucho más tiempo que a tales descubrimientos a explicar cómo sucedían las cosas en el gran universo durante la época en que tuvo lugar el Misterio de Palestina en la tierra; se dedicó a observar cómo estaban Saturno, Júpiter y Marte en relación unos con otros cuando nació el Cristo Jesús. Esto era lo que el gran Kepler tenía en mente. Fue capaz de dar a la humanidad lo que tenía que decir sobre la ciencia del espacio estelar en términos puramente matemáticos. Lo que llevaba en el corazón, en lo más profundo de su ser, lo siguió manteniendo en privado en una época que sólo servía para la vida exterior.

Por ejemplo, Newton. ¿Dónde no se habla de Newton como el descubridor de las leyes de la gravitación? Pero ¿Dónde se destacaría, -por ejemplo, cuando Haeckel habla del fenómeno de Newton que hizo época-, dónde se destacaría que Newton era tan cristiano que en sus horas más tranquilas y santas escribió un comentario sobre el Apocalipsis a su manera? Pero no pudo ofrecérselo a la humanidad. Él pudo darnos la ley puramente mecánica de la gravedad en la época dedicada a la síntesis externa de los fenómenos naturales. Y esta era expiró en el último tercio del siglo XIX.

Ahora comienza una época que debe representar necesariamente una contraimagen de la anterior. Y la tarea de preparar esta contraimagen, que es seguir trabajando de tal manera que pueda venir todo aquello de lo que hemos hablado a menudo, es la visión espiritual-científica del mundo, que a su vez debe traer una profundización del alma humana. Pero cada época debe trabajar de forma diferente a las anteriores. Sería un error limitarse a estudiar como fue el caso desde Agustín hasta Calvino. Podemos permitir que tales fenómenos tengan un efecto en nosotros, pero debemos saber que hoy, después de tal época de ciencia natural, debemos buscar el mundo espiritual de manera diferente a como lo hicimos entonces.  ¿Hay algo más, aparte de lo que el hombre puede pensar en abstracto, a partir de lo cual uno pueda reconocer que el hombre está realmente obligado y forzado a comprender el mundo de nuevo en cada época?

Si se profundiza en Paracelso hoy en día, por ejemplo, para la investigación externa tan trivial de hoy en día, realmente es un espíritu insondable un espíritu que miró particularmente profundo en los secretos de la curación, de la medicina. Y cualquiera que profundice en lo que tenía que decir sobre la curación de tal o cual forma de enfermedad podrá aprender de Paracelso algo bastante poderoso y grandioso. Supongamos que un médico que estuviera a la altura, a la verdadera altura de la vida espiritual de nuestro tiempo profundizara en sus conocimientos de tal manera que quisiera hacer práctica esta profundización, que quisiera aplicar lo que resultara de las instrucciones de Paracelso, -para ciertas cosas grandiosas seguiría habiendo cosas bastante correctas; pero algunas cosas ya no podrían ser apropiadas por el médico del presente. Porque si utilizara algunos de los medios allí indicados, no serviría de nada, puesto que desde el siglo XVI, la naturaleza humana ha cambiado porque todo en el mundo cambia y todo progresa. Las cosas de fuera no obedecen a nuestro conocimiento arbitrario y paso a paso. Avanzan y nosotros tenemos la tarea de investigar con nuestro conocimiento, nuestra sapiencia. Debemos aprender de nuevo, como aprendió Paracelso. Y si hacemos lo más fielmente posible como él, encontraremos algo completamente diferente para muchas cosas en ciertos aspectos. Así que tenemos tareas espirituales muy especiales en nuestro tiempo.

Ahora quisiera describir a grandes rasgos cómo está escrito en las estrellas que la cultura de la humanidad debe progresar en un futuro próximo. No está sólo en manos del hombre orientar esta civilización. Los antiguos puntos de vista no encajarían con el cambio de las condiciones reales. Las cosas siguen su curso, y la ciencia espiritual tiene la tarea de decirnos qué curso están tomando las cosas; nos da la guía para comprender nuestro tiempo.

Estamos en los albores de una vida humana y una forma de pensar completamente nuevas. Tres cosas son de especial significación e importancia en la vida espiritual humana, y éstas son: en primer lugar la religión, en segundo lugar la ciencia, y en tercer lugar la convivencia de las personas en general, los sentimientos y afectos que las personas desarrollan unas por otras, lo que tiene lugar en las relaciones sociales. Estas tres son las más importantes, por lo que es de particular importancia rastrear en las épocas sucesivas qué formas han de adoptar estas tres, lo que entra en consideración como religión, como ciencia o como vida social. Y hay ciertas exigencias que el hombre simplemente debe comprender, que no están en sus propias manos. 

¿Por qué la religión, la ciencia y la convivencia social tienen que cambiar de una época a otra? Sencillamente porque la naturaleza humana cambia. No en vano aprendemos que la naturaleza humana consta de diferentes partes. No aprendemos que el hombre consta de un cuerpo físico, un cuerpo vital y un cuerpo astral con un alma sensible, un alma racional y un alma consciente por el mero hecho de una enumeración teórica, para que unos pocos tengan algo que hacer y puedan adoptar estas categorizaciones. Aprendemos estas categorizaciones porque tienen un significado profundo para la vida humana. Y se puede percibir este significado omnipresente si se piensa en cómo, por ejemplo, en la cultura egipcio-caldea, lo que importaba principalmente era el alma sensible. Los seres superiores tenían un efecto particular sobre ellos. Y en el período grecolatino, la época en que surgió el cristianismo, todo lo que se abría paso en la humanidad desde las alturas divino-espirituales tenía un efecto sobre el alma racional. Y hoy afecta al alma consciente. No entendemos nada de la relación del hombre con las grandes fuerzas del mundo si no sabemos cómo está organizada esta naturaleza humana. ¿Qué estamos preparando al dedicarnos hoy a la comprensión científico-espiritual? En nuestra época se cultiva sobre todo el alma consciente. Todo pensamiento y conocimiento externo, todo pensamiento útil, este pensamiento según el principio de utilidad, se basa en cierta medida en el desarrollo del alma consciente. Pero ya se está abriendo camino en él algo así como una luz separada del yo espiritual. Lo extraño es que en nuestro tiempo hay dos corrientes que corren una al lado de la otra, una que se precipita hacia la decadencia y otra que se eleva hacia el futuro florecimiento. La que se precipita hacia la decadencia aún no ha llegado a la decadencia. Al mismo tiempo, de ella surgen los grandes descubrimientos, que aún tienen un tremendo futuro. También esto tiene sus efectos beneficiosos. Ciertamente, la humanidad seguirá siendo bendecida durante mucho tiempo por lo que, sin embargo, se acerca a la decadencia. Pero el tipo de pensamiento que inventa globos es el de la decadencia. Y el pensamiento que se ocupa de la organización de la humanidad es el pensamiento del futuro de la humanidad.

Pero estos dos muestran una transición común. Podemos verlo en todos los ámbitos. En primer lugar, me gustaría darles un ejemplo muy práctico: el ámbito de las transacciones monetarias. Esto cambió considerablemente en el siglo XIX. Hubo un cambio tremendo. Si nos fijamos en el periodo inmediatamente anterior al último tercio del siglo XIX, toda la especulación monetaria se basaba en la individualidad, en la personalidad. Fue el genio puramente financiero y especulativo de los Rothschild el que llevó el dinero a todas partes y lo condujo de nuevo hacia y desde los centros monetarios. Y si seguimos la historia de las grandes casas bancarias, encontramos por todas partes en aquella época modelos de cómo las transacciones monetarias procedían enteramente de la naturaleza humana, que se basaba en el alma consciente, en el ser humano individual. Eso ha cambiado. Pero aún no se habla mucho de ello, porque no ha hecho más que empezar. Hoy ya no es exclusivamente el alma consciente la que rige en las transacciones monetarias, hoy prevalece una especie de síntesis: el capital social, la sociedad, la asociación, lo suprapersonal. 

Traten ustedes de seguir lo que hoy apenas empieza a manifestarse y lo que vendrá cada vez más. Hoy es casi irrelevante quién está aquí o allá como personalidad. Lo que la gente ha trabajado en la circulación del dinero ya está funcionando sin personalidad, ya está funcionando por sí mismo. Aquí tienen ustedes, en una corriente descendente, la llegada del alma consciente al yo espiritual.

Lo tenemos aquí en la corriente de la decadencia; y lo tenemos en la corriente de la vida ascendente, donde buscamos aquello que la personalidad capaz individual ha logrado, donde buscamos obtener por medio de la inspiración la ayuda de aquellos poderes que nos volverán a inspirar desde el mundo espiritual. También aquí ascendemos de lo personal a lo suprapersonal. Así pues, hay características comunes a las épocas, tanto en lo que se refiere a las corrientes en decadencia como a las ascendentes. En particular, sin embargo, uno debe tener cuidado de no tener en cuenta en cualquier época lo que está surgiendo actualmente como autoridad en esa época. A menos que uno tenga perspicacia espiritual, puede equivocarse mucho.

Este es particularmente el caso en un área de la cultura humana, en el campo de la medicina materialista, donde vemos cuán decisivo es precisamente lo que la autoridad tiene en sus manos y está reclamando cada vez más, donde esto se dirige hacia algo que es mucho, mucho más terrible, más horrible que nunca cualquier regla de autoridad de la tan acusada Edad Media. Ya estamos en ello hoy, y se hará cada vez más fuerte. Cuando la gente se burla tan terriblemente de los fantasmas de la superstición medieval, uno bien podría decir: sí, ¿ha cambiado algo en particular a este respecto? ¿Ha desaparecido el miedo a los fantasmas? ¿No teme la gente a los fantasmas mucho más hoy que en el pasado? - Lo que ocurre en el alma humana cuando se lo cuentan es mucho más terrible de lo que se piensa: Hay 60000 gérmenes en la palma de tu mano. En América se ha calculado cuántos de esos gérmenes hay en un solo bigote masculino. ¿No deberíamos por tanto decidirnos a decir: estos fantasmas medievales eran al menos fantasmas decentes, pero los fantasmas de los bacilos de hoy son fantasmas demasiado crujientes, demasiado indecentes para justificar el miedo, que no ha hecho más que empezar, y que está haciendo caer a la gente en una terrible creencia en la autoridad, especialmente en el campo de la salud?

Tenemos que decir que vemos el carácter de la época de transición en todas partes. Sólo hay que mirar los fenómenos de la manera correcta, vemos este carácter en todas partes.

Ahora nos preguntamos: ¿Qué nos dicen las estrellas, las enseñanzas y las revelaciones de la Teosofía sobre el desarrollo ulterior en estos tres ámbitos más importantes de la vida? ¿Cómo debe llegar a ser en el futuro y cómo debemos trabajar para que el yo espiritual creador y fecundo en el sentido espiritual pueda ser canalizado en el alma consciente de la manera correcta? Las estrellas proféticas, es decir, las enseñanzas de la ciencia espiritual, nos dicen lo siguiente sobre esta forma futura: La religión, según toda la forma en que se ha intentado en los siglos pasados introducir la religión en las corrientes de la humanidad, es una amalgama de dos cosas, una de las cuales no puede llamarse realmente religión en el sentido estricto de la palabra; la otra es religión.

¿Qué es la religión en realidad? Es algo que debemos caracterizar como un estado de ánimo del alma humana: el estado de ánimo por lo espiritual, por lo infinito. Básicamente, podemos caracterizarla bien si partimos de lo básico de estos estados de ánimo, que luego sólo hay que elevar al nivel más alto. Si caminamos por el prado y tenemos el alma abierta a lo que allí reverdece y florece, sentiremos algo de alegría por los esplendores que se revelan a través de las flores y las hierbas, por lo que se refleja en el paisaje, lo que brilla en el rocío. Si estamos en ese estado de ánimo, si nuestro corazón está abierto, eso aún no es religión. Sólo puede convertirse en religión cuando aumenta este sentimiento por lo infinito, que está detrás de lo finito, por lo espiritual, que está detrás de lo sensorial. Cuando nuestra alma siente de tal manera que percibe la comunión con lo espiritual, entonces este estado de ánimo corresponde al que vive en la religión. Cuanto más podamos aumentar este estado de ánimo por lo eterno en nosotros, más fomentaremos la religión en nosotros mismos o en otras personas.

Ahora, sin embargo, el necesario desarrollo del tiempo lo ha llevado al punto de que lo que básicamente deberían ser impulsos que dirigen la percepción y el sentimiento humanos de lo transitorio a lo imperecedero se ha entrelazado con ciertas ideas y puntos de vista sobre cómo es el reino de lo suprasensible, cómo es allí. De este modo, sin embargo, la religión se ha vinculado en cierto sentido con lo que en realidad es ciencia espiritual, con lo que en realidad debe considerarse ciencia. Y hoy vemos cómo la religión en tal o cual forma sólo puede mantenerse en esta fe eclesiástica si al mismo tiempo se mantienen determinadas doctrinas. Esto, sin embargo, produce lo que puede llamarse una rígida adhesión dogmática a ciertas ideas sobre el mundo espiritual. Tales ideas tendrían naturalmente que progresar, porque el espíritu humano progresa. El verdadero sentimiento religioso debería regocijarse más por tal progreso, porque este progreso muestra las glorias del mundo divino-espiritual tanto más grandes y significativas.

El verdadero sentimiento religioso no habría condenado a Giordano Bruno a la hoguera, sino que habría dicho: Oh, es grande para Dios que envíe a la tierra a hombres de esta clase y revele tales cosas a través de ellos». - Esto habría reconocido necesariamente, junto a lo religioso, el campo de la investigación científica, que se extiende tanto al mundo exterior como al mundo espiritual. Ésta debe progresar, debe adaptarse de época en época al espíritu humano, que progresa. Con respecto a esta investigación científica, se produjo un gran cambio al acercarse el siglo XVI. Antes de la época de Copérnico, Kepler y Galileo, las cosas parecían muy extrañas en las escuelas y universidades. Aristóteles es ciertamente un gran sabio, pero lo que hizo fue lo más grande para su época. Lo que la Edad Media hizo con él fue juzgar muy mal su espíritu, y al final la gente ya no lo entendía en absoluto, ya no tenía ni idea de lo que quería decir. Sin embargo, la gente siempre ha enseñado según él.

Para mostrarles cómo debe cambiar el conocimiento de época en época según el progreso del espíritu humano, para que no surjan malentendidos, me gustaría profundizar en un acontecimiento relacionado con Aristóteles. Aristóteles trabajó en una época en la que la gente aún era consciente de que también había un cuerpo etérico en la naturaleza humana, no sólo sangre, fibras nerviosas y demás. Si se registrara el cuerpo etérico, por ejemplo, se obtendría un dibujo completamente distinto al que los anatomistas actuales encuentran y registran en el ser humano. En la época de la obra de Aristóteles, no se concedía gran importancia a la forma en que se registra hoy, porque el ser humano etérico seguía siendo conocido. Si se quisiera dibujar, habría que ver un centro aquí, donde está el corazón, y dibujar rayos que salen de ahí, rayos importantes, pero que luego van al cerebro y tienen que ver con toda la forma de pensar de una persona. El pensar se regula cuando miramos el cuerpo etérico, desde un punto central que está cerca del corazón físico. Y esto es lo que Aristóteles describió para ilustrar la peculiaridad del pensamiento. Más tarde, la gente ya no entendía lo que quería Aristóteles, y empezaron a confundir la palabra que corresponde a nuestra palabra «nervio» con el nervio material, que es el factor determinante en el organismo para el órgano del pensar. Se creía que Aristóteles se refería a las fibras nerviosas físicas con lo que describía como las corrientes etéricas. Con el paso a la era materialista, Aristóteles dejó de ser comprendido. Así que ustedes pueden ver que ellos aprendieron algo completamente equivocado. Se decía que los nervios principales procedían del corazón. Luego vino la investigación científica materialista, como la inauguraron Copérnico y Galileo, y la gente se dio cuenta de que los nervios procedían del cerebro, es decir, de las fibras físicas. Y entonces empezaron a decir: Aristóteles está equivocado. Los adversarios de Aristóteles fueron Copérnico, Galileo y Giordano Bruno. Los aristotélicos medievales no se atenían a las enseñanzas de Aristóteles, sino a lo que soñaban que Aristóteles les había enseñado. Así, cuando Galileo mostró a un amigo aristotélico que los nervios van al cerebro, éste prefirió confiar en Aristóteles antes que en su propio juicio. Creía en lo que imaginaba que era la enseñanza de Aristóteles. Así vemos cómo en aquella época la corriente de la ciencia espiritual de Aristóteles, la ciencia del cuerpo etérico, se trasladó a la ciencia material, cuyos méritos no deben negarse, que ha trabajado y trabaja para la bendición y la salvación de la humanidad. Ahora, sin embargo, estamos en una época en la que debemos ascender a lo espiritual.

Estamos al borde de una época en la que la ciencia tendrá que aprender de nuevo a comprender lo que es realmente espiritual, en la que la ciencia tendrá que convertirse en lo que en ocultismo se llama pneumatología, es decir, enseñanza espiritual. ¿Qué era la ciencia en el siglo XIX? La enseñanza de ideas abstractas y leyes de la naturaleza, que ya no tenían ninguna relación con la vida espiritual real. La ciencia está en el punto en que debe convertirse en pneumatología, en que debe volver al espíritu. Esto está escrito en las estrellas de la Teosofía. Y puesto que la religión siempre debe traer el estado de ánimo para lo espiritual, la ciencia y la religión en realidad sólo pueden trabajar en armonía en aquellas épocas en las que la ciencia trabaja el espíritu en pneumatología. Allí la ciencia puede ser la correcta explicadora de la vida espiritual y apoyar el estado de ánimo que a su vez debe vivir en la religión.

Así pues, lo que empieza contrasta totalmente con lo que ha terminado. Tomemos, por ejemplo, lo que ha sucedido en las diversas confesiones protestantes: Cómo se han esforzado por no permitir ningún pensamiento científico en el ámbito que se supone dedicado a la fe. Pensemos en Lutero y Kant. Kant dice que debe abolir el conocimiento para tener un camino despejado para la fe en la libertad, la inmortalidad y Dios.

En aquella época, la ciencia se centraba en lo externo, lo sensual, lo físico, y no sabía interpretar lo sobrenatural, lo espiritual. Por tanto, era necesario conservar lo menos adulterados posible los documentos sagrados que se habían transmitido. Esto estaba bien justificado. Ahora nos encontramos ante otra época, en la que la Teosofía nos conduce al mundo espiritual, y ahora veremos cómo se acerca gradualmente el momento en que lo que está surgiendo ha de lograrse apoyando e iluminando a la ciencia precisamente a través de la Teosofía. La religión y la ciencia volverán a trabajar juntas en la próxima era. La ciencia se convertirá en algo que deberá aplicarse gradualmente a todas las personas. Se volverá comprensible para todo ser humano. Por lo tanto, lo que se avecina como un curso paralelo de la religión y la ciencia producirá en el sentido más amplio lo que podríamos llamar individualismo en la religión: cada corazón individual encontrará su camino hacia el mundo espiritual de una manera religiosa individual. Esto está predeterminado para nuestra época, que de la manera más individual, más personal, lo que puede ser ciencia común en lo espiritual servirá como explicador, como guía en el campo religioso.

Una vez más, vemos de forma extraña cómo el momento personal de la decadencia apunta también a algo suprapersonal. Los signos de la decadencia también lo demuestran. ¿Y cómo se manifiesta este apuntar a algo suprapersonal en ciertas relaciones eclesiásticas? ¿En qué consistía básicamente que en una determinada iglesia se apelara a la inspiración a través de quienes son sus guardianes? Ciertamente, las cosas deben verse en relación con su carácter espiritual. Mucho de lo que es evidente hoy, especialmente en la vida religiosa de las diversas confesiones, apunta a este resplandor del yo espiritual en lo que llamamos el alma consciente, tanto en el sentido ascendente como descendente.

Esto es particularmente evidente en la tercera de las tres áreas de la vida espiritual humana. Allí se extenderá una toma de conciencia de la que, en realidad, la práctica de la vida actual no tiene la menor idea. Un principio de esta toma de conciencia será que la felicidad de un individuo nunca puede comprarse a expensas de la menor felicidad de los demás. En el futuro, el momento personal se transformará en suprapersonal, y lo egoísta en supraegoísta, en aquello que une a las personas. Poco a poco, una persona no querrá ser feliz sin saber que los demás lo son en la misma medida. Este estado de ánimo, cuyo contrario es la práctica de la vida actual, se está preparando por sí mismo. Sólo hay una manera de crear este estado de ánimo, y es reconocer el núcleo real de la naturaleza humana y su composición, tal como nos lo da la ciencia espiritual. Hay que conocer al ser humano si se quiere ser humano.

iVemos estas tres cosas en el punto de partida de su desarrollo. ¿Qué debe hacer la ciencia espiritual? Debe enseñarnos a comprender todo lo que debe venir. Ahora quiero decir radicalmente cómo puede la gente relacionarse con ella. Voy a suponer hipotéticamente por un momento que lo que es hoy la Teosofía, que todavía es una corriente muy pequeña, sería considerada por los que entran en contacto con ella como fantasía y sueño, y que sería suprimida. Los que adoptan el punto de vista de la anti-Sofía simplemente harían imposible que la teosofía floreciera, pues la ciencia se dirige hacia la anti-Sofía. Entonces no se podría comprender lo que se les ha descrito como el desarrollo necesario de la ciencia, la religión y la práctica de la vida humana escrita en las estrellas. Entonces la gente se autoexcluiría de la comprensión de estas cosas. ¿En qué situación estarían entonces la gente? La gente estaría entonces en la tierra como una manada de algún tipo de animal, que habría acabado en condiciones climáticas completamente extrañas en las cuales no puede encuadrarse. La consecuencia sería que los animales se marchitarían y perecerían gradualmente. Los humanos serían todos presa de la decadencia, el decaimiento, la desaparición prematura. No por extinción, por ejemplo. Perecerían, lo que sería mucho peor que la extinción, de modo que sólo las bajas pasiones e instintos y deseos seguirían realmente vivos; que la gente sólo desearía comer esto o aquello, y todo su pensamiento se emplearía en poder producir este mismo alimento. Construirían fábricas para producir la mejor harina, el mejor pan, barcos y aeronaves para traer los frutos de los lugares más lejanos y entregar los productos que quisieran disfrutar. Utilizarían un tremendo ingenio para el «auge de la cultura», porque así es como llamarían a la cultura. Para ello utilizarían su infinita inteligencia y fuerza espiritual, pero sólo para poner la mesa al final. Piensa desde este punto de vista lo que significa la expresión «cultura ascendente». ¿No es esa su esencia, utilizando para ello la fuerza espiritual infinita? Si sólo lo usamos para telegrafiar: Necesito tantos y tantos sacos de harina - entonces se utiliza un gran poder espiritual para producir algo que en última instancia sólo sirve a lo que puede llamarse el animal en el hombre. Espiritualidad e inteligencia son dos cosas totalmente distintas. La era materialista conduce a un apogeo de la inteligencia y de la cultura inteligente. Pero eso no tiene nada que ver con la espiritualidad. Supongamos que la gente estuviera tan desconectada. ¿Qué tendrían que hacer los dioses? Se dirían a sí mismos: Ahora hemos tenido una generación que no ha entendido lo que es la misión terrestre. Habremos de enviar otra generación, una generación de almas que lleven a cabo la misión terrestre. 

Sin embargo, reducidos círculos encontrarán ya comprensión para lo que debe ser la vida espiritual del futuro, y por lo tanto la misión terrestre será llevada a su fin por los hombres, y lo que sustituirá a nuestra quinta cultura post-atlante, dedicada al alma consciente, como la sexta, será ya logrado por un pequeño núcleo de hombres que se distribuirán entre todo el resto de la humanidad. Pero esto sólo podrá lograrse si interviene el libre albedrío de las personas. Pues una vez que el yo ha entrado en la naturaleza humana, el ser humano también debe desarrollar el libre albedrío para el despliegue del yo. Así que depende de cada individuo si quiere mostrar comprensión para la espiritualización o si quiere dirigirse hacia el descenso que la humanidad está tomando hoy en día.

La práctica de la vida debe desarrollarse con vistas a alcanzar el principio de que la felicidad del individuo no puede lograrse a expensas de la felicidad de los demás. Si el hombre no quiere comprender esto, fomentará el desarrollo descendente, marchito, de la humanidad. Hoy, en cierto sentido, nosotros, como seres humanos, nos enfrentamos a esta decisión: querer la ciencia espiritual o no quererla, y eso significa querer o el ascenso o el declive de la humanidad. Debemos sentir esto en todo lo que hacemos en detalle, debemos sentir que hemos sido colocados a través de nuestro karma como nuevo material en el desarrollo de la humanidad, como aquellos que deben dar sus poderes como fuerzas elementales que deben abrirse camino hacia arriba.

Cuando nos sentimos así, la Teosofía se convierte ya en un sentimiento práctico, en una sensibilidad práctica en nosotros, y la conciencia de lo que realmente estamos haciendo se instala en nuestros corazones cuando desarrollamos la aparentemente insignificante actividad que desarrollamos en tales ramas antroposóficas. No como un pasatiempo, un capricho de individuos, sino como una comprensión de las necesidades más profundas de una nueva era emergente.

He querido mostrarles cómo se entrelazan las cosas para que podamos comprender realmente el progreso de la humanidad. Piensen por un momento en la proposición de que el hombre es un ser autoconsciente, que por lo tanto debe saber lo que es, y que sólo autoconociéndose en su esencia puede cumplir su destino en el mundo; que por lo tanto todos aquellos que no quieren saber nada sobre la esencia del hombre no tienen la voluntad de situarse en el mundo de la manera correcta. Recuerden cómo hablaba un espíritu que presintió mucho de lo que hoy surge como Teosofía. Johann Gottlieb Fichte hablaba una vez de sus elevadas ideas en las conferencias «Sobre el Destino del Erudito». Cuando quiso escribir un prefacio a estas conferencias, se le ocurrió que ahora saldría a la gente, pero sólo dirían: Sí, ideas muy bonitas, pero poco prácticas. ¿Cómo se puede introducir en la vida lo que allí se dice? - Pero Fichte era muy consciente de que la vida está constantemente guiada por ideas.

Merece la pena mencionar aquí un ejemplo. ¿Quién construyó el túnel de Simplón? Ningún ingeniero puede trabajar hoy sin cálculo diferencial e integral. Leibniz, que inventó el cálculo diferencial e integral, construyó básicamente todos los túneles y puentes de nuestro tiempo. Lo espiritual es el principio rector en todo en la vida, y podemos aprender de lo que escribió Fichte, aprender a fortalecer nuestra conciencia teosófica cuando la gente dice: «Oh, estas son ideas tan raras, nada prácticas. con este propósito, dice Fichte: El hecho de que las ideas no puedan trasladarse tan directamente a la vida es algo que los demás también sabemos, al igual que quienes nos lo echan en cara. Tal vez incluso lo sepamos mejor. Pero el hecho de que los demás no quieran saber nada en absoluto sobre las ideas sólo prueba que el sabio gobierno del mundo, el divino gobierno del mundo, no podrá contar con ellos. Que la naturaleza benévola, en la que ellos creen, les dé lluvia y sol en el momento oportuno, una buena digestión y, si es posible, ¡algunos buenos pensamientos!

En cierto sentido podemos fortalecernos diciéndonos a nosotros mismos: sabemos que como teósofos debemos cultivar la comprensión de lo que debe venir. Que una naturaleza bondadosa dé a los demás lo que dijo Fichte, pero también lo que necesitan en espíritu, lo que creen que no necesitan. Que el espíritu les dé pensamientos cada vez más sabios, para que también ellos no consideren la ciencia espiritual como un ensueño, sino que la reconozcan como un impulso importante para la humanidad.

Traducido por J.Luelmo ene,2025

GA127 Berlín, 21 de diciembre de 1911 -La Navidad, una festividad de inspiración

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RUDOLF STEINER


La Navidad, una festividad de inspiración


Berlín, 21 de diciembre de 1911

Dentro de nuestro trabajo en el movimiento científico-espiritual miramos hacia adelante, hacia el futuro de la humanidad, e impregnamos nuestras almas y nuestros corazones con aquello que creemos que debe incorporarse a las corrientes de desarrollo y a las fuerzas de desarrollo del futuro del hombre. E incluso cuando miramos hacia las grandes verdades de la existencia, miramos hacia las fuerzas, poderes y seres a los que nos enfrentamos en el mundo espiritual como las causas y razones originales de lo que se nos presenta en el mundo sensorial exterior, también somos bendecidos por el hecho de que las verdades que así traemos desde los mundos espirituales deben y tienen que asentarse gradualmente en las almas y corazones de los hombres del futuro.

Así pues, durante la mayor parte del año, nuestra mirada se dirige hacia el presente inmediato o hacia el futuro. Nos sentimos aún más obligados a sentir nuestra conexión con esta pre-humanidad en los días conmemorativos del año, en las festividades que, como recordatorios fijos de lo que la pre-humanidad concibió e ideó, sobresalen del tiempo y sus cambios, para sumergirnos un poco en aquello que, desde las almas, desde los corazones de los hombres del pasado, ha llevado a colocar esos signos conmemorativos en el curso del tiempo que se nos aparecen como las festividades del año.

Si la Pascua es una festividad que, cuando la comprendemos, despierta en nosotros pensamientos sobre los poderes humanos y sobre la capacidad de superar todo lo inferior a través de lo superior, todo lo exteriormente físico a través de lo espiritual, es una fiesta de resurrección, de despertar, una festividad de esperanza y confianza en los poderes espirituales que pueden despertarse en el alma humana, la Navidad, por otra parte, es una festividad del sentimiento de armonía con todo el cosmos, una festividad del sentimiento de gracia, una festividad que puede acercarnos una y otra vez al pensamiento siguiente: No importa lo que ocurra a nuestro alrededor, no importa que las dudas más ásperas puedan interferir con la fe, ni como las esperanzas más audaces pueden mezclarse con las peores decepciones,  ni que todas las cosas buenas de la vida puedan tambalearse a nuestro alrededor, -en la naturaleza y en el ser humano hay algo que el pensamiento correctamente entendido de la Navidad puede decirnos, que sólo necesita ser puesto ante el alma de un modo vivo y espiritual para revelarnos perpetuamente que descendemos de las fuerzas del bien, de las fuerzas de lo correcto, de las fuerzas de la verdad. El pensamiento de la Pascua nos señala a nuestras fuerzas victoriosas hacia el futuro. Por lo tanto, el origen humano en el pasado primitivo nos está señalado en cierto sentido por la idea de la Navidad.

En una ocasión así, uno puede ver realmente cómo la razón inconsciente o subconsciente y la espiritualidad de las personas es muy, muy superior a lo que el hombre puede abarcar entonces con su consciencia. A menudo tenemos motivos para admirar mucho más lo que las personas establecieron en el pasado, desde las profundidades ocultas de sus almas, que lo que establecieron desde sus pensamientos intelectuales y desde lo que fueron capaces de captar conceptualmente. Qué infinitamente sabio nos parece cuando abrimos el calendario y encontramos el nacimiento de Cristo Jesús registrado para el 25 de diciembre y luego vemos a «Adán y Eva» registrados en el calendario para el 24 de diciembre. Se diría que esto podría venir a la mente vívidamente, racionalmente, espiritualmente, a partir de la labor sorda, subconsciente en la Edad Media, cuando alrededor del tiempo de Navidad aquí o allá debían ser representadas por la gente de este o aquel lugar las obras de Navidad medievales. Cuando, como se les llamaba, los «cantores» iban a sus representaciones navideñas, llevaban delante el «árbol del paraíso». Al igual que en el calendario «Adán y Eva» aparecían antes de la fiesta de Navidad, en las representaciones navideñas medievales el árbol del paraíso aparecía llevado delante de la troupe que iba a representar estas representaciones navideñas. En resumen, hubo una vez algo que impulsó a lo más profundo y oculto del alma de las personas a unir el comienzo terrenal de la humanidad y la fiesta del nacimiento de Jesús. 

En el año 353, incluso en la Roma eclesiástica, todavía no se celebraba el 25 de diciembre como aniversario del nacimiento de Jesús. En 354, la fiesta del nacimiento de Jesús se celebró por primera vez el 25 de diciembre, en la Roma eclesiástica. Antes de eso, se celebraba algo que tenía una conciencia similar a la posterior celebración del nacimiento de Jesús, a saber, el 6 de enero como día de recuerdo del bautismo de Juan en el Jordán, como día que conmemoraba el descenso del Cristo desde las alturas espirituales y la inmersión del Cristo en el cuerpo de Jesús de Nazaret. En su origen, era el nacimiento del Cristo en Jesús, la conmemoración del gran momento histórico, simbolizado para nosotros por la paloma que se cierne sobre la cabeza de Jesús de Nazaret. El 6 de enero era el día en que se recordaba el nacimiento de Cristo en Jesús de Nazaret.

Pero en el siglo IV, para la cosmovisión materialista de Occidente que empezaba a surgir, hacía tiempo que había pasado la posibilidad de comprender la gran idea de la entrada del Cristo en el cuerpo de Jesús. Esta idea estuvo presente, como una luz poderosa, durante la breve Ilustración entre los gnósticos, que en cierto sentido fueron contemporáneos o sucesores directos del acontecimiento del Gólgota y se encontraban en una posición en la que no tenían que buscar la profundidad de esta sabiduría del «Cristo en Jesús» de la forma en que lo hacemos nosotros a través del heliocentrismo moderno, Ellos no tuvieron que buscar la profundidad de esta sabiduría del «Cristo en Jesús» de la manera en que nosotros tenemos que buscar esta sabiduría de nuevo a través de la clarividencia moderna, sino que con los gnósticos fue de tal manera que ellos vieron, a través de los últimos destellos de los antiguos poderes clarividentes humanos originales, como a la luz de la gracia, lo que nosotros tenemos que conquistar de nuevo a través de los grandes misterios del Gólgota. Entre los gnósticos brillaron muchas cosas que debemos recuperar, por ejemplo, especialmente el misterio del nacimiento de Cristo en Jesús de Nazaret en el bautismo de San Juan en el Jordán.

Pero al igual que la antigua clarividencia en general, ese peculiar brote de los más altos poderes clarividentes, la más alta luz navideña de la humanidad, que estaba presente entre los gnósticos, también desapareció para la humanidad. Y en el siglo IV, el cristianismo occidental ya no fue capaz de comprender esta gran idea. Por lo tanto, en el siglo IV, la fiesta real de la Epifanía de Cristo en el cuerpo de Jesús había perdido su significado para la cultura cristiana occidental. La gente había olvidado lo que significaba realmente esta fiesta de la Epifanía, el 6 de enero. Durante un tiempo, y hasta el día de hoy, la gente tuvo que enterrar sus sentimientos hacia la figura de Cristo en el desarrollo de la humanidad bajo muchos escombros intelectuales materialistas. Y si uno no podía comprender que un ser supremo se revelara a la humanidad en el bautismo de Juan en el Jordán, aún podía comprender, porque esto no contradecía la conciencia materialista, que esta organización corporal, que estaba destinada a recibir al Cristo, era algo significativo. Por eso, el nacimiento del espíritu, que se manifestó realmente en el bautismo de Juan en el Jordán, quedó relegado al nacimiento de Jesús de Nazaret y la fiesta del nacimiento de Jesús se puso en el lugar de la fiesta de la Epifanía.

Pero aunque rara vez se expresara con claridad, siempre había sentimientos significativos, sentimientos elevados, sublimes, en lo que se convirtió en la festividad navideña de la humanidad. Algo significativo revivía siempre en el alma humana cuando se acercaba la Navidad. Revivía lo que se podría llamar que el hombre, si mira al mundo de la manera correcta, puede revitalizarse frente a ciertas cosas, frente a todos los peligros y golpes del destino de la existencia, en la creencia en la humanidad, el hombre puede revitalizarse en lo más profundo del alma en el sentimiento de amor y paz frente a toda la desarmonía y lucha de la vida.

Esto es algo que siempre surge en relación con la Navidad, la fiesta del nacimiento de Jesús. ¿Qué es lo que realmente se conmemoraba? Entendamos lo que se conmemoraba en un sentido científico espiritual. Sabemos qué acontecimientos significativos, grandes y poderosos tuvo que experimentar el desarrollo de la humanidad para que el Misterio del Gólgota pudiera irrumpir en este desarrollo de la humanidad. Tuvo que nacer un hombre que era el Zaratustra reencarnado, uno de los dos niños Jesús. Pero aún tenía que nacer aquel para quien la verdadera festividad del nacimiento de Jesús era la fiesta de la conmemoración, tenía que nacer aquel cuya sustancia anímica se había conservado en los mundos espirituales. Mientras la humanidad había pasado por todo lo que se había transmitido a través de las generaciones dentro de la herencia hasta el Misterio del Gólgota, -todas las demás almas humanas habían pasado a través de las generaciones-. todas las fuerzas destructivas que se habían colado en la sangre habían sido absorbidas. Sólo una única sustancia anímica había permanecido en los mundos espirituales, custodiada por los misterios más puros y los lugares de culto más puros, y luego había sido vertida en la humanidad como el alma del segundo niño Jesús, el que se describe en el Evangelio de Lucas, el niño Jesús cuyo nacimiento está unido por su nombre a todos los recuerdos y a todas las representaciones de la fiesta de Cristo, de la Navidad.

En la Navidad el hombre conmemoraba el origen del hombre, aquella alma humana que aún no había descendido, que aún no había descendido a la naturaleza de Adán. Quería decir que en Belén, en Palestina, había nacido aquella sustancia anímica que no había participado en el descenso de la humanidad, sino que se había quedado atrás y, por primera vez, había entrado realmente en un cuerpo humano al encarnarse en el niño Jesús de San Lucas.

Es posible creer en la humanidad, es posible tener fe en la humanidad, así es como puede sentirse el alma humana si se permite que sus pensamientos se dirijan hacia el hecho: Así como la lucha, así como la incredulidad, así como la desarmonía se han apoderado del desarrollo de la humanidad, -y se han apoderado a través de todo lo que se ha vertido en la humanidad desde los tiempos de Adán hasta nuestro presente-, si uno mira hacia atrás a lo que los tiempos antiguos llamaban «Adán Kadmon», que luego se convirtió en el concepto de Cristo, entonces se enciende en el alma humana la confianza en la rectitud del poder humano, se enciende la confianza en la naturaleza original de paz y amor de la humanidad. Por eso el alma subconsciente unió la fiesta del nacimiento de Jesús directamente con la fiesta de Adán y Eva, en que el hombre ve realmente su propia naturaleza en el Niño Jesús que nace, pero su propia naturaleza en su inocencia, en su estado virginal.

¿Por qué, entonces, durante siglos, durante milenios, el niño divino ha sido puesto ante la humanidad como lo más digno de veneración para el alma humana? Pues porque, cuando éste niño aún no ha llegado tan lejos que pueda decirse "yo" a sí mismo, el hombre, mirándolo puede ver, puede saber que todavía está trabajando en el cuerpo humano, en el templo de lo divino eterno, y porque el hombre, que aún no dice "yo", todavía muestra claramente el signo de su origen del mundo espiritual. A través de esta visión de la naturaleza humana infantil, el hombre aprende a tener plena confianza en la naturaleza humana. Allí, donde el hombre puede concentrarse al máximo, donde el sol brilla y calienta el planeta menos, donde el hombre no está ocupado con el orden de los asuntos externos, donde los días son más cortos, las noches más largas, donde todas las oportunidades en la tierra son tales que el hombre puede concentrarse mejor, puede entrar mejor en sí mismo, allí, donde todo el esplendor externo, toda belleza exterior se retira de la mirada exterior por un tiempo, allí es donde el desarrollo cultural occidental situó la fiesta de nacimiento del niño divino, es decir, del ser humano que entra en el mundo inmaculado, y que, al entrar en el mundo inmaculado, puede dar al hombre la más fuerte, la más alta confianza a través de la conciencia de su origen divino en el momento de su más intensa concentración.

Es como una afirmación de la gran verdad de que se puede aprender mucho del niño cuando se ve que la celebración del cumpleaños de un niño se sitúa en el curso del tiempo como una gran fiesta significativa de confianza para el desarrollo de la humanidad. Y así nos maravillamos del subconsciente, de la razón espiritual de los pueblos de la prehistoria que colocaron tales hitos en el curso del tiempo. Entonces nos sentimos como descifradores de extraños jeroglíficos, que son proporcionados por la colocación de tales festividades en la escritura de los tiempos por la gente de los tiempos prehistóricos, nos sentimos uno con esta gente de los tiempos prehistóricos. Mientras que por lo demás nuestra mirada se dirige hacia el futuro, mientras que por lo demás estamos dispuestos a poner nuestras mejores fuerzas a disposición del futuro, a fortalecer y fortificar toda fe en el futuro. Tratemos de vivir en los recuerdos, especialmente en tales días de fiesta, que nos traen pensamientos antiguos como encarnados, que nos enseñan que actualmente sólo podemos pensar a nuestra manera lo que subyace en el mundo exterior en lo espiritual, pero que todavía en el pasado, -de una manera diferente, pero no menos acertada, ni menos grandiosa y significativa-, lo verdadero, lo sublime fue pensado y sentido a través de la empatía con la humanidad, con todo lo que ha de llevar a la humanidad a sus alturas. Este es nuestro ideal científico-espiritual, que uno pueda sentirse uno con aquello que la humanidad creó en tiempos prehistóricos, a veces desde las profundidades más ocultas del alma. Las festividades, especialmente las grandes festividades, garantizan esto, si tan sólo podemos visualizar su significado jeroglífico en las escrituras de la época a través de las verdades de la investigación espiritual.

Oh, es un pensamiento maravilloso que se une a un sentimiento maravilloso en nuestra alma, el ver cómo en aquellos siglos que siguieron al cuarto, que trasladó por primera vez la celebración del cumpleaños de Jesús al 25 de diciembre, en el alma de aquellas gentes se derramó la conciencia de la confianza que hay que despertar a través de la naturaleza infantil. En la pintura, en las obras de Navidad, se muestra por doquier cómo los seres de todos los reinos terrenales se inclinan ante el niño Jesús, ante el niño divino, ante el origen divino del hombre. Nos encontramos con la maravillosa imagen del belén, en la que los animales se inclinan ante el hombre original; le siguen esas maravillosas historias como la de que, cuando María llevaba al niño Jesús en el viaje a Egipto y se había cruzado la frontera, un árbol se inclinó, un árbol milenario ante María con el niño Jesús. El hecho de que los árboles se inclinaran de forma extraña en la noche de Navidad ante el gran acontecimiento es algo que encontramos en las leyendas de casi toda Europa. Podríamos ir a Alsacia, a Baviera, en todas partes encontramos las leyendas de cómo ciertos árboles dan frutos en Navidad, cómo se inclinan en Navidad: todos símbolos maravillosos que se supone que anuncian que el nacimiento del niño Jesús se revela en realidad como algo que está conectado con toda la vida de la tierra.

Y si recordamos lo que hemos dicho tantas veces, sobre cómo fueron dadas las antiguas corrientes espirituales a la humanidad por los dioses, y cómo la gente en los tiempos primitivos tenía visiones clarividentes del mundo divino-espiritual, cómo esta clarividencia disminuyó gradualmente para que la gente pudiera llegar a la conquista del yo, -si uno imagina, cómo en toda la organización humana está sucediendo algo como un marchitamiento, como un secado de los antiguos poderes divinos, y como una impregnación de los poderes divinos secos con nueva agua de vida a través del impulso de Cristo, a través del cual tiene lugar lo que sucedió a través del Misterio del Gólgota: esto se nos aparece en una imagen maravillosa cuando las leyendas de Navidad nos cuentan cómo las rosas marchitas y secas de Jericó brotan siempre por sí mismas en la noche buena. Se trata de una leyenda que encontramos registrada en todas partes en la Edad Media, según la cual las rosas de Jericó brotaron y se desplegaron en la noche de Navidad porque primero se habían desplegado bajo los pasos de María, que, cuando llevaba al niño Jesús en el viaje a Egipto, caminó sobre un lugar donde había crecido un rosal. Maravilloso símbolo de lo que sucedió con las fuerzas humano-divinas, que incluso cosas tan estériles y sin vida como las rosas, que se encuentran marchitas a lo largo del camino, que están aparentemente muertas, vuelven a brotar, vuelven a brotar por el impulso de Cristo, que entra en la evolución del tiempo.

En la fiesta del nacimiento de Jesús, en la fiesta del nacimiento del niño Jesús, se expresa el hecho de que al hombre le fue dado primero en realidad lo que le estaba destinado desde el principio. Antes de que Adán y Eva lo fueran, la humanidad estaba destinada a recibir, -como dice la leyenda navideña-, lo que aún yace en la naturaleza infantil divina del hombre, completamente intacta. Pero en verdad, -debido a la influencia de Lucifer-, la humanidad sólo pudo alcanzarlo después de que hubiera tenido lugar todo el curso del tiempo desde Adán y Eva hasta el Misterio del Gólgota.

Oh, hay que decir que realmente despierta un sentimiento profundo en nuestras almas cuando nosotros, como apretujados en una sola noche del 24 al 25 de diciembre, tenemos para nuestra reflexión, para nuestra contemplación, en lo que se ha convertido la humanidad a través de las fuerzas Luciféricas desde Adán y Eva hasta el nacimiento del Cristo en Jesús. Si sentimos esto, entonces ya sentimos suficientemente el significado de esta fiesta y entonces también sentimos lo que podría ponerse ante la humanidad.

Es como si la humanidad, aprovechando la oportunidad de tomar estos hitos del tiempo como material de meditación, pudiera realmente darse cuenta por una vez de su origen puro en las fuerzas cósmicas del universo. Allí, elevando la mirada hacia las fuerzas cósmicas del universo y penetrando un poco a través de la Teosofía, a través de la verdadera sabiduría espiritual en los secretos del universo, -sólo entonces la humanidad puede madurar de nuevo para comprender que una etapa superior de la festividad del nacimiento de Jesús es la que una vez fue entendida por los gnósticos como la festividad del nacimiento de Cristo, la festividad del nacimiento de Cristo, que en realidad debería celebrarse el 6 de enero, la festividad del nacimiento de Cristo en el cuerpo de Jesús de Nazaret. Pero, como para sumergirse en las doce fuerzas universales del cosmos, las doce noches santas se interponen entre la fiesta de Cristo y la fiesta que debería celebrarse el 6 de enero, que es ahora la fiesta de los Reyes Magos, y que en realidad es la fiesta descrita.

Una vez más, sin haber sido debidamente reconocidas en la ciencia anterior, están ahí, estas doce noches santas, como si hubieran sido establecidas desde las profundidades ocultas y sabias del alma de la humanidad, como si quisieran decir: ¡Sentid todas las profundidades de la Navidad, pero luego sumergíos durante las doce noches santas en los misterios más sagrados del cosmos! Es decir, a ese lugar del universo desde donde el Cristo descendió a la tierra. Porque sólo si la humanidad tendrá la voluntad de inspirarse en el pensamiento del santo origen infantil de Dios en el hombre, de inspirarse en esa sabiduría que penetra en las doce potencias, en las doce potencias santas del universo, que están representadas simbólicamente en los doce signos del zodíaco, pero que sólo están representadas en verdad por la sabiduría espiritual, -únicamente, sólo cuando la humanidad profundice en la verdadera sabiduría espiritual y aprenda a reconocer el curso del tiempo en el gran universo y en el ser humano individual, sólo entonces la humanidad del futuro, fecundada por la ciencia espiritual, encontrará la inspiración para su propia salvación que puede venir del nacimiento de Jesús para penetrar en los pensamientos más confiados y esperanzados del futuro.

Así podemos permitir que la Navidad tenga efecto en nuestras almas como fiesta de inspiración, como fiesta que presenta tan maravillosamente ante nuestras almas la idea del origen del hombre en el santo y divino niño de origen humano. Esa luz que se nos aparece en la noche santa, como símbolo de la luz del hombre, en su origen mismo, esa luz que las luces del árbol de Navidad simbolizan para nosotros en tiempos más recientes: es al mismo tiempo, correctamente entendida, la luz que puede darnos las mejores y más fuertes fuerzas para nuestra alma que lucha por una verdadera y genuina paz mundial, por una verdadera y genuina beatificación mundial, por una verdadera y genuina esperanza mundial.

Sintámonos fortalecidos por tales pensamientos de los hechos del pasado, de las determinaciones del pasado, por lo que siempre necesitamos como impulsos para el futuro: pensamientos navideños, pensamientos de recuerdo del origen de la humanidad, pensamientos que al mismo tiempo estén arraigados, para desarrollarse en lo real, en la planta más fuerte del alma, en el futuro real del hombre.
Traducido por J.Luelmo ene, 2025