EL AUMENTO PROGRESIVO DEL PODER DE CRISTO EN LA REALIZACIÓN DE MILAGROS Y PRODIGIOS
Kassel, 2 de julio de 1909
Ayer concluimos nuestras exposiciones con la frase de que, dentro del impulso crístico, nos espera la contemplación de lo más importante: la muerte y su significado en sí mismo. Pero antes de llegar a la descripción de la muerte de Cristo y, con ello, al punto culminante de nuestras reflexiones sobre este ciclo, será necesario hablar hoy un poco sobre el sentido y el significado reales de algunos aspectos del Evangelio de Juan y de las relaciones entre lo que en él se describe y los otros evangelios.
En los últimos días hemos intentado comprender el impulso crístico a partir de fuentes muy diferentes, desde la contemplación clarividente de la crónica Akáshica, y presentarlo como un acontecimiento real en la evolución de la humanidad. Y, en cierto modo, solo nos hemos basado en lo que en los Evangelios parece confirmar lo que la investigación clarividente pudo declarar primero como verdadero. Pero hoy, para continuar con nuestras consideraciones, queremos echar un vistazo al Evangelio de Juan y caracterizar este importante documento de la humanidad desde un punto de vista particular. Este Evangelio de Juan, del que ayer dijimos que la investigación teológica actual, en la medida en que está contagiada de materialismo, no puede adoptar una postura adecuada frente a él, que no es capaz de comprender lo histórico, este Evangelio de Juan se nos presentará, si lo contemplamos con una mirada espiritual, como uno de los documentos más maravillosos que tiene la humanidad. Se puede decir que el Evangelio de Juan no solo es uno de los más importantes entre los documentos religiosos, sino también entre todos los documentos literarios y escritos, por usar un término profano. Acerquémonos al contenido de este documento desde este punto de vista.
En cuanto a su composición, si se entiende correctamente el Evangelio de Juan, es ya desde los primeros capítulos, si se sabe lo que realmente significan las palabras, uno de los documentos más elegantes y redondos que existen en el mundo. Sin embargo con una lectura superficial, esto no se aprecia. En un primer análisis superficial, se observa que el autor del Evangelio de Juan, —al que ahora conocemos—, enumera exactamente siete milagros hasta el momento del acontecimiento de Lázaro. En los próximos días se abordará el significado del número siete. ¿Cuáles son estos siete milagros o signos?
- La señal dada por las bodas en Caná de Galilea,
- la señal dada por la curación del hijo del centurión real,
- la dada por la curación del enfermo de treinta y ocho años en el estanque de Betesda,
- la alimentación de los cinco mil,
- la señal dada al ver a Cristo caminar sobre el mar,
- la señal dada por la curación del ciego de nacimiento y, por último,
- la mayor señal, la iniciación o consagración de Lázaro: la transformación de Lázaro en el propio escriba del Evangelio de Juan.
Esos son siete de los signos. Ahora bien, debemos preguntarnos: ¿qué hay de estos signos, de esta cuestión de los milagros?
Si han escuchado con atención lo que se les ha dicho de diversas maneras en los últimos días, recordarán que se ha dicho que el estado de conciencia de los seres humanos ha cambiado a lo largo de toda nuestra evolución humana. Hemos echado la vista atrás a tiempos muy antiguos. Hemos visto que los seres humanos no partieron de un punto de vista meramente animal en su evolución, sino de una forma en la que aún poseían la capacidad natural de la clarividencia. Antiguamente, los seres humanos eran clarividentes, aunque tenían una conciencia tal que aún no podían decir «yo soy». Los seres humanos tuvieron que conquistar poco a poco la capacidad de la autoconciencia, pero para ello tuvieron que renunciar a la antigua clarividencia. En el futuro volverá a llegar un tiempo en el que todos los seres humanos serán clarividentes, a pesar de haber conservado el yo soy, la autoconciencia. Estas son las tres etapas que la humanidad ha atravesado en parte y que en parte aún tiene que atravesar. En la Atlántida, las personas vivían en una especie de conciencia onírica, pero con una conciencia clarividente. Luego, poco a poco, conquistaron la autoconciencia, la conciencia objetiva externa, pero a cambio tuvieron que renunciar al antiguo don de la clarividencia. Y finalmente, en el futuro, el ser humano tendrá una conciencia clarividente conectada con esta autoconciencia. De este modo, el ser humano pasa de una antigua clarividencia apagada a una conciencia de los objetos no clarividente y vuelve a ascender a una clarividencia autoconsciente.
Pero, aparte de la conciencia, todo lo demás ha cambiado en la humanidad. Es realmente una miopía humana creer que las cosas siempre han sido como son hoy en día. Todo ha evolucionado. No siempre fue así. Las relaciones entre las personas tampoco siempre fueron como son hoy en día.
De las insinuaciones de los últimos días, ya hemos podido deducir que en la antigüedad, hasta la época en que el impulso crístico se introdujo en la evolución humana, existía una influencia mucho mayor entre las almas. Los seres humanos estaban predispuestos a ello. El ser humano no solo oía lo que le decía con palabras audibles el otro que tenía delante, sino que, si el otro sentía algo de forma viva y animada, pensaba algo de forma viva, el ser humano que tenía delante podía sentirlo, saberlo, de cierta manera. En épocas antiguas, cuando el amor estaba más ligado al parentesco consanguíneo, era algo muy diferente de lo que es hoy en día. Hoy en día ha adquirido un carácter más espiritual, pero se ha debilitado. Solo recuperará su fuerza cuando el impulso crístico entre en todos los corazones humanos. En la antigüedad, cuando el amor actuaba, este amor tenía al mismo tiempo algo así como un poder curativo, balsámico para el alma ajena. Con el desarrollo del intelecto y la inteligencia, que se han ido formando poco a poco, estas antiguas influencias entre almas, han ido desapareciendo.
Influir en el alma del otro, transmitir la fuerza que se tenía en el propio alma, era un don que caracterizaba a los pueblos de la antigüedad. Por eso hay que pensar en un poder mucho mayor que entonces podía recibirse de alma a alma, hay que pensar en una influencia mucho mayor que podía ejercerse de alma a alma. Aunque no haya documentos históricos externos que lo mencionen, aunque las piedras y los monumentos no digan nada, la observación clarividente de los Registros Akáshicos nos muestra que en aquellos tiempos antiguos, por ejemplo, se podían realizar curaciones de enfermos de manera integral mediante la influencia psíquica de una persona sobre otra. Y el alma era capaz de muchas otras cosas en aquellos tiempos. Lo que hoy en día le parece un cuento de hadas al ser humano: que la voluntad del ser humano, por ejemplo, tenía el poder, si lo deseaba, si se entrenaba especialmente para ello, de actuar de forma calmante sobre el crecimiento de las plantas, de acelerar o retrasar el crecimiento de las plantas, era un hecho en aquellos tiempos. Hoy en día solo quedan escasos restos de todo ello.
En aquella época, la vida de las personas era muy diferente. En los tiempos antiguos, nadie se habría sorprendido de que, en algún lugar, cuando existía la relación adecuada entre las personas, se produjera tal influencia espiritual de una personalidad a otra. Sin embargo, debemos tener en cuenta que siempre eran necesarias dos o más personas para que se pudiera ejercer tal influencia espiritual. También en nuestra época se podría imaginar que un ser humano con el poder de Cristo se presentara entre los hombres.
Pero aquellos que tuvieran la fuerza de creer en él serían muy pocos, y él no podría lograr lo que se puede lograr mediante la influencia espiritual de un alma a otra.
Para ello no solo es necesario que se actúe, sino que haya alguien que esté maduro para recibir ese efecto. Si en la antigüedad había más personas capaces de recibir tales efectos, no nos sorprenderá que se diga que en aquella época existían los medios para curar a los enfermos mediante la influencia psíquica, pero que también otros efectos, que hoy solo pueden producirse por medios mecánicos, se producían mediante la influencia psíquica.
¿En qué época tuvo lugar el acontecimiento de Cristo dentro de la evolución humana? Tuvo lugar en una época muy concreta, debemos tenerlo presente. Solo quedaban, por así decirlo, los últimos restos de esas corrientes anímicas de un ser humano a otro, que aún sobresalían como una herencia de la época atlante. La humanidad se disponía precisamente a adentrarse cada vez más en lo material y a tener cada vez menos posibilidades de dejar actuar tales corrientes anímicas. En ese contexto tuvo que surgir el impulso crístico, que precisamente por su esencia podía actuar infinitamente sobre aquellos que aún eran receptivos a él.
Quien conozca realmente la evolución de la humanidad encontrará natural que, una vez que la entidad crística entró en el cuerpo de Jesús de Nazaret, aproximadamente en el trigésimo año de su vida, pudiera actuar de manera muy especial en ese cuerpo, en esa envoltura. Porque esa envoltura había madurado desde tiempos inmemoriales. Ayer mencionamos que la individualidad de Jesús de Nazaret ya se había encarnado una vez en una vida anterior en la antigua Persia, que luego pasó por encarnaciones sucesivas y que en cada encarnación ascendió cada vez más en su desarrollo espiritual. De ello dependía que el Cristo pudiera habitar en un cuerpo así, que este cuerpo pudiera serle ofrecido como sacrificio. Los evangelistas lo sabían muy bien. Por eso lo describieron todo de tal manera que resultara perfectamente comprensible para la mirada del investigador espiritual.
Solo que debemos tomar todo lo que aparece en los Evangelios al pie de la letra, es decir, aprender primero a leerlos. ¿Por qué, por ejemplo, precisamente en la primera de las señales, —como ya se ha dicho, aún conoceremos el significado más profundo de los milagros—, al hablar de las bodas de Caná en Galilea, se hace especial hincapié en que eso sucedió «en Caná de Galilea»? No hay, —pueden investigar donde quieran—, en la antigua Palestina, en el entorno que se conocía entonces, una segunda Caná. Pero ¿es necesario añadir algo especial a los lugares que solo existen allí? ¿Por qué, a pesar de ello, el evangelista, al referirse a este milagro, dice que ocurrió «en Caná de Galilea»? Porque es importante destacar que allí ocurrió algo que tenía que ocurrir en Galilea. Es decir, Cristo no habría encontrado a las personas necesarias para ello en otras regiones que no fueran precisamente Galilea. Ya he dicho que para que haya un efecto no solo es necesario que haya alguien que lo produzca, sino también que haya otros que sean aptos para recibirlo. Cristo no habría podido hacer su primera aparición dentro de la propia comunidad judía, sino en Galilea, el lugar donde se mezclaban las más diversas tribus y grupos étnicos. Precisamente por el hecho de que en un lugar se habían reunido los pueblos más diversos de las partes más diversas del mundo, precisamente por eso, aquí en Galilea ya no existía el mismo parentesco sanguíneo y, sobre todo, ya no existía la fe en ese parentesco sanguíneo como en Judea, entre el pueblo hebreo más cercano. La gente de Galilea era una mezcla heterogénea. Pero, ¿a qué se sintió llamado especialmente Cristo por su impulso?
Hemos dicho que una de sus palabras más importantes fue: «Antes de que Abraham existiera, existía el Yo soy», y la otra: «Yo y el Padre somos uno». Con ello quería decir: para aquellos que se aferran a las antiguas instituciones de la vida, el yo solo se encuentra a salvo dentro de un parentesco consanguíneo. Quien era un verdadero confesor del Antiguo Testamento sentía algo muy especial al oír las palabras: «Yo y el padre Abraham somos uno», algo que hoy en día al ser humano le cuesta comprender. Lo que el ser humano llama su propio yo, lo que está encerrado entre el nacimiento y la muerte, el ser humano lo ve pasar. Pero quien profesaba una verdadera fe en el Antiguo Testamento, quien se sentía conmovido por las enseñanzas que fluían por la humanidad en aquella época, decía, y no solo como una palabra alegórica, sino como un hecho: para mí soy único, pero soy un miembro de un gran organismo, de un gran contexto vital que se remonta hasta el padre Abraham. Así como el dedo solo puede existir como miembro vivo mientras permanece unido a mi cuerpo, yo solo tengo sentido mientras siento que soy un miembro del gran organismo nacional que llega hasta el padre Abraham. Estoy tan unido al gran conjunto de la nación como el dedo lo está a mi cuerpo. Si se separa el dedo, pronto deja de ser un dedo; solo está a salvo cuando está unido a mi mano, la mano a mi brazo y el brazo a mi cuerpo; ya no tiene sentido cuando se separa de la mano. Del mismo modo, solo tengo sentido cuando me siento miembro de todas las generaciones por las que fluye la sangre del padre Abraham. ¡Entonces me siento seguro! Mi yo individual es pasajero y efímero, pero no lo es todo este gran organismo del pueblo que se remonta al padre Abraham. Cuando me siento completamente dentro de él, cuando me siento completamente dentro de él, entonces supero mi yo temporal y transitorio; entonces me siento seguro en un gran yo, en el yo del pueblo, que ha fluido a través de la sangre de las generaciones desde el padre Abraham hasta mí. Así se expresaba el confesor del Antiguo Testamento.
Pero como llegó el momento en que los seres humanos ya no debían aspirar a alcanzar tal estado de conciencia, este se fue perdiendo poco a poco. Por lo tanto, Cristo no tuvo que acudir a aquellos que, por un lado, habían perdido la capacidad de actuar a través de ese poder mágico que reside en los lazos de sangre y, por otro lado, solo tenían fe en la comunión con el padre Abraham. Porque en ellos no podía encontrar la fe necesaria para actuar lo que podía fluir de su alma a las otras almas; tenía que acudir a aquellos que, debido a su mezcla de sangre, ya no tenían esa fe, tenía que acudir a los galileos.
Aquí debía comenzar su misión. Aunque en general el antiguo estado de conciencia estaba desapareciendo, encontró entre ellos una mezcla de pueblos que se encontraba en los inicios de la mezcla de sangre. De todas partes acudían tribus que, antes de esta confluencia, aún se encontraban bajo la influencia de los antiguos lazos de sangre. Acababan de llegar para encontrar la transición. Aún conservaban el sentimiento vivo: nuestros padres aún tenían los antiguos estados de conciencia, aún poseían los poderes mágicos que actúan de alma a alma. Con ellos pudo llevar a cabo su nueva misión, que consistía en dotar al ser humano de una conciencia del yo que ya no estuviera ligada al parentesco consanguíneo, una conciencia del yo que pudiera decir: en mí mismo encuentro la conexión con el padre espiritual, con el padre que no transmite físicamente su sangre a través de las generaciones, sino que envía su fuerza espiritual a cada alma individual. El yo que está en mí y que tiene una relación directa con el padre espiritual existía antes de que existiera Abraham. Por eso estoy llamado a infundir en el yo una fuerza que se ve reforzada por la conciencia de la conexión con la fuerza espiritual paterna del mundo. «Yo y el Padre somos uno », no yo y el padre Abraham, es decir, un antepasado físico, somos uno.
Y Cristo se dirigió a aquellos que acababan de llegar al punto de comprenderlo, que necesitaban encontrar, no en los lazos de sangre que acababan de romper con su mestizaje, sino en el alma individual, la fuerza poderosa que, a su vez, puede llevar al ser humano a expresar poco a poco lo espiritual en lo físico. No digáis: ¿por qué no vemos hoy que suceda lo mismo que sucedió entonces? Aparte de que quien quiera ver, puede verlo, hay que tener en cuenta que los seres humanos han salido de ese estado de conciencia, que han descendido al mundo material, y que aquellos tiempos eran precisamente el punto de inflexión y Cristo mostró a los últimos ejemplares de la humanidad en desarrollo lo que el espíritu es capaz de hacer sobre lo físico. Los signos que ocurrieron cuando el antiguo estado de conciencia aún existía, pero estaba desapareciendo, se convirtieron en un modelo y un símbolo, en un símbolo de fe.
1 - LAS BODAS DE CANÁ
Ahora echemos un vistazo a estas bodas en Caná, en Galilea. Si desarrollara aquí ante ustedes todos los detalles del Evangelio de Juan, lo que realmente es el contenido del Evangelio, entonces no bastarían catorce conferencias, sino que se necesitarían unos cuantos años. Pero toda esta exposición literal no sería más que una confirmación de lo que puedo insinuarles en breves comentarios.
En primer lugar, en este primer signo se nos dice: «Había una boda en Caná de Galilea». Ahora bien, debemos ser conscientes de que en el Evangelio de Juan no hay ninguna palabra que no tenga un significado especial. ¿Por qué, entonces, una «boda»? Porque la boda logra lo que la misión de Cristo logra de manera tan eminente: la boda une a las personas. ¿Y una boda «en Galilea»? En Galilea fue donde se rompieron los antiguos lazos de sangre, donde la sangre extranjera se mezcló con la sangre extranjera. Pero lo que Cristo debía hacer estaba precisamente relacionado con la mezcla de sangre. Así pues, se trata de una unión entre personas para tener descendencia, entre personas que ya no son parientes consanguíneos. Ahora bien, lo que voy a decirles les parecerá realmente maravilloso. ¿Qué habrían sentido las personas en la antigüedad en un caso como este, en una época en la que aún existía lo que en el sentido científico-espiritual se podría llamar el «matrimonio cercano»? Porque es algo que forma parte del desarrollo de la humanidad que un «matrimonio cercano» original se haya transformado en un «matrimonio lejano». Y lo que he dicho hasta ahora ya expresa lo que es el matrimonio cercano.
En todos los pueblos, en la antigüedad, se encontraba que habría sido contrario a una ley del pueblo casarse fuera de la tribu, fuera del parentesco consanguíneo. Los que eran parientes consanguíneos, los que pertenecían a la misma tribu, se casaban entre sí; y estos matrimonios dentro de la misma tribu, dentro de la misma familia, tenían el maravilloso efecto, que puede constatarse en todo momento mediante la investigación científica espiritual, de que se podía ejercer un gran poder mágico. Los descendientes dentro de una tribu emparentada por consanguinidad tenían, gracias a estos matrimonios entre parientes, poderes mágicos que actuaban de alma a alma. Si hubiéramos sido invitados a una boda en la antigüedad, ¿qué habría pasado? Supongamos que se hubiera acabado la bebida que se consumía en aquella época, es decir, el vino. ¿Qué habría pasado entonces? Solo habría sido necesario que existiera la relación adecuada en esta familia de altos rangos unida por lazos de sangre, y se habría podido experimentar, gracias al poder mágico del amor sanguíneo, que, por ejemplo, el agua que se habría servido en un momento posterior de la celebración nupcial en lugar del vino, habría sido percibida por los demás como vino debido a la influencia espiritual de estas personalidades. Los demás habrían bebido vino si hubiera existido la relación mágica adecuada entre una personalidad y las demás.
No digan: ¡pero si ese vino habría sido agua! Una persona sensata debe darse la siguiente respuesta: para el ser humano, las cosas son aquello que comunican a su organismo, lo que se convierten para él, no lo que parecen. Creo que aún hoy en día a algunos amantes del vino les gustaría que se les sirviera agua, si tan solo se pudiera lograr, mediante algún tipo de influencia, que el agua supiera a vino y tuviera el mismo efecto que este en su organismo. No se necesita más que el agua sea vino para el ser humano. ¿Qué era necesario en la antigüedad para que pudiera ocurrir tal milagro, que en los vasos hubiera agua, pero que al beberla fuera vino? Era necesario el poder mágico que se producía por el parentesco consanguíneo. Pero la fuerza en las almas para sentir algo así estaba presente en las personas que asistían a la boda en Caná de Galilea. Solo había que crear una transición.
En el Evangelio de Juan (2, 1 y siguientes) se dice además: «Y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos también fueron invitados a la boda». Y como faltaba vino, la madre de Jesús se lo hizo notar y le dijo: «No tienen vino». Había que crear una transición, dije, para que algo así pudiera suceder. La fuerza espiritual tenía que ser apoyada por algo. ¿Por qué podía ser apoyada? Aquí llegamos a la palabra que, tal y como se traduce habitualmente, es en realidad una blasfemia. Porque no creo que una persona sensible pueda evitar sentir incomodidad al decir: «¡No tienen vino!» y le respondieran: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? ¡Mi hora aún no ha llegado!». Es imposible que algo así se acepte en un documento de este tipo. Imaginemos: el ideal del amor, tal y como se nos describe en los Evangelios, Jesús de Nazaret, ¿debería utilizar la expresión «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?» en sus relaciones con su madre? No hace falta decir más, porque el resto hay que sentirlo. ¡Pero esas palabras no están ahí! Fíjense en este pasaje del Evangelio de Juan. Solo tienen que abrir el texto griego y verán que no hay más que las palabras que se dicen cuando Jesús de Nazaret alude a algo: «¡Mujer, esto va de mí a ti!». Se refiere precisamente a esa delicada fuerza íntima de alma a alma, lo que pasa de él a la madre. Pero eso es lo que necesita en ese momento. En ese momento aún no puede realizar un signo más elevado, para ello primero debe madurar su tiempo. Por eso dice: ¡Mi tiempo, en el que actuaré solo con mi fuerza, aún no ha llegado! Porque ahora todavía es necesario el vínculo magnético del alma, que pasa del alma de Jesús de Nazaret a la madre. «¡Oh mujer, esto va de mí a ti!». ¿Cómo podría la madre, después de estas palabras, «¡Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?», llegar a decir a los sirvientes: «Haced lo que él os diga»? Es necesario que ella esté dotada de las antiguas fuerzas, de las que hoy en día los seres humanos ya no tienen ni idea, y que sepa que él se refiere a este vínculo de sangre entre el hijo y la madre, se refiere al vínculo que debe conducir a los demás. Entonces ella sabe que ahora hay algo que actúa como una fuerza espiritual invisible que puede lograr algo aquí. Y ahora les pido que lean realmente el Evangelio. Me gustaría saber cómo se las arreglan con el Evangelio aquellos que creen que algo, —sí, no sé qué en realidad—, que creen que había seis jarras comunes, según se dice, «para la purificación judía», y que entonces, según esta visión tan común, sin nada más, — lo cual se encuentra precisamente en lo que se acaba de discutir—, ¿cómo es que el agua se habría convertido en vino, cómo es que esto habría sucedido solo exteriormente? ¿Qué es? Y del mismo modo: ¿cuál es la fe que tiene el que habla aquí ante ustedes en este milagro, que solo alguien puede tener en un milagro, en que aquí una sustancia se ha transformado en otra para los seres humanos? Pero con una interpretación común no se puede entender.
Hay que imaginar que las jarras que estaban allí probablemente no estaban llenas de agua. No se dice en absoluto que se hubieran vaciado. Eso no aparece escrito. Pero si se hubieran vaciado y vuelto a llenar, —dice que se llenaron—, entonces habría que pensar que, si realmente el agua se hubiera convertido en vino como por arte de magia, el agua que había antes también se habría convertido en vino. Así que esto no cuadra. Todo el asunto no tiene sentido. Pero hay que tener claro que estas jarras estaban evidentemente vacías, que estaban vacías porque el hecho de llenarlas tenía un significado especial.
«Haced lo que él os diga», había dicho la madre a los sirvientes. ¿Para qué necesitaba Cristo el agua? Necesitaba agua que procediera directamente de las fuentes de la naturaleza. Por eso hay que decir expresamente que el agua acababa de ser extraída. Solo el agua que aún no había perdido las fuerzas internas que posee cualquier elemento mientras está en contacto con la naturaleza era adecuada para su propósito. Como ya se ha dicho, ninguna palabra del Evangelio de Juan carece de profundo significado. Había que tomar agua recién sacada, porque Cristo es la esencia que se ha acercado a la Tierra, que se ha relacionado con las fuerzas que actúan en la propia Tierra. Al interactuar las fuerzas vivas del agua con lo que fluye «de mí a ti», puede suceder lo que se nos describe en el Evangelio: que se llama al mayordomo y que este tiene la impresión de que aquí ha sucedido algo especial, pero no sabe lo que ha sucedido; se dice expresamente: «no ha visto» lo que ha sucedido, los sirvientes lo han visto, él no, y que ahora, bajo la impresión de lo que ha sucedido, percibe el agua como vino. Esto se dice de forma muy clara y precisa, de modo que realmente se ha actuado aquí mediante la fuerza espiritual hasta llegar a un elemento externo, es decir, hasta lo físico del cuerpo humano. ¿Qué debía haber en la madre de Jesús de Nazaret para que su fe fuera lo suficientemente fuerte en ese momento como para producir tal efecto? Tenía que tener algo que, sin embargo, estaba presente en ella, a saber, la comprensión de que aquel al que llamaban su hijo se había convertido en el espíritu de la Tierra. Entonces, su fuerte fuerza de fe, en conexión con su fuerte fuerza, —lo que él ejerce sobre ella—, pudo actuar con tanta potencia que sucedió lo que se describe.
Por lo tanto, en el primer signo hemos mostrado, a través de toda la constelación de circunstancias, cómo las afinidades entre las almas, lo que aún está vinculado a los lazos de sangre, influyen en el mundo físico. Fue el primer signo que se manifestó y en el que se muestra, en mínima medida, la fuerza de Cristo. Aún necesitaba el refuerzo de la unión con las fuerzas anímicas de la madre, y necesitaba el refuerzo de las fuerzas aún unidas a la naturaleza en el agua, que aún están presentes cuando se ha sacado el agua fresca. Aquí nos encontramos con la fuerza efectiva de la entidad crística en su mínima expresión. Pero se concede especial importancia al hecho de que la fuerza de Cristo actúe sobre la otra alma y provoque efectos en esta otra alma, que es apta para ello. Lo esencial es que la fuerza de Cristo tiene precisamente el poder de hacer apta a la otra alma, de modo que se produzcan los efectos. Había hecho aptos a los invitados a la boda para que también ellos percibieran el agua como vino. Pero todo lo que es una fuerza real se refuerza en su propio efecto. Al ejercer Cristo esta fuerza por segunda vez, ya es más fuerte. Así como la fuerza más simple se refuerza con la práctica, una fuerza espiritual se refuerza especialmente cuando se aplica con éxito una vez.
2 - LA CURACIÓN DEL HIJO DEL CENTURIÓN
El segundo de los signos es, como sabéis por el Evangelio de Juan, la curación del hijo de un centurión real. ¿Cómo se cura al hijo del centurión real? También aquí solo reconoceréis lo correcto si leéis el Evangelio de Juan en la medida adecuada, si prestáis atención a las palabras que son las más importantes en el capítulo en cuestión. En el versículo 50 del capítulo cuarto, después de que el centurión le haya contado a Jesús de Nazaret su sufrimiento, se dice: «Jesús le dijo: El hombre creyó en la palabra que Jesús le dijo y se fue».
Una vez más, había dos almas que coincidían: el alma de Cristo y el alma del padre del hijo. ¿Y cómo actúa la palabra de Cristo: «Ve, tu hijo vive»? Actúa de tal manera que enciende en la otra alma la fuerza para creer lo que se ha dicho con esa palabra. Estas dos fuerzas actuaron juntas. La palabra de Cristo tenía el poder de encender en la otra alma de tal manera que el centurión creyó. Si el hombre no hubiera creído, el hijo no se habría curado. Así actúa una fuerza sobre la otra. Se necesitan dos. Pero aquí ya tenemos un grado más elevado del poder de Cristo. En las bodas de Caná, para poder actuar, aún necesitaba el refuerzo del poder de la madre. Ahora ha llegado el momento en que el poder de Cristo puede derramar la palabra encendida en el alma del centurión. Hay un aumento del poder de Cristo.
3 - LA CURACIÓN DEL TULLIDO EN EL ESTANQUE DE BETESDA
Pasemos ahora al tercer signo, la curación del enfermo que llevaba treinta y ocho años enfermo en el estanque de Betesda. Aquí debemos volver a leer la frase más importante, la que arroja luz sobre todo el asunto. Se trata del pasaje que dice:
«Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y anda» (5,8).
El enfermo había dicho antes, al hablar de su necesidad de permanecer acostado, que no podía moverse: «Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se agita el agua; y cuando yo voy, otro se mete antes que yo» (5, 7).
Pero Cristo le dice, —y esto es importante, ya que es Sabbath, un día festivo en el que reina un ambiente de celebración, un momento de amor eminente por el prójimo—, y expresa lo que quiere decir con las palabras: «Levántate, toma tu camilla y anda» (5, 8). Y debemos relacionar esta frase con la otra que le dice, y que es igualmente importante:
«Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor» (5, 14).
¿Qué significa esto? Significa que la enfermedad de aquel que llevaba treinta y ocho años enfermo estaba relacionada con su pecado. Si ese pecado fue cometido en esta vida o en una anterior, no es algo que vayamos a discutir ahora. Para nosotros se trata de lo siguiente: Cristo ha vertido en su alma la fuerza para hacer algo que afecta a la naturaleza moral y espiritual del otro. Aquí tenemos de nuevo un aumento del poder de Cristo. Antes se trataba simplemente de algo que debía actuar hasta el punto de que ocurriera algo físico. Pero ahora hay una enfermedad que, según el propio Cristo, está relacionada con el pecado del enfermo. En ese momento, Cristo sabe cómo intervenir en el alma del enfermo. Antes aún se necesitaba al Padre; ahora, el poder de Cristo actúa en el alma del enfermo, lo que adquiere un encanto especial al suceder en Sabbath. El hombre actual ya no tiene el sentido adecuado para estas cosas. Para un creyente del Antiguo Testamento, sin embargo, el hecho de que sucediera en Sabbath tenía un significado especial. Era algo muy especial. Por eso los judíos estaban especialmente indignados con el enfermo, porque llevaba su lecho en Sabbath. Este es un detalle sumamente importante. ¡Las personas deberían aprender a reflexionar cuando leen los Evangelios! No deberían dar por sentado que el enfermo pudiera ser curado, que aquel que llevaba treinta y ocho años sin poder caminar ahora caminara; deberían reflexionar sobre un pasaje como este: «Entonces los judíos dijeron al que había sido sanado: Hoy es Sabbath, no te conviene llevar la camilla» (5, 10).
Lo que les llamó la atención no fue que se hubiera curado, sino que levantara su lecho en Sabbath. Por lo tanto, parte de la curación de este enfermo consistía en actuar precisamente en ese día sagrado. En Cristo mismo está la idea de que, si el Sabbath realmente debe ser sagrado para Dios, entonces las almas deben tener una fuerza especial en ese día gracias al poder divino. A través de esta fuerza, él actúa sobre el que está delante de él, es decir, se transmite al alma del enfermo. Y mientras que antes el enfermo no encontraba en su alma la fuerza necesaria para superar las consecuencias del pecado, ahora la tiene gracias al efecto de la fuerza de Cristo. De nuevo, un aumento de la fuerza de Cristo.
4 - LA ALIMENTACION DE LOS CINCO MIL
Y ahora continuemos. Como ya he dicho, hablaremos más adelante sobre la verdadera naturaleza de los milagros. La cuarta de las señales es la alimentación de los cinco mil hombres. Aquí debemos fijarnos de nuevo en la frase más importante. ¿Y cuál es? Que en este tipo de cosas hay que tener en cuenta que no se puede comprender un acontecimiento así con la conciencia actual. Cuando aquellos que escribieron sobre Cristo en aquella época ... ¿Y cuál es? En estos casos, hay que tener siempre presente que no se puede entender un acontecimiento así con la conciencia actual. Si aquellos que escribieron sobre Cristo en la época en que se redactó el Evangelio de Juan hubieran creído lo que cree nuestra época materialista, habrían escrito de otra manera, porque les habría llamado la atención otra cosa distinta de lo que les llamó la atención. Pero la frase más importante, —lo demás no les llama especialmente la atención, ni siquiera que se pueda alimentar a cinco mil personas con lo poco que hay—, la frase que se destaca especialmente es esta: «Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los discípulos, y los discípulos a los que estaban sentados a la mesa; e hicieron lo mismo con los peces, dándoles cuanto querían» (6, 11).
¿Qué hace aquí Cristo Jesús? Para llevar a cabo lo que debe suceder, se sirve de las almas de los discípulos, de aquellos que estaban con él y que poco a poco habían madurado hasta alcanzar su grandeza. Ellos forman parte de ello. Están a su alrededor; en ellos puede ahora despertar una fuerza espiritual benéfica. Su fuerza fluye hacia la de los discípulos. Todavía tenemos que hablar de cómo pudo suceder lo que aquí ha sucedido. Pero aquí también notamos un aumento de su fuerza. Antes había dejado que su fuerza fluyera hacia el alma del enfermo de treinta y ocho años. Pero ahora su fuerza se transmite a la fuerza de las almas de los discípulos. Aquí se manifiesta esa tensión de fuerzas que va desde el alma del Señor al alma de los discípulos. La fuerza se ha expandido del alma de uno a las almas de los otros. La fuerza se ha vuelto más fuerte. Así que ahora también vive en las almas de los discípulos lo que vive en el alma de Cristo.
Si las personas quisieran saber qué sucede bajo tal influencia, solo tendrían que basarse en la experiencia. Deberían intentar observar qué sucedió cuando la poderosa fuerza que había en Cristo no actuó por sí sola, sino que encendió la fuerza en las almas de otras personas, de modo que siguió actuando. Hoy en día no hay personas que crean tan vivamente; tal vez crean teóricamente, pero no con la fuerza suficiente. Solo entonces podrían observar lo que sucede. La investigación espiritual sabe muy bien lo que sucede.
Así tenemos un fortalecimiento gradual del poder de Cristo.
5 - CAMINAR SOBRE LAS AGUAS
Y además: la quinta de las señales, que se narra en el mismo capítulo y comienza así:
«Por la tarde, los discípulos bajaron al mar, subieron a la barca y cruzaron el mar hacia Cafarnaúm. Ya había oscurecido y Jesús no había llegado con ellos.
El mar se había levantado por un fuerte viento.
Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús caminando sobre el mar y acercándose a la barca, y se asustaron» (6, 16-19).
Aquellos que hoy imprimen los Evangelios escriben, por ejemplo, como título totalmente superfluo: «Jesús camina sobre el mar», como si eso apareciera en algún lugar de ese capítulo. ¿Dónde dice «Jesús camina sobre el mar»? Dice: «Los discípulos vieron a Jesús caminando sobre el mar». Eso es todo. Debemos tomar los Evangelios al pie de la letra. ¡El poder de Cristo se ha fortalecido de nuevo! Se había vuelto tan fuerte gracias al refuerzo natural en la práctica de los últimos actos, que ahora no solo el poder de Cristo podía actuar de un alma a otra, no solo el alma de Cristo podía comunicar sus poderes a las otras almas, sino que Cristo podía vivir en su propia forma ante el alma del otro que era apto para ello. Así pues, el acontecimiento es el siguiente: alguien se encuentra en otro lugar, su fuerza es tan grande que actúa sobre personas lejanas, que están muy lejos. Pero ahora la fuerza de Cristo es tan fuerte que no solo desencadena una fuerza en los discípulos, como lo hizo en aquellos que se habían quedado con él en la montaña; allí solo se había transmitido la fuerza a los discípulos para realizar el milagro. Ahora tienen el poder, aunque no puedan ver dónde está Cristo con sus ojos físicos, de ver a Cristo y contemplar su propia figura. Cristo podía hacerse visible en la distancia para aquellos con quienes ya había establecido un vínculo espiritual. Ahora su propia figura está tan avanzada que puede ser vista espiritualmente. En el momento en que la posibilidad de ver físicamente desaparece para los discípulos, la posibilidad de ver espiritualmente se hace aún más evidente para ellos, y ven a Cristo. Sin embargo, ver en la lejanía es como tener la imagen del objeto en su proximidad inmediata. De nuevo, un aumento del poder de Cristo.
6 - LA CURACIÓN DEL CIEGO DE NACIMIENTO
La siguiente señal es la curación del ciego de nacimiento. Esta curación del ciego de nacimiento, tal y como aparece en el Evangelio de Juan, vuelve a ser ahora especialmente tergiversada. Quizás hayan leído la historia a menudo en el Evangelio:
«Y pasando Jesús, vio a uno ciego de nacimiento.
Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: Maestro, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús respondió: Ni este pecó, ni sus padres, sino para que se manifestaran en él las obras de Dios» (9, 1-3).
Y entonces lo cura. Solo hay que preguntarse: ¿Es acaso un sentimiento cristiano interpretar así: aquí hay un ciego de nacimiento? No han pecado sus padres, ni él mismo, pero Dios lo ha hecho ciego para que Cristo pueda venir y hacer un milagro para la gloria de Dios. Así pues, para que se pudiera atribuir un efecto a Dios, ¡primero Dios tenía que haber cegado al interesado! Pero eso no es lo que dice el texto. Tampoco dice que «las obras de Dios se manifestaran en este ciego».
Si queremos comprender este signo, debemos remontarnos al uso lingüístico de la palabra «Dios». Lo más fácil es abrir otro capítulo, en el que se acusa a Cristo de afirmar que él y Dios son uno. ¿Cómo responde él?
«Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra Ley:
Yo he dicho: Vosotros sois dioses?» (10, 34)
Es decir, Cristo responde que en lo más profundo del alma humana, se encuentra la predisposición a ser divino. Es algo divino. Cuántas veces hemos dicho que el cuarto miembro del ser humano es la predisposición a lo divino en el hombre. «¡Sois dioses! », es decir: ¡algo divino habita en vosotros! Este algo divino es algo distinto del ser humano, de la persona del ser humano tal y como vive aquí entre el nacimiento y la muerte; es también algo distinto de lo que un ser humano ha heredado de sus padres. ¿De dónde proviene esta divinidad, esta individualidad del ser humano? Pasa de una encarnación a otra, a través de repetidas vidas terrenales. Esta individualidad proviene de una vida terrenal anterior, de una encarnación anterior. Por lo tanto: no son sus padres los que han pecado, ni tampoco su personalidad, a la que normalmente nos referimos como «yo». Sin embargo, en una vida anterior, este ser humano sentó las bases para nacer ciego en esta vida. Se ha vuelto ciego porque las obras de Dios en él, procedentes de una vida anterior, se manifiestan en su ceguera. El karma, la ley de causa y efecto, es claramente indicado aquí por Cristo Jesús. Entonces, ¿sobre qué hay que actuar ahora para curar esta enfermedad? Hay que actuar sobre lo que no vive como un yo efímero entre el nacimiento y la muerte, sino que las fuerzas deben penetrar más profundamente en el yo que va de vida en vida. El poder de Cristo se ha incrementado una vez más. Hasta ahora hemos visto que solo ha actuado sobre lo que se le opone. Ahora actúa sobre lo que sobrevive a la vida humana entre el nacimiento y la muerte, lo que pasa de una vida a otra. Cristo se siente a sí mismo como el representante del Yo soy. Al verter su fuerza en el Yo soy, al comunicarse así el Dios supremo de Cristo con el Dios en el ser humano, el ser humano obtiene la fuerza para curarse desde dentro. Ahora Cristo ha penetrado hasta lo más íntimo del alma. Su fuerza ha actuado en la individualidad eterna del enfermo y la ha fortalecido, de modo que la propia fuerza de Cristo se manifiesta en la individualidad del enfermo y, por lo tanto, también actúa hasta en las consecuencias de las encarnaciones anteriores.
¿Qué aumento hay ahora para el poder de Cristo? Únicamente el aumento de que Cristo se acerca a un ser humano y despierta en él aquello que despierta su propio impulso en el otro ser humano, de modo que el otro ser humano absorbe el poder de Cristo de tal manera que todo su ser se impregna de él y se convierte en otro ser humano, un ser humano impregnado de Cristo. ¡Esto es lo que ocurre en la resurrección de Lázaro! Aquí tenemos de nuevo un aumento del poder de Cristo. El poder de Cristo aumenta de nivel en nivel.
¿Dónde hay en el mundo un documento lírico tan magníficamente compuesto? Ningún otro escritor ha tenido tales composiciones. ¿Quién no se inclinaría con reverencia ante una descripción de los acontecimientos que se intensifica paso a paso y de una manera tan maravillosa? Si consideramos el Evangelio de Juan solo desde el punto de vista de la composición artística, no podemos sino inclinarnos ante él con reverencia. Aquí todo crece paso a paso y se intensifica.
LA TRANSFORMACIÓN DE LÁZARO EN EL PROPIO ESCRITOR DEL EVANGELIO DE JUAN
Nos queda una cosa por mostrar. Debemos preguntarnos: hemos seleccionado algunos ejemplos que nos muestran la intensificación de los signos, de los milagros. También hay otras cosas entre medias. ¿Cómo se integra esto en el conjunto?
Mañana tendremos la tarea de mostrar que en el Evangelio de Juan no solo hay un admirable crescendo en sus milagros, sino que todas las demás explicaciones intermedias encajan con un propósito especial, de modo que se comprende que no podría haberse completado mejor de lo que lo hizo el autor del Evangelio de Juan.
Hoy hemos considerado el Evangelio de Juan desde el punto de vista artístico en lo que respecta a su composición, y vemos que es verdaderamente difícil imaginar una obra de arte más perfectamente compuesta y más bella que el Evangelio de Juan hasta su descripción de la resurrección de Lázaro.
Pero solo aquel que sabe leer y conoce lo esencial puede percibir el gran y poderoso significado del Evangelio de Juan. La teosofía tiene hoy la misión de acercar este gran significado a nuestra alma. Pero hay aún más en este Evangelio de Juan. A nuestras explicaciones les seguirán las del Evangelio de Juan, que a su vez tendrán una sabiduría superior a la nuestra. Pero su sabiduría servirá a su vez para encontrar nuevas verdades, al igual que nuestra sabiduría nos ha servido durante treinta años para encontrar lo que no se puede encontrar sin la teosofía.
Traducido por J.Luelmo may,2025