GA176-Berlín, 5 de junio de 1917 La necesidad de conceptos nuevos y ágiles

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RUDOLF STEINER

La necesidad de conceptos nuevos y ágiles. Espíritu cósmico y espíritu natural



Berlín 5 de junio de 1917
En la última conferencia comenzamos a considerar aspectos de la evolución postatlante de la humanidad que pueden proporcionar una clave para nuestros problemas actuales. En efecto, los acontecimientos actuales constituyen un enigma para quienes intentan comprenderlos únicamente mediante los conceptos y las ideas materialistas de nuestra época. El hecho de que necesitamos nuevas ideas debe resultar obvio por las muchas cosas que hemos considerado. Los conceptos que fueron suficientes en el pasado ya no lo son para comprender la vida actual, que se ha vuelto mucho más compleja. Durante años he insistido repetidamente en diversas conferencias en algo que considero de suma importancia para la época actual.

En varias ocasiones he dicho lo siguiente: Si examinamos el dominio y el alcance de los pensamientos y las ideas, por medio de los cuales se intenta comprender el mundo y vislumbrar entre bastidores la realidad física externa, encontraremos que las más valiosas de esas ideas se originaron en la cuarta época postatlante. La quinta época postatlante, iniciada en 1413, no ha producido ideas fundamentalmente nuevas. Ciertamente ha producido, de forma admirable, una enorme cantidad de nuevos hechos y combinaciones de hechos. Sin embargo, se entienden a la luz de las ideas antiguas. Tomemos un ejemplo: Lo que Darwin y sus sucesores recopilaron, para demostrar las relaciones orgánicas, se ha introducido en el concepto de evolución; pero el concepto de evolución no es en sí mismo nuevo; procede de la cuarta época postatlante. Cuando los conceptos y las ideas se toman en serio y se comprende su verdadera naturaleza y realidad, entonces se verá que esta forma de tratar los temas impregna todas las esferas del conocimiento.

Sólo cuando Goethe puso en movimiento las ideas del pasado puede decirse que se dio un paso adelante. Vio en el concepto como tal la posibilidad de transformación, de metamorfosis, e introdujo así algo bastante nuevo que todavía no se aprecia debidamente. Los conceptos de flor, de fruto y demás los vio como transformaciones del concepto básico "hoja". 1 Reconocer una movilidad viva en los conceptos y las imágenes mentales es algo nuevo. Permite transformar los conceptos dentro de uno mismo para que sigan las múltiples metamorfosis que tienen lugar en los fenómenos de la naturaleza. Durante muchos años he señalado que éste es el descubrimiento más importante de Goethe, un descubrimiento cuyo desarrollo ulterior sólo puede encontrarse en la ciencia espiritual. Sólo la ciencia espiritual aporta al hombre nuevos conceptos que le permiten penetrar en la verdadera realidad.

Es de especial importancia que se amplíe el concepto de historia. En nuestras recientes consideraciones hemos trabajado, de hecho, con un concepto de historia mucho más amplio. Esto nos ha permitido reconocer más particularmente cómo ha cambiado la constitución y toda la disposición anímica del hombre. Hace pocos siglos, el alma del hombre era fundamentalmente distinta de lo que, conforme a la evolución humana, es ahora. Llamé la atención sobre el hecho de que durante la primera, la antigua época india, el hombre continuaba su desarrollo corporal hasta las edades comprendidas entre los 56 y los 48 años. Intenté ilustrar esto diciendo que mientras que hoy en día en el niño y en el joven el desarrollo del ser anímico-espiritual sigue su curso paralelo al desarrollo del cuerpo físico, en aquella antigua época cultural esto continuaba hasta los cincuenta años de la vida de una persona. Hoy el hombre ya no se da cuenta cuando su cuerpo pasa de los 30 años. Lo único de lo que es consciente interiormente es de que en la infancia sus músculos se fortalecen y las funciones nerviosas cambian. Es durante esta época en la que se producen cambios en los músculos, los nervios y la sangre cuando se da cuenta de que el elemento anímico-espiritual sigue un desarrollo paralelo al del organismo físico. Entonces llega el momento en que el alma y el espíritu dejan de depender del organismo. Sin embargo, en la antigua época india, la dependencia persistía, y esto es algo que debemos considerar con más detalle.
En aquella época, al igual que ahora, el hombre era más o menos consciente de que durante la infancia se fortalecía físicamente, consciente también de que al mismo tiempo su vida de voluntad, de sentimiento y también su vida mental se volvían diferentes. En otras palabras, era consciente durante la infancia y la juventud de la dependencia de su alma de la vida creciente, próspera y floreciente del organismo. Después llegaba el tiempo en que alcanzaba la mitad de la vida, la cual se produce en la treintena; los 35 años deben ser considerados como la mitad de la vida. Hoy en día el hombre no es consciente de atravesar la mitad de la vida de la misma manera que es consciente, por ejemplo, de atravesar la pubertad de los 12 a los 16 años. Pero en aquella época, el hombre era consciente de ello; percibía, hasta cierto punto, que antes de llegar a la treintena, la vida había brotado en su interior, había crecido cada vez con más fuerza hasta alcanzar el clímax y ahora había comenzado a retroceder. Sentía que el crecimiento se había detenido, que la formación de los nervios había llegado a su fin y que a partir de ese momento seguiría siendo como era. Aquellos que eran especialmente sensibles sentían incluso que sus fuerzas vitales se volvían lentas y retrocedían; sentían que se producía una osificación y que se mineralizaban.

Cuando el hombre de aquella época llegaba a los cuarenta años, sentía que comenzaba un declive decisivo, que la vida orgánica se retiraba. Pero también experimentaba algo que ya no puede experimentar, a saber, la dependencia de su alma de la vida declinante del cuerpo. Así, en aquella época antigua el hombre experimentaba el paso por tres etapas de desarrollo, mientras que ahora experimenta, como mucho, el paso por una.

¿Cómo se experimentaban las tres etapas? Examinemos detenidamente la dependencia de las fuerzas vitales prósperas y florecientes durante el crecimiento del cuerpo; establezcamos en primer lugar que un individuo se sentía completamente sano -cosa que muy pocas personas hacen hoy en día-, de modo que experimentaba fuertemente que la vida sana, floreciente y próspera que brotaba en su interior era soportada por el espíritu. Al fin y al cabo, lo que crece no son las sustancias meramente físicas que se toman como alimento; son las fuerzas espirituales subyacentes al cuerpo las que causan el crecimiento y el desarrollo. Uno puede considerar su origen como ser humano y decir: Mi cuerpo surgió a través de sustancias hereditarias; el espíritu se unió al cuerpo y causó su crecimiento y desarrollo. En aquella época antigua, el ser espiritual del hombre se sentía dentro del cuerpo; su sana dependencia del cuerpo se consideraba provocada por Dios y, de hecho, por Dios Padre. El hombre de entonces se decía a sí mismo algo así: Estoy colocado en el mundo con fuerzas de crecimiento, de florecimiento, y siempre que uno preste atención y sienta lo que ocurre en el cuerpo, entonces el alma puede sentir en el crecimiento y el florecimiento el efecto del Padre Dios. El hombre se sentía relacionado con la naturaleza, que los seres humanos crecen y prosperan igual que las plantas y los animales. Se sentía relacionado con la existencia natural y sentía al Padre Dios dentro de sí. Como ven, algo que hoy sólo puede ocurrir en circunstancias excepcionales, en aquella época se experimentaba simplemente como parte de la vida. A continuación, comenzaba el período en la vida del individuo en el que pasaba por la mitad de la vida y, por lo tanto, por la culminación, el clímax de las fuerzas vitales crecientes y florecientes, y luego comenzaba el tiempo de la decadencia.

Como hemos visto, la vida creciente y floreciente del cuerpo sano, de la que el ser anímico-espiritual del hombre se sabía dependiente, suscitaba el sentimiento "ex deo nascimur", "de Dios he nacido". El hombre se sentía originario de Dios, quien también provocaba su crecimiento y desarrollo ulteriores. Cuando pasaba más allá de la mitad de la vida, todavía podía detectar durante la conciencia de vigilia ordinaria las fuerzas vitales florecientes. Esto se debía, en parte, a que aún recordaba la anterior dependencia de su alma-espíritu de la naturaleza corporal y a que podía observar un crecimiento y un florecimiento similares en la naturaleza externa. Sin embargo, durante los estados inferiores de conciencia, como el sueño o el adormecimiento, y también durante el estado de clarividencia atávica, el cuerpo astral y el yo se retiraban de las fuerzas vitales en declive, que permanecían conectadas con el cuerpo físico. Es durante el sueño cuando las fuerzas vitales declinantes son particularmente importantes para el hombre. En la antigüedad, los que llegaban a la edad en que sus fuerzas vitales declinaban, las percibían particularmente en tales estados de conciencia disminuida. Y cuando el cuerpo físico comenzaba a retraerse y a esclerotizarse, el alma comenzaba a vivir dentro del espíritu de todo el entorno cósmico. Así, en aquella época antigua, cuando el hombre había pasado el clímax de las fuerzas vitales florecientes y se había iniciado el declive del cuerpo, percibía en la conciencia despierta lo espiritual en toda la existencia natural; en estados de sueño, de adormecimiento o de clarividencia atávica percibía el espíritu que impregna todo el cosmos.
Traten de imaginar estas experiencias: El hombre sentía que su conciencia de la naturaleza impregnada de espíritu y llena de Dios se alternaba con la conciencia del espíritu del cosmos; un aspecto lo experimentaba como ascendente, el otro como descendente. De este modo, era directamente consciente de la unión del espíritu del cosmos con el espíritu de la naturaleza y era consciente de que el espíritu de la naturaleza está en la tierra y el espíritu del cosmos en el entorno de la tierra. Sabía que están relacionados, que se entretejen el uno con el otro y que durante su vida el hombre pasa de uno a otro. Cuando sus fuerzas vitales empezaban a declinar después de haber alcanzado su clímax, experimentaba el impregnarse del espíritu del cosmos, más tarde conocido como el Cristo. 
En aquella época, a partir de los cuarenta años, las personas experimentaban la dependencia de su ser anímico-espiritual de sus fuerzas vitales en declive, especialmente durante el sueño, el sueño y otros estados de semi-consciencia. Si vivían más allá de los cuarenta años, tomaban conciencia del propio espíritu, del espíritu que no está ligado a la materia, sino que vive como espíritu. A partir de los cuarenta años percibían el Espíritu Santo. Así pues, cuando volvemos la vista atrás hacia aquella época antigua, descubrimos que las personas, en el transcurso de su vida, percibían directamente al Padre-Dios, al Cristo-Dios -que aún no había descendido a la existencia terrenal- y al Espíritu Santo. Tales experiencias humanas directas son la base de las antiguas tradiciones religiosas, que se encuentran en todas partes, de una Trinidad divina.

Vemos así cómo una verdad complementa a otra, algo que debe reconocerse cada vez más como una característica de la ciencia del espíritu. Si se reconociera, no oiríamos observaciones como las que se han hecho recientemente a un miembro de nuestro movimiento, en el sentido de que lo que se dice en nuestras conferencias es muy hermoso, pero carece de todo fundamento. Semejante afirmación es tan inteligente, o debería decir estúpida, como si alguien hubiera dicho, cuando Copérnico estableció que la Tierra gira alrededor del Sol y, por consiguiente, no puede estar fijada sobre una base: "¡Oh, pero la Tierra carece de todo fundamento; los planetas y las estrellas deben estar asentados sobre algo! Del mismo modo que los planetas y las estrellas se sostienen físicamente por sí mismos, hay que reconocer que la ciencia del espíritu es un edificio cuyos aspectos individuales se sostienen mutuamente.

Llegamos ahora a la antigua época persa, durante la cual, tal como se ha descrito, el desarrollo natural del hombre sólo continuaba a los cuarenta años, es decir, hasta las edades comprendidas entre los 48 y los 42 años. Comprenderán que esto significaba que la visión directa del espíritu en su pureza se desvanecía, aunque todavía había conciencia de ello. Aquellos que vivían más allá de las edades entre 48 y 42 años todavía podían ser conscientes del Espíritu Santo.

Luego vino la época caldeo-egipcia. La edad general de la humanidad descendió a la comprendida entre los 42 y los 35 años. La visión del espíritu en su pureza se enturbiaba. Hacia el final de esta época, sólo los iniciados en los misterios podían conocer el espíritu puro. En los misterios de todas partes se podía, por supuesto, aprender a través de la visión directa sobre el secreto de la Trinidad. Pero en lo que respecta a la vida ordinaria, la comprensión del espíritu retrocedía. Sin embargo, en esta tercera época postatlante el hombre seguía siendo fuertemente consciente de que en el cosmos, en los cielos, vive un espíritu ascendente y descendente. La conciencia del Cristo cósmico era general. El hombre todavía era fuertemente consciente de su conexión con el mundo de los Dioses.

Al llegar a la cuarta época post-atlante todo esto cambia. Durante esta época la edad de la humanidad correspondía a la del hombre individual entre 35 y 28 años. Al principio de esta época, que comenzó en 747 a.C. y terminó en 1413 d.C., todavía se daba el caso de que cuando una persona alcanzaba la misma edad que la de la humanidad, 35 años, todavía tenía conocimiento imaginativo del Espíritu de Cristo. Sin embargo, al final del primer tercio de esa época, cuando un tercio del helenismo había seguido su curso y comenzaba la cronología moderna, la edad de la humanidad rondaba los 33 años. La dependencia del hombre de las fuerzas vitales florecientes y ascendentes ya no duraba más allá del punto de su culminación, aunque la dependencia todavía se experimentaba mucho más fuertemente de lo que fue el caso más tarde en la quinta época. El hombre seguía teniendo conciencia del Padre Dios, pero la conciencia del Cristo cósmico se fue desvaneciendo gradualmente. Luego vino el acontecimiento que reemplazó lo que se había perdido de la conciencia. Justo cuando la edad de la humanidad descendió a la de 33 años, el Cristo cósmico descendió a la tierra y entró en el cuerpo de Jesús de Nazaret. La fuerza crística se extendió sobre la tierra y, desde otra dirección, otorgó al hombre lo que anteriormente había poseído como experiencia humana inmediata a través de la dependencia de su ser anímico-espiritual de su naturaleza física-corporal. Este es el inmenso significado del Misterio del Gólgota. Explica el significado de lo que se entiende por "la promesa del Espíritu Santo". Había comenzado una época en la que el Espíritu Santo debía alcanzarse desde dentro, independientemente del desarrollo corporal del hombre, mediante el impulso iniciado por Cristo. La conexión que el hombre tenía antes con el mundo espiritual se producía puramente a través de la forma en que sus naturalezas anímica y corporal estaban relacionadas entre sí; esto cambiaba ahora. Lo que había llenado la conciencia del hombre gracias meramente a la evolución normal se desvaneció gradualmente.
Luego vino la quinta época post-atlante. La edad de la humanidad bajó a 28 años y bajará a 21 durante esta época. Como he mencionado, vivimos en la época en que la edad general de la humanidad es de unos 27 años. Por lo tanto (y esto debe enfatizarse continuamente) ahora es necesario que dentro del alma se inicien fuerzas que no surgen porque las fuerzas corporales se disparan hacia el alma. Ahora deben establecerse en el alma impulsos espirituales, engendrados independientemente, impulsos que hacen avanzar al alma en su independencia del cuerpo. Una persona sana que lleva una vida sana puede sentir la dependencia del Padre Dios hasta alrededor de los 30 años; es decir, mientras las fuerzas del crecimiento sigan floreciendo en su cuerpo, aunque sólo sean las de sus músculos. Como ustedes comprenderán, es esencial que, a medida que avanza la quinta época, se desarrolle también un sano sentido del elemento espiritual divino que se retira de las fuerzas del crecimiento. En la cuarta época postatlante, hasta el siglo XV, todavía existía un sentido y un sentimiento vivos de esto. En aquella época, la edad general de la humanidad correspondía a la mitad de la vida, entre los 35 y los 28 años. En la actualidad, la edad de la humanidad es un año menor; debido a esto, la constitución corporal del hombre lo hace inclinarse hacia el materialismo y el ateísmo. La propagación del ateísmo se debe al organismo corporal del hombre. Éste se extenderá cada vez más a menos que se cree un contrapeso espiritual mediante impulsos que se originen puramente en el alma, desarrollados con total independencia del cuerpo. El hombre se convierte en ateo cuando deja de participar en las fuerzas del crecimiento y del florecimiento y, por lo tanto, ya no se experimenta a sí mismo como un ser humano sano y completo. Por eso he dicho que sólo se puede ser ateo cuando no se percibe, de forma saludable, la conexión del propio ser anímico-espiritual con la naturaleza corporal en crecimiento y desarrollo. La ciencia espiritual reconoce el ateísmo como una enfermedad que se apoderará cada vez más del hombre en el curso de su evolución normal. Esto se debe a que el hombre carecerá cada vez más del apoyo proporcionado por la naturaleza corporal que le permite captar la realidad en general.

Negar o no reconocer a Cristo debe considerarse una desgracia, un destino trágico, ya que Cristo -desde el mundo exterior- sale al encuentro del hombre lleno de gracia. No reconocer el espíritu debe considerarse ceguera del alma. Ser ateo es una enfermedad; lo que se quiere decir es, por supuesto, enfermedad en el sentido más amplio. Es necesario hacer estas distinciones.

De lo que se ha explicado se desprende que, si de verdad se quiere comprender la evolución de la raza humana, es necesario un concepto completamente nuevo de la evolución. La idea darwiniana de la evolución es terriblemente abstracta; una vez reconocida su crudeza, se comprenderá que por ese camino no hay progreso posible. La evolución sigue, como hemos visto, una línea tanto ascendente como descendente. El punto de vista del materialismo superficial actual es que la evolución parte de una determinada forma de vida que luego progresa hacia estadios cada vez más elevados, creyendo así que existe una tendencia continua hacia una perfección cada vez mayor.
Durante las épocas post-atlantes, la evolución del hombre va en la dirección de que su alma y su espíritu se vuelvan cada vez más independientes del cuerpo. Durante las épocas anteriores irrumpía en su alma y espíritu, a partir de su naturaleza corporal, la comprensión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La primera en desvanecerse fue la comprensión del Espíritu Santo, después la del Hijo, y ahora nos encontramos en la etapa en que, en la vida ordinaria, se desvanece la comprensión del Padre. Este desvanecimiento de la comprensión del Padre tiene su origen en la vida de sentimientos del hombre, pues, como ya he dicho, el hombre es actualmente más o menos consciente de la conexión de su ser anímico-espiritual con la naturaleza corporal. Esto está relacionado con algo más. Téngase en cuenta que, en general, el ser anímico-espiritual del hombre recibe cada vez menos de la naturaleza corporal, con la consecuencia de que, si el hombre quiere acercarse al espíritu, debe hacerlo por caminos donde no hay apoyo del organismo corporal. Esto explica el hecho, claramente perceptible para quienes son capaces de observar tales cosas, de que el hombre produce cada vez menos conceptos e ideas. Los conceptos e ideas de que disponía el hombre en la antigüedad brotaban, por así decirlo, de su naturaleza corporal, ya que toda materia contiene espíritu y éste el cuerpo simplemente lo entregaba por sí mismo. Pero ahora el cuerpo proporciona al hombre cada vez menos conceptos e imágenes mentales. Así que, expresándolo de forma un tanto drástica, ahora debe estrujarse cada vez más el cerebro o, si es demasiado tranquilo, no estrujárselo. De cualquier modo, ya no encuentra conceptos que broten de su interior; debe recurrir al conocimiento espiritual si quiere adquirirlos. La ciencia espiritual proporciona conceptos móviles que, en contraste con los conceptos rígidos y sin vida comprendidos por medio del cuerpo físico, deben ser comprendidos por medio del cuerpo etérico. Así, en el curso de la evolución normal, el hombre se vuelve cada vez más pobre en conceptos. La forma en que está organizado naturalmente le impide, si rechaza el camino del conocimiento espiritual, profundizar en la verdadera realidad.

Esto explica la situación actual. Hace comprensible lo que debe describirse, sin lanzar ninguna crítica, como la causa de que el hombre sea cada vez más obtuso sin conocimiento espiritual. Son cosas que hay que afrontar con profunda seriedad. El cerebro se mineralizará progresivamente, se convertirá en un instrumento insensible y romo con el que ya no se podrán formular ideas capaces de ahondar en la realidad. Sólo las personas que no hacen ningún esfuerzo ni sienten ninguna inclinación por comprender lo que ocurre realmente en el mundo pueden dejar pasar estas cosas. Sin embargo, es urgente intentar comprender.

Siempre que uno no esté dormido, no puede ignorar las muchas cosas curiosas que ocurren. Sin embargo, la mayoría de la gente está dormida porque sólo es consciente de lo que ocurre en la superficie, no de los impulsos efectivos que hay debajo. Si se presta atención a lo que ocurre, hay muchas cosas que parecen inexplicables, ya que sin perspicacia espiritual uno se encuentra indefenso ante estos enigmas. Un acontecimiento que ilustra esto muy bien tuvo lugar recientemente en Austria. Un tal Robert Scheu, hombre de gran idealismo, intentó durante décadas llevar a cabo lo que él visualizaba como un movimiento de naturaleza político-cultural. Se preocupa por el tipo de cuestiones que a menudo se debaten en nuestros círculos. En su empeño por descubrir nuevos enfoques de las cuestiones políticas, reunió a su alrededor a un grupo de intelectuales. Su objetivo era que juntos descubrieran políticas que garantizaran una mayor influencia espiritual en la vida de las personas.

Este inicio del proyecto habría sido encomiable si al reunir a los intelectuales se pudiera garantizar la influencia espiritual en el destino de las personas. Pero, ¿Qué indujo a Robert Scheu a iniciar esta empresa en la década de 1890? El impulso surgió en su interior de un sentimiento indefinido de que las cosas no podían seguir como estaban; sentía que faltaba algún ingrediente esencial en la vida que debía ser descubierto. Ni que decir tiene que no ha encontrado lo que la humanidad tanto necesita. Como tantos otros que sienten vagamente que falta algo, considera la ciencia espiritual como una superstición fantástica. Este tipo de personas se consideran demasiado inteligentes para preocuparse por asuntos de este tipo. Sin embargo, Robert Scheu está convencido de que falta algo. Dice lo siguiente "Mi convicción fundamental, que repito a continuación, es: En lo que se refiere a la cognición, en lo que se refiere a la actividad mental, nuestra época está muy adelantada". 
Curiosa expresión: ¿qué quiere decir? No dice nada sobre el hecho de que los pensamientos se hayan embotado; sólo es consciente de que los intelectuales de hoy son inteligentes en el sentido de que pueden producir ideas abstractas como un reloj, y están tan seguros de sus juicios debido a la transparencia de sus ideas abstractas. Por eso dice que "en lo que respecta a la cognición, a la actividad mental, nuestra época está muy adelantada". En otras palabras, la gente es muy capaz de producir pensamientos, pero estos pensamientos son del tipo que he descrito, bastante desvinculados de la realidad. Por lo tanto, también se podría decir: Nuestra época está muy atrasada". Scheu continúa diciendo: "Como conocedores nos hemos vuelto decadentes, nuestros pensamientos están demasiado enrarecidos". Esto es ciertamente cierto en el caso del hombre moderno. Basta con echar un vistazo a nuestra literatura u observar la vida cotidiana. Basta pensar en todos los intrincados pensamientos que la gente elabora, pero pensamientos que son totalmente incapaces de penetrar en la realidad. De ahí que Scheu tenga razón cuando dice: "Como conocedores nos hemos vuelto decadentes, nuestros pensamientos están demasiado enrarecidos, son demasiado translúcidos; seguimos dominados por la Edad Media. La razón es que el horno en el que deberían refundirse los pensamientos no funciona".

Scheu se expresa con sentimiento de un modo extraño, pero lo que dice se basa en un verdadero sentido de lo que falta en nuestro tiempo. En efecto, no funciona el "horno" en el que los pensamientos, perdidos en una nebulosa abstracción, pudieran fortalecerse tanto interiormente, que llegaran a ser capaces de unirse con la realidad. Reconoce que los pensamientos se han vuelto abstractos hasta la decadencia y que un gran número de personas han vertido nuestras ideas abstractas sobre el socialismo, la socialdemocracia y el liberalismo con una lógica maravillosa, especialmente en el marxismo. También son posibles combinaciones de tales abstracciones, como el nacional-liberalismo, el social-liberalismo, etcétera. También tenemos ideas abstractas sobre el conservadurismo. Sobre la base de todas estas abstracciones -abstractas porque falta el horno que podría transformarlas- se construyen los sistemas parlamentarios, los sistemas representativos y la red de ideas en que se basan el liberalismo, el liberalismo social, la socialdemocracia, el conservadurismo, el nacionalismo, etc.

Robert Scheu ha hecho lo que desde su punto de vista no es malo; ha intentado con los medios a su alcance sustituir las abstracciones por la realidad. En lugar de las ideas abstractas quiere establecer investigaciones, manteniendo que los que saben de un tema deben ser los que juzguen lo que hay que hacer al respecto. Al fin y al cabo, que uno sea liberal o conservador no tiene mayor importancia cuando se trata de organizar la venta de petróleo u organizar galerías de arte. Lo que importa en tales casos es la perspicacia en la distribución del petróleo o el conocimiento del arte. De hecho, Robert Scheu organizó investigaciones sobre diversos temas y se ocupó de que las personas que las realizaban hablaran de ellas. Un comienzo muy ingenioso.

Intenta decidir dónde se encuentra, o debería encontrarse, lo que él llama el "horno". Se pregunta: "¿Debe ser el parlamento, el congreso? ¿O hay que buscarlo en la administración? ¿Y los partidos mantienen el sistema de representación?". Señala además que "el sistema contiene programas de intereses fundamentalmente contrapuestos; los partidos no captan las verdaderas cuestiones de la vida, a las que tienen un enfoque puramente deductivo. Sólo les interesa lo que constituye un medio para aumentar el poder del partido".
He aquí a alguien que por una vez se da cuenta de que la rarefacción, la abstracción del pensamiento -también podría llamarse torpeza, obtusidad, pues los pensamientos no tienen contacto con la realidad- tienen un efecto directo en la vida. Él vincula este problema con los problemas de desarrollo de las condiciones sociales, ya sea bajo el sistema de representación o bajo cualquier otra forma de gobierno. Él es plenamente consciente de que ninguna solución es posible tratando los problemas de la manera antigua. Reflexiona sobre la posibilidad de descubrir en la propia vida lo que podría poner orden en la estructura de la vida social; de hecho, ha hecho mucho en esta dirección. Lo interesante es que ahora echa la vista atrás a sus esfuerzos y se pregunta: "¿Qué intentaba conseguir realmente?". Lo que intentaba era penetrar en la realidad de los problemas. Sin embargo, lo expresa en la terminología abstracta de hoy diciendo: "Sustituí la deducción por la inducción". Este tipo de expresiones se encuentran en todas partes. Pero Robert Scheu no está del todo satisfecho con el resultado de este empeño; por eso al final del artículo en el que presenta toda la historia dice: "He llegado a la conclusión de que mi enfoque inductivo de la vida cultural y política debe completarse con un enfoque deductivo. Me doy cuenta de que el problema es como un túnel que debe excavarse desde ambos extremos si se quiere lograr un gran avance. El trabajo mental necesario debe ser un esfuerzo conjunto de todos los europeos de buena voluntad".

Como ven, Robert Scheu llega a reconocer que el problema debe abordarse desde dos lados. Lo que él no reconoce es la fuente de la que deben extraerse los conceptos y las ideas, aliados con la realidad. Llega a un punto muerto y no cree realmente en su supuesto enfoque inductivo a través de todo tipo de indagaciones. En cualquier caso, hacer indagaciones es acercarse a la realidad desde un solo lado. El acercamiento al otro, al lado espiritual, sería la búsqueda del aspecto espiritual mediante el conocimiento espiritual.

La vida práctica cotidiana exige ciencia espiritual. No se trata de sugerir nada fuera de lo común o difícil, sino de un pensamiento que pertenece esencialmente a este mismo momento de la evolución de la humanidad. Imagínense lo provechosa que podría ser la ciencia espiritual si las personas superaran los prejuicios que las ciegan ante su realidad. Sin conocimiento espiritual sólo se llega a absurdos que se deterioran en todo tipo de situaciones ridículas. Esto se hace muy evidente cuando se vive dentro de los conceptos móviles de la ciencia espiritual. Robert Scheu, por ejemplo, quiere que se lleven a cabo investigaciones en las diversas ramas de la vida social; quiere que personas con conocimientos hablen sobre los temas. Uno de esos temas que quiere que se modifique mediante una investigación es el sistema de registro de domicilios; imagínense lo que eso significaría en la actualidad.

Sin embargo, representa un ejemplo llamativo de que la gente empieza a sentir que falta algo, pero no puede tomar la decisión de recurrir a lo necesario. Sin embargo, siempre he intentado desde el principio evitar que la ciencia espiritual se volviera abstrusa y sectaria. He tratado de dejar que fluya en la vida en respuesta a las necesidades humanas. Siempre que se ha buscado mi consejo, he tratado de darlo de acuerdo con la necesidad individual de cada persona. Hay que decir, sin embargo, que el actual modo de vida materialista crea enormes dificultades a la hora de aplicar tales consejos. Es comprensible que a un fabricante le parezca extraño que le digan que la ciencia del espíritu puede ayudarle a llevar mejor su negocio. Sin embargo, cabe esperar que en algún momento funcione.
Hace algunos años vino a verme un hombre que me dijo que quería que su trabajo científico se viera reforzado por la ciencia espiritual. Hablamos de su trabajo científico. Era un erudito maravilloso; realmente dominaba la arqueología babilónica y egipcia en un grado notable. Intenté dilucidar con él dónde se podían unir los hilos del conocimiento actual que permitieran a la ciencia espiritual fluir en sus esfuerzos, de modo que al menos una parte de su ciencia pudiera ser fecundada por la ciencia espiritual. Él tenía lo que la ciencia moderna puede decir sobre el tema; de nosotros encontró lo que la ciencia espiritual puede revelar al respecto. Tenía ambas cosas, pero no pudo desarrollar la voluntad de penetrar e iluminar la una con la otra.

Si uno no desarrolla esta voluntad, nunca comprenderá lo que realmente se pretende con la ciencia espiritual. Más bien se tenderá a convertir la ciencia del espíritu en un misticismo dudoso más, tan querido por los que menosprecian la vida terrena. Hay quienes opinan que esta vida no vale nada; hay que elevarse a una vida superior. Hay que elevarse de este mundo de los sentidos a un ensueño - entonces surgirá una vida superior. ¿Por qué criar bien a los hijos aquí cuando se puede pensar en las encarnaciones anteriores? Eso nos lleva a las regiones superiores y así sucesivamente. Eso no es lo que está en juego aquí. Lo que es esencial es que, en el área donde uno se encuentra, uno pueda hacer provechosa la ciencia del espíritu. Puede ser provechosa en todas partes. La vida lo exige.

Este es el tipo de cosas para las que, diría yo, a uno le gustaría tener algo más que palabras para hacerlas comprensibles hoy en día. Porque las palabras se han convertido realmente en monedas de circulación bastante gastadas. ¿Quién siente hoy con palabras lo que lleva dentro? ¿Quién puede sentir de verdad lo que dice? Sentir con las palabras es algo que la humanidad ha perdido casi por completo, al menos en la parte de la humanidad a la que pertenecemos. Piensa, si alguien dice hoy -permíteme el ejemplo-: Bueno, has hecho bastante bien tu tarea; quién siente entonces mucho más con estas palabras que: Has hecho tu tarea casi bien.  Eso es lo que se siente hoy. "Bastante" es "casi" bien. Decimos uno en lugar del otro. Ponganse la mano en el corazón y vean si la palabra "bastante bien" no les hace sentir: "casi bien", y usen una para la otra. Y, sin embargo, " bastante " es una palabra que pertenece a la misma familia que " apropiadamente, adecuadamente ". Cuando hago algo bastante bien, lo hago de tal manera que lo hago bien de la manera adecuada, de una manera fácil; lo hago no meramente bien, sino de tal manera que mi hacer no tiene ninguna dificultad, sino que es adecuado; lo tengo en la mano. ¿Quién, entonces, sigue sintiendo lo " adecuado " en la palabra " bastante "? ¿O que siente en la palabra "duda"-zweifel que contiene las dos, que se enfrenta a una cosa dividida en dos? ¿Quién siente este zw, z-w en absoluto? Pero allí donde se produce zw, se tiene la misma sensación que con la duda, cuando la cosa se divide en dos. Entre propósito-zweck, duda-zweifel ¡ahí tienen lo mismo! sin embargo-, ¡intenten sentirlo! Puede haber sentimiento en todos los contextos. Pero las palabras de hoy no son más que monedas de división sin valor.  Por eso uno quisiera tener algo más que el lenguaje para hacer enfático lo que es necesario hoy y lo que la ciencia espiritual podría dar. Este lenguaje, tal como se utiliza hoy en día, es tal que embota el pensamiento aún más de lo que ya es el caso a través del desarrollo natural, y el pensamiento embotado emerge en una masa de escritura e impresión. 

Uno podría sudar sangre, como casi me ocurrió esta mañana cuando cogí un libro del Dr. Johann Plenge, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Munster en Westfalia. Este hombre afirma haber desentrañado una gran contradicción que se desarrolló entre las ideas de 1789 y 1914. Se considera a sí mismo un tipo extremadamente importante, pero dejémoslo pasar. En la página 61 de su libro se encuentra una frase sorprendente. Ahora seré algo pedante, pero la pedantería se refiere a algo sutil, y quienes puedan sentirlo, lo harán. La frase de la página 61 me abofeteó -perdón por la expresión-. Dice así: "Imagínese que es usted un futuro historiador que un día oye hablar de la catástrofe mundial de 1914". ¿Qué pensar de una frase así? Se imagina un futuro historiador que de repente se entera de la guerra mundial de 1914. Así que durante toda su juventud nunca oyó hablar de ella, ¡pero sólo lo hace por casualidad cuando es escritor de historia! Uno ya no puede vivir dentro de imágenes vivas para ser capaz de producir algo así. El autor trata de caracterizar la naturaleza y el significado de las ideas. Señala ideas que recorren la historia de la humanidad, diciendo que las ideas pueden surgir y volver a retirarse. De este modo intenta descubrir la esencia de las ideas. Intenta demostrar cómo las ideas surgen inconscientemente en las razas primitivas y se hacen gradualmente más conscientes. Durante sus intentos llega a lo siguiente: "Una nación civilizada en formación vive según el ejemplo de una humanidad ennoblecida imaginada. La posición de Homero en la antigüedad es el mejor ejemplo de tal formación de un complejo de ideas."
Así pues, ¡la posición de Homero en la Antigüedad es un ejemplo de formación de ideas! También se podría decir que el papel de un consejero de la corte es un ejemplo de cómo se forma un complejo de ideas. Si se quiere relacionar las imágenes vivas con los propios conceptos, es imposible pensar de acuerdo con algo así. Cuando se está acostumbrado a hacerlo desde la juventud, las frases que contienen tales afectaciones en las palabras se experimentan como una bofetada en la cara. Me recuerdan vivamente a un profesor que comenzaba un curso de conferencias planteando 25 preguntas. Se trata de un profesor de literatura que se ha hecho muy famoso. No voy a nombrarlo, porque no me creerían. Después de plantear sus 25 preguntas decía: "¡Señores, he puesto ante ustedes un bosque de signos de interrogación!" - Así que había que imaginarse un bosque compuesto por hileras de signos de interrogación. Pregúntense qué clase de pensamiento es ése en el que los pensamientos permanecen ajenos a la realidad, en el que una persona no vive en sus pensamientos y éstos no resultan más que palabrería.

Esta situación no es infrecuente; uno se encuentra con las afirmaciones más extrañas. Plenge, por ejemplo, dice: " Al igual que el astrónomo, el verdadero historiador es capaz de prever los acontecimientos". Y luego el buen hombre procede a mostrar cómo se desarrollaron las cosas en el período que condujo a la catástrofe de la guerra actual. Puesto que se considera a sí mismo un gran historiador, debería ser capaz de predecir tal catástrofe, pero aunque ha escrito varios libros sobre asuntos exteriores, no lo ha hecho. Esto le preocupa, por lo que explica cómo lo ha hecho después de todo. ¿Y cómo lo ha hecho? Dice: "Bueno, he demostrado que, por la forma en que se estaban desarrollando las cosas, había que luchar por la paz con todas las fuerzas y el poder; luego he demostrado que, tal como estaban las cosas, sólo podía llegar la guerra". Nadie puede negar que se trata de una profecía acertada. Es comparable a que yo tuviera dos abrigos y dijera: "Siempre que mañana no me ponga éste, me pondré el otro". Y sigue en la misma línea, pues cuando habla de cómo vacilaba entre pronosticar la paz o la guerra dice -o más bien se cita a sí mismo (las citas son una característica peculiar en todo el libro)-: "Para hacer tal pronóstico uno debe dejar que su fantasía juegue con la idea de la guerra." ¡Qué sentimiento! Sugerir que hay que dejarse llevar por la fantasía de la guerra en los años que preceden a la catástrofe actual revela una actitud de increíble irresponsabilidad.

Como ya he dicho, las citas son una característica peculiar de este libro de Plenge. El libro está asociado en todo momento a un artículo aparecido en un diario. El artículo es bastante inofensivo, escrito por un periodista desconocido que se rebela contra el "descubrimiento" de Plenge de cómo habían cambiado las ideas en 1914. Lo que hace peculiar la composición del libro de Plenge es que en la primera página uno encuentra reproducido el artículo del periódico, o tanto como Plenge encontró adecuado para su propósito. En la página 21 vuelve a citar el artículo. Así pues, el artículo se ha leído dos veces. Luego continúa y cita parte del mismo por tercera vez. Hacia el final del libro, después de haber citado el artículo tres veces, lo hace una vez más.

He elegido ejemplos tan concretos para dejar claro cómo son las cosas en realidad y para mostrar también lo que es necesario. Quiero demostrar que la ciencia del espíritu es lo que se necesita, lo que debe intervenir en los asuntos actuales. Las cosas de las que he hablado pueden parecer bagatelas; sin embargo, están estrechamente relacionadas con las grandes cuestiones con las que hemos comenzado nuestras consideraciones. Les pido que lo tengan en cuenta durante estas conferencias.
traducido por J.Luelmo ene.2023










GA176 Berlín 29 de mayo de 1917- La edad del individuo y la edad general de la humanidad

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RUDOLF STEINER

La edad del individuo y la edad general de la humanidad



Berlín 29 de mayo de 1917
En la actualidad, las circunstancias de la vida no se prestan a la celebración de festividades en el sentido habitual. En estos tiempos difíciles, lo mejor para nosotros sería investigar aspectos de la ciencia espiritual que, en cierta medida, pueden ayudarnos a comprender las causas más profundas de la situación actual. En vista de ello, me propongo hablar de ciertos resultados de la investigación espiritual que arrojan luz sobre esta cuestión. Intentemos centrar nuestra atención en un determinado aspecto de la evolución de la humanidad durante los tiempos post-atlantes hasta el presente.
Sabemos por diversos temas, tratados en ocasiones anteriores, que en cierto sentido es posible comparar la evolución de la humanidad en su conjunto con el desarrollo experimentado por el individuo, aunque sólo sea porque, al menos a primera vista, ambos aparecen como un avance que tiene lugar en el tiempo. En particular, llevo años investigando las condiciones evolutivas internas de la humanidad post-atlante. Es mucho lo que ha salido a la luz, especialmente este invierno, que es de gran importancia también en relación con la cuestión que acabamos de mencionar.

Desde un punto de vista externo, puede parecer que cuando se observa el progreso humano a lo largo de un cierto período de tiempo, no se puede sino llegar a la conclusión de que una determinada fracción de la evolución de la humanidad corresponde al desarrollo del individuo entre una edad y otra. Parecería, por tanto, que la evolución de la humanidad en su conjunto sigue un curso similar al del ser humano individual. Sin embargo, la investigación demuestra que no es así en absoluto. Además, también se revela que importantes secretos, sobre todo en relación con la época actual, están relacionados con el hecho de que esto no es cierto. Volviendo a la primera época cultural post-atlante, lo que podemos hacer con la ayuda de conceptos que nos son familiares de la ciencia espiritual, la época que solemos designar como la India antigua, podemos preguntar: En la vida del ser humano individual, ¿A qué edad corresponde la edad de la humanidad en general en aquella antigua época? La investigación espiritual descubre algo bastante notable. A menudo he mencionado que hoy en día se supone con demasiada ligereza que en tiempos pasados, dentro de las culturas que entonces existían, la configuración del alma del hombre era más o menos como es ahora. Esta suposición es totalmente errónea y se debe a que el hombre moderno, con su visión materialista-científica, es sencillamente incapaz de formarse una idea de cómo ha cambiado el alma del hombre, y en particular su vida interior, en un período comparativamente corto.
Si observamos al ser humano tal y como es hoy en día, nos damos cuenta de que, durante un determinado período de su desarrollo, su cuerpo físico es el primero en madurar. Sus órganos corporales se desarrollan tanto en su estructura más gruesa como en la más delicada. El ser humano no sólo aumenta de tamaño, sino que sus órganos se perfeccionan tanto externa como internamente. Vemos que, hasta cierta edad, el desarrollo de su espíritu y de su alma está ligado al desarrollo de su cuerpo físico; ambos siguen, por así decirlo, un curso paralelo. Ningún educador puede ignorar impunemente este hecho. También sabemos que este entrelazamiento del desarrollo del espíritu y del alma con el del cuerpo llega a su fin a cierta edad. Entonces se considera que el hombre está plenamente desarrollado. Cuando observamos la vida, no podemos dejar de constatar que los seres humanos, tan pronto como es posible, se consideran un producto acabado sin necesidad de ningún aprendizaje ulterior. Sugerir que puedan leer Ifigenia de Goethe o Guillermo Tell de Schiller después de cierta edad es considerado por muchos como pedir demasiado. Es algo que se lee en la escuela, pertenece a la juventud; ¡en la edad madura uno ya no se ocupa de esas cosas! Puede que no sea una opinión generalizada, pero sin duda está muy extendida, y se puede observar una actitud similar en muchos otros ámbitos de la vida. Es una actitud que tiene su origen en algo bastante fundamental. A partir de cierto momento de su vida, el hombre está físicamente plenamente desarrollado. En ese momento, su espíritu y su alma dejan de depender de sus órganos corporales, cuyo crecimiento y desarrollo han llegado a su fin. Somos conscientes de que, a partir de ese momento, su espíritu y su alma se liberan del cuerpo y se desarrollan de forma independiente. Cuando observamos al hombre tal como es hoy en día, nos damos cuenta de que este momento se produce a una cierta edad -más adelante se hablará de ello-, pero estaríamos muy equivocados si creyéramos que este acontecimiento tuvo lugar ni remotamente de la misma manera en la primera época cultural postatlante.

En aquella época el hombre pasaba naturalmente por las edades de 6, 12, 20, 30, 40, 50 y así sucesivamente, pero durante toda su vida experimentaba el envejecimiento de forma diferente a como se experimenta hoy en día. Durante aquella época, el hombre sentía, hasta una edad madura, entre los 48 y los 56 años, la dependencia de su ser anímico-espiritual de su naturaleza física-corporal. Sentía esto en una medida que hoy sólo se da en la infancia y en la primera juventud. Hay que comprender lo que esto significaba; significaba que mientras el cuerpo crecía el hombre sentía la participación del alma en el crecimiento y desarrollo del cuerpo hasta la edad de 35 años. Después comenzaba a experimentar la participación del alma en la decadencia del cuerpo. Sentía que su alma dependía de la evolución del cuerpo. Mientras que al principio el cuerpo se encontraba en una condición de crecimiento y desarrollo, gradualmente entraba en una condición de declive. Como ´lo anímico-espiritual' del hombre moderno es relativamente independiente de su naturaleza corporal, no se da cuenta de cuándo comienza el declive. En la primera época postatlante, los que alcanzaban esta edad sentían que con la decadencia del cuerpo se liberaba en ellos una espiritualidad universal.
El hecho de que la naturaleza corporal comenzara a declinar mientras el alma aún dependía de ella propiciaba que el espíritu se encendiera en el interior del hombre. Inmediatamente después de la catástrofe atlante, esta condición se prolongaba hasta la edad de 56 años. Sólo entonces podría decirse que el hombre estaba plenamente desarrollado; sólo entonces su ser anímico-espiritual dejaba de depender de la naturaleza corporal. Que en aquella época hubiera ecos de visión espiritual interior se debía a que el espíritu y el alma del hombre participaban de la naturaleza corporal durante su declive. Esta condición y cualidad de la vida humana arrojaba su luz sobre toda la cultura. Los jóvenes eran conscientes, porque era conocimiento y experiencia común, de que cuando envejecieran, cuando alcanzaran una edad venerable, se revelarían secretos divinos en sus almas. Esta fue la razón de que existiera en aquella primera época cultural post-atlante una veneración, un culto a la vejez del que hoy no podemos tener idea a menos que lo percibamos en los ecos espirituales que quedan de aquel tiempo antiguo. Después de todo lo que ya he dicho, apenas necesito mencionar que los que morían antes de llegar a la edad patriarcal conocían un mundo distinto del físico-material. Sabían: en ese mundo, los que morían jóvenes tenían otras tareas que cumplir junto con seres superiores de alma y espíritu. Así todos, también cuando morían antes de llegar a la vejez, seguían teniendo una visión satisfactoria de la vida y del mundo.

Lo notable es que cuando se investigan estas cosas no se puede hablar de que la humanidad envejezca; curiosamente hay que decir que la humanidad rejuvenece cada vez más, que retrocede hacia la juventud. Inmediatamente después de la catástrofe atlante el hombre se desarrollaba, en la forma que he descrito, hasta la edad de 56 años, luego siguió el tiempo en que lo hizo hasta la edad de 55 años, luego 54 y así sucesivamente. Cuando la primera época cultural post-atlante llegó a su fin, el desarrollo sólo alcanzaba hasta los 48 años. En ese momento, el hombre tenía que decirse a sí mismo: Ahora estoy solo, mi naturaleza corporal ya no contribuye al desarrollo de mi alma y mi espíritu. Y, como hemos visto, esto ocurre ahora mucho antes que al principio de la antigua época cultural india.

Llegamos a la segunda, la antigua época persa. Esta época corresponde a la fase por la que pasa el individuo entre los 48 y los 42 años. En otras palabras, en esta época el hombre sentía que el desarrollo de su espíritu y de su alma dependía de su naturaleza corporal hasta los cuarenta años. Sólo cuando superaba la cuarentena experimentaba esa independencia del cuerpo que en la actualidad se produce a una edad mucho más temprana. Esto significaba que en la antigua época persa el alma no participaba durante tanto tiempo, ni tan intensamente, en la decadencia, en la esclerosis del organismo. El alma no participaba durante tanto tiempo en aquellas fuerzas que surgían del organismo en decadencia y que podían conducir al hombre al mundo espiritual, iluminándolo para él.

Después de la antigua época cultural persa siguió la que designamos como época egipcio-caldea. Ahora la edad de la humanidad en su conjunto descendió a lo que corresponde en el individuo a los años entre 42 y 35 años. Eso significa que en la época egipcio-caldea el fruto del desarrollo le llegaba al hombre por sí mismo al principio hasta la edad de 42 años, luego 41, más tarde 40 y así sucesivamente. Después tenía que lograr su propio desarrollo interior independiente.
Estos hechos parecen tener la mayor importancia para la cuarta, la época grecolatina. En esta época la humanidad en su conjunto se desarrollaba de modo que la edad de la humanidad post-atlante correspondía sucesivamente a la del individuo entre los 35 y los 28 años. Son los años que conducen a la mitad de la vida. Debemos tener muy claro lo que ocurría en la época grecolatina. El ser humano individual de esta época experimentaba, simplemente a través de las leyes que rigen la evolución de la humanidad, la dependencia de su ser anímico-espiritual del crecimiento y desarrollo del cuerpo. Pero justo en el momento en que el cuerpo entraba en decadencia, cuando empezaba a esclerotizarse -si se me permite la expresión, que por supuesto es un tanto radical-, el alma se liberaba del cuerpo. La primera mitad de la vida hacía que una persona perteneciera a la cultura grecolatina en virtud de la evolución de la humanidad en general. Durante esta época, la evolución del individuo coincidía tan exactamente con la evolución de la humanidad en su conjunto que, en el momento en que los seres humanos comenzaban a experimentar el declive del cuerpo, nada más se revelaba al hombre a través de él. Por eso gran parte de la cultura griega revela juventud, vitalidad y crecimiento floreciente. Sin embargo, lo que sólo puede revelarse a través de la naturaleza corporal en su declive eludió al griego. Esto significaba que tales revelaciones estaban perdidas para él a menos que recibiera instrucción espiritual en los misterios. La visión directa del mundo espiritual se perdía a través de la propia naturaleza humana.

En la tercera época, simplemente a través de su naturaleza, el hombre podía ver el mundo espiritual, aunque cada vez en menor medida. La visión directa le permitía conocer la inmortalidad del alma. En la época grecolatina el hombre podía saber que todo lo que crece, todo lo que florece, todo lo que nace está impregnado de alma y espíritu. Pero la vida independiente del alma después de la muerte, o antes de haber entrado en la vida física a través del nacimiento, ya no era evidente para el griego simplemente a través de la evolución humana como tal. De ahí el conocido dicho de los héroes griegos: "Es mejor ser un mendigo en el mundo superior que un rey en el reino de las sombras".

Los griegos sabían por visión directa que el "mundo superior" y el hombre dentro de él estaban impregnados de alma y espíritu. Precisamente por esta visión, el mundo espiritual como tal se les escapaba. Es interesante que el eminente sabio griego Aristóteles desarrollara sus ideas precisamente sobre esta visión fundamental de los griegos. El gran erudito aristotélico Franz Brentano tenía razón cuando decía que el punto de vista de Aristóteles sobre la inmortalidad era que después de la muerte el hombre ya no era un ser humano completo. Como griego, Aristóteles tenía el punto de vista que he descrito y, por tanto, presuponía que para que un ser humano estuviera completo, el cuerpo y el alma debían estar juntos. Los que como Aristóteles no estaban iniciados en los misterios decían: Si a un hombre le cortan un brazo, ya no es un ser humano completo; si le cortan los dos brazos, es aún menos completo; si le quitan todo el cuerpo, como ocurre en la muerte, entonces ya no es verdaderamente un hombre completo. Este punto de vista no es cierto a la luz del conocimiento superior; se originó con los griegos, incluso con aquellos cuyo pensamiento, como en el caso de Aristóteles, había alcanzado la más alta eminencia. Después de que el alma ha pasado por la muerte, el hombre, según Aristóteles, está incompleto porque carece de órganos que puedan ponerlo en comunicación con cualquier tipo de entorno. Brentano reconoció con razón que ésta era la visión de Aristóteles sobre la inmortalidad.
Tengamos en cuenta que durante esta época la humanidad en general pasaba por las edades que corresponden en el individuo a las comprendidas entre los 35 y los 28 años. Si tomamos el primer tercio de este lapso de tiempo llegamos aproximadamente a la edad de 33 años. La cuarta época post-atlante comenzó en el año 747 antes del Misterio del Gólgota, y terminó en el año 1413 después del Misterio del Gólgota. Si la evolución hubiera continuado como hasta la cuarta época, con la humanidad inevitablemente cada vez más joven, entonces el hombre habría experimentado no sólo la inmortalidad que los griegos visualizaban sombríamente. Su esencia anímico-espiritual dejaría de depender del cuerpo a una edad cada vez más temprana. Esta independencia se produciría mucho antes de que su crecimiento y desarrollo corporal hubieran cesado, y antes de que hubiera alcanzado la mitad de la vida. Como la humanidad en general no alcanzaba más que la edad de 34 años, luego 33, 32 y así sucesivamente, el cuerpo le habría abrumado gradualmente. A través de su evolución individual ya no habría sido capaz de levantar la vista hacia ningún tipo de mundo espiritual. Por eso es de tan inmensa importancia que al final del primer tercio de la época que comenzó en el año 747 a.C. tuviera lugar el Misterio del Gólgota, y que justo en ese momento Cristo Jesús alcanzara la edad de 33 años, que en ese momento era también la edad de la humanidad. En ese momento tuvo lugar la muerte en el Gólgota. Cristo Jesús había evolucionado de modo que Su edad y la de la humanidad coincidieron en el momento en que, a través del Misterio del Gólgota, surgió la posibilidad de que el conocimiento de la inmortalidad se obtuviera directamente sin ningún intermediario físico. Este conocimiento sólo puede ser alcanzado en la Tierra debido a la fecundación que ésta recibió cuando el Espíritu Crístico se unió a la personalidad de Jesús, justo cuando Su edad y la de la humanidad coincidieron en el momento en que la humanidad estaba amenazada con la pérdida de toda conexión con el mundo espiritual.

A uno le afecta profundamente cuando, al considerar la evolución de la humanidad como tal con supuestos bastante diferentes, descubre durante la investigación espiritual la profunda conexión entre la evolución terrenal de la humanidad y la edad y muerte de Cristo Jesús. Se me ocurren pocas cosas que puedan tener mayor impacto en el alma que el conocimiento de la ubicación del Misterio del Gólgota dentro de una importante ley de desarrollo que rige a la persona individual y a la evolución de la humanidad en su conjunto. Vemos cómo el conocimiento espiritual explica e ilumina gradualmente el Misterio del Gólgota. Y tal vez podamos intuir que, a medida que la ciencia espiritual continúe ampliándose y desarrollando investigaciones concienzudas, arrojará luz sobre muchos más aspectos de este acontecimiento. Es cierto que hasta ahora nosotros en la tierra, incluso con la penetrante investigación de la ciencia espiritual, captamos el Misterio del Gólgota sólo en la menor medida. El Misterio del Gólgota será comprendido cada vez más y a niveles cada vez más profundos cuanto más progrese la humanidad en el conocimiento espiritual. Me atrevo a decir que durante mi investigación espiritual, pocos momentos han sido más conmovedores que cuando -permítanme decirlo con estas palabras- surgió para mí, de la bruma gris del espíritu, el reconocimiento de la conexión entre la edad de 33 años de la humanidad en la cuarta época post-atlante y la edad de 33 años de Cristo Jesús justo cuando tuvo lugar la muerte en el Gólgota.

Continuando con la evolución postatlante de la humanidad llegamos a la nuestra, la quinta época. Durante esta época la edad de la humanidad en general corresponde a las edades del individuo entre los 28 y los 21 años. Esto significa que cuando la quinta época post-atlante comenzó en 1413, la evolución de la humanidad había alcanzado el punto en que las personas sentían que el desarrollo de su ser espiritual-alma dependía de su naturaleza corporal hasta los 28 años. A esa edad el alma se independizaba. De este hecho se desprende la necesidad que tiene el hombre en esta época de alcanzar a través del desarrollo espiritual interior consciente lo que el alma ya no recibe a través de su dependencia de la naturaleza físico-corporal. En esta época el hombre debe alcanzar la comprensión de su propio ser individual, debe ser capaz de captar la realidad libre e independientemente y llevar esta capacidad más allá de las edades de 28, 27, 26 y así sucesivamente. Sin embargo, hay que decir que generalmente el sistema actual de educación, a pesar de ser un tema muy discutido o quizás debería decir mejor fabulado, no tiende a proporcionar al individuo nada más allá de lo que corresponde a la edad actual de 27 años de la humanidad.
En el transcurso de la quinta época postatlante, la edad general de la humanidad descenderá a 26 años, luego a 25, etc., llegando a 21 años al final de la época. Así se ve la necesidad de la ciencia del espíritu, que proporcionará al alma lo que ya no recibe a través del desarrollo del cuerpo, y la apoyará en su desarrollo independiente. En la actualidad presenciamos el fenómeno de que, si su desarrollo no va más allá de lo que puede recibir del mundo externo y de la historia ordinaria, las personas pueden vivir hasta los cien años, pero su edad permanece en 27 años. Esto significa que todo lo que expresan sobre sus opiniones, observaciones o ideales más íntimos siempre lleva el sello de haber sido expresado por alguien de no más de 27 años.

Me he ocupado de las más variadas personalidades dedicadas a diferentes ramas de la vida cultural y pública. Este aspecto de la investigación es el que he estudiado más a fondo. He intentado descubrir qué se esconde detrás de algunos de los fenómenos más cuestionables con los que uno se encuentra hoy en día. Ha salido a la luz que gran parte de lo que ocurre tiene su origen en el hecho de que las personas con influencia en la vida pública, tengan la edad que tengan, actúan con la disposición mental de un joven de 27 años, en el sentido que he descrito. En verdad, lo que voy a decir no lo digo movido por malos sentimientos o animadversión. La investigación sobre estas cosas se remonta a mucho antes de la guerra, como puede verse en mis conferencias.

He investigado una personalidad que es típica, porque en lo que se refiere a su disposición anímica hay que decir que, aunque exteriormente es bastante mayor, interiormente sólo tiene 27 años. En su actividad en la vida pública demuestra ser un representante típico de tal personalidad. Hay muchos ejemplos entre los que elegir, pero tomemos uno más lejano a través del cual se ha producido mucho en nuestro tiempo: Woodrow Wilson, el Presidente de los Estados Unidos de América. Me he esforzado mucho en investigar la disposición anímica de este hombre. Él representa a aquellos seres humanos cuyo desarrollo no gana nada por el hecho de que el alma del hombre se ha vuelto libre, se ha independizado de la naturaleza corporal y debe ser autosuficiente. En consecuencia, su edad sigue siendo la misma que la de la humanidad, que actualmente es de 27 años. Es realmente una falsedad cuando tales personas afirman tener 30, 40, 50 o más años. En cuanto al desarrollo interior, no tienen más de 27 años.
Un amigo de nuestro movimiento, que ha sufrido mucho por los acontecimientos actuales, escuchó la conferencia que estoy dando ahora en Munich. Él me dijo posteriormente que esta explicación de la peculiaridad de los acontecimientos actuales fue como un rayo de luz que le ayudó a comprender muchos fenómenos. Los ideales abstractos de la juventud, las discusiones abstractas sobre la libertad, entregarse al propio placer mientras se cree tener una misión mundial; todas estas cosas son características de Woodrow Wilson. No desarrollarse más allá de los 27 años explica sus puntos de vista poco prácticos, su incapacidad para descubrir ideas provechosas que se relacionen con la realidad como fuerza creativa, su deseo de expresar sólo puntos de vista que agraden a la gente, que sean inteligibles en general para personas que no quieren ideas más maduras que las que provienen de un joven de 27 años; éstas son también cosas características de Woodrow Wilson. Por poner un ejemplo: sus ideas sobre la paz, que han arrasado en todo el mundo, son tan poco prácticas que han contribuido a la guerra de su propio país. Todas estas cosas están estrechamente relacionadas, pero tienen su origen en los hechos que he indicado. La investigación espiritual descubre verdades más profundas de la evolución humana que no son cómodas de oír. Esto sin duda explica que sean tan poco apreciadas. La gente no es consciente de que tales verdades puedan ser desagradables, pero subconscientemente lo son, y las temen. El miedo es subconsciente y, como la gente no permite que se eleve a la conciencia, se convierte en odio, en antipatía contra las verdades más profundas. Lo que hoy suscita tanta antipatía hacia la ciencia espiritual es el odio subconsciente, y sobre todo el miedo subconsciente a las verdades más profundas que, en efecto, no son, digámoslo así, tan digeribles como esas frases tan amadas hoy en día como "El mejor hombre en el lugar adecuado" y similares. En el futuro, las ideas del hombre, así como sus ideales, deben ser mucho más definidas, mucho más concretas; deben referirse a la realidad, a los hechos tal como son. He hablado de ello desde los más diversos puntos de vista. Las ideas y los ideales deben surgir de un conocimiento real, de una verdadera comprensión del sentido y de la dirección de la evolución del hombre. En efecto, la evolución del hombre no prosperará mientras la gente se niegue a basar lo que se llama "idealismo" en la investigación espiritual directa. Las nociones arbitrarias no proporcionarán ideales que tengan alguna conexión con la realidad.

La sexta época seguirá a la nuestra. Como la edad general de la humanidad corresponderá entonces a las edades del individuo entre 21 y 14 años, significará que el alma del hombre se hará libre e independiente de su naturaleza corporal a esas edades más tempranas. Imagínense cómo será entonces si el alma libre e independiente del hombre no se une al conocimiento derivado de la investigación espiritual. Una persona puede tener entonces 30, 40, 50 años, pero si no ha tomado en sus manos su propio desarrollo, su edad no será de hecho más que 17, 16 o 15 años. El aspecto más importante de la evolución ulterior de la humanidad consiste en el hecho de que, a medida que la tierra progresa, se deja más del desarrollo del hombre al propio individuo. ¿Qué ocurrirá si esto no se reconoce? Lo que ocurrirá es que la gente sufrirá demencia precoz, locura de la adolescencia. Se darán cuenta de lo necesario que es conocer los hechos fundamentales de la existencia terrenal y ser conscientes de los peligros que amenazan a la humanidad. En la actualidad se demuestra mucho valor en la acción exterior, hecho que no siempre se aprecia suficientemente. Pero el progreso ulterior del hombre necesitará valor de alma, el valor que le permitirá enfrentarse a verdades que al principio parecen desagradables si el primer amor de uno en la vida es la facilidad y la comodidad, si todo lo que uno se esfuerza es el conocimiento que uno encuentra, como se suele decir, "elevador", es decir, uno exige que todas las verdades sean agradables. Esta es una actitud muy extendida en nuestro tiempo. Se tiene aversión a alguien en el momento en que habla de cosas que son incómodas, aunque necesarias; uno se siente defraudado porque no consigue elevar. Pero la verdad reconocida como tal está por encima de las palabras pronunciadas simplemente porque tratan de cosas agradables y que pueden llevarse a casa para ser disfrutadas como una bebida reconfortante. La satisfacción que se deriva del conocimiento de la vida tal como es necesaria y verdaderamente, es superior a la que se deriva de la facilidad y la comodidad.

Son cosas que quería decir para ayudarnos a comprender nuestra época actual.

Traducido por J.Luelmo ene.2023