GA061 Berlín 14 de marzo de 1912 la historia de la humanidad la auto educación del ser humano

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HISTORIA DE LA HUMANIDAD

 A LA LUZ DE LA INVESTIGACIÓN ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Berlín 14 de marzo de 1912



14ª conferencia: la auto educación del ser humano.

Las condiciones culturales actuales y, en particular, la perspectiva de las condiciones del próximo futuro atribuirán sin duda cada vez más importancia a la autoeducación humana. Esta tarde me gustaría decir algo al respecto, aunque sólo sea a modo de indicio. Expresamente me gustaría subrayar desde el principio que esta charla quiere hablar de la autoeducación habitual y no de la educación para la investigación espiritual. La autoeducación habitual tiene que preceder a la educación para la investigación espiritual; no sólo es importante para esta última, sino en general para todo ser humano.

Con la palabra autoeducación todo el mundo siente ya que, en cierto sentido, esta palabra indica, en realidad, algo contradictorio o al menos algo cuya ejecución causa grandes dificultades. ¿Por qué? Sencillamente porque la educación requiere el apoyo de algo extraño, de alguien superior al niño que va a ser educado. Pero cuando se habla de autoeducación, se quiere decir, por supuesto, aquella educación que el ser humano puede concederse a sí mismo, es decir, aquella educación en la que el ser humano es educador y alumno al mismo tiempo. Con ello, se presenta ciertamente una gran dificultad vital.

Consideremos lo que se puede decir, desde el punto de vista de la ciencia espiritual sobre la educación del niño, del joven ser humano. Lo encontrarán resumido en mi folleto La educación del niño desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Es imposible, por supuesto, exponer hoy, ni siquiera de forma introductoria, lo que escribí en ese folleto. Pero me gustaría señalar el hecho de que si seguimos el desarrollo del joven ser humano, llegamos a aceptar ciertos impulsos principales de la educación, por así decirlo, hasta un cierto grado de madurez de este ser humano. Ahí nos damos cuenta de que aproximadamente hasta el séptimo año del niño, hasta la segunda dentición, la educación tiene que partir del instinto imitativo del niño. En ese escrito he recalcado que eso es más importante que todas las reglas de moralidad y todas las demás instrucciones para la educación del niño en estos primeros años, lo que el niño ve y oye de los adultos de su entorno. Si seguimos adelante, encontramos ese importante período que comienza con la segunda dentición y dura posiblemente hasta la madurez sexual.

Ahí encontramos de nuevo, si nos liberamos de todos los prejuicios y miramos sólo el desarrollo real del ser humano, las condiciones reales de este desarrollo, en el que la autoridad es el impulso más significativo de la educación para estos años. Una educación sana para estos años se produce si el niño se relaciona con adultos en los que puede confiar, de modo que pueda formar sus principios, sus normas de conducta basándose en la autoridad de estos seres humanos sin intervenir con ninguna idea intelectual pálida ni con ninguna crítica inmadura. El principio de autoridad es el principio educativo básico para estos años.

Y si luego miramos al ser humano hasta la edad de veinte o veintiún años, encontramos, a través de las condiciones básicas de su desarrollo, que lo esencial es lo que se puede llamar madurez de entendimiento y, en particular, la mirada hacia un ideal impersonal captado en el alma, es decir, hacia un impulso puramente espiritual de educación, que está por encima de lo que el ser humano puede ser él mismo a esta edad. Esa es precisamente la naturaleza del ideal, que nos esforzamos por alcanzarlo y tenemos la sensación en todo momento, especialmente en la juventud, de que somos poco aptos para el ideal con todo nuestro comportamiento y todo nuestro ser, que el ideal se cierne sobre nosotros como una imagen del cielo y nos esforzamos por alcanzarlo con la conciencia de que nunca podremos llegar a él.  Y sólo cuando estos periodos terminan, el ser humano alcanza esa época de su existencia terrenal en la que, básicamente, puede iniciarse la autoeducación, o en la que, en el sentido más estricto de la palabra, se puede hablar de autoeducación. A excepción del último, el tercer impulso educativo, que para el joven es también de tal naturaleza que lo toma como ideal de los grandes impulsos de la historia del mundo, y le es dado ese otro ideal de humanidad, que por lo tanto también toma de fuera, los otros impulsos educativos, tales como el principio autoritario, se basan en un ideal, también en lo que se puede llamar la relación con algo todavía extraño, con tal cosa, por lo tanto, que se presupone como más perfecta. El alumno se enfrenta así a los impulsos que le llegan para su educación como algo ajeno, los admira.

Si hemos de hablar de autoeducación en verdad, es muy natural que no podamos hablar de ella de la misma manera que hablamos de los impulsos educativos para los primeros años de la vida humana, y ahí radica lo que es -no me refiero aquí a una mera contradicción lógica, sino a una contradicción ideal.  Si el ser humano tiene que convertirse en su propio educador, hay que suponer que los impulsos para ello están en él. Pero si el ser humano tiene que convertirse en su propio educador, ¿no se sugiere de inmediato que se mejore menos a sí mismo con esta propia educación, o que enriquezca sus condiciones de vida en lugar de restringirlas? ¿No se sugiere de inmediato que emprende la autoeducación de acuerdo con ciertas cosas que ya están en él y que ha tomado en su cabeza o ha aceptado, y que descuida las ricas posibilidades que pueden venir de su interior, de modo que podría fácilmente restringirse a sí mismo por tal autoeducación en lugar de aumentarla y perfeccionarla? ¿No se sugiere esta contradicción?

Sí, vemos que - debido a las condiciones de la civilización - la autoeducación se convierte necesariamente en el objeto de consideración que aparecen en todas partes los puntos de vista sobre la autoeducación. Podemos entender esto. No queremos retroceder a la antigua India o a Egipto y comprender cómo allí una determinada clasificación de castas colocaba al ser humano en un determinado lugar de la vida desde el principio impidiéndole desarrollarse libremente, y que el orden social dictaba o incluso dicta hoy en día cómo tenía o tiene que comportarse.

No es necesario que volvamos a aquellos antiguos tiempos. Podemos ir a esos tiempos, que todavía se proyectan en el nuestro, y nos damos cuenta de que el ser humano estaba o sigue estando definido por la relación de sangre, por el hecho de que estaba o está ligado a una familia, a una casta, etc. Pero también nos damos cuenta, por otro lado, de que a partir de esta estructura social justo en nuestro presente se forma otra cosa que enfrenta al ser humano con el otro ser humano, de manera que ser humano y ser humano se enfrentan en el orden social. Sí, vemos incluso que no sólo el ser humano y el ser humano se enfrentan, sino que el ser humano está cada vez más solo si se siente enfrentado a la naturaleza y al universo.

Nos damos cuenta de que depende de su propio juicio en el curso de su vida, de sus convicciones, de cómo puede pensar en las relaciones morales, estéticas, religiosas. Es muy natural que el ser humano que está más solo tenga la exigencia: Tengo que buscar en mí mismo lo que me enfrenta como ser humano a lo que me pone en general como ser humano adecuadamente en el mundo. Podemos comprender que en estas condiciones se exige cada vez más la autoeducación. Como se tiene que comportar el ser humano si tiene que posicionarse en la vida y en el mundo según reglas convencionales particulares, esto se puede poner en la educación del niño. Sin embargo, a medida que nuestra vida se desarrolla y tiene que desarrollarse cada vez más, porque las condiciones de este desarrollo no pueden retroceder, resulta que el ser humano tiene que sentirse llamado en cada situación de la vida en la que se enfrenta a otro ser humano, en realidad, a desarrollar un juicio imparcial una y otra vez.

Allí tiene que trabajar en sí mismo durante toda su vida para conseguir una perfección cada vez mayor hacia el mundo. Los impulsos más importantes para ello no se dan, en realidad, durante nuestra infancia, sino cuando el ser humano tiene que conseguir su propia posición en el mundo, de modo que se sitúa por sí mismo según su edad. Entonces tiene que empezar a convertirse en su propio educador cuando ya no siente el impulso de someterse a otros educadores. Así, vemos nuestra literatura y nuestra vida pública inundadas de todas las consideraciones posibles sobre el desarrollo de la personalidad, sobre los intentos de encontrar la armonía de la vida, etc. Esto es comprensible para nuestra época. Sin embargo, quien profundiza en estas cosas pronto se da cuenta de que dentro de esos intentos contemporáneos se expresa justamente lo que he caracterizado como un impulso que limita la vida en lugar de mejorarla y enriquecerla.

Ahí nos damos cuenta de que uno sigue tal o cual ideal para dar instrucciones con las que el ser humano sea capaz de elaborar su pensamiento. El otro prefiere las instrucciones físicas, prescribe para todos los seres humanos lo que a él mismo le gusta sobre todo tal vez según su paladar y preferencia, da todo tipo de educación física exterior o prescribe tal o cual dieta, tal o cual organización diaria, etc. Sin embargo, quiero subrayar desde el principio que no critico completamente estos intentos; puede haber mucho bueno en ellos. Sin embargo, mucho también puede funcionar de forma unilateral, como por ejemplo los intentos que se remontan al libro En sintonía con el infinito (1897) de Ralph Waldo Trine (1866-1958). Alguien que se dedica a tales intentos y hace un concepto estrecho de una vida armoniosa, desarrolla y mejora no tanto su vitalidad, sino que la restringe y limita, aunque pueda experimentar una sensación de bienestar o satisfacción interior o tal vez incluso de dicha a causa de tal restricción. Sin embargo, uno puede ignorar que justo con estos intentos en el presente aparecen las peculiaridades más extrañas y dan a cada uno la oportunidad, sin ocuparse mucho de estos asuntos, de recomendar eso como algo generalmente humano por lo que tiene preferencias personales.

Hay que profundizar en la naturaleza humana si se quiere hablar espiritual-científicamente de la autoeducación. Esta es precisamente la característica de la ciencia espiritual que evita la unilateralidad de los otros intentos. Tiene, por así decirlo, estos otros intentos como pequeños círculos alrededor de sí misma, y quiere ser el gran círculo, que quiere reconocer las condiciones para la vida humana individual desde la devoción a la naturaleza completa del ser humano. Siempre es más cómodo dedicarse a direcciones unilaterales que prometen restaurar la salud posiblemente en poco tiempo o mejorar la memoria u obtener resultados prácticos en la vida. El camino de la ciencia espiritual es más difícil y más incómodo, pero es el que se basa en la naturaleza completa del ser humano.

Hablando de autoeducación, tal vez podamos obtener una pista de cómo la autoeducación debe ser gestionada favorablemente si consideramos que ya en el momento en que el ser humano tiene que ser educado por otros interviene una cierta autoeducación. Esto puede parecer una contradicción aún mayor que la anterior, pero no lo es. Pues la ciencia espiritual muestra que el ser humano es diferente de lo que se encierra en la personalidad inmediata. Efectivamente, toda la consideración científico-espiritual se basa en el hecho de que el ser humano puede superarse a sí mismo, por así decirlo, sin extraviarse. ¿Ofrece en realidad la vida ordinaria ya algún ejemplo de lo que la ciencia espiritual quiere representar de forma mucho más amplia en todos los ámbitos de la existencia?

Sí, dos cosas en la vida habitual ya muestran que el ser humano se supera a sí mismo y puede quedarse, por así decirlo, consigo mismo, no necesita perderse. Una de ellas es la simpatía, la alegría compartida, la compasión, el amor integral. ¿En qué se basa este amor? No parece tan misterioso sólo porque el ser humano acepta lo habitual con facilidad. Así como el salvaje no se pregunta por qué sale y se pone el sol, sino que acepta lo habitual, y el ser humano sólo empieza a pensar en la salida y la puesta si es culto, el ser humano tampoco piensa en la alegría y la compasión compartidas. No antes de empezar a reconocer el sentido y la finalidad de la vida, algo como la alegría compartida y la compasión se convierten en enigmas de la vida. Basta con imaginar una cosa y nos daremos cuenta enseguida de que la alegría compartida y la compasión son extensiones del ser humano.

La alegría y la pena son las experiencias más íntimas del ser humano. Cuando nos enfrentamos a otro ser humano y aparece en nosotros un impulso que refleja su pena o su alegría, no vivimos sólo en nosotros mismos, sino también en el otro. Pero cualquier especulación filosófica de que la impresión sensorial libera algo en nosotros no puede desmentir la realidad de que algo activo se origina en la conmiseración de las alegrías y los sufrimientos del otro en nosotros. Allí donde sentimos íntimamente su alegría, su dolor, hemos salido de nosotros mismos y hemos penetrado en el santuario del otro ser humano. Sólo tenemos que imaginarlo, porque no podemos penetrar en la conciencia del otro con nuestra conciencia: si experimentáramos un estado de desmayo en el alma del otro cuando sentimos compasión o alegría compartida en la otra alma, entonces seríamos incapaces de pasar de la una a la otra personalidad sin perdernos a nosotros mismos. Por extraño que parezca, por significativo que sea para la vida: salimos de nosotros mismos y penetramos en el otro sin volvernos inconscientes.

Exactamente siguiendo el mismo patrón, se produce todo desarrollo espiritual-científico. Al igual que el ser humano penetra mediante la alegría y la compasión compartidas en un ser ajeno sin perderse a sí mismo, penetra espiritual-científicamente reconociendo en seres ajenos sin perderse a sí mismo. En la vida normal, esto no es posible, porque si el ser humano se abandona a sí mismo reconociendo, percibiendo, simplemente se duerme, entonces ya no es consciente de sí mismo. En la vida normal, el ser humano no hace esto que hace en la vida moral sólo en el caso de la alegría y la compasión compartidas. Por eso el comportamiento peculiar del ser humano con la alegría compartida y la compasión es la imagen ejemplar de cualquier actividad espiritual-científica; procede de tal manera como la vida normal procede en la compasión y la alegría compartida. Es aquella en la que el ser humano supera su propia personalidad y no se pierde a sí mismo.

La otra cosa que está en el campo de la moral, incluso para la vida ordinaria, es lo que experimentamos en el impulso de la conciencia. Quien examina la conciencia -también se ha hablado de ella desde este lugar- sabe que el hombre, al escuchar la voz de la conciencia, oye algo que ya va más allá de sus simpatías y antipatías personales, e incluso puede corregirlas de manera poderosa. De nuevo, nuestra vida moral está dispuesta de tal manera que cuando vamos más allá de nosotros mismos a través de tales juicios de conciencia, sin embargo no nos extraviamos ni caemos en la incapacidad.  Toda la ciencia espiritual se basa en el hecho de que el hombre puede entrar en una esfera, un reino, que se encuentra fuera de la personalidad que abarca con su conciencia, con su vida cotidiana, y dentro de la cual, si se mueve en ella, sin embargo no se extravía. Sí, ¿no es acaso esa también la base, si miramos el asunto sin prejuicios, de lo que hemos tratado una y otra vez en esta serie de conferencias: la percepción de las vidas terrestres repetidas y de la ley de causas y efectos de una vida a otra? Eso también se basa en esto. El hombre, que con su conciencia ordinaria abarca lo que está entre el nacimiento y la muerte, aprende a través de la ciencia espiritual a reconocer que lo que abarca con su juicio, lo que su memoria extiende, puede ser abordado por él como su ser personal. Pero también aprende a reconocer, cuando deja este yo personal con su pensamiento y asciende a tal yo, que ahora no sólo vive a través del instrumento de su cuerpo, sino que construye este cuerpo mismo, que no sólo vive en un cuerpo entre el nacimiento y la muerte, sino que pasa por muchos nacimientos y muertes y siempre aparece en la tierra, que este yo es entonces su yo después de todo. Aunque el hombre, en su conciencia normal, no tenga memoria de las etapas terrenales anteriores y sólo pueda convencerse teóricamente de la verdad de las vidas terrenales repetidas y de los efectos de las causas que obran de una vida terrenal a otra, puede, sin embargo, presuponer que lo que hay en él no se agota en su personalidad, sino que lo que hay en él es, por así decirlo, suprapersonal, y que lo que ahora es su personalidad sólo se crea a sí mismo, sólo se demuestra efectivo en ella. Así como nosotros en nuestra conciencia, así como con piedad y compasión vamos más allá de nosotros mismos a través de la experiencia directa, así la investigación científico-espiritual pasa a través de la experiencia a una región superior. Pero el hombre, si conoce la ciencia espiritual, nunca puede admitir que él mismo se pierda en esta región superior, sino que hay algo que está conectado con él, a lo cual él pertenece, y en el cual no se pierde en realidad, si antes se pierde en él con su conciencia normal ordinaria.

Por lo tanto, la ciencia espiritual es algo que se modela en un ser que abraza un ser superior, lo mismo que abrazamos a otros seres extraterrestres en compasión y alegría sin perdernos a nosotros mismos. Si, pues, conocemos nuestro yo ampliado, a través del cual entramos en otros seres propios, entonces podemos hablar, incluso en el caso del niño, de que aparte de aquello a lo que podemos atenernos como educadores, aquello que se desarrolla fuera de la conciencia normal, hay algo presente como ser superior que está fuera del yo ordinario y que ya está trabajando en el niño. Si consideramos esto, podemos encontrar algo en el niño en el que ya se está produciendo un tipo de educación en el niño, mientras que con nuestra educación ordinaria sólo podemos dirigirnos al yo personal del niño.  ¿Dónde encontramos lo que está activo en el niño como un yo superior, como una entidad superior, que pertenece al niño pero no entra en la conciencia? Puede parecer extraño, pero no deja de ser cierto que esto se activa en el niño en el juego racional y bien conducido. Solo podemos crear las condiciones de la educación en el juego de los niños. Pero lo que se consigue con el juego se consigue básicamente con la autoactividad del niño, con todo aquello que no podemos desterrar en reglas estrictas. Sí, el aspecto esencial y educativo del juego se basa precisamente en que nos detengamos con nuestras reglas, con nuestras artes pedagógicas y educativas, y dejemos al niño a sus propias fuerzas. Porque ¿Qué hace el niño cuando lo dejamos a su aire? A continuación, el niño prueba objetos externos en el juego para ver si esto o aquello tiene un efecto a través de su propia actividad.  Hace que su propia voluntad entre en acción, en movimiento. Y en la forma en que las cosas externas se comportan bajo la influencia de la voluntad, es como el niño se educa a sí mismo en la vida, aunque sólo sea a través del juego, de una manera muy diferente que a través de la influencia de una personalidad o de su principio pedagógico. Por eso es tan importante que mezclemos lo menos posible lo intelectual en el juego del niño. Cuanto más se dedique el juego del niño a lo que no se comprende, a lo que se mira en su vivacidad, mejor será el juego. Por lo tanto, si le damos al niño un juguete en el que el movimiento de las personas o las cosas se simule tirando de hilos o de alguna otra manera, ya sea en un libro ilustrado con animales o personas en movimiento, o en otros juguetes, lo educamos mejor a través del juego que si le damos los más bellos juegos de construcción. Porque en ellas se mezcla ya demasiada actividad intelectual, que pertenece a un principio más personal que ese tanteo de lo viviente, que no se comprende intelectualmente, sino que se mira en su plena actividad. Cuanto menos determinado y pensado sea lo que se muestra en el juego, mejor es por la razón de que entonces puede entrar algo más elevado, que no puede ser forzado en la conciencia humana, porque el niño se relaciona con la vida de una manera probatoria y no racional. Ahí vemos cómo el niño ya es educado por algo que va más allá de lo personal.

En cierto modo, el juego sigue siendo un importante factor educativo para toda la vida. Por supuesto, no se trata del juego de cartas, pues todos los juegos que se dirigen a la mente, al pensamiento combinado, son de tal índole que abordan el lado personal del ser humano, que está más ligado al instrumento del cerebro. Por muchas cosas favorables que se digan sobre el juego del ajedrez, nunca podrá ser un factor de autoeducación, porque depende de lo más ligado al instrumento del cerebro, que debe hacer combinaciones. Si, por el contrario, un hombre se dedica a realizar ejercicios gimnásticos, en los que debe poner en movimiento sus músculos de tal manera que no pueda combinar nada, que no ejerza su intelecto en absoluto, sino que se desarrolle directamente probando los músculos, es decir, haciendo y no entendiendo, entonces nos encontramos con un juego autodidacta. De esto obtenemos algo que es un principio importante para toda la autoeducación del ser humano. O sea, que el ser humano que tiene que educarse, tanto por la educación de su voluntad como por la educación de su intelecto, en la educación de su voluntad sobre todo, dependerá de impartir esta educación de la voluntad, esta cultura de la voluntad, a sí mismo mediante el cultivo del contacto, la interacción con el mundo exterior. La voluntad humana no puede ser educada a través de un entrenamiento mental interno o imaginativo interno, sino que la voluntad humana se hace fuerte para que el ser humano tenga una base firme en su interior cuando busca esta cultura de la voluntad en la interacción de su propia voluntad con el mundo exterior. Por lo tanto, es perjudicial para la autoeducación exterior ordinaria y cotidiana del ser humano, y en gran medida perjudicial para la autoeducación, cuando el ser humano trata de fortalecer su voluntad para la vida exterior a través de medios interiores, a través del entrenamiento interior.

Esto nos lleva a una serie de cosas que se recomiendan para la auto-educación de las personas hoy en día, y que, básicamente hablando, no se puede advertir lo suficiente desde un punto de vista verdaderamente espiritual-científico. Se aconseja a las personas cómo pueden adquirir confianza en sí mismas y causar impresión en los demás, cómo pueden entrenar su voluntad para poder entrar en la vida y llevar a cabo acciones que correspondan a sus intenciones. Por ejemplo, se recomienda hacer ejercicios que consistan en evitar el miedo, la curiosidad, otras pasiones y los sentimientos negativos; en definitiva, trabajar los sentimientos y las sensaciones negativas. Sé que muchos de los que escuchen esto ahora dirán después: Hoy hemos hablado contra el control del miedo, la pasión, etc. - Pero no es así; se ha dicho que estas exigencias que el hombre se hace a sí mismo de esta manera no pueden conducir a una verdadera cultura de la voluntad que sea útil para la vida exterior.  Esta cultura de la voluntad, que el hombre necesita para la vida exterior, debe adquirirla también en la relación con la vida exterior.  Y es mucho más correcto, si el hombre necesita una voluntad fuerte para la vida, que busque adquirirla probando la fuerza exterior, para lo cual debe esforzar su cuerpo y ser cuidadoso con sus ojos, asumiendo así realmente la lucha con el mundo sensorial inmediato. Esto es lo que nos lleva a una verdadera armonía con el mundo exterior, con ese mundo exterior de donde se forma nuestro juego muscular y toda nuestra organización física, libremente formada a partir del espíritu. 

Pero al dirigir nuestra autoeducación de esta manera, también trabajamos en aquellas partes de nuestro organismo espiritual que nos llevan a la armonía con ese mundo exterior que primero nos rodea. Pero si trabajamos sólo interiormente con concentraciones de pensamiento y demás, que se pueden encontrar en las librerías hoy en día, trabajamos en separación del mundo en esta alma limitada, que no está en armonía con el mundo, pero que tiene su sentido precisamente por el hecho de que se separa. Es cierto que quien se expone a los peligros externos y trata de superarlos es mejor en la autoeducación que quien compra libros de autoeducación y luego comienza a hacer ejercicios para lograr la intrepidez, el desapasionamiento, etc.  Ciertamente, estas cosas de naturaleza ligera pueden llevar al hombre a obtener todo tipo de ventajas personales, pero siempre desarrollando lo que le separa del mundo, mientras que a través de lo que se caracteriza primero se sitúa desinteresadamente en el mundo. Dije que podría haber algunos que dijeran: "Así que hablas en contra de la intrepidez, de la ausencia de pasión y de todas las cosas de las que se podría decir que su superación pertenece a lo que lleva a la educación del ser humano". - Pero sólo en un caso hay que subrayar esto, cuando se trata del desarrollo de la voluntad para el mundo físico exterior, cuando el hombre quiere educarse para el fortalecimiento y la vigorización de la voluntad en el mundo exterior, porque precisamente estas cosas sólo realizan un trabajo interior y se aplican erróneamente a la educación del carácter, a la educación de la voluntad.  Se aplican correctamente a la educación de nuestro conocimiento.

Aquel que quiere alcanzar el conocimiento, que quiere penetrar y ver en el mundo suprasensible y no tiene otro objetivo al principio que ver en el mundo suprasensible, tiene razón al hacer tales ejercicios. Por lo tanto, cuando algo así se extrae de forma experta de la ciencia espiritual, no se da ninguna instrucción: "¿Cómo se alcanzan los poderes para entrenar la voluntad en el mundo cotidiano?", sino que se dan instrucciones: "¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?". Cuando se dan estas instrucciones, se presta una atención muy exacta a estas designaciones. Estas cosas, tal y como se describen en mi libro "Cómo alcanzar el conocimiento de los mundos superiores", también conducen a una cultura de la voluntad, pero no directamente, sino indirectamente, en el sentido de que quien se esfuerza por este desarrollo hacia los mundos superiores espera ahora a ver lo que vendrá. El desarrollo de la voluntad debe venir entonces por sí mismo, entonces trabajará en el sentido correcto y tomará caminos adecuados.

Así, podemos decir que la cultura de la voluntad, la autoeducación de la voluntad, debe dirigirse en primer lugar a la creación de una relación sana entre el hombre y el mundo exterior, especialmente entre su naturaleza ordinaria, que está en el mundo físico, y el mundo exterior, tanto si esta relación se refiere más a la cultura de los asuntos corporales como si lo que se busca se refiere más a la formación del carácter. En lugar de cavilar sobre cómo llegar a ser sin miedo, sin pasión, etc., es mucho más importante enfrentarse a la vida, enfrentarse a los seres humanos y luego abandonarse al propio sentimiento imparcial, que juega con matices claros y se llena aquí o allá más o menos de simpatía o antipatía. Al pasar por la vida de tal manera que desarrollemos nuestra parte en la vida en todas partes, saliendo de este o aquel matiz de la parte, establecemos para nuestra voluntad esa interacción con el mundo exterior que puede realmente conducir esta voluntad de paso en paso. Así que enfrentarse a la vida, estar dentro de la vida con todas las simpatías y antipatías que nos exige, eso entrena nuestra voluntad. En otras palabras: lo que nos aleja de nosotros mismos, hacia el mundo, forma nuestra voluntad. Todo lo que nos aleja del mundo, que nos lleva a nosotros mismos, entrena -y ahí está en el terreno correcto- nuestra cognición, que lleva nuestra vida interior más allá precisamente a través de esto, si queremos desarrollar nuestra propia cognición, nuestra propia vida. Pero nuestro propio conocimiento se encuentra en el campo de nuestro propio desarrollo, del desarrollo psíquico. Así que debemos confesarnos a nosotros mismos que nos volvemos más armoniosos en nuestra concepción de la vida, en nuestro logro de los enigmas de la vida, al desarrollar nuestra facultad de conocimiento, al adquirir poderes internos. En cambio, para la vida ordinaria, la voluntad se entrena de forma correcta sólo en la vida misma.

De este modo hemos mostrado dónde se encuentra realmente el maestro, que en cierto modo, cuando hablamos de la autoeducación del ser humano, debe ser el propio individuo. Sin embargo, no tiene por qué ser el hombre mismo en su estrecha personalidad, y sobre todo en relación con su autoeducación de la voluntad. Si a través de la ciencia espiritual podemos elevarnos hasta el punto de que el ser humano pueda salir de su personalidad sin extraviarse, entonces educamos nuestra voluntad cuando intervenimos directamente en la vida, cuando permitimos que la vida tenga un efecto sobre nosotros, sobre todo de la misma manera -la comparación no debe malinterpretarse ahora- que el juego tiene un efecto sobre un niño. ¿Pero cómo? Pues bien, hay una comprensión de la vida, una visión de la vida, que adquirimos al querer llegar a las cosas por todas partes con nuestro intelecto. En realidad, esta cultura de la comprensión no hace avanzar nuestro desarrollo y, por lo tanto, no tiene ningún valor autodidáctico. Ese elemento debe desempeñar el mayor papel en la autoeducación del ser humano, lo que se puede llamar: aquello que va más allá de la intelectualidad, el intelecto, en la adquisición de la madurez de la vida.  Al igual que el niño se educa mejor en el juego no siendo educado por el intelecto, sino probando las cosas, así el hombre se educará mejor con respecto a su voluntad por aquellas experiencias de la vida que no comprende con su intelecto, pero con las que se relaciona con su simpatía, con el amor, con su sentimiento de que las cosas son sublimes o tocan el humor. Eso nos lleva más lejos.  Aquí radica la autoeducación de la voluntad. La razón, la cultura intelectualista no suele tener ningún efecto sobre la voluntad. Miremos cómo la experiencia directa afecta a la voluntad.

El filósofo moral que no se sitúa en el punto de vista de la reencarnación -Carneri- llama la atención sobre cómo el carácter del niño es algo que se mantiene constante, sino que se forma, y se forma precisamente por aquellos elementos que surgen directamente de la vida. Luego se pregunta: ¿Cómo puede cambiar el carácter de una persona en poco tiempo? Y dice: Puede cambiar de forma radical, por ejemplo, a través de un amor poderoso o de una amistad, por la que la persona desarrolla de repente una simpatía tal que no prueba, sino que se pierde en la persona. - Entonces, el personaje puede tomar de repente un giro completamente diferente por la sencilla razón de que en esas esferas en las que se sitúa el personaje, es decir, en las que trabaja la voluntad, intervienen los estados de ánimo de la vida inmediata. Cuando nos enfrentamos a una persona y la reconocemos como tal o cual persona excelente o mala, por lo que actuamos directamente con nuestro intelecto, nuestro carácter no cambia, de lo contrario los jueces tendrían que cambiar a menudo en una semana. Pero cuando se producen estos o aquellos sentimientos de amistad, suele cambiar toda la configuración del carácter del ser humano. Esto es una prueba plena de que la cultura de nuestra voluntad depende del despliegue y desarrollo de los estados de ánimo en la vida. Pero como podemos, en cierto modo, tomar nuestra vida en nuestras manos, podemos, por así decirlo, inducirnos a una cierta corrección de nuestros estados de ánimo, tenemos en cierto modo nuestra autoeducación respecto a la voluntad en nuestras manos. Sólo se trata de que prestemos atención a la vida, de que no vivamos de forma desganada y nos entreguemos cómodamente a la corriente de la vida, sino que prestemos atención.  Así vemos que el hombre que se ha llevado a sí mismo a tener sus estados de ánimo un poco en la mano puede ser más el educador de sí mismo. que el peor educador de sí mismo será el hombre que nunca se atreve a tener sus estados de ánimo en la mano, sino que se extravía continuamente en ellos. 

Por lo tanto, si queremos ser autoeducadores de nuestra voluntad, tenemos que acudir a nuestros sentimientos y sensaciones y, en sabio autoconocimiento, investigar cómo podemos trabajar sobre nuestros sentimientos y sensaciones. Sin embargo, cuando estamos perdidos en una simpatía o antipatía, no es el momento de trabajar en nosotros mismos.  Por lo tanto, debemos buscar esos momentos para la educación de la voluntad en los que no estamos especialmente comprometidos con nuestro estado de ánimo, sino que somos capaces de reflexionar sobre nuestra vida y nuestros sentimientos. Esto significa que la autoeducación debe tener lugar precisamente cuando los momentos requeridos exigen lo mínimo de nosotros. Pero es cuando menos lo hace la gente, porque no es cuando les llega. Y los que después vuelven a caer en su estado de ánimo sólo se dan cuenta más tarde de que han omitido algo. Pero luego, cuando uno está en cierto modo libre del compromiso de la vida, lo olvida y no piensa en ello. Esta es una de las leyes más importantes, que la voluntad debe ser educada en la vida, en que el hombre toma sabiamente el curso de sus estados de ánimo en sus propias manos.

Por otro lado, la voluntad se desarrolla siempre hacia el lado egoísta, egocentrico, cuando el hombre quiere entrenar esta voluntad desde la cultura intelectual, hacer su voluntad fuerte y poderosa para la vida desde el intelecto.  Tales ejercicios son directamente adecuados para nuestra cultura del conocimiento, para lo que queremos lograr en el campo espiritual o más tarde incluso en el campo psíquico. En este caso, sin embargo, no podemos hacer otra cosa que trabajar en nosotros mismos dentro de nuestra alma. En esto es de muy especial importancia que el ser humano vuelva a considerar sobre todo un gran contraste que existe entre la autocultura de la vida interior y la autocultura de la vida exterior. Tanto con respecto a lo primero como a lo segundo, en la vida se cometen errores sobre errores, y vemos que la unilateralidad trabaja sobre la unilateralidad. El cuerpo humano: ¿qué no es recomendable para él? Quizás se ha vuelto más raro, pero todavía hay personas que se abrigan con especial fuerza y dicen que envolverse también protege del calor. La otra está más extendida, la que recomienda un sistema de endurecimiento unilateral, poco para protegerse del frío y los rigores del clima, pero mucho para exponerse a las curas de aire y sol. No es imprescindible que el hombre se exponga al calor del sol durante tal o cual tiempo para tal o cual propósito, que suele ser muy poco claro para él, que puede ser bastante útil en determinadas circunstancias, pero que no tiene por qué ser un medio de educación, o que tome sus curas una y otra vez con agua fría, Pero lo que es esencial para el cuerpo es, en una palabra, la versatilidad, que hace posible que el cuerpo se exponga al frío sin resfriarse, o que camine bajo el calor abrasador del sol por un lugar sin sombra. Por lo tanto, se podría decir que la autoeducación sabia no puede, por regla general, estar de acuerdo con la mayor parte de lo que se recomienda hoy en día, sino que se encargará de que, básicamente, algo de todo funcione en nosotros en una cierta armonía. la armonía debería tener un efecto sobre nosotros.

Al contrario, lo que es bueno para nuestro cuerpo, es bueno para el espíritu, para el alma. Mientras que el cuerpo exterior necesita versatilidad, adaptación a las condiciones externas, el alma necesita concentración para la cultura intelectual, la posibilidad de reducir una y otra vez la suma de pensamientos, sensaciones y percepciones a unas pocas ideas básicas. Y el hombre que no se esfuerza por su autoeducación intelectual para reconducir lo que es el alcance de sus conocimientos a unas pocas ideas básicas que puedan dominar todo lo demás, verá cómo su memoria se resiente de este no reconducir, también su sistema nervioso y la forma en que debe situarse en la vida. El que ha conseguido reconducir ciertas cosas a las ideas principales, verá que se enfrenta a la vida exterior, donde le exige hechos, con gran tranquilidad. Pero quien sólo pasa por la vida de tal manera que no retrotrae lo que la vida le ofrece a unas pocas grandes ideas fundamentales, mostrará, en primer lugar, que recuerda con dificultad, que se vuelve infructuoso para la vida, pero también mostrará que se acerca a la vida con una cierta desarmonía. Y como en nuestra época se cree tan poco en la concentración del espíritu y, por tanto, se busca tan poco, de ahí surgen tantos otros males como deficiencias en la autoeducación, sobre todo lo que ahora se llama comúnmente nerviosismo. Mientras se entrena la voluntad dejando que los músculos interactúen con la vida exterior, hay que entrenar el sistema nervioso mediante la concentración mental. En resumen, todo lo que funciona desde el interior y finalmente se expresa en el sistema nervioso, que es fomentado por la orientación de nuestra vida hacia las ideas individuales, por la memoria. El cultivo del sistema nervioso y de lo que subyace en lo espiritual es necesario para que el ser humano se enfrente a la vida de una manera interiormente consolidada. 

Cuando hablamos de estas cuestiones, una visión más reciente y materialista puede imponerse a este respecto, aunque la más antigua pueda ser a menudo impugnada desde el punto de vista de la humanidad moderna. Se suelen confundir dos cosas. El hombre puede ponerse nervioso no por la educación de su voluntad, sino por la educación equivocada de su voluntad. El cultivo de la voluntad puede conducir al nerviosismo si el hombre lo busca de manera equivocada, si en lugar de entrar en contacto con el mundo exterior y acerar su voluntad contra sus obstáculos y trabas, busca hacerlo por toda clase de medios interiores que sólo funcionan en la vida de la imaginación. Eso puede llevarle fácilmente al nerviosismo de la voluntad. Hoy en día ya se entiende que este nerviosismo se trata con bastante indulgencia. Carneri relata un caso interesante. Hubo una vez un terrateniente que, siendo por lo demás un hombre completamente bondadoso, se ponía a veces en tal estado de ánimo que golpeaba a su gente, y a esto se le llamó, porque este suceso pertenece ya a nuestra época, un caso especial de nerviosismo. El pueblo tuvo que sufrir mucho por el estado de ánimo del terrateniente, pero en tiempos más recientes los que más entienden según las opiniones de la actualidad han lamentado inmensamente que viva en tales circunstancias, que siempre golpee a su pueblo una y otra vez. Esto continuó hasta que una vez -como cuenta el propio Carneri- llegó a la persona equivocada, a la que también quería golpear. Pero el hombre tomó un palo y golpeó al terrateniente de tal manera que tuvo que permanecer en cama durante una semana. Ahora sucedió algo: mientras que antes el terrateniente era compadecido por el estado de su alma, ahora la gente no sólo dejó de compadecerse de él, sino que al cabo de un tiempo cambió por completo. -No quiero recomendar nada, pero este hecho de la vida es extraordinariamente instructivo. Y si lo examinamos, podemos ver muy bien que si se hubiera convencido al terrateniente, su nerviosismo habría permanecido. Si se hubiera actuado sobre su mente, si no hubiera entrado en interacción con el mundo exterior, no habría cambiado. Pero sí entró en interacción con el mundo exterior, concretamente con el palo de la otra persona. Y en algo que nunca habría entendido en su propio sentido, llegó a conocer, cuando se enfrentó a la vida, el efecto que había producido de su estado de ánimo, su nerviosismo. Por lo tanto, hay que corregir primero el concepto de cultura de la voluntad, que sólo puede fortalecerse a través del contacto con el mundo exterior, aunque no siempre queramos educar nuestra voluntad como en el caso drástico citado. 

En lo que respecta a la vida intelectual en la autoeducación del ser humano, se trata de que seamos capaces de vivir interiormente de tal manera que despertemos el elemento que nos fecunda interiormente, que está en nosotros pero que puede quedar en barbecho, puede quedar estéril. La desarrollamos manteniendo unido nuestro acervo de percepciones, repasándolo una y otra vez, recordando ciertas ideas y revisando lo que hemos pasado en la vida para ponerlo ante nosotros una y otra vez. Es de especial importancia que no sólo nos fijemos en la mente y en su cultura, que no sólo recordemos, pensemos, imaginemos, sino, lo que es mucho más importante y esencial, que nos ocupemos en una buena autoeducación de aprender a olvidar de forma correcta. No hay que recomendar aquí el olvido como una virtud especial, pero cuando nos enfrentamos a algo en la vida, pronto nos damos cuenta de que no podemos transferir completamente lo que experimentamos de un momento de la experiencia a otro. A veces podemos hacerlo con las ideas, pero en muy pocos casos podemos hacerlo con las sensaciones, los sentimientos, el dolor y el sufrimiento que hemos experimentado. Pero, ¿Cómo siguen teniendo efecto? Se desvanecen, y en las profundidades ocultas del alma siguen trabajando. Lo que se olvida es un elemento saludable que desciende a las profundidades ocultas de nuestra vida anímica. Y a través de este descenso de un elemento saludable tenemos algo que trabaja en nosotros, que puede llevarnos de nuevo de un nivel a otro. No se trata de atiborrarse de todo tipo de material, por así decirlo, sino de seguir las cosas con atención, pero guardando lo que necesitamos, lo que hemos experimentado de otra manera, y hundiéndolo en las profundidades del alma. Allí cultivamos nuestro elemento intelectualista, cultivamos algo que es particularmente importante: el elemento de la atención. Quien crea que no es un elemento especialmente importante dirá: ¡Oh, qué importa! -No toma, por así decirlo, su propia personalidad muy en cuenta. Pero el que sabe que lo que importa es lo que se olvida, se dirá a sí mismo: debo tomar mi vida en mano, no debo dejar que todo me afecte. Si voy a tal o cual sociedad donde sólo se dicen estupideces, puede ser que las olvide porque soy una persona intelectual, pero depende de si olvido esas estupideces o algo más sano y sensato. - Por tanto, depende del objeto que uno incluya en su olvido. Porque de este olvido suele surgir algo que ahora es objeto de nuestra imaginación, de nuestra fantasía, entendida en el verdadero sentido de la palabra. Y mientras el elemento intelectual es un elemento que cansa y agota la vida, todo lo que pone en movimiento nuestras fuerzas anímicas para que inventemos algo es un elemento estimulante, vigorizante y promotor de la vida. Esto es algo que tenemos que cultivar en una sabia autoeducación. 

Así hemos considerado también algunos momentos de la autoeducación en relación con el intelecto y el elemento anímico interior, y si cultivamos este elemento anímico interior de una manera muy especial y le damos el valor principal, veremos que también fluye en la voluntad, en el carácter, por sí mismo, mientras que a través de todos los esfuerzos que hacemos para influir directamente en el carácter, logramos más bien un debilitamiento, porque no nos colocamos en una interrelación con el gran mundo.

Para todas estas cosas, que pueden servir así a la autoeducación del hombre, hay un elemento de apoyo que la ciencia espiritual puede dar en la ley de las vidas terrestres repetidas y en la ley del karma, es decir, en el hecho de que lo que experimento en la vida presente son efectos de vidas anteriores, y que lo que experimento ahora formará de nuevo causas para lo que encontraré en una vida posterior. Así, cuando se introducen en la vida las ideas de las vidas terrestres repetidas y del karma, se aprende también a provocar una correcta oscilación del péndulo entre la entrega y el instinto de actividad. Es en relación con estos dos que podemos cometer los mayores pecados con respecto a nuestra autoeducación. En nuestra época la situación es tal que la gente hace justo lo contrario de lo que correspondería a una autoeducación verdaderamente sabia. Quien se pare en el terreno de las repetidas vidas terrestres se dirá a sí mismo: Lo que me sale al encuentro en la vida como mi destino, como dolores o alegrías, lo que me une a tal o cual persona y así sucesivamente, debo mirarlo desde el punto de vista de que con mi yo, que va más allá de mi estrecha personalidad, soy yo mismo quien ha provocado todo esto. Entonces llegamos a algo que al principio puede parecer que puede llevar a la debilidad, a la aceptación de nuestro destino, a aceptar nuestro destino porque sabemos que lo hemos hecho nosotros mismos. La forma en que las cosas nos golpean, tienen que golpearnos porque se han vuelto así a través de nosotros. Si tenemos esta entrega, justamente esa entrega fortalecerá y vigorizará nuestra voluntad, porque no es causada por un entrenamiento interno de la voluntad, sino por una relación con el destino externo, con lo que nos sale al encuentro. No hay nada en la autoeducación que pueda hacer más fuerte nuestra voluntad que la entrega y la devoción al destino, lo que se llama serenidad. El que está malhumorado en cada oportunidad y se indigna con su destino debilita su voluntad. Quien, con una sabia autoeducación, es capaz de entregarse a su destino, fortalece su voluntad. Esas personas son las más débiles de voluntad que, en todas las ocasiones, sienten como si les ocurriera algo completamente inmerecido, como si simplemente tuvieran que sacudirse.  Esta devoción no suele ser nada conveniente para el ser humano actual. Por ello, desarrolla otro tanto. En todos los lugares del presente vemos una gran devoción por el ser interior, por el intelecto, por las facultades interiores y por lo que está presente en relación con las facultades interiores. El hombre se entrega inmediatamente a su alma interior y dice: Sí, si no te gusta, es tu culpa, es porque no estás lo suficientemente atento. - Precisamente las personas que más se indignan ante el destino exterior son las que más devoción tienen hoy por el interior. Qué autocomplaciente es el ser humano en el fondo. Y se muestra especialmente satisfecho de sí mismo cuando subraya una y otra vez que no hay que desarrollar nada más que lo que ya está dentro de él hoy. La actual doctrina de la individualidad es la más pura doctrina de la devoción. Por otra parte, la idea de que hay que desarrollar la individualidad y de que no hay que dejar de aprovechar ninguna oportunidad para ello es algo que va en contra de los sentimientos de devoción de la gente de hoy en día en general.

Establecer la armonía entre la humildad interior y la actividad es lo que tenemos que hacer como la oscilación correcta del péndulo. Pero sólo podemos hacerlo si mantenemos nuestra atención abierta a lo que la vida nos ofrece. Mantener la atención, el interés, es una exigencia que debemos hacernos a nosotros mismos sobre todo en lo que respecta a la autoeducación. Así vemos que cuando el hombre mira hacia el futuro, se dice a sí mismo: Lo que estoy desarrollando ahora, cómo estoy madurando y desarrollando poderes, que trabajarán en mi existencia en el futuro, que enriquecerán mi destino. - Cuando el ser humano mira así más allá de la encarnación actual de su vida y hacia lo que puede surgir como efecto de su existencia actual, entonces se despertará el impulso de actividad y el ser humano se elevará por encima de su naturaleza actual, y su sentimiento de devoción se activará de forma correcta cuando pueda comprender que lo que encuentra en el presente ha sido construido por él mismo.

De este modo, las ideas de reencarnación y karma pueden verter sobre nuestro destino lo que el ser humano actual necesita. Y las preguntas que hoy se plantean en gran número sobre la autoeducación no recibirán una respuesta correcta hasta que la ciencia espiritual pueda asimilar el impulso más íntimo, el anhelo interior del alma verdaderamente buscadora del presente. La ciencia espiritual no quiere agitar, sino que quiere dar al presente lo que debe ser el impulso más íntimo del alma humana moderna. Siempre se ha dado el caso de que la verdad debe servir a cada época para la que está destinada, pero al mismo tiempo esta época siempre ha rechazado la verdad. Por esta razón, incluso la ciencia espiritual, aunque proporciona el terreno más seguro para todas las cuestiones culturales del presente y del futuro próximo, no puede escapar al destino, por muy necesario que sea, de ser juzgada erróneamente y de encontrarse en contra de lo que hoy es la única moda, que se dice que es un fantasma vacío, un ensueño, si no algo peor. Pero es precisamente cuando uno considera cuestiones tan profundamente incisivas cuando ve la importancia y el alcance de lo que la ciencia espiritual puede ofrecer y ofrece como elixir de vida. Entonces, por mucho que se imponga la oposición y el desprecio a la ciencia espiritual, también se puede intuir lo que es y lo que puede ser como elixir de vida. Se le puede aplicar una palabra que puede ayudar a los que comprenden su verdadera profundidad y significado a superar toda la oposición y los malentendidos que surgen contra ella, una palabra pronunciada por un hombre con el que no se puede estar de acuerdo en todas partes, pero que en cierto sentido ha dado en el clavo con ella. Las palabras de Arthur Schopenhauer pueden aplicarse al destino de la verdad que debe entrar en la humanidad con la ciencia espiritual para todas las cuestiones culturales del presente y del futuro próximo: "A lo largo de los siglos, la pobre verdad ha tenido que sonrojarse por el hecho de ser paradójica, y sin embargo no es su culpa. No puede adoptar la forma del error general entronizado. Así que mira con un suspiro a su dios patrón, el tiempo, que le hace señas de victoria y gloria, pero cuyo batir de alas es tan grande y lento que el individuo muere por ello. - Y lo que Schopenhauer no pudo añadir todavía, la ciencia espiritual moderna puede añadirlo diciendo: Aunque el dios protector, el tiempo, tiene unas alas tan grandes y anchas que la personalidad individual, aunque no pueda ver la verdad del tiempo, ya que la personalidad debe morir antes de que la verdad pueda triunfar, la ciencia espiritual nos muestra que en esta personalidad vive un núcleo eterno del ser que siempre vuelve y que no se limita a la personalidad individual, sino que va de vida en vida.

Por lo tanto, podemos decirnos a nosotros mismos: Y aunque los golpes de las alas del tiempo sean tan grandes y tan lejanos que el individuo muera y no experimente la victoria de la verdad, lo que vive en nosotros, nuestro Yo, puede, si penetramos más allá de la personalidad, experimentar todavía esta victoria y todas las victorias, pues la vida siempre nueva vencerá a la vieja muerte. - La ciencia espiritual afirmará las palabras de Lessing, que son la victoria de la verdad y que brillan ante nosotros como un extracto de siglos anteriores, desde profundos fundamentos de la verdad. Lo que el investigador espiritual tiene que decir sobre la esencia integral del hombre al observar lo que logra fuera de su personalidad, cuando fuera de su personalidad, si no se pierde fuera de esta personalidad el alma es capaz de expresarlo como la fuerza más profunda y significativa de su vida al decirse a sí misma: "¿Acaso no es mía toda la eternidad?
Traducido por J.Luelmo dic.2021


GA061 Berlín 16 de noviembre de 1911 la historia de la humanidad Desde Paracelso hasta Goethe

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HISTORIA DE LA HUMANIDAD

 A LA LUZ DE LA INVESTIGACIÓN ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Berlín 16 de noviembre de 1911


4ª conferencia: Desde Paracelso hasta Goethe.

Durante un bonito día de septiembre de este año, me dirigí con unos amigos desde Zúrich a la ciudad vecina de Einsiedeln. Allí se fundó a principios de la Edad Media una abadía benedictina que adquirió cierta notoriedad por diversas circunstancias. En aquella época, sólo se celebraba una jornada de peregrinación. Einsiedeln estaba preparada para acoger a muchos peregrinos. En aquel momento, yo también quise hacer una especie de peregrinación, pero no directamente a ese lugar de Einsiedeln, sino desde allí a un sitio adyacente. Se cogió un coche para ir hasta el llamado "Puente del Diablo". Finalmente, por un camino bastante accidentado, cuesta arriba y cuesta abajo, llegamos allí y encontramos una posada bastante moderna que fue construida hace relativamente poco tiempo. En esta posada, se encuentra un tablón: "Lugar de nacimiento del médico y naturalista Philippus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, llamado Paracelso, 1493-1541".

Este era el objetivo de mi peregrinaje al principio: el lugar de nacimiento del famoso, en muchos aspectos también infame, Theophrastus Bombastus Paracelsus von Hohenheim. Al principio uno veía praderas con muchas flores y vacas pastando alrededor en un lugar extraño donde se cruzaban muchos caminos. Uno podía sentir algo particular por lo peculiar de la naturaleza como difícilmente se puede encontrar en Europa en cualquier lugar que no sea en las regiones alpinas. La naturaleza tiene algo allí, como si las plantas tuvieran un lenguaje propio, como si quisieran decir algo, como si pudieran volverse algo habladoras. Este sitio también es adecuado para cultivar conjuntamente lo que el espíritu de la naturaleza puede decir.

Allí surgió ante mi alma la imagen de un niño que creció durante los primeros nueve años de su vida en esa naturaleza que realmente tuvo su lugar de nacimiento en una casa que antes estaba allí, y que fue sustituida por la nueva. Ya que el viejo doctor Bombast von Hohenheim vivió en el siglo XV en este lugar, y su pequeño hijo fue el futuro Paracelso. Traté de ponerme en la situación de ese niño del que sabía que había crecido junto con toda la naturaleza ya desde su más tierna infancia. Intenté imaginar a este niño en esta naturaleza hablando íntimamente con las plantas. En cierto sentido, la configuración exterior muestra definitivamente lo que ese niño Paracelsus dejaba hablar consigo mismo desde la mañana hasta la tarde, excepto aquellas veces en que iba con su padre en los caminos que éste emprendía a los lugares adyacentes. Se puede considerar como seguro que el padre pudo intercambiar algunos pensamientos interesantes sobre las cuestiones interesantes con el niño en medio de la naturaleza en ese momento, preguntas que ese niño ya podía poner sobre lo que la experiencia de la naturaleza muestra directamente. Algo que maduró en ese niño y que podemos conocer en la vida de Paracelso nos enfrenta en una figura infantil si tenemos la imagen del viejo licenciado honesto, pero muy experto, el viejo Bombastus von Hohenheim llevando de la mano al niño inquisitivo.

Mientras esta imagen surgía en mi alma, me acordé de otra imagen que ya tenía hace muchos años, cuando estuve en Salzburgo frente a una casa en la que un tablón mostraba que en esta modesta casa murió Theophrastus Bombastus Paracelsus von Hohenheim a la edad de 48 años. Entre estas dos imágenes se me encierra esta vida azarosa y única.

Si miramos un poco más de cerca su vida, encontramos, en efecto, todavía completamente con el carácter de los siglos XV, XVI, un conocimiento profundo de la naturaleza que surge que se convirtió entonces en la ciencia médica y la filosofía, la teosofía. Un conocimiento de la naturaleza, que se origina en fuerzas anímicas clarividentes más profundas cuya verdadera figura ya he sugerido en las charlas de este ciclo. Lo que despertó estas fuerzas anímicas más profundas y permitió a Paracelso mirar dentro de la naturaleza detrás de lo que los sentidos y el intelecto externos sólo pueden reconocer, fue causado realmente por la adhesión íntima con la naturaleza, por sentir sus fuerzas anímicas relacionadas con lo que germina, brota y florece en la naturaleza. Cuando el niño de nueve años se trasladó con su padre a Carintia a una naturaleza similar, también pudo sentirse relacionado con el espíritu de la naturaleza.

Paracelso, al crecer de esta manera, avanzó cada vez más en una visión individual, bastante peculiar y personal de la naturaleza. ¿Cómo podía ser de otro modo? Todo estaba conectado en su mente con las fuerzas peculiares a él y con las habilidades, con la manera en que él se paraba ante las cosas, en como le hablaban. De ahí que también apreciara especialmente a lo largo de su vida el haber crecido junto a la naturaleza tan íntimamente. Si quería recalcar a sus enemigos que su interior estaba relacionado con la naturaleza, a menudo lo señalaba después. Estas eran sus palabras: "Escuchen cómo me justifico: No estoy hilado sutilmente por la naturaleza, tampoco es la costumbre de mi país que se consiga algo con el hilado de la seda. No nos educan ni con higos, ni con hidromiel, ni con pan de trigo; sino con queso, leche y pan de avena, esto no puede hacernos compañeros sutiles. Aquellos se educan con ropas suaves y en habitaciones de mujeres, y nosotros, que nos hemos criado entre piñas, no nos entendemos bien. Por eso se puede considerar incluso grosero a alguien que cree ser sutil y gracioso. Lo mismo me ocurre con lo que yo considero seda, los otros lo llaman taladro". Él es de un tipo, piensa, como lo son los seres humanos que no se han separado completamente de la capa superior de la existencia natural, sino que están íntimamente conectados con ella. Toma su poder y sabiduría de esta conexión. Por eso su lema fue durante toda su vida: "Que no pertenezca a otro quien puede pertenecer a sí mismo". Esto penetró en todo su carácter; nos muestra a este hombre mentalmente plásticamente. De ahí que podamos entender que cuando llegó a la universidad más tarde no pudo familiarizarse con la forma en que debía continuar estudiando lo que sabía de la ciencia médica de forma natural, sólo animado por las conversaciones con la naturaleza y con su padre. En realidad, al principio no pudo hacer frente a esto.

Para darse cuenta de lo que tuvo que soportar allí, tenemos que mirar cómo se hacía en aquella época la medicina. Allí era determinante sobre todo lo que se podía obtener en las antiguas tradiciones y documentos de los antiguos médicos Galeno (131-~200 d.C.), Avicena (AbÅ" AlÄ" al-Husain ibn AbdullÄh ibn SÄ"nÄ, ~980-1037) y otros. Los profesores se ocupaban preferentemente de comentar e interpretar lo que se podía leer en los libros. Esto era profundamente antipático para el joven Philippus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, y probablemente pensaba sobre todo que había una gran distancia entre lo que se podía obtener directa e intuitivamente de la obra espiritual de la naturaleza y lo que se había alejado de ella como erudición, como meros conceptos e ideas intelectuales. De ahí que quisiera pasar por otra escuela. Pasó por esta otra escuela a fondo. Pronto vemos a Paracelso dejar la universidad y vagar no solo por todos los países de Alemania y Austria, Transilvania, Polonia, Hungría, Italia, España y Portugal, sino también por Francia, Inglaterra, Holanda, Prusia, Lituania, a Dinamarca, Noruega y Suecia, con la intención de aprender a reconocer en todas partes la forma en que - parafraseando a Goethe - «la naturaleza vive en la creación».. Ya que tenía el pensamiento en mente, en realidad: en efecto, toda la naturaleza es un uniforme, pero ella habla en muchos idiomas, y sólo porque uno aprende a reconocer cómo una misma cosa cambia su forma en las diferentes regiones, se avanza al ser de la unidad interior, a lo que subyace como algo espiritual todo lo sólo perceptible sensorialmente. Sin embargo, quería llegar a conocer no sólo cómo cualquier mineral, cualquier metal resulta directamente de la configuración de las montañas y de su fuente para obtener tal imagen de cómo la naturaleza vive en la creación, quería llegar a conocer no sólo cómo las plantas asumen otras formas según el clima y el entorno, sino que tenía todavía algo más en mente. Se dijo: todo el organismo humano está conectado con su entorno. No se puede entender que el cuerpo y el alma humanos sean iguales en todas partes; al menos no se reconoce al ser humano si se le mira sólo en un lugar.

Por ello, recorrió las diferentes regiones que le eran accesibles para reconocer con su mirada profundamente penetrante en lo espiritual cómo se relaciona el ser humano con la naturaleza, dependiendo de la diferente influencia del clima y de la región. No antes de experimentar esta diferente influencia en todas partes, se llega a lo que nos informa sobre la naturaleza de la salud y la enfermedad en el sentido de Paracelso. Por ello, nunca se conformó con conocer una enfermedad sólo en un lugar, sino que se dijo a sí mismo que las sutiles sustancias que componen el organismo humano son diferentes, dependiendo de si el ser humano vive, por ejemplo, en Hungría, en España o en Italia, y nadie reconoce al ser humano que no puede perseguir las sutiles sustancias con una mirada penetrante.

Cuando alguien le reprochó que su "alta escuela" era la vagancia, se refirió al hecho de que el espíritu divino no llega a nadie que esté sentado en el banco de la chimenea. Se dio cuenta de que el ser humano tiene que ir donde el espíritu divino trabaja en las diferentes formas de la naturaleza. Se desarrolló en él un conocimiento clarividente que sólo podía tener gracias a su conexión con la naturaleza.

Sin embargo, Paracelso también sintió que este conocimiento había crecido tan íntimamente junto con su alma que se hizo más y más consciente de que, en realidad, solo mediante una forma íntima podía traerse a la mente lo que había aprendido directamente en la alta escuela de la naturaleza. Llamó a la naturaleza su "libro" y a las distintas zonas de la tierra las "páginas sueltas" de este libro que uno lee caminando sobre ellas. Cada vez despreciaba más a los que sólo estudiaban al viejo Galeno, a Avicena y a otros y se apartaban del libro que se extiende con sus diversas páginas como el "libro de la naturaleza" que tenía delante. Sin embargo, también sentía que lo que podía aprender de esa manera en su instituto sólo podía ser puesto íntimamente en palabras. De ahí que quisiera utilizar otra lengua que no fuera el latín, que se había convertido en algo ajeno, en realidad, a la vida anímica inmediata, y que en aquella época sólo se utilizaba en las universidades. Ya que creía que no podía conseguir doblar las palabras y formularlas de manera que pudieran expresar inmediatamente lo que brotaba de todo el ser. Por lo tanto, sintió el impulso de expresar en su lengua materna lo que quería expresar. De ello resultaron dos cosas. Una, que tenía una gran confianza en el valor de sus conocimientos, no por jactancia o arrogancia, pues era de naturaleza humilde en sentido estricto. Por eso decía que no se podía aprender nada de la ciencia médica, en realidad, sino que había que volver a acercarse directamente a la naturaleza mientras se renovaba la ciencia médica. - De ahí sus orgullosas palabras: "Quien quiera seguir la verdad tiene que ir a mi reino. Seguidme, vosotros Galeno, Avicena (AbÅ" AlÄ" al-Husain ibn AbdullÄh ibn SÄ"nÄ, ~980-1037, polímata persa), Rhazes (AbÅ" Bakr Muhammad ibn ZakarÄ"yÄ ar-RÄzÄ", 854-927, polímata persa), Montagnana (Bartolomeo da M., ~1380-1452) y Mesue (YÅ"hannÄ ibn MÄsawayh, ~777-857, médico asirio), no os sigo. Vosotros de París, vosotros de Montpellier, vosotros de Suabia, vosotros de Meissen, vosotros de Colonia, vosotros de Viena, y de las regiones de los ríos Danubio y Rin, vosotros de las islas, vosotros de Italia, vosotros de Dalmacia, vosotros de Sarmacia, vosotros de Atenas, vosotros griegos, vosotros árabes, vosotros israelitas. Seguidme y yo no os seguiré... Yo me convierto en el rey y el reino será mío, yo dirijo el imperio y os ciño los lomos". No desde la arrogancia y la altanería, sino desde la conciencia de que la naturaleza habla de él, dijo, el reino es mío. - Con ello se refería al reino del conocimiento científico y médico de su tiempo.

La segunda cosa que resultó fue que pronto, por tal disposición y tal conocimiento, se convirtió en un oponente de los representantes oficiales de su disciplina. En primer lugar, no podían soportar en absoluto que se expresara en alemán lo que ellos consideraban que sólo era posible expresar en lengua latina. Era un completo innovador de eso. Tampoco podían entender que anduviera por las tierras y quisiera aprender. No podían creer en absoluto que alguien que estaba conectado con toda la naturaleza tuviera una sensación viva del hecho de que la vida del alma humana es en todas partes un fruto de la existencia natural en la región y que uno no sólo tiene que observar las plantas que florecen y los animales que prosperan allí. Por ello, Paracelso apreciaba a los agricultores, a los pastores que trabajaban en y con la naturaleza. Estaba convencido de que en su simple conocimiento se incluiría algo de un verdadero conocimiento de la naturaleza del que podría aprender algo, de modo que aprendió como un vagabundo de vagabundos. De ahí que diga de sí mismo "Seguí el arte a riesgo de mi vida y no me avergoncé de aprender de vagabundos y barberos. Mi enseñanza se probó más que la plata en la pobreza, el miedo, la guerra y la miseria". - Esto no se le podía perdonar. Cuando fue nombrado más tarde en la universidad de Basilea -como por un error de los representantes de su disciplina-, uno de los académicos notó con horror que Paracelso caminaba por la calle no con el traje de los profesores, sino como un vagabundo, como un carretero. Esto no era aceptable; esto violaba la reputación de toda la profesión.

Por lo tanto, sucedió entonces que se encontró con la contradicción de sus colegas donde quería aplicar lo que había aprendido del gran libro de la naturaleza, y experimentó lo que tienen que experimentar aquellos que tienen que experimentar la envidia y la oposición lo peor. Sin embargo, lo que menos se le podía perdonar era que tuviera éxito con sus profundas percepciones de la naturaleza donde otros no tenían éxito cuando habían aplicado todo lo que estaba en su mano y no podían llegar a nada. Es cierto que si uno le ofrecía resistencia aquí o allá no escatimaba en palabras groseras, pero si uno considera las condiciones con las que trabajaba, sabe que estaba completamente justificado. Cuando se le instaba a discutir tal o cual problema médico con estos o aquellos colegas, los debates se volvían acalorados. Allí, por ejemplo, los otros hablaban en latín, que él entendía bastante bien, y entonces él les devolvía a gritos en alemán lo que él consideraba pruebas, y ellos, locuras. Una imagen de todo el camino resultó cómo chocó con sus contemporáneos.

Podemos explicar brevemente de la siguiente manera lo que él obtuvo como visión. Dijo: el ser humano, tal como se enfrenta a nosotros como ser sano y enfermo, no es una entidad única, una especie única, sino que se sitúa en la gran naturaleza. Sólo se puede valorar la salud y la enfermedad en cierto sentido si se conocen todos los efectos que se originan en el gran mundo, en el macrocosmos para arrastrar al ser humano a sus círculos. - Así, el ser humano se le apareció al principio como una entidad única en el macrocosmos. Esta era una de las direcciones en las que miraba al ser humano. Entonces se dijo a sí mismo: alguien debe alcanzar un conocimiento íntimo de todos los acontecimientos en la gran naturaleza exterior que quiere evaluar cómo todos los fenómenos que ocurren, por lo demás, en el exterior en el viento y el clima, en la salida y puesta de las estrellas y demás fluyen a través de la naturaleza humana por así decirlo, trabajan en ella. - Porque Paracelso no se limitó al conocimiento especial del ser humano, sino que dejó que la mirada clarividente vagara por todo el macrocosmos, por la física, la astronomía, la química, y recogió todo lo que pudo conseguir, el ser humano era para él una parte del macrocosmos.

Sin embargo, además el ser humano se le aparecía como un ser independiente en gran medida, mientras procesa las sustancias del macrocosmos y por la forma en que las procesa, vive en conexión o en oposición con el macrocosmos. En la medida en que el ser humano es una parte del macrocosmos, Paracelso lo considera como el ser humano más bajo, más primitivo, puramente físico-corporal. Pero en la medida en que el ser humano recibe una determinada circulación de sustancias y fuerzas en su organismo y se desarrolla de forma independiente, es activo de forma independiente en ellas, Paracelso veía algo incluido en el ser humano que él llama el "archaeus" que era para él como un maestro de obras interior al que también llamó el "alquimista interior".

Llama la atención sobre este alquimista interior que transforma las sustancias externas que no se asemejan a lo que el ser humano necesita como material en su interior como cambia la leche y el pan en carne y sangre. Esto era para él un gran enigma. En él se expresaba lo que él veía funcionar como el alquimista interior que se adapta armoniosamente en el universo o se opone a él. Esto era para él el ser humano en una segunda dirección que puede tener tal alquimista interior en sí mismo que transforma las sustancias en venenos que destruyen el organismo, o en aquellos medios que fomentan y desarrollan el organismo.

Luego distinguía una tercera: la de qué es el ser humano al margen del mundo exterior. Ahí Paracelso se daba cuenta de que el organismo humano está diseñado de tal manera que en la cooperación de las fuerzas y los órganos existe un pequeño mundo, un microcosmos, una imagen del gran mundo. Notese bien: esto es algo diferente del primer punto de vista de Paracelso. Según el primer punto de vista, el ser humano es una parte de la naturaleza. En cuanto a su tercer punto de vista, las partes individuales de la naturaleza cooperan, encuentra una semejanza de la relación mutua del sol y la luna en la sangre y el corazón, en los sistemas nervioso y cerebral y en las interacciones de los mismos. En los otros órganos, encuentra un reino del cielo interior, un edificio del mundo interior. El edificio del mundo exterior es para él como un gran símbolo que se repite en el ser humano como un pequeño mundo. En un desorden que puede originarse en este pequeño mundo, ve la tercera forma en que el ser humano puede enfermar.

El cuarto punto de vista lo veía en las pasiones y los deseos, que sobrepasan cierta medida, por ejemplo, la rabia y la furia. Entonces repercuten a su vez sobre el organismo físico.

Y finalmente vio un quinto aspecto, que ni siquiera se admite hoy en día, en la forma en que el hombre se integra en el curso del mundo y cómo las causas de la enfermedad pueden llegar a él desde todo el curso del desarrollo espiritual.

Paracelsus desarrolló así cinco puntos de vista que exigió no teóricamente, sino que realizó a partir de la naturaleza del ser humano en visión inmediata de la relación del ser humano con la naturaleza. Debido a que vio al ser humano colocado en la naturaleza, y no consideró intelectualmente sino clarividentemente la forma en que las partes individuales cooperan, Paracelsus pudo posicionarse de manera particular ante el ser humano enfermo. Extrañamente, no se relacionó con una, sino con todas las fuerzas anímicas con el mundo entero. De ahí su bonita frase: con la mente aprendemos a reconocer a Dios Padre en el mundo; por la fe aprendemos a reconocer a Cristo, el Hijo; y por la imaginación, aprendemos a reconocer al Espíritu.

Al igual que el conocimiento del ser humano sano y enfermo surge de estas tres direcciones, también quiso situar al ser humano ante su alma. Pero no sólo quería mirar al ser humano, sino que quería ver cómo las cosas individuales de la naturaleza se relacionan entre sí y también con el ser humano. De este modo, podría surgir el peculiar para él: Cuando se encontraba frente a un enfermo, veía cómo la naturaleza actuaba desde los puntos de vista que acabamos de mencionar; la irregularidad de las sustancias, la irregularidad de los órganos se revelaban a su mirada intuitiva que surgía de las profundidades del alma. Tenía ante sí a todo el ser humano.

No podía vestir con palabras abstractas lo que experimentaba frente al enfermo, no podía formularlo; sino que se instalaba en el enfermo. No necesitaba el nombre de la enfermedad, pero mientras estaba como sumergido en la enfermedad, se daba cuenta de algo bastante nuevo: cómo tenía que combinar las sustancias que conocía en la naturaleza, para poder encontrar medios contra esta enfermedad. Pero no sólo se sumergía en lo anímico, sino también en lo moral, lo intelectual y lo espiritual. Llámenlo vagabundo si quieren, como se hizo; tal vez llamen charlatanería a lo que hizo. Sin embargo, subrayen también que se despojó de todos los medios que tenía para endeudarse y demás. Pero luego no olviden que se hacía completamente uno con la enfermedad a la que se enfrentaba.

Por eso, se podría decir que si utilizara todo lo que la naturaleza le daba para el enfermo, el remedio más importante sería el amor por encima de todo. No son las sustancias las que curan, decía, sino el amor. - El amor también actuaba desde él hacia el enfermo, porque se veía completamente transportado en la naturaleza del otro ser humano. Lo segundo que debía surgir de él por su relación especialmente íntima con la naturaleza, era que contemplaba el medio eficaz en cada caso que aplicaba; lo contemplaba desarrollando sus fuerzas en el organismo humano. De ahí surgió la segunda: la esperanza confiada. Él llama al amor y a la esperanza sus mejores poderes curativos, y nunca se puso a trabajar sin amor y esperanza. El hombre que andaba como vagabundo estaba completamente lleno del más desinteresado amor. Sin embargo, a menudo tenía experiencias extrañas. Su amor iba tan lejos que curaba gratuitamente a quienes no tenían dinero. Sin embargo, también tenía que vivir de algo. A menudo, algunas personas le estafaban en sus honorarios; entonces, él seguía adelante y no le importaba. Sin embargo, también se producían choques con el entorno. Así, por ejemplo, le ocurrió lo siguiente.

Cuando estaba en Basilea, porque luego fue nombrado médico de la ciudad, también como por una especie de equívoco, realizó algunas curas famosas. Una vez fue llamado a un canónigo Lichtenfels que tenía una enfermedad que nadie podía curar. Paracelso había estipulado unos honorarios de cien táleros si lo curaba; el canónigo aceptó. Entonces Paracelso le dio el remedio, y después de tres o cuatro veces la enfermedad se curó.

El canónigo dijo que, si hubiera sido tan fácil, no pagaría los cien táleros, y Paracelso se quedó sin nada. Incluso demandó al canónigo para que diera ejemplo, pero el tribunal de Basilea falló en su contra: debía atenerse a sus impuestos. Como resultado, hizo distribuir, según se dijo, notas de enfado contra el tribunal y especialmente contra el canónigo. Esto causó mala sangre. Entonces un amigo le llamó la atención sobre el hecho de que su estancia en Basilea era incierta. Y ahora huyó de Basilea por la noche y la niebla. Si hubiera salido de las puertas de la ciudad media hora después, lo habrían metido en la cárcel.

Quien conoce la peculiar vida de este hombre comprende la impresión profundamente penetrante que emana del cuadro que proviene de los últimos años de la vida de Paracelso: un cuadro que nos muestra un rostro en el que se ha expresado mucha espiritualidad. Se ha vivido mucho y se ha experimentado mucho, pero al mismo tiempo la vida ha hecho estragos en esta alma y en este cuerpo. Por un lado, el hombre sufriente, relativamente joven, con los rasgos viejos y las arrugas y la calvicie, muestra qué lucha y esfuerzo, qué extracto de toda la evolución de la época había en Paracelso. que tuvo que enfrentarse a su tiempo de esta manera.  Y aunque sólo sea una leyenda, aunque no deba tomarse literalmente, lo que se dice que ocurrió en Salzburgo, que los médicos de Salzburgo decidieron una vez instigar a uno de sus sirvientes a arrojar a Paracelso desde una altura, que de este modo encontró la muerte y fue llevado a su casa, - aunque no sea cierto, hay que decir sin embargo: La vida de Paracelso ya era tal que no había necesidad de partirle el cráneo; su vida se hizo tan agria, tan amarga, que bien podemos entender su temprana muerte.  - Si quisiéramos tenerlo aún más vivo ante nosotros, todavía habría que describirlo con muchos rasgos y detalles.

Un hombre como Paracelso causó una profunda impresión en todos los que buscaron el camino hacia los mundos espirituales en el tiempo siguiente. Alguien que conoce la vida de Goethe siente que Paracelso, a quien Goethe conoció pronto, le causó una profunda impresión. Goethe había crecido junto a Paracelso, por así decirlo, con la naturaleza circundante. En otra ocasión, ya he contado que Goethe mostró este apego emocional cuando era un niño de siete años mientras construía un altar, rechazando todo lo que tiene de explicación religiosa sobre la naturaleza de su entorno. Cogió un atril, colocó sobre él minerales de la colección de su padre y plantas, esperó a que saliera el sol por la mañana, recogió los rayos del sol con un vaso encendido y encendió una pequeña vela aromática, que había puesto encima, para encender un fuego sacrificial que se encendía en la propia naturaleza, y ofreció así un sacrificio al Dios de la gran naturaleza. Esta afinidad con la naturaleza aparece con Goethe tan temprano y se desarrolla más tarde en las grandes ideas, también clarividentes, sobre la naturaleza. Vemos en Goethe que ya en Weimar esta forma de pensar se desarrolla en el himno en prosa A la naturaleza: "¡Naturaleza! Estamos rodeados y abrazados por ella, no podemos escapar de ella, ni penetrar más profundamente en ella. Sin ser invitados ni advertidos, nos lleva en la circulación de su danza hasta que nos cansamos y caemos de sus brazos..."

También en otro sentido, vemos mucho parecido entre Goethe y Paracelso. Se convierte en un verdadero estudioso de la naturaleza en botánica y zoología. Nos damos cuenta de cómo intenta reconocer el ser de los objetos de la naturaleza en su Viaje a Italia observando espiritualmente cómo aparece lo singular en su variedad. Es bonito como ve la inocente hierba de nombre "tussilago" transformada que conoce de Alemania. Allí aprende cómo las formas exteriores pueden expresar el mismo ser de diversas maneras. Así nos damos cuenta de que quería reconocer - en todas partes buscando la unidad en la variedad - lo uniforme como el espíritu. Es significativo lo que escribe desde Roma a su amigo Knebel (Karl Ludwig von K., 1744-1834) en Weimar el 18 de agosto de 1787: "Después de haber visto muchas plantas y peces cerca de Nápoles y en Sicilia, estaría tentado, si tuviera diez años menos, de viajar a la India, no para descubrir nada nuevo, sino para contemplar lo descubierto a mi manera". Quiere contemplar espiritualmente de forma intuitiva lo que se extiende en el mundo sensorial. Paracelso se dirigió al espíritu en la naturaleza, Goethe se dirigió al espíritu.

No es de extrañar, por tanto, que la vida de Paracelso apareciera junto a la de Fausto vívidamente en el alma de Goethe. Si nos abrimos especialmente a la vida de Goethe, su Fausto se presenta no sólo como el Fausto del siglo XVI ante nosotros, que fue una especie de contemporáneo de Paracelso en cierto sentido, sino que el propio Paracelso se presenta ante nosotros tal y como trabajó en Goethe. Tenemos algo en la figura de Fausto en lo que Paracelso jugó un papel. ¿Por qué recurrió Goethe a Fausto? - Se cuenta en la leyenda de Fausto que dejó la Biblia por un tiempo, se hizo doctor en medicina y quiso estudiar las fuerzas de la naturaleza.

En Paracelso vemos que permaneció fiel a la Biblia e incluso fue un erudito bíblico, pero también vemos cómo "puso a las viejas autoridades médicas, Galeno, Avicena y demás detrás del banco", incluso las quemó una vez y fue directamente al Libro de la Naturaleza. Ese fue un rasgo que causó una gran impresión en Goethe. Y más aún: ¿No vemos un rasgo similar cuando Fausto traduce la Biblia a su "amado alemán" para que lo que proviene de ella fluya directamente a su alma, y cuando Paracelso transfiere lo que para él es ciencia natural a su amado alemán? Y podríamos citar muchos otros rasgos que mostrarían cómo algo del Paracelso resucitado vivía en Goethe cuando creó la figura de Fausto. Sí, uno quisiera decir: se puede ver en "Fausto" - Goethe sólo lo tradujo al ideal - lo que ocurría a menudo entre Paracelso y su padre conservador cuando salían juntos, donde Fausto cuenta cómo le hacía compañía a su padre. En definitiva, Paracelso puede aparecer ante nuestros ojos cuando Fausto nos afecta como una figura de la creatividad de Goethe, del arte de Goethe. Al tener las dos figuras junto a nosotros de esta manera, nos enfrentamos a algo que muestra de manera no menos peculiar cómo Goethe fue capaz de hacer algo muy diferente tanto de la figura de Fausto como de la figura de Paracelso del siglo XVI. Consideremos el Fausto de Goethe: está insatisfecho con lo que las distintas ciencias, la medicina, la teología, etc., pueden transmitirle. Pero Goethe no puede retratar a este Fausto de tal manera que ese inmediato vivir-en-la-naturaleza esté ante nosotros. No es que Goethe no pudiera haberlo hecho, pero algo debió de haber para él por lo que no lo hizo. ¿Por qué no lo hizo?

Llama la atención, en primer lugar, lo que no es una mera circunstancia externa, un hecho externo, que Paracelso muera con un alma interiormente armoniosa y crecida junto al espíritu de la naturaleza sobre los años en los que podemos imaginar a Fausto diciendo las palabras:

Ahora he estudiado, a mi pesar,

Filosofía, Derecho, Medicina,

y - lo que es peor - Teología

de punta a punta con diligencia...

Lo que ahora Fausto experimenta además, lo experimenta en una época que Paracelso no alcanzó en el mundo físico. Por lo tanto, Goethe presenta una especie de Paracelso, por así decirlo, desde la época en que Paracelso murió, pero un Paracelso que no pudo instalarse en el espíritu vivo de la naturaleza.

¿Cómo lo presenta? Aunque muestra que Fausto encontró una profunda comprensión de la naturaleza, también una especie de sentimiento relacionado con la naturaleza, es diferente de cómo era con Paracelso. Sentimos esto, cuando Fausto habla con el espíritu de la naturaleza:

Espíritu sublime, todo aquello por lo que he rezado,

todo lo que ahora me has concedido

me mostraste tu rostro, pero no en vano.

Me diste para mi reino todo el esplendor de la Naturaleza

con el poder de sentirlo y disfrutarlo. Me concedes

no sólo un conocimiento asombrado y distante,

me dejas mirar en lo más profundo de su corazón

como si fuera el seno de un amigo.

Conduces las filas de los seres vivos más allá de mí

y me enseñas a conocer a mis semejantes

en el aire y en el agua y en el bosque silencioso.

Fausto crece junto a ella en cierto modo, porque antes estaba separado de la naturaleza. Sin embargo, Goethe no puede mostrar que Fausto penetre tan vívidamente en los detalles de la naturaleza como lo hizo Paracelso; no puede mostrar que esto ocurra de inmediato, mientras habla con el espíritu sublime de la naturaleza. Goethe no puede mostrar cómo Fausto crece junto a la naturaleza, sino que debe mostrar un desarrollo anímico interior. Fausto tiene que pasar por un desarrollo meramente anímico-espiritual para llegar a las profundidades de la creación de la naturaleza y del mundo. Así, nos damos cuenta con este camino de Fausto, aunque a menudo recuerde a Paracelso, que todo lo que Fausto experimenta se vive en lo moral, en lo intelectual, en la vida emocional, y no como con Paracelso con quien por así decirlo se llega a la naturaleza. Tenía que suceder realmente que Fausto pudiera ascender al desinterés, al amor íntimo de lo espiritual al final de la segunda parte, no mientras crece junto a la naturaleza, sino que se aleja aún más de ella. Goethe deja que Fausto se quede ciego:

La oscuridad parece apretarme cada vez más,

pero en mi interior hay una luz radiante.

Fausto se convierte en un místico, desarrolla el alma en todas las direcciones y se enfrenta a las fuerzas mefistofélicas que se resisten. Brevemente, Fausto tiene que desarrollar puramente dentro de su alma, tiene que elevar el espíritu en su alma. Cuando este espíritu se eleva en el interior, el manifiesto a los sentidos se destruye incluso con Fausto porque se queda ciego: "Pero en mi interior hay una luz radiante".

Fausto se da cuenta -lo reconocemos al final del drama- de que el espíritu que actúa en la naturaleza hace surgir las fuerzas interiores del alma si el ser humano las desarrolla. Si este espíritu se desarrolla lo suficiente, el ser humano alcanza directamente lo que penetra como algo espiritual el ser humano y la naturaleza.

Así, Goethe dejó que su Fausto experimentara un camino anímico interior para que su Fausto llegara a la misma meta a la que llegó Paracelso. Si se piensa en lo que lo indujo, uno se da cuenta de que los poderes del tiempo causan las sucesivas épocas de desarrollo, la vida histórica.

Uno reconoce entonces lo que significa que el año de la muerte de Paracelso es algo anterior a esa gran revolución que la obra de Copérnico causó para la ciencia natural exterior. La vida de Paracelso todavía cae en la época en la que era correcto que la tierra permaneciera estacionaria en el universo que el sol caminara alrededor de ella, y así sucesivamente; esto todavía funcionaba más allá de Paracelso. Sólo después de su muerte, se impuso el tipo muy diferente de la visión del sistema solar y el sistema mundial. La gente perdió literalmente el terreno. Quien hoy considera el sistema mundial copernicano como algo natural no se hace una idea de aquella tormenta que se desató cuando la tierra "se puso en movimiento". Se puede decir que el suelo bajo los pies se tambaleó literalmente. Pero eso también causó que el espíritu ya no fluyera inmediatamente como un aroma en el alma como con Paracelso. Si Copérnico se hubiera limitado a lo que perciben los sentidos, nunca habría planteado su sistema mundial. Como no confiaba en los sentidos, pudo levantar su sistema del mundo, mientras superaba la apariencia sensorial con el intelecto y la razón. El curso del desarrollo fue así. El ser humano tuvo que desarrollar su mente y su razón inmediatamente. Los tiempos desde el siglo XVI han pasado no sin efecto.

Al elevar su Fausto de una figura de Paracelso del siglo XVI a una figura de Fausto del XVIII, Goethe tuvo que tener en cuenta que el hombre ya no puede relacionarse con la naturaleza de forma tan inmediata y primitiva como Paracelso. De ahí que Fausto se convirtiera en una figura que podía descubrir las fuerzas de la existencia, el sentido del ser, no a través de la interconexión inmediata con la naturaleza, sino a través de las fuerzas ocultas de las profundidades del alma. Al mismo tiempo, sin embargo, se nos muestra el hecho esencial de que la corriente de la existencia no pasa por el hombre sin sentido. Paracelso es una gran figura destacada y un hijo de su tiempo. Y en "Fausto" Goethe creó una imagen, una figura poética, que convirtió en cierta dirección en el hijo de su tiempo, que aprendió a utilizar la razón y el intelecto en la ciencia natural de su época, y que también fue capaz de elaborar lo místico. Por lo tanto, hay que decir: El hecho de que Goethe se sintiera impelido a presentar no una figura de Paracelso, sino otra, muestra todo el punto de inflexión en el desarrollo de la humanidad europea desde el siglo XVI al XVIII. La importancia de esta ruptura puede verse incluso en los mayores genios, y ahí radica la diferencia entre estas dos figuras. Y para los que quieran conocer a Goethe, es sumamente interesante observar su obra en la figura de Fausto, pues su Fausto nos ilumina sobre él más que cualquier otra de sus figuras.

Si miramos la ciencia espiritual o la antroposofía desde estas observaciones, puede sentirse íntimamente relacionada con Goethe, pero de otra manera también puede sentirse íntimamente relacionada con Paracelso. ¿Cómo con Paracelso? Paracelso pudo obtener los conocimientos más profundos de la naturaleza a partir de los poderes desarrollados del alma a través del contacto directo con la naturaleza.  Pero ha pasado el tiempo desde Copérnico, Galileo, Giordano Bruno y Kepler, cuando los que progresan con el desarrollo pueden llegar a las razones de la existencia como lo hizo Paracelso. Otro tiempo ha amanecido. En "Fausto", Goethe mostró el tipo de este tiempo en el que hay que trabajar con las fuerzas ocultas del alma, para que surjan fuerzas sensoriales superiores desde las profundidades del alma. 

Así como los ojos ven los colores, como los oídos escuchan los sonidos, así estos sentidos superiores percibirán lo que está en el entorno como espíritu, y lo que no puede ser visto como tal con los sentidos ordinarios. Así, el hombre moderno debe experimentar las fuerzas más profundas del alma no creciendo junto a la naturaleza, como con Paracelso, sino apartándose de ella. 

Pero cuando llega a sacar las fuerzas más profundas de su alma, cuando puede desarrollar una comprensión también para lo que vive y se teje invisiblemente como lo espiritual y suprasensible detrás de lo visible, detrás de lo sensual de la naturaleza, cuando el hombre trabaja lo fáustico fuera de sí mismo, entonces lo fáustico finalmente se convierte en tal que se convierte en una visión clarividente de la naturaleza. 

Y en cierto modo, cuando el espíritu interior se despliega, todo ser humano puede experimentar -no tiene por qué quedarse ciego por ello- que, aunque no pueda creer los enigmas del mundo resueltos por lo que le enseñan los ojos y los sentidos exteriores, puede decir: "¡La luz brillante brilla en el interior!" Y eso es algo que puede llevarnos cerca del espíritu que rige en todo.

Así pues, el camino de Paracelso a Goethe es sumamente interesante cuando se ve en la figura de Fausto que cobra vida a partir del alma de Goethe lo que es esencial para Paracelso, lo que también es esencial para Fausto: que el hombre no puede penetrar en las profundidades del mundo y en las leyes con las que se relaciona el eterno espíritu inmortal del hombre a través de los sentidos externos, sino sólo a través de un crecimiento directo junto a la naturaleza, como con Paracelso, o a través de un despliegue de los sentidos superiores, como indicó Goethe, aunque sólo sea poéticamente, en la continuación de la figura de Fausto del siglo XVI. De este modo, para Paracelso, el principio que Goethe enfatizó para su Fausto se volvió cada vez más importante:

Misteriosa aun a plena luz del día 

La naturaleza no se deja robar el velo,

Y lo que puede no revelar a tu espíritu,

No puedes forzarlo con palancas y tornillos.

Con ello no se quiere decir -ni en el sentido de Paracelso ni en el de Goethe- que no se pueda investigar el espíritu de la naturaleza, sino que el espíritu se revela en la naturaleza, efectivamente, al espíritu despertado en el alma, pero no a los instrumentos que tenemos en el laboratorio, no a las palancas y a los tornillos. De ahí que Goethe diga: "Lo que ella no revela a tu mente, no puedes arrancárselo con palancas y con tornillos". Pero al espíritu sí puede revelarlo. Esta es la interpretación correcta de esta palabra goetheana. Ya que Goethe estaba absolutamente de acuerdo con Paracelso, mientras que él creó un reflejo de Paracelso en su Fausto, y Paracelso junto con Goethe habrían considerado las palabras del espíritu como válidas:

para comprender algún ser vivo y describirlo,

el estudiante comienza por despojarlo de su espíritu;

entonces tiene todas sus partes en su mano,

excepto, ¡ay! por el espíritu que las unía.

Goethe añade, a saber, cuando concibió su Fausto primero, porque él mismo estaba todavía con el ánimo alto de manera juvenil y no pertenecía a la gente "extremadamente limpia y superfina" en el sentido de Paracelso:

que los químicos, sin saberlo, hacen el ridículo,

denominan encheiresin naturae.

Sin embargo, esto quiere decir que nadie que quiera acercarse a la naturaleza sin fuerzas cognitivas superiores desarrolladas puede reconocer los fundamentos primigenios de la naturaleza y no puede reconocer cómo el espíritu inmortal del ser humano está conectado con la naturaleza, o para hablar con Jacob Böhme de dónde surge (alemán: urstándet).



Si se recorre el camino de Paracelso a Goethe tal y como hemos intentado esbozarlo hoy, entonces se da uno cuenta de que Paracelso y Goethe son confesores vivos del otro principio, no del principio de esas visiones de la naturaleza y del mundo que querían conocer con el dicho goetheano:


Comprender algo vivo y describirlo,

el estudiante comienza por despojarlo de su espíritu;

Entonces tiene todas sus partes dentro de su mano,

Excepto, ¡ay! Por el espíritu que las unía.

¡No! Paracelso y Goethe abordan la naturaleza y el ser humano de tal manera que para ellos cuenta:

Quien quiere reconocer y comprender a algún ser vivo,

busca la luz espiritual en los terrenos primitivos.

Allí tiene todas sus partes en su mano,

Y nunca juzgará mal

La verdad de las cosas dentro del lazo espiritual.

Traducido por J.Luelmo oct.2021