GA060-6 Berlín, 8 de diciembre de 1910 -El espíritu en el reino vegetal

 

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EL ESPÍRITU EN EL REINO VEGETAL

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 8 de diciembre de 1910


En las conferencias sobre "El alma humana y el alma animal" y "El espíritu humano y el espíritu animal "1 ya se habló de cómo la ciencia espiritual debe reconocer el espíritu vivo y tejedor en todos los seres que nos rodean, partiendo del principio de que el hombre que se conoce debe incluirse a sí mismo en dicho conocimiento. Se decía que la persona que se conoce a sí misma nunca podría pensar en tomar en su propio espíritu -como contenido espiritual- ideas, conceptos e imágenes mentales de cosas y seres si estos conceptos e ideas, si este contenido espiritual por medio del cual el ser humano quiere hacer comprensible lo que reside en los objetos, no estuviese primero presente en estos objetos, no estuviese depositado en ellos. Toda extracción de lo espiritual de las cosas y los seres sería pura fantasía, sería una fantasía hecha por nosotros mismos, si no presupusiéramos que allí donde miramos y somos capaces de descubrir el espíritu, allí está realmente presente este espíritu.

Aunque todavía sólo en pequeños círculos, esta presuposición general del contenido espiritual del mundo se hace con bastante frecuencia. Sin embargo, incluso quienes hablan del espíritu en los objetos suelen quedarse en un hablar del espíritu en general, es decir, hablan de la existencia de un tejido espiritual, de la vida espiritual que se encuentra en la base de los reinos mineral, vegetal y animal, etc. Entrar en los medios por los cuales el espíritu se individualiza para nosotros, cómo se manifiesta particularmente en tal o cual forma de existencia, no es todavía muy considerado en los círculos más amplios de nuestros contemporáneos cultos. Se suele ofender a los que hablan no sólo del espíritu en general, sino de sus formas particulares, de sus maneras particulares, de cómo se hace sentir detrás de tal o cual fenómeno. Sin embargo, en nuestra ciencia espiritual, no debemos hablar del espíritu de la manera vaga y general que hoy se indica; más bien, debemos hablar de tal manera que reconozcamos la manera en que el espíritu se teje detrás de la existencia mineral o vegetal, la manera en que actúa en la existencia animal y humana. Nuestra tarea hoy es decir algo sobre la naturaleza del espíritu en el reino vegetal.

Debe admitirse que si no comenzamos con filosofía abstracta, o con teosofía abstracta, sino que si comenzamos con observaciones imparciales de la realidad y al mismo tiempo, -como debe ser en el sano terreno de la ciencia espiritual-, nos mantenemos firmes en el terreno de la ciencia natural y luego queremos hablar sobre "el espíritu en el reino de las plantas", no sólo chocamos con prejuicios injustificados de nuestros científicos u otros contemporáneos educados, sino que también entramos en conflicto con conceptos más o menos justificados que tienen, y deben tener, el poder de una fuerte sugestión.

Especialmente en esta contemplación, que debe ocuparse del espíritu que encuentra su expresión, su fisonomía, por así decirlo, en el reino que nos enfrenta en los gigantescos árboles del bosque primitivo, o en los que crecían en Tenerife hace miles de años, así como en la pequeña y modesta violeta que se esconde en el tranquilo bosque o en cualquier otro lugar - especialmente en tal contemplación una persona puede sentirse en una posición bastante difícil, si se han absorbido los conceptos científicos naturales del siglo XIX. Sí, una persona se siente en una posición bastante difícil si ha trabajado hasta lo que debería decirse sobre el espíritu en esta área, pues cómo podría negarse que grandes y maravillosos descubrimientos en el reino de la investigación material, -incluso en el reino de la naturaleza de las plantas-, se hicieron en el siglo XIX, iluminando a fondo la naturaleza de las plantas desde cierto punto de vista.

Hay que recordar una y otra vez que en el segundo tercio del siglo XIX el gran botánico Schleiden descubrió la célula vegetal. Fue el primero en presentar a la humanidad la verdad de que todo cuerpo vegetal se compone de pequeñas entidades independientes, "células", denominadas "organismos elementales", que parecen los bloques de construcción de este cuerpo vegetal. Mientras que antes las plantas sólo podían considerarse en relación con sus partes y órganos en bruto, ahora la atención se dirigía a cómo cada hoja de las plantas superiores consistía en innumerables y diminutas formaciones microscópicas: las células vegetales. No es de extrañar que semejante descubrimiento influyera poderosamente en todas las ideas y sentimientos relacionados con el mundo vegetal. Es totalmente natural que la persona que primero discernió cómo la planta se construye a partir de estos bloques de construcción llegaría a la idea de que mediante la investigación de estas pequeñas formaciones, estos bloques de construcción, el secreto de la naturaleza de las plantas podría ser revelado.

 El ingenioso Gustav Theodor Fechner debió de experimentar ya esta idea cuando, hacia mediados del siglo XIX, trató realmente de introducir en sus secuencias de pensamiento algo así como un "alma de las plantas", aunque podría decirse que su elaboración excesivamente fantástica de la naturaleza de las plantas puede haber aparecido algo demasiado pronto. Fechner habló ampliamente de un alma de las plantas (por ejemplo, en su libro Nanna), y lo hizo no sólo como alguien que se limita a fantasear, sino como alguien que conoce a fondo y en profundidad los avances científicos naturales del siglo XIX. Sin embargo, era incapaz de pensar que las plantas están formadas simplemente por células; más bien, cuando observaba las formas, las estructuras, de las plantas individuales, se veía llevado a suponer que la realidad sensorial es la expresión de un elemento anímico subyacente.

Ahora bien, hay que admitir que, en contraste con lo que la ciencia espiritual tiene que decir hoy sobre la vida del espíritu en el reino de las plantas, las explicaciones de Fechner parecen más bien fantásticas, pero sus pensamientos fueron en realidad un avance. A pesar de ello, Fechner tuvo que experimentar la resistencia que puede presentar especialmente el pensamiento en el que había penetrado el espíritu humano por los descubrimientos del siglo XIX. Simplemente hay que comprender que incluso los más grandes quedaron fascinados por lo que contemplaron cuando, bajo el microscopio, el cuerpo vegetal se reveló como una estructura de pequeñas células. No podían en modo alguno concebir cómo alguien podía seguir concibiendo la idea de un "alma vegetal" después de que se hubieran mostrado los aspectos materiales de un modo tan grandioso al espíritu humano escudriñador. Por eso es fácil comprender que incluso el descubridor de la célula vegetal se convirtiera en el mayor y más vehemente opositor a lo que Fechner quería decir sobre la naturaleza anímica de las plantas. Y es bastante interesante ver la mente fina y sutil de Fechner en batalla con Schleiden, que se hizo famoso gracias a su descubrimiento que hizo época para la botánica, pero que eliminó, de una manera materialistamente burda, todo lo que Fechner quería decir sobre las plantas a partir de sus contemplaciones íntimas.

En una batalla como la que enfrentó a Fechner y Schleiden en el siglo XIX, tuvo lugar básicamente algo que debe experimentar toda alma que se adentre en la ciencia de nuestro tiempo, trabajando a través de las dudas y enigmas que surgen no obstante, especialmente cuando uno se adentra en los logros de la ciencia natural. Tendrá serias dudas si es capaz de salir por sí mismo de los conceptos, con frecuencia bastante convincentes, de tal reino. Quien no esté familiarizado con esta convincente cualidad de los conceptos científicos naturales materialistas del siglo XIX puede encontrar trivial, posiblemente incluso estrecho de miras, lo que se dice desde la visión del mundo que desea situarse sobre el firme terreno de la ciencia natural. Sin embargo, quien se acerca a las cosas con un sano sentido de la verdad y una seria preocupación por resolver los enigmas de la vida, y al mismo tiempo está armado con los conceptos botánicos del siglo XIX, puede tener experiencias anímicas interiores bastante trágicas. Aquí sólo hay que sugerir algo al respecto.

Así podemos conocer, por ejemplo, lo que ha aportado la botánica del siglo XIX. Hay mucho en esta botánica que es realmente magnífico y verdaderamente asombroso. Una persona que se acerca a los conceptos científicos naturales con un sano sentido de la verdad llega a un punto en que estos conceptos le afectan como una sugestión, con un poder tremendo; no le dejan suelto sino que le susurran al oído una y otra vez: "Estás haciendo una estupidez si abandonas el camino seguro por el que se estudia cómo la célula se relaciona con la célula, cómo la célula se nutre de la célula", etcétera. Finalmente se hace necesario desprenderse de los conceptos materialistas de este reino. No hay otra opción, no importa lo firmemente que uno desee ser sostenido por el poder sugestivo de las visiones del mundo que no son más que una consecuencia de los conceptos materialistas externos. A partir de cierto punto ya no funciona. No mucha gente experimenta hoy ese punto. El poder sugestivo lo experimentan la mayoría de las personas que se sienten fascinadas por los resultados científicos naturales, y no se atreven a dar ni un solo paso más allá de lo que muestra el microscopio. El siguiente paso sólo lo dan muy pocos. Es evidente, sin embargo, para cualquiera que mantenga un sano sentido de la verdad, especialmente en lo que se refiere a las ciencias naturales -y esto es necesario si uno desea acercarse al espíritu en el reino de las plantas-, que primero una persona debe ocuparse de una determinada imagen mental, pues de lo contrario siempre sucumbirá al error, siempre entrará en un laberinto como el que le ocurrió a Fechner a pesar de sus serios intentos por examinar los aspectos simbólicos, fisonómicos, de las formas y estructuras individuales de las plantas.

Me gustaría sugerirles primero lo que es significativo aquí mediante una comparación. Imaginemos que alguien encuentra un trozo de materia, una especie de tejido, en un camino. Si examina este trozo de tejido, en ciertos casos puede ocurrir que no llegue a ninguna parte. ¿Por qué? Si este trozo de tejido es un trozo de hueso de un brazo humano, el examinador no llegará a ninguna parte si quiere mirar simplemente este trozo de hueso y explicarlo por sí mismo, porque sería imposible que este trozo de tejido llegara a existir sin la existencia previa de un brazo humano.

No se puede hablar del tejido en absoluto si no se considera en relación con un organismo humano completo. Por tanto, es imposible hablar de esa formación si no es en relación con un ser completo. Consideremos la siguiente comparación. Encontramos un objeto en alguna parte, un cabello humano. Si quisiéramos explicar cómo pudo originarse allí, estaríamos completamente extraviados, porque sólo podemos explicarlo considerándolo en conexión con un organismo humano completo. Por sí mismo no es nada; por sí mismo no puede explicarse.

Esto es algo que el investigador espiritual debe considerar en relación con todo el ámbito de nuestras observaciones, de nuestras explicaciones. Debe dirigir su atención a la cuestión de si cualquier objeto al que se enfrenta puede ser considerado por sí mismo o si sigue siendo inexplicable por sí mismo, si pertenece a algo más o puede ser examinado mejor como una entidad aislada.

Curiosamente, el investigador espiritual se da cuenta de que, en general, es imposible considerar el mundo de las plantas, esta maravillosa cubierta de la tierra, como algo que existe por sí mismo. Cuando se enfrenta a la planta, siente lo mismo que siente ante un dedo, que sólo puede considerar como perteneciente a un organismo humano completo. El mundo vegetal no puede ser considerado aisladamente, porque a la vista del investigador espiritual el mundo vegetal se relaciona a la vez con todo el planeta tierra y forma un todo con la tierra, del mismo modo que el dedo o el trozo de hueso o el cerebro forman un todo con nuestro organismo. Y quien se limita a mirar las plantas por sí mismas, quedándose con lo particular, hace lo mismo que quien quiere explicar una mano o un trozo de hueso humano por sí mismos. La naturaleza común de las plantas simplemente no puede considerarse de otra manera salvo como un miembro de nuestro planeta Tierra común.

Aquí, sin embargo, llegamos a una cuestión que puede molestar a muchos hoy en día, aunque es válida, no obstante, para la visión científica espiritual. Llegamos a considerar todo nuestro planeta Tierra de forma diferente a como lo hace habitualmente la ciencia actual, pues nuestra ciencia contemporánea, -ya sea la astronomía, la geología o la mineralogía-, habla básicamente de la Tierra sólo en la medida en que esta esfera terrestre consiste en rocas, en el elemento mineral, en materia sin vida. La ciencia espiritual no puede hablar así. Sólo puede hablar de tal manera que todo lo que se encuentra en nuestra Tierra, -lo que un ser venido del espacio exterior, por así decirlo, encontraría en los seres humanos, los animales, las plantas y las piedras-, pertenece al conjunto de nuestra Tierra, del mismo modo que las propias piedras pertenecen a nuestra Tierra. Esto significa que no podemos considerar el planeta Tierra como una formación rocosa muerta, sino como algo que es en sí mismo un todo vivo, que hace surgir de sí mismo la naturaleza de las plantas, del mismo modo que el ser humano hace surgir las estructuras de su piel, de sus órganos sensoriales y similares. En otras palabras, no podemos considerar la tierra sin la cubierta vegetal que le es inherente.

Una circunstancia externa ya podría sugerirnos que, al igual que toda piedra tiene una cierta relación con la tierra, también todo lo vegetal pertenece a ella. Así como toda piedra, todo cuerpo sin vida, muestra su relación con la tierra al poder caer sobre ella, donde encuentra una resistencia, así también toda planta muestra su relación con la tierra por la dirección de su tallo, que es siempre tal que pasa por el centro de la tierra. Todos los tallos de las plantas se cruzarían en el centro de la tierra si los extendiéramos hasta ese punto. Esto significa que la tierra es capaz de sacar de su centro todas esas radiaciones de fuerza que permiten que surjan las plantas. Si contemplamos el reino mineral sin añadir también la cubierta vegetal, estamos contemplando sólo una abstracción, algo pensado. También debemos añadir que a la ciencia natural que procede puramente de la materia exterior le gusta hablar de que los orígenes de toda vidal -incluida la vida vegetal-, deben estar en lo sin vida, osea el elemento mineral.

Para el investigador espiritual esta cuestión no existe en absoluto, porque lo inferior no es nunca una condición previa para lo superior, sino que lo superior, lo viviente, es siempre la condición previa para lo inferior, lo no viviente. Veremos más adelante, en la conferencia "Qué dice la geología sobre el origen del mundo", (Berlín, 9 de febrero de 1911), que la investigación espiritual muestra cómo todo lo rocoso, lo mineral, -desde el granito hasta la migaja de tierra del campo-, se originó de manera similar a lo que la ciencia natural dice hoy sobre el origen del carbón. Hoy el carbón es un mineral, lo sacamos de la tierra. ¿Qué era hace millones de años según los conceptos de la ciencia natural? Extensos y poderosos bosques -así lo dice la ciencia natural- cubrían entonces grandes porciones de la superficie terrestre; más tarde se hundieron en la tierra durante los desplazamientos de la corteza terrestre y entonces se transformaron químicamente en cuanto a su composición material, y lo que hoy desenterramos de las profundidades de la tierra son las plantas que se han convertido en piedra. Si esto se admite hoy en relación con el carbón, no debería considerarse demasiado ridículo si la ciencia espiritual, por sus métodos, llega a la conclusión de que todas las rocas que se encuentran en nuestra tierra se han originado en última instancia a partir de la planta. La planta primero tuvo que convertirse en piedra, por así decirlo. Así pues, el mineral no es la condición previa de lo vegetal, sino al revés, lo vegetal es la condición previa del mineral. Todo lo que tiene naturaleza mineral es primero algo vegetal que se endurece y luego se convierte en piedra.

Así pues, en el planeta Tierra tenemos ante nosotros algo sobre lo que debemos presuponer lo siguiente: antaño fue, en lo que respecta a su cualidad más densa, de naturaleza vegetal, fue una estructura de seres semejantes a plantas, y sólo desarrolló lo inerte a partir de lo vivo, endureciéndose progresivamente, convirtiéndose en madera, convirtiéndose en piedra. Así como nuestro esqueleto se separa primero del organismo, así tenemos que considerar las formaciones rocosas de la tierra como el gran esqueleto del ser terrestre, del organismo terrestre.

Ahora bien, si somos capaces de considerar este organismo terrestre desde un punto de vista científico espiritual, podemos ir aún más lejos. Hoy sólo puedo dar los primeros esbozos de ello, porque se trata de un ciclo de conferencias en el que una cosa debe llevar a la siguiente. Podemos preguntarnos: ¿cuál es la situación del organismo terrestre como tal?

Al estudiar un organismo sabemos que se revelan alternancias de diferentes condiciones. Los organ ismos humano y animal revelan una condición de estar despierto y otra de estar dormido que se alternan en el tiempo. ¿Podemos, desde un punto de vista científico espiritual, encontrar algo similar en relación con el cuerpo de la Tierra, el organismo terrestre? Para la consideración externa, lo que sigue puede parecer una mera comparación, pero para la investigación espiritual no es una comparación sino un hecho. Si estudiamos la curiosa regularidad del verano y el invierno, cómo es verano en una mitad de la Tierra e invierno en la otra mitad, cómo se alterna esta relación, y si prestamos atención a cómo esta regularidad -como invierno y verano- debe discernirse en relación con toda la vida terrestre, entonces ya no parecerá absurdo que la ciencia espiritual nos diga que el invierno y el verano en el organismo terrestre corresponden a estar despierto y dormido en los organismos que nos rodean. Sencillamente, la Tierra no duerme en el tiempo como los demás organismos, sino que siempre está despierta en alguna parte y dormida en otra parte de su ser. El estar despierto y dormido se mueven espacialmente: la Tierra duerme en la parte donde hay verano, y está despierta en la parte de su ser donde hay invierno. De este modo, todo el organismo terrestre nos confronta espiritualmente con las condiciones de estar despierto y dormido de otros organismos.

La condición estival del organismo terrestre consiste en una relación muy específica de la tierra con el sol, y puesto que se trata de un organismo vivo y lleno de espíritu, podemos decir que se entrega a una actividad que procede espiritualmente del sol. En la condición invernal, el organismo terrestre se cierra a esta actividad solar, replegándose sobre sí mismo. Comparemos ahora esta condición con el dormir humano. Hablaré ahora de lo que parece ser una mera analogía; sin embargo, la ciencia espiritual proporciona las pruebas de estas observaciones.

Si estudiamos al ser humano al atardecer, cuando está cansado, a medida que su conciencia va disminuyendo, descubrimos que todos los pensamientos y sentimientos que entran en nuestra alma durante el día desde el exterior, todos los placeres y sufrimientos, alegrías y dolores, se hunden en una oscuridad indefinida. Durante este tiempo, el ser espiritual humano, -como hemos mostrado en la conferencia sobre la naturaleza del dormir (24 de noviembre de 1910)- sale del cuerpo físico humano y entra en el mundo espiritual, entregándose al mundo espiritual. En esta condición durmiente es un hecho curioso que el ser humano se vuelve inconsciente. Para el investigador espiritual (ya veremos cómo llega a saberlo) se revela que el aspecto interno del ser humano, el cuerpo astral y el yo, realmente se extraen de los cuerpos físico y etérico, pero no se extraen simplemente y flotan sobre él como una formación de nubes, sino que todo este aspecto interno del ser humano se extiende, se derrama sobre todo el mundo planetario que nos rodea. Por increíble que parezca, se revela, sin embargo, que el alma humana se derrama de manera unificada sobre el reino astral. Los investigadores que conocían este reino sabían bien por qué llamaban "cuerpo astral" a lo que parte de lo físico. La razón era que este elemento interior extrae del espacio celeste, con el que forma una unidad, las fuerzas que necesita para reemplazar lo que los esfuerzos y el trabajo del día consumieron del cuerpo físico. De este modo, el ser humano cuando duerme pasa al gran mundo y por la mañana regresa a los límites de su piel, al pequeño mundo humano, al microcosmos. Allí, como su cuerpo le ofrece resistencia, vuelve a sentir su yo, su autoconciencia.
 
Esta exhalación e inhalación del alma es una alternancia maravillosa en la vida humana. De todos aquellos que no han hablado directamente desde un punto de vista científico espiritual oculto, sólo he encontrado un individuo que hizo una observación tan adecuada sobre la alternancia de la vigilia y el dormir, que puede ser llevada directamente a la ciencia espiritual, porque corresponde a hechos científicos espirituales. Fue un pensador completamente matemático, un hombre profundamente reflexivo, que fue capaz de abarcar la naturaleza magníficamente con su espíritu: Novalis. Él dice en sus Fragmentos:

El dormir es una condición mixta de cuerpo y alma. En el dormir, cuerpo y alma están químicamente unidos. En el dormir el alma está distribuida uniformemente por todo el cuerpo - el ser humano está neutralizado. La vigilia es una condición dividida, polar; en la vigilia el alma está apuntada, localizada. El dormir es la digestión del alma; el cuerpo digiere el alma (eliminación del estímulo del alma). La vigilia es la condición de la influencia del estímulo del alma: el cuerpo participa del alma. En el dormir se aflojan los lazos de este sistema; en la vigilia se aprietan.

Así pues, para Novalis el dormir significa la digestión del alma por el cuerpo. Novalis es siempre consciente de que en el dormir el alma se hace una con el universo y es digerida, para que el ser humano pueda seguir siendo ayudado en el mundo físico.

Así pues, en lo que respecta a su ser interior, el ser humano alterna de tal modo que durante el día se encierra en el pequeño mundo, en los límites de su piel, y durante la noche se expande hacia el gran mundo, extrayendo mediante fuerzas de entrega de ese mundo en el que entonces está inmerso. No entenderemos al ser humano a menos que lo entendamos como formado a partir de todo el macrocosmos.

En la parte de la tierra donde es verano, ocurre algo parecido a lo que ocurre en el ser humano en estado dormido. La tierra se entrega a todo lo que desciende del sol y se forma como debe formarse bajo la influencia de la actividad solar. En la parte de la tierra donde es invierno, se cierra a la influencia del sol, vive en sí misma. Allí es lo mismo que cuando el ser humano se ha recogido en el pequeño mundo interior, vive en sí mismo, mientras que para la parte de la tierra donde es verano es lo mismo que cuando el ser humano se entrega a todo el mundo exterior.

Existe una ley en el mundo espiritual: si dirigimos nuestra atención a entidades espirituales muy alejadas entre sí, -como, por ejemplo, el ser humano aquí, por un lado, y el organismo terrestre, por otro-, los estados de conciencia deben imaginarse como invertidos en cierto sentido. Para el ser humano, salir al gran mundo es la condición del dormir. Para la Tierra, el verano (que se tiende a considerar un estado de vigilia) es algo que sólo puede compararse con el hecho de que el ser humano se duerma. El ser humano sale al gran mundo cuando se duerme; en verano, la tierra con todas sus fuerzas entra en el reino de la actividad solar, sólo que debemos ser capaces de pensar en la tierra y el sol como organismos llenos de espíritu.

En invierno, cuando la tierra descansa en sí misma, debemos ser capaces de pensar en su condición como correspondiente a la condición de vigilia del ser humano, aunque pueda ser tentador considerar el invierno como el dormir de la tierra. Sin embargo, cuando consideramos entidades tan diferentes entre sí como el ser humano y la tierra, los estados de conciencia parecen invertidos en cierto modo. Ahora bien, ¿qué consigue la tierra cuando está bajo la influencia de la entrega al ser solar, al espíritu solar? Para tener una comparación más fácil, haríamos bien en dar ahora la vuelta a los conceptos. La entrega de la tierra al ser solar es simplemente algo que puede compararse espiritualmente con la condición del ser humano cuando se despierta por la mañana y sale del vientre oscuro de la existencia, de la noche, hacia sus alegrías y penas. Cuando la tierra entra en el reino de la actividad solar, -aunque esto podría compararse con la condición de dormir del ser humano,- todas las fuerzas que brotan de la tierra permiten que la condición invernal de reposo de la tierra pase a la condición activa, viva, de verano.

¿Qué son entonces las plantas en todo este entramado de la existencia? Podríamos decir que cuando se acerca la primavera, el organismo de la tierra empieza a pensar y a sentir, porque el sol con su ser atrae los pensamientos y los sentimientos. Las plantas no son más que una especie de órgano sensorial para el organismo terrestre, que se despierta de nuevo cada primavera, para que el organismo terrestre, con su pensar y sentir, pueda estar en el reino de la actividad solar. Del mismo modo que en el organismo humano la luz crea el ojo para poder manifestarse a través del ojo como "luz", cada primavera el organismo solar crea la cubierta vegetal para mirarse a sí mismo, sentir, intuir y pensar por medio de esta cubierta vegetal. Las plantas no pueden considerarse directamente los pensamientos de la tierra, pero son los órganos a través de los cuales la organización despierta de la tierra en primavera, junto con el sol, desarrolla sus pensamientos y sentimientos. Del mismo modo que podemos ver nuestros nervios emanando del cerebro, desarrollando nuestra vida de sentimientos y conceptos a través de los ojos y los oídos junto con los nervios, el investigador espiritual ve en lo que ocurre entre la tierra y el sol con la ayuda de las plantas el maravilloso tejido de un mundo cósmico de pensamientos, sentimientos y sensaciones. El investigador espiritual descubre que la tierra está rodeada no sólo por el aire mineral de la tierra, por la atmósfera terrestre puramente física, sino por un aura de pensamientos y sentimientos. Para el investigador espiritual la tierra es un ser espiritual cuyos pensamientos y sentimientos se despiertan cada primavera, y a lo largo del verano atraviesan el alma de toda nuestra tierra.

Sin embargo, el mundo vegetal, que forma parte de todo nuestro organismo terrestre, proporciona los órganos a través de los cuales nuestra tierra puede pensar y sentir. Las plantas están entretejidas con el espíritu de la tierra, igual que nuestros ojos y oídos están entretejidos con las actividades de nuestro espíritu.

En primavera despierta un organismo vivo, lleno de espíritu, y en las plantas podemos ver algo que se sale del semblante de nuestra tierra en algún reino donde quiere empezar a sentir y a pensar. Así como todo en el ser humano tiende hacia un yo consciente de sí mismo, lo mismo ocurre en el reino de las plantas. Todo el mundo vegetal pertenece a la tierra. Ya he dicho que una persona estaría cerca de la locura si no pensara en cómo todos los sentimientos, sensaciones e imágenes mentales se dirigen hacia nuestro yo. Del mismo modo, todo lo que las plantas median durante el verano se dirige hacia el centro de la tierra, que es el yo tierra. ¡Esto no debe decirse sólo simbólicamente! Al igual que el ser humano tiene su yo, la tierra tiene su yo autoconsciente. Por eso todas las plantas se dirigen hacia el centro de la tierra. Por eso no podemos considerar las plantas por sí mismas, sino que debemos considerarlas en interacción con el yo autoconsciente de la tierra. Lo que se despliega como pensamientos y sensaciones de la tierra es similar a los pensamientos y sensaciones que viven en nosotros, similar a lo que surge y desaparece en nosotros durante nuestro estado de vigilia, lo que vive en nosotros astralmente, si hablamos desde el punto de vista de la ciencia espiritual.

Así pues, no podemos imaginarnos la Tierra sólo como una estructura física, ya que la estructura física es para nosotros algo parecido a nuestro propio cuerpo físico, que puede verse con los ojos exteriores y tocarse con las manos, y que es observado por la ciencia exterior. Es el cuerpo terrestre que estudian la astronomía o la geología actuales. Luego tenemos que dirigir nuestra atención a lo que en el ser humano hemos llegado a conocer como cuerpo etérico o cuerpo vital. La Tierra también tiene ese cuerpo etérico, y también tiene un cuerpo astral. Esto es lo que se despierta cada primavera como los pensamientos y sentimientos de la tierra, que retroceden cuando se acerca el invierno, de modo que la tierra descansa en su propio yo, encerrada en sí misma, reteniendo sólo lo que necesita para, a través de la memoria, llevar lo precedente a lo siguiente, reteniendo en las fuerzas de la semilla de la planta lo que ha conquistado para sí misma. Del mismo modo que el ser humano, cuando se duerme, no pierde sus pensamientos y sensaciones, sino que los vuelve a encontrar a la mañana siguiente, así la tierra, al despertar de nuevo del estado dormido en primavera, encuentra las fuerzas simientes de las plantas para permitir que lo que ha sido conquistado en un tiempo anterior emerja de nuevo de la memoria viva de las fuerzas simientes.

Vistas así, las plantas pueden compararse con nuestros ojos y oídos. Lo que nuestros sentidos son para nosotros, las plantas lo son para el organismo terrestre. Pero lo que percibe, lo que alcanza la conciencia, es el mundo espiritual que desciende del sol a la tierra. Este mundo espiritual no podría alcanzar la conciencia si no tuviera sus órganos sensoriales en las plantas, mediando una autoconciencia igual que nuestros ojos y oídos y nervios median nuestra autoconciencia. Esto nos hace conscientes de que sólo hablamos correctamente si decimos que esos seres que bajan del sol a la tierra, desplegando su actividad espiritual, se encuentran desde la primavera hasta el verano con el ser que pertenece a la propia tierra. En este intercambio se forman los órganos a través de los cuales la tierra percibe a esos seres, pues las plantas no perciben. Es una superstición, compartida también por la ciencia natural, cuando se dice que la planta percibe. Las entidades espirituales que pertenecen a la actividad de la tierra y a la actividad del sol perciben a través de los órganos de las plantas, y estas entidades dirigen hacia el centro de la tierra todos los órganos que necesitan para unirse con el centro de la tierra. Así lo que tenemos que ver detrás de la cubierta vegetal son las entidades espirituales que tejen alrededor de la tierra y tienen sus órganos en las plantas.

Es notable que en nuestro tiempo la ciencia natural se esté moviendo hacia un reconocimiento de tales descubrimientos científicos espirituales, porque no es nada menos que el pleno reconocimiento de la situación para decir que nuestra tierra física es sólo una parte de toda la tierra, que la bola solar gaseosa es sólo una parte de todo el sol, y que nuestro sol, tal como se nos aparece físicamente, es sólo una parte de las entidades anímico-espirituales que interactúan con las entidades anímico-espirituales de la tierra. Así como el mundo humano está conectado con su entorno, y así como los seres humanos tienen sus órganos para vivir y desarrollarse, así estas entidades, que son reales, crean para sí mismas en la cubierta vegetal un órgano para percibirse a sí mismas. Como ya he dicho, es supersticioso creer que la planta como tal percibe o que la planta sola tiene una especie de alma. Esto es tan supersticioso como hablar del alma de un ojo. A pesar de que un encadenamiento de hechos, evidente para la ciencia espiritual, impulsó a la ciencia exterior a lo largo del siglo XIX a reconocer lo que acabamos de decir, es un hecho que la ciencia exterior no sabe muy bien cómo moverse en este reino; esto sigue siendo así hoy en día, porque lo que la ciencia ha reunido hasta ahora sobre la vida sensorial de las plantas suple completamente lo que acabo de decir sobre el espíritu y su actividad en el reino de las plantas, pero en la ciencia exterior no puede ser comprendido como tal. Podemos ver esto en el siguiente ejemplo. En 1804 Sydenham Edward descubrió la insólita planta llamada Venus atrapamoscas, que tiene cerdas en las hojas. Cuando un insecto se acerca a esta planta de modo que entra en contacto con las cerdas, el insecto queda atrapado por la hoja y luego parece ser devorado y digerido. Fue extraordinario cuando el hombre descubrió que las plantas pueden comer, incluso pueden acoger animales, ¡son carnívoras! Pero no se sabía muy bien qué hacer con esto, y esto es interesante, porque este descubrimiento ha sido repetidamente olvidado y luego redescubierto, en 1818 por Nuttal, en 1834 por Curtis, en 1848 por Lindley, y en 1859 por Oudemans. Cinco personas seguidas descubrieron lo mismo. Y la ciencia no pudo hacer mucho más con este descubrimiento que Schleiden, que tanto contribuyó a la investigación del mundo vegetal, para decir que ¡había que estar en guardia y no sucumbir a todo tipo de especulaciones místicas atribuyendo un alma a las plantas! Hoy, sin embargo, la ciencia está de nuevo dispuesta a atribuir un alma a la planta individual, por ejemplo a la Venus atrapamoscas. Sin embargo, esto sería tan supersticioso como atribuir un alma al ojo. Especialmente personas como Raoul France, por ejemplo, han interpretado inmediatamente estas cosas en un sentido exterior, diciendo: "¡Allí el elemento alma es evidente, manifestándose de forma análoga al elemento alma del animal!".
 
Esto demuestra lo necesario que es, especialmente en el ámbito de la ciencia espiritual, no sucumbir a todo tipo de fantasías, pues aquí la ciencia exterior ha sucumbido a la fantasía de que atribuyendo una naturaleza anímica a la Venus atrapamoscas, ésta puede ser arrojada junto con la naturaleza anímica humana o animal. Si se hace esto, también habría que atribuir un alma a otras entidades que atraen a los animales pequeños y, cuando éstos se han acercado, los rodean con sus tentáculos para que queden atrapados en su interior. Si se habla de un alma en la Venus atrapamoscas, ¡también se puede atribuir un alma a una ratonera! Sin embargo, no debemos hablar así. En cuanto se desea penetrar en el espíritu, hay que comprender las cosas con precisión y exactitud, y no se debe concluir de cualidades externas aparentemente similares que las cualidades internas funcionan de la misma manera.

Ya he llamado la atención sobre el hecho de que algunos animales muestran algo parecido a la memoria. Cuando un elefante es conducido al abrevadero y en el camino alguien le irrita, puede ocurrir que cuando el elefante regresa haya retenido agua en su trompa y rocíe a la persona que antes le irritó. Se dice que aquí se ve que el elefante tiene memoria, que se acordó de la persona que le irritó y resolvió: "¡A la vuelta le rociaré con agua!". Pero no es así. En la vida anímica es importante que sigamos exactamente el proceso interior y que no hablemos inmediatamente de memoria cuando un acontecimiento posterior se produce como efecto de una causa anterior. Sólo cuando un ser mira verdaderamente hacia atrás, hacia algo que tuvo lugar en un momento anterior, tenemos que ver con la memoria; en todos los demás casos se trata sólo de causa y efecto. Esto significa que tendríamos que examinar exactamente la estructura del alma del elefante si quisiéramos ver cómo el estímulo aplicado da lugar a algo que provoca un efecto después de cierto tiempo.

Por lo tanto, no debemos interpretar cosas como lo que encontramos en la Venus atrapamoscas pensando que toda la disposición de la planta está ahí para determinar una naturaleza anímica interna de la planta, sino que lo que allí ocurre viene de fuera. Incluso en tal caso, la planta sirve como órgano de todo el organismo terrestre. En esta investigación en el siglo XIX fue mostrado particularmente cómo las plantas, por un lado, pertenecen al yo de la tierra y, por otro, al aura de la tierra -el cuerpo astral, el mundo de sensaciones y sentimientos de la tierra-. En realidad, uno puede estar agradecido a aquellos científicos naturales -como Gottlieb Haberlandt- que se limitaron a presentar los hechos que descubrieron en sus investigaciones, y no extrajeron -como Raoul France u otros- de estos resultados conclusiones puramente externas. Si el científico natural presentara las cosas como realmente son, entonces uno podría estarle agradecido; si extrae de ellas conclusiones sobre la vida anímica de una sola planta, sin embargo, también debería concluir inmediatamente algo sobre la vida anímica de un solo cabello o diente.

Si estudiamos ahora las plantas productoras de grano, descubriremos pequeños órganos notables presentes en todas estas plantas. Se descubren pequeñas estructuras en las células de almidón. Estas células están construidas de una manera bastante notable, de modo que dentro de ellas hay algo así como un grano suelto. Estas estructuras tienen la propiedad única de que la pared celular permanece insensible al núcleo en un solo punto. Si el grano se desplaza a otro punto, toca la pared celular, lo que hace que la planta vuelva a su posición anterior. Tales células de almidón se encuentran en todas las plantas cuya orientación principal es hacia el centro de la tierra, de modo que la planta tiene un órgano en su interior que siempre hace posible que se dirija en su orientación principal hacia el centro de la tierra. Este descubrimiento, realizado durante el siglo XIX por diversos científicos, es ciertamente maravilloso, y resulta más notable si se presenta simplemente tal cual. Aunque Haberlandt, por ejemplo, crea que se trata de una especie de percepción sensorial por parte de las plantas, presenta no obstante los hechos con tal claridad que hay que agradecer especialmente su presentación seca y sobria.

Pero hablemos ahora de otra cosa. Si se estudia la hoja de una planta, se descubre que, en realidad, la superficie exterior es siempre un compuesto de muchas pequeñas estructuras parecidas a lentes, similares al cristalino de nuestro ojo. Estas "lentes" están dispuestas de tal forma que la luz sólo es eficaz si incide sobre la superficie de la hoja desde una dirección muy concreta. Si cae desde otra dirección, la hoja comienza instintivamente a girar de tal forma que la luz pueda caer en el centro de la lente, porque cuando cae hacia un lado actúa de otra manera. Así pues, en la superficie de las hojas de las plantas hay órganos para la luz. Estos órganos de luz, que en realidad pueden compararse con una especie de ojo, están repartidos por las plantas, pero la planta no ve por medio de ellos, sino que a través de ellos el ser solar mira al ser terrestre. Estos órganos luminosos hacen que las hojas de la planta tiendan siempre a colocarse perpendicularmente a la luz solar.

En esto -en la forma en que la planta se entrega a la actividad del sol en primavera y verano- tenemos la segunda orientación principal de la planta. La primera orientación es la del tallo, a través de la cual las plantas se revelan como pertenecientes a la autoconciencia de la tierra; la segunda orientación es aquella a través de la cual las plantas expresan la entrega de la tierra a la actividad de los seres solares.

Si ahora quisiéramos ir aún más allá, tendríamos que descubrir, si las consideraciones anteriores son correctas, que a través de esta entrega de la tierra al sol, las plantas expresan de algún modo la manera en que la tierra, a través de lo que produce, vive realmente en el gran macrocosmos. Tendríamos que percibir alguna cosa en las plantas, por así decirlo, que nos indicara que algo actúa en el mundo vegetal que es provocado en el exterior especialmente por el ser solar. Linneo señaló que ciertas plantas abren sus flores a las 5 de la mañana y a ninguna otra hora. Esto significa que la tierra se entrega al sol, lo que se expresa en el hecho de que ciertas plantas sólo pueden abrir sus flores a horas muy concretas del día; por ejemplo, Hemerocallis fulva, el lirio de día, florece sólo a las 5 de la mañana; Nymphaea alba, el nenúfar, sólo a las 7 de la mañana, y la Caléndula, sólo a las 9. De este modo, vemos una maravillosa expresión de la relación de la tierra con el sol, una relación que Linneo denominó "reloj solar". El adormecimiento de la planta, el plegamiento de los pétalos, también se limita a momentos muy concretos del día. En la vida de las plantas se aprecia una maravillosa regularidad.

Todo ello nos muestra cómo la tierra se entrega -lo mismo que el ser humano dormido- al gran mundo, viviendo en él. Del mismo modo que permite a las plantas florecer y marchitarse, nos muestra el entretejido espiritual entre el sol y la tierra. Sin embargo, mirando las cosas de este modo, tendríamos que decir que allí contemplamos profundos, profundos misterios de nuestro entorno. Para el buscador serio de la verdad, esto pone fin a la posibilidad -independientemente de lo fascinantes que sean los resultados de la investigación puramente material- de pensar en el sol meramente como una bola de gas que corre por el espacio; pone fin a la posibilidad de que la tierra pueda ser considerada tal y como es hoy por la astronomía y la geología. Hay razones de peso que deben llevar al científico natural concienzudo a admitir lo siguiente: '¡En lo que la ciencia natural revela, ya no se puede ver más que una expresión de la vida espiritual que subyace en la base de todo!'. Entonces consideramos las plantas como una expresión fisonómica de la tierra, como la expresión de los rasgos de nuestra tierra. Así, lo que llamamos nuestro sentimiento estético en relación con el mundo vegetal se profundiza especialmente a través de la ciencia espiritual. ¡Estamos ante los gigantescos árboles del bosque primitivo, ante la tranquila violeta o el lirio de los valles, y los miramos como individualidades únicas, sí, pero de tal manera que decimos, ahí se nos expresa el espíritu que vive en todo el espacio - ¡espíritu del sol! espíritu de la tierra! Del mismo modo que reconocemos en un ser humano la piedad o impiedad de su alma, también podemos hacernos una idea, a partir de lo que nos mira desde las plantas, de lo que vive como espíritu de la tierra, como espíritu del sol, de cómo pugnan entre sí o están en armonía. Allí nos sentimos como viviendo y tejiendo dentro del espíritu.

Sólo como ilustración de cómo la ciencia espiritual puede ser verificada por la ciencia natural del siglo XIX, les relataré lo siguiente. Los oyentes que hayan escuchado conferencias aquí en el pasado recordarán cómo he indicado que hay plantas en el mundo terrenal que están fuera de lugar, que no pertenecen a nuestro mundo. Una de esas plantas es el muérdago, que desempeña un papel tan notable en las leyendas y los mitos, porque se remonta a una condición planetaria anterior a nuestra Tierra y ha quedado atrás como vestigio de una evolución preterrenal. Por eso no puede crecer en la Tierra, sino que debe echar raíces en otras plantas. La ciencia natural nos muestra que el muérdago no tiene esas curiosas células de almidón que orientan la planta hacia el centro de la tierra. Podría ahora comenzar brevemente a desmontar poco a poco toda la botánica del siglo XIX, y descubriréis poco a poco cómo la cubierta vegetal de nuestra tierra es el órgano sensorial a través del cual el espíritu de la tierra y el espíritu del sol se contemplan mutuamente.

Si prestamos atención a esto, recibimos una ciencia -como parece apropiado para el mundo vegetal que amamos y que nos da tanta alegría- una ciencia que puede al mismo tiempo elevar nuestra alma, acercarla a este mundo vegetal. Con nuestra alma y nuestro espíritu sentimos que pertenecemos a la tierra y al sol; sentimos como si tuviéramos que levantar la vista hacia el mundo vegetal, por así decirlo, sentimos que pertenece a nuestra gran madre tierra. Debemos hacer esto. Todo lo que como animal o ser humano parece ser independiente del efecto inmediato del sol es en realidad, a través del mundo vegetal y su dependencia del mundo vegetal, indirectamente dependiente del sol. El ser humano no experimenta el tipo de transformaciones por las que pasan las plantas en invierno y verano, pero es la planta la que le da la posibilidad de tener esa constancia en sí mismo. Las sustancias que desarrolla la planta sólo pueden desarrollarse bajo la influencia del sol, a través de la interrelación del espíritu del sol y el espíritu de la tierra. Los hidratos de carbono sólo pueden surgir si el espíritu del sol y el espíritu de la tierra se besan a través del ser vegetal. Las sustancias desarrolladas aquí producen lo que los organismos superiores deben tomar en sí mismos para desarrollar el calor. Los organismos superiores sólo pueden desarrollarse a través del calor desarrollado al tomar las sustancias preparadas por el sol a través de las plantas.

Así pues, debemos mirar a la madre tierra como a nuestra gran madre nutricia. Hemos visto, sin embargo, que en la cubierta vegetal tenemos la fisonomía del espíritu vegetal, y a través de ella nos sentimos como en alma y espíritu. Miramos, por así decirlo -igual que miramos a los ojos de otra persona- al alma de la tierra, si comprendemos cómo manifiesta su alma en las flores y hojas del mundo vegetal.

Esto es lo que llevó a Goethe a ocuparse del mundo vegetal, lo que le condujo a una actividad que consistía fundamentalmente en mostrar cómo el espíritu actúa en el mundo vegetal y cómo en la planta la hoja se forma a partir del espíritu en las formas más diversas. Goethe estaba encantado de que el espíritu en la planta formara las hojas, las redondeara y también las llevara a enrollarse alrededor del tallo. Y fue notable cuando un hombre que realmente reconocía el espíritu - Schiller, que se reunió con Goethe después de una conferencia botánica en Jena - cuando Schiller, que no estaba satisfecho con la conferencia, dijo: "¡Eso fue sólo una observación de las plantas tal como son aisladamente!" con lo cual Goethe sacó una hoja de papel y esbozó a su manera, con unas pocas líneas, cómo para él el espíritu está activo en la planta. Schiller, que no era capaz de entender una presentación tan concreta del espíritu de la planta, dijo en respuesta: "¡Lo que estás dibujando ahí es sólo una idea!", a lo que Goethe sólo pudo decir: "¡Qué bonito es que yo pueda tener ideas sin saberlo y que incluso pueda verlas con mis propios ojos!".

 Especialmente en la forma en que un hombre como Goethe estudió el mundo vegetal en su viaje por el Brennero -cuando miró el dactilo con ojos completamente distintos-, la forma en que vio en éste cómo el espíritu actúa en la tierra y forma las hojas, nos muestra cómo podemos hablar de un espíritu común de la tierra que sólo se expresa en el múltiple ser vegetal como en su propio órgano especial. Lo que es físico es espíritu; simplemente tenemos la tarea de buscar el espíritu siempre de la manera correcta. Quien busque la planta tal como crece del espíritu común de la tierra, encontrará el espíritu de la tierra que Goethe ya tenía en mente cuando dejó que su Fausto se dirigiera al espíritu activo en la tierra, que dice de sí mismo:

In Lebensfluten, in Tatensturm
Wall' ich auf y ab,
¡Webe hin and her!
Geburt y Grab,
Ein ewiges Meer,
Ein wechselnd Weben,
Ein gluhend Leben,
So Schaff ich am sausenden Webstuhl der Zeit
Und wirke der Gottheit lebendiges Kleid.

En las mareas de la vida, en la tormenta de la acción,
arriba y abajo me balanceo,
De un lado a otro tejo libre,
El nacimiento y la tumba,
Un mar infinito,
Un tejido variado,
Una vida radiante,
Así en el telar zumbante del Tiempo es mi mano la que prepara
El manto siempre vivo que viste la Deidad.

La persona que contempla de este modo el espíritu en la vida vegetal de la tierra se siente fortalecida al ver lo que debe considerar su ser interior derramado sobre todo el entorno que se le permite habitar. Y debe decirse a sí mismo: "Si estudio lo que rodea mi espacio, encuentro confirmado que el origen de todas las cosas se encuentra en el dominio del espíritu". Y una expresión de la relación del espíritu humano y el alma humana, y también de la relación del alma vegetal y el espíritu vegetal, podemos englobarla en estas palabras:

Die Dinge in den Raumesweiten,
Sie wandeln sich im Zeitenlauf.
Erkennend lebt die Menschenseele
Durch Raumesweiten unbegrenzt
Und unversehrt durch Zeitenlauf.
Sie findet in dem Geistgebiet
Des eignen Wesens tiefsten Grund.

Al sentido del hombre hablan
Las cosas en amplitudes de espacio
Transformándose en el curso del tiempo.
Conociendo vive el alma humana
Sin límites por las amplitudes del espacio,
inalterada por el curso del tiempo;
Encuentra en el reino del espíritu
El suelo más profundo de su propio ser.
Traducido por J.Luelmo feb.2023

GA060-5 Berlín, 24 de noviembre de 1910 -La esencia del dormir

 

Índice

LA ESENCIA DEL DORMIR

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 24 de noviembre de 1910


Está en la naturaleza de las consideraciones científicas actuales que se hable, de hecho, muy poco dentro de la ciencia común de fenómenos como al que hoy queremos dedicar esta hora. Y, sin embargo, todo ser humano debería sentir que el dormir es algo que se sitúa en los fenómenos de nuestra vida de tal manera como si fuera precisamente a través de él que se nos plantearan los mayores enigmas de la vida. Probablemente siempre se ha sentido este misterio y significado del dormir cuando se ha hablado de él como del "hermano de la muerte". Hoy tendremos que limitarnos a la discusión del dormir como tal, pues las siguientes conferencias nos conducirán de nuevo a la contemplación de la muerte en muchos aspectos.
Todo lo que el hombre debe contar como parte de su experiencia anímica en sentido inmediato, todas las ideas que pesan de la mañana a la noche, todas las sensaciones y sentimientos que componen el drama del alma del hombre, todos los dolores y sufrimientos, incluso los impulsos volitivos, se hunden, por decirlo así, en una oscuridad indefinida cuando el ser humano se duerme. Y muchos filósofos podrían, por así decirlo, equivocarse en sí mismos cuando hablan de la esencia del alma, de la esencia de lo espiritual, que se revela en la naturaleza humana, y de la que, sin embargo, deben admitir que en el curso de cada día, -por muy bien que se haya dejado arrebatar en conceptos e ideas y por muy bien que se haya explorado-, parece en el fondo perderse en la nada.
Si consideramos los fenómenos de la vida anímica de la forma en que uno está acostumbrado a considerarlos, tanto científicamente como en términos profanos, debemos decir básicamente que se extinguen durante el tiempo que dormimos, que desaparecen. Para los que sólo quieren mirar aquello que se manifiesta en el cuerpo proveniente del alma, el hombre es hasta cierto punto un enigma cuando se piensa más profundamente. Pues las funciones corporales propiamente dichas, las actividades corporales, continúan durante ese dormir.  Sólo cesa lo que solemos llamar el alma. La única cuestión ahora es si estamos hablando en el sentido correcto sobre lo corporal y lo espiritual si realmente incluimos lo espiritual en todo su alcance en lo que parece extinguirse al quedarse dormido. O si incluso la observación ordinaria de la vida, si ahora prescindimos por completo de consideraciones científico-espirituales o antroposóficas, puede mostrarnos que esta alma también está activa, demuestra su eficacia incluso cuando está envuelta en el dormir. Sin embargo, si se quiere ganar algo de claridad sobre estos conceptos, también se podría decir que si se quieren observar los fenómenos de la vida en el sentido correcto en este campo, hay que anteponer conceptos exactos al alma.  
A modo de introducción, me gustaría mencionar desde el principio que la ciencia espiritual o antroposofía no está en condiciones de hablar de forma tan general como se quiere hacer hoy en día, incluso con respecto a este tema. Cuando hoy hablamos de la naturaleza del dormir, hablaremos sólo del dormir del ser humano. Pues la ciencia espiritual sabe muy bien -y esto se ha tratado muchas veces en la última conferencia en relación con otros campos- que lo que parece ser lo mismo exteriormente en tal o cual apariencia en diferentes clases de seres puede basarse en causas muy diferentes dentro de los seres en cuestión. Hemos indicado esto para la muerte, para toda la vida espiritual y para el desarrollo de la vida espiritual en animales y seres humanos. Hablar hoy del dormir de los animales sería ir demasiado lejos. Por eso queremos decir de antemano que todo lo que se diga hoy se dirá sólo para el dormir del hombre.
Los seres humanos podemos hablar de fenómenos anímicos en nuestro interior, -todo el mundo lo siente-, por medio de nuestra conciencia, por el hecho de que tenemos conciencia de lo que imaginamos, de lo que queremos, de lo que sentimos. Ahora debe surgir la pregunta, -y es extraordinariamente importante para nuestras observaciones actuales en particular-, ¿Podemos sin más mezclar el concepto de conciencia, tal como lo conocemos para la conciencia normal del hombre en el presente, con el concepto del alma o de lo espiritual en el hombre? Para que estos conceptos queden claros en un primer momento, me gustaría recurrir a una comparación. Un hombre puede pasearse por una habitación y en ningún lugar de los diversos puntos en los que se encuentra puede ver nada de su propio semblante. Sólo en un lugar, en el que puede mirarse en el espejo, puede ver algo de su propio rostro. Allí, la forma de su propio rostro se le aparece en una imagen. ¿No resulta ser una gran diferencia para el ser humano que sólo se pasee por la habitación y viva en sí mismo, o que vea lo que así vive en la imagen del espejo?  Este podría ser quizás el caso de la conciencia humana de una forma algo generalizada.
El hombre podría, por así decirlo, vivir su vida anímica, y que esta propia vida anímica -tal como la vive- tendría que llegar primero a su conocimiento, a su conciencia, oponiéndosele en una especie de espejo. Podría muy bien ser el caso. Podríamos decir, por ejemplo: Es muy concebible que la vida anímica humana continúe, independientemente de que el ser humano esté despierto o dormido, pero que el estado de vigilia consista en que el ser humano perciba su vida anímica a través de un reflejo -digamos primero a través de un reflejo dentro de su corporeidad- y que no pueda percibirla mientras duerme porque no se refleja en su corporeidad.
En principio, esto no demostraría nada, pero al menos habríamos adquirido dos conceptos. Podríamos distinguir entre la vida anímica como tal y entre la toma de conciencia de la vida anímica.  Y podríamos pensar que para nuestra conciencia, para nuestro conocimiento de la vida anímica, tal como nos encontramos actualmente en la vida humana normal, todo depende de que recibamos la vida anímica reflejada a través de nuestra corporeidad, porque si no la recibiéramos reflejada, no podríamos saber nada de ella. Entonces estaríamos completamente en un estado dormido.  Ahora que hemos adquirido estos conceptos, tratemos de llevar un poco ante nuestra alma la apariencia de la vida despierta y de la vida dormida. 
Aquel que es capaz de observar realmente la vida puede sentir muy claramente, se podría decir mirar, cómo transcurre realmente el momento de quedarse dormido. Puede percibir cómo las ideas, los sentimientos se vuelven más débiles, más débiles en su su brillo, su intensidad. Pero eso no es lo esencial. Mientras el ser humano está despierto, vive de tal manera que crea orden en toda su vida imaginativa a partir de su yo autoconsciente, por así decirlo, resume todas las ideas con su yo. 
Porque a partir del momento en que no uniéramos nuestras ideas con nuestro yo en la vida de vigilia, no podríamos llevar una vida anímica normal. Tendríamos un grupo de ideas que relacionaríamos con nosotros mismos, que llamaríamos nuestras ideas, y otro grupo que miraríamos como algo extraño, como un mundo exterior. Sólo las personas que experimentan una escisión de su yo, que es una condición anómala para la persona actual, podrían tener tal disgregación de su vida imaginativa en diferentes áreas. En los seres humanos corrientes, lo esencial es que todas las ideas estén relacionadas con un punto en perspectiva: con el yo autoconsciente. En el momento de empezar a dormirnos sentimos claramente cómo, por así decirlo, el yo se ve al principio abrumado por las ideas, aunque éstas se oscurecen. Las ideas afirman su independencia, viven una vida propia, por así decirlo se forman nubes individuales de ideas en el horizonte de la conciencia, y el yo se pierde ante las ideas. Entonces el ser humano siente cómo las sensaciones de ver, oír, etc., se vuelven cada vez más apagadas, y finalmente siente cómo los impulsos volitivos se paralizan. Ahora debemos señalar algo que, en el fondo, ya es claramente observado por pocas personas. Además, mientras que en la vida diurna el hombre ve las cosas con contornos definidos, siente que en el momento de quedarse dormido algo se afirma como encerrado en una niebla indefinida, que a veces enfría, a veces se afirma con otras sensaciones en ciertas partes del cuerpo: en las manos, en las articulaciones, en las sienes, en la columna vertebral, etc.  Son sensaciones que la persona que se duerme puede observar bastante bien. Se podría decir que son experiencias triviales que se pueden tener todas las noches al dormirse, si uno quiere.
Mejores experiencias tienen ya las personas que, a través de un entrenamiento más preciso de su vida anímica, observan con mayor precisión el momento de quedarse dormidas. Entonces pueden sentir algo parecido a despertarse a pesar de haberse dormido. Lo que estoy diciendo ahora lo puede corroborar cualquiera que haya adquirido algunos métodos para observar realmente estas cosas, pues se trata de un fenómeno humano general. En el momento en que la gente siente algo como el despertar cuando se duerme, es de tal manera que uno puede decir realmente: Algo se despierta como una conciencia que se extiende, algo como la moralidad del alma se despierta. Este es el caso.
Y es particularmente evidente cuando tales personas hacen observaciones en relación con lo que han experimentado en el día anterior, con lo cual están satisfechos en su conciencia. Lo sienten especialmente en este momento de despertar moral. Al mismo tiempo, este sentimiento es completamente opuesto al sentimiento del día. Mientras el sentimiento del día se muestra en la forma en que las cosas se acercan a nosotros, el que se duerme siente como si su alma se derramara sobre un mundo que ahora despierta y que incluye principalmente una expansión, una efusión de sentimiento sobre eso, lo que el alma puede experimentar por sí misma como por una conciencia que se expande en relación con su interioridad moral. Se produce entonces un momento, que para quien se duerme parece mucho más largo, de una placidez interior cuando se trata de extenderse sobre las cosas con las que el alma puede estar de acuerdo, y a menudo es un sentimiento de estar profundamente desgarrada cuando tiene que reprocharse a sí misma.  En resumen, el hombre moral, agobiado durante el día por las impresiones más fuertes de los sentidos, se estira y se siente muy especial en el momento de dormirse. Y todo el que haya adquirido cierto método, o tal vez sólo un sentimiento, respecto a tales observaciones, sabe que en este momento se despierta un cierto anhelo, que podemos describir de esta manera: Uno quiere que este momento se prolongue hasta lo indefinido, para que no llegue a su fin. Pero entonces llega algo como una sacudida, una especie de movimiento interior. Para la mayoría de la gente es muy difícil describirlo. La investigación espiritual puede, por supuesto, describir este movimiento interior con bastante precisión. Se trata, por así decirlo, de una exigencia que el alma se plantea a sí misma: ¡ahora debes esforzarte aún más, entregarte aún más! Pero al plantearse esta exigencia a sí misma, el alma se pierde en la vida moral que la rodea. Es como echar una pequeña gota de color en el agua y hacer que se disuelva: al principio todavía se ve el color, pero cuando la gota se extiende por toda el agua, se desvanece cada vez más, y al final cesa la aparición del color como tal. Así, cuando el alma comienza a expandirse, a vivir en su reflejo moral, todavía se siente a sí misma; pero el sentimiento cesa cuando se produce la sacudida, el movimiento interior, cuando la gota con su color se pierde en el agua.
Esto no es una teoría, se puede observar y es accesible a todo el mundo, igual que una observación científica es accesible a todo el mundo. Sin embargo, si observamos el quedar dormidos de esta manera, podemos decir que con el quedarse dormido, el ser humano atrapa, por así decirlo, algo que después ya no puede estar en su conciencia. El hombre tiene -si se me permite hacer uso ahora de las dos ideas construidas anteriormente- un momento de despedida, por así decirlo, del espejo de lo corpóreo, en el que le aparecen reflejados los fenómenos de la vida. Y como todavía no tiene la posibilidad de dejar que lo que debe reflejarse en el cuerpo se refleje en otra cosa, cesa la posibilidad de percibir lo que él es.
Pero ahora también se puede, -si no se quiere ser absolutamente obstinado y rígido en lo que se refiere a lo anímico y al efecto de lo que se adentra en una oscuridad indeterminada-, percibir los fenómenos del día en cierto sentido. En otro lugar ya he señalado cómo un hombre que se ve obligado a memorizar esto o aquello, es decir, a aprender cosas de memoria, lo consigue mucho más fácilmente si duerme sobre ello más a menudo, y cómo el mayor enemigo de la memorización es restárselo a las horas de dormir. Incluso existe la posibilidad y la capacidad de memorizar más fácilmente cuando hemos dormido sobre el asunto que cuando queremos aprender algo de memoria de un tirón. Pero lo mismo ocurre con otras actividades del alma.
Pero podríamos convencernos fácilmente de que sería imposible aprender nada en absoluto, adquirir nada en lo que el alma tenga algo que ver, si no pudiéramos intercalar siempre los estados de dormir en nuestros estados de vida. La conclusión natural que hay que sacar de tales fenómenos es que nuestra alma necesita retirarse del cuerpo de vez en cuando para sacar fuerzas de una región que no está dentro del cuerpo, porque dentro del cuerpo se acaban de agotar las fuerzas correspondientes. Debemos imaginar que cuando nos despertamos  por la mañana, hemos traído con nosotros fuerzas del estado en el que nos encontrábamos, para poder desarrollar capacidades que no podríamos desarrollar si estuviéramos siempre atados a nuestro cuerpo. Así es como el efecto del dormir se manifiesta en nuestro ser ordinario, si queremos pensar con claridad sin obstinarnos.
Lo que aparece en general y para lo cual, (si nos mantenemos en la vida ordinaria), se necesita un poco de buena voluntad para mantener unidos los fenómenos individuales, aparece con toda claridad y nitidez cuando el ser humano experimenta desarrollos que pueden llevarle a ver realmente en la vida espiritual. Quisiera explicar aquí lo que sucede cuando el ser humano ha desarrollado las potencias dormidas del alma para llegar a ese estado en el que no puede percibir por los sentidos ni comprender mediante el intelecto. - Más detalles se darán en la conferencia nº VII de este mismo ciclo "Cómo alcanzar el conocimiento del mundo espiritual", donde se tratarán los métodos de forma bastante exhaustiva. - Ahora, sin embargo, hay que destacar algunas de las experiencias que puede tener un hombre que realmente se somete a tales ejercicios que, por así decirlo, dotan a su alma de ojos espirituales, de oídos espirituales, a través de los cuales puede ver el mundo espiritual, que no es un objeto de especulación, sino que es tan objeto como lo son los colores y las formas, el calor y el frío y los sonidos para el hombre que percibe sensorialmente. 
Las conferencias anteriores ya han revelado cómo se alcanza la verdadera clarividencia. Este desarrollo espiritual, estos ejercicios, consisten realmente en el hecho de que el ser humano extrae de sí mismo algo que tiene dentro de sí, adquiere otros órganos de cognición, efectúa una sacudida, por así decirlo, sobre el alma tal como es en el estado normal, y percibe así un mundo que está siempre a su alrededor, pero que no puede ser percibido en el estado normal. Sin embargo, cuando una persona realiza tales ejercicios, su dormir cambia al principio. Todos los que han llegado a su propia investigación espiritual lo saben. Ahora hablaré del primer estado de cambio en el dormir del investigador espiritual realmente clarividente.
Los primeros comienzos de esta posibilidad de investigación espiritual no hacen que el hombre parezca realmente muy diferente del estado ordinario y normal de conciencia. Pues cuando el hombre emprende ejercicios como los que discutiremos más adelante, al principio duerme como cualquier otro hombre y está tan inconsciente como cualquier otro hombre. Pero para el que ha pasado por los ejercicios del anímico-espirituales, el momento de despertar muestra algo muy especial. Y quiero exponer ante ustedes algunos fenómenos muy concretos, que son hechos.
Supongamos que una persona que hace este tipo de ejercicios piensa muy agudamente sobre algo que otra persona también podría meditar, él trata, dado que puede tener un problema muy difícil ante sí, de ejercer todos sus capacidades mentales para llegar al fondo de la cuestión. Puede ocurrirle lo mismo que a un escolar: que su fuerza mental no sea suficiente para resolver la tarea. Eso puede ocurrir.  Si, a través de sus ejercicios, ya tiene más experiencia de los estados mentales internos en conexión con los físicos, entonces cuando no puede hacer algo siente algo muy especial. Entonces, de una manera diferente a la habitual, siente que tiene una resistencia en sus órganos físicos, por ejemplo, en el cerebro. Realmente siente como si el cerebro se le resistiera, como sentimos, por ejemplo, la resistencia cuando queremos clavar un clavo con un martillo que pesa demasiado. Es entonces cuando el cerebro empieza a cobrar realidad. Por el modo en que el hombre suele utilizar su cerebro, no lo siente como si estuviera utilizando un instrumento, como ocurre con un martillo, por ejemplo. El investigador espiritual siente su cerebro, él se siente independiente de su pensar. Eso es una experiencia. Pero cuando no puede resolver una tarea, siente que ya no tiene la posibilidad de realizar ciertas actividades que tiene que llevar a cabo en el pensar.  Pierde poder sobre el instrumento y lo siente claramente. Es un hecho que se puede experimentar muy claramente.
Cuando el investigador espiritual se queda dormido ante el problema y se despierta, a menudo puede ocurrir que se sienta a la altura de la tarea sin más. Pero al mismo tiempo siente precisamente que antes de despertar ha hecho algo, que ha trabajado algo. Siente que mientras dormía ha sido capaz de llevar algo a la movilidad, a la actividad. Para el estado de vigilia se ha visto obligado a utilizar el cerebro. Lo sabe. No puede evitar utilizar el cerebro en el estado de vigilia. Pero ya no podía utilizarlo adecuadamente porque -como he descrito- le ofrecía resistencia. Mientras estaba dormido -él lo siente- no dependía del uso del cerebro. Era capaz de crear una cierta movilidad sin el cerebro, que por otra parte estaba demasiado cansado o demasiado ocupado. Ahora siente algo bastante peculiar: percibe su actividad, que ejerció mientras dormía, pero no directamente. El Señor (NdT. el cerebro?), no aporta lo suyo mientras duerme. No se libra de que ahora deba resolver el problema en el estado de vigilia. Puede que le corresponda, pero no suele ser así, y menos en el caso de cosas que ahora deben ser resueltas por el cerebro.
Entonces el ser humano siente algo que nunca antes había conocido en el mundo de los sentidos, siente su propia actividad como si viviera en imágenes, en extrañas imágenes que están en movimiento, -como si los pensamientos que necesita fueran seres vivos que entran en todo tipo de relaciones entre sí. De este modo, siente su propia, -llámese actividad del pensar, que ha ejercido mientras dormía-, como una serie de imágenes. Esta sensación es difícil de describir porque uno está atrapado en ella de una manera bastante peculiar y tiene que decirse a sí mismo: ¡Eres tú mismo! Pero, por otra parte,  esta sensación se puede diferenciar de uno mismo del mismo modo que uno puede diferenciar un movimiento externo hecho por uno mismo, de lo que uno mismo es. Entonces uno tiene imágenes, imaginaciones de una actividad que se realizó antes de despertarse. Y ahora podemos darnos cuenta, si hemos aprendido a prestarnos atención, de que estas imágenes de una actividad que tuvo lugar antes de despertarnos conectan con nuestro cerebro y lo convierten en un instrumento más flexible, más útil, de modo que somos capaces de completar algo que antes no podíamos hacer porque había resistencia, por ejemplo, a pensar determinados pensamientos. Estas cosas están muy bien, pero sin ellas no se puede llegar realmente al secreto del dormir. Entonces uno siente que no ha realizado una actividad como en la vigilia, sino una actividad que ha servido para restaurar ciertas cosas en el cerebro que se habían agotado, y que uno ha reconstruido el instrumento como antes no podía construirlo. Uno se siente como un maestro de obras maestro constructor de sus propios instrumentos.
Hay una diferencia considerable entre la sensación que se tiene durante una actividad de este tipo y una actividad del día. En la actividad del día, se tiene una sensación que puede compararse a la de dibujar algo a partir de un modelo. Aquí me veo obligado a orientarme en cada trazo o mancha de color hacia la imagen que tengo delante. Con las cosas que aparecen como cuadros en el momento de despertarse y que, por así decirlo, representan una actividad durante el dormir, uno tiene la sensación como si tuviera que inventar los trazos por sí mismo y crear las figuras a partir de sí mismo, sin estar atado a un modelo. Con tal apariencia uno ha interceptado, por así decirlo, lo que el alma hizo antes de despertar: uno ha interceptado la actividad de la regeneración del cerebro. Porque uno se va dando cuenta de que lo que siente como una especie de recubrimiento de los órganos cerebrales con lo que recuerda como figuras no es otra cosa que una reconstrucción de lo que se ha destruido en él durante el día.  Uno se siente realmente como un maestro constructor de sí mismo. 
Ahora, básicamente, la diferencia entre un investigador espiritual que percibe tales cosas y una persona ordinaria es sólo que el investigador espiritual las percibe, mientras que la persona ordinaria no puede prestarles atención y no las percibe. Pues la misma actividad que realiza el investigador espiritual la realiza todo ser humano, sólo que el ser humano corriente no capta el momento en que los órganos se construyen de nuevo a partir de la actividad durante el sueño. Tomemos tal experiencia y comparémosla ahora con lo que hemos dicho antes, con el embotamiento y el embotamiento, con la disminución del brillo de la vida imaginativa cotidiana a medida que nos dormimos. Este último fenómeno sólo puede verse realmente bajo la luz adecuada si uno se libera de las ideas tan sugestivas de aquellas cosmovisiones actuales que creen pisar el firme suelo de la ciencia natural, o si uno se deja influir realmente por los resultados actuales de la investigación natural. En el caso de la investigación del cerebro, por ejemplo, las personas que piensan con más precisión ya no podrán hacer otra cosa que admitir, según los resultados de la investigación natural, la independencia del alma respecto al cuerpo. Y es muy interesante que recientemente haya aparecido un libro popular en el que básicamente todo sobre la vida espiritual y las fuentes de la vida espiritual se presenta de forma errónea, completamente sin perspicacia. Pero en este libro, "El cerebro y el ser humano" de William Hanna Thomson, se dicen muchas cosas muy inteligentes. Sobre todo, trata de la investigación contemporánea sobre el cerebro y de muchas otras cosas que se presentan, por ejemplo -sobre las que ya he llamado la atención varias veces- con los síntomas de la fatiga, que son tan instructivos. 
Pero ya he explicado que los músculos o los nervios no se cansan de ninguna otra manera salvo por causa de la actividad consciente. Mientras nuestros músculos sólo sirvan a la actividad orgánica, no pueden cansarse, pues sería malo que, por ejemplo, el músculo cardíaco y otros músculos tuvieran que descansar. Sólo nos cansamos cuando ejercemos una actividad que no es innata al organismo, es decir, cuando ejercemos una actividad que pertenece a la vida consciente del alma. Por lo tanto, hay que decir: Si la vida del alma fuera tan innata en el ser humano como la actividad del corazón, entonces esta enorme diferencia entre cansarse y no cansarse no sería explicable en absoluto. Por lo tanto, el autor de este libro se siente obligado a admitir que el alma se relaciona con el cuerpo del mismo modo que un jinete se relaciona con un caballo, es decir, que es completamente independiente del cuerpo. Esta es una concesión bastante enorme por parte de una persona científicamente pensante. Y uno puede llegar a tener sentimientos bastante peculiares cuando un hombre, obligado por la investigación natural de la época actual, llega a admitirse a sí mismo que la relación de la vida espiritual con la corporal debe considerarse aproximadamente como la relación del jinete con el caballo, es decir, según la imagen que en épocas anteriores, cuando se veía más en lo espiritual, se imaginaba en el centauro. No hay nada que demuestre que el autor de este libro pensara en esto, pero este pensamiento brota de nuevo a través de la concepción científica, y uno tiene sensaciones de tales concepciones, que vienen de tiempos en los que una cierta clarividencia estaba todavía presente para mucha gente.
Sin embargo, ciertas ideas modernas sobre los centauros parecen corresponderse mejor con lo que me contó una vez un caballero. La persona en cuestión dijo: "Los griegos vieron a los escitas o a otros jinetes que venían del norte, pero es posible que los vieran surgir de la niebla, por lo que no pudieron distinguir con exactitud esas figuras y entonces pensaron que habían surgido del caballo. El materialista puede darse por satisfecho con tal explicación. Pero son precisamente las investigaciones científicas actuales las que nos obligan a admitir la independencia del alma con respecto al cuerpo. 
Ciertamente, podremos darnos cuenta de una cosa, y podremos seguirla mejor si evocamos ciertos fenómenos que no son corrientes, pero que, sin embargo, están presentes y no se pueden negar. El investigador espiritual sabe cómo aquel hombre sencillo del campo empezó de repente a hablar en latín a la hora de su muerte, idioma que en realidad nunca había utilizado, y del que se pudo probar que sólo lo había oído una vez de pequeño en la iglesia. Esto no es una fábula, sino una realidad. Por supuesto, no entendió nada de eso cuando lo oyó o lo recitó. Pero es verdad. A partir de esto, todo hombre debería formarse la idea de que lo que nos afecta desde el entorno contiene algo muy diferente de lo que tomamos en nuestra conciencia ordinaria. Pues lo que tomamos en nuestra conciencia ordinaria depende de muchas maneras de qué tipo de educación tenemos, para qué tenemos entendimiento, y cosas por el estilo. Pero no sólo aquello para lo que tenemos entendimiento se une a nosotros, sino que tenemos en nuestro interior la posibilidad de asimilar infinitamente más de lo que conscientemente asimilamos. Incluso podemos observar en cada ser humano cómo, en determinados momentos, aparecen en él ideas que, en aquel entonces, cuando las experimentaba aquí o allá, no eran tan fuertemente observadas, de modo que tal vez no pueda recordar nada en absoluto. Pero a través de ciertas cosas reaparecen, colocándose tal vez incluso en el centro de la vida del alma. Debemos admitir que lo que constituye la extensión de nuestra vida anímica es infinitamente más de lo que podemos tomar en nuestra conciencia cotidiana y abarcar con ella. 
Esto es extraordinariamente importante. Porque de este modo nuestra mirada se dirige, por así decirlo, hacia un ser interior que está dentro de nosotros, que en realidad sólo puede causar una leve impresión en nuestra corporeidad por la razón de que apenas se ha notado, y que, sin embargo, vive dentro de nosotros. De este modo se nos señala el sustrato de nuestra vida anímica, que en realidad debería estar ahí para todo ser humano racional. Pues todo ser humano racional debería decirse a sí mismo: Para su conciencia, lo que le rodea en el mundo, mientras mira conscientemente el mundo, depende básicamente de la disposición de sus órganos sensoriales y de lo que puede comprender. Y nadie está justificado en querer limitar lo que es real por lo que puede percibir. Sería bastante ilógico negar al investigador espiritual que existe un mundo espiritual detrás del mundo físico, por la sencilla razón de que el hombre sólo puede decir lo que ve y oye y lo que puede pensar, y nunca puede juzgar lo que no puede percibir. Pues el mundo de lo real no es el mundo de lo perceptible. El mundo de lo perceptible está limitado por los órganos de los sentidos. Por lo tanto, nunca se debe hablar, -como en el sentido kantiano-, de límites del conocimiento, o de lo que el hombre podría saber o no saber, sino sólo de lo que se tiene ante sí de acuerdo con los propios órganos de percepción.
Cuando uno considera esto, debe decirse a sí mismo: Entonces, detrás de la alfombra de colores del mundo sensorial, detrás de lo que el sentido del calor percibe como calor o frío, etc., hay una realidad ilimitada. ¿Debería, por tanto, influir en nosotros sólo aquello que percibimos, o sólo aquella realidad que percibimos? Lógicamente sólo es sostenible si pensamos que a través de nuestra percepción se nos da una parte, una sección de toda la realidad, que detrás de lo que se nos puede dar a través de nuestra percepción se esconde una realidad ilimitada, que sin embargo también es real para nosotros, pues estamos situados en ella, de modo que lo que surge y vive ahí fuera y tiene influencia sobre nosotros vive para nosotros. Pero, ¿Cómo es en realidad nuestra vida cotidiana despierta? Entonces tendríamos que imaginarnos nuestra vida cotidiana despiertos de tal manera -y no hay otra posibilidad en absoluto- que digamos: Abrimos nuestros sentidos, nuestra facultad cognoscitiva a una inmensidad y nos enfrentamos a esta inmensidad. Al tener tales ojos, tales oídos, tal sentido del calor, etc., colocamos frente a nosotros una determinada parte de la realidad; rechazamos lo otro, lo rechazamos por así decirlo, lo excluimos de nosotros. ¿En qué consiste entonces nuestra actividad consciente? Consiste en defendernos, en excluir otra cosa. Y al ejercer nuestros órganos sensoriales, es una retención de algo que no se percibe. Lo que percibimos es el remanente que queda de lo que se extiende a nuestro alrededor, y que en su mayor parte rechazamos.  Por eso nos sentimos activamente situados en el mundo, nos sentimos conectados a él. 
Mediante nuestra actividad sensorial nos defendemos, por así decirlo, contra la cantidad de impresiones, en la medida en que, -hablando en sentido figurado-, no podemos soportar toda la infinitud inconmensurable y sólo captamos una parte de ella. Si pensamos de este modo, debemos pensar en relaciones entre todo nuestro organismo, entre toda nuestra corporeidad y entre el mundo exterior muy distintas de las que podemos percibir o comprender con el intelecto. Entonces no es tan descabellado pensar que estas relaciones que tenemos con el mundo exterior viven en nosotros, que lo invisible, lo suprasensible o lo extrasensorial está también activo en nosotros, que lo extrasensorial, al estar activo en nosotros, se sirve de los sentidos para fabricar una porción de todo lo inconmensurable de la realidad. Pero entonces nuestra relación con la realidad es muy diferente de lo que podemos percibir a través de nuestros sentidos. Entonces hay algo en la relación de nuestra alma con el mundo exterior que no se acaba con la percepción de los sentidos, que escapa a la conciencia despierta del día, - con nosotros sucede lo mismo que cuando nos ponemos con nuestro ser ante un espejo y tenemos que decirnos a nosotros mismos: Tú eres esencialmente algo muy distinto; el espejo sólo te muestra la forma, quizá también los colores; pero tú piensas por dentro, sientes por dentro, el espejo no puede mostrarte todo eso, sólo te muestra lo que depende de sus leyes. Pero lo que eres como alma en relación con tu organismo, eres algo muy distinto de lo que te muestran tus sentidos; ellos te limitan a lo que conviene a sus leyes. Así que, de hecho, cuando te enfrentas al mundo -de forma similar al espejo-, ¡te enfrentas a un mundo que sólo es posible gracias a la disposición de tus sentidos!
Si reflexionan sobre esta idea hasta el final, ya no se sorprenderán de que, básicamente, toda la vida de nuestra conciencia cotidiana despierta dependa en gran medida de la disposición de nuestros órganos sensoriales y de nuestro cerebro, del mismo modo que lo que vemos de nosotros mismos en el espejo depende de la naturaleza del espejo. Cualquiera que se mire en un espejo de feria y vea la cara caricaturesca que se le aparece, admitirá fácilmente que la imagen que hay en él no depende de él, sino del espejo. Así, lo que percibimos depende de la disposición de nuestro aparato reflector, y nuestra actividad mental está limitada, reflejada de nuevo en sí misma, por así decirlo, al reflejarse en la vida del cuerpo. Entonces no es de extrañar que la sección -lo que también puede probarse fisiológicamente- dependa de lo corporal, en el sentido de que esto o aquello tiene lugar en la conciencia de un modo u otro, pues todo lo que hace el alma depende de la disposición de nuestro cuerpo, si es que ha de convertirse en conciencia, en conocimiento para nosotros. La observación nos muestra que los conceptos que construimos al principio corresponden perfectamente a los hechos. La única diferencia es que nuestra corporeidad es un espejo vivo. Dejamos el espejo en el que nos miramos tal y como es. Sin embargo, hay algo que puede perjudicar el reflejo: si respiramos sobre el espejo, éste deja de reflejarse correctamente. Pero el reflejo en nuestra corporeidad, que experimenta la actividad de nuestra alma, está conectado con el hecho de que mientras nos reflejamos en nuestra corporeidad, el propio reflejo es una actividad, un proceso en nuestra corporeidad, y que presentamos lo que allí aparece como reflejo como una actividad ante nosotros mismos. 
Así pues, la vida del cuerpo se nos presenta en realidad como cuando escribimos en cierto modo lo que pensamos y luego tenemos las letras ante nosotros. De este modo escribimos la actividad del alma en nuestra vida corporal. Lo que el anatomista constata son sólo las letras, el aparato exterior, pues no observamos completamente nuestra vida anímica si nos limitamos a observarla en la vida corporal, sólo la observamos completamente cuando la observamos independientemente de la vida corporal. Pero esto sólo puede hacerlo el investigador espiritual si observa la vida del alma tal como se refleja en la vida despierta del día. Muestra que la vida anímica es como un arquitecto que construye algo durante la noche y es el albañil durante el día. 
Ahora tenemos ante nosotros la vida del alma en estado de vigilia y en estado de sueño, y tenemos que pensar que en estado de sueño es independiente de la vida del cuerpo, igual que el jinete es independiente del caballo. Pero así como el jinete utiliza al caballo y consume sus fuerzas, de la misma manera el alma consume la actividad del cuerpo, de modo que se producen procesos químicos a modo de letras de la vida anímica. Así llegamos a un punto en que hemos desgastado tanto la vida del cuerpo, tal como está limitada en los sentidos, en el cerebro, que la agotamos primero. Después debemos iniciar el proceso inverso, comenzando la otra actividad, y reconstruir de nuevo lo que se ha desgastado. Esta es la vida del sueño, de modo que desde el alma realizamos dos actividades opuestas en nuestro cuerpo. Mientras estamos despiertos, tenemos a nuestro alrededor nuestro mundo de ideas, alegrías y penas, sentimientos y demás. Pero mientras tenemos esto ante nosotros, desgastamos nuestra vida corporal, básicamente la destruimos continuamente. Mientras dormimos, somos los arquitectos donde reconstruimos lo que destruimos durante la vida de vigilia.
¿Qué percibe el investigador espiritual? Percibe la actividad constructora en imágenes peculiares como movimientos giratorios, esta reconstrucción: un proceso real que es el reverso de la vida diurna habitual de la vigilia. En realidad, no es ninguna fantasía hablar de reconocer en estos movimientos entrelazados esa actividad misteriosa que el alma realiza en el dormir, y que consiste en restaurar lo que hemos destruido en la vida cotidiana. De ahí lo saludable y la necesidad vital del dormir.
¿Por qué la vida del dormir no llega a la conciencia? O mejor dicho, ¿por qué es la vida de vigilia la que llega a nuestra conciencia? Es porque tenemos algo así como imágenes especulares en los procesos que llevamos a cabo en la vida cotidiana; pero al realizar la otra actividad, la de restaurar lo desgastado, no tenemos nada en lo que pueda reflejarse. Nos falta el espejo para ello. Lo que hay en el fondo de todo esto sólo puede mostrarlo, una vez más, el investigador espiritual. A partir de cierto punto, el investigador espiritual experimenta no sólo la actividad mental tal como la he descrito, como un recuerdo onírico del sueño, sino como cuando no depende en absoluto del instrumento del cuerpo, de modo que entonces puede percibir una actividad que tiene lugar sólo en lo espiritual. Entonces puede decirse a sí mismo: Ahora no estás pensando con tu cerebro, sino que ahora estás pensando en formas completamente diferentes, ahora estás pensando imágenes, independientemente de tu cerebro. Pero el investigador espiritual sólo puede llegar a experimentar algo como lo descrito, cuando experimenta que no desaparece todo lo que yace a su alrededor como una niebla cuando se duerme, sino cuando la niebla que es perceptible en las sienes, en las articulaciones, en la columna vertebral, se convierte en algo a partir de lo cual se refleja lo que él hace -al igual que se refleja lo que experimentamos en la burda vida corporal-, cuando puede limitar y retirar su actividad en sí mismo. Toda la diferencia entre la verdadera clarividencia y la vida diurna ordinaria de vigilia consiste en que la vida diurna de vigilia, para llegar a la conciencia de la actividad del alma, necesita otro espejo, en el que se sirve para ello de la corporeidad, mientras que la actividad del clarividente, cuando irradia como actividad del alma, es tan fuerte que lo irradiado se retrae en sí mismo.
Así, por así decirlo, tiene lugar una reflexión en torno a la propia experiencia interior, en un organismo espiritual. En este organismo espiritual está básicamente nuestra alma durante el sueño, aunque no seamos investigadores espirituales. En él se derrama. Y no podemos llegar a comprender toda la vida del sueño si no tenemos claro que, de hecho, nuestros procesos corporales -todo lo que la anatomía, la fisiología, pueden investigar- no son más que el reflejo de los procesos del alma, y que estos procesos del alma viven siempre en una existencia espiritual desde que nos dormimos hasta que nos despertamos. Si pensamos de otro modo, no podemos entendernos en absoluto.  Por lo tanto, debemos hablar, por así decirlo, de una misteriosa vida anímica que no puede entrar en absoluto en la conciencia intervenida por el cuerpo. Si, por tanto, se ven aparecer en la conciencia de una persona ideas a las que no ha prestado atención durante mucho tiempo, hay que decir, no obstante: Hay algo más presente en el ser humano que las ideas de la vida anímica consciente que se absorben en la atención.
Ahora ya he indicado que es un juego de niños refutar las cosas que para el investigador espiritual son una realidad. Pero son ciertas. La investigación espiritual debe hablar del hecho de que nos encontramos con el cuerpo físico humano, que podemos ver con los ojos y agarrar con las manos, y que también es conocido por la anatomía y la fisiología. Además, tenemos el cuerpo astral como miembro interno del ser humano, portador de todo lo que el ser humano capta con la conciencia, lo que realmente experimenta durante su vida diaria de tal manera que puede recibirlo reflejado del cuerpo. Entre el cuerpo astral y el cuerpo físico se encuentra el portador de ideas que pasan desapercibidas durante años, que luego son llevadas al cuerpo astral y después se viven. En resumen, hablamos de que el cuerpo etérico del hombre está activo entre el cuerpo astral, portador de la conciencia, y el cuerpo físico. Este cuerpo etérico no es sólo el portador de tales ideas inadvertidas, sino en general el constructor de todo el cuerpo físico. 
Ahora bien, ¿Qué capacidad adquiere el investigador espiritual, en el sentido de que se hace consciente de las cosas también durante el dormir, aunque no se apoye en su cerebro? Allí adquiere la capacidad de percibir en algo y de poder reflejar la actividad de su alma, que teje y vive para él entre las cosas de tal manera que puede ser percibida en la conciencia diurna de vigilia de la misma forma que su propio cuerpo etérico. El cuerpo etérico del ser humano se teje a partir de aquello a través de lo cual el clarividente percibe; de modo que para el clarividente el mundo exterior se convierte en reflejo, igual que para la vida anímica del ser humano corriente la corporeidad física se convierte en reflejo.
Existen estados intermedios entre la vigilia y el dormir. Uno de estos estados intermedios es el sueño. En cuanto a su origen, la investigación espiritual demuestra que el sueño se basa, en efecto, en algo parecido a la clarividencia, sólo que esta última es algo entrenado, mientras que el sueño es siempre fantástico. Cuando el hombre sale con el cuerpo astral, pierde la posibilidad de recibir su vida anímica reflejada a través del cuerpo físico. Pero bajo ciertas condiciones anormales, que se producen para cada ser humano, puede recibir la capacidad de tener sus experiencias anímicas reflejadas a través del cuerpo etérico. Porque, de hecho, no sólo debemos considerar el cuerpo físico como un aparato reflector, sino también el cuerpo etérico, ya que mientras el mundo exterior ejerza una impresión sobre nosotros, es de hecho el cuerpo físico el que es como un aparato reflector. Pero cuando nos silenciamos en nuestro interior y procesamos las impresiones que el mundo exterior ha dejado en nosotros, entonces trabajamos en nuestro interior, pero nuestros pensamientos siguen siendo reales. Vivimos nuestros pensamientos, y también sentimos que dependemos de algo más sutil que nuestro cuerpo físico, a saber, del cuerpo etérico. Entonces, el cuerpo etérico es el que está reflejado en nosotros en la sensación aislada, que no se basa inicialmente en ninguna impresión exterior. Pero en la conciencia despierta del día estamos atrapados en nuestro cuerpo etérico; percibimos lo que se refleja, pero no percibimos directamente la actividad del cuerpo astral. Puesto que en un estado intermedio entre la vigilia y el dormir no tenemos la capacidad de recibir impresiones sensoriales externas, pero sí en cierto modo algo que está conectado con nuestro cuerpo etérico, éste puede reflejarnos lo que experimentamos en nuestra alma con nuestro cuerpo astral. Estos son pues los sueños, que, debido a que el ser humano está en un estado bastante inusual, muestran esa falta de reglas.
Si tenemos esto en cuenta, se nos aclararán muchas cosas sobre el mundo onírico que de otro modo nos resultarían bastante desconcertantes. Por lo tanto, tendremos que pensar que los fundamentos de la vida del alma están estrechamente relacionados con la vida del sueño. Mientras que el cuerpo físico es el espejo de la vida anímica y nuestros intereses cotidianos tienen un efecto sobre ella, a menudo estamos conectados a través del cuerpo etérico de la manera más remota con experiencias que han quedado atrás hace mucho tiempo y que, debido a que la vida cotidiana tiene un fuerte efecto sobre nosotros, llegan a nuestra conciencia sólo tenuemente. Por lo tanto, siguen siendo algo muy desconocido para nosotros. Pero si observamos los sueños que realmente se basan en una buena observación, se nos pueden revelar muchas cosas extrañas. Por ejemplo, un buen compositor experimenta la imagen de una figura un tanto diabólica que toca una sonata para él. Se despierta y puede escribir la sonata. Algo se ha activado en él que ha actuado como un extraño. Y eso ha sido posible porque había algo en él para lo que el alma del compositor estaba madura, pero que no podía resultar eficaz en la vida despierta del día, porque la vida del cuerpo sólo era un obstáculo y no servía para reflejarlo. Ahí vemos que la vida del cuerpo es un obstáculo y tiene su importancia en esto. En la vida cotidiana sólo podemos experimentar aquello para lo que la vida corporal -metafóricamente hablando- está engrasada como una máquina. La vida corporal es siempre un obstáculo para nosotros. Pero hasta cierto punto conseguimos utilizar nuestra vida corporal. Uno necesita "inhibiciones" en todas partes. Cuando una locomotora corre sobre los raíles, son también los impedimentos, la fricción, lo que le permite correr, pues sin fricción las ruedas no podrían girar. Nuestros procesos corporales son en realidad los que inhiben nuestra vida anímica, y estos procesos inhibidores son al mismo tiempo los procesos reflejantes. Cuando estamos maduros para algo en nuestra alma y aún no hemos conseguido lubricar bien nuestra máquina, la vida despierta del día es un buen inhibidor. Pero cuando dejamos nuestro cuerpo físico, entonces nuestro cuerpo etérico - que debe parecernos algo bastante extraño, porque es de naturaleza más sutil - puede expresar lo que vive en la vida del alma. Si es lo suficientemente fuerte, se abre paso en la vida onírica, como en el caso del compositor. Esto tiene menos que ver con los intereses del día que con intereses ocultos que yacen más allá, en el subsuelo sutil. Por ejemplo, en lo siguiente.
Soy consciente de que sólo estoy contando algo que realmente se ha observado. Una mujer sueña -aunque tiene hijos a los que quiere mucho y un marido que la ama extraordinariamente- que está prometida por segunda vez y vive todos los acontecimientos por los que pasa con gran alegría. ¿Qué sueña?  Sueña experiencias que están muy lejos de su vida actual, por las que pasó una vez, pero que no reconoce, porque el interés ordinario del día sólo está relacionado con el cuerpo físico. Y lo que aún vive en su cuerpo etérico es reflejado desde el cuerpo etérico por otro acontecimiento, tal vez porque algún sentimiento de alegría desencadenó el sueño.
Un hombre sueña que está pasando por experiencias de la infancia. Y estas experiencias infantiles se reflejan de una manera maravillosa. Un acontecimiento especialmente importante para él, porque está muy cerca de su corazón, hace que se despierte. Al principio el sueño es algo muy querido para él, pero pronto vuelve a dormirse y continúa soñando. Toda una serie de experiencias desagradables pasan ahora por su alma, y un suceso especialmente doloroso le despierta. Todo esto está muy lejos de sus experiencias actuales. Se levanta porque está muy conmocionado por el sueño, camina un rato por la habitación, pero luego vuelve a acostarse y ahora experimenta en su sueño sucesos que no ha vivido. Todos los acontecimientos que ha vivido se confunden y ahora experimenta algo completamente nuevo. Todo se convierte en un poema que puede incluso escribir y musicar. Esto es un hecho completamente real. Ahora no será difícil, con los conceptos que ya hemos adquirido, imaginar lo que ha sucedido. Para el investigador espiritual se parece a esto: En cierto momento de su vida, el hombre sufrió una ruptura en su desarrollo. Tuvo que renunciar a algo que guardaba en su alma. Pero aunque tuvo que renunciar a ello, no abandonó su cuerpo etérico. Solo que los intereses ordinarios eran tan fuertes que lo hacían retroceder. Y allí donde era lo suficientemente fuerte gracias a la elasticidad interior, salía en el sueño, porque allí el hombre se libera de las inhibiciones de la vida diurna de vigilia. Es decir, la persona en cuestión estaba realmente cerca de llegar a lo expresado en el poema, pero luego se ahogó.
Así pues, en los sueños vemos vívidamente la independencia de la vida del alma con respecto a la vida exterior del cuerpo. Y esto debe aclararnos que la idea del reflejo de la vida anímica en la vida corporal debe tener una gran justificación. Precisamente el hecho de que los intereses en los que estamos enredados no se impriman directamente en nuestra experiencia inmediata nos muestra que junto a la vida tal como se presenta en la vida cotidiana, discurre otra vida, que he descrito como una especie de despertar para una observación consciente y más minuciosa. En ella vive todo lo que es independiente de la vida corporal para nuestra vida espiritual -incluso conceptualmente, idealmente-, como la conciencia, por ejemplo, que todo el mundo siente. Pero en la vida cotidiana esta otra vida resulta ser algo muy limitado por nuestros intereses diarios. En el sueño, nuestra alma también está completamente llena de esta cualidad moral. Es realmente un vivir en lo espiritual, que podemos describir como una sacudida, como un movimiento interior. Lo que llamamos investigación científico-espiritual se nos revelará como algo a través de lo cual vivimos conscientemente en el mundo en el que el ser humano normal vive inconscientemente cada vez que se duerme. 
La gente poco a poco tendrá que familiarizarse con el hecho de que el mundo es mucho más amplio de lo que podemos comprender con los sentidos y seguir con el intelecto, y que la vida del sueño es un ámbito que necesitamos, porque en la vida diurna tenemos desgaste precisamente en los órganos más nobles que sirven a la vida de la imaginación. En el sueño los restauramos para que puedan enfrentarse al mundo con fuerza y potencia y reflejarnos nuestra vida anímica en la vida diurna de vigilia. Todas las características de la vida del alma podrían así volverse claras para nosotros. ¿Quién no sabe que después de un buen sueño profundo se siente cansado y fatigado? La gente a menudo se queja de esto, pero no es un síntoma de enfermedad, es perfectamente comprensible. Básicamente, la recuperación completa a través del sueño sólo se produce una hora u hora y media después. ¿Por qué ocurre esto? Porque hemos trabajado bien nuestros órganos, para que puedan resistir no sólo unas horas, sino todo el día. E inmediatamente después de despertarnos aún no estamos entrenados para utilizarlos, primero debemos habituarlos, y sólo después de algún tiempo podemos utilizarlos bien. En cierto modo, con un cierto cansancio, hay que hablar de poder regocijarse después de una hora y media, de poder sentirse uno mismo en los órganos que se han vuelto a poner bien. Porque del sueño viene lo que necesitamos: las fuerzas constructivas para los órganos que se han desgastado y agotado durante el día.
Así que ahora podemos decir: Nuestra vida anímica es una vida en independencia, una vida de la que tenemos algo en nuestra vida diurna despierta a través de nuestra conciencia, que es un reflejo. La conciencia es un reflejo de la relación del alma con su entorno. En la vida de vigilia estamos perdidos en nuestro entorno, en algo extraño, estamos entregados a algo que no somos nosotros mismos. Sin embargo, durante el sueño -y ésta es la esencia del sueño- nos retiramos de toda actividad externa para trabajar sobre nosotros mismos. La comparación es acertada: el barco que ha servido a la navegación mientras estaba en alta mar está siendo reconstruido y reparado cuando entra en el puerto.
Quien crea que no nos pasa nada durante el dormir, también podría creer que no tiene que pasarle nada al barco cuando está en el puerto después de un viaje. Pero volverá a zarpar, y allí verá lo que ocurrirá si no se repara. Así sería si no trabajáramos en nosotros mismos desde el alma durante el dormir. En el dormir somos devueltos a nosotros mismos, mientras que en la vida diurna estamos perdidos para el mundo exterior. El ser humano normal no es capaz de percibir lo que el alma hace durante el dormir de la misma manera que percibe el mundo exterior durante el día.
En la conferencia VII del 15/12/1910 "¿Cómo se alcanza el conocimiento del mundo espiritual?" veremos que también se puede alcanzar un reflejo en lo espiritual como conocimiento, a través del cual el ser humano puede entonces llegar a la percepción en los mundos superiores. Todo esto nos muestra que el alma, cuando no es consciente de sí misma, no sabe nada de su propia actividad, sino que está ocupada consigo misma, trabaja en su interior e, independientemente de toda corporeidad, va a buscar las fuerzas que han de servir para la edificación de lo corpóreo.
Así podemos resumir lo que hemos dicho y describir la naturaleza del alma con las palabras que, a partir del conocimiento de la naturaleza del sueño, forman una especie de fundamento para muchas cosas en la ciencia espiritual:

Se devuelve a sí misma
El alma, atrapada en el sueño
Huye a las extensiones espirituales
¡Cuando la angustia sensorial la oprime!

Traducido por J.Luelmo feb.2023