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RUDOLF STEINER
INDICACIONES SOBRE LA METODOLOGÍA A APLICAR EN LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA QUE PERMITE UN ENTENDIMIENTO MAS PROFUNDO DE LAS CULTURAS ANTIGUAS
Stuttgart, 22 de mayo de 1921
Si se quiere llegar a una convicción sobre lo que significan las ciencias naturales, en el sentido más reciente de la palabra, para el desarrollo de toda la humanidad, hay que remontarse a las fuentes de la civilización actual. Como se puede deducir de la visión habitual de la historia y las ciencias naturales, hay que situarlas en un pasado muy lejano. Pero solo cuando se contempla el desarrollo del ser humano, el surgimiento gradual de sus capacidades especiales a lo largo de toda la era moderna, se puede ver cómo desde lo más profundo del alma humana, afloran las capacidades que conducen a la observación actual de la naturaleza y a la aplicación de esta observación en la técnica y en la vida. Ahora bien, una vez que nos hemos familiarizado con el tipo de ciencia actual, nos encontramos con cierta dificultad para comprender en su esencia toda la época histórica mundial más reciente.
Ahora bien, una vez que nos hemos familiarizado con el tipo de ciencia actual, nos encontramos con cierta dificultad para comprender en su esencia toda la nueva época de la historia mundial.
Ayer intentamos partir, a modo de introducción, del presente, —en sentido amplio, por supuesto, incluyendo a Herder y Goethe en este presente—, y buscar ciertas corrientes que nos llevaran a épocas más antiguas. Vimos cómo una de las dos corrientes espirituales tan características de Goethe se remontaba a la cosmovisión egipcia, y la otra, a la caldea. Nos hemos trasladado a tiempos precristianos y hemos destacado diferencias características entre todo el tipo de constitución anímica de los pueblos caldeos que vivían en Oriente Próximo, que se puede remontar aproximadamente al comienzo del tercer milenio antes de Cristo, y la de los egipcios, que se puede considerar aún más antigua, también desde el punto de vista histórico externo.
Hemos visto cómo entre los caldeos existe una concepción que vive más en el mundo exterior, en la que el sentido humano se pierde, por así decirlo, en el mundo exterior hasta tal punto que incluso el tiempo se vuelve elástico. Esta disposición del alma hace necesario considerar las horas del día en verano más largas que en invierno, mientras que entre los egipcios, a lo largo de los siglos, la división del año se mantiene estrictamente tal y como resulta, en cierto modo, de una especie de cálculo, y no de la percepción de los acontecimientos externos. Se considera que el año tiene 365 días, por lo que siempre se añaden 365 días más a los 365 días, sin darse cuenta de que, en realidad, esto ya no coincide con el transcurso del año que se presenta en el mundo exterior, sino que, al considerar el año más corto de lo que es y simplemente calcular, se entra en contradicción con lo que realmente se percibe en el mundo exterior.
Esto ponía de manifiesto una diferencia significativa en la mentalidad de dos pueblos que mantenían relaciones comerciales y espirituales entre sí, es decir, que estaban muy próximos entre sí desde el punto de vista externo. Sin embargo, solo se puede apreciar adecuadamente esta diferencia si se profundiza en el origen de la civilización humana. Esto se ve dificultado por el hecho de que las culturas, que se desarrollaron sucesivamente a lo largo del tiempo, hoy en día se mezclan espacialmente en diferentes fases de desarrollo. Cuando hoy en día el europeo o el americano, que desde su materialismo quiere llegar a concepciones más espirituales del ser humano, se vuelve hacia la cultura india actual, encuentra en ella una espiritualidad muy desarrollada, un misticismo impregnado de conceptos intelectuales agudos. En la cosmovisión que se le presenta no encuentra nada de lo que ha conocido en la civilización occidental o americana como cosmovisión científica. Si siente el deseo de aprender algo sobre el ser humano que la ciencia actual no puede proporcionarle, y si no está dispuesto a tener en cuenta lo que una ciencia espiritual más reciente puede aportar sobre este ser humano, querrá profundizar en la cosmovisión espiritual de la India actual o, al menos, en la que se ha conservado de un pasado relativamente no muy lejano.
Pero quien esté algo familiarizado con los conocimientos de la ciencia espiritual a la que nos referimos aquí y aborde esta cosmovisión india, descubrirá que lo que hoy existe en ella y que se ha conservado históricamente desde un pasado más o menos lejano, expresa algo que ya no es del todo evidente, sino que se percibe como un trasfondo, como algo que, surgiendo de profundidades oscuras, interviene en su interior. Interviene en el lenguaje, pero sobre todo en el mundo de las ideas y las imágenes, y debe considerarse como algo que ha tenido que sufrir muchas transformaciones antes de adoptar su forma actual. Lo que existe en la India actual solo ha adquirido su forma en los últimos tiempos, pero lleva en sí elementos que son muy antiguos, que han tardado milenios en llegar a ser lo que son.
Si nos acercamos a otras culturas, por ejemplo, las del Próximo Oriente o la china, encontramos que ocurre algo similar, pero tenemos la sensación de que no es necesario remontarse tan atrás para comprender el presente, como en la India. Y si se observa la vida egipcia tal y como se desarrolla desde principios del tercer milenio antes de Cristo, se tiene la sensación de que lo que se recoge históricamente en los documentos, da la impresión de que es necesario trasladarse emocionalmente a los tiempos más antiguos, como intentamos hacer ayer, por ejemplo; pero también se descubre que lo antiguo se ha conservado con una especie de fidelidad, de modo que lo más profundo también es visible en épocas posteriores, mientras que en la India lo más profundo debe buscarse en los inicios de su desarrollo.
Algo similar ocurre con la cultura griega y con nuestra propia cultura, que, como veremos, comienza aproximadamente en el siglo XV. La cuestión es que, aunque para quienes tienen una visión más profunda es evidente que se han conservado elementos muy antiguos, estos apenas son perceptibles para la conciencia común. En las siguientes consideraciones veremos cómo se pueden descubrir estos elementos antiguos dentro de la cultura europea y americana.
Se podría decir que el elemento científico que se ha incorporado a la civilización moderna ha eliminado tan a fondo lo antiguo que ahora solo se puede comprender mediante métodos muy específicos. Sin embargo, sigue ahí. Así pues, en la Tierra coexisten culturas de diferentes edades. Hay que remontarse muy, muy atrás para comprender la cultura india actual; basta con remontarse un poco menos para comprender la cultura y las literaturas del Próximo Oriente, un poco menos para comprender la cultura egipcia, y aún menos para comprender la cultura grecorromana, etc. Casi no hay que alejarse del presente para comprender la cultura contemporánea europea y americana.
Lo que se ha desarrollado sucesivamente a lo largo del tiempo se presenta ante nosotros de forma paralela; y lo que se presenta así de forma paralela tiene, en realidad, diferentes edades, al menos en apariencia, de modo que lo espacial se mezcla con lo temporal y solo diría que desde el punto de vista actual, para ver desde qué culturas actuales se puede retroceder a los tiempos antiguos, a los que se accede con dificultad y, como mucho, por caminos tortuosos.
Ahora bien, como ustedes saben, —y ayer vimos hasta qué punto esto suele ser así en términos externos—, la observación científica, la llamada observación antropológica o geológica, se une a lo que ofrece la historia. Hoy en día, la investigación antropológica externa nos remonta a épocas muy tempranas de la historia europea. Sin embargo, todavía se habla poco de cómo se aplica esto a los pueblos asiáticos, pero en lo que respecta al desarrollo europeo, se nos remonta a tiempos antiguos. Como saben, la antropología y la historia, enriquecidas por la geología, afirman hoy que la población más antigua de Europa, cuyos restos verdaderamente artísticos se han encontrado en determinadas cuevas de España y el sur de Francia, debe remontarse a miles de años atrás; que en las curiosas pinturas que se han descubierto en estas cuevas nos damos cuenta de que, en tiempos muy remotos, los seres humanos ya debían de vivir en Europa con cierta cultura, incluso antes de aquellos acontecimientos significativos a los que la antropología y la geología se refieren como la glaciación europea, durante la cual gran parte del continente europeo quedó cubierto de hielo, lo que lo hizo inhabitable. Las zonas en las que se han encontrado los yacimientos rupestres del sur de Francia y España debieron de ser auténticos oasis. En medio de la extensa glaciación, allí debieron de vivir personas, debió de haber una naturaleza relativamente rica y debió de desarrollarse una cultura.Así, hoy nos vemos transportados a tiempos muy antiguos de la vida civilizatoria europea. Y aquí se une, en cierto modo, lo que la investigación externa puede ofrecer con lo que la ciencia espiritual tiene que decir. La ciencia espiritual solo puede partir de lo que las capacidades espirituales desarrolladas del ser humano pueden explorar, de lo que puede surgir a través de la imaginación y la inspiración; puede hablar de lo que se puede contemplar interiormente de forma consciente. Se puede decir que, en relación con lo que se puede investigar a través de la historia externa, la investigación espiritual solo puede sondear más o menos la parte espiritual del desarrollo, y menos lo que ha sucedido en la naturaleza externa. Sin embargo, a través de esta investigación espiritual se puede retroceder hasta aquellos tiempos en los que el ser humano y su entorno se encontraban en condiciones muy diferentes a las de la época de la glaciación europea.
La tarea de estas conferencias no será tanto remontarnos a aquellos tiempos antiguos en los que el ser humano vivía en condiciones y en territorios muy diferentes a los posteriores, sino más bien despertar la sensación de lo justificado que está señalar aquellos conocimientos suprasensibles que también pueden rastrear la historia del desarrollo de la humanidad hasta tiempos remotos.
En cualquier caso, cuando nos acercamos a la historia exterior con la mirada y la sensibilidad que nos proporciona la ciencia espiritual, podemos aprender algo sobre el curso del desarrollo de la humanidad civilizada. Desde el punto de vista de la antropología, la geología y la historia externas, se puede admitir que, si nos remontamos unos diez o quince milenios atrás, existía un tipo de vida muy diferente al de la Europa civilizada actual. Se puede admitir que en este periodo, aproximadamente en los últimos diez o quince mil años, tuvo lugar el desarrollo de la humanidad europea, asiática y, en esencia, también de la antigua humanidad americana.
Pero los documentos disponibles deben ser analizados de una manera muy especial, mediante las ciencias espirituales. Hay que decir, sin embargo, que si a partir de las consideraciones que hice ayer a modo de introducción se ha adquirido la capacidad de retroceder desde el presente a estados anímicos anteriores, entonces se puede, en cierto modo, contemplar lo que ahora coexiste de la manera correcta en relación con su pasado. Entonces, sin embargo, la mirada se dirige primero hacia las regiones indias.
Lo que hoy sigue vivo en una forma extrañamente perspicaz de interpretar el mundo nos remite a aquellos tiempos en los que surgió la gran y poderosa filosofía india y las composiciones védicas. Pero incluso cuando uno se deja impresionar por los poemas védicos, la filosofía Vedanta y la filosofía yóguica de los indios, siente que, para comprender lo que aún permanece a nuestro lado en la Tierra en forma de repercusiones, hay que remontarse a tiempos muy antiguos. Y si lo comparamos con otras culturas, por ejemplo, con nuestra forma europea de pensar lógicamente o con la forma griega de desarrollar los pensamientos, encontramos en todas partes que la civilización europea actual se compara con la india como un bisnieto, un nieto o un hijo que viven al mismo tiempo que su padre. La India permanece allí, como en tiempos muy remotos, rezagada, pero envejecida. En el estado en que se presenta como envejecido, aún se puede descubrir aquello que en tiempos antiguos se revelaba como la espiritualidad más elevada. Pero en su decadencia, en su senilidad, se ve precisamente, igual que se ve en el niño, cómo éste representa ciertos estados del padre en una etapa anterior de este padre, pero de otra manera, porque vive estos estados en una época posterior. Pensemos, por ejemplo, en una persona que fue niño en la década de 1890 y que mira a su padre o incluso a su abuelo. Sin duda, el abuelo fue niño en la década de 1840 o 1850, pero vivió su infancia en circunstancias diferentes a las del niño de la década de 1890; en el fondo, sabía cosas muy diferentes a las que sabía el abuelo con su ingenua infancia en los años cuarenta. Si se adopta una perspectiva de este tipo en la formación de los pueblos, las civilizaciones europeas actuales o incluso la civilización griega, en la medida en que podemos comprenderla, parecen haber nacido tarde en comparación con lo que nació temprano, como la civilización india, que hoy se nos presenta ya en su vejez. ¿Podemos empatizar con esta India que hoy se ha vuelto anciana, que en el fondo ya era antigua en la época de los poemas védicos y la filosofía Vedanta? Pero si tenemos una disposición espiritual inculcada por la ciencia espiritual para ver lo anterior a partir de lo posterior, del mismo modo que se puede ver la infancia en una persona anciana porque se tiene la capacidad de hacerlo, entonces se llega a una visión también de lo primigenio indio. Pero entonces también nos decimos que esa cultura india primitiva fue sin duda alguna un tipo de cultura fundamentalmente diferente a la nuestra. Esa cultura debió de ser completamente espiritual y debió de concebir al ser humano de manera especialmente espiritual. Y entonces uno se dice, al contemplar la diversidad de lo que se encuentra precisamente en la India, frente a la poesía védica con su imaginería, que sin embargo permanece en el elemento lírico, la aguda filosofía Vedanta, la ferviente filosofía del yoga: con el paso del tiempo, las culturas deben haberse mezclado; simplemente debe haber existido una vez una cultura primitiva de naturaleza completamente espiritual. Pero luego debió superarse aquello que era menos espiritual y que se reflejó en la poesía védica. Entonces debió imponerse aquello que surgió en la ferviente filosofía del yoga. Es imposible que todo esto haya surgido de un solo pueblo. Se mezclaron pueblos con diferentes predisposiciones. Unos trajeron las enseñanzas del yoga, otros la poesía védica. Estos pueblos encontraron una India primitiva con la que se impregnaron, de la que tomaron lo que estaba maduro y antiguo, pero que había muerto en los seres humanos. Los pueblos invasores llegaron con sangre nueva; dieron forma a lo que los seres humanos, que se encontraban en decadencia, no podían seguir desarrollando. Y así continuó. Poco a poco se llegó a la situación actual; y entonces no estaremos muy lejos de comparar la antigua cultura india con los restos que existen en las regiones en las que se ha desarrollado la civilización actual. Se comparará a los habitantes de la India primitiva con aquellas personas que podrían haber pintado las extrañas imágenes que se muestran en Europa occidental, esas imágenes peculiares con un trazo, diría yo, profundamente impresionante. Cuando se ven estas imágenes, cuando uno es capaz de ponerse en el lugar de alguien que experimenta lo que experimenta al pintar precisamente este tipo de imágenes, entonces uno llega a la conclusión de que Sí, sin duda, estas imágenes contienen algo muy primitivo, a veces algo parecido a lo que pintan los niños dotados de hoy en día; pero también algo más. En estas imágenes se ve cómo vivían estas personas con un cierto amor por la naturaleza exterior que las rodeaba; y se ve que estas imágenes están pintadas a partir de profundos impulsos internos; se ve, diría yo, que han sido pintadas por personas que no pensaban primero con los ojos cómo trazar las líneas, cómo aplicar los colores, sino que, a partir de sus experiencias internas, creaban y pintaban lo que, diría yo, estaba profundamente arraigado en su interior.
Si comparamos esto con lo que se ha establecido en la cultura india primitiva, encontramos sin embargo una similitud. En Europa occidental, la cuestión se presenta de forma primitiva y, en un primer momento, se mantiene así; en Asia, en el sur de Asia, se desarrolla cada vez más, porque siempre se ve enriquecida por otras tribus; y se desarrolla hasta llegar a la filosofía vedanta. Si expusiera estas cosas desde el punto de vista de las ciencias espirituales, como he hecho a menudo, verían que se puede abordar el tema con una concreción muy diferente. Pero hoy quiero abordar el tema tal y como se le presenta al científico espiritual cuando tiene en cuenta también los documentos externos. Pero tal y como se acostumbra hoy en día, con conceptos amplios que se han adquirido a partir de la observación científica aproximada, no se puede abordar estas cosas. Para lograrlo, hay que hacer que los conceptos sean tan flexibles, tan plásticos, como verán en las observaciones que voy a exponerles hoy. Por supuesto, no se puede demostrar la similitud entre las culturas rupestres de Europa occidental y la cultura india, como se demuestra la similitud entre triángulos, pero la certeza no es menor si uno está dispuesto a abordar estas cuestiones y vuelve al estado de ánimo que se señaló ayer.
Quien partiendo de este punto de vista, se sumerge en los conceptos, en los maravillosos conceptos de la filosofía Vedanta, ve en ellos, en cierto modo, traducidos completamente al plano abstracto-espiritual, las líneas de las pinturas rupestres de España y el sur de Francia. Por lo tanto, no le resultará extraño, incluso desde la investigación externa, que la ciencia espiritual le presente cómo una población primitiva común, que debe buscarse aproximadamente a principios del octavo milenio antes de Cristo, se extendió gradualmente por las zonas habitables de Europa, África y Asia, y que, según las diferentes condiciones de vida, desarrolló esta antigua cultura, dentro de la cual se vivía todavía completamente en contacto con la naturaleza exterior, y que resultó ser más talentosa en la antigua India. Allí se revela lo que de otro modo solo se expresa de forma primitiva. Allí se desarrolló lo que, por ejemplo, como la cultura de Creta, causó tanto asombro a la gente. Esta surgió en el sur de Europa. Sin embargo, en Asia se desarrolló como una cultura india primitiva, avanzó cada vez más, se mantuvo viable, por así decirlo, hasta una edad muy avanzada, pero floreció en la época en que surgieron los Vedas, la filosofía Vedanta y, posteriormente, la filosofía del yoga y otras corrientes filosóficas. Hay mucha confusión en esta cultura india, que se ha desarrollado en diferentes épocas y que hoy en día coexiste.
Si se observa más de cerca lo que se anuncia en la cultura india primitiva, hay que decir que todo ello apunta a un ser humano con una constitución anímica a la que hoy en día no se puede llegar por medios externos.
Ayer mencioné que es posible avanzar hacia la imaginación creativa, y que cuando se hace conscientemente, se obtiene una idea de lo que pueblos como los antiguos caldeos o los egipcios posteriores experimentaron de manera instintiva, aunque no consciente. Su constitución anímica era completamente diferente a la de los seres humanos actuales.
Al sumergirse en estas representaciones imaginativas, uno mismo se convierte en imagen, se funde con lo figurativo y se vive el devenir. Así vivían, por ejemplo, los caldeos. Pero, por otro lado, al elevarse hacia la inspiración, uno aprende también a reconocer la separación entre lo subjetivo-interno y lo objetivo-externo; se siente uno, en cierto modo, uno con el universo, se siente tan dentro del universo que se dice a sí mismo: lo que se anuncia a través de ti es la voz, el lenguaje del propio universo; tú solo te prestas a ser un miembro del universo y a dejar que el mundo se revele a través de ti. Hoy podemos alcanzar esto conscientemente en la inspiración. Los egipcios lo vivieron instintivamente en una etapa tardía.
Pero eso nos lleva más atrás en el tiempo, a épocas de las que nos queda un documento relativamente bueno, que es lo que nos encontramos como cultura china. Sin embargo, lo que se nos suele describir como tal es ya un producto tardío, pero al igual que en la India, en la cultura china se revelan etapas ancestrales de la civilización, se revelan antiguas etapas, etapas infantiles. Y cuando volvemos a una idea en particular, sentimos realmente cómo vive en esta cultura china una inspiración instintiva. Hoy en día, mediante métodos de la ciencia espiritual, obtenemos una inspiración consciente. En el chino se vive una inspiración más o menos instintiva, es decir, cuyos resultados están presentes como fondo en lo que hoy se transmite como literatura china. Allí se nos lleva de vuelta a una visión humana, a través de la cual el ser humano se siente como un miembro del universo entero. Hoy hablamos del ser humano tripartito, el ser humano cefálico, el ser humano de las extremidades y, en el centro, el ser humano rítmico, y exploramos su esencia en toda su profundidad a través de la inspiración. Del mismo modo, los antepasados de los chinos actuales vivían en un conocimiento instintivo e inspirado de algo similar. Sin embargo, este no se refería al ser humano, sino que, dado que el ser humano era solo un miembro del universo entero, se refería al universo entero. Tal como nosotros percibimos nuestra cabeza, los chinos percibían lo que llamaban Yang. Cuando queremos mirar nuestra cabeza, normalmente no podemos vernos, como mucho vemos un poco la punta de la nariz cuando dirigimos la mirada hacia ella. Del mismo modo que podemos ver las otras partes superficiales de nuestro organismo cuando miramos nuestro exterior, pero la cabeza solo es consciente en cierto modo espiritualmente, los chinos eran conscientes de algo que llamaban Yang. Y bajo este Yang entendían lo que se encuentra arriba, lo que se expande espiritualmente, lo celestial, lo luminoso, lo procreador, lo activo, lo generoso. Y él mismo no se diferenciaba de ese Yang en lo que habitaba en su cabeza. Al igual que nosotros, que distinguimos al ser humano del entorno, que percibimos al ser humano como un ser con extremidades, al ser humano que nos pone en acción, que nos une con nuestro entorno, así hablaba el chino del Yin, y con ello se refería a todo lo que es oscuro, lo que es terrenal, lo que es receptivo, etcétera. Hoy decimos que en nuestro ser metabólico y de las extremidades absorbemos las sustancias externas; a través de nuestro ser metabólico de las extremidades, conectamos las sustancias externas con nuestra propia esencia, y absorbemos el elemento mental perceptible por los sentidos a través de nuestra organización de la cabeza. Pero entre ambos se encuentra todo aquello que, en cierto modo, establece este ritmo entre el ser humano de la cabeza y el ser humano de las extremidades. El ritmo respiratorio y el ritmo de la circulación sanguínea lo provocan. Tal y como percibimos y reconocemos a las personas, así veían los chinos antiguamente todo el universo: arriba, lo fecundo, lo luminoso, lo celestial; abajo, lo terrenal, oscuro, receptivo, y el equilibrio entre ambos, lo que forma un ritmo entre el cielo y la tierra, lo que sentían cuando veían las nubes en el cielo, cuando caía la lluvia, cuando lo que había caído a la tierra se evaporaba de nuevo, cuando las plantas crecían desde la tierra hacia el cielo, y así sucesivamente. En todo ello sentía el ritmo de lo superior y lo inferior, y lo llamó Tao. Y así tenía una visión de aquello con lo que había crecido. Se le presentaba en esta tripartición. Pero él mismo no se diferenciaba de todo ello.
Después en Oriente Próximo esta visión se nos presenta modificada. En todo lo que hemos heredado como cultura ancestral, especialmente de la zona de Persia, lo que se manifiesta en chino debió de tener en su día una formación muy diferente, que luego se metamorfoseó en lo que se ha transmitido en la oposición entre Ahura Mazdao y Ahriman, el dios de la luz brillante y resplandeciente, y el oscuro y tenebroso Ahriman, entre los cuales se representa el mundo como un ritmo.
La diferencia entre lo que en su día debió de ser proto-indio y lo que luego surgió completamente metamorfoseado en el pueblo chino, y lo que se percibe como trasfondo también en algunas culturas del Próximo Oriente, —yo lo denomino «proto-persa» en mi libro «Ciencia oculta en líneas generales» —, es que lo proto-indio aún no distinguía entre arriba y abajo, entre cielo y tierra, que aún no hablaba de lo subjetivo en el interior del ser humano y lo objetivo en el mundo exterior, y que en el mundo exterior aún no distinguía lo que es más espiritual y luminoso de lo que es más oscuro y físico, mientras que en una época posterior, en el periodo proto-persa, se distinguían ambos y se pensaba en las interacciones entre ambos a través del Tao o de cualquier cosa que formara el equilibrio rítmico.
¿Qué ha sucedido? ¿Cómo llegó el ser humano a dejar atrás aquella antigua etapa en la que aún no distinguía lo espiritual-luminoso de lo físico-oscuro, y cómo ha pasado a concebir tal oposición, tal polaridad o dualidad?
Si contemplamos lo que hay en los documentos, si dejamos que los sentimientos que viven en ellos y en las tradiciones actúen sobre nuestra propia disposición anímica, llegamos a reconocer que, en aquellos tiempos remotos, el ser humano tenía una relación con el entorno de tal naturaleza que tenía que intervenir lo menos posible en él. Por un lado, vivía en un alto nivel espiritual, según nuestras concepciones, ciertamente correctas, pero, por otro lado, vivía en una inocencia animal. Porque todo lo que experimentaba en unidad con el universo era instintivo, lo que más tarde se pensará exhalado por Brahma.
Todo esto solo era posible para una persona que no alteraba la naturaleza exterior, sino que se integraba en ella, por así decirlo, como el animal, como el pájaro, que toma lo que la naturaleza le ofrece como alimento, que no tiene que ganarse su comida, sino que, como mucho, la recoge, como el pájaro la atrapa con el vuelo, que vive en plena paz con todos los reinos de la naturaleza y que extiende su amor a todos los reinos de la naturaleza.
Cuando uno se sumerge en todo esto con pleno conocimiento humano, llega inmediatamente a ver que lo que aún vive en la cosmovisión indio-oriental expresado como amor por los animales, como amor por las plantas, proviene del amor universal, que aún no hace daño a ningún ser, y que por lo tanto aún no puede haber alcanzado esa conciencia humana plenamente despierta en la que los seres humanos se habrán de encontrar más tarde, sino que vivían en una espiritualidad que era instintiva, pero en cierto sentido más elevada que la griega y la nuestra actual, que vivía en un estado de inocencia frente a la naturaleza, amaba esta naturaleza, no mataba nada, e incluso las plantas de las que vivían los seres humanos solo las consumían sin sembrarlas especialmente, sino que aceptaban lo que la naturaleza les ofrecía de forma silvestre. Con esta consideración, miramos hacia atrás, a los seres humanos que poblaban las regiones del sur de Asia hace unos ocho mil años. Más tarde ocurrió algo que provocó en el ser humano la conciencia de la diferencia radical entre lo superior y lo inferior, entre lo espiritual, que no se puede cambiar, al cual no se puede acceder, que está arriba, y lo físico, que se puede trabajar, con lo que se puede lidiar. A principios del sexto milenio se produce un cambio, —que se puede rastrear en los restos decadentes—, a través del cual los seres humanos ven lo que pueden manejar, lo que pueden cambiar, como algo diferente, que está bajo su dominio. Comienzan a domesticar a los animales, convierten a los animales salvajes en mascotas y se convierten en agricultores.
Es evidente que el gran cambio radical que se produjo entre el séptimo y el sexto milenio antes de Cristo fue que los seres humanos comenzaron a trabajar la naturaleza y, al hacerlo, la diferenciaron de aquello que no podían trabajar, que solo se refleja como lo brillante y resplandeciente sobre lo cual se puede trabajar y que puede recibir su forma del ser humano. Sin embargo, no es solo el ser humano el que tiene un efecto tan determinante en la forma; el ser humano fabrica herramientas, toma su azada primitiva, que es el instrumento que precedió al arado, —probablemente fueron las mujeres las primeras en dedicarse a la agricultura—; con ella ara la tierra a mano y siembra; pero también ve que, así como la tierra puede recibir forma de él, también se cubre de plantas en primavera, sin que él intervenga, y que las plantas desaparecen en otoño. Y así como la tierra puede recibir su forma del hombre, también la recibe de lo que le ilumina desde el espacio cósmico; y él descubre la diferencia entre la luz y la oscuridad, entre el espíritu y la materia.
Todo esto se desarrolla de tal manera que el ser humano aprendió primero a diferenciarse del mundo exterior trabajando la naturaleza, convirtiéndose en agricultor y ganadero. En la antigua cultura persa de una época posterior, todavía se puede ver cómo todo está orientado a la agricultura. Se ve la conexión entre lo que se expresa en el Avesta, (colección de textos sagrados de la antigua Persia), y lo descrito anteriormente, y se ve el progreso con respecto a la cultura proto-india.
Pero todo esto se desarrolla de tal manera que, al principio, el ser humano aún no sabe nada de sí mismo como yo; se identifica con el exterior, está, en cierto modo, completamente en inspiración instintiva; y pasa de esta inspiración instintiva a un estado anímico posterior en el tiempo, que aparece en el Próximo Oriente a principios del tercer milenio como la pintoresca cultura caldea, de la que podemos decir que ahora el ser humano ha llegado tan lejos que no solo distingue lo superior y lo inferior, sino que se adentra en las constelaciones; que inventa todo tipo de instrumentos, relojes de agua, etc. Pero si nos detenemos en la cultura caldea, encontramos por todas partes cómo el ser humano vive intensamente en el mundo exterior, cómo le cuesta, por así decirlo, adquirir una experiencia interior.
En Egipto vemos algo diferente. Consideramos que la cultura caldea surgió más tarde que la egipcia; podemos rastrear la cultura egipcia hasta tiempos muy remotos, pero sobre todo podemos rastrearla hasta aquellos tiempos en los que también debemos situar la cultura proto-persa con su metamorfosis de la cultura china, donde se distinguía entre lo superior y lo inferior. Pero vemos precisamente a principios del tercer milenio antes de Cristo un cambio poderoso y radical dentro de la cultura egipcia. Así como vimos un cambio tan radical en la aparición de la domesticación del ganado y la agricultura, vemos otro cambio radical a principios del tercer milenio. Llegamos a la misma conclusión de la siguiente manera: vemos cómo se desarrolla la construcción de pirámides en Egipto en la época posterior. Hoy en día podemos rastrear la cultura egipcia históricamente más allá de la construcción de pirámides. La construcción de las pirámides se produce justo al comienzo del tercer milenio, pero podemos rastrear la historia de Egipto hasta mucho antes. La cultura egipcia se remonta a la época de Menes, antes del tercer milenio. En aquella época no se habían construido aún las imponentes pirámides. Al mismo tiempo que la construcción de las pirámides en Egipto, vemos surgir algo que indica claramente que los egipcios experimentaron una interiorización de todo el estado de conciencia. Sin duda, se necesitaron herramientas poderosas para construir las pirámides. Estas herramientas solo podían provenir de un tipo de metalurgia, y esta metalurgia, a su vez, solo podía provenir de ciertos conocimientos sobre la estructura interna de los metales.
Vemos aparecer entre los egipcios lo que más tarde se denominará conocimientos químicos en forma primitiva; vemos, en otras palabras, cómo el ser humano comienza a poner en marcha una intensa actividad interior, sin ser aún consciente de que esa actividad existe. Pero cómo el ser humano toma conciencia de la fuerza de este interior es algo que nos llama especialmente la atención cuando contemplamos la medicina egipcia, muy desarrollada desde cierto punto de vista. Sin embargo, es algo muy diferente a nuestra medicina. Para las enfermedades que existían en Egipto, ya en la antigua Egipto había médicos especialistas, especialmente oftalmólogos. La medicina de allí recurría al llamado sueño del templo. Los enfermos eran llevados al templo y sumidos en una especie de sueño en el que caían en estados similares a los sueños. Lo que recordaban allí era estudiado en su característico carácter pictórico por los sacerdotes eruditos instruidos en tales materias.
Entre el desarrollo dramático interno de los sueños, entre el tipo de imágenes, si las imágenes oscuras seguían a las claras, las claras a las oscuras, y así sucesivamente, encontraban, en primer lugar, algo que indicaba la patología del ser humano. Por otro lado, a partir de la configuración particular de los sueños, encontraban una indicación del remedio que debía utilizarse. A partir de esta observación de lo que el ser humano experimentaba interiormente y de lo que aparecía ante su ojo interior en las imágenes oníricas, los egipcios estudiaban el estado físico interno del enfermo.
Vemos que esto coincide cronológicamente con lo que se desarrollaba en Caldea. En Caldea, las personas vivían más en una claridad exterior. Inventaron herramientas como sus maravillosos relojes de agua, que surgían de la imaginería de su alma. Vivían tan intensamente en la imaginería que veían el tiempo en imágenes cambiantes. Allí, la imaginería era más bien un elemento externo en el que vivía el ser humano. Para los egipcios, la imaginería era algo que se apoderaba del interior del ser humano, que se captaba de tal manera que incluso se estudiaba en sus figuras oníricas. En resumen, vemos un período en el que el ser humano ya no se sentía simplemente como un miembro del mundo entero, sino que se destacaba del mundo, se individualizaba, de dos maneras, la caldea y la egipcia. Y vemos el cambio en la aparición de la visión pictórica de la imaginación instintiva, que se nos presenta de dos maneras: de una manera en Caldea y de otra en Egipto.
Y vemos cómo, al comienzo de la construcción de las pirámides, que en sus dimensiones y proporciones geométricas se basa en la percepción de las medidas en el desarrollo del ser humano, en el desarrollo de la fuerza interior y en la percepción de esta fuerza interior, vemos cómo surge una tercera época cultural, una época cultural en la que la imaginación instintiva aporta un matiz especial al desarrollo de la humanidad. Y vemos cómo, en todas estas épocas, las condiciones sociales se presentan como una consecuencia necesaria de lo que se manifiesta como constitución anímica. Si estudiamos las condiciones sociales de la India primitiva, veremos cómo los seres humanos conviven pacíficamente.
En el persa primitivo vemos cómo el ser humano, al emprender la lucha contra la naturaleza, recibe una especie de elemento guerrero; y vemos cómo este instinto guerrero se transmite a su imaginación. Y como el ser humano se ve afectado en lo más profundo de su ser, ya que esta afectación instintiva del ser humano en relación consigo mismo no puede manifestarse más que en lo emocional, en lo volitivo, se generan en el ser humano esos impulsos de poder que se expresan en las pirámides de grotescas dimensiones, que son lugares de enterramiento y que al mismo tiempo pretenden ser testimonios del poder exterior de quienes gobiernan. Vemos cómo surge la conciencia del poder, pero también cómo ahora se mezclan pueblos extranjeros procedentes de otras regiones, cómo estos aportan sangre diferente a lo que se vive como imaginativo e instintivo, también en las condiciones sociales; vemos cómo estos pueblos proceden más del interior de Asia y se mezclan con los demás. Lo que aportan está relacionado con este sentirse ahora más que humano, sentirse humano separado del entorno.
En los egipcios, esto se intensificó en una época determinada hasta tal punto que se consideraban seres divinos; sentían tan fuerte su autoconciencia que veían a los demás como bárbaros y solo consideraban humanos a aquellos que podían vivir en imágenes internas. Se observa aquí el surgimiento de una intensa conciencia de la propia importancia, y este surgimiento de la intensa conciencia de la propia importancia del ser humano va acompañado de un acontecimiento vinculado a esta condición espiritual.Si estudiamos las leyes de Hammurabi, vemos que entre los animales domésticos domesticados aún no menciona al caballo. Sin embargo, este apareció en la vida cultural poco después. Hammurabi menciona el burro y el ganado vacuno, y poco después de su época, el caballo aparece por primera vez en los documentos con el nombre de «burro de las montañas». El caballo se llama el burro de las montañas porque fue traído desde el montañoso este. Los pueblos que se adentraron en Caldea desde Asia trajeron consigo el caballo, y con él apareció el elemento bélico. Vemos que este elemento bélico nació en una época más antigua, pero lo vemos desarrollarse aún más cuando el caballo se domestica junto con los demás animales. Y esto también tiene que ver con la condición anímica del ser humano de aquella época. Se puede decir que el ser humano no se subió al caballo y reforzó su individualidad, por así decirlo, encadenando a un animal a su propio movimiento, hasta que alcanzó ese grado de conciencia de sí mismo que se expresaba en la imaginación pictórica de los caldeos y en la vida onírica de los egipcios. Las condiciones externas del desarrollo de la humanidad están tan íntimamente relacionadas con la metamorfosis de la constitución del alma en las épocas sucesivas, que se puede decir: por un lado, la construcción de las pirámides y, por otro, la domesticación del caballo; desde un punto de vista externo, expresan la tercera época cultural, la caldea-egipcia, y, desde un punto de vista interno, esta está relacionada con el surgimiento de la experiencia imaginativa de carácter instintivo.
En Egipto, lo que durante la época de las pirámides se presenta como una cultura elevada, pero que se expresa de una manera totalmente fantástica e imaginativa, se hunde relativamente pronto. Esta cultura surge a principios del tercer milenio y, en realidad, tras cuatro siglos, entra en decadencia. La constitución anímica que subyace a esta cultura, después de comenzar a decaer, sigue viviendo y se extiende desde Asia hacia Oriente Próximo, Asia Menor, llega al continente europeo y, tal y como se manifiesta allí, todavía es claramente perceptible en lo que nos llega desde Asia Menor, es decir, desde la antigua cultura griega. Todavía se nota en los cantos homéricos y en su cosmovisión. Pero al acercarnos a los cantos homéricos, ya nos estamos acercando a un cambio radical.
| Homero |
La cosmovisión que subyace a los cantos homéricos sigue mostrando una imaginación pictórica, una concepción del ser humano basada en lo pictórico. Al describir a Aquiles y a Héctor, Homero muestra, —aparte de insinuar el elemento pictórico en imágenes que se perciben externamente, cuando dice, por ejemplo: «el veloz Aquiles, Héctor, el héroe con el ondulante casco», muestra lo representado de tal manera que hay que verlo plásticamente con el ojo interior del alma para captar su singularidad.
También vemos algo de caldeo en toda la mentalidad de Homero. Esto cambia con el desarrollo de la cultura griega, que encontramos en Esquilo y Sófocles y en la escultura griega, y podemos distinguirla de la más antigua al darnos cuenta de lo fuerte que era en los griegos el impulso de comprender al ser humano en su verdadera humanidad. Si observamos lo que era pictórico en los caldeos, vemos ya cómo la visión plástica se manifestaba en la pictoricidad, y lo vemos especialmente en uno de los pueblos que, al menos geográficamente, estaban cerca de los caldeos: los sumerios. Pero vemos cómo este pueblo, al igual que el egipcio, apenas está empezando a representar al ser humano de forma externa. Sin embargo, en los griegos, tanto en el teatro como en la transferencia del teatro al ámbito de la escultura, encontramos cómo se debe captar al ser humano en su manifestación externa. Podría decirse que el ser humano del tercer período se sentía fuerte al dar rienda suelta a sus profundas fuerzas instintivas. En Egipto, esto sucedió al construir las pirámides y, en cierto modo, al dejar que su fuerza creciera hasta alcanzar proporciones gigantescas en la construcción de las pirámides, y en ciertas tribus de Asia, que vivían de forma especialmente belicosa, se manifiesta al montarse a caballo y sentirse así uno con el animal. El griego pasa entonces a decir: no necesito medios externos; todo el poder del ser humano reside dentro de mi propia piel. Y da forma plástica a ese ser humano ya perfecto en sí mismo, de una manera que incorpora en el ser humano todo lo que una época anterior aún buscaba a través de una encarnación externa. Esta capacidad de identificarse por completo, de vivir plenamente lo humano y buscar lo más elevado en el ser humano, la encontramos plasmada en el espíritu griego, y más tarde se manifiesta de otra manera, más externa, en la cultura romana. En cierto modo, todavía hoy, cuando recordamos a César cruzando el foro o a otras figuras con toga romana, vemos cómo se representaba, en formas mucho más abstractas que en Grecia, aquello que configuraba al ser humano con la máxima fuerza, que se sentía dentro de la piel humana.
En el siglo VI a. C. comienza una nueva era. La era homérica es anterior. Esta era que comienza se desarrolla con especial fuerza y vigor en Grecia, donde alcanza su apogeo durante unos cuatro siglos y luego entra en declive.
Y ahora aparece el cristianismo. Mientras que los griegos aún sentían algo vivo cuando contemplaban la estatua de Zeus, los romanos solo veían un concepto abstracto al mirar sus estatuas. Esto se hizo cada vez más fuerte en relación con su abstracción; y aún en el siglo IV d. C., en la sala del Senado romano, cuando los senadores entraban, cada uno esparcía un grano de incienso en la llama brillante que se encontraba delante de la estatua de Victoria, antes de dirigirse a su asiento como senador. Vemos cómo, en forma abstracta, meramente conceptual, pero que es realidad, en una estatua que también se percibe como abstracta, vive aquello que en Grecia se sentía con la máxima plenitud de existencia en las estatuas de Zeus, Atenea y Apolo, donde aún se sentía algo como el tejido mágico de los poderes divinos en el propio Zeus y en Atenea. En Roma, todo se ha convertido en un concepto abstracto.
Vemos entonces cómo el emperador Constantino, introductor del cristianismo, ordena retirar esta columna de la sala del Senado, porque cree que ha perdido todo su sentido frente a la cosmovisión cristiana. Vemos cómo Juliano el Apóstata se sumerge una vez más en la cosmovisión plenamente humana del cuarto período, cómo vuelve a llevar la columna de la Victoria a la sala del Senado, cómo vuelve a celebrar las antiguas ceremonias con los senadores, pero cómo ya no puede renovar lo antiguo, cómo se hunde por ello. Porque la flecha que lo alcanzó era la flecha de un asesino contratado por sus enemigos.
Y entonces, a partir de todo ello, se desarrolla la época que caracterizaré con más detalle más adelante, la época en la que el ser humano se encuentra en la espiritualidad interior, en la intelectualidad, en las capacidades intelectuales, que luego se desarrolla en su peculiaridad a lo largo de la Edad Media, donde se reflexiona sobre el propio intelecto, como ocurrió en la escolástica, donde se discutió sobre el nominalismo y el realismo. Luego llega el siglo XV, y con él un espíritu completamente diferente, ese espíritu que condujo a la era de las ciencias naturales, ese espíritu que se desarrolló con especial fuerza en los primeros tiempos en Galileo y Copérnico, que nos trajo los grandes avances en la conciencia humana, que representa una interiorización frente a la griega , aunque luego degenera en materialismo en el siglo XVIII , y que en el siglo XIX reveló tantas cosas del exterior de la naturaleza.
Y hoy nos encontramos en un verdadero punto de inflexión. No pretendo plantear fantasías épicas al estilo de Spengler. Pero hay otra cosa que quiero decir. Si miramos atrás, al comienzo de la era egipcia, vemos cómo comienza la época de la construcción de las pirámides, que también se anuncia a través de otros síntomas; vemos cómo aparece la primera etapa de la conciencia en la comprensión de lo humano; vemos cómo comienza la siguiente etapa en el siglo VIII a. C., cómo se forma en la cultura griega y romana la constitución del alma de los seres humanos de esta época en la comprensión del «ser humano como tal»; cómo esta época llega a su fin y comienza la interiorización del entendimiento a principios del siglo XV.
Así pues, vemos en cierto modo tres grandes puntos de inflexión: un punto de inflexión con el inicio de la era egipcio-caldea, vemos cómo comienza la cuarta era, la grecolatina, y vemos cómo se avecina la era que introdujo la ciencia natural, con lo que se produjo algo parecido a la construcción de las pirámides, algo que representa una fuerza especial con algo nuevo en el desarrollo de la humanidad.
Vemos cuatro siglos de esplendor de la era de las pirámides, vemos cómo luego se desvanece, se desvanece radicalmente, y solo permanece lo que se ha impuesto en la imaginería de la cultura caldea, la supervivencia en la cultura griega. Vemos cómo en el siglo VIII se avecina una nueva era, cuatro siglos después se desvanece en la cultura griega. Vemos cómo se vuelve abstracta en la cultura romana. Vemos cómo a principios del siglo XV comienza una nueva era, la era que nos ha traído la visión científica, la intelectualidad, la racionalidad. Y hoy nos encontramos aproximadamente en el mismo momento tras este cambio radical, cuatrocientos o quinientos años, que el periodo de decadencia egipcio tras el comienzo del tercer milenio, que el periodo de decadencia griego tras el comienzo de la cuarta era. Hoy debemos estar alerta para que no nos suceda lo mismo que a los egipcios cuatrocientos años después del inicio de la tercera era histórica, ni a los griegos cuatrocientos o quinientos años después del inicio de la cuarta era, para que no nos suceda lo mismo a nosotros, que estamos igual de lejos del inicio de la quinta era.
Los romanos no pudieron continuar lo que aún estaba lleno de vida en los griegos; solo pudieron aportar a la vida el abstraccionismo y el intelectualismo, que luego murieron en la lengua latina muerta. Hoy debemos prestar atención a todo esto, porque somos más conscientes que los griegos; y desde nuestra conciencia debemos velar por impedir desde dentro la decadencia que se produjo entre los griegos y que constituye un terrible ejemplo. Así pues, debemos aprender de la historia para que no nos suceda lo mismo que les sucedió a aquellos que se debilitaron por aferrarse a lo externo. Debemos superar lo que no se pudo superar en épocas anteriores. Y cuando se dice que hay que aprender de la historia, esto debe hacerse de tal manera que fortalezcamos nuestras fuerzas, que prestemos atención a lo que nos enseñan los tiempos antiguos, que aprendamos a evitar no solo los errores cometidos por individuos concretos, sino también aquellos que, en el fondo, no pueden llamarse errores, sino deficiencias necesarias del desarrollo de la humanidad. Hay que superar lo que amenaza con abatirse sobre la humanidad actual, como ya se abatió sobre otras anteriores. Hay que salir de una gran crisis. Y podemos estar convencidos de que solo se puede comprender la esencia de nuestra crisis actual si se entiende desde las profundidades del desarrollo histórico de la humanidad. Pero así también se comprenderá cómo la ciencia natural debe convertirse en ciencia espiritual. Porque eso solo se puede comprender si se es capaz de captarlo desde el espíritu global del desarrollo de la humanidad.
Traducido por J.Luelmo nov.2025

