RUDOLF STEINER
PENSAMIENTO REALISTA.
LA CONEXIÓN DE LOS VIVOS CON LOS MUERTOS
Berlín, 5 de marzo de 1918
En una de las últimas reflexiones que hemos compartido aquí, hablé de la relación que las almas humanas encarnadas en el cuerpo pueden tener, o más bien siempre tienen, con las almas humanas desencarnadas, con los llamados muertos. Hoy me gustaría continuar con estas reflexiones con algunas observaciones más.
Sabemos por diversas fuentes, que han llegado a nuestras almas a través de la ciencia espiritual, que el espíritu humano también experimenta su propio desarrollo a lo largo de la evolución terrestre. Sabemos además que el ser humano solo puede auto-conocerse planteándose de manera provechosa la siguiente pregunta: ¿Cómo se relaciona el ser humano en una determinada encarnación, en esta encarnación en la que se encuentra, con los mundos espirituales, con los reinos espirituales? ¿Qué nivel de desarrollo ha alcanzado la humanidad en general cuando nosotros mismos vivimos en una determinada encarnación?
Sabemos que una observación más detallada de esta evolución general de la humanidad nos lleva a comprender que en épocas anteriores, en épocas anteriores de la evolución humana, se había vertido sobre la humanidad una cierta clarividencia, que hemos llamado atávica, que en tales épocas anteriores de la evolución humana el alma humana estaba, por así decirlo, más cerca de los mundos espirituales. Mientras entonces estaba más cerca de los mundos espirituales, más lejos estaba de su propia libertad, de su propio libre albedrío, al cual, por el contrario, está más cerca en nuestra época, en la que, en general, se encuentra más alejado de los mundos espirituales. Si se conoce realmente la esencia del ser humano en el presente, hay que decir que, en el inconsciente, en lo verdaderamente espiritual del ser humano, existe naturalmente la misma relación con todo el mundo espiritual. Pero en el conocimiento, en la conciencia, el ser humano de hoy en día no puede, en general, visualizar esta relación de la misma manera; algunos individuos pueden hacerlo, pero en general el ser humano no puede visualizarlo como era posible en épocas anteriores. Si nos preguntamos por qué el ser humano actual no es consciente de la relación de su alma con el mundo espiritual, que por supuesto sigue existiendo con la misma intensidad que siempre, aunque de otra manera, se debe a que ya hemos superado la mitad del ciclo evolutivo terrestre, nos encontramos, por así decirlo, en la corriente descendente de la existencia terrenal, y que con nuestro organismo físico, —aunque esto no sea perceptible en la anatomía y fisiología externas—, nos hemos vuelto más físicos de lo que éramos antes, y que, por lo tanto, durante el tiempo que transcurre entre el nacimiento o la concepción y la muerte, ya no disponemos de la organización necesaria para tomar plena conciencia de nuestra conexión con el mundo espiritual. Hoy en día experimentamos realmente, —y debemos ser muy conscientes de ello—, en las regiones subconscientes del alma, por muy materialistas que seamos, mucho más de lo que generalmente podemos percibir.
Pero esto va más allá. Y aquí se llega a un punto muy importante en la actual evolución de la humanidad. Se llega al extremo de que, en general, el ser humano actual no es capaz de pensar, sentir y experimentar realmente todo lo que podría pensar, sentir y experimentar en su interior. El ser humano de hoy está predispuesto a pensamientos, sentimientos y sensaciones mucho más intensos de lo que puede tener debido a la, diría yo, burda materialidad de su organismo. Esto tiene una cierta consecuencia, a saber, que en la actual etapa evolutiva de la humanidad no somos capaces de completar el desarrollo de nuestras facultades en nuestra vida terrenal. En el fondo, poco influye si morimos jóvenes o viejos. Tanto para los que mueren jóvenes como para los que mueren viejos, lo cierto es que el ser humano actual, debido a la densidad de su organismo, no puede vivir plenamente lo que viviría si estuviera organizado de forma más sutil e íntima en relación con su cuerpo. Y por lo tanto, ya sea que crucen la puerta de la muerte los jóvenes o los ancianos, como se ha dicho, durante nuestra organización terrenal queda un cierto residuo de pensamientos, sensaciones y sentimientos no procesados que, por la razón indicada, realmente no podemos procesar. Hoy en día, todos morimos, en cierto modo, dejando pensamientos, sentimientos y sensaciones sin procesar. Estos pensamientos, sentimientos y sensaciones, —y debo insistir una y otra vez en que, aunque muramos jóvenes o viejos, el resultado es el mismo—, permanecen sin procesar, y cuando hemos atravesado la puerta de la muerte, en realidad todos seguimos teniendo el impulso de seguir pensando en lo terrenal, de seguir sintiendo en lo terrenal, de seguir percibiendo en lo terrenal.
Pensemos por un momento en lo que esto implica. Después de la muerte, seremos libres para desarrollar ciertos pensamientos, sentimientos y sensaciones. Lograríamos mucho más en la Tierra si pudiéramos vivir plenamente estos pensamientos, sentimientos y sensaciones durante nuestra vida física. Pero no podemos. De hecho, cada ser humano podría lograr mucho más en la Tierra de lo que realmente logra, en función de las aptitudes que tiene. Esto no era así en épocas anteriores del desarrollo de la humanidad, cuando los organismos eran más delicados y existía una cierta visión consciente del mundo espiritual, y los seres humanos podían actuar desde el espíritu. En general, las personas realizaban todo lo que podían según sus aptitudes. Aunque hoy en día el ser humano esté tan orgulloso de sus aptitudes, la situación es la descrita.
Siendo así las cosas, también se podrá reconocer la necesidad, en la época actual, de que lo que los muertos llevan consigo sin haberlo procesado a través de la puerta de la muerte no se pierda para la vida terrenal. Esto solo puede ser así si, en el sentido mencionado anteriormente, cultivamos y mantenemos realmente la conexión con los muertos según las instrucciones de la ciencia espiritual, si nos esforzamos por hacer que la conexión con los muertos con los que estamos vinculados kármicamente sea consciente, plenamente consciente. Entonces, los pensamientos no vividos de los muertos se introducen en el mundo a través de nuestra alma, y a través de esta introducción, estos pensamientos más fuertes, —los pensamientos que el muerto puede tener porque está liberado del cuerpo—, pueden actuar en nuestras almas. Tampoco podemos llevar nuestros propios pensamientos a su plena formación, pero estos pensamientos pueden actuar.
De ello deducimos lo siguiente: lo que nos ha aportado el materialismo debería hacernos conscientes al mismo tiempo de lo necesario, de lo absolutamente necesario que es buscar una relación concreta y real con los espíritus de los muertos, tanto para el presente como para el futuro próximo. La pregunta es: ¿cómo podemos acoger en nuestras almas los pensamientos, las sensaciones y los sentimientos que quieren entrar desde el reino en el que se encuentran los muertos? También sobre esto ya hemos dado algunos puntos de vista, y en una última reflexión hablé aquí de los momentos importantes que el ser humano debería tener en cuenta: el momento de dormirse y el momento de despertar. Hoy quiero caracterizar con más detalle algunos aspectos relacionados con ello.
El muerto no puede entrar directamente en este mundo en el que vivimos nuestra vida cotidiana, que percibimos desde fuera y en el que actuamos según nuestra voluntad, basada en nuestros instintos. Al atravesar la puerta de la muerte, se ha alejado de este mundo. Pero aún así podemos tener un mundo en común con los muertos si, impulsados por la ciencia espiritual, hacemos el intento, —que, sin embargo, en nuestra época materialista actual es un intento difícil—, de disciplinar tanto el mundo interior de nuestro pensamiento como el mundo de nuestra vida y no dejarlos correr libremente, como estamos acostumbrados a hacer. Podemos desarrollar ciertas habilidades que nos asignen un terreno común con los espíritus que han atravesado la puerta de la muerte. Por supuesto, en la actualidad existen muchos obstáculos en la vida cotidiana para encontrar este terreno común. El primer obstáculo es aquel que quizá haya abordado menos. Pero lo que hay que decir al respecto ya se desprende de otras consideraciones que también se han planteado aquí. El primer obstáculo es que, en general, en nuestra vida somos demasiado derrochadores con nuestros pensamientos. Hoy en día, en nuestro presente, todos somos derrochadores en lo que respecta a nuestra vida pensante, o podría decir también: somos excesivos en lo que respecta a la vida pensante. ¿Qué se quiere decir con esto?
El hombre actual vive casi por completo bajo la influencia del proverbio: «Los pensamientos son libres». Esto significa que, en realidad, uno debe dejar pasar por la mente casi todo lo que quiera pasar por ella. Piensen por un momento que el habla es un reflejo de nuestra vida pensante, y piensen en qué tipo de vida pensante se deduce del habla de la mayoría de las personas hoy en día, cuando parlotean, pasan de un tema a otro, dejan que los pensamientos fluyan tal y como vienen, es decir: ¡desperdician la fuerza que se nos ha concedido para pensar! Y seguimos desperdiciándola, somos muy disolutos en nuestra vida pensante. Nos permitimos cualquier pensamiento. Queremos algo que se nos ocurre en ese momento, o lo omitimos insertando otro pensamiento. En resumen, somos reacios a controlar nuestros pensamientos en cierta medida. Por ejemplo, qué desagradable resulta a veces que alguien empiece a hablar, le escuches durante uno o dos minutos y, de repente, cambie de tema. Pero tú sigues teniendo ganas de seguir hablando de lo que habías empezado. Puede ser importante. Entonces hay que llamar la atención: ¿de qué estábamos hablando? Esto sucede hoy en día a cada momento, de modo que, si realmente se quiere llevar la vida con seriedad, hay que recordar la conversación que se ha iniciado. Este desperdicio de la fuerza del pensar, esta dispersión de la fuerza del pensar, impide que desde lo más profundo de nuestra vida anímica surjan aquellos pensamientos que no son nuestros, sino que compartimos con lo espiritual, con el espíritu que reina en general. Esta urgencia de pasar de un pensamiento a otro de cualquier manera nos impide esperar, en estado de vigilia, a que los pensamientos surjan de las profundidades de nuestra vida anímica, nos impide esperar las inspiraciones, si se me permite expresarlo así. Pero esto es algo que, especialmente en nuestra época, por las razones indicadas, debería cultivarse, cultivarse de tal manera que realmente se forme en el alma esa disposición que consiste en ser capaces de esperar despiertos hasta que los pensamientos surjan, por así decirlo, de las profundidades del alma, anunciándose claramente como lo que se nos ha dado, lo que no hemos creado nosotros. No hay que creer que crear tal estado de ánimo sea algo que se pueda hacer rápidamente. No es así. Es algo que hay que cultivar. Pero si se cultiva, si realmente nos esforzamos por estar simplemente despiertos, y no por excluir los pensamientos involuntarios, por quedarnos dormidos, sino simplemente por estar despiertos y esperar lo que se nos inspira, entonces poco a poco se va formando este estado de ánimo. Entonces se forma en nosotros la posibilidad de recibir en nuestra alma pensamientos que provienen de lo más profundo del alma y, por lo tanto, del mundo que va más allá de nuestro egoísmo. Si realmente desarrollamos algo así, percibiremos que en el mundo no solo existe lo que vemos con los ojos, oímos con los oídos, percibimos con los sentidos externos y cómo nuestra mente combina estas percepciones, sino que existe una red objetiva de pensamientos en el mundo. Hoy en día, muy pocas personas tienen esta experiencia como algo propio. Esta experiencia de la red general de pensamientos en la que realmente se encuentra el alma no es una experiencia significativa u oculta; es algo que cualquier persona puede tener si desarrolla en sí misma el estado de ánimo indicado. Entonces puede tener la experiencia de decirse a sí mismo: En la vida cotidiana, estoy en el mundo que percibo a través de mis sentidos y que he combinado con mi mente. Pero entonces me encuentro en una situación como si, estando de pie en la orilla, me sumergiera en el mar y nadara en el agua ondulante. Así, estando de pie en la orilla de la existencia sensorial, puedo sumergirme en el mar ondulante de los pensamientos; entonces estoy realmente como dentro de un mar ondulante. — Entonces se puede tener la sensación de que se intuye al menos una vida más fuerte e intensa que la mera vida onírica, pero que, sin embargo, tiene entre sí y la realidad sensorial exterior una frontera similar a la que tiene la vida onírica para la realidad sensorial.
Si se quiere, se puede decir que tales experiencias son sueños. ¡Pero no son sueños! Porque el mundo en el que nos sumergimos, ese mundo de pensamientos ondulantes que no son nuestros pensamientos, sino los pensamientos en los que nos sumergimos, es el mundo del que surge nuestro mundo físico-sensorial, que en cierto modo se condensa y asciende. Nuestro mundo físico-sensorial es como los bloques de hielo, los trozos de hielo en el agua: el agua está ahí, los trozos de hielo se endurecen y flotan en ella. Al igual que el hielo está compuesto por la materia del agua, solo que en otro estado de agregación, nuestro mundo físico-sensorial surge de este mar de pensamientos ondulantes y agitados. Ese es el verdadero origen. La física solo habla de su «éter», de los átomos que giran, porque no sabe cuál es la verdadera materia primigenia. Shakespeare se acercó más a esta verdadera inmaterialidad cuando hizo decir a uno de sus personajes: «El mundo de la realidad está tejido de sueños». Los seres humanos se dejan engañar con demasiada facilidad por este tipo de cosas. Quieren encontrar un mundo atomístico y tosco detrás de la realidad física. Pero si se quiere hablar de algo «detrás de la realidad física», hay que hablar del tejido objetivo de los pensamientos, del mundo objetivo de los pensamientos. Sin embargo, solo se llega a ello si se pone fin al despilfarro y al derroche en relación con los pensamientos y se desarrolla ese estado de ánimo que surge cuando se es capaz de esperar lo que popularmente se denomina inspiración.
Para aquellos que se dedican a las ciencias espirituales, no es tan difícil desarrollar el estado de ánimo aquí descrito. Porque el tipo de pensamiento que hay que desarrollar cuando se practican las ciencias espirituales de orientación antroposófica guía al alma a desarrollar tal disposición. Y cuando se practican seriamente estas ciencias espirituales, surge la necesidad de desarrollar en uno mismo ese íntimo entramado de pensamientos. Pero esta trama de pensamientos nos ofrece la esfera común en la que, por un lado, estamos nosotros y, por otro, los llamados muertos. Ese es el terreno común donde uno puede encontrarse con los muertos. Los muertos no entran en el mundo que percibimos con nuestros sentidos y combinamos con nuestra mente, sino que entran en el mundo que acabo de caracterizar.
Hay un segundo ejemplo en lo que comenté el año pasado: la observación de las relaciones sutiles e íntimas de la vida. Ustedes recordarán que, para explicar lo que quiero decir, mencioné un ejemplo que se puede encontrar en la literatura psicológica. Schubert también lo señala; es de la literatura antigua, pero se pueden encontrar ejemplos similares una y otra vez en la vida. — Una persona está acostumbrada a dar un paseo diario. Un día, al hacerlo, al llegar a un punto determinado del camino, tiene la sensación de que debe detenerse, apartarse a un lado, y se le ocurre la idea de si realmente es correcto pasar el tiempo dando este paseo. En ese momento, una piedra que se ha desprendido de la roca cae sobre el camino y le habría golpeado con toda seguridad si sus pensamientos no le hubieran llevado a apartarse a un lado.
Es una experiencia dura que llama la atención de cualquiera a quien le suceda algo así en la vida. Pero este tipo de experiencias, aunque sean más sutiles, se cuelan a diario en nuestra vida cotidiana. Por lo general, no les prestamos atención. Solo contamos con lo que sucede en la vida, pero no con lo que podría haber sucedido y no sucedió porque ocurrió algo que nos impidió hacer esto o aquello. Contamos con lo que ha sucedido cuando nos hemos retrasado un cuarto de hora en casa y ahora salimos un cuarto de hora más tarde de lo previsto. A menudo, si pensáramos en todo lo que habría cambiado si no nos hubiéramos retrasado y hubiéramos salido de casa un cuarto de hora antes, se nos ocurrirían cosas muy curiosas.
Intente observar sistemáticamente en su vida lo que habría cambiado si, en el último momento, cuando estaba a punto de marcharse, no hubiera aparecido alguien con quien quizá estaba muy enfadado y que le retuvo unos minutos. Todo lo que podría haber sido diferente se impone continuamente en la vida humana según su predisposición. Buscamos una relación causal entre lo que realmente sucede en la vida. No pensamos en atravesar la vida con la sutileza que implicaría la suposición de una interrupción de las cadenas de acontecimientos predeterminadas, de modo que, digamos, continuamente se derrama sobre nuestras vidas una atmósfera de posibilidades.
Si tenemos esto en cuenta, siempre tenemos la sensación de que, cuando hacemos algo a las doce del mediodía, después de haber sido retenidos durante diez minutos por la mañana: lo que hacemos a las doce del mediodía a menudo, —aunque también puede ser al contrario—, no solo está influenciado por los acontecimientos anteriores, sino también por las innumerables cosas que no han sucedido, de las que nos han impedido hacer. Al relacionar lo posible, y no solo lo real exterior y sensible, con nuestra vida, llegamos a intuir cómo nos encontramos realmente en la vida, de modo que es una forma bastante parcial de ver la vida buscar conexiones entre lo que sigue y lo que precede. Cuando realmente nos hacemos este tipo de preguntas, se despierta en nuestra mente algo que, de otro modo, permanecería inactivo. Llegamos, por así decirlo, a leer entre las líneas de la vida; llegamos a conocer la vida en toda su ambigüedad. Llegamos, en cierto modo, a vernos a nosotros mismos dentro del entorno, a ver cómo nos moldea, cómo nos hace avanzar poco a poco en la vida. Por lo general, prestamos muy poca atención a esto. La mayoría de las veces solo prestamos atención a las fuerzas internas que nos guían de un nivel a otro. Tomen cualquier ejemplo sencillo y común en el cual puedan ver cómo relacionan lo externo con lo interno de una manera muy fragmentaria.
Traten de fijarse en la forma en que suelen imaginar cómo se levantan por la mañana. Si tratan de aclararlo, en la mayoría de los casos tendrán una idea muy clara: la idea de cómo se ven impulsados a levantarse, pero quizá también se lo imaginen de forma bastante difusa. Pero traten de pensar durante unos días en el pensamiento que realmente le impulsa a levantarse de la cama; traten de aclarar completamente qué pensamiento concreto le impulsa a levantarse de la cama, es decir, traten de aclarar: Ayer te levantaste porque oíste que se estaba preparando el café en la habitación de al lado; eso te llamó la atención y te hizo sentir la necesidad de levantarte; hoy te ha pasado algo diferente. Me refiero a que se aclaren concretamente, no lo que les ha impulsado a levantarse de la cama, sino cuál ha sido el impulso externo. El ser humano suele olvidarse de buscarse a sí mismo en el mundo exterior, por eso encuentra tan poco de sí mismo en él. Quien preste un poco de atención a esto, volverá a desarrollar fácilmente ese estado de ánimo ante el que las personas de hoy en día sienten un temor casi sagrado, no, «profano», ese estado de ánimo que consiste en tener al menos un pensamiento secundario sobre toda la vida, algo que en realidad no se tiene en la vida cotidiana. Por ejemplo, el ser humano entra en una habitación, se traslada a algún lugar, pero piensa poco en ello: ¿Cómo cambia el lugar cuando entra? Otras personas tienen a veces una idea de ello, pero incluso esta idea desde fuera no está muy extendida hoy en día. No sé cuántas personas tienen la sensación de que, cuando un grupo de personas se encuentra en una habitación, una persona está a menudo doblemente presente que otra; una está muy presente, la otra débilmente. Es algo que depende de los imponderables. Es fácil comprobarlo: una persona entra en una sociedad, se cuela rápidamente y vuelve a salir, y uno tiene la sensación de que ha sido un ángel el que ha entrado y salido rápidamente. Otros, en cambio, tienen una presencia tan fuerte que no solo están allí con sus dos piernas visibles, sino también con todo tipo de piernas invisibles, por así decirlo. Los demás suelen prestarle muy poca atención, aunque para ellos puede ser muy perceptible, pero la persona en sí misma no le presta ninguna atención. El ser humano no suele tener ese matiz que se puede tener del cambio que provoca con su presencia en el entorno; uno se queda en sí mismo, no pregunta al entorno qué cambio está provocando. Pero se puede educar la intuición para percibir el eco de la propia existencia en el entorno. Y piensen solo en cómo la vida exterior ganaría en intimidad si esto se enseñara de forma más sistemática, si las personas no solo poblaran los lugares con su presencia, sino que tuvieran una sensación de lo que significa estar en un lugar, hacerse valer allí, provocar un cambio por el simple hecho de estar allí.
Esto es solo un ejemplo. Se podrían citar ejemplos similares para todas las situaciones posibles de la vida. En otras palabras, se puede densificar el medio de la vida de una manera muy saludable, —no pisándose constantemente a uno mismo, sino de una manera muy saludable—, para sentir lo que uno mismo hace como un corte en la vida. De esta manera se aprende el comienzo de lo que es la sensación del karma, la sensación del destino. Porque si uno sintiera plenamente lo que ocurre al hacer esto o aquello, al estar aquí o allá, si tuviera siempre ante sí, por así decirlo, la imagen que produce en su entorno con sus «actos», con su «ser», entonces tendría una clara sensación de su karma, ya que el karma se teje a partir de lo que se vive conjuntamente.
Pero ahora solo quiero señalar cómo se enriquece la vida con la incorporación de tales intimidades, cuando observamos entre las líneas de la vida, cuando aprendemos a mirar la vida de tal manera que, en cierto modo, nos damos cuenta de que estamos ahí, cuando estamos ahí con «conciencia». Entonces, a través de tal conciencia, desarrollamos a su vez algo de la esfera común con los muertos. Y si desarrollamos tal conciencia, que puede mirar hacia estos dos pilares que acabo de caracterizar: el seguimiento concienzudo de la vida y la austeridad, no el despilfarro en los pensamientos; si desarrollamos tal estado de ánimo interior, entonces estará acompañado por el éxito, el éxito necesario para el presente y el futuro, cuando nos acerquemos a los muertos de la manera descrita. Cuando desarrollamos pensamientos que nos vinculan, no solo con la presencia racional de un difunto, sino con una presencia emocional e interesada, cuando continuamos desarrollando esos pensamientos sobre situaciones de la vida con el difunto, pensamientos sobre cómo vivimos con él, de modo que se creó un vínculo emocional entre nosotros, si nos vinculamos así no a una convivencia indiferente, sino a momentos en los que nos interesaba cómo pensaba, vivía y actuaba, y en los que a él le interesaba lo que le estimulábamos, entonces podemos aprovechar esos momentos para continuar, en cierto modo, la conversación de los pensamientos. Y cuando se puede dejar reposar este pensamiento, de modo que se pasa a una especie de meditación, en la que este pensamiento se ofrece, por así decirlo, en el altar de la vida espiritual interior, entonces llega el momento en el que, en cierto modo, recibimos una respuesta del difunto, en el que él puede volver a comunicarse con nosotros. Solo tenemos que tender un puente entre lo que desarrollamos en el difunto y aquello gracias a lo cual él, por su parte, puede volver a acercarse a nosotros. Sin embargo, esto será especialmente útil si somos capaces de desarrollar realmente en lo más profundo de nuestra alma una imagen de la esencia del difunto. Esto es algo que está muy lejos de la época actual porque, como ya he dicho en reflexiones anteriores, las personas se cruzan sin prestarse atención, a menudo conviven en el círculo más íntimo de su vida y luego se separan sin conocerse. Conocerse no tiene por qué basarse en el análisis. Quien se sabe analizado por quienes conviven con él, si es un alma sensible, se siente también maltratado. Por lo tanto, no es importante analizarse. La mejor forma de conocer al otro es cuando los corazones están en sintonía; no es necesario analizarse de ninguna manera.
He partido de la base de que, en nuestra época, es especialmente necesario cuidar la relación con los llamados muertos, precisamente porque no vivimos en la era del materialismo por capricho, sino simplemente por la evolución de la humanidad, porque no somos capaces, antes de atravesar la puerta de la muerte, de desarrollar y dar forma a todas nuestras aptitudes en cuanto a pensamientos, sentimientos y sensaciones. Porque algo permanece cuando hemos atravesado la puerta de la muerte, es necesario que los vivos mantengan la comunicación con los muertos, para que la vida cotidiana de las personas se enriquezca con esta comunicación con los muertos. ¡Ojalá se pudiera inculcar a las personas de hoy en día que la vida se empobrece cuando se olvida a los muertos! Y solo aquellos que de alguna manera estaban vinculados kármicamente con los muertos pueden desarrollar un recuerdo adecuado de ellos.
Si aspiramos a una comunicación directa con los muertos, que se configure como la comunicación con los vivos, —también he hablado de que las cosas suelen percibirse como especialmente difíciles porque no son conscientes; pero no todo lo que es real es consciente, y no todo lo que no se percibe es por ello irreal; si cultivamos la comunicación con los muertos de esta manera, entonces existe, entonces los pensamientos de los muertos, no desarrollados en vida, influyen en esta vida. Es cierto que lo que se dice aquí es una exigencia excesiva para nuestra época. Sin embargo, se dice algo así cuando se está convencido, por los hechos espirituales, de que nuestra vida social, nuestra vida ética y nuestra vida religiosa se verían infinitamente enriquecidas si los vivos se dejaran aconsejar por los muertos. Hoy en día ya se es reacio a dejar que las personas lleguen a cierta edad para poder aconsejarlas. Piense solo por un momento que hoy en día se considera lo más adecuado que las personas se incorporen lo más jóvenes posible a las tareas municipales y estatales, porque cuanto más jóvenes son, más maduras están para todo tipo de cosas, según la opinión actual. En épocas en las que se tenía un mejor conocimiento de la naturaleza humana, se esperaba a que las personas alcanzaran una cierta edad para formar parte de tal o cual consejo. Ahora, sin embargo, se espera a que los demás mueran para poder recibir su consejo. Sin embargo, precisamente nuestra época debería estar dispuesta a escuchar los consejos de los muertos. Solo se podrá alcanzar la salvación cuando se esté dispuesto a escuchar los consejos de los muertos de la manera indicada.
Las ciencias espirituales exigen al ser humano una gran energía. Esto hay que entenderlo, hay que comprenderlo. Las ciencias espirituales exigen una cierta orientación, que el ser humano busque realmente la coherencia y la claridad. Y hoy nos enfrentamos a la necesidad de buscar la claridad en medio de nuestros catastróficos acontecimientos, ya que esta búsqueda de la claridad es lo más importante. Más de lo que se cree, las cosas que se han vuelto a discutir hoy están relacionadas con las grandes exigencias de nuestro tiempo. Ya este invierno señalé aquí cómo, muchos años antes de que se desatara esta catástrofe mundial, intenté insinuar en mis ciclos de conferencias sobre las almas de los pueblos europeos algunas cosas que hoy se pueden encontrar en el contexto general de la humanidad. Si consultan el ciclo sobre «La misión de las almas individuales en relación con la mitología germánica-nórdica», que impartí una vez en Kristiania, podrán comprender en cierta medida lo que está sucediendo en los acontecimientos actuales. No es demasiado tarde, y sucederán muchas cosas que podrá comprender gracias a este ciclo, incluso en los próximos años.
Tal y como se relacionan hoy en día los seres humanos en la Tierra, solo aquellos que son capaces de percibir los impulsos espirituales pueden comprender verdaderamente sus relaciones. Y cada vez se acerca más el momento en el que será necesario que los seres humanos se planteen la siguiente pregunta: ¿cómo se relacionan, por ejemplo, el sentir y el pensar de Oriente con el pensar y el sentir de Europa, concretamente de Europa Central? ¿Y cómo se relaciona esto a su vez con el pensamiento de Occidente, con el pensamiento de América? Esta pregunta debería plantearse al alma humana en todas las variantes posibles. Ya ahora deberíamos preguntarnos un poco: ¿cómo ve hoy Europa el oriental? El oriental, que mira mucho a Europa, tiene hoy la sensación de que la vida cultural europea se encamina hacia un callejón sin salida, se ha conducido a un abismo. El oriental tiene hoy la sensación de que no debe perder la espiritualidad que ha acumulado desde tiempos antiguos si quiere aprovechar lo que Europa puede ofrecerle. El oriental no desprecia las máquinas europeas, por ejemplo, pero hoy se dice a sí mismo, y estas son las palabras de un famoso oriental, lo que yo expreso aquí: «Aceptemos lo que los europeos han creado en forma de máquinas y herramientas, pero pongámoslo en los cobertizos, no en los templos ni en las casas, como hacen los europeos». El oriental dice que el europeo ha perdido la capacidad de contemplar el espíritu en la naturaleza, de contemplar la belleza en la naturaleza. Al fijarse el oriental en lo que solo él puede ver, mientras que el europeo solo quiere quedarse en lo mecánico exterior, en lo sensual exterior en la acción y en la contemplación —pues eso es lo único que puede ver—, el oriental cree que está llamado a despertar de nuevo la antigua espiritualidad, a salvar la antigua espiritualidad de la humanidad terrenal. El oriental, que habla de manera concreta de seres espirituales —Rabindranath Tagore lo ha hecho recientemente, por ejemplo—, dice: los europeos han incorporado a su cultura aquellos impulsos que solo pueden incorporarse atando a Satanás a su carro cultural; utilizan el poder de Satanás para avanzar. Los orientales están llamados —opina Rabindranath Tagore— a eliminar de nuevo a este Satanás y «traer la espiritualidad a Europa».
Se trata de un fenómeno que, lamentablemente, hoy en día se pasa por alto con demasiada frecuencia. Hemos vivido muchas cosas, —de las que hablaré próximamente—, pero, por ejemplo, en nuestra evolución hemos dejado de lado muchas cosas que habríamos incorporado a ella si, por ejemplo, la sustancia espiritual tal y como la entiende Goethe, —por citar solo un nombre—, estuviera realmente viva en nuestra evolución cultural. Ahora bien, alguien podría decir: el oriental puede mirar hoy a Europa y saber que Goethe vive en esta vida europea. Puede saberlo. ¿Lo ve? Se puede decir que los alemanes han fundado, por ejemplo, una sociedad, la «Goethe-Gesellschaft», no me refiero a la «Goethe-Verein». Y supongamos que el oriental quisiera conocerla, —la gran cuestión de Oriente y Occidente ya se ha puesto en marcha, pero en última instancia depende de impulsos espirituales—, quisiera informarse sobre la Goethe-Gesellschaft y afrontar la realidad. Entonces se diría a sí mismo: Goethe tuvo tal influencia que incluso en la década de 1880 se presentó la oportunidad de aprovechar de una manera excepcional a Goethe para la cultura alemana, una circunstancia favorable, por así decirlo, que se presentó gracias a que una princesa con todo su entorno, como fue la gran duquesa Sofía de Sajonia-Weimar, se hizo cargo del legado de Goethe en los años ochenta del siglo XIX para cuidarlo como nunca antes se había cuidado. Eso está ahí. Pero consideremos como instrumento externo la Sociedad Goethe. También está ahí. Hace unos años, el puesto de presidente de esta Sociedad Goethe volvió a quedar vacante. En toda la amplitud de la vida intelectual, solo se encontró a un exministro de Finanzas, al que se nombró presidente de la Sociedad Goethe. Eso es lo que se ve desde fuera. Estas cosas son más importantes de lo que realmente se cree. Lo que sería más necesario es que, por ejemplo, los orientales, apasionados y entendidos en espiritualidad, tuvieran la oportunidad de saber que dentro de la cultura europea también existe algo como una ciencia espiritual de orientación antroposófica. Pero él no puede saberlo. No puede llegar a él porque no puede atravesar lo que hay por otra parte, y no solo en una manifestación, por supuesto. Es solo sintomático que el presidente de la Sociedad Goethe sea un antiguo ministro de Finanzas, etc. Podría seguir con muchos ejemplos más.
Esto es, diría yo, una tercera exigencia: un pensamiento radical y vinculado a la realidad, un pensamiento con el que no nos quedemos estancados en ambigüedades, en compromisos vitales poco claros. En mi último viaje, alguien me entregó un documento sobre un hecho que ya conocía bien. Solo les daré un breve extracto del asunto: «Quien haya pisado alguna vez las aulas de un instituto recordará con nostalgia las horas en las que «disfrutaba» de las conversaciones entre Sócrates y sus amigos en Platón, nostalgia por el fabuloso aburrimiento que desprendían esas conversaciones. Y quizá se recuerde que las conversaciones de Sócrates se consideraban realmente estúpidas, pero, por supuesto, nadie se atrevía a expresar esta opinión, porque, al fin y al cabo, se trataba de Sócrates, el «filósofo griego». El libro «Sócrates, el idiota», de Alexander Moszkowski (editorial Dr. Eysler & Co., Berlín), acaba con esta sobrevaloración totalmente injustificada del buen ateniense. El polígrafo Moszkowski se propone en esta pequeña y entretenida obra nada menos que despojar a Sócrates casi por completo de su dignidad filosófica. El título «Sócrates, el idiota» debe entenderse en sentido literal. No es descabellado suponer que el libro dará lugar a debates científicos.
Lo siguiente que le viene a la mente al ser humano cuando se entera de algo así es decirse: «¿Qué es eso tan extraño de que alguien como Alexander Moszkowski quiera demostrar que Sócrates era un idiota?». Eso es lo más obvio que siente la gente. Pero se trata de una sensación de compromiso que no proviene de un pensamiento claro y profundo, que no proviene de una confrontación con la verdadera realidad.
Quiero comparar esto con otra cosa. Hoy en día ya hay libros escritos desde el punto de vista psiquiátrico sobre la vida de Jesús. En ellos se examina todo lo que hizo Jesús desde el punto de vista de la psiquiatría actual y se compara con todo tipo de actos patológicos, y luego los psiquiatras modernos demuestran a partir de los Evangelios que Jesús debía de ser un enfermo, un epiléptico, que todos los Evangelios solo pueden entenderse desde el punto de vista paulino, etcétera. Hay informes detallados sobre este tema.
Una vez más, es muy fácil pasar por alto estas cosas con ligereza. Pero la cuestión es algo más profunda. Si uno se adhiere completamente al punto de vista de la psiquiatría actual, si acepta este punto de vista de la psiquiatría actual tal y como está oficialmente reconocido, entonces, al reflexionar sobre la vida de Jesús, debe llegar a la misma conclusión que los autores de estos libros. No puede pensar de otra manera, porque de lo contrario estaría mintiendo, no sería un psiquiatra moderno en el verdadero sentido de la palabra. Y no es un psiquiatra moderno en el verdadero sentido de la palabra, según la opinión de Alexander Moszkowski, si no piensa que Sócrates era un idiota. Y Moszkowski se diferencia de aquellos que también son partidarios de estas teorías y no consideran a Sócrates un idiota, solo en que estos últimos son falsos, y él es verdadero; no hace concesiones. Porque no hay forma de ser sincero, de defender el punto de vista filosófico de Alexander Moszkowski y no considerar a Sócrates un idiota. Si se quiere ambas cosas, si se quiere ser partidario de la visión científica moderna del mundo y, al mismo tiempo, aceptar a Sócrates sin considerarlo un idiota, se está siendo falso. Es un hombre moderno, un psiquiatra y un psiquiatra moderno. Pero el hombre moderno no quiere llegar a esta clara postura, porque entonces tendría que plantearse la cuestión de una manera muy diferente. Más información: Bien, no considero a Sócrates un idiota, lo conozco mejor, pero eso me exige también rechazar una cosmovisión como la de Moszkowski; y veo en Jesús al mayor portador de ideas que jamás haya entrado en contacto con la vida terrenal; pero eso requiere que rechace la psiquiatría moderna, ¡que no la acepte!
De eso se trata: de un pensamiento realista y claro, que no acepta los compromisos perezosos habituales que existen en la vida, pero que solo pueden eliminarse de ella si se comprenden en su verdad. Es fácil pensar o indignarse cuando hay que reconocer la prueba de que, según Moszkowski, Sócrates es un idiota. Pero lo correcto es sacar las consecuencias de la cosmovisión moderna, que desde su punto de vista ve a Sócrates como un idiota. Pero la gente no quiere sacar esas consecuencias: rechazar algo como la cosmovisión moderna. Porque, de lo contrario, podrían encontrarse en una situación aún más desagradable: habría que hacer concesiones y tal vez darse cuenta de que Sócrates no es un idiota; pero entonces, ¿quizás se llegaría a la conclusión de que Moszkowski es un idiota? Él no es un hombre poderoso, pero si se trata de personas más poderosas, ¡podrían suceder todo tipo de cosas mucho peores!
Sí, para penetrar en el mundo espiritual es necesario «pensar» de forma realista. Por otro lado, esto requiere tener una visión clara de cómo son las cosas. Los pensamientos son realidades, y los pensamientos falsos son realidades malignas, inhibidoras y destructivas. No sirve de nada ocultarse tras una niebla de falsedad, queriendo aceptar tanto la cosmovisión de Moszkowski como la de Sócrates. Porque es un pensamiento falso colocar ambas cosmovisiones una al lado de la otra en el alma, como hace el hombre moderno. Solo se es verdadero cuando se tiene presente que o bien se está en el punto de vista del puro mecanismo científico como Moszkowski, en cuyo caso hay que considerar a Sócrates como un idiota; entonces se es verdadero. O bien se sabe por otras fuentes que Sócrates no era un idiota; entonces es necesario aclarar hasta qué punto hay que rechazar lo contrario. La veracidad es un ideal que el alma del ser humano actual debería tener ante sí. Porque los pensamientos son realidades. Y los pensamientos verdaderos son realidades sanadoras. Y los pensamientos falsos, por mucho que se cubran con el manto de la indulgencia hacia el propio ser, los pensamientos falsos, concebidos en el interior del ser humano, son realidades que hacen retroceder al mundo y a la humanidad.
Traducido por J.Luelmo nov.2025
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