La tercera dimensión, que representa el espacio, también se puede denominar la dimensión de la impermeabilidad, del aislamiento. Por el contrario, en comparación con la tercera dimensión, la cuarta dimensión se puede denominar la del espacio intermedio, la permeabilidad, la apertura. Al igual que la tercera dimensión en lo físico, la sexta dimensión en lo anímico es también una dimensión de aislamiento, de fortificación y delimitación, porque allí todo lo anímico se aísla del entorno en un ser especial, el yo. En la autoconciencia, el yo, la individualidad, se delimita de los demás seres de la sexta dimensión. Del mismo modo que la cuarta dimensión es, en comparación con la tercera, una dimensión de permeabilidad, de apertura, la séptima dimensión es también una dimensión de apertura en comparación con el aislamiento de la sexta dimensión. En la séptima dimensión, el yo vuelve a salir al entorno como pensamiento puro y desinteresado. En la novena dimensión se produce de nuevo un cierre, en formas creadas por uno mismo. Y en la décima dimensión, por el contrario, se produce de nuevo una salida, la salida de un nuevo cosmos.
Sabemos que el punto no tiene extensión. Se considera el límite de una línea, pero en realidad es también el límite de un cuerpo tridimensional, concretamente su límite interior, su centro. Una línea recta va de un punto de partida a otro. Supongamos que el punto de partida y el punto final de la línea recta coinciden, entonces se forma un círculo. Lo que es infinito solo encuentra su cierre en sí mismo, pero nunca está cerrado hacia el exterior, ya que de lo contrario sería finito. Por eso, la línea recta infinita también está cerrada en sí misma y forma un círculo. Del mismo modo, la superficie infinita, que no está cerrada hacia el exterior, encuentra su cierre en sí misma; forma una esfera. Para que la línea sea infinita, debe curvarse para formar un círculo. Para que la esfera sea infinita, también debe curvarse sobre sí misma, desde cada punto de su circunferencia.
Una esfera infinita, curvada sobre sí misma, vuelve a converger en un punto, su centro. Allí se encuentra la esfera en la cuarta dimensión. Este centro de la esfera en la cuarta dimensión está entonces limitado por esferas. Doce esferas forman el límite de la esfera que ha pasado a la cuarta dimensión. La esfera de cuatro dimensiones es la intermedia entre las doce esferas, una decimotercera estructura que encierra las doce esferas.
De la misma manera, se puede imaginar un cubo como si pasara a la cuarta dimensión. Con sus tres dimensiones, que terminan en sus ocho esquinas, debe sumergirse en el centro; las ocho esquinas coinciden entonces con el centro. Hacia el exterior se crean entonces las superficies de intersección de ocho cubos que, situados cada uno en una esquina, —en el centro—, en la que se pliega la esquina opuesta, parecen cortados. Estas superficies de intersección forman hexágonos. Así pues, cuando un cubo pasa a la cuarta dimensión, al centro, los límites de este punto forman los ocho cubos que se encuentran en la punta, plegados hacia dentro, con ocho hexágonos como superficies de intersección hacia el exterior.
La figura en sombra en la tercera dimensión es, por lo tanto, en el caso del cubo que ha pasado al espacio tetradimensional, una estructura delimitada por ocho cubos. La relación entre el exterior y el interior ha cambiado aquí. Los cubos físicos están en el exterior de la cuarta dimensión, que es el interior. Sin embargo, la estructura tetradimensional se encuentra tanto en el centro de los ocho cubos como a su alrededor, y el centro está conectado con lo que rodea a los ocho cubos. No debemos imaginar los ocho cubos como un límite, como las caras del cubo desde el exterior, sino, en cierto modo, como un límite en el interior de la estructura tetradimensional, como un hueco en el espacio; y la estructura tetradimensional alrededor de la proyección física, la sombra de los ocho cubos. Mientras que la tercera dimensión es la dimensión del aislamiento, la cuarta dimensión es la dimensión de la apertura, del abrirse, del crecer, de la movilidad.

El interior y el exterior están en constante conexión. Mientras que, por un lado, la estructura tridimensional fluye continuamente hacia el centro en la cuarta dimensión, por otro lado, fluye continuamente desde el centro. Es un ciclo continuo, desde el centro hacia el exterior y desde el exterior de nuevo hacia el centro. Por lo tanto, la cuarta dimensión no es fija, sino fluida, lo que se puede ilustrar con las tiras de papel curvadas. Solo puede transformarse en otra forma aquello que puede curvarse sobre sí mismo y volver a emerger de sí mismo. Debe volver al punto de partida y salir de él de forma modificada. Esto se consigue mediante la curvatura, la curvatura de las tiras de papel. Cuando divido un objeto tridimensional, solo obtengo piezas individuales del mismo objeto. Pero cuando se divide una estructura tetradimensional que puede curvarse, se crea algo nuevo: tiras de papel con un giro de 180 grados. Así surgen todos los cambios de lo vivo, a través de la capacidad de curvarse sobre sí mismo, de la capacidad de volver a fluir hacia el punto y luego salir del punto.
Las estructuras esféricas, conocidas como células en todos los seres vivos y en todo lo que crece, tienen la capacidad de fluir hacia su interior, formar un centro y volver a crecer a partir de ese centro. Esa es la condición básica de todo crecimiento: fluir hacia el interior, concentrarse y luego volver a salir con las fuerzas acumuladas. Por lo tanto, el paso a la cuarta dimensión significa, tanto en el caso de la esfera como en el del cubo, un retroceso hacia sí mismo y luego un nuevo avance más allá de sí mismo. Así, el centro y la periferia coinciden, se funden, forman un todo, porque están vivos. Esto no es posible en lo muerto, en lo tridimensional. Para ello es necesario pasar a la cuarta dimensión. Si seguimos con esta imagen, veremos que la primera dimensión ha surgido de la dimensión nula, del punto. La primera dimensión solo se puede observar en la segunda, en la superficie, y esta solo en la tercera, en el cuerpo. Por lo tanto, la primera dimensión solo puede observarse en la tercera dimensión. Ahora, la tercera dimensión vuelve a pasar a la dimensión nula, el punto, y crece en líneas. Desde el punto irradia la cuarta dimensión y llena de vida todo lo tridimensional; los átomos de la tercera dimensión se relajan y se expanden. Se produce el crecimiento. Al converger lo que crece en el tiempo, en la cuarta dimensión, surge la sensación, y al converger la sensación surge la autoconciencia. Esto es de nuevo algo cerrado, limitado. El ser humano debe volver a trascenderlo. Debe concentrar su autoconciencia en el yo, resumirse en un punto. Puede hacerlo si se eleva por encima del espacio, el tiempo y la sensación, y por encima del egoísmo, o el deseo de añadir algo a sí mismo. Se borra hacia el exterior; vuelve a su interior, ya no exige expansión, crecimiento hacia el exterior, sino que se sumerge en el único punto donde lo divino le ilumina, en su chispa divina de vida. Renuncia a su ser exterior y vuelve a fluir hacia su interior, alejado del mundo, volcado hacia Dios. Y desde ese punto, vuelve a enviar su interior al entorno en forma de pensamiento puro. De este modo, vuelve a fluir hacia el entorno como un rayo, liberado de todo lo que quería poseer para sí mismo; entonces emerge su esencia interior, radiante como el sol y purificada como la nieve. Se cristaliza su yo superior. Entonces entra en la séptima dimensión. Al conectar ahora su yo superior con la vida superior, no solo forma rayos a partir de sí mismo, sino también imágenes, y se encuentra en la octava dimensión; y al conectarse con la voluntad del mundo, la fuerza creadora, da lugar a figuras. Allí vive en la novena dimensión. Finalmente, se conecta con el ser primigenio de la Tierra, con el propio planeta, y actúa de tal manera que puede multiplicar su propio ser y crear nuevos seres vivos. En la séptima dimensión se impregna del espíritu del mundo y produce pensamientos; en la octava dimensión se impregna de la vida del mundo y produce imágenes; en la novena dimensión se impregna de la voluntad del mundo y produce formas, y en la décima dimensión se impregna del ser del mundo y produce seres vivos, la multiplicación de sí mismo.
Al igual que en la transición de la no dimensión a la primera dimensión, de la tercera a la cuarta y de la sexta a la séptima, siempre se produce una confluencia en el punto y un brote de algo nuevo a partir de ese punto, así, en la transición de la novena dimensión a la décima, todo el cosmos fluye hacia la individualidad del ser humano y surge de él como algo nuevo.
Toda la evolución es una inspiración y una espiración, física, anímica y espiritual. En un nivel superior, el ser humano ya no se alimentará de sustancias físicas, sino que vivirá y crecerá mediante la inspiración y la espiración. De este modo, aportará al cuerpo las sustancias que necesita para vivir y crecer. La ingesta de alimentos físicos está relacionada con el estar atado a la tercera dimensión. Si vivimos una vez más conscientemente en la cuarta dimensión y en las dimensiones superiores, la necesidad de ingerir alimento físico desaparecerá cada vez más. Entonces, el cuerpo físico se convertirá cada vez más en lo que debe ser: un templo en el que reside el yo divino y una herramienta, un medio a través del cual el yo puede conectarse con todas las fuerzas del universo. Se convertirá en la clave de todos los misterios del mundo. Al ser humano le será revelados Los secretos del mundo, en la medida en que aprenda a no vivir para el cuerpo físico, sino a través del cuerpo físico. Si aprende a utilizar el cuerpo físico como lo que es, como espíritu condensado, como huella de todo el cosmos, como microcosmos, entonces el microcosmos se le revelará. Para ello, el camino es superar la tercera dimensión, lo espacialmente fijo, cerrado, impenetrable, y superar la sexta dimensión, el estar encerrado en el yo.
El yo es, sin embargo, la única posibilidad de penetrar en la séptima dimensión, pero también debe ser la única posibilidad. Es el camino, la puerta estrecha, la puerta al templo del yo superior. Pero hay que atravesar esta puerta para alcanzar el yo superior. No hay que quedarse parado en ella, del mismo modo que no hay que limitar la conciencia a la tercera dimensión espacial.
Superar el yo es crecer hacia los mundos superiores. Al superar el yo, se abren los mundos superiores.
Traducido por J.Luelmo nov.2025