GA068d Munich, 9 de enero de 1909 - Los temperamentos a la luz de la ciencia espiritual

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Los temperamentos ✻↓ a la luz de la ciencia espiritual 

 LA NATURALEZA HUMANA A LA LUZ DE LA CIENCIA ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Munich, 9 de enero de 1909


¡Estimados asistentes! Es una opinión muy repetida y justificada que el mayor misterio del ser humano dentro de nuestra vida física es el propio ser humano. Y podemos afirmar que gran parte de nuestra actividad científica, de nuestras reflexiones y de muchas otras cavilaciones del ser humano se refieren a resolver este misterio del ser humano, a comprender un poco en qué consiste la esencia de la naturaleza humana.

Las ciencias naturales y, como ya hemos visto en estas conferencias, también las ciencias espirituales, buscan desde diferentes ángulos resolver el gran enigma que encierra la palabra «ser humano». Sin embargo, cuando se habla del enigma del ser humano, se suele tener en mente al ser humano en general, al ser humano sin distinción en cuanto a tal o cual individualidad, y sin duda se nos plantean muchas tareas cuando queremos conocer al ser humano en general en su esencia. Pero hay otro enigma del ser humano; podemos decir que hay muchos, muchos otros enigmas del ser humano. Porque, además de que el ser humano en general es un gran enigma para el ser humano, ¿no nos parece que cada ser humano individual que encontramos es en sí mismo un enigma? ¡Qué difícil es comprender a las personas con las que nos encontramos, comprender los diferentes aspectos de su naturaleza, y cuánto depende en la vida de comprender a las personas con las que entramos en contacto!

Ahora bien, solo muy gradualmente podemos acercarnos a la solución de los enigmas individuales que cada persona nos plantea, pues existe una gran diferencia entre lo que se denomina la naturaleza humana en general y lo que encontramos en cada persona en particular. Y en ese espacio vemos también algunas cosas que son comunes a grupos enteros de personas. Entre estas cosas comunes se encuentran aquellas características de la esencia humana que hoy son objeto de nuestra consideración, lo que normalmente se denomina el temperamento del ser humano. En el fondo, es cierto que cada persona se nos presenta con un temperamento propio, pero podemos distinguir ciertos grupos de temperamentos.

Hablamos principalmente de cuatro temperamentos humanos: el sanguíneo, el colérico, el flemático y el melancólico. Y aunque la clasificación no sea del todo correcta cuando la aplicamos a individuos concretos, en general queremos separar a las personas en cuatro grupos según su temperamento. El mero hecho de que el temperamento humano, por un lado, se manifieste como algo que tiende a lo individual, como algo que diferencia a las personas, y, por otro lado, las vuelva a unir en grupos, nos demuestra que el temperamento debe ser algo que, por un lado, tiene que ver con la esencia más íntima del ser humano y que, por otro, debe estar en consonancia con la naturaleza humana en general. El temperamento humano es algo que apunta en dos direcciones. Por lo tanto, si queremos desentrañar el misterio, será necesario preguntarnos, por un lado: ¿en qué medida el temperamento apunta a lo que reside en la naturaleza humana general? Y, por otro lado: ¿cómo apunta al núcleo del ser humano, a su interior más auténtico?

Cuando planteamos esta pregunta, es natural que la ciencia espiritual parezca estar llamada a dar una respuesta. Porque la ciencia espiritual debe guiarnos al núcleo más íntimo del ser humano. En la medida en que el ser humano se nos presenta en la Tierra, nos parece que se despliega en una generalidad y, al mismo tiempo, como un ser independiente. Son dos las líneas que se encuentran cuando un ser humano entra en la existencia terrenal. Y ahí nos encontramos en medio de la contemplación espiritual de la naturaleza humana. Vemos al descendiente de sus padres, de sus antepasados y así sucesivamente; el ser humano se inserta en lo que podríamos llamar la línea hereditaria, y ustedes saben que el ser humano lleva en sí mismo, hasta lo más profundo de su esencia, características que sin duda debemos atribuir a la herencia. Goethe también dijo de sí mismo:


De mi padre heredé la estatura,
la seriedad en la vida,
de mi madre, el carácter alegre
y la pasión por contar historias.

Aquí vemos cómo Goethe, gran conocedor del ser humano, tiene que referirse a las cualidades morales del ser humano cuando quiere señalar las cualidades heredadas. Esto confluye con lo que es nuestra propia naturaleza. Esa es la otra corriente en la que se sitúa al ser humano, de la cual la cultura actual no quiere saber mucho. La ciencia espiritual nos muestra lo que confluye con lo que nos ha sido dado en la línea hereditaria; nos lleva ante el gran hecho de la llamada reencarnación y del karma. Nos muestra el modo en que el núcleo más íntimo del ser humano se conecta con algo que nos ha sido dado por la línea hereditaria. Para el científico espiritual, este núcleo esencial está envuelto en capas externas que provienen de la línea hereditaria. Y así como para comprender las características externas del ser humano debemos remontarnos a su padre y a su madre, mientras que si queremos comprender su esencia más íntima, debemos remontarnos a algo completamente diferente: a una vida anterior del ser humano.

Cuando un ser humano entra en la vida física, ya tiene una serie de vidas a sus espaldas. Y esto no tiene nada que ver con lo que se encuentra en la línea hereditaria. Si quisiéramos investigar cuál fue su vida anterior, cuando atravesó la puerta de la muerte, tendríamos que retroceder bastantes siglos. Después de atravesarla, vive en otras formas de existencia en el mundo espiritual. Y cuando llega de nuevo el momento de vivir una vida en el mundo físico, busca a sus padres. Y cada persona trae consigo ciertas características de su vida anterior. El ser humano se lleva consigo, hasta cierto punto, ciertas características, su destino. Después de haber realizado tal o cual acción, provoca la reacción contraria y se siente así rodeado de nuevas vidas. De este modo, se lleva consigo un núcleo esencial de su ser de encarnaciones anteriores y lo envuelve con lo que le ha sido dado por herencia.

Esto es importante mencionarlo, ya que en realidad nuestra época actual tiene poca inclinación a reconocer esta esencia interior, a considerar la idea de la reencarnación como algo más que una idea fantástica. La idea de ese núcleo interior, debe ir integrándose poco a poco en la cultura humana, al igual que la doctrina del gran erudito Redi, quien, en contra de la teoría dominante en aquella época de que los peces se originaban a partir del lodo de los ríos, demostró que lo vivo solo puede surgir de lo vivo. Y hoy en día se dice de manera similar que todo lo que hay en el ser humano se origina a través de la herencia.

Los estudiosos de las ciencias espirituales también pueden señalar este hecho, y así se ha hecho. Por ejemplo, en las familias de músicos, el talento musical se hereda, etc., todo lo cual sirve de apoyo a la línea hereditaria. También se dice, refiriéndose al genio, que rara vez aparece al principio de una generación, sino solo al final. En cuanto a las peculiares habilidades del genio, se remonta al pasado, se selecciona aquí y allá, se encuentra esta o aquella característica en uno u otro, y así sucesivamente, y luego se muestra cómo finalmente confluyeron en el genio que surgió al final de la generación. ¿Qué se pretende demostrar con esto? Nada más que el hecho de que la esencia del ser humano puede manifestarse según las capacidades del instrumento que es el cuerpo. Tal argumento no es más ingenioso que cuando alguien quiere llamarnos especialmente la atención sobre el hecho de que, si una persona cae al agua, se moja. Es natural que absorba el elemento en el que se encuentra. Lo que se pretende presentar como prueba podría considerarse más bien una prueba de que no es hereditario. Porque si el genio fuera hereditario, tendría que manifestarse al principio de la generación, entonces se podría demostrar que el genio es hereditario, pero no al final de la generación.

Vemos pues en el ser humano que se nos presenta en el mundo, la confluencia de dos corrientes. Vemos por un lado, lo que ha heredado de su familia y, por otro, lo que ha desarrollado a partir de su esencia más íntima: una serie de aptitudes, características, capacidades internas y destino externo. Estas dos corrientes confluyen; cada ser humano está compuesto por estas dos corrientes. Así, encontramos que el ser humano, por un lado, debe adaptarse a su esencia más íntima y, por otro, a lo que le ha sido transmitido por su línea hereditaria. Vemos que el ser humano lleva en gran medida la fisonomía de sus antepasados, podríamos decir que el ser humano es el resultado de la suma de sus antepasados.

Dado que, en un primer momento, la esencia del ser humano no tiene nada que ver con lo que se hereda, sino que solo tiene que adaptarse a lo que más le conviene, también comprenderemos que es necesario que, para aquello que quizá haya vivido durante siglos en un mundo completamente diferente y sea trasladado a otro mundo, exista una cierta mediación; que la esencia del ser humano debe tener algo en común con lo inferior, que debe existir un eslabón intermedio, un vínculo entre el propio ser humano individual y lo general, es decir lo que él incorpora mediante la familia y la raza. El eslabón que, por un lado, transmite todas las cualidades internas que trae consigo de su encarnación anterior mas lo que le aporta la línea hereditaria, se engloban bajo el concepto de temperamento. Éste ahora se interpone entre las cualidades heredadas y lo que ha absorbido en su esencia interior. Es como si, al descender, este núcleo esencial se envolviera en una especie de matiz espiritual de lo que le espera allí abajo, de modo que, en la medida en que el núcleo esencial se adapta mejor al envoltorio del ser humano, el núcleo esencial del ser humano se tiñe del color del entorno en el que nace y de una cualidad que trae consigo.

De modo que podremos decir, al contemplar al ser humano completo: este ser humano completo está compuesto por el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo. Lo que en primer lugar es el cuerpo físico, lo que el ser humano lleva consigo de tal manera que es visible a los ojos sensoriales, lleva en sí, visto desde fuera, en primer lugar, los signos claros de la herencia. También aquello que vive en el cuerpo etérico del ser humano, en ese luchador contra la descomposición del cuerpo físico, en cuanto a características, es algo que se encuentra en la línea hereditaria. Luego llegamos a su cuerpo astral, que en sus características está mucho más ligado al núcleo esencial del ser humano. Y cuando llegamos al núcleo más íntimo del ser humano, es decir, al yo propiamente dicho, encontramos lo que pasa de encarnación en encarnación, lo que aparece como un mediador interno que irradia sus características esenciales al exterior. Características que al tener que conectarse, han de adaptarse al entrar el ser humano en el mundo físico.

Los temperamentos surgen a través de esta interacción en la naturaleza humana, entre el cuerpo astral y el yo, entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico, a través de esta interrelación entre las dos corrientes. Por lo tanto, deben ser algo que depende de la individualidad del ser humano, de lo que se integra en la línea hereditaria general. Si el ser humano no pudiera configurar su esencia interior, cada descendiente sería solo el resultado de sus antepasados. Y lo que se configura en él, lo que lo hace individual, es la fuerza del temperamento; ahí reside el secreto de los temperamentos.

Pues bien, en toda la naturaleza humana, todos los miembros individuales interactúan entre sí; están en interacción. Cuando el núcleo del ser ha teñido el cuerpo físico y el cuerpo etérico, lo que ha surgido de ese teñido actúa sobre todos los demás elementos, de modo que depende de cómo se nos presente el ser humano con sus características si el núcleo del ser actúa con más fuerza sobre el cuerpo físico o si es el cuerpo físico el que actúa con más fuerza. Dependiendo de cómo sea el ser humano, puede influir en uno de los cuatro miembros, y la reacción en los otros miembros da lugar al temperamento. Cuando el núcleo del ser humano se reencarna, es capaz de integrar un cierto exceso de actividad en uno u otro de sus miembros gracias a esta peculiaridad. Así, puede integrar un cierto exceso de fuerza en su yo, o bien, el ser humano puede influir en sus otros miembros a través de determinadas experiencias vividas en su vida anterior.

Cuando el yo del ser humano se ha fortalecido tanto a través de sus destinos que sus fuerzas dominan de manera excelente en la naturaleza cuádruple del ser humano, entonces surge el temperamento colérico. Si está sometido a la influencia del cuerpo astral, surge el temperamento sanguíneo. Si el cuerpo etérico influye con exceso sobre los demás miembros, surge la naturaleza flemática. Si el cuerpo físico influye sobre los demás miembros del cuerpo, de modo que el núcleo del ser no ha sido capaz de superar ciertas durezas en el cuerpo físico, predomina el temperamento melancólico.

Así como consideramos que gran parte del cuerpo físico es la expresión inmediata del principio vital físico del ser humano, debemos considerar que el sistema glandular es la expresión física del cuerpo etérico; el sistema nervioso, concretamente la parte activa del mismo, debe considerarse la expresión física del cuerpo astral, y la fuerza pulsante de la sangre es la expresión del yo propiamente dicho. Por lo tanto, lo que ha caracterizado al yo se manifestará como la cualidad predominante. 

TEMPERAMENTO COLÉRICO

El temperamento colérico se manifestará como activo en una sangre que late con fuerza; así se manifiesta el elemento de fuerza en el ser humano, al tener una influencia especial sobre su sangre. En una persona así, en la que el yo actúa espiritualmente y la sangre actúa físicamente, vemos cómo la fuerza más íntima mantiene firme y fuerte la organización. Y tal como se enfrenta al mundo exterior, así querrá imponerse la fuerza de su yo. Esa es la consecuencia de ese yo.

TEMPERAMENTO SANGUÍNEO

 Cuando en el ser humano predomina el cuerpo astral, entonces la expresión física se manifestará en las funciones del sistema nervioso, y lo que produce el cuerpo astral es la vida en pensamientos, en imágenes, de modo que el ser humano dotado de temperamento sanguíneo tendrá la predisposición a vivir en las imágenes de su vida imaginativa. Debemos comprender claramente la relación del cuerpo astral con el yo. Si solo existiera el temperamento sanguíneo, se produciría un caos de imágenes ascendentes y descendentes. Lo que evita que las imágenes se mezclen de manera fantástica son las fuerzas del yo. Y en lo físico, es la sangre la que, en esencia, limita la actividad del sistema nervioso, por así decirlo.

Sería demasiado extenso mostrarles con todo detalle cómo se relacionan entre sí el sistema nervioso y la sangre, y que la sangre es el regulador de esta vida imaginativa, Cuando la sangre no es el regulador del sistema nervioso, cuando la sangre del ser humano se vuelve demasiado tenue, anémica, entonces aparecen también las construcciones fantásticas, hasta llegar a la ilusión y la alucinación. Si el cuerpo astral tiene un cierto exceso de actividad, la vida humana se presenta de tal manera que el ser humano no puede aferrarse a una idea, y la consecuencia es que tal persona puede entusiasmarse por todo lo que se le presenta en el mundo exterior, pero como no se aplica el freno para hacerlo de forma duradera en su interior, el interés que se ha despertado se desvanece rápidamente. Vemos cómo el sanguíneo pasa rápidamente de una idea a otra, cómo muestra un sentido voluble.

TEMPERAMENTO FLEMÁTICO

Cuando en una persona predomina el cuerpo etérico en sí mismo y la expresión de este cuerpo etérico, el sistema que determina el bienestar y el malestar en el ser humano, entonces la persona se verá tentada a querer permanecer cómodamente en su interior. Cuanto más cómodo se sienta el ser humano en su interior, más armonía creará entre el interior y el exterior. Si este es el caso, si incluso se cuida en exceso, entonces todas las aspiraciones del ser humano se dirigen hacia el interior, nos encontramos ante una persona flemática.

TEMPERAMENTO MELANCÓLICO

Y cuando el ser humano tiene un exceso de actividad en su sistema físico, es una señal de que el ser interior no puede hacer nada contra su sistema físico. Así es como se manifiesta el sistema físico endurecido cuando hay un exceso. El ser humano no puede mover lo que debería mover; siente obstáculos internos. Estos obstáculos se manifiestan porque el ser humano tiene que dirigir su fuerza hacia ellos. Lo que no se puede superar es lo que causa sufrimiento y dolor, lo que impide que el ser humano pueda mirar sin prejuicios al mundo que le rodea. Esta fijación es una fuente de dolor interior. Ciertos pensamientos e ideas comienzan a volverse permanentes, y el ser humano se vuelve melancólico y taciturno.

Y si comprendemos el temperamento a través de un ser sano, entonces muchas cosas de la vida nos resultarán claras; pero también nos será posible manejar de manera práctica lo que antes no podíamos. ¡Dirijamos nuestra mirada a muchas cosas que se nos presentan directamente en la vida! Tomemos, por ejemplo, al colérico, que tiene un centro fuerte y firme en su interior. Este yo es el que lo controla. Esas imágenes son imágenes de la conciencia. El cuerpo físico está formado según su cuerpo etérico, y el cuerpo etérico según su cuerpo astral. Él moldearía al ser humano de las formas más diversas, por así decirlo; al oponerse al crecimiento del yo en sus fuerzas sanguíneas, se mantiene el equilibrio entre la plenitud y la variedad del crecimiento. Pero si el yo tiene un exceso, puede frenar el crecimiento. Las personas coléricas suelen mostrarse como si tuvieran un crecimiento reprimido. Se pueden encontrar ejemplos y más ejemplos en la vida, por ejemplo, en la historia intelectual del filósofo Fichte. Por su aspecto exterior, era lo que se podría llamar una persona de crecimiento reprimido, había fuerzas en él que estaban reprimidas por el exceso del yo. ¡Tomemos a Napoleón! Ahí tenemos la imagen típica del crecimiento reprimido del colérico. Ahí podemos ver cómo actúa esta fuerza del yo desde el espíritu, cómo actúa esta fuerza del yo, de modo que la esencia más íntima del ser humano se manifiesta en la apariencia exterior. ¡Observen la fisonomía del colérico! Tomen, en cambio, al flemático. ¡Qué borrosos son sus rasgos! ¡Qué poco se puede decir que esa forma de frente se adapte al colérico!

Esto se manifiesta con especial intensidad en un órgano en el que el cuerpo astral o el yo ejercen su influencia formadora: en el ojo, en la mirada firme y segura del colérico. En el colérico encontrarán ustedes un ojo negro, negro azabache, porque, por una cierta ley, el colérico atrae hacia su interior precisamente aquello que su fuerza del yo, porque no deja que el cuerpo astral tiña aquello que se tiñe en otra persona. Observen también al ser humano en todo su comportamiento. Quien sea experto, puede casi ver desde atrás si [alguien] es colérico. El paso firme anuncia, por así decirlo, al colérico. Todo el ser humano es una huella de este ser más íntimo, que se nos revela de esta manera.

¡Tomemos al sanguíneo! El temperamento sanguíneo se manifiesta con especial intensidad en la infancia. ¡Observen cómo se expresa la plasticidad! Y del mismo modo, en el niño sanguíneo se nos presenta una cierta posibilidad interna de cambiar su fisonomía, mientras que en el colérico los rasgos son más marcados. Un ojo morado es muy a menudo la expresión de un temperamento sanguíneo.

¡Y sigamos adelante! Cuando nos acercamos al flemático, sabemos por su andar tembloroso que es incapaz de controlar las formas de su interior. Se puede ver en toda su persona. El melancólico se revela pronto por su cabeza inclinada hacia adelante y sus ojos bajos. Esto muestra que hay algo limitado.

CÓMO ENFRENTARSE A LOS TEMPERAMENTOS EN LA EDUCACIÓN

Aquí solo podemos insinuarlo todo, pero la vida del ser humano nos resultará mucho más comprensible si vemos que el espíritu actúa sobre las formas, de modo que el exterior del ser humano puede convertirse en una expresión de su interior. ¿Acaso no vemos cómo todo lo grande en la vida puede lograrse precisamente gracias a la unilateralidad de los temperamentos, cómo estos pueden degenerar en la unilateralidad? ¿No nos preocupa el niño porque vemos que el colérico puede degenerar hasta la malicia, el sanguíneo hasta la frivolidad, el melancólico hasta la tristeza, etcétera? ¿No será el conocimiento y la evaluación del temperamento de un valor esencial para el educador, especialmente en la cuestión de la educación y también en la autoeducación?

No debemos dejarnos llevar por la tentación de subestimar el valor del temperamento por ser una característica unilateral. Debemos tener claro que el temperamento conduce a la unilateralidad, que lo más radical del temperamento melancólico es la locura, lo del flemático, la debilidad mental, lo del sanguíneo, la demencia, y lo del colérico, todos esos arrebatos de naturaleza humana enfermiza que llegan hasta la furia, etc. El temperamento produce una gran y hermosa diversidad, porque los opuestos se atraen; sin embargo, la idolatría de la parcialidad del temperamento causa fácilmente daños entre el nacimiento y la muerte. Es importante que el educador pueda decirse a sí mismo: ¿qué haces, por ejemplo, con un niño sanguíneo? Hay que intentar aprender, a partir del conocimiento de todo el ser del temperamento sanguíneo, cómo hay que comportarse. Si se habla de la educación del niño en relación con otros puntos de vista, también es necesario hablar individualmente del temperamento en la educación del niño.

Tenemos ante nosotros a un niño de temperamento sanguíneo, que fácilmente podría degenerar en inquietud, desinterés por las cosas importantes y, por el contrario, interesarse rápidamente por otras cosas; esto puede convertirse en una terrible parcialidad y se puede percibir el peligro cuando se profundiza en la naturaleza humana; entonces uno se dirá: El hecho de intentar inculcarle inmediatamente a este niño cualquier cualidad opuesta no cambia estas cualidades. En estas cosas, que están arraigadas en la naturaleza más íntima del ser humano, hay que tener en cuenta que solo se pueden moldear. En el caso de un sanguinismo que se ha vuelto unilateral, hay que insistir en su temperamento sanguíneo. Si se quiere comportarse correctamente con este niño, hay que prestar atención a algo, porque por muy sanguíneo que sea el niño, siempre hay algo que le interesa. Y aquello que se encuentra y que le interesa especialmente, debe tenerse en cuenta. Y aquello que para el niño es algo que no pasa desapercibido, hay que intentar mostrárselo como un hecho especial, de modo que su temperamento se extienda más allá de lo que le es indiferente; hay que intentar presentarle lo que para él es una afición bajo una luz especial, hay que enseñarle a aplicar su sanguinarismo. Se puede actuar de tal manera que, ante todo, se aproveche lo único que siempre se puede encontrar, es decir, las fuerzas que tiene el niño. Mediante castigos y reprimendas, no será capaz de interesarse permanentemente por algo. Mientras que si se despierta en él el interés, el amor por una persona, entonces ese amor por la persona hace que se produzca un auténtico milagro. Este puede curar el temperamento unilateral del niño. Hay que desarrollar un apego personal, hay que hacerse querido por el niño, esa es la tarea que hay que realizar con el niño sanguíneo. Depende de quien educa al niño que el niño sanguíneo aprenda a amar la personalidad.

Supongamos que una persona teme que su hijo tenga un temperamento colérico que se manifiesta de manera unilateral. Sin embargo, no se puede aplicar la misma receta que con un niño sanguíneo, ya que el colérico no podrá ganarse fácilmente el amor de los demás. Hay que llegar a él de otra manera, de persona a persona. Hay que ser apreciable y respetable en el sentido más elevado de la palabra para el niño colérico. Hay que procurar que el niño colérico nunca note que no puede obtener información ni consejo sobre lo que debe hacer. Hay que asegurarse de mantener las riendas de la autoridad en las manos y no mostrar nunca debilidad, como por ejemplo no saber qué consejo dar. Entonces es necesario que, cuando el niño colérico amenaza con degenerar en la parcialidad, se le enseñe especialmente aquello que es difícil de superar, que se le haga consciente de las dificultades de la vida proporcionándole cosas que le resulten lo más difíciles posible de superar. Hay que crear obstáculos para que el temperamento colérico no se reprima, sino que se exprese enfrentando al niño a ciertas dificultades que debe superar.

Con un niño flemático tendremos muchas dificultades si la educación nos impone la tarea de comportarnos con él de la manera adecuada. Es difícil influir en un flemático, pero hay una forma de lograrlo. No hay nada en un niño flemático a lo que se pueda apelar; hay que llevarlo a relacionarse con niños de su misma edad. Así como el sanguíneo debe tener apego a una personalidad, el flemático debe tener amistad y relación con tantos niños de su edad como sea posible. Esa es la única manera de despertar la fuerza que yace dormida en él. No podrá interesar al pequeño flemático con un tema de la escuela o de casa, pero podrá lograrlo a través del rodeo de otras almas de su misma edad.

También es muy difícil tratar al niño melancólico. ¿Qué debemos hacer? ¿Y si sentimos horror ante la amenaza de la unilateralidad del temperamento melancólico del niño, ya que no podemos inculcarle lo que no tiene? Debemos tener en cuenta que tiene la fuerza para aferrarse a sus inhibiciones, para resistirse. Si queremos encauzar esta peculiaridad de su temperamento, debemos desviar esta fuerza del interior hacia el exterior. Para el educador de un niño melancólico será especialmente necesario que se dé importancia a cómo se trata al niño, a que se le muestre que hay sufrimiento en el mundo. El niño melancólico es sensible al dolor; si quiere divertirlo, lo empujará de vuelta a su propio encierro. ¡Distraiga al niño mostrándole que hay sufrimiento! El melancólico más feliz es aquel que puede crecer junto a una persona que, por haber vivido experiencias difíciles, tiene mucho que decir, ya que así el alma actúa sobre el alma de la manera más feliz. En general, es bueno intentar curar al joven melancólico no rodeándolo de compañía divertida, sino dejándole experimentar el dolor justificado.

Por lo tanto, podemos decir que lo mejor para el sanguíneo es crecer con mano firme, que alguien externo le muestre aspectos de su carácter que le permitan desarrollar el amor personal, ya que el amor hacia una persona es lo mejor para el sanguíneo. No solo amor, sino también respeto y aprecio por lo que una persona es capaz de lograr, eso es lo mejor para el colérico.

Un melancólico puede considerarse afortunado si puede crecer de la mano de una persona que tiene un destino amargo. En la distancia adecuada que se crea a partir de la nueva visión, de la compasión que surge hacia la autoridad, en la empatía hacia el doloroso destino justificado, ahí está lo que necesita el melancólico. Crecen bien cuando pueden entregarse menos al apego a una persona, menos al respeto y la estima por los logros de una persona, y más a la empatía por el sufrimiento y el destino doloroso justificado.

El flemático es una persona a la que se puede llegar mejor si le enseñamos a interesarse por los demás, si le enseñamos a entusiasmarse por los intereses de otras personas.

  • El sanguíneo debe poder desarrollar el amor y el apego.
  • El colérico debe poder desarrollar el aprecio y el respeto por los logros de la persona.
  • El melancólico debe poder desarrollar un corazón compasivo por el destino ajeno.
  • Y al flemático se le deben mostrar como ejemplo los intereses de los demás.

Y cuando se trata de tomar las riendas de nuestra propia educación, pueden resultar especialmente útiles. Nos damos cuenta con nuestra mente de que nuestro temperamento sanguíneo nos juega malas pasadas, que corremos el riesgo de caer en un estilo de vida inestable, que vamos corriendo de un objeto a otro. Esto se puede contrarrestar si se toman las medidas adecuadas. Por mucho que el ser humano se repita a sí mismo: «Ahora mantén una cosa firme», su temperamento sanguíneo le jugará malas pasadas una y otra vez. Solo puede contar con la fuerza que tiene. Detrás de la razón deben estar otras fuerzas. ¿Puede un sanguíneo contar con algo más que con su temperamento sanguíneo? Y también en la autoeducación es necesario intentar hacer lo que la razón podría hacer de forma indirecta. Hay que intentar no interesarse por ciertas cosas que nos interesan. Hay que intentar ponerse artificialmente en esa situación, poner en su camino tantas cosas como sea posible que no le interesen. Entonces, si uno lo hace durante el tiempo suficiente, notará que este temperamento desarrolla la fuerza para cambiar.

Si nos damos cuenta de que la melancolía puede conducirnos a la parcialidad, debemos intentar crear obstáculos externos justificados y querer comprender estos obstáculos externos justificados en toda su forma, de modo que podamos desviar hacia objetos externos el dolor y la capacidad de sentir dolor que tenemos. La mente es capaz de hacerlo.

Del mismo modo, el colérico puede curarse a sí mismo de una manera especial, si consideramos el asunto desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Cuando nota que su interior enfurecido quiere desahogarse, debe intentar buscar, en la medida de lo posible, cosas que requieran poco esfuerzo para ser superadas; debe intentar provocar hechos externos fácilmente superables y debe intentar siempre descargar su fuerza de la manera más intensa en acontecimientos y hechos insignificantes. Si busca cosas insignificantes que no le ofrezcan resistencia, entonces volverá a encauzar su temperamento colérico unilateral en la dirección correcta.

El flemático hace bien en pensar que debe interesarse por algo, que debe buscar objetos que merezcan su atención, que el ser humano no se preocupa por ello. Debe buscar una ocupación en la que el flemático tenga razón y pueda dar rienda suelta a su flemático. De este modo, superará su flema, incluso si esta amenaza con degenerar en parcialidad.

Los realistas creen, por ejemplo, que lo mejor para un melancólico es proporcionarle lo contrario de lo que necesita. Sin embargo, quien piensa de forma verdaderamente realista apela a lo que ya hay en él.

Así vemos que es precisamente la ciencia espiritual la que no nos aleja de la vida real y verdadera, sino que nos ilumina a cada paso hacia las verdades y nos puede guiar en la vida para tener en cuenta lo real en todas partes. Porque son fantásticos aquellos que creen aferrarse a las apariencias externas. Debemos buscar razones más profundas si queremos adentrarnos en esta realidad, y si nos involucramos en tales consideraciones adquiriremos una comprensión de la diversidad de la vida. Nuestro sentido práctico se volverá cada vez más individual si no nos vemos obligados a aplicar una receta general, —no debes expulsar la frivolidad con seriedad—, sino a ver: ¿qué cualidades hay en el ser humano que deben estimularse? Y debemos ir hacia la individualidad.

Y ahí también podemos dejar que la ciencia espiritual actúe desde lo más profundo de nuestro ser, convertir la ciencia espiritual en el mayor impulso de la vida. Mientras siga siendo solo teoría, no vale nada. Debe aplicarse en la vida del ser humano. El camino para ello es posible, pero es largo. Se ilumina cuando conduce a la realidad. Entonces nuestras opiniones cambian y nos damos cuenta de ello, los conocimientos se transforman. Es un prejuicio creer que los conocimientos deben permanecer abstractos; pero cuando entran en lo espiritual, impregnan toda nuestra obra vital, impregnan toda nuestra vida, y entonces nos enfrentamos a la vida con conocimientos sobre la individualidad que llegan hasta los sentimientos y las sensaciones y se expresan en ellos, que tienen un gran respeto y aprecio. Las plantillas son fáciles de reconocer. Y pretender dominar la vida según patrones es fácil, pero no se puede tratar como un patrón. Entonces basta con un solo conocimiento, que se transforma en un sentimiento que hay que tener hacia la individualidad del ser humano, hacia la individualidad en toda la vida. Entonces, nuestro concienzudo conocimiento intelectual fluirá, por así decirlo, hacia nuestros sentimientos, de modo que podamos evaluar adecuadamente el enigma que se nos presenta en cada ser humano.

Pero esa es la verdadera razón que puede dar lugar al amor humano verdadero, fructífero y genuino. Esa es la razón por la que nos damos cuenta de lo que debemos buscar como esencia más íntima en cada ser humano. Y cuando nos impregnemos así del conocimiento espiritual, nuestra vida social de persona a persona se regulará de tal manera que cada individuo, al enfrentarse a los demás con aprecio, respeto y comprensión del enigma «ser humano», aprenderá a encontrar y regular su comportamiento hacia los demás. Solo aquel que vive desde el principio en abstracciones puede hablar de conceptos sobrios, pero quien busca el conocimiento auténtico lo encontrará y en su propio comportamiento, en su propia conducta, hallará el camino hacia el otro ser humano, encontrará la solución al enigma del otro ser humano. Así resolvemos el enigma individual de cómo nos comportamos con el otro. Solo encontramos la esencia del otro con una visión de la vida que proviene del espíritu. La ciencia espiritual debe ser una práctica de vida, un factor espiritual de la vida, totalmente práctica, totalmente vida, y no una teoría gris.

Respuestas a preguntas [Extractos]

Pregunta: También hay personas en las que no se manifiesta ningún temperamento. ¿Qué es lo que predomina en ellas?

Respuesta: Es cierto. Hay personas en las que, por así decirlo, un matiz particular del temperamento no se manifiesta con excesiva intensidad. Sin embargo, el observador atento podrá descubrir que, en cierta medida, ese temperamento está presente. Debemos tener claro que, cuando se desarrolla un tema como este, no se puede decir todo lo que se podría decir. Así, si quisiera explicarles ciertos fenómenos que se dan en la vida, tendría que explicarles los distintos y complicados temperamentos, tendría que mostrarles cómo, sin embargo, en cada persona destacan ciertas características de uno de sus miembros, es decir, tienen un temperamento destacado. Pero también puede ocurrir que otro aspecto de la esencia humana influya en otros aspectos del ser humano. Así, cualquiera que estudie la disposición temperamental de Napoleón podría descubrir que debió de comportarse de manera muy flemática en relación con ciertas cosas, por lo que debemos decir: en cada ser humano se encuentran matices de los cuatro temperamentos, y lo que destaca es precisamente lo que proviene de un exceso especial.

Cuando se dice que el cuerpo astral actúa en exceso, —lo cual no es lo mismo que decir que ejerce un dominio absoluto sobre los demás—, significa que en esa persona actúa más de lo que sería normal. Puede ser que el cuerpo astral actúe en exceso, que no encuentre la armonía adecuada, al igual que ocurre con el cuerpo físico. Entonces, los excesos pueden neutralizarse y puede aparecer algo parecido a la absoluta falta de temperamento. Esto se debe a que se equilibran las cosas que están presentes en uno u otro lado. Siempre se podrá observar un temperamento destacado en una persona con una buena capacidad de observación anímica.

Pregunta: ¿Qué temperamento indica un ojo gris?

Respuesta: Debo apelar un poco a su benevolencia. No se puede discutir esto con tanta precisión aquí, se necesitarían muchas horas. Solo puedo responder sin poder darle la explicación. Por eso quiero decirle que, si me pregunta sobre la correspondencia entre los ojos grises y el temperamento, debe tener en cuenta que los ojos grises suelen tener un cierto matiz de uno u otro color. Hay ojos gris verdosos, gris marrones y gris azulados. Por lo general, los ojos gris azulados pueden indicar un temperamento melancólico, mientras que los ojos gris verdosos pueden indicar un temperamento flemático. Sin embargo, esto no se puede generalizar.

Traducido por J.Luelmo oct,2025

 Ver mas conferencias sobre los temperamentos en el siguiente enlace <Los temperamentos>

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