GA090c Berlín, 4 de diciembre de 1903 - La iniciación de la sabiduría, la mente y la voluntad. La tarea de la corriente espiritual teosófica o de la teosofía en general.

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TEOSOFÍA Y OCULTISMO              

RUDOLF STEINER

La iniciación de la sabiduría, la mente y la voluntad. La tarea de la corriente espiritual teosófica o de la teosofía en general.

Berlín, 4 de diciembre de 1903

Lección 15

Hay una hermosa frase de Hegel: «El pensamiento más profundo está vinculado, tanto históricamente como exteriormente a la figura de Cristo». Y lo grandioso de la religión cristiana es que está ahí para cada nivel de formación. La conciencia más ingenua puede comprenderla y, al mismo tiempo, es una invitación a la sabiduría más profunda.

La historia de su evolución ya nos ha enseñado que la religión cristiana es comprensible para cualquier nivel de conciencia. La tarea de la corriente teosófica, o de la ciencia espiritual en general, si es que esta comprende su misión, debe ser demostrar que la religión cristiana invita a adentrarse en las enseñanzas más profundas de la sabiduría de la humanidad. La teosofía no es una religión, sino una herramienta para comprender las religiones. Se relaciona con los documentos religiosos de la misma manera que la enseñanza matemática se relaciona con los documentos que han aparecido como libros de texto matemáticos.

Se puede comprender las matemáticas con las propias facultades mentales, comprender las leyes del espacio sin tener en cuenta ese viejo libro. Pero una vez que se han comprendido, una vez que se han asimilado las enseñanzas geométricas, se apreciará aún más ese viejo libro que fue el primero en presentar estas leyes al espíritu humano. Lo mismo ocurre con la teosofía. Sus fuentes [no se encuentran en los documentos, no se basan en la tradición. Sus fuentes] están en los mundos espirituales reales; allí hay que encontrarlas y comprenderlas, desarrollando las propias facultades del espíritu, del mismo modo que se comprende las matemáticas, tratando de desarrollar las facultades de la intelectualidad.

Nuestro intelecto, que nos sirve para comprender las leyes del mundo sensorial, está sustentado por un órgano, el cerebro. Para comprender las leyes de los mundos espirituales también necesitamos los órganos correspondientes. ¿Cómo se han desarrollado nuestros órganos físicos? Mediante la acción de fuerzas externas sobre ellos: las fuerzas del sol, las fuerzas del sonido. Así surgieron el ojo y el oído, a partir de órganos neutros y sordos que al principio no permitían la penetración del mundo sensorial y que solo se abrieron lentamente. Del mismo modo, nuestros órganos espirituales se abrirán cuando las fuerzas adecuadas actúen sobre ellos.

¿Cuáles son las fuerzas que ahora arremeten nuestros órganos espirituales, aún embotados? Durante el día, el cuerpo astral del ser humano actual se ve invadido por fuerzas que obstaculizan su desarrollo, que incluso destruyen aquellos órganos que antes poseía, cuando aún no había alcanzado la clara conciencia diurna. Antiguamente, el ser humano percibía directamente las impresiones astrales. El entorno le hablaba a través de imágenes, a través de la forma de expresión del mundo astral. Imágenes vivas y estructuradas, colores flotaban libremente en el espacio como expresión de placer y disgusto, simpatía y antipatía. Luego, estos colores se posaban, por así decirlo, sobre la superficie de las cosas, y los objetos adquirían contornos fijos. Esto sucedió cuando el cuerpo físico del ser humano se volvió cada vez más sólido y estructurado.

Cuando sus ojos se abrieron completamente a la luz física, cuando el velo de Maya se extendió sobre el mundo espiritual, el cuerpo astral del ser humano recibió las impresiones del entorno a través del cuerpo físico y etérico, y él mismo las transmitió al yo, desde donde entraron en la conciencia del ser humano. De este modo, estaba constantemente ocupado, constantemente activo. Pero lo que actuaba en él no eran fuerzas plásticas y moldeables, acordes con su propia naturaleza. Eran fuerzas que, para despertar la conciencia del yo, lo consumían, lo mataban.

Solo por la noche, cuando se sumergía en el mundo rítmico-espiritual que le era homogéneo, recuperaba fuerzas y podía volver a alimentar también el cuerpo físico y el etérico. De la lucha entre las impresiones, de la destrucción de los órganos astrales que antes actuaban inconscientemente en el ser humano, había surgido la vida del yo individual, la conciencia del yo. De la vida, la muerte; de la muerte, la vida. El círculo de la serpiente se había cerrado. Ahora, desde esta conciencia del yo que había despertado, debían surgir las fuerzas que reavivaran la vida en los restos muertos de los antiguos órganos astrales, dándoles forma plástica.

La humanidad se mueve hacia este objetivo, guiada por sus maestros, sus líderes, los grandes iniciados, cuyo símbolo es también la serpiente. Es una educación hacia la libertad, por lo que es lenta y difícil. Los grandes iniciados podrían, por así decirlo, facilitarse la tarea a sí mismos y a los seres humanos si trabajaran el cuerpo astral por la noche, cuando está libre, de tal manera que imprimieran en él los órganos astrales, actuando sobre él desde el exterior. Pero eso sería entonces una acción dentro de la conciencia onírica del ser humano, una intervención en su esfera de libertad. El principio supremo del ser humano, la voluntad, nunca llegaría a desarrollarse.

El ser humano es guiado paso a paso. Ha habido una iniciación en la sabiduría, otra en la mente y otra en la voluntad. El cristianismo auténtico es la síntesis de todas las etapas de iniciación. La iniciación de la Antigüedad era el presagio, la preparación. Poco a poco, el ser humano moderno se fue emancipando de su iniciador, su gurú. Al principio, en plena conciencia de trance, pero equipado con los medios para imprimir en el cuerpo físico el recuerdo de lo que había sucedido fuera del cuerpo físico, se llevaba a cabo la iniciación. De ahí la necesidad de separar también el cuerpo etérico, portador de la memoria, junto con el astral. Ambos se sumergían en el mar de la sabiduría, en Mahadeva, en la luz de Osiris. Esta iniciación se llevaba a cabo en el más profundo secreto, en completo aislamiento. No se permitía que ningún soplo del mundo exterior se interpusiera. El ser humano estaba como muerto para la vida exterior, los delicados gérmenes se cultivaban lejos de la deslumbrante luz del día.

Luego, la iniciación salió de la oscuridad de los misterios a la luz más brillante del día. En una gran y poderosa personalidad, portadora del principio unificador supremo, la Palabra que expresa al Padre oculto, que es su manifestación, que al adoptar forma humana se convirtió en el Hijo del Hombre y pudo ser representante de toda la humanidad, [un] vínculo unificador de todos los yoes: En Cristo, el espíritu de la vida, el eterno unificador, se llevó a cabo histórica y simbólicamente la iniciación de toda la humanidad en el nivel del sentimiento, del ánimo. Este acontecimiento fue tan poderoso que pudo tener un efecto duradero en cada individuo que lo revivió, hasta en lo físico, hasta en la aparición de las llagas, hasta en los dolores punzantes. Y se agitaron todas las profundidades del sentimiento. Se produjo una intensidad de sentimiento como nunca antes había inundado el mundo en oleadas tan poderosas.

En la iniciación en la cruz del amor divino, se había producido el sacrificio del yo por todos. La expresión física del yo, la sangre, se había derramado en amor por la humanidad y había surtido tal efecto que miles de personas se apresuraron a participar en esta iniciación, en esta muerte, y dejaron que su sangre se derramara en amor, en entusiasmo por la humanidad. Nunca se ha destacado lo suficiente cuánta sangre se derramó de esta manera, y la gente ya no es consciente de ello, ni siquiera en los círculos teosóficos. Pero las oleadas de entusiasmo que fluyeron y ascendieron en esta sangre derramada han cumplido su función. Se han convertido en poderosos impulsores. Han madurado a la humanidad para la iniciación de la voluntad.

Y este es el legado de Cristo.

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