La
misión del arcángel Micael
ciclo
de doce conferencias impartidas en Dornach.
21
de noviembre de 1919 primera conferencia.
las revelaciones de los secretos del ser humano
En
el transcurso de estas conferencias me gustaría describir la
relación que nosotros, seres humanos de la actualidad, podemos
adquirir con ese poder espiritual que, como el poder de Miguel,
interviene en los sucesos espirituales y físicos de la tierra. Será
necesario prepararnos en la conferencia de hoy para esta tarea.
Necesitaremos varios puntos de vista que permitirán realmente a la
inteligencia humana conocer las diversas interferencias con el citado
poder en el trasfondo de los síntomas que podemos observar a nuestro
alrededor. Debemos tener en mente, si deseamos hablar seriamente del
mundo espiritual, que siempre podemos considerar las manifestaciones
de los poderes espirituales aquí en el mundo físico. Tratamos de
penetrar como si dijéramos, a través del velo del mundo físico
hacia aquello que está activo en el mundo espiritual. Lo que existe
en el mundo físico puede ser observado por cualquiera; lo que está
activo en el mundo espiritual sirve para resolver los enigmas
planteados por el mundo físico. Pero debemos sentir los enigmas del
mundo físico de la forma correcta. Es importante, en conexión con
estos importantes asuntos, comprender con toda seriedad lo que he
dicho en conferencias recientes.
Es imposible
vincular los puntos de vista personales del mundo con un
entendimiento verdadero de aquello que tan vitalmente concierne no
solo a la totalidad de la humanidad, sino al mundo entero. Debemos
liberarnos de los intereses meramente personales. Además,
adquiriremos un entendimiento del propósito y del valor de la
personalidad en el mundo si nos hemos liberado del elemento personal
en su sentido más ajustado.
Ahora
saben que nuestra evolución Terrestre fue precedida por otra; que
permanecemos dentro de una evolución cósmica. Primero, saben que
esta evolución progresa, que ha llegado a un punto más allá del
cual pasará a mayores, más avanzadas etapas. Segundo, saben que si
consideramos el mundo como tal, tenemos que tratar no sólo con los
seres que encontramos en la esfera terrestre, es decir, los reinos
mineral, vegetal, animal y humano, sino que tenemos que tratar con
seres que pertenecen a reinos superiores a los que hemos designado
como los seres de las jerarquías superiores. Si hablamos de
evolución en su totalidad, tenemos que considerar siempre estos
seres de las más altas jerarquías superiores.
Estos
seres, por su parte, también pasan a través de una evolución que
podemos comprender si encontramos analogías con nuestra evolución
humana y con la que existe en los diversos reinos de la tierra.
Consideren, por ejemplo, lo siguiente: Ustedes saben que los seres
humanos han pasado a través de una evolución en Saturno, en el Sol
y en la Luna, podemos decir que nosotros, como seres humanos que
experimentamos en los alrededores de la tierra hemos llegado a la
cuarta etapa de nuestra evolución.
Consideremos
ahora los seres inmediatamente por encima de nuestra etapa humana a
los que llamamos los Ángeles. Si simplemente queremos
mostrar una analogía podemos decir: estos seres, aunque su forma es
completamente diferente a la humana, y aunque son invisibles a los
sentidos físicos humanos, están en la etapa evolutiva de Júpiter.
Consideremos
ahora a los Arcángeles. Ellos están en la etapa
evolutiva que la humanidad habrá alcanzado en Venus. Y si
consideramos a los Archai, los espíritus del tiempo, como los seres
que influyen especialmente en nuestra evolución terrestre,
encontramos que ellos ya han logrado la evolución de Vulcano.
Ahora
surge la pregunta significativa: si consideramos a los seres en un
rango aún superior, a la jerarquía de los llamados Espíritus de la
Forma, ¿en qué etapa se encuentran? Debemos responder: Ellos ya han
pasado más allá de las etapas que nosotros seres humanos concebimos
como nuestras etapas evolutivas del futuro.
Ellos
ya han pasado más allá de la evolución de Vulcano. Si consideramos
nuestra propia evolución como consistente en siete etapas, lo cual
basta para nuestras consideraciones actuales, debemos decir que los
Espíritus de la Forma han alcanzado la octava etapa. Nosotros los
seres humanos estamos en la cuarta etapa de la evolución; si
consideramos la octava etapa encontramos a los Espíritus de la
Forma.
Ahora bien, no debemos concebir estas etapas sucesivas de evolución como
existentes separadas pero juntas, sino que debemos concebirlas como
interpenetrándose unas a otras. Justo como la atmósfera rodea e
impregna la tierra, así esta octava esfera evolutiva a la que
pertenecen los Espíritus de la Forma impregna la esfera en la que
nosotros los seres humanos vivimos. Consideremos ahora cuidadosamente
estas dos etapas evolutivas. Repitamos: nosotros los seres humanos
existimos en una esfera que ha alcanzado la cuarta etapa evolutiva.
Aún así también existimos, si hacemos caso omiso de todo lo demás,
en el reino que los Espíritus de la Forma, alrededor y a través de
nosotros, tienen que considerar como suyo. Consideremos ahora la
evolución humana concretamente. A menudo hemos distinguido el
desarrollo de la cabeza del desarrollo del ser humano. El último lo
hemos dividido de nuevo en dos partes separadas, el desarrollo del
pecho y el desarrollo de los miembros. Hagamos caso omiso de esta
última separación y consideremos al hombre como teniendo, por un
lado, lo que pertenece al desarrollo de la cabeza, y por otro, todo
lo que pertenece al resto del ser humano.
Ahora
imaginemos lo siguiente: He aquí la superficie del océano, el
ser humano vadeándolo, moviéndose hacia delante con sólo su cabeza
asomando fuera del agua. En esta imagen – por supuesto es sólo una
imagen – tenemos la posición del ser humano actual. Todo lo que está arraigado en la cabeza tendríamos que considerarlo como
perteneciente a la cuarta etapa de la evolución, y todo lo que en el
hombre se mueve hacia delante, vadea o nada, por así decirlo,
tendríamos que designarlo como la octava etapa de la evolución. Ya
que es un hecho peculiar que el ser humano haya, en cierto modo,
crecido tanto en lo que concierne a su cabeza, el elemento en que los
Espíritus de la Forma despliegan su particular ser. En lo que
concierne a su cabeza, el hombre se ha emancipado, por así decirlo,
de la esfera que está interpenetrada por el ser de los Espíritus de
la Forma.
Sólo
comprendiendo perfectamente esto podemos llegar a la concepción
adecuada del ser humano; sólo entonces podemos comprender la
posición especial que el hombre tiene en el mundo; sólo entonces se
hará claro para nosotros que cuando el ser humano siente la
influencia creativa de los Espíritus de la Forma sobre él, no lo
siente directamente a través de las facultades de su cabeza, sino
indirectamente a través del efecto del resto de su cuerpo sobre la
cabeza. Todos vosotros sabéis que la respiración está conectada
con nuestra circulación sanguínea, hablando en el sentido de la
fisiología externa, pero la sangre es también conducida a la
cabeza, creando una conexión orgánica, vital con el resto del
organismo. La cabeza es nutrida y vigorizada por el resto del cuerpo.
Debemos
diferenciar cuidadosamente entre dos cosas. La primera es el hecho de
que la cabeza está en conexión directa con el mundo externo. Si
veis un objeto, lo percibís a través de vuestros ojos; hay una
conexión directa entre el mundo exterior y vuestra cabeza. Si
vosotros, sin embargo, observáis la vida de vuestra cabeza al ser
sustentada por los procesos de respiración y circulación sanguínea,
veréis la sangre subiendo desde el resto del organismo hacia vuestra
cabeza y podéis decir que no hay una conexión directa, sino sólo
una conexión indirecta entre vuestra cabeza y el mundo que os rodea.
Naturalmente, no debéis decir, pedantemente: bien, la respiración
es inhalada a través de la boca, por tanto la respiración también
pertenece a la cabeza. He afirmado anteriormente que tenemos aquí
sólo una imagen. Orgánicamente, lo que es inhalado a través de la
boca no pertenece realmente a la cabeza, sino al resto del organismo.
Centrad
vuestra atención sobre estos dos conceptos fundamentales que
acabamos de adquirir; centrad la atención sobre la idea de que
permanecemos dentro de dos esferas: la esfera en la que entramos al
pasar a través de las evoluciones de Saturno, el Sol y la Luna y
estamos ahora en la evolución de la Tierra que es la cuarta etapa
evolutiva; después considerad el hecho de que vivimos en una esfera
que pertenece a los Espíritus de la Forma tal y como nuestra Tierra
nos pertenece, pero que, como la octava esfera, impregna nuestra
Tierra y nuestro organismo con la excepción de nuestra cabeza y todo
lo que es actividad sensoria. Si centramos nuestra atención sobre
estos hechos habremos creado una base para lo que sigue.
Aún
así dejadme primero construir una base más sólida a través de
otros determinados conceptos. Si deseamos considerar nuestra vida
bajo tales influencias, debemos tener en cuenta los seres que a
menudo hemos mencionado como cooperantes en los sucesos mundiales:
los seres Luciféricos y Ahrimánicos. Fijemos, para empezar, nuestra
atención sobre el aspecto más externo de estos seres. Ellos moran
en las mismas esferas en las que los seres humanos viven.
Considerando su aspecto más externo, podemos pensar que todos los
seres Luciféricos poseen aquellas fuerzas que sentimos cuando surge
en nosotros la tendencia a convertirnos en fantasiosos, cuando
cedemos unilateralmente a la fantasía y al exceso de entusiasmo,
cuando nosotros – si lo podemos expresar gráficamente - tendemos a
salir con nuestro ser más allá de nuestra cabeza. Si tendemos a
salir más allá de nuestra cabeza, empleamos fuerzas que juegan un
determinado papel en nuestro organismo humano pero que son las
fuerzas universales de los seres a los que llamamos Luciféricos.
Pensar en seres formados enteramente de esas fuerzas dentro de
nosotros que luchan por pasar más allá de nuestra cabeza y tendréis
los seres Luciféricos que tienen una cierta relación con nuestro
mundo humano.
En
cambio, pensar en todo lo que nos empuja hacia la tierra, todo lo que
nos hace sobrios filisteos, nos hace burgueses, que nos dirige a
desarrollar actitudes materialistas, pensar en todo aquello que
existe en nosotros como árido intelecto, y tendréis los poderes
Ahrimánicos.
Todo
lo que he descrito aquí desde el aspecto anímico puede también ser
descrito desde el aspecto del cuerpo. Uno puede decir, el hombre está
siempre en una posición intermedia entre las intenciones de su
sangre y las intenciones de sus huesos.
Los
huesos constantemente tienden a osificarnos; en otras palabras, a
“ahrimanizar” nuestros cuerpos, endurecernos. A la sangre le
encantaría conducirnos fuera más allá de nosotros mismos.
Expresado en términos patológicos, la sangre puede hacerse febril.
Entonces el ser humano está orgánicamente siendo guiado hacia
fantasmas. Los huesos pueden desarrollar su naturaleza sobre el resto
del organismo. Entonces el ser humano se osifica, se vuelve
esclerótico, como casi todos hacemos en cierto grado en la vejez.
Entonces
él lleva el elemento mortal en su organismo, a saber, el elemento
Ahrimánico. Podemos decir que todo lo que vive en la sangre tiende
hacia lo Luciférico, todo lo que vive en los huesos tiene la
tendencia hacia lo Ahrimánico. El ser humano es el equilibrio entre
ambos, ya que él, desde el aspecto anímico, tiene que ser el
equilibrio entre el excesivo entusiasmo y el sobrio convencionalismo.
Ahora
podemos caracterizar estos dos tipos de seres desde un punto de vista
más profundo. Observemos los seres Luciféricos y veamos qué
intereses tienen en la existencia cósmica. Encontraremos que su
principal interés es hacer al mundo, y sobre todo el mundo humano, que abandone a los seres espirituales a los cuales el hombre debe
contemplar como sus verdaderos creadores. Los seres Luciféricos no
desean nada más que hacer que el mundo abandone los seres divinos.
No me malinterpreten: no es la intención primordial de los seres
Luciféricos apropiarse del mundo para ellos mismos.
A
partir de varias cosas que he dicho sobre ellos podéis deducir que
esta no es su principal intención; su objetivo primordial es hacer
que el ser humano traicione sus propios seres creadores divinos, para
liberar al mundo de estos seres.
Los
seres Ahrimánicos tienen un propósito diferente. Ellos tienen la
decidida intención de hacer que el reino del hombre y el resto de la
tierra, se someta a su esfera de poder, haciendo que la humanidad dependa
de ellos, obteniendo control sobre los seres humanos.
Mientras
eso siempre ha sido – y es – el esfuerzo de los seres Luciféricos
hacer que los hombres abandonen lo que pueden sentir como Divino en
ellos mismos, los seres Ahrimánicos tienen la tendencia gradualmente
de incluir a la humanidad y todo lo que está conectado a ella en su
esfera de poder.
Así,
en nuestro cosmos, en el que nosotros los seres humanos estamos
entremezclados, existe una batalla entre los seres Luciféricos,
constantemente luchando por la libertad, la libertad universal, y los
seres Ahrimánicos, constantemente luchando por el poder eterno y la
fuerza. Esta batalla impregna todo en lo que vivimos. Por favor
mantengan en mente este hecho como la segunda idea, importante para
nuestras posteriores consideraciones. El mundo en que vivimos está
impregnado de seres Luciféricos y Ahrimánicos, y existe este
tremendo contraste entre la tendencia liberadora de los seres
Luciféricos y la tendencia al poder de los seres Ahrimánicos.
Si
consideran todo este asunto tendrán que decirse a ustedes mismos:
sólo soy capaz de comprender el mundo si lo concibo en conexión con
el número tres, la tríada. Ya que tenemos por un lado el elemento
Luciférico, y por otro lado el elemento Ahrimánico, y en medio el
ser humano que, como el tercer elemento, en estado de equilibrio
entre los dos, debe sentir su divina esencia. Sólo llegaremos a la
comprensión del mundo si lo basamos en esta tríada y se hace
evidente el hecho de que la vida humana es la balanza. Aquí el punto
de apoyo; en un lado el platillo de la balanza con el elemento
Luciférico, tirando hacia arriba; en el otro lado el platillo de la
balanza con el elemento Ahrimánico, tirando hacia abajo. Mantener
los platillos en perfecto equilibrio significa el ser esencial del
hombre. Aquellos que fueron iniciados en tales secretos de la
evolución espiritual de la humanidad siempre han hecho énfasis en
el hecho de que sólo es posible comprender la existencia cósmica
dentro de la que el hombre está situado si es concebido en el
sentido de la tríada: que no puede ser comprendido si es considerado
sobre la base de cualquier otro número. Así podemos decir,
empleando nuestra propia terminología: tenemos que tratar con tres
factores principales en la existencia cósmica, a saber: el elemento
Luciférico, representando un platillo de la balanza, el elemento
Ahrimánico, representando el otro platillo de la balanza, y el
estado de equilibrio que representa el impulso Crístico.
Ahora bien pueden imaginar que es enteramente del interés de los poderes
Ahrimánicos y Luciféricos ocultar este secreto de la triada. ya
que la comprensión adecuada de este secreto permite a la humanidad
ocasionar el estado de equilibrio entre los poderes Ahrimánicos y
Luciféricos; que significa, por un lado, usar la tendencia
Luciférica hacia la libertad o el logro de un sustancioso objetivo
cósmico, y por otro lado, esforzarse para conseguir lo mismo con el
elemento Ahrimánico. La condición espiritual normal del ser humano
consiste en relacionarse de la forma adecuada con esta trinidad, esta
estructura trina del mundo.
Ya
que, las influencias sobre la vida espiritual y cultural humana
tienen una fuerte tendencia a confundir al hombre en relación al
significado de la triada. Podemos observar muy claramente en la
cultura moderna que la concepción de esta estructura acorde con la
triada está casi completamente eclipsada por la concepción de una
estructura acorde con la dualidad. Si deseamos comprender el Fausto
de Goethe, debemos darnos cuenta, como a menudo he señalado, que
esta confusión en lo que respecta a las influencias triádicas, se
dan incluso en este gran poema cósmico. Si Goethe, en su día, había
tenido un punto de vista claro en estos asuntos, no hubiera
presentado el poder Mefistofélico como el único oponente de Fausto,
que arrastra a Fausto hacia abajo, sino que hubiera contrastado este
poder Mefistofélico – del que sabemos que es idéntico al poder
Ahrimánico – con el poder Luciférico, y Lucifer y Mefistófeles
aparecerían en Fausto como dos fuerzas opuestas. He hablado de esto
aquí repetidamente. Si estudiamos la figura del Mefistófeles de
Goethe, podemos ver claramente que Goethe en su caracterización de
Mefistófeles constantemente confundía los elementos Luciféricos y
Ahrimánicos. El Mefistófeles de Goethe es como si fuera una figura
mixta, de dos elementos. No hay uniformidad en ella. Los elementos
Luciféricos y Ahrimánicos están entremezclados aleatoriamente. He
tratado de esto más explícitamente en mi folleto, Goethe’s
Standard of the Soul.
Esta
confusión que así se evidencia en el Fausto de Goethe está basada
sobre las ideas equivocadas que han surgido en la evolución de la
humanidad moderna – en tiempos anteriores era diferente – de
poner la díada en el lugar de la tríada cuando se considera la
estructura del mundo; es decir, uno ve el principio del bien en un
lado, el principio del mal en el otro: Dios y el Diablo.
Así
debemos enfatizar el hecho de que si una persona desea concebir la
estructura del universo de una manera fáctica, debe admitir la
tríada, los dos elementos opuestos de lo Luciférico y lo Ahrimánico
y el Divino elemento que mantiene el equilibrio entre los dos. Esto
tiene que ser contrastado con la ilusión que ha surgido en la
evolución espiritual de la humanidad a través del concepto erróneo
de la díada, de Dios y el Diablo, de las fuerzas divino-espirituales
arriba y las fuerzas diabólicas abajo.
Es
como si fuéramos a forzar al hombre a abandonar su posición de
equilibrio si le ocultamos el hecho de que una sólida comprensión
del mundo sólo puede resultar de la concepción adecuada de la
tríada y si alguien le hace creer que la estructura mundial está de
alguna manera determinada por la díada. Aún así, los más altos
esfuerzos humanos han caído presas de este error.
Si
deseamos tratar esta cuestión, debemos hacerlo sin prejuicios,
debemos entrar en una imparcial esfera de pensamiento. Debemos
distinguir cuidadosamente entre el objeto y el nombre. No debemos
permitirnos ser engañados a pensar que por darle un determinado
nombre a un ser hemos en algún momento experimentado y sentido este
ser de la forma correcta. Si pensamos en estos seres que el hombre
contempla como sus propios seres divinos, debemos decir: podemos
sentirlos de la forma correcta sólo si los concebimos como
efectuando el equilibrio entre los principios Luciféricos y
Ahrimánicos. Nunca podemos sentir de la forma correcta lo que
deberíamos sentir como lo Divino si no entramos en este orden
triple. Considerad desde este punto de vista el Paraíso Perdido
de Milton, o el Mesías de Klopstock que vino a la
existencia bajo la influencia del Paraíso Perdido. Aquí no
tenéis nada de una comprensión real de la estructura mundial
triple, tenéis en vez de ello una batalla entre el supuesto bien y
el supuesto mal, la batalla entre el cielo y el infierno. Tenéis la
idea equivocada de la díada traída a la evolución espiritual del
hombre; tenéis lo que está arraigado en la consciencia popular como
el contraste ilusorio entre el cielo y el infierno, introducido en
dos poemas cósmicos de los tiempos modernos.
No
es de ninguna utilidad lo que Milton y Klopstock llaman las entidades
celestiales o seres divinos. Sólo lo serían para el hombre si
estuvieran concebidos sobre la base de una estructura de existencia
del mundo triple. Entonces sería posible decir que una batalla tiene
lugar entre los principios del bien y del mal. Pero como está
planteado el asunto, asumiendo una díada, con un miembro que tiene
los atributos del bien y recibe un nombre derivado de lo divino, y el
otro miembro representa el elemento diabólico, anti-divino. ¿Qué
significa esto realmente? Nada menos que la eliminación de lo divino
de la consciencia y la usurpación del nombre divino por el principio
Luciférico; así que en realidad tenemos una batalla entre Lucifer y
Ahriman; sólo, Ahrimán está dotado con atributos Luciféricos, y
el reino de Lucifer está dotado de atributos divinos.
Vosotros
veis las trascendentales consecuencias reveladas por tal
consideración. Mientras los seres humanos creen que están tratando
con los elementos divinos y diabólicos cuando contemplan los
contrastes descritos en el Paraíso Perdido de Milton o el
Mesías de Klopstock, están, en realidad, tratando con los
elementos Luciféricos y Ahrimánicos. No hay consciencia actual del
elemento verdaderamente divino; en vez de ello, el elemento
Luciférico es dotado con nombres divinos.
El
Paraíso Perdido de Milton y el Mesías de Klopstock
son creaciones espirituales que surgen de la consciencia del hombre
moderno. Aquello que se manifiesta en ellos vive en la consciencia
general de la humanidad; ya que el delirio de la díada ha entrado en
esta consciencia moderna, y la verdad de la tríada ha sido ocultada.
Las producciones más profundas de la era moderna en la que estamos,
desde un determinado punto de vista, consideradas entre las mayores
creaciones de la humanidad, y con toda la razón, son un maya
cultural y han salido del gran delirio de la humanidad moderna. Todo
lo que está activo en este concepto ilusorio es la creación de la
influencia Ahrimánica, de esa influencia que en el futuro se
concentrará en la encarnación de Ahrimán del que ya he hablado.
Porque esta concepción ilusoria en la que vivimos hoy no es nada más
que el resultado de la vista falsa del mundo que brota por doquier en
la civilización moderna cuando los seres humanos contrastan el cielo
y el infierno. El cielo es considerado como el elemento divino, y el
infierno como el elemento diabólico, mientras que, en realidad,
tenemos que tratar con el elemento Luciférico llamado celestial y el
elemento Ahrimánico llamado infernal.
Deben
darse cuenta de qué intereses rigen en la historia espiritual
moderna.
Incluso
el concepto de la naturaleza trina del organismo humano o del ser
humano en su totalidad ha sido en cierto modo abolida por la
civilización occidental en el siglo VIII (Concilio Ecuménico de
Constantinopla del año 869). He mencionado a menudo esto.
El
dogma fue entonces establecido de que el Cristiano no tiene que creer
en el ser humano trino sino sólo en un ser humano doble. La creencia
en cuerpo, alma y espíritu fue declarada tabú, y los teólogos y
filósofos medievales que aún así sabían mucho sobre los hechos
verdaderos tuvieron dificultades para sortear esta verdad, porque la
así llamada tricotomía, la “división” del hombre en cuerpo,
alma y espíritu había sido declarada herejía. Ellos fueron
obligados a enseñar la dualidad, es decir, que el hombre consta de
cuerpo y alma, y no de cuerpo, alma y espíritu. Y ciertos seres,
ciertos hombres sabían muy bien que es de tremenda importancia para
la vida espiritual humana si la trinidad es reemplazada por la
dualidad.
Debemos
considerar tales profundos aspectos si deseamos entender
correctamente por qué en el número de agosto de Stimmen der Zeit
(Voces de la Era) el sacerdote Jesuita Zimmermann llama la
atención sobre el hecho de que uno de los recientes decretos de la
Santa Sede de Roma prohíbe que los Católicos Romanos obtengan la
absolución si leen o poseen escritos teosóficos o participan en
cualquier asunto teosófica. El sacerdote Jesuita Zimmermann
interpreta este decreto en su artículo en Die Stimmen der Zeit
afirmando que se aplica, por encima de todo, a mi Antroposofía,
y que aquellos que desean ser considerados verdaderos Católicos
Romanos no deben ocupar su tiempo con literatura antroposófica. Él
cita una de las principales razones para esto, a saber, que la
Antroposofía distingue entre cuerpo, alma y espíritu, y así enseña
una herejía opuesta a la creencia ortodoxa de que el hombre consiste
en cuerpo y alma. Les he mencionado antes que los filósofos modernos
han adoptado esta diferenciación de cuerpo y alma sin ser
conscientes de ello. Ellos creen que siguen la ciencia imparcial,
objetiva; ellos creen que practican observación real que les conduce
a la convicción de que el hombre consiste en cuerpo y alma. En
realidad, sin embargo, están siguiendo las pisadas de este dogma que
ha encontrado su camino en el desarrollo espiritual moderno. Lo que
es considerado ciencia hoy es realmente completamente dependiente de
tales cosas que han sido puestas en el mundo en el curso de la
evolución humana moderna. No crean que serán capaces con amables
palabras de convertir a tales personas que desde estos lugares
calumnian la Antroposofía; no crean que prevalecerán sobre ellos y
provocarán su buena intención hacia la Antroposofía. La
Antroposofía debe hacerse su camino en el mundo a través de su
propia fuerza, y no a través de la protección de cualquier poder,
aunque sea tan Cristiano en apariencia. A través de la fuerza
interna solo puede la Antroposofía lograr lo que debe lograr en el
mundo.
Deben
darse cuenta de que el impulso Crístico sólo puede ser comprendido
si uno ve en él el impulso del equilibrio entre los
principios Ahrimánicos y Luciféricos, si uno le da el lugar
correcto en la trinidad. Podemos preguntar: ¿qué debe uno hacer si
trata de engañar a la gente en lo que respecta al verdadero impulso
Crístico? Uno debe desviar su atención de la verdadera ordenación
triple del mundo y dirigirla hacia el delirio de la dualidad que está
justificada sólo cuando estamos preocupados de lo manifiesto y no
cuando estamos preocupados con lo que yace más allá de lo
manifiesto en la esfera de la verdad.
En
tales asuntos debemos ir más allá de los meros nombres. Llamar a
uno u otro ser Cristo no significa que sea el Cristo. Si uno desea
evitar que otro ser humano adquiera un verdadero concepto de Cristo,
sólo necesita poner la díada en el lugar de la tríada; pero si uno
desea apuntar hacia el impulso Crístico en su verdadero significado,
es necesario que la díada sea suplantada por la tríada. No
necesitamos unir al grupo de personas que declaran a otros herejes;
no necesitamos declarar el Paraíso Perdido de Milton o el
Mesías de Klopstock trabajos condenables del diablo; podemos
continuar disfrutando su belleza y grandeza. Pero debemos darnos
cuenta que tales trabajos, en tanto en cuanto son las flores de la
civilización popular moderna, no hablan de Cristo en absoluto sino
originados del delirio de que todo lo que no es parte de la evolución
humana puede ser considerado perteneciente, por otro lado, al reino
del diablo y, por otro lado, al reino de lo Divino. Pero en realidad
en vez de tratar con el reino de lo Divino estamos tratando con el
reino de Lucifer. El Paraíso Perdido describe la expulsión del
hombre del reino de Lucifer al reino de Ahrimán; describe el deseo
del hombre no por el reino de lo Divino, sino por el paraíso que ha
sido perdido, que significa, el deseo por el reino de Lucifer.
Ustedes pueden contemplar el Paraíso Perdido de Milton y el
Mesías de Klopstock como hermosas descripciones del deseo
humano por el reino de Lucifer; esto es lo que deberían
considerarlas, ya que esto es lo que son.
Ustedes
ven lo necesario que es revisar ciertos conceptos que prevalecen hoy.
Si somos serios en nuestro pensamiento y sentimiento Antroposófico
estamos enfrentados, no con insignificantes, sino con importantes
decisiones. Estamos enfrentados con la necesidad de tomar muy
seriamente una expresión que Nietszche ha empleado a menudo, a saber
la expresión: “la revalorización de los valores”. Tenemos que
tomar esto muy seriamente. Los logros del hombre moderno necesitan
una gran revalorización.
Traducido por Julio Luelmo nov. 2015
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